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Sinopsis alli está maldecida por su belleza.

A pesar de que sabe que es cruel, Calli se compromete a

acompañar a sus amigos a la Monster House donde se

rumorea que la bestia aulla a la luna cada puesta de sol.

Cuando ella lo oye por primera vez, su corazón se retuerce por

la angustia que escucha en el sonido.

Traspasando los límites de propiedad por su locura, Calli es forzada a

mudarse en la Monster House donde se hace amiga de la bestia. Usando

el soborno ofrecido por el padre de él para ganar un poco de dinero

desesperadamente necesario para el padre de ella, Calli acepta sus

términos. Horrorizada pero atrapada por su circunstancia, Calli entra por las

puertas de la gran casa para hacer frente a lo desconocido.

Alex está maldecido por su bestialidad.

Alex cree que Calli ha sobornado su entrada en su casa para echar un

vistazo a la bestia de Monster House, y está decidido a odiarla. No está

preparado cuando ella derriba las paredes duras de su alma con su

amabilidad y buen humor.

Alex le permite a Calli entrar en su santuario interior, compartiendo con ella

las partes más privadas de su corazón. Pero cuando descubre la verdad,

¿será su amor suficiente para convencerlo de sus verdaderos sentimientos,

o lo perderá para siempre?

C

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Beautiful Beast

lla era hermosa, y lo sabía. Se sentó mirando a su reflejo en el

espejo ovalado de su baño. Piel clara intacta, brillante

cabello oscuro, y ojos azul cielo que le devolvían la mirada.

La belleza era el infortunio en su vida que muchos envidiaban, pero sólo

porque no entendían la carga que conllevaba. Deseó por una vez ser

elogiada por su mente en lugar de su apariencia.

Se apartó del espejo, sus ojos recorriendo la vieja habitación. Estaba

limpia y ordenada, como siempre la mantenía. Ella hizo lo mismo con el

resto de la pequeña casa, a pesar de los constantes intentos de su padre

de socavar sus esfuerzos.

Abrió su armario, echando un vistazo al poco contenido. El sueldo

miserable de su padre no hacía nada por su vestuario, lo cual requería

creatividad de su parte. Podía coser tan bien como cualquier costurera

profesional, y mantener su armario actualizado cambiando los artículos.

Menos mal que era algo así como una creadora de tendencias en lugar

de una seguidora de ellas.

Alguien llamó a la puerta, y rápidamente se puso un par de jeans

desgastados —gracias a Dios por esa tendencia de moda— y una

camiseta rosa con parches de encaje. Corrió por toda la casa, poniéndose

las cholas que estaban cerca del sofá. Estaba agradecida de que su

padre no estuviera en casa. El abrir la puerta reveló a Jennae y Brittany, sus

dos BFFs1, y a Eli y Brandon.

—Hola, Calli —dijeron Jennae y Brittany al unísono. Eli puso los ojos en

blanco cuando se rieron, pero Brandon, quien había estado enamorado

de Brittany desde que Calli lo rechazó, sonrió con indulgencia.

1 BFFs: Best Friends Forever (Mejores Amigas Para Siempre).

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—Hola, chicos —dijo Calli, cerrando la puerta detrás de ella, sin

molestarse en cerrar con llave. No era exactamente el vecindario principal

para que los ladrones buscaran objetos de valor.

Bajaron por la calle, Eli y Brandon detrás de las chicas riendo con los

brazos enlazados, pateando una roca de vez en cuando. Llegaron a Punky

Burgers, el local de mala muerte que era el único lugar donde pasar el

rato en la metrópoli no tan próspera de Orchid2. La ciudad no tenía

absolutamente nada que ver con la belleza de su homónimo, bueno, no

de este lado, de todos modos.

Ellos juntaron su escaso dinero y compraron dos órdenes de papas

fritas y una orden de aros de cebolla, así como un refresco extra-grande

para compartir. Encontraron su mesa de siempre, ahuyentando a dos

palomas, y haciendo caso omiso a la superficie manchada de barro y

salpicaduras de alimentos.

La conversación fue habitual, cotillear sobre otros en la escuela o

quejarse de los maestros. Evitaron hablar de sus vidas hogareñas, ya que

no había muchas cosas buenas que decir de alguna de ellas. Calli sólo

medio escuchaba la conversación mundana, hasta que el tema cambió.

—¿Quién está dispuesto a ir a la Casa del Monstruo esta noche? —

preguntó Eli al grupo.

—Oh, vamos —gimió Jennae—. ¿Cuándo vas a renunciar a eso?

Los ojos de Calli se movieron del grupo a la casa de la que

hablaban. Estaba en lo alto de la colina, sobre la ciudad. Era más grande

que sus cinco casas juntas, opulenta, hermosa… y misteriosa. Nadie había

estado nunca dentro de sus paredes. Por lo menos, nadie que ellos

conocieran. El dueño de la ciudad vivía allí. Él no poseía la ciudad

exactamente, pero poseía el único banco en la ciudad, lo cual era

básicamente lo mismo.

—Renunciaré cuando dejen de ser unos cobardes y vengan

conmigo —le dijo Eli a Jennae.

2 Orchid: Es un pueblo ubicado en el condado de Río Indio en el estado estadounidense

de Florida.

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—Eso no va a suceder —dijo. Calli sabía que mentía. Jennae quería ir

tanto como Eli.

Brandon por lo general se unía a Eli tratando de persuadirlos, pero

desde que había desarrollado un enamoramiento por Brittany, esperó a oír

su opinión antes de expresar la suya. Era tan obvio. Y Brittany era tan ajena

a todo.

—¿Qué hay de ti, Calli? ¿Estás dentro?

Calli no le contestó a Eli. La mayor parte de ella sabía que estaba

mal, que ni siquiera debería considerarlo. Otra parte de ella tenía

curiosidad. Más que curiosidad, la verdad. No por el monstruo, no tanto,

aunque pensaba que tal vez querría echarle un vistazo, pero la mayoría

era curiosidad por la casa.

Del otro lado de la ciudad, había gente con dinero, como sacado

de una novela de Dickens. Tenían grandes casas, manejaban buenos

autos, usaban ropa de diseñador. Pero la Casa del Monstruo era otra cosa.

La Casa era el tema de películas por su tamaño y su misterio.

En lugar de responderle a Eli, se encogió de hombros. Eso la mantuvo

neutral, le daba la oportunidad de ir con lo que todos los demás

decidieran.

—Yo estoy dentro —dijo Brittany.

—Yo también. —La respuesta de Brandon fue rápida, siguiendo a la

de Brittany.

—Parece que tú eres la única que no se decide —le dijo Eli a Jennae.

—Bien, lo que sea. —Le mostró su dedo índice, como si se rindiera a

la presión del grupo. Pero Calli sabía mejor.

—Vamos, entonces.

—Espera. ¿Ahora? —preguntó Calli.

—¿Por qué no? Va a oscurecer pronto. Los rumores dicen que el

monstruo sale justo antes del anochecer para aullar a la luna. Si vamos a ir,

no me quiero perder el show. —Eli encontró graciosa su rima y no se dio

cuenta de que nadie se rió con él.

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Limpiaron su desorden, dejándolo en la parte superior del

desbordante bote de basura. Calli sentía ciertas dudas sobre ir ahora. Por

mucho que quería ver la casa, ella no quería ser uno de los chicos que

subía sólo para poder decir que vieron al monstruo. Parecía cruel.

—¿Vienes? —Jennae la volvió a llamar. Ella miró hacia donde ya

estaban paseando por la carretera. Decidiendo que no quería ser la única

que se negara a ir, corrió hacia ellos, dejando a un lado su recelo. Estúpida

presión de grupo.

Él era una bestia, y lo sabía. No necesitaba que un espejo se lo

dijera. No necesitaba que su padre se negara a mirarlo, o las miradas

lastimosas de los miembros del personal. Se tocó el costado de su cara,

sintió la piel deformada, con bultos bajo sus dedos.

Con disgusto, se alejó de la pared. Agarró la cuerda de saltar y

empezó a dar saltos rápidos. El sudor empapaba su camisa y goteaba de

su pelo. Había estado entrenando durante tres horas. A veces ayudaba. A

veces, como hoy, ninguna cantidad de adrenalina, sudor o dolor podía

aliviar su mente. Esta noche no dormiría.

Tiró la cuerda violentamente a un lado. Se estiró un par de veces y

salió de la sala de entrenamiento. Era casi la hora. Corrió a su habitación y

se duchó. Se colocó pantalones deportivos y una camiseta de manga

larga, a pesar del calor. Empujó el sombrero marrón con fuerza sobre su

cabeza.

Al salir a la terraza de atrás, vio que casi era demasiado tarde. El sol

estaba más bajo de lo que a él le gustaba. No es que importara tanto. Sólo

tenía menos tiempo para reflexionar. Se volvió hacia la puesta del sol, el

borde del mundo en llamas. Dejó que su mente retrocediera, hundiéndose

en los recuerdos con la puesta del sol. Los recuerdos llegaron como

dardos: penetrantes, dolorosos, imparables.

A medida que el sol desaparecía, el último recuerdo explotó,

sumergiéndolo en él. Él levantó sus brazos y los dejó caer. Su grito fue fuerte

y gutural, ascendiendo con la agonía hasta que su voz se volvió ronca con

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ella. Sus manos se cerraron en puños mientras su voz disminuía. Respiraba

pesadamente.

La escuchó entonces, la risa. Se dio vuelta y vio entre los arbustos

crepitando. Del otro lado, cinco cabezas empezaron a correr, moviéndose

de arriba hacia abajo. No era la primera vez, pero esta noche, con el dolor

tan profundo, no tenía su habitual moderación.

—¡Oigan! —gritó. Con eso, comenzó la persecución.

Se escabulleron en silencio a lo largo de la parte posterior del seto

alto alrededor de la Casa del Monstruo. Eli guió el camino, llegando a

arreglarlo para que Calli caminara detrás de él. Calli sabía lo que él estaba

haciendo. Había sabido por algún tiempo que a él le gustaba, pero ella no

estaba segura de si a ella le gustaba. A pesar de ser una buena persona, a

veces podía ser dominante e inmaduro.

Él sabía exactamente donde estaba la mejor posición para ver, lo

que hizo que Calli piense que probablemente había hecho esto antes.

Cuando se detuvieron, él le hizo un gesto hacia adelante.

—Ven aquí, Calli. Este es el mejor lugar para detenerse. —Él la tomó

del brazo y la condujo delante de él hacia una pieza ligeramente elevada

del suelo. Él tenía razón: desde aquí tenía una clara visión de la parte

trasera de la casa.

La casa era tan grande como parecía desde abajo. Un balcón en el

segundo piso daba a la piscina, que era alimentada por una cascada

artificial. Ladrillo y cemento rodeaban la piscina, a su vez rodeados de

césped verde y frondoso. Altas ventanas polarizadas bloqueaban la vista

del interior de la casa. Se sentaron en silencio, susurrando entre sí, mientras

el sol descendía en el cielo. Calli estaba empezando a creer que estaban

perdiendo el tiempo y que los rumores no eran más que historias cuando la

puerta trasera corrediza de cristal se abrió. Eli sonrió y le dio un codazo.

Calli observó a la figura salir a la cubierta. Era alto… muy alto. Y

robusto. Aparte de eso no podía ver nada. Estaba completamente

cubierto con ropa excepto sus manos, que parecían totalmente humanas.

Un sombrero tipo Indiana Jones estaba bajo hasta sus orejas, cubriendo

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todo lo que podría haber visto. Se acercó al borde de la cubierta,

cojeando un poco. Se detuvo en el borde de ladrillos y se giró hacia el sol

poniente. Se quedó en silencio.

Hasta ahora, no había visto nada de él que probara que sea otra

cosa más que una persona normal que no quería ser vista. Luego hizo algo

extraño cuando el borde del sol desapareció. Extendió los brazos, como si

quisiera abrazar a la noche, y alzó la cara hacia el cielo. El grito que

emanó de él, al principió la sorprendió, por lo que saltó. Pero a medida

que el lamento continuaba, pudo escuchar el dolor que brotaba del

sonido. Su corazón se oprimió con simpatía y quiso llegar hasta él. El sonido

desgarró su mente.

Cuando se detuvo, el silencio fue ensordecedor durante un largo

rato hasta que Brittany soltó una risita nerviosa, que hizo reaccionar a

Brandon y a Eli. Calli vio cómo la figura de pie con los brazos en las caderas

se giró hacia ellos.

—Mierda. ¡Corre! —susurró Eli en voz alta.

—¡Oigan!

Calli se estremeció al oír el grito de la figura que ahora estaba

corriendo detrás de ellos. Ella no era una buena corredora, en especial

con sus cholas. Los otros estaban muy por delante cuando escuchó el

ruido en los matorrales detrás de ella. El terror se apoderó de ella y corrió

más rápido.

—¡Esperen! —jadeó. Ninguno de ellos ni siquiera vaciló. La punta de

una de sus cholas se atascó en una raíz en el camino. Ella tropezó y cayó.

Cuando su cabeza hizo contacto con una roca al lado del camino, el

mundo se volvió negro.

El dolor le atravesó la cabeza. Ella gimió y abrió los ojos

entrecerrándolos. El mundo a su alrededor rebotó en un giro vertiginoso.

Alguien la cargó. Miró a la figura oscura. No podía distinguir ningún rasgo,

pero la visión del sombrero de Indiana Jones trajo una nueva oleada de

terror.

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—¡No! —gritó ella. O más bien, trató de gritar. Salió como nada más

que un gemido. Trató de liberarse, pero él la sacudió y el movimiento trajo

un rayo de agonía que a su vez trajo la oscuridad una vez más.

Calli parpadeó abriendo los ojos. La oscuridad la rodeaba, templada

por la luz de la luna que entraba por la ventana. Giró su cabeza para

medir sus alrededores y se dio cuenta de que estaba en su propia

habitación. Se movió para sentarse, el dolor irradiando en el lado izquierdo

de su cabeza. Gimió y levantó la mano, tocando el vendaje. Poco a poco,

con cuidado, se levantó hasta sentarse. Ella tocó el vendaje de nuevo y

sintió el bulto. Empezaba en su sien izquierda y se extendía hasta la parte

posterior de su cabeza.

Balanceó las piernas sobre el borde de la cama y se detuvo, cerró

los ojos contra la oleada de mareos y náuseas. Cuando la habitación dejó

de dar vueltas, abrió los ojos... y vio a su padre durmiendo en una silla

cerca de la puerta. Su boca se abrió. No podía recordar ni un momento en

el que hubiera estado en su habitación, a menos que fuera para gritarle o

castigarla.

Se puso de pie y caminó hacia el espejo. Una mancha púrpura se

extendía debajo de su ojo, y sangre oscura endurecía su cabello oscuro

debajo del vendaje. Se preguntó perezosamente quién la había vendado.

Durmiendo en su habitación o no, dudaba que hubiera sido su padre.

Se volvió hacia él, mirándolo. Había visto fotos de él cuando era más

joven. Había sido un hombre muy atractivo. Prefería a su madre, quien

tenía el mismo pelo negro y ojos azules como Calli. Su padre ahora tenía

ojeras debajo de sus ojos. Sus mejillas se hundían debajo de su perpetua

barba gris. Beber había hecho que sobresalieran sus arterias estropeadas

que corrían a través de su nariz y sus mejillas. Todas las pruebas de su

atractivo habían sido firmemente enterradas bajo la dura vida que había

vivido desde la muerte de su madre.

Calli se movió hacia él y le sacudió el hombro con suavidad.

—Papá. Despierta.

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Él parpadeó aturdido abriendo los ojos, sentándose alarmado

cuando se dio cuenta que ella estaba a su lado.

—Calli. —Él se frotó las mejillas—. ¿Qué… qué estás haciendo fuera

de la cama?

—¿Qué haces durmiendo aquí? —preguntó.

—Tienes una conmoción cerebral. Me dijeron que no te deje sola. Se

supone que debo despertarte cada dos horas.

—Bueno, estoy despierta ahora —dijo ella.

Él se paró y la llevó de vuelta a la cama.

—¿Qué puedo hacer por ti? ¿Quieres un poco de agua? ¿Tienes

hambre?

—Estoy bien —dijo ella, sentándose en el borde de su colchón. Era

muy raro que él se ofreciera a servirla y no al revés—. ¿Qué pasó? —

preguntó ella, tocando el vendaje de nuevo.

—Tropezaste en la colina y te golpeaste la cabeza contra una roca.

Calli pensó en sus palabras, las procesó, y poco a poco los recuerdos

regresaron. Habían estado en la Casa del Monstruo. Él los vio y los

persiguió. Recordó que se cayó. Y entonces… nada.

—¿Quién me encontró? —preguntó.

Su padre se movió con nerviosismo, mirando hacia el techo como si

pudiera encontrar la respuesta allí.

—¿Papá?

—Uh… —Regresó su mirada a ella—. El Sr. Stratford te trajo aquí y me

llamó. También trajo a un lujoso médico con él.

—¿El Sr. Stratford? —Calli estaba atónita—. ¿El banquero?

—El mismísimo —dijo su padre, una nota de resignación en su voz.

—Espera. ¿Un doctor? —Su mente se volvió inmediatamente al costo

en que incurrirían por un médico a domicilio. Ella pagaba todas las cuentas

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con los escasos cheques de su padre, y sabía muy bien cuán apretados

estaban con el dinero—. ¿Me cocieron o algo así?

Su padre asintió con la cabeza.

—Dieciséis puntos.

Calli gimió de nuevo, esta vez con desesperación.

—Lo siento —dijo ella. Su padre asintió.

—¿Qué estabas haciendo allá arriba, Calli?

—Uh… —¿Cómo podía admitir que había ido hasta allí para

contemplar al monstruo? Era una cosa baja y cruel. No importaban las

circunstancias, siempre había tratado de mantenerse por encima de las

bromas infames. La habitación dio una vuelta, y ella gimió—. Necesito

recostarme —dijo.

Él extendió la mano para sostenerla mientras lo hacía, otra rareza.

Tiró de las mantas hasta los hombros y le palmeó el brazo con torpeza.

—Vuelve a dormir —dijo suavemente—. Voy a ver cómo estás de

nuevo en un par de horas.

Ella asintió, agradecida por el aplazamiento de la pregunta. Él

regresó a la silla y se sentó.

—¿Calli? —dijo su nombre en la oscuridad.

—¿Sí?

—Hablaremos de esto mañana.

Bueno, mierda.

La bestia se acurrucó en el suelo. ¿En qué había estado pensando al

perseguirlos de esa manera? Él lo sabía mejor. Ahora estaba pagando el

precio. El dolor ardiente en su brazo y pierna palpitaba al mismo ritmo que

el latido de su corazón. Hizo los ejercicios de respiración que había

aprendido. No hacían que el dolor desapareciera, pero ayudaban a

controlar su reacción al dolor.

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Pensó en la chica, la que él había llevado de vuelta a su casa. Había

habido tanta sangre. El pánico lo había envuelto ante la cantidad de

sangre que rezumó de su cabeza. Y sin embargo, por debajo de su pánico,

debajo de la sangre, había reconocido la belleza que ella poseía. Su

cabello oscuro colgaba en ondas gruesas. Su piel de alabastro era lisa y

suave sobre sus pómulos. Sus labios rojos estaban perfectamente formados,

incluso en su estado decaído. Cejas formadas por encima de pestañas

increíblemente largas y oscuras que se extendían por sus mejillas.

Él podría ser una bestia, pero en algún lugar profundo dentro de la

parte de él que todavía era humana reaccionó a su belleza, atrayéndolo

como una polilla a la llama. Él había sostenido su mano fría e inmóvil

mientras su padre presionaba un paño al costado de su cabeza. Cuando

escucharon las sirenas elevándose a distancia por la calzada, la había

liberado, desvaneciéndose en la oscuridad de la habitación,

entregándose a su propio dolor, ahora que sabía que el de ella estaba

siendo atendido.

Ahora, su imagen lo obsesionaba. Mientras se dejaba fantasear en

esa imagen, su dolor se calmó lo suficiente para que pudiera deslizarse en

un sueño inquieto.

No fue sino hasta el mediodía que Calli finalmente se sintió lista para

levantarse. Quería bañarse, pero su papá le había dicho que no podía

mojar las puntadas por 24 horas. No estaba contenta por el desastre

coagulado en su cabello por tanto tiempo. Se cambió de ropa porque

todavía estaba con las que usó la noche anterior, más allá aliviada que su

padre no la había cambiado por sus pijamas. A los diecisiete, ella era un

poco grande para eso.

Su padre le hizo un sándwich de mantequilla de maní y jalea en pan

duro. No se había dado cuenta lo hambrienta que estaba hasta que tomó

el primer bocado. Terminó de comer el segundo, seguido por un vaso de

leche.

—Calli, tenemos que hablar —dijo él a la vez que tomaba el plato

vacío y el vaso de ella.

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—De acuerdo —dijo, queriendo evitar la discusión clamando

agotamiento. No sería una excusa completamente falsa. Se sentía

cansada. Pero nunca había sido alguien que evitaba lo desagradable,

bueno, la mayoría de las veces de todos modos. Pensó que podría ser

mejor acabar de una vez.

Él se sentó en la silla que había movido nuevamente a la sala desde

su habitación. Ella se reclinó en el sillón frente a él. Se sentó hacia delante

en la silla, apoyando los antebrazos en sus muslos. Suspiró fatigadamente,

frotando su mandíbula sin afeitar.

—Tengo una idea bastante buena de lo que estabas haciendo allá

arriba en la colina, Calli —empezó—. No lo apruebo, por supuesto. —La

miró a los ojos—. Y me sorprende de ti. —La inundó la vergüenza por sus

palabras—. Pero no viene al caso en este momento. Lo hecho, hecho está,

y ahora hay que pagar un precio.

—¿Un precio?

Asintió.

—El Sr. Stratford está dispuesto a retirar los cargos.

—¿Cargos? —chilló.

—Estuviste en su propiedad; invasión de propiedad privada.

—Yo no… no estábamos en el patio. Estábamos detrás de los

arbustos.

Su padre negó con la cabeza.

—No importa. Es dueño de la mayor parte de la colina. Su propiedad

no termina donde termina el césped. —Su tono indicaba que esto debería

haber sido obvio para ella. Honestamente no había pensado en ello, había

seguido a Eli ciegamente. Bueno, no exactamente ciegamente. Había

sabido lo que estaba haciendo.

—¿Quiere… presentar cargos en mi contra?

—Ha presentado cargos, Calli. —Un temblor estremeció su cuerpo—.

Pero él… —Se interrumpió a sí mismo, dejando caer su cabeza en las

manos.

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—¿Él, qué? —preguntó ella tímidamente.

—Está dispuesto a hacer un trato.

—¿Qué clase de trato?

—Dice… dice que si vives en su casa y eres la amiga y compañera

de clases de su hijo por un período de seis meses, retirará los cargos. Y…

El estómago de Calli se retorció furiosamente.

—¿Y? —incitó con un susurro, sin estar segura de si quería escuchar el

resto.

—Y pagará la factura del doctor.

Calli se levantó del sillón de un empujón, su cabeza dando vueltas

debido al movimiento repentino. Tomó unas pocas respiraciones hondas

para luego dirigirse al otro extremo de la pequeña habitación. Se detuvo

en seco de girar hacia él, sabiendo que probablemente se caería debido

al movimiento. En cambio, enfrentó la pared. ¿Quería que fuera amiga del

monstruo? ¿La misteriosa cosa que le había aullado a la luna? ¡De ninguna

manera! ¿Por seis meses? Eso era como una eternidad. Prefería ir a la

cárcel.

Entonces pensó en lo último que dijo su padre. Pagaría la factura del

doctor. Ellos no podían permitírselo, pero probablemente sería como una

gota en el mar para el banquero. Quería rechazarlo de lleno, pero sabía

que tendría que pensarlo. Si decía no, esa factura podría ser la cosa que

los hundiera para siempre. Apenas estaban manteniendo la casa tal como

estaba. No era ningún secreto que el auto de su padre estaba en sus

últimos kilómetros. Se dio la vuelta para encontrarlo mirándola.

—Calli, ¿quién más estuvo allí contigo? —Ella bajó los ojos,

negándose a responder. El resto se había escabullido. Su padre se paró y

caminó hasta ponerse delante de ella—. Dime. Si me lo dices, puedo

llamar a la policía, y así no tendrás que pagar por esto sola. —Agarró sus

brazos con urgencia—. Sé que no pensaste en esto. Sé que no lo hiciste

sola. Por favor, Calli, dime para así poder arreglar esto. No tenemos que

ceder a sus demandas.

Ella negó con la cabeza y la sala se meció.

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—Papá, realmente necesito acostarme otra vez. —Él relajó su postura

intensa, asintió secamente y caminó con ella de regreso a su habitación.

Una vez que ella estuvo acostada, se movió a la puerta.

—Calli —dijo—. Si tú…

—Papá —lo interrumpió—. Déjame descansar. Déjame pensar en

esto por un rato, ¿sí?

Él asintió y cerró la puerta detrás de él. Lágrimas inundaron los ojos

de Calli, pero se negó a dejarlas caer. Sentir pena por sí misma no

ayudaría. Cerró los ojos y se entregó al sueño.

Dos días después, Calli se sentía mucho mejor. Se había duchado el

día anterior, y a pesar del lento y doloroso proceso de lavar la sangre de su

cabello, su ánimo mejoró solo con eso. Se volvió a duchar, se vistió, puso

algo de maquillaje y cuidadosamente ahuecando su cabello, cubrió el

lugar que fue afeitado lo mejor que pudo.

Su papá iba a trabajar hoy, lo cual era bueno para ella. Significaba

que podía salir a hacer los recados sin discusiones de su parte. Su cabeza

seguía doliendo, y de vez en cuando el mundo se inclinaba, pero sentía

que podía hacer esto.

Dejó su casa con una nota para su papá en caso de que él llegara

temprano, algo más que ella raramente hacía, y se dirigió al otro lado de

la ciudad. Fue una larga caminata, llevándole casi media hora llegar al

banco. Cuando finalmente llegó, tuvo que sentarse en las escaleras del

frente por unos pocos minutos y descansar. Deseó haber recordado traer

una botella de agua.

Se puso de pie y dio la vuelta hacia la entrada del banco, el temor

subiendo por su garganta ahora que estaba aquí. Se obligó a calmarse,

empujando sus hombros hacia atrás, y subió los escalones restantes,

entrando en el frío interior.

No había muchas personas dentro del edificio ricamente decorado.

Vio a los Smythe terminando de hablar con el oficial de los préstamos. Los

pobres granjeros probablemente rogaban un préstamo que salvara a su

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tierra en apuros. Otra mujer que no conocía estaba parada en el

mostrador. Definitivamente no provenía del lado de la ciudad de Calli si sus

ropas y bolso de diseñador eran algún indicio.

Subió con prisa las escaleras a su derecha, inadvertida. Sabía dónde

estaba la oficina del Sr. Stratford, todos lo sabían. Una secretaria de cara

desconfiada se sentaba en un escritorio desordenado afuera de su

santuario. Alzó la vista cuando Calli entró. Sus ojos se ampliaron ante la

vista de Calli. Estaba acostumbrada a la reacción de las personas que no

la conocían. Pero luego los ojos de la mujer exploraron su ropa andrajosa y

sus ojos se entrecerraron, pareciendo juzgarla silenciosamente y llegar a un

rápido veredicto.

—¿Puedo ayudarte? —preguntó con su voz más antipática,

dejándole saber a Calli que se encontraba en el lugar equivocado para lo

que sea que estuviera buscando.

—Tengo que ver al Sr. Stratford.

La mujer palideció un poco ante la declaración confiada.

—¿Tienes una cita?

—No.

La mujer sonrió.

—Lo lamento. No está disponible.

—Creo que lo encontrará disponible para mí —dijo con valentía—. Mi

nombre es Calli Clayson.

Ninguna señal de reconocimiento iluminó el rostro de la mujer.

—Dije que no está disponible.

Calli dio un paso hacia delante, apoyando sus manos en el escritorio

de la secretaria.

—Por favor, anúncieme y deje que él diga si no está disponible.

La mujer empezó a ponerse de pie y Calli hizo su movimiento. Se

lanzó alrededor del escritorio, y de la mujer, y empujó la puerta de la

oficina del Sr. Stratford hasta abrirla.

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—¡Señorita! —exclamó la mujer, siguiéndola de cerca en sus tacones.

El hombre detrás del escritorio alzó la mirada de un papel.

—¿Qué está pasando? —exigió.

—Lo siento señor, corrió alrededor de mí. Llamaré a seguridad de

inmediato.

—Soy Calli Clayson —dijo ella rápidamente cuando la mujer tomaba

uno de sus brazos en su mano.

El hombre detrás del escritorio se quedó quieto, su mirada

volviéndose sagaz.

—Está bien, Martha. La Srta. Clayson y yo tenemos asuntos que

discutir.

Eso le bajó los humos a Martha. Calli sonrió triunfantemente hacia

ella como si dijera: ¿ves? Martha dudó y salió, cerrando las puertas detrás

de ella rápidamente. Sin embargo, la valentía de Calli se desplomó

cuando se dio la vuelta al imponente hombre que ahora se encontraba

de pie.

Era alto, sospechaba que tan alto como la figura que había visto

aullar al sol poniente. Se preguntó si era él, y por lo tanto, qué causaba su

profundo dolor. En estos momentos solo parecía arrogante. Era un sujeto

apuesto para alguien de su edad, aunque, no podía evitar notarlo.

—Por favor, Srta. Clayson —dijo cortésmente, ondeando una mano

hacia el par de sillas en frente de su escritorio—. Tome asiento.

Ella dio un paso hacia delante y lentamente bajó sobre una de las

sillas.

—¿Puedo traerle algo?

Empezó a sacudir la cabeza, pero luego cambió de idea.

—Sí, un poco de agua.

—¿Quiere una aspirina también? —dijo sin mostrar emoción alguna.

Ella sacudió la cabeza. Él se acercó a la ventana y vertió un vaso de agua

de una jarra que estaba puesta sobre un alto escritorio allí. Se lo entregó

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antes de tomar asiento en el lado opuesto del escritorio—. ¿Puedo suponer

que está aquí para discutir mi propuesta?

Calli tomó un largo trago de agua antes de contestar. Bajó el vaso

sobre el escritorio y niveló sus ojos a los de él.

—Vine para ver si hay algo más que puedo hacer.

—No. —Su respuesta fue abrupta, determinante. Su boca cayó

abierta ante este giro inesperado.

—Me está sobornando para pasar tiempo con su hijo.

—Sí.

—Pero… —espetó—. Eso es tan… injusto.

Él miró hacia la ventana.

—Si hay un absoluto que he aprendido en la vida es que ese cliché

es cierto. La vida es injusta.

Calli juntó sus manos, decidida a no perder los nervios. ¿Cuál era el

refrán? ¿Es más fácil atrapar moscas con miel que con vinagre?

—Escuche, Sr. Stratford…

—No, tú escucha —dijo, sentándose abruptamente hacia delante en

su silla—. No hay una negociación aquí. Usted invadió propiedad privada.

Sé la razón por la que estaba invadiendo la propiedad. —Las mejillas de

Calli enrojecieron—. Si está tan interesada en ver al monstruo de Orchid,

ésta es su oportunidad para darle un vistazo cercano y personal.

—Pero, yo…

—Dígame, Srta. Clayton, ¿su padre puede afrontar la factura del

doctor que le suturó la cabeza? —Calli levantó la barbilla, negándose a

responder. Él abrió un cajón y sacó un pedazo de papel, el cual lanzó a

través de la mesa—. Esta es la factura. La factura que estoy dispuesto a

pagar. Si cree que su padre puede encargarse, desde ya puede tomarla e

irse.

Calli tomó el papel y lo estudió. Cuando sus ojos alcanzaron la parte

inferior y el asombroso total, la garganta se le apretó con angustia.

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—Por supuesto, todavía sigue estando el cargo por invasión de

propiedad. Probablemente recibirá una multa por eso, y algún servicio

comunitario.

Los ojos de Calli volvieron a los del Sr. Stratford. Estaba empezando a

no gustarle para nada este tipo. Una sensación enfermiza de resignación

bajó por su espina dorsal. ¿Qué opción tenía?

—Defina amiga —dijo finalmente.

—Vivirás en mi casa por seis meses. En ese tiempo entablarás amistad

con Alexander, pasando tiempo con él.

—¿Qué hay de la escuela?

—Tendrás un tutor junto a él.

—¿Pero qué hay de mis amigos? —Estaba disgustada ante la idea

de no verlos diariamente en la escuela.

—Se tienen entre sí. Estoy seguro de que pueden vivir sin ti.

Ella golpeó sus manos contra el escritorio.

—Eso no es lo quise decir y lo sabe.

Él hizo una mueca.

—Bien. Puedes tener el día sábado libre, ¿de acuerdo? En ese único

día puedes hacer lo que quieras.

Calli sacudió la cabeza.

—Pero mi papá… no estará bien sin mí. Me necesita.

—Es un adulto. Sobrevivirá.

Calli lo fulminó con la mirada ante sus palabras insensibles.

—No lo entiende. Solo somos nosotros dos. Cuido de la casa, pago

las facturas, lavo sus ropas, hago la comida.

—¿Haces todo eso? —Estaba incrédulo—. Contrataré una criada

para él. Ella puede hacer todo eso.

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—¿Pagará sus facturas? —preguntó Calli con escepticismo.

Él se frotó un mejilla, meditabundo. Luego la miró.

—Asignaré uno de los pasantes a él. Pueden ocuparse de su

contabilidad.

Calli negó con la cabeza.

—Me está pidiendo que lo deje por seis meses. Eso es mucho tiempo.

—Puede venir a verte cuando quiera. Y puedes verlo en tu día libre.

—Me quedaré por tres meses, quitará los cargos y pagará la factura,

y me pagará como si fuera un trabajo.

Sus cejas se levantaron ante la audacia de ella.

—¿Entiendes el valor de lo que te estoy ofreciendo? Aparte de eso

—volteó su mano hacia la factura que ella sostenía—, el costo de una

criada y un pasante para cuidar de tu padre. ¿Y también deseas una

compensación?

Calli supo que pisaba terreno peligroso, pero levantó la barbilla,

dando un fuerte asentimiento con la cabeza.

—Seis meses, la factura pagada, la criada y el pasante, los fines de

semanas libres, y un salario semanal de mil dólares —dijo él.

La cabeza de Calli dio vueltas por la cifra. ¿Mil dólares a la semana?

Su padre apenas hacía eso en un mes. Hizo rápidamente cálculos y se dio

cuenta que el dinero alcanzaría no solo para sacarlos de sus desesperadas

situaciones, sino que le proporcionaría un buen fondo para la universidad.

Y quizás un par de jeans. Tragó saliva, sin querer parecer desesperada.

—Todo eso y también los miércoles a la noche libre.

—¿Realmente quieres arriesgar todo lo que te estoy ofreciendo por

otras cuatro horas a la semana? —Rió con humor—. Que te quede claro,

Srta. Clayson, conozco su situación financiera tan bien como usted.

—Bueno, bien —concedió—. Solo una cosa más.

—Apenas puedo esperar para escuchar esto —dijo ligeramente.

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Sus ojos cayeron al escritorio.

—¿Cree, que tal vez, pueda arreglar su rehabilitación? Para mi papá,

me refiero. Algo de tipo ambulatorio, para que así él no perdiera su

trabajo.

Guardó silencio por tanto tiempo que ella finalmente levantó sus ojos

hacia los de él. No pudo leer su expresión. Se puso de pie, extendiendo su

mano derecha hacia ella.

—Trato —dijo él.

Ella también se puso de pie, poniendo su mano en la de él, dándole

una firme sacudida.

—Trato —repitió.

Mientras dejaba el banco para ser llevada en auto a casa por la

adusta Martha, ante la insistencia inquebrantable del Sr. Stratford, no pudo

evitar preguntarse si no acababa de hacer un trato con el diablo.

Calli se quedó mirando por la ventana de su dormitorio. La valla

trasera de madera estaba aproximadamente a sólo cinco metros de su

ventana a través de un tramo de césped casi muerto. La valla en sí estaba

desconchándose y cayéndose a pedazos en algunos lugares, incluso

combándose cerca de una de las esquinas.

Suspiró y dejó caer la punta de la sábana que servía de cortina. Una

mirada a su reloj le dijo que sólo le quedaban unos pocos minutos. Se

acercó a la cama y recogió su pequeño bolso. No tenía mucho que

llevarse consigo. Una tarjeta escrita a mano en un pedazo de papel cayó

al suelo. Ella la recogió.

Jennae, Brittany, Brandon y Eli le habían lanzado anoche a una fiesta

improvisada. Por supuesto, fueron sólo ellos cinco, ya que ninguno de ellos

podía permitirse el lujo de hacer una fiesta real, ni tenían casas lo

suficientemente grandes como para dar cabida a más de unas cuantas

personas. Le habían hecho un pastel que se parecía ligeramente a Sully de

Monsters, Inc. La tarjeta escrita a mano tenía un monstruo grotesco

dibujado al frente, cortesía del talento bastante singular de Eli. En el interior,

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decía: “No dejes que el monstruo te coma. Pero si lo hace, ¡lo cortaremos y

te rescataremos!”

No tenía permitido decirle a nadie los detalles de su acuerdo con el

Sr. Stratford. Su padre sabía por qué ella estaba yendo, que el banquero

accedió a pagar la factura del médico, y por supuesto sabía lo de la

criada, pero no sabía el resto. A sus amigos les habían dicho que estaba

siendo asignada al servicio comunitario en la Casa del Monstruo por

invasión de propiedad. Ninguno de ellos se había ofrecido a admitir su

parte como cómplices y tomar parte de la responsabilidad.

Levantó la mano y frotó sus dedos por la cicatriz debajo de su

cabello. Le habían quitado los puntos hace unos días, y honestamente, ya

la cicatriz era tan delgada que apenas se podía ver.

Un bocinazo la alertó de la llegada de su transporte. Guardó el

papel en el interior de la bolsa y caminó a través de la pequeña sala de

estar hasta la puerta principal. Su padre estaba en el trabajo. No podía

permitirse el lujo de perder más días de los dos en el que se había quedado

en casa para cuidarla.

Una larga limusina negra la esperaba. Rápidamente miró arriba y

abajo por la calle para ver quién podía estar mirando. Casi todo el mundo

estaba en el trabajo, y no vio a nadie que quisiera descubrir quién estaba

tocando la bocina. Ella salió corriendo y se deslizó, cerrando de golpe la

puerta detrás de ella antes de que el conductor pudiera hacerlo. Miró por

la ventana mientras él inclinaba su sombrero con una sonrisa divertida y

caminaba hacia el lado del conductor.

Calli se deslizó hacia abajo en el asiento, aunque dudaba que

alguien pudiera ver a través de las ventanas oscuras. Condujeron por las

calles llenas de baches y por la larga colina hacia la casa que ella había

tanto envidiado como temido por tanto tiempo.

El conductor pasó a través de las puertas de hierro forjado y por el

camino circular, deteniéndose en el frente. Calli miró la casa con tristeza.

Era mucho más alta de lo que parecía desde abajo, e incluso desde

donde ellos se habían escondido detrás de los setos.

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Saltó cuando el conductor abrió la puerta y se preguntó si podía

esconderse en el auto durante los seis meses. El terror se apoderó de ella al

pensar en atravesar las puertas de la casa.

Estaba segura de que las historias del monstruo eran exageradas,

segura de que él era humano. Bueno, tal vez no segura. Pero pensaba que

él probablemente lo era. Quizás. Eso esperaba.

A medida que salía, otro hombre bajó los escalones, vestido

formalmente. Era alto y delgado, calvo, con escaso cabello gris a los lados

de la cabeza. Sus ojos, sin embargo, eran brillantes y amigables.

—Srta. Clayson —dijo él, haciendo una reverencia. Parecía un gesto

ridículo, y sin embargo, de alguna manera parecía correcto viniendo de

este hombre tan formal—. Mi nombre es Hartland. Bienvenida a la

Residencia Stratford. —Calli sólo asintió mientras él tomaba su bolso del

conductor—. Gracias, Westley.

Hartland subió los escalones hacia la casa, y Calli asumió que tenía

que seguirlo. Ella se despidió con la mano al conductor y siguió al anciano

a la casa.

La entrada se elevaba muy por encima de su cabeza. El piso era de

madera oscura y pulida que brillaba espléndidamente. Las paredes eran

texturizadas y estaban pintadas con diferentes tonos de beige y dorado.

Tapices colgaban en lo alto de las paredes. Una escalera de madera se

curvaba a lo largo de la pared hasta el piso superior. Oscuras puertas de

madera a ambos lados de la entrada y en la parte trasera frente a la

entrada ocultaban otras habitaciones. Calli se sintió un poco como si

hubiese retrocedido en el tiempo.

Hartland se acercó a una de las puertas laterales y le hizo señas de

seguir adelante.

—El Sr. Stratford desea hablar con usted antes de que le muestren su

habitación.

Esto la asustó.

—¿El Sr. Stratford está en casa?

—Sí, señorita.

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Los nervios de Calli estaban tan tensos como lo habían estado

cuando ella se le había acercado en el banco. Tomó aire y caminó hacia

adelante, entrando cuando Hartland abrió la puerta. La cerró suavemente

detrás de ella, pero en su mente sonó tan fuerte como la puerta de una

celda en la cárcel.

El Sr. Stratford estaba sentado detrás de un gigantesco escritorio que

empequeñecía al del banco. Aparte del escritorio, la habitación era

totalmente moderna. Él tecleaba repetidamente en un teclado, del que

sólo levantó la mirada por un momento cuando ella entró, con un dedo

levantado para pedirle que le diera un minuto. Las paredes estaban

cubiertas con obras de arte claramente costosas, un bar a un lado lleno de

varias botellas llenas de algún tipo de líquido que ella suponía costaba más

por botella inclusive que todo lo que su padre se las arreglaba para beber

en un año.

—Pasa adelante, Callidora. —Ella se retorció ante su voz, pero se

acercó a su escritorio. Estaba sorprendida de que la llamara por su primer

nombre, por la totalidad de su horrible primer nombre—. Siéntate —dijo,

señalando una de las sillas frente a su escritorio. Estas sillas eran más

grandes, y por mucho, más lujosas que esas que yacían en su oficina en el

banco.

—Meredith te instalará en breve, pero quería la oportunidad de

hablar contigo primero.

—¿Meredith? —preguntó ella.

—El ama de llaves. ¿Cómo estuvo el viaje hasta aquí?

—Pretencioso —respondió ella con sinceridad.

Un agudo sonido de risa provino de él.

—Lo siento —dijo con sarcasmo—. La próxima vez enviaré un taxi.

—Gracias, apreciaría eso.

Él gruñó ante su respuesta.

—Después de que estés instalada puedes tener algo de tiempo libre.

Conocerás a Alexander esta noche, después de la cena.

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—Oh. —No estaba segura de qué decir. Pensaba que estaría

encontrándose con él de inmediato. Ahora tenía más tiempo para temer

esa reunión.

—La cena es a las seis en punto en el comedor. Meredith te mostrará

dónde está. Ahora. ¿Tienes alguna pregunta para mí?

—Uh, supongo. Quiero decir, ¿qué se supone que tengo que hacer

todo el día?

—Vas a tomar tus lecciones con Alexander, por supuesto.

—¿Se refiere a la escuela?

Él apretó la mandíbula y rodó los ojos hacia el cielo.

—Sí, me refiero a la escuela.

—¿Y el resto del tiempo? Se supone que debo… ¿jugar con él, o

llevarlo a pasear, o qué?

La mandíbula del Sr. Stratford cayó abierta ante sus palabras y una

mirada de incredulidad cruzó su rostro.

—Dime, Callidora…

—Calli —le corrigió ella. Él la ignoró por completo, hablando por

encima.

—¿Qué edad crees que tiene Alexander?

Ella se encogió de hombros.

—Realmente no lo sé.

—Tiene diecisiete años.

—Oh. —Estaba sorprendida—. Pero él no es normal, ¿no?

La mandíbula del Sr. Stratford se apretó con fuerza mientras miraba

ferozmente hacia abajo a su escritorio. Sujetó sus manos lo suficientemente

firmes como para hacer que se tornaran blancas. Justo cuando la

incomodidad se volvió alarmante, él la miró.

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—Mi hijo es normal en todos los sentidos que cuentan. Su mente es

más aguda que otros jóvenes de su edad.

Calli levantó una mano con la palma hacia arriba.

—Lo siento, no lo sabía. Pensé...

—Sé muy bien lo que pensó. —Tomó una respiración profunda,

relajándose visiblemente—. Escucha, Callidora, no hay nada malo con su

capacidad mental. Pero él tiene… cicatrices. Su rostro está… —Se empujó

hacia atrás desde el escritorio, caminando alrededor, enojado otra vez—.

Simplemente no lo mires fijamente, ¿de acuerdo?

Él abrió la puerta y gritó por Meredith.

—Lo siento, Sr. Stratford —murmuró ella mientras lo pasaba. Él colocó

una mano sobre su brazo.

—Llámame Winston. Si vamos a estar viviendo bajo el mismo techo,

no hay necesidad de formalidades.

—Lo llamaré Winston cuando usted me llame Calli —dijo ella mientras

entraba en la sala. Él cerró la puerta tras de sí sin dar respuesta cuando

una mujer llegó corriendo desde la puerta en la parte posterior de la

entrada.

—Usted debe ser Callidora —dijo ella, tomando las manos de Calli

entre las suyas.

—Calli —le corrigió, sonriéndole a esta genuina mujer. Era baja,

probablemente apenas alcanzaba el metro y medio. Su cabello gris se

apilaba en la parte superior de su cabeza en un moño. Era redonda, con

las mejillas casi asfixiando sus ojos con su gran sonrisa acogedora.

—Calli, entonces —aceptó ella fácilmente—. Mi nombre es Meredith.

—Sí, lo sé —dijo Calli—. Creo que el pueblo entero lo sabe después

que el Sr. Stratford simplemente lo gritara a todo pulmón.

Meredith se rió.

—Creo que me vas a caer bien, Calli.

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Ella llevó a Calli por las escaleras y por un largo pasillo hasta su

habitación. Supo que era su habitación porque su bolso yacía en medio

de una cama que era tres veces más grande que la de Calli, y tan alta

que había que saltar para llegar a ella. Estaba cubierta con una especie

de edredón blanco de seda que brillaba en la luz del sol. El alfombrado

también era blanco, y se aplastaba bajo sus pies. Rápidamente se sacó sus

zapatos, porque no quería estropear la pureza del color… y también

porque quería sentir la suavidad directamente sobre sus pies. Gracias a

Dios que había traído pantuflas.

Un gran escritorio en forma de L en la esquina servía para dos

propósitos. Un lado estaba claramente acomodado para hacer la tarea,

con una lámpara, implementos de escritura, una computadora, y un

montón de espacio en el escritorio para libros o escribir. La otra parte tenía

un gran espejo atrás. Un cepillo, un peine y un espejo de mano yacían en

el centro del escritorio. La parte posterior del mismo contenía una serie de

aplicadores de maquillaje. Calli sonrió de placer. Ella nunca había sido

capaz de permitirse el lujo de aplicadores de maquillaje reales. Siempre

había tenido que usar los más pequeños e ineficaces que venían incluídos.

—¿Ésta habitación es mía? —preguntó ella, queriendo asegurarse

antes de hacer suposiciones.

—Por supuesto —dijo Meredith. Señaló al otro lado de la

habitación—. Por allá está su baño.

—Espera. —Puso una mano sobre el brazo de Meredith—. ¿Estás

diciendo tengo mi propio baño? ¿No tengo que compartirlo con nadie?

—No, Calli. Es todo tuyo.

Calli trató de imaginar no tener que bajar la tapa del inodoro cada

vez que entrara, no tener que enjuagar la pasta de dientes de alguien más

en el lavamanos o sacudir sus pelos de barba fuera de la encimera. Se

preguntó si había muerto e ido al cielo. Sin duda era lo suficientemente

blanco aquí para ser el cielo, y Meredith parecía lo suficientemente dulce

como para ser un ángel.

—¿Puedo hacer algo por ti? ¿Conseguirte algo? —preguntó

Meredith.

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—No, estoy bien.

Meredith señaló una pequeña mesa cerca de la ventana.

—Hay agua allí por si tienes sed —dijo—. Regresaré justo antes de las

seis para llevarte a la cena.

—Muy bien. —Se volteó cuando Meredith se acercó a la puerta—.

Gracias, Meredith. Aprecio todo.

Meredith simplemente sonrió mientras cerraba la puerta. Calli miró a

su alrededor de nuevo, luego giró en un círculo, abrazándose a sí misma.

Se dejó caer en la cama, que era más suave que cualquier cosa que

hubiese sentido, el sedoso cubrecama fresco y suave bajo su mejilla. Se

incorporó y se dirigió al baño.

Era tan estrictamente blanco como su habitación, sólo con toallas

azul cielo y un jarrón de flores de color azul sobre el mostrador para romper

la monotonía. Una gran bañera yacía en el centro del baño justo en frente

de ella con una pared de mármol en la parte posterior de la misma. Ella

nunca había tomado un baño en bañera. Sólo tenían una ducha en casa.

Parecía un desperdicio de agua a juzgar por el tamaño de la misma. Miró

a su alrededor, preguntándose dónde estaba la ducha. Tal vez la gente

rica no se duchaba, sólo se bañaba.

Viendo una abertura al lado de la bañera, ella la siguió y descubrió

la ducha. Era en forma de media luna, siguiendo la parte posterior de la

bañera, con una abertura en ambos extremos. Dos cabezales de ducha

por encima de ella venían directamente del techo. Tres más sobresalían de

la pared a distintas alturas. No había pomos que ella pudiera ver que

abrieran el agua.

Salió por el lado opuesto al que entró, y vio a un pequeño pasillo, al

otro lado de la habitación. Ella entró y descubrió un armario. No, eso no

era correcto. Era una habitación para la ropa. Podía poner toda la ropa

de su armario y de la Boutique de Betsy en la ciudad allí adentro y todavía

tendría espacio de sobra. Incluso tenía dos tocadores en el interior, y un

sofá para sentarse en el centro. Ella regresó y recuperó su pequeño bolso,

volviendo al armario.

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Le tomó cinco minutos para vaciar el bolso, colgar sus camisas y

doblar el resto en un cajón. Su ropa parecía mísera y fuera de lugar en el

armario. Se recostó en el sofá, anhelando su pequeña casa andrajosa,

mirando hacia el techo del armario, y por primera vez desde que había

descubierto su destino por su mal aconsejado viaje a la Casa del Monstruo,

Calli lloró.

La bestia rugió en el interior. Él trató de calmarlo, pero saber que

había un desconocido bajo su techo era demasiado. Él la conocía, sabía

que ella era la muchacha hermosa que había perseguido y llevado hasta

la casa. Ahora ella estaba de vuelta.

Empujó hacia arriba las pesadas pesas desde su pecho y las bajó de

nuevo. Arriba. Abajo. Arriba. Abajo. Su brazo derecho ardía, las llamas

amenazando con consumirlo.

Su padre le dijo que no había tenido más remedio que traerla, que

su familia amenazó con demandar por el daño causado a ella si no le

permitía mudarse para clases particulares al lado de él. La bestia alzó su

cabeza de nuevo y él dejó caer la barra sobre el apoya pesas. Se puso de

pie y se trasladó a la cinta de correr, poniéndolo al máximo mientras corría.

Bueno, ella podría haber conseguido la ventaja sobre su padre, pero

él estaría condenado si la dejara hacer lo mismo con él. Puede que tenga

que tolerar su presencia para las lecciones, pero ahí es donde terminaría.

Tal vez si él la hacía lo suficientemente miserable, ella se iría.

De repente, apagó la máquina, con el pecho agitado. Eso era.

Podía hacerla completamente miserable de modo que irse fuese su idea.

No podían sobornar a su padre si irse era su decisión. El nuevo enfoque le

dio un poco de paz, un curso de acción. La bestia se calmó y él se dirigió a

la ducha.

Calli nunca había visto tanta comida en su vida. Una especie de

aperitivos hechos de pequeños rollos rellenos de jamón, que eran divinos.

Esto seguido de una pequeña ensalada, y luego una sopa de papa. Calli

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estaba llena. No solía comer mucho de una sola vez. Pero al parecer, no

habían llegado aún al plato principal, cuando el cocinero, Javier, entró

desde la cocina llevando una bandeja de pollo, papas y zanahorias.

Calli podía haberse negado a comer nada más, excepto que

sentarse en incómodo silencio con el Sr. Stratford sin nada que hacer, era

insoportable. Comer le daba algo que hacer con las manos por lo menos.

Cuando terminaron con el plato principal, el Sr. Stratford le preguntó si

quería postre. No sólo era totalmente indeseable para ella comer otro

bocado, también no veía la hora de escapar del comedor.

—Entonces, ¿continuamos? —preguntó él ante su negativa, se puso

de pie, sosteniendo una mano hacia la puerta, indicando que debería

seguirlo.

—¿A dónde vamos? —preguntó.

—¿Por qué? A conocer a Alexander, por supuesto.

Oh, fabuloso. Bueno, ella supuso que ahora era un momento tan

bueno como cualquier otro para acabar de una vez con esto, ya que

probablemente no sería capaz de evitar para siempre el encuentro. Mejor

enfrentarse a su miedo que seguir temiendo. Se puso de pie y salió de la

habitación a regañadientes.

El Sr. Stratford los condujo por un pasillo antes de descender a un

amplio conjunto de escaleras. Calli se puso más nerviosa por el hecho de

que el Sr. Stratford sintiera la necesidad de mantener a su hijo en el sótano.

¿Cuán horrible debía de ser?

La planta baja era grande y abierta. Un televisor de gran pantalla de

proyección cubría una pared, pareciendo más un cine que una sala para

ver la televisión. Detrás del sofá, asentada delante de la televisión estaba

una mesa de billar, y detrás un bar. Oscuras puertas de vidrio llevaban

afuera hacía el patio, y Calli se dio cuenta que esas eran las puertas en las

que ellos habían visto la salida del monstruo. Un escalofrío le recorrió al

recordar su lastimero grito.

La condujo por un pasillo, más allá de una extensa sala de ejercicio

que avergonzaba al gimnasio local, deteniéndose frente a una puerta de

madera. Golpeó la puerta, llamando:

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—¿Alexander? —Sin esperar respuesta, abrió la puerta y entró. Calli

tomó aire y lo siguió.

Dentro de la larga habitación estaba una figura encorvada sobre un

escritorio. Los ojos de Calli fueron infaliblemente hacía él, y ella no podía

haber mirado hacia otro lado si quería. El miedo gorjeó hasta su vientre.

Llevaba una camiseta, pero no podía ocultar la anchura de sus

hombros bajo ella. Tenía el cabello rubio rizado alrededor de la parte

inferior del gorro de lana que llevaba puesto. Él no levantó la vista, seguía

concentrando en el papel sobre el que escribía. Tenía la mandíbula

apretada, su muy normal mandíbula cuadrada.

Su lisa mejilla se elevaba en su pómulo, largas pestañas visibles en las

sombras arrojadas en su rostro por la única luz de la habitación, la lámpara

de su escritorio. Él no era un monstruo en absoluto. Desde este punto de

vista, parecía ser muy bien parecido. Una sonrisa levantó las comisuras de

la boca de Calli. Estos seis meses de repente parecía que iban a ser

bastante agradable.

—Alexander, esta es Callidora. Como sabes, se va a quedar con

nosotros por un tiempo. Ella va a tomar clases contigo.

Alexander continuó ignorándolos. Su mandíbula apretada, su pluma

rayando.

—Hola —se las arregló Calli en decir, con voz vacilante ante el rostro

de su completo y absoluto muro de silencio.

—Alexander —zanjó la fuerte voz del Sr. Stratford en el silencio—. Por

favor, ponte de pie y saluda a nuestra invitada.

Alexander apretó ambos puños, Calli temió por la seguridad de la

pluma… y tal vez incluso un poco por la suya misma. Luego sus hombros

cayeron en la más pequeña cantidad de rendición. Arrojó la pluma,

empujando su silla de la mesa. Lentamente se puso de pie, y aún más

lentamente se volvió hacia ella, levantando la cara hacia la escasa luz.

Alex se tensó cuando su padre entró en la habitación. Era muy

consciente de que la chica estaba con su padre. A pesar de su

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determinación de hacerla sentir miserable, él todavía encontraba que

temía enfrentarse a ella, ver la expresión de su rostro era inevitable.

Podría haber seguido ignorándola si su padre no exigiera su

atención. Mientras estaba de pie, girándose hacía ella, vio exactamente lo

que había previsto.

La sonrisa expectante en su rostro se congeló cuando lo vio. Su boca

se abrió mientras sus ojos se agrandaban. El horror llenó su rostro por

completo. Estaba a solo unos segundos antes de que el disgusto viniera, así

que él se movió.

—¿Has tenido un buen vistazo? —gruñó. Pasó junto a ella, haciendo

caso omiso de la demanda de su padre para detenerlo.

—¡Alexander, vuelve aquí!

Calli seguía mirando el lugar vacío donde había estado de pie. Se

sentía congelada. Todo el lado derecho de su rostro estaba… derretido

era la mejor palabra que podía encajar. Pesados bultos de piel

empujaban hacia abajo el párpado inferior de su ojo. Crestas encrespadas

y gruesas de piel roja cubrían su mejilla y colgaban de su mandíbula.

Brillante piel rosa y tirante cubría en parches ese lado de la frente. Parecía

la broma más cruel de la naturaleza que le diera la mitad de un rostro

perfecto, y la mitad del más horrible.

—Lo siento —dijo el Sr. Stratford bruscamente—. Voy a traerlo de

vuelta.

Dio un paso delante de la puerta antes de que Calli se

descongelara.

—No —dijo ella rápidamente, colocando una mano sobre su brazo—

. Déjeme ir a mí.

Él levantó una ceja.

—¿Estás segura? —Podía oír la duda en su voz. Ella no se sentía muy

segura de sí misma.

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—Estoy segura —dijo. Se acercó a la puerta, salió y se detuvo—.

¿Alguna pista? —dijo ella dándose vuelta.

—Prueba el jardín de rosas. —Él le dio sus instrucciones, ofreciéndose

una vez más ir él mismo. Ella sacudió la cabeza y siguió las instrucciones

que le había dado, con los nervios cosquilleando de aprehensión.

Alex caminaba dentro de los límites de las paredes de esta sección

del jardín. Era su santuario, un lugar en que podía esconderse de todo el

mundo exterior. Por lo general, lo tranquilizaba. No esta noche. Esta noche

la bestia rugía por su culpa.

—Oye.

Alex se sacudió al oír el sonido de su voz. Sin pensarlo, se volvió

completamente en dirección suya, sorprendido por la intrusión. Ella le

sonrió insegura, sus manos metidas en los bolsillos delanteros de sus jeans, su

rostro reflejando su inquietud. Él se sorprendió una vez más por su belleza.

Su cabello oscuro brillaba a la luz de la luna. Su piel parecía casi traslúcida.

—¿Qué estás haciendo aquí? —exigió. Ella saltó ante su tono áspero,

y él se dio la vuelta.

—Tu padre me dijo dónde encontrarte.

Él gruñó en respuesta, con los dientes apretados.

—Escucha, Alexander, yo…

—¡Alex!

Ella se quedó en silencio el tiempo suficiente para que se volviera en

su dirección, una vez más para ver si todavía estaba allí.

—¿Estás tratando de decirme, a tu cortés manera, qué prefieres ser

llamado Alex? —dijo ella finalmente, su voz apenas temblando.

Su comentario lo sorprendió, y casi sonrió. En cambio, él hizo un gesto

con la cabeza una vez en sentido afirmativo.

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—De acuerdo, genial. —Ella se inclinó casualmente contra el

enrejado, cruzando un pie sobre el otro—. Voy por Calli. Tu padre insiste en

llamarme Callidora. —Ella se encogió de hombros—. Obviamente, él insiste

en llamarte Alexander. ¿Tiene algún TOC3 en llamar a la gente por su

nombre completo?

Se mordió el interior de la mejilla para contener otra casi sonrisa.

—Supongo que sí —dijo, sentándose en el banco en el centro de la

zona del jardín.

Calli se enderezó y vaciló, luego se movió hacia él. Cuando él se

puso rígido, ella alzó una mano hacia el banco y dijo—: ¿Puedo?

Él se encogió de hombros, pero se movió a la derecha para que

pudiera sentarse. Se sentó, solo un poco de evidente vacilación en sus

movimientos. Puso ambas manos en el borde del banco, inclinándose un

poco hacia delante, cruzando sus tobillos y sus pies balanceándose

adelante y atrás unos centímetros.

—Parece que vamos a ser compañeros de habitación durante un

tiempo, y compañeros de clase. Así que vamos a empezar por pedir

disculpas.

Alex la miró, sorprendido.

—¿Pedir disculpas?

—Sí. Es decir, es probable que obtengas miradas horribles de la

gente todo el tiempo. Lamento ser una de ellos.

Alex negó con la cabeza. No sonaba como si fuera del tipo de

soborno de su padre. Pero tal vez todo esto era parte del juego.

—Está bien. Yo probablemente haría lo mismo. —Él la miró—.

Demonios, lo hago cada vez que veo mi reflejo.

Ella sólo lo miró fijamente, como si tratara de averiguar a qué venía

su comentario. Entonces sonrió, una ligera risa viniendo de ella. Alex fue

golpeado de nuevo por su magnificencia. Su sonrisa iba más allá de lo que

jamás había visto. Él le devolvió la sonrisa, incapaz de detener la reacción.

3 TOC: Trastorno Obsesivo-Compulsivo.

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—Así que… —Arrastró las palabras en una larga frase—. ¿Cómo es

que no cenaste con nosotros?

Él se inclinó, recogiendo un pétalo que se había caído al suelo.

Comenzó a triturarlo en diminutos pedazos.

—Rara vez ceno con mi padre.

—¿Por qué? —Ella empujó su hombro ligeramente con el suyo—. ¿Es

por toda la cosa de llamarte Alexander?

Él sonrió, pero negó con la cabeza.

—No, es por… otras cosas.

—Secretos, ¿eh? —Ella se puso de pie y se acercó a uno de los

rosales, inclinándose para tomar una profunda bocanada del olor. Alex la

observó. No estaba completamente inconsciente del mundo exterior.

Sabía al ver sus jeans que no eran caros. No eran jeans por los que había

pagado extra para comprarlos pre-gastados—. ¿Alguna vez deberás

comer con nosotros, no te parece? —Se volvió para mirarlo de nuevo—.

¿O voy a ser sometida a la alegría de comer a solas con él todos los días?

Se encogió de hombros, pero antes de que pudiera responder, ella

continuó:

—¿Y qué pasa con toda esa comida? En serio, había suficiente

comida para alimentar a la mitad de la ciudad. ¿Cómo es que no pesan

más de ochenta kilos? ¿Postre, también?

Alex hizo una mueca.

—No siempre comemos tanto. Solo cuando tenemos invitados.

—Bueno, entonces planeo ganar mucho peso en los próximos seis

meses. —Ella vino y se sentó a su lado en el banco de nuevo.

—¿Pasaste del postre?

—Si comía un bocado más, habría… bueno, digamos que no se

habría alojado en mi estómago.

—No tienes ni idea de lo que te pierdes. Casi todo lo que hace Javier

es increíble, pero sus postres son divinos.

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Calli lo miró. Sus ojos se movieron hacia el lado derecho de su cara,

viajando a través de las cicatrices. Se obligó a permanecer en su posición

y dejarla. Su mirada parecía tener el peso de los dedos. Esperó a que la

repugnancia regresara en su expresión. Sus ojos se volvieron hacia él.

—Tienes una sonrisa muy bonita, ¿sabes? —dijo.

—No tengo motivos para reír a menudo —dijo él. Inmediatamente

deseó poder retirar las palabras. ¿Por qué dijo eso?

—Bueno, eso es una lástima —dijo ella.

Calli se había levantando mucho antes que el sol saliera. No había

dormido mucho. Si había algo que Calli necesitaba, era su sueño. Por lo

tanto, estaba de muy mal humor.

Entre tratar de averiguar si tenía miedo de Alex o simplemente sentir

lástima por él, su mente había estado dando vueltas. Eso habría sido

bastante malo. Pero entonces la cama estaba cubierta con sábanas de

seda. La primera vez que se había deslizado en ellas, el fresco material fue

como el paraíso. No había estado nunca en algo tan lujoso. Pero cuando

se puso de lado, la colcha superior y el edredón se deslizaron hasta el

suelo.

Se acercó al borde de la cama para recuperarlos… y rápidamente

se deslizó ella misma, aterrizando dolorosamente en su cadera y codo. Se

pasó toda la noche luchando con la sábana, tratando de mantenerla en

su lugar. No podía acercarse demasiado al borde o también iba a terminar

en el suelo.

En algún momento de la noche, se había dado por vencida y se

trasladó al suelo, tomando el edredón y la almohada con ella. Tan

cómodo y mullido como el suelo era, todavía tuvo dificultades para

mantener el edredón envuelto alrededor de ella y la cabeza en la

almohada.

Para colmo de todo, no pudo encontrar la manera de encender la

ducha. Así que se vio obligada a entrar en la bañera. Temerosa de

quedarse sin agua caliente en la bañera gigante, solo la había llenado

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hasta la mitad, y luego trató de lavarse el cabello en el agua poco

profunda, cubierta con la piel de gallina por el frío aire.

El alegre carácter de Meredith no hizo nada para mejorar su estado

de ánimo. Odiaba a la gente madrugadora.

—¿Cómo has dormido, cariño? —fueron las primeras alegres

palabras de la boca de la mujer. Aunque Calli mostró una gran

moderación por no golpear algo.

—Esas son las peores sábanas que alguna vez he visto —se quejó a

través de la mandíbula apretada.

—Pero son de la seda más fina —dijo Meredith, la sorpresa

coloreando su voz.

—Sí, bueno, la seda más fina es una mierda. No puedo seguir con

esas sábanas en la cama. Le pido unas sábanas de algodón.

—¿Algodón? —Meredith sonaba escandalizada.

Se acercaron al comedor, y Calli se giró hacia Meredith, la irritación

haciendo sus palabras más duras de lo previsto.

—Por favor, solo consígame unas mejores sábanas, ¿de acuerdo?

Las mejillas de Meredith se ruborizaron, pero asintió.

—Está bien. —Ella se volvió y se alejó, y Calli inmediatamente se

arrepintió de sus palabras. Levantó una mano para detener a Meredith y

pedirle disculpas, pero la mujer había desaparecido. Con un suspiro, se

introdujo en el comedor.

Alex levantó la cabeza ante el sonido de la enojada voz de Calli,

demandando mejores sábanas. Sus ojos cayeron. Después de la noche

anterior, había pensado que ella podría ser diferente. Pero ahora, cuando

nadie la observaba, su verdadera naturaleza salía a la luz.

Él nunca había cenado en el comedor, sólo estaba allí para comer

con ella ya que sabía que su padre siempre se iba mucho antes del

desayuno. Salió por la puerta.

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Calli entró en la misma habitación en la que había conocido a Alex

la noche anterior, donde tendrían sus lecciones. El Sr. Stratford le informó

que conseguirían una computadora para ella en esta habitación para hoy

más tarde.

Miró a Alex, encorvado en la misma posición en que lo había visto la

primera vez. Le maravilló lo normal que lucía de este lado. Un temblor de

temor se disparó por su columna ante la idea de pasar el día con él, pero

lo ignoró.

—Hola —dijo. Él no respondió—. Holaaa… tierra a Alex.

La puerta se abrió y entró un hombre. Se detuvo de repente cuando

vio a Calli.

—Uh, bueno, tú debes ser… debes ser Callidora, entonces.

Era una especie de pequeño hombre bobo, bajo y delgado con

cabello negro peinado en delgados mechones sobre la parte superior de

la cabeza, un bigote negro a juego que arrasaba con el labio superior, y

lentes redondos. Vestía pantalones escoceses y un chaleco rojo sobre una

camisa amarilla de mangas cortas. Un brazo rodeaba varios libros y

papeles que parecían que iban a caer al piso en cualquier momento.

Extendió la mano libre hacia ella.

—Soy el Sr. Palmer. Seré tu tutor mientras estés aquí.

Calli puso su mano en la de él, y le dio un firme apretón.

—Me llaman Calli.

—Calli, entonces.

Él caminó hacia la mesa y dejó caer su carga. Le hizo un gesto para

que se acercara y ella fue, mirando a Alex, quien todavía no había dicho

nada o siquiera la había mirado.

—He obtenido tus registros de la escuela, Calli. Tengo algunos

exámenes rápidos que me gustaría que hicieras para ver exactamente

dónde estás.

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—Bueno, Sr. Palmer, vengo del excelente instituto de enseñanza de

la escuela secundaria local. Estoy segura de que no estaré en su escala.

Él la miró, las cejas juntas mientras intentaba encontrar una manera

educada de responder a sus palabras claramente falsas.

—¡Bromeaba! —dijo ella, riendo—. Soy más que consciente de la

calidad de educación a la que he estado sometida.

—Uh… oh, bueno, de acuerdo. —Calli rió una vez más ante su

respuesta—. ¿Le importaría unirse a nosotros, Sr. Stratford? —le dijo a Alex.

Era raro oír a Alex ser llamado por el apellido que a ella sólo le parecía

corresponder a su padre.

Alex gruñó, luego finalmente se puso de pie y se movió para

unírseles. Se sentó frente a ella y ni siquiera la miró.

—Hola, Alex —dijo ella en voz alta. Los ojos de él volaron a los de ella

por un rápido segundo antes de alejarse. Huh, pensó ella. Supongo que no

soy la única que no es una persona mañanera.

El Sr. Palmer evitó comentar sobre el intercambio; o en realidad, el

no-intercambio. Revisó en su carpeta y sacó tres papeles que ubicó frente

a Calli. Le entregó un lápiz.

—Puedes trabajar en estos, Calli, mientras Alex y yo trabajamos en

sus tareas.

Calli puso los papeles frente a ella. Escribió su nombre en la parte

superior, luego, dándose cuenta de lo estúpido que era, lo borró. Echó un

vistazo hacia Alex y vio que el libro de matemática frente a él era de nivel

universitario. Ve a saber.

Al mediodía, Javier bajó con sándwiches, ensalada de papas y

bebidas. Alex todavía no le había dicho una palabra. Estaba comenzando

a molestarse mucho con él. Después del almuerzo, el Sr. Palmer le informó

que sus resultados habían sido más altos de su actual ubicación en clase,

así que planeaba comenzar con ella al nivel de sus resultados.

—De acuerdo, pero, ¿qué sucederá cuando regrese a mi escuela?

¿Estaré en clases diferentes? —Los ojos de Alex se levantaron hacia los de

ella en ese momento, pero sólo para una mirada ilegible.

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—Oh, bueno. Cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él, ¿no?

Ella se encogió de hombros, suponiendo que para cuando regresara

a la escuela sería lo suficientemente cerca del final del año escolar para

que no importara.

Después del almuerzo trabajaron juntos en Historia y en discutir

literatura del siglo XX. Calli había leído algunos de los libros, pero no todos.

Alex parecía conocerlos por dentro y por fuera. Tenía suficientes

comentarios cuando se le hacían preguntas, pero sus respuestas estaban

todas dirigidas a su tutor. Tan pronto como la clase terminó, Alex se fue

rápidamente, incluso antes que el Sr. Palmer.

La cena fue otro asunto adorable pero incómodo con el Sr. Stratford,

quien le preguntó si sentía que sus habitaciones y su educación eran

satisfactorias. Alex no se les unió. Después que terminaron, ella decidió ir a

buscarlo y preguntarle cuál era su problema. Su estómago se apretó ante

la idea de enfrentarlo, pero decidió que no podía vivir temiéndole por los

próximos seis meses; incluso si tenía que fingir su bravuconería.

Bajó las escaleras, para nada segura de dónde mirar exactamente.

Caminó hacia el gimnasio. Él no estaba allí, pero el penetrante olor a sudor

y testosterona indicaba que había estado allí recientemente. Ella caminó

hacia el salón de clases. Vacío. Sabía que su habitación privada estaba

más lejos por el largo corredor, pero no quería ir allí. Se sentía como una

intrusión demasiado grande. Terminó en el cuarto de teatro, las manos en

las caderas, bloqueada en su intención.

Mirando por las puertas de vidrio, la imagen del sol cayendo de

repente le recordó dónde estaba exactamente. Se movió hacia la puerta,

abriéndola. Él estaba de pie, mirando la caída del sol, un sombrero bajo

sobre su cabeza, cubierto por pantalones de deporte y una sudadera.

Podía ver que estaba respirando agitadamente.

De repente extendió los brazos y dejó salir el mismo grito agónico

que ella había oído la primera vez que lo había visto. Como en ese

momento, su corazón se contrajo con piedad. Esta vez, conociéndolo

mejor, se preguntó si debía salir y poner sus brazos alrededor de él para

reconfortarlo, o si correr hacia su cuarto y hundirse bajo las mantas. Una

sensación de intrusión se asentó sobre ella y rápidamente retrocedió,

cerrando silenciosamente la puerta. Todavía podía oírlo.

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Quería correr por las escaleras y esconderse. En su lugar, volvió al

cuarto de pesas. Un estéreo en la esquina proveyó la música para cubrir el

sonido de sus gritos. Ella subió el volumen, luego encendió la cinta

caminadora, subiéndose. Trotó hasta que él entró a la habitación. Y siguió

trotando.

Calli lo miró, vio la angustia todavía grabada en el rostro de él, tanto

en el lado dañado como en el otro. En lugar de dejar saber que sabía qué

había estado haciendo, sonrió y lo saludó.

Alex miró a Calli, trotando en la cinta, claramente sin aliento. Sus ojos

bajaron a sus jeans y pantuflas. Ropa completamente inapropiada para el

ejercicio. Su camiseta era negra lisa y raída. Sacudió la cabeza, el enojo

que había sentido al encontrarla allí ahogándose en la sorpresa ante cuán

poco preparada estaba para cualquier tipo de ejercicio.

Él caminó en la habitación y bajó el volumen de la música,

agradecido de que ella la hubiera tenido tan alto. Cuando salió, no había

pensado en el hecho de que ella estaba allí y de que podría verlo. No que

no lo hubiera visto antes. Pero aun así.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó él.

—¿Ah, me hablas de nuevo?

Él entrecerró los ojos hacia ella, y ella le devolvió una sonrisa.

—Estoy haciendo ejercicio, Alex. Seguramente puedes entender eso,

con tu conocimiento universitario, y todo eso.

Él bajó el interruptor, apagando la caminadora. Ella tropezó un poco

al detenerse tan abruptamente.

—¡Oye!

—¿Estás tratando de lastimarte? —preguntó él.

—Sí, Alex, ésa era mi idea cuando elegí la máquina más peligrosa

imaginable… la gran y malvada caminadora.

Él le dirigió una mano indicativa por su vestuario.

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—Los jeans te restringen. No están hechos para ejercitarse. ¿Y

pantuflas, realmente? Seguramente con tu inteligencia “superior a las

clases que estás tomando” puedes imaginar que no están hechas para

ejercitarse.

Calli se inclinó hacia adelante, con las manos en las rodillas,

respirando profundamente.

—Sí, bueno, no todos tenemos los Billetes de Papi para comprar las

zapatillas correctas.

―Antes llevabas zapatillas de deporte.

—¿Puedes volver a no hablarme? —preguntó ella irritadamente.

Él se volvió para irse y ella salió rápidamente de la caminadora,

poniendo una mano en su brazo.

—Estoy bromeando, Alex. Por favor no me des otra vez el tratamiento

del silencio. Prefiero que seas malvado conmigo a que me ignores.

Él miró a su mano, luego lentamente llevó su mirada a la de ella.

—No puedo entenderte.

—No es tan difícil, Alex. Soy bastante simple. —Él abrió la boca y ella

levantó un dedo—. Déjame poner eso de otra manera. Soy bastante

básica.

Alex mordió el interior de su mejilla para evitar sonreír ante su

comentario. Ésta era la Calli en la que él había comenzado a confiar la

noche anterior, pero sabía que también estaba la Calli que había oído

esta mañana, y la Calli que se había metido en su propiedad para echar

un vistazo al monstruo.

Ella estiró una de las piernas, y él volvió a sacudir la cabeza.

—¿Elongaste antes de ejercitarte?

Ella le dio una sonrisa torcida.

—Um, no, no realmente.

—¿Tienes un traje de baño?

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—Eso es aleatorio. Tienes ganas de nadar, ¿cierto?

—No, estoy pensando que necesitas meterte en el jacuzzi antes de

que tus músculos se acalambren.

—Estoy pensando que podrías tener razón —concedió ella,

sorprendiéndolo—. ¿Nos vemos allí?

Alex apartó la vista. No había forma de que permitiera que ella lo

viera en su traje de baño, pero supuso que podía sentarse afuera con ella.

Asintió y ella salió de la habitación, moviéndose un poco como una

anciana. Unos segundos más tarde, oyó que lo llamaba. Salió rápido y la

vio parada en el segundo escalón.

—¿Qué sucede? —preguntó él.

—Um, sólo estaba preguntándome si estás dispuesto a ayudarme a

subir la escalera. Mis piernas están un poco fideosas.

—¿Fideosas? ¿Ésa es una palabra?

—Para mi propósito, lo es.

Ella pasó un brazo por el suyo cuando comenzaron su lento ascenso.

Después de cinco escalones, él gruñó y se inclinó, tomándola en brazos,

ignorando el dolor penetrante que vino a su brazo derecho con la acción.

—¿Qué estás haciendo? —chilló ella, envolviendo un brazo

alrededor de su cuello.

—No estoy coqueteando contigo, si eso es lo que te preocupa. Sólo

que no tengo toda la noche para intentar que subas dos pisos por

escaleras.

—Ja-ja —dijo ella sarcásticamente, pero no se volvió a quejar.

Cuando llegaron a su habitación, él la puso sobre sus pies.

—Te esperaré aquí afuera —dijo él.

—No, entra. Puedes esperar en mi cuarto y yo me cambiaré en el

baño.

Él se habría negado, pero ella no esperó una respuesta, simplemente

entró al cuarto, dejando la puerta entreabierta para él. Se quedó parado

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por unos pocos momentos antes de decidir que estaba siendo estúpido.

No lastimaría esperar adentro.

Entró, y se dio cuenta de que no había estado en esta habitación

desde poco tiempo después de haberse mudado allí siete años atrás. Le

trajo recuerdos de un cuarto idéntico en un lugar diferente derrumbándose

sobre él. Se había olvidado de cómo estaba decorado; justo como el de

su madre en su última casa. Debería haberse quedado en el corredor,

habría retrocedido hacia el corredor hasta que las sábanas que se veían

en la cama llamaron su atención.

Se acercó y deslizó la mano sobre la superficie de algodón. Sabía

que habría habido sábanas de seda en la cama para ella. Era una

cuestión de orgullo para Meredith con los invitados asegurarse de que

durmieran sobre lo mejor. Era de esto de lo que se había estado quejando,

¿quería sábanas de algodón?

Calli abrió la puerta del baño y él retrocedió con culpa. Ella tenía

una de las toallas envuelta alrededor de su cuerpo bajo los brazos. Él pudo

ver las tiras azules de su traje sobre la toalla blanca.

—¿Puedo pedirte algo antes de que bajemos? —preguntó ella. Él

asintió. Su respuesta fue tan inesperada como las sábanas—. ¿Puedes

mostrarme cómo encender la ducha?

Alex tenía razón. El agua tibia calmó sus músculos. Calli no podía

admitir exactamente que sabía que necesitaba elongar pero que no lo

había hecho porque no quería ser atrapada observándolo. Tampoco le

diría lo impresionada que estaba porque él la cargara dos pisos por

escaleras —y de vuelta otra vez— y ni siquiera estaba agitado. E incluso

bajo la amenaza de tortura no admitiría que cuando él la había tomado

en brazos casi había gritado de terror.

—¿No vas a meterte conmigo? —preguntó cuando salieron al jacuzzi

y él no hizo ningún movimiento para unirse a ella.

—Yo no fui el que no elongó adecuadamente —dijo.

—Y no haces nada por placer, ¿verdad? —bromeó ella.

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Él miró a la distancia.

—No a menudo —admitió.

Calli estaba sorprendida. No lo había dicho en serio.

—Bueno, eso es triste —dijo. Él la miró y ella sonrió—. Vamos, al menos

mete los pies.

Él no respondió, y ella pudo ver la batalla que tenía lugar en sus ojos.

De repente se le ocurrió que la deformidad de su rostro probablemente no

terminaba allí. Él caminaba con una ligera cojera, así que probablemente

había algo similar en su pierna.

—Alex —dijo ella, sin la más mínima pizca de broma en su voz—. Por

favor, no… —¿No qué? ¿Que no temiera confiar en ella? ¿Que no temiera

que ella se riera de él cuando él sabía que había venido una vez con ese

mismo propósito? Insegura de cómo terminar la oración, cambió de

táctica—. Haré un trato contigo.

—¿Qué tipo de trato? —Él sonaba lleno de sospechas.

—Tú pones los pies en el agua, y yo te digo por qué estaba aquí esa

noche, cuando me perseguiste.

Él lucía listo para negarse, pero la curiosidad lo venció. Se desató las

zapatillas, sacándoselas. Entonces, sin mirarla, se sacó las medias, y

finalmente levantó las piernas de sus pantalones justo por encima de sus

rodillas. Una cicatriz ancha y nudosa corría en una ancha franja desde el

lado de su rodilla y hacia abajo por el costado de la pantorrilla. No era tan

mal. Ella había visto peores.

Él se sentó en el borde de cemento, bajando los pies al agua. No dijo

nada, y ella tuvo la sensación de que estaba avergonzado de su cicatriz.

No era ni de cerca tan mala como la que tenía en el rostro, la cual ella

veía todo el tiempo, así que no estaba segura de por qué estaba

avergonzado.

—Entonces —comenzó a decir ella, mirándolo, obligándolo a mirarla.

Si se iba a confesar, quería asegurarse de estar mirándolo de frente.

Cuando él fijó sus ojos en los de ella, continuó—: Estaba con un grupo de

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amigos, y uno de ellos propuso que fuéramos a la Casa… que viniéramos

aquí.

—Dilo —dijo él, en voz baja.

Ella inhaló. No lo insultaría más fingiendo no saber a qué se refería.

—La Casa del Monstruo —dijo. Él palideció, y ella se dio cuenta de

cuán increíblemente cruel era el nombre. Su vergüenza era profunda, y

deseó que pudiera retirar cada vez que había pensado el nombre, o dicho

en voz alta—. Lo lamento tanto, Alex. Soy tan imbécil como todos ellos.

—Bueno, ¿no eres la afortunada de poder ver al monstruo de cerca?

—Sí —dijo ella—. Lo soy. —Era sincera en sus palabras—. Alex, si tan

sólo permitieras que la gente…

—Dijiste que me ibas a decir por qué —la interrumpió.

Calli exhaló. Le contó toda la historia, de principio a fin; o al menos el

final donde ella se tropezaba y se golpeaba la cabeza. No dejó nada

fuera, excepto el nombre de sus amigos. Él estaba silencioso cuando ella

terminó, y ella se movió para sentarse junto a él en el borde. Lo miró, a su

rostro derretido, queriendo preguntarle cómo había resultado tan herido.

Por alguna razón, no pensó que él quisiera contárselo a ella de todas las

personas.

—Alex, sé que decir que lo lamento no ayuda. Pero realmente lo

siento. —Golpeó su hombro con el de ella, la única forma de tocarlo con la

que se sentía segura. Finalmente, él la miró—. En cierta forma, ahora pienso

en ti como un amigo. Y nunca haría nada para lastimar a mi amigo.

Los ojos de él buscaron en los de ella, y se dio cuenta de que eran

de un marrón muy oscuro. No había notado el color antes.

Aparentemente, él había decidido creerle, porque asintió.

—¿Qué hay de tus amigos? Te dejaron atrás.

Calli se encogió de hombros. Honestamente, le dolía que le hubieran

hecho, que ninguno hubiera dado un paso adelante cuando ella estaba

siendo sobornada por el Sr. Stratford.

—¿Te molestaría sentarte a mi otro lado? —preguntó él.

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—Para nada. ¿Por qué? —no pudo evitar preguntar.

—Puedo verte mejor con el ojo izquierdo. Y también oír mejor de ese

lado.

Ella se puso de pie en el jacuzzi y caminó frente a él, volviendo a salir

para sentarse al otro lado; el lado desde el cual ella podía convencerse de

que él era completamente normal. Y hermoso, también.

—Por favor no me digas que no oíste nada de eso, y que voy a tener

que repetirlo todo. Una confesión por día es suficiente. —Ella infundió sus

palabras con gran sufrimiento y sarcasmo. Él entendió la broma y le sonrió.

—No oí la parte del “lo lamento”, quizás podrías repetirla.

Calli rió y se inclinó hacia adelante para lanzarle un poco de agua.

—Oye —se quejó él—. Estoy vestido.

—Entonces ponte tu traje de baño la próxima vez —dijo ella. En lugar

de responder, él la salpicó en respuesta, y pronto estuvo tan empapado

como ella.

Calli se sorprendió al ver a Alex en el comedor la mañana siguiente.

A pesar de que ella estaba tiesa, había dormido bien en las sábanas de

algodón y había sido capaz de usar la ducha —lo cual se sintió como estar

bajo la celestial, cálida lluvia— y por lo tanto se encontraba en un estado

de ánimo mucho mejor.

—Hola, Alex —dijo—. Es bueno saber que eres humano.

La miró de reojo.

—¿Qué quieres decir?

—Bueno, no te he visto comer antes. —Indicó su plato el cual

contenía dos huevos y un pedazo de pan tostado—. Me preguntaba si tu

dieta era algo horrible que no pudiera ser visto por personas ajenas. —Ella

tomó su propio plato a rebosar y se sentó junto a él; en su lado izquierdo—.

¿No todos los monstruos comen bebés y esas cosas? —Ella contuvo el

aliento, preguntándose si él permitiría la burla.

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No dijo nada durante unos momentos, y temió que hubiera ido

demasiado lejos. Luego se encogió de hombros y dijo:

—No bebés, sólo pollitos potenciales. —Señaló a los huevos con el

tenedor.

Calli se rió y le embistió con su hombro.

—Sabía que tenías un hueso de la risa en algún lugar por ahí, Alex. —

Él sonrió.

—¿Quieres ver algo genial hoy? —preguntó.

—A decir verdad, si quiero —dijo ella.

—Te voy a mostrar después del almuerzo.

—Guau —dijo—. Comer alimentos humanos y escaparse de la

escuela. Estás lleno de sorpresas.

—Van a traer el nuevo computador después del almuerzo. Palmer

estará completamente obsesionado y consumido por eso. Haremos otra

aparición justo antes de que sea hora que vaya a casa y ni siquiera sabrá

que nos hemos ido.

—Hurra por los frikis de la tecnología —dijo ella. Su tono era ligero,

pero estaba muy curiosa acerca de lo que él quería mostrarle.

Alex no estaba seguro de que estuviera haciendo lo correcto. Pensó

que tal vez había estado tanto tiempo sin un amigo o compañero a parte

de su tutor escolar que le hacía un poco temerario en cuanto a Calli se

refiere. No sabía si podía confiar en ella completamente, y sin embargo allí

estaba, haciendo precisamente eso.

Los nervios se apoderaron de él durante las clases de la mañana. Por

suerte Palmer se distrajo lo suficiente por la idea del nuevo computador

que no se dio cuenta. Pensó que Calli lo notó un poco, pero no dijo nada.

Comieron con Palmer como de costumbre, aunque estaba distraído

por completo. Entonces, finalmente, llegó el computador y Alex le hizo

señas a Calli hacia la puerta.

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—Ya regresamos —le dijo a Palmer.

—Sí, um... bien. Espera, ¿qué? —Sus palabras fueron seguidas por un

ondeo de mano en su dirección cuando se volvió de nuevo al

computador, murmurando para sí mismo.

—¿Dónde vamos? —preguntó Calli.

—Ya verás.

La condujo hasta el piso superior, donde estaba su habitación. Una

vez allí, la llevó a la parte trasera de uno de los pasillos y abrió un armario.

Hizo a un lado los abrigos en el armario, revelando una puerta en la parte

posterior. Él la miró, vio que ella tenía curiosidad, pero no parecía

sospechar nada. Un poco raro. Él estaría lleno de sospechas si alguien lo

llevara a un armario.

Llevó la mano a la baja luz del techo y pulsó un botón en el lateral,

haciendo propulsar la cerradura de la puerta. Se abrió un poco, y él la

empujó aun más.

—¿Lista? —preguntó.

—Claro —dijo ella, dando un paso adelante.

—No te alejes. Está un poco oscuro en la escalera.

Ella se metió en el armario y él cerró la puerta del armario detrás de

ella. Una vez que la puerta se cerró, la luz del armario se apagó. Ella de

inmediato se acercó y le puso una mano en su espalda. Alex exhaló un

suspiro. No había pensado en eso, que ella necesitaría de contacto para

seguirlo.

Empezó a subir las escaleras que él conocía tan bien como la palma

de su mano. Ella lo siguió. A diez escalones, tropezó y Alex maldijo por lo

bajo. Se había olvidado de advertirle sobre el décimo escalón deformado.

El hábito le había hecho pasar por encima del borde vuelto hacia arriba.

Regresó a ayudarla, encontrando su brazo. Deslizó su mano hacia las de

ella, envolviendo sus dedos alrededor de su palma. Ella inmediatamente se

apoderó de su mano. Trató de ignorar la sensación de tener su mano

enlazada tan estrechamente a la suya. No significaba nada, ¿verdad?

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—Pensé que dijiste un poco oscuro —dijo ella, con un pequeño

nervioso temblor en su voz ahora—. Personalmente, diría que esto es boca

de lobo.

Alex se rió entre dientes.

—Lo siento. He estado subiendo estas escaleras por un largo tiempo.

Me olvidé de lo oscuro que es. Puedo encontrar mi camino con los ojos

cerrados.

—Por supuesto que puedes. Es lo mismo con los ojos cerrados o

abiertos.

Alex sonrió en la oscuridad. Estaba descubriendo que Calli era

bastante graciosa. En la parte superior de la escalera, se detuvo y ella se

topó con él.

—Lo siento —dijeron los dos al mismo tiempo.

—Mala suerte, me debes una Coca-Cola —dijo ella rápidamente.

—¿Qué?

—Ya sabes, cuando dices algo al mismo tiempo que otra persona,

dices mala suerte, y entonces te deben algo.

—¿Y tú eliges que se te deba una Coca-Cola?

Sintió la elevación leve de la mano de ella, y supuso que provenía de

un encogimiento de hombros.

—Seguro, ¿por qué no?

Él no contestó, suponiendo que fuera una pregunta redundante. Él

encontró la manija de la puerta y la abrió. Una luz aletargada inundó el

hueco de la escalera. Para sorpresa de Alex, ella no le soltó la mano. Él

abrió el camino de la oscuridad a un pasillo largo y estrecho en dirección

opuesta a la que habían llegado.

—¿Qué hay aquí? —suspiró.

—No hay... nada... en estas habitaciones —dijo, esperando que ella

no notara su vacilación por encima de la mentira—. Es lo que hay en el

otro extremo del pasillo que quería mostrarte.

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—Muéstrame el camino —dijo ella.

Así lo hizo, manteniendo su agarre en la mano de ella. Las puertas de

todas las habitaciones estaban cerradas, la luz entraba por las pequeñas

ventanas altas rectangulares cerca del techo. Al final, él se acercó y sacó

una llave de encima del marco de la puerta. Tuvo que soltar la mano de

ella para abrir la puerta, ya que estaba un poco atascada. Él consiguió

abrirla, y se hizo a un lado para que ella pudiera pasar.

Ella salió y se quedó sin aliento, volviéndose hacia él con una mirada

de asombro en su rostro. Alex se sintió aliviado. Había temido que pensara

que sería estúpido.

Calli no podía creer la vista. Podía ver toda la ciudad desde aquí.

Nunca la había visto desde arriba de esta forma. Para ella, Orchid siempre

había sido pequeña, sucia, y algo así como el infierno en la tierra. Pero

desde aquí, estaba llena de color. Los árboles estaban cambiando en el

clima de otoño, pintando las sombras de la ciudad de rojo, amarillo, verde

y naranja. Las calles trazadas en un bonito patrón cuadrado. El

ayuntamiento, el banco, y un par de las iglesias todas altas y orgullosas por

encima de la línea de árboles. Lo que ella siempre había pensado como

una línea definida entre su parte de la ciudad y el lado rico de la ciudad se

tornaba borrosa desde aquí.

—¡Alex! Esto es increíble.

Permaneció de pie detrás de donde ella se apoyaba en la

barandilla. Toda el área de visualización era pequeña. Cinco o seis

personas la llenarían y estarían hombro con hombro. El techo sobresalía a

ambos lados de la cubierta, la única zona abierta frente a la puerta era

donde ella estaba de pie ahora. Era más una bóveda que una cubierta.

—Puedo ver por qué vienes aquí —dijo ella. Se volvió a mirarlo. Se

deslizó hasta el suelo, estirando las piernas delante de él.

—Sí, es un buen lugar para mí.

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Algo en su tono de voz le llamó la atención y se trasladó a sentarse a

su lado. Se dio cuenta de que él se sentó contra la pared de la derecha

por lo que sólo podía sentarse en su lado izquierdo.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó.

Él bajó la mirada a sus manos, golpeando suavemente sus pulgares

entre sí como si de debatiera algo. Por último, en voz tan baja que casi no

lo oyó, dijo:

—Nadie me puede ver aquí, pero yo puedo ver todo.

Calli se mordió el labio.

—Quieres decir que puedes esconderte aquí.

Sus ojos vagaron hasta ella por un breve segundo. Él asintió.

—Esa otra cosa, al atardecer... —Ella vaciló. ¿Se lo diría? Suponía

que no lo haría si ella no se lo preguntaba—. ¿Por qué haces eso?

Él no dijo nada. Él se acercó y le tomó la mano, llevándola entre las

suyas en su regazo. Él arqueó una ceja mientras la miraba de reojo, como

si preguntara si estaba bien. De repente se le ocurrió a ella que

probablemente él no había sostenido nunca la mano de nadie, y su

corazón se comprimió. Ella sonrió y golpeó su hombro contra el suyo antes

de inclinar su cabeza sobre su hombro, mirando por encima a su pueblo.

—El atardecer es el peor momento del día para mí —dijo

lentamente—. Es la hora del día en que ocurrió el accidente.

Calli se obligó a permanecer inmóvil cuando realmente quería

jadear, mirarlo fijamente y demandar más información. ¿De qué estaba

hablando? En cambio, ella giró la mano entre las suyas, enredando sus

dedos entre sí, y colocó su mano libre sobre la parte superior, intercalando

su mano entre las suyas.

—Mi mamá, mi hermana... —Él se estremeció—. El fuego era

demasiado intenso. No podía llegar a ellas. Debería haber sido yo. No ellas.

Su voz estaba llena de dolor y auto recriminación. Calli trató de

razonar sus palabras. Entonces, como si alguien hubiera encendido la

bombilla en su cerebro, empezó a obtener una imagen. Sólo él y su padre

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viviendo aquí, su rostro que parecía derretido, la tristeza que siempre

parecía ensombrecerlo. Había visto cicatrices como las suyas antes, en

otras víctimas de quemaduras. No en Orchid, por supuesto, pero en la

televisión y en fotos. En su mente vio una imagen de un fuego ardiente y

Alex tratando de entrar en lo que sea que se estaba quemando para

rescatar a su madre y hermana, y fallando.

—¿Ellas estaban... ardiendo? —preguntó.

—No podía llegar a ellas —repitió—. Lo intenté, Calli, te juro que lo

hice. Si no me hubiera estado pasando el rato con mis amigos después de

la escuela. Si hubiera ido a casa directamente, podría haber sido capaz

de sacarlas antes de que empezara. Si hubiera...

Su mano se tensó entre las suyas. Quería mirar hacia él, pero no

quería que él viera las lágrimas de dolor y pena que le llenaban los ojos.

Ella hizo los cálculos en su cabeza. Tenía que haber sucedido antes de que

se mudaran aquí o todo el mundo lo sabría. Habían estado aquí ocho

años, él tenía diecisiete, y sin duda alguna tiempo tenía que haber pasado

entre eso y su traslado a Orchid.

—Alex, tú, ¿qué, tenías como siete u ocho años de edad? Un niño de

ocho años no puede ser responsable por algo como eso.

Cuando él permaneció en silencio levantó la vista hacia él.

Apretaba la mandíbula, los labios estirados y tensos, una mezcla de pena y

culpa coloreaba su expresión.

Se dio la vuelta para que así ella estuviera frente a él, y le puso las

manos a ambos lados de la cara. Él se estremeció cuando ella tocó el lado

dañado, ya sea de dolor o alguna otra cosa que no sabía. Pero estaba

convencida de que si se quitaba la mano, no habría vuelta atrás.

—Alex, mírame. —Él llevó sus angustiados ojos a los de ella—. Eras un

niño pequeño. ¿Qué podrías haber hecho si hubieras estado allí?

Abrió la boca, y luego la cerró otra vez.

—Alex —dijo, suplicante. De pronto se inclinó hacia adelante y

envolvió sus brazos alrededor de ella. Él se inclinó hacia ella, poniendo su

frente contra su hombro. Puso sus brazos alrededor de sus amplios hombros

y él volvió la cabeza, enterrando el rostro en su cuello. Apretó su asimiento

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en él y él correspondió. Su corazón se rompió por la carga que Alex

llevaba. No podía imaginar por qué llevaba la culpa. Además de eso

llevaba la evidencia física de su fracaso, la evidencia que le impedía llevar

una vida normal, que lo convirtió en algo para ser mirado y burlado. Para

ser llamado monstruo. Y ella había sido parte de eso. Pensó que en este

momento su auto recriminación podría coincidir con el de Alex.

Se sentaron así durante un largo tiempo. Calli pensó que podía

sentarse allí para siempre y retenerlo si ayudaría a aliviar su dolor.

Finalmente él la soltó.

—Tenemos que regresar —dijo él, sin mirarla a los ojos. Ella asintió. Él

se puso de pie y le tendió una mano para ayudarla a levantarse. Cerró la

puerta detrás de ellos, y abrió el camino de vuelta por el pasillo. Se metió

en el hueco de la escalera y esperó mientras él cerraba la puerta detrás

de ellos. Pasó junto a ella, tomándola de la mano y llevándola en silencio

de vuelta a las escaleras y en el armario. Inmediatamente le soltó la mano

una vez que abrió el armario y estuvieron una vez más en la luz.

Volvieron junto a Sr. Palmer, Alex todavía sin decir nada. Calli sintió

que él probablemente se sentía vulnerable. Justo antes de que el Sr.

Palmer se fuera, Alex se deslizó fuera de la habitación, todavía sin decir

palabra. Como era de esperar, no se unió a ellos para la cena.

El sábado por la mañana, Alex miró desde su bóveda privada como

Calli subió al taxi que su padre había pedido para ella. Miró hacia atrás

una vez, como si estuviera buscando algo. Levantó la vista hacia la

bóveda. Alex sabía que ella no podía verlo. Sus hombros se hundieron y se

metió en el auto amarillo.

Alex estaba enojado consigo mismo por decirle lo que hizo, por

permitirle ver ese lado de él que ocultaba incluso de su padre. Había sido

reservado con ella el resto de la semana, a pesar de sus intentos de

desentrañarlo de su estado de ánimo.

Él nunca lo admitiría, pero temía los próximos dos días sin ella.

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Calli sabía que ella debía estar aliviada por estar en casa. Después

de todo, ¿no había negociado para esto? Pero mientras entraba en su

pequeña casa lúgubre, su ánimo decayó. Su padre roncaba en su

habitación. Conocía ese ronquido. Se había desmayado bebiendo la

noche anterior.

Entró en su habitación y miró alrededor. Esta había sido su habitación

durante toda su vida. Entonces, ¿por qué de repente se sentía como un

visitante, que su habitación estaba en la colina? La habitación en la que

sólo había estado durante cinco días.

La casa estaba impecable. El Sr. Stratford podría no haber llevado a

su papá a rehabilitación, pero aparentemente había conseguido a una

criada. Caminó por ahí sin nada que hacer. Finalmente, decidió hornear

unas galletas, si es que tenía los ingredientes, de todos modos.

Una visita al gabinete de los alimentos mostró que tenía más que los

ingredientes necesarios. Estaba mejor abastecida de lo que nunca había

estado. Abrió la nevera y vio que era lo mismo. Sacó todo lo que ella iba a

necesitar para las galletas y lo mezcló. Mientras la primera tanda se

horneaba, sacó la chequera del cajón. Al abrirla, vio que las facturas de la

electricidad y el gas habían sido pagadas a tiempo. Ni Calli podía

pagarlas a tiempo la mayor parte de las veces. No solían tener el dinero.

El temporizador del horno sonó. Sacó las galletas del horno, las quitó

de la bandeja y la cargó de nuevo con masa fresca para volver a

colocarla en el horno.

—¿Galletas recién horneadas a primera hora de la mañana?

Calli levantó la vista al oír la voz quejumbrosa de su padre. Él le

sonrió. Se fijó en su pelo desordenado, la barba en su mentón, su leve

tambaleo.

—Hola, papá —dijo ella, acercándose a abrazarlo.

Él la abrazó con fuerza y luego colocó sus manos sobre sus hombros,

empujándola hacia atrás para mirarla.

—¿Estás bien, Cal?

—Sí, papá, estoy bien.

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Él la miró como si fuera a determinar la verdad por sí mismo.

—Te lo prometo, papá —dijo riendo—. Alex y yo nos llevamos muy

bien. —La mayoría de las veces, pensó—. Mi habitación es muy bonita, y el

Sr. Palmer, nuestro tutor, es realmente bueno.

—Está bien —dijo él, soltándola—. ¿Puedo tomar una de esas

galletas?

—Puedes tener dos —dijo.

Alex se quedó en la bóveda todo el día. Observó la ciudad de

cerca. Sabía que no podía verla desde aquí.

Sin embargo, se quedó allí.

—Vamos, Calli, queremos los detalles.

Eli había sido implacable desde que había ido a recoger a Calli

camino a Punky. Todo lo que les había dicho era que Alex era agradable.

Ella se negó a decir cómo lucía más allá de lo general (rubio, ojos oscuros,

alto). Y desde luego no iba a decirles algo que haya compartido con ella.

—No hay nada que contar, Eli —dijo ella por lo que pareció la

milésima vez.

—¿Cuánto tiempo hemos sido amigos? —preguntó Brittany.

—Desde siempre —respondió Calli, temerosa de saber a dónde iba

esto.

—Correcto —dijo ella—, así que no molestes, Eli. Si ella dice que no

hay nada que contar, no hay nada que contar.

Calli se sorprendió por la defensa de Brittany. Realmente pensó que

Brittany estaría del lado de Eli y trataría de quitarle información.

—Sí, Eli —intervino Brandon, siempre en apoyo de Brittany—. Déjala

en paz.

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La boca de Eli se tensó. Calli, consciente de su carácter, intervino.

—Dime lo que me he perdido —dijo ella. Brittany y Jennae

rápidamente comenzaron a contarle el último chisme. Después de unos

minutos, Eli dejó de poner mala cara y se unió al debate. Después de dos

horas con ellos, Calli estaba agotada y sólo quería ir a casa e ir a la cama.

Sólo que la casa y la cama a las que quería ir no eran en las que

dormiría esta noche, sino las que estaban en la Casa del Monstruo, que

daba a donde estaba sentada. Volvió la mirada hacia la casa,

entornando los ojos como si pudiera verla desde aquí. En particular ver la

bóveda, para ver si Alex se sentó allí también buscándola.

Alex empujó la barra por encima de su pecho. Había añadido peso

extra, necesario para gastar energía nerviosa. Su brazo derecho quemaba

por el dolor. Acogiéndolo con satisfacción, bajó el peso y luego volvió a

subirlo.

—Impresionante.

Casi dejó caer las pesas sobre su pecho al oír el sonido de su voz.

Volvió la cabeza hacia un lado. Estaba parada contra el marco, un tobillo

cruzado sobre el otro, con los brazos cruzados, sonriéndole con la mirada.

Con cuidado, colocó la barra en el apoyo y se sentó, devolviéndole la

sonrisa. Pensó que nunca había visto algo tan hermoso como Calli Clayson

de pie en la puerta de su sala de ejercicios.

Casi de inmediato se dio cuenta de que llevaba una camiseta sin

mangas, dejando al descubierto su brazo al escrutinio. Ella no parecía

notarlo. Él agarró su sudadera de la silla junto a la mesa y la pasó sobre su

cabeza.

—¿No estás de regreso un poco antes? —preguntó con brusquedad.

Era poco después del mediodía. No la esperaba de nuevo hasta esta

noche.

Ella se encogió de hombros y se enderezó.

—Echaba de menos tu grata alegría, Alex.

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—Ja, ja —se burló—. No soy yo el que está pisoteando por ahí

exigiendo diferentes sábanas.

Su boca se abrió.

—¿Escuchaste eso? —Ella negó con la cabeza—. Pensé que iba a

tener que invitar a cenar a Meredith para conseguir que me perdone por

ser tan imbécil ese día, pero todo lo que necesité fue un “lo siento”.

—Es bastante fácil de tratar —dijo, afirmando lo obvio.

—¿Alguna vez has intentado dormir en sábanas de seda? —

preguntó ella. Él no le dijo que eran la única clase de sábanas en las que

podía dormir para proteger de la irritación a su piel sensible y dañada—.

No sólo no pude mantener las sábanas en la cama, no pude mantenerme

en ella.

—¿Qué? —Alex levantó una ceja—. ¿Me estás diciendo que te

caíste de la cama?

—Varias veces —confirmó. Se echó a reír y ella se acercó,

empujando su hombro ligeramente—. No te burles de mí. Sólo necesito

sábanas de algodón. Cuanto más baratas, mejor.

Alex negó con la cabeza hacia ella. Y luego, impulsivamente, se

agachó y la tomó entre sus brazos, abrazándola. Sus brazos fueron

inmediatamente alrededor de su cintura, apoyando su mejilla en su pecho.

—Yo también te extrañé —dijo en voz baja. Él la soltó y ella le sonrió.

—Sabía que lo hiciste. —Ladeó la cabeza hacia él—. ¿Sabes una

cosa, Alex?

—¿Qué?

—Apestas un poco.

Él se echó a reír.

—Lo siento. —Levantó una mano hacia el banco de pesas—.

Entrenamiento.

—Sí, lo imaginé —dije sarcásticamente—. ¿Quieres nadar mientras el

tiempo sigue lo suficientemente agradable para nadar?

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—Uh… —No estaba seguro de estar listo para eso.

—Vamos, Alex, volví pronto para pasar el rato contigo. Nada

conmigo. Va a ser divertido.

¿Volvió pronto por él? No quería verse afectado por sus palabras,

pero no podía negar que lo estaba.

—Bien —dijo—. Voy a nadar contigo.

—Bien —dijo ella, juntando sus manos debajo de su barbilla—. Voy a

ir a cambiarme y te veo ahí fuera.

Corrió subiendo el primer tramo de escaleras, un error, ya que hizo al

segundo un poco más difícil. Cuando llegó a su habitación, estaba un

poco sin aliento. Lo poco que tenía de aliento fue robado por lo que yacía

en su cama. Un par de pantalones cortos de entrenamiento, un traje

deportivo y zapatillas para hacer deporte. En la parte superior había una

nota:

C: Trata de no volver a lesionarte. No soy tu elevador personal.

A.

Le sonrió a la nota, recordando cómo la había llevado por las

escaleras. Se cambió rápidamente y corrió escaleras abajo y hacia afuera

a la piscina.

Alex ya estaba en el agua. Llevaba una camisa de manga larga y

un traje de baño que le llegaba por debajo de sus rodillas. Podía ver unos

cuantos bultos rugosos debajo de la camisa en su hombro y la parte

superior de su pecho donde estaban por encima de la línea del agua, y la

mojada tela aferrada.

—¡Bomba! —gritó ella, corriendo y haciéndolo justo al lado de Alex,

rociándolo con agua. Ella emergió para recibir una gran cantidad de

agua salpicada en la cara por parte de Alex.

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—No es justo —dijo.

—Sí, ¿y una bomba lo es? —dijo él.

—Te di una advertencia justa —argumentó.

—Bueno, está bien, realmente no creí que un cuerpo tan pequeño

como el tuyo pudiera causar un gran impacto.

—Nunca me subestimes, Alex —dijo ella con severidad, agitando un

dedo.

Levantó ambas manos.

—Nunca más.

Se echó a reír y lo retó a una carrera, la cual ganó él sin esfuerzo. En

el agua, parecía más suelto, más cómodo de lo que lo hacía afuera. Se

preguntó si se sentía mejor en sus cicatrices. Cada vez que se asomaba

fuera del agua, la camiseta mojada se moldeaba a su forma, mostrando

los claros resultados de todos sus entrenamientos. Pensó en decirle que con

un cuerpo así, él no tenía por qué ocultarlo, con cicatrices o sin ellas.

Entonces, decidió que este era uno de esos casos de mantenerse

sabiamente en silencio, y así lo hizo.

Alex trató de ignorar el sentimiento de felicidad instalándose en su

pecho. No debería estar tan feliz de tener a Calli de nuevo en casa. Era

más un dolor en el trasero que nada; y sobornando a su padre. Estuvieron

jugando en el agua, teniendo concursos de bombas, cuando su padre

salió. La risa murió inmediatamente en sus labios.

—Bueno, Callidora, estás de vuelta —dijo.

—Por supuesto que lo estoy —dijo ella—. ¿A dónde más podría ir?

—Quiero decir que no te esperaba hasta después de la cena.

—Probablemente me sentiría culpable por volver antes y esperar que

me den la cena —dijo Calli—, excepto que sé que Javier siempre hace

demasiada comida, por lo que alimentar a una persona más no hace

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ninguna diferencia en absoluto. ¿Alguna vez pensó en enviar algo de esa

comida extra al refugio?

Alex se quedó mirándola fijamente. Nunca había oído a nadie

hablar con su padre con tanta indiferencia.

—¿Así que sólo regresaste por la comida? —le preguntó su padre.

—La comida de Javier, sin duda, vale la pena. —Miró a Alex—. Pero

tenía otras razones para volver. —Entonces, al darse cuenta de lo que sus

palabras implicaban, ella dijo—: Por ejemplo, nadar. No puedo hacer eso

en casa.

Su padre parecía no saber qué decir a eso, así que simplemente se

dio la vuelta y volvió a entrar en la casa. Calli se volvió hacia Alex.

—¿Quieres sentarte en el jacuzzi por un rato?

Calli se sentó en el agua caliente mientras Alex se sentó en el borde.

El calor a veces podía ser muy intenso en su espalda y en su hombro. No

quería que Calli viera ello. Ella no preguntó por qué no entró. Se movió

para sentarse justo al lado de sus piernas.

—Alex, quería darte las gracias.

—¿Por qué?

Ella puso los ojos en blanco.

—Por los zapatos y la ropa de entrenamiento. No tenías que hacer

eso.

—No quiero verte trabajando en jeans y pantuflas de nuevo.

Ella golpeó su pierna con el hombro.

—Aún así, fue muy amable —le dijo—. Te lo agradezco.

—De nada —dijo.

Ella tomó aire, y él tuvo la impresión de que estaba nerviosa por algo.

Se puso de pie y se volvió para mirarlo.

—¿Crees que podrías cenar con nosotros esta noche?

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Él negó con la cabeza.

—Prefiero no comer con mi padre.

—Bueno, entonces voy a comer contigo. ¿Dónde comes?

—En mi habitación.

—¿Entonces?

—Entonces, ¿qué?

—¿Puedo comer contigo?

—¿Por qué quieres comer conmigo? —preguntó.

—¿En serio, Alex? Tengo la opción de comer contigo o con tu padre,

y te preguntas ¿por qué?

—¿Es tan malo?

—No —respondió ella con sinceridad—. Me gusta un poco darle un

mal rato. Pero todavía prefiero comer contigo.

—Está bien.

Ella le sonrió, y él estuvo atemorizado de nuevo por lo increíblemente

hermosa que era, incluso sin una gota de maquillaje y con su pelo

enredado por nadar, especialmente cuando ella le sonreía de esa

manera.

—Es una cita —dijo.

—No es una cita —refutó él—. Una cena.

Un destello de dolor se reflejó en sus ojos, y deseó poder retirar las

palabras. Ni siquiera estaba seguro de por qué lo había dicho.

—Semántica —dijo ella, volviéndose y sentándose en el agua al lado

de sus piernas de nuevo.

Calli se duchó, se vistió y se secó el pelo antes de cenar. Odiaba

admitir cuánto le molestaban las palabras de Alex. Sólo había estado

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bromeando cuando le llamó a la cena una cita. Su rápido rechazo del

término aguijoneó de todos modos.

Bajó corriendo los dos tramos de escaleras, sólo dándose cuenta una

vez que ella no sabía exactamente en dónde estaba la habitación de

Alex. Por suerte, él la esperó en el sofá delante de la grande pantalla de TV

en blanco. Ella entró y se sentó a su lado.

—¿Buena película? —susurró, como si estuvieran en un cine y una

película estuviera reproduciéndose.

Él la miró y sonrió.

—¿Alguna vez viste esto? —preguntó.

—Sí. Cada vez que una nueva película sale.

—¿En DVD quieres decir?

—No.

Ella lo miró, empezando a comprender.

—¿Me estás diciendo que ves películas de estreno aquí? ¿Las que

están en el cine?

—Sí.

—¿Cómo las consigues?

—No lo hago. Mi padre lo hace. No me preguntes cómo.

—Huh. —Calli estaba sorprendida, y un poco envidiosa—. Yo

difícilmente llego a ver nuevas películas.

—¿En serio?

—Cuestan dinero —dijo—. Y eso es algo que me falta bastante.

Alex no dijo nada, sólo se quedó en silencio.

—¿Lista para comer?

Le tendió una mano y Calli depositó la suya en esta. Él la levantó y la

llevó a su habitación.

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Nadie había entrado nunca en la habitación de Alex. Ni siquiera

Meredith. Él cambiaba sus propias sábanas, limpiaba su propio baño,

aspiraba su piso. Este era el único lugar que era sólo suyo. Su padre nunca

había estado en el interior de la puerta. Y aquí estaba él, llevando a esta

chica que pensaba que podría ser una amiga, pero quien también podría

ser el enemigo, adentro. Decidió que debía estar loco. Había perdido la

cabeza por su belleza.

El pensamiento de su aspecto ya no siendo problema con él

importunó inmediatamente. Aplastó la idea al instante. Por supuesto que su

aspecto era un problema, ¿cómo no serlo? Especialmente cuando se

comparaba con el suyo.

Había hecho que Javier le enviara la comida un poco temprano

para que así estuviera aquí antes que Calli. La llevó adentro, quedándose

atrás para ver su reacción. Ella se trasladó al centro de la habitación y se

giró en un círculo, sus ojos recorriendo las paredes, el escritorio, la cama, el

alto vestidor. Todo era oscuro: paredes de color beige oscuro, muebles de

madera oscura, alfombras azul marino, edredón rojo oscuro. Incluso la

iluminación era un poco más tenue de lo que debería ser. Era la antítesis

de su habitación blanca. Finalmente sus ojos se volvieron hacia él.

—Es un poco oscuro y deprimente, ¿no te parece? —preguntó ella

con una sonrisa. Alex se rió. Dejando a Calli decirlo como era.

—Honestamente nunca lo pensé de esa manera hasta ahora

cuando te veo de pie aquí.

—Aún así —dijo—, es genial. Quiero decir, todo es de muy buena

calidad. —Ella caminó hacia la cama y pasó una mano por el edredón—.

Es mucho mejor que cualquier cosa en mi casa.

Alex inclinó la cabeza hacia ella.

—Describe tu casa para mí.

—¿En serio?

—En serio.

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—Está bien. Prepárate para el aburrimiento. —Ella se sentó en el

borde de su cama, y Alex cruzó los brazos sobre su pecho. Un curioso calor

bailó alrededor en el interior de su pecho debido a ella sentada allí, algo

que pensó que él recordaba de antes, pero que no podía ponerle un

nombre—. Me gustaría decirte que te sentaras —continuó—, pero es una

historia muy corta.

—Dos dormitorios: el mío y el de mi papá. Ambos son del tamaño de

mi cuarto de baño aquí. Compartimos un pequeño cuarto de baño, que

es realmente asqueroso porque mi papá es un cerdo la mayor parte del

tiempo. —Alex ahogó su risa—. Y —dijo ella—, la cocina y el salón son una

habitación del tamaño de tu habitación aquí. Todo es viejo, está en mal

estado, y cayéndose. Pero tengo que decir que está limpio. Odio vivir en la

inmundicia, que es en lo que mi papá nos haría vivir, si fuera por él.

Alex sentía ahora la necesidad de sentarse, así que se acercó al

extenso escritorio y giró la silla para mirarla.

—Así que debe ser más o menos... diferente aquí, ¿eh?

—Si por diferente quieres decir completamente extraño y surrealista,

entonces sí. Es difícil imaginar una casa de este tamaño sólo para dos

personas.

Alex miró a su habitación. Había conocido a gente que vivía de

manera diferente, por supuesto. Pero supuso que viviendo aquí todo este

tiempo, envuelto en su miseria, dolor y pena, él no había pensado

realmente en ello. Qué injusta broma de la naturaleza poner a alguien

horrible como él en un lugar de belleza como este, y poner a Calli en un

cuchitril.

—Háblame de tu padre —dijo él.

—Mi papá tiene la posibilidad de ser un papá genial —dijo—. Pero él

está enterrado bajo su deseo de un poco de bebida-alegre. —Ella inclinó

una botella imaginaria a su boca, sonriendo ante su broma. Su dolor, sin

embargo, estaba claro para Alex. Si alguien podía reconocer el dolor, era

él.

—¿Dónde está tu mamá? —preguntó, cambiando el tema.

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—Bueno... um, ella está... uh... —Ella miró alrededor de la habitación,

a cualquier lugar menos a él mientras tropezaba con sus palabras.

Entonces, trabó sus ojos en los suyos—. ¿Por qué tú y tu papá no se llevan

bien?

Él asintió con la cabeza.

—Correcto. Tema nuevo. Hábleme de...

—¿Es esta la noche de interrogar a Calli? —preguntó—. ¿Qué tal tit-

for-tat, o como sea esa expresión del Latín? ¿Algo sobre los calamares?

—¿Quieres decir, quid pro quo?

—Sí, eso. Ahora me toca hacerte una pregunta.

El estómago de Alex se tensó con los nervios. Le preocupaba lo que

podría preguntar. Instintivamente se llevó una mano a la cara, pero se

detuvo a medio camino y se cruzó de brazos.

—Está bien —concordó, esperando sonar con más confianza de la

que sentía.

—¿Dónde naciste?

Alex sonrió. Ella se lo puso fácil.

—Nací en New Hampshire.

—¿En serio? —Cuando él asintió, ella dijo—: No creo que lo hubiera

adivinado. ¿Por qué demonios se trasladaron al Oeste?

—¿Qué pasó con el quid pro quo?

—Me preguntaste dos veces —dijo. Ella levantó una mano y señaló—

. Mi casa. Mi papá. Me debes otra en primer lugar.

Alex relajó sus manos.

—Debido a la oportunidad que se le presentó a mi padre para

comprar el banco. Así que nos mudamos.

Calli asintió, pero pareció decepcionada por la incompleta

respuesta. Alex no la culpó. Sólo era la punta de la verdad.

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—¿Deberíamos continuar esta discusión durante la cena? —

preguntó él.

—Por supuesto. ¿Dónde vamos a comer?

Alex señaló una puerta en el lado opuesto de la habitación.

—Allí.

—¿El cuarto de baño? —Calli sonaba sorprendida. Alex se rió y

señaló hacia otra puerta, no lejos de la puerta para entrar en la

habitación.

—Ese es el cuarto de baño. Tengo otra habitación allí.

—Casi no puedo esperar a ver esto —murmuró Calli, haciendo reír a

Alex otra vez.

Se puso de pie y alzó una mano hacia ella, dándose cuenta una

fracción de segundo demasiado tarde que se trataba de un gesto que no

debería haber realizado. Hizo sentir esto demasiado como si fuera una cita,

y esa era una impresión que tenía que evitar a toda costa. Pero Calli

simplemente puso su mano en la suya, como si fuera la cosa más natural

del mundo, y lo siguió a lo que él llamaba su habitación de invitados.

Calli miró alrededor de la cruda habitación blanca. Todo estaba

pintado de blanco, el piso cubierto de azulejos blancos. Una nevera

blanca, estufa, y horno de microondas alineados en una pared. El único

color venía de la mesa y sillas café que estaban situadas en el centro de la

habitación. Esta habitación era decididamente más deprimente que su

habitación, pero ella optó por mantener la boca cerrada acerca de esto

también.

Alex sacó su cena fuera del horno donde había estado

calentándose, y algunas otras cosas de la nevera. Se sentaron y comieron,

haciendo preguntas de ida y vuelta.

—Háblame de tus amigos —dijo.

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—Brittany y Jennae son mis mejores amigas, lo han sido desde que

estábamos en el jardín de niños. Eli y Brandon están con nosotras por lo

general. Brandon quiere estar en cualquier parte donde está Brittany.

Tengo otros amigos en la escuela, pero ellos son en su mayoría con los que

paso el rato. Háblame de tu padre.

—¿Qué hay que saber? —dijo—. Probablemente lo conoces mejor

que yo. Es el dueño del banco. Le gusta jugar a ser Dios con la gente del

pueblo. No tiene sentido del humor… o el honor.

—¿En serio? ¿Es eso lo que piensas de él?

—¿Esa es tu siguiente pregunta? —preguntó—. Creo que es mi turno.

Háblame de tu escuela.

Ella entrecerró los ojos hacia él, pero lo dejó pasar.

—Está bien. Sólo recuerda que tú estableces las reglas. Mi escuela es

como cualquier otra escuela. —Cuando él levantó las cejas, ella se dio

cuenta que él no tenía idea de cómo era una escuela—. Vivo en el lado

pobre de la ciudad, así que me la paso con las otras personas que viven

cerca de mí. Ninguno de nosotros juega al fútbol, son porristas, o corren por

los oficiales escolares. No nos asociamos con los ricachones. A los maestros

no les importa nada de ninguno de nosotros, aunque les importa un poco

más acerca de aquellos cuyos padres tienen los medios para donar a sus

programas. Aprender algo es una decisión personal, porque no vas a

aprender de los maestros.

Cuando ella dejó de hablar, él lucía como si fuera a pedirle que se

extendiera, por lo que levantó un dedo.

—Mi turno. ¿Por qué te ejercitas tanto?

Alex se encogió de hombros, volviendo su atención a la comida.

—Ayuda a mantener las cosas sueltas, ya sabes. Si no lo hago, mis

cicatrices se tensan y hacen más difícil aflojarlas de nuevo.

Sus hombros se hundieron. Ella pensó en todos los chicos en la

escuela que se ejercitaban hasta ganar músculo con el fin de lucir bien

para las chicas. Entonces pensó en Alex, que lo hacía para tratar de evitar

el dolor.

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—Alex, lo sien...

—No —dijo él, sosteniendo una mano en alto—. No lo sientas. No...

no tú. Por favor.

Calli mordió el interior de su mejilla. Un rubor se había deslizado hasta

la mejilla izquierda de Alex.

—¿Por qué no has comido alguna vez con tu padre? —preguntó en

voz baja.

Ella pensó que podría no contestar. Era su turno después de todo.

Pero él la sorprendió cuando miró a sus ojos y dijo:

—No puedo soportar verlo mirándome, y ver nada más que la

pérdida de su esposa y su hija.

Calli quería discutir con él. Seguramente el Sr. Stratford no culpaba a

Alex, o al niño que había sido. Tenía que estar agradecido de que su hijo se

salvara. Pero ella no podía argumentarlo, porque no lo sabía. No los había

visto nunca juntos, o incluso hablado con el Sr. Stratford sobre lo que había

sucedido. Lo que veía era el dolor y la culpa en los ojos de Alex, y la

soledad.

Ella apartó su plato.

—¿Tienes alguna buena película? —Él la miró con una pregunta en

los ojos—. Bueno, toda buena no-cita debe terminar con una película en

un no-cine. Vamos a comer un pedazo de pastel de durazno de Javier que

vi en tu refrigerador, y esa será nuestra no-palomitas de maíz.

Alex le sonrió.

—Eres muy no-normal, Callidora Clayson.

—Finalmente —dijo ella, echando los brazos al aire—, él me

entiende. —Se levantó y esta vez extendió la mano hacia él—. Vamos,

amigo.

Él miró su mano por un segundo, luego la tomó y la siguió hacia su

habitación. Ella se detuvo allí.

—Um, ¿puedo usar el baño primero? —preguntó.

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Él hizo un gesto con la mano hacia la puerta y ella entró. Se apoyó

en el borde del lavabo y respiró hondo. La simpatía por Alex la abrumó. Ella

quería ir atrás en el tiempo y sostener a ese niño que pensó que era su

culpa que no pudiera rescatar a los otros dos de un edificio en llamas.

Quería sostener al casi-hombre que era ahora del dolor que seguía

desgarrándolo y lo mantenía escondido como un... bueno, como un

monstruo.

Sus dedos se apretaron contra la esquina y contuvo la respiración

para ahogar los sollozos. Finalmente salpicó un poco de agua sobre su

cuello y se miró en el espejo para asegurarse de que no quedaran rastros

de su angustia.

Sin espejo.

Se dio la vuelta en un círculo en el gran cuarto de baño. No había

espejos en ninguna parte. Su armario conducía a la parte trasera del

cuarto de baño, al igual que el de ella. Ella se asomó, sin querer curiosear,

pero husmeando todos modos. Filas de las sudaderas y camisetas de

manga larga se alineaban en los bastidores. Sin espejos.

Raro. Comprensible, pero raro. Y no un poco descorazonador.

Alex se paseó mientras esperaba a que Calli saliera de su cuarto de

baño. Había hablado demasiado. Se encontró a sí mismo haciendo eso

cada vez más con ella. Le había dicho más de lo que le había dicho a su

psiquiatra en todos sus años de terapia. Le puso nervioso que hubiera

compartido tantas cosas con ella.

Ella salió, con su habitual semblante feliz de vuelta en su lugar. Echó

un vistazo alrededor de la habitación, como si buscara algo, y luego dijo:

—Vamos.

Salieron a la sala de teatro, y él enumeró algunas de las películas

que tenía.

—Bueno, puedo ver que esto es algo que vamos a tener que hacer

más a menudo —dijo—. No he visto nada de eso.

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Ella escogió una, y él la puso en el reproductor mientras ella les

repartió dos pedazos de pastel. Él se sentó en el sofá, y cuando ella se

acercó, se sentó junto a él. Alex pensó que debería sentirse nervioso por

eso, pero de alguna manera se sentía bien.

La película comenzó, y Calli exclamó sobre el tamaño de la pantalla

y el sonido en la habitación.

—Esto es mucho mejor que el cine. Y mis pies no se pegan al suelo.

—¿Por qué tus pies se adhieren al suelo?

—No lo sé. Supongo que nunca limpian las bebidas derramadas y

esas cosas. Pero hay que tener cuidado ya que podría perder un zapato.

Alex se rió y tomó su plato vacío, colocándolo al final de la mesa con

el suyo. Volvió su atención de nuevo a la película, y pronto Calli subió sus

pies a un costado, se inclinó y apoyó la cabeza en su hombro. Alex se puso

rígido.

—¿Esto está bien? —preguntó ella.

—Sí —dijo. Y así era. Ella deslizó su brazo con el de él, enredando sus

dedos con los suyos. Alex se relajó contra ella. No creía que alguna vez

hubiera disfrutado tanto de una película.

—Todavía no puedes poner la estrella —le dijo Calli a Alex,

extendiendo su mano para arrebatársela de la mano.

—¿Por qué no? —se rió él, sosteniéndola en lo alto, fuera de su

alcance.

—Va en último lugar. Tienes que colgar todos los ornamentos y las

cadenas de palomitas de maíz antes de que puedas llegar a la cima del

árbol.

Alex puso sus ojos en blanco.

—¿Y quién decidió que sería divertido pasar horas encadenando las

palomitas de maíz sólo para colgarlas en el árbol de Navidad? Ya tenemos

suficientes decoraciones. —Alex nunca lo admitiría, pero las horas que

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habían pasado encadenando, y comiendo, las palomitas habían sido

divertidas.

Los cuatro meses que Calli había estado viviendo en la casa de Alex

habían pasado rápido. Cuatro meses de Alex sintiéndose vivo de nuevo.

Calli rara vez iba a casa los fines de semana. Al principio sólo habían sido

ocasionales las veces que se había quedado. No había ido a casa por seis

semanas completas.

Alex ahora cenaba con ella y su padre todas las noches. Cómo le

había hablado ella a él no lo podía decir, pero se dio cuenta de lo fácil

que era estar cerca de su padre con ella allí. Él podía ignorar las miradas

de su padre, y ver a Calli burlándose de él. Se burlaba de Winston Stratford.

No creía que un alma pudiera salirse con la suya con eso.

Alex miró abajo hacia la caja que sostenía.

—Mira, Calli, sólo queda una pequeña caja de adornos. ¿Cómo

poner esos primero pueden hacer una diferencia?

Ella se encogió de hombros.

—Simplemente lo hace.

—Bueno —dijo él—. No se puede discutir con esa lógica. Voy a

esperar.

Calli sonrió y le dio un golpe a su hombro con el suyo.

—Gracias, Alex.

—Alex. Callidora. ¿Qué están haciendo? —preguntó su padre,

entrando a la habitación. Alex se puso rígido, poniéndose en guardia

como siempre hacía cuando estaba cerca de su padre.

—Hola, Winny. ¿Qué pasa? —preguntó Calli. El padre de Alex se

erizó. Cuando él siguió dirigiéndose a ella como Callidora, ella empezó a

llamarlo con el ridículo apodo de Winny. Se había convertido en una

batalla de voluntades con respecto a sus nombres. Alex sospechaba que

Calli ganaría.

—Mi nombre es Winston, como bien sabes.

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—Y el mío es Calli, como tú bien sabes. ¿Quieres ayudarnos a poner

esta última caja de adornos en el árbol?

Alex esperó a la esperada negativa de su padre.

Sorprendentemente, Alex le oyó decir—: Claro.

La decepción llenó a Alex. Se había estado divirtiendo hasta ahora.

Él prefería que su padre se fuera y los dejara divertirse. En su lugar, Calli se

inclinó hacia la caja más grande y sacó la pequeña caja de adornos, que

entregó a su padre.

—Callido… Calli, ¿por qué no vas a ver si Javier nos prepara un poco

de ponche de huevo, mientras que Alex y yo ponemos estos en el árbol?

—Por supuesto —concordó Calli alegremente antes de que Alex

pudiera ofrecerse a ir. No quería quedarse a solas con su padre. Calli salió

de la habitación, y Alex a regañadientes permaneció donde estaba.

Su padre abrió la caja, inclinándola hacia Alex para que pudiera ver

el interior.

—¿Te acuerdas de estos adornos, Alex?

Alex miró a la caja. Los adornos eran del tipo barato, de vidrio. Eran

de color rosa y plata. No le resultaban familiares. Su árbol era siempre

decorado profesionalmente, y sin duda nunca había incluido hebras de

palomitas de maíz.

—No, nunca los había visto —dijo secamente.

Su padre miró a los adornos, acariciándolos con su mano libre, casi

con reverencia.

—Eran de tu madre.

Alex se sacudió ante la mención de su madre. Su padre nunca le

había hablado de ella a Alex. De hecho, Alex había sido informado de su

muerte —que ya había sabido de todas formas— por una de sus

enfermeras en el hospital.

—Los compró el primer año que estuvimos casados en una tienda al

dólar en decadencia. Era todo lo que podíamos permitirnos. —Sonrió para

sí mismo, perdido en el recuerdo—. Cuando llegamos a casa, me arrastró

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por la montaña para desenterrar un árbol. Teníamos que ser muy

cuidadosos para que después pudiéramos plantarlos en el patio.

Alex de repente tuvo un claro recuerdo de un jardín con pinos de

diferentes tamaños plantados a lo largo de la cerca trasera. No se le

ocurrió preguntarse acerca de ellos en ese momento. ¿Sabía que ella

había plantado su árbol de Navidad cada año?

Su padre levantó la vista hacia el árbol que Alex y Calli habían

decorado. Dio un paso adelante y acarició la hebra de palomitas de maíz.

Se giró y Alex se sorprendió al ver que sus ojos estaban brillantes por las

lágrimas.

—Ella hacia esto también, porque también era barato. Incluso

después, cuando ya teníamos dinero, aún encadenaba palomitas de maíz

para el árbol. —Miró otra vez los adornos y los acarició—. La extraño, Alex,

—susurró.

Alex apretó los puños, luchando contra la marea de emociones, y la

culpa que se apoderó de él. Sabía que había habido algunas cosas

salvadas del fuego, algunas cosas que estaban en el garaje. Pero él nunca

había visto nada de ello. No tenía ninguna fotografía de su mamá o su

hermana. No sabía que los adornos habían hecho su camino hasta su casa

hasta ahora.

—Sé que lo haces —dijo Alex en voz baja y áspera—. Yo... lo siento...

lo intenté... no pude llegar hasta ellas. Lo intenté... lo intenté tanto...

Mientras daba su discurso vacilante, la mirada de su padre pasó de

confusa a asombrada realización hasta la incredulidad. Dio un paso hacia

Alex, poniendo los adornos en la mesa y tomando a Alex por ambos

brazos.

—Alex, ¿qué estás diciendo? —preguntó con urgencia.

—Yo no... no pude... lo intenté... yo... pero fallé. —Alex no podía

mirarlo a los ojos.

—Alex, hijo, ¿crees que es tu culpa que ellas murieran?

—Lo siento. —Él bajó la cabeza miserablemente.

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—Alex, no. No es… —Él llevó a Alex a sus brazos, sosteniéndolo

firmemente y Alex vio su barrera caer. Había estado manteniéndola en alto

por mucho tiempo, pero no podía soportar esto, no podía soportar los

brazos de su padre a su alrededor. Empujó a su padre violentamente.

—¡Por supuesto que es mi culpa! —explotó—. Si hubiera llegado a

casa como se suponía que debía, podría haberlas sacado. ¡No me digas

que no me culpas! Lo veo cada vez que me miras.

Su padre escuchaba con la boca abierta.

—Alex, no es tu culpa. —Alex lo miró, inseguro de haber oído bien—.

Escúchame, hijo, esta no es tu responsabilidad, no en lo más mínimo. Tenías

siete años. Incluso si hubieras estado allí, no podrías haberlas sacado. Y en

lugar de perder a mi esposa e hija, habría perdido todo. También te

hubiera perdido. Doy gracias a Dios todos los días que te salvaras. —Alex

negó con la cabeza, negando las palabras de su padre—. Alex, esta es mi

culpa. ¿Sabes cómo empezó el fuego?

Alex no había pensado en ello. Simplemente había comenzado.

—No —respondió.

—Hubo una fuga de gas. Yo debería haberlo sabido. Debería de

haberme ocupado de ello. Ella encendió una cerilla para encender el

horno. No hay manera de que pudiera haberse salvado, Alex. —Alex se

estremeció y cerró los ojos ante la imagen.

—Cada vez que te miro —dijo su padre—, veo de lo que soy

culpable. —Alex abrió los ojos y los niveló a los de su padre—. Estoy

egoístamente agradecido de que viviste, para que por lo menos pudiera

tener a mi hijo, aunque estuvieras forzado a vivir con mi negligencia. Todas

esas semanas en el hospital, todos esos meses de terapia, el intenso dolor

que has sufrido. No podía soportarlo, Alex. No podía soportar saber lo que

había hecho. Te había quitado a tu madre, y a tu hermana, y había

causado que tuvieras que vivir el resto de tu vida con las cicatrices de eso.

—Pero tú... —Alex respiró hondo, abriendo y cerrando los puños un

par de veces, sintiendo el dolor familiar en el brazo y la pierna—. Tú no

estabas ahí. Nunca.

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—Estaba ahí, Alex, todos los días. No podía encararte. No podía lidiar

con la culpa.

—¿No pensaste que tal vez te necesitaba?

Su padre lo miró sorprendido por la idea.

—Yo... no, pensé que no podías mirarme, sabiendo lo que había

hecho.

—Y yo pensé que no podías mirarme sabiendo lo que yo había

hecho —dijo Alex, de pronto su ira drenándose.

Se quedaron en silencio, observándose el uno al otro.

—Lo siento, Alex, por hacerte sentir que te había abandonado. Traté

de proveerte con lo mejor de todo para hacer tu vida más fácil. Nunca se

me ocurrió que lo que más necesitaba era a mí.

El tormento en la voz de su padre, dio fe de la verdad de sus

palabras. Alex se acercó a la mesa y tomó la caja de adornos.

—Bueno, entonces los dos somos unos tontos obstinados por no decir

nada. —Él sacó uno de los adornos suavemente de la caja y se lo entregó

a su padre. Él lo tomó y con la otra mano agarró el hombro de Alex. La

cubrió con la suya, un espectáculo silencioso del perdón.

—Vamos a poner estos adornos en el árbol —dijo su padre.

—Mejor lo hacemos —respondió Alex—, porque Calli no nos dejará

poner la estrella en la parte superior hasta que lo hagamos.

Su padre se rió y negó con la cabeza.

—Tu madre era exactamente de la misma manera.

Calli se quedó en el pasillo. No había querido escuchar, pero

hablaban fuerte. Y entonces no quiso interrumpir. Sus palabras trajeron

lágrimas a sus ojos. Había leído sobre el incendio en el Internet. Podía

entender por qué Alex nunca había leído sobre ello él mismo. Lo que no

podía entender era que en todos sus años de terapia, ninguno de ellos

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había estado juntos para hablar de ello. Parecía un desperdicio, por el niño

que sufría tanto dolor esperando el amor de su padre, y el padre teniendo

miedo de amar, porque se culpaba por el dolor del niño.

Se limpió la cara, estudiando sus rasgos mientras ellos estaban en

silencio por unos minutos. Sabía que era inútil buscar un espejo para

mirarse, hacía mucho había descubierto que el único espejo en toda la

casa era el de su baño. Se frotó el pelo, se pellizcó las mejillas, y recogió la

bandeja de ponche de huevo que estaba sobre la mesa auxiliar. Puso una

sonrisa en su cara, y entró en la habitación.

—Una bandeja del famoso ponche de huevo de Javier. O al menos

eso me han dicho. Eso de que es famoso, quiero decir.

Alex y su padre la miraron desde donde colgaban los adornos. Calli

les sirvió a ambos un ponche de huevo, y le dio uno a cada uno. Ella tomó

el suyo y se acercó al árbol, tocando uno de los nuevos adornos.

—Hermosos, ¿no? —preguntó Winston.

—Mm, mucho —dijo—. Me recuerdan a nuestros adornos en casa.

Sólo que los nuestros son verdes y dorado.

Alex colgó el último adorno, y se volvió hacia ella con la estrella.

—Aquí tienes, Calli. Hemos colgado todo lo demás. ¿Ahora podemos

poner la estrella?

—Sí, Sr. Inteligente, se puede poner ahora. —Él se la entregó a ella, y

ella lo empujó de vuelta hacia él—. Deberías colgarla tú, Alex.

—No, creo que tú deberías —dijo.

—Estoy de acuerdo —dijo Winston—. Después de todo, fue tu regla.

Calli sonrió.

—Me encantaría, pero...

—¿Pero qué? —preguntó Alex.

—No puedo alcanzar. No soy lo suficientemente alta. Tú eres el más

alto aquí, Alex.

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—Te ayudaré —dijo. Se agachó, dando una palmadita en su

hombro—. Súbete.

—No —dijo ella, retrocediendo—. No puedo. ¿Y si te lastimo?

Él exhaló con frustración.

—Calli, te lleve todo el camino de regreso a tu casa ese día que te

perseguí.

—¿Ese fuiste tú?

—Por supuesto que lo era. ¿Quién pensaste que fue? —Él no esperó

una respuesta—. Y te cargué dos tramos de escaleras cuando decidiste

ejercitar en pantuflas. Levantarte para poner una estrella en el árbol no me

hará daño, te lo aseguro.

—¿La cargaste dos tramos de escaleras? —preguntó Winston,

sorprendido.

Calli y Alex ignoraron a Winston mientras ella lo miraba. Se dio cuenta

de que era verdad. Él sería capaz de levantarla sin ningún problema.

Pesaba menos de las pesas que él ponía en su barra.

—Está bien, —dijo ella, subiendo sucesivamente. Envolvió sus manos

alrededor de ambos lados de su rostro mientras se levantaba, sintiendo el

desnivel accidentado debajo de su mano derecha. Eso la sobresaltó. Ella

tendía a olvidar que estaban allí. Se dio cuenta de que cuando miraba a

Alex, raramente veía las cicatrices.

Una vez que él estaba de pie, Winston tomó la estrella y se la entregó

a ella. Ella se acercó y puso la estrella en la parte superior del árbol,

fijándola firmemente. Alex se agachó de nuevo para que ella pudiera

bajarse. Cuando se levantó, ella le sonrió. Juntos, miraron hacia el árbol.

Winston se movió para estar al otro lado de Alex, colocando un brazo

ligeramente a través de los hombros de su hijo. Calli miró a Alex ante el

gesto, vio la ligera elevación en la esquina de su boca.

—Ustedes hicieron un gran trabajo —dijo Winston.

—Lo hicimos —dijo Alex, volviendo la mirada y sonriéndole a Calli. Él

puso su mano en la de ella por lo bajo, de manera que Winston no pudiera

verlo, y ella le apretó en respuesta. ¿Quién hubiera imaginado, hace

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cuatro meses, que estaría feliz de estar de pie en medio de la Casa del

Monstruo, de la mano con el mismísimo monstruo?

Calli no podía dejar de mirar a su padre. Era la víspera de Navidad, y

él había venido hasta los Stratford. En lugar de ir a su casa para las

vacaciones, había venido a pasar la noche aquí para que pudieran pasar

la mañana de Navidad con Alex y Winston. Esta noche era la gran fiesta

para todo el personal y sus familias. Sin importar lo mucho que le había

suplicado y engatusado, Calli había sido incapaz de convencer a Alex de

ir a la fiesta. El personal estaba acostumbrado a él y no lo miraban de

manera diferente de la que verían a alguien, pero sus familias no lo

conocían.

El padre Calli, sin embargo, parecía un hombre diferente del que

había visto por última vez en acción de gracias. Estaba bien afeitado, algo

que no había estado desde... bueno, toda su vida. No sólo eso, su piel era

de color rosa en vez de gris. Había perdido algo de peso, pero en el buen

sentido. Vestía muy bien, y sus ojos, sus ojos eran claros. No brumosos de

embriaguez o resaca. Su aliento era incluso bueno.

Él había ido a saludar a Alex, y había regresado solo, también

fallando en convencer a Alex en venir. Aún así, Calli estaba encantada de

que incluso hubiera hecho el esfuerzo. No hace mucho tiempo él sólo se

habría preocupado por sí mismo. Ahora estaba caminando entre estos

extraños, hablando, interactuando. Y Calli no podía apartar los ojos de él.

Estaba casi irreconocible.

Lo mejor de todo, ella nunca lo vio con una sola bebida en la mano

que no estuviera libre de alcohol.

Cuando era casi la hora de la cena, ella se coló lejos y bajó las

escaleras. Dudaba que pudiera hacer que Alex viniera, pero no estaba

dispuesta a permitir que él cenara solo en Nochebuena. Se dirigió a su

habitación y llamó. No hubo respuesta. Llamó de nuevo. Todavía sin

respuesta. Preguntándose si él la había ignorado a propósito, ella abrió la

puerta.

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Metió la cabeza por la esquina y vio que, aunque su habitación sólo

estaba débilmente iluminada por una lámpara de escritorio, la habitación

de junto estaba iluminada.

—¿Alex? —llamó.

Él dio un paso hacia la luz, sonriendo.

—Entra —dijo.

Ella entró y caminó por la habitación. Cuando llegó ahí, él dio un

paso y cerró la puerta detrás de él.

—Cierra los ojos —dijo—. Tengo una sorpresa para ti.

Él la llevó a la habitación.

—Está bien, ábrelos.

Calli lo hizo, y vio que había colgado la habitación con luces de

Navidad. La mesa estaba cubierta con un mantel rojo y decorado tan

elegantemente como el de arriba, incluyendo tres velas encendidas en el

centro. Podía oler la comida que había sido preparada por Javier. Se

volvió hacia Alex.

—¿Y si no hubiera venido?

Él le sostuvo la mirada.

—Sabía que vendrías.

—¿Soy tan predecible?

Él sonrió.

—Eres tan fiable.

—Ugh —gimió—. Qué aburrido.

—Está bien —dijo él riendo—. Eres de tan buen corazón. No hubieras

querido que comiera solo.

—Más bien egoísta. Prefiero estar contigo que con toda esa gente

que ni siquiera conozco.

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—¿Y querías que yo fuera ahí?

—Bueno —razonó Calli—, si tú estuvieras allí, entonces yo no habría

tenido que venir hasta aquí para estar contigo.

—¿Subir y dejarlos mirar, para que puedan ir y difundir aún más

historias sobre la bestia de la Casa del Monstruo? No, gracias.

Calli ladeó la cabeza, pensando.

—¿Piensas esconderte para siempre?

—No, por supuesto que no —dijo—. Bueno, tal vez. Probablemente.

No lo sé.

—Es bueno saber que no estás indeciso o algo así, que has pensado

mucho en esto.

—¿Podemos comer ahora? —preguntó irritado—. Tengo hambre.

Se sentó a la mesa.

—No hagas que me arrepienta de venir aquí a tomar el sol con tu

espíritu alegre de fiesta, Alex.

Suspiró y se sentó frente a ella.

—Lo siento.

—Perdonado —dijo—. ¿Te diste cuenta de mi papá?

Alex la miró extrañamente.

—Sería difícil no fijarse en él, Calli. Vino para insistir en tus planes de

hacerme subir a la fiesta.

Ella hizo caso omiso de sus palabras.

—Él se ve... diferente. Bien.

—Se le veía un poco mejor que cuando vino en acción de gracias,

pero la verdad es que pensé que tal vez se estaba sintiendo un poco mal o

algo así. ¿Es así como normalmente se ve?

—Sí. Desde que tengo memoria.

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—Entonces, ¿qué crees que ha cambiado?

Calli sonrió.

—Creo que tu padre mantuvo su promesa y lo metió en

rehabilitación.

—Por fin hizo algo bueno, ¿eh?

—Alex —lo reprendió Calli—. Dale a tu papá un descanso. Ha estado

portándose muy bien últimamente.

—Sí, lo sé —estuvo de acuerdo—. Viejo hábito, supongo.

—Bueno, tal vez es hora de empezar nuevos hábitos.

—Oh, bien —gimió él con sarcasmo—. Calli está en su modo de

arreglarlo otra vez.

—Ja-ja —se burló ella.

Calli se sentó frente al escritorio de Winston, retorciendo sus manos

con nerviosismo.

—Es una mala idea, Calli.

—No es una mala idea. Es una idea genial. Él no puede seguir

escondiéndose por siempre.

—¿Le has preguntado por esto?

—Bueno… no —admitió ella. Quería preguntarle a Winston si podía

tener una fiesta la Víspera de Año Nuevo en la casa, para que así Alex

pudiera conocer otros chicos de su edad. Quizás si él tenía algunos amigos,

quizás no pensaría que tenía que vivir como un ermitaño el resto de su

vida—. Necesito tu permiso primero. Entonces le diré.

—Dile —repitió él con una risita—, no le preguntes.

—Si le pregunto, dirá que no. No te preocupes, lo convenceré.

Winston se echó a reír.

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—Creo que si alguien puede hacer eso, Calli, esa eres tú.

Alex paseaba en el jardín de rosas. Todas las rosas estaban muertas,

sólo tallos espinosos sobresaliendo para atrapar cualquier material que se

acercara demasiado. La bestia había estado silenciosa desde que Calli

había venido por primera vez. Él no se había dado cuenta hasta esta

noche, cuando las palabras de ella trajeron a la bestia de regreso.

Incluso el que ella intentara convencerlo de ir a la fiesta de Navidad

no había despertado a la bestia. Quizás porque no había amenaza en eso.

No se había sentido presionado para nada al exponerse esa noche. No por

su padre, no por el padre de Calli, ni por la misma Calli. Era como si todos

esperaran que él se negara y por lo tanto, no habían presionado.

Pero ahora esto.

Esto.

Calli pidiéndole que fuera a su fiesta de Víspera de Año Nuevo. No,

eso no estaba bien. El no preguntar. Decirle que la fiesta era por él, para

que así conociera a sus amigos.

Los mismos que habían llegado a reírse de él antes.

La bestia había rugido y la había asustado. Lo suficiente como para

salir corriendo en lágrimas.

Arrancó uno de los tallos espinosos de su arbusto y lo lanzó con un

rugido. Aterrizó con un suave y poco satisfactorio sonido contra la pared

de piedra. Se dejó caer de cuclillas, enterrando su cara en sus manos,

apretando con fuerza su cabello con sus puños. Era demasiado pedir eso.

Ella debería saber eso. Él había creído que, después de todo este tiempo,

ella entendía.

Había creído que ella era su amiga.

Cómo podía pedirle…

Se levantó abruptamente. Como si alguien hubiera arrojado claridad

sobre él como un manto, él sabía. Ella se lo había pedido porque era su

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amiga. Había pasado los últimos cuatro meses encerrado con él, pasando

todo su tiempo con él, mostrándole que, para ella, él era igual que el resto

de la gente. Y entonces, cuando ella le ofreció algo que pensó que era

bueno, un gesto de amabilidad en sus ojos, él estalló. Ella era su amiga.

Pero él… él no era amigo de ella.

Salió de la bóveda y levantó la mirada hacia donde sabía que

estaba su habitación. Luz irradiaba desde su ventana. Se movió un poco

hacia atrás, y la vio. Sentada en el asiento de su ventana, rodillas contra su

pecho, brazos envueltos con fuerza alrededor de ellas. Su cabeza estaba

inclinada contra sus rodillas y su cuerpo se sacudía.

El corazón de Alex se agrietó y la bestia se arrastró hacia el agujero,

desapareciendo. Con un golpe de determinación, fue hacia ella.

Calli se sentía horrible. Honestamente había pensado que Alex

agradecería la oportunidad de tener algunos amigos además de ella.

Había creído que, quizás, después del tiempo que habían pasado juntos,

entendería que si dejaba entrar a otros, los dejaba conocerlo como ella lo

conocía, entonces lo verían como ella lo veía.

Alex reaccionó violentamente a su petición. Había pensado que

probablemente, necesitaba mucho hablar para convencerlo, pero creyó

que quizás podía molestarlo con eso. Que ella podía dar ofrecer todos sus

argumentos convincentes previamente planificados.

En cambio, él había… bueno, rugido era la mejor forma en que

podía ponerlo. Él había lanzado sus pesas por la habitación, enviándolas

contra la pared. Derribó el banco de ejercicios y también la cinta de

correr. Ella lo admitía: Había estado asustada por su rabia. Así que corrió.

Y ahora estaba sentada en su habitación, horrorizada por ella y por

Alex. Debería haberlo metido de a poco en la discusión, en vez de llevarlo

directamente. Pero él no debería haber reaccionado de la forma en que

lo hizo. Ella sabía eso. Y aún así, una pequeña parte de ella también

entendía por qué lo hizo.

Un golpe en su puerta la sobresaltó. Esperando a Meredith o a

Winston, ella dijo—: Entre. —Ni siquiera se molestó en secar sus lágrimas,

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sabiendo que Meredith había oído todo, y que Winston debió haber sido

informado para entonces. Giró su cabeza hacia la ventana mientras la

puerta se abría.

—Hola.

Se sobresaltó ante la voz, pánico apretando su pecho. Sus ojos se

movieron hacia el reflejo de él en la ventana. Alex. Se preguntó si estaba

aquí para enfurecerse un poco más con ella.

Él cerró la puerta tras de sí y se apoyó contra ella, brazos tras su

espalda. Calli intentó secar sus lágrimas a escondidas.

—Prometo que no voy a lastimarte —dijo él, su voz oprimida con

emoción.

Ella se giró hacia él ante sus palabras.

—Lo sé —dijo ella y se dio cuenta que realmente lo sabía.

Angustia cubría su cara, y cuando él vio la cara de ella manchada

por las lágrimas, dejó caer los ojos al suelo, avergonzado. Calli no podía

soportarlo, la tensión entre ellos, ambos sufriendo. Ella se levantó y caminó

hacia él, envolviendo sus brazos alrededor de su cintura, apoyando su

mejilla contra el pecho de él, esperando que su temperamento se

calmara.

—Calli, yo… —Sus palabras se enredaron en su garganta y ella negó

con la cabeza.

—Sólo sostenme, Alex. Por favor.

Sus brazos la envolvieron, bandas de acero que consolaban. Él dejó

caer su cabeza para descansar su mentón contra la parte superior de su

cabeza. Mientras la sostenía, el dolor de ella lleno de estremecimientos

lentamente desapareció, y una calidez ocupó su pecho, floreciendo hasta

que la abarcó un brillo reconfortante. Los temblorosos brazos de Alex

eventualmente se calmaron.

Ella no supo cuánto tiempo estuvieron así, silenciosos y quietos, antes

de que él levantara una mano y acariciara su cabello.

—Callo, lo siento tanto.

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Ella se inclinó hacia atrás y lo miró, sin abandonar su abrazo.

—Lo siento también, Alex. Más de lo que puedas imaginar.

—¿Por qué? —preguntó él, genuinamente confundido.

—Por intentar llevarte a algo para lo que no estás preparado. Por

herirte, Alex, espero que sepas que nunca haría algo para lastimarte. Al

menos no a propósito.

La cara de Alex reflejó incluso más agonía que antes. Inclinó su

cabeza hacia atrás y la golpeó contra la puerta, una vez, suavemente.

—No tienes nada por lo que disculparte, Calli.

Él la saltó, tomando su mano y guiándola de regreso al asiento de la

ventana. Él se sentó, y Calli se sentó junto a él, metiendo su brazo entre el

suyo.

—Antes, cuando yo… cuando me enfadaba tanto Calli, yo…

—Está bien.

—No —dijo él, negando con la cabeza—. No está bien. Desde… —

Pareciendo incapaz de encontrar las palabras para describirlo, señaló con

una mano su cara y el lado derecho de su cuerpo—, siento como que

tengo esta cosa, esta bestia, rugiendo dentro de mí. Cuando me paro

afuera en el atardecer, y grito como lo hago, es mi forma de liberarla. Le

doy la oportunidad de rugir para poder controlarla el resto del tiempo.

Calli frunció el ceño en su dirección. Era extraño, él hablando de “la

bestia” como si fuera algo vivo.

—Y por lo general puedo. De hecho, desde que llegaste, no había

tenido que intentar controlar la bestia para nada. —Se encogió de

hombros—. No puedo recordar la última vez que me paré afuera y la dejé

salir. No me había dado cuenta hasta hoy cuando volvió tan

violentamente. Te asusté, lo sé, y nunca me voy a perdonar.

—Alex —dijo Calli, queriendo alejar esto de él. Definitivamente, Alex

no necesitaba otra cosa por la que sentirse culpable. Queriendo que él lo

entendiera, ella tomó su brazo y lo envolvió a su alrededor, acurrucándose

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contra su costado—. No estaba asustada por mí… Bueno, quizás un poco.

Más estaba asustada por ti.

—¿Qué? —Él sonaba incrédulo.

—Pretendes que nunca tienes dolor, pero puedo ver cuando sufres.

Puedo ver lo mucho que intentas ocultarlo, pero sé que después de que te

ejercitas, tienes dolor. Y ya que ya has ejercitado, no puede haber sido no

doloroso lanzar las cosas que lanzaste. Me preocupé de que te lastimaras.

Me preocupé de que te retrajeras en tu cascarón de la rabia que tenías la

primera vez que vine. Me preocupé de que me enviaras lejos. Pero nunca

me preocupe de que me lastimaras… Físicamente, claro.

Alex la miró como para leer la veracidad de sus palabras. Su cara

reflejaba su incertidumbre.

—Pero te alejaste, llorando.

—No debería haberme alejado. Debería haberme quedado. El llanto

habría llegado de todas formas —dijo ella con una sonrisa—. No quiero que

me odies, Alex. Y eso es lo que me asusta más.

Alex envolvió su otro brazo alrededor de ella y la acercó a él.

—Eso no va a suceder, Calli. Nunca. Lo prometo.

Ella lo abrazó, ese cálido sentimiento abarcándola una vez más.

—Esto está bien. No creo que pueda soportarlo.

—Entonces —dijo él, apretándola—, ¿una fiesta, eh?

Ella rió.

—No, Alex. Sin fiesta. No lo diré de nuevo.

Alex dejó salir un suspiro.

—Deberíamos tener una fiesta.

—¿Qué? —Ella se sentó erguida, mirándolo—. ¿Qué estás diciendo?

Él sonrió.

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—Creo que estoy diciendo “adelante y has una fiesta”. Estaré ahí,

incluso si significa ser la atracción principal. —Ella negó con la cabeza,

abriendo su boca para protestar. Él puso un dedo en su labio para

detenerla—. Insisto. Por favor, Calli. Hazlo por mí.

Ella le sonrió.

—¿De verdad?

—De verdad.

Ella lo besó en los labios, un beso rápido, un beso de

agradecimiento, antes de acurrucarse contra él nuevamente.

—Gracias, Alex. No te arrepentirás. Lo prometo.

Alex enderezó su cuello por décima vez. Abotonó su camisa del

todo, luego desabotonó los dos primeros botones. Los volvió a abotonar.

Por primera vez, deseó un espejo. No había espejos en la casa desde que

él los rompió, un año después de que se mudaron. Algunos chicos habían

venido desde el pueblo para mirarlo desde el jardín, para reírse de él o

insultarlo. Había dejado que la bestia saliera, y juntos rompieron muchos de

los espejos.

Su padre los había movido todos. Pensaba que estaban en algún

lugar en donde Alex no podía encontrarlos. Él no sabía que Alex sabía

exactamente dónde estaban, y que de hecho usaba la habitación de los

espejos, como la llamaba él, cuando sentía muchas ganas de torturarse.

En la habitación, con espejos contra cada pared, no podía escapar de su

imagen.

Ahora, no tenía forma de ver cómo se veía. Si era mejor abotonada

del todo o levemente desabotonada. ¿Debería enrollar sus mangas un

poco o dejarlas firmemente alrededor de sus muñecas? Se preguntó cómo

se veía su cabello. Lo había combatido, sabiendo que era rizado, pero no

tenía idea de si había algún mechón sobresaliendo, o si se veía como un

tonto.

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Definitivamente se arrepentía de decirle a Calli que haría esto. No se

retractaría, sin importar lo mucho que quisiera hacerlo. Le había dado su

palabra y la mantendría. Sólo deseaba tener un espejo.

Un golpe sonó en su puerta. Su padre la abrió y metió su cabeza

adentro.

—¿Puedo entrar? —preguntó.

—Seguro. —Alex dejó de inquietarse y se dio la vuelta para enfrentar

a su padre. Estaban trabajando en su relación, intentando superar todos

los años de silencio y de paredes levantadas, pero iba a tomar tiempo.

—Te ves genial —dijo su padre y Alex comenzó a inquietarse de

nuevo, abotonando y desabotonando su camisa.

—¿De verdad? —preguntó inseguro—. ¿Mi cabello está bien?

Su padre dio un paso hacia adelante y puso sus manos sobre las de

Alex.

—Tu cabello luce genial. Mantén los botones sueltos. —Hizo una

pausa, luego dijo—: Van a mirar fijamente al comienzo, Alex.

Las manos de Alex cayeron a sus costados y sus hombros se

hundieron.

—Lo sé.

—Pero si te abres con ellos, como lo haces con Calli, van a ver lo

genial que eres. Entonces, no van a seguir mirando fijamente.

—Bueno, puedo esperarlo de todas formas —dijo Alex, aunque su voz

no tenía esperanza.

—No tienes que hacer esto, hijo.

Alex cuadró sus hombros.

—Sí, tengo que.

Su padre lo miró intensamente por un momento. Apretó el hombro

de Alex.

—Está bien. Estaré en mi oficina si necesitas algo.

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—Está bien, gracias… Papá.

Winston le sonrió y abandonó la habitación. Alex lo había escuchado

intercambiar saludos con Calli en el pasillo y sintió emoción al escuchar la

voz de ella. Él sabía que su beso esa noche no significaba nada para ella,

que, para ella, no era más que un amigo besando a una amiga. Pero para

Alex, lo había tambaleado todo. Nadie lo había besado desde que era un

niño. Y entonces, sólo era su madre. El breve beso de Calli había enviado

sentimientos por su cuerpo que nunca había experimentado antes.

—Bueno, mira quién se ve guapo —dijo ella desde la puerta. Sus ojos

la escanearon de pies a cabeza, apreciando su falda floreada que

terminaba justo sobre la rodilla, y su blusa blanca, viéndose de todo menos

que algo sosa en ella.

—Estoy viendo —dijo él.

—Ja, ja —se burló ella, entrando a la habitación—. ¿Nos hemos

reducido a frases cursi, Alex?

—Claro, lo que sea que funcione —dijo él.

Ella caminó hasta él.

—En serio, Alex, te ves estupendo. Nunca te había visto en nada que

no fuese camisetas o sudaderas. —Recorrió su brazo con su mano, alisando

la manga—. Me gusta esto.

Él extendió su mano, nervioso, y tocó los botones.

—No sé si debería dejarlos así o…

—Definitivamente así —dijo ella.

—No tengo un espejo.

—Lo noté. Créeme. No necesitas uno.

—No tienes que ser tan amable, Calli. Te dije que vendría.

Ella lo empujó con su hombro, dándose cuenta que él era la única

persona a la que le hacía eso. Había comenzado como una forma segura

de tocarlo, y ahora era… algo suyo y de Alex, supuso ella.

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—No estoy siendo agradable. Estoy siendo honesta.

Él aclaró su garganta.

—Bueno, te ves increíble. Pero claro, siempre lo haces.

—No tienes que alagarme, Alex. Te dije que vendría.

Él entrecerró sus ojos ante su sarcasmo.

—Ya que ahora estamos pasando a las frases cursi, también debería

decir que, mientras estés a mi lado, nadie me notará. Todos estarán

mirándote a ti.

Preocupación oscureció la expresión de ella.

—Alex, si estás incómodo…

—Por supuesto que estoy incómodo —le dijo honestamente—, pero

eso no va a cambiar nunca, a menos que haga algo, ¿cierto?

Ella aún se veía insegura, así que él le dio la sonrisa con más

confianza que pudo reunir. Dio un paso hacia adelante y extendió una

mano hacia ella.

—¿Vamos?

Ella puso su mano en la de él. Se veía tan nerviosa como se sentía.

Juntos, caminaron por las escaleras.

Alex se detuvo nervioso cerca de la mesa de la comida. A Calli le

hubiera gustado tener las palabras para hacer esto mejor. Se estaba

arrepintiendo de la idea de la fiesta. Estaba atada en nudos, preocupada

por la reacción de todo el mundo a Alex. No quería hacerle daño.

Había llamado a cada uno individualmente, les explicó cómo se veía

y por qué. Les dijo del gran hombre que era, y lo mucho que le gustaba.

Todos ellos sonaron simpáticos a sus heridas, y se comprometieron a no

curiosear, pero no sabía lo que harían.

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El timbre sonó y ella miró como Alex se ponía rígido. Quería ir con él,

estar a su lado. Pero pensó que sería mejor darles la bienvenida y luego

introducir a Alex.

Brittany, Brandon, y Jennae fueron los primeros en llegar, justo como

ella les había pedido. Eli no sería capaz de llegar hasta más tarde. Corrió

hacia la puerta, chillando junto con Brittany y Jennae mientras se

abrazaban unas a otras con entusiasmo. Abrazó a Brandon también, y

luego se volvió hacia Alex.

—Alex, estos son Brittany, Jennae y Brandon. Chicos, este es Alex.

Alex levantó la cabeza hacia ellos lentamente. Calli escuchó

claramente a Brittany y Jannae tomar aliento. Los tres se quedaron

paralizados. La mandíbula de Alex se tensó una vez, pero él levantó una

mano en señal de saludo. Brandon se adelantó, con la mano extendida.

—Hombre, encantado de conocerte. —Alex vaciló. Brandon se

volvió para mirar a las chicas y luego le sonrió a Alex con complicidad—.

Lo siento, amigo, no voy a gritar y abrazarte como ellas.

Alex se rió y tomó la mano de Brandon, dándole una sola sacudida.

Brittany y Jennae rieron y se acercaron, también estrechando su mano.

Entonces comenzaron inmediatamente llenando a Calli con los chismes

que se había perdido, deteniéndose sólo lo suficiente como para explicar

a Alex quienes eran las personas de las que hablaban. Calli se movió para

estar al lado de Alex, deslizando su mano en la suya. El gesto no pasó

desapercibido para los otros tres, pero a Cali no le importaba. Tan pronto

ella había tomado la mano de Alex, él agarró su mano con fuerza, como si

fuera su apoyo. Ella no lo iba a dejar ir.

Una hora más tarde la habitación estuvo llena de chicos. En el

momento en que habían empezado a llegar, Brandon, Jennae y Brittany

estaban cómodamente hablando y riendo con Alex. No evitó a los demás

mirar fijamente, por supuesto, pero le hacía parecer menos extraño para

ellos. Calli sabía que la mayoría de ellos habían venido por curiosidad,

tanto de Alex y de estar en la Casa del Monstruo. A ella no le importaba

por qué vinieron, sólo estaba agradecida que lo hubieran hecho. La

música era estruendosa. Los chicos bailaban, reían, hablaban y comían la

increíble comida de Javier. Y aunque Alex permaneció cerca de la pared,

parecía relajado.

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Él le había advertido de antemano que no bailaba, así que ella no

preguntó. Era consciente de que él no quería darles algo más de qué

asombrarse. Ella bailó un par de veces con otras personas cuando le

preguntaban, pero la mayoría del tiempo se quedó cerca de Alex, no por

obligación, sino porque quería. Disfrutaba de su compañía más que la de

nadie más aquí. Con Alex, ella sabía que le gustaba por ser quien era, no

por su aspecto o por cualquier otra razón somera. Él la conocía mejor que

nadie, incluso que Brittany o Jennae.

Ella se sorprendió cuando empezó una canción lenta y Alex la llevó

hacia la pista de baile, empujándola entre sus brazos y moviéndose con la

música.

—Pensé que no bailabas —dijo.

—Técnicamente, esto no es bailar —dijo—. Es sólo abrazarse y

moverse vagamente a tiempo con la música.

Ella se echo a reír.

—¿Eso es una justificación?

Él se encogió de hombros.

—Honestamente, no podía soportar verte bailar con todos esos otros

chicos y no tener la oportunidad de hacer lo mismo.

—¿Celoso, Alex? —bromeó. Él sólo se encogió de hombros y su

sonrisa decayó. Él estaba celoso. ¿Qué significaba eso?—. Alex yo…

—Sólo bailemos, ¿de acuerdo? —dijo, atrayéndola más cerca.

Calli estaba atónita. Pasaba mucho tiempo con Alex, se había

acostumbrado tanto a la forma en que estaban juntos que no había

pensado… no siquiera pensó… y entonces se dio cuenta que lo había

hecho. Había pensado en él de esa forma. Cada vez que ella lo miraba,

cada vez que ella sostenía su mano o él ponía su brazo alrededor de ella.

Pensó en la calidez que la impregnaba cada vez que estaba cerca de él,

y cuánto más feliz era cuando estaba con él.

—Cinco minutos para la medianoche —gritó alguien. Alex la soltó

cuando la música se detuvo y el televisor estaba encendido en el canal

que mostraba la bola del Time Square siendo preparaba para caer.

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Brittany empezó a repartir los sombreros y silbatos que estaban en la mesa.

Calli estaba al tanto de todo lo que estaba pasando, pero no podía

apartar los ojos de Alex mientras la comprensión se apoderaba de ella.

Ella amaba a Alex.

Alex era consciente del escrutinio de Calli. No debería haberle dicho

nada. Se sentía un tonto. Ella era su amiga. No quería perder eso, no quería

que las cosas volvieran incómodas entre ellos porque él le había dado una

pista de que lo que sentía por ella era algo más que eso.

Tomó un sombrero y un silbato, y le dio uno a Calli. Ella los tomó

distraídamente, mirándolo.

—Dos minutos —gritó alguien. Todos se reunieron alrededor de la

gran pantalla de televisión. Alex dio un paso a un lado, no queriendo estar

en el centro de la celebración. Calli tiró de su mano y él la miró. Ella movió

un dedo hacia él, caminando hacia la puerta y empujándolo con ella.

Salió a una terraza con vista a la ciudad. Desde aquí, podían oír los

ruidos emocionados desde el interior, pero no podían ver nada… o ser

visto.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Nada —dijo ella, y se rió nerviosamente—. Sólo quería decir… me

refiero a que, yo quería preguntarte… um, ¿sabes acerca de la tradición

del Beso de Año Nuevo? Se supone que tienes que besar a la persona que

amas a medianoche para asegurar un año de felicidad juntos.

Alex no estaba seguro de lo que ella quería decir.

—Sí, conozco la teoría. Es sólo un cuento de viejas, Calli. Realmente

no quiere decir…

—¡Alex! —Lo interrumpió bruscamente, rodando los ojos—. Estás en

cierto modo quitándole el romance a todo esto.

—¿Romance? —preguntó. Sabía que sonaba como un zoquete,

pero no sabía lo que ella… de pronto, un pensamiento se le ocurrió. Tal vez

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le decía que había alguien a quien quería besar a medianoche. Tal vez

sentía que debía advertirle dado que ella vivía en su casa. O a causa de

sus estúpidas palabras anteriores.

Eli se había presentado, y Alex no estaba tan ciego como para no

poder ver cuánto le gusta Calli a Eli, o lo enfadado que pareció estar

cuando Calli se quedó al lado de Alex, sosteniendo su mano la mayoría de

las veces.

—Calli, si hay alguien a quien quieras besar, no necesitas mi permiso

—se obligó a decir. La idea de verla besando a alguien le hizo sentirse

físicamente enfermo. Ella no necesitaba su permiso, pero él tampoco

estaba para ver.

—¿No? —preguntó ella.

—Por supuesto que no —dijo, más bruscamente de lo que había

previsto—. Creo que voy abajo ahora. Estoy cansado.

Él se dio la vuelta y ella puso una mano en su brazo, deteniéndolo.

Podía oír a los otros en el interior comenzando la cuenta regresiva.

—Alex —dijo.

—Diez. Nueve. Ocho. —Sus voces sonando en conjunto,

emocionados. Si Calli quería besar a alguien, tendría que darse prisa.

—Va a ser muy difícil besarte si vas abajo.

—Seis. Cinco.

Alex tragó.

—¿Quieres besarme?

Calli sonrió.

—Sí, quiero. ¿Eso está… eso está bien?

—Tres. Dos.

Alex se acercó a ella, colocando un brazo alrededor de su cintura.

—¡Uno! —gritó todo el mundo, aplaudiendo con fuerza y soplando

sus silbatos.

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Alex vaciló, dándole la oportunidad de cambiar de opinión. En

cambio, ella volvió la cara hacia él. La atrajo hacia sí, su boca tocando la

de ella, gentilmente, aún dándole la oportunidad de alejarse. Ella envolvió

sus brazos alrededor de su cuello, inclinando la cabeza a modo de

invitación. Alex no tuvo que preguntar dos veces.

Envolvió su otro brazo alrededor de su cintura, profundizando el beso

mientras la llevaba aún más cerca. Pensó incluso que se convertirían en

una sola persona, y aún así no estarían lo suficientemente cerca. Ella abrió

su boca bajo la suya y el mundo se sacudió. La levantó, fusionando sus

cuerpos tan herméticamente como sus bocas. Éste beso no fue un beso

amistoso, no había nada de gratitud en él.

Era vulnerabilidad cruda, toda una vida de soledad se hizo añicos,

Alex fusionándose a alguien de una forma que nunca imaginó posible. Ella

igualó su pasión y la sintió con la suya propia.

Él se apartó, queriendo ver su expresión, para saber si se había

imaginado su sentimiento. No lo había hecho. Estaba allí en sus ojos.

Lentamente la regresó al suelo.

—Bueno, Alex, um, vaya —suspiró, sonriéndole—. Si hubiera sabido

que tenías eso en ti, no habría esperado tanto tiempo.

Alex se rió y la besó de nuevo.

—No puedo creer que nunca hayas conducido un auto antes.

Alex se encogió de hombros ante la declaración de Calli.

—¿A dónde iba a ir?

—No lo sé —dijo—. ¿Por un paseo? Pensé que todos los de quince

años no veían la hora de ponerse al volante. Eso fue hace tres años para ti.

Él sólo se encogió de hombros.

—De acuerdo, está bien. Lo primero que tienes que hacer es poner

la llave en el contacto.

Alex puso los ojos en blanco y ella rió.

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—Bueno basta de ser un sabelotodo… o debería decir, un Alex

inteligente4.

—¿En serio? —dijo él, aunque sonrió—. ¿Eso es a lo mejor que puedes

llegar? Patético, Clayson, patético.

Calli rió de nuevo.

—Está bien. Voy a hablar en serio ahora.

—Lo dudo.

Ella no le hizo caso.

—Pon el pie en el freno antes de ponerlo en marcha. Aunque en un

auto como este —reflexionó ella, pasando una mano por el asiento de

cuero suave—, es probable que no puedas ponerlo en marcha sin tener el

freno puesto. Hay algunas ventajas de ser capaz de conducir algo más

que un auto de más de quince años.

Alex tiró de la palanca de cambios hasta que la línea naranja estuvo

sobre la “M”.

—Bien, ahora levanta tu pie lentamente del freno.

Alex lo hizo, entonces dio un frenazo, repitiendo este patrón hasta

que Calli gritó—: ¡Alto! —Él dio un frenazo de nuevo y se mantuvo allí—.

Alex, ¿alguna vez incluso te has montado en un auto antes?

—Sí, por supuesto —dijo indignado. Luego—, no en el asiento

delantero, en sí, pero…

—Está bien —dijo—. Baja.

—¿Qué?

—Te voy a mostrar en primer lugar. Luego puedes intentarlo. Sabes

Alex, eres tan… capaz de todo, asumí que serías bueno en esto también.

—¿Ah, sí? —dijo, inclinándose hacia ella—. ¿Soy capaz de todo?

Los ojos de Calli cayeron sobre su boca y sonrió.

4 Juego de palabra entre las palabras “smart aleck” o sabelotodo y “smart Alex”.

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—Está bien, tal vez hay algunas cosas en las que eres bueno.

Y luego dejó que Alex le demostrara lo bueno que era.

Calli llamó a la puerta del despacho de Winston. Entró a su orden,

dejando entreabierta la puerta tras ella. Esto no debería tomar mucho

tiempo.

—¿Qué puedo hacer por ti, Calli? —preguntó distraídamente, con los

ojos en su computador.

—Solo he venido a darle las gracias.

Su mirada fue a ella ante eso.

—¿Por qué?

—Por todo. Por mi papá sobre todo.

—Lo está haciendo mucho mejor, ¿cierto?

Eso era un eufemismo. Era un hombre completamente diferente de

lo que había sido casi seis meses antes. Se había mantenido sobrio, estaba

trabajando para el Sr. Stratford en el banco, y pedía hablar con Calli todos

los días.

—Si no hubiera hecho…. lo que ha hecho, por él, quiero decir,

entonces, ¿quién sabe cómo estaría ahora? Siempre he tenido un poco de

miedo de que no viviera lo suficiente para verme graduarme. Ahora, creo

que va a vivir lo suficiente para ser algún día un abuelo. Y tengo que darle

las gracias por ello. Yo no habría sido capaz de hacerlo por mi cuenta.

Winston se echó hacia atrás en su silla, cruzando las manos sobre su

estómago.

—Así que, mi ayuda trajo a tu padre de vuelta a ti, y tu ayuda trajo a

mi hijo de vuelta a mí. Puedo decir que estamos a mano.

—No del todo —dijo Calli. Él levanto una ceja—. Quiero decir, le

debo mucho más. Me trajo hasta aquí, me dio un buen lugar para

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alojarme, me dio al Sr. Palmer, quien me ha enseñado mucho más que

cualquiera de mis maestros. Pero aun más, usted trajo a Alex a mi vida.

—Sí, me he dado cuenta de lo cercano que se han vuelto.

Calli se sonrojó, pero no lo negó.

—Así que, a pesar de que he recibido una gran cantidad de todo

este trato, quiero pedirle algo más.

—Por favor, dime —dijo Winston, con una sonrisa divertida en su

rostro.

—Quiero quedarme.

Winston se sentó erguido abruptamente.

—¿Qué quieres decir con, quedarte?

—No quiero decir para siempre —dijo ella, levantando una mano—.

Sólo quiero decir hasta la graduación. Admito que la idea de volver a mi

escuela con todos esos maestros es menos que atractiva, pero esa no es la

razón. —Miró a Winston a los ojos, deseando que viera su sinceridad—.

Quiero quedarme aquí con Alex. Él y yo podemos estar en la graduación

de una clase de dos.

Winston cruzó las manos sobre la mesa y bajó la mirada a ellas.

Finalmente levantó su mirada hacia ella.

—Hecho.

Calli dejó escapar un suspiro. Eso fue fácil. Había pensado que sería

la parte más difícil.

—Sólo una cosa más.

—Por supuesto —bufó.

—No quiero el dinero.

—¿Qué?

—No quiero el dinero que dijo que me pagaría. Ya no me parece

bien. En aquel entonces, lo único que podía pensar era que debía recibir

algo por pasar el tiempo con el monstruo. Pero ahora…

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—Calli, te prometí seis mil dólares por quedarte aquí y hacerte amiga

de Alex. Creo que has ido más allá de lo que te pedí.

—Pero…

—No, Callie. No habrá más discusión sobre esto. Te prometí seis mil.

Eso es lo que te voy a dar.

Calli abrió la boca para discutir, pero no fue capaz de decir una

palabra antes de que la puerta fuera brutalmente abierta. Se dio la vuelta

para ver a Alex de pie en la puerta, una mezcla de rabia, dolor y odio

desfigurando su rostro.

Alex escuchó sus voces y con la intención de entrar al despacho

hasta que las palabras de Calli lo dejaron frío.

—… debería recibir algo por pasar el tiempo con el monstruo.

Y luego la impactante respuesta de su padre:

—Calli, te prometí seis mil dólares por quedarte aquí y hacerte amiga

de Alex. Creo que has ido más allá de lo que te pedí.

—Pero…

Alex estaba pasmado. Su padre le había pagado para que fuera su

amiga, ¿y ahora ella pedía más? ¿Pensaba que merecía más por

pretender que le agradaba… tal vez incluso que le amaba?

—No, Callie. No habrá más discusión sobre esto. Te prometí seis mil.

Eso es lo que te voy a dar.

La ira lo empujó. Abrió la puerta de un empujón con toda su fuerza.

Calli saltó y se volteó culpablemente. Su padre también parecía un

hombre condenado a muerte.

—¿Le pagaste? —Sus palabras salieron en un arranque de ira.

—Alex, no es…

—¿No es qué, padre? —gritó Alex—. ¿No es exactamente lo que

acabo de oír? ¡Respóndeme! ¿Le pagaste?

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—Sí, pero…

La mirada de Alex giró vehemente hacia Callie, quien rápidamente

bajó la mirada, pero no antes de que él viera las lágrimas brillando en sus

ojos.

—Bueno, hiciste un muy buen trabajo, ¿cierto? Tan bueno, que

incluso me tenías convencido.

Sus ojos alcanzaron los de él, y extendió una mano de modo

suplicante.

—Alex…

Él se volteó y huyó de la habitación. El enojo y dolor tiñendo su visión.

Había un solo lugar en el que quería estar.

Calli lentamente subió por la oscura escalera. La oscuridad

realmente no importaba. Su visión habría sido borrosa por las lágrimas de

todas formas. Ella sólo podía imaginar cómo la conversación entre ella y

Winston debe haber sonado para Alex.

Le había tomado tiempo de convencer a Winston dejarla ir tras Alex.

Ella sabía donde iría. Sabía que Winston nunca lo encontraría.

Finalmente llegó a la parte superior de las escaleras, dándose

cuenta de ello solo porque chocó contra la puerta. Giró la manija,

agradecida de que estuviera sin cerrojo. Entró en la tenue luz. Camino

rápidamente por el pasillo y, con los nervios retorciendo su estómago, sacó

el cerrojo y abrió la puerta del balcón.

Él no estaba ahí. Derrotada, Calli salió y caminó por el pequeño

perímetro, como si él pudiera estar escondiéndose. Le echó una ojeada a

la ciudad. La mayor parte de la nieve se había derretido, pero el frío aire

era cortante y quemaba sus pulmones. Inhaló profundo, acogiendo el

dolor, después volvió adentro.

Se dirigió a las escaleras, pero se detuvo repentinamente porque

escuchó un chasquido de uno de los cuartos. En todas las veces que ella y

Alex habían subido aquí, nunca habían entrado a ninguna de las

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habitaciones. No es que no sintiese curiosidad por ellas, pero Alex siempre

le decía que era solo un almacén para viejos trastes, y la apuraba más allá

de ellas.

Se detuvo en la puerta que parecía ser el origen del ruido y colocó

su oído contra la puerta, escuchando. Escuchó un sonido como un sollozo,

después un fuerte estruendo. Abrió la puerta de un tirón.

Espejos, algunos enteros, algunos otros rotos estaban en cada

superficie del cuarto. Ella estaba reflejada unas miles de veces. Y Alex…

Alex estaba reflejado junto a ella. Entró, momentáneamente confundida

por la variedad de replicas antes de observarlo. Él se la quedó mirando,

estupefacto de que lo haya encontrado. Su sorpresa se derritió

rápidamente en una mirada de acusación y enojo. Ella se acercó a él.

—Alex, yo…

—Lárgate —gruñó.

—No.

Su abrupta negativa solo pareció exasperarlo. Él levantó un largo

espejo de marco dorado y lo arrojó a través del cuarto. Se hizo añicos con

un ensordecedor sonido, llevándose un par de espejos con él.

—¡Lárgate!

—¡No! —gritó ella en respuesta.

Él se alejó de ella y lanzó un puño chocando contra otro espejo.

—¡Detente, Alex!

—¿Qué te importa? —gruñó, volteándose y poniendo su cara frente

a la de ella, sus narices tan cerca que casi se tocaban—. ¿Tienes miedo de

él que retenga algo de tu dinero?

Calli empujó contra su pecho. Desprevenido, él se tropezó

retrocediendo unos pasos antes de recuperarse. Sus puños apretados a sus

costados y sus hombros encorvados hacia adelante en amenaza. Ella

cruzó sus brazos sobre su pecho, rehusando a retroceder, apretando su

boca y estrechando sus ojos.

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Derrotado, Alex se desplomó en el suelo.

—Por favor —dijo, su cabeza colgando—, déjame solo.

Calli descruzó sus brazos ante la agonía en su voz. Ella no se acercó

más, pero se sentó en el piso, mirándolo. Se sentaron así, en silencio, por

largos minutos. Finalmente él levantó su cabeza y la miró. El corazón de

Calli se contrajo ante la total desesperanza que vio en sus ojos.

—Dime —dijo—. Dime todo. La verdad.

—Está bien —dijo Calli, exhalando. Le dijo todo, el trato que habían

hecho, lo que él había hecho por su papá—. Recurrí a tu papá esta noche

para…

—Sé para que fuiste —la interrumpió Alex.

—No, Alex, no lo sabes. Quieres toda la verdad, así que déjame

decírtela. Recurrí a tu papá para pedirle que me dejara quedarme. Sólo

hasta el final del año escolar. Le pedí que me dejase quedar contigo. Y le

dije que no quería su dinero.

Alex se rehusaba a encontrarse con su mirada, pero podía ver en la

manera que estaba apretando la mandíbula que no le creía. Ella se

escabulló hacia adelante hasta que estuvo frente a él, esperando que no

se cortase con ninguno de los pedazos de vidrio que ensuciaban el piso. Él

se puso tenso mientras ella se acercaba, pero se quedó en su lugar.

—Alex —dijo, extendiendo una mano hacia él. Él se alejó muy

ligeramente cuando ella lo hizo, así que no lo tocó como quería hacer—.

Debes saber algo. Cuando vine aquí por primera vez, honestamente no

sabía qué esperar. Sentía que no tenía opción. No teníamos dinero. No

podía pagar la multa por violar el traspaso a propiedad privada. Estaba

atrapada.

Alex se retorció ante su palabra atrapada.

—Después vine, y te conocí, y descubrí que no eras un monstruo en

absoluto. —Alex levantó sus rodillas, envolviendo sus masivos brazos

alrededor de ellas—. Te volviste mi amigo de verdad, Alex. Y después, te

volviste mucho más.

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—Por favor. No. —Las palabras fueron bajas, enojadas, arrancadas

de su garganta. Calli sabía que no podía rendirse, no ahora. Esta era su

única oportunidad de no perderlo.

—¿Puedo… puedo mostrarte algo? —preguntó. Él no respondió, así

que decidió tomarlo como un sí. Miró alrededor hasta que entonces vio un

pedazo de espejo que era más o menos del tamaño de su cara. Cuando

lo recogió, él finalmente se encontró con su mirada—. Te ves a ti mismo

como un monstruo, Alex. Yo no. Quiero mostrarte como te veo. —Lenta,

cuidadosamente, ella levantó el pedazo de espejo y lo puso contra su

cara, justo en el centro en vertical. Ella inclinó el espejo un poco hacia el

lado lesionado de su cara. Alex no podía evitar ver su reflejo ya que estaba

en todos lados. Con el espejo así, su cara se reflejaba completa, sin daños.

Por un momento, Calli esperó que él pudiera verse como ella lo hacía. Ella

alejó el espejo, bajándolo y llevando ambas manos en alto para ahuecar

su cara.

—Alex, eres hermoso para mí. Tu corazón, tu alma, tu mente. Quiero

decir, ¿qué niño de siete años entra corriendo a una casa en llamas para

tratar de salvar a su mamá y hermana? ¿Y luego se culpa por no ser capaz

de lograr lo imposible? Solo alguien que le importan los demás más que sí

mismo. Puedo ver que sientes dolor gran parte del tiempo, pero tratas de

esconderlo porque no quieres que nadie se preocupe por ti. Eres amable,

divertido e inteligente, y no hay nada que te haya pedido que no hayas

estado dispuesto a hacer; excluyendo la fiesta de Navidad —ella sonrío—.

Me perdonaste por mirarte fijamente, y cuando te diste cuenta que tu

padre no te culpaba por lo de tu mamá y hermana, lo perdonaste por

todo esos años de dolor. —Dejó salir el aliento—. Nunca he conocido a

alguien tan hermoso como tú. Y sí, sé que a los chicos no les gusta que los

llamen hermoso, pero ahí lo tienes.

Alex miraba fijamente en sus ojos, con dolor y confusión en guerra.

—Alex, hiciste que me enamorase de ti.

Como si sus palabras fueran el catalizador que él había estado

esperando, se estiró y gentilmente tiró de sus manos de su cara. Las dobló

entra las suyas por unos segundos, mirando sus manos, las de él

manchadas con sangre.

—Tienes que irte ahora —dijo.

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—¿Qué? —Callie estaba pasmada.

—Quiero que te vayas. Quiero que vayas casa.

—Esta es mi casa —dijo sin pensarlo.

—No —refutó él firmemente—. Ésta no es tu casa. Tu tiempo se

acabó. Debes irte ahora.

Calli solo se lo quedó mirando con incredulidad mientras un

demoledor dolor desmoronaba su corazón. Él soltó sus manos y se puso de

pie, pasando a un lado de ella y dejando la habitación. Calli no sabía

cuánto tiempo se sentó ahí, paralizada, antes de finalmente moverse.

Él se había ido.

Por lo tanto, ella se fue.

Alex no había ejercitado desde que Calli se había ido, y lo estaba

sintiendo. Su cuerpo estaba entumecido y adolorido. Él pensó que se lo

merecía.

—Alex. —La voz de su padre que provenía desde la puerta era fuerte

y clara, pero Alex lo ignoró de todas formas—. Escucha, Alex, tienes todo el

derecho de estar enojado conmigo por hacer lo que hice. Lo hice porque

te amo y trataba de ayudarte. Aun así, sé que fue una mala manera de

manejarlo.

Alex se volteó hacia su padre.

—¿Ella te sobornó? ¿Por eso le pagaste?

La boca abierta de su padre le respondió.

—Al contrario. Yo la soborné a ella.

Entonces, pensó Alex, ella había dicho la verdad.

—Hijo, he pasado los últimos diez años viviendo con arrepentimiento.

Daría casi todo para volver atrás y cambiar las cosas. Daría absolutamente

todo si pudiera tener un momento más con tu mamá.

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Alex permaneció en silencio.

—Ahora, puedes sentarte aquí y regodearte en la autocompasión

por el resto de tu vida si eso es lo que quieres. O puedes ser un hombre,

recuperarte, y llevar tu trasero a la ciudad y rogarle que te acepte de

regreso. Cada minuto que estás sentado aquí es otro minuto

desperdiciado que podrías pasar con Calli.

Sin otra palabra él dejo la habitación. Alex miró el espacio que había

ocupado. Esas no eran exactamente las palabras de ánimo que había

esperado tener cuando su papá decidió hacerlo, como él había sabido

que haría.

Alex sonrió.

Faltaban tres días para la graduación. Calli había estado esperando

por la graduación por tanto tiempo como su oportunidad para escapar.

Ahora se sentía desconectada de ella. Había esperado que su graduación

fuera con una clase más pequeña comparada con la que estaría

caminando el viernes.

Ella bajó la mirada al sobre en su mano, dando golpecitos sobre el

tablero donde estaba sentada. Realmente no estaba preocupada de que

fuera un rechazo de admisión de la Universidad. Estaba razonablemente

confiada en su aceptación. Pero abrirlo significaba otro cambio en su vida.

Y ahora mismo, no estaba segura de querer lidiar con algo como otro

cambio.

La criada que Winston había contratado para su padre estaba

perenne en su casa todos los días. Calli trató de insistir en que se fuera,

pero Winston primero la había convencido de mantenerla haciéndola

sentir culpable ya que ella estaría sin trabajo si él la dejaba ir. Y después él

le había informado que la criada, Marla, quería quedarse por motivos

personales. Sólo había necesitado ver una vez a su padre y Marla para

entender cuáles eran esos motivos personales.

El interno de Winston había mantenido muy bien sus libros. Calli lo

estaba haciendo ahora. El saldo en su chequera era demasiado alto.

Había más que el esperado sobrante de seis mil dólares. Pero como había

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sido hecho por el interno, Calli no pudo rastrear de donde vino el dinero,

a pesar que sabía exactamente de donde vino. Había más que suficiente

para pagar la universidad.

Abrió el sobre y leyó la esperada aceptación. Le envió un texto a

Brittany —el celular otra cosa nueva e inexplicable que había aparecido—

y le contó las noticias. Brittany y Brandon también habían sido aceptados.

A ambos les habían otorgado becas escolares muy generosas y anónimas.

Calli no pensaba que fueran tan anónimas. Eli, quien ya no le estaba

hablando a Calli, decidió que la universidad no era para él, y había estado

trabajando con su papá en la tienda de reparación de autos.

Su timbre sonó, y Calli se puso de pie. Probablemente era Brittny. Ella

casi quería ignorarla, pero dado que acababa de enviarle un texto sobre

la carta, no podía pretender que no estaba en casa. Abrió la puerta… y se

congeló.

Alex estaba de pie en su porche, usando un largo abrigo. Hacía

demasiado calor para semejante prenda, pero supuso que él no quería

que nadie lo viera mientras conducía a la ciudad. Ella levantó la mirada

hacia él, absorbiendo la vista de él. Lo había extrañado tanto que dolía.

Pero había sido claro rechazándola. Y ahora, aquí estaba.

—Hola —dijo, arrastrando los pies incómodamente.

—Hola —dijo ella. Arrancó su mirada y observó detrás de él, viendo el

auto con el que le había enseñado a conducir estacionado en su entrada.

Se veía claramente fuera de lugar en este vecindario—. ¿Tú condujiste?

—Sip —dijo. Y extendió una pequeña tarjeta de plástico—. Es oficial

ahora.

Calli bajó la mirada a ella, sorprendida. Él le había dicho que no

tendría una licencia porque no quería una foto de sí mismo. Pero ahí

estaba él, observándola desde la pequeña tarjeta rectangular.

—¿Puedo… entrar? —preguntó con vacilación.

—Oh. Sí, por supuesto —dijo, retrocediendo para dejarlo entrar. Él

entró y miró alrededor. Calli siguió su mirada con la suya, tratando de ver

su casa a través de sus ojos. Era claramente pobre y antigua, pero al

menos estaba limpia.

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—¿Estamos solos? —preguntó.

—Sí. Papá está en el trabajo, y Marla no viene hasta que él está aquí.

—Escuché de eso —dijo con una sonrisa—. ¿Te molesta?

—¿Mi papá y Marla? —Ella ladeó su cabeza—. No, en realidad no.

Mi mamá murió dándome a luz, así que no la conocí. Todo lo que tengo

son fotos. Ella era realmente hermosa.

—¿De tal madre, tal hija, eh?

Calli no estaba segura de qué quería decir. ¿Estaba tratando de

decirle algo?

—¿Puedo mostrarte algo? —preguntó—. ¿Algo que debí haberte

mostrado hace mucho?

—Está bien —dijo ella, curiosa.

Él se desabotonó el abrigo. Ella dio un paso adelante para agarrarlo,

pero él sacudió su cabeza. Confundida, retrocedió. Él tomó aire, tragó

fuerte, cerró sus ojos y lentamente empezó a quitárselo. Calli no entendía;

hasta que vio que debajo de este solo estaba usando pantalones de

ciclismo. Él quitó el abrigo de sus anchos hombros y lo dejó caer al piso.

Calli aguantó la respiración. Había sabido que tenía músculos bien

formados gracias a sus entrenamientos, pero sólo los había visto a través

de su camiseta mojada cuando ellos nadaron o se sentaron al jacuzzi. Él

había logrado ganar mucho músculo, pensó.

Una cicatriz cubría su hombro derecho y bajaba por su brazo. Ella se

acercó y puso su mano sobre ella, pasando sus dedos suavemente por su

brazo hasta el final de la cicatriz.

Él abrió sus ojos y la miró.

Delgados cabos que parecían ríos de cicatrices recorrían la parte

delantera de su pecho en tres lugares. Otra larga mancha cubría sus

costillas y cadera del lado izquierdo, desapareciendo bajo su pretina. Dos

gruesas cicatrices en su muslo se fusionaban en la que ella había visto

antes en su pierna. Ella caminó detrás de su espalda y colocó su mano

sobre la cicatriz más larga que marcaba su espalda.

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Ella trató de imaginar el dolor de un pequeño niño de siete años

cubierto con tan serias quemaduras, acostado en una cama de hospital

con el peso de las muertes de su mamá y hermana sobre su pecho,

anhelando por un padre que no llegó.

Aún detrás de él, ella deslizó sus brazos alrededor de sus costillas,

apoyando su mejilla contra su espalda herida, extendiendo sus dedos a

través de sus costillas. Él se paralizó bajo su toque, y luego pasó sus manos

por sus brazos, entrelazando sus dedos con los de ella.

—¿Todavía piensas que soy hermoso? —preguntó.

Calli lo soltó y se movió para situarse frente a él.

—Incluso más que antes —dijo.

Alex tocó su cintura y ella deslizó sus manos por arriba de sus brazos.

—¿No… te asquea? —preguntó.

—Para nada. En serio, Alex. Te amo, y eso incluye todo sobre ti. —Le

sonrió—. Incluso ese horrible temperamento.

Él apoyo su frente contra la de ella.

—Lamento eso… de nuevo. Lo juro, Calli, si me das otra oportunidad,

seré más cuidadoso contigo.

—Alex —dijo, tocando su mejilla—. No soy tan frágil.

—¿Puedo besarte ahora? —preguntó.

—Por favor —dijo ella y se rió.

Él acunó su cara con sus manos y bajó su boca a la suya. Movió

cuidadosamente sus labios entre los de ella, un beso lleno de dulzura y

promesa. Levantó su boca a un centímetro de la suya.

—Te amo, Calli. Nunca imaginé tener a alguien como tú amándome.

Mi papá tenía razón sobre algo.

—¿Qué es?

Él sonrío.

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—Vales mucho más que seis mil dólares.

Calli se rió, y entonces él estaba besándola de nuevo.

Algún tiempo más tarde, después de que Alex se hubiera puesto

algo de ropa que había traído sobre sus pantalones de ciclismo, se

sentaron en el sofá, Calli acurrucada a su lado. Vio la carta de la

universidad asentada en la mesa de café. Él sabía lo que era sin preguntar.

Pero preguntó de todos modos. Señaló a la misma.

—¿Carta de Aceptación? —preguntó.

—Sí.

—¿Es ahí adónde vas, entonces?

—Ese es el plan. ¿Qué hay de ti?

Él se encogió de hombros.

—No he pensado nunca en realidad más allá de este momento.

Pero entonces, ésta loca chica magnífica vino a mi vida y me enseñó que

tengo que empezar a pensar que tengo un futuro.

—Bien por ella —dijo Calli.

—Bueno, supongo que voy a tener que hacer el esfuerzo —dijo—, y

voy a ir a la universidad.

Calli se sentó y lo miró.

—¿Qué quieres decir con ir a la universidad?

—Quiero decir que voy a ir a la universidad. Vivir en el campus.

—¡Alex! —Ella lo golpeó con el hombro—. Estoy tan feliz por ti. Quiero

decir, honestamente, es una mierda, porque te voy a extrañar. Ya hemos

pasado demasiado tiempo separados. ¿Cómo voy a vivir sin ti?

Alex se encogió de hombros.

—Tal vez no tengas que hacerlo.

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—¿Qué estás diciendo?

Tomó la carta.

—Estoy diciendo que todavía no sé si soy lo suficientemente fuerte

como para estar en el campus solo. Pero si yo conociera a una terca,

cabeza dura, chica divertida dispuesta a verse conmigo en público, tal vez

no sea tan malo.

Calli arrancó la carta con entusiasmo de su mano.

—¿Vas a ir aquí? Alex, no te burles de mí —le advirtió.

—No me atrevería —dijo—. Un infame pajarito me dijo que ibas a

compartir habitación con Brittany.

—¿Y quién es el famoso pajarito?

—Mi nuevo compañero de cuarto, Brandon.

—¡No! —exclamó Calli, saltando arriba y abajo de rodillas en el sofá.

Ella le echó los brazos al cuello y plantó sus labios firmemente en los suyos.

—Sí —murmuró contra su boca. Ella se apartó, y él dijo—: Pensé que

si tengo a alguien que se parece a ti caminando a mi lado, tal vez nadie se

fijará en mí.

—¿Estás bromeando? —dijo—. ¿Cuántas veces tengo que decirte lo

increíble que eres? Voy a tener que apartar a las chicas de ti con un palo.

Alex se echó a reír y la arrojó en su regazo, besándola.

—Te amo —susurró ella.

—Y yo te amo —dijo él, besándola—. Calli, tú me salvaste.

—¿Qué?

—Si no hubieras entrado en mi vida, habría vivido el resto de mi

existencia miserable encerrado en mi habitación, rugiendo a la luna cada

noche. No he sentido la necesidad de hacerlo por casi todo el tiempo que

te conozco. Tú has domado a la bestia. Me has salvado.

—Y tú me salvaste a mí —dijo ella, besándolo de nuevo.

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Fin

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Nota de la Autora

spero que hayan disfrutado Beautiful Beast. Esta historia me

ha perseguido durante unos años hasta ahora con varios

escenarios, pero siempre con la bestia como alguien

anhelando realizar o intentar realizar un acto heroico y quien se siente

obligado a esconderse del mundo; y la bella como una persona que se

convierte en su amiga, y luego su amor. Una vez que empecé a escribir

esta versión, no pude parar hasta que lo terminé. ¡Quería saber cómo iba a

resultar!

Es la primera historia de la serie Enchanted Fairytales. Una vez que

haya publicado todas las historias cortas, voy a combinarlas en una

antología.

Y recuerden:

“Aquel que dice que tiene sólo una vida para vivir no debe saber

cómo leer un libro.”

Anónimo.

Gracias por leer Beautiful Beast.

Cindy C Bennett

E

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Sobre la Autora

Cindy C. Bennett nació y se crió en la hermosa Salt Lake City, creciendo a

la sombra de las majestuosas Montañas Rocalloses. Ella y su esposo (quien

resulta ser su novio de secundaria) criaron a sus dos hijos y dos hijas allí.

Ahora cuenta también con dos nueras. Desarrolló un amor por la escritura

en secundaria cuando un maestro le presentó la dicha de escapar de la

realidad por diez minutos al día escribiendo.

Cuando no está escribiendo, leyendo, o contestando emails (noten que no

hay mención sobre limpiar, cocinar o nada remotamente doméstico), a

menudo se la puede encontrar montando su Harley a través de los

hermosos cañones cerca de su casa. (Sí, ella maneja una Harley.)

1. Beautiful Beast

2. Red and the Wolf

3. Snow White

4. The Unmasking of Cinderella

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Créditos

LizC y Mari NC

Dai

Flochi

Otravaga

Lizzie

Simoriah

Paaau

Mari NC

Lalaemk

Dianthe

Carmen170796

LizC

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LizC

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PaulaMayfair

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