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JOSÉ LUIS VALLEJO MARCHITE REGRESO A LA MEMORIA (1993)

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JOSÉ LUIS VALLEJO MARCHITE (1993) A Trinidad Simón Sánchez, musa desde siempre. - 2 - Tal vez también confundes mi voz con la del viento, y así dejas vacíos los renglones en donde puede germinar de súbito la timidez azul de tu palabra. ¿Cómo te hice vereda de todos mis asedios? Regreso a la memoria - 3 - I Regreso a la memoria - 4 - ÁNGEL SÁNCHEZ BRUN Estamos acercando nuestro límite al mágico silencio del abrazo. II Regreso a la memoria - 5 -

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JOSÉ LUIS VALLEJO MARCHITE

REGRESO A LA MEMORIA

(1993)

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Regreso a la memoria

- 2 -

A Trinidad Simón Sánchez, musa desde siempre.

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Regreso a la memoria

- 3 -

I Te imaginé la cima de mis sueños: inalcanzable, apenas una posible respuesta deseada. Al llegar el otoño, vacíos mis candiles, alzo la voz pidiendo a tus olivos el aceite que alumbre nuestras noches. Pero el otoño sabe sólo de hojas que traspasan los límites más puros y cubren, infinitas, los caminos. Por eso yo te busco y no te encuentro. Tal vez también confundes mi voz con la del viento, y así dejas vacíos los renglones en donde puede germinar de súbito la timidez azul de tu palabra. ¿Cómo te hice vereda de todos mis asedios? ¿Por qué, si ya no puedo recuperar la luz cuando el invierno acecha, no me dejas surcar tus aguas limpias antes de que los hielos atrapen mis gaviotas migradoras y me haces heredero de tus leyendas y de tu esperanza? Sabes que no poseo casi nada, que sólo anhelo conquistar tus cimas, colonizar mis rocas, tus vertientes, tus angostas gargantas, mis angustias, hasta que, al fin, te me hagas escritura.

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Regreso a la memoria

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II Estamos acercando nuestro límite

al mágico silencio del abrazo.

ÁNGEL SÁNCHEZ BRUN

Estás por cada orilla de mi río cansada ya de tanto exilio absurdo. El otoño ha cercado de amarillos y ocres tus largos éxodos, tus fugas y ese provocador, oscuro silabeo con que no acabas de alumbrar tu nombre. Hoy acudo a tu silbo con la misma desnudez que exigiste de mis trigos, provocadora, en la estación total. Trepo, agotado, por tus dos laderas desde el amanecer, que abre suicidas sendas hacia tu miel susurradora, hasta que se me quiebra el horizonte como una rosa roja entre los ojos. Tu sangre lo avasalla todo: es prisa atropellada el agua de tu río, blanquísimo de armiños y de natas; alada prisa tu clamor, que anida los sorprendidos musgos de mis venas; prisa desenfrenada todo el tacto que, alzándose, aprisiona el más idílico . rincón, donde se incendian tus silencios; perturbadora prisa la palabra de estos nuevos maitines otoñales en que mezclo tus sueños y mi canto sin dar siquiera opción a los meandros del río desbordado de la vida. ¿Por qué, di, no aceleras el inicio del rito de talarte y deshojarte que consagre mis manos y las unja hasta llenar sus cuencos de ambrosía,

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Regreso a la memoria

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y el génesis plural de este rocío de nuestros tibios labios, prematura sorpresa para el alba y el deshielo? Porque vivo esperando tus llegadas desde el primer otoño, vuelve: estamos acercando nuestro límite al mágico silencio del abrazo.

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III

Detener bajo el árbol prohibido tu prisa, ¡qué confusión para tus pies desnudos, qué aberrante ruptura de los pactos que firmaste mucho antes que el otoño mostrara sus derivas! Yo sé que necesitas recobrar con urgencia tus perdidos paraísos; sé que regresas con tus apellidos entregados al cierzo, que tu nombre es puro trino, alondra de mi espera. Pero ¿qué hago del tiempo? ¿Qué del agua de tu río en mis manos? Siempre me cautivó tu agreste vuelo, tu retadora insumisión, tu magia para romperle su cristal al sueño y construirle un nido a la ternura. Entonces, ¿por qué niegas a mi tacto tu piel de terciopelo? ¿Por qué dibuja el huracán tus tránsitos? ¿Por qué rendirse al grito si hay espacios para el susurro y para tus palomas? Puedo quemar por ti mis profecías, vivir en la memoria hasta que aprendas a buscar en mis atlas tu sosiego, a sestear sobre mis praderíos, a cabalgar la crin de mis mareas, a dibujar rocíos en mis labios. Y puedo renunciar al rezo de estas vísperas si mi fatiga alcanza tu reposo.

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IV Ahora ya sé, porque tu voz se queda muy distante, que no saldrás conmigo este año a despedir las golondrinas, a silbar a los patos migradores, a contemplar, temblando, la penúltima luz, roja y caliente, de los atardeceres del otoño. Te dejan impasible los nevazos, la decorada escarcha de las rosas, el lamento dulcísimo del viento que se columpia en todos los castaños, y eres sorda a mi voz que te reclama. Ahora ni me pregunto qué haré bajo este otoño sin sonrosados brezos, sin alcores de niebla, sin prodigiosos viajes y sin más horizonte que la angustia; qué haré de tus promesas no cumplidas y de la luz del palomar, tan alto, donde te fui con mimo despojando de aquella ambigua timidez que tú eras; qué haré, cuando no vengaa llamar a mi puerta, de los troncos de roble troceados y apilados junto a la chimenea en las noches balsámicas de octubre. Tendré que acostumbrarme los oídos al monótono llanto de la lluvia, al ladrido del aire en las esquinas, al lenguaje irascible e indiscreto de los gorriones. Nada será ya por afán de ser. Acaso

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el eco de tu voz llegue hasta el valle despeñada como un alud de nieve en una madrugada sin fronteras; acaso, habitadora de espesuras, se pierda por inútiles barrancos, no por aquéllos donde anclé, hace tiempo, mi insoportable, oscuro desamparo. Tú, sin embargo, sabes la casa que ahora habito en esta tierra de adopción, limítrofe de los más apartados litorales, preludio de una mar siempre amigable donde la espuma juega con el tiempo sus más bellas partidas amorosas. Tú recuerdas aún el loco salto de mis gritos junto al acantilado, los rompientes de espuma virginales, aquella confusión de los lenguajes cuando se disputaban las gaviotas un pedazo de sal sobre la arena. Y en el archivo fiel de la memoria hay datos constatables de proyectos, de dudas, de fatigas, de intensos pleamares en la sangre y de suicidas bajamares: todo vida para quedarse en las preguntas. Pero hoy no te interrogo. Estás tan lejos que no hay ala tan rápida que lleve hasta donde te encuentras mis preguntas sin que se le extravíe alguna en vuelo. Tampoco al viento juguetón le puedo distraer de su lúdica tarea cuando el otoño enciende sus hogueras en los enhiestos chopos y en las hayas. Mi afán es esperar, fingir una sonrisa,

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ocultar a la luz alguna lágrima, leer casi desesperadamente un largo ensayo sobre la esperanza, conjugar en latín sólo el futuro del verbo amare, encontrarle a la paz seguro asilo y pocas cosas más sin importancia hasta que tú ilumines mis salones y rompas el color gris de la tarde. Sabes que existen "salas de espera hacia el regreso".

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V Se me está convirtiendo lentamente el tiempo en atadura que hiere mis hijares y los marca con su hierro indeleble. Hace ya tantos días que emprendiste el éxodo hacia el norte que no acabo de acostumbrar mis hombros a este peso levísimo que dejan las distancias, ni mis manos al tacto en los lagares del cansado septiembre. Ando sobre mis pasos, los desando, acudo a mis tareas y regreso siempre sin concluir el inventario de todo lo que no te pertenece. Por ejemplo, estas lluvias en que antaño lavabas, hermosísimos, tus ojos asustados; la hora crepuscular de otoño en que escribo estos versos que evocan tus perdidos paraísos junto a este hermoso Mar Mediterráneo; las palabras aladas que escuchaste, timonel de mis sueños boreales, cuando hundías tus manos hurgadoras en un agua de peces sorprendidos; y, sobre todo, en esta plenitud de abandono que mis labios ocultan a tus labios, tanta sangre agolpada en los brocales de esta llaga o herida o fuente o pozo cuyo óxido provoca mi lamento. Toda mi piel recobra con el alba aspecto de miniado terciopelo, de orto recién ardido, de boreal aurora derramada, de vino que en la crátera fermenta.

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Regreso a la memoria

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Porque han sido mis viñas, presa de la lujuria, como una breve eternidad de incendios, de luz atesorada; sus racimos, azucarado vientre, cristal frágil, cediendo a los intentos de otros labios que jamás soñarán con el regreso. Es a ti a quien espero, después de la esperanza, por los caminos últimos del otoño. Regresa del olvido a mis brazos de nuevo a remecer tus nebulosas, tus figuras de niebla, tus dorados maizales y tus robles vencidos. Vuelve a este mar de velas y de olivos con tu alcuza de aceite perfumado y tus manos ungidas. Yo te espero. Mi casa está encendida. Alicante, octubre de 1993.