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Agradecimientos l presente documento ha sido elaborado sin fines de lucro para

fomentar la lectura en aquellos países en los que algunas

publicaciones no se realizan, cabe destacar el trabajo de las

transcriptoras, correctoras, revisora, moderadora y diseñadora de

TMOTB.

¡Disfruta de la lectura!

E

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Índice Sinopsis .............................................................................................. 4

Capítulo 1 ........................................................................................... 5

Capítulo 2 ......................................................................................... 16

Capítulo 3 ......................................................................................... 22

Capítulo 4 ......................................................................................... 28

Capítulo 5 ......................................................................................... 36

Capítulo 6 ......................................................................................... 41

Capítulo 7 ......................................................................................... 51

Capítulo 8 ......................................................................................... 60

Capítulo 9 ......................................................................................... 69

Capítulo 10 ....................................................................................... 78

Capítulo 11 ....................................................................................... 86

Capítulo 12 ....................................................................................... 94

Capítulo 13 ..................................................................................... 108

Capitulo 14 ..................................................................................... 117

Capítulo 15 ..................................................................................... 126

Capítulo 17 ..................................................................................... 140

Continúa con… Un nuevo desafío .................................................. 150

Cathy Hopkins ................................................................................. 150

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Sinopsis ndia Jane es una chica diferente. Nacida en la exótica India, ha

vivido siempre viajando por todo el mudo, pero lo que realmente

quiere es tener un verdadero hogar. Su deseo parece a punto de

cumplirse pero su padre necesita volver a mudarse. Envía, entonces a

su “Chica Canela” a pasar el verano en el centro de vacaciones new age

de su tía. Éste puede ser el paraíso… pero India Jane se siente sola y

confundida.

¿Logrará divertirse con Kate, su prima rebelde, o buscará la paz interior

con el grupo de meditación? Y Joe, el chico misterioso, ¿podrá ayudarla

a descubrir donde esta su verdadera felicidad?

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Capítulo 1 ¡Cham—puaj!

legamos —dije al teléfono mientras me dejaba caer

sobre mi cama. La había acomodado junto a la ventana

para poder acostarme a mirar el cielo claro del verano,

o sentarme a mirar lo que pasaba abajo, en la calle.

—¿Cómo es? —me preguntó Erin, desde el otro extremo de la línea.

—Un paraíso. Mágico. Absolutamente fabuloso —respondí,

contemplando los árboles y los tejados de las casas de la acera opuesta.

—¿Chicos?

—¡Dame un respiro! Apenas llevo aquí medio día.

—Es tiempo suficiente. Estás perezosa, India Jane. ¿Qué has estado

haciendo?

—Llegando aquí, señorita mandona. Desempacando mis cosas. ¿Qué

más?

—Bah —repuso Erin—. Ordena tus prioridades, muchacha. Yo ya

habría salido a recorrer Portobello Road, a mirar a los chicos del lugar.

—Lo haré. Lo prometo. Apenas pueda, y lamento no haber podido hacer

un reconocimiento adecuado todavía pero, por lo que he visto hasta

ahora, tengo que decir que el panorama es alentador. La casa de tía

Sarah está apenas a un par de cuadras del metro de Notting Hill y,

cuando pasamos por allí, vi algunos buenos ejemplares.

—Cómo te envidio —dijo Erin—. A ti tenía que tocarte ir a vivir al lugar

más de moda. Ojalá pudiera estar contigo allí, en Londres, en lugar de

tener que quedarme aquí, en el país de los gnomos.

—Yo también quisiera eso. Siempre podrías escaparte. Estoy segura de

que a mamá y papá no les molestaría. Ya sabes cómo son. Un

matrimonio muy liberal. Ya han adoptado un orangután en Malasia, un

asno en Devon y una cabra en África. Con una chica fugitiva,

completarían el grupo.

—No seas cínica —dijo Erin—. Tus padres son de lo mejor. Me gusta

que se ocupen de las buenas causas. Demuestra que se interesan.

—L

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—Bueno, supongo que podemos estar agradecidas de que al menos la

cabra, el asno y el orangután no estén aquí con nosotros. Parece que

todos los demás sí están. Me escapé a mi cuarto para tener un poco de

paz. Abajo es una locura. Papá está dando órdenes a todo el mundo,

como de costumbre. Todo el mundo está "ayudando" con la mudanza,

pero en realidad lo que hacen es estorbar.

—¿Quiénes? ¿Quiénes están allá?

—Ethan, su esposa Jessica, Lewis, Dylan, tía Sarah, claro, y vi a mi

prima Kate por un segundo, pero salió deprisa a algún lado, como

siempre. Ethan y Jess trajeron también a las mellizas. Ethan está

enseñándoles a decir: "Somos las mellizas malvadas. Las hijas de

Satán". Es muy gracioso porque son tan lindas y angelicales, con sus

enormes ojos azules y su cabello rizado. Pero no ayudan mucho con el

desempaque. Ethan...

—Ah, Ethan, el hermoso. ¿Sigue siendo tan apuesto?

—Sí… y muy mayor para ti.

—No es cierto. Tengo quince años.

—Sí, y él tiene veintiocho y está casado, y antes de que digas nada,

Lewis también es muy mayor para ti.

Ethan es mi hermanastro, del primer matrimonio de papá. Había venido

a darnos la bienvenida a la gran ciudad, igual que Lewis. Dylan (que

tiene doce años) y Lewis son mis verdaderos hermanos, pero Lewis no

vivirá con nosotros porque está estudiando y vive en CrouchEnd, en el

norte de Londres.

—No, Lewis es un bebé —repuso Erin—. Tiene apenas diecinueve años,

¿no?

Reí. Justo antes de que mi familia abandonara Irlanda, Erin decidió que

le gustaban los hombres mayores. Es decir, de por lo menos veinte

años. Yo la entiendo, pues los chicos de nuestra edad suelen ser muy

inmaduros, pero creo que los muchachos más grandes también pueden

ser difíciles. Como que quieren probar muchas cosas (y no me refiero a

probarse ropa).

—De acuerdo. Ahora cuéntame todo —dijo Erin—. Quiero poder verlo en

mi mente, así cuando hablemos o nos escribamos, puedo imaginar

exactamente cómo se ve todo. Empieza por la puerta de entrada. No,

mejor por el portón. Por la calle. Quiero detalles.

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—Está bien —respondí—. Detalles. Holland Park. Très chic...

—¿Quién fue a recogerlos al aeropuerto? —me interrumpió Erin.

—Tía Sarah.

—¿En qué?

—En un BMW negro nuevo. No olvides que tiene mucho dinero.

—Y luego ¿qué pasó?

—Vinimos directamente aquí. Tardamos poco más de una hora. El

tránsito es increíble.

—¿Y el tiempo?

—Excelente. Un hermoso día de verano. Ni una nube en el cielo. ¿Cómo

está allá, en Kilkerry?

—Lloviendo, por supuesto.

—Claro.

Yo sabía muy bien lo que era la lluvia en Irlanda. Durante los dos años

que habíamos pasado allí, mis padres habían rentado un castillo. Les

gustaba vivir en lugares interesantes. Toda mi vida hemos vivido en

sitios poco comunes, y el castillo era hermoso, de eso no cabía duda; de

hecho, era deslumbrante, y resultaba muy agradable estar allí cuando

hacía buen tiempo, lo que no ocurría casi nunca. Es verdad que llueve

mucho en esa parte de Irlanda y el castillo tenía goteras. Siempre

estábamos corriendo para colocar recipientes, ollas y cacerolas donde

había goteras. Incluso una mañana, al despertar, descubrí un agujero

en el cielorraso de mi habitación y una minicatarata que caía por él. Es

un aspecto de vivir allá que no voy a echar de menos, y por eso me

agrada tanto estar en casa de tía Sarah. Además de tener mucho

dinero, es a tal punto organizada, moderna y equilibrada que mi mamá

no puede sino observarla con admiración. En su casa no hay goteras,

no, señor. Todas las superficies, paredes y cielorrasos están sellados a

prueba de humedad y pintados en tonos de muy buen gusto. No es que

mamá no tenga buen gusto; lo tiene, a su manera bohemia. Lo que no

le sale es eso de ser organizada y equilibrada. A papá, tampoco, para el

caso. Son como Peter Pan y Wendy. A veces me pregunto cómo se las

ingeniaron hasta ahora. En realidad, sé exactamente cómo. Con la

herencia del abuelo. La herencia que ahora se agotó y por eso nos

mudamos con la hermana de mamá y su hija, Kate.

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—La casa es un sueño, Erin. Le tomaré algunas fotos y te las enviaré

por e-mail. Será mejor si puedes verla tú misma.

—Sólo cuéntame un poco para darme una idea general.

—De acuerdo. Es grande, color crema y très chic. Tiene cinco pisos,

como la mayoría de las casas de la zona. Seis dormitorios, tres salones

para visitas y un estudio privado en el fondo del jardín, que tía Sarah

utiliza como oficina. Dylan y yo estamos en el último piso y tenemos

nuestro propio baño, con una ducha espectacular para masajes que

tiene un cabezal del tamaño de una pelota de fútbol. La habitación de

Kate está en el segundo piso y, junto a ella, hay un cuarto para

huéspedes con otro baño. Las habitaciones de tía Sarah, mamá y papá

están en el primer piso. Todas son enormes y luminosas, con techos

altos, grandes ventanas y pisos de madera. Ella las decoró en tonos

neutros y agregó color con todos sus adornos, tapetes y cosas que trajo

de todos los lugares del mundo que ha visitado; principalmente de

Tailandia y la India, creo.

—Parece una maravilla.

—Lo es. Los únicos ambientes que son un poco oscuros son el sótano y

la cocina, que está al fondo de la casa. Tiene techos altos, es angosta y

tiene un tendedero con poleas que cuelga del techo. Los usaban

antiguamente para colgar la ropa lavada antes de que hubiera

secadoras.

—¿Así seca la ropa tu tía?

—No, jamás. Lo usa para colgar las cacerolas y los utensilios de cocina.

Es genial: puedes subirlos para que no molesten. Ya lo verás cuando

vengas más avanzado el verano.

—No veo la hora. ¿Cómo es tu habitación?

—Bonita. Con colores marinos. Celeste y arena. Tía Sarah dijo que

puedo poner lo que quiera en las paredes para sentirme en casa. Traje

en mi equipaje de mano la foto de nosotras dos. Es lo primero que puse

aquí.

—Como debe ser. ¿La que nos tomaron en Dublín?

—Sí.

Nos habían tomado esa foto, a Erin y a mí, en una estación de trenes en

Dublín cuando fuimos en viaje escolar, unas semanas antes de mi

partida. Yo la había hecho ampliar para aprovechar un portarretrato de

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plata que me había regalado mi abuela una Navidad. Erin aparece

levantándose la nariz con un dedo y poniéndose bizca, y yo estoy

sentada detrás de ella haciendo mi cara de zombi. No es la foto más

atractiva de nosotras, pero me agradaba porque me recordaba cuánto

nos divertimos siempre. En realidad, Erin tiene aspecto de muchacho,

con carita de duende y cabello corto color miel. Vive en jeans y Converse

AllStars (desde que la convencí de que le quedan muy bien). Todos los

chicos de Irlanda están tras ella. No es que a Erin le gusten, salvo Scott

Malone, el más lindo de la escuela, que les gusta a todas. Es muy

selectiva y dice que prefiere esperar al indicado en lugar de conformarse

con menos. Eso sólo hace que los chicos la persigan más, pues a los

varones les encantan los retos (según dicen mis hermanos).

—¿Vas a estar bien, entonces? —preguntó Erin.

—Sí. Eso espero. Me pone nerviosa empezar en una nueva escuela en

septiembre. Cómo voy a odiar ser otra vez la chica nueva.

—Te va a ir bien. Eres bellísima, y además, geminiana. Es uno de los

mejores signos para hacer nuevos amigos. Van a pelearse por estar

contigo.

—No me digas. Como lo hacían cuando empecé en tu escuela, ¿no? No

lo creo. Nosotras no nos hicimos amigas hasta pasado casi un año.

—Ah, bueno. Pero yo soy de Tauro. Nos gusta tomarnos un tiempo para

decidir acerca de la gente pero, cuando lo hacemos, somos muy leales.

—Lo sé. Ahora no puedo deshacerme de ti. ¡Y mira que lo he intentado!

Es decir, fíjate: cambié de país y me sigues llamando.

Erinrió.

—Ahora te dejo. No voy a tolerar esa clase de insultos de alguien de tu

calaña. En realidad, tengo que irme; papá me llama. Quiere que lave el

auto. A veces me pregunto de qué se habrá muerto su último esclavo.

Así que envíame e-mails o mensajes de texto y fotos de los chicos y de la

casa. ¿De acuerdo?

—Lo haré.

—En realidad, aguarda un momento, India J. Antes de que cortes, voy a

darte una tarea para el hogar.

—¿Tarea para el hogar?

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—Sí. Tienes que salir hoy, en algún momento, sacarle una foto al chico

más lindo que veas y luego enviármela por e—mail, ¿de acuerdo?

—¡Sí, mi sargento!

—Rompan filas —dijo Erin, y cortó.

Cuando corté la llamada, estaba a punto de empezar a desempacar

cuando oí que mamá me llamaba desde abajo.

Bajé a ver qué quería y la encontré en el vestíbulo. Se la veía

preocupada.

—¿No has visto mi bolso, por casualidad?

Meneé la cabeza.

—Necesitamos leche, cariño —prosiguió, mientras buscaba su bolso en

el vestíbulo—. Con tanta gente aquí, se acabó. ¿Serías tan buena de ir a

comprar más?

—Pero no sé adónde ir —protesté.

—Pues averígualo —intervino papá, que acababa de llegar de la cocina y

había oído la última parte de la conversación. Él siempre irrumpe como

un tornado, creando una estela de conmoción y ruido, en parte porque

es un hombre corpulento, una presencia, y en parte por su

personalidad expansiva—. Pronto tendrás que aprender a moverte por

aquí.

—Pero... —Iba a protestar otra vez pero me di cuenta de que no tenía

caso. Era típico de papá hacerme salir sola en un lugar extraño. No se

le ocurría que yo podría sentirme insegura hasta que llegara a conocer

mejor la zona. Así también nos enseñó a nadar. Nos arrojó al agua en el

lado profundo. Sólo cuando pareció que Dylan se estaba ahogando papá

se dio cuenta de que a veces conviene tener más precaución. Él es

absolutamente insensible a las cosas nuevas y a los cambios. Le

encantan. Los disfruta. Lo ve todo como una gran aventura y, por eso,

piensa que nosotros también lo vemos así. De allí los cinco lugares

distintos donde vivimos en mis quince años.

Tía Sarah entró al vestíbulo detrás de papá. Mirándolas, nadie

adivinaría que ella y mamá son hermanas. Mamá se parece a mi difunta

abuela, que era la inglesa típica, y tía Sarah sale al abuelo, que era bajo

y robusto. Mamá es alta y delgada, con rasgos delicados, mientras que

tía Sarah es más menuda y tiene más curvas. Con su cabello oscuro,

parece más bien emparentada con la familia de papá, que son italianos.

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Pero tanto mamá como tía Sarah están en la onda "hippie con diseño", y

les gustan la ropa y los accesorios de Oriente, lo cual me parece muy

bien pues a mí también me agradan muchas de esas cosas.

—¿Dónde puede ir India Jane a comprar leche? —preguntó papá.

—Sales a la calle, doblas a la izquierda, sigues hasta el semáforo,

cruzas la calle y verás un minimercado al lado de la cafetería

Starbucks—me indicó tía Sarah.

—Excelente —respondió papá—. India sabrá llegar, ¿verdad?

—Pero no encuentro mi bolso —dijo mamá.

Tía Sarah suspiró, buscó su bolso y me dio un billete de diez libras.

—Ya que vas, ¿puedes comprarme champú? —pidió papá—. Cualquiera

que veas. Gracias, princesa.

Subí deprisa a mi cuarto a ponerme unos zapatos y pasé unos minutos

arreglándome. Al fin y al cabo, era mi primera salida en el lugar más de

moda, como había dicho Erin. Abrí una de las maletas que aún faltaba

desempacar, saqué algunas cosas y las arrojé al suelo. Me quité la

camiseta que tenía puesta, me puse mi vestido tipo pareo sobre los

jeans y luego un cinto de cuero marrón, más uno hindú plateado a la

altura de la cadera. Me miré en el largo espejo que había a la izquierda

de la puerta. Me devolvió la imagen de una chica alta y delgada de ojos

cafés y largo cabello castaño con destellos cobrizos. ¿Se seguirían

usando en Londres los vestidos sobre los jeans?, me pregunté. Era algo

que había estado de moda en forma intermitente varias veces en los

últimos años. A Erin y a mí nos gustaba ese estilo y además siempre

nos poníamos dos cinturones, aunque las revistas dijeran que no se

usaba más. Me agradaba elegir elementos de distintas modas y

combinarlos para lograr mi propio look. Me recogí el pelo y lo sujeté con

el palillo rojo y negro que siempre usaba. Un toque de brillo labial y

estuve lista.

—India Jane, la gente está esperando para tomar el té —me avisó papá

desde la escalera.

Ésa es otra característica de papá. Es impaciente. Siempre lo quiere

todo para ayer.

Tomé mi cámara digital por si veía algún chico para enviar a Erin, bajé

la escalera deprisa y salí.

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Seguí las instrucciones de tía Sarah y pronto vi el mercado indicado.

Era bueno estar afuera en un día tan hermoso y sentir el sol en la piel.

Mi ánimo mejoró más aún cuando dos chicos muy lindos pasaron en

bicicleta y me saludaron. Estaba entusiasmada por vivir en Londres.

Había estado aquí antes, visitando a tía Sarah, pero nunca nos

habíamos quedado más de una semana y la última vez había sido años

atrás. Esta vez viviríamos aquí y estaba ansiosa por explorar y ver qué

había por allí.

Al pasar por Starbucks, inmediatamente reparé en un chico que estaba

sentado junto a la ventana, hablando por su teléfono móvil.

Rápidamente saqué mis anteojos de sol y me los puse para poder volver

a mirarlo sin que se diera cuenta de que lo estaba estudiando. Era

exactamente mi tipo, lo cual resultaba asombroso porque nunca había

visto a mi tipo en carne y hueso, sino sólo en películas o revistas. Tenía

puestos unos jeans negros y una camiseta y hablaba animadamente

con la persona que estaba en la línea. Si era un ejemplar típico de los

chicos londinenses, aquella ciudad prometía. Mirándolo con la cubierta

de mis anteojos de sol, confirmé que era súper buen mozo: de mediana

estatura, delgado, con cabello castaño ligeramente rizado hasta los

hombros y una excelente estructura ósea. Siempre presto atención a

esas cosas porque quiero ser artista, y lo que más me gusta es dibujar

caras. Cuando terminó la llamada y miró por la ventana, adoptó una

expresión taciturna, como si estuviera pensando mucho en algo o

alguien. Erin se moriría si le enviara una foto de él, pensé. Ella tenía en

la pared de su cuarto un afiche de un actor de los años cincuenta,

James Dean. Actuó en una película llamada Rebelde sin causa, y este

chico tenía la misma expresión que James Dean en ese afiche: una

mezcla de taciturno, melancólico y peligroso. Tomé posición en la

parada de autobús que había frente al café y apunté la cámara como

para tomar una foto general del frente del edificio. A último momento, la

apunté hacia el chico y apreté el disparador.

Verifiqué cómo había salido y, bingo, estaba perfecta. Erin se moriría de

envidia, y apenas era mi primer día. Cerré la cámara y volví a mirar

hacia la ventana. El chico estaba mirándome directamente. Cuando

nuestros ojos se encontraron, sentí un cosquilleo en el estómago.

Aparté la vista rápidamente, caminé hacia el mercado y traté de

tranquilizarme pensando que él no sabría que había estado mirándolo

porque tenía los anteojos de sol. Son grandes y negros. No dejan ver los

ojos. Erin y yo los habíamos probado antes de que yo los comprara, en

Irlanda.

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Cuando llegué al minimercado, me quité los anteojos, compré la leche y

una barra de chocolate y luego fui a la farmacia a buscar el champú

para papá.

Tenían la variedad de siempre para los distintos tipos de cabello: seco,

graso, crespo, teñido, dañado. Champúes con frutas, hierbas, aloe vera,

todo tipo de ingredientes mágicos. Al final, elegí uno que tenía un

atractivo color azul y fui hacia la caja. Había una señora mayor delante

de mí y, mientras esperaba, miré alrededor del local para referencia

futura.

Se abrió la puerta y entró el chico de Starbucks. Aparté la vista deprisa,

pero no sin observar que era más alto de lo que había parecido en el

café. De reojo, vi que se dirigía hacia una estantería a la derecha y se

ponía a mirar cepillos de dientes. Eligió uno, se dirigió a la caja y se

paró detrás de mí. Miré hacia otro lado, pues no quería que me viera

mirándolo. En cambio, empecé a observar los productos que había

delante de mí.

El hombre que atendía terminó con la señora y luego saludó al chico

que estaba detrás de mí.

—Hola, Joe—le dijo.

—Hola, Sr. Patel—le respondió el chico, y le enseñó su cepillo de

dientes—. Para mi viaje.

—Qué suerte tienes —le dijo el Sr. Patel.

—Sí. Pasaré casi todo el verano afuera.

El Sr. Patel asintió.

—Lo sé. Tu madre estuvo aquí más temprano, comprando provisiones.

¿Cuándo se van?

—La próxima semana —respondió Joe—. Aunque mamá se va antes…

pero, oiga, esta chica estaba antes que yo, ¿no?

Sólo entonces reparé en que los artículos que había simulado observar

con tanta concentración eran pruebas de embarazo, y parecía que Joe

lo había notado. Sentí calor en la nuca.

—Eh... sí, no. no, pasa tú —balbuceé—. No tengo prisa.

Joe echó un vistazo a las pruebas de embarazo.

—¿Segura? —preguntó.

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—Muy segura —le respondí, en un tono que parecía el de la Reina.

—No, por favor, adelante —insistió Joe—. Tú estabas primero.

Le extendí el champú al Sr. Patel, quien lo tomó y dijo:

—Tenemos peines que van con este champú.

—No importa, tengo cepillo para el cabello —respondí. Sentí que me

ruborizaba pues presentía que Joe estaba escuchando.

—Ah, pero los cepillos no sirven para los piojos —dijo el Sr. Patel—.

Necesitas un peine fino para retirar las liendres. ¿Es para ti?

Detrás de mí, Joe retrocedió un par de pasos. Sentí que me ruborizaba

cada vez más.

—¿Piojos? No, en absoluto. Yo... —Eché un vistazo al frasco. Combate

los piojos, decía claramente en la etiqueta. No me había fijado al elegirlo

en la estantería. Instintivamente, me llevé la mano a la cabeza y Joe

retrocedió más aún—. No. En realidad, no es para mí. Es decir... no

tengo piojos.

—No tienes por qué avergonzarte, querida —dijo el señor—. Es algo muy

común.

—No, en serio... —empecé a protestar.

—Entonces, ¿para quién es el champú? —preguntó el Sr. Patel.

—Para mi papá. Es decir... nooooo, él no…

—Ah, para tu papá —me interrumpió el Sr. Patel—. Aun así, es mejor si

lo usa toda la familia. Los piojos se contagian muy fácilmente.

—Pero... quiero decir, ninguno de nosotros tiene piojos. Nadie en mi

familia los tiene.

Me atreví a echar un rápido vistazo a Joe, que se había ido detrás de un

mostrador de maquillajes y tenía una expresión de "ah, no me digas, a

ver qué inventas ahora".

—En serio, no los tenemos —le dije—. ¡No hace falta que te escondas!

Joe levantó las manos y se encogió de hombros.

—Bueno, sólo estoy haciendo la fila.

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Deprisa, regresé a la estantería de los champúes, devolví el champú

para piojos, tomé uno de Frutos del Bosque para cabello normal y volví

a la caja.

—Llevaré éste —dije—. Sí es para mi papá. No para mí. Y tiene cabello

absolutamente normal. NORMAL, sin piojos.

Oí que Joe reía entre dientes detrás de mí.

Pagué el champú y me encaminé hacia la puerta. Mientras la abría para

salir, oí reír a Joe y también al Sr. Patel.

Caminando de regreso a la casa, pensé: Olvídate de causar una buena

impresión. Posiblemente embarazada y con piojos. Sinceramente espero

no volver a toparme jamás con ese chico. Gracias a Dios que se va de

viaje. Cuanto más lejos, mejor.

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Capítulo 2 Primas

aya —dijo Kate mientras ojeaba las pinturas que

había en la carpeta que estaba apoyada contra la

pared frente a mi cama—, ¿Quién hizo esto?

—Ah. Yo.

—Son fantásticas, India Jane. No sabía que pintabas tan bien.

—Bueno... gracias. En realidad, no son tan buenas; prefiero pintar

gente.

Había cinco pinturas. Todos paisajes. El primero era un hotel junto al

Lago Picola, en la ciudad de Udaipur, en la India. El segundo, un

palacio en Venecia. El tercero, una playa de Santa Lucía, en el Caribe.

El cuarto, una villa en Marruecos, y por último, el castillo en Irlanda.

Eran los cinco lugares donde había vivido desde mi nacimiento. El año

pasado, en el curso de arte, nos habían pedido que pintáramos el lugar

donde vivíamos. La mayoría de la gente pintaba un lugar; dos, a lo

Mimo, por lo general escenas grises que mostraban una típica casa

irlandesa. Lo mío parecía un aviso de una agencia de viajes. Erin hizo

copias para colocar en la pared de su cuarto, junto a su afiche de

James Dean. "Mis aspiraciones”, explicó. Una de sus metas en la vida

es viajar. Yo, en cambio, lo único que siempre quise fue quedarme en

un solo lugar y tener un verdadero hogar.

—Oye, no seas modesta —dijo Kate—. Son muy buenas. Tienes que

ponerlas en la pared. Ojalá yo supiera dibujar. Ojalá supiera hacer

algo.Me da pánico esperar los resultados de mis exámenes finales. Si no

me fue bien, mamá va a explotar.

—Pero ella estará en Grecia cuando lleguen, ¿no?

Kate simuló estrangularse.

—Sí, pero la ira de la Madre Asesina puede hacerse sentir en cualquier

parte del planeta. Estoy contentísima de que ustedes se hayan mudado

con nosotras. Si no, me habría obligado a ir con ella, como el verano

pasado y el anterior, pero gracias a tus padres, que son adultos

responsables y todo eso...

—Difícilmente —la interrumpí.

—V

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—Bueno, no le digas eso a mamá. Está conforme con que ellos estén

aquí para vigilarme, por así decirlo, lo cual significa que puedo salir con

mis amigos.

—Yo habría pensado que te gustaría pasar el verano en Grecia.

Kate meneó la cabeza.

—No. No es lo mío. Ya estuve allá. Me gusta Londres.

—A mí, también.

Esa mañana era la primera vez que veía a mi prima más que unos

segundos desde nuestra llegada a Londres tres días atrás, pues ella

siempre salía hasta tarde o tenía prisa por ir a alguna parte. Al fin

había subido a mi cuarto a “husmear un poco”, como decía ella. La

noche anterior se había quedado a dormir en casa de una amiga en

Chelsea y su mamá se enojó mucho, pues salía hacia Grecia ese mismo

día. Su ausencia significaba que no tendrían mucho tiempo juntas

antes de que tía Sarah se fuera (lo cual, supongo, era precisamente la

intención de Kate). Ella me cae muy bien. Tiene diecisiete años, un par

más que yo, y es muy simpática. Posee el aspecto de una bailarina de

ballet, alta y delgada, sin un gramo de grasa, a pesar de que nunca

hace ejercicio y afirma que está totalmente fuera de forma. Se pinta las

uñas con esmalte azul eléctrico brillante, se viste sólo de negro y,

cuando sale, se pone unos anteojos de sol de Prada fabulosos; a veces

también los usa cuandoestá adentro, lo que fastidia mucho a su madre.

Desde que recuerdo, parecen estar enojadas entre ellas. Kate supone

que el motivo es que ella se parece a su papá y es un recordatorio

constante de él, algo que su mamá no quiere porque se separaron

cuando Kate tenía ocho años. Tía Sarah siempre se quejaba de que Kate

debería usar “un poco de color”. Como regalo por sus exámenes finales,

le compró unas cosas fantásticas en la tienda Harrods, pero Kate puso

cara de fastidio y declaró que esas prendas eran “demasiado infantiles”.

Yo no habría hecho eso. Creo que tía Sarah tiene un gusto fabuloso,

pero Kate no iba a echarse atrás.

Se sentó frente a la cómoda, tomó uno de mis peines y, con él, estiró

hacia atrás su largo pelo oscuro. Cuando lo hizo, observé que tenía la

marca de un beso en el cuello.

—Demonios —suspiró, al ver la marca en el espejo—. Voy a matar a ese

Jamie Morris. ¿Se nota mucho?

Asentí.

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—¿Tienes maquillaje corrector?

—Para granos.

—Servirá.

—En el cajón de la izquierda.

Kate abrió el cajón y sacó el maquillaje.

—Gracias —dijo, mientras se lo aplicaba, y luego se soltó el cabello otra

vez sobre los hombros—. ¿Ya te instalaste?

—Sí.

Había pasado los últimos días desempacando y mi habitación ya

parecía un hogar. Había puesto mi cobertor de terciopelo color

aguamarina sobre la cama, con un par de almohadones con lentejuelas

que mamá había comprado años atrás en un mercado de la India.

Del riel de la ventana, había colgado un sari turquesa (también

comprado en la India) y, en general, los colores quedaban hermosos con

el azul que tía Sarah había elegido para las paredes. Por último, había

colocadosobre la cómoda el espejo veneciano que mamá y papá me

habían regalado para un cumpleaños, y luego había colgado de él todos

mis collares.

Kate se levantó, sacó un paquete de MarlboroLights de un bolsillo de sus

jeans, se arrodilló en mi cama para abrir la ventana y luego encendió

un cigarrillo.

—¿Quieres uno? —me preguntó.

Meneé la cabeza. Había probado fumar con Erin el año pasado, en una

fiesta de Navidad. A las dos nos había sabido horrible, y me había

provocado mareos y ganas de vomitar. Esa misma noche, más tarde,

Erin estuvo con Scott Malone. Justo cuando empezaban a besarse, él se

apartó y le dijo que no le gustaba besar a chicas que fumaban porque

les quedaba un sabor agrio en la boca. Erin se sintió mortificada e

intentó asegurarle que ella no era fumadora, pero él no le creyó y

terminó besándose con TraceyIngram. Después de eso, ninguna de las

dos volvió a fumar.

Mientras fumaba su cigarrillo, Kate miró hacia la mesita de luz, donde

yo había colocado mis dos fotos enmarcadas. Las había llevado conmigo

en el avión, en el equipaje de mano, para que el vidrio no se rompiera.

En una se veía a la familia sentada en torno a una mesa en la terraza

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de la abuela Ruspoli: era del año anterior, cuando nos habíamos

reunido en Italia para festejar los cincuenta años de papá. Ethan y

Lewis se parecen a papá: apuestos, con cabello oscuro, espeso y

rebelde, piel trigueña y ojos color ámbar. Dylan sale más a mamá con

su tez pálida y rasgos delicados. Yo soy una mezcla de los dos. Tengo

piel trigueña como él, sus ojos color ámbar y cabello castaño rojizo, un

par de tonos más oscuros que el de mamá. Cuando era pequeña, era la

nena de papá. Yo lo adoraba y lo seguía a todas partes; si él salía, lo

esperaba junto a la puerta como un cachorrito fiel hasta que regresaba.

Claro que dejé de hacer eso hace mucho tiempo, y últimamente discuto

quizá más con él que con cualquier otro integrante de la familia. Ya no

soy su mascota obediente. Me fastidia que siempre quiera —y consiga—

que todo sehaga a su manera y que mamá lo acepte como si no tuviera

opinión propia. Mis hermanos también lo dejan salirse con la suya.

Para ellos, es como un ídolo. Papá me llama Chica Canela por mi color

de piel. Lo copió de una canción de Neil Young de los años sesenta.

Todos los años, para mi cumpleaños, mamá prepara un perfume

especial con aceite de cinnamon—canela— y otros ingredientes que no

conozco (ella no quiere revelar su fórmula secreta). Tiene un aroma

increíble, cálido y picante, y cuando lo uso, siempre me preguntan

dónde se puede comprar.

—Tus padres están muy bien en esa foto —observó Kate—, parecen un

príncipe y una princesa de un cuento de hadas. Bueno, de hecho, todos

en tu familia son bellos. Todos tienen el mismo rostro en forma de

corazón. Parece que tus padres les han transmitido una combinación de

los mejores rasgos de cada uno.

Qué hermoso comentario, pensé, asintiendo. Mamá y papá siempre me

decían que era bella, pero eran mis padres, es decir, no tenían una

opinión imparcial. Además de ellos, pocas personas han hecho

comentarios sobre mi aspecto, de modo que me dio mucho gusto oírlo

de labios de alguien como Kate.

—Tu papá es príncipe, ¿verdad?

—Casi. Es conde. Aunque no usa su título. Dice que, cuando la gente se

entera de que es conde, piensa que debe de ser rico, pero no lo es. Por

eso, para no tener que dar explicaciones, simplemente no se lo dice a

nadie.

—Y ¿qué fue del dinero de la familia?

—Uno de sus antepasados lo perdió todo en el juego, de modo que a la

familia sólo le queda el título.

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—Qué pena —dijo Kate, y luego tomó la otra foto, la mía con Erin en el

viaje escolar—. ¿Quién es esta chica tan loca?

Reí.

—Erin—respondí, y al mismo tiempo se oyó el timbre de la puerta—. Es

mi amiga de Irlanda.

—Parece divertida —observó Kate.

—Lo era. Lo es. La foto no le hace justicia. Estábamos divirtiéndonos.

En realidad es muy bonita.

El timbre volvió a sonar.

—Alguien va a atender —dijo Kate, y continuó fumando y husmeando

por mi habitación.

Unos minutos después, volvió a sonar el timbre.

—Mi Dios —dijo Kate—. Nadie atiende la puerta en esta casa. Ni el

teléfono.

Fui a la ventana y espié, para ver si podía ver a alguien. Afuera llovía, y

quien llamaba estaba oculto bajo un paraguas.

—Supongo que podría ir una de nosotras —sugerí.

—¿Por qué habríamos de ir nosotras, que estamos aquí arriba, cuando

ellos están abajo?

—En realidad, creo que mamá, papá y Dylan salieron de compras —

respondí—. Y papá iba a ver a un viejo amigo suyo por un trabajo y...

eh... tu mamá se está duchando.

Kate se encogió de hombros.

—Pues yo no espero a nadie. ¿Y tú?

—No. No conozco a nadie por aquí.

El timbre sonó una vez más. Una llamada larga e insistente.

—Mira, voy a atender —dije, cuando resultó evidente que Kate no

pensaba hacerlo—. No me molesta.

Kate tomó mi nuevo ejemplar de la revista Teen Vogue del estante que

estaba sobre el escritorio y luego fue a acostarse en mi cama.

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—Como quieras —dijo—. Probablemente es alguien que quiere

vendernos algo.

Bajé rápidamente, corrí a la puerta y la abrí justo a tiempo para ver la

espalda de alguien que se alejaba hacia el portón.

—Hola. Lo siento —le dije—. ¿Qué necesitaba?

La persona dio media vuelta y bajó el paraguas.

Era el chico del minimercado. Joe.

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Capítulo 3 Un sabueso

e oyeron pasos furiosos que bajaban la escalera. Un segundo

después, la puerta de la cocina se abrió súbitamente.

—¿Estuviste fumando en tu habitación?

Yo estaba a punto de morder un pan integral tostado untado con

mermelada de frambuesa y mantequilla de maní (mi combinación

preferida) pero me detuve en medio del bocado.

—Yo no, en serio… —empecé a defenderme, y luego pensé: ¿Por qué

tengo que darle explicaciones a mi hermano de doce años? —Aunque no

es asunto tuyo.

—Si es asunto mío — repuso —. Yo estoy en el mismo piso que tú, y hay

gente que se ha muerto por ser fumadora pasiva.

Lo dijo con una expresión tan seria que me dieron ganas de reír.

—Bueno, muérdeme —respondí, con una sonrisa—. ¿Qué fuiste en tu

vida pasada? ¿Un perro sabueso?

—No es chiste, India Jane —insistió—. Las estadísticas demuestran…

—Las estadísticas demuestran… —lo imite, con lo cual Dylan se enojó

más aún—. Consíguete una mascara de oxigeno. Yo puedo hacer lo que

quiera, y traer a quien quiera a mi habitación, y quien venga puede

hacer lo que quiera mientras este allí.

Dylan apretó los dientes, me miró con furia y salió dando un portazo.

—El estrés también mata —le grité.

Por dentro, lamenté que no se me hubiera ocurrido encender un

incienso antes de que él y mamá regresaran. Apenas se fue Joe, corrí

nuevamente escaleras arriba para preguntarle a Kate qué sabía de él,

pero solo quedaba el olor a cigarrillo. Cuando baje a buscarla, me

distraje porque sentí hambre y me puse a tostar pan antes de perfumar

mi cuarto. Claro que Dylan “La Nariz” había percibido el olor a cigarrillo

apenas había subido.

Un momento después apareció mamá, puso algunos productos en el

refrigerador y volvió a desaparecer. Probablemente ella también había

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olido el humo al llegar arriba, pues se sentía en toda la casa, pero no

había dicho nada. Ella no era así. Mamá y papá creen en dejarnos

experimentar y encontrar nuestro propio camino. A diferencia de Dylan.

Es un poco exagerado en lo que se refiere a la salud. Es como si fuera la

conciencia de toda la familia. Siempre está sermoneándonos sobre los

peligros de los conservantes, aditivos, el exceso de azúcar o sal. No es

un chico normal, eso seguro, o quizá se deba a que es de Escorpio y se

supone que los escorpianos son intensos. Supongo que también se debe

a que es menudo para su edad, cosa que detesta. Erin dice que al ser

así compensa por su tamaño, del mismo modo que lo hacen los perros

pequeños haciendo mucho ruido. Pero no necesita preocuparse. Papá y

mamá son altos, de modo que seguramente crecerá con el tiempo,

aunque quizá no tan pronto como el querría.

Personalmente, no sé porque se altera tanto por todo. Mamá y papá son

muy consientes de la salud; siempre lo han sido, y siempre compraron

comida orgánica y hasta la cultivaron cuando pudieron. Pero son más

tranquilos al respecto. Dylan, en cambio, lee las etiquetas de todos los

productos y verifica los ingredientes. Es obsesivo. A veces me pregunto

como se las ingenia para hacer amigos. Pero lo logra, especialmente con

las chicas, porque es lindo, aunque un poco bajito por el momento. En

Irlanda, siempre había chicas que lo llamaban por teléfono o lo

esperaban a la salida de la escuela.

Arriba, oí que Kate y tía Sarah discutían por algo. Probablemente ella

también había olido el olor a cigarrillo y, a diferencia de Dylan, no me

culpaba a mí. Ah, familias felices, pensé, al tiempo que sacaba mi

teléfono móvil y le escribía un mensaje de texto a Erin.

Hola. Me enamoré. India J.

La respuesta llegó de inmediato.

¿Quién? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo?

Estaba a punto de responder cuando Kate interrumpió en la cocina.

—Dios mío —suspiró, y echó un vistazo a su reloj—. Faltan a penas dos

horas para que se valla el monstruo de mi madre… entonces habrá paz.

Miró la segunda rebanada de pan con mermelada y mantequilla de

maní que había en mi plato, la tomó y le dio un mordisco.

—Eh… Kate —dije—. Ese chico que llamó a la puerta hace un rato…

—¿Qué chico?

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—Joe. Creo que se llama Joe. Dejó un sobre para tu mamá.

Kate se encogió de hombros.

—JoeDonahue. Sí. ¿Qué hay con él?

—¿Quién es?

Kate dejó de masticar, se sentó frente a mí y me escudriñó estrechando

los ojos.

—¿Te gusta?

Sentí que me ruborizaba.

—Eh… puede ser. En realidad, no lo conozco.

—Cielos —dijo Kate y meneo la cabeza—. No. Con Joe, no. Está en el

mismo año que yo en la escuela. No te metas con él.

—¿Por qué? Es lindo.

—¿Acaso no todos los chicos malos lo son?

—¿Es malo? ¿Por qué?

Kate me miró con aire de complicidad.

—Confía en mí —dijo—. Sé que te parecerá gracioso viniendo de mí, ya

que he tenido una cantidad de novios malos pero, créeme, JoeDonahue

es un caso aparte y no quiero que te lastime.

Estaba apunto de preguntarle más, pero mamá volvió con más

mercaderías y no quise que escuchara para que luego no fuera tema de

conversación de toda la familia. Mas tarde voy a acorralar a Kate,

pensé, y averiguar más. Estaba intrigada. No me había dado mala

impresión cuando llamó a la puerta. Al principio, no había podido creer

lo que veía, parado allí, en la entrada de tía Sarah, más apuesto aún

que antes con su cabello mojado y ligeramente rizado por la lluvia. Creo

que debo haberme quedado boquiabierta, y él puso cara divertida al ver

que era yo.

Él había levantado la vista para mirar la casa.

—¿Puedes darle esto a Sarah… digo, a la Sra. Rosen?

—Claro. Es mi tía —respondí.

—Ah —dijo, y le apareció un brillo en los ojos—. ¿De la familia que no

tiene piojos?

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—Esa misma —repuse con un estúpido aire pomposo del que me

arrepentí inmediatamente—. Es que… me equivoque de frasco.

—Suele suceder —respondió y me dirigió una sonrisa matadora.

Busqué en mi cerebro algo ingenioso y brillante que decir pero lo único

que me salió fue:

—Sí.

Él asintió como si yo hubiera dicho algo muy sensato.

—Eh… sí. Bien, nos vemos —dijo, y por unos segundos nuestros ojos se

encontraron y volví a sentir ese cosquilleo en el estomago. Había una

conexión y estaba segura de que él también la había sentido.

Se volvió hacia la lluvia, abrió el paraguas, se alejó por el sendero, salió

por el portón y desapareció. Quise gritar tras él: ¿cuándo nos vemos?

¿Adonde vas de viaje? ¿Por cuánto tiempo? ¿Con quién? ¿Cuándo

vuelves? ¿Tienes novia? ¿Quieres una? Pero no lo hice.

—Sí, hasta luego —respondí a la lluvia.

Apenas se fue el taxi de tía Sarah, Kate empezó a hacer sus propios

planes para salir, pero la acorralé en el vestíbulo antes de que pudiera

escapar.

—Nos vemos —dijo, mientras se ponía los anteojos de sol de Prada,

metía un billete de veinte libras en el bolsillo trasero de sus jeans y se

encaminaba a la puerta de calle.

—Pero… antes de que te vayas, quería que me contaras algo más sobre

Joe—balbucee.

Puso los ojos en blanco.

—Ya te dije que es un mal chico. Hay un reguero de corazones rotos

detrás de él y, dado que soy tu prima mayor y responsable, voy a

asegurarme de que el tuyo no este entre ellos.

Personalmente, no me parecía que “Kate” y “responsable” fuesen dos

palabras que combinaran bien, pero no iba a arruinarle el momento de

mostrarse protectora conmigo.

—Bueno, se va de viaje —repuse—. Así que es muy probable que pase

nada.

Kate asintió.

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—Se va a Grecia.

—¿Qué? ¿Con tía Sarah?

—Sí. No. Al menos, no viaja con ella. Pero creo que se va pronto. No se

bien cuando.

— ¿Por qué?

—Su madre es una de las más viejas amigas de mamá. Se llama

Charlotte, pero la llamamos Lottie. Se conocen desde hace muchos

años. Ella ayudó a mamá a fundar el centro y dicta talleres allí.

—No me digas ¿Qué tipo de talleres?

—De esos que hacen doblarte, poner la pierna detrás de la oreja

izquierda y buscar la iluminación… ya sabes, yoga. Y también enseña

una nutrición aburridísima, creo. Lentejas y arroz integral. Evítalos a

toda costa.

Lancé una carcajada.

—No creo que los describan así en el folleto —dije.

El centro en Grecia, llamado séptimo cielo, era el último

emprendimiento de tía Sarah. A diferencia de mamá, que usaba su

herencia para viajar por el mundo, tía Sarah invertía la suya. Primero

tuvo un puesto en Portobello Road, donde vendía joyas de la India y de

Tailandia. Con lo que ganó con eso, compró un local pequeño y luego

otro, y otro más, hasta que llegó a tener cuatro locales donde vendía

joyas y artesanías de todo el mundo. Luego invirtió en bienes raíces y

compró la casa de Holland Park, además de un par de apartamentos en

el norte de Londres, que alquilaba. Hace unos años, vendió los

apartamentos, compró un terreno en Grecia y fundó un centro de

vacaciones holístico. Ofrece todo tipo de talleres creativos y de

autoayuda, y la gente va allá a escribir, pintar, meditar, hacer danza,

yoga, una variedad de clases, desde raras hasta maravillosas.

Kate también río.

—Sí, mamá debería encargarme la publicidad a mí. Yo diría la variedad

de lo que hacen allá. No es mi idea de diversión, eso te lo aseguro.

—Y ¿por qué va Joe? ¿Qué va a hacer allá?

Kate se encogió de hombros.

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—No lo sé. No va a tomar clases. Creo que oí decir a mamá que le había

conseguido un trabajo allá por el verano. En el pueblo, no en el

complejo. Pero probablemente el motivo principal sea que allá Lottie

puede vigilarlo. Lo cual significa que el lobo feroz estará lejos todo el

verano y tú estas a salvo.

Puede ser, pensé, mientras Kate se iba, pero volvería en septiembre

para empezar la escuela. Y la buena noticia era que yo iría a la misma

escuela que él y Kate. Además, mi tía conocía a su madre. Seguramente

habría muchas oportunidades para toparme con él por casualidad. Nos

vemos, había dicho él. Sí. Yo me aseguraría de que así fuera.

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Capítulo 4 ¿Cambio de planes?

anela: Esto me encanta me encanta me encanta. Es alucinante,

Erin. Londres es súper cosmopolita. Como que el mundo entero

está aquí. Todas las naciones. Todas las formas. Todos los

tamaños. Nunca me sentí más feliz y aún faltan varias semanas para

empezar las clases. Pasé los últimos días explorando el oeste de Londres

y, cuanto más veo, más tengo la impresión de que me morí y llegué al

cielo. High Street Kensington, las tiendas elegantes de la calle Sloane en

Knightsbridge (hasta huelen caras: en la mayoría tienen encendidas las

velas aromáticas más divinas durante todo el día), el mercado de

Portobello Road donde venden de todo. Te fascinaría. Te extraño. Ojalá

estuvieras aquí. India Jane.

Irlandaxsmpre: CALLATÉ. Te odio. Tengo demasiada envidia para seguir

hablando contigo. Nuestra amistad se acabó.

Canela: Nooooooooooooooooooooooooooooooo. Por favor, seamos amigas

otra vez.

Irlandaxsmpre: No. Ya no me caes bien. Estás fuera de mi vida a partir

de este momento. Estás demasiado feliz y yo estoy absolutamente

deprimida.

Canela: Por favooooooooooor, sigue siendo mi amiga. Te extraño, en

serio.

Irlandaxsmpre: No te creo. Hace menos de una semana que te fuiste y

ya dices que nunca en tu vida habías estado tan feliz. Es obvio que

estoy de más. Has seguido con tu vida y no me llevaste contigo. Voy a

estar triste por toda la eternidad.

De acuerdo. Ya me aburrí de esto.

PD: ¿Qué pasó con ese chico del que te enamoraste por un

nanosegundo; el de la foto que me enviaste?

Canela: Se va a Grecia por todo el verano.

Irlandaxsmpre: Ah. No temas. Habrá otros. Aunque sí se veía lindo. No

veo la hora de ir. Tengo que irme. Busby´s me llama. ¿Ves a qué me

refiero? Tú recorres tiendas elegantes en Knightsbridge, que huelen a

perfumes caros. Yo tengo que surtir estanterías en Busby´s, que huele a

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repollo rancio. Es lo que me ha tocado en la vida. ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡PERO

NO POR MUCHO TIEMPO!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Erin había conseguido trabajo por un mes en Busby´s, que era el

supermercado local, cerca de donde vivíamos antes. Lo detestaba, pero

era una manera para conseguir dinero extra para venir a Londres en

agosto. Me hacía pensar que quizá yo también debería conseguir un

empleo por tiempo parcial y ganar un poco de dinero para ir a visitarla

en las vacaciones de invierno o en Navidad. Sabía que mamá y papá no

podían darme dinero, pues desde que habíamos llegado a Londres, el

único tema de conversación durante las comidas era el poco dinero que

tenían y en qué iban a trabajar. Sería un gran cambio para los dos. No

es que ninguno de ellos no hubiese trabajado nunca, sino sólo que

nunca lo habían hecho por necesidad. En cualquier parte del mundo

donde estuviéramos, siempre habían estado ocupados en algo. Papá con

su arte y su música, y mamá, con su arte, su diseño de joyas y sus

productos caseros de tocador.

Para mamá, no fue difícil conseguir trabajo. Apenas llegamos, su tía

Sarah la puso a trabajar. Antes de partir a Grecia, ayudó a mamá a

armar un taller en el sótano, donde podría fabricar joyas para una de

sus tiendas. Además, tía Sarah pidió a mamá que desarrollara una

línea de jabones, aceites y geles de baño, y mientras ella experimentaba

con diversas combinaciones de hierbas, frutas y flores, había en la casa

un aroma delicioso que llegaba a los pisos superiores. Entre las tiendas

elegantes y la casa de la tía, yo pasaba de un aroma delicioso a otro.

A papá no le estaba resultando tan fácil. Si bien había montones de

cosas que sabía hacer, pues es bueno en muchas áreas —arte, música

(toca el piano, el chelo y la guitarra) y habla varios idiomas (italiano,

español, francés y urdu) —no tenía mucha suerte en su búsqueda de

empleo. En los primeros días en Londres, llevó fotografías de sus

pinturas a varias galerías de arte y, si bien algunas expresaron interés y

una incluso le ofreció hacer una exposición, todas estaban ocupadas

hasta el año próximo.

Probó con algunos de sus amigos músicos, pero nadie tenía vacantes

salvo como suplente en caso de que se enfermara alguien, y eso no

garantizaba un ingreso regular de dinero.

—No hay nada para un hombre con múltiples capacidades como yo —

decía, y luego se pasaba una hora descargándose con el piano. Ésa era

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una de las maneras que tenía papá de resolver los problemas: ¡hacer

mucho ruido! Aunque a veces tocaba en forma brillante, yo ansiaba

tener un padre que tuviera un método más silencioso de desahogarse.

Luego de una semana en Londres, una mañana papá explotó y anunció

que iría al centro de desempleo y aceptaría cualquier puesto que

hubiera. Volvió un par de horas más tarde, con cara de infelicidad.

Estaba muy deprimido. Le preparé una bebida con jengibre, limón y

miel, como a él le gusta, y se la llevé al sótano, donde estaba recostado

en una vieja chaiselongue en el taller de mamá.

—¿No tuviste suerte? —le pregunté.

—Me ofrecieron un empleo a prueba en una ferretería.

Probablemente no ganaría más que tu amiga Erin, India Jane. Es eso o

trabajar en la construcción.

Por primera vez desde que podía recordar, mi papá siempre tan

expansivo y entusiasta, se veía deprimido.

—Ya aparecerá algo —le dijo mamá—. Podrías enseñar, ¿verdad?

¿Música o idiomas?

Papá meneó la cabeza.

—Podría, sí, pero no me dejan. Para trabajar en escuelas o

universidades, haya que llenar ciertos requisitos. Y hay que tener un

CV. Un registro de trabajos anteriores. El sistema no acepta a gente

como yo. Mi CV parece un folleto de turismo.

—¿Y las orquestas? —le pregunté.

—No pasa nada. No. Tendrá que ser la construcción —dijo, bebiendo un

sorbo de la bebida que yo le había traído y tratando de aparentar

valentía—. Me irá bien. Todo es parte de las experiencias de la vida, y

quizá consiga algo mejor en el otoño.

Gracias a Dios por la casa de la tía Sarah, pensé, mientras volvía a

subir. Al menos tenemos donde vivir.

Al día siguiente, papá volvió a salir y yo seguí explorando la zona. Por la

tarde, estaba a punto de escribirle un e—mail a Erin acerca de unos

puestos de ropa fabulosos que había encontrado cerca del mercado de

Portobellos, cuando oí que Dylan me llamaba desde abajo.

—¡India, INDIAAAAAAAAAAAAA JAAAAAAAAAAAAAAAANE!

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Fui hasta la escalera.

—¿Qué?

—Papá quiere que bajemos.

—¿Para qué?

—No lo sé, pero dijo que vayamos ahora. A la sala.

Ojalá sea un trabajo que le guste, pensé, mientras bajaba la escalera.

Mamá y papá estaban en la sala, sentados en uno de los enormes sofás

de cuero junto al hogar. Papá sonrió alegremente cuando entré.

—¿Buenas noticias? —pregunté, mientras me sentaba junto a Dylan en

el sofá frente a ellos.

Papá asintió y miró brevemente a mamá.

—¿Se lo dices tú o se lo digo yo?

—Díselo tú —respondió ella.

Papá asintió ligeramente.

—Bueno, conseguí trabajo.

—¡Viva! —dije—. ¿Es bueno? ¿Es algo que tú querías?

Papá me miró con una amplia sonrisa.

—Sí. No podría ser mejor. Es en una orquesta. ¿Se acuerdan de mi viejo

amigo RobinBeaton?

Dylan y yo asentimos. Había ido a visitarnos cuando vivíamos en

Irlanda. Era pianista en una orquesta famosa.

—Ha estado enfermo —prosiguió papá— y tendrá que pasar un tiempo

en el hospital, además, claro, de que necesitará tiempo para

recuperarse.

—¿Por qué está en el hospital? —preguntó Dylan.

—Una pequeña operación —respondió papá.

—¿De qué, exactamente? —insistió Dylan.

—Cáncer de próstata.

—Ah —dijo Dylan—. ¿Lo hallaron a tiempo?

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Mamá asintió.

—Creen que sí.

—Qué bueno —dijo Dylan—, porque ése es un tipo de cáncer que tiene

buenas posibilidades de curación si se detecta a tiempo. Vi un

programa sobre eso en la televisión por cable. Dile que coma mucho

tomate.

Mamá y papá miraron, divertidos, a su hijo experto en salud.

—Sí —dijo papá—. Es tratable y, por suerte, creen que lo han detectado

a tiempo. Lo malo es que tiene toda una serie de conciertos

programados para el verano y hasta el otoño. Es demasiado tarde para

cancelarlos.

—Le ha pedido a su padre que lo reemplace y cumpla con esos

compromisos en su lugar —anunció mamá.

Dylan lanzó un puñetazo al aire.

—¡Bravo! —exclamó.

—Excelente —dije.

—Lo sé. No podría ser mejor —respondió papá, con una enorme

sonrisa—. Es un trabajo perfecto para mí, y además puedo hacer

contactos para el futuro.

—Entonces, ¿cuándo empiezas? —le pregunté.

—De inmediato. El primer concierto es el próximo fin de semana.

Además, será buen dinero.

Estaba a punto de ponerme de pie cuando mamá tosió.

—Eh… India Jane, no te vayas aún; hay más.

—Ah, bueno —dije, mientras volvía a sentarme—. Oye, podemos ir a

verte tocar.

Papá rió.

—Lo dudo —respondió.

—Los conciertos son por toda Europa —explicó mamá.

—Ah —dije—. Entonces, ¿vas a irte?

Mamá y papá asintieron.

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—Sí.

—¿Y nosotros nos quedaremos aquí con mamá?

Mamá echó una mirada a papá.

—No precisamente. Yo voy a ir con tu padre.

Eso no era una buena noticia. Apenas habíamos llegado a Londres y ya

teníamos que partir otra vez.

—Y, ¿cuándo nos vamos? —pregunté.

—Ah, no. Hay un cambio de planes —respondió papá—. Pero te va a

gustar.

—Tu padre y yo lo hemos hablado —prosiguió mamá—, y Dylan va a

quedarse con Ethan por una semana.

—¿Con Ethan? —preguntóDylan—. Pero ¿hay lugar para mí allá, con

las mellizas?

Mamá asintió.

—Las mellizas irán con Jessica y tú compartirás la habitación con

Ethan. Sólo por una semana, mientras yo voy con tu padre y lo ayudo a

acomodarse; luego podrán venir con nosotros.

Dylan sonrió al oír la noticia, pues idolatraba a su hermano mayor y le

encantaba estar con las mellizas.

—¡Qué bueno!

—Sí —dijo mamá—. Creo que todo saldrá a la perfección.

—¿Cuándo volveremos? —preguntó Dylan.

—A fines de agosto, para el comienzo de las clases —respondió mamá—.

Papá regresará a fines de octubre.

Todo el mundo estaba contento y muy conforme con las noticias.

Excepto yo. Me sentía como si me hubiesen golpeado.

—Eh… ¿y yo? —pregunté.

Papá se puso de pie como si la reunión hubiese llegado a su fin. Se pasó

los dedos por el pelo y luego miró el reloj.

—Tú, mi Chica Canela, pasarás las mejores vacaciones de tu vida.

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Dios mío, pensé, mientras crecía la opresión que sentía en el pecho.

¿Cuántas veces lo oí decir eso cuando está a punto de mudarnos a

todos a otro país? Por favor, por favor, que no sea en otro país.

—¿Dónde, exactamente? —pregunté.

—Tu madre habló con Sarah esta tarde…

Qué alivio, pensé, puedo quedarme aquí con Kate. Vaya, eso será

genial. Y entonces me di cuenta de que papá seguía hablando.

—…sí, te encantará allá. Será una excelente experiencia para ti.

—Disculpa —le dije—. ¿Podrías retroceder un minuto? No entendí la

última parte.

—Grecia —dijo papá.

—¿Grecia? —repetí.

—Sí —respondió mamá—. Hemos decidido que puedes ir a quedarte con

tu tía a Grecia. Ella accedió de inmediato y en este mismo momento

está reservando tu vuelo. ¿No es perfecto?

Papá se encaminó a la puerta.

—Entonces, todos felices —declaró—. Sabía que todo se resolvería.

—Noooooooooooooooo —protesté—. Yo no estoy feliz. Por favor, papá.

Quiero quedarme aquí. No quiero ir a Grecia.

Mamá y papá se veían sorprendidos.

—¿Por qué no, India Jane? —preguntó papá.

—Apenas acabamos de llegar. Me gusta estar aquí y quisiera quedarme

en un solo sitio por un tiempo —expliqué.

Papá echó a reír y me pasó la mano por la cabeza, despeinándome, cosa

que me fastidiaba mucho.

—Tonterías —dijo—. Te va a gustar.

Luego se puso a cantar una ópera italiana a todo pulmón. Mamá rió

mientras él salía de la sala y se sentaba a tocar el piano a todo volumen

en la sala contigua. Dylan se puso de pie y fue con él, y un momento

después lo oímos acompañarlo con una pandereta.

—¡A veces quisiera que esta familia se callara! —murmuré.

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Mamá rió entre sientes y el bullicio de al lado fue aumentando.

—Te entiendo —respondió.

Yo sabía que no me entendía.

—Es sólo hasta el fin del verano y será un experiencia estupenda para ti

—dijo, al cabo de unos minutos de observarme mirar por la ventana con

aire taciturno.

—También lo sería permanecer en Londres. ¿Por qué no puedo

quedarme aquí con Kate?

—De ninguna manera —respondió—. Kate va a ir con su padre en

Richmond.

—Entonces, ¿por qué no puede quedarte tú? —insistí.

—Tu papá quiere que esté con él. Sólo estaré fuera por el verano. Es un

compromiso muy importante; tiene mucho que aprender en muy poco

tiempo, y va a necesitarme allá con él.

—Yo te necesito conmigo —dije—. ¿Por qué no pueden quedarse aquí tú

y papá? Ya conseguirá otro trabajo.

—Ésta es una excelente oportunidad para él, India —explicó mamá.

Trató de hacerme sonreír haciendo sobresalir el labio inferior como yo.

Sabía que me estaba portando como una adolescente caprichosa, pero

no podía evitarlo. Y no pensaba sonreír.

—Para algunos jóvenes, pasar un verano en Grecia en un lugar como el

que tiene tu tía Sarah sería la oportunidad de su vida.

—Pues que vayan ellos —repuse.

Crucé los brazos, crucé las piernas y traté de reprimir las lágrimas que

amenazaban con derramarse sobre mis mejillas. Aunque mamá no se

dio cuenta. Se puso de pie y fue a reunirse con papá y Dylan, y un

momento después los oí a los tres cantando con la algarabía de una

familia feliz. Mamá jamás discute. Su manera de resolver las peleas

consiste en retirarse. A nadie le importa lo que yo quiero, pensé. Nunca.

Afuera empezaba a oscurecer. Igual a mi fantasía del verano perfecto en

Londres, pensé. Me puse de pie para regresar a mi cuarto, darle un

puntapié a una pared y luego escribirle las novedades a Erin.

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Capítulo 5 Rendirse, Jamás.

rlandaxsiempre: ¿QUÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉ? No. Esto ni puede

ser. ¡No puede ser que haya estado acomodando miles y miles de

latas de guisantes para nada! Voy a tener que suicidarme.

Aaaaaaayyyyyyyyyyy… Adiós, mundo cruel.

PD: No dejes de llorar mucho en mi funeral.

PD2: Y asegúrate de que Scott Malone de entere de mi muerte

prematura ara que se dé cuenta de lo que se perdió.

Canela: Cuánto lo siento. Papá tiene la culpa. Lo odio por arruinarlo

todo. He tratado de hacérselo entender por todos los medios. Le rogué,

le supliqué, se lo pedí de rodillas, pero no quiere aflojar. Así que lo

intenté y lo siento. Mucho, en serio. Te compensaré de alguna manera.

¿Quizá para Navidad? ¿O en las vacaciones de invierno?

Irlandaxsiempre:¿Cómo? ¿Para Navidad? Pero faltan mil años para

Navidad. Eso sí, estoy pensando mejor eso de ponerle fin a todo. He

mirado a la muerte cara a cara y tuvimos una charla, y las dos nos

preguntamos si no habrá una solución o una alternativa para tu viaje a

Grecia.

Canela: Sinceramente espero que la haya porque, pensándolo bien, mis

opciones de suicidio no parecen la mejor idea que haya tenido. La única

pistola que encuentro es la de plástico de Mark, que dispara chorros de

agua. Todos los cuchillos de mamá están desafilados, y en la cocina hay

poco, al menos que me clave el cucharón de sopa. Ya revisé el armario

de los remedios y lo único que encontré fue un tubo de pomada para

juanetes del abuelo.

Irlandaxsiempre:No suena poético suicidarse con pomada para

juanetes, ¿verdad? Me moriría de vergüenza cuando anunciaran la

causa de mi muerte (lo cual sería difícil pues ya estaría muerta, y creo

que no se puede morir dos veces, ¿o sí?). Bien. India Jane, vas a tener

que hacer algo. ¿Entiendes?

Canela: Sí. Lo haré. Estoy pensando en eso.

Irlandaxsiempre:Yo también. Aunque descubrí un nuevo método de

suicidio. Muerte por pastel de chocolate. Mmmm, qué rico.

I

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Canela: Deja de hablar de morir, aunque sea en broma. Me estás

volviendo loca. El suicidio es una idea horrible; podrías quedar

atrapada en un mundo intermedio por toda la eternidad y ya no

tendrías cuerpo. Y ¿qué harías entonces?

Irlandaxsiempre:Hum. Es obvio que esta crisis te ha hecho perder la

cabeza. De acuerdo. Dejaré de comer pastel porque ya me siento

descompuesta.

Luego de quince mensajes de ida y vuelta, Erin y yo estábamos de

acuerdo en que el viaje a Grecia quedaba descartado y, entre las dos,

preparamos una lista de alternativas que mamá y papá podrían llegar a

aceptar.

Había esperanza.

El Plan A era mi hermano mayor, Ethan, y allá fui a la mañana

siguiente.

—Por favor, Ethan. Te haré de niñera durante el resto del año —le

rogué, mientras Eleanor se ponía el bol del desayuno de sombrero y se

llenaba la cara de avena —, si me dejas quedarme contigo.

Jessica había ido de compras y el pobre Ethan se veía loco de estrés

mientras observábamos a las mellizas llenándose el pelo de cereal. (Lara

había visto a Eleonor hacer el truco del sombrero, obviamente le pareció

una buena idea y la imitó.)Ethan señaló el espacio reducido que era su

hogar.

—Lo siento, India J. —respondió—, ya será difícil tener aquí a Dylan por

una semana. No tenemos lugar. Te das cuenta, ¿verdad?

Lamentablemente, sí me daba cuenta. Él, Jessica y las mellizas vivían

en una casa de dos dormitorios en West Hampstead. Cada centímetro

cuadrado de la casa estaba ocupado al máximo. El solo hecho de

atravesar el vestíbulo había sido todo un logro: tuve que pasar por

encima del cochecito doble de las mellizas, la bicicleta de Ethan, los

cascos de ciclismo y los paquetes económicos de pañales y artículos

para bebés. Hasta la sala estaba atestada de libros, revistas y más

productos de supermercado. Vi que no había lugar para mí, salvo que

durmiera debajo de la mesa.

No insistí. Parecía que Ethan necesitaba dormir bien una noche entera

y no quise imponerle más presión de la que ya tenía.

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El Plan B era Lewis. Lo llamé pero tenía puesto el contestador y su

teléfono móvil estaba apagado. Miré el reloj. Las doce y media.

Conociendo a Lewis y recordando las mañana de fin de semana cuando

vivía con nosotros, aún estaría durmiendo.

Tomé el metro y un autobús hasta su apartamento en CrouchEnd y,

efectivamente, cuando al fin abrió la puerta luego de varios timbrazos,

tenía cara de sueño ye l pelo oscuro ondulado todo despeinado.

Mientras subíamos, rápidamente le comenté el motivo de mi visita pero,

una vez que llegamos al primer piso y entramos a su apartamento,

apenas olí la habitación que compartía con su amigo Chaz, supe que no

duraría un solo día allí, ni hablar de una semana. Apestaba con un olor

rancio a cigarrillos, cerveza y comida hindú. Las cortinas aún estaban

cerradas y, cuando encendí la luz, la sala estaba llena de ceniceros

repletos, cajas de comida rápida y latas de cervezas vacías.

Le lavé los platos mientras él se duchaba y se vestía, y luego le conté mi

historia.

—Lo siento, hermanita, pero no puedo —dijo, mientras se ponía una

camiseta vieja que estaba en el suelo—. De todos modos, quizá lo pases

de película en Grecia. Imagínate. Todo ese sol, el mar. Será fabuloso.

—Pues entonces vayan tú y Chaz y déjenme quedarme aquí —repuse

pensando que si me quedaba sola en este apartamento, al menos podría

mantenerlo limpio.

—Sabes que nunca te lo permitiría —dijo.

Era verdad. Ni siquiera mis padres eran tan liberales.

Más tarde, al llegar a casa, oí un portazo y alguien que maldecía apenas

entré al vestíbulo, donde Dylan estaba sentado en el suelo con unos

veinte pares de zapatos frente a él.

—¿Qué estás haciendo? —le pregunté.

—Lustrando zapatos. ¿Tienes alguno para lustrar?

Meneé la cabeza y oí una voz femenina que maldecía arriba. Dylan

señaló con el mentón hacia el techo.

—Kate —dijo.

—¿Pasó algo?

Dylan se encogió de hombros.

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—Tía Sarah llamó más temprano, pero probablemente será el síndrome

premenstrual.

—Y tú, ¿qué sabes de eso?

—Leo —respondió.

—¿Nunca se te ocurrió leer algo más normal para tu edad? ¿Un libro de

terror, o Harry Potter, o algo así?

—Necesito saber estas cosas si voy a ser médico —repuso Dylan.

—¿No era que ibas a ser arqueólogo?

—Eso era la semana pasada. ¿Te sientes mejor sobre ir a Grecia?

—No —respondí—. Para lo que te importa.

—En realidad, sí me importa —replicó—. Al menos, ya no vas a estar

sola allá.

—¿Por qué? ¿Ahora vienes tú también?

—No —dijo Dylan, y volvió a apuntar con el mentón hacia el techo,

desde donde seguían llegando sonidos de pasos furiosos y golpes.

—¿Kate? —pregunté.

Dylan asintió.

—Su papá tiene que viajar a los Estados Unidos por trabajo o algo así,

entonces no puede quedarse en su casa; además, tía Sarah se enteró de

que anoche no estuvo en casa.

—Ah.

—Así que ahora serán dos chicas malhumoradas rumbo a Grecia —

agregó Dylan.

Subí rápidamente hasta la habitación de Kate, que había dejado de

golpear cosas y había encendido un cigarrillo.

—¿Te enteraste? —me preguntó.

Asentí, y atravesé la habitación para abrir la ventana.

—No es necesario que hagas eso —dijo—. Mamá no está y, aunque

estuviera, no me importaría.

Me senté a los pies de su cama mientras ella fumaba su cigarrillo.

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—No voy a ir —dijo Kate—. No pueden obligarnos. De todos modos, será

difícil; no creo que consigan vuelos con tan poca anticipación. Y, si los

consiguen, haremos una protesta. Iniciaremos una huelga de hambre.

No pienso ir a pasar un verano horrible a ese “santuario”. De ninguna

manera.

Excelente, pensé.

—Yo tampoco —respondí.

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Capítulo 6 Hora de despegar

l vuelo B345 a Grecia está embarcando por la Puerta 23”, se

oyó el anuncio por el altavoz.

Eran las seis de la mañana. Tía Sarah había conseguido

unos vuelos a último momento, por lo que habíamos tenido que

levantarnos a una hora que nos parecía inhumana. Ni Kate ni yo

estábamos de buen humor.

Mamá estaba a punto de encaminarse hacia la puerta de embarque.

—Bien, chicas —dijo, con una seña para que nos pusiéramos en

movimiento—. Vamos.

—Podemos ir solas desde aquí —protestó Kate apretando los dientes—.

No vamos a escaparnos a esta altura.

Mamá no le hizo caso.

—Bien, repasemos todo. ¿Boletos?

Kate puso los ojos en blanco, pero yo asentí.

—Sí. Y tengo mi pasaporte y la tarjeta de embarque. Puedes irte.

Estaremos bien.

Mamá se puso a hurgar en su bolso.

—En un minuto —respondió, y nos entregó dos cartones de yogurt de

vainilla—. Les compré esto para el viaje.

—No, gracias —dijo Kate—. No como yogurt.

—Llévalos tú, India Jane. Sé que te gustan de vainilla.

—Habrá comida en el avión, mamá, y también en Grecia —respondí—.

Especialmente yogurt.

—Sólo por si en el avión no hay nada que te guste —insistió, y puso los

cartones en mi bolso—. Ahora, ¿algo más?

—Estaremos bien desde aquí —le aseguré—. Puedes irte.

Mamá se detuvo y echó un vistazo a su reloj.

“E

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—De acuerdo, si les parece bien —de pronto, se le llenaron los ojos de

lágrimas—. ¿Seguro que van a estar bien?

—Como si fuera a servir de algo que dijera que no —respondí.

Aún estaba enojada porque me estaban enviando fuera como quien

manda a un perro a su casita, y todo para comodidad de papá. Ni

siquiera se había molestado en acompañarnos al aeropuerto. Había

salido por la mañana, muy alegre, a una reunión con su nueva

orquesta. Eso era lo único que le importaba ahora. Creo que ni siquiera

se había dado cuenta de lo enfadada que había estado con él la última

semana. Estaba demasiado absorto en su último emprendimiento para

reparar en nada ni nadie más.

Mamá me dio un abrazo. Tenía un aroma delicioso, a rosas y limón.

—Llámame apenas llegues, y envíame e—mails con regularidad. Sarah

tiene banda ancha, de modo que no será problema —Abrazó también a

Kate—. Dale mis cariños a tu mamá.

—Sí, claro —respondió Kate—. Adiós, tía Fleur.

—Y cuida bien a mi nena —le pidió mamá.

—Mamááááá —rezongué—. Vete ya.

—Y no olvides el protector solar...

Esta vez fui yo quien puso los ojos en blanco, aunque por dentro ya me

sentía insegura de separarme de mi familia. Era muy injusto.

Mamá respiró hondo, me miró con tristeza y luego se marchó. Por un

breve momento, tuve ganas de sentarme en el suelo y desahogarme con

un buen llanto, pero Kate ya se había puesto en marcha hacia la puerta

de embarque y no quería quedarse atrás.

—Qué ridículo —murmuró, cuando la alcancé—. Primero tu mamá, y

luego un acompañante en el avión. ¿Qué creen que somos? ¿Un par de

convictos? De hecho, no me sorprendería que hayan pedido que nos

esposen al asiento.

Estaba a punto de preguntarle a qué se refería con eso del

acompañante, cuando divise a dos policías frente a una tienda libre de

impuestos.

—Ah, sí, allí está nuestra escolta —dije, cuando pasamos junto a ellos.

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Kate casi sonrió, y habría sido la primera vez esa semana. Estaba aún

más malhumorada que yo. Aunque nadie se había fijado mucho en

nosotras; los planes para nuestro viaje siguieron adelante a pesar de

todas nuestras objeciones. Y la huelga de hambre de Kate apenas duro

medio día. “¿Por qué habría de imponerme sufrimientos cuando todos

los demás ya lo están haciendo tan bien?”, había dicho, mientras

preparaba sándwiches de queso tostados para ambas en la tarde del

primer día de su huelga.

Cuando llegamos a nuestra puerta de embarque, había gente sentada,

esperando que llamaran para abordar, de modo que buscamos un par

de asientos y nos acomodamos con los demás. Kate sacó su teléfono

móvil y se puso a enviar mensajes de texto a sus amigos. Yo estaba a

punto de hacer lo mismo con Erin cuando repare en un chico de jeans y

camiseta negra que entraba al área de espera con una mochila al

hombro. Se me cortó la respiración.

—Dios mío —exclamé; Kate levantó la vista y siguió mi mirada hasta ver

a Joe.

—Ah, es él —se encogió de hombros—. Sí, mamá me dijo, cuando llamó

anoche, que estaría en el mismo vuelo que nosotras. Iba a decírtelo.

¿Puedes creerlo? Él es nuestro acompañante. Mi mamá le pidió a su

mamá que le dijera que nos vigile. JoeDonahue. ¡Justamente él! —

Siguió con sus mensajes de texto por un momento, y luego me miró—.

Disculpa que no te lo haya dicho antes. Olvidé que él te gustaba.

Sentí que me ruborizaba.

—No me gusta para nada.

Kate rió.

—Como quieras —dijo—. Será unos meses mayor que yo, pero si intenta

hacerse el celador siquiera por un segundo, lo mandaré bien lejos.

Eché un vistazo a Joe. De alguna manera, no lo imaginaba haciendo el

papel de celador ni de acompañante aunque se lo hubiera pedido.

No nos había visto o, si lo había hecho, no lo demostraba. Se dirigió a

una fila de asiento frente a Kate y a mí y se sentó de espaldas a

nosotras, mirando hacia la pista y los aviones. Me gustaba verlo aun de

atrás: cómo se le rizaba el cabello en la nuca, sus hombros anchos, sus

brazos bien tonificados, no demasiado musculosos pero tampoco

escuálidos... Entonces recordé lo que había dicho Kate de él, acerca de

que era un chico malo que dejaba detrás un reguero de corazones rotos.

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Me obligué a apartar la vista y decidí tratarlo con indiferencia si nos

veíamos a bordo.

Mientras Kate seguía con sus mensajes de texto, observé a un par de

chicos que entraban al área y miraban a Kate. Aparentaban unos

dieciocho años: uno era alto y delgado, con cabello oscuro y un peinado

erizado; el otro era rubio y más corpulento, como un jugador de rugby.

El rubio codeó al otro cuando pasaron frente a nosotras y se sentaron a

nuestra izquierda. El chico de cabello oscuro no lograba apartar los ojos

de las piernas de Kate (tenía puesta una minifalda diminuta de jean con

sandalias de lona azul marino de tacón chino tan alto que sus piernas

parecían más largas que nunca).

Kate se dio cuenta de que el chico la observaba y le dirigió una brillante

mirada de desprecio.

—¿Viste suficiente o quieres que me levante la falda un poco más? —le

preguntó.

El chico no se inmutó en absoluto y sonrió con descaro.

—Sí, un poco más, creo —respondió, con tono de niño rico—. Tienes

unas piernas buenísimas.

Lo dijo con tanto entusiasmo que Kate no pudo evitar una sonrisa, pero

pronto volvió a su cara desdeñosa.

El otro chico se inclinó hacia ella.

—Sin duda —dijo—. Estoy de acuerdo con Tom. Buenas piernas.

Kate levantó una ceja, y luego apartó la vista como dando por

terminado el asunto. Le salí muy bien aquella actitud, y decidí practicar

eso de levantar una ceja la próxima vez que estuviera frente a un

espejo.

—¿Adónde vas? —preguntó el chico rubio.

Kate levantó la vista hacia el cartel de la puerta de embarque.

—¿No lo ves? —le dijo.

—Ah, claro —dijo el chico—. Obvio. Sí. Por supuesto. Qué pregunta

tonta. A Grecia —sin embargo, no parecía muy avergonzado—. Me llamo

Robin.

—Y yo soy Tom —dijo su amigo, más apuesto.

—Y a mí no me interesa —repuso Kate.

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Tom me miró.

—Y a ella, tampoco —añadió Kate—. ¿Quieras una Coca, India Jane?

—India Jane —dijo Tom. Yo sí quisiera una Coca.

—No te lo preguntaba a ti —le dijo Kate—. No le hagas caso, India Jane.

Robin extendió la mano, colocó su bolso de viaje sobre sus rodillas y lo

abrió ligeramente para que Kate y yo pudiéramos ver su interior.

—Podemos agregarle un poco de esto —dijo, levantando ligeramente lo

que parecía ser una botella de vodka.

Kate volvió a levantar una ceja, pero esta vez miró al chico a los ojos

con cierta sonrisa, como para indicar aprobación.

—Marchen un par de Cocas —dijo—. ¿Tienes cambio, India?

Asentí. Mamá me había dado unas monedas antes de salir de casa. Me

puse de pie para ir a la máquina expendedora y, aunque no me gustaba

que de pronto Kate me tratara como su esclava privada, no me molestó

demasiado. Los chicos parecían divertidos, pero me interesaba más el

que estaba sentado de espaldas a mí a pocas filas de allí. Se me ocurrió

que, si iba a buscar las Cocas, podía pasar por su fila a la vuelta y, con

suerte, él me vería y diría algo.

Conseguí las Cocas y caminé hacia Joe. Parecía estar concentrado en

una revista y me di cuenta, por los pequeños auriculares blancos, que

además estaba escuchando un iPod. Noté también que llevaba puestas

unas Converse negras, con rayas muy finas. Fantásticas. Pasé lo más

cerca que pude pero aun así no levantó la vista. Estaba a punto de

volverme a mi asiento cuando oí su voz.

—Disculpa...

Di media vuelta, lista para mirarlo con una ceja levantada, pero como

no había podido practicar, creo que levanté las dos, con lo cual acabé

poniendo una cara de susto.

—¡Ah, eres tú! —exclamó Joe.

—Lo era la última vez que me vi al espejo —respondí, pensando haber

dado una respuesta ingeniosa.

A Joe no pareció hacerle ninguna gracia. Señaló mi bolso.

—Eh... creo que estás perdiendo algo.

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—¿Perdien... eh? —me interrumpí al mirar hacia donde señalaba. Dios

mío. Había todo un rastro de gotas en el pasillo detrás de mí.

Tenía manchas de lo mismo en los jeans. Parecían venir de mi bolso.

Mire el interior. Uno de los yogures de vainilla había reventado, el bolso

estaba lleno de yogurt y goteaba por una esquina—. Ay,

noooooooooooo.......

Joe me miraba con el mismo aire divertido que aquel día en la farmacia,

cuando lo había visto por primera vez.

Me devané los sesos buscando algo ingenioso y efectivo para decir,

mientras sacaba el cartón de yogurt y se lo mostraba.

—Yogurt. Es el de las bacterias buenas. Hum... ¡Malditas bacterias!

Son tan buenas que me siguen dondequiera que vaya.

Joe sonrió ligeramente y levantó una ceja a la perfección.

(Seguramente había asistido al mismo curso de “aprenda a comunicarse

con la cejas en código Morse” que Kate.) Luego volvió a enfrascarse en

su revista.

Se acabó mi nueva imagen de frialdad, pesé, mientras me dirigía al baño

más cercano.

—Hay unas playas nudistas increíbles —dijo Kate cuando nos pusimos

de pie para abordar el avión—. Se las enseñare alguna noche.

Cuando al fin llamaron a embarcar para nuestro vuelo, Kate parecía

una chica diferente y actuaba como si Robin y Tom fuesen viejos

amigos.

Tal como yo había podido comprobar durante la semana, Kate habría

podido ganar un Oscar por su actuación de princesa malhumorada,

pero era obvio por la manera en que echaba atrás la cabeza, por sus

carcajadas y su ánimo lenguaje corporal, que podía cambiar de idea a

gusto y placer, decir aprovechar que podía cambiar de idea a gusto y

placer, decidir aprovechar la situación y ser la más divertida de la

fiesta.

Tengo mucho que aprender de ella, pensé, mientras seguía Kate y a los

chicos para subir al avión. Yo debería hacer lo mismo. No puedo cambiar

la situación, entonces ¿por qué pasarla mal? La única que va a sufrir soy

yo, así que es mejor positiva.

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Buscamos nuestros asientos a bordo, nos acomodamos para el vuelo y

decidí esforzarme por pasarla bien en Grecia, empezando por hacer

nuevos amigos. Aunque no era mucho lo que podía hacer desde donde

estaba. Me había tocado el asiento de la ventanilla, Kate estaba en el

medio y Joe, del lado del pasillo. No importa, pensé, ya habrá tiempo.

Cuando el avión despegó y se elevó en el cielo, mi mente estaba llena de

imágenes de Joe nadando conmigo entre las olas. Kate y yo asando

pescado fresco que había pescado los chicos. Robin y Tom llevándonos

a Kate y a mí en un jeep descapotado. Y otra vez nadando con Joe.

Saliendo del mar con Joe. Sentados bajo las estrellas... Hmmm. Era

fácil dejarme llevar, si me lo permitía. De modo que Joe era un

rompecorazones. Y ¿qué? Era sólo que no había conocido a la chica

indicada.

—¿Te importaría cambiar de asiento conmigo? —preguntó Kate a Joe

apenas se apagó el aviso de ajustarse los cinturones y la gente empezó a

moverse por el avión—. Prefiero estar del lado del pasillo.

—Seguro, no hay problema —respondió él; se puso de pie, la dejó pasar

y luego cambiaron de asiento.

Kate me guiñó un ojo de la manera más indiscreta cuando Joe se

acomodó a mi lado, y rogué que no la hubiese visto. Si bien esperaba

conocerlo mejor y, sin duda, deseaba tenerlo en mi lista de nuevos

amigos, no quería eso todavía. Hacía calor en el avión. Yo percibían

claramente un olor que parecía de lecha agria... y venía de mis jeans y

mi bolso. En el baño del área de preembarque, me había puesto un

poco de mi perfume de canela además de tratar de limpiar el yogurt

derramado, pero la tela lo había absorbido y tendría que lavarlo para

que saliera del todo. Pensé en hacerle un chiste a Joe sobre eso, algo

como “Eau de leche agria, es la última moda, ¿sabes?”.

Pero decidí mejor no. Joe no se habría reído mucho que digamos de mi

chiste sobre las bacterias buenas. Cuando se sentó a mi lado, me sonrió

brevemente y preguntó: “¿Todo bien?”, y luego se puso a ojear el folleto

de entretenimiento del avión, que estaba en el bolsillo del asiento

delantero.

Tom y Robin estaban sentados más adelante y, cuando alguien que

estaba junto a ellos cambió de asiento, Kate fue a sentarse con ellos y

pronto los oí conversando y haciendo planes para cuando llegaran a

Grecia. Iba a decirle algo a Joe, pero se puso los auriculares y parecía

que iba a mirar una película. Eché un vistazo a lo que daban, pero ya

parecía concentrado en la película y no quise molestarlo. Ah, qué buen

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comienzo, pensé, mientras miraba por la ventanilla el paisaje de nubes

como algodones blancos que se extendían hasta el horizonte. A la

derecha, el cielo.A la izquierda, un chico mirando una película. No, estoy

atrapada, pensé, y me invadió una sensación de claustrofobia. A veces

me pasa eso en los vuelos y la única manera de superarlo es

mantenerme entretenida. Vi que empezaban a pasar los títulos iniciales

en la pantalla de Joe, de modo que le di un breve codazo.

—Oye, ¿te molesta si me siento del lado del pasillo, así puedo caminar

un poco? —le pregunté—. Prometo no volver a molestarte.

Joe se encogió de hombros.

—Como quieras —respondió, y se puso de pie para que yo pudiera

pasar. Cuando pasé junto a él, se inclinó hacia mi nuca e inhaló—.

Hmm. Hueles bien.

Me ruboricé al sentarme.

—Es un perfume que me prepara mi mamá. Eh... Tiene canela... y otras

cosas...

—Sí. Es picante —observó—. Poco común, pero agradable.

Qué alivio, pensé, con suerte no huele el yogurt derramado.

—El olfato es nuestro sentido más potente, ¿lo sabías?

—Eh... no —respondí, buscando rápidamente en mi mente algo

interesante que decir. Mi mente estaba en blanco y, un momento

después, Joe volvió a ponerse los auriculares y aparentemente perdió el

interés.

Apenas se enfrascó en la película, se me ocurrieron cientos de cosas

que habría podido decirle. Yo sabía muchísimo de perfumería por ver

trabajar a mamá; que hay tres notas: altas, medias y bajas. De qué

manera los perfumistas tratan de lograr un equilibrio entre las tres.

Cómo utilizan flores, hierbas, madera, frutas. Diablos, pensé, habría

podido hablarle una hora sobre esto. ¿Qué me pasa? Pensé en volverme

hacia él y retomar la conversación, pero ya estaba inmerso en su

película. En cambio, me incliné para tratar de incorporarme al grupo de

Robin, Tom y Kate, que estaban adelante. Cuando estábamos en el

aeropuerto, Robin me había tirado cierta “onda” y, si bien no era mi tipo

(a mí me gustan los chicos de rasgos finos, y Robin tiene una de esas

caras grandes, con cejas espesas y bocas grande y carnosa), pensé que,

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si Joe lo veía interesado en mí, tal vez se pondría un poquito celoso.

Quizás.

Entonces me puse a flirtear. Reí de los chistes horribles de Robin.

Incluso, en un momento, me senté en el apoyabrazos de su asiento y,

cuando estuve segura de que ninguna azafata estaba mirando, acepté

un sorbo de vodka cuando me ofreció la botella. Le demostraría a Joe

que yo también podía ser mala. Levantó la vista justo cuando estaba

tomando la botella, y lo miré con una expresión que debía ser fría y

sofisticada, como diciendo: “Mírame, hago esta clase de cosas todos los

días. Soy una mujer de mundo con mucha experiencia”. Sin embargo,

justo en ese momento, el avión debió de caer en un pozo de aire porque

se sacudió y perdí el equilibrio, me caí del apoyabrazos de espaldas, y

fui a parar al regazo de un sacerdote calvo que estaba en los asientos

del medio. No le hizo mucha gracia verse con una adolescente sentada

sobre sus rodillas, y tampoco a la monja que iba sentada a su lado. Me

levanté lo más rápido que pude. Kate, Robin y Tom estaban de espaldas

a mí y de pronto parecían concentrados en mirar por la ventanilla, pero

me di cuenta, por la manera en que sacudían sus hombros, que

estaban riendo a más no poder.

Kate me miró y me hizo una seña con el pulgar levantado.

—Bien hecho, India —dijo.

Eché un vistazo a Joe con la esperanza de que aún estuviera

concentrado en su película, pero no: otra vez me había visto quedar en

ridículo. Me encogí de hombros como diciéndole:” ¿Qué quieres? No fue

mi culpa”. Él sólo puso los ojos en blanco, sonrió, meneó la cabeza y

volvió a la película. Un segundo más tarde, se encendió la señal de

ajustarse los cinturones y todo el mundo tuvo que regresar a su

asiento, de modo que volví a sentarme a su lado.

Voy a fingir que no estoy aquí, pensé, mientras abrochaba mi cinturón y

cerraba los ojos. Tal vez así no haga nada para quedar como una idiota

total.

En realidad, a Joe no le interesaba en absoluto lo que yo hiciera.

Cuando terminó su película, finalmente se volvió hacia mí.

—Disculpa que no esté muy sociable —dijo—. Llevo varias noches

acostándome tarde, así que voy a dormir un poco.

—No te preocupes. Yo también —mentí—. Esto de acostarse tarde...

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Me miró con una mezcla de diversión y curiosidad, y luego se durmió.

Siguió durmiendo cuando sirvieron la comida (pollo, guiso con brócoli,

arroz, un panecillo rancio y un trozó de pastel de chocolate que sabía a

productos químicos). No se despertó con las turbulencias. Y tampoco

con el anuncio de que aterrizaríamos en quince minutos.

En un momento, giró y su cabeza se apoyó en mi hombro. Estaba tan

lindo, realmente angelical, y tenía unas pestañas largas y curvas. Estar

allí sentada tan cerca de su cara y de su boca, sintiendo su aliento

sobre mi piel y oliendo su aroma, suave y cítrico, su muslo contra el

mío, me hacía sentir extraña: incómoda y cómoda a la vez. Era verdad

que el olfato es nuestro sentido más potente. Tuve que resistir el

impulso de inclinarme hacia él y mordisquearle el labio inferior. En

cambio, me obligué a cerrar los ojos y traté de borrar de mi mente los

pensamientos. Lamentablemente, una parte de mí seguía aferrada a la

idea. En mi imaginación, Joe y yo pasábamos el resto del vuelo en una

sesión de besos digna de un Oscar.

Al fin despertó cuando el avión aterrizo en Skiathos y los pasajeros se

pusieron a aplaudir. Se acabó mi compañía cautivante, pensé cuando

abrió los ojos. Miró alrededor como si no supiera bien dónde estaba y

pareció sorprendido de verme sentada a su lado.

—Vaya —exclamó—. ¡Acabo de tener un sueño rarísimo!

Sentí que me ruborizaba y me dije que él no tenía manera de saber lo

que pasaba por mi cabeza. A menos que pudiera leer la mente. De todos

modos, no me atrevía a preguntarle qué había soñado.

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Capítulo 7 Séptimo cielo

ios mío —dije al verme en el espejo del baño en el

aeropuerto de Skiathos.

Luego de aterrizar, había ido directamente allí.

Estaba hecha un desastre. Tenía la cara, el cuello y el pecho de un

fuerte color rosado. La culpa era mía. No debería haber bebido el vodka.

El alcohol siempre me provoca el mismo efecto: me pone roja como un

semáforo. Se me había corrido el rímel y, por algún motivo, tenía el

cabello aplastado de un lado. Con razón Joe había dejado de prestarme

atención. Una pelirroja con la cara roja, que apestaba a vainilla y que

quizá tuviera piojos. Creo que yo también habría dormido todo el viaje,

de haber estado sentada a mi lado. Sólo me quedaba una solución:

tenía que cautivarlo con mi interesante conversación mientras

viajáramos al complejo y hacerle saber que yo era más que olor a yogurt

agrio y una alarmante capacidad de hacer el ridículo. Me cepillé el pelo,

me puse un poco de mi brillo labial color ladrillo y estuve lista para

volver a enfrentar al mundo (y a Joe).

Ni bien recogimos nuestro equipaje, salimos al área de llegadas, donde

tía Sarah se lanzó sobre nosotras apenas nos vio. Como siempre, estaba

bien arreglada, con un vestido de lino blanco y un collar que parecía

hecho de semillas (pero semillas caras). Observé que Kate se puso goma

de mascar en la boca y tomó distancia de Robin y Tom.

De todos modos, tía Sarah los saludó con un gesto de la mano.

—¿Los conoces? —le preguntó Kate.

—Sí, al menos a Tom —respondió tía Sarah—. Es de la familia Stourton.

Conozco a sus padres. Buena gente. Tienen una casa en el norte de la

isla. Un sitio fabuloso. Gastaron una fortuna en esa casa. A la larga,

todos los británicos de la isla terminamos por conocernos.

—Hola, Sra. Rosen —la saludó Joe, acercándose a nosotras.

—Hola, Joe. ¿Quieres que te llevemos?

Joe meneó la cabeza.

—Primero voy al pueblo, a ocuparme de algunos detalles.

—D

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Tía Sarah asintió como si supiera a qué se refería.

—Bien —dijo.

Yo quería preguntarle: ¿Qué detalles? ¿Adónde vas? Mi imaginación ya

había creado una deslumbrante chica griega de piernas largo, cabello

despeinado y ojos oscuros, muy sofisticada. Sentí celos a pesar que ni

siquiera sabía si ella existía. Estás loca, me dije, mientras salía del

aeropuerto detrás de tía Sarah.

—Dile a mamá que tomaré el autobús —le pidió Joe, y luego se volvió

hacia mí—. Nos vemos más tarde.

—Eehh —respondí—. Ahh… sí. Más tarde.

Así no voy a cautivarlo con mi interesante conversación, pensé. Mi

cuerpo había aterrizado, pero mi mente parecía estar aún volando.

—Sí. Eehh. Ahh… —me imitó, y me sonrió como pensando «qué cosita

rara eres».

Debo de hacerlo mirando enojada porque, por un momento antes de

irse, me miró de un modo extraño.

—Ah, yo también —dijo Kate de pronto—. Necesito comprar algunas

cosas en el pueblo. Espera, Joe, voy contigo.

Tía Sarah meneó la cabeza.

—No, no te vas —dijo—. Ya tendrás tiempo para ir al pueblo. Primero,

tú y yo tenemos que hablar. Ve tú, Joe.

Kate hizo una mueca y luego hizo un saludo militar a su madre.

—Prisionero 436 reportándose, señor —dijo.

La postura de tía Sarah decayó ligeramente. Detrás de ella, Robin y Tom

llamaron la atención de Kate con un gesto de la mano; Tom señaló su

reloj y luego simuló estar bebiendo de una botella.

Kate levantó apenas la ceja derecha y asintió muy levemente para

indicar que lo había visto; luego se volvió hacia su madre, la tomó del

brazo y la abrazó a medias.

—De acuerdo, mamita querida, hablemos. ¿Me extrañaste?

—Claro que sí. Siempre te extraño —respondió tía Sarah, pero el súbito

despliegue de afecto le resultó ligeramente sospechoso.

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—Oye, mamá. Qué bueno que vine en el avión con India Jane —dijo

Kate—. La hubieras visto arrojándose sobre los hombres, ¡Hasta sobre

un sacerdote! Llegó a sentarse sobre sus rodillas.

—Mentira… —protesté, pero Kate me sonrió, y también tía Sarah.

Espero que se haya dado cuenta de que Kate bromeaba.

Mientras nos alejábamos del aeropuerto, mi ánimo empezó a mejorar.

No había una sola nube en el cielo y, cuando dejamos atrás la zona

aburrida de hoteles y apartamentos a medio construir y nos dirigimos

hacia la costa, el paisaje se abrió y se volvió más hermoso, con bosques

de pinos en las colinas a la derecha y unas bellísimas casas blancas

cubiertas de flores de un tono rosado oscuro que bordeaban el camino a

la izquierda. Cuando divisamos por primera vez el mar a la distancia,

tuve esa agradable sensación que me da siempre que veo el océano:

¡Viva, vacaciones! Atravesamos un pueblito donde vi algunas tiendas

interesantes para visitar más adelante, y luego tomamos el sinuoso

camino de la costa que conducía al norte de la isla. Cada tanto, se veía

alguna playa de arenas blancas y gente tomando sol o jugando en el

mar.

Quizá no sea tan malo estar aquí, pensé, mientras enviaba un mensaje

de texto a Erin.

El tpo está genial, no como tú. Jajajajajajaja. IJ

Al cabo de media hora, llegamos a un cartel en el camino que

anunciaba: Séptimo Cielo, con una flecha que señalaba un sendero que

se internaba en las colinas. Allí, tía Sarah dobló con el jeep hacia la

derecha y avanzamos entre hileras de casas de vacaciones, ocultas

detrás de muros blancos. Traté de verlas mejor pero los muros era

demasiado altos. Pasamos frente a un restaurante, en un recodo del

camino, y entre la terraza y algunos árboles divisé la increíble vista de

la costa que había desde allí. Qué buen lugar para una comidaromántica,

pensé y mi imaginación trajo a mi mente una imagen de Joe y yo

comiendo allí, contemplando el paisaje, tomados de la mano. Cállate,

cállate, ya cállate, mente, me dije mientras pasábamos por unos locales

que tenían puestos al aire libre donde vendían frutas, sandalias

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playeras, snorkels, patas de rana, trajes de baño y tarjetas postales.

Buen lugar para hacer compras, observé. De pronto, el camino llegó a su

fin, y atravesamos un portal de madera por donde llegamos a un

estacionamiento de grava y de allí a una cabaña blanca que tenía en el

frente una galería con un techo de vigas altas. Debe de ser la recepción,

pensé, al ver adentro un largo mostrador de madera.

—Llegamos —anunció tía Sarah, y detuvo el auto frente a la escalinata

que subía a la galería.

—Bienvenida al campo de concentración —masculló Kate, al tiempo que

bajaba del auto y se desperezaba.

Miré alrededor y vi que, más allá de la recepción, había una serie de

cabañas blancas con postigos azules, salpicadas sobre la colina.

Mientras sacábamos nuestras maletas de la cajuela, una señora muy

bronceada con un conjunto turquesa de pareo y camiseta nos acercó

sendos vasos de jugo frío.

—Jugo de granada —dijo, al tiempo que nos los entregaba—.

Bienvenida, Kate. Qué gusto verte otra vez.

—Mf —respondió Kate—. No fue mi idea, te lo aseguro.

—Y ella es mi sobrina, India Jane —me presentó tía Sarah.

—Bienvenida a Séptimo Cielo, India Jane —dijo la señora—. Yo soy

Charlotte Donahue. Llámame Lottie, como casi todo el mundo.

¿Donahue? Vaya. Debe ser la madre de Joe, pensé, mientras la

seguíamos hacia el interior. No era en absoluto como la había

imaginado. Era muy delgada y tenía el cabello entrecortado, espeso y

enrulado, y brillantes ojos azules. Desde que Kate me había dicho que

Joe tenía reputación de chico malo, no sé por qué, pero había

imaginado que su mamá sería estricta y de aspecto más austero, como

una contadora que trabaja en la ciudad o algo así, alguien en contra

quien uno se revelaría, pero Lottie parecía divertida.

Tras un escritorio en la recepción había una chica india muy bella y

sonriente, que tenía un dije de plata en la ceja derecha y un aro en el

labio inferior.

—Chicas, ella es Anisha —la presentó Lottie, y la chica nos saludó con

un movimiento de cabeza.

Luego volvió a mirar en dirección al auto.

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—¿No vino Joe? —preguntó.

—Fue al pueblo —respondió tía Sarah.

Lottie puso cara de resignación; luego tomó un sobre del escritorio y me

lo entregó.

—Toma, India Jane. Es el paquete de bienvenida que entregamos a

todos nuestros huéspedes. Te explica dónde y cuándo se realizan las

actividades e incluye un plano del centro. Si quieres, puedo llevarte a

recorrerlo y luego acompañarte a tu habitación, que compartirás con

Kate.

—Pero mamá —rezongó Kate—. ¿No puedo tener al menos mi propia

habitación?

Tía Sarah meneó la cabeza.

—Todas las individuales están reservadas desde hace mucho, querida.

Ya sabes que son las más solicitadas. De todos modos, estarás bien con

India Jane.

Kate estrechó los ojos y apretó los labios. En cualquier momento, le va a

empezar a salir humo por las orejas, pensé. Me lastimó su reacción al

enterarse que compartiría el cuarto conmigo.

Tía Sarah miró a su amiga con cara de cansancio y luego se volvió hacia

Kate.

—Bueno, Kate, ya basta de esa actitud. De hecho, creo que tú y yo

deberíamos tener esa charla ahora mismo —dijo, e indicó a Kate que la

siguiera—. Lottie, ¿puedes hacerte cargo de India Jane?

Lottie asintió.

—Claro que sí. La cuidaremos bien.

Kate me miró y puso los ojos en blanco, pero obedeció y siguió a su

madre hacia una habitación que parecía una oficina, ubicada a la

izquierda de la recepción.

—Quedamos tú y yo, entonces —dijo Lottie, y justo entonces sonó el

teléfono—. Discúlpame un momento.

Atendió la llamada y luego se volvió hacia a mí.

—Lo siento, hay un problema en la cocina. Más tarde te llevaré a

recorrer el centro. ¡Siempre ocurre algo en algún lugar! Eh… —Llamó a

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la chica que estaba en el escritorio—. Anisha, ¿podrías acompañar a

India Jane a su habitación? Está en la número 15.

—Oye, India Jane. Qué nombre interesante. Bienvenida —dijo Anisha,

mientras salía de detrás del escritorio—. Sígueme.

Levanté mi bolso y dejé que ella indicara el camino. Iba descalza, con

unos pantalones blancos holgados y una camiseta sin mangas. Tenía el

cabello recogido en una simple cola de caballo, pero había algo en ella

que resultaba naturalmente elegante. A su lado, me sentí demasiado

arreglada, con mis zapatillas rojas, camiseta rosada, camisa roja y las

uñas pintadas de púrpura.

Se veía mucha actividad en el complejo, mientras caminábamos por el

sendero que llevaba al sector de alojamiento. Pasamos por varias

cabañas donde vi a varios grupos tomando diversas clases: algunos

hacían taichí en el pasto, otros pintaban, otros bailaban.

—¿Cuántas personas hay? —pregunté.

—Alrededor de sesenta —respondió Anisha—. Hay veinte cabañas para

alojamiento: algunas para cuatro personas, otras para dos, y hay un

par con habitaciones individuales.

Mientras recorríamos, no me parecía que hubiera tantas habitaciones.

El lugar estaba diseñado de tal manera que las cabañas donde la gente

dormía estaban separadas del resto del complejo y espaciadas a

intervalos en la ladera de la colina, cada una con su galería adornada

con flores, con vista a la costa, y entre ellas había pinos que brindaban

sombra. Con razón viene tanta gente, pensé, al ver a un hombre de

mediana edad dormitando en una hamaca colgada entre dos árboles.

Tiene un ambiente muy tranquilo.

—Las actividades se llevan a cabo por la mañana temprano y al caer la

tarde —me explicó, mientras pasábamos por un área abierta ente

cabañas donde había un grupo pequeño practicando yoga—. Si te fijas

en el folleto, allí dice qué hay a qué hora. ¿Tienes idea de qué te

gustaría hacer?

—En realidad, no. Tal vez alguna clase de pintura.

—Hay muchas —dijo Anisha—. Por la mañana y por la tarde.

Cuando llegamos a una cabaña al pie de la colina, Anisha abrió la

puerta azul y me hizo pasar.

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—Ahora debo regresar —dijo, con una sonrisa—. Avísame si necesitas

algo.

Dejé mi bolso en el suelo y miré alrededor. Era una habitación luminosa

y ventilada, con paredes blancas, techo alto de vigas separadas y piso

de parquet. Olía a limpio, a cera para pisos, hierbas y limón. De un lado

había dos camas con cobertores celestes y, junto a ellas, dos mesas de

luz. A la izquierda había un armario de pino, un estante con un par de

libros, y arriba, un espejo. A la derecha había un sofá de mimbre con

una mesa ratona de bambú y vidrio y, sobre ella, un jarrón con un

ramo de hojas verdes. Levanté el jarrón y olí las hojas. Romero. Conocía

el aroma por los geles de baño que preparaba mamá. Bonito, pero

unpoco impersonal, pensé, mientras abría una puerta que daba a un

pequeño cuarto de baño. Pero, después de todo, es una especie de hotel;

no puedo esperar que se vea como la casa de tía Sarah en Londres.

Luego fui a ver el frente de la cabaña, donde había una galería angosta

con dos sillones de mimbre. Me senté a contemplar la vista. Era

bellísima. Mar y cielo hasta donde alcanzaban los ojos, y me pareció

divisar una bahía de unos árboles, al pie de la colina.

Hasta ese momento, no había pensado en cómo sería cuando

llegáramos al centro. Había estado demasiado ocupada protestando y

luego, viajando. De pronto, me sentí decepcionada. El lugar era tan

tranquilo, había mucha paz, pero me sentía rara, como si yo siguiera en

movimiento a pesar de la quietud. Estaba nerviosa. Deseé que hubiera

un televisor o algo que pudiera encender, algo que llenara el silencio.

Una computadora desde donde enviar e—mails. Alguna manera de estar

en contacto con el mundo exterior. ¿Qué iba a hacer ahora que había

llegado? ¿Ir con la gente que estaba en el pasto, tratando de poner una

pierna contra la nuca? Hoy no, pensé. Aunque puedo hacerlo. Mamá y

papá practican yoga desde siempre, y por eso Dylan y yo también lo

hacemos. El “Saludo al sol” era parte de nuestro ritual diario y, hasta

que llegué a Irlanda, pensaba que todo el mundo se sentaba en posición

de loto. Esa capacidad de colocarme en las posiciones más extrañas

hacía reír mucho a Erin.

Entré y saqué mi teléfono móvil del bolso para enviar un mensaje de

texto a Erin. No tuve suerte. La batería estaba descargada. Qué tonta,

había pensado hacerlo antes de salir de casa. Bien. ¿Qué hago ahora?,

me pregunté. Decidí poner a cargar el teléfono y luego empecé a

acomodar las cosas que había traído.

Justo cuando acababa de terminar, entró Kate. Qué alivio, pensé,

mientras ella arrojaba su bolso al pie de una de las camas.

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Tengocompañía. A ella no le habrá gustado la idea de compartir la

habitación, pero en el fondo, yo me alegraba de no tener que estar sola.

Tal vez tiene alguna idea de qué podemos hacer, pensé, mientras me

reclinaba en mi cama y la observaba vaciar el contenido de su maleta

sobre la suya, cambiarse de camiseta, recogerse el cabello y ponerse los

anteojos de sol.

Luego se puso de pie.

—Nos vemos más tarde —dijo; tomó su bolso de playa y se encaminó a

la puerta.

—¿Más tarde? ¿Por qué? ¿Adónde vas? ¿Puedo ir contigo? —le

pregunté—. Y ¿vas a dejar todas tus cosas sobre la cama?

Kate me miró con una expresión irritada.

—India. Seremos primas. Tendremos que compartir la habitación, pero

no somos hermanas siamesas. ¿De acuerdo?

Me sentí como su me hubiera echado agua fría, y seguramente Kate se

dio cuenta porque lanzó un lento suspiro.

—Mira —dijo—, sólo necesito un poco de espacio. ¿Entiendes? Ésta no

es mi idea del veraneo perfecto y necesito acomodar mi cabeza. Tal vez

puedas venir la próxima vez, ¿está bien?

Entonces sonó su teléfono móvil. Ni siquiera esperó mi reacción.

Atendió la llamada y salió.

Tampoco es mi idea del veraneo perfecto, pensé, cuando se fue. Aunque

nadie me ha preguntado cuál es. Hojeé los dos libros que había sobre el

estante y luego los devolví. Uno era una novela policial, y el otro, un

libro de autoayuda sobre compartir afecto. No estaba de humor para

compartir afecto, no tampoco para leer.

Decidí ir a recorrer un poco el lugar; me puse los anteojos de sol y volví

a salir hacia el área de recepción, que parecía ser donde se llevaban a

cabo la mayoría de las clases.

Estaban las clases que había visto antes, pero también había muchas

otras cosas. Había una cabaña donde un par de señoras aprendían a

dar masajes, otra donde aparentemente aprendían a fabricar joyas, otra

donde un grupo de cinco personas cantaban o hacían algún ejercicio

vocal (en realidad, sonaban como si estuvieran estrangulándolas.) Pasé

por una clase de percusión, una clase de esgrima, un taller literarios, y

por otra cabaña donde creo que había una especie de sanación o

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terapia, porque había algunas personas llorando sobre unas

colchonetas y otras que las abrazaban. En una cabaña contigua, había

gente bailando a lo hippie con una especie de sonido lastimero y

monótono. Esto no es para mí, pensé, y seguí caminando. Pasé por un

área de cocina donde un grupo de personas cortaban y picaban

verduras. Una de ellas me saludó con la mano pero seguí caminando de

prisa por si querían hacerme trabajar. No era que me molestara ayudar

en la cocina, pero no quería hacerlo aún. Había un par de cabañas

abiertas donde aparentemente se podían conseguir bebidas y

bocadillos, y algunas personas sentadas a una larga mesa en el medio,

conversando y riendo. Se veían muy cómodas, como si se conocieran y

se sintieran en su casa. No había señales de Kate, de Lottie ni de tía

Sarah. Tampoco de Joe.

Pedí una botella de agua en el bar y me dirigí nuevamente colina abajo,

hacia nuestra cabaña. Volví a entrar a nuestra habitación, me tendí

sobre la cama y me quedé mirando el tragaluz que había en el techo

inclinado. En el rincón derecho empezaba a formarse una telaraña.

Había tanta paz.

En algún lugar, a lo lejos, ladró un perro. Una mosca zumbó en la

ventana.

Había tanta quietud que casi se podía oír el silencio, pero creo que ésa

era precisamente la idea. Para eso la gente pagaba por ir allí, pero a mí,

después del bullicio de Londres, me parecía… aburridísimo.

¿Cómo diablos voy a hacer para pasar cuatro semanas enteras aquí?, me

pregunté. Estaba en un lugar lleno de gente, sesenta personas, según

Anisha. No estoy sola, me dije. Entonces, ¿por qué me siento tan sola?

No le importo a nadie, pensé, y me pregunté qué estarían haciendo

mamá y los chicos en Londres. Se me llenaron los ojos de lágrimas.

Estaba enojada con Kate. Me había hecho sentir una carga. Una pesada

que le estorbaba. Todo esto es nuevo para mí y yo tampoco pedí venir.

Podría haber sido más considerada.

Saqué el teléfono del cargador y escribí un mensaje de texto para Erin.

El tiempo está genial. Ojalá estuvieras aquí.

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Capítulo 8 Explorando

amento lo de ayer —me dijo Kate a la mañana

siguiente—. Vamos a desayunar y te mostrare

lo que debes evitar.

—No te preocupes. Estaré bien —le respondí—.

No es necesario que hagas eso.

Kate levanto una ceja.

—Estás enojada conmigo. Es comprensible. Soy una malvada. Hmm...

—Se puso de rodillas y juntó las palmas de las manos—. Yo, Kate, te

pido perdón. Por favor, déjame compensarte hoy o mi alma será

arrojada a un pozo con estiércol y sufriré tormentos por toda la

eternidad.

No podía seguir enojada por mucho tiempo, de modo que le sonreí.

—Estáis perdonada, mujer malvada del pozo con estiércol. Pero en

serio, Kate, si quieres salir sola, hazlo. No me molesta —le dije. Aunque

quería estar con ella, lo que menos deseaba era ser un estorbo.

Kate se levantó del suelo y volvió a sentarse en su cama.

—Ya sé que no te molesta. Es sólo que... No lo sé, a veces me enojo con

mamá y necesito salir a despejarme. Fíjate, un día es la madre

preocupada por mí, que me pregunta dónde estuve, qué estaba

haciendo y con quién. Y después se enfrasca tanto en sus negocios que

apenas se da cuenta de que existo.

—A mí me lo dices —repuse—. Mi papá está igual últimamente. De

hecho, creo que sólo me quería cuando yo era pequeña y bonita y lo

seguía a todas partes. Ahora que crecí, ni siquiera estoy segura de

caerle bien.

Kate asintió.

—Sí. A veces quisiera que mamá fuese más coherente, para saber a qué

atenerme. ¿Me entiendes? En fin. Estoy súper aburrida. Mira. El plan

es darle el gusto a mi querida madre y luego salir de este antro de

perdedores lo más rápido posible. ¿Has visto a esos tontos, las cosas

que hacen? —Se puso a imitar a algunas personas con esos cantos

—L

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extraños que había visto ayer—. Vamos, ¡eso no es vida! Ayer, en el bar,

alguien trató de darme un abrazo. Qué asco, pensé. ¿Acaso te conozco?

¿Piensas que quiero abrazarte? Aquí hacen mucho eso de tocarse y

expresar sentimientos y, francamente, me dan ganas de vomitar.

No pude evitar una carcajada.

—Vaya, y yo que iba a pedirte un abrazo. Vamos, Kate, tienes que

aprender a compartir tus afectos.

—Atrás, demonio —repuso Kate con una sonrisa—. Sólo doy abrazos a

los chicos apuestos, e incluso ellos tienen que ganárselos. Bien, ¿qué te

parece si vamos a desayunar, y luego vamos al pueblo y a la playa? Ya

le pedí permiso a mamá. Ella piensa que necesitas dar una vuelta para

saber dónde estás y conocer los pueblos cercanos.

—¿En serio? Genial. Sí —respondí. Era un alivio tener con quién estar y

con quién ir a comer, después de la cena de la noche anterior. Tía

Sarah había pasado a buscarme al anochecer para ir a cenar con ella y

un grupo de gente en la larga mesa principal. Era obvio que todos se

conocían bien y, aunque traté de participar en la conversación, no pude

sino sentirme excluida. Como si hubiese estado fuera de mí,

observándome, preguntándome dónde o cómo podía integrarme. Un

sujeto alto y delgado de cabello oscuro recogido en una cola de caballo

estaba sirviendo la comida y pareció notar mi incomodidad. Aparentaba

la edad de Kate. Me sonrió con aire amistoso y se presentó como

LiamPayne. Me preguntó si quería acompañarlo a él y a su grupo en su

mesa después de la cena.

Meneé la cabeza y esperé no resultar antipática. Era sólo que el grupo

que él había señalado, como todo el mundo allí, parecía demasiado

alegre y cómodo. Yo aún no estaba de humor para conocer a tanta gente

nueva.

Busqué a Joe con la mirada y lo divisé en una mesa con su mamá. Me

sonrió brevemente pero no dio muestras de acercarse ni de invitarme a

su mesa, y ¿por qué habría de hacerlo?, me pregunté. Probablemente

pensaba que yo estaba bien con tía Sarah y su grupo. Además, yo

seguía un poco avergonzada por la fantasía de megabesos con él que

había tenido en el avión. Decidí portarme realmente indiferente con Joe

durante el resto de mi estadía allí y, después de la cena, fui

directamente a mi habitación y me acosté temprano. Me quedé dormida

en un instante y apenas noté vagamente la llegada de Kate, en algún

momento después de la medianoche.

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Durante el desayuno, luego de servirnos nuestra comida en el buffet

(granola para mí, panecillos con mermelada de frambuesa para Kate),

nos sentamos a una mesa ubicada en un rincón de la terraza desde

donde podíamos ver a todos los “presos”, como los llamaba Kate. El sol

brillaba a pleno y había una brisa suave; se estaba muy bien allí.

Kate se embarcó en una reseña de quién era cada uno y por qué estaba

allí. Era todo invento suyo, o al menos eso creo.

—Aquéllas son las bibliotecarias lesbianas de ClippingHorton: Mavis y

Maureen —me informó Kate, saludando de lejos a dos mujeres mayores

con túnicas lila—. Son hermanas. Sólo se asumieron como gays a los

cincuenta años, para gran asombro de sus maridos, diecisiete hijos,

cuarenta nietos y veinte gatos. Los más sorprendidos fueron los gatos.

No sé si sabías esto, pero algunos gatos pueden ser muy cerrados res—

pecto de la sexualidad...

—Lo sé —repuse, con un profundo suspiro— Es muy duro ser un gato

gay; de hecho, muchos de ellos optan por no decir nada. Boris, el gato

negro que teníamos en Irlanda, era gay y necesitó asistencia psicológica

para poder asumirlo.

Kate me miró con una amplia sonrisa.

—Bien por Boris—dijo—. Y también por ti. ¡Es obvio que estás tan loca

como yo! El caso es que M y M vienen a la isla todos los años a hacer

esculturas eróticas de diosas de la fertilidad para venderlas a su regreso

en el café de la biblioteca local. A su lado está... ah, LiamPayne —

Simuló un estremecimiento—. Me da escalofríos.

Estaba mirando al muchacho que se había mostrado amigable la noche

anterior, mientras servía la cena. Yo había pensado ir a hablar con él

hoy y explicarle por qué no había aceptado su invitación para

acompañar a su grupo.

—¿Por qué?

Kate se encogió de hombros.

—Eh... es demasiado de tocarse y expresar sentimientos. Estaba aquí

cuando vine por primera vez. Está en toda esa onda espiritual, pero...

no sé, hay algo en él que no me gusta. Es muy intenso, cuando te

abraza no es, digamos, un abrazo de amistad, como cuando das un

abrazo y te sueltas enseguida. Él te abraza como si fuera un momento

cargado de sanación emocional y de significado. Te sostiene demasiado

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tiempo, hasta que te dan ganas de empujarlo con toda tu fuerza para

que te suelte.

Reí y volví a echar un vistazo a Liam. A mí me parecía agradable, y la

noche anterior había sido la única persona que se había percatado de

que me sentía excluida. Estaba conversando con Anisha y con otra

chica vestida de blanco que tenía una larga trenza sobre la espalda y un

punto blanco entre las cejas. Me vio mirándolo y sonrió. Yo también le

sonreí pero decidí no ir a hablar con él; al menos, no mientras Kate

estuviera mirando. Iba a preguntarle más sobre Liam, pero ella retomó

su reseña y no quise interrumpirla cuando era obvio que estaba tan

compenetrada.

—Ahora bien... ¿ves aquel hombre calvo de barriga grande, pantalón

bermudas con calcetines y sandalias, en aquel rincón? Hmm, nada

atractivo. Él era playboy y estrella porno, hasta que una mañana tuvo

una visión. Algo muy parecido a lo que tuvo el tal San Pablo camino a

Damasco. Pues bien, nuestro sujeto vio la luz en la Autopista del Norte,

justo detrás del Mundo del Cuero, y desde entonces no ha sido el

mismo.

En realidad, la luz que vio eran los rayos láser del estadio de Wembley,

pero nadie se atrevió a decírselo para no destruir su fantasía. El caso es

que viene a ponerse en contacto con su nerd interior, lo cual hasta

ahora le sale muy bien. Y ¿ves aquella señora que está allá, vestida con

un pareo y un top, con una barriga enorme? Su historia es que un día

estaba aburrida en su trabajo de oficina y, mientras descansaba

tomando un café, descubrió que podía hacer unas formas asombrosas

con esa barriga gorda que tiene. Desarrolló su habilidad hasta

convertirla en una especie de origami adiposo. Ahora da clases sobre

eso. Es el último grito de la moda en ciertas partes de California. ¿Ves el

grupo de señoras en aquella mesa? ¡Son increíbles! Alcohólicas.

Drogadictas. Adictas a la nicotina.

Vienen a tratarse por sus diversas adicciones y están participando en

un taller llamado “Libérate de tu muleta en Skiathos”.

Cuando dijo eso, lancé una carcajada tan fuerte que escupí la granóla y,

por supuesto, justo en ese momento pasaba Joe. Un copo de avena

salió volando y se le pegó en el brazo izquierdo.

Ay, nooooooooooooooo, pensé, mientras él nos saludaba con una

levísima inclinación de cabeza. Estaba muy buen mozo con sus jeans

negros y una camiseta gris con el logo de Superman en la parte

delantera. Esperé que no se hubiera percatado del copo pero, luego de

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unos metros, sin siquiera mirar hacia abajo, se quitó el copo del brazo

con el índice de la mano derecha. Ay, no, no y nooooooooooooooo,

pensé. ¿Por qué siempre tengo que hacer el papel de idiota cada vez que

él aparece?

—¿Siempre anda solo? —pregunté, observándolo dirigirse a la mesa

donde había yogurt y frutas frescas.

Kate siguió mi mirada.

—¿Quién? ¿Joe? No lo sé —respondió—. Sé que estuvo aquí algunas

veces, pero nunca antes al mismo tiempo que yo. En Londres le gusta

mucho salir y pasarla bien. Oí a mamá y a Lottie hablando de él. Parece

que, cuando termine la escuela, quiere estudiar arte. Mamá dice que se

inscribió en algunas clases de arte aquí, cuando no tiene que trabajar,

claro.

Ay, no, no, no, pensé, se acabó, entonces. Ahora no puedo ir a esas

clases.

Si lo hiciera, pensaría que voy por él. Qué fastidio.

—Oye —dijo Kate—. ¿Por qué no le muestras algunas de tus pinturas

cuando volvamos a Londres? Podrías invitarlo con ese pretexto y

quedará tan impresionado que caerá rendido a tus pies.

—Cambiaste de idea. En Londres, me advertiste que no me convenía.

Kate rió.

—Lo sé, pero hay que reconocer que los chicos malos tienen su

atractivo.

Durante el viaje aquí me di cuenta de que realmente te gusta, y yo

jamás me interpondría en el camino del verdadero amor.

—¿Verdadero amor? No me digas —repuse—. Ni lo sueñes. Me parece

que Joe ya se formó una impresión sobre mí.

—Y ¿cuál es?

—Que soy demasiado joven, demasiado estúpida, demasiado... —Me

puse bizca y torcí los labios. Mi mejor cara de zombi—. No lo sé.

Claro que eso fue en el preciso momento en que Joe se sentaba al final

de la mesa y me miraba. Volví a mi cara normal y le dirigí una débil

sonrisa.

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Él me sonrió, pero me di cuenta de lo que estaba pensando, y era: esta

chica está absolutamente loca. Es la reina de las chifladas.

Kate se inclinó hacia mí.

—Pues haz que cambie de idea —susurró.

—No —respondí—. No me interesa. En realidad, no es mi tipo.

Kate rió.

—Y por eso te ruborizaste cuando pasó y no puedes dejar de mirarlo.

—Kate.

—¿Qué?

—Cállate.

Volvió a reír, pero sí se calló y siguió comiendo su panecillo.

Después del desayuno, pasamos a ver a tía Sarah en su oficina, y luego

tomamos el autobús en el estacionamiento, frente a la recepción, para ir

al pueblo por el que habíamos pasado el día anterior. Esto está mejor,

pensé, mientras recorríamos los comercios que había en las callejuelas

y nos probábamos anteojos de sol, olíamos todas las velas aromáticas y

nos probábamos joyas y sandalias. Compré una camiseta blanca sin

mangas como la de Anisha, un par de pantalones de algodón blanco y

algunas postales, y Kate se compró un brazalete de tobillo. Luego

fuimos a uno de los muchos cafés que había frente al mar, donde había

barcos y lujosos yates anclados. Pedimos café con leche y nos sentamos

a disfrutar el sol y la vista. Era un lugar excelente para ver gente:

pasaban personas de toda forma y tamaño, mientras que otras

holgazaneaban y posaban en los barcos anclados en el puerto.

Una vez más, Kate me dio su visión de la gente que pasaba, quiénes

eran y por qué. —Mira ese hombre alto que parece una jirafa. Está de

vacaciones con su nueva esposa —obviamente era su madre—.

Lamentablemente, el año pasado ella se quedó demasiado tiempo al sol

y fumó demasiados cigarrillos, y por eso envejeció prematuramente.

Pero a él no le importa, porque está con ella por su dinero. ¿Ves esa

nena que está allá, la de pantalones cortos rojos? —prosiguió,

señalando a un hombre y su hijita—. Aparenta unos ocho años, ¿no?

No. Tiene sesenta y cuatro. Se excedió con los estiramientos faciales y

las cirugías plásticas. Es triste, pero hay gente que no sabe cuándo

detenerse. Y aquí vienen el Sr. y la Sra. Inocentes. Acaban de casarse.

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Están de luna de miel. El aún no descubrió que ella es un hombre y

que, aunque ahora se llame Betty, antes era Keith.

Mientras Kate seguía con sus observaciones, yo reía tanto que no me di

cuenta de que Tom y Robin se nos acercaron por detrás. Se sentaron a

tomar café con nosotras y Tom me contó un poco sobre la isla y lo que

se podía hacer allí. Comer, nadar y tomar sol parecían ser las

principales actividades. Todas cosas que puedo hacer, pensé, tomando

nota de sus recomendaciones de varios cafés adonde ir.

Un rato después volvimos por las callejuelas hasta el estacionamiento.

A juzgar por la manera en que Tom y Kate estaban juntos e iban del

brazo, me di cuenta de que el día anterior, cuando ella había

desaparecido, era para reunirse con él. Era obvio que su relación había

avanzado un poquito desde que habíamos bajado del avión. Caminé

tras ellos con Robin y conversamos de los temas de siempre para

conocernos: las escuelas, dónde vivíamos, qué música nos gustaba, qué

sitios web, y todo eso.

—¿De qué signo eres? —le pregunté.

—De Virgo. ¿Y tú?

—Géminis con ascendente en Sagitario.

—Ah. Te interesan esas cosas, ¿eh?

—Sé un poco. Mi amiga Erin y yo leímos sobre eso en Irlanda.

Entrelazó su brazo con el mío.

—Y los virginianos, ¿se llevan bien con las geminianas?

—Eh... Sí. Creo que sí —mentí. Me parecía recordar que Virgo era un

signo de tierra y Géminis era de aire, de modo que no eran los más

compatibles.

—¿Tienes novio?

—No. Acabamos de mudarnos a Londres —respondí.

—¿Y en Irlanda, antes de mudarte?

—No. Nadie en especial.

Sinceramente esperaba que no pensara que tenía posibilidades conmigo

pues, al verlo por segunda vez, confirmé que, si bien era simpático, no

era en absoluto mi tipo.

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En el estacionamiento, subimos al jeep descapotado en que andaban

ellos y, con Tom al volante, recorrimos la costa hasta una playa que

ellos conocían, del lado oeste de la isla. Me sentía muy glamorosa,

sentada en la parte de atrás del jeep con mis anteojos de sol y, una o

dos veces, vi que la gente nos miraba al pasar. En un momento, tuve

que ponerme la gorra de béisbol porque se me volaba tanto el cabello

que, si no lo hacía, iba a llegar a la playa con el pelo como el de una

bruja. Y no era un look muy atractivo.

No había mucha gente en la playa. Había un restaurante en un extremo

y, en el otro, tumbonas para tomar sol. Tom le pagó a un chico por

unas tumbonas y nos dedicamos a la seria tarea de tomar sol. No

tardaría mucho en estar tan bronceada como los lugareños, pues había

heredado la piel trigueña de mi padre, que se broncea con facilidad y no

se quema. Tom y Kate se aplicaron loción el uno al otro y vi que Robin

tenía la misma idea de aplicarme un poco a mí y viceversa. Cuando me

lo pidió, le puse un poco en la espalda y luego, sin darle tiempo a

ofrecerse, rápidamente me puse un poco yo misma. Creo que captó el

mensaje y no insistió. Allí tendida, observando a la gente entrar y salir

del mar, y sintiendo la tibieza del sol en la piel, empecé a sentirme

relajada por primera vez en varios días.

A la hora del almuerzo, caminamos por la arena hasta el restaurante y

comimos unas deliciosas ensaladas de queso feta con albahaca fresca y

tomates que sabían dulces y jugosos. Los chicos y Kate bebieron

cerveza, y yo pedí una Coca. Después de almorzar, mientras volvíamos

a nuestras tumbonas, Tom levantó a Kate, la puso sobre su hombro,

corrió hacia el mar y la arrojó al agua. Robin me miró, pero fui

demasiado rápida para él y corrí por la playa para meterme sola. A mi

propio ritmo. Nunca fui de esas personas que pueden zambullirse de

golpe.

Tengo que hacerlo en etapas, a menos que sea el Océano Índico, que es

como entrar a una bañera tibia. Pero éste era el mar Mediterráneo y

aún no se había entibiado (si es que eso sucedía alguna vez). Primero

me metí hasta las rodillas, luego hasta las caderas y, por último, me

hundí rápidamente hasta los hombros. En el fondo había unas

corrientes tan frías que me dejaron sin aliento. Robin se metió detrás de

mí. Lo hizo de golpe, pero hasta él chilló al darse cuenta de lo fría que

estaba. Tomé aire y me sumergí del todo. Al cabo de unos segundos, la

sensación era hermosa y nadé unos cincuenta metros mar adentro;

luego extendí los brazos, me tendí de espaldas y me dejé flotar. Me

encanta hacer eso. Es una de las sensaciones más fabulosas del

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mundo: el agua salada que ayuda a flotar, el cielo azul arriba. El

paraíso.

Después de nadar, todos dormitamos al sol. Luego, Tom nos llevó de

regreso al complejo, donde tía Sarah insistió en que él y Robin se

quedaran a cenar con el resto de los huéspedes.

—Me alegro tanto de que él y Kate se lleven bien —me dijo tía Sarah

cuando fuimos al buffet a buscar nuestra comida—. Ed y Marcia

Stourton tienen una casa en la isla desde hace más de veinte años y

conocen a mucha gente de aquí. Es una buena familia y creo que Tom

será una buena influencia para ella.

Asentí y sonreí, pero yo no estaba tan segura de que “buena influencia”

fuese la descripción apropiada para Tom, que era a las claras un “chico

malo”. Decidí no compartir mi opinión con tía Sarah ni decirle a Kate

cuánto se alegraba su madre de que estuviera pasando tiempo con él.

Conociendo a Kate, era capaz de dejarlo inmediatamente con tal de

fastidiar a su madre.

—Y tú, ¿cómo estás, India? ¿Te sientes cómoda? —me preguntó tía

Sarah.

Volví a asentir. Podía decirle sinceramente que estaba bien. Es

asombroso cómo la experiencia de un lugar puede cambiar en un solo

día, pensé, mientras me servía verduras asadas y cuscús e iba a

sentarme con mis nuevos amigos. Era todo lo contrario de lo sola y

ajena que me había sentido la noche anterior. Sólo deseaba que Joe

estuviera allí para que viera qué persona popular era yo, que hacía

amigos con facilidad; lamentablemente, no se lo veía por ninguna parte.

Bueno, mañana será otro día, pensé, y empecé a comer mi cena.

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Capítulo 9 Una chica diferente

n el transcurso de la semana, Kate y yo desarrollamos una

rutina cómoda. Desayuno en el complejo, divirtiéndonos e

inventando historias acerca de los “presos”; luego una visita a

tía Sarah, que siempre parecía tener mil cosas de qué ocuparse.

Empecé a entender lo que sentía Kate por ella: realmente nos trataba

como si fuéramos un punto más de su larga lista de cosas que hacer.

Verificar que mi hija y mi sobrina aún estén vivas. Listo. Las dos

presentes y bien. ¿El teléfono móvil de Kate está cargado para poder

comunicarme con ella dondequiera que esté? Listo. Y pasaba al punto

siguiente.

Después del desayuno, yo ordenaba mi lado de la habitación que com-

partía con Kate. Era gracioso, porque pronto llegó a parecer que hubiera

una línea invisible que la dividía en dos mitades. La mía estaba limpia y

ordenada: ni una sola cosa fuera de su lugar. El lado de Kate era un

desorden total. Siempre tenía la cama sin hacer y cubierta de cosas: su

bolso, su teléfono, ropa, esmalte de uñas, maquillaje, pañuelos de

papel, goma de mascar, envoltorios de bombones. Me ofrecí a

ordenársela, pero hizo su gesto de levantar una ceja, señaló mi lado de

la habitación y dijo: “Tu espacio”, luego señaló su lado y dijo: “Mi

espacio”. Asentí. Entendido.

Luego enviaba e—mails a Erin, mamá, papá y los chicos desde la sala

de computadoras, contigua a la oficina de tía Sarah en la recepción.

Aunque, además de Erin, a nadie parecía importarle si yo escribía o

no.Un día, papá me envió un mensaje brevísimo. “Querida India, espero

que lo estés pasando bien. Estoy ocupadísimo. Papá.” Al diablo con eso,

pensé. Mamá me envió uno ligeramente más largo pero tampoco parecía

estar extrañándome mucho. Ella también estaba súper ocupada,

divirtiéndose con papá. Al diablo con ella también. Dylan me envió un

artículo sobre el daño que provoca el sol y la importancia de proteger la

piel. Verdaderamente, a sus doce años, es un chico muy raro. No había

mensajes de Ethan ni de Lewis, pero era de esperarse. Nunca se habían

destacado por mantenerse en contacto. Hasta olvidaban los

cumpleaños. Sólo Erin me escribía con regularidad. Al menos ella sí

parecía extrañarme de verdad.

Después de ese “contacto” con el mundo exterior, llegaba la hora de

trabajar. Kate hacía muy bien el papel de chica buena: cortaba verduras

E

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para el almuerzo, preparaba pimientos para la cena, ayudaba en las

tareas. Incluso fuimos a un par de clases de yoga para demostrar buena

voluntad, pero nos negamos a participar de la danza hippie o cualquiera

de esas clases estrafalarias de sanación.

—Hay que seguirles la corriente —dijo Kate un día, mientras barría la

terraza luego del desayuno—. Si estuviera malhumorada todo el tiempo,

mamá se enojaría conmigo. Entonces, parte del tiempo soy la hija

modelo, y el resto del tiempo puedo hacer lo que quiera.

Y así era. Creo que a su mamá le habría dado un infarto si hubiese

sabido las cosas que hacía. Bebía vodka con Robin y Tom, fumaba ciga-

rrillos hasta que apestaba a humo, y sé que estaba pensando en

acostarse con Tom porque, el primer viernes después de que llegamos a

la isla, la vi comprando condones. Ella me vio mirándola en la tienda y

me miró con su ceja levantada. Entendí lo que quería decir. Estaba

aprendiendo mucho del lenguaje de las cejas. Significaba: “Se lo dices a

mamá y te mato”.

Siempre me ofrecían todo lo que tomaban, pero en general yo no

aceptaba porque el alcohol me daba comezón y jaqueca. A veces

mesentía la prima inmadura y aburrida a quien Kate tenía que soportar

porque no había nadie más que me cuidara, pero mi única alternativa

era quedarme sola en el complejo, donde la mayoría de los huéspedes

eran de mediana edad, y yo no quería hacer eso. A veces, bebía un poco

sólo para demostrarles que no era una aguafiestas total, pero no lo dis-

frutaba como ellos.

El primer sábado, después del desayuno, Kate fue a lavarse el pelo, de

modo que fui a ver las aulas de arte y allí encontré a Joe trabajando en

algo. Levantó la vista cuando entré.

—Hola —dijo—. No te vi esta semana.

—Yo tampoco te vi.

—Estuve trabajando. En un bar en el pueblo*.

—Ah, entiendo.

Conque ahí estuvo, pensé.

—Sí. Necesito ganar un poco de dinero y es algo que hacer, ¿sabes?

—Sí. ¿Qué estás haciendo? —le pregunté, y luego me maldije. Era obvio

lo que estaba haciendo—. Es decir, claro que estás trabajando,

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dibujando, eh... haciendo arte. Lo siento. Parece que me dio un ataque

de idiotez. Es por el sol. Me obnubila la mente. Cállate, India.

Joerió y sus ojos brillaron de una manera encantadora que lo hacía aún

más atractivo.

—Sí, a mí también el sol me obnubila la mente. Y sí, estoy haciendo un

poco de arte.

—¿Puedo mirar? —le pregunté.

—Eh... —Joe vaciló— Supongo que sí. Aún no está terminado.

—Si no quieres, no miro. Yo detesto que miren mis trabajos antes de

que estén terminados.

—¿Dibujas o pintas?

Asentí.

—Ambas cosas. No muy bien...

—Tal vez algún día podrías mostrarme algo, cuando volvamos a

Londres.

¡Sí!, pensé, y por dentro lancé un puñetazo al aire. ¡Resultó!

—¿Estás tomando clases aquí? —me preguntó.

—Tal vez lo haga —respondí. Y entonces vi un asombroso dibujo en

carbonilla sobre el escritorio, a su derecha. Era un retrato de Lottie—.

Oye, ¿tú hiciste eso?

Joe echó un vistazo al dibujo.

—¿Eso? Ah, sí. Es mi mamá.

—Ya lo veo —repuse, y me acerqué para mirarlo mejor—. Es absoluta-

mente genial.

Por un segundo, Joe se ruborizó ligeramente.

—Gracias. Estoy tratando de practicar el dibujo de retratos, para mi

carpeta de presentación a la universidad. No suelo dibujar personas,

pero es bueno tener una variedad de trabajos para las entrevistas.

—Pues realmente tienes buen ojo. Retrataste a tu mamá tal como es. Se

la ve... viva, como si tuviera peso. ¿Has visto cómo a veces, en los

dibujos, parece que la gente flotara? A mí me pasa, al menos... aunque

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los retratos son lo que más me gusta hacer. Me cuesta retratar a la

gente como de carne y hueso, no sé si me entiendes.

—Sí te entiendo —dijo Joe, y me miró con mucha concentración, como

si estuviese estudiándome para un retrato. Sentí que me ruborizaba

porque, cuando nuestros ojos se encontraron, tuve otra vez esa sen-

sación tibia en el estómago, la que había sentido el primer día que lo vi.

Aparté la mirada.

—Bueno, tengo que irme. Kate se está lavando el pelo.

—¿Kate? Ah, sí. ¿Necesita ayuda?

—No. Claro que no. De hecho, no sé por qué dije eso —respondí, pen-

sando: ¿Por qué le habré dicho eso?

Y allí estaba otra vez. Esa expresión divertida en su cara.

—¿Está usando ese champú que compraste en Londres?

—No. Ya te lo dije. No tenemos piojos. Mi familia no tiene piojos.

—Era una broma, India Jane —repuso—. No estés tan seria.

—Eh... ¿Yo? ¿Seria? No... Soy divertidísima—Veteya, dijo una voz en mi

cabeza. Vas a empezar a decir tonterías—. Bien. Súper. Hasta luego.

¿Súper?, pensé. ¿Quién diablos dice “súper”?

—Hasta luego —respondió con una sonrisa—. Cuídate.

—Sí, hasta luego —dije, y volví a maldecirme. Idiota, ¿para qué dices

“hasta luego” dos veces? Debe de pensar que soy tonta. Y justo cuando

había logrado tener una conversación decente, pensé, mientras me

dirigía a la puerta. Aun así, tenemos algo en común. El arte. Tendré que

pensar algunas cosas interesantísimas para decir sobre el tema, para

impresionarlo.

Pasé el resto del día en la playa con Kate, Robin y Tom, pensando qué

perlas podía deslizar en la conversación la próxima vez que viera a Joe,

pero él ya no estaba cuando volvimos por la tarde.

Al día siguiente, después del desayuno, me asomé al aula de arte con la

esperanza de encontrarlo allí, pero no estaba. Como Kate y yo íbamos a

ir al pueblo, la convencí de pasar por el bar donde él trabajaba, pero

tampoco estaba allí.

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—¿JoeDonahue? —repitió una bonita camarera de ojos oscuros que

estaba tras el mostrador, cuando Kate le preguntó por Joe— Trabajó el

primer turno. Acaba de irse. ¿Quién le digo que preguntó por él?

—No, nadie —respondí.

—Kate e India Jane —dijo Kate.

Le di un ligero puñetazo en el brazo mientras salíamos.

—No quiero que piense que lo estoy siguiendo —susurré, y noté que la

camarera nos miraba por la ventana—. Está tratando de adivinar quié-

nes somos.

Kate echó un vistazo hacia atrás.

—Sí. Conociendo a Joe, es probable que vengan muchas chicas a pre-

guntar por él.

—¿En serio?

Kate rió.

—No. Sólo tú. Tú lo amas.

—No es cierto. Ya te dije...

—¡India! Puedes confiar en mí. No voy a delatarte.

Esa noche, vi a Joe en el buffet del complejo, donde había una cola para

la cena. Miró alrededor y vio que yo estaba atrás, de modo que lancé el

discurso que tenía preparado en la mente. Era algo que había dicho el

profesor de arte que teníamos en mi última escuela y que a todos nos

caía muy bien. Seguramente Joe estaría muy impresionado y, en mi

imaginación, pasaríamos horas caminando descalzos por la arena bajo

las estrellas, hablando de la vida y del arte.

—Sé que para muchos es arte comercial, pero a mí me gustan los

impresionistas, en particular Renoir. Me parece que hay demasiado

esnobismo en el arte. Demasiado intelectualismo, y uno debe dejarse

llevar por sus instintos.

Joe lanzó una carcajada. Luego adoptó una expresión muy solemne.

—Vaya. Sí. Tienes toda la razón, India Jane. Esnobismo.

Intelectualismo. Muy cierto. Ahora bien... ¿Qué elijo: las verduras

asadas o el pastel de lentejas? ¿Eh? ¿Dices que debo guiarme por mis

instintos? —Se sirvió el pastel de lentejas—. Bien. Nos vemos. —Y fue a

sentarse a una mesa con su madre.

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Allá fue mi fantasía de caminar por la playa... mejor me entierro en la

arena, pensé. Me serví arroz con legumbres y me prometí dejar de

buscarlo y mantener la boca cerrada durante el resto de las vacaciones.

Mi promesa resultó fácil de cumplir pues la mayoría de las noches él

salía solo después de cenar y, aunque me intrigaba saber adónde iba,

no pensaba preguntárselo. Una parte de mí estaba decepcionada por su

falta de interés, pero no pensaba arriesgarme a ningún tipo de rechazo.

Podría hacer el papel de idiota delante de él, pero no era tan estúpida.

Al menos aún podía estar con Kate, Robin y Tom. La segunda semana

fuimos a una playa distinta cada día y empecé a sentirme

menosextranjera en la isla. A veces, Kate y Tom se alejaban y nos

dejaban solos a Robin y a mí, pero no me molestaba. Nadábamos,

leíamos y tomábamos sol, y creo que él se alegraba de que yo estuviera

allí, para no estar incómodo cuando Kate y Tom se ponían muy

cariñosos. Aunque creo que aún se interesaba por mí, no me

presionaba, y yo me aseguraba de no darle ninguna señal de interés de

mi parte. Hablábamos de temas generales, principalmente de la escuela

y de nuestros planes para el futuro, y evitábamos tocar el tema de las

relaciones, aunque no era que yo tuviera mucho que decir sobre eso. Él

acababa de terminar los exámenes finales de la secundaria y estaba

planeando tomarse un año para viajar, por eso le gustaba que le con-

tara sobre los lugares donde yo había vivido, principalmente sobre la

India, aunque yo era muy pequeña por entonces para recordar mucho

de allá.

Al final de la segunda semana, los padres de Tom salieron en una

excursión en barco y los chicos nos llevaron a ver la casa. Nos recogie-

ron en la parada del autobús, como de costumbre, y luego fuimos al

extremo norte de la isla. Me agradó la zona; estaba menos desarrollada

que la zona sur.

—¡Vaya! —exclamó Kate cuando Tom detuvo el jeep en una pendiente, a

mitad de camino colina arriba, y bajamos a mirar el paisaje.

La vista de la costa extendiéndose allá abajo era increíble, la mejor que

había observado hasta ahora. Tom nos indicó el camino y bajamos unos

escalones desde el estacionamiento hacia la casa. Daba una sensación

de mucha privacidad. Estaba rodeada de olivos, pinos y árboles

frutales, de modo que, aunque hubiera vecinos a la izquierda o la dere-

cha, no se percibiría su presencia. La casa se parecía mucho a tantas

otras de la isla, con sus paredes blancas y techo de tejas rojas, pero

cuando entramos, tenía aspecto de hogar, lo cual resultaba agradable

después de la impersonalidad de las cabañas del complejo.

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—¿Vas a mostrarnos la casa? —preguntó Kate.

De inmediato, Tom asumió una postura de agente de bienes raíces y

nos dio una recorrida por el lugar.

—Abajo tenemos una espaciosa sala de estarrr—explicó, imitando

horriblemente el acento griego—. En el fondo está la cocina y el cuarrrto

de servicio. En el frrrente, tenemos una terraza, desde donde se baja a

una piscina infinita con una vista espectacularrr del Egeo en la

distancia.

—Qué horrible acento —dijo Kate.

—Gracias —respondió Tom con una sonrisa.

—Oye, me encantan estas pinturas —dije, al ver unos cuadros con pai-

sajes marinos en las paredes de la sala.

—Las hizo mi abuela —explicó Tom— Vivió aquí luego de jubilarse.

—Son muy buenas —concordó Kate— ¿Qué hay arriba?

Tom le dirigió una amplia sonrisa y luego nos condujo a la planta alta,

volviendo a su acento terrible, que parecía haber pasado de ser griego a

una mezcla de ruso y galés.

—En el frrrente, tenemos un dormitorrrio doble con balcón —dijo,

mientras nos mostraba el lugar. Observé que, cuando entramos allí,

miró a Kate levantando una ceja y ella hizo lo mismo— En el fondo,

tenemos las habitaciones con dos camas, baño con bañerrra y ducha.

Kate le dio una cachetada juguetona.

—Nunca te dediques a actuar —le dijo— Me parece que no te iría muy

bien.

Después de la recorrida, salimos a pasar el rato junto a la piscina.

Luego de una zambullida, Kate y Tom desaparecieron en la casa y nos

dejaron a Robin y a mí solos en las tumbonas. Me miró levantando una

ceja y sonrió. Yo también levanté una ceja para indicarle que sabía lo

que estaban por hacer.

Durante un rato leímos revistas, tomamos sol, volvimos a nadar y, al

salir de la piscina, noté que Robin me observaba. Me observaba de ver-

dad, con una expresión intensa. Me hizo sentir incómoda y, aunque

tenía puesto mi bikini turquesa, me sentía desnuda. Apenas llegué a

mitumbona, saqué del bolso mi parco azul y me envolví con él. Robin

siguió observándome mientras yo volvía a aplicarme protector solar, y

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luego apartó la vista como si estuviera aburrido, pero sentí en el aire

algo que antes no estaba allí.

No duró mucho, pues unos minutos después él entró a la casa y volvió

al rato con una bandeja cargada con una botella de vino, jugo de frutas,

agua mineral, pan de pita, paté, aceitunas y queso feta.

—Vaya. Qué festín —observé, cuando colocó la bandeja sobre la mesa,

junto a la piscina.

—Pensé que tal vez la dama tendría apetito —respondió, me sirvió un

plato y una copa de vino.

Se acercó con ellos y se sentó al pie de mi tumbona. Yo iba a tomar el

plato, pero Robin meneó la cabeza.

—Déjame que te dé de comer —propuso.

No supe qué hacer. Qué decir. No quería parecer una criatura, de modo

que traté de disimular. Como si estuviera acostumbrada a que los

muchachos me dieran de comer en la boca. Pinchó un trozo de queso

con el tenedor y me lo llevó a la boca lentamente. Sentí que me rubo-

rizaba. Me miraba directo a los ojos, pero yo no podía mirarlo y esperé

no parecer bizca al tratar de enfocar el tenedor. Robin volvió a

inclinarse hacia la bandeja, tomó la copa de vino y la llevó a mis labios.

—Eh... no... gracias. Seguiré bebiendo jugo —balbuceé.

—Prueba un sorbo —insistió, con voz ronca—. Es un PinotGrigio muy

bueno. El papá de Tom lo hace traer especialmente. Te va a gustar.

Me sentí atrapada. Realmente no quería beber vino pero tampoco quería

parecer desagradecida ni inmadura.

—Eh... yo... —empecé.

Robin apartó el vino y respiró hondo.

—Lo siento. Siempre lo olvido. Eres más joven que Kate, ¿verdad?

—Tengo quince años —respondí.

Robin se puso de pie, volvió a la bandeja, me sirvió un vaso de jugo y

me lo entregó.

—Toma. Jugo para la damita.

Él se sirvió cerveza y volvió a dejarse caer en su tumbona. Me sentía

confundida y no entendía su estado de ánimo. ¿Acaso se había moles-

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tado conmigo? ¿Había estado a punto de intentar algo pero luego había

cambiado de parecer? ¿O había sido mi imaginación? Yo creía que

estaba entendido que sólo éramos amigos.

Bebí mi jugo y me sentí como si tuviera nueve años. Muy incómoda.

Deseé poder marcharme y volver al complejo. Quería estar en cualquier

parte menos allí. Comí la mitad del almuerzo que Robin me había dado,

luego me recosté, cerré los ojos y simulé estar dormida.

Tom y Kate reaparecieron a media tarde y, por una vez, Kate se veía

tímida, saliendo a la terraza de la mano de Tom.

—Ustedes dos traen cara de haberse portado mal —dijo Robin, en tono

de padre estricto.

Por un momento, los dos parecieron avergonzados, y luego Kate dijo:

—En realidad, yo me porté muy bien, ¿no es cierto, Tom?

Tom rió y asintió. Robinrió con él. Yo también intenté reír, pero una voz

en mi mente me repetía que era una falsa. Que aquello me superaba.

Que no era ése mi lugar.

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Capítulo 10 Fiesta en la playa

l caer la tarde, para mi gran alivio, regresamos al pueblo, donde

pensé que Kate y yo tomaríamos el autobús hasta Séptimo Cielo,

como de costumbre. Sin embargo, un momento después de que

estacionáramos el jeep, una chica de cabello negro largo y enrulado hizo

señas a los chicos y se dirigió directamente hacia nosotros.

—Hola, Tom —lo saludó, con una breve pero apreciativa mirada—. ¿Me

puedes llevar a la fiesta?

Kate tomó la mano de Tom, como para indicarle que estaban juntos,

pero la chica no se inmutó. Se limitó a sonreírle.

—¿A qué fiesta? —preguntó Robin.

—En la playa Troulos. Traigan a sus amigas —dijo la chica—. Durará

toda la noche.

—Sí, claro, cómo no —dijo Robin. Miró a Tom y a Kate para confirmar.

Los dos asintieron con entusiasmo. A mí, ni siquiera me consultaron.

Presentaron a la chica como Andrea y, después de que Robin y Tom

compraron cerveza y vodka, y Kate, cigarrillos, volvimos al jeep y nos

encaminamos a la fiesta.

—¿No tendríamos que preguntarle a tía Sarah si le parece bien? —

pregunté—. Querrá saber dónde estamos.

Kate puso los ojos en blanco.

—Probablemente ni siquiera se dará cuenta de que no estamos. Y no

olvides que tiene mi número de teléfono. De todos modos, creo que nos

hemos ganado una noche libre por buena conducta.

Seguramente Kate me vio cara de preocupación, pues se inclinó hacia

mí y dijo:

—No seas aguafiestas, India. Vamos, que no perderemos nada más que

un abrazo grupal y pastel de lentejas en aquella granja de locos. Si te

tranquiliza, la llamaré más tarde. Te lo prometo. ¿De acuerdo?

—Está bien.

A

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Hice un intento de sonreírle y, durante el viaje, traté de cambiar el

extraño estado de ánimo que me había invadido desde que Robin había

tratado de darme de comer en la boca. Me sentía mal. Igual que la

primera noche en el complejo. Como si estuviera en un cuerpo que no

era el mío.

Se había corrido la voz y, cuando llegamos a la playa Troulos, ya había

unas cincuenta personas para la fiesta. Todo el tiempo seguía llegando

gente, que enseguida atravesaba la pequeña pradera que llevaba a la

playa y al mar. Se había levantado un escenario a la izquierda, apartado

del restaurante, que estaba a la derecha. Junto al escenario habían

improvisado un bar que vendía cerveza y gaseosas, y al lado de él había

una amplia parrilla, donde dos hombres bronceados de mediana edad,

con pantalones cortos y pañuelos rojos al cuello, cocinaban pescado. A

pocos metros del mar, alguien había encendido una fogata y un puñado

de músicos sentados en torno a ella tocaban la guitarra, mientras que

otros hacían la percusión. Había algunas chicas en bikini y pareo,

medio bailando al ritmo de la música y medio haciendo la danza del

limbo. Un grupo de adolescentes las observaban.

—Todo parece muy organizado —le dije a Kate, mientras mirábamos

alrededor—. Mira, hasta hay baños portátiles detrás del escenario.

Kate asintió.

—Sí. Parece más un festival de rock que una fiesta playera. Supongo

que aquí las hacen con regularidad, y ¿por qué no? No les faltan lugares

donde hacerlas.

Nos acomodamos en la arena, cerca del escenario, y Robin sacó

nuestras provisiones. Iba a ofrecerme vodka pero se detuvo.

—Epa, lo olvidé. Señorita Santurrona.

Acepté la botella. Tal vez esto sea lo que necesito esta noche para

aflojarme, pensé, mientras bebía un trago.

—Gracias.

Robin parecía complacido.

—Te felicito —dijo.

Kate se acurrucó contra Tom cuando empezó la música y Robin se lo

pasó haciendo de camarero, trayéndonos kebabs de pescado, pimientos

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y arroz del puesto de comidas y sirviéndonos bebidas de nuestros

bolsos. Estaba tan atento y dulce que me sentí mal por haberlo

desairado antes. Debe de ser difícil para los muchachos tener que dar el

primer paso, especialmente cuando se tiene un amigo tan buen mozo

como Tom, que tiene más suerte con las chicas, pensé, mientras el cielo

se llenaba de colores: naranja, rojo y violeta, virando hacia un turquesa

translúcido y azul marino a medida que bajaba el sol.

—A mi papá le encantan las puestas de sol —dije en un momento,

cuando Robin y Tom fueron a buscar más cerveza.

—A mí también —respondió Kate, apoyándose en los codos.

—Ésta es su hora preferida del día. “La obra maestra de Dios”, dice.

Cada amanecer, cada anochecer es distinto.

—¿Lo echas de menos? ¿A todos? —me preguntó Kate.

—No. No mucho —respondí. Aunque, por un momento, sí sentí una

punzada de nostalgia. Papá y yo habíamos contemplado muchos

anocheceres juntos por todo el mundo. “El sol es el mismo dondequiera

que estés”, decía. Me pregunté cómo se vería el sol esta tarde donde él

estaba, e incluso si podría verlo o si ya estaba trabajando, tocando el

piano frente al público. Y me pregunté si alguna vez pensaría en mí.

A medida que avanzaba la noche, todo el mundo parecía estar de buen

humor, y la sensación incómoda que había tenido se fue disolviendo

con el resplandor de la fogata y el vodka que Robin no dejaba de

pasarme.

Cuando acabó de anochecer y el cielo quedó como un terciopelo negro,

Tom y Kate se fueron por la playa, igual que otras parejas aca-

rameladas. Otros que estaban en torno a la fogata se observaban, bai-

lando, meciéndose con la música. Yo buscaba a Joe con la mirada, con

la esperanza de que estuviera allí, pero no había rastros de él. Sí había

un chico apuesto, muy rubio, que me miró en un momento cuando me

levanté para ir al baño, pero no lo miré mucho. Ya había tenido sufi-

cientes señales erróneas por un día.

Cuando Robin fue a sentarse más cerca del fuego para mirar a las

chicas que bailaban, me puse de pie, caminé unos metros por la playa y

me senté más cerca del mar. Me sentía un poco mareada por el vodka y

pensé: No debo alejarme mucho; la playa está muy oscura. Me tendí

sobre la arena fresca y húmeda y miré el cielo. Allí, sentí que todos mis

sentidos se agudizaban a la perfección. El olor salino del mar, el aroma

del pescado asado y de la leña que llegaba desde la fogata, el fuerte olor

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a algas, sudor y bronceador. Mientras contemplaba el cielo, empezaron

a aparecer más y más estrellas. Como puntitos plateados contra la

negrura. Pop. Pop. Pop. Aparecían más y más. Detrás de mí, oía los

sonidos de la fiesta: las congas, las voces, pero allí había más quietud,

interrumpida sólo por el suave rumor de las olas en la orilla.

Debí de quedarme dormida, porque desperté sobresaltada. Me incorpo-

ré, sin saber bien cuánto tiempo llevaba allí, pero sentí frío. Me froté los

brazos y estaba a punto de levantarme cuando me di cuenta de que

había alguien cerca, caminando hacia mí, pero como tenía detrás la luz

de la fogata, sólo podía ver una sombra. Mi corazón empezó a latir con

fuerza. Me di cuenta de que, si había problemas, yo estaba un poco

lejos de la fiesta.

—Oye, India, ¿eres tú? —preguntó una voz conocida.

—Uf —dije, al darme cuenta de que era Robin—. Me asustaste.

Se sentó pesadamente en la arena, justo detrás de mí.

—Jujúúúúúú—exclamó, y luego rió— ¿Qué haces aquí sola?

—Nada, sólo estoy mirando el mar y el cielo.

Robin se acercó más hasta quedar inmediatamente a mis espaldas.

Luego me rodeó con las piernas de modo que quedé sentada entre sus

muslos. Me atrajo hacia sí para que me recostara sobre su pecho.

Estaba tibio y tenía un fuerte olor a alcohol y ajo.

—Mirando el mar, el cielo y las estrellas —dijo, con voz soñadora—.

Eres una chica rara, ¿verdad, mi pequeña India Jane?

Y entonces empezó a besarme el costado del cuello y a mordisquearme

la oreja. Me quedé helada. Yo no quería nada de eso.

—No. Robin, yo...

Traté de apartarme pero era difícil pues me sostenía firmemente con las

piernas. Se acomodó hacia mi izquierda, me atrajo más hacia él y

empezó a besarme en la boca. Era horrible. Demasiado húmedo.

Demasiado intenso. Mientras seguía besándome y yo, intentando

soltarme, su respiración se hizo más agitada; subió con las manos y

empezó a acariciarme los senos.

Traté de quitar sus manos de allí.

—Robin, no. No quiero...

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—Vamos, India, sabes que me gustas —gimió. Luego me empujó de

modo que quedé tendida de espaldas y él, encima de mí.

—¡Robin, NO! —grité.

Mi protesta se apagó por el peso de su cuerpo sobre mí. Mientras yo

forcejeaba, todos los sonidos que nos rodeaban parecieron hacerse más

intensos. Detrás de nosotros, la fiesta estaba en su esplendor; delante,

las olas rompían sobre la playa. El crujir del fuego, el ritmo de las

congas, las guitarras, el sonido de conversaciones y risas. ¿Qué voy a

hacer?, me pregunté, mientras trataba una vez más de apartar a Robin

y de no entrar en pánico.

—¿Dónde estás? —preguntó tía Sarah en tono cortante por el teléfono

no— ¿Kate está contigo?

—Sí, está aquí. Estamos en la playa Troulos.

—¿Y Tom y su amigo, cómo se llama?

—Robin. Sí. Ellos también están aquí.

—Pásame con Kate.

—Eh... —No sabía qué hacer. Kate estaba acostada junto al fuego, dor-

mida desde hacía más de media hora—. Ella... está dormida.

—¿Dormida? —Por un momento se hizo un silencio ominoso—. ¿Está

borracha, India Jane?

No quería ser una soplona, pero no se me ocurría otra manera de volver

al complejo. Era la una de la mañana. Yo estaba bastante segura de

que, a pesar de su promesa, Kate no había llamado a su madre, y sabía

que tía Sarah estaría preocupada. Tanto Kate como Tom estaban

dormidos, y yo sabía que ni él ni Robin podrían llevarnos de vuelta,

especialmente por caminos no muy iluminados. No me quedó otra

alternativa que llamar a tía Sarah.

—Ella... Creo que sólo está cansada.

—Mantén el teléfono encendido y estaré allí apenas pueda.

—Está bien. Gracias. Eso haré.

Volví a la fogata y me senté a esperar. Junto al bar, vi a Robin

abrazando a Andrea. Pronto empezaron a besarse. Al menos no está

forzándola, pensé, apartando la vista. Me sentía enojada con él. Y

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conmigo misma. Todo era tan estúpido y yo estaba desesperada por

volver, meterme en la cama y olvidar aquel día. Kate seguía roncando a

mi lado, pero yo estaba bien despierta mientras repasaba mentalmente

los acontecimientos de las últimas horas por centésima vez. Se me

había pasado rápidamente el efecto del alcohol cuando Robin había

empezado a tocarme. Y me las habría arreglado aunque no hubiese

aparecido JoeDonahue como un caballero de brillante armadura. Yo

estaba forcejeando, sí, pero estaba a punto de intentar con una técnica

que siempre daba resultado con Lewis cuando jugábamos a la lucha

libre, años atrás. Un rápido rodillazo en la ingle. Siempre funcionaba.

Sin embargo, justo cuando le propiné el rodillazo, alguien levantó

aRobín de repente y vi a Joe de pie allí, con las manos en las caderas,

como un superhéroe. Irónicamente, aún llevaba puesta su camiseta de

Superman.

—¿Todo bien, India?

Balbuceé que estaba bien, me di vuelta y me puse de pie rápidamente.

Robin también se levantó, sosteniéndose la ingle. Se alejó cojeando,

murmurando algo acerca de que yo era estúpida e inmadura.

—¿Estás bien? —me preguntó Joe.

—Bien —repetí. Me irritó que me hubiera encontrado en medio de un

ataque de alguien como Robin, y esperé que no pensara que yo lo había

alentado de alguna manera—. No es mi novio ni nada.

—Lo supuse —dijo— De hecho, me pareció que estabas en problemas.

—Puedo arreglármelas.

—Ah, ¿sí? No parecía —repuso Joe— Yo, en tu lugar, me mantendría

lejos de esos tipos. Sólo quieren divertirse.

Antes de que pudiera evitarlo, exclamé:

—Como si a ti te importara lo que hago o con quién salgo. Y ¿qué haces

tú aquí? ¿Buscabas drogas? Por lo que me dijeron, a ti también te gusta

pasarla bien.

Joe pareció desconcertado por mis palabras pero optó por no hacerme

caso.

—Mira. ¿Por qué no te acercas a la zona iluminada, donde hay más

gente? Aquí está muy oscuro.

—Sé cuidarme sola —murmuré.

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—Seguro que sí, pero...

—No necesito que me cuides. Tengo tres hermanos, no necesito otro.

Por un momento, al pensar en mis hermanos, que ni siquiera se

molestaban en enviarme un e—mail, me sentí inmensamente sola y me

dieron ganas de llorar. En cambio, me mordí los labios y reprimí ese

sentimiento.

—Como quieras —dijo Joe— Es sólo que... en esta clase de sitios a

veces hay aprovechadores. Tipos que andan en busca de... —Vaciló un

momento como si buscara las palabras apropiadas.

—¿De criaturas como yo? ¿Es eso lo que ibas a decir? Anda. Dilo. Sé

que lo estás pensando. Lo patética que soy. Ya sé que me consideras

una idiota total.

—En realidad, no. Yo... No. Mira, voy de regreso al complejo. ¿Quieres

que te lleve?

Meneé la cabeza.

—Tenemos quién nos lleve, y tengo que encontrar a Kate. No puedo

irme sin ella.

—Kate sabe cuidarse sola —repuso Joe.

—Puede ser, pero yo no quiero dejarla —insistí, y me di cuenta de que

lo dije en tono muy cortante, como si lo culpara por algo.

Joe me miró con bondad, lo que otra vez me dio ganas de llorar.

—Te felicito, India Jane —dijo—. Es bueno cuidarse mutuamente.

Lo empujé a un lado y me dirigí hacia la fogata, y fue allí donde vi a

Kate y Tom tendidos de espaldas, roncando, sin prestar atención al

mundo. Es obvio que ella no vino a buscarme, pensé. Vi que Joe

verificaba que estuviera con ella y luego se alejaba hacia el esta-

cionamiento.

Deberíamos haber ido con él, pensé, al mirar el reloj y ver con horror que

era la una de la mañana. Entonces llamé a tía Sarah. Llegó unos

veinticinco minutos después y sentí mucho alivio al verla, a pesar de

que ella estaba furiosa. Regañó a Tom con todas las palabras, y luego,

entre las dos, ayudamos a Kate a subir al auto. Kate no pareció

amilanarse en absoluto. Estaba bien fuera de sí.

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—Mamita querida —dijo, arrastrando las letras—. Eh... Ven a la fiesta.

Hurra. Qué bueno que vino mi mamita querida.

Obviamente no era un sentimiento compartido por su mamita querida,

que nos subió al auto como a dos nenas de cinco años que han hecho

una travesura y nos llevó de regreso en silencio. Me pregunté si aún

pensaba que Tom Stourton era tan buena influencia.

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Capítulo 11 Castigadas

esperté a las nueve y media con una jaqueca que me partía la

cabeza. Me sentía como si alguien estuviese escarbándome el

cerebro con unos helados. Horrible. Encontré un par de

aspirinas en el bolso de Kate y fui al comedor a buscar café. Esperé

poder librarme de tía Sarah, pero no tuve suerte. Hacía horas que

estaba levantada y tenía más ganas de hablar que la noche anterior.

—¡Yo te creía más sensata! —empezó, cuando me senté a su mesa con

mi taza de café.

No se le había pasado el enojo. Ni un poquito. Seguía furiosa conmigo.

Con las dos. Kate continuaba durmiendo, ajena a todo: a lo que había

pasado en la fiesta con Robin y a cómo habíamos regresado al complejo.

Entonces me tocó recibir toda la ira de tía Sarah. Parece el título de una

película, pensé, mientras ella seguía reprendiéndome. La ira de tía

Sarah. Próximamente en el cine de su barrio.

Tenía toda una lista de cosas por las que estaba furiosa.

Furiosa porque nos retrasamos y no cenamos con ella.

Furiosa porque Kate había apagado su teléfono móvil.

Furiosa porque ninguna de las dos la había llamado.

Furiosa porque “nos podría haber pasado cualquier cosa”. (Y casi pasó,

pensé.)

Pero, más que nada, estaba furiosa porque Kate estaba borracha como

una cuba y apestaba a cigarrillos. Estaba tan borracha que llegó a

ofrecerle uno a su madre antes de quedar profundamente dormida.

Nunca había visto a tía Sarah tan enojada. Daba miedo.

Y el caso era que la entendía. No sabía dónde estábamos. Era lógico que

se preocupara.

—Lo siento, tía Sarah —le dije, con sinceridad. Me sentía mal. Mal por

ella. Mal por Kate. Y mal por mí.

—Ya lo creo que lo sientes, pero es un poco tarde para pedir disculpas,

¿no? ¿Y si te hubiese pasado algo? Tu madre me habría

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matado.Mientras estés aquí, estás a mi cargo, ¿lo has olvidado? Hoy a

primera hora hablé con Fleur y con tú papá; van a llamar más tarde. De

más está decir que a ninguno le agradó mucho enterarse de tu

comportamiento, y de que tú también estuviste bebiendo. No creas que

puedes hacerte la inocente.

—Eso es muy injusto —exclamé—. ¿Por qué tuviste que decírselo? En

primer lugar, no hice nada, y por otra parte, no pedí que me enviaran

aquí.

Tía Sarah me miró con frialdad y luego, de pronto, fue como un globo

que se hubiera desinflado. Toda su furia se desvaneció y en su lugar

quedó una expresión de absoluto cansancio.

—Están castigadas por los próximos días —dijo—. Las dos. No las

dejaré volver a salir solas hasta que aprendan a ser responsables.

Pueden quedarse aquí. En el complejo, donde yo pueda vigilarlas.

Después del sermón, tomé unas frutas y me escapé a la sala de

computadoras para revisar mis e-mails. Ya había uno de mamá.

India Jane (noté que ni siquiera decía “querida” India Jane):

Sarah nos contó sobre anoche. ¿En qué estabas pensando? No olvides

que eres una huésped allí y…

Blablabla, como si te importara. Te molesta más que tía Sarah se haya

enfadado que lo que me pasó a mí, pensé, mientras ojeaba el resto del

mensaje para ver si papá había escrito algo. Pero no. Ni siquiera tiene

tiempo para enojarse conmigo, pensé mientras apretaba “borrar”.

Había dos mensajes de Erin. Sólo las locuras de siempre: que había

visto a Scott Malone frente a la pescadería cuando volvía a su casa de

trabajar en el supermercado y que no había nada en la tele. (Cuanto

echaba de menos a Erin.)

Nada del resto de mi familia. Ni siquiera una advertencia de Dylan

sobre la salud y los peligros de beber en exceso.

Más y más gente salía de las cabañas y el centro empezaba a bullir con

la energía de un nuevo día. Mientras bajaba la escalinata de la

recepción, no tenía ganas de hablar con nadie después del sermón de

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tía Sarah. No con Kate. Y especialmente, no con Joe. ¡Demasiado tarde!

Al doblar una esquina, me topé de lleno con él.

—Veo que volviste —dijo.

—Sí. ¿Y qué? ¿Por qué no habría de volver? —respondí, y luego me

maldije al verlo desconcertado por mi tono de voz.

—Sí. ¿Por qué no? No. Es decir… lo sé, sólo que… bueno, no importa —

balbuceó.

Di algo gracioso, me dijo una voz en mi mente. Di algo gracioso. Lo que

me salió fue:

—Sí, y ya desayuné. Asombroso: también sé comer sola.

Noooooooooooooo. Idiota, dijo la voz en mi mente. Ahora cierra la boca,

India. No hables. Cállate. Cállate. Dios mío, pensé, al ver como si una

muralla se levantara en los ojos de Joe. Piensa que soy una perra. Y

tiene razón. Lo soy. Pero no es cierto. En serio. No. La verdadera India

Jane aún está aquí adentro, quería decirle. Te caería bien. Es una buena

chica. Pero, claro, no me salió nada.

La conversación se había malogrado. No tenía idea de por qué me

mostraba tan hostil hacia él, especialmente considerando que la noche

anterior sólo había tratado de ayudarme y no era él quien había

intentado forzarme. Tengo que tratarlo mejor, pensé, y traté de pensar

en algo amistoso que pudiera decirle.

—Eh… Ayer noté que tenías una camiseta de Superman —dije.

Asintió.

—¿No es él quien usa los calzoncillos encima de los pantalones? Quizá

tú también deberías hacer eso. Para completar el look.

Noooooooooooooooo. Por todos los santos, ¿cómo se me ocurrió decirle

eso?, pensé, apenas las palabras salieron de mi boca.

Joe lanzó una carcajada y meneó la cabeza.

—Sí. Sí, es él. Lo tendré en cuenta para la próxima vez que me ponga

esa camiseta. Me pondré los calzoncillos por fuera sólo para ti. A ver si

me trae suerte —dijo, y se alejó hacia el comedor riendo entre dientes.

—Aaahhhhh —murmuré, y le di un puntapié a la pared de la cabaña de

recepción justo cuando Anisha subía la escalera.

Se dio vuelta y vio a Joe.

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—¿Problema de muchachos? —me preguntó.

—No. No. ¿Por qué sería eso?

Levantó las manos.

—Tranquila. Sólo fue una pregunta. Me pareció verte conversando con

Joe. Olvida lo que te pregunté.

—No. No estaba… Al menos, yo sí. Conversando. Él… Ni siquiera lo

conozco, o sí, pero no mucho.

Anisharió.

—Pareces confundida —observó.

—Lo estoy. Es que… No lo sé. Siempre que está él, digo lo que no debo.

Y además… no lo entiendo.

Anisha asintió, pensativa.

—Sí. Supongo que es un poco misterioso. Mi amiga Rosie y yo

hablábamos de él anoche. Nosotras tampoco lo entendemos.

—Parece que le gusta estar solo.

—Sí —concordó, sonriendo—. Pero es lindo, ¿no?

Asentí, y Anisha fue a tomar su lugar en la recepción. Me sentía mal.

Fuera quien fuese Joe, hombre misterioso o superhéroe, yo había sido

grosera con él y luego le había dicho una estupidez. Otra vez. Cuando

no me portaba como una idiota delante de él, me portaba como la reina

de las miserables. De pronto, tuve necesidad de estar sola. De despejar

mi mente de aquel torbellino de pensamientos.

—¿Dónde hay un lugar tranquilo por aquí? —le pregunté a Anisha.

—¿Te refieres adonde no haya gente?

Asentí.

Anisha pensó un momento.

—A esta hora del día, la playa que está al pie de la colina, bajando por

entre los árboles a la izquierda. Es totalmente privada. Bellísima. Yo

siempre voy allá cuando necesito espacio. Es tranquila por la mañana,

se llena por la tarde.

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Perfecto, y tía Sarah no podría quejarse, porque la playa es parte del

complejo, pensé. Di las gracias a Anisha y me puse en marcha en la

dirección que me había indicado.

Pasé por la zona de cabañas, donde ya habían empezado algunas

clases. Eso no es para mí, pensé, observando a un grupo de señoras

meciéndose al sonido de una rara música de flautas. Salí de esa área y

empecé a bajar la colina, atravesé una pradera y luego caminé hacia el

mar. El suelo parecía absolutamente seco mientras recorría el sendero,

pasando por la sombra refrescante de un bosquecillo de pinos hasta

salir a la playa. Anisha tenía razón: era una cala apartada y bellísima, y

estaba vacía. Con un suspiro de alivio, bajé hasta la mitad, me dejé caer

en la arena y me quedé mirando las olas.

Eran apenas las once, pero no hacía mucho calor y no había viento, y

lamenté no haber pensado en llevar una revista o un libro. Ni

bronceador. Mamá se enojaría mucho si supiera que estaba allí sentada

sin mi factor veinte.

Van dos semanas, faltan otras dos, pensé, observando cómo las olas

bañaban la playa y rompían formando dibujos como de encaje. Y qué

diferente se ve todo respecto de anoche. Esta mañana, todo estaba

blanqueado por el sol, todas las sombras se habían desvanecido. Me

sentía a salvo. Anoche, la playa me parecía oscura y peligrosa.

Busqué mi móvil en el bolso. A pesar de que costaba una fortuna llamar

a Erin, no me importaba: necesitaba oír su voz. Estaba a punto de

marcar su número, pero luego recordé que Grecia está dos horas

adelantada. Serían apenas las nueve en Irlanda. Ella me mataría si la

despertaba en su día libre… y, por el momento, ya tenía demasiada

gente enojada conmigo.

Ahora ¿qué?, me pregunté. ¿Qué voy a hacer? Me sentía inquieta y

malhumorada. Frente a mí, estaba el océano. A mi izquierda y derecha,

la playa; detrás, árboles. ¿Cuál es mi lugar? No puedo estar en el centro

con esas locas que se mecen con la música, pero tampoco con los que

estaban anoche en la playa. Estoy de más. Mi lugar no está con Kate y

los muchachos. No soy de divertirme como ellos.Estuve engañándome.

Traté de convencerme de ser alguien que no soy. Todo el tiempo, estuve

fuera de lugar. Me sentía una impostora. Pero tampoco encajo aquí, en

Séptimo Cielo. En absoluto. Todos los huéspedes han venido por su

propia voluntad. Pagaron para estar aquí. Nadie los obligó a venir, como

a mí, porque era un estorbo para los planes de mis padres. Al pensar en

mamá, papá, Dylan y Lewis, se me llenaron los ojos de lágrimas. Sentía

un intenso dolor por dentro: la nostalgia más fuerte desde que había

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llegado. Si bien la casa de Notting Hill era el comienzo de un nuevo

capítulo, no veía la hora de volver allá y empezarlo. Lo único que quiero

es un hogar, pensé. Un lugar que sea mío, con una mamá y un papá

que se interesen por lo que hago y pienso. Quiero una familia que me

quiera. Un grupo de amigos con quienes realmente me lleve bien.

Quiero una habitación para mí sola. Un sitio donde pueda ser yo

misma, y ser feliz.

A medida que el sol ascendía en el cielo, la temperatura se aproximaba

más y más a un horno, y hasta la arena estaba demasiado caliente al

tacto. Hacía tanto calor que se lo podía ver como una bruma en el aire.

Seguía sintiéndome inquieta, y no podía pasar tanto tiempo mirando el

mar y pensando en mi lugar en el universo. Tengo que regresar al

centro, pensé. Buscar la gorra de béisbol, el protector solar, y algo que

hacer.

Mientras volvía caminando por la playa, vi que un grupo de gente del

hotel había bajado y estaba sentada en un claro, a la sombra de los

árboles. Eran unas doce personas, todas vestidas de blanco, sentadas

en semicírculo en torno a un hombre delgado, a quien reconocí

vagamente por los afiches que había visto en el centro. Aparentaba

unos cuarenta años y estaba sentado frente a ellos con las piernas

cruzadas. No podía sino pasar junto al grupo, y estaba tratando de

hacerlo sin molestarlos cuando el hombre me vio pasar y me dirigió una

enorme sonrisa.

—¡Ah, alguien que llega tarde! Ven, siéntate. Ponte cómoda —me dijo.

Me sonreía con tanta calidez que me pareció una grosería no aceptar su

invitación. Me acerqué en puntas de pie y me senté. Liam, el muchacho

que había sido amigable conmigo el primer día, estaba a mi lado y me

saludó con un gesto de la cabeza.

Alguien había encendido un incienso de sándalo y el aroma flotaba por

toda la zona. Me recordaba a mamá y a sus experimentos con los

aceites, y era agradable estar a la sombra de los árboles después del

calor del sol. En realidad, no tenía prisa por volver a la cabaña y ver a

Kate. Seguramente se pondría furiosa cuando se enterara de que

estábamos castigadas. Yo no quería ir a ninguna de las otras clases, de

modo que me puse a escuchar al hombre.

—El problema no es la bomba —dijo—. El problema son las mentes que

crearon la bomba. Las guerras nunca van a terminar con más guerras.

Sólo se logrará la paz cuando las mentes de los hombres estén en paz.

Si una mente está en paz, ¿qué necesidad hay de crear destrucción o

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bombas? Por ejemplo, piensen en un cuchillo. Es una herramienta que

se puede usar para cortar una manzana o para apuñalar a un hombre.

Lo que determina si una herramienta es destructiva o no es la intención

de quien la usa, no la herramienta en sí. Entonces, lo que la

humanidad necesita es paz mental. Lo que todos necesitamos es paz

mental.

Sí, eso es verdad, supongo, pensé, mirando al grupo. Había una mezcla

de razas y edades. Algunos, como Liam, no parecían ser mucho

mayores que yo; otros tendrían poco más de veinte o treinta años, y

otros aparentaban sesenta o más. Pero todos tenían una cosa en

común. Mientras estaban allí sentados, escuchando, parecían muy

quietos; muchos tenían una sonrisa dichosa en la cara mientras

contemplaban al hombre que les estaba hablando. Volví a prestarle

atención a él. Hablaba con un ligero acento indio y tenía una voz grave

y suave, agradable al oído. Pero había algo más en él. Resplandecía

como si lo hubiesen lustrado por dentro y por fuera, como si hubiese

hecho la mejor dieta de desintoxicación que se hubiera inventado.

Irradiaba buena salud y bienestar. Al principio, yo le había calculado

unos cuarenta años, pero tenía una cara lisa, sin edad, y al igual que

sus seguidores, lo rodeaba un aura de serenidad.

—La paz que ustedes buscan está en su interior —prosiguió—, en cada

uno de ustedes. Jamás la encontrarán afuera, en las cosas materiales

que dice darles felicidad. Como tampoco su verdadero hogar está en el

planeta, aunque nos engañamos pensando que pertenecemos a un

lugar o a un país. No. Díganme, amigos míos, ¿alguna vez tuvieron la

sensación de no encajar en este mundo? ¿De que éste no es su lugar?

Vi con asombro que todo el grupo levantaba la mano. Yo también lo

hice.

El orador sonrió.

—Eso es porque su verdadero hogar no está en este mundo. Su

verdadero hogar está en lo profundo de su interior, en un lugar de paz

al que se puede llegar por medio de la meditación. Allí encontrarán la

verdadera satisfacción. Todo en esta vida siempre está cambiando. Ésa

es su naturaleza. El dolor llega porque la gente quiere que las cosas no

cambien, pero eso no puede ser y no tenemos ese poder de impedirlo.

Como un río, nuestras vidas fluyen. Nuestro presente se convierte en

nuestro pasado y el tiempo fluye hacia un futuro mayormente

desconocido. Lo único que no cambia nunca es la fuerza vital que está

detrás de todo, y que se encuentra dentro de ustedes. Mientras tengan

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aliento, esa fuerza vital está adentro y, cuando la descubran, hallarán,

la paz y podrán ser, en lugar de hacer.

Mientras escuchaba, me invadió una sensación de calma y la inquietud

que había sentido antes se fue desvaneciendo. Era como si él estuviese

hablando de mi experiencia. De todo lo que yo había estado pensando

en la playa. Tal vez yo no estaba sola y, después de todo, no era la

única que no encajaba. Aparentemente, todas esas personas allí

sentadas sentían lo mismo.

Seguí escuchando y recordé una vez que Erin y yo habíamos intentado

aprender a meditar. Habíamos sacado un libro sobre el tema de la

biblioteca de la escuela y habíamos ido a su casa a hacer la prueba.

Primero había que sentarse en postura de loto, precisamente en la que

estaba sentado el maestro. No es fácil. Se cruzan las piernas, pero se

apoyan los pies sobre los muslos de manera que las plantas de los pies

queden hacia arriba. Para mí era fácil, pero para Erin fue una tortura.

No lograba poner los pies donde quería.

—Para mí es fácil —le había dicho—porque soy un alma superior en mi

milésima encarnación, mientras que tú eres una forma de vida inferior.

De hecho, probablemente es tu primera vez en el planeta.

Como respuesta, ella me había arrojado una almohada a la cabeza.

El libro decía que teníamos que concentrar la mente repitiendo un

mantra, OmShanti, una y otra vez. Al principio había que decirlo en voz

alta, y luego, interiorizarlo. Hicimos lo indicado, y cuando abrí los ojos,

quince minutos después, Erin estaba acostada en el suelo, durmiendo

como un bebe.

—Ni siquiera quiero saber qué significa OmShanti —dijo, en su propia

defensa—. Podría significar “testículos de perro” en swahili, y habremos

estado aquí repitiendo “testículos de perro” una y otra vez.

No me pareció que ninguna de las dos tuviera la actitud correcta y poco

después descubrimos a los muchachos, de modo que nunca lo

intentamos de verdad. Tal vez éste sea el momento, pensé, mientras

terminaba la charla y me levantaba junto con los demás para volver al

centro. Realmente me sentía mejor, como si ese hombre me hubiese

contagiado parte de la serenidad del orador. Tal vez la meditación era

más que dormir en el suelo. Todo lo que aquel hombre había dicho tenía

mucho sentido. Incluso me había dejado pensando. Tal vez asistiría a

otras de esas charlas. Incluso podría aprender a meditar correctamente.

Por lo pronto, no tenía otra cosa que hacer.

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Capítulo 12

Camino al paraíso

éjame en paz, India Jane —dijo Kate, mientras se

incorporaba en la cama y se frotaba los ojos—. ¿Qué

hora es?

—Diez y media.

Kate volvió a acostarse.

—Demasiado temprano —dijo—. Supongo que estás levantada desde el

alba, comunicándote con Dios y dando flores a los policías.

—No.

—Entonces, ¿dónde estuviste? Y ¿por qué estás toda vestida de blanco?

—Por nada… —No le dije que esa tarde iba a asistir a mi primera sesión

de meditación. Nos habían pedido que nos vistiéramos de blanco para

simbolizar la pureza. Ella no podía sino burlarse.

—¿Dónde estuviste, entonces?

—Fui a la primera sesión de meditación con los demás.

—Pensé que aún no habías aprendido a hacerlo.

—Y así es, pero me gusta sentarme allá mientras los otros meditan. Hay

una vibración muy pacífica.

—Diablos, India Jane, empiezo a preocuparme por tu cordura. Digo,

¿justamente con esa sarta de locos? ¿Hablar de vibración? Por favor,

dime que no hablas en serio.

—Sólo estoy observando de qué se trata. No te preocupes —respondí—.

Algo tengo que hacer mientras estemos aquí. Y aunque tú te escapes

todas las noches, aún seguimos castigadas.

Kate levantó una ceja.

—Señorita Santurrona: mamá dijo que sólo estábamos castigadas por

unos días. Creo que ya se le pasó un poco, especialmente desde que

llegaron los resultados de mis exámenes y vio que me fue mejor de lo

—D

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que ella pensaba. Volvió a aceptarme. Así que podrías venir conmigo. No

creo que a mamá le importe si volvemos un poco tarde.

—No pienso ir. No quiero volver a ver a Robin…

—Se siente mal por lo que pasó, ¿sabes? —me interrumpió Kate—. Se lo

contó a Tom. Yo creo que fue por alcohol y, ya conoces a Robin, en el

fondo no es un mal tipo…

—No me importa. No quiero verlo más. No creo que podamos volver a

ser amigos.

Kate se encogió de hombros.

—Puede ser, pero no seas tan dura con él; él dice que tú estabas

enviando algunas señales…

—¡No es cierto! ¿Cómo puede decir eso? Y ¿cómo puedes creerle? Sabías

que él no me gustaba.

Por un momento, hubo un silencio incómodo en la habitación, y las dos

nos apartamos mutuamente. Me sentí furiosa con Kate por ponerse del

lado de Robin.

—De todos modos, tú tampoco deberías andar con esos tipos —le dije—.

Seguro que a tu mamá no le gustaría, si supiera que aún los ves.

—Pues, en realidad, para tu información, Tom le escribió una nota a

mamá pidiéndole disculpas y diciendo que no volvería a ocurrir.

—¿En serio?

Kate asintió.

—Sí, y ya sabes lo desesperada que está mamá por conectarse con los

padres de él. Mamá me dio permiso para verlo siempre y cuando no

vuelva demasiado tarde. Te lo habría contado, si no hubieras estado con

la cabeza en las nubes estos últimos días.

Eso me causó mucha gracia.

—Bueno, estamos en el Séptimo Cielo —repuse.

Kate no se rió.

—Tengo que estar con alguien y tú ya no estás disponible. Ven con

nosotros.

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—No quiero. No quiero ver a Robin. No tengo nada que decirle. Y, de

todos modos, a tu mamá se le habrá pasado, pero la mía sigue enojada

conmigo, y no olvides que fui yo quien recibió toda la furia de tía Sarah

después de aquella noche en la playa. Cuando por fin te levantaste, y se

había clamado un poco.

—¡Y me lo recordarás siempre! Vamos, India J., no estemos enojadas,

por favor. Además, aunque no lo creas, me preocupo por ti, porque

estés disfrutando unas buenas vacaciones aquí. Es decir, entiendo que

tenemos que hacer algo para pasar el tiempo, pero ¿por qué no pintar o

aprender a bailar? Ponerte en contacto con tu osito interior o algo así.

Cualquier cosa menos juntarte con la brigada santurrona.

—No lo haré. No lo he hecho. Y no son santurrones. Hablan de cosas

muy sensatas. Como dije, sólo estoy investigando de qué se trata.

Hacía cuatro días que había visto por primera vez al instructor de

meditación en la playa. Se llama Sensei, que significa Maestro, y había

llegado la noche anterior a la primera reunión en la playa. Yo había

visto en el centro los carteles que anunciaban su llegada, pero no les

había prestado mucha atención porque en ese momento no me

interesaba. Ahora que sí me interesaba, Liam me contó todo sobre él.

Desde aquel primer encuentro, había ido todos los días a escucharlo

hablar y, cuanto más oía, más me gustaba lo que decía. Tenía más o

menos la misma edad que mi padre, pero no podía ser más diferente. Él

irradiaba serenidad, mientras que papá vivía en el caos. Un día, había

entrado a la habitación de Sensei; Liam me la enseñó, y era asombrosa.

Hasta su habitación tenía un aura de paz. Muy sencilla, con pocas

cosas. El aroma residual de un incienso de sándalo. Papá era como

Kate: por donde iba, dejaba un reguero de cosas como clara

demostración de que él había pasado por allí.

—Ah, conque lo estás investigando. Y ¿qué has descubierto? —insistió

Kate.

—Bueno… es difícil de describir… —empecé a explicar, aunque deseé

no haberle contado nada a ella. Si bien tenía sentido cuando estaba con

Liam o escuchando a Sensei, a ella no lograba explicarle lo que sentía

de un modo coherente. Sólo sabía que había encontrado alago que

quería aprender a hacer. Y gente a quien quería parecerme. Por medio

de la meditación, iba a convertirme en una nueva persona. En paz con

el mundo.

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Erin también expresó dudas sobre mi “iniciación” cuando me

comuniqué con ella por teléfono durante su descanso, una hora más

tarde. Era casi la hora de la sesión y yo estaba entusiasmada pero

también un poco nerviosa, y por eso había querido hablar con ella en

lugar de intercambiar mensajes de texto. Liam siempre me decía que,

para algunas personas, la primera meditación completa podía ser como

un renacimiento; para otras, era como si les abrieran el tercer ojo. ¿Qué

iba a pasar? ¿Tendría alguna visión o algo así? No lo sabía, pero

necesitaba compartir con alguien lo que sentía.

—¿Tendrás que ponerte un sari? —me preguntó Erin cuando le conté

las novedades.

—No. Al menos, no lo creo… —No le dije que estaba vestida de blanco.

—¿Hay chicos lindos en el grupo?

—¿Chicos? Eh… en realidad, no. Al menos, ninguno que me guste. Pero

no tiene nada que ver con eso.

—Retrocede hasta el “eh… en realidad, no”. Te conozco, India Jane. Hay

algo que no me estás diciendo. ¿Quién es el “eh… en realidad, no”?

Reí. A Erin, nunca podía ocultarle nada. Ni siquiera estando en otro

país.

—Bueno, ya sabes. No es realmente mi tipo, pero sí, hay un muchacho

en el grupo, Liam, que es más o menos decente. No me gusta, aunque

se ve bien… pero empieza a caerme mejor.

—¿Caerte? Hmm. Espero que no te caiga pesado. Detalles —exigió

Erin—. Descríbemelo.

—Alto. Diecisiete años. Delgado. No es convencionalmente apuesto pero

tiene una cara interesante. Tiene algo. Carisma. Puedo imaginarlo como

una especie de líder o director cuando sea mayor. Eh… ¿qué más?

Tiene nariz larga. Ojos interesantes…

—¿Ojos interesantes? ¿Qué? ¿Tiene tres ojos? ¿Es por eso que me

hablabas ayer sobre el tercer ojo?

—No, tonta. Tiene dos. Son color café, un tanto pequeños pero potentes,

como los ojos de un ave, que lo ven todo ¿sabes? Y, cuando me mira, es

como que mira de verdad. Como si me viera por dentro.

—Ajj. ¿Hasta los pulmones, el hígado y los riñones?

—Eriiin.

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—Lo siento, era un chiste. ¿Cómo te sientes cuando te mira?

—Normal. ¿Por qué?

—Por eso del magnetismo ocular. ¿Lo sientes?

—¿Qué es eso del magnetismo? —Erin siempre encontraba palabras

extrañas para verificar si la atracción hacia un chico era verdadera o

no.

Ésta era nueva para mí.

—Es cuando un chico te mira, y los dos se miran por un momento más

de lo que es normalmente necesario, como si los ojos fueran imanes y

no pudieran dejar de mirarse. Por lo general, va acompañado por un

vuelco del estómago.

—Parece una especie de enfermedad.

—Lo es —dijo Erin—. Se llama amor. Bien. ¿Y los labios de Liam?

—Sí. Tiene labios.

—India. Descríbelos. Necesito tener una imagen. Ya lo sabes.

—De acuerdo. Son sólo labios. No me he fijado mucho.

—¡Ja! Entonces no te gusta en serio. Si no, podrías describir su boca a

la perfección. ¿Zapatos?

Reí. Erin siempre decía que se podía saber mucho sobre un chico por

sus zapatos.

—Sandalias.

—Déjalo. No te metas con él. No nos gustan los chicos con sandalias,

India. Ya lo sabes.

—Olvídate de cómo se ve, Erin, y de la ropa que usa. Eso no importa.

Me comprende, ¿sabes? Puedo hablar con él y entiende lo que me pasa,

y fue la única persona amigable conmigo cuando llegué.

—¿Tiene novia?

—No creo que se fije mucho en las relaciones, aunque sí suele andar

con una chica llamada Rosie. Está en el grupo y también es simpática.

—Hmm. ¿Es gay?

—No lo creo.

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—¿Y es más o menos decente, dices? Me parece que no me gusta cómo

suena eso, India. En primer lugar, no nos gustan las cosas a medias.

No nos gustan las sandalias y no nos conformamos con menos. ¿Te

acuerdas? Vamos a seguir buscando príncipes sin aceptar ningún sapo

por el camino. Y, hablando de príncipes, ¿y tu apuesto príncipe? ¿Joe?

—Un desastre. Se pasa todo el tiempo en la sala de arte o en el bar

donde trabaja, en el pueblo, o sale quién sabe adónde. Pienso evitarlo

por el resto de las vacaciones.

—¿En serio? ¿Por qué?

—Es… No lo sé. Parece que hace aflorar lo peor de mí. Cuando está él,

me porto como una imbécil y digo tonterías.

—Ah. Eso parece amor. Avísame si te pasa lo del magnetismo ocular.

—No pasará. No quiero saber nada más de muchachos por el resto de

las vacaciones. Es extraño porque, desde que conocí a Sensei y a Liam,

dejé de preocuparme por Joe. En serio. Es como que ya no me importa

lo que piense de mí. Lo único que quiero es aprender esta meditación y

encontrar la paz mental. Liam dice que eso puede ser lo que faltó en mi

vida hasta ahora.

—¿Hasta ahora? ¿Qué sabe él? India, apenas tenemos quince años. Aún

tenemos que probar montones de cosas y nos faltan muchas más.

—Lo sé, pero… bueno, no puedo explicártelo, Erin. A veces, cuando

estoy escuchando a Sensei, me siento… No puedo expresarlo con

palabras; es como si hubiese estado esperando toda mi vida para llegar

aquí y oír su mensaje.

—Piénsalo un poco, India…

—Estuve esperando toda la semana para aprender a meditar y esta

tarde voy a hacerlo.

—OmShanti y todo eso, ¿eh? ¿Te acuerdas de cuando quisimos meditar?

—Sí, pero no lo hicimos bien —respondí—. Hace días que escucho

hablar de eso y hace falta poner cierto compromiso.

—¿Escuchas? ¿Seguro que no te están lavando el cerebro?

—No. Claro que no. Este sujeto es… muy inspirador.

—¿Quién me dijiste que era?

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—Sensei. Es de la India. Como de cuarenta años. Hace años que enseña

meditación. Viaja por el mundo haciendo eso.

—Y ¿es hindú o budista?

—No es de ninguna religión, aunque Liam dice que la palabra sensei es

budista y que enseña meditación budista. Pero no trata de convencer a

la gente de que adopte una religión ni un estilo de vida. Simplemente

enseña una manera de encontrar la paz interior.

Erin quedó en silencio un momento.

—Oye, India Jane —dijo, por fin—. Ten cuidado, ¿eh? Sé de gente que

se ha metido en sectas y cosas así.

—Nada de eso, Erin. No es una secta. Y no soy estúpida.

—Puede ser, pero te escucho y pareces… bueno, digamos, intensa. No

como eres tú.

—No. Es tu imaginación. Soy yo. Sigo siendo yo. Loca. Confundida.

—Bien. Así me gusta. De acuerdo, entonces. Mantenme al tanto, ¿sí? No

vendas tu alma…

—No, a menos que me ofrezcan un buen precio.

—En ese caso, vende también la mía —Erinrió—. Eso me gusta más. No

pierdas el sentido del humor. Y no te des por vencida con ese Joe. Me

gusta cómo se ve en la foto que me enviaste. Y tiene una linda boca.

—Ya me olvidé de él, Erin. En serio.

—Si tú lo dices. Entonces, mantenme al tanto y, si le das un beso,

quiero detalles. Y cuéntame cómo te fue en la ceremonia, sesión o como

se llame. Necesito saber que no has decidido entrar a un convento.

—Está bien. Pero no hablemos más de mí. ¿Y tú?

—¿Qué quieres saber?

—¿Cómo estás?

—Ah. ¡Al fin! Pensé que nunca me lo preguntarías. Ya que lo has hecho,

hace un lindo día aquí en Dublín y anoche me secuestraron unos

maniacos que me comieron el cerebro.

—Nada nuevo, entonces.

—No, pero gracias por preguntar. Es bueno saber que te interesas.

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—No. Sólo pregunté por cortesía.

—Eso tampoco es nada nuevo.

—No —dije—. En serio. Me preocupa haber estado un poco concentrada

sólo en mí últimamente.

—No. Bueno, sí, un poco. Peo no lo haces todo el tiempo, así que está

bien. Además, ¿para qué están los amigos, si no para escucharnos en la

salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza?

—Eso es el matrimonio. Los marcianos sí te comieron el cerebro.

—Te lo dije. No. Estoy bien, en serio. Aquí no pasan muchas cosas.

Amo a Erin.

No pudimos hablar más porque ella estaba en su descanso y tenía que

volver a trabajar pero, una vez más, deseé que estuviera conmigo. Lo

que me estaba pasando parecía muy importante y yo quería compartir

con ella todas las cosas importantes de mi vida.

Los nervios que había sentido se intensificaron mientras me dirigía al

lugar que había sido reservado como sala de meditación. Igual que

todas las cabañas que se usaban para las distintas clases del complejo,

era una habitación sencilla, blanca, con piso de parquet. Cuando

llegué, Liam y Rosie ya estaban allí encendiendo el acostumbrado

sándalo, abriendo las ventanas para que entrara la brisa y colocando

colchonetas y almohadas en el suelo.

—Siéntate —me dijo Liam, señalando un almohadón—. Los demás

están en camino. ¿Cómo te sientes?

Hice una mueca como para indicar que no estaba segura.

—Es un gran día para ti, ¿eh? —preguntó.

Asentí.

—Cuando el discípulo está listo, aparece el Maestro —dijo Liam—. No es

casual que estés en esta isla en este momento. Es tu destino.

Vaya, pensé. Grandes palabras. Pero sí había una parte de mí que

presentía que aquello estaba predestinado. Que tenía que ser así. El

destino me había traído aquí para que hallara la paz mental.

Rosie me miró con su amplia sonrisa.

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—Tienes mucha suerte —dijo—. Algunas almas tienen que esperar

muchas vidas para encontrar a su Maestro.

Oí la voz de Erin en mi mente. Para un poco. Piénsalo. Sólo vine a

aprender algunas técnicas de meditación, no a conocer a mi Maestro.

Empezaron a llegar las demás personas que, como yo, vestían de

blanco. Estaba Marjorie Scott, una simpática anciana de Bristol. Me

caía bien. Una mañana habíamos conversado durante el desayuno. Su

esposo había fallecido dos años antes y esa visita a Séptimo Cielo era la

primera vez que viajaba sin él. Lo echaba mucho de menos. Otro era

Brian McClary, un estudiante de DingleBay, en Irlanda. Había viajado a

Séptimo Cielo como parte de su año sabático antes de empezar la

universidad. Él no me caía tan bien. Usaba sandalias con calcetines,

tenía piernas blanquísimas y peludas y usaba pantalones cortos

demasiado cortos. Digo, ¿acaso no había oído hablar de las bermudas?

Traté de reprenderme por ser superficial y me dije que el aspecto no lo

es todo, que debía buscar a la persona que había adentro, pero aun así,

esas piernas largas y regordetas no eran nada agradables a la vista. Y

por último, estaba Clare Taylor. Acababa de terminar su primer año

como maestra de jardín de infantes y decía que necesitaba paz mental

para manejarse con los niños.Tenía cabello castaño muy erizado, como

si hubiese metido los dedos en el enchufe, una alegre cara redonda, y

siempre estaba sonriendo.

Sensei llegó poco después que los demás y se sentó en su almohadón en

el frente. Liam y Rosie se acomodaron atrás, cerca de la puerta, y una

loca idea me cruzó la mente. Están bloqueando las salidas. Huye ahora.

Me dije que no fuera tonta. Tía Sarah nunca dejaría enseñar en su

centro a nadie que no fuera serio.

Sensei cerró los ojos y por unos momentos quedó sentado en silencio.

Una vez más, me llamó la atención su quietud y su serenidad. Era

hermoso observarlo pero, con el correr de los minutos, empecé a

preguntarme: ¿Esto es todo? ¿Yo debería estar haciendo lo mismo?

Sensei abrió los ojos y nos miró a todos con una amplia sonrisa.

—Bien, empecemos. Primero, voy a hablarles del mar. Todos han visto

el mar, ¿sí? Cuando miramos el mar, vemos las olas en la superficie: a

veces son calmas a veces, encrespadas, pero si fuéramos más abajo,

muy, muy profundo, a la profundidad más insondable, veríamos que, a

pesar de lo que ocurre en la superficie, hay quietud, hay tranquilidad.

Del mismo modo, la mente de ustedes se parece mucho al mar.

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De acuerdo, mi mente es como el mar, pensé, y de pronto, una voz

empezó a cantar en mi mente. Ah, cómo me gusta estar junto al mar…

Cállate, dijo una segunda voz.

Tú también cállate, ordenó una tercera.

Escuchen a Sensei, dijo una cuarta. Me obligué a concentrarme.

—En la superficie de la mente, hay ideas y sentimientos que, como las

olas del mar, a veces son calmos y a veces se encrespan. ¿Sí?

Todos asentimos.

—Para encontrar la paz, tienen que ir a lo profundo de su interior,

debajo de las olas de la emoción. Por eso estamos aquí esta tarde: para

encontrar esa quietud. Volverse hacia el interior de uno mismo: ése es

el camino al paraíso, a ese estado del ser que tantos buscan en el

exterior. Está dentro de ustedes, no afuera.

Eso es lo que quiero hacer, pensé. Encontrar quietud. Alejarme de todos

los sentimientos contradictorios que tengo y de estas locas voces de mi

cabeza, que están en la superficie de mi mar, mente o lo que

sea.Encontrar el camino al paraíso.

Sensei hizo una seña a Liam, quien se levantó y cerró los postigos de la

ventana, de modo que la sala se oscureció. Buuuuujujuuu, dijo una de

las voces de mi cabeza, en un tono que daba miedo.

—Este método que voy a enseñarles es una meditación Vipassana

derivada de la escuela del Budismo Teravada, y muchos creen que es el

método original que enseñaba el mismo Buda…

Genial, pensé.

Teravada, ¿eso no es una especie de tortuga?, preguntó otra voz.

No, eso es una terrapin. Ahora cállate y concéntrate, dijo una tercera.

—Empezaremos por concentrarnos en la respiración. Esto va a traerlos

al momento presente… —prosiguió Sensei.

De pronto, tomé conciencia de una nueva voz en mi cabeza, que

cantaba con acento escocés: Soplen los vientos arriba, soplen los vientos

abajo, por la calles con mi falda escocesa yo voy. Todas las chicas me

dicen: ¡Hola, Donald! ¿Y tus pantalones?

¡Dios mío!, pensé. Y eso, ¿de dónde salió?Ah, ya recuerdo. Era una

canción que solía cantar la mamá de Erin mientras cocinaba. Nos hacía

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reír mucho porque ella es irlandesa pero le gusta cantar canciones

escosas.

Me estoy volviendo loca. Cállate, mente. Cállate, cállate, cállate. Hice un

esfuerzo por volver a concentrarme en lo que decía Sensei.

—Aunque sus pensamientos se ocupen del pasado o del futuro, la

respiración siempre está en el presente. Si no, no estaríamos vivos. Sin

embargo, poca gente vive en el aquí y el ahora, porque los

pensamientos, las metas, los sueños o los recuerdos ocupan mucho de

nuestra atención, haciéndonos pensar en hechos pasados o plazos

futuros, citas y planes.

Qué aburriiiiiiiido, protestó una voz muy fuerte en mi mente, justo en el

momento en que Sensei miró hacia donde estaba yo. Dios mío.¿Y si

puede leer la mente? Seguro que puede, siendo un hombre santo. Y en

realidad no estoy aburrida. Estoy interesada. En serio. Me ruboricé

intensamente y bajé la mirada al suelo.

—¿Cuántas veces deseamos que la semana termine, que sea ya el fin de

semana? ¿O pasamos un día en el trabajo o en la escuela, deseando

estar en casa? —prosiguióSensei—. Siempre queremos estar donde no

estamos. Tantas veces la felicidad parece estar en cualquier tiempo

menos en el presente…

Eso es verdad, pensé. Como me pasa a mí en la isla. Desde que llegué,

siempre quise estar en cualquier lugar menos aquí, siempre pensando

que sólo voy a ser feliz cuando vuelva a Londres o vea a Erin. Sí. Es

cierto.

—La verdadera felicidad sólo se encuentra en el presente, y esta

meditación es una técnica que los hará ser conscientes del momento,

para que puedan experimentar su perfección. Bien. ¿Están todos

cómodos? ¿Relajados?

Todos nos acomodamos un poco. La Sra. Scott tosió. Brian aspiró

fuertemente y luego la sala volvió a quedar en silencio.

—Bien, cierren los ojos —dijo Sensei—. Voy a enseñarles dos métodos

para concentrarse. Ambos son igualmente eficaces. Prueben los dos y

luego podrán elegir cuál les da mejores resultados. Primero, concentren

su atención en la respiración, en el aire que entra por la punta de su

nariz…

—Eh, Sensei, tengo la nariz tapada —lo interrumpió Brian.

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—No hay problema —respondió Sensei—. Simplemente concéntrate en

el aire que entra por tu boca. Bien. Ahora sientan la frescura del aire

que entra. Sí. Luego la tibieza del aire que exhalan un momento

después. Sí. Muy bien. No traten de seguir el aire hasta los pulmones;

mantengan la atención fija en los orificios de la nariz. Imaginen que,

cuando respiran, cada uno de ustedes es un centinela custodiando un

portal y vigilando quién entra y quién sale.

Sí. Puedo hacer esto, pensé, concentrando mi atención tal como Sensei

lo había indicado. La sala quedó en silencio mientras cada uno de

nosotros se concentraba en su respiración. Fue agradable por un rato,

pero luego la banda de los locos que vive en mi cabeza volvió a la carga.

Abre los ojos, fíjate qué están haciendo los demás.

No. No. Senseipuede estar mirando.

Sí. Dedícate bien a esto. Déjate de tonterías. Concéntrate como dijo

Sensei.

Él es el Maestro. El Maestro Ciruela, ja, ja, ja, ja, ja. Dios mío, eso solía

decir Ethan.

Ta te ti, suerte para mí.

¿Qué? Estoy loca. De remate. No. No. No estoy loca. Estos pensamientos

son sólo la superficie del océano y están encrespados. Ve más profundo.

Encuentra la paz. Concéntrate. Concéntrate.

Aire fresco que entra. Aire tibio que sale. ¿O era al revés? Aire tibio que

entra. Aire fresco que sale. No. No puede ser así, tonta. De acuerdo.

Empieza de nuevo.

Soy un pez nadado en el mar de mi mente. ¿Qué estará haciendo Joe?

Erin me dijo que le avisara si llegábamos a besarnos. Ojalá. No, no quiero

eso. Descarta esa idea. Él no me interesa. Lo odio. ¿Cómo será darle un

beso? Erin tiene razón. Tiene una linda boca. Seguro que besa muy bien.

Por un momento, tuve una encantadora sensación en el estómago al

imaginarme besando a Joe.

Concéntrate, idiota. Deberías estar concentrada, no pensando en besar a

un chico que ni siquiera se interesa por ti.

Y ¿por qué no se interesa? ¿Qué tengo de malo? Tal vez debería

preguntárselo. No. Es mala idea. Los chicos detestan eso.

De pronto, la voz de Sensei me trajo de regreso a la sala.

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—Y ahora, el segundo método —dijo, y me di cuenta de que apenas me

había esforzado con el primero—. Esta vez, concentren su atención en el

subir y bajar del abdomen mientras inhalan y exhalan. Simplemente

concéntrense en el movimiento del abdomen al respirar.

Seguí sus instrucciones y, efectivamente, mi abdomen subía y bajaba

mientras yo respiraba. Por unos minutos, logré mantener la

concentración.

Y luego: Cuando salga de aquí, voy a ir al comedor a buscar un

jugo.Tengo sed.

Y quiero hacer pis.

Y me pica la pierna izquierda.

Se me durmió la pierna derecha.

En realidad, no me vendría mal dormir. Esta mañana me levanté muy

temprano. Ahora mismo podría acurrucarme en el suelo y dormir.

Diablos, qué aburrido es esto. ¿Cuánto tiempo llevamos?

¿Qué pensaría papá de que yo meditara? ¿Le interesará siquiera saber lo

que estoy haciendo estos días? ¿Por qué será que todo cambió con él?

Hubo un tiempo en que él sabía todo lo que yo hacía. Se interesaba. Es

muy triste.

Últimamente me siento sola en el mundo. Siento que nadie me quiere.Que

no le importo a nadie.

India. Deja de autocompadecerte y concéntrate.

Ah, sí.

Arriba… abajo. Aire fresco que entra. Aire tibio que sale. Abdomen que

sube, abdomen que baja. Qué aburrido. Me duele el trasero de estar aquí

sentada.

Esto no es el paraíso. Ni afuera, ni adentro.

Abrí los ojos y espié a los demás.

La sala seguía en penumbras, silenciosa. ¿Cuánto faltará?, me

pregunté, esforzándome por ver mi reloj en la tenue luz.

Déjame salir, dijeron todas las voces a coro.

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—No importa el método que elijan —dijo Sensei—, observen su

respiración con total conciencia. A medida que crece la sensación de

quietud, observen qué siente su cuerpo…

Sí, sí, lo que usted diga. Termínela, señor santo, rezongó la renegada que

vive en mi cabeza. Sensei siguió hablando pero yo no lograba seguirlo.

Mi mente divagaba a más no poder. Demonios. Soy malísima para esto,

pensé. Está claro que no estoy hecha para la meditación. Ni un poquito.

Para nada. Ni modo.

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Capítulo 13 ersuasión

Después de la sesión, corrí a mi cuarto. Quería hablar con

alguien a quien conociera y tenía la esperanza de que Kate

estuviera allí, pero nuestra cabaña estaba vacía. Me sentía

extraña después de la sesión, como un síndrome premenstrual

multiplicado por diez, lo cual era raro porque no estaba a esa altura del

mes. Marjorie, Brian y Clare habían salido extasiados y conversando

con entusiasmo sobre la maravillosa experiencia que habían tenido.

Liam y Rosie, también. Para mí había sido un anticlímax total y, una

vez más, me sentía excluida. Parecía que yo era la única que no había

sentido mucho, y verlos tan entusiasmados me hacía sentir una

fracasada. Tenía un deseo abrumador de hablar con mamá o incluso

papá. Que me dijeran que estaba bien. Que no importaba si no podía

meditar o que tuviera un montón de locos viviendo en mi cabeza. Que

aun así me amaban.

Probé los números de ambos, pero los dos teléfonos estaban en

contestador. Oír la voz de papá me llenó los ojos de lágrimas. Bueno,

qué emotiva estoy, pensé, tratando de contener las lágrimas.

Luego llamé a Erin. También estaba el contestador.

Probé con Ethan. Genial, pensé, cuando atendió y oí su voz familiar. Me

senté en la cama, lista para tener una buena charla. Ethan sabía

escuchar y decía las cosas indicadas.

—Hola, India —dijo—, ¿Cómo...? NOOOOOOOOOOOOO. ¡Lara! Deja

eso. Dios mío, India. Lo siento. Es que estoy a cargo de las mellizas. ¡No!

¡Lara! Mil disculpas, India. No es un buen momento. Tengo que irme.

Lara acaba de embadurnar la pared con esmalte para uñas. ¿Hablamos

más tarde?

—Claro —respondí—. ¿Está... está Jessica? —Mi cuñada también sabía

escuchar.

Pero Ethan no respondió. Ya había colgado.

Luego llamé a Lewis. Me atendió Chaz, el amigo con quien compartía el

apartamento.

—No. No sé dónde está —dijo.

P

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—¿Puedes decirle que llame a su hermana, India?

—¿Que llame a su hermana en la India?

—No, a su hermana, India. Soy yo. India Jane. Estoy en Grecia.

—Ah, bueno —dijo Chaz, riendo—. Qué complicado. Bien. Que llame a

su hermana.

Sabía que no llamaría. En primer lugar, Chaz no me pidió mi número y,

sabiendo lo desorganizado que es Lewis, no lo tendría anotado.

Bien, nos queda el pequeño obsesivo de la salud, pensé, mientras

probaba con el celular de Dylan. Hasta la idea de hablar con él

resultaba atractiva. Podríamos tener una conversación sobre

melanomas o sobre el síndrome del colon irritable, pensé, al oír el tono

de llamada. Cualquier cosa con tal de que me recuerde que tengo una

vida de hogar en alguna parte. Que sí tengo un lugar que es mío.

Atendió el contestador. Eso es todo, pensé. Nadie en mi familia está

disponible. Todos tienen vidas ocupadas. Vidas que no me incluyen. Y

creo que hasta mi papá ya no me quiere.

Me sentía sola y triste, y estaba a punto de ponerme a llorar cuando

sonó mi teléfono. Era Erin, que me escuchó con paciencia mientras le

contaba todos los acontecimientos y los sentimientos de la mañana.

Gracias a Dios que existen los amigos, pensé, mientras ella reía a

carcajadas por mis intentos fallidos de meditar.

—Es un gran alivio, India —dijo—. De veras pensé que ibas a ingresar

al ejército de Dios.

—Lo intenté. Quizás en otra oportunidad, cuando sea mayor. Es como

si tuviera en la cabeza cuatro estaciones de radio sintonizadas a la vez.

—Bueno, eres de Géminis, signo de los gemelos: personalidad dividida y

todo eso.

—Sí, pero hay más que un par de personalidades en mi cabeza. Hay

montones de ellas. Me sentí una fracasada.

—Tonterías. No es lo tuyo. No seas tan dura contigo. Y ahora, ¿qué?

Aún te queda una semana y media allá. ¿Vas a rendirte a tus deseos y

seguir el vil camino de los chicos, la ropa y el chocolate?

—Suena bien —respondí— Tú primero.

—De acuerdo. Hagamos un plan para que seduzcas a Joe.

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—¿A Joe? No. Ya te lo dije. No le intereso en absoluto, aunque sí lo

pesqué observándome cuando salíamos de la sesión de meditación.

Como si estuviera sorprendido de verme con esa gente. Sin duda, todo

eso le parece una tontería. Es de los que se burlan de esas cosas.

—Ve y pregúntale qué hará esta noche. Y no menciones el tema de la

meditación si crees que no le interesa.

—Esta noche no puedo. Liam dijo que preparará unas provisiones para

ir de picnic a la playa. Para festejar mi primera sesión de meditación.

—Primera y última, según parece.

—Él entenderá que no es lo mío. No son de presionar a la gente. Eso

quedó claro desde el comienzo.

—Entonces, relájate —dijo Erin—. Disfruta estar allá. Busca el camino

medio y todo eso del Zen.

—Tienes mucha sabiduría, Obi—WanKenobi.

—Lo sé. En realidad, soy la elegida, pero no se lo cuentes a mucha

gente o me acosarán mientras cargo las estanterías con latas de

guisantes, y no será buen momento. Mi jefe insiste en que todos los

empleados usemos unas horribles redecillas en la cabeza, y quiero

verme de lo mejor cuando me revele como la encarnación de todas las

diosas.

Pobre Erin, pensé, cuando terminamos de hablar. Se pasa el día

trabajando en su empleo de vacaciones, y jamás se queja en serio,

aunque no puede ser divertido. Y aquí estoy yo, en una isla idílica al

sol, rezongando como la reina de las malhumoradas. De ahora en

adelante, voy a aprovechar al máximo mi estadía aquí y a dejar de ser

tan egocéntrica. Me sentía mucho mejor después de hablar con ella.

Erin hacía que todo pareciera muy sencillo: que, aunque la meditación

no fuera para mí, no importara. Yo me las había ingeniado para

agrandarlo todo. No significaba que yo fuera la fracasada que me había

creído.

Unas horas más tarde, estaba sentada en la playa con Liam. Era una

hermosa tarde cálida; soplaba una brisa suave y acabábamos de comer

la más deliciosa cena de pimientos rojos, calabacines, hierbas, queso y

unas aceitunas exquisitas; luego unos diminutos dulces griegos hechos

con pistachos, y un pastel celestial hecho con canela.

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—Mi papá me llama Chica Canela —le dije, lamiéndome los dedos llenos

de miel y especias.

Extendió la mano y me acomodó un mechón de cabello detrás de la

oreja.

—Por ese cabello tan hermoso —dijo, y me miró profundamente a los

ojos de una manera que me hizo sentir muy incómoda—. Parece de

cobre pulido cuando le da el sol.

—Eh... sí... supongo...

—Ese nombre te sienta bien.

—Eh... gracias —respondí, y aparté la vista para mirar el mar.

Había otras personas del centro en diversos puntos de la playa: todos

habían llevado su cena y estaban sentados, como Liam y yo,

observando la puesta de sol en el horizonte. Durante la cena, le había

contado mi experiencia en la sesión de meditación y me había esforzado

por hacerlo reír imitando a todas las voces de mi cabeza.

A diferencia de Erin, a él no le causaron gracia. Parecía decepcionado,

como si hubiese esperado otra cosa de mí.

—No debes darte por vencida —dijo.

—Es que soy muy mala para esto. No podía concentrarme.

—A mí me pasó lo mismo la primera vez.

Me sorprendió.

— ¿En serio?

—Sí. Le pasa a todo el mundo. Porque, en la mayor parte de nuestra

vida, nuestra atención está vuelta hacia fuera; nadie se fija mucho en lo

que pasa por dentro. Sólo cuando intentamos encontrar la quietud

interior nos damos cuenta de todo el frenesí que tenemos allí. Como dijo

Sensei: tienes que ir más allá.

—Lo intenté. Logré concentrarme durante unas cuatro inhalaciones y

luego ya me ponía a pensar en algo. No. No creo que esto sea lo mío.

Liam apoyó una mano en mi brazo y me miró con intensidad.

—Tu primera vez, India Jane. Nunca habría pensado que renunciarías

tan fácilmente.

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—Yo... no es así... —empecé a defenderme.

—A mí me parece que sí. Es decir, no esperarías llegar a dominar

ningún otro tema en una sola sesión, ¿o sí?

Hablaba como papá. Él siempre decía que, si uno quiere hacer algo

bien, tiene que practicar, como hacía él con su música.

—Supongo que no.

—Pues bien, dale otra oportunidad.

Pero es aburrido, pensé, aunque no se lo dije. En cambio, me encogí de

hombros.

—Sí. Puede ser.

—En serio, India Jane. Insiste. Te han dado el regalo más valioso. No lo

desperdicies por las sombras de tu mente. No son reales. Como dice la

frase: cuanto mayor es la luz, mayor es la oscuridad que la rodea.

—Eh... sí—dije, aunque en realidad no entendía bien a qué se refería.

—Contraste. A mayor luz, mayor oscuridad. Estás resistiéndote porque

algo en tu interior reconoce la verdad, reconoce la luz. Lo que se resiste

es tu lado oscuro.

—¿Mi lado oscuro? —repetí. Me vino a la mente una imagen de Erin y

yo haciendo nuestra imitación de zombis para divertirnos.

—Sí —dijo Liam— Todos tenemos un lado de luz y un lado de

oscuridad. El lado oscuro cede a la tentación, te aparta del camino. Es

como la parte más débil de ti.

Si tú lo dices, pensé, mientras me llevaba a la boca otra delicia griega.

—Es así —prosiguió Liam—. La palabra "meditación" significa

concentración. Algunos utilizan un mantra como la palabra Om para

concentrarse. Otros usan una vela o una flor. Hay muchas otras

técnicas que se concentran en la respiración. Yo he probado muchas

técnicas diferentes y ésta es la mejor que he encontrado. Insiste, India

Jane. No te des por vencida. No renuncies a lo que puede ser lo mejor

que te haya pasado.

Empezaba a sentirme confundida e incómoda. Detestaba que papá me

acusara de renunciar a algo con demasiada facilidad, pero él no era el

más indicado para hablar de eso. Él perseveraba en lo que tocaba al

arte o a su música, pero en otras áreas de la vida, era el primero en

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renunciar: siempre acababa mudando a su familia por el mundo

cuando se ponía inquieto en algún lugar. Sentí una punzada de enojo.

Yo no quería ser así. Pero ¿estaba renunciando ahora con facilidad?

¿Era verdad que estaba tomando la salida fácil, o como decía Liam, que

me estaba rindiendo a mi lado oscuro? No me gustaba pensar que fuera

así, pero tal vez era cierto que había optado por descartar la meditación

demasiado pronto. En los días anteriores a la sesión, Sensei había

pasado horas hablando del compromiso. Tal vez debería volver a

intentarlo. Me había parecido bien cuando hablaba de ello con Erin,

como que no tenía importancia si no insistía, pero ella no había asistido

a ninguna de las charlas de Sensei ni había oído las cosas que decía.

Decidí ser totalmente franca con Liam.

—Es que... no lo sé, Liam. Supongo que extraño a mi familia y eso me

deprime un poco. Realmente quería hablar con ellos, pero... bueno,

todos estaban ocupados. Me sentía una fracasada.

Liam asintió como si entendiera.

—Puede ser difícil cuando uno va hacia adentro por primera vez, porque

se descubre como es en realidad, ¿sabes? Es decir, cuando estás

ocupada con las cosas externas, puede ser una distracción y apartar tu

mente de lo que en realidad te molesta, pero si vas hacia adentro, todo

estará allí esperándote.

—Supongo que sí. Todas las voces. No me había dado cuenta de lo loca

que estoy, ni de lo mucho que extraño a todos —dije—. Al menos, me

daba cuenta más o menos, pero no quería pensar en eso. De todos

modos... no los tuve cuando los necesité.

Liam volvió a asentir.

—No puedes depender de nada ni nadie en este mundo. Es una dura

lección. Meditar puede ayudarte a sentirte más independiente. Más

segura de ti. Como que no necesitas a nadie.

No estaba segura de si eso me atraía o no. Yo siempre necesitaría a Erin

y a mi familia, aunque todos estuvieran ocupados en un momento.

—Lo pensaré —respondí—. Como dijiste, fue mi primera sesión. Tal vez

haga otro intento.

—Excelente —dijo Liam, visiblemente más tranquilo—. Sabía que no te

darías por vencida. Me di cuenta de eso en ti y... bueno... —Vaciló un

momento y miró hacia el mar; luego se volvió hacia mí y otra vez me

miró profundamente a los ojos—. Espero que no te importe que toque

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un tema personal, pero aquella primera vez que te vi, supe que había

algo especial en ti. Algo especial en nosotros. Una conexión. ¿La

sentiste?

En realidad, no, pensé, mientras me invadía una oleada de pánico.

Verifiqué rápidamente que aún hubiera otras personas en la playa. No

quería una repetición de la experiencia con Robin.

—Eh... siento que nos entendemos —respondí.

Liam asintió, y luego rió ligeramente.

—Así es. Oye, India, puedes relajarte. No me voy a arrojar sobre ti.

Me dio vergüenza. Seguramente me vio mirar alrededor y la expresión

de mi cara, aunque había tratado de disimular.

—Es que... yo... —balbuceé.

Liam apartó la mirada y la dirigió al cielo.

—Siento que nos conectamos en un nivel superior, ¿sabes?

—Ah, sí.

Un nivel superior, eso lo puedo aceptar, pensé, y le dirigí lo que esperé

que fuera una sonrisa enigmática. Pero no intentes besarme.

—Incluso estuve pensando que tal vez nos conocemos de una vida

pasada.

¿Una vida pasada?, pensé. Vaya, qué intenso es este tipo, aunque...

nunca me habían dicho algo así. En realidad, es muy romántico, en

cierto modo... aunque sigue sin gustarme.

—Sí, qué bueno —dije, pero me sentía incómoda, y me pregunté si Liam

había estado a punto de decir algo más pero cambió de idea al ver mi

cara de susto. Los dos nos quedamos mirando el mar. No sabía qué

más decir, de modo que me puse de pie—. Bien, Sensei siempre dice

que hay que estar en el aquí y el ahora, así que, en esta vida y no en

una vida pasada, creo que tienes razón. Debo probar de nuevo con la

meditación; de hecho, voy a ir a mi habitación en este mismo instante a

hacer otro intento. No hay mejor momento que el presente, ¿eh?

Hubo un asomo de decepción en la cara de Liam, pero luego asintió.

—Claro. Buena idea. Te acompaño.

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Qué alivio, pensé, mientras guardábamos las cosas y nos poníamos en

marcha. Me sentía un poco mal por haber usado la meditación como

excusa para apartarme de él, pero me sentía incómoda allí sentada, con

esas miradas largas y profundas que me dirigía y a las que no sabía

cómo reaccionar. Si no pensaba arrojarse sobre mí, ¿por qué me miraba

así?

Cuando llegamos a las cabañas, Liam y yo decidimos ir a buscar un

poco de té de menta antes de hacer nuestra meditación. Clare Taylor

estaba en el comedor, en un extremo de la mesa larga, con Joe y Rosie.

Nos vio a Liam y a mí y nos saludó de lejos.

—Y aquí llega otra reciente incorporación al grupo —dijo, indicándonos

que nos sentáramos con ellos.

Me preparé para alguna burla de Joe y no pude evitar pensar que él se

habría reído conmigo si le hubiera contado sobre las "voces en mi

cabeza".

—Voy a buscar el té —dijo Liam, mientras yo me sentaba junto a Clare.

—¿Tuviste un buen día, entonces? —me preguntó Joe.

Asentí.

—Sí. En general, sí.

—Qué bueno —dijo Joe—. Me hablaron bien de este tipo Sensei. Una

amiga de mi hermana hizo su meditación y la ayudó mucho. Le tenía

terror al transporte público; no podía subir a un avión o a un metro sin

que le diera un ataque de pánico. Fue y aprendió ese método que

enseña Sensei y la ayudó a superarlo. Ahora viaja sin problemas.

—¿En serio?

Me sorprendió oír a Joe decir eso. Había pensado que se burlaría como

Kate, pero parecía estar muy a favor. Y a mí no se me había ocurrido

usar la meditación como manera de superar los momentos de estrés. Si

lograra que me diera resultado, tal vez sería útil, por ejemplo, en los

exámenes, pensé. Yo me estresaba mucho en momentos como ésos y

solía comerme las uñas hasta no dejar casi nada.

—Clare estaba diciéndonos que tuvo una sesión maravillosa —comentó

Rosie.

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—Así es —exclamó Clare, con una amplia sonrisa—. Es difícil de

describir, pero me sentí muy en paz. Te aclaro que me llevó un tiempo.

Al principio tenía conciencia de un montón de tonterías en mi mente,

pero volví a concentrarme como indicaba Sensei y, al cabo de un rato,

fue como si mis pensamientos pasaran a un segundo plano, quedaran a

lo lejos, y sentí que me iba aquietando, y fue una sensación maravillosa.

—Y a ti, ¿cómo te fue, India Jane? —me preguntó Joe.

Eché un vistazo hacia donde estaba Liam y vi que seguía ocupado con

los tés.

—Ah, sí —respondí— Me fue bien. Sí, bien.

No quería admitir públicamente el fracaso que había sido y que había

estado pensando en darme por vencida. La conversación con Liam me

había hecho reconsiderar mi plan. No quería que nadie pensara que era

de renunciar con facilidad, y escuchar a Joe y a Clare me hizo pensar

que tal vez sí me estaba dando por vencida muy fácilmente. Además,

tenía otra razón para no hacerlo. Estaba segura de que ya le había dado

a Joe suficientes razones para que me considerara una cabeza hueca.

No quería darle más.

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Capitulo 14 Nueva era

la mañana siguiente, desperté llorando. Había tenido un sueño

horrible y tardé un momento en darme cuenta de que no había

sido real. Soñé que iba caminando por la calle y mamá pasaba

en bicicleta. Me puse muy contenta y la saludé con un gesto de la

mano, pero no me vio. Siguió pedaleando como si yo no estuviera allí.

Luego vi a papá y a Dylan acercándose a pie, conversando. Sentí mucho

alivio y también los saludé con la mano, pero ellos tampoco me vieron.

Era como si yo no existiera. Era invisible para ellos. Desperté con una

horrible sensación de pérdida.

Acostada allí, enfadada. Con papá por enviarme lejos. Con mamá por

permitírselo. Me sentía indefensa y detestaba sentirme así.

Normalmente no soy de compadecerme a mí misma. Prueba con la

meditación, dijo una voz en mi cabeza. Ve más profundo que esas

emociones que parecen una montaña rusa; eso dijo Sensei. Tal vez dé

resultado en momentos como éste. No pierdes nada con volver a

intentarlo.

Me levanté con sigilo para no molestar a Kate y me dirigí a la playa. Ella

estaba acostándose tarde otra vez y le gustaba dormir por la mañana.

Como era temprano, pensé que estaría sola, pero en un extremo divisé a

Sensei y alguno de los demás, incluso Liam, sentados a cierta distancia

entre sí. Me senté, asumí la postura de loto, apoyé las manos sobre las

rodillas, con las palmas hacia arriba, junté el pulgar y el índice como

había visto que hacia Sensei, cerré los ojos y otra vez empecé a meditar.

Opté por el primer método que había enseñado Sensei y, tal como él

había indicado, me concentré en el aire fresco que entraba por la nariz y

el aire tibio que salía.

Adentro. Afuera.

Fresco. Tibio.

En realidad, no tan fresco pues hace calor; olvídate del aire fresco: aire

tibio que entra y aire tibio que sale. De acuerdo. Entra. Sale.

A

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Qué sueño horrible. Dios, me dio mucha tristeza. ¿Qué estarán

haciendo hoy mamá y papá? No pienses en eso. Ellos no se preocupan

por mí. Yo no voy a preocuparme por ellos. Concéntrate.

Adentro… afuera. Aire fresco. Aire tibio.

Joe estaba muy apuesto ayer. Es verdad que tiene una linda boca, con

ese labio inferior carnoso. Y Liam, que piensa que tenemos una

conexión. De ninguna manera. Yo sé con quién tengo conexión, y es con

Joe. Él también debe de sentirla. Erin dijo que siempre es de a dos.

No estás concentrándote.

Epa.

De acuerdo. Adentro. Afuera. Adentro. Afuera.

Sí, las voces seguían allí, parloteando sobre esto y aquello, pero yo

estaba decidida ir más allá. Seguí concentrándome una y otra vez, como

había enseñado Sensei.

Al cabo de un rato, empecé a sentirme ligeramente más tranquila.

Apenas. Y sí, me sentí bien cuando, un rato después, abrí los ojos y

miré al océano frente a mí. Sentía como si mi mente hubiera quedado

limpia, y todo el paisaje que nos rodeaba se veía claro y bien definido

como si lo mirara con ojos nuevos.

Luego de veinte minutos, subí a desayunar con los demás, sintiendo

mucho más entusiasmo por todo, y me senté con Liam y Rosie a comer

un tazón de yogurt con higos frescos y miel.

Liam me dirigió una gran sonrisa de aprobación cuando le dije que esta

sesión había sido mejor, y cuando Sensei vino a sentarse a nuestra

mesa, a pesar de que apenas era un comienzo, tuve la sensación de

haber encontrado mi lugar. Por primera vez desde mi llegada a Séptimo

Cielo, creí estar en el camino correcto.

Durante los días siguientes, desarrollé una nueva rutina.

Levantarme temprano. Meditar. Desayunar. Revisar e—mails. Asistir a

la charla de Sensei. Y, cuando Kate salía a pasar el día afuera, tomaba

mi carpeta y me ponía a dibujar en la cabaña, principalmente bocetos a

lápiz de algunas personas del complejo, pero también parte de la vista

que había desde la galería del frente. No le mostraba mis dibujos a

nadie, pues no quería que los juzgaran, ni a ellos ni a mí. Era mi propio

tiempo privado y, curiosamente, descubrí que me sentía más en paz

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dibujando que en cualquier otro momento, incluso durante la

meditación.

Mamá y papá habían dejado unos mensajes a los que respondí

brevemente.

Hola. Estoy muy ocupada. Los echaba mucho de menos, pero ya no. He

conocido a mi maestro. Y al fin estoy encontrándome. Adiós, India Jane.

Una parte de mí aún estaba dolida porque apenas se habían molestado

en llamarme en los primeros días de mi viaje y no había podido

encontrarlos aquel día en que los extrañaba tanto. Quizá nuestras

actividades habían hecho que no coincidiéramos, pero yo realmente

necesitaba oír sus voces.

Casi todos los días había un e—mail de Dylan, que me informaba datos

y cifras sobre algún tema que había leído, y yo siempre le respondía.

Era dulce de su parte molestarse en escribir. Tuve la sensación de que

él también me extrañaba un poco, a su manera peculiar.

Todos los días, yo escribía todo lo que podía recordar sobre las charlas

de Sensei y se lo enviaba a Erin. Era lo más que podía acercarme a

compartir toda esa experiencia con ella pero, extrañamente sólo me

respondió una vez.

Querida hermana MargeritaBernadettaConsumattaO’Riley:

He leído los santos blogs que me has enviado y lo único que puedo decir

es: ¿en serio?

Llámame cuando hayas vuelto al planeta Tierra.

Erin

Hum, pensé, al leer su mensaje. Era obvio que no se alegraba por mí.

Tal vez fuera porque hasta entonces habíamos hecho muchos

descubrimientos juntas y esto era algo que yo había hecho sin ella. O

quizá, simplemente yo ya no era la India Jane que ella conocía. Estaba

cambiando, y salían a la luz otras partes de mí. Tal vez yo había dejado

atrás todo lo que éramos cuando estábamos en Irlanda.

Mientras seguía asistiendo a las charlas y pasando el tiempo en

Séptimo Cielo, en lugar de salir con Kate e ir al pueblo, empecé a

conocer mejor a algunos de los huéspedes, sus motivos para ir allí y qué

encontraban en ese lugar.

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Una de mis preferidas era Carey Freidman, Era de Los Ángeles, y nos

pusimos a conversar una tarde mientras nadábamos en la bahía. Yo la

había visto algunas veces durante la cena, y me había llamado la

atención, en parte porque era alta y bellísima, y en parte porque

siempre llevaba la cabeza cubierta por pañuelos coloridos y me

preguntaba por qué. Me contó que había trabajado como modelo hasta

el año pasado, cuando habían descubierto que tenía cáncer de mama.

Aunque parecía que iba a recuperarse por completo, dijo que aquello la

había llevado a considerar toda su vida.

—Lo peor fue perder el cabello —me dijo, mientras nadábamos por el

agua turquesa y cristalina—. Lloré como un bebé. Sé que todos vamos a

morir algún día, pero tener una enfermedad como ésta te obliga a

pensar en eso. Lo vuelve real. No puedo creer que antes sufría por

estupideces como el talle que usaba, como si fuera lo más importante

del mundo. Ahora valoro otras cosas tan distintas como mis amigos y

mi familia.

Hablar con ella me hizo pensar en mis prioridades. ¿Cuáles eran? Un

hogar, eso era seguro. Y Erin, que esperaba que siguiera siendo mi

amiga. Pero mi familia me parecía muy lejana. Como parte de otra vida,

y eso me había provocado mucha tristeza, especialmente cuando hablé

con Anita Patel y me enteré de lo que le había pasado a ella. Era una

farmacéutica del norte de Londres, delgada y bonita, y conocí su

historia cuando fui al pueblo con tía Sarah a buscar provisiones, en el

comienzo de mi última semana. Anita nos llevó en la camioneta del

complejo y nos contó que había perdido a su hermana en el tsunami de

2004 en Indonesia.

—Eso cambió todo —dijo—. Al principio, me sentía muy culpable. Es

que habíamos tenido una discusión la noche anterior a su viaje: yo le

había prestado un vestido y ella había derramado vino tinto sobre él. Me

enojé mucho. Nunca llegué a pedirle disculpas ni a decirle que la

quería. ¿Qué importaba una mancha, por Dios? Su muerte sacudió todo

mi mundo, y por eso vine aquí. Necesitaba tiempo para estar lejos de la

gente que me conoce, que tiene relación con la que yo era antes, porque

ya no me siento esa persona. Quiero… necesito averiguar quién soy

ahora.

Yo puedo entender eso, pensé. Aunque yo no he perdido una hermana,

siento que estoy cambiando, dejando atrás a la vieja India y

convirtiéndome en una nueva persona. Como la historia de Carey, las

experiencias de Anita me hicieron pensar. Papá y yo no habíamos

discutido precisamente, pero yo me había enojado mucho con él por

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haberme enviado lejos. ¿Cómo se sentiría si le pasara algo antes de

tener la oportunidad de componer las cosas? La idea de que papá ya no

estuviera, a pesar de estar enojada con él, me resultaba inimaginable.

Chantelle Harrison era la ex esposa de un futbolista y era

absolutamente elegante: gasta se maquillaba para ir a desayunar. Al

principio me intimidaba, pero luego empecé a conocerla mejor. La

conocí trabajando en la cocina y, después de nuestra primera charla,

me acogió bajo su ala y me cuidaba como si yo fuera su hija perdida.

—Viniste aquí a encontrarte, ¿no? —le pregunté un tarde, mientras

picábamos cebollas para una ensalada.

—No, querida —respondió—. Vine a perder a mi ex. Pero sí traje su

tarjeta de crédito con la intención de gastar una buena suma en mí

antes de divorciarme de ese imbécil. ¿Y tú? ¿Qué haces aquí?

—No estoy segura. Mi familia me envió, así que no fue exactamente idea

mía. Entonces… eh…

En ese momento, Joe pasó por la zona del comedor a nuestra izquierda.

Chantelle me dio un codazo. Traté de simular que no me había dado

cuenta, y volvió a codearme.

—¿Qué? —le pregunté, pero supe que estaba ruborizándome y que ella

se daba cuenta.

—Le has echado el ojo, ¿verdad?

—No.

—No me mientas, querida. Me llamo Chantelle y soy una casamentera.

—Dios mío. ¿Es tan obvio?

—No tanto —respondió—. Sólo para mí. Tengo un radar para el

romance. Pero no te preocupes. No voy a delatarte.

—Gracias —le dije—. Pero, de todos modos, él no tiene interés.

Me guiño un ojo con aire cómplice.

—Yo no estaría tan segura —dijo—, Lo he visto observarte cuando

entras al restaurante.

—¿A mí? ¿En serio?

Asintió.

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—En serio —dijo. Señaló hacia una de las mesas, donde un tipo buen

mozo de cabello oscuro conversaba con Carey—. Como esos dos. Se han

estado mirando desde hace días. Sí, sin duda, Cupido anda arrojando

sus flechas por aquí.

—Qué bueno —respondí, y seguí picando cebollas.

Había otros a los que también llegué a conocer. Cada uno tenía una

historia que se revelaba con el correr de los días, mientras se

disfrutaban las comidas y se bebía ouzo, la bebida local. (Yo no lo bebía;

¡sabe a solvente!) Las dos hermanas que Kate había dicho que eran

bibliotecarias lesbianas no lo era. Eran amigas, Julie y Macey. Sus hijos

ya eran grandes y estaban en la universidad, y ambas habían quedado

con un vacío enorme con sus vidas; por eso habían decidido venir aquí

y mirar hacia delante en vez de seguir en el pasado.

Fui conociendo una historia tras otra de pérdida, dolor o, simplemente,

el deseo de encontrar “algo más”. Al conocer mejor a los huéspedes, me

sentí mal por haberlos considerado al principio una sarta de perdedores

de mediana edad y, como Kate, haberlos llamado “los presos”, Eran

simplemente personas, algunas mayores, otras más jóvenes, pero todas

intentaban sobrellevar la vida y lo que ella había puesto en su camino.

—¿No hay nadie que tenga una historia feliz? —le pregunté a tía Sarah

un día, cuando la encontré sola en el almuerzo.

Me sonrió.

—Tú —respondió, y miró por la ventana—. Claro que sí, muchos tienen

historias felices, India. Pero el centro suele atraer a muchas personas

que se encuentran en un momento crucial de sus vidas y desean

evaluar el rumbo que están tomando.

Me pregunté si ella también sentiría eso. Se había separado de tío

Richard, el papá de Kate, años atrás y, por lo que me había contado

mamá, él había sido el amor de su vida. Era obvio que nunca había

encontrado a nadie que lo reemplazara.

Me sentía bien compartiendo más tiempo con tía Sarah y empecé a

admirarla por haber montado semejante lugar. Al principio, me había

parecido un negocio más. Ella tiene una gran habilidad para aprovechar

las oportunidades, pero al observar cómo ella y su amiga Lottie

dedicaban tiempo a todos los huéspedes y les recomendaban talleres o

clases, me di cuenta de que las dos intentaban sinceramente ofrecer un

servicio. Un lugar donde la gente pudiera ir a repensar su situación y lo

que querían hacer de su vida.

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Al final de mi tercera semana en la isla, me sentía en casa. Muchos de

los huéspedes habían pasado de ser extraños a ser amigos, y se habían

convertido en una gran familia sustituta. Sin duda, parecían más

interesados en cómo estaba y quién era yo que mi verdadera familia,

cuya comunicación resultaba más superficial y apresurada.

—Y ¿cuál es tu historia? —me preguntó Lottie una tarde, mientras

estábamos sentadas en grupo en la bahía, disfrutando la última tibieza

del día.

—Bueno, nada en comparación con las de los demás —respondí,

indicando a Anita, Peter y Carey, que estaban remando en el mar.

Liam se acercó más y me rodeó en un brazo, lo que me hizo sentir

incómoda. Me dio un apretón afectuoso y luego, como si me leyera la

mente, me soltó.

—¿Y bien? —preguntó.

—No hay nada más que decir —respondí. Ya le había contado sobre mi

familia, Erin y todos los lugares donde habíamos vivido.

—Y ¿dónde estás ahora, Chica Canela? —me preguntó mientras Lottie

se ponía de pie, señalaba su reloj, se despedía y se alejaba de regreso al

centro—. ¿Qué está pasando ahora?

Me quedé mirando el mar un momento.

—No estoy segura. Siento que estoy entre dos lugares, ¿sabes? Creo que

así estamos todos aquí, en Séptimo Cielo. Estamos de vacaciones y eso

siempre es un estado intermedio, como tomarnos un tiempo libre de

nuestra verdadera vida, pero en más que eso. No estoy segura de quién

soy en realidad, ni de lo que quiero al regresar. Traté de andar con mi

prima y de pasarla bien con ella, pero eso no es lo mío, aunque tampoco

estoy segura de que mi lugar esté de todo con el grupo de meditación.

Es como que… siento que he dejado atrás una parte de mí, pero no

estoy segura de qué sigue. Ya no sé cuál es mi lugar. Dios, qué

confundida estoy, ¿no?

Liam sonrió y asintió.

—Sé exactamente lo que te está pasando. Es un proceso. Uno de los

procesos más mágicos en el viaje de la vida.

—¿Un proceso mágico? No lo parece.

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—Lo será. Estás pasando por una metamorfosis. Como las orugas. Es

decir, ¿te imaginas? Allí estás un día, arrastrándote por el suelo con un

montón de patas, sabes por dónde vas, la vida es bastante buena, eres

verde y, de pronto, todo empieza a desaparecer. Te encuentras

retrocediendo, atrapada en un capullo, disolviéndote.

Reí.

—Sí. Eso debe dar miedo, ¡pero la última vez que miré, sólo dos piernas

y no era verde!

Liam no rió.

—Lo sé, India. Sólo trato de que entiendas algo —dijo—. Imagina que

estás en un capullo y tienes que quedarte allí muchísimo tiempo. ¿Te

imaginas lo que debe pasar por la cabeza de la oruga? Basta, socorro,

estoy atrapada, esto no me gusta. Pero es parte del proceso que la lleva

hacia delante y, cuando emerge del capullo, ya no es una oruga

aburrida: es una mariposa con alas hermosas, y puede volar.

—Sí —dije—. Supongo que es como magia, realmente.

—Eso es lo que te está pasando, India. Creo que todas estas cosas que

nos rodean en la creación son pistas que nos indican lo que puede

pasarnos, que nos dicen: no tengas miedo cuando te sientas en un

cuerpo que no es el tuyo; no temas si te sientes atrapado; es parte de

un proceso. La etapa intermedia. Creo que eso es lo que te está

pasando. Estás dejando de ser una oruga y convirtiéndote en una bella

mariposa.

Era una pena que no me gustara Liam. Decía cosas maravillosas, y era

bueno y atento, el chico perfecto en muchos aspectos, pero no había

química… Le sentía un olor extraño; no malo, como si no se bañara,

sino como a mantequilla hervida. No era un aroma que me resultara

atractivo. Otra vez estaba mirándome con esa mirada intensa que me

daban ganas de hacer alguna tontería, como ponerme bizca o con cara

de tonta, para quebrar el momento.

—Y ¿sabes cómo salir del capullo? —me preguntó Liam.

Meneé la cabeza.

—Medita —dijo, y miró al cielo—. Y entonces volarás.

De pronto, me vino a la mente una imagen de Erin haciendo su gesto de

“voy a vomitar” y tuve que contener un abrumador impulso de echarme

atrás en la arena y reír a más no poder. Liam era tan intenso. Y

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entonces vi pasar a Joe y me miró. Me saludó con un brevísimo

movimiento de la cabeza y deseé que Liam no estuviera sentado tan

cerca de mí. Joe debe de pensar que estamos juntos. Traté de

apartarme un poco con disimulo. No quería lastimar a Liam: sí lo

valoraba como amigo. Simulé desperezarme, luego me froté la pierna y

me puse de pie con dificultad.

—Se me durmió la pierna —dije, echando un vistazo alrededor para ver

adónde había ido Joe.

Iba caminando en dirección al centro. No miro atrás.

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Capítulo 15 El sendero

l comenzar la cuarta semana, ya me sentía más concentrada y

empezaba a emerger en mí una persona nueva, más en paz. Al

menos, eso pensaba yo. Kate fue la primera en hacerme saber lo

que pensaba de mi nueva visión de la vida.

—¿Quieres estas revistas? —le pregunté una mañana, después del

desayuno, mientras colocaba a los pies de mi cama una pila de revistas

que había terminado de leer.

—¿Por qué? ¿Son demasiado mundanas para ti? —me preguntó Kate,

volviendo a acomodarse contra la almohada.

—No. Ya las leí —respondí, aunque en realidad ella tenía razón. Me

había inspirado particularmente algo que había dicho Sensei en su

charla matutina acerca de la necesidad de la gente de tener estímulos

constantes y de cómo eso les impedía apreciar el aquí y ahora. Había

decidido deshacerme de todo lo que me distraía, empezando por regalar

mis revistas y guardar mi iPod, y resolví leer solamente libros que

fueran inspiradores y, como decía Sensei, que fueran “alimento para el

alma”.

Kate me miró un largo rato.

—Has cambiado —dijo.

—¿Cómo?

—Te has vuelto aburrida.

—¿Aburrida? —Me sorprendió. ¡Había esperado que observara lo serena

que me había vuelto, no aburrida!

—Sí. Una aguafiestas. Y rara.

—¿En qué sentido? —le pregunté. Me dolió su reacción y cómo venía

tratándome desde que yo había entrado al grupo de meditación. Parecía

aprovechar cada oportunidad para criticarme a mí, a Sensei o a alguno

de sus seguidores.

—“Sensei dijo tal cosa, Sensei dijo tal otra. Liam dijo esto, Liam

aquello.” Es como si ya no tuvieras cerebro propio, ¿o lo has entregado

junto con tu alma?

A

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—Claro que no. Es sólo que descubrí algo que me da resultado. Me hace

mucho bien.

—No lo creo. No te veo más feliz. Yo no creo que esto te haya hecho

ningún bien.

—No puedes juzgar eso hasta que lo hayas probado tú misma —

empecé.

—Seguro que es otro de los dichos de Sensei, ¿no?

Meneé la cabeza. En realidad, era de Liam. Él decía que él gente

siempre se apresuraba a opinar sobre aquellos que eran como Sensei y

sobre lo que él hacía, y por lo general era gente que no sabía nada de él

ni había probado su meditación.

Traté de concentrarme en mi respiración y no meterme en una

discusión. Esa misma mañana, Sensei había estado hablando de la

rapidez con que reaccionamos y de que, si respiramos algunas veces

para calmarnos, podemos ir más allá de la ira y el fastidio.

—Ey, Robin ha estado preguntando por ti —dijo Kate—. Creo que le

gustaría verte para pedirte disculpas por lo que pasó aquella noche en

la playa. Deberías venir con nosotros algún día, antes de que nos

vayamos.

—Dile que acepto sus disculpas. No necesito verlo.

Kate pareció molesta.

—¿Qué quieres que le diga? ¿Qué ahora tienes cosas más importantes

que hacer que salir con gente como nosotros?

—No es eso. ¿Cómo puedes hablar así? Es sólo que ahora me interesan

otras cosas, Kate.

—Ya lo creo. Apenas te veo últimamente.

—Pensé que te alegraría no tener que cargar conmigo.

Kate meneó la cabeza.

—No. De hecho, me gustaba tenerte cerca.

—Podrías venir a escuchar a Sensei y aprender a meditar.

—Sí, claro —dijo Kate—. Preferiría cortarme un brazo.

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Se levantó y empezó a caminar por la habitación, de mal humor.

Mientras ella guardaba en su bolso los anteojos de sol y los cigarrillos,

decidí dejarla con sus cosas. Si no estaba dispuesta a darle una

oportunidad a Sensei, no había nada que yo pudiera hacer. No quería

discutir, de modo que salí de la cabaña y fui a revisar mis e—mails.

Había cinco.

Uno de Erin, que decía:

Hola, chiflada. ¿En qué andas estos días?

Aún no entiende lo importante que es esto para mí, pensé, mientras

pasaba al siguiente mensaje, que era de Dylan. Había copiado y pegado

una serie de artículos sobre los peligros de ingresar a una secta

espiritual. Tuve la tentación de responderle una locura, algo como:

“Demasiado tarde. Ya me afeite la cabeza y renuncié a todas mis

posesiones mundanas, y ya no me llamo India Jane. Ahora soy la

Hermana Umbongobongo ji”. Pero sabía que Dylan se preocuparía y que

le interesaba mi bienestar, de modo que le respondí rápidamente que no

había ingresado a ninguna secta y que no se asustara.

Por el tono del mensaje de mamá y papá, ellos tenían la misma

inquietud que Dylan, pero no me apresuré a tranquilizarlos.

India, por favor, contesta. Te llamamos pero estabas en la playa

escuchando a ese maestro que mencionaste. Sarah dice que has estado

asistiendo a sus clases. Me encantaría que me contaras sobre eso.

Mantén el teléfono encendido entre las tres y las cuatro y te llamaré a

esa hora. Cariños, mamá.

Tanto tiempo, Chica Canela. Hazle una llamada a tu papá.

Que se preocupen por mí, pensé, mientras leía sus mensajes, y decidí

no responder. Al menos, no todavía. Era obvio que tía Sarah les había

contado algo, de modo que sabían que seguía viva. Que pensaran que

ahora era yo la que estaba ocupadísima. Que yo también tenía una

vida. A ver si les gusta, pensé, y pasé al siguiente, que era de Lewis.

Quería saber cómo estabas, hermanita. Me dicen que ingresaste a un

convento. Llama a los viejos y diles que no te volviste loca. Cariños de

tu hermano Lewis.

Me di cuenta de que mamá o papá le había pedido que me escribira.

Probablemente mamá. Ella ya estaba de regreso en Inglaterra con Dylan

mientras papá seguía de gira. Imaginé a mamá, Lewis y Dylan sentados

a la mesa en Notting Hill, hablando de mí. Probablemente mamá había

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pedido a Lewis y Dylan que fueran sutiles y averiguaran lo que

pudieran, pero los dos eran transparentes como el vidrio.

Justo cuando estaba respondiendo el mensaje de Lewis, entró Liam y le

comenté las reacciones de los distintos integrantes de mi familia y de

Kate.

—Ah, sí —dijo— Era de esperarse. Mucha gente se siente amenazada

por los cambios en una persona a la que cree conocer. No te preocupes

por eso. Es sólo la oscuridad de ellos que se está resistiendo.

Asentí

Eso pensé.

—Tienes que ser fuerte, India. Sé fiel a lo que sabes, aunque eso

signifique dejar atrás a personas que una vez te conocieron. Estás

creciendo. Evolucionando. Embarcándote en el sendero. Kate no viene

contigo. Cuando eso sucede, a veces implica cortar lazos.

Por mí está bien, pensé. Por la ventana, vi a Kate subiendo la pendiente

y encaminándose a la parada del autobús. Estaba con Joe y, por el

modo en que gesticulaba, como si estuviera frustrada por algo, adiviné

que hablaban de mí. Di lo que quieras, pensé. Yo voy hacia un lugar

más allá del deseo y de los apegos. Me sentí más decidida que nunca a

seguir en el “sendero”.

—Cuando llegué aquí —dije, observando cómo Kate subía al autobús y

Joe se dirigía al comedor—, sólo podía pensar en volver a Londres.

Ahora, ni siquiera estoy segura de querer regresar. Me gustaría

quedarme en Grecia. He encontrado mi lugar. Mis nuevos amigos. Mi

nueva familia. Quiero quedarme en el complejo y seguir aprendiendo.

—No es posible —respondió Liam—. Cierra en octubre por el invierno.

—Sí, lo sé. Creo que sólo soñaba despierta.

Ya sabía que el complejo cerraba porque había oído a Lottie y a mi tía

Sarah conversando sobre quién se quedaría en septiembre, cuando

empezaran las clases para Kate y Joe. Habían decidido que tía Sarah

regresaría a Londres, en parte por Kate, pero también porque la época

previa a Navidad era una de las más importantes para sus locales

comerciales. Quizá volviera a Grecia por un fin de semana, pero Lottie

se quedaría a dirigir Séptimo Cielo las últimas semanas, y Joe iría a

casa con su padre. Además habían acordado que, aunque los dos

estaban en el último año y supuestamente eran adultos jóvenes, Kate

necesitaba más supervisión que Joe. No le transmití esa información a

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Kate, pues pensé que podría dar comienzo a una guerra mundial

cuando ella y su madre apenas acababan de alcanzar una especie de

tregua y parecían llevarse un poco mejor.

—Y ¿adónde va Sensei? —pregunté a Liam.

Se pasa la vida viajando a distintos países, enseñando. Sólo está aquí

por un tiempo; nunca se queda demasiado tiempo en un mismo lugar.

De hecho, creo que lleva aquí más de lo que suele quedarse en

cualquier lugar.

—Y ¿qué vas a hacer tú cuando se vaya?

Liam se encogió de hombros.

—Volver a la escuela. Tengo que volver a Inglaterra la próxima semana.

El año que viene tengo los exámenes finales. Mis padres insisten en que

los dé y esperan que luego vaya a la universidad, pero tengo mis propios

planes. Voy a ir a la India a vivir en un ashram.

—¿Qué es un ashram?

—Es como un monasterio. Un lugar donde no hay distracciones. Es

donde uno se puede dedicar realmente al camino espiritual.

—Vaya. Parece que allí tendrás que vivir como un monje.

—Esa es la idea. Quizá tú también deberías pensarlo. Para ti, sería

como completar el círculo. Naciste en la India. Bien puede ser tu

destino volver allá. Tal vez por eso tenías que venir a este lugar: para

aprender eso.

Sentí una oleada de pánico. Espera un poco, pensé. Yo no sé si estoy

lista para eso... ¿o es un clásico caso de la oscuridad en mí

resistiéndose al verdadero sendero?

—Podrías venir conmigo —prosiguió Liam—. Para entonces, tendrás

dieciséis años. Nadie podría impedírtelo.

—Creo que no —dije—. Pero me parece una decisión muy grande.

Inmensa.

Liam se encogió de hombros.

Sí, pero por lo que me has dicho, me parece que toda tu vida fue tu

papá quien dictaminó adónde vas, dónde vives y dónde quiere enviarte

de vacaciones para su comodidad. Siempre has hecho su voluntad y él

no ha pensado mucho en la tuya, ni siquiera si es remotamente

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parecida a la suya. Podrías elegir por fin tu propio camino o, al menos,

pasar un tiempo en el ashram pensando qué es lo que quieres en

realidad. Ven a verlo, por lo menos.

Tal vez, pensé, aunque no estaba segura de que mi camino fuera el de

un monje. Yo me imaginaba más bien como una persona bohemia y

artística, compartiendo un apartamento con Erin y ofreciendo unas

fiestas fantásticas para gente interesante y creativa. Vivir con un

montón de gente vestida de blanco que se levantaba al alba a meditar

no había sido exactamente parte de mi plan. Pero, por otro lado, antes

no sabía nada de Sensei, ni de Liam, ni de los ashrams. ¿Sería verdad

que el destino intentaba hacerme cambiar de rumbo? No estaba segura.

—Lo pensaré —dije—. Todo parece estar cambiando demasiado rápido.

De pronto, mi familia me escribe todos los días. Ahora que no me

interesa tanto, parece que mamá y papá de pronto se acordaron de que

tienen una hija.

—Sí, y ¿qué saben ellos? La gente que cree conocerte, no te conoce.

Especialmente la familia y los amigos. Esperan que te comportes y seas

de cierta manera, y luego, si avanzas o creces, no les gusta, tratan de

detenerte. Es por miedo. Miedo a lo desconocido. Nuestro sendero es el

espiritual. El camino menos transitado. Es un destino elevado y

solitario.

—Sí —concordé. Sin duda era solitario; yo parecía estar apartando a

todos de mí. Kate. Erin. Mamá. Pero Liam lo hacía parecer muy noble y

hasta romántico.

—Probablemente todos están contactando contigo ahora porque te

soltaste —prosiguió Liam— Siempre sucede así. Aquello a lo que te

resistes, persiste. Cuando dejas de luchar, aquello que has estado

alejando de pronto se ve atraído hacia ti. Es como una ley de la física.

—Sí —respondí, y me puse de pie para cederle la computadora a Liam—

. Es la física.

Mientras Liam se acomodaba en la silla frente al escritorio, decidí ir a la

sala de arte para ver si encontraba algunos lápices pastel para colorear

algunos de los dibujos que había hecho. Además, necesitaba tiempo a

solas para pensar en lo que Liam acababa de decirme. Ashrams. Física.

Eran muchas cosas que asimilar y me inquietaba sentirme tan insegura

respecto de mi futuro.

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Estaba de rodillas, hurgando en el armario de los materiales, cuando

Joe entró detrás de mí.

—Hola —dijo—. ¡India Jane en la sala de arte! ¿Has estado trabajando?

—¡Ah! Sí. No. En realidad, no. Aún no hay nada que mostrar —balbuceé

mientras me ponía de pie.

Joe se sentó ante un escritorio cercano.

—¿Cómo van tus cosas?

—Bien. Sí. Es curioso: ahora que casi llega el momento de irme a casa,

me gusta estar aquí. He conocido a unas personas estupendas.

Joe asintió.

—Eh... sí. ¿Te refieres a Liam? Pasas mucho tiempo con él.

—Supongo, sí.

—Parece que se llevan muy bien.

—Sí, pero... no es mi novio ni nada. No como Kate y Tom.

—Sí. Los vi en el pueblo. Se los veía muy cariñosos.

—Creo que él le gusta mucho. Pero lo mío con Liam es diferente. Me

agrada conversar con él. Tiene una visión interesante del mundo.

—Sí, pero... bueno, no es necesario que hagas caso o creas todo lo que

dice, ¿sabes?

—¿A qué te refieres?

—Lo he visto en acción. Creo que se imagina como otro Sensei, un sabio

de la New Age, pero ni siquiera le llega a los talones a Sensei. Supongo

que sólo lo hace para atraer chicas.

—¡No es cierto! Eso es muy cínico.

—Bueno, puede ser muy persuasivo.

De pronto, tuve el presentimiento de que Joe había estado hablando

con Kate y que ella le había pedido que hiciera esto. Sentí una oleada de

fastidio. ¿Acaso me creen una tonta sin remedio? Primero mamá y luego

los chicos tratando de prevenirme, y ahora también Joe.

—Sé manejarme sola —repuse.

—Sí. Claro que sí. Es sólo que pasas muchísimo tiempo con él.

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—Es un amigo.

Joe me miró con una expresión curiosa.

—¿Un amigo? Bueno, está bien. Hasta luego, entonces.

—Hasta luego —respondí.

Los dos nos levantamos al mismo tiempo y casi nos chocamos las

cabezas. Pero no me reí como lo habría hecho normalmente. Quería que

supiera que estaba molesta con él y con todos los demás por meterse en

mis asuntos como si yo no supiera lo que estaba haciendo.

Este camino al paraíso, pensé, mientras caminaba hacia mi cabaña y

recordaba las palabras de Sensei, no es tan fácil como parece.

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Capítulo 16 Interrogatorio

lamaste a tu mamá, India? —me preguntó tía Sarah—.

Llama todos los días, pero dice que tienes el teléfono

apagado.

Aún faltaban cuatro días para volver a Londres y había entrado a su

oficina después del desayuno para ver si quería que hiciera algo. La

encontré ocupada, como siempre, en su escritorio.

—Le envié un e-mail —respondí. Pero no le dije cuándo. En realidad, lo

había hecho dos días antes y ni siquiera me había fijado si ella o papá

habían respondido.

Tía Sarah me miró con preocupación en los ojos.

—¿Estás bien, India? —me preguntó—. Te veo un poco pálida.

Asentí.

—Sí. Absolutamente sensacional. Nunca estuve mejor.

En realidad, me sentía cansada pero no se lo dije. Eso de levantarme al

alba todos los días para meditar, además del sueño interrumpido por la

noche cuando Kate llegaba tarde, empezaba a afectarme, pero estaba

decidida a seguir con mi nueva rutina y a los demás no parecía

molestarles. Quería superar mi debilidad.

Tía Sarah pareció incómoda por un momento.

—¿Quieres... hay algo de lo que quieras hablar?

—¿Como qué? —pregunté.

—Cualquier cosa que esté molestándote. Puedes contar conmigo —dijo,

y luego rió ligeramente—, aunque no siempre se note.

—Nada me molesta. Ya no. En serio.

—¿Entonces sí hubo algo que te molestaba?

—Sí... No.

—¿Puedo decirte algo personal, India?

—Sí, claro.

—¿L

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—Bien. Es posible que esté totalmente equivocada, pero... bueno...

últimamente pareces tomar las cosas muy en serio. No eres la misma.

—Puede ser. He encontrado algo que significa mucho para mí.

—Ah, sí. El grupo de meditación.

—Sí. Incluso estuve pensando en ir a la India y ver cómo es vivir en un

ashram.

—¿Un ashram? No, India. Tú no. Un ashram es para un tipo muy

particular de persona, para los renunciantes...

—¿Qué es un renunciante?

—Alguien que renuncia a las cosas mundanas, no alguien como tú,

India. Te conozco desde que eras pequeñita. A ti te gusta demasiado la

vida para aislarte del mundo.

—Tal vez he cambiado. La gente cambia.

Tía Sarah no parecía convencida.

—¿Has hablado de esto con tu mamá o tu papá?

Meneé la cabeza.

—Aún no. De todos modos, sólo lo estoy pensando y cumpliré dieciséis

años el próximo...

Tía Sarah aún se veía sorprendida.

—¿Un ashram? —repitió—. Pero ¿por qué?

—Siento que la gente del grupo de meditación realmente me acepta y

me gustaría investigar un poco más ese estilo de vida.

—¿Que ellos te aceptan? ¿Acaso no te sentías aceptada?

—Sí. No... —El interrogatorio de tía Sarah me estaba poniendo

incómoda al punto de que me costaba expresarme—. Bueno, me

enviaron aquí contra mi voluntad, ¿no?

—Ah, así que es eso. Sigues enfadada por eso.

—¡Enfadada! ¿Yo? De ninguna manera... —Maldición, pensé. Otra

persona que no me entiende. Katepiensa que soy aburrida, ¡y ahora tía

Sarah piensa que estoy enojada! Enojada, ¡ja! Lo estaba, pero ahora me

es indiferente. He dejado muy atrás toda esa negatividad y estoy

avanzando en la dirección opuesta, hacia la paz. Al menos, eso creo—.

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¿Con quién podría estar enojada? Este lugar es un paraíso. Tú me has

tratado maravillosamente.

Tía Sarah parecía preocupada.

—¿Sí? Después de lo que acabas de decir, siento que tal vez no te

dediqué suficiente tiempo, y sé que Kate pasa la mayor parte de su

tiempo con Tom.

Ah, así que por eso se opone tanto a la idea de un ashram, pensé. Se

siente responsable por mí y no quiere que mamá la culpe si me escapo.

—No, en absoluto —le dije—. Hice muchos nuevos amigos. Como te dije,

ahora me siento en casa aquí. En serio. No estoy nada enfadada

contigo.

—No me refería a que estuvieras enfadada con alguien de aquí—aclaró

tía Sarah—. Maldición. Ahora te he fastidiado. Mira, olvida que te dije

nada, ¿de acuerdo? Estoy metiéndome en cosas que no son asunto mío.

Cuando nos separamos, me sentía alterada por nuestra conversación,

de modo que fui en busca de Liam, que había llegado a ser mi

confidente total. Estaba sentado en la galería frente a su cabaña,

bebiendo té de menta, y me invitó a acompañarlo.

—Toda mi vida se ha puesto de cabeza desde que estoy aquí —le dije,

mientras me sentaba a su lado—. Tenía muchos planes para mi regreso

a Londres. Cosas buenas: ir de compras, explorar la zona. Cosas no tan

buenas, como empezar en una nueva escuela, el trauma de hacer

nuevos amigos, ser la chica nueva. Pero ahora siento que he cambiado

mucho y ya no estoy segura de cómo será nada, ni siquiera mi regreso a

casa.

Liam asintió y me sirvió té.

—No te preocupes por no conocer gente; en Londres, hay muchísimos

seguidores de Sensei en tu zona. Ellos te cuidarán. Ahora somos tu

nueva familia.

Extendí la mano y estreché la de Liam con afecto.

—Gracias. No sé qué habría hecho sin ti estas últimas semanas.

Liam sonrió.

—Ha sido un placer. Mira, tengo que irme. Tengo cosas que hacer, pero

puedes quedarte aquí, si quieres. No hay prisa.

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—Gracias —respondí.

Cuando se fue, bebí un sorbo del té de menta y sentí que me invadía

una tristeza abrumadora. Si bien una parte de mí se sentía bien

durante la meditación, otra parte se sentía vacía. Sola. Ansiaba ser

como Sensei, como Liam, como los demás seguidores, que se veían tan

serenos y felices, no como me había descrito tía Sarah, seria y enojada.

¡Enojada! Era obvio que aún me quedaba mucho camino por recorrer.

Me quedé un rato en la galería de Liam, hice un poco de meditación y

luego fui a hacer mis tareas en el complejo. Luego de eso, almorcé y

pasé el resto del día en la playa. Nadé un poco. Dormité un rato.

Caminé por la costa, ida y vuelta. La sensación de melancolía seguía

conmigo. Traté de alegrarme con pensamientos de viajar a la India al

año siguiente y de vivir en un ashram por un tiempo. No era necesario

que me quedara allí para siempre, ¿verdad? Sería algo nuevo. Algo que

no conocía. Sería ambas cosas, pero también sería mi decisión. Tenía

que hacerlo. Averiguar si allí había algo para mí.

A medida que avanzaba la tarde, los huéspedes del centro empezaron a

subir la pendiente hacia sus habitaciones. Yo me quedé allí. No estaba

de humor para tener compañía.

Cuando la playa quedó vacía, saqué el pan de pita relleno que me había

quedado del almuerzo y estaba a punto de darle un mordisco cuando, a

mi derecha, noté que alguien venía por la playa hacia mí.

Probablemente alguno de los huéspedes, que se olvidó una toalla o algo,

pensé, mirando en esa dirección. Pero había algo en la forma de

caminar de la persona, en su postura, que me resultaba familiar.

¡Dios mío!

—¡PAPÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁ!

¡Era mi papá! Me puse de pie de un salto. —¡PAPÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁ!

Realmente era él. Mi papá. Enorme, como siempre. En la playa de

Skiathos. Caminando por la arena. Me vio y empezó a correr, y cuando

llegó hasta mí, me atrapó en un gran abrazo de oso y me apretó con

fuerza.

Y entonces empezaron las lágrimas. Una oleada tras otra. No sabía de

dónde venían, pero no podía detenerlas. Papá sólo me abrazaba y me

acariciaba el cabello. Me sentía tan bien con él allí. Sentir sus brazos a

mi alrededor. Inhalar su aroma familiar (una mezcla de cedro, lima y

vellón limpio). Me sentía segura a su lado.

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Al cabo de un rato, cuando las lágrimas disminuyeron, papá me soltó,

se alejó un poco y me observó largamente.

—Entonces, ¿cómo está mi nena, eh?

—Yo... estoy bien —respondí, y luego reí y miré la arena, porque

acababa de pasar los últimos minutos llorando como si nada estuviera

bien.

Papá me indicó con un gesto que nos sentáramos. Me rodeó con un

brazo y, por un momento, ninguno de los dos dijo nada. Nos quedamos

mirando el mar y luego hablamos. Y hablamos. Aunque principalmente

era yo quien hablaba. Le conté todo: que me había sentido ignorada y

enojada porque me habían enviado lejos de Londres. Que me había

sentido sola y que había descubierto a Sensei y quería viajar a la India.

Papá me escuchaba, pensativo, y no me interrumpió ni trató de

defenderse.

—Y ¿por qué no me dijiste nada de esto? —me preguntó cuando

terminé.

—Lo hice. Juro que lo hice, cuando estábamos en Londres. No me

escuchaste. Ya no parecías interesado. Lo único que quiero, desde hace

muchísimo, es quedarme en un mismo sitio. Tener una familia normal,

amigos y un hogar, pero parecía que a nadie le importaba lo que yo

quisiera. Ni siquiera me preguntaron nada.

—¿Dices que quieres un hogar, pero después dices que quieres viajar a

la India?

—Sólo porque... necesito saber que tengo mi lugar y pensé que tal vez...

mi lugar ya no estaba con mi familia, que yo ya no les importaba. Yo...

pensé que tal vez... ya no me querías.

Papá quedó totalmente desconcertado. Por una vez, mi papá, que era de

emitir sus opiniones a toda voz, se quedó callado. Se lo veía muy triste,

y luego tomó una de mis manos entre las suyas.

—Tú debes hacer lo que tengas que hacer y encontrar tu propio camino,

pero debes saber también que, para mí, vales más que mi propia vida.

Eres mi Chica Canela. Pensé que lo sabías.

Una vez más, afloraron las lágrimas; meneé la cabeza y él volvió a

abrazarme contra su hombro.

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—No lo parecía cuando me enviaste aquí. Realmente pensé que no te

importaba.

—Claro que me importas —respondió—, y mucho de lo que dices es

verdad. Estaba pensando en mí. Es cierto. En mi trabajo. En cómo

mantendría a mi familia. Pero también pensaba en ti. Pensé: mi nena

está creciendo. Es una adolescente. Casi una mujer. Necesito

apartarme un poco. Darle su lugar en vez de estar encima de ella. Que

tenga su espacio para respirar y encontrarse a sí misma.

Me aparté y lo miré.

—¿Espacio?

Papá asintió.

—Parece que leí el manual equivocado. Entendí todo mal. Parece que te

di demasiado espacio, ¿eh?

Nunca se me había ocurrido que mi papá estuviera tratando de hacer lo

correcto, y al pensarlo, empezó a disiparse el enojo que había sentido

hacia él. Era un ser humano, que trataba de hallar su camino, como

todos. No era perfecto. A veces se equivocaba, pero sí me quería. Me

quería. Y eso era lo que importaba.

Papá se inclinó y me acercó más a él, de manera que volví a apoyar la

cabeza en su hombro.

—Mi nenita. ¿Cómo no me di cuenta? India, lo siento. En el futuro,

siempre debemos hablar. No dejarlo hasta que sea demasiado tarde.

Siempre hablemos.

Frente a nosotros, el ocaso empezaba su espectáculo diario

encendiendo el horizonte con sus colores brillantes.

—Otra puesta de sol —dijo papá.

—Nuestro momento preferido del día —respondí.

Nos quedamos contemplándolo como lo habíamos hecho tantas veces,

en tantos países.

—Te eché de menos —dijo papá, cuando por fin el sol desapareció bajo

el horizonte.

—Yo también te extrañé —respondí— Y apenas acabo de entender

cuánto.

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Capítulo 17

Regreso a casa

l vuelo B413 inicia su embarque por la puerta 3”, se oyó el

anuncio por altavoz.

—Aquí vamos de nuevo —dijo Kate, mientras se echaba el

bolso al hombro, y nos encaminamos juntas hacia la puerta de

embarque.

Estaba ansiosa por llegar a casa.

Papá se había quedado en Grecia dos días más. Estar con él me había

hecho comprender que la semana pasada, desde que mamá había

regresado a Londres, tampoco había sido fácil para él. A papá le

encanta viajar, pero con su familia, y él también había estado lejos de

todos nosotros y en una situación nueva. Yo no era la única. Una vez

que hablamos de todo y ya no quedaba más que decir, lo pasé

estupendamente mostrándole la isla. Tía Sarah nos dejo llevar el auto y

paseamos por el pueblo, las playas, los comercios, los cafés, y al fin

pude comer en el pequeño restaurante que había visto en mi primer día

en la isla, el de la vista deslumbrante de la bahía, donde me había

imaginado con Joe. Bueno, no fue con él. Pero no importaba. Papá era

excelente compañía y pasamos un rato fabuloso juntos. Anteayer había

tenido que regresar a la gira, pues el hombre que lo había remplazado

tenía que retomar otro trabajo.

No me importó cuando nos despedimos, pues de nuevo estábamos bien

entre nosotros y porque sabía que pronto yo estaría en casa y él

regresaría en octubre. Estaba ansiosa por volver a Londres, y esperaba

que mamá y los muchachos fueran al aeropuerto a recibirme. Sería

genial volver a verlos a todos.

Robin y Tom habían regresado unos días antes, por lo que Kate estaba

en un estado de semiluto, pero Joe estaba en el mismo vuelo que

nosotras.

—Esta vez no traigo yogurt —le dije, cuando se nos unió en la fila para

abordar el avión.

—Y ¿cómo están los piojos? —preguntó, con una sonrisa.

—Ya no están, gracias. Aunque nunca los hubo.

“E

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—Ya lo sabia —respondió—. Pero era divertido hacerte enojar.

Le di un puñetazo juguetón.

Una vez en el avión, Kate se acomodó en el asiento del pasillo, se puso

los auriculares del iPod, cerró los ojos y, cuando el avión atravesó las

nubes tras el despegue, ya estaba dormida. Por destino o por azar, me

tocó el medio y Joe estaba junto a la ventanilla.

—Siento que esto ya lo he vivido —le dije.

—¿Quieres que cambiemos? —preguntó, indicando su asiento.

Meneé la cabeza y eché un vistazo a Kate.

—No quiero hacer nada que moleste a la bella durmiente. Necesita

recuperarse de sus vacaciones.

Joerió.

—¿Y tú? ¿Necesitas recuperarte?

—Sí y no —respondí, mientras Joe miraba el folleto para ver qué

películas había—. Pero me alegro de volver. Cuatro semanas fueron

suficientes. ¿Y tú?

—Y yo, ¿qué?

Era la primera vez que hablábamos desde aquella escena incómoda en

la sala de arte, unos días antes, y esta vez ninguno de los dos podía

levantarse y salir. Decidí aprovechar para preguntarle todo lo que

quería saber.

—Hmmm, ¿JoeDonahue? ¿Por dónde empiezo? De acuerdo. ¿Siempre

has sido tan solitario?

Joerió.

—¿Solitario? ¿Yo? No. ¿Qué te hace pensar eso?

—En Séptimo Cielo pasabas mucho tiempo solo.

Joe quedó pensativo.

—Supongo que sí.

—Kate me dijo que en Londres te gustaba divertirte. ¿Qué pasó?

—Me gustaba divertirme.

—¿Ya no?

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Joe se encogió de hombros y miró por la ventanilla.

—No estoy seguro.

—Lo siento. Eh… si no quieres hablar…

Joe se volvió hacia mí.

—No. No hay problema, India. No. Kate tenía razón. Me gustaba mucho

pasarla bien. Alcohol. Drogas. Chicas. El problema fue que todo tiene

su precio. Y fueron mis notas en la escuela. Mi relación con mamá y

papá, sin mencionar mi relación con algunas de las chicas.

—Seguro —lo interrumpí, recordando lo que había dicho Kate acerca de

que era un rompecorazones.

—Y, para serte sincero, estaba llegando un punto donde ya no me

divertía, ¿sabes? Cuando te das demasiados gustos, pierden su

atractivo. Como en Navidad, por ejemplo, demasiado chocolate y

dulce…

—Noooooooo. Nunca se puede comer demasiado chocolate —repuse

riendo—. Pero entiendo a qué te refieres. Puedes llegar a un punto en

que piensas que si ves otro pastel, vas a vomitar.

—Sí. Demasiado de todo, y todos lo hacen, pensando que así van a ser

felices, pero no lo son. Tu maestro, Sensei, un día dijo algo que me

pareció muy sensato: si uno se empeña en buscar la felicidad en los

placeres de la vida, se pierde el significado. Pero, por otra parte, si se

empeña en buscar la felicidad a través del significado de la vida, se

pierde el placer. Hay que encontrar un equilibrio.

—Eso me gusta —observé—. Moderación.

—Si. Dijo algunas cosas buenas. Él me agradaba. Aunque no estaba

muy seguro de algunos de sus seguidores.

—No sé por qué, pero presiento que te refieres a Liam.

Joe sonrió.

—Sí. Ya me enteré de su rutina: todo eso que dice acerca de que la

oscuridad en ti se resiste, cuando no quieres aceptar algo que él dijo.

Eso es manipulación.

—Cuando mayor es la luz, mayor es la oscuridad que la rodea. Eso me

dijo.

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—Y es verdad en cierto nivel pero, demonios, podrías decir que

cualquier cosa es la oscuridad en ti, si no quieres hacer algo. ¿No

quieres comer verduras? Ah, es la oscuridad en ti. ¿No quieres ir a la

escuela? Es la oscuridad. ¿No quieres darme un beso? Ah, es la

oscuridad en ti.

Reí.

—Sí. Puede ser.

—Tienes que admitir que podía ponerse muy intenso.

—Era muy persuasivo.

—Ya lo creo —dijo Joe—. Creo que, simplemente, estábamos en cosas

distintas. Opuestas. Pero ninguna de las dos sirve.

—¿A qué te refieres?

—Yo me dedicaba a los placeres; él hacia lo contrario: la renunciación.

—Yo también, por un tiempo —comente—. Tía Sarah dijo que me veía

muy seria. Kate dijo que me había vuelto aburrida.

Joerió.

—No es de lo más diplomática, tu prima. Pero algunas veces que te vi

durante la semana pasada, me pareciste… bueno, un poco apagada,

como si estuvieras tratando de ser feliz pero no lo fueras, y por eso traté

de prevenirte que no te dejaras arrastrar tanto. No es la primera vez que

veo a Liam acosar a la gente. Pero es tu viaje, no necesariamente el de

los demás. Eso era todo lo que quería decirte aquel día: que no dejaras

que te convenciera de nada que no quisieras hacer por tu cuenta. En

cambio, Sensei era diferente. Él nunca trató de convencer a nadie de

hacer nada. Él deja que la gente haga lo suyo, que encuentre su propio

camino.

—Yo no voy a hacer nada que no quiera… —Y era verdad. Me sentía

libre de Liam y, en cierto modo, sentía pena por él. Lo había visto triste

al despedirnos. Creo que sabía que, a pesar de nuestra promesa mutua

de mantenernos en contacto, yo no lo haría; que, desde la visita de

papá, él había dejado de tener poder sobre mí, como si yo hubiera

despertado del hechizo—. Pero ¿y tú? ¿Crees que encontraste tu

camino?

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—Estoy cerca. Mamá y papá me dieron un ultimátum. O me reformo, o

me voy. Elegí reformarme. Aún me queda un año de escuela y después,

con suerte, la universidad.

—O te reformas o te vas. Nunca hablaste de eso. Yo pensaba… bueno…

pensaba que tú…

—Para serte sincero, India, en el comienzo de las vacaciones, no sabía si

me iría bien en Grecia. No sabía si iba a quedarme allá o a escaparme.

Hubo días en los que estuve a punto de huir. Necesitaba pasar tiempo a

solas, para ordenar mi mente. Antes nunca me había dado cuenta, pero

ese lugar que tiene tu tía y mi mamá es realmente bueno para ir…

—Cuando estás en una encrucijada —terminé la frase por él—. Allá

conocí a mucha gente estupenda que estaba en un momento crucial de

su vida.

—Sí. Yo también. Eso es lo que tiene de bueno. La gente puede ir allá

para escapar. Para pensar las cosas y luego retomar su vida. Lo que no

me parece tan bien es cuando la gente se escapa y usa la vida espiritual

para huir de algo. De esa gente se aprovecha Liam. Parece que presiente

que son vulnerables o algo así.

—Puede ser. Pero pronto aprenderán que llevan consigo toda la

infelicidad que sienten, que no pueden escapar. Como me pasó a mí

cuando empecé a meditar: allí me di cuenta de qué había estado

escondiéndome. Estaba enojada y me sentía sola, pero todo estaba

dentro de mí, no podía escaparme. A la larga uno tiene que enfrentarlo.

—Si. La felicidad es un estado mental, ¿no? Supongo que se puede

estar en el cielo o en el infierno en una playa en el paraíso, o en una

calle transitada a la hora pico, según el estado mental que uno tenga.

De nada sirve escaparse a un ashram lejano, como Liam siempre quiere

que todos hagan. ¡Yo creo que es por que no quiere ir solo!

Reí.

—Sí, puede ser. Si va a seguir el sendero solitario, quiere asegurarse

que haya mucha gente con él.

Joe también rió.

—Así estarían solos todos juntos.

—Sí. Pero voy a seguir meditando; sólo que prefiero hacerlo en mi casa

de Notting Hill. Estoy de acuerdo contigo. No creo que haya que estar en

algún lugar supuestamente espiritual para que dé resultado. Antes de

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mi partida, Sensei dijo que el reto consiste en vivir e el mundo real y ser

feliz. Dijo que tenemos que ser como un loto, que tiene las raíces en el

lodo pero florece por encima del agua.

—Supongo que sí —dijo Joe—. No dejarse arrastrar hacia el lodo. Buena

imagen, aunque no pienso repetírsela a mis amigos. ¿Te imaginas si

bajo del avión diciendo que soy un loto? Van a pensar que me volví loco.

—Sí —respondí—. Mi amiga Erin pensó eso, y supongo que llegué a

ponerme un poco evangélica con ella. Realmente pensó que había

perdido la cabeza.

—¿Y la habías perdido?

—No. Bueno, sí, pasé por algunas cosas. Como muchas de las personas

que estaban en la isla, yo también estaba en una encrucijada, pero creo

que ahora sé hacia dónde voy. Erin sabe que no me uní a los chiflados;

al menos, no por ahora. Hablamos antes de salir hacia el aeropuerto, y

vendrá a visitarme en el otoño, espero.

Pasamos el resto del vuelo conversando y, cuanto más hablábamos,

más me gustaba. Igual que Liam, se notaba que Joe había pensado

mucho en las cosas, pero a diferencia de él, no sentía que estuviera

tratando de convencerme de que pensara a su manera. Además, tenía

un sentido del humor muy sano respecto de todo aquello. Esperé que yo

también le gustara. Me parecía que sí pues, cada tanto, asentía como si

estuviera de acuerdo con lo que yo decía, y creo que logré expresar mis

pensamientos y mostrarme más como soy y no como la idiota incapaz

de articular dos palabras que había sido en nuestros primeros

encuentros. Cuando bajamos del avión y recogimos nuestro equipaje,

sentí que habíamos establecido una conexión. Una verdadera conexión.

Que, aunque habíamos pasado muy poco tiempo juntos en Grecia,

habíamos compartido algo, un viaje paralelo.

—Será raro estar otra vez en Notting Hill —dijo.

—Sí. Y todo es aún relativamente nuevo para mí —respondí, mientras

nos dirigíamos con nuestros carritos hacia el cartel de Nada que

declarar y luego salíamos al área de llegadas, donde había mucha gente

esperando a los pasajeros. Observé que Kate se mantenía

diplomáticamente un poco más adelante que nosotros—. Apenas

empezaba a conocer Londres cuando me enviaron lejos.

—En ese caso, tendré que mostrarte algunos lugares —dijo Joe—. Sé

dónde vives y todavía quiero ver algunas de tus pinturas.

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—Sí, genial. Cuando quieras… —Y entonces no pude resistirme—.

Oye… ¿de qué signo eres?

—Acuario. ¿Y tú?

—Géminis —respondí, y no puede evitar una sonrisa, porque sé que los

dos son signos de aire y muy compatibles.

—Géminis. Es el signo de los gemelos, ¿no? —preguntóJoe.

—O de los esquizofrénicos. Depende cómo lo mires… —Luego di un

paso al costado, miré hacia el punto donde había estado antes y dije

con voz grave—: No, depende cómo lo mires tú. —Volví a donde había

estado antes y dije con voz aguda—: No, depende cómo lo veas tú.

Joerió.

—Estás loca —dijo. De pronto se detuvo, apoyó una mano en mi brazo

y dio un paso hacia mí. Cuando me miró a los ojos, percibí su aroma,

un limpio aroma cítrico, y sentí aquel hormigueo en el estómago que

había tenido al verlo por primera vez. Tenía unos ojos hermosos. Ahora

que estaba tan cerca, pude ver que tenían un color asombroso: verdes,

con un círculo azul en el borde externo del iris. Sentí que empezaba a

ruborizarme. Me sonrió, cerré los ojos e incliné la cabeza hacia él. Iba a

besarme. Lo sabía. Justo entonces, oí una voz conocida.

—¡Kate! ¡India!

Abrí los ojos y miré en la dirección de donde provenía la voz. Allí estaba

Ethan, a unos cien metros, abriéndose paso entre la multitud y

agitando la mano como loco.

Volví a mirar a Joe, que se encogió de hombros y sonrió. Siguió

mirándome a los ojos y volvió a inclinarse hacia mí. Cerré los ojos por

segunda vez y esperé que sus labios tocaran los míos, y… allí estaban.

¡En mi frente! Abrí los ojos y traté de disimular la decepción que sentía.

Aunque no tenía por qué preocuparme. Joe estaba mirando a alguien

por encima de mi hombro. Me volví para mirar. Un hombre apuesto,

cercano a los cincuenta años, lo saludaba de lejos.

Joe lo señaló con el mentón y se apartó un paso de mí.

—Mi papá —dijo.

Yo señalé con el mentón hacia Ethan, que estaba abrazando a Kate.

—Mi hermanastro.

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Joe dio otro paso atrás y ambos lanzamos una carcajada.

Y entonces nos miramos a los ojos una última vez y, sólo por un

momento, pareció que éramos las únicas personas en el aeropuerto, y

supe que él sentía lo mismo que yo. Sin dejar de mirarme, se adelantó y

me tocó la mano.

—Nos vemos —dijo.

Pensé que nunca me habían dicho nada más romántico en mi vida.

—Nos vemos —respondí. Logré mantener una expresión normal, pero

por dentro, una parte de mí daba volteretas en el aire.

Joe empezó a dirigir su carrito hacia donde estaba su papá.

—Te llamaré, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —respondí. No veía la hora de contarle a Erin las últimas

novedades. Que soy la reina de las chicas interesantes. Que había

tenido una buena conversación con Joe sin ponerme a decir idioteces.

Que los piojos y el yogurt derramado eran cosas del pasado. ¡Y que

habíamos hecho eso del magnetismo ocular tres veces!

Enseguida, Joe se había ido y Ethan había tomado su lugar y me tenía

envuelta en un abrazo de oso de bienvenida.

—Estás muy callada, India —observó Ethan cuando dejamos la

autopista y pusimos rumbo a Notting Hill—. ¿Estás bien?

—Sí. Muy bien —respondí.

Kate había vuelto a dormirse en el asiento trasero del auto mientras

Ethan y yo nos poníamos al día con las noticias. Habíamos

intercambiado todos los chismes y estaba muy contenta de verlo, de

verdad, pero no podía evitar cierta decepción de que no hubiesen ido

todos al aeropuerto a recibirme, o al menos mamá y Dylan. Traté de

hacer a un lado ese sentimiento, pero seguía allí, en el fondo. Pero no le

dije nada a Ethan; no quería que pensara que no apreciaba que hubiera

ido a recogernos.

El tránsito estaba pesado y Londres se veía gris y nublado después de la

luz y el sol de Skiathos. Todo el mundo parecía tener prisa, una masa

de gente dedicándose a sus cosas. Al observarlos, recordé algo que

había dicho Sensei en su última charla, y era que debíamos aprender a

ser seres humanos, en lugar de estar siempre ocupados haciendo cosas

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sin detenernos nunca para ser. Tomé nota mentalmente de hacerme

tiempo para detenerme y ser, practicando la meditación que me habían

enseñado. Trasladar a mi vida de Londres un poco de lo que había

aprendido en Grecia.

Al cabo de una hora, finalmente estacionamos frente a la casa y, un

momento después, empezó a llover.

Ethan nos dijo a Kate y a mí que corriéramos hasta la puerta mientras

él bajaba nuestro equipaje de la cajuela. Apenas subimos a la galería,

mamá abrió la puerta.

—Kate, India. ¡Por fin! Te extrañé mucho —dijo, mientras me hacía

pasar y me daba un fuerte abrazo.

Toda la decepción que había sentido al ver que solo Ethan había ido al

aeropuerto se evaporó cuando miré por encima de su hombro. Allí

estaban todos, en línea, de pie y sonriendo como tontos. Todos mis

parientes: Lewis, Dylan, Jessica, Lara y Eleanor. Los adultos parecían

tener en la mano varitas de incienso o estrellitas de Navidad y, por

alguna razón, las cortinas del vestíbulo estaban cerradas, lo que era

extraño pues apenas eran las cinco y aún era de día.

Mamá cerró la puerta, Dylan se dirigió al interruptor de luz y la apagó,

con lo cual la habitación quedó en penumbras. Luego volvió

rápidamente con los demás.

—¿Listo, Dylan? —preguntó Lewis.

—Listo. Uno, dos, ¡tres!

De pronto, cuatro llamas surgieron de cuatro encendedores y cuatro

manos encendieron las estrellitas. Mamá, Lewis, Jessica y Dylan

agitaron frenéticamente sus estrellitas en el aire. Al principio, pensé

que todos se habían vuelto locos, pero luego me di cuenta de que

estaban escribiendo algo, de a dos o tres letras cada uno.

Segundos más tarde, en la oscuridad se formaron las palabras

BIENVENIDAS A CASA.

El mensaje siguió flotando en el aire en letras doradas por un momento,

y luego se disolvió. Cerré los ojos un instante y aún lo vi escrito allí,

como una foto grabada en mi mente.

Alguien llamó a la puerta; mamá volvió a encender la luz y entró Ethan

con los bolsos. Luego Kate y yo quedamos envueltas en un abrazo

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familiar que parecía un scrum de rugby. Mamá, Lewis, Jessica, Dylan y

Ethan, con Lara y Eleanor abrazándonos las rodillas.

Estaba en casa.

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Continúa con…

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Cathy Hopkins Nació el 23 de enero 1953 en

Manchester. Es una novelista Inglesa,

más conocida por su serie libros de

adolescentes.

Es la autora de las exitosas series

Mates, Dates y ¿Verdad o

consecuencia?, y acaba de empezar una

nueva serie fabulosa llamada cinnamon

Girl. Vive en el norte de Londres con su

esposo y tres gatos: Molly, Emmylou y

Otis.

Cathy pasa la mayor parte de su tiempo encerrada en un cobertizo en el

fondo del jardín, simulando escribir libros, pero en su realidad lo que

hace es escuchar música, bailar a lo hippie y charlar con sus amigos

por correo electrónico.

De vez en cuando, la acompaña Molly, la gata que se cree correctora de

textos y le gusta caminar sobre el teclado, corrigiendo y borrando las

palabras que no le gustan.

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