1605830203.unidad 3. el formativo progreso o tragedia social. uribe 2008

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    El Formativo: progreso o tragedia social? Reflexiones sobre

    evolucin y complejidad social desde Tarapac (Norte de Chile,

    Andes Centro Sur)

    Mauricio Uribe Rodrguez1

    ResumenEl perodo Formativo ha sido concebido como el momento en que las sociedadesarcaicas de tradicin cazadora recolectora incorporan e implementan estrategiaseconmicas novedosas que producirn cambios en el patrn de asentamiento con laaparicin de ocupaciones estables y el notable surgimiento de arquitectura ceremo-

    nial y pblica, aludiendo a una mayor complejidad y desigualdad tendiente al surgi-miento de formaciones sociales no igualitarias. Particularmente, en Tarapac se hasostenido que dicha complejidad social se traduce en una vida aldeana, resultado delapogeo agrcola, de la mano con el advenimiento de grupos del altiplano que traen lacivilizacin. Dentro de lo anterior, destaca como una gran problemtica el o losmarcos tericos al amparo de cuales se ha construido una utopa sobre la comple-

    jidad andina, que resulta cuestionable ante las concepciones sociales que hoy manejala teora social, la antropologa y la historia. Por lo tanto, el progreso al modo del

    Neoltico que se vislumbra a partir de esta concepcin, se vuelve an ms discutiblecuando consideramos que bastante evidencia emprica alude a un proceso ms bien

    traumtico. En este trabajo, al amparo de un marco terico del pensar-social y denuestra experiencia arqueolgica en Tarapac, reflexionamos en torno de las basesde una formulacin investigativa y un enfoque interpretativo que permitan profundi-

    zar acerca de la conceptualizacin de este perodo e introducirnos en la discusin delFormativo de los Andes Centro Sur.

    The Formative Period has been understood as a time in which Arcaic hunting gatheringsocieties introduced and established new economic strategies that facilitated sedentarylife and produced the emergence of public and ceremonial architecture, which togetherwith an increasing social complexity and inequality, generated non-equalitarian so-

    cial formations. Particularly, it has been claimed that in Tarapac social complexitygenerated village life as a result of agriculture and the arrival of Altiplano groupsthat brought civilization into the region. However, the theoretical perspective onwhich this interpretation is based promoted a problematic utopia of Andeancomplexity, especially when we evaluate this theory under the light of current ideasand concepts in social theory, anthropology, and history. The idea of Neolithic-style

    progress that underlies this interpretation becomes even more questionable when weconsider that there is enough evidence that suggest that the Formative constituted avery much traumatic process. In this paper, based on a social thinking theoretical

    framework and on my research experience in Tarapac, I evaluate the possibilities of

    a new research project and an interpretative perspective that will allow us to deepen

    1 Departamento de Antropologa, Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile. Av. Ignacio

    Carrera Pinto 1045. Nuoa. Santiago. Chile. (E-mail: [email protected]).

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    our current ideas about this period in the region and insert our research in the gene-ral discussion about the South Central Andes Formative Period.

    El perodo formativo y el norte grande de chile

    En general, dentro de la Arqueologa Americana, el perodo Formativo ha sidoconcebido como el momento en que las sociedades arcaicas de tradicin cazadora reco-lectora incorporan e implementan estrategias econmicas novedosas que permitirn laproduccin de excedentes y distintos niveles de acumulacin (Lumbreras 1981; Olivera2002; Rowe 1962; Willey y Phillips 1958). Dicha transformacin supone un cambio en elpatrn de asentamiento con la aparicin de ocupaciones estables, a modo de aldeas, y elnotable surgimiento de arquitectura ceremonial y pblica (Raffino 1977). Lo anterior ten-dr directa relacin con otra de las ms significativas caractersticas de este perodo quealude a una mayor complejidad y desigualdad tendiente a la aparicin de formacionessociales no igualitarias adscritas a jefaturas y seoros (p.ej. Goldstein 2000; Sarmiento1986; Stanish 2003).

    Bajo este paradigma se ha construido la Arqueologa Andina y, en particular, la delNorte Grande de Chile (Lumbreras 1994). As, las caractersticas de la cultura materialhan permitido argumentar que este perodo se relacionara con un proceso clmine decomplejidad social, donde se inician la produccin de alimentos, la especializacin deltrabajo, el sedentarismo y la vida aldeana (Muoz 1989; Nez 1989). El Formativo en elNorte Grande se caracterizara por elementos que innovan las ancestrales tradiciones ar-caicas de la costa y la puna, generando transformaciones econmicas y sociales que alcan-zan un momento clave hacia el 1000 a.C. (Nez 1989).

    Se trata de un proceso donde los sitios habitacionales, como los funerarios, contie-nen una gran diversidad material que dan cuenta de contactos e intercambios entre lacosta, los valles, las tierras altas, incluido el Noroeste Argentino, y el oriente amaznico(Ayala 2001; Muoz 1987; Nez 1989; Nez et al. 1975; Nez y Dillehay 1995;Rivera 1975). stos estaran representados por la aparicin de nuevas tecnologas como lacermica, la textilera en lana de camlidos domsticos, as como la metalurgia en oro ycobre, junto con las plantas cultivadas de origen forneo como el maz, las cucurbitceas,los pallares y el algodn, entre muchas otras (Agero y Cases 2004; Dauelsberg 1985;Focacci 1974, 1980; Muoz 1980; Rivera 2002; Santoro 1980; Uribe y Ayala 2004; Uribe2006). Todo lo anterior enmarcado en un modo de vida representado por expresionesarquitectnicas residenciales como ceremoniales que enfatizan lo comunitario por sobrelo familiar (Agero et al. 2001; Nez 2005; Romero et al. 2004), asociadas a manifesta-ciones artsticas sobre soportes muebles e inmuebles de carcter icnico y simblicoexplcito que se interpretan como conspicuos de esta transformacin social (Gallardo 2004;Muoz 2004; Nez 1989; Rivera 1985).

    De acuerdo con varios investigadores (Muoz 1989, 2004; Nez 1989; Rivera1976, 1980, 1983, 1985, 1995, 2002), alrededor del 500 a.C. y el 500 d.C. esta situacinse hara extensiva a todos los Andes Centro Sur, a la que se denomin como fase AltoRamrez (Muoz 1980, 1987; Rivera 1980, 1995), equivalente a los desarrollos Pukara,Chiripa y Wankarani del altiplano Circuntiticaca y Meridional (Ayala 2001; Muoz 2004).

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    Esta propuesta y modelo implicara una etapa donde los desarrollos formativos localesdemostraran una marcada integracin de elementos regionales costeros, vallunos yaltiplnicos que conformaran sistemas sociales basados en una economa agrcola y ga-nadera, relaciones de reciprocidad, intercambio institucionalizado y complementariedadecolgica, permitiendo el surgimiento de ciertas elites legitimadas desde el plano religio-so y por su conexin con los ncleos civilizatorios del altiplano (Nez y Dillehay 1995;Rivera 1995). Al respecto, en mayor o menor grado, se considera que los elementosaltiplnicos y de la vertiente oriental andina estaban ingresando a la zona desde las tem-pranas fases Azapa o Faldas del Morro en Arica (1300-500 a.C.), y contemporneamentea Tilocalar y Toconao en el Salar de Atacama (Nez 1994; Rivera 1985, 2002; Thomaset al. 1988-89), promoviendo o produciendo el cambio social y la complejidad poltica.

    No obstante, frente al panorama anterior, los avances y tambin los silencios ar-queolgicos (Nez 1979:173) en la investigacin del Formativo en el Norte Grande deChile, han llevado a una intensa discusin en torno del origen, consecuencias y las basessobre las que se ha reconstruido esta crucial parte de la prehistoria e historia de las socie-dad andina en cuestin (Muoz 2004). Por ejemplo, este Muoz indica que a pesar deque en el perodo Formativo las sociedades se encaminaban hacia el cambio agrcolaaldeano, la costa bajo el concepto econmico y cultural sigui siendo la base sobre la cualestas sociedades formativas de los valles occidentales se proyectaron a travs del tiempo(Muoz 2004:224-225). Adems, el anlisis de las evidencias habla de una poblacinque debi haber conocido su hbitat y queel conocimiento de las plantas, animales yrecursos naturales fue parte esencial de su existencia (Muoz 2004:222). Incluso, el pro-greso al modo del Neoltico que se vislumbra a partir de las palabras de otros investiga-dores (Nez 1989), se vuelve an ms discutible cuando consideramos que el estado desalud de las poblaciones formativas fue precario, con enfermedades broncopulmonares ygastrointestinales que causaron la muerte en especial a los nios y recin nacidos. Estasituacin demostrara lo complejo que fue para las poblaciones locales cambiar los hbi-tos alimenticios, o insertarse en nuevas reas de asentamiento como consecuencia deltrabajo agrcola (Muoz 2004:223).

    Lo anterior redunda en una pregunta esencial dentro de esta reflexin: el cambioeconmico que ha constatado la arqueologa en el Formativo, signific el progreso o fue,poltica e ideolgicamente hablando, una tragedia social? En este contexto, por lo tanto,destaca como una gran problemtica el o los marcos tericos al amparo de los cuales se haconstruido una utopa sobre la complejidad andina, que resulta cuestionable ante lasconcepciones sociales que hoy maneja la teora social, la antropologa y la historia, ascomo frente al manejo que los individuos hacen de la cultura material (Althusser 1974;Anderson 1993; Bourdieu 1997; Clastres 1978; Foucault 1979; Geertz 1987; Giddens etal. 1995; Gellner 1997; Ricouer 1999).

    Lo anterior resulta elocuente cuando observamos afirmaciones como las desarro-lladas por Nez (1989), para quien las poblaciones cazadoras recolectoras lograron pormiles de aos proveerse de vveres a travs de la caza, la pesca, la recoleccin de plantas,moluscos y frutos silvestres, pero gradualmente comprendieron la importancia de produ-cir sus alimentos (Nez 1989:81). Analizando estos argumentos, entendemos que la

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    implantacin gradual de los logros agrcolas y ganaderos alrededor del segundo milenioa.C. abrieron nuevas expectativas de vida y gestaron un nuevo pensamiento progresista(Nez 1989:81). Paulatinamente, entonces, surgi una nueva ideologa (Nez 1989:81),emergiendo valores novedosos tales como la obligacin social, la armona tnica y elnfasis del ceremonial (Nez 1989:83). Todo esto fue ms significativo cuando otroscolonos y emigrantes trasandinos arribaron durante el primer milenio AC con rasgos msavanzados (Nez 1989:83), tales como la cermica, textilera, metalurgia, etc., mejo-rando las condiciones para la expansin y consolidacin de las prcticas agrarias y gana-deras ms perfeccionadas; asimilando, incluso, los logros productivos preexistentes a lallegada de los emigrantes o colonos altiplnicos, comprometidos con la regin cercanadel Titicaca (Nez 1989:100). Siguiendo a Childe (1973), [Ms] que una civilizacinde las formas ha surgido un pensamiento civilizado en gran parte del pas, capaz de enri-quecer la vida espiritual y cotidiana (Nez 1989:85).

    Pero, la informacin emprica expuesta ms adelante y que caracterizara este mo-mento genera dudas y ofrece ms preguntas que soluciones con respecto a estos temas,coincidiendo con una perspectiva crtica que sospecha de esta ideal imagen del pasado(Fernndez 2006; Hodder 1998; Leone et al. 1987; McGuire y Paynter 1991; Miller yTilley 1984; Miller et al. 1989; Patterson 1994; Schmitd y Patterson 1995; Tilley 1989 y1990; Trigger 1992). Sin renegar de los aportes de las contribuciones de nuestra arqueolo-ga, en esta oportunidad planteamos una revisin de sus bases tericas (Greene 1999) yapelamos a la prdida de la inocencia de la perspectiva histrica (Trigger 1998:694),contribuyendo a travs del caso especfico del Formativo de Tarapac con una reflexinque provea de un avance cualitativo a la base materialista del pensar-social. En particu-lar, porque sus ideas de evolucin social como progreso, produccin agrcola, ganadera yexcedentes, vida sedentaria, aldeana y comunitaria, intercambio, colonias y caravanas,armona social y religiosidad, se constituyeron en el paradigma de la interpretacin duran-te una poca marcadamente etnocntrica de la disciplina (Trigger 1992). Por otra parte,empricamente Tarapac ofrece un registro arqueolgico propio y diverso, ms alejado delos horizontes panandinos preincaicos que afectan la percepcin de los desarrollos loca-les, que permite reevaluar todos estos planteamientos y discutir su adscripcin por analo-ga con las regiones colindantes (Muoz 1989; Nez 1979; Rivera 2002).

    Avances y problemas del formativo de Tarapac

    El territorio de Tarapac conforma una regin ecolgica y cultural en la porcinmeridional de los Valles Occidentales de los Andes Centro Sur, que se extiende a lo largodel desierto entre el ro Majes, del extremo sur del Per, y el ro Loa en Chile (Nez1968). En el extremo norte del pas se ubica la regin de Arica, constituida por las quebra-das exorreicas de Lluta, Azapa, Chaca o Vtor, Camarones y Camia o Tana, que disectanla monotona del desierto generando acotados espacios de eficiencia para el desarrollovegetal, animal y humano entre el litoral del Ocano Pacfico y el altiplano (Llagostera1989; Santoro 1989). Al contrario, inmediatamente al sur, Tarapac se caracteriza por unacosta desrtica donde predomina el arreismo absoluto, una depresin intermedia y la Pam-pa del Tamarugal donde desaguan las quebradas de Aroma, Tarapac, Quisma, Guatacondo

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    y Man, entre otras, permitiendo el crecimiento de una extensa cobertura de bosques yoasis (p.ej. Pica-Matilla), lejos del mar pero largamente aprovechados para el asentamien-to humano y la recoleccin hace unos 10.000 aos (Ajata 2004; Meighan y True 1980;Schiappacasse et al. 1989). Ambas regiones colindan por el este con el altiplano y la PunaSeca (Santoro 1989), y por el sur, Tarapac limita con el ro Loa donde se inicia la reginAtacamea y la Puna Salada (Agero et al. 1997, 1999; Le Peige 1957-58; Nez 1992).

    En general, la configuracin material que caracteriza el cambio econmico, socialy cultural del Formativo en Tarapac, se encuentra amplia y especialmente referenciadapor la arqueologa funeraria de Arica y la costa. Dauelsberg (1985) puso al descubierto, atravs de sitios como Faldas del Morro, tumbas con cuerpos flectados y enfardados, ajua-res y ofrendas entre los que destacaban cermica, textiles policromos y turbantes, artefac-tos de oro y cobre, tabletas y tubos del complejo alucingeno, calabazas pirograbadas,maz y qunoa. A su vez, la presencia de elementos diagnsticos del Arcaico como otrosposteriores, le permitieron postular la fase Faldas del Morro, entre el 820 y 310 a.C., comouna etapa transicional que se hizo extensible a sitios de Tarapac, como Pisagua, PuntaPichalo y Tarapac 40 (Bird 1943; Dauelsberg 1972-73, 1985; Meighan y True 1980;Nez 1969; Schiappacasse et al. 1991).

    El periodo Formativo tarapaqueo se identific por elementos que innovan la an-cestral tradicin local o Chinchorro, generando transformaciones sociales y econmicasrevolucionarias (Bird 1943; Nez 1989). No obstante, se pudo apreciar que algunas delas tcnicas adoptadas por estas nuevas poblaciones se mantenan en el tiempo, ya queeran similares a las halladas en contextos posteriores, como El Laucho y Alto Ramrez deArica (Nez 1970). Al contrario de pensar en una evolucin local, sin embargo, se plan-te que gran parte de las innovaciones deban provenir de fuentes externas, que vincula-ban el origen de este proceso con los desarrollos agroganaderos de Wankarani en Bolivia.Dicha argumentacin, se implement para entender las nuevas tecnologas y la agricultu-ra (Dauelsberg 1992-93). De hecho, Nez (1970) caracteriz a estas poblaciones comouna adaptacin especializada en la explotacin del mar, con una estructura cazadora-reco-lectora, que recibe las tcnicas horticultoras o agricultura incipiente posiblemente de lacabecera de los valles aledaos, articulados por un sistema de caravanas de llamas todavano suficientemente comprobado (Nez 1984; Nez y Dillehay 1995).

    En la misma lnea, Rivera (1976, 1982, 1995, 2002) argumenta que dentro de lossitios Chinchorro se encuentran, adems de la momificacin y ciertos rasgosbioantropolgicos locales, restos como cultivos de origen tropical, plumas y semillas queresponderan a antiguos y constantes contactos entre poblaciones costeras del norte chile-no y sur peruano con grupos amaznicos. Bajo la misma argumentacin, y por sus simili-tudes con Arica, se explican los contextos funerarios del sitio Camarones 15 en la quebra-da homnima y Pisagua 7, donde se obtuvieron fechas absolutas entre el 745 y el 1100a.C. (Aufderheide et al. 1994; Muoz et al. 1991; Schiappacasse et al. 1991), para posi-

    bles colonos altiplnicos. Mientras que hacia Iquique, se incluyen otros sitios como los deBajo Molle, Patillos, Punta Gruesa y Camo (Moragas 1995; Nez y Moragas 1977,1983), con fechas de 820 y 890 a.C. en Camo 1 (Nez 1976); hasta la desembocaduradel Loa en Caleta Hueln 7, 10, 10A, 20, 42 y 43, dentro de un rango cronolgico entre el

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    1800 a.C. y el 820 d.C. (Nez 1971, 1976; Zlatar 1983).Prcticamente, en todos estos casos la presencia de las nuevas tecnologas, junto

    con maz, calabazas, algodn y otros cultvenos, se interpretaron como resultado de lainteraccin entre grupos altiplnicos y grupos del litoral, donde los grupos interiores ac-tuaran como mediadores. Ms aun, Nez sugiere que el asentamiento de Caleta Hueln42 (Zlatar 1983), presenta un planeamiento de recintos semicirculares y puertas similaresal de los uros bolivianos que tienen precisamente un tipo de patrn estructural correspon-diente a tierras altas (Nez 1971:17). Consecuentemente, Nez y Moragas (1977) plan-tean que las poblaciones de Camo 1 se mantuvieron en la costa circundante con incur-siones hacia el interior en bsqueda de recursos vegetales para lograr un equilibrio dieta-rio a travs del consumo de productos venidos de reas distantes. Innovaciones que laspoblaciones locales no lograron implementar, segn los autores, ya que la desertificacinextrema impidi que los estmulos externos, en especial la agricultura, permaneciesen y seadoptaran como nuevas formas de produccin y sociedad.

    Paralelamente, qu plantean las investigaciones realizadas hasta el momento alinterior de Tarapac? Una primera lnea de evidencia se presenta en la quebrada de Tiliviche(Tiliviche 1b), a 40 km de su desembocadura en Pisagua Viejo. All se encontraron ma-ces y cuyes con dataciones probablemente previas al 4000 a.C. (Castro y Tarrag 1992;Nez 1986). Pero es luego, en las quebradas de Tarapac, Guatacondo y el oasis deQuillagua donde se advierte un temprano desarrollo de patrones de asentamientos resi-denciales y ceremoniales que luego constituirn un modo de vida aldeano a travs de unatradicin arquitectnica formativa, representada por sitios como Pircas, Caserones 1,Ramaditas, Guatacondo I, Quillagua 65 y La Capilla, entre otros (Agero et al. 2006; DeBruyne 1963; Meighan y True 1980; Mostny 1970; Nez 1982, 1984; Rivera et al. 1995-96). Desde el punto de vista del paisaje, dichos sitios muestran una estrecha relacin conla explotacin de las quebradas de la Pampa del Tamarugal y mantienen un claro vnculocon la costa.

    Este sistema en un amplio lapso configurara asentamientos nicos en trminos desu composicin arquitectnica (p.ej. de plantas circulares, rectangulares o mixtas, disper-sas y aglutinadas), donde la conjugacin de construccin pblica y ceremonial parecieraser funcional a las prcticas econmicas en un intento por mantener un acceso permanentea los recursos silvestres y producidos de las quebradas, la pampa y el litoral (Adn et al.2005). Como seala Ayala (2001:28-29, citando a Nez (1982) y Rivera et al. (1995-96)), las quebradas de Tarapac y Guatacondo reflejaran una modalidad de organizacinespacial donde se aprecia una clara separacin y articulacin de los mbitos domsticos yfunerarios, observndose que cada aldea cuenta con sus cementerios (p.ej. Pircas 2 y 6,Tarapac 6, 40 y Caserones 5, Guatacondo 5A y 12, e incluimos Quillagua 84 y 89 (Age-ro et al. 2001)). Para Nez (1979), la enorme extensin de sus bosques de Prosopissp.habra permitido la formacin de dichos enclaves, los cuales actuaran como una atractivazona intermedia entre la costa y las tierras altas, dando cuenta de la vigencia de antiguosregmenes arcaicos de movilidad a larga distancia (Nez 1969, 1975).

    As, en el curso bajo de la quebrada de Tarapac, ocupaciones documentadas desdeel periodo Arcaico en adelante, por ejemplo Tarapac 14 y 18 (Meighan y True 1980;

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    Nez 1979), proveen un temprano registro de agricultura inicial en el cementerio Tarapac40, asociada a intensas actividades de recoleccin de Prosopissp. y acceso al maz desdelos 2000 a.C. (Castro y Tarrag 1992; Nez 1982). Para los mismos autores, sobre estabase ya se constituira una sociedad agraria consumidora de varios otros productos (p.ej.calabaza, man, pallar, papa, qunoa, zapallo y semillas de algodn), alrededor del 400a.C.

    Vinculado con este cementerio, pero en la pampa norte, se emplaza el complejoarquitectnico Pircas con unos 56 conjuntos dispersos de estructuras habitacionales ysectores ceremoniales delimitados por muros perifricos, fosos de ofrendas en espaciosabiertos e incluso geoglifos, donde tambin aparecen cermica, cestos, hilos, cucharas,algarrobo, maz, poroto y algodn, con fechas que fluctan entre los 480 a.C. y los 500d.C. (Nez 1984). Frente a Pircas y Tarapac 40, sobre la pampa sur, se emplaza Casero-nes 1, constituyendo un conglomerado de dimensiones inusitadas hacia el 400 a.C., elcual involucrara cuatro momentos de desarrollo arquitectnico hasta el 1200 d.C. (Meighany True 1980; Nez 1982, 1989), superando las 600 estructuras y denotando un modo devida entendido como aldeano (Adn et al. 2005). Las fechas de Oakland (2000) para elmismo sitio expresan que la ocupacin clsica del Formativo tomara cuerpo entre el 50a.C. hasta el 700 d.C. Lo anterior se entiende como el producto de un alto grado desedentarismo y densidad demogrfica, constituyndose en un lugar de convergencia dediversos grupos a raz de las ptimas condiciones medioambientales que proporcionaronuna gran estabilidad en el acceso a los recursos silvestres y cultivados. Un rasgo caracte-rstico es el nfasis dado al almacenamiento relacionado con una sobreproduccin enfoca-da al consumo e intercambio (Nez 1982; Nez y Dillehay 1995), evidenciado porestructuras a modo de bodegas con vegetales en grandes volmenes, principalmente alga-rrobo y maz. En este sentido, Nez (1974, 1979) postula que el sitio representa un lugarde experimentacin, donde se producira la consolidacin de la agricultura temprana, alamparo de una movilidad transhumntica y luego caravnica. Esta interpretacin, sinembargo, requiere de mayor evidencia cultural y zooarqueolgica (Nez 1984; Nez yDillehay 1995). En este contexto, las ltimas investigaciones en el sitio insisten que estehecho debe estudiarse y no puede desligarse del manejo y circulacin de los recursosvegetales silvestres con fines alimenticios, silvcolas u otros (algarrobo, chaar, caas,cebil, etc.), incluso provenientes de los Valles Occidentales y Orientales (Adn et al. 2005;Garca y Vidal 2006).

    La quebrada de Guatacondo, tambin muestra cultgenos rescatados a partir de con-textos funerarios de poblaciones cazadoras-recolectoras, dando cuenta de un consumoinicial de calabazas, maz y qunoa (p.ej. Guatacondo 5A). A ello se suma el poblado deGuatacondo I, que tambin muestra la persistencia de la recoleccin de algarrobo, unaagricultura inicial y un componente arquitectnico aldeano fechado hacia el 90 d.C., depor lo menos 120 estructuras distribuidas alrededor de una gran plaza central de formaovalada, con algunas caras modeladas y que conserva un monolito de piedra en el centro(Mostny 1970). Sumado a esto, De Bruyne (1963) realiza el primer relevamiento de ungran complejo agrohidrulico asociado con ste y otros sitios en la quebrada a 1.460 msobre el nivel del mar. De este modo, se identifica Guatacondo II, donde se observan

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    grupos de construcciones con restos de escoria, y Guatacondo III, con canales de irriga-cin y campos de cultivo diseminados con casas aisladas circulares que recuerdan el pa-trn disperso de Pircas (Nez 1982, 1984). Este es el caso de Ramaditas, donde Rivera etal. (1995-96) confirman la existencia de campos de cultivo y aluden a la presencia decermica, de clara influencia Wankarani para los autores, junto con otros artefactos rela-cionados con palas lticas y molienda, adems de manejo metalrgico en cobre. Al respec-to, reconocen surcos conectados a una red de canales en amplios campos, a partir de locual plantean la implementacin de este sistema agrcola, gatillado por un paulatino des-censo de cultgenos desde el altiplano como consecuencia de los cambios climticos vivi-dos en pocas anteriores (Rivera et al. 1995-96). Considerando cierta contemporaneidadcon Guatacondo I, los autores hipotetizan acerca de la sociedad en estos momentos, sea-lando que la organizacin sociopoltica de Ramaditas en un contexto ms amplio donde

    coexistiran varias aldeas lideradas independientementeabre la posibilidad a la existen-cia de una confederacin en un momento determinado. En este caso, tambin podra plan-tearse una organizacin espacialmente ms amplia, una especie de supra-organizacin,fundamentada ms que en un aparato poltico centralizado, en un sentimiento de identidadcomn basado en fuertes lazos ideolgicos y cosmolgicos de desarrollo Pre-Tiwanaku(Rivera et al. 1995-96:224).

    Bajo este mismo marco apelan al rol del agua como fundamental en trminos de unmodo de vida y una ideologa que vinculara este desarrollo con el altiplano circunlacustre(Rivera 1985, 1995). Todo lo anterior sugiere que dicha complejidad social se traduce en

    una vida aldeana que es el resultado de un apogeo agrcola de la mano con el advenimien-to de grupos procedentes de ncleos altiplnicos que traen la civilizacin; los que, final-mente, transforman, absorben y desplazan a las arcaicas poblaciones locales (ahoramarginales), conectando estos territorios con una red jerarquizada de unidades polticascada vez mayores, ya sea por sistemas de intercambio institucionalizado o creencias reli-giosas. No obstante, estas ideas necesitan ser evaluadas emprica y sistemticamente.

    Cuando revisamos otras lecturas (quizs menos populares) de estas mismas evi-dencias, encontramos apoyo a nuestra mirada ms crtica de esta prehistoria. Este es elcaso de Caserones 1, donde Meighan y True (1980) observan que a pesar de la notable

    envergadura del sitio, su comportamiento no refleja una gran concentracin poblacionalen un mismo momento como generalmente se piensa una aldea. Al contrario, sugierenque una poblacin ms bien pequea utiliz el asentamiento en forma intermitente duran-te unos 1000 aos, dependiente de las fluctuaciones del rgimen hdrico de la quebrada deTarapac. De este modo, durante los momentos secos se producira el repliegue a lospoblados costeros o hacia aquellos de mayor altura, dejando el sitio en estado de abando-no. Por lo tanto, la conformacin del asentamiento habra dependido en gran medida delrgimen de aguas y los recursos silvestres de las zonas de eficiencia de desembocadura enla Pampa, lo que habra promovido una economa complementara de recoleccin de

    Prosopissp. y agricultura creciente, junto con caza de guanaco, aves, pescados y mariscostrados del litoral que enfatizan la estrecha relacin con la costa. As, Caserones formaraparte de un mismo patrn de asentamiento y subsistencia que, como tambin insinan losinvestigadores, podramos aplicar al caso de Guatacondo e incluso a Pica o Quillagua en

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    apunta a un estrecho vnculo entre la necesidad de contar con espacios de usos litrgi-co y la gestacin de un patrn habitacional disperso durante este perodo (Nez1984:165-166).

    En este sentido, reiteramos lo que hemos planteado a partir de nuestra investigacin

    en curso sobre las formaciones sociales andinas a travs del Complejo Cultural PicaTarapac (Uribe 2006). Entendemos el Formativo en la regin de estudio como un mo-mento hipottico durante el cual las manifestaciones arquitectnicas y tecnolgicas, resi-denciales como ceremoniales, seran un reflejo de las prcticas de regulacin de la libreexplotacin de los recursos naturales, en especial de los recursos forestales dentro de unambiente bastante frgil como ste, que habra ido de la mano con formaciones socialesms controladas que promueven la estructuracin de la comunidad en aldeas, antes dis-persas (p.ej. Pircas y Ramaditas). Por consiguiente, la arquitectura aldeana definira unmodo de trabajo, un orden social y una identidad particular a cada quebrada (p.ej. Casero-

    nes distinto a Guatacondo), a travs de los cuales se fijaran la movilidad, el territorio y lacompetencia, con los consecuentes resultados de desigualdad social (Adn et al. 2005;Uribe 2006). Al respecto, la aldea, la agricultura, las conexiones a larga distancia y elintercambio de bienes, no seran causas ni efectos de lo anterior, ni menos de un senti-miento progresista. Planteamos que, como intentamos explicar a continuacin, seran ca-ractersticas de un mismo proceso de complejidad a modo de fragmentos de un discursosocial de poder-saber (Foucault 1979), creado colectiva e histricamente a partir de lasrelaciones de fuerza entre los individuos, su medio y las diversas maneras de concebir larealidad que se vive.

    Una arqueologa substantiva para el formativo

    Como en cualquier otra investigacin, es importante avanzar en la comprensin delperodo Formativo aportando informacin concreta en trminos de nuevos datos, fecha-dos y sntesis en los marcos ambientales especficos. Sin embargo, como ha sido caracte-rstico de nuestros estudios, nos interesa sobre manera participar de la reflexin terica atravs de un pensar-social la cultura material y eliminando la dicotoma entre presente ypasado, en tanto este pensar el pasado es socialmente vigente en el presente (Bond yGilliam 1994; Shack 2002; Uribe y Adn 2003, 2004). Por lo mismo, hemos sido explci-tos en nuestro alineamiento terico con el materialismo, en especial de origen marxista,aunque dentro de una postura marcadamente crtica que intenta un conocimiento sustanti-vo y no slo formal de la realidad (Leone 1983; Uribe y Adn 2004).

    Por tales razones, en esta oportunidad ofrecemos avanzar desde este enfoque haciauna comprensin del Formativo, otorgndole un papel protagnico a lapraxissocial ysimblica como ejes para entender la viabilidad del cambio econmico y para que stetuviera xito en el tiempo, a la par de nuevas formaciones sociales e ideas de mundo. Alrespecto, no pretendemos invertir el orden de la realidad a favor del idealismo, sino enten-der que esta evolucin involucra todos los aspectos de la sociedad, donde la produccineconmica como simblica tiene expresiones concretas y tangibles (p.ej. progresos, resis-tencias, dolores y prdidas) en las prcticas colectivas e individuales de un momentohistrico determinado. Pero, tampoco pretendemos seguir ciegamente el juego positivista

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    al que nos obliga la arqueologa anglosajona (p.ej. Conkey 1999; Earle y Preucel 1987;Schiffer 1984), ya que nos parece parte de una estrategia ideolgica caracterstica de nues-tro tiempo y cuyos sntomas de alienacin e individualismo ya los deline Marx (Zzk2003). Para nosotros, toda evidencia emprica se enmarca en un debate de ideas y nomantiene una existencia independiente de los individuos, por lo que el registro arqueol-gico debe evaluarse a la luz de la calidad de los argumentos.

    Luego de dcadas de discusin antropolgica sobre la evolucin sociocultural, nosparece necesario actualizar el debate a partir de nuestra propia experiencia investigativa yrea de estudio, asumiendo que estamos estudiando pocas de cambios bajo el conceptode long dure (Braudel 1980). Esto, porque dicha discusin no ha logrado eliminar elconcepto a pesar de sus muchas crticas, encontrndonos actualmente en un momento derevitalizacin del mismo debido a las crisis paradigmticas de la postmodernidad y por los

    efectos de la globalizacin cultural (Ember y Ember 1997; Johnson y Earle 2003).Johnson y Earle (2003) plantean ha dejado de ser una problema a dilucidar si seprodujo o no la evolucin social y cultural. El trabajo arqueolgico procedente de todoslos continentes documenta cambios desde tempranas sociedades a pequea escala haciaotras ms complejas y tardas. Siguiendo a estos autores, a pesar de no haber una necesi-dad intrnseca para que toda sociedad evolucione en esta direccin, parecieran existirprocesos entrelazados como la intensificacin de la subsistencia, la integracin poltica yla estratificacin social que han sido observados una y otra vez en casos histricamenteindependientes (Johnson y Earle 2003:12). Por ejemplo, los cazadores recolectores

    diversifican y adoptan la agricultura, se forman asentamientos estables y se integran enentidades polticas regionales, los jefes consiguen dominar y transformar las relacionessociales [a su favor] (Johnson y Earle 2003:12).

    A lo largo de los aos, a travs de una serie de debates que al da de hoy continan,se han propuesto numerosas respuestas a este hecho. En el siglo XIX los evolucionistassociales tendieron hacia una visin optimista de la evolucin, sosteniendo que las socieda-des humanas estaban cambiando desde una condicin inferior a una superior (p.ej. Engels1971; Morgan 1987). El problema que estas teoras planteaban a los antroplogos era laaceptacin implcita de un concepto de progreso ligado a la cultura, con sus consecuentes

    prejuicios etnocentristas, clasistas y racistas, manifiestos en sus tipologas que consigna-ban desde sociedades primitivas hasta la civilizacin. Comprometido con un profundorelativismo cultural, Boas (1947) y sus discpulos rechazaron el evolucionismo, lo que seconvirti en un eje para el desarrollo de la antropologa norteamericana (Trigger 1992).Pero, el cambio hacia la complejidad era evidente en el registro arqueolgico y no podaser simplemente negado o desdeado.

    As, una nueva generacin busc rehabilitar la idea de progreso, sin su cargavalorativa y bajo el lenguaje cientfico de la evolucin unilineal (Childe 1988; White1982). En este caso, la evolucin era considerada una cualidad potencial de todas las

    comunidades humanas relacionada con el conocimiento acumulativo en el dominio de lacultura sobre la naturaleza a travs (segn cada autor y su postura poltica) del desarrollotecnolgico o la captacin de energa. Un aspecto relevante al respecto, es el cambio de la

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    idea de progreso. Los tericos propusieron que el avance tecnolgico y no biolgico era lacausa del desarrollo humano y, por lo tanto, de una mayor complejidad social y poltica.Este progreso tecnolgico, adems, tena la virtud de proporcionar una explicacin direc-ta y concreta para el cambio econmico: la humanidad inventa nuevas tcnicas, algunasde las cuales son aceptadas o rechazadas, y por lo tanto se copian, comparten y permane-cen hasta que invenciones todava ms aceptables las desplazan. De acuerdo con laesperanzadora sentencia de Childe (1975): El hombre se hace a s mismo, dejando hue-llas materiales de este proceso, posibles de ser recuperadas del pasado para comprenderarqueolgicamente a la sociedad (Childe 1960).

    No obstante, tal como lo planteaba White (1982), la reduccin de la evolucin a latecnologa o la energa est demasiado apartada de los datos empricos y sociales. Unasolucin para este excesivo reduccionismo, fue la teora de la evolucin multilineal de

    Stewart (1955), para quien toda transformacin era local ya que la gente al resolver acti-vamente los problemas de la vida cotidiana, al cambiar su comportamiento o rehusarcambiarlo, promova la evolucin. A este proceso local lo denomin adaptacin, y fuea travs de este concepto que la antropologa forj un vasto cuerpo terico que se hadesarrollado hasta la fecha bajo el ecologismo y el funcionalismo. As, ninguna tendenciaintrnseca a perfeccionarse dirige la tecnologa hacia un incremento constante de los nive-les de eficiencia. En consecuencia, los cazadores recolectores pueden permanecer comotales indefinidamente, y los horticultores y pastores pueden permanecer igualitarios y apequea escala pese haber producido energa.

    Los antroplogos que siguieron a Stewart, por lo tanto, se apartaron delreduccionismo tecnolgico de uso de herramientas o energa para crear tipologas de nive-les de complejidad que se centraban cada vez ms en modelos de organizacin social(p.ej. Fried 1967; Service 1975). Consecuentemente, a pesar de que nuestros casos deestudio se encuadran hasta hoy en categoras unilineales (cazadores, recolectores, pasto-res, agricultores, familia, comunidad, tribu, jefatura, seoro, estado, etc.), dichas catego-ras ahora se entienden bajo un esquema multilineal (Flannery 1975). En este sentido,Service y Fried basan sus explicaciones evolucionistas en la emergencia de la estratifica-cin social y el mayor control poltico. De acuerdo con sus tipologas, para uno se trata de

    cmo los lderes toman el poder (Fried 1985), mientras que para el otro el punto es porqula comunidad se lo concede (Service 1975).Algunos tericos (p.ej. Carneiro 1970; Cohen 1981; Harris 1982), exploraron la

    posibilidad de que la evolucin estuviera conducida por la lucha humana para afrontar eldeterioro en la calidad de vida causado por un crecimiento demogrfico implacable, odebido a la extrema desigualdad de clases (Bate 1977; Lumbreras 1994). Desde estasperspectivas, al incrementarse la competencia por los recursos, bienes o capitales, losindividuos deben vivir ms juntos para defenderse a s mismos, a sus alimentos y sustierras. El liderazgo se convierte en una necesidad para el trabajo, la defensa y formacin

    de alianzas, donde el grupo debe emprender proyectos complejos a fin de aprovechar almximo unos recursos menguantes o abundantes. Segn este punto de vista, el crecimien-to de la poblacin y una reaccin en cadena de cambios econmicos y sociales se sitan enla base del proceso. Por lo tanto, la competencia, el conflicto, la violencia y, finalmente, la

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    guerra o la revolucin son suficientes para estimular la complejidad poltica.Lo que resulta llamativo de esto, es reconocer que el recurso de la fuerza para

    alcanzar los intereses y metas de un grupo o clase es parte de nuestra herencia humana(Clastres 1978; Campagno 1998). No obstante, esta forma de explicar la sociedad en unacondicin de conflicto, coaccin y resistencia al orden y al Estado, se entiende mejor siconsideramos que los pueblos tambin han intentado evitar la guerra, crear espacios paci-ficados y controlar sus defectos en una especie de contrato social (Balandier 2004; Elas1994). Si el recurso a la violencia es parte de la caja de herramientas humana, igualmentelo son la cooperacin, solidaridad y generosidad.

    En relacin con la lgica de este orden y desorden, una de las razones aludidas hasido explicar la evolucin por medio de la dialctica entre individuo y sociedad. En parti-cular, se ha supuesto que las personas estn movidas por un inters egosta orientado a la

    adquisicin de prestigio y riqueza. Al contrario de esto, partiendo de los trabajos deMalinowski (1986) que abren la discusin en torno de esta concepcin y en una claraconfluencia con Weber (1964), se plantea que el comportamiento econmico individualse halla ante todo motivado por valores que no se originan en el propio inters material delsujeto, sino en una matriz social y cultural de compromisos y creencias. Desde la perspec-tiva de la economa substantiva de Polanyi (1976), entonces, se definen tres formas funda-mentales y complementarias impuestas por la sociedad: la reciprocidad, la redistribuciny el intercambio. En este sentido, los individuos no hacen clculos necesariamente racio-nales de su propio inters cuando se hallan confrontados con una serie de expectativas

    sociales, no escogen sino que siguen normas que se desenvuelven desde lo domstico a locomunitario (Godelier 1967; Meillassoux 1982). No obstante, el formalismo opina quelos individuos s racionalizan el beneficio a obtener, incluso detrs de conductas que aprimera vista parecen absurdas como tener animales sagrados, grandes banquetes, des-truccin de riquezas, guerras rituales, tabes alimenticios, entre otros (Harris 1993).

    En definitiva, cada grupo humano existe en un medio de posibilidades y restriccio-nes y cuenta con determinadas tecnologas para cubrir las necesidades bsicas de su po-blacin. La organizacin social, intrnseca a este proceso de produccin, est caracteriza-da por una divisin del trabajo y mtodos o medios para obtener, modificar, almacenar y

    compartir recursos. Es preciso, en consecuencia, afrontar y resolver esta tensin sobre elacceso a los recursos interna y externamente. A medida que aumenta la escala, rasgoscomo tecnologa, organizacin, produccin y competencia, desembocan en regmenes deliderazgo y desigualdad. Y en todos los niveles, adems, las prcticas e instituciones sesantifican mediante mitos, rituales, tabes y otros medios de invocar el respeto reverenciala fin de normalizar, vigilar y castigar el comportamiento social (Balandier 2004; Foucault2002).

    En este sentido, retomamos la discusin en la direccin ms poltica ya trazada porautores como Fried (1967, 1985) y Service (1975), as como por otros (Cohen 1978;

    Gellner 1997), con respecto a las relaciones econmicas y de poder, y su simbolismo, paraentender la complejidad y su evolucin. Siguiendo a Johnson y Earle (2003), la capacidadsimblica y prctica de la cultura permite una solucin nueva, poderosa y decisiva aldilema de la lucha por la subsistencia (Hardin 1968; Sahlins 1972, 1977), dndole su

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    carcter eminentemente social a este proceso. A travs de medios simblicos (Cohen 1978),codificados como normas de buena y mala conducta, incorporados en identidades como elclan y el linaje, parentescos ficticios y unidad tnica, emocionalmente basados en el res-peto y la solidaridad, las personas son capaces de tratar a los parientes lejanos y los extra-os con algo del mismo respeto que hacia s mismos. Entonces, una solucin prctica paralos miembros de estos grupos frente a una situacin de confusin, es la de observar uncdigo de conducta que los regule a todos y proteja los recursos comunes. Por consiguien-te, se debe castigar a los violadores del cdigo, ya que slo a travs de la elaboracinpoltica de instituciones, la constitucin de la propiedad y normas para controlar la subsis-tencia, las nuevas comunidades pueden mantenerse en este medio competitivo.

    Cabe, en suma, calificar de economa poltica a esta institucionalidad (Blanton etal. 1996; Earle 1991; Nielsen 1995), que al solucionar problemas de la economa de sub-sistencia (Sahlins (1977) con la opulencia primitiva, Hardin (1968) con la tragedia delos comunes), comienza a crear nuevas formas de complejidad que toman vida por smismas. Como ejemplo de este proceso, Hardin (1968) plantea que cuando la tierra uotros recursos se poseen en comn, como pudo ser en un contexto final del Arcaico oFormativo, termina producindose graves daos porque los individuos no consideran quevaya en su propio provecho proteger dichos bienes, desatando el desastre econmico acausa de la sobreexplotacin que degrada los recursos compartidos. A la par, se producela tragedia social debido a que es factible el surgimiento de la propiedad privada con susconocidas consecuencias de inequidad, pero en estos contextos los individuos considera-rn producto racional del inters por conservar sus recursos.

    Sin embargo, para avanzar an ms en esta explicacin materialista (Stanish 2003),una de las vas que ha explorado actualmente la arqueologa corresponde a los estudios deestructuracin social, identidad y etnognesis (Buikstra 2005; Giddens 1994; Hernando2002; McGuire 1983), intentando comprender estas contradicciones entre individuo, so-ciedad y sus lgicas de concebir la naturaleza, ocupar el espacio y estar en el mundo. ParaHernando (2002), el modo en que se construye la identidad tiene que ver con el mecanis-mo por el cual cada grupo humano contempla como realidad, interpretndola, slo unaporcin de las infinitas dinmicas de la naturaleza en la que estamos insertos. Es decir, quenuestra idea de quines somos y dnde estamos depende del control material que tenga-mos sobre nuestras condiciones de vida y se construye a travs de la seleccin de determi-nados fenmenos de la realidad mediante su inclusin en un sistema de orden determina-do por los parmetros tiempo y espacio (Hernando 2002:206).

    Obviamente, estas variables abren la posibilidad a un anlisis arqueolgico, ya quela estructuracin de la sociedad slo puede entenderse a travs del modo en que los indi-viduos representan su realidad, es decir, cmo la materializan y simbolizan. Siguiendo ala autora, por lo tanto, para entender cmo construimos esa realidad, nuestro lugar en ellay la identidad respectiva, es necesario estudiar cmo representamos el espacio y el tiem-po. Los seres humanos vivimos en un mundo tan complejo, tan dinmico y con tantasfacetas que a partir de determinado momento de la evolucin logramos utilizar smbolospara disear universos a la medida de nuestras posibilidades de actuacin y control, dondenosotros de una u otra manera podamos ser la referencia y el agente (Bourdieu 1977).

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    Consistente con este argumento sobre la estructuracin individuo y sociedad, in-tentamos comprender el Formativo, entendiendo que el cambio econmico o el avancetecnolgico, por ejemplo la agriculturizacin, no son mera causa del cambio social vistoen la arquitectura aldeana. Se trata, ms bien, de la expresin de un proceso en que losindividuos seleccionan la informacin que pueden atender y es posible de interpretar enfuncin de insertarla en un universo de sentido, de carcter comunitario pero constituidopor fuerzas opuestas y diversas como la individualidad misma, delimitando espacio ypropiedad. La agricultura como cambio econmico y la vida aldeana no son variables enrelacin de causa y efecto de un fenmeno natural, sino la naturalizacin de unapraxissocial que adquiere calidad de momento y monumento histrico (Le Goff 1991). As, almenos estos dos hechos son una demostracin emprica de que las sociedades en cuestinestn vivenciando fuertes tensiones en su seno, las que conllevan a la negociacin y dispu-

    ta de los medios simblicos que representan ese tiempo y espacio (p.ej. trazados aldeanos,monumentos funerarios, usos cermicos, diseos textiles), optando por alguna clase deacuerdo social a favor pero sobre los individuos.

    De esta manera surgen actos de fundacin de nuevas identidades y otros rdenes,posibles de reconocer en las prcticas de identificacin que observamos en las expresio-nes materiales que llamamos estilo, sobre el cual la arqueologa ha reflexionadosistemticamente (p.ej. Conkey y Hastorf 1990; Dietler y Herbich 1998; Plog 1983; Sackett1977; Wiessner 1983). Por lo tanto, el estilo puede considerarse dentro de un proceso decambio como parte de la estructuracin y etnognesis de una sociedad distinta (Buikstra

    2005), donde convergen y se comprenden situaciones de transformacin econmica, des-igualdad social y una concepcin diferente del individuo en sociedad a travs de rasgosbiolgicos, nuevas tecnologas, patrn de asentamiento y manifestaciones ceremoniales(p.ej. dieta, deformacin craneana, vestuario, metales, arquitectura domstica y ceremo-nial, prcticas mortuorias, iconografa, etc.). Sin duda, todas estas materialidades son co-munes en el registro arqueolgico, sin embargo, su tratamiento en un contexto especficobajo esta perspectiva as como un manejo especializado y multivariado de los datos po-dran generar resultados fructferos para el estudio del Formativo.

    Palabras finalesAl amparo de este marco terico del pensar-social, proponemos un enfoque que

    a futuro permita interpretar evidencia emprica novedosa, repensar la existente as comoprofundizar en la especificidad de este perodo, a la vez que capaz de introducimos en ladiscusin del Formativo de los Andes Centro Sur. Para nosotros, lo anterior se vuelve anms relevante cuando consideramos que la rica evidencia agrcola y aldeana de Tarapac,apoyada en la alta calidad de conservacin de su material arqueolgico local y forneo,ofrecen una oportunidad nica para el estudio de un potencial todava escasamente apro-vechado debido a notables vacos temporales y temticos en la investigacin de este terri-

    torio, centrada casi exclusivamente en el curso bajo de las quebradas de Tarapac (Nez1979, 1982, 1984) y Guatacondo (Rivera 1985; Rivera et al. 1995-96), o en la costa dePisagua (Aufderheide et al. 1994). Por otra parte, debe considerarse que en Arica los

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    estudios se han centrado en los contextos funerarios (Muoz 2004; Romero et al. 2004),en Tarapac la atencin ha estado puesta principalmente en el tema agrcola pococontextualizado (Meighan y True 1980; Nez 1979), en Ramaditas se centra con el mis-mo enfoque en la metalurgia (Rivera et al. 1995-96), en Quillagua ha importado lainteraccin entre zonas de frontera (Agero et al. 2006), mientras que en Pisagua se enfatizasobre las migraciones (Aufdherheide et al. 1994). Un poco ms lejos pero no por esomenos desconectado, en Atacama se mantienen las discusiones cronolgicas y el nfasissigue puesto en la domesticacin de animales (Nez 1994), siendo la agriculturizacin yla vida aldeana temas paralelos e inconclusos (Agero 2005; Nez 2005), asignando unrol demasiado especial a una especializacin, todava hipottica, de los movimientos decaravanas y la minera (Llagostera 1996; Nez y Dillehay 1995).

    Por lo tanto, y sin desvalorizar estos estudios, estamos seguros que investigando el

    perodo con un enfoque holstico (Scarbourough 2006), que realza la dialctica entre indi-viduo y sociedad, las capacidades de agencia y estructuracin, el manejo econmico ysimblico como partes del mismo proceso de cambio social, podremos dar respuestassubstantivas y brindar una comprensin alternativa con respecto al Formativo del NorteGrande de Chile.

    Agradecimientos. A Simn Urbina, Magdalena Garca y Alejandra Vidal, mis alum-nos, ayudantes y colegas que me han apoyado incondicionalmente en esta reflexin. Estetrabajo ha sido financiado por CONICYT Chile, proyecto FONDECYT 1030923: El

    Complejo Cultural Pica-Tarapac. Propuestas para una arqueologa de las sociedades delos Andes Centro Sur (900-1540 DC).

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