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EL ESTAD O ARGARI CO Vicente Lul l(') Rober to Ri sch (Z) El concepto "Estado» define una entidad históri ca cl ave, s uj eta a un enconado debate fi losófi co y pol ítico que hu venido desarroll á nd ose e ll Occide nte desde hace más de 2.000 rulos. El de bate siemp re tll\'O como protagonistas a pensadores, científicos y políticos alineados en sistemas es- tatales, por lo que la s intenciones del mismo nunca resul- UlIl estrictamente explica Liva s y mejor podrían ser conside- radas legitimadoras o deslegitimadol'as, según los deseos políticos que cada cual pretend ía defender. Las diferentes nociones de Es tado han cobrado senti- do a la luz de las diferentes id eologías que las ha ll a us pi - ciado y que subyacen en lOdas las propuestas teórico-polí- ticas, fácilment e reconocibles históricamente desde los mo- delos clásicos hasta el pensamiento político actual. De to- das las perspectivas implicadas en la n es is del concepto destacaremos a continuación la s que consideramos deter- minant es en nuestra percepción de esa específica realidad hi stórico-política. Más adelante resumiremos el uso del con - ce pto en arqueología y des pu és estableceremos la defini ción de Estado que def endemos a quí , usí como sus implicacio- nes arqueológicas. Por último, desarro ll aremos las eviden- cias que creemos nos per miten sugerir como es tat al una formación económico-social, El Argar, objetivo último de este artícul o. LA NOC ION DEL ESTADO D ESDE EL PENSAMIENTO CLAS ICO HASTA LA I NVESTIGAC ION AH QUEOLOGiCA El binomio Orden-Buzón constitu ye el eje de sentido más caracterís ti co del concepto Es tado en el pensamiento occidental. Así, desde /..0. Re pública ° el Estado de Platón hasta Filosofia del Derecho de Hegel, el Est.ado implica y expli ca la organización política s racional posible, has- (1) Universitat Autónoma de Burcelon a. (2) Becario Postdoctoral . ll a li sta i Roca. de la Ceneralitat de Calalllnra. IfERDOLAY Mt:1IC1A P&p. 97· 109 Lo propitdad priooda ma/erial. dirtelamen/t Wllible. e, la e:rT"-e, ión ma/erial)" ttn,iblt de la dda h"mall" enajenada... C. Ma rx " Obm, filolÓfic/U la el extremo de ser cons id erado una nccesidad e xi stencial del ser humano , garante exclusiva de progreso, como que- da plasmado en el / .-eviathan de Hobbes. Junto a es ta pers- pectiva que sc ha malllenido hasta nu es tro días, el sentido de Estado ha ido enriqueciéndose con diversos matices, e in cluso nu evas propu estas, que recalcaban que el Estado era, en mayor medida, el producto de una decisión social. De sde Rousseau y su Con trato Social hasta Haberma s, tal decisión social cobraba lugar cuando no exisúan otros re- . c ursos p ara mitigar las desigu aldad es económicas y/o so- cia les generadas por una detenninada evolución de las so- ciedades humana s. El último gran modelo político de Estado procede del marxismo, para el que el Estado representa una in stitución que garantiza y perpetúa la propie dad privada, la existen- cia de clases sociales y, por ta nto, la explot ación. Con ello, el sesgo de raciona li dad quc se quería vcr detrás de la ins- titución y que teilla las viejas propuestas e ntr ó en crisis. Estas fonnas de definir y expli car el Estado perviven todavía, traspasan el pensam iento político actual de fonna más o menos explícita y han entrado a fonnar pane de mo- delos particulares y disciplinarios subsidiarios propuestos, por ejemplo, desde la sociología, la antropo logía o la ar- queo logía. Las teoría s voluntaristas, int egracionistas o de conflicto, junt.o a otras teorías de cambio endógeno, exó- Reno o de otro orden (3 l , continúan destilando, reproducien- po o, en el mejor de los casos, matizando, los mismos mo- 'delos básicos, y muestran que el Estado no es sólo un ob- jeto de estudio, sino también, e inevitablemente, un deba- te ideológico en el que refl exionamos sobre nuestra propia existencia política, social e individual. Como historiadores o arqueológos creemos que, dado lo expuesto, el único análisis científico posible del Estado ((3) Véansc entre otros los trabajos dt Fried (1967), Cameiro (1970), Serviee (1975), Eder (1 980 ), Haas (1982 ) y Wason ( 1991 ). 97

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EL ESTADO ARGARICO

Vicente Lull(') Roberto Risch(Z)

El concepto "Estado» define una entidad histórica clave, sujeta a un enconado debate filosófico y político que hu venido desarrollándose ell Occidente desde hace más de 2.000 rulos. El debate siempre tll\'O como protagonistas a pensadores, científicos y políticos alineados en sistemas es­tata les, por lo que las intenciones del mismo nunca resul­UlIl estrictamente explica Livas y mejor podrían ser conside­radas legitimadoras o deslegi timadol'as, según los deseos políticos que cada cual pretendía defender.

Las diferentes nociones de Es tado han cobrado senti­do a la luz de las diferentes ideologías que las hall auspi ­ciado y que subyacen en lOdas las propuestas teórico-polí­ticas, fácilmente reconocibles históricamente desde los mo­delos clásicos hasta el pensam iento político actual. De to­das las perspectivas implicadas en la génesis del concepto destacaremos a con tinuación las que consideramos deter­minantes en nuestra percepción de esa específica realidad histórico-política. Más adelante resumiremos el uso del con­cepto en arqueología y después estableceremos la definición de Estado que defendemos aquí, usí como sus implicacio­nes arqueológicas. Por último, desarrollaremos las eviden­cias que creemos nos permiten sugerir como estatal una formación económico-social, El Argar, objetivo último de este artículo.

LA NOCION DEL ESTADO DESDE EL PENSAMIENTO CLASICO HASTA LA INVESTIGACION AHQUEOLOGiCA

El binomio Orden-Buzón constituye el eje de sentido más característico del concepto Estado en el pensamiento occidental . Así, desde /..0. República ° el Estado de Platón hasta Filosofia del Derecho de Hegel, el Est.ado implica y explica la organización política más racional posible, has-

(1) Universitat Autónoma de Burcelona. (2) Becario Postdoctoral . llalista i Roca . de la Ceneralitat de Calalllnra.

IfERDOLAY :\~ 11 Mt:1IC1A P&p. 97· 109

Lo propitdad priooda ma/erial. dirtelamen/t Wllible.

e, la e:rT"-e, ión ma/erial)" ttn,iblt de la dda h"mall" enajenada ...

C. Marx " Obm, filolÓfic/U ~

la el extremo de ser considerado una nccesidad existencial del ser humano, garante exclusiva de progreso, como que­da plasmado en el /.-eviathan de Hobbes. Junto a esta pers­pectiva que sc ha malllenido hasta nuestro días, el sentido de Estado ha ido enriqueciéndose con diversos matices, e incluso nuevas propuestas, que recalcaban que el Estado era, en mayor medida, el producto de una decisión social. Desde Rousseau y su Contrato Social hasta Habermas, tal decisión social cobraba lugar cuando no exisúan otros re- . cursos para mitigar las desigualdades económicas y/o so­ciales generadas por una detenninada evolución de las so­ciedades humanas.

El último gran modelo político de Estado procede del marxismo, para el que el Estado representa una institución que garantiza y perpetúa la propiedad privada, la existen­cia de clases sociales y, por tanto, la explotación. Con ello, el sesgo de racionalidad quc se quería vcr detrás de la ins­titución y que teilla las viejas propuestas entró en crisis.

Estas fonnas de definir y explicar el Estado perviven todavía, traspasan el pensamiento político actual de fonna más o menos explícita y han entrado a fonnar pane de mo­delos particulares y disciplinarios subsidiarios propuestos, por ejemplo, desde la sociología, la antropología o la ar­queología. Las teorías voluntaristas, integracionistas o de conflicto, junt.o a otras teorías de cambio endógeno, exó­Reno o de otro orden (3l , continúan destilando, reproducien­po o, en el mejor de los casos, matizando, los mismos mo­'delos básicos, y muestran que el Estado no es sólo un ob­jeto de estudio, sino también , e inevitablemente, un deba­te ideológico en el que reflexionamos sobre nuestra propia existencia política, social e individual.

Como historiadores o arqueológos creemos que, dado lo expuesto, el único análisis científico posible del Estado

((3) Véansc entre otros los trabajos dt Fried (1967), Cameiro (1970), Serviee (1975), Eder (1980), Haas (1982) y Wason (1991 ).

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debe ser emprendido desde dos campos de actuación. El primero, desde el plano conceptual, debe basarse en una crítica permanente del conceplO en dialéctica con la histo­ria que ha ido constituyendo y diseminando su sentido. El segundo, desde un mélOdo de análisis social basado en la investigación de la materialidad socialc") de las distintas re­alidades históricas plegadas al Estado y que, en nuesuo ca­so, efectuaremos desde una perspectiva específica materi a­lista-histórica y sobre un caso concreto, El Argar.

¿Qué ha aporl,aclo la investigación arqueológica sobre el conceplO Estaclo? Posiblemente, uno de los mejores en­sayos sobre el Estaclo rea li zado desde la arqueología con­ti núa siendo el modelo de «Revolución Urbana » desarro­llado por Childe (1934, 1936). En él se articulan los fac­lOres ecológicos, avances I,ecnoeconómicos y desarrollos so­ciales que desembocaron en la aparición de las primeras sociedades de clase del Próximo Oriente. La manera en que son imbricadas las diferentes variables y la fonna en que es utilizado el principio de causalidad penniten considerar co­mo modélica esta propuesta de análisis histórico, ya que continúa todavía siendo el puma de referencia para la in­vestigación de los primeros estados orientales.

Después de Childe habrá que esperar hasta la llama­da «Nueva Arqueología» anglosajona, para que en nuestra disciplina se retome el debate sobre la problemática acer­ca del origen de las sociedades estatalesPl.

La Social Arc/weology propuesta por Renfrew (1984) supuso una imporuinte inflexión que hizo derivar el deba­te hacia lIuevos terril,orios. El objetivo era explicar el fun­cionamiento socio-político de las comunidades de la prehis­toria reciente europea a partir de la premisa de que los «procesos» de occidellte nada tenían que ver con el desa ­rrollo oriemul Mientras los palacios minoicos y micénicos suponían formaciones de Estado desde una dinámica eu­ropea específica, gran parte de las comtuüdades del IlJ Y JI milenio pasaron a ser explicadas a la luz de las nuevas ca­tegorías de «sociedades jerarqu izadas» y de «jefaturas» y a la sombra de modelos explicati vos procedentes de la an­uopología funcionalista. Según esta propuesm, desde las is­las Oreadas hasla Malta o desde Almena hasta Varna se de­sarrollaría un cúmulo de comunidades que podrían ser cla­sificadas en tul escalón de organización social inferior al Es­tado y que, en ocasiones, se situaría en la misma «escalera» hacia él. Estas jefaturas responderían a desigualdades so­ciales más limiT.adas que quedarían restringidas a cuestio­nes de prestigio, rango y/o esta tus sociopolíticos diferen ­ciados, frente a los procesos de explotación económica ins­titucionalizada, propios de las formaciones estatales.

En los modelos funciona listas, la organización de je­faturas representa una ventaja adaptativa en térnlinos de «prosperidad» económica y «efectividad» política frente a situaciones de iJlcremcnto demográfico o dificultades eco­lógicas. Sin embargo, el propio Jefe, en general, no se be­neficiaría económicamente de es ta situación, dado que su posición sólo se juslinefl por conceptos liberales como

(i ) Manifeslaciones Ilsicas COI)«nlielues a las condiciones objelh'as de la ,í­da social (véase Caotroet ul. 1996).

(5) Por ejemplo. f-llllU"lery ( 1975) o RenfTu.' ( 1972).

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«prestigio» O «estanIS». Su función es organizar, movilizar y distribuir recursos, pero no explotar a la población que los genera. Plantear la formación de la autoridad central como un beneficio para el desarrollo social significa aClua· lizar el pensamienm de I-Iobbes y su justificación del abso­lutismo en el siglo XVII. Enfatizar la distribución de bienes como el principal mecanismo para el progreso material de una sociedad, implica obviar, al estilo del economicismo li­beral , los costes sociales y medioambientales que supone la producción de los bienes que deben ser distTibuidos por au­toridad del Jefe . Por último, resulta peligroso defender una probable relación de explotación económica en términos de prestigio o esta ru s, dado que se confunden legitimación y causa lidad de un poder centralizado y personalizado. Se tra ta de conceptos interesados de la investigación que re­presentan supuestos sobre la psicología del poder intu ido en otras sociedades.

En cualquier caso, el modelo de Jefaturas obvia iu ­rencionadamente las causas de tal organización política ba­jo In asunción de las diferencias individuales y evita abor­dar si tales diferencias tuvieron raiz socioecononómicu. Creemos que res ulta evidente que si un individuo es elegi­do para organi zar o articular una realidad social detenni­nada, tal decisión es un hecho social que no implica dife­rencias en la sociedad. Si por contra, los Jefes se a Uloinsti­tuyen, los mecanismos de coerción preexisten en la desi­gutlldad social que sanciona el hecho diferencial. Sólo en el segundo caso nos encontraríamos ante sociedades disimé­tricas y de clase que estarían configuradas mediante inst.i­tuciones que las avalnrían y que constituirían inequívoca­ment.e emidades estatales. Por ello, resulta necesario dife­renciar entre fo rmas de gobierno y estructura social. Una jefatura que se beneficia y/o implemen.l3 sistemas de ex­plotación económicos podría ser considerada un u fOlma de gobierno estatal, en cambio, una jefa tura sin una npropia­ción del trabajo social estaría más próxima a sociedades sin clases. El término, por tanto, se ajusta más a un califica ti­vo de las maneras de gobernar que a una definición de es­tructura social{6).

Si observamos la información empírica, todos los gru­pos arqueológicos europeos que han sido incluidos bajo ese epígrafe presentan importantes diferencias si se analizan en detalle, con lo que la nueva etiqueta pierde valor por ex­tensión y el modelo cobenor de Jefaturas resulta excesiva­mcnte simplistll para acometer el estudio de los fenómenos observados.

Por otra parle, la in vestigación en otros lugares del mundo, como en A.frica o Polinesia (p.c. Ten'uy 1979; Ear­le 1978), ha reconocido fonnas de organización social que no se ajustaban al modelo de Estado oriental de Childe ni tampoco al modelo antropológico clásico funciona lista de jefaturas(7

). La confusión académica producida por eSla en-

(6) Crecmo;; que éSle es el argumelllo (Iue e;.;plica el origen de la ambigücdlld dellénu;no y pTCI\"OCII las IIctuales oonlTO,·ersias en arqueología y IInITO­IlOl0f,· ... Incluso aUlores como Can.eiro ( 1981) o Sen·ice ( 1975) admitc'l que IIJ direreucias enlre JeflltUras y Eslados son básiCII.tnenre cua,ui l8tj· vas. mÁs que cualilllli,·as. Los rasgos defi nidos como call1ClerislÍC05 en las Jdalunu se manlienen con el ESlado.

(7) En relación 11 esla polémica en arqueología ,·éllse. por ejellll)10, l'offee ( 1993).

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crucijada entre teorías políticas del Estado, modelos antro­pológicos y la equiparación arqueológica entre el Estado como entidad yel estado oriental o arcaico como su mode­lo, intentó resolverse con un nuevo concepto, el de «com­plejidad social •.

En general, 'complejidad social' es una expresión que alude a LOda fenomenología transicional que devenga de lo simple definido en un modelo previo tan difícilmente ex­plicable como su propio devenir y que se ha aplicado a un ambiguo y amplio eSLadio social:

It seems appropiate to designate as 'comple.y;' al! jorms oj society tllat exisl.ed between primit.íve society and arcllaic civilisaúon (Sagan 1985: 20).

Los límites entre lo «complejo. y lo «primitivo., por un lado, y lo «civilizado», por otro, suelen evitarse(8) por lo que la designación de cualquier fenómeno como «comple­jo» ahorra intencionadamente el esfuerzo investigador y re­flexivo necesario para conoccr fonnaciones sociales que no se adaptan a normativas modelizadas de la supuesta socie­dad primitiva ni, por supuesto, de los estados arcaicos. Adcmás, continua obviándose la cuestión clave de la desi­gualdad social

En cualquier caso, la arqueología sigue careciendo de propuestas wóricas y metodológicas para la investigación dc la desigualdad social y de su relación con los conceptos de Estado, Jefatura o Complejidad Social. La relación en­tre las distimns materialidades empíricas de la prehistoria reciente y los modelos explicativos sigue sin estar axioma­tizada, por lo que las hipótes is de sociedades estatales sue­len chocar con las hipótesis de jefaturas y/o de sociedades complejas importadas desde la antropología. Todas ellas permanecen en la literatura arqueológica invadiéndose o solapándose y produciendo una investigación arqueológica estéril, rcdundan te y ambigua en su uso académico.

Dado que nuestro deseo es abandonar debates confu­sos y evitar dudas terminológicas, creemos que el punto de partida para proponer una teoría arqueológica del Estado debe ser el análisis de la desigualdad social y el estudio de las formas que ésta adquicre en las distintas prácticas so­cio-parentales, socio-económicas y socio-políticas concre­tas (Castro el al. 1996).

A continuación, desarrollaremos sintéticamente el concepto Estado desde una perspectiva materialista y, pos­teriormente, intentaremos detenninar hasta qué punto es posible dar sentido desde la arqueología a dicha entidad histórica, centrándonos en el caso del grupo argárico.

Entendemos el Estado como el resultado de una de­terminada trayectoria social que se caracteriza por la ins­titucionalización, afirmación y manlenimiento de diferen~

cias socioeconómicas en el seno de la sociedad. El Estado es una manifestación, a la vez que un producto, de la exis­tencia de diferencias irreconciliables de intereses en el se­'no de la sociedad, es decir, la perpetuación de las contra­dicciones de clase. El Esrado aparece en el lugar y el mo-

(8) Son poco frocuentes los trabajO/; en los que el conr~pto es dcfinido uplí­d tamente (Chapman 1990) y aplicado de una fomla rigurosa.

mento en que las contradicciones de parentesco son eleva­das a un nivel social global. La primera forma de explota­ción socio-parental es transformada a la vez que manteni­da en una triple explotación económica , social y politica propia de los estados.

La función del Estado es, en primer lugar, garantizar los intereses de la clase dominante y frenar la lucha de cla­ses (Engels 1975: 175)(9), a la vez que mantener la dife­renciación sexual en el grado que marquen los intereses de clase defendidos. El Estado es una «máquina para repri­mir la clase oprimida y explotada», una «fuerza cohesiva de la sociedad civilizada» (Engels 1975: 179), un órgano de dominación de clase y de opresión de una clase por otra, una juerza especial para la represión de la clase oprimida (Lenin 1976: 7 y 19)(10). Con la aparición del Estado, la clase económicamente dominante también se convierte en la clase políticamente dominante (Engels 1975: 175)(11 ). Aunque explotación ecsnómica y coerción social existen en multiples sociedades, con la aparición del Estado adquie­ren formas de expresión específicas, como trataremos de mostrar a continuación. Estas formas específicas son las que justifican considerar el Estado una categoría de aná1i~ sis histórico y las que nos interesan para entender el deve­nir y el funcionamiento de nuestro propio sistema social, político y económico.

LA COERCION SOCIAL EN LOS SISTEMAS ESTATALES

La categoría central del Estado es el poder, el cual, fren­te a otros tipos de poder, se convierte en podcr instituciona­lizado y legitimado, más que monopolizado. El Estado de­tennina qué fonnas de poder son legítimas en la sociedad y regula el derecho a la coerción social y a la coacción física. Para ello ha expropiado previamente los medios materiales de coacción disponibles. El podcr de coacción legítimo, o fuerza pública (que es todo menos «pública»), resulta indis­pensable para amortiguar las diferencias de clase. Ello sig­nifica que no puede haber una población annada, sino des­tacamentos o segmentos de población especiaJizados de hombres annados que tienen a su disposición cárceles y otros implementos(t2). Para poder mantener esa fuerza o este po­der publico especial son necesarios los impuestos y la deuda pública (Lenin 1976: 9-11 ). Estos impuestos penniten me­diante juncionaáos el mantenimiento del poder institucio­nalizado. En el Estado nos encontramos, por 10 tanto, ante una concentración y especialización del poder, de la coacción física y de sus mcdios materiales . Fuel7.ll pública y fuerza po­lítica se convierten en inseparables y confonnan, junto al control económico, cl poder de clase.

El poder del Estado no sólo se expresa por medio de la explotación económica y su correlato de coerción social,

(9)

(10) (11 )

(12)

E~¡gels, El Qn"gen de la f a/llífía, la Propiefiad prÍl'(ula y el EA/ado; prime· ra edición alemana en 1884. Lenin, El e8/ado y la rel'()lución; edición original en mso 1917. Vease también Marx, CrÍ/ica de la Filosofía de Es/ado de Hegel ( 1978; manuscritO/; (le 1843 publiClldos en 1927), Marx. Crí/iea de1I)/'Ogroma de Ca/ha (1975a; publicación original en alcm1Ín 1891). O en su defecto, el Estado se alTQga el derecho de movilizar oportuna y puntualmente a los segmentos de la población que desee y para los f¡1l~ que imponga.

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sino también por la coacción psíquica que conlleva. Ta nto Weber (1944){!3l, a partir de su reflexión sobre las catego­rías de poder y dominación, como Cramsci (197 1), en su reconocimien to de la diferencia, a la vez que dependencia entre sociedad civil y sociedad política, abordaron la pro­blemática dc que Sociedad y Estado están unidos y a la vez separados. Para Gramsci, aboür el Estado no significa úni­camente socia li zar los medios de producción para superar la sociedad de clase, sino también socializar la vida políti ­ca. Se trata de reabsorber el Estado por parte de la sociedad civil. Para evitar este dcsarroUo, una parte importante del ESlado la constituye el aparato de hegemonia, que implica toda IDla serie de aspectos ideológicos y culturales estatales, como escuelas, organizaciones culturales, muscos, redes de infonnación, instituciones religiosas, y gestión y control de la propia vida de los sujetos. El aparato de hegemonía no se refiere en principio al aparato de Estado, sino más bien a las clases o más precisamente a la lucha de clases. El lugar donde se ejerce la hegemonía es la sociedad civil.

Precisamellle, son las consecuencias subjetivas y psi­cológicas de la formación del Estado, encaminadas a ga­rantizar la obediencia y la swnisión del ser humano por me­dio del sentimiento de miedo e inferioridad, las que se sitú­an en el centro de bucna parte de la investigación social más reciente;como la procedente de la escuela de Frankfurl, el Psicoanálisis o el post-estructuralismo. Estas corrientes de pensamiento han mostrado por diferelllcs caminos que la dominación de Estado está en nuestra mente y, por lo t.a n­to, es reproducida por el individuo. Para que las relaciones de dominación puedan existir y perpctuarse, es imprescin­dible la obediencia debida, que significa interiorizar que la sumisión es una condición necesaria para la supervivencia.

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Cráf. 1: El poder del ESlado ~' sus fonn llS de ~pres ión.

En su forma más física , el poder de Estado instru ­mentaliza armas y otros medios de represión centralizados y legitimados, como cárceles o estructuras defensivas. Por otro lado, C"msd (1971), Jung (1976) o Adorno (1966), entre otros, han manifestado desde diferentes perspectivas, que el carácter de la dominación se expresa cn la propia­materialidad socia l { l~ ) que produce y rodea la sociedad. Por lo tanto, el Estado, a través del poder que ejerce y de la

(13) Edición original en alemán en 1922. (H ) Esle conceplo estÁ desarrollado en Castro el al. 1996.

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obediencia/resistencia que produce en las personas, re­quiere ser analizado a panir de la propia fenomenología de la materia lidad social que implementa y sobre la que ac­túa . La imposición y la normalización del lenguaje, los sím· bolos y las formas o valores estéticos son med ios eficientes pam legitimar el poder, someter a la sociedad y ejercer la coacción psíquica del ind ivid uo.

LA EXPLOTACION ECONOMICA EN LOS SISTEMAS ESTATALES

La inSlitución central del Estado no es el gobierno, co­mo ha sido malentendido algunas veces, sino la propiedad como factor que ni ega lo social, es decir, la apropiación y exclusión de los medios naturales y sociales por parte de un segmento de la sociedad .

En UI1 sentido genél; co se suele denominar «propiedad privada . a esta negación, aunque en ocasiones aparezca de· nominada como propiedad publica. La propiedad pri vada es la expresión más di recta de la apropiación desigual del trabajo humano y de su producto resuham e, y, por lo t.an­to, la causa de la ex istencia de trabajadores/as y no-traba­jadores/as o, dicho de otra fo rma, la causa del desarrollo de una sociedad de c1asel";) (Marx 1975a: 423 SS.){!b). Por el lo, la función del Estado es garantizar legal )' físicamente la propiedad privada de la elase propietaria , sea esta escla­vista, feudal, capita lista, etc. La emancipación del ser hu­mano es la su peración de la prop iedad privada (Marx 1975a: 444), y requiere, por lo lamo, la abolición del Es­tado, como garante de la prop iedad privada(7

).

El análi sis de las cond iciones objct.ivas del Estado im­plica, por 10 tanto, la renexión sobre la aparición de la pro­piedad privada. Aunque la propiedad privada es un con­cepto difícil de concretar en una arqueología sin textos, es posible profundizar en sus condiciones objetivas y en sus consecuencias matc ri ales mediante la investigación del plustrabajo )' la generación de excedentes.

La apropiación de las fuerzas productivas y su trans­fo rmación en propiedad privada cobra sentido en la pro­ducción y acumulación de riqueza y/o en una exclusión de det.erminados sectores de la sociedad de los procesos de producción. De est.a forma el exceden te, emendido como aquell a part.e de la producción que no reviCI1e en forma al­guna en el grupo o ind ividuo que lo ha generado, se con· vien e en un elemento clave para la investigación de las sa­ciedades de clase y, por lo ta nto, del ESlado.

El concepto de plustrabajo y el de excedente como la plasm8ción matcrial del primero requienm un análisis de la producción (social) y del consumo (individual ). Se lra­ta, por tanto, del estudio de la distribución diferencial de

(15) La forma s-ubjeth'{\ de la propiedad pri"ada ti el trabajo. Su {onua obje­li" a el cal)ilal ( ~Iau 1975a: " 33;;s).

(16) Los Manulcrilos ecollómico-filolóficOI dd ario IS .... (ueron publiCados!XN" ,'e;,; primera en alem¡Ín en 1932 .

( 17) ·Con la desaparición de las clases deoapartt/'"rli ine.'iulhlernCfl lC el EsrR­do" (Engels 1975: 177). "Desde el momerno ell {lile ya 1L0eús!a uno cla· se tocial que IllIUlIener oprimida y cuando se 5uprilnnn el dominio de cla­!Ie ~' la lucha poi" la vida ind¡"j¡lual fllndllda t ri la antigua ananl"la de la producción. los connicIO$~' los e.t~ rtsuhantts, no hahrá ~'a liada ( lile

reprimir ni hará falla un poder etipC':cial de reprcsió'l, d Eslado - (Engd s f1 Anli-Oiihring (primera publicación "Iemana 1."01110 libro en 1878), 1987).

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los gastos y los beneficios energéticos y materiales dentro de LUla sociedad . Marx (1959)(18) mostró que existen dos formas básicas para generar excedentes:

1. La producción de plusvalía absoluta, obtenida por medio de un aUlIlento del tiempo de [rabajo bajo condicio­nes lécnicas estlí ticus.

2. La producción de plusvalía rel ati va, que no sólo in ­crementa la producción, sino también la productividad del tra bajo gracias a una mejora de las condiciones técnicas de la producción, cs decir, por un dcsarrollo de los medios de lrabajo.

Grnf. 2: El cxcedtrlle ~ . lA d islancia sociul en lAS formaciones tSlul/Iles.

La generación de excedenles no está vinculada de for­ma exclusiva a la presencia de un Estado. Así, la explo1.a­ción económica y el consumo de la producción subsisten­cial de las mujeres por parle de los hombres está docu­mcntada ya en sociedades cazadoras y reco lectoras. Sólo cuando el excedente deja de ser un bien de consumo di rec-10 y se convierl e en un valor que puede ser gestionado, al­macenado y tra nsrormado en fo rma de diferentes bienes matcriales o servicios que benefi cian en última instancia a un grupo social delerminado, surge la necesidad de un con­trol instiwcionalizado de la propiedad privada. Si acudi­mos puntualmente a los modelos antropológicos, un big fII(lII o una jefatura no estatal suelen caracteriza rse ¡)Or su capacidad de reciprocidad o redisl"ribución con obligacio­nes que evitan la instnunentalización de excedemes en su propio provecho. En situaciones de ESlado, creemos que la manipulación illt.eresada del excedente conlleva el desarro­llo de un sistema de contabilidad y una noción abstracta de valor del produclo apropiado y gestionado dirigida a obte­ner beneficios especificos de clase. La gestión de la división socia l del trabajo y la insistenciU' en la producción espe­cializada constituyen las forma s IIUí.S senciIJ as para trans­ronnar el excedcl.lt.e c incrementar Sil valor. Aunque la di ­visión social del trabajo, podría mejorar la cohesión de la sociedad , como considera Durkheim (1982)(1"l, o incre­mentar la produclividad, según el plall1eamienl,o de Smiu. (1994)(to), se conviert e inevitablemente en tul mecanismo de explotación cuando aparece el Estado, dado que el va­lor de las cosas puede ser delel1l'Iinado por la elase propie­taria(21). Esta forma de instnllnentalización del excedente

(18) Primera edición origina l en alemán, 1867. (19) Edición original fl'll ncesa de 1893. (20) Edición origirr"1 inglesa dt' 1776.

se concreta materialmente mediante una detemlinada or­ganización espacial de la producción, la acumulación de la riqueza generada o, incluso, de los medios de producción, estra tegias que pueden ser detectadas por medios arqueo­lógicos.

Orra consecuencia de la transformación de excedentes sociales en propiedad es su delimitación temporal yespa­cia l por medio de la herencia y los territorios. En el primer caso la propiedad está vinculada definitivamente a clase so­cinl. En el segundo, la especificidad espacial de la propie­dad, sobre todo en el caso de la tierra , impl ica la existen­cia de terrilOl;OS eSlatales. Estos, frente a otros tipos de te­rril,ori o, constitu yen un espacio más O menos delimitado en el que convergen formas de apropiación y formas de poder que tienen como objetivo garantizar la sociedad de clases. Oc esta manera la «economía nacionnl - , elllendida como sistema de producción, y la «ci udadanía _, entendida como mano de obra sometida, se convierten en elemcntos inse­parables del territorio de un Estado que evitará toda di ­sensión que proceda talUo del exterior como del imedor del mismo.

En suma, podemos sugerir que el Estado representa el desarrollo histórico de una organización política dirigida a mantener la pl'Opiedad privada. En él convergen el poder político, el público y el económko, representado por go­bemmues, runcionarios y propietarios. La aparición del po­der político y público del Estado es consecuencia de una acumulación desigual de los recursos na lu ra les, la fuer.la de trabajo o los medios de producción destinada a la gene­ración de riquezas pan iculares de clase por medio de prác+ ticas socio-económicas dirigidas o, como mínimo, r-utela­das. Por lo tamo, el análisis del Estado presenta dos ver­liellles que suelen ser abordadas de forma separada por las ciencias sociales debido a la carga ideológica del debate. La primera es el análisis del poder, que nos lleva a las impli ­caciones políticas r subjetivas de las sociedades de Estado. La segunda es el análisis de la propiedad privada o, sim­plemente, propiedad , que conduce a las implicaciónes eco­nómicas y objetivas de eSlas ronuaeiones sociales.

ARCAR Y ESTADO

El Argar ha sido considerado una de las fonnaciones económico-sociales más desarrolladas dc Europa entre c. 2250 y c. 1500 cal ANE (Lull 1983; Chaprnan 1990). Mientras que los modelos anglosajones de los 8110S 70 Y 80 siempre enfa tizaron el carácter «complejo- de esta socie­dad relacionado con el desarrollo de «jeraturas_ (Maulcrs 1984a y b; Gilma n 198711 y b), las in vest.igaciones realiza­das en la Península Ibérica sugirieron que lales jeraturas so­portaron diferencias de clase (LuIl1983:456) que se ade­eúan mejor a un modelo de sociedad eSla1ul o pl'Oto-estatal (LlllI y Esté\'ez 1986; Schubart y Arteaga 1986)'t'.!¡.

Cracins a la información obtenjda tras varias campa-

(2 1) Aunque en nueSl ra sociedad de mercado es un delilo ~aherar anificia l­rllCUle" el precio de las cosas, es sabido que consfiru re uno de los meea­nisrnos para que uno,; puedan ennquezerse a COSfft de Ofros.

(22) I'or su proximidad geográfica, eOlwiene recordar que ¡;e ha sugerido la exislencia de !!OCiedft~ I'$fft lft!es en el 11 milenio en las earnpiria5 del AI-10 Cuadalqui"i r (.'iocele 1989)

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ñas de excavación extensiva en el asentamiento de Catas y a la aportada por otras investigacioncs arqueológicas en la zona, como las realizadas en Fuente Alama (Schubart y Pin­gel 1995), Cabezo Negro (Ruiz 1990), Almendricos (Ayala 1991) o en la Ciudad de Lorca, todav1a inéditas, podemos retomar este debate desde un conocimiemo de la mat.eriali­dad social mucho más sólido que en la década pasada.

Hemos visto cómo las condiciones materiales indis­pensables para que se produzca la neces idad de una es­tructura estatal parten de la apropiación socialmente dife­renciada de los productos y de la fuer¿a de trabajo y de la instalación de implementos espaciales y materiales para asegurar la gencración de excedentes.

El análisis de las estrategias de plusvalía absoluta y re­lativa en lUl sistema económico concieme, en primer lugar, a las fuerzas productivas y a su organización por medio de las relaciones sociales de producción. A través de sus indi­cadores arqueológicos, los artefactos (en tanto que instnl­mentas de trabajo o medios de producción), su ubicación en los espacios de producción y la relación entre éstos y los espacios de COlIsml10, podemos dar cuenta de dichus estra­tegias. Además, los artefactos, como instrumentos de tra­bajo, son los que mayores posibilidades tienen de conser­var su estado material, dado que los recursos natura les y los productos de consumo, como materias iniciales y fin a­les del ciclo de producción, se enCllelllran en UIl constanLe proceso de transfonnación IIsica y química.

Los instrwnentos de trabajo, cualquiera que sea su ni­vel de desgaste, suelen ser las únicas evidencias arqucoló­gicas que pueden permitir W1a valoración cualitativa (cómo se ha producido) y cuantitativa (cuánto se ha producido) del sistcma económico y, por lo tanto, acceder al factor trabajo no sólo en su fonna concreta y útil, sino lambién en su for­ma abstracta y productiva (véase Marx 1959: 8 y 55.).

La materialidad social más susceptible de ser utiliza­da como evidencia empírica para este análisis la forman los artefactos líticos. Su variedad morfométrica, geológica y funcional es considerable, y parece que su importancia en un amplio númcro de procesos de trubajo fue destacada. En esta dirección apunta también el buen número de estudios ctnográficos disponibles. Cualquier actividad que implique percusión, abrasión o pulido, o que necesite W1 soporte fí­sico, suele requerir de la implememación de artefactos lí­ticos. Estos también pueden servir para perforar, cortar o talar, al igual que los instrumentos de hueso o metal, y trun­bién para realizar toda W18 serie de trabajos especiaJiUldos de otro orden, como ocurre por ejemplo en los procesos me­talúrgicos (p.e. moldes, yunques, marti llos, afiladores).

La rnultifuncionalidad del repertorio lítico choca con la despreocupación casi absoluta que la arqueología ha mostrado por cste tipo de artcfactos(23l, a pesar de que per­miten realizar: 1. análisis de procedencia y, por lo tanto, de la explotación de los recursos naturales, 2. estudios del ar­tefacto como resul tado de los procesos de producción, y 3. análisis funcionales y técnicos de las actividades en las que

(23) En este panorama 1lÓ1o destacan los hemllln08 Siret ( 1890), tallto por la camidad de maleriale51íticos publicad06 de ¡US ~C8\'acione&, como I>or la atención prebladll a aspecto;; contextllalcl, petrológioos y runcionllles de e;;tos objetos.

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participaron como instrumentos de trabajo. Todos estos factores han sido decisivos para conside­

rar a los artefactos líticos instrumentales un segmento al­tamente relevante de la base empírica que, junto al resto de las manj(estaciones físicas, permite acercarnos más ajus­tadamente a la organización económica de las sociedades prehistóricas del Sudcste de la pcnínsula Ibérica(Z.¡l.

LAS CONDICIONES MATERIALES DE LA PRODUCCION DE PLUSVALIAS RELA­TIVA V ABSOLUTA

Como hemos mencionado más arriba, abordar el t.e­ma de la plusvalía relativa como forma de generación de excedentes inlplica detenninar si duran te El Argar se pro­dujo un aumento de la productividad.

El modelo de división del trabajo de Smilh (1994) va­loraba la especialización y la mejora de la organización es­pacial de la producción como los componemes básicos pa­ra la mejora de la productividad. Esta hipó tesis debe revi­sarse u partir de Mar;\t:: (1959), quien enfatizó el papel de los medios técnicos de trabajo.

En relación a épocas precedentes, las condiciones ma­teriales de la producción argárica mu eSlran una mejora de la productividad en la elaboración de los instrumentos de trabajo líticos en términos de costos de producción y trans­porte, a la vez que a través de un ü~crememo de su efccti­v¡dad. Este logro técnológico es posible gracias a una com­binación de factores.

En primer lugar, la fabricación de herramientas se ha­ce menos laboriosa en términos energéticos gracias a la re­ducción de los trabajos de acabado y a l descenso del volu­men de herramientas más elaboradas(:;!';l . Así, la relación media entre producto (artefacto:a) y fuer la de trabajo (ho­ras: h) es de 1a126.51z y 1a123h dUfalll c el neolítico y el ca lcolítico respectivamente, mientras que durante El Argar el índice es de 1a/8.5h(:l6l . Tendencias idénticas se observan en la industria lítica tallada y en la ósea. Durante El Argar, esta reducción de costos de producción parece afectar de fonna especial a los instrumentos cortatll es -hachas, pun­tas de Oecha e industri a laminar en especial. La táctica de reducir los costos de producción también afectó a la esfera del in tercambio, al quedar prácticamente eliminada la lIti­lizución de materiales alóctonos, independientemente de que afectase a la productividad de los inslTlllnentos(:!7l. Sin

(2 .. ) Beciemcmellle este tema de in,·e¡¡t igación ha sillo al>ordado por uno de nos tro.; (Riseh 1995).

(25) EfI eS tOS cálculos sólo se han tenido en euen111 los IIrtefltctOS macrolítit"Os con huellas de produccióu (instrumentos biselados, l)e rcwore~ espccill li-7.ados, plalluelas COII y ¡ in l)erforación, moldes. pulidore~ COII ranura, ma­za, con elementO!! de enmaugue, ¡llacas discoidllles p.erforadas ~· l1IolillO$), Y no los clast OiS utilizado! en estado natural (la mayoría de los alisadOI"e$ y percutores). La lIIuestra utilizada ha consistido en todo;; los anefactO$ de la prehistoria reciente pl"<l«<kmes de COlllextOS de hábitat del Sude5tc public"'dos hasta elmomellto (Risch 1995: 118-231 ).

(26) Esta estimación ha sido rea lj~lIda a Ilarei r de una revisión deullladll de la iuformación arllllCQlóg1c1l y etnogrMica acerco de los tieml)()s dc apropia· ción de la materia primR, 10.0 esPllcios- lo! tiellll~ ~. IlIs Ié<;nicas de pro­ducción, así como la fu nción de eslOS anefaCIOS. Ello IJerrnitió determinar lO!! 1I!"0CeS03 de producción de los diSlilllos t i~ de ancfactos yestab!ettr sus tiemJlOS de elaboración apro.\ilnados. Teniendo ~n cuenta el ' ·olumm lotal de aneraclos tnllcrolítico.l ¡lUblicados hasla ~I momento se obtiene el riempo medio dc trabajo por IIndltClo en los diSl irltos periodos.

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embargo, en este aspecto también está implicada la estruc­turación política del territorio y de las relaciones de in ter­cambio, como veremos más adelante.

En segundo lugar y desde la perspectiva de su utili­dad , la efectividad de los medios de trabajo mejoró consi­derab lemente con respecto al periodo anterior. En muchos asentamientos se observa una norma li zación del soporte material de los instrumcntos a partir de UIla mayor estan­darización de las rocas utilizadas. La explotación de las materias primas parece ser más selectiva, según las posi­bilidades regionales de cada asentamiento. Asimismo se ha documentado un mayor grado de estandarización de las su­perficies activas, lo que indica la existencia de un uso más especializado de algunos instnunemos(28) . Muchos de ellos representan una novedad entre los medios de producción de la prehistoria reciente del Sudeste y parece que estuvie­sen relacionados con la fabricación o el mantenimiento de herramientas de metal.

Por su parte, la menor imptntancia de las producciones especializadas de instrumentos lítjcos cortantes es también indicio de que acontecieron cambios notables en la esfera de la producción metalúrgica. Así, la sustitución de estas he­rramientas por otras equivalentes de metal ha quedado con­fim18da en el asentamiento de Catas, donde se constata que, entre los niveles calcoLíticos y los argáricos, la proporción en­tre artefactos tallados y tipos de insU"tllnentos líticos experi­menta un pronwlciado descenso (gráf. 3 ). Por otro lado, la mayoría de los escasos útiles de sílex argáricos documenta­dos se aprovecharon para trabajar materias vegetales no le­ñosas (en la siega y la trilla(29)). La presencia de huellas de cortes sob re huesos de animales, conchas y rocas, indica el uso de herrarn.ientas de filos cortantes de otras materias, pro­bablemente de metal. Todo ello sugiere, en contra de lo que se insinúa en otro lugar (Cilman 1987a: 32), que el metal se utilizó también para confeccionar medios de trabajo, per-

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Cráf. 3: Hatio entre artefactos lallaJos y anefactoo macrolíticos por fo ­ses de ocupación del yacimiellto de COlaS.

(27) En Fuente Alamo y en Gatas las materias priulas utilizadas para la pro­d"c.c iÓn de todos los instrumentos de trabajo líticos proceden del bajo Al­manlora y del bajo Aguas en un 97% y un 98% respecth·amcnte, viéu­dose mennada la distribución de sílex para la indust ria tallada y de tOCIlS \"Olciinicas para 11\ producd ón de artefactos de molienda.

(28) Es el caso, p·or ejemplo, de Jos molinos de micaesquisto granalífero con su­perficies activas de perfil trans,·en;.al convexo, de los artefactos abrasivos, tale~ COnlO los alisadores alargados de pizarra con huellas de uso muy es­pedfic~ s y de los pulidores con ranura, además de los moldes; las mazll' de micro-gabro con ranura, la.> plaquetas con~· sin perforaciones, lo. llI~r­lilIos especializados y los "~'unques ~ de roéas duras.

(29) A pan ir de los ~nálisis fu neionales realizados por Vila, Clemente y Ciba­ja (199i ).

mitiendo un aumento de la efectividad de las herramientas y una mejora de la productividad.

La supresión de producciones elaboradas junto a la re­ducción de los costos de producción, la mejora de las ma­terias primas utilizadas y la mayor especialización y diver­siJicación de los instrumentos de trabajo, permite conside­rar que nos encontramos ante «valores de uso .. que mini­mizan su posible «valor de cambio» . El carácter «especial.izado .. de los instrumentos de trabajo argáricos se manifiesta menos por su aspecto elaborado y su forma es­tandarizada que por su uso conCl"eto(30). Esta pauta sólo pa­rece verse invertida en la producción especializada de ador­nos, annas de metal y determinadas vasijas cerámicas cu­yos productos están morfométricamante estanda rizados (Lu ll 1983: 51-208), como comelllarcmos más adelante.

La especialización , relacionada desde Smith (1994) con el aumento de la productividad, suele manifestarse a través de Wla eficaz organización espacial y temporal de las tareas. Durante El Argar se han documentado escasos es­pacios de producción, interpretados en ocasiones como «talleres» de producción de meta1(31). La ausencia de mi­nerales y eSCOlias deja abierta la pregunta acerca de dón­de se realizaba la p ri mera fundición. Esta escasez de evi­dencias directas de producción metalúrgica contrasta con otro tipo de espacios de producción mucho más frecuentes, pero cuya importancia en el sistema argárico no ha sido ad­vertida hasta el momento.

Algunas de las estructuras de ocupación argáricas, co­mo las documentadas en El Argar o El Oficio, destacan por la elevada frecuencia de pesas de telar (Siret y 8iret 1890), pero también se encuentran asociadas a evidencias de otros procesos de trabajo. En el sector septentrional de la «casa A .. de Lugarico Viejo se identificó una anesa donde se fa­bricaban pesas de telar. En el mismo sector del poblado se rea lizaron también otras actividades, como indica la pre­sencia de cinco molinos, un «brazal de arquero» sin tenni­nar, elementos de sílex, cuatro urnas con cereal, etc. (Sicct y Siret 1890: lám. 15 ). La asociación de molinos, ollas de almacenamiento y pesas de telar, además de un gran nú­mero de alisadores y pe rcut.ores, también ha sido docu­mentada en muchas otras estructuras argáricas (Lull 1983: 229-418).

Durante El Argar se documenta un mayor grado de . centralización espacial en relación al procesado de produc­tos subsistenciales, concretamem e de la cebada. En este sentido cabe destacar el elevado número de artefactos de molienda en la «casa C» de lfre, diferentes espacios exca­vados en Fuente Alamo, el espacio 109-210 de la ZC de Ca tas, y, posiblemente, en la habitación del corte 1 del Ca­bezo Negro (Ruiz Parra 1990). En eSla última, excavada sólo parcialmente, se encontTaron cuatTO molinos de mica­esquisto granatífero, de características morfométricas casi idénticas , dispuestos sobre una especie de banqueta. Sa­bemos que en la Bastida, en una sola estructura (dcparta-

(30) Eola tendem;ia general se preselllo en disti.lI1os fornlas r con diferell1e uuell­sidad en CIIda asentamiento y 11 lo largo del tiempo. ESlas disunetnas espa­cio-Ienlpornles ex.istell . pero no serán tratadas en el marco de este trabajo.

(3 1) Es el caso de El Argar y El Oficio (Siret y Siret 1890), LII Baslida (San­la-Otalla el ul. t9i 7) oCobatilla la Vieja (LuIl 1983: 335).

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mento XVIII ), se registraron 17 molinos y en dos estruc­turas aterrazadas contemporáneas de la ladera Sur de Fuente Alamo se encontraron 19 molinos en estado opera­tivo. Los conjuntos de Catas antes citados representan un espacio de molienda anexo ti una zona de almacenaje de grano, de rocas para la producción de molinos, así como de varios molinos operativos (Castro el al. 1994b).

Las evidencias de una acumulación centralizada de instrumentos de trabajo en ciertos depósitos resulta de es­pecial importancia para lUla econooúa excedentaria. En cs­te sentido destaca la estructura documentada en el corte 39 de Fuente Alamo, donde se encontraron 22 molinos en es­tado operativo almacenados en varias pilas. Con tres ho­ras de trabajo estos iJlstrwnentos producirían una cantidad de harina suficiente para alimentar ap roximadamente a unas cien personas al día, si aplicamos parámetros conoci­dos por paralelos etnográficos y reproducidos en trabajos experimentales. En la mencionada «casa C. de lfre ocurría lo mismo con 8 artefactos de molienda (Siret y Siret 1890: lám.17).

Los instrumentos de trabajo utilizados y acumulados en los espacios de producción ponen de manifiesto que el sistema de producción argárico tuvo un carácter radical­mente diferente del calcolítico. Los talleres especializados destinados a la producción secundaria de bienes de circu­lación son sustituidos por los grandes edificios o espacios multiftUlcionales destinados a la producción de bienes sub­sistenciales y de uso y a la acumulación y mantenimiento de los medios de producción básicos. Mientras que el de­sarrollo tecnológico es limi tado en los primeros, los segun­dos suponen una enonne concentración de fuerza produc­tiva. La acumulación de los medios de trabajo y la con­centración de los procesos de producción muestra que no nos encontramos ante espacios domésticos de comunidades autostÚicientes. El potencial de control económico y de do­minación social que implican estos edificios es considera­ble, dado que en estos espacios parece producirse buena parte de los bienes de consumo necesarios para la repro­ducción material del grupo social. Sin embargo, la abun­dancia natural de la maYQría de las maf.erias primas y la sencillez de la producción de artefactos, tales como los mo­linos y las pesas de telar, sugiere que la función de dichas estructuras no residió en el control de estos instrumentos de trabajo, pues también se han documentado en otros espa­cios interpretados como domésticos. Para determinar el ca­rácter social y económico de estos edificios resulta necesa­rio profundizar en los demás factores cconómicos y socia­les.

En este sentido, cabe analizar los indicios que apun­tan hacia la obtención de excedentes por medio de plusva· lía absoluta. Si utilizamos de forma indicativa los datos pu­blicados correspondientes a artefactos líticos procedentes de estructuras domésticas, el aumento del volumen de la producción entre el periodo calcolítico y El Argar es de un 300% . Los registros líticos superficiales y sistemáticos re· alizados en un buen número de yacimientos del llI y II mi­lenio caJ At\lE en la franja ¡ilOral de Murcia y Mmería in­crementarían estos valores. Mientras los restos de instru­mentos de trabajo macrolíticos son escasos o están ausen-

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tes en los yacimiemos calcolíticos, se han cOlltabilizado de­cenas y hasta centenares de ellos en los asentamientos ar­gáricos de altura (véase también Risch y R uiz 1995).

Las evidencias procedentes de los yacimientos exca­vados confirman este cambio cuantitativo de la fuerza de trabajo. Sobre todo en los momentos argáricos avanzados se observa un volumen importante de instrumentos y va­sijas relacionadas con el procesado y almacenado de grano. Los cálcu los que pueden realiza rse con los datos disponi­bles(32) sugieren que tUl asentamiento como Fuemc Alamo podía haber dispuesto de más de 400 artefactos de mo­lienda en estado operativo. En contextos campesinos au­tosuficientes estos medios técnicos garantizarían la ali­mentación de unas 1000 personas (BarrJen 1933; Hunnels 1981; l-IorsfaIl1987) , mientras que en los moUnos estata­les mesopotámicos del III milenio estos valores se duplica­rían y triplicarían (Crégoire 1992). Asentamientos como Calas y Fuente Alamo, cuya extensión superficial ha per­mitido estimar poblaciones de entre 300 y 500 habitantes (C hapman 1990: 152 s.), no se ajustan a cualqu iera de es­tos dos modelos de producción, pero muestran que su ca­pacidad productiva no sólo supera las necesidades de la hi­potética población local , sino que incluso pudo requerir de la implementación de fuerza de trabajo extema.

Todos estos factores económicos de carácter cualilal:i­vo y cuantitati vo indic8l1 una producción de excedentes y una división social del trabajo. El desarrollo de las fuerzas productivas, la centralización de un elevado volumen de instrumentos de trabajo y el almacenamiento de produc­tos básicos en determinados espacios de los grandes asen­tamientos de altura constituyen indicios indirectos de un incremento de la producción de detenninados bienes a par­tir de estrategias de plusvalía relativa y absoluta.

LA FUERZA DE TRABAJO Y LAS RELACIONES SOCIALES DE PRODUCCION

El seglUldo segmento de la información procede de la relación entre recursos naturales, sistemas de producción subsistencial y fuerza de trabajo.

La ubicación de los asentamientos argáricos con res­pecto a las zonas potenciales de cultivo muestTa una rela­ción claramente inversa entre el tamailo de los asenta­mientos y los recursos naturales disponibles en el entorno próximo (gráf. 4 )(33) .

Las mayores di stancias que separan los grandes yaci­mientos de los terrenos de cultivo y la escasez en eUos de de­terminados útiles agrícolas, como los dientes de hoz, hace dudar si sus habitantes estaban implicados directamente en el primer proceso de producción agrícola. La concentración de medios de producción y fuerza de trabajo por encima de las neces idades y posibilidades de dichos asentamientos, unida a la cemralización de una determinada parte de una producción subsistencial obtenida con fuer.la de trabajo aje-

(32) Estos cálculos estimativos hun sido realizados a parti r dd análisis de los instrumentos de molienda, teniendo en cuenta la \'ida de uso \' frecuencia de molinos de mano en comunidades autosuficientes no industrializadas, así como el periodo de ocupación de los yacimientos, la parte exca\'ada de ellos y la represell1ati \'idad de las muestras.

(33) A este respecto, véase Castro el al. 1994a

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na, sugiere una apropiación de la producción y de la fuerza de trabajo de ciertas poblaciones campesinas por palie de estos grandes asentamientos de altura , los cuales, a su vez, generarían dependencias por medio de esta monopolización de la producción básica y de los medios necesarios para su procesamiento. El transporte de los productos básicos, co­mo e! cereal y quizá también e! lino, desde las zonas de pro­ducción p"imaria y los pequeños poblados de llanura hasta los asentamientos de altura, supone un sobretrabajo inne­cesario en términos de una economía subsistencial y auto­gestionada. A ello se añaden, al menos en el caso de la mo­lienda, los gastos de transporte de las materias primas ne­cesarias para la producción de [os instrumenlOs utilizados para la transformación en productos de COllsumo de los re­cursos básicos. Los estudios llevados a cabo en el entorno de Gatas y Fuente Alamo lIluestran que el volumen de c1astos de gran tamailo documentado en estos asentamientos pro­cede de los depósitos de [os cauces fluviales del Aguas y del Almanzora respectivamente. Se trata, por [o tamo, de! mis­mo espacio geográfico donde se ubican las zonas de cultivo más idóneas. Limitar el acceso social a [os recursos básicos, imponer un desplazamiento espacial importante y promo­ver su rransfonnación centralizada en espacios alejados de las zonas de producción básica , implica una organización estricla de la fuer.ta de trabajo y lUla gestión fiable de los re­cursos disponibles, sobre todo si tenemos en cuenta que la transformación del cereal en un producto comestible es una necesidad diaria en las sociedades agrarias. La realización de tal esfuerm energético sólo resulta explicable en ténni­nos soeiopolíticos )' tuvo que suponer un beneficio para al­gún sector de la sociedad.

Este control de bienes subsisteneiales )' su gestión vie­ne co rroborado indirectamente por la probable existencia de un sistema de pesas y medidas. Así, los aná lisis volu­métricos de la cerámica doméstica de Gatas aseguran un patrón de capacidad que está regido por un factor de 4.2 para contenedores de hasta 35,64 li tros«l~ ). Esta normali­zación refuerza la idea de una transformación controlada de los productos básicos y asegura el uso de una medidas ~ o ficia les » para su distribución o beneficio.

Un escollo para la confirmación de este modelo venía dado por el desconocimiento de la ex istencia en las tierras bajas de comunidades campesinas dependientes y someti­das a los grandes asentamientos de altura. Sin embargo, las pl"Ospecciones sistemáticas en di versas áreas del territorio rU"gárieo realizadas du rante los últimos años (Mathers 1986; Ayala 1991 ; Arl.eaga el al. 1985; Castro el al. 1994a) han permitido identificar yacimientos argáricos de reducidas dimensiones situados en los llanos y sobre relie­ves cuaternarios poco estables y próximos a los cauces flu­viales.

La reciente prol iferación de este tipo de yacimientos hace pensar que se trata de un tipo de asentamiento infra­representado hasta el moment.o en el patrón de pobla­miento argárico, susceptible de malllener un número toda­vía indeterminado de población argárica y que se ajusta, por otTa paJie, al tipo de esrrategia agrícola dominante se-

(3i ) L:na primcril pane de eote trabajo ha sido adelantado por Colonter (1995).

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LHDOOr.t1I1

Cráf. 4: Relación entre el WllmilO de los asentamientos argáriCQs (Ha) de la depresión de Vem y tierras CQn COndiciones ecológicas udecuadas para un cultivo potencial de SI~cano y regadío (1Ia) ell un radio de 2 km alrededor de los aselllamicrlfos (dUlos según Castro et al. 1994a).

gu ida por el sistema de El Argar. La producción subsistencial durante este periodo se

caracteriza por Wla marcada reducción de la diversidad ali ­mentaria con respecto a épocas precedentes. La caza, la pesca y la recolección represenl.an actividades minoritarias, la ganadería se centra en la cría de ovicápridos y bóvidos, yel principal aporte alimentario procede de la explotación extensiva de Jos cu ltivos cerealistas de secano. La domi­nancia casi absoluta de la cebada en el registro de los gran­des asentamientos, como Fuente AJamo (Stika 1988) y Ga­tas (Clapham, Jones, Reed y Tenas 1994), ha obligado a sugerir incluso la presencia de u.n monocultivo cereali sta más pronunciado, a medida que el propio Argar se desa­rrollaba (Ruiz el al. 1992 ).

Las ventajas de este r.ipo de producción extensiva vie­nen marcadas por la elevada resistencia de la cebada a la aridez y su adaptación a todo tipo de terreno. Con ello se garant:izaría una producción subsistencial incluso en años de baja o ilTegular pluviosidad « 250 mm ), en los que fra­casarían los cultivos de [eglUninosas. Por el contrario, las desventajas del cu ltivo de la cebada son, además de propi­ciar una dieta desequilibrada, su escasa productividad, en­tendida como relación entre superficie cultivada y rendi­miento energético. La existencia de deficiencias nutritivas durante El Argar ha quedado confirmada por investigacio­nes de paleonutrición y paleopatología (Buisktra y Hosho­wer 1994). Las dimensiones y el desarroJ [o de las semillas de cereal procedentes de Fuente Alamo eoresponden a unas condiciones de cultivo extremas (Stika 1988: 36).

lOS

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La producción agrícola después de 2250 cal ANE era, sin lugar a duda , superior a la del calcolítico, pero su pro­ducti vidad en términos energéti cos resultaba, por el con­trario, inferior. El tamaílo de los asenlamientos conocidos y su población estimada no explica la introducción de es te tipo de estrategia de cuJ tivo, lo cual refuerza la hipótesis de la existenc.ia de otras comunidades distribuidas también por las tierras bajas.

LA AMORTIZACION DEL EXCEDENTE Y EL PODER DE ESTADO

Si bien la esfera productiva Ilrgárica contó con el po­tencial suficiente para garulllizar la generación de exce­dentes de forma controlada y centralizada, la confirmación rea l de es ta idea depende del análisis de las paulas de con­sumo individual de la plusvalía .

En este sentido, resulta revelador el papel del metal en la sociedad argárica. Hasta el momel1l.O, se conocen esca­SaS evidencias del trabajo de esta materia prima en los asentamientos, entre las que deslaca una estructura de El Argar que contenía moldes, crisoles y un probable hOl11o de fundición (Siret y Sirel 1890: '\60 y lám. 27)(35). Los mol­des de fundición encontrados en Catas o en Fuente Alamo no pueden adscribirse hasta el momento a las fases argári­cas (Risch 1995), por lo que, o bien no se han excavado lO­davía los espacios de producción correspondientes, o bien este tipo de acti vidades se real izaba en otros asentamientos o espacios. Los resultados prel iminares de los análisis de isót.opos de plomo indican que el mineral ulilizado para los objetos estudiados de Gatas y Fuente Alamo no procede de los afloramientos de la fachada litoral almeriense y Illur­ciana . COIllO probable área de oligen se sugiere la zona de Linares (Jaén), alUlque todavía no pueden exclu irse áreas más occidentales de Anda lucía (Stos-Cale, Hum-Ortiz y Cale 1994). Resulta, por tanto, difícil pcnsar en una «in­duslria metalúrgica ocasional , pequeña y encajada en un modo de producción doméstico. como opina Cilman , quien sugiere además que «para producir las amms y 10 5

Ilderezos pedidos por los jefes(j6l, de vez en cuando alguna que otra familia organizaría una expedición desde su po­hlndo a una mella cercana. (1987a: 33) .

Por su pane, la escasa presencia de artefactos de metal y sílex en contextos domésticos y el fuen e desgaste observa­do en muchos materiales tallados sugieren un aumento ar­tjficial del valor social de delenninados productos, con el fin de garantizar el control de la producción y del consumo. ~ El metal está lejos de representar exclusivamente un

valor de tlSO si exige para su beneficio social la organiza­ción y los COSlOS que suponen abastecerse desde fuentes le­janas . No debemos olvidar que la evidencia de contados lu­gares de producción metalú rgica en los asentamientos ar­gáricos va acompañada por el hecho de que estas mismas estnleluras también son utili7-Bdas en ¡, rácticas sociales des­tinadas a otras producciones. De manera mecanicista, po­driu IlCnsarse que la ausencia de lugares de producción es-

(35) A cSle respeclO, véllse Ul",b iélllu nOt/l 20 . (36) 1.Jl cursiva es nuestra .

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pacializados es un correlato de la ausencia de productores especializados y una consecuencia de la inexistencia de una organización de clase con poder de control y gestión socia­les. Sin embargo, la solución del problema es de signo opuesto, dado que la estructura socia l estatal tiene como objet ivo dirigir la producción por medio del concrol de la fuerza de trabajo, hecho que le pennite destinarla a las pro­ducciones que considera relevantes, según sean las necesi­dades de la clase dominante. Así, los productos metálicos argáricos participan en un circuito de 105 valores de cam­bio restringido a la clase dominante, toda vez que la de­manda social de metal, según los intereses de dicha clase, no exigió el incremento significativo de la produclividad en térmi nos de plusvalía relati va(7). En cualquier caso, cI vo­hunen de la producción metalúrgica o de cualquier otro ti­po de producción no impl ica necesariamente explotación. ESla reside en la disimetría docmnent.ada entre cI acceso in ­dividual y el volumen de la producción social , sea éste el que fuere. Así sugerimos que no deberían confundi rse fac­lores cualilativos relacionales con factores cuantit.ativos ab­sol utos(3tI).

En ciertos gru pos arqueológicos la evidencia funera­ria es una de las pocns formas arqueológicas susceptibles de determinar la esfera de consumo individual. En el caso que nos ocupa , se confi rma la distribución desigua l de cos­tos )' beneficios dentro de la sociedad argár ica . La posesión de armas, como espadas, alabardas o hachas, cstá resllin­gida a determinados hombres, mientr\ls que sólo algunos de los enterramient.os femeninos cuentan con ricos adornos de bronce y plata . Este consumo desigua l también queda confirmado e ll lénuinos cuantitativos cuando consideramos de forma estimativa el peso del metal amortizado en las tumbas argáricas (gráf. 5). Además, esl.a amortización no queda explicada por razones de edad, dudo que también existen tumbas infantiles con ajuares des tacados. Las di­ferencias en la riqueza no parecen responder al trabajo re­al de los individuos O a cuestiones específicas gentilicias, si­no más bien a su pertenencia a una clase determinada. Así, sólo ciertas mujeres y cier tos hombres pueden acceder a ajuares de 1fl y 2 ft categoria (Lull y Estévez 1986).

, "'. Grtif. 5: Cant idad de melal (Indice/Peso) en las tumbas argárieas con adscripción de sexo y edad (datos antropológicos seglí n Kunter 1990).

(37)

(38)

Algo similll r ocurre en In d istr ibucióu de productos meui lieoo¡ de los eSta­d os minoico y micénico, quc se COllcenl ran de IIlR IICrIl siguilicll rivlI cn IIIS

estruccuras fll ucrurías o en los pa lacios. En el Argar, los p roduClOS de lIle­tlll son rccu rrcmes cn determinados OOnl eXIOS fU llc rarios. Véase Ci lmoll (19870: 32) Lumo un ejemplo de d io.:ho COufu5iÓn.

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Si la delimililción temporal del excedente económico queda apuntada por In existencia de enterramientos infanti­les con ajuares ricos, la existencia de Wl control Lerritorial de la producción puede ser constatada, tanto en el interior del espacio argárico como entre el Argar y su mW1do exterior.

A partir del análisis de los sistemas de explotación de materias primas líticas en las regiones litorales de Murcia y Almería se ha podido observar la existcncia de barreras ex­tra-cconómicas impuestas n la producción, que se mani ­fiestan en el espacio por medio de lUla restricción en el ac­ceso y la distribución de bienes de uso entre grandes asen­tamielltos vecinos. Las pautas observadas sugieren la exis­tencia de unidades territoriales definidas y controladas por los ccntl'Os dc producción y acumulación (Risch 1995),

Además de cstas barrcras políticas y sociaJes intemas existe una clura delimitación territorial de El Argar hacia el extcrior. Tamo desde el pumo de vista material corno fe­nomenológico, existe una exclusión en el espacio argárico de todo clemento vecino o simplemente ajeno y, de hecho, sólo cOlllinúan empleao dose los recursos disponibles en el propio terri torio argárico. Por ejemplo, dejan de utilizarse los esquislOs si1li ma níticos y determinados tipos de sílex alóctonos que durante el pcriodo ca1colítico sí se documen­tan en el Sudeste para la producción de hachas y cuchillos. Esta cxclusión de elementos ajenos también se confinna en la es fera de lo sim bóli co. Es el caso de los motivos campa­niformes en las cerámicas, que continúan siendo utilizados más allá del terril.orio argárico, como muestran la fechas de eH disponiblcs (Castro, Lull y Micó 1996).

El comportamient.o coercitivo y unificador del podcr argárico o. través de sus exprcsiones materiales también queda plasmado en lo que podríamos denominar la «ex ­pansiónll del sistcma. La distribución espacial de las data­ciones absolutas del grupo argárico por el momento sugie­re que, en el transcurso de su desarrollo, eltcrritorio argá­rico se expandió desde un área original localizada entre las cuencas de Vcra y del Guadalenón, hasta abarcar, teancu­rridos quinicntos años, un Icrrilorio comprendido entre el Sur de la Mescta yel Sur de Levante y las costas meridio­nales de Almería y Cranada (Conzález Marcén 1991). La presencia significati va de enterramientos con espadas o co­pas argáric.'ls en asentamientos situados en los márgenes de este territorio y a menudo en contextos caracterizados por materiales no argáricos (p .e. Bagil o La Encantada) (Ei­roa 1994; r el'llández el 01. 1988) podría eSlar relacionada con esta expansión y con el control de poblaciones situadas en los límites territoriales de El Argar.

J La normalización de las pl'Oducciones cerámica y me­tal(Lfgica y dcll'itual funerario, junto a la eliminación de ele­memos decorat.ivos y la negación de la diversidad ajena, pueden ser imcrprelados como fo rmas de imposición de UJI

poder unificado, en términos de símbolos y form as mate­riales dirigidos a subyugar a la población mediante la obe­diencia, cvitar la resistencia y obligar a la sumisión hasta ni­veles fonnales y subjetivos. Mediante esa unifonnización de las expresiones formales en tan amplio territorio, el poder argárico dejó poco lugar a la discrepancia sociaJ o individual y relegó a los seres IHuunnos al papel de mcros productores y reproductores, tanto sociales como materiales.

En la normalización de la expresión fonnaJ de los pro­ductos secundarios1J9) se manifiesta la identidad de las re­laciones de explotación y la unidad de los intereses del po­der por encima de las barreras socio-políticas internas y de las diferencias en las formas de producción entre los terri­torios regionales.

La ausencia de relaciones de intercambio libres, abier­tas y generalizadas indica que el sistema de información entre las comunidades estu vo mediatizado y sesgado por in­tereses de c1 asc. Las escasas evidencias de intercambio di s­ponibles muestran que sólo las élites estaban interconec· tadas. Ell as eran las responsables del sistema argárico y, en definitiva, las quc lo ma ntenían , En este sentido, la meta­hll'gia desernpeiió un papel central en la transformación de excedentes, así como en el control de la población somcti· da (LuI11 983). En la misma dirección puede lecrse el com­porra miento espacial del ritual funcrario con una posible concentración de enterramientos masculinos adultos no se· niles de la Depresión de Vera en el asentamiento de El Ar­ga r, a l menos en una época avanzada (Micó 1993 ).

Los elementos característicos del sistema económico y las manifestaciones de poder en el gmpo argárico se aj us­tan a la definición de una sociedad estata l, t.amo en los as· pecIos objeljvos como en los subjetivos señalados. La re­ducción de los tipos de producción subsistencial y la con­centración de la fuerza productiva en la elaboración de los bienes de consumo básico, como son la al,imentación y los tejidos, constituye una estrategia directa para la apropia­ción del plustrabajo. Al garantizar las necesidades mínimas de la población, el poder argárico establecería W1!l relación de dependencia, a la vez que se apl'Opiaría de su fucrza de trabajo excedente. Es tc Lipo de organización resulta cuali­tativamente sünilar a las estrategias económicas seguidas por formaciones estatales arcaicas como el eSlado neo-su­merio dcl 1lI milenio, con la organización de molinos y te­lares estatnles en los que trabajaba un gran número dc per­sonas (C régoi re 1992). La presencia de una base subsis­tcncial agrícola cerealista extensiva, la centra lización y con­centración de los medios de trabajo y p roducloS subsistcnciales cn ciertos lugares de los asentamicntos(+O), la importancia de la plusvalía absoluta en la generación de excedentes, la exiSTencia de límites territorialcs, la norma­lización formal de las producciones cerámicas y metalúrgi­cas y la negación de la expresión subjetiva en la cultura ma­

terial, definen una infraestructura social sometida a explo­tación y una superestructura política sustentada en un tipo dc dominación y explotación altamentc aUlOrital'io, eficaz y normativo.

En el Sudeste de la penínsul a Ibérica nos enconlramos ante un buen número de evidencias quc apuntan a In apa-

(39) Ténnino <l ile utilizamos en su sen tido ecQnómico y lIue uadu tiene que ,'er 0011 [05 $UlUl(llIry' produc/$ de la. arqueología anglosajona. (Shel'Tllu 1981) <Iue M: ajusulfl rneior al concepto de "p roductos derivadosB.

(40) Aparte de las eSln1ctu raS ci ladas amerio rtlleme, cabe recordar a<tu í las conSfruccione5 circ ll lu re5 de FlIeme A1amo ( I'i ngel~· Schuhart 1995) así como la del conjunto 11 de la Zona B de Catas (Casfro el al. 199ib) pa­ra las filie M: ha sugerido una función de ahnacenamiemo de grano. Una funcióu de ahnacen.amiento semejante pobría proponerse para [05ediflCi05 recfangulares de la cima de Fueme Alamo, cronológicameme po5terioretl (Schuhart ~ Pingel 1995) y (Iue . en c ual(lu ier caso. ocupan un posición Ct:mral y dominume en el l'lsellul.!niento.

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rición de lUla sociedad estatal probablemente consolidada hacia el primer tercio del II milenio cal ANE y que se de­sarrolla al margen de los primeros estados orientales. El ejemplo argárico ilustra que lo importante de una estruc­tura estatal no res ide en las formas aparentes del poder, pompa y circunstancia en forma de palacios, escritura o lu ­jos exóticos, sino en los sistemas de explotación , extorsión y coacción física y psíquica, que, en cada caso, pueden ad­quir ir formas distintas según las posibilidades del desalTo-110 social rualécticamente relacionadas con las exigencias de la clase dominante. Es en este sentido que también sugeri­mos la revisión de otros grupos arqueológicos de Europa central y oriental en los que aparecen elementos estructu­rales y fenoménicos simi lares a los observados en El Argar. El énfas is en la inversión diferencial del capital amoniza­do en los rituales funerarios en cuanto a sexo, edad o cia­se, el pob lamiento en asentamientos de distinto orden, la división social de las actividades productivas o el control y

la nonnalización de las p roducciones metalúrgicas, consti ­tuyen algunos de los rasgos que se identifican conjunta­mente en grupos arqueológicos como los de Otomani, Vat­ya, Sighisoara o Monteoru, mientras que aparecen de for­ma variable en otros, como \Vessex, Unetice, Veterov o Ma­darovce. POI' úlümo, es interesante constatar que el final dc estos grupos y, posiblemente ta mbién, de una determina­da forma de organizar las fuerzas productivas y la explo­tación social, ocurrió de forma más o menos simultánea en­tre c. 1600-1500 cal ANE. En torno a esta fechas parece produci rse una profunda transforma ción social en gran parte de Europa y de la cucnca meditcrránea, que sc con­creta en un cambio de las fu erzas de producción yen la aparición de nuevas estructuras políticas (Conzálcz Mar­cén, Lu ll y Risch 1992).

La (Mima fase argári ca documenta ind icios de cri sis social, un aumento de la mortalidad infantil, mayores pro­blemas de salud, un posible empeoramiento de la dieta y

ni veles de incendio generalizados que sell arl los últimos es­pacios de ocupación argáricos. Todo ello sugicre que, al en­trar cn crisis el poder estalal argárico, tuvo lugar una ato­mización del mismo y de su territorio. Probablemcntc en el Sudeste sólo se mantuvicron algunas au toridades que in­tentaron perpetuar los mecanismos de control cconómico a la usanza argárica, pcro bajo fonnas políticas diferentes(il l. Mientras tanto, el reslO de la población in ició una andad u­ra de distinto signo, manteniendo fuerzas productivas si­milares a las argáricas, pero sin las relaciones sociales de producción insütucionaJizadas del Estado argárico. Al rom­,.crse el territorio político esta tal, las fronteras antcriores perdieron su significado y se introdujeron en la región llue­vos sistemas de producción e intercambio, lo cual se tradujo en un aumento dc la movilidad de personas y bienes.

(11) Algunos asentamientos de eSla epocll como Cabezo Redondo reúnen esos requisitos. MientrllS los espacios con SUllerricies inferiores a 20 I!I~ COll te­nían escasos arte(lIctos, los grandes del)artamentos, como el uúmero XV/nil'cII V, disponían de hasta seis instrumentos de molienda, además de grandes vasij lls de cebadll , varios hogares, ablllldante inscoullelHallí­tico y óseo, un fK'S ible molde de fundición, vanos mícloos de silex y un te­lar (Soler 1987), en un intento de reproducir los talleres de producción centralizada argáricos. Para la problemática de eSIll epocA, "éase Castro (1992).

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Agradecimielllos: Estamos en deuda con P. Castro, S. Cili, M. Menasanch, H. Micó, T. Sanz y M.E. Sanahuya por la lectura crítica de este artículo y por las discusiones man­tenidas en torno a la problemática de las sociedades esta­tales. En cualquier caso, la responsabilidad del texto es en­teramente nucstra.

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