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Quito, 20 de octubre de 2012 Una nueva forma de producir Fander Falconí La historia de América Latina es una historia de despojo. El historiador peruano Heraclio Bonilla nos relata cómo –entre 1840 y finales del siglo XIX– los europeos se llevaron, casi en forma gratuita, todo el guano del Perú. Este hecho, que parecería ser tan simple, hizo posible el adelanto de la agricultura en ese continente, e interfirió para que esas exportaciones no propiciaran una acumulación interna en el país andino. Desde la Colonia, nuestros países les abastecieron con una combinación de materias primas y “preciosidades”, como las describió el sociólogo y científico social estadounidense Immanuel Wallerstein: mercancías con un gran valor monetario por unidad de peso; tiempo atrás, los barcos de transporte de productos eran, en sí, una preciosidad, ya que al llegar se los desarmaba para vender la madera con la que habían sido construidos. El siglo XIX definió el lugar del Ecuador, al igual que de la mayoría de los países latinoamericanos, en la división internacional del trabajo. Desde su origen, empezó su función de proveedor de bienes primarios provenientes de la agricultura –intensiva y de recolección– y de la extracción minera. Estos recursos le dieron la posibilidad de financiar la importación de manufacturas industriales que tenían un mayor componente tecnológico. La base productiva y social, que ha sustentado esta forma especializada de inserción en la economía mundo, ha sido proclive a la concentración de pocos productos, mercados y a la propiedad de los medios de producción. Si echamos una mirada retrospectiva, resultó ser que la demanda mundial fue lo que, en última instancia, determinó esa suerte de ruta de condena del país, para situarlo en una circunstancia extrema de vulnerabilidad ante las frecuentes crisis del capitalismo central. Esta historia resumida nos hace pensar en la urgencia e importancia que tiene el cambio de “matriz productiva” del Ecuador, para enfrentar un distinto proceso de acumulación y de especialización interna. En otras palabras, necesitamos el aporte de la inteligencia y la

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Una nueva forma de producir

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Quito, 20 de octubre de 2012

Una nueva forma de producir

 

Fander Falconí

La historia de América Latina es una historia de despojo. El historiador peruano Heraclio Bonilla nos relata cómo –entre 1840 y finales del siglo XIX– los europeos se llevaron, casi en forma gratuita, todo el guano del Perú. Este hecho, que parecería ser tan simple, hizo posible el adelanto de la agricultura en ese continente, e interfirió para que esas exportaciones no propiciaran una acumulación interna en el país andino. Desde la Colonia, nuestros países les abastecieron con una combinación de materias primas y “preciosidades”, como las describió el sociólogo y científico social estadounidense Immanuel Wallerstein: mercancías con un gran valor monetario por unidad de peso; tiempo atrás, los barcos de transporte de productos eran, en sí, una preciosidad, ya que al llegar se los desarmaba para vender la madera con la que habían sido construidos. El siglo XIX definió el lugar del Ecuador, al igual que de la mayoría de los países latinoamericanos, en la división internacional del trabajo. Desde su origen, empezó su función de proveedor de bienes primarios provenientes de la agricultura –intensiva y de recolección– y de la extracción minera. Estos recursos le dieron la posibilidad de financiar la importación de manufacturas industriales que tenían un mayor componente tecnológico. La base productiva y social, que ha sustentado esta forma especializada de inserción en la economía mundo, ha sido proclive a la concentración de pocos productos, mercados y a la propiedad de los medios de producción. Si echamos una mirada retrospectiva, resultó ser que la demanda mundial fue lo que, en última instancia, determinó esa suerte de ruta de condena del país, para situarlo en una circunstancia extrema de vulnerabilidad ante las frecuentes crisis del capitalismo central. Esta historia resumida nos hace pensar en la urgencia e importancia que tiene el cambio de “matriz productiva” del Ecuador, para enfrentar un distinto proceso de acumulación y de especialización interna. En otras palabras, necesitamos el aporte de la inteligencia y la

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creatividad en la producción de los ecuatorianos para intercambiar y cooperar con nuevos lugares en el mundo. No podemos olvidarnos que la estructura del comercio internacional se caracteriza por el intercambio desigual. Es más probable que el Ecuador modifique su matriz productiva, pues es una decisión endógena, en el sentido que es una decisión de política pública interna. Y es menos probable que un mundo desigual –de falsa libertad de comercio– esté dispuesto a sincerar la estructura del comercio para contrarrestar el intercambio desigual en el planeta. Este momento es único. No podemos perderlo de vista. Fuente: El Telégrafo