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Agradecimientos l presente documento ha sido elaborado sin fines de lucro para
fomentar la lectura en aquellos países en los que algunas
publicaciones no se realizan, cabe destacar el trabajo de las
transcriptoras, correctoras, revisora, moderadora y diseñadora de
TMOTB.
¡Disfruta de la lectura!
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Índice Sinopsis .............................................................................................. 4
Capítulo 1 ........................................................................................... 5
Capítulo 2 ......................................................................................... 16
Capítulo 3 ......................................................................................... 22
Capítulo 4 ......................................................................................... 28
Capítulo 5 ......................................................................................... 36
Capítulo 6 ......................................................................................... 41
Capítulo 7 ......................................................................................... 51
Capítulo 8 ......................................................................................... 60
Capítulo 9 ......................................................................................... 69
Capítulo 10 ....................................................................................... 78
Capítulo 11 ....................................................................................... 86
Capítulo 12 ....................................................................................... 94
Capítulo 13 ..................................................................................... 108
Capitulo 14 ..................................................................................... 117
Capítulo 15 ..................................................................................... 126
Capítulo 17 ..................................................................................... 140
Continúa con… Un nuevo desafío .................................................. 150
Cathy Hopkins ................................................................................. 150
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Sinopsis ndia Jane es una chica diferente. Nacida en la exótica India, ha
vivido siempre viajando por todo el mudo, pero lo que realmente
quiere es tener un verdadero hogar. Su deseo parece a punto de
cumplirse pero su padre necesita volver a mudarse. Envía, entonces a
su “Chica Canela” a pasar el verano en el centro de vacaciones new age
de su tía. Éste puede ser el paraíso… pero India Jane se siente sola y
confundida.
¿Logrará divertirse con Kate, su prima rebelde, o buscará la paz interior
con el grupo de meditación? Y Joe, el chico misterioso, ¿podrá ayudarla
a descubrir donde esta su verdadera felicidad?
I
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Capítulo 1 ¡Cham—puaj!
legamos —dije al teléfono mientras me dejaba caer
sobre mi cama. La había acomodado junto a la ventana
para poder acostarme a mirar el cielo claro del verano,
o sentarme a mirar lo que pasaba abajo, en la calle.
—¿Cómo es? —me preguntó Erin, desde el otro extremo de la línea.
—Un paraíso. Mágico. Absolutamente fabuloso —respondí,
contemplando los árboles y los tejados de las casas de la acera opuesta.
—¿Chicos?
—¡Dame un respiro! Apenas llevo aquí medio día.
—Es tiempo suficiente. Estás perezosa, India Jane. ¿Qué has estado
haciendo?
—Llegando aquí, señorita mandona. Desempacando mis cosas. ¿Qué
más?
—Bah —repuso Erin—. Ordena tus prioridades, muchacha. Yo ya
habría salido a recorrer Portobello Road, a mirar a los chicos del lugar.
—Lo haré. Lo prometo. Apenas pueda, y lamento no haber podido hacer
un reconocimiento adecuado todavía pero, por lo que he visto hasta
ahora, tengo que decir que el panorama es alentador. La casa de tía
Sarah está apenas a un par de cuadras del metro de Notting Hill y,
cuando pasamos por allí, vi algunos buenos ejemplares.
—Cómo te envidio —dijo Erin—. A ti tenía que tocarte ir a vivir al lugar
más de moda. Ojalá pudiera estar contigo allí, en Londres, en lugar de
tener que quedarme aquí, en el país de los gnomos.
—Yo también quisiera eso. Siempre podrías escaparte. Estoy segura de
que a mamá y papá no les molestaría. Ya sabes cómo son. Un
matrimonio muy liberal. Ya han adoptado un orangután en Malasia, un
asno en Devon y una cabra en África. Con una chica fugitiva,
completarían el grupo.
—No seas cínica —dijo Erin—. Tus padres son de lo mejor. Me gusta
que se ocupen de las buenas causas. Demuestra que se interesan.
—L
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—Bueno, supongo que podemos estar agradecidas de que al menos la
cabra, el asno y el orangután no estén aquí con nosotros. Parece que
todos los demás sí están. Me escapé a mi cuarto para tener un poco de
paz. Abajo es una locura. Papá está dando órdenes a todo el mundo,
como de costumbre. Todo el mundo está "ayudando" con la mudanza,
pero en realidad lo que hacen es estorbar.
—¿Quiénes? ¿Quiénes están allá?
—Ethan, su esposa Jessica, Lewis, Dylan, tía Sarah, claro, y vi a mi
prima Kate por un segundo, pero salió deprisa a algún lado, como
siempre. Ethan y Jess trajeron también a las mellizas. Ethan está
enseñándoles a decir: "Somos las mellizas malvadas. Las hijas de
Satán". Es muy gracioso porque son tan lindas y angelicales, con sus
enormes ojos azules y su cabello rizado. Pero no ayudan mucho con el
desempaque. Ethan...
—Ah, Ethan, el hermoso. ¿Sigue siendo tan apuesto?
—Sí… y muy mayor para ti.
—No es cierto. Tengo quince años.
—Sí, y él tiene veintiocho y está casado, y antes de que digas nada,
Lewis también es muy mayor para ti.
Ethan es mi hermanastro, del primer matrimonio de papá. Había venido
a darnos la bienvenida a la gran ciudad, igual que Lewis. Dylan (que
tiene doce años) y Lewis son mis verdaderos hermanos, pero Lewis no
vivirá con nosotros porque está estudiando y vive en CrouchEnd, en el
norte de Londres.
—No, Lewis es un bebé —repuso Erin—. Tiene apenas diecinueve años,
¿no?
Reí. Justo antes de que mi familia abandonara Irlanda, Erin decidió que
le gustaban los hombres mayores. Es decir, de por lo menos veinte
años. Yo la entiendo, pues los chicos de nuestra edad suelen ser muy
inmaduros, pero creo que los muchachos más grandes también pueden
ser difíciles. Como que quieren probar muchas cosas (y no me refiero a
probarse ropa).
—De acuerdo. Ahora cuéntame todo —dijo Erin—. Quiero poder verlo en
mi mente, así cuando hablemos o nos escribamos, puedo imaginar
exactamente cómo se ve todo. Empieza por la puerta de entrada. No,
mejor por el portón. Por la calle. Quiero detalles.
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—Está bien —respondí—. Detalles. Holland Park. Très chic...
—¿Quién fue a recogerlos al aeropuerto? —me interrumpió Erin.
—Tía Sarah.
—¿En qué?
—En un BMW negro nuevo. No olvides que tiene mucho dinero.
—Y luego ¿qué pasó?
—Vinimos directamente aquí. Tardamos poco más de una hora. El
tránsito es increíble.
—¿Y el tiempo?
—Excelente. Un hermoso día de verano. Ni una nube en el cielo. ¿Cómo
está allá, en Kilkerry?
—Lloviendo, por supuesto.
—Claro.
Yo sabía muy bien lo que era la lluvia en Irlanda. Durante los dos años
que habíamos pasado allí, mis padres habían rentado un castillo. Les
gustaba vivir en lugares interesantes. Toda mi vida hemos vivido en
sitios poco comunes, y el castillo era hermoso, de eso no cabía duda; de
hecho, era deslumbrante, y resultaba muy agradable estar allí cuando
hacía buen tiempo, lo que no ocurría casi nunca. Es verdad que llueve
mucho en esa parte de Irlanda y el castillo tenía goteras. Siempre
estábamos corriendo para colocar recipientes, ollas y cacerolas donde
había goteras. Incluso una mañana, al despertar, descubrí un agujero
en el cielorraso de mi habitación y una minicatarata que caía por él. Es
un aspecto de vivir allá que no voy a echar de menos, y por eso me
agrada tanto estar en casa de tía Sarah. Además de tener mucho
dinero, es a tal punto organizada, moderna y equilibrada que mi mamá
no puede sino observarla con admiración. En su casa no hay goteras,
no, señor. Todas las superficies, paredes y cielorrasos están sellados a
prueba de humedad y pintados en tonos de muy buen gusto. No es que
mamá no tenga buen gusto; lo tiene, a su manera bohemia. Lo que no
le sale es eso de ser organizada y equilibrada. A papá, tampoco, para el
caso. Son como Peter Pan y Wendy. A veces me pregunto cómo se las
ingeniaron hasta ahora. En realidad, sé exactamente cómo. Con la
herencia del abuelo. La herencia que ahora se agotó y por eso nos
mudamos con la hermana de mamá y su hija, Kate.
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—La casa es un sueño, Erin. Le tomaré algunas fotos y te las enviaré
por e-mail. Será mejor si puedes verla tú misma.
—Sólo cuéntame un poco para darme una idea general.
—De acuerdo. Es grande, color crema y très chic. Tiene cinco pisos,
como la mayoría de las casas de la zona. Seis dormitorios, tres salones
para visitas y un estudio privado en el fondo del jardín, que tía Sarah
utiliza como oficina. Dylan y yo estamos en el último piso y tenemos
nuestro propio baño, con una ducha espectacular para masajes que
tiene un cabezal del tamaño de una pelota de fútbol. La habitación de
Kate está en el segundo piso y, junto a ella, hay un cuarto para
huéspedes con otro baño. Las habitaciones de tía Sarah, mamá y papá
están en el primer piso. Todas son enormes y luminosas, con techos
altos, grandes ventanas y pisos de madera. Ella las decoró en tonos
neutros y agregó color con todos sus adornos, tapetes y cosas que trajo
de todos los lugares del mundo que ha visitado; principalmente de
Tailandia y la India, creo.
—Parece una maravilla.
—Lo es. Los únicos ambientes que son un poco oscuros son el sótano y
la cocina, que está al fondo de la casa. Tiene techos altos, es angosta y
tiene un tendedero con poleas que cuelga del techo. Los usaban
antiguamente para colgar la ropa lavada antes de que hubiera
secadoras.
—¿Así seca la ropa tu tía?
—No, jamás. Lo usa para colgar las cacerolas y los utensilios de cocina.
Es genial: puedes subirlos para que no molesten. Ya lo verás cuando
vengas más avanzado el verano.
—No veo la hora. ¿Cómo es tu habitación?
—Bonita. Con colores marinos. Celeste y arena. Tía Sarah dijo que
puedo poner lo que quiera en las paredes para sentirme en casa. Traje
en mi equipaje de mano la foto de nosotras dos. Es lo primero que puse
aquí.
—Como debe ser. ¿La que nos tomaron en Dublín?
—Sí.
Nos habían tomado esa foto, a Erin y a mí, en una estación de trenes en
Dublín cuando fuimos en viaje escolar, unas semanas antes de mi
partida. Yo la había hecho ampliar para aprovechar un portarretrato de
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plata que me había regalado mi abuela una Navidad. Erin aparece
levantándose la nariz con un dedo y poniéndose bizca, y yo estoy
sentada detrás de ella haciendo mi cara de zombi. No es la foto más
atractiva de nosotras, pero me agradaba porque me recordaba cuánto
nos divertimos siempre. En realidad, Erin tiene aspecto de muchacho,
con carita de duende y cabello corto color miel. Vive en jeans y Converse
AllStars (desde que la convencí de que le quedan muy bien). Todos los
chicos de Irlanda están tras ella. No es que a Erin le gusten, salvo Scott
Malone, el más lindo de la escuela, que les gusta a todas. Es muy
selectiva y dice que prefiere esperar al indicado en lugar de conformarse
con menos. Eso sólo hace que los chicos la persigan más, pues a los
varones les encantan los retos (según dicen mis hermanos).
—¿Vas a estar bien, entonces? —preguntó Erin.
—Sí. Eso espero. Me pone nerviosa empezar en una nueva escuela en
septiembre. Cómo voy a odiar ser otra vez la chica nueva.
—Te va a ir bien. Eres bellísima, y además, geminiana. Es uno de los
mejores signos para hacer nuevos amigos. Van a pelearse por estar
contigo.
—No me digas. Como lo hacían cuando empecé en tu escuela, ¿no? No
lo creo. Nosotras no nos hicimos amigas hasta pasado casi un año.
—Ah, bueno. Pero yo soy de Tauro. Nos gusta tomarnos un tiempo para
decidir acerca de la gente pero, cuando lo hacemos, somos muy leales.
—Lo sé. Ahora no puedo deshacerme de ti. ¡Y mira que lo he intentado!
Es decir, fíjate: cambié de país y me sigues llamando.
Erinrió.
—Ahora te dejo. No voy a tolerar esa clase de insultos de alguien de tu
calaña. En realidad, tengo que irme; papá me llama. Quiere que lave el
auto. A veces me pregunto de qué se habrá muerto su último esclavo.
Así que envíame e-mails o mensajes de texto y fotos de los chicos y de la
casa. ¿De acuerdo?
—Lo haré.
—En realidad, aguarda un momento, India J. Antes de que cortes, voy a
darte una tarea para el hogar.
—¿Tarea para el hogar?
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—Sí. Tienes que salir hoy, en algún momento, sacarle una foto al chico
más lindo que veas y luego enviármela por e—mail, ¿de acuerdo?
—¡Sí, mi sargento!
—Rompan filas —dijo Erin, y cortó.
Cuando corté la llamada, estaba a punto de empezar a desempacar
cuando oí que mamá me llamaba desde abajo.
Bajé a ver qué quería y la encontré en el vestíbulo. Se la veía
preocupada.
—¿No has visto mi bolso, por casualidad?
Meneé la cabeza.
—Necesitamos leche, cariño —prosiguió, mientras buscaba su bolso en
el vestíbulo—. Con tanta gente aquí, se acabó. ¿Serías tan buena de ir a
comprar más?
—Pero no sé adónde ir —protesté.
—Pues averígualo —intervino papá, que acababa de llegar de la cocina y
había oído la última parte de la conversación. Él siempre irrumpe como
un tornado, creando una estela de conmoción y ruido, en parte porque
es un hombre corpulento, una presencia, y en parte por su
personalidad expansiva—. Pronto tendrás que aprender a moverte por
aquí.
—Pero... —Iba a protestar otra vez pero me di cuenta de que no tenía
caso. Era típico de papá hacerme salir sola en un lugar extraño. No se
le ocurría que yo podría sentirme insegura hasta que llegara a conocer
mejor la zona. Así también nos enseñó a nadar. Nos arrojó al agua en el
lado profundo. Sólo cuando pareció que Dylan se estaba ahogando papá
se dio cuenta de que a veces conviene tener más precaución. Él es
absolutamente insensible a las cosas nuevas y a los cambios. Le
encantan. Los disfruta. Lo ve todo como una gran aventura y, por eso,
piensa que nosotros también lo vemos así. De allí los cinco lugares
distintos donde vivimos en mis quince años.
Tía Sarah entró al vestíbulo detrás de papá. Mirándolas, nadie
adivinaría que ella y mamá son hermanas. Mamá se parece a mi difunta
abuela, que era la inglesa típica, y tía Sarah sale al abuelo, que era bajo
y robusto. Mamá es alta y delgada, con rasgos delicados, mientras que
tía Sarah es más menuda y tiene más curvas. Con su cabello oscuro,
parece más bien emparentada con la familia de papá, que son italianos.
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Pero tanto mamá como tía Sarah están en la onda "hippie con diseño", y
les gustan la ropa y los accesorios de Oriente, lo cual me parece muy
bien pues a mí también me agradan muchas de esas cosas.
—¿Dónde puede ir India Jane a comprar leche? —preguntó papá.
—Sales a la calle, doblas a la izquierda, sigues hasta el semáforo,
cruzas la calle y verás un minimercado al lado de la cafetería
Starbucks—me indicó tía Sarah.
—Excelente —respondió papá—. India sabrá llegar, ¿verdad?
—Pero no encuentro mi bolso —dijo mamá.
Tía Sarah suspiró, buscó su bolso y me dio un billete de diez libras.
—Ya que vas, ¿puedes comprarme champú? —pidió papá—. Cualquiera
que veas. Gracias, princesa.
Subí deprisa a mi cuarto a ponerme unos zapatos y pasé unos minutos
arreglándome. Al fin y al cabo, era mi primera salida en el lugar más de
moda, como había dicho Erin. Abrí una de las maletas que aún faltaba
desempacar, saqué algunas cosas y las arrojé al suelo. Me quité la
camiseta que tenía puesta, me puse mi vestido tipo pareo sobre los
jeans y luego un cinto de cuero marrón, más uno hindú plateado a la
altura de la cadera. Me miré en el largo espejo que había a la izquierda
de la puerta. Me devolvió la imagen de una chica alta y delgada de ojos
cafés y largo cabello castaño con destellos cobrizos. ¿Se seguirían
usando en Londres los vestidos sobre los jeans?, me pregunté. Era algo
que había estado de moda en forma intermitente varias veces en los
últimos años. A Erin y a mí nos gustaba ese estilo y además siempre
nos poníamos dos cinturones, aunque las revistas dijeran que no se
usaba más. Me agradaba elegir elementos de distintas modas y
combinarlos para lograr mi propio look. Me recogí el pelo y lo sujeté con
el palillo rojo y negro que siempre usaba. Un toque de brillo labial y
estuve lista.
—India Jane, la gente está esperando para tomar el té —me avisó papá
desde la escalera.
Ésa es otra característica de papá. Es impaciente. Siempre lo quiere
todo para ayer.
Tomé mi cámara digital por si veía algún chico para enviar a Erin, bajé
la escalera deprisa y salí.
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Seguí las instrucciones de tía Sarah y pronto vi el mercado indicado.
Era bueno estar afuera en un día tan hermoso y sentir el sol en la piel.
Mi ánimo mejoró más aún cuando dos chicos muy lindos pasaron en
bicicleta y me saludaron. Estaba entusiasmada por vivir en Londres.
Había estado aquí antes, visitando a tía Sarah, pero nunca nos
habíamos quedado más de una semana y la última vez había sido años
atrás. Esta vez viviríamos aquí y estaba ansiosa por explorar y ver qué
había por allí.
Al pasar por Starbucks, inmediatamente reparé en un chico que estaba
sentado junto a la ventana, hablando por su teléfono móvil.
Rápidamente saqué mis anteojos de sol y me los puse para poder volver
a mirarlo sin que se diera cuenta de que lo estaba estudiando. Era
exactamente mi tipo, lo cual resultaba asombroso porque nunca había
visto a mi tipo en carne y hueso, sino sólo en películas o revistas. Tenía
puestos unos jeans negros y una camiseta y hablaba animadamente
con la persona que estaba en la línea. Si era un ejemplar típico de los
chicos londinenses, aquella ciudad prometía. Mirándolo con la cubierta
de mis anteojos de sol, confirmé que era súper buen mozo: de mediana
estatura, delgado, con cabello castaño ligeramente rizado hasta los
hombros y una excelente estructura ósea. Siempre presto atención a
esas cosas porque quiero ser artista, y lo que más me gusta es dibujar
caras. Cuando terminó la llamada y miró por la ventana, adoptó una
expresión taciturna, como si estuviera pensando mucho en algo o
alguien. Erin se moriría si le enviara una foto de él, pensé. Ella tenía en
la pared de su cuarto un afiche de un actor de los años cincuenta,
James Dean. Actuó en una película llamada Rebelde sin causa, y este
chico tenía la misma expresión que James Dean en ese afiche: una
mezcla de taciturno, melancólico y peligroso. Tomé posición en la
parada de autobús que había frente al café y apunté la cámara como
para tomar una foto general del frente del edificio. A último momento, la
apunté hacia el chico y apreté el disparador.
Verifiqué cómo había salido y, bingo, estaba perfecta. Erin se moriría de
envidia, y apenas era mi primer día. Cerré la cámara y volví a mirar
hacia la ventana. El chico estaba mirándome directamente. Cuando
nuestros ojos se encontraron, sentí un cosquilleo en el estómago.
Aparté la vista rápidamente, caminé hacia el mercado y traté de
tranquilizarme pensando que él no sabría que había estado mirándolo
porque tenía los anteojos de sol. Son grandes y negros. No dejan ver los
ojos. Erin y yo los habíamos probado antes de que yo los comprara, en
Irlanda.
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Cuando llegué al minimercado, me quité los anteojos, compré la leche y
una barra de chocolate y luego fui a la farmacia a buscar el champú
para papá.
Tenían la variedad de siempre para los distintos tipos de cabello: seco,
graso, crespo, teñido, dañado. Champúes con frutas, hierbas, aloe vera,
todo tipo de ingredientes mágicos. Al final, elegí uno que tenía un
atractivo color azul y fui hacia la caja. Había una señora mayor delante
de mí y, mientras esperaba, miré alrededor del local para referencia
futura.
Se abrió la puerta y entró el chico de Starbucks. Aparté la vista deprisa,
pero no sin observar que era más alto de lo que había parecido en el
café. De reojo, vi que se dirigía hacia una estantería a la derecha y se
ponía a mirar cepillos de dientes. Eligió uno, se dirigió a la caja y se
paró detrás de mí. Miré hacia otro lado, pues no quería que me viera
mirándolo. En cambio, empecé a observar los productos que había
delante de mí.
El hombre que atendía terminó con la señora y luego saludó al chico
que estaba detrás de mí.
—Hola, Joe—le dijo.
—Hola, Sr. Patel—le respondió el chico, y le enseñó su cepillo de
dientes—. Para mi viaje.
—Qué suerte tienes —le dijo el Sr. Patel.
—Sí. Pasaré casi todo el verano afuera.
El Sr. Patel asintió.
—Lo sé. Tu madre estuvo aquí más temprano, comprando provisiones.
¿Cuándo se van?
—La próxima semana —respondió Joe—. Aunque mamá se va antes…
pero, oiga, esta chica estaba antes que yo, ¿no?
Sólo entonces reparé en que los artículos que había simulado observar
con tanta concentración eran pruebas de embarazo, y parecía que Joe
lo había notado. Sentí calor en la nuca.
—Eh... sí, no. no, pasa tú —balbuceé—. No tengo prisa.
Joe echó un vistazo a las pruebas de embarazo.
—¿Segura? —preguntó.
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—Muy segura —le respondí, en un tono que parecía el de la Reina.
—No, por favor, adelante —insistió Joe—. Tú estabas primero.
Le extendí el champú al Sr. Patel, quien lo tomó y dijo:
—Tenemos peines que van con este champú.
—No importa, tengo cepillo para el cabello —respondí. Sentí que me
ruborizaba pues presentía que Joe estaba escuchando.
—Ah, pero los cepillos no sirven para los piojos —dijo el Sr. Patel—.
Necesitas un peine fino para retirar las liendres. ¿Es para ti?
Detrás de mí, Joe retrocedió un par de pasos. Sentí que me ruborizaba
cada vez más.
—¿Piojos? No, en absoluto. Yo... —Eché un vistazo al frasco. Combate
los piojos, decía claramente en la etiqueta. No me había fijado al elegirlo
en la estantería. Instintivamente, me llevé la mano a la cabeza y Joe
retrocedió más aún—. No. En realidad, no es para mí. Es decir... no
tengo piojos.
—No tienes por qué avergonzarte, querida —dijo el señor—. Es algo muy
común.
—No, en serio... —empecé a protestar.
—Entonces, ¿para quién es el champú? —preguntó el Sr. Patel.
—Para mi papá. Es decir... nooooo, él no…
—Ah, para tu papá —me interrumpió el Sr. Patel—. Aun así, es mejor si
lo usa toda la familia. Los piojos se contagian muy fácilmente.
—Pero... quiero decir, ninguno de nosotros tiene piojos. Nadie en mi
familia los tiene.
Me atreví a echar un rápido vistazo a Joe, que se había ido detrás de un
mostrador de maquillajes y tenía una expresión de "ah, no me digas, a
ver qué inventas ahora".
—En serio, no los tenemos —le dije—. ¡No hace falta que te escondas!
Joe levantó las manos y se encogió de hombros.
—Bueno, sólo estoy haciendo la fila.
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Deprisa, regresé a la estantería de los champúes, devolví el champú
para piojos, tomé uno de Frutos del Bosque para cabello normal y volví
a la caja.
—Llevaré éste —dije—. Sí es para mi papá. No para mí. Y tiene cabello
absolutamente normal. NORMAL, sin piojos.
Oí que Joe reía entre dientes detrás de mí.
Pagué el champú y me encaminé hacia la puerta. Mientras la abría para
salir, oí reír a Joe y también al Sr. Patel.
Caminando de regreso a la casa, pensé: Olvídate de causar una buena
impresión. Posiblemente embarazada y con piojos. Sinceramente espero
no volver a toparme jamás con ese chico. Gracias a Dios que se va de
viaje. Cuanto más lejos, mejor.
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Capítulo 2 Primas
aya —dijo Kate mientras ojeaba las pinturas que
había en la carpeta que estaba apoyada contra la
pared frente a mi cama—, ¿Quién hizo esto?
—Ah. Yo.
—Son fantásticas, India Jane. No sabía que pintabas tan bien.
—Bueno... gracias. En realidad, no son tan buenas; prefiero pintar
gente.
Había cinco pinturas. Todos paisajes. El primero era un hotel junto al
Lago Picola, en la ciudad de Udaipur, en la India. El segundo, un
palacio en Venecia. El tercero, una playa de Santa Lucía, en el Caribe.
El cuarto, una villa en Marruecos, y por último, el castillo en Irlanda.
Eran los cinco lugares donde había vivido desde mi nacimiento. El año
pasado, en el curso de arte, nos habían pedido que pintáramos el lugar
donde vivíamos. La mayoría de la gente pintaba un lugar; dos, a lo
Mimo, por lo general escenas grises que mostraban una típica casa
irlandesa. Lo mío parecía un aviso de una agencia de viajes. Erin hizo
copias para colocar en la pared de su cuarto, junto a su afiche de
James Dean. "Mis aspiraciones”, explicó. Una de sus metas en la vida
es viajar. Yo, en cambio, lo único que siempre quise fue quedarme en
un solo lugar y tener un verdadero hogar.
—Oye, no seas modesta —dijo Kate—. Son muy buenas. Tienes que
ponerlas en la pared. Ojalá yo supiera dibujar. Ojalá supiera hacer
algo.Me da pánico esperar los resultados de mis exámenes finales. Si no
me fue bien, mamá va a explotar.
—Pero ella estará en Grecia cuando lleguen, ¿no?
Kate simuló estrangularse.
—Sí, pero la ira de la Madre Asesina puede hacerse sentir en cualquier
parte del planeta. Estoy contentísima de que ustedes se hayan mudado
con nosotras. Si no, me habría obligado a ir con ella, como el verano
pasado y el anterior, pero gracias a tus padres, que son adultos
responsables y todo eso...
—Difícilmente —la interrumpí.
—V
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—Bueno, no le digas eso a mamá. Está conforme con que ellos estén
aquí para vigilarme, por así decirlo, lo cual significa que puedo salir con
mis amigos.
—Yo habría pensado que te gustaría pasar el verano en Grecia.
Kate meneó la cabeza.
—No. No es lo mío. Ya estuve allá. Me gusta Londres.
—A mí, también.
Esa mañana era la primera vez que veía a mi prima más que unos
segundos desde nuestra llegada a Londres tres días atrás, pues ella
siempre salía hasta tarde o tenía prisa por ir a alguna parte. Al fin
había subido a mi cuarto a “husmear un poco”, como decía ella. La
noche anterior se había quedado a dormir en casa de una amiga en
Chelsea y su mamá se enojó mucho, pues salía hacia Grecia ese mismo
día. Su ausencia significaba que no tendrían mucho tiempo juntas
antes de que tía Sarah se fuera (lo cual, supongo, era precisamente la
intención de Kate). Ella me cae muy bien. Tiene diecisiete años, un par
más que yo, y es muy simpática. Posee el aspecto de una bailarina de
ballet, alta y delgada, sin un gramo de grasa, a pesar de que nunca
hace ejercicio y afirma que está totalmente fuera de forma. Se pinta las
uñas con esmalte azul eléctrico brillante, se viste sólo de negro y,
cuando sale, se pone unos anteojos de sol de Prada fabulosos; a veces
también los usa cuandoestá adentro, lo que fastidia mucho a su madre.
Desde que recuerdo, parecen estar enojadas entre ellas. Kate supone
que el motivo es que ella se parece a su papá y es un recordatorio
constante de él, algo que su mamá no quiere porque se separaron
cuando Kate tenía ocho años. Tía Sarah siempre se quejaba de que Kate
debería usar “un poco de color”. Como regalo por sus exámenes finales,
le compró unas cosas fantásticas en la tienda Harrods, pero Kate puso
cara de fastidio y declaró que esas prendas eran “demasiado infantiles”.
Yo no habría hecho eso. Creo que tía Sarah tiene un gusto fabuloso,
pero Kate no iba a echarse atrás.
Se sentó frente a la cómoda, tomó uno de mis peines y, con él, estiró
hacia atrás su largo pelo oscuro. Cuando lo hizo, observé que tenía la
marca de un beso en el cuello.
—Demonios —suspiró, al ver la marca en el espejo—. Voy a matar a ese
Jamie Morris. ¿Se nota mucho?
Asentí.
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—¿Tienes maquillaje corrector?
—Para granos.
—Servirá.
—En el cajón de la izquierda.
Kate abrió el cajón y sacó el maquillaje.
—Gracias —dijo, mientras se lo aplicaba, y luego se soltó el cabello otra
vez sobre los hombros—. ¿Ya te instalaste?
—Sí.
Había pasado los últimos días desempacando y mi habitación ya
parecía un hogar. Había puesto mi cobertor de terciopelo color
aguamarina sobre la cama, con un par de almohadones con lentejuelas
que mamá había comprado años atrás en un mercado de la India.
Del riel de la ventana, había colgado un sari turquesa (también
comprado en la India) y, en general, los colores quedaban hermosos con
el azul que tía Sarah había elegido para las paredes. Por último, había
colocadosobre la cómoda el espejo veneciano que mamá y papá me
habían regalado para un cumpleaños, y luego había colgado de él todos
mis collares.
Kate se levantó, sacó un paquete de MarlboroLights de un bolsillo de sus
jeans, se arrodilló en mi cama para abrir la ventana y luego encendió
un cigarrillo.
—¿Quieres uno? —me preguntó.
Meneé la cabeza. Había probado fumar con Erin el año pasado, en una
fiesta de Navidad. A las dos nos había sabido horrible, y me había
provocado mareos y ganas de vomitar. Esa misma noche, más tarde,
Erin estuvo con Scott Malone. Justo cuando empezaban a besarse, él se
apartó y le dijo que no le gustaba besar a chicas que fumaban porque
les quedaba un sabor agrio en la boca. Erin se sintió mortificada e
intentó asegurarle que ella no era fumadora, pero él no le creyó y
terminó besándose con TraceyIngram. Después de eso, ninguna de las
dos volvió a fumar.
Mientras fumaba su cigarrillo, Kate miró hacia la mesita de luz, donde
yo había colocado mis dos fotos enmarcadas. Las había llevado conmigo
en el avión, en el equipaje de mano, para que el vidrio no se rompiera.
En una se veía a la familia sentada en torno a una mesa en la terraza
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de la abuela Ruspoli: era del año anterior, cuando nos habíamos
reunido en Italia para festejar los cincuenta años de papá. Ethan y
Lewis se parecen a papá: apuestos, con cabello oscuro, espeso y
rebelde, piel trigueña y ojos color ámbar. Dylan sale más a mamá con
su tez pálida y rasgos delicados. Yo soy una mezcla de los dos. Tengo
piel trigueña como él, sus ojos color ámbar y cabello castaño rojizo, un
par de tonos más oscuros que el de mamá. Cuando era pequeña, era la
nena de papá. Yo lo adoraba y lo seguía a todas partes; si él salía, lo
esperaba junto a la puerta como un cachorrito fiel hasta que regresaba.
Claro que dejé de hacer eso hace mucho tiempo, y últimamente discuto
quizá más con él que con cualquier otro integrante de la familia. Ya no
soy su mascota obediente. Me fastidia que siempre quiera —y consiga—
que todo sehaga a su manera y que mamá lo acepte como si no tuviera
opinión propia. Mis hermanos también lo dejan salirse con la suya.
Para ellos, es como un ídolo. Papá me llama Chica Canela por mi color
de piel. Lo copió de una canción de Neil Young de los años sesenta.
Todos los años, para mi cumpleaños, mamá prepara un perfume
especial con aceite de cinnamon—canela— y otros ingredientes que no
conozco (ella no quiere revelar su fórmula secreta). Tiene un aroma
increíble, cálido y picante, y cuando lo uso, siempre me preguntan
dónde se puede comprar.
—Tus padres están muy bien en esa foto —observó Kate—, parecen un
príncipe y una princesa de un cuento de hadas. Bueno, de hecho, todos
en tu familia son bellos. Todos tienen el mismo rostro en forma de
corazón. Parece que tus padres les han transmitido una combinación de
los mejores rasgos de cada uno.
Qué hermoso comentario, pensé, asintiendo. Mamá y papá siempre me
decían que era bella, pero eran mis padres, es decir, no tenían una
opinión imparcial. Además de ellos, pocas personas han hecho
comentarios sobre mi aspecto, de modo que me dio mucho gusto oírlo
de labios de alguien como Kate.
—Tu papá es príncipe, ¿verdad?
—Casi. Es conde. Aunque no usa su título. Dice que, cuando la gente se
entera de que es conde, piensa que debe de ser rico, pero no lo es. Por
eso, para no tener que dar explicaciones, simplemente no se lo dice a
nadie.
—Y ¿qué fue del dinero de la familia?
—Uno de sus antepasados lo perdió todo en el juego, de modo que a la
familia sólo le queda el título.
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—Qué pena —dijo Kate, y luego tomó la otra foto, la mía con Erin en el
viaje escolar—. ¿Quién es esta chica tan loca?
Reí.
—Erin—respondí, y al mismo tiempo se oyó el timbre de la puerta—. Es
mi amiga de Irlanda.
—Parece divertida —observó Kate.
—Lo era. Lo es. La foto no le hace justicia. Estábamos divirtiéndonos.
En realidad es muy bonita.
El timbre volvió a sonar.
—Alguien va a atender —dijo Kate, y continuó fumando y husmeando
por mi habitación.
Unos minutos después, volvió a sonar el timbre.
—Mi Dios —dijo Kate—. Nadie atiende la puerta en esta casa. Ni el
teléfono.
Fui a la ventana y espié, para ver si podía ver a alguien. Afuera llovía, y
quien llamaba estaba oculto bajo un paraguas.
—Supongo que podría ir una de nosotras —sugerí.
—¿Por qué habríamos de ir nosotras, que estamos aquí arriba, cuando
ellos están abajo?
—En realidad, creo que mamá, papá y Dylan salieron de compras —
respondí—. Y papá iba a ver a un viejo amigo suyo por un trabajo y...
eh... tu mamá se está duchando.
Kate se encogió de hombros.
—Pues yo no espero a nadie. ¿Y tú?
—No. No conozco a nadie por aquí.
El timbre sonó una vez más. Una llamada larga e insistente.
—Mira, voy a atender —dije, cuando resultó evidente que Kate no
pensaba hacerlo—. No me molesta.
Kate tomó mi nuevo ejemplar de la revista Teen Vogue del estante que
estaba sobre el escritorio y luego fue a acostarse en mi cama.
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—Como quieras —dijo—. Probablemente es alguien que quiere
vendernos algo.
Bajé rápidamente, corrí a la puerta y la abrí justo a tiempo para ver la
espalda de alguien que se alejaba hacia el portón.
—Hola. Lo siento —le dije—. ¿Qué necesitaba?
La persona dio media vuelta y bajó el paraguas.
Era el chico del minimercado. Joe.
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Capítulo 3 Un sabueso
e oyeron pasos furiosos que bajaban la escalera. Un segundo
después, la puerta de la cocina se abrió súbitamente.
—¿Estuviste fumando en tu habitación?
Yo estaba a punto de morder un pan integral tostado untado con
mermelada de frambuesa y mantequilla de maní (mi combinación
preferida) pero me detuve en medio del bocado.
—Yo no, en serio… —empecé a defenderme, y luego pensé: ¿Por qué
tengo que darle explicaciones a mi hermano de doce años? —Aunque no
es asunto tuyo.
—Si es asunto mío — repuso —. Yo estoy en el mismo piso que tú, y hay
gente que se ha muerto por ser fumadora pasiva.
Lo dijo con una expresión tan seria que me dieron ganas de reír.
—Bueno, muérdeme —respondí, con una sonrisa—. ¿Qué fuiste en tu
vida pasada? ¿Un perro sabueso?
—No es chiste, India Jane —insistió—. Las estadísticas demuestran…
—Las estadísticas demuestran… —lo imite, con lo cual Dylan se enojó
más aún—. Consíguete una mascara de oxigeno. Yo puedo hacer lo que
quiera, y traer a quien quiera a mi habitación, y quien venga puede
hacer lo que quiera mientras este allí.
Dylan apretó los dientes, me miró con furia y salió dando un portazo.
—El estrés también mata —le grité.
Por dentro, lamenté que no se me hubiera ocurrido encender un
incienso antes de que él y mamá regresaran. Apenas se fue Joe, corrí
nuevamente escaleras arriba para preguntarle a Kate qué sabía de él,
pero solo quedaba el olor a cigarrillo. Cuando baje a buscarla, me
distraje porque sentí hambre y me puse a tostar pan antes de perfumar
mi cuarto. Claro que Dylan “La Nariz” había percibido el olor a cigarrillo
apenas había subido.
Un momento después apareció mamá, puso algunos productos en el
refrigerador y volvió a desaparecer. Probablemente ella también había
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olido el humo al llegar arriba, pues se sentía en toda la casa, pero no
había dicho nada. Ella no era así. Mamá y papá creen en dejarnos
experimentar y encontrar nuestro propio camino. A diferencia de Dylan.
Es un poco exagerado en lo que se refiere a la salud. Es como si fuera la
conciencia de toda la familia. Siempre está sermoneándonos sobre los
peligros de los conservantes, aditivos, el exceso de azúcar o sal. No es
un chico normal, eso seguro, o quizá se deba a que es de Escorpio y se
supone que los escorpianos son intensos. Supongo que también se debe
a que es menudo para su edad, cosa que detesta. Erin dice que al ser
así compensa por su tamaño, del mismo modo que lo hacen los perros
pequeños haciendo mucho ruido. Pero no necesita preocuparse. Papá y
mamá son altos, de modo que seguramente crecerá con el tiempo,
aunque quizá no tan pronto como el querría.
Personalmente, no sé porque se altera tanto por todo. Mamá y papá son
muy consientes de la salud; siempre lo han sido, y siempre compraron
comida orgánica y hasta la cultivaron cuando pudieron. Pero son más
tranquilos al respecto. Dylan, en cambio, lee las etiquetas de todos los
productos y verifica los ingredientes. Es obsesivo. A veces me pregunto
como se las ingenia para hacer amigos. Pero lo logra, especialmente con
las chicas, porque es lindo, aunque un poco bajito por el momento. En
Irlanda, siempre había chicas que lo llamaban por teléfono o lo
esperaban a la salida de la escuela.
Arriba, oí que Kate y tía Sarah discutían por algo. Probablemente ella
también había olido el olor a cigarrillo y, a diferencia de Dylan, no me
culpaba a mí. Ah, familias felices, pensé, al tiempo que sacaba mi
teléfono móvil y le escribía un mensaje de texto a Erin.
Hola. Me enamoré. India J.
La respuesta llegó de inmediato.
¿Quién? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo?
Estaba a punto de responder cuando Kate interrumpió en la cocina.
—Dios mío —suspiró, y echó un vistazo a su reloj—. Faltan a penas dos
horas para que se valla el monstruo de mi madre… entonces habrá paz.
Miró la segunda rebanada de pan con mermelada y mantequilla de
maní que había en mi plato, la tomó y le dio un mordisco.
—Eh… Kate —dije—. Ese chico que llamó a la puerta hace un rato…
—¿Qué chico?
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—Joe. Creo que se llama Joe. Dejó un sobre para tu mamá.
Kate se encogió de hombros.
—JoeDonahue. Sí. ¿Qué hay con él?
—¿Quién es?
Kate dejó de masticar, se sentó frente a mí y me escudriñó estrechando
los ojos.
—¿Te gusta?
Sentí que me ruborizaba.
—Eh… puede ser. En realidad, no lo conozco.
—Cielos —dijo Kate y meneo la cabeza—. No. Con Joe, no. Está en el
mismo año que yo en la escuela. No te metas con él.
—¿Por qué? Es lindo.
—¿Acaso no todos los chicos malos lo son?
—¿Es malo? ¿Por qué?
Kate me miró con aire de complicidad.
—Confía en mí —dijo—. Sé que te parecerá gracioso viniendo de mí, ya
que he tenido una cantidad de novios malos pero, créeme, JoeDonahue
es un caso aparte y no quiero que te lastime.
Estaba apunto de preguntarle más, pero mamá volvió con más
mercaderías y no quise que escuchara para que luego no fuera tema de
conversación de toda la familia. Mas tarde voy a acorralar a Kate,
pensé, y averiguar más. Estaba intrigada. No me había dado mala
impresión cuando llamó a la puerta. Al principio, no había podido creer
lo que veía, parado allí, en la entrada de tía Sarah, más apuesto aún
que antes con su cabello mojado y ligeramente rizado por la lluvia. Creo
que debo haberme quedado boquiabierta, y él puso cara divertida al ver
que era yo.
Él había levantado la vista para mirar la casa.
—¿Puedes darle esto a Sarah… digo, a la Sra. Rosen?
—Claro. Es mi tía —respondí.
—Ah —dijo, y le apareció un brillo en los ojos—. ¿De la familia que no
tiene piojos?
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—Esa misma —repuse con un estúpido aire pomposo del que me
arrepentí inmediatamente—. Es que… me equivoque de frasco.
—Suele suceder —respondió y me dirigió una sonrisa matadora.
Busqué en mi cerebro algo ingenioso y brillante que decir pero lo único
que me salió fue:
—Sí.
Él asintió como si yo hubiera dicho algo muy sensato.
—Eh… sí. Bien, nos vemos —dijo, y por unos segundos nuestros ojos se
encontraron y volví a sentir ese cosquilleo en el estomago. Había una
conexión y estaba segura de que él también la había sentido.
Se volvió hacia la lluvia, abrió el paraguas, se alejó por el sendero, salió
por el portón y desapareció. Quise gritar tras él: ¿cuándo nos vemos?
¿Adonde vas de viaje? ¿Por cuánto tiempo? ¿Con quién? ¿Cuándo
vuelves? ¿Tienes novia? ¿Quieres una? Pero no lo hice.
—Sí, hasta luego —respondí a la lluvia.
Apenas se fue el taxi de tía Sarah, Kate empezó a hacer sus propios
planes para salir, pero la acorralé en el vestíbulo antes de que pudiera
escapar.
—Nos vemos —dijo, mientras se ponía los anteojos de sol de Prada,
metía un billete de veinte libras en el bolsillo trasero de sus jeans y se
encaminaba a la puerta de calle.
—Pero… antes de que te vayas, quería que me contaras algo más sobre
Joe—balbucee.
Puso los ojos en blanco.
—Ya te dije que es un mal chico. Hay un reguero de corazones rotos
detrás de él y, dado que soy tu prima mayor y responsable, voy a
asegurarme de que el tuyo no este entre ellos.
Personalmente, no me parecía que “Kate” y “responsable” fuesen dos
palabras que combinaran bien, pero no iba a arruinarle el momento de
mostrarse protectora conmigo.
—Bueno, se va de viaje —repuse—. Así que es muy probable que pase
nada.
Kate asintió.
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—Se va a Grecia.
—¿Qué? ¿Con tía Sarah?
—Sí. No. Al menos, no viaja con ella. Pero creo que se va pronto. No se
bien cuando.
— ¿Por qué?
—Su madre es una de las más viejas amigas de mamá. Se llama
Charlotte, pero la llamamos Lottie. Se conocen desde hace muchos
años. Ella ayudó a mamá a fundar el centro y dicta talleres allí.
—No me digas ¿Qué tipo de talleres?
—De esos que hacen doblarte, poner la pierna detrás de la oreja
izquierda y buscar la iluminación… ya sabes, yoga. Y también enseña
una nutrición aburridísima, creo. Lentejas y arroz integral. Evítalos a
toda costa.
Lancé una carcajada.
—No creo que los describan así en el folleto —dije.
El centro en Grecia, llamado séptimo cielo, era el último
emprendimiento de tía Sarah. A diferencia de mamá, que usaba su
herencia para viajar por el mundo, tía Sarah invertía la suya. Primero
tuvo un puesto en Portobello Road, donde vendía joyas de la India y de
Tailandia. Con lo que ganó con eso, compró un local pequeño y luego
otro, y otro más, hasta que llegó a tener cuatro locales donde vendía
joyas y artesanías de todo el mundo. Luego invirtió en bienes raíces y
compró la casa de Holland Park, además de un par de apartamentos en
el norte de Londres, que alquilaba. Hace unos años, vendió los
apartamentos, compró un terreno en Grecia y fundó un centro de
vacaciones holístico. Ofrece todo tipo de talleres creativos y de
autoayuda, y la gente va allá a escribir, pintar, meditar, hacer danza,
yoga, una variedad de clases, desde raras hasta maravillosas.
Kate también río.
—Sí, mamá debería encargarme la publicidad a mí. Yo diría la variedad
de lo que hacen allá. No es mi idea de diversión, eso te lo aseguro.
—Y ¿por qué va Joe? ¿Qué va a hacer allá?
Kate se encogió de hombros.
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—No lo sé. No va a tomar clases. Creo que oí decir a mamá que le había
conseguido un trabajo allá por el verano. En el pueblo, no en el
complejo. Pero probablemente el motivo principal sea que allá Lottie
puede vigilarlo. Lo cual significa que el lobo feroz estará lejos todo el
verano y tú estas a salvo.
Puede ser, pensé, mientras Kate se iba, pero volvería en septiembre
para empezar la escuela. Y la buena noticia era que yo iría a la misma
escuela que él y Kate. Además, mi tía conocía a su madre. Seguramente
habría muchas oportunidades para toparme con él por casualidad. Nos
vemos, había dicho él. Sí. Yo me aseguraría de que así fuera.
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Capítulo 4 ¿Cambio de planes?
anela: Esto me encanta me encanta me encanta. Es alucinante,
Erin. Londres es súper cosmopolita. Como que el mundo entero
está aquí. Todas las naciones. Todas las formas. Todos los
tamaños. Nunca me sentí más feliz y aún faltan varias semanas para
empezar las clases. Pasé los últimos días explorando el oeste de Londres
y, cuanto más veo, más tengo la impresión de que me morí y llegué al
cielo. High Street Kensington, las tiendas elegantes de la calle Sloane en
Knightsbridge (hasta huelen caras: en la mayoría tienen encendidas las
velas aromáticas más divinas durante todo el día), el mercado de
Portobello Road donde venden de todo. Te fascinaría. Te extraño. Ojalá
estuvieras aquí. India Jane.
Irlandaxsmpre: CALLATÉ. Te odio. Tengo demasiada envidia para seguir
hablando contigo. Nuestra amistad se acabó.
Canela: Nooooooooooooooooooooooooooooooo. Por favor, seamos amigas
otra vez.
Irlandaxsmpre: No. Ya no me caes bien. Estás fuera de mi vida a partir
de este momento. Estás demasiado feliz y yo estoy absolutamente
deprimida.
Canela: Por favooooooooooor, sigue siendo mi amiga. Te extraño, en
serio.
Irlandaxsmpre: No te creo. Hace menos de una semana que te fuiste y
ya dices que nunca en tu vida habías estado tan feliz. Es obvio que
estoy de más. Has seguido con tu vida y no me llevaste contigo. Voy a
estar triste por toda la eternidad.
De acuerdo. Ya me aburrí de esto.
PD: ¿Qué pasó con ese chico del que te enamoraste por un
nanosegundo; el de la foto que me enviaste?
Canela: Se va a Grecia por todo el verano.
Irlandaxsmpre: Ah. No temas. Habrá otros. Aunque sí se veía lindo. No
veo la hora de ir. Tengo que irme. Busby´s me llama. ¿Ves a qué me
refiero? Tú recorres tiendas elegantes en Knightsbridge, que huelen a
perfumes caros. Yo tengo que surtir estanterías en Busby´s, que huele a
C
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repollo rancio. Es lo que me ha tocado en la vida. ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡PERO
NO POR MUCHO TIEMPO!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Erin había conseguido trabajo por un mes en Busby´s, que era el
supermercado local, cerca de donde vivíamos antes. Lo detestaba, pero
era una manera para conseguir dinero extra para venir a Londres en
agosto. Me hacía pensar que quizá yo también debería conseguir un
empleo por tiempo parcial y ganar un poco de dinero para ir a visitarla
en las vacaciones de invierno o en Navidad. Sabía que mamá y papá no
podían darme dinero, pues desde que habíamos llegado a Londres, el
único tema de conversación durante las comidas era el poco dinero que
tenían y en qué iban a trabajar. Sería un gran cambio para los dos. No
es que ninguno de ellos no hubiese trabajado nunca, sino sólo que
nunca lo habían hecho por necesidad. En cualquier parte del mundo
donde estuviéramos, siempre habían estado ocupados en algo. Papá con
su arte y su música, y mamá, con su arte, su diseño de joyas y sus
productos caseros de tocador.
Para mamá, no fue difícil conseguir trabajo. Apenas llegamos, su tía
Sarah la puso a trabajar. Antes de partir a Grecia, ayudó a mamá a
armar un taller en el sótano, donde podría fabricar joyas para una de
sus tiendas. Además, tía Sarah pidió a mamá que desarrollara una
línea de jabones, aceites y geles de baño, y mientras ella experimentaba
con diversas combinaciones de hierbas, frutas y flores, había en la casa
un aroma delicioso que llegaba a los pisos superiores. Entre las tiendas
elegantes y la casa de la tía, yo pasaba de un aroma delicioso a otro.
A papá no le estaba resultando tan fácil. Si bien había montones de
cosas que sabía hacer, pues es bueno en muchas áreas —arte, música
(toca el piano, el chelo y la guitarra) y habla varios idiomas (italiano,
español, francés y urdu) —no tenía mucha suerte en su búsqueda de
empleo. En los primeros días en Londres, llevó fotografías de sus
pinturas a varias galerías de arte y, si bien algunas expresaron interés y
una incluso le ofreció hacer una exposición, todas estaban ocupadas
hasta el año próximo.
Probó con algunos de sus amigos músicos, pero nadie tenía vacantes
salvo como suplente en caso de que se enfermara alguien, y eso no
garantizaba un ingreso regular de dinero.
—No hay nada para un hombre con múltiples capacidades como yo —
decía, y luego se pasaba una hora descargándose con el piano. Ésa era
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una de las maneras que tenía papá de resolver los problemas: ¡hacer
mucho ruido! Aunque a veces tocaba en forma brillante, yo ansiaba
tener un padre que tuviera un método más silencioso de desahogarse.
Luego de una semana en Londres, una mañana papá explotó y anunció
que iría al centro de desempleo y aceptaría cualquier puesto que
hubiera. Volvió un par de horas más tarde, con cara de infelicidad.
Estaba muy deprimido. Le preparé una bebida con jengibre, limón y
miel, como a él le gusta, y se la llevé al sótano, donde estaba recostado
en una vieja chaiselongue en el taller de mamá.
—¿No tuviste suerte? —le pregunté.
—Me ofrecieron un empleo a prueba en una ferretería.
Probablemente no ganaría más que tu amiga Erin, India Jane. Es eso o
trabajar en la construcción.
Por primera vez desde que podía recordar, mi papá siempre tan
expansivo y entusiasta, se veía deprimido.
—Ya aparecerá algo —le dijo mamá—. Podrías enseñar, ¿verdad?
¿Música o idiomas?
Papá meneó la cabeza.
—Podría, sí, pero no me dejan. Para trabajar en escuelas o
universidades, haya que llenar ciertos requisitos. Y hay que tener un
CV. Un registro de trabajos anteriores. El sistema no acepta a gente
como yo. Mi CV parece un folleto de turismo.
—¿Y las orquestas? —le pregunté.
—No pasa nada. No. Tendrá que ser la construcción —dijo, bebiendo un
sorbo de la bebida que yo le había traído y tratando de aparentar
valentía—. Me irá bien. Todo es parte de las experiencias de la vida, y
quizá consiga algo mejor en el otoño.
Gracias a Dios por la casa de la tía Sarah, pensé, mientras volvía a
subir. Al menos tenemos donde vivir.
Al día siguiente, papá volvió a salir y yo seguí explorando la zona. Por la
tarde, estaba a punto de escribirle un e—mail a Erin acerca de unos
puestos de ropa fabulosos que había encontrado cerca del mercado de
Portobellos, cuando oí que Dylan me llamaba desde abajo.
—¡India, INDIAAAAAAAAAAAAA JAAAAAAAAAAAAAAAANE!
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Fui hasta la escalera.
—¿Qué?
—Papá quiere que bajemos.
—¿Para qué?
—No lo sé, pero dijo que vayamos ahora. A la sala.
Ojalá sea un trabajo que le guste, pensé, mientras bajaba la escalera.
Mamá y papá estaban en la sala, sentados en uno de los enormes sofás
de cuero junto al hogar. Papá sonrió alegremente cuando entré.
—¿Buenas noticias? —pregunté, mientras me sentaba junto a Dylan en
el sofá frente a ellos.
Papá asintió y miró brevemente a mamá.
—¿Se lo dices tú o se lo digo yo?
—Díselo tú —respondió ella.
Papá asintió ligeramente.
—Bueno, conseguí trabajo.
—¡Viva! —dije—. ¿Es bueno? ¿Es algo que tú querías?
Papá me miró con una amplia sonrisa.
—Sí. No podría ser mejor. Es en una orquesta. ¿Se acuerdan de mi viejo
amigo RobinBeaton?
Dylan y yo asentimos. Había ido a visitarnos cuando vivíamos en
Irlanda. Era pianista en una orquesta famosa.
—Ha estado enfermo —prosiguió papá— y tendrá que pasar un tiempo
en el hospital, además, claro, de que necesitará tiempo para
recuperarse.
—¿Por qué está en el hospital? —preguntó Dylan.
—Una pequeña operación —respondió papá.
—¿De qué, exactamente? —insistió Dylan.
—Cáncer de próstata.
—Ah —dijo Dylan—. ¿Lo hallaron a tiempo?
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Mamá asintió.
—Creen que sí.
—Qué bueno —dijo Dylan—, porque ése es un tipo de cáncer que tiene
buenas posibilidades de curación si se detecta a tiempo. Vi un
programa sobre eso en la televisión por cable. Dile que coma mucho
tomate.
Mamá y papá miraron, divertidos, a su hijo experto en salud.
—Sí —dijo papá—. Es tratable y, por suerte, creen que lo han detectado
a tiempo. Lo malo es que tiene toda una serie de conciertos
programados para el verano y hasta el otoño. Es demasiado tarde para
cancelarlos.
—Le ha pedido a su padre que lo reemplace y cumpla con esos
compromisos en su lugar —anunció mamá.
Dylan lanzó un puñetazo al aire.
—¡Bravo! —exclamó.
—Excelente —dije.
—Lo sé. No podría ser mejor —respondió papá, con una enorme
sonrisa—. Es un trabajo perfecto para mí, y además puedo hacer
contactos para el futuro.
—Entonces, ¿cuándo empiezas? —le pregunté.
—De inmediato. El primer concierto es el próximo fin de semana.
Además, será buen dinero.
Estaba a punto de ponerme de pie cuando mamá tosió.
—Eh… India Jane, no te vayas aún; hay más.
—Ah, bueno —dije, mientras volvía a sentarme—. Oye, podemos ir a
verte tocar.
Papá rió.
—Lo dudo —respondió.
—Los conciertos son por toda Europa —explicó mamá.
—Ah —dije—. Entonces, ¿vas a irte?
Mamá y papá asintieron.
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—Sí.
—¿Y nosotros nos quedaremos aquí con mamá?
Mamá echó una mirada a papá.
—No precisamente. Yo voy a ir con tu padre.
Eso no era una buena noticia. Apenas habíamos llegado a Londres y ya
teníamos que partir otra vez.
—Y, ¿cuándo nos vamos? —pregunté.
—Ah, no. Hay un cambio de planes —respondió papá—. Pero te va a
gustar.
—Tu padre y yo lo hemos hablado —prosiguió mamá—, y Dylan va a
quedarse con Ethan por una semana.
—¿Con Ethan? —preguntóDylan—. Pero ¿hay lugar para mí allá, con
las mellizas?
Mamá asintió.
—Las mellizas irán con Jessica y tú compartirás la habitación con
Ethan. Sólo por una semana, mientras yo voy con tu padre y lo ayudo a
acomodarse; luego podrán venir con nosotros.
Dylan sonrió al oír la noticia, pues idolatraba a su hermano mayor y le
encantaba estar con las mellizas.
—¡Qué bueno!
—Sí —dijo mamá—. Creo que todo saldrá a la perfección.
—¿Cuándo volveremos? —preguntó Dylan.
—A fines de agosto, para el comienzo de las clases —respondió mamá—.
Papá regresará a fines de octubre.
Todo el mundo estaba contento y muy conforme con las noticias.
Excepto yo. Me sentía como si me hubiesen golpeado.
—Eh… ¿y yo? —pregunté.
Papá se puso de pie como si la reunión hubiese llegado a su fin. Se pasó
los dedos por el pelo y luego miró el reloj.
—Tú, mi Chica Canela, pasarás las mejores vacaciones de tu vida.
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Dios mío, pensé, mientras crecía la opresión que sentía en el pecho.
¿Cuántas veces lo oí decir eso cuando está a punto de mudarnos a
todos a otro país? Por favor, por favor, que no sea en otro país.
—¿Dónde, exactamente? —pregunté.
—Tu madre habló con Sarah esta tarde…
Qué alivio, pensé, puedo quedarme aquí con Kate. Vaya, eso será
genial. Y entonces me di cuenta de que papá seguía hablando.
—…sí, te encantará allá. Será una excelente experiencia para ti.
—Disculpa —le dije—. ¿Podrías retroceder un minuto? No entendí la
última parte.
—Grecia —dijo papá.
—¿Grecia? —repetí.
—Sí —respondió mamá—. Hemos decidido que puedes ir a quedarte con
tu tía a Grecia. Ella accedió de inmediato y en este mismo momento
está reservando tu vuelo. ¿No es perfecto?
Papá se encaminó a la puerta.
—Entonces, todos felices —declaró—. Sabía que todo se resolvería.
—Noooooooooooooooo —protesté—. Yo no estoy feliz. Por favor, papá.
Quiero quedarme aquí. No quiero ir a Grecia.
Mamá y papá se veían sorprendidos.
—¿Por qué no, India Jane? —preguntó papá.
—Apenas acabamos de llegar. Me gusta estar aquí y quisiera quedarme
en un solo sitio por un tiempo —expliqué.
Papá echó a reír y me pasó la mano por la cabeza, despeinándome, cosa
que me fastidiaba mucho.
—Tonterías —dijo—. Te va a gustar.
Luego se puso a cantar una ópera italiana a todo pulmón. Mamá rió
mientras él salía de la sala y se sentaba a tocar el piano a todo volumen
en la sala contigua. Dylan se puso de pie y fue con él, y un momento
después lo oímos acompañarlo con una pandereta.
—¡A veces quisiera que esta familia se callara! —murmuré.
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Mamá rió entre sientes y el bullicio de al lado fue aumentando.
—Te entiendo —respondió.
Yo sabía que no me entendía.
—Es sólo hasta el fin del verano y será un experiencia estupenda para ti
—dijo, al cabo de unos minutos de observarme mirar por la ventana con
aire taciturno.
—También lo sería permanecer en Londres. ¿Por qué no puedo
quedarme aquí con Kate?
—De ninguna manera —respondió—. Kate va a ir con su padre en
Richmond.
—Entonces, ¿por qué no puede quedarte tú? —insistí.
—Tu papá quiere que esté con él. Sólo estaré fuera por el verano. Es un
compromiso muy importante; tiene mucho que aprender en muy poco
tiempo, y va a necesitarme allá con él.
—Yo te necesito conmigo —dije—. ¿Por qué no pueden quedarse aquí tú
y papá? Ya conseguirá otro trabajo.
—Ésta es una excelente oportunidad para él, India —explicó mamá.
Trató de hacerme sonreír haciendo sobresalir el labio inferior como yo.
Sabía que me estaba portando como una adolescente caprichosa, pero
no podía evitarlo. Y no pensaba sonreír.
—Para algunos jóvenes, pasar un verano en Grecia en un lugar como el
que tiene tu tía Sarah sería la oportunidad de su vida.
—Pues que vayan ellos —repuse.
Crucé los brazos, crucé las piernas y traté de reprimir las lágrimas que
amenazaban con derramarse sobre mis mejillas. Aunque mamá no se
dio cuenta. Se puso de pie y fue a reunirse con papá y Dylan, y un
momento después los oí a los tres cantando con la algarabía de una
familia feliz. Mamá jamás discute. Su manera de resolver las peleas
consiste en retirarse. A nadie le importa lo que yo quiero, pensé. Nunca.
Afuera empezaba a oscurecer. Igual a mi fantasía del verano perfecto en
Londres, pensé. Me puse de pie para regresar a mi cuarto, darle un
puntapié a una pared y luego escribirle las novedades a Erin.
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Capítulo 5 Rendirse, Jamás.
rlandaxsiempre: ¿QUÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉ? No. Esto ni puede
ser. ¡No puede ser que haya estado acomodando miles y miles de
latas de guisantes para nada! Voy a tener que suicidarme.
Aaaaaaayyyyyyyyyyy… Adiós, mundo cruel.
PD: No dejes de llorar mucho en mi funeral.
PD2: Y asegúrate de que Scott Malone de entere de mi muerte
prematura ara que se dé cuenta de lo que se perdió.
Canela: Cuánto lo siento. Papá tiene la culpa. Lo odio por arruinarlo
todo. He tratado de hacérselo entender por todos los medios. Le rogué,
le supliqué, se lo pedí de rodillas, pero no quiere aflojar. Así que lo
intenté y lo siento. Mucho, en serio. Te compensaré de alguna manera.
¿Quizá para Navidad? ¿O en las vacaciones de invierno?
Irlandaxsiempre:¿Cómo? ¿Para Navidad? Pero faltan mil años para
Navidad. Eso sí, estoy pensando mejor eso de ponerle fin a todo. He
mirado a la muerte cara a cara y tuvimos una charla, y las dos nos
preguntamos si no habrá una solución o una alternativa para tu viaje a
Grecia.
Canela: Sinceramente espero que la haya porque, pensándolo bien, mis
opciones de suicidio no parecen la mejor idea que haya tenido. La única
pistola que encuentro es la de plástico de Mark, que dispara chorros de
agua. Todos los cuchillos de mamá están desafilados, y en la cocina hay
poco, al menos que me clave el cucharón de sopa. Ya revisé el armario
de los remedios y lo único que encontré fue un tubo de pomada para
juanetes del abuelo.
Irlandaxsiempre:No suena poético suicidarse con pomada para
juanetes, ¿verdad? Me moriría de vergüenza cuando anunciaran la
causa de mi muerte (lo cual sería difícil pues ya estaría muerta, y creo
que no se puede morir dos veces, ¿o sí?). Bien. India Jane, vas a tener
que hacer algo. ¿Entiendes?
Canela: Sí. Lo haré. Estoy pensando en eso.
Irlandaxsiempre:Yo también. Aunque descubrí un nuevo método de
suicidio. Muerte por pastel de chocolate. Mmmm, qué rico.
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Canela: Deja de hablar de morir, aunque sea en broma. Me estás
volviendo loca. El suicidio es una idea horrible; podrías quedar
atrapada en un mundo intermedio por toda la eternidad y ya no
tendrías cuerpo. Y ¿qué harías entonces?
Irlandaxsiempre:Hum. Es obvio que esta crisis te ha hecho perder la
cabeza. De acuerdo. Dejaré de comer pastel porque ya me siento
descompuesta.
Luego de quince mensajes de ida y vuelta, Erin y yo estábamos de
acuerdo en que el viaje a Grecia quedaba descartado y, entre las dos,
preparamos una lista de alternativas que mamá y papá podrían llegar a
aceptar.
Había esperanza.
El Plan A era mi hermano mayor, Ethan, y allá fui a la mañana
siguiente.
—Por favor, Ethan. Te haré de niñera durante el resto del año —le
rogué, mientras Eleanor se ponía el bol del desayuno de sombrero y se
llenaba la cara de avena —, si me dejas quedarme contigo.
Jessica había ido de compras y el pobre Ethan se veía loco de estrés
mientras observábamos a las mellizas llenándose el pelo de cereal. (Lara
había visto a Eleonor hacer el truco del sombrero, obviamente le pareció
una buena idea y la imitó.)Ethan señaló el espacio reducido que era su
hogar.
—Lo siento, India J. —respondió—, ya será difícil tener aquí a Dylan por
una semana. No tenemos lugar. Te das cuenta, ¿verdad?
Lamentablemente, sí me daba cuenta. Él, Jessica y las mellizas vivían
en una casa de dos dormitorios en West Hampstead. Cada centímetro
cuadrado de la casa estaba ocupado al máximo. El solo hecho de
atravesar el vestíbulo había sido todo un logro: tuve que pasar por
encima del cochecito doble de las mellizas, la bicicleta de Ethan, los
cascos de ciclismo y los paquetes económicos de pañales y artículos
para bebés. Hasta la sala estaba atestada de libros, revistas y más
productos de supermercado. Vi que no había lugar para mí, salvo que
durmiera debajo de la mesa.
No insistí. Parecía que Ethan necesitaba dormir bien una noche entera
y no quise imponerle más presión de la que ya tenía.
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El Plan B era Lewis. Lo llamé pero tenía puesto el contestador y su
teléfono móvil estaba apagado. Miré el reloj. Las doce y media.
Conociendo a Lewis y recordando las mañana de fin de semana cuando
vivía con nosotros, aún estaría durmiendo.
Tomé el metro y un autobús hasta su apartamento en CrouchEnd y,
efectivamente, cuando al fin abrió la puerta luego de varios timbrazos,
tenía cara de sueño ye l pelo oscuro ondulado todo despeinado.
Mientras subíamos, rápidamente le comenté el motivo de mi visita pero,
una vez que llegamos al primer piso y entramos a su apartamento,
apenas olí la habitación que compartía con su amigo Chaz, supe que no
duraría un solo día allí, ni hablar de una semana. Apestaba con un olor
rancio a cigarrillos, cerveza y comida hindú. Las cortinas aún estaban
cerradas y, cuando encendí la luz, la sala estaba llena de ceniceros
repletos, cajas de comida rápida y latas de cervezas vacías.
Le lavé los platos mientras él se duchaba y se vestía, y luego le conté mi
historia.
—Lo siento, hermanita, pero no puedo —dijo, mientras se ponía una
camiseta vieja que estaba en el suelo—. De todos modos, quizá lo pases
de película en Grecia. Imagínate. Todo ese sol, el mar. Será fabuloso.
—Pues entonces vayan tú y Chaz y déjenme quedarme aquí —repuse
pensando que si me quedaba sola en este apartamento, al menos podría
mantenerlo limpio.
—Sabes que nunca te lo permitiría —dijo.
Era verdad. Ni siquiera mis padres eran tan liberales.
Más tarde, al llegar a casa, oí un portazo y alguien que maldecía apenas
entré al vestíbulo, donde Dylan estaba sentado en el suelo con unos
veinte pares de zapatos frente a él.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunté.
—Lustrando zapatos. ¿Tienes alguno para lustrar?
Meneé la cabeza y oí una voz femenina que maldecía arriba. Dylan
señaló con el mentón hacia el techo.
—Kate —dijo.
—¿Pasó algo?
Dylan se encogió de hombros.
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—Tía Sarah llamó más temprano, pero probablemente será el síndrome
premenstrual.
—Y tú, ¿qué sabes de eso?
—Leo —respondió.
—¿Nunca se te ocurrió leer algo más normal para tu edad? ¿Un libro de
terror, o Harry Potter, o algo así?
—Necesito saber estas cosas si voy a ser médico —repuso Dylan.
—¿No era que ibas a ser arqueólogo?
—Eso era la semana pasada. ¿Te sientes mejor sobre ir a Grecia?
—No —respondí—. Para lo que te importa.
—En realidad, sí me importa —replicó—. Al menos, ya no vas a estar
sola allá.
—¿Por qué? ¿Ahora vienes tú también?
—No —dijo Dylan, y volvió a apuntar con el mentón hacia el techo,
desde donde seguían llegando sonidos de pasos furiosos y golpes.
—¿Kate? —pregunté.
Dylan asintió.
—Su papá tiene que viajar a los Estados Unidos por trabajo o algo así,
entonces no puede quedarse en su casa; además, tía Sarah se enteró de
que anoche no estuvo en casa.
—Ah.
—Así que ahora serán dos chicas malhumoradas rumbo a Grecia —
agregó Dylan.
Subí rápidamente hasta la habitación de Kate, que había dejado de
golpear cosas y había encendido un cigarrillo.
—¿Te enteraste? —me preguntó.
Asentí, y atravesé la habitación para abrir la ventana.
—No es necesario que hagas eso —dijo—. Mamá no está y, aunque
estuviera, no me importaría.
Me senté a los pies de su cama mientras ella fumaba su cigarrillo.
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—No voy a ir —dijo Kate—. No pueden obligarnos. De todos modos, será
difícil; no creo que consigan vuelos con tan poca anticipación. Y, si los
consiguen, haremos una protesta. Iniciaremos una huelga de hambre.
No pienso ir a pasar un verano horrible a ese “santuario”. De ninguna
manera.
Excelente, pensé.
—Yo tampoco —respondí.
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Capítulo 6 Hora de despegar
l vuelo B345 a Grecia está embarcando por la Puerta 23”, se
oyó el anuncio por el altavoz.
Eran las seis de la mañana. Tía Sarah había conseguido
unos vuelos a último momento, por lo que habíamos tenido que
levantarnos a una hora que nos parecía inhumana. Ni Kate ni yo
estábamos de buen humor.
Mamá estaba a punto de encaminarse hacia la puerta de embarque.
—Bien, chicas —dijo, con una seña para que nos pusiéramos en
movimiento—. Vamos.
—Podemos ir solas desde aquí —protestó Kate apretando los dientes—.
No vamos a escaparnos a esta altura.
Mamá no le hizo caso.
—Bien, repasemos todo. ¿Boletos?
Kate puso los ojos en blanco, pero yo asentí.
—Sí. Y tengo mi pasaporte y la tarjeta de embarque. Puedes irte.
Estaremos bien.
Mamá se puso a hurgar en su bolso.
—En un minuto —respondió, y nos entregó dos cartones de yogurt de
vainilla—. Les compré esto para el viaje.
—No, gracias —dijo Kate—. No como yogurt.
—Llévalos tú, India Jane. Sé que te gustan de vainilla.
—Habrá comida en el avión, mamá, y también en Grecia —respondí—.
Especialmente yogurt.
—Sólo por si en el avión no hay nada que te guste —insistió, y puso los
cartones en mi bolso—. Ahora, ¿algo más?
—Estaremos bien desde aquí —le aseguré—. Puedes irte.
Mamá se detuvo y echó un vistazo a su reloj.
“E
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—De acuerdo, si les parece bien —de pronto, se le llenaron los ojos de
lágrimas—. ¿Seguro que van a estar bien?
—Como si fuera a servir de algo que dijera que no —respondí.
Aún estaba enojada porque me estaban enviando fuera como quien
manda a un perro a su casita, y todo para comodidad de papá. Ni
siquiera se había molestado en acompañarnos al aeropuerto. Había
salido por la mañana, muy alegre, a una reunión con su nueva
orquesta. Eso era lo único que le importaba ahora. Creo que ni siquiera
se había dado cuenta de lo enfadada que había estado con él la última
semana. Estaba demasiado absorto en su último emprendimiento para
reparar en nada ni nadie más.
Mamá me dio un abrazo. Tenía un aroma delicioso, a rosas y limón.
—Llámame apenas llegues, y envíame e—mails con regularidad. Sarah
tiene banda ancha, de modo que no será problema —Abrazó también a
Kate—. Dale mis cariños a tu mamá.
—Sí, claro —respondió Kate—. Adiós, tía Fleur.
—Y cuida bien a mi nena —le pidió mamá.
—Mamááááá —rezongué—. Vete ya.
—Y no olvides el protector solar...
Esta vez fui yo quien puso los ojos en blanco, aunque por dentro ya me
sentía insegura de separarme de mi familia. Era muy injusto.
Mamá respiró hondo, me miró con tristeza y luego se marchó. Por un
breve momento, tuve ganas de sentarme en el suelo y desahogarme con
un buen llanto, pero Kate ya se había puesto en marcha hacia la puerta
de embarque y no quería quedarse atrás.
—Qué ridículo —murmuró, cuando la alcancé—. Primero tu mamá, y
luego un acompañante en el avión. ¿Qué creen que somos? ¿Un par de
convictos? De hecho, no me sorprendería que hayan pedido que nos
esposen al asiento.
Estaba a punto de preguntarle a qué se refería con eso del
acompañante, cuando divise a dos policías frente a una tienda libre de
impuestos.
—Ah, sí, allí está nuestra escolta —dije, cuando pasamos junto a ellos.
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Kate casi sonrió, y habría sido la primera vez esa semana. Estaba aún
más malhumorada que yo. Aunque nadie se había fijado mucho en
nosotras; los planes para nuestro viaje siguieron adelante a pesar de
todas nuestras objeciones. Y la huelga de hambre de Kate apenas duro
medio día. “¿Por qué habría de imponerme sufrimientos cuando todos
los demás ya lo están haciendo tan bien?”, había dicho, mientras
preparaba sándwiches de queso tostados para ambas en la tarde del
primer día de su huelga.
Cuando llegamos a nuestra puerta de embarque, había gente sentada,
esperando que llamaran para abordar, de modo que buscamos un par
de asientos y nos acomodamos con los demás. Kate sacó su teléfono
móvil y se puso a enviar mensajes de texto a sus amigos. Yo estaba a
punto de hacer lo mismo con Erin cuando repare en un chico de jeans y
camiseta negra que entraba al área de espera con una mochila al
hombro. Se me cortó la respiración.
—Dios mío —exclamé; Kate levantó la vista y siguió mi mirada hasta ver
a Joe.
—Ah, es él —se encogió de hombros—. Sí, mamá me dijo, cuando llamó
anoche, que estaría en el mismo vuelo que nosotras. Iba a decírtelo.
¿Puedes creerlo? Él es nuestro acompañante. Mi mamá le pidió a su
mamá que le dijera que nos vigile. JoeDonahue. ¡Justamente él! —
Siguió con sus mensajes de texto por un momento, y luego me miró—.
Disculpa que no te lo haya dicho antes. Olvidé que él te gustaba.
Sentí que me ruborizaba.
—No me gusta para nada.
Kate rió.
—Como quieras —dijo—. Será unos meses mayor que yo, pero si intenta
hacerse el celador siquiera por un segundo, lo mandaré bien lejos.
Eché un vistazo a Joe. De alguna manera, no lo imaginaba haciendo el
papel de celador ni de acompañante aunque se lo hubiera pedido.
No nos había visto o, si lo había hecho, no lo demostraba. Se dirigió a
una fila de asiento frente a Kate y a mí y se sentó de espaldas a
nosotras, mirando hacia la pista y los aviones. Me gustaba verlo aun de
atrás: cómo se le rizaba el cabello en la nuca, sus hombros anchos, sus
brazos bien tonificados, no demasiado musculosos pero tampoco
escuálidos... Entonces recordé lo que había dicho Kate de él, acerca de
que era un chico malo que dejaba detrás un reguero de corazones rotos.
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Me obligué a apartar la vista y decidí tratarlo con indiferencia si nos
veíamos a bordo.
Mientras Kate seguía con sus mensajes de texto, observé a un par de
chicos que entraban al área y miraban a Kate. Aparentaban unos
dieciocho años: uno era alto y delgado, con cabello oscuro y un peinado
erizado; el otro era rubio y más corpulento, como un jugador de rugby.
El rubio codeó al otro cuando pasaron frente a nosotras y se sentaron a
nuestra izquierda. El chico de cabello oscuro no lograba apartar los ojos
de las piernas de Kate (tenía puesta una minifalda diminuta de jean con
sandalias de lona azul marino de tacón chino tan alto que sus piernas
parecían más largas que nunca).
Kate se dio cuenta de que el chico la observaba y le dirigió una brillante
mirada de desprecio.
—¿Viste suficiente o quieres que me levante la falda un poco más? —le
preguntó.
El chico no se inmutó en absoluto y sonrió con descaro.
—Sí, un poco más, creo —respondió, con tono de niño rico—. Tienes
unas piernas buenísimas.
Lo dijo con tanto entusiasmo que Kate no pudo evitar una sonrisa, pero
pronto volvió a su cara desdeñosa.
El otro chico se inclinó hacia ella.
—Sin duda —dijo—. Estoy de acuerdo con Tom. Buenas piernas.
Kate levantó una ceja, y luego apartó la vista como dando por
terminado el asunto. Le salí muy bien aquella actitud, y decidí practicar
eso de levantar una ceja la próxima vez que estuviera frente a un
espejo.
—¿Adónde vas? —preguntó el chico rubio.
Kate levantó la vista hacia el cartel de la puerta de embarque.
—¿No lo ves? —le dijo.
—Ah, claro —dijo el chico—. Obvio. Sí. Por supuesto. Qué pregunta
tonta. A Grecia —sin embargo, no parecía muy avergonzado—. Me llamo
Robin.
—Y yo soy Tom —dijo su amigo, más apuesto.
—Y a mí no me interesa —repuso Kate.
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Tom me miró.
—Y a ella, tampoco —añadió Kate—. ¿Quieras una Coca, India Jane?
—India Jane —dijo Tom. Yo sí quisiera una Coca.
—No te lo preguntaba a ti —le dijo Kate—. No le hagas caso, India Jane.
Robin extendió la mano, colocó su bolso de viaje sobre sus rodillas y lo
abrió ligeramente para que Kate y yo pudiéramos ver su interior.
—Podemos agregarle un poco de esto —dijo, levantando ligeramente lo
que parecía ser una botella de vodka.
Kate volvió a levantar una ceja, pero esta vez miró al chico a los ojos
con cierta sonrisa, como para indicar aprobación.
—Marchen un par de Cocas —dijo—. ¿Tienes cambio, India?
Asentí. Mamá me había dado unas monedas antes de salir de casa. Me
puse de pie para ir a la máquina expendedora y, aunque no me gustaba
que de pronto Kate me tratara como su esclava privada, no me molestó
demasiado. Los chicos parecían divertidos, pero me interesaba más el
que estaba sentado de espaldas a mí a pocas filas de allí. Se me ocurrió
que, si iba a buscar las Cocas, podía pasar por su fila a la vuelta y, con
suerte, él me vería y diría algo.
Conseguí las Cocas y caminé hacia Joe. Parecía estar concentrado en
una revista y me di cuenta, por los pequeños auriculares blancos, que
además estaba escuchando un iPod. Noté también que llevaba puestas
unas Converse negras, con rayas muy finas. Fantásticas. Pasé lo más
cerca que pude pero aun así no levantó la vista. Estaba a punto de
volverme a mi asiento cuando oí su voz.
—Disculpa...
Di media vuelta, lista para mirarlo con una ceja levantada, pero como
no había podido practicar, creo que levanté las dos, con lo cual acabé
poniendo una cara de susto.
—¡Ah, eres tú! —exclamó Joe.
—Lo era la última vez que me vi al espejo —respondí, pensando haber
dado una respuesta ingeniosa.
A Joe no pareció hacerle ninguna gracia. Señaló mi bolso.
—Eh... creo que estás perdiendo algo.
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—¿Perdien... eh? —me interrumpí al mirar hacia donde señalaba. Dios
mío. Había todo un rastro de gotas en el pasillo detrás de mí.
Tenía manchas de lo mismo en los jeans. Parecían venir de mi bolso.
Mire el interior. Uno de los yogures de vainilla había reventado, el bolso
estaba lleno de yogurt y goteaba por una esquina—. Ay,
noooooooooooo.......
Joe me miraba con el mismo aire divertido que aquel día en la farmacia,
cuando lo había visto por primera vez.
Me devané los sesos buscando algo ingenioso y efectivo para decir,
mientras sacaba el cartón de yogurt y se lo mostraba.
—Yogurt. Es el de las bacterias buenas. Hum... ¡Malditas bacterias!
Son tan buenas que me siguen dondequiera que vaya.
Joe sonrió ligeramente y levantó una ceja a la perfección.
(Seguramente había asistido al mismo curso de “aprenda a comunicarse
con la cejas en código Morse” que Kate.) Luego volvió a enfrascarse en
su revista.
Se acabó mi nueva imagen de frialdad, pesé, mientras me dirigía al baño
más cercano.
—Hay unas playas nudistas increíbles —dijo Kate cuando nos pusimos
de pie para abordar el avión—. Se las enseñare alguna noche.
Cuando al fin llamaron a embarcar para nuestro vuelo, Kate parecía
una chica diferente y actuaba como si Robin y Tom fuesen viejos
amigos.
Tal como yo había podido comprobar durante la semana, Kate habría
podido ganar un Oscar por su actuación de princesa malhumorada,
pero era obvio por la manera en que echaba atrás la cabeza, por sus
carcajadas y su ánimo lenguaje corporal, que podía cambiar de idea a
gusto y placer, decir aprovechar que podía cambiar de idea a gusto y
placer, decidir aprovechar la situación y ser la más divertida de la
fiesta.
Tengo mucho que aprender de ella, pensé, mientras seguía Kate y a los
chicos para subir al avión. Yo debería hacer lo mismo. No puedo cambiar
la situación, entonces ¿por qué pasarla mal? La única que va a sufrir soy
yo, así que es mejor positiva.
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Buscamos nuestros asientos a bordo, nos acomodamos para el vuelo y
decidí esforzarme por pasarla bien en Grecia, empezando por hacer
nuevos amigos. Aunque no era mucho lo que podía hacer desde donde
estaba. Me había tocado el asiento de la ventanilla, Kate estaba en el
medio y Joe, del lado del pasillo. No importa, pensé, ya habrá tiempo.
Cuando el avión despegó y se elevó en el cielo, mi mente estaba llena de
imágenes de Joe nadando conmigo entre las olas. Kate y yo asando
pescado fresco que había pescado los chicos. Robin y Tom llevándonos
a Kate y a mí en un jeep descapotado. Y otra vez nadando con Joe.
Saliendo del mar con Joe. Sentados bajo las estrellas... Hmmm. Era
fácil dejarme llevar, si me lo permitía. De modo que Joe era un
rompecorazones. Y ¿qué? Era sólo que no había conocido a la chica
indicada.
—¿Te importaría cambiar de asiento conmigo? —preguntó Kate a Joe
apenas se apagó el aviso de ajustarse los cinturones y la gente empezó a
moverse por el avión—. Prefiero estar del lado del pasillo.
—Seguro, no hay problema —respondió él; se puso de pie, la dejó pasar
y luego cambiaron de asiento.
Kate me guiñó un ojo de la manera más indiscreta cuando Joe se
acomodó a mi lado, y rogué que no la hubiese visto. Si bien esperaba
conocerlo mejor y, sin duda, deseaba tenerlo en mi lista de nuevos
amigos, no quería eso todavía. Hacía calor en el avión. Yo percibían
claramente un olor que parecía de lecha agria... y venía de mis jeans y
mi bolso. En el baño del área de preembarque, me había puesto un
poco de mi perfume de canela además de tratar de limpiar el yogurt
derramado, pero la tela lo había absorbido y tendría que lavarlo para
que saliera del todo. Pensé en hacerle un chiste a Joe sobre eso, algo
como “Eau de leche agria, es la última moda, ¿sabes?”.
Pero decidí mejor no. Joe no se habría reído mucho que digamos de mi
chiste sobre las bacterias buenas. Cuando se sentó a mi lado, me sonrió
brevemente y preguntó: “¿Todo bien?”, y luego se puso a ojear el folleto
de entretenimiento del avión, que estaba en el bolsillo del asiento
delantero.
Tom y Robin estaban sentados más adelante y, cuando alguien que
estaba junto a ellos cambió de asiento, Kate fue a sentarse con ellos y
pronto los oí conversando y haciendo planes para cuando llegaran a
Grecia. Iba a decirle algo a Joe, pero se puso los auriculares y parecía
que iba a mirar una película. Eché un vistazo a lo que daban, pero ya
parecía concentrado en la película y no quise molestarlo. Ah, qué buen
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comienzo, pensé, mientras miraba por la ventanilla el paisaje de nubes
como algodones blancos que se extendían hasta el horizonte. A la
derecha, el cielo.A la izquierda, un chico mirando una película. No, estoy
atrapada, pensé, y me invadió una sensación de claustrofobia. A veces
me pasa eso en los vuelos y la única manera de superarlo es
mantenerme entretenida. Vi que empezaban a pasar los títulos iniciales
en la pantalla de Joe, de modo que le di un breve codazo.
—Oye, ¿te molesta si me siento del lado del pasillo, así puedo caminar
un poco? —le pregunté—. Prometo no volver a molestarte.
Joe se encogió de hombros.
—Como quieras —respondió, y se puso de pie para que yo pudiera
pasar. Cuando pasé junto a él, se inclinó hacia mi nuca e inhaló—.
Hmm. Hueles bien.
Me ruboricé al sentarme.
—Es un perfume que me prepara mi mamá. Eh... Tiene canela... y otras
cosas...
—Sí. Es picante —observó—. Poco común, pero agradable.
Qué alivio, pensé, con suerte no huele el yogurt derramado.
—El olfato es nuestro sentido más potente, ¿lo sabías?
—Eh... no —respondí, buscando rápidamente en mi mente algo
interesante que decir. Mi mente estaba en blanco y, un momento
después, Joe volvió a ponerse los auriculares y aparentemente perdió el
interés.
Apenas se enfrascó en la película, se me ocurrieron cientos de cosas
que habría podido decirle. Yo sabía muchísimo de perfumería por ver
trabajar a mamá; que hay tres notas: altas, medias y bajas. De qué
manera los perfumistas tratan de lograr un equilibrio entre las tres.
Cómo utilizan flores, hierbas, madera, frutas. Diablos, pensé, habría
podido hablarle una hora sobre esto. ¿Qué me pasa? Pensé en volverme
hacia él y retomar la conversación, pero ya estaba inmerso en su
película. En cambio, me incliné para tratar de incorporarme al grupo de
Robin, Tom y Kate, que estaban adelante. Cuando estábamos en el
aeropuerto, Robin me había tirado cierta “onda” y, si bien no era mi tipo
(a mí me gustan los chicos de rasgos finos, y Robin tiene una de esas
caras grandes, con cejas espesas y bocas grande y carnosa), pensé que,
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si Joe lo veía interesado en mí, tal vez se pondría un poquito celoso.
Quizás.
Entonces me puse a flirtear. Reí de los chistes horribles de Robin.
Incluso, en un momento, me senté en el apoyabrazos de su asiento y,
cuando estuve segura de que ninguna azafata estaba mirando, acepté
un sorbo de vodka cuando me ofreció la botella. Le demostraría a Joe
que yo también podía ser mala. Levantó la vista justo cuando estaba
tomando la botella, y lo miré con una expresión que debía ser fría y
sofisticada, como diciendo: “Mírame, hago esta clase de cosas todos los
días. Soy una mujer de mundo con mucha experiencia”. Sin embargo,
justo en ese momento, el avión debió de caer en un pozo de aire porque
se sacudió y perdí el equilibrio, me caí del apoyabrazos de espaldas, y
fui a parar al regazo de un sacerdote calvo que estaba en los asientos
del medio. No le hizo mucha gracia verse con una adolescente sentada
sobre sus rodillas, y tampoco a la monja que iba sentada a su lado. Me
levanté lo más rápido que pude. Kate, Robin y Tom estaban de espaldas
a mí y de pronto parecían concentrados en mirar por la ventanilla, pero
me di cuenta, por la manera en que sacudían sus hombros, que
estaban riendo a más no poder.
Kate me miró y me hizo una seña con el pulgar levantado.
—Bien hecho, India —dijo.
Eché un vistazo a Joe con la esperanza de que aún estuviera
concentrado en su película, pero no: otra vez me había visto quedar en
ridículo. Me encogí de hombros como diciéndole:” ¿Qué quieres? No fue
mi culpa”. Él sólo puso los ojos en blanco, sonrió, meneó la cabeza y
volvió a la película. Un segundo más tarde, se encendió la señal de
ajustarse los cinturones y todo el mundo tuvo que regresar a su
asiento, de modo que volví a sentarme a su lado.
Voy a fingir que no estoy aquí, pensé, mientras abrochaba mi cinturón y
cerraba los ojos. Tal vez así no haga nada para quedar como una idiota
total.
En realidad, a Joe no le interesaba en absoluto lo que yo hiciera.
Cuando terminó su película, finalmente se volvió hacia mí.
—Disculpa que no esté muy sociable —dijo—. Llevo varias noches
acostándome tarde, así que voy a dormir un poco.
—No te preocupes. Yo también —mentí—. Esto de acostarse tarde...
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Me miró con una mezcla de diversión y curiosidad, y luego se durmió.
Siguió durmiendo cuando sirvieron la comida (pollo, guiso con brócoli,
arroz, un panecillo rancio y un trozó de pastel de chocolate que sabía a
productos químicos). No se despertó con las turbulencias. Y tampoco
con el anuncio de que aterrizaríamos en quince minutos.
En un momento, giró y su cabeza se apoyó en mi hombro. Estaba tan
lindo, realmente angelical, y tenía unas pestañas largas y curvas. Estar
allí sentada tan cerca de su cara y de su boca, sintiendo su aliento
sobre mi piel y oliendo su aroma, suave y cítrico, su muslo contra el
mío, me hacía sentir extraña: incómoda y cómoda a la vez. Era verdad
que el olfato es nuestro sentido más potente. Tuve que resistir el
impulso de inclinarme hacia él y mordisquearle el labio inferior. En
cambio, me obligué a cerrar los ojos y traté de borrar de mi mente los
pensamientos. Lamentablemente, una parte de mí seguía aferrada a la
idea. En mi imaginación, Joe y yo pasábamos el resto del vuelo en una
sesión de besos digna de un Oscar.
Al fin despertó cuando el avión aterrizo en Skiathos y los pasajeros se
pusieron a aplaudir. Se acabó mi compañía cautivante, pensé cuando
abrió los ojos. Miró alrededor como si no supiera bien dónde estaba y
pareció sorprendido de verme sentada a su lado.
—Vaya —exclamó—. ¡Acabo de tener un sueño rarísimo!
Sentí que me ruborizaba y me dije que él no tenía manera de saber lo
que pasaba por mi cabeza. A menos que pudiera leer la mente. De todos
modos, no me atrevía a preguntarle qué había soñado.
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Capítulo 7 Séptimo cielo
ios mío —dije al verme en el espejo del baño en el
aeropuerto de Skiathos.
Luego de aterrizar, había ido directamente allí.
Estaba hecha un desastre. Tenía la cara, el cuello y el pecho de un
fuerte color rosado. La culpa era mía. No debería haber bebido el vodka.
El alcohol siempre me provoca el mismo efecto: me pone roja como un
semáforo. Se me había corrido el rímel y, por algún motivo, tenía el
cabello aplastado de un lado. Con razón Joe había dejado de prestarme
atención. Una pelirroja con la cara roja, que apestaba a vainilla y que
quizá tuviera piojos. Creo que yo también habría dormido todo el viaje,
de haber estado sentada a mi lado. Sólo me quedaba una solución:
tenía que cautivarlo con mi interesante conversación mientras
viajáramos al complejo y hacerle saber que yo era más que olor a yogurt
agrio y una alarmante capacidad de hacer el ridículo. Me cepillé el pelo,
me puse un poco de mi brillo labial color ladrillo y estuve lista para
volver a enfrentar al mundo (y a Joe).
Ni bien recogimos nuestro equipaje, salimos al área de llegadas, donde
tía Sarah se lanzó sobre nosotras apenas nos vio. Como siempre, estaba
bien arreglada, con un vestido de lino blanco y un collar que parecía
hecho de semillas (pero semillas caras). Observé que Kate se puso goma
de mascar en la boca y tomó distancia de Robin y Tom.
De todos modos, tía Sarah los saludó con un gesto de la mano.
—¿Los conoces? —le preguntó Kate.
—Sí, al menos a Tom —respondió tía Sarah—. Es de la familia Stourton.
Conozco a sus padres. Buena gente. Tienen una casa en el norte de la
isla. Un sitio fabuloso. Gastaron una fortuna en esa casa. A la larga,
todos los británicos de la isla terminamos por conocernos.
—Hola, Sra. Rosen —la saludó Joe, acercándose a nosotras.
—Hola, Joe. ¿Quieres que te llevemos?
Joe meneó la cabeza.
—Primero voy al pueblo, a ocuparme de algunos detalles.
—D
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Tía Sarah asintió como si supiera a qué se refería.
—Bien —dijo.
Yo quería preguntarle: ¿Qué detalles? ¿Adónde vas? Mi imaginación ya
había creado una deslumbrante chica griega de piernas largo, cabello
despeinado y ojos oscuros, muy sofisticada. Sentí celos a pesar que ni
siquiera sabía si ella existía. Estás loca, me dije, mientras salía del
aeropuerto detrás de tía Sarah.
—Dile a mamá que tomaré el autobús —le pidió Joe, y luego se volvió
hacia mí—. Nos vemos más tarde.
—Eehh —respondí—. Ahh… sí. Más tarde.
Así no voy a cautivarlo con mi interesante conversación, pensé. Mi
cuerpo había aterrizado, pero mi mente parecía estar aún volando.
—Sí. Eehh. Ahh… —me imitó, y me sonrió como pensando «qué cosita
rara eres».
Debo de hacerlo mirando enojada porque, por un momento antes de
irse, me miró de un modo extraño.
—Ah, yo también —dijo Kate de pronto—. Necesito comprar algunas
cosas en el pueblo. Espera, Joe, voy contigo.
Tía Sarah meneó la cabeza.
—No, no te vas —dijo—. Ya tendrás tiempo para ir al pueblo. Primero,
tú y yo tenemos que hablar. Ve tú, Joe.
Kate hizo una mueca y luego hizo un saludo militar a su madre.
—Prisionero 436 reportándose, señor —dijo.
La postura de tía Sarah decayó ligeramente. Detrás de ella, Robin y Tom
llamaron la atención de Kate con un gesto de la mano; Tom señaló su
reloj y luego simuló estar bebiendo de una botella.
Kate levantó apenas la ceja derecha y asintió muy levemente para
indicar que lo había visto; luego se volvió hacia su madre, la tomó del
brazo y la abrazó a medias.
—De acuerdo, mamita querida, hablemos. ¿Me extrañaste?
—Claro que sí. Siempre te extraño —respondió tía Sarah, pero el súbito
despliegue de afecto le resultó ligeramente sospechoso.
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—Oye, mamá. Qué bueno que vine en el avión con India Jane —dijo
Kate—. La hubieras visto arrojándose sobre los hombres, ¡Hasta sobre
un sacerdote! Llegó a sentarse sobre sus rodillas.
—Mentira… —protesté, pero Kate me sonrió, y también tía Sarah.
Espero que se haya dado cuenta de que Kate bromeaba.
Mientras nos alejábamos del aeropuerto, mi ánimo empezó a mejorar.
No había una sola nube en el cielo y, cuando dejamos atrás la zona
aburrida de hoteles y apartamentos a medio construir y nos dirigimos
hacia la costa, el paisaje se abrió y se volvió más hermoso, con bosques
de pinos en las colinas a la derecha y unas bellísimas casas blancas
cubiertas de flores de un tono rosado oscuro que bordeaban el camino a
la izquierda. Cuando divisamos por primera vez el mar a la distancia,
tuve esa agradable sensación que me da siempre que veo el océano:
¡Viva, vacaciones! Atravesamos un pueblito donde vi algunas tiendas
interesantes para visitar más adelante, y luego tomamos el sinuoso
camino de la costa que conducía al norte de la isla. Cada tanto, se veía
alguna playa de arenas blancas y gente tomando sol o jugando en el
mar.
Quizá no sea tan malo estar aquí, pensé, mientras enviaba un mensaje
de texto a Erin.
El tpo está genial, no como tú. Jajajajajajaja. IJ
Al cabo de media hora, llegamos a un cartel en el camino que
anunciaba: Séptimo Cielo, con una flecha que señalaba un sendero que
se internaba en las colinas. Allí, tía Sarah dobló con el jeep hacia la
derecha y avanzamos entre hileras de casas de vacaciones, ocultas
detrás de muros blancos. Traté de verlas mejor pero los muros era
demasiado altos. Pasamos frente a un restaurante, en un recodo del
camino, y entre la terraza y algunos árboles divisé la increíble vista de
la costa que había desde allí. Qué buen lugar para una comidaromántica,
pensé y mi imaginación trajo a mi mente una imagen de Joe y yo
comiendo allí, contemplando el paisaje, tomados de la mano. Cállate,
cállate, ya cállate, mente, me dije mientras pasábamos por unos locales
que tenían puestos al aire libre donde vendían frutas, sandalias
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playeras, snorkels, patas de rana, trajes de baño y tarjetas postales.
Buen lugar para hacer compras, observé. De pronto, el camino llegó a su
fin, y atravesamos un portal de madera por donde llegamos a un
estacionamiento de grava y de allí a una cabaña blanca que tenía en el
frente una galería con un techo de vigas altas. Debe de ser la recepción,
pensé, al ver adentro un largo mostrador de madera.
—Llegamos —anunció tía Sarah, y detuvo el auto frente a la escalinata
que subía a la galería.
—Bienvenida al campo de concentración —masculló Kate, al tiempo que
bajaba del auto y se desperezaba.
Miré alrededor y vi que, más allá de la recepción, había una serie de
cabañas blancas con postigos azules, salpicadas sobre la colina.
Mientras sacábamos nuestras maletas de la cajuela, una señora muy
bronceada con un conjunto turquesa de pareo y camiseta nos acercó
sendos vasos de jugo frío.
—Jugo de granada —dijo, al tiempo que nos los entregaba—.
Bienvenida, Kate. Qué gusto verte otra vez.
—Mf —respondió Kate—. No fue mi idea, te lo aseguro.
—Y ella es mi sobrina, India Jane —me presentó tía Sarah.
—Bienvenida a Séptimo Cielo, India Jane —dijo la señora—. Yo soy
Charlotte Donahue. Llámame Lottie, como casi todo el mundo.
¿Donahue? Vaya. Debe ser la madre de Joe, pensé, mientras la
seguíamos hacia el interior. No era en absoluto como la había
imaginado. Era muy delgada y tenía el cabello entrecortado, espeso y
enrulado, y brillantes ojos azules. Desde que Kate me había dicho que
Joe tenía reputación de chico malo, no sé por qué, pero había
imaginado que su mamá sería estricta y de aspecto más austero, como
una contadora que trabaja en la ciudad o algo así, alguien en contra
quien uno se revelaría, pero Lottie parecía divertida.
Tras un escritorio en la recepción había una chica india muy bella y
sonriente, que tenía un dije de plata en la ceja derecha y un aro en el
labio inferior.
—Chicas, ella es Anisha —la presentó Lottie, y la chica nos saludó con
un movimiento de cabeza.
Luego volvió a mirar en dirección al auto.
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—¿No vino Joe? —preguntó.
—Fue al pueblo —respondió tía Sarah.
Lottie puso cara de resignación; luego tomó un sobre del escritorio y me
lo entregó.
—Toma, India Jane. Es el paquete de bienvenida que entregamos a
todos nuestros huéspedes. Te explica dónde y cuándo se realizan las
actividades e incluye un plano del centro. Si quieres, puedo llevarte a
recorrerlo y luego acompañarte a tu habitación, que compartirás con
Kate.
—Pero mamá —rezongó Kate—. ¿No puedo tener al menos mi propia
habitación?
Tía Sarah meneó la cabeza.
—Todas las individuales están reservadas desde hace mucho, querida.
Ya sabes que son las más solicitadas. De todos modos, estarás bien con
India Jane.
Kate estrechó los ojos y apretó los labios. En cualquier momento, le va a
empezar a salir humo por las orejas, pensé. Me lastimó su reacción al
enterarse que compartiría el cuarto conmigo.
Tía Sarah miró a su amiga con cara de cansancio y luego se volvió hacia
Kate.
—Bueno, Kate, ya basta de esa actitud. De hecho, creo que tú y yo
deberíamos tener esa charla ahora mismo —dijo, e indicó a Kate que la
siguiera—. Lottie, ¿puedes hacerte cargo de India Jane?
Lottie asintió.
—Claro que sí. La cuidaremos bien.
Kate me miró y puso los ojos en blanco, pero obedeció y siguió a su
madre hacia una habitación que parecía una oficina, ubicada a la
izquierda de la recepción.
—Quedamos tú y yo, entonces —dijo Lottie, y justo entonces sonó el
teléfono—. Discúlpame un momento.
Atendió la llamada y luego se volvió hacia a mí.
—Lo siento, hay un problema en la cocina. Más tarde te llevaré a
recorrer el centro. ¡Siempre ocurre algo en algún lugar! Eh… —Llamó a
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la chica que estaba en el escritorio—. Anisha, ¿podrías acompañar a
India Jane a su habitación? Está en la número 15.
—Oye, India Jane. Qué nombre interesante. Bienvenida —dijo Anisha,
mientras salía de detrás del escritorio—. Sígueme.
Levanté mi bolso y dejé que ella indicara el camino. Iba descalza, con
unos pantalones blancos holgados y una camiseta sin mangas. Tenía el
cabello recogido en una simple cola de caballo, pero había algo en ella
que resultaba naturalmente elegante. A su lado, me sentí demasiado
arreglada, con mis zapatillas rojas, camiseta rosada, camisa roja y las
uñas pintadas de púrpura.
Se veía mucha actividad en el complejo, mientras caminábamos por el
sendero que llevaba al sector de alojamiento. Pasamos por varias
cabañas donde vi a varios grupos tomando diversas clases: algunos
hacían taichí en el pasto, otros pintaban, otros bailaban.
—¿Cuántas personas hay? —pregunté.
—Alrededor de sesenta —respondió Anisha—. Hay veinte cabañas para
alojamiento: algunas para cuatro personas, otras para dos, y hay un
par con habitaciones individuales.
Mientras recorríamos, no me parecía que hubiera tantas habitaciones.
El lugar estaba diseñado de tal manera que las cabañas donde la gente
dormía estaban separadas del resto del complejo y espaciadas a
intervalos en la ladera de la colina, cada una con su galería adornada
con flores, con vista a la costa, y entre ellas había pinos que brindaban
sombra. Con razón viene tanta gente, pensé, al ver a un hombre de
mediana edad dormitando en una hamaca colgada entre dos árboles.
Tiene un ambiente muy tranquilo.
—Las actividades se llevan a cabo por la mañana temprano y al caer la
tarde —me explicó, mientras pasábamos por un área abierta ente
cabañas donde había un grupo pequeño practicando yoga—. Si te fijas
en el folleto, allí dice qué hay a qué hora. ¿Tienes idea de qué te
gustaría hacer?
—En realidad, no. Tal vez alguna clase de pintura.
—Hay muchas —dijo Anisha—. Por la mañana y por la tarde.
Cuando llegamos a una cabaña al pie de la colina, Anisha abrió la
puerta azul y me hizo pasar.
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—Ahora debo regresar —dijo, con una sonrisa—. Avísame si necesitas
algo.
Dejé mi bolso en el suelo y miré alrededor. Era una habitación luminosa
y ventilada, con paredes blancas, techo alto de vigas separadas y piso
de parquet. Olía a limpio, a cera para pisos, hierbas y limón. De un lado
había dos camas con cobertores celestes y, junto a ellas, dos mesas de
luz. A la izquierda había un armario de pino, un estante con un par de
libros, y arriba, un espejo. A la derecha había un sofá de mimbre con
una mesa ratona de bambú y vidrio y, sobre ella, un jarrón con un
ramo de hojas verdes. Levanté el jarrón y olí las hojas. Romero. Conocía
el aroma por los geles de baño que preparaba mamá. Bonito, pero
unpoco impersonal, pensé, mientras abría una puerta que daba a un
pequeño cuarto de baño. Pero, después de todo, es una especie de hotel;
no puedo esperar que se vea como la casa de tía Sarah en Londres.
Luego fui a ver el frente de la cabaña, donde había una galería angosta
con dos sillones de mimbre. Me senté a contemplar la vista. Era
bellísima. Mar y cielo hasta donde alcanzaban los ojos, y me pareció
divisar una bahía de unos árboles, al pie de la colina.
Hasta ese momento, no había pensado en cómo sería cuando
llegáramos al centro. Había estado demasiado ocupada protestando y
luego, viajando. De pronto, me sentí decepcionada. El lugar era tan
tranquilo, había mucha paz, pero me sentía rara, como si yo siguiera en
movimiento a pesar de la quietud. Estaba nerviosa. Deseé que hubiera
un televisor o algo que pudiera encender, algo que llenara el silencio.
Una computadora desde donde enviar e—mails. Alguna manera de estar
en contacto con el mundo exterior. ¿Qué iba a hacer ahora que había
llegado? ¿Ir con la gente que estaba en el pasto, tratando de poner una
pierna contra la nuca? Hoy no, pensé. Aunque puedo hacerlo. Mamá y
papá practican yoga desde siempre, y por eso Dylan y yo también lo
hacemos. El “Saludo al sol” era parte de nuestro ritual diario y, hasta
que llegué a Irlanda, pensaba que todo el mundo se sentaba en posición
de loto. Esa capacidad de colocarme en las posiciones más extrañas
hacía reír mucho a Erin.
Entré y saqué mi teléfono móvil del bolso para enviar un mensaje de
texto a Erin. No tuve suerte. La batería estaba descargada. Qué tonta,
había pensado hacerlo antes de salir de casa. Bien. ¿Qué hago ahora?,
me pregunté. Decidí poner a cargar el teléfono y luego empecé a
acomodar las cosas que había traído.
Justo cuando acababa de terminar, entró Kate. Qué alivio, pensé,
mientras ella arrojaba su bolso al pie de una de las camas.
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Tengocompañía. A ella no le habrá gustado la idea de compartir la
habitación, pero en el fondo, yo me alegraba de no tener que estar sola.
Tal vez tiene alguna idea de qué podemos hacer, pensé, mientras me
reclinaba en mi cama y la observaba vaciar el contenido de su maleta
sobre la suya, cambiarse de camiseta, recogerse el cabello y ponerse los
anteojos de sol.
Luego se puso de pie.
—Nos vemos más tarde —dijo; tomó su bolso de playa y se encaminó a
la puerta.
—¿Más tarde? ¿Por qué? ¿Adónde vas? ¿Puedo ir contigo? —le
pregunté—. Y ¿vas a dejar todas tus cosas sobre la cama?
Kate me miró con una expresión irritada.
—India. Seremos primas. Tendremos que compartir la habitación, pero
no somos hermanas siamesas. ¿De acuerdo?
Me sentí como su me hubiera echado agua fría, y seguramente Kate se
dio cuenta porque lanzó un lento suspiro.
—Mira —dijo—, sólo necesito un poco de espacio. ¿Entiendes? Ésta no
es mi idea del veraneo perfecto y necesito acomodar mi cabeza. Tal vez
puedas venir la próxima vez, ¿está bien?
Entonces sonó su teléfono móvil. Ni siquiera esperó mi reacción.
Atendió la llamada y salió.
Tampoco es mi idea del veraneo perfecto, pensé, cuando se fue. Aunque
nadie me ha preguntado cuál es. Hojeé los dos libros que había sobre el
estante y luego los devolví. Uno era una novela policial, y el otro, un
libro de autoayuda sobre compartir afecto. No estaba de humor para
compartir afecto, no tampoco para leer.
Decidí ir a recorrer un poco el lugar; me puse los anteojos de sol y volví
a salir hacia el área de recepción, que parecía ser donde se llevaban a
cabo la mayoría de las clases.
Estaban las clases que había visto antes, pero también había muchas
otras cosas. Había una cabaña donde un par de señoras aprendían a
dar masajes, otra donde aparentemente aprendían a fabricar joyas, otra
donde un grupo de cinco personas cantaban o hacían algún ejercicio
vocal (en realidad, sonaban como si estuvieran estrangulándolas.) Pasé
por una clase de percusión, una clase de esgrima, un taller literarios, y
por otra cabaña donde creo que había una especie de sanación o
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terapia, porque había algunas personas llorando sobre unas
colchonetas y otras que las abrazaban. En una cabaña contigua, había
gente bailando a lo hippie con una especie de sonido lastimero y
monótono. Esto no es para mí, pensé, y seguí caminando. Pasé por un
área de cocina donde un grupo de personas cortaban y picaban
verduras. Una de ellas me saludó con la mano pero seguí caminando de
prisa por si querían hacerme trabajar. No era que me molestara ayudar
en la cocina, pero no quería hacerlo aún. Había un par de cabañas
abiertas donde aparentemente se podían conseguir bebidas y
bocadillos, y algunas personas sentadas a una larga mesa en el medio,
conversando y riendo. Se veían muy cómodas, como si se conocieran y
se sintieran en su casa. No había señales de Kate, de Lottie ni de tía
Sarah. Tampoco de Joe.
Pedí una botella de agua en el bar y me dirigí nuevamente colina abajo,
hacia nuestra cabaña. Volví a entrar a nuestra habitación, me tendí
sobre la cama y me quedé mirando el tragaluz que había en el techo
inclinado. En el rincón derecho empezaba a formarse una telaraña.
Había tanta paz.
En algún lugar, a lo lejos, ladró un perro. Una mosca zumbó en la
ventana.
Había tanta quietud que casi se podía oír el silencio, pero creo que ésa
era precisamente la idea. Para eso la gente pagaba por ir allí, pero a mí,
después del bullicio de Londres, me parecía… aburridísimo.
¿Cómo diablos voy a hacer para pasar cuatro semanas enteras aquí?, me
pregunté. Estaba en un lugar lleno de gente, sesenta personas, según
Anisha. No estoy sola, me dije. Entonces, ¿por qué me siento tan sola?
No le importo a nadie, pensé, y me pregunté qué estarían haciendo
mamá y los chicos en Londres. Se me llenaron los ojos de lágrimas.
Estaba enojada con Kate. Me había hecho sentir una carga. Una pesada
que le estorbaba. Todo esto es nuevo para mí y yo tampoco pedí venir.
Podría haber sido más considerada.
Saqué el teléfono del cargador y escribí un mensaje de texto para Erin.
El tiempo está genial. Ojalá estuvieras aquí.
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Capítulo 8 Explorando
amento lo de ayer —me dijo Kate a la mañana
siguiente—. Vamos a desayunar y te mostrare
lo que debes evitar.
—No te preocupes. Estaré bien —le respondí—.
No es necesario que hagas eso.
Kate levanto una ceja.
—Estás enojada conmigo. Es comprensible. Soy una malvada. Hmm...
—Se puso de rodillas y juntó las palmas de las manos—. Yo, Kate, te
pido perdón. Por favor, déjame compensarte hoy o mi alma será
arrojada a un pozo con estiércol y sufriré tormentos por toda la
eternidad.
No podía seguir enojada por mucho tiempo, de modo que le sonreí.
—Estáis perdonada, mujer malvada del pozo con estiércol. Pero en
serio, Kate, si quieres salir sola, hazlo. No me molesta —le dije. Aunque
quería estar con ella, lo que menos deseaba era ser un estorbo.
Kate se levantó del suelo y volvió a sentarse en su cama.
—Ya sé que no te molesta. Es sólo que... No lo sé, a veces me enojo con
mamá y necesito salir a despejarme. Fíjate, un día es la madre
preocupada por mí, que me pregunta dónde estuve, qué estaba
haciendo y con quién. Y después se enfrasca tanto en sus negocios que
apenas se da cuenta de que existo.
—A mí me lo dices —repuse—. Mi papá está igual últimamente. De
hecho, creo que sólo me quería cuando yo era pequeña y bonita y lo
seguía a todas partes. Ahora que crecí, ni siquiera estoy segura de
caerle bien.
Kate asintió.
—Sí. A veces quisiera que mamá fuese más coherente, para saber a qué
atenerme. ¿Me entiendes? En fin. Estoy súper aburrida. Mira. El plan
es darle el gusto a mi querida madre y luego salir de este antro de
perdedores lo más rápido posible. ¿Has visto a esos tontos, las cosas
que hacen? —Se puso a imitar a algunas personas con esos cantos
—L
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extraños que había visto ayer—. Vamos, ¡eso no es vida! Ayer, en el bar,
alguien trató de darme un abrazo. Qué asco, pensé. ¿Acaso te conozco?
¿Piensas que quiero abrazarte? Aquí hacen mucho eso de tocarse y
expresar sentimientos y, francamente, me dan ganas de vomitar.
No pude evitar una carcajada.
—Vaya, y yo que iba a pedirte un abrazo. Vamos, Kate, tienes que
aprender a compartir tus afectos.
—Atrás, demonio —repuso Kate con una sonrisa—. Sólo doy abrazos a
los chicos apuestos, e incluso ellos tienen que ganárselos. Bien, ¿qué te
parece si vamos a desayunar, y luego vamos al pueblo y a la playa? Ya
le pedí permiso a mamá. Ella piensa que necesitas dar una vuelta para
saber dónde estás y conocer los pueblos cercanos.
—¿En serio? Genial. Sí —respondí. Era un alivio tener con quién estar y
con quién ir a comer, después de la cena de la noche anterior. Tía
Sarah había pasado a buscarme al anochecer para ir a cenar con ella y
un grupo de gente en la larga mesa principal. Era obvio que todos se
conocían bien y, aunque traté de participar en la conversación, no pude
sino sentirme excluida. Como si hubiese estado fuera de mí,
observándome, preguntándome dónde o cómo podía integrarme. Un
sujeto alto y delgado de cabello oscuro recogido en una cola de caballo
estaba sirviendo la comida y pareció notar mi incomodidad. Aparentaba
la edad de Kate. Me sonrió con aire amistoso y se presentó como
LiamPayne. Me preguntó si quería acompañarlo a él y a su grupo en su
mesa después de la cena.
Meneé la cabeza y esperé no resultar antipática. Era sólo que el grupo
que él había señalado, como todo el mundo allí, parecía demasiado
alegre y cómodo. Yo aún no estaba de humor para conocer a tanta gente
nueva.
Busqué a Joe con la mirada y lo divisé en una mesa con su mamá. Me
sonrió brevemente pero no dio muestras de acercarse ni de invitarme a
su mesa, y ¿por qué habría de hacerlo?, me pregunté. Probablemente
pensaba que yo estaba bien con tía Sarah y su grupo. Además, yo
seguía un poco avergonzada por la fantasía de megabesos con él que
había tenido en el avión. Decidí portarme realmente indiferente con Joe
durante el resto de mi estadía allí y, después de la cena, fui
directamente a mi habitación y me acosté temprano. Me quedé dormida
en un instante y apenas noté vagamente la llegada de Kate, en algún
momento después de la medianoche.
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Durante el desayuno, luego de servirnos nuestra comida en el buffet
(granola para mí, panecillos con mermelada de frambuesa para Kate),
nos sentamos a una mesa ubicada en un rincón de la terraza desde
donde podíamos ver a todos los “presos”, como los llamaba Kate. El sol
brillaba a pleno y había una brisa suave; se estaba muy bien allí.
Kate se embarcó en una reseña de quién era cada uno y por qué estaba
allí. Era todo invento suyo, o al menos eso creo.
—Aquéllas son las bibliotecarias lesbianas de ClippingHorton: Mavis y
Maureen —me informó Kate, saludando de lejos a dos mujeres mayores
con túnicas lila—. Son hermanas. Sólo se asumieron como gays a los
cincuenta años, para gran asombro de sus maridos, diecisiete hijos,
cuarenta nietos y veinte gatos. Los más sorprendidos fueron los gatos.
No sé si sabías esto, pero algunos gatos pueden ser muy cerrados res—
pecto de la sexualidad...
—Lo sé —repuse, con un profundo suspiro— Es muy duro ser un gato
gay; de hecho, muchos de ellos optan por no decir nada. Boris, el gato
negro que teníamos en Irlanda, era gay y necesitó asistencia psicológica
para poder asumirlo.
Kate me miró con una amplia sonrisa.
—Bien por Boris—dijo—. Y también por ti. ¡Es obvio que estás tan loca
como yo! El caso es que M y M vienen a la isla todos los años a hacer
esculturas eróticas de diosas de la fertilidad para venderlas a su regreso
en el café de la biblioteca local. A su lado está... ah, LiamPayne —
Simuló un estremecimiento—. Me da escalofríos.
Estaba mirando al muchacho que se había mostrado amigable la noche
anterior, mientras servía la cena. Yo había pensado ir a hablar con él
hoy y explicarle por qué no había aceptado su invitación para
acompañar a su grupo.
—¿Por qué?
Kate se encogió de hombros.
—Eh... es demasiado de tocarse y expresar sentimientos. Estaba aquí
cuando vine por primera vez. Está en toda esa onda espiritual, pero...
no sé, hay algo en él que no me gusta. Es muy intenso, cuando te
abraza no es, digamos, un abrazo de amistad, como cuando das un
abrazo y te sueltas enseguida. Él te abraza como si fuera un momento
cargado de sanación emocional y de significado. Te sostiene demasiado
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tiempo, hasta que te dan ganas de empujarlo con toda tu fuerza para
que te suelte.
Reí y volví a echar un vistazo a Liam. A mí me parecía agradable, y la
noche anterior había sido la única persona que se había percatado de
que me sentía excluida. Estaba conversando con Anisha y con otra
chica vestida de blanco que tenía una larga trenza sobre la espalda y un
punto blanco entre las cejas. Me vio mirándolo y sonrió. Yo también le
sonreí pero decidí no ir a hablar con él; al menos, no mientras Kate
estuviera mirando. Iba a preguntarle más sobre Liam, pero ella retomó
su reseña y no quise interrumpirla cuando era obvio que estaba tan
compenetrada.
—Ahora bien... ¿ves aquel hombre calvo de barriga grande, pantalón
bermudas con calcetines y sandalias, en aquel rincón? Hmm, nada
atractivo. Él era playboy y estrella porno, hasta que una mañana tuvo
una visión. Algo muy parecido a lo que tuvo el tal San Pablo camino a
Damasco. Pues bien, nuestro sujeto vio la luz en la Autopista del Norte,
justo detrás del Mundo del Cuero, y desde entonces no ha sido el
mismo.
En realidad, la luz que vio eran los rayos láser del estadio de Wembley,
pero nadie se atrevió a decírselo para no destruir su fantasía. El caso es
que viene a ponerse en contacto con su nerd interior, lo cual hasta
ahora le sale muy bien. Y ¿ves aquella señora que está allá, vestida con
un pareo y un top, con una barriga enorme? Su historia es que un día
estaba aburrida en su trabajo de oficina y, mientras descansaba
tomando un café, descubrió que podía hacer unas formas asombrosas
con esa barriga gorda que tiene. Desarrolló su habilidad hasta
convertirla en una especie de origami adiposo. Ahora da clases sobre
eso. Es el último grito de la moda en ciertas partes de California. ¿Ves el
grupo de señoras en aquella mesa? ¡Son increíbles! Alcohólicas.
Drogadictas. Adictas a la nicotina.
Vienen a tratarse por sus diversas adicciones y están participando en
un taller llamado “Libérate de tu muleta en Skiathos”.
Cuando dijo eso, lancé una carcajada tan fuerte que escupí la granóla y,
por supuesto, justo en ese momento pasaba Joe. Un copo de avena
salió volando y se le pegó en el brazo izquierdo.
Ay, nooooooooooooooo, pensé, mientras él nos saludaba con una
levísima inclinación de cabeza. Estaba muy buen mozo con sus jeans
negros y una camiseta gris con el logo de Superman en la parte
delantera. Esperé que no se hubiera percatado del copo pero, luego de
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unos metros, sin siquiera mirar hacia abajo, se quitó el copo del brazo
con el índice de la mano derecha. Ay, no, no y nooooooooooooooo,
pensé. ¿Por qué siempre tengo que hacer el papel de idiota cada vez que
él aparece?
—¿Siempre anda solo? —pregunté, observándolo dirigirse a la mesa
donde había yogurt y frutas frescas.
Kate siguió mi mirada.
—¿Quién? ¿Joe? No lo sé —respondió—. Sé que estuvo aquí algunas
veces, pero nunca antes al mismo tiempo que yo. En Londres le gusta
mucho salir y pasarla bien. Oí a mamá y a Lottie hablando de él. Parece
que, cuando termine la escuela, quiere estudiar arte. Mamá dice que se
inscribió en algunas clases de arte aquí, cuando no tiene que trabajar,
claro.
Ay, no, no, no, pensé, se acabó, entonces. Ahora no puedo ir a esas
clases.
Si lo hiciera, pensaría que voy por él. Qué fastidio.
—Oye —dijo Kate—. ¿Por qué no le muestras algunas de tus pinturas
cuando volvamos a Londres? Podrías invitarlo con ese pretexto y
quedará tan impresionado que caerá rendido a tus pies.
—Cambiaste de idea. En Londres, me advertiste que no me convenía.
Kate rió.
—Lo sé, pero hay que reconocer que los chicos malos tienen su
atractivo.
Durante el viaje aquí me di cuenta de que realmente te gusta, y yo
jamás me interpondría en el camino del verdadero amor.
—¿Verdadero amor? No me digas —repuse—. Ni lo sueñes. Me parece
que Joe ya se formó una impresión sobre mí.
—Y ¿cuál es?
—Que soy demasiado joven, demasiado estúpida, demasiado... —Me
puse bizca y torcí los labios. Mi mejor cara de zombi—. No lo sé.
Claro que eso fue en el preciso momento en que Joe se sentaba al final
de la mesa y me miraba. Volví a mi cara normal y le dirigí una débil
sonrisa.
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Él me sonrió, pero me di cuenta de lo que estaba pensando, y era: esta
chica está absolutamente loca. Es la reina de las chifladas.
Kate se inclinó hacia mí.
—Pues haz que cambie de idea —susurró.
—No —respondí—. No me interesa. En realidad, no es mi tipo.
Kate rió.
—Y por eso te ruborizaste cuando pasó y no puedes dejar de mirarlo.
—Kate.
—¿Qué?
—Cállate.
Volvió a reír, pero sí se calló y siguió comiendo su panecillo.
Después del desayuno, pasamos a ver a tía Sarah en su oficina, y luego
tomamos el autobús en el estacionamiento, frente a la recepción, para ir
al pueblo por el que habíamos pasado el día anterior. Esto está mejor,
pensé, mientras recorríamos los comercios que había en las callejuelas
y nos probábamos anteojos de sol, olíamos todas las velas aromáticas y
nos probábamos joyas y sandalias. Compré una camiseta blanca sin
mangas como la de Anisha, un par de pantalones de algodón blanco y
algunas postales, y Kate se compró un brazalete de tobillo. Luego
fuimos a uno de los muchos cafés que había frente al mar, donde había
barcos y lujosos yates anclados. Pedimos café con leche y nos sentamos
a disfrutar el sol y la vista. Era un lugar excelente para ver gente:
pasaban personas de toda forma y tamaño, mientras que otras
holgazaneaban y posaban en los barcos anclados en el puerto.
Una vez más, Kate me dio su visión de la gente que pasaba, quiénes
eran y por qué. —Mira ese hombre alto que parece una jirafa. Está de
vacaciones con su nueva esposa —obviamente era su madre—.
Lamentablemente, el año pasado ella se quedó demasiado tiempo al sol
y fumó demasiados cigarrillos, y por eso envejeció prematuramente.
Pero a él no le importa, porque está con ella por su dinero. ¿Ves esa
nena que está allá, la de pantalones cortos rojos? —prosiguió,
señalando a un hombre y su hijita—. Aparenta unos ocho años, ¿no?
No. Tiene sesenta y cuatro. Se excedió con los estiramientos faciales y
las cirugías plásticas. Es triste, pero hay gente que no sabe cuándo
detenerse. Y aquí vienen el Sr. y la Sra. Inocentes. Acaban de casarse.
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Están de luna de miel. El aún no descubrió que ella es un hombre y
que, aunque ahora se llame Betty, antes era Keith.
Mientras Kate seguía con sus observaciones, yo reía tanto que no me di
cuenta de que Tom y Robin se nos acercaron por detrás. Se sentaron a
tomar café con nosotras y Tom me contó un poco sobre la isla y lo que
se podía hacer allí. Comer, nadar y tomar sol parecían ser las
principales actividades. Todas cosas que puedo hacer, pensé, tomando
nota de sus recomendaciones de varios cafés adonde ir.
Un rato después volvimos por las callejuelas hasta el estacionamiento.
A juzgar por la manera en que Tom y Kate estaban juntos e iban del
brazo, me di cuenta de que el día anterior, cuando ella había
desaparecido, era para reunirse con él. Era obvio que su relación había
avanzado un poquito desde que habíamos bajado del avión. Caminé
tras ellos con Robin y conversamos de los temas de siempre para
conocernos: las escuelas, dónde vivíamos, qué música nos gustaba, qué
sitios web, y todo eso.
—¿De qué signo eres? —le pregunté.
—De Virgo. ¿Y tú?
—Géminis con ascendente en Sagitario.
—Ah. Te interesan esas cosas, ¿eh?
—Sé un poco. Mi amiga Erin y yo leímos sobre eso en Irlanda.
Entrelazó su brazo con el mío.
—Y los virginianos, ¿se llevan bien con las geminianas?
—Eh... Sí. Creo que sí —mentí. Me parecía recordar que Virgo era un
signo de tierra y Géminis era de aire, de modo que no eran los más
compatibles.
—¿Tienes novio?
—No. Acabamos de mudarnos a Londres —respondí.
—¿Y en Irlanda, antes de mudarte?
—No. Nadie en especial.
Sinceramente esperaba que no pensara que tenía posibilidades conmigo
pues, al verlo por segunda vez, confirmé que, si bien era simpático, no
era en absoluto mi tipo.
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En el estacionamiento, subimos al jeep descapotado en que andaban
ellos y, con Tom al volante, recorrimos la costa hasta una playa que
ellos conocían, del lado oeste de la isla. Me sentía muy glamorosa,
sentada en la parte de atrás del jeep con mis anteojos de sol y, una o
dos veces, vi que la gente nos miraba al pasar. En un momento, tuve
que ponerme la gorra de béisbol porque se me volaba tanto el cabello
que, si no lo hacía, iba a llegar a la playa con el pelo como el de una
bruja. Y no era un look muy atractivo.
No había mucha gente en la playa. Había un restaurante en un extremo
y, en el otro, tumbonas para tomar sol. Tom le pagó a un chico por
unas tumbonas y nos dedicamos a la seria tarea de tomar sol. No
tardaría mucho en estar tan bronceada como los lugareños, pues había
heredado la piel trigueña de mi padre, que se broncea con facilidad y no
se quema. Tom y Kate se aplicaron loción el uno al otro y vi que Robin
tenía la misma idea de aplicarme un poco a mí y viceversa. Cuando me
lo pidió, le puse un poco en la espalda y luego, sin darle tiempo a
ofrecerse, rápidamente me puse un poco yo misma. Creo que captó el
mensaje y no insistió. Allí tendida, observando a la gente entrar y salir
del mar, y sintiendo la tibieza del sol en la piel, empecé a sentirme
relajada por primera vez en varios días.
A la hora del almuerzo, caminamos por la arena hasta el restaurante y
comimos unas deliciosas ensaladas de queso feta con albahaca fresca y
tomates que sabían dulces y jugosos. Los chicos y Kate bebieron
cerveza, y yo pedí una Coca. Después de almorzar, mientras volvíamos
a nuestras tumbonas, Tom levantó a Kate, la puso sobre su hombro,
corrió hacia el mar y la arrojó al agua. Robin me miró, pero fui
demasiado rápida para él y corrí por la playa para meterme sola. A mi
propio ritmo. Nunca fui de esas personas que pueden zambullirse de
golpe.
Tengo que hacerlo en etapas, a menos que sea el Océano Índico, que es
como entrar a una bañera tibia. Pero éste era el mar Mediterráneo y
aún no se había entibiado (si es que eso sucedía alguna vez). Primero
me metí hasta las rodillas, luego hasta las caderas y, por último, me
hundí rápidamente hasta los hombros. En el fondo había unas
corrientes tan frías que me dejaron sin aliento. Robin se metió detrás de
mí. Lo hizo de golpe, pero hasta él chilló al darse cuenta de lo fría que
estaba. Tomé aire y me sumergí del todo. Al cabo de unos segundos, la
sensación era hermosa y nadé unos cincuenta metros mar adentro;
luego extendí los brazos, me tendí de espaldas y me dejé flotar. Me
encanta hacer eso. Es una de las sensaciones más fabulosas del
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mundo: el agua salada que ayuda a flotar, el cielo azul arriba. El
paraíso.
Después de nadar, todos dormitamos al sol. Luego, Tom nos llevó de
regreso al complejo, donde tía Sarah insistió en que él y Robin se
quedaran a cenar con el resto de los huéspedes.
—Me alegro tanto de que él y Kate se lleven bien —me dijo tía Sarah
cuando fuimos al buffet a buscar nuestra comida—. Ed y Marcia
Stourton tienen una casa en la isla desde hace más de veinte años y
conocen a mucha gente de aquí. Es una buena familia y creo que Tom
será una buena influencia para ella.
Asentí y sonreí, pero yo no estaba tan segura de que “buena influencia”
fuese la descripción apropiada para Tom, que era a las claras un “chico
malo”. Decidí no compartir mi opinión con tía Sarah ni decirle a Kate
cuánto se alegraba su madre de que estuviera pasando tiempo con él.
Conociendo a Kate, era capaz de dejarlo inmediatamente con tal de
fastidiar a su madre.
—Y tú, ¿cómo estás, India? ¿Te sientes cómoda? —me preguntó tía
Sarah.
Volví a asentir. Podía decirle sinceramente que estaba bien. Es
asombroso cómo la experiencia de un lugar puede cambiar en un solo
día, pensé, mientras me servía verduras asadas y cuscús e iba a
sentarme con mis nuevos amigos. Era todo lo contrario de lo sola y
ajena que me había sentido la noche anterior. Sólo deseaba que Joe
estuviera allí para que viera qué persona popular era yo, que hacía
amigos con facilidad; lamentablemente, no se lo veía por ninguna parte.
Bueno, mañana será otro día, pensé, y empecé a comer mi cena.
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Capítulo 9 Una chica diferente
n el transcurso de la semana, Kate y yo desarrollamos una
rutina cómoda. Desayuno en el complejo, divirtiéndonos e
inventando historias acerca de los “presos”; luego una visita a
tía Sarah, que siempre parecía tener mil cosas de qué ocuparse.
Empecé a entender lo que sentía Kate por ella: realmente nos trataba
como si fuéramos un punto más de su larga lista de cosas que hacer.
Verificar que mi hija y mi sobrina aún estén vivas. Listo. Las dos
presentes y bien. ¿El teléfono móvil de Kate está cargado para poder
comunicarme con ella dondequiera que esté? Listo. Y pasaba al punto
siguiente.
Después del desayuno, yo ordenaba mi lado de la habitación que com-
partía con Kate. Era gracioso, porque pronto llegó a parecer que hubiera
una línea invisible que la dividía en dos mitades. La mía estaba limpia y
ordenada: ni una sola cosa fuera de su lugar. El lado de Kate era un
desorden total. Siempre tenía la cama sin hacer y cubierta de cosas: su
bolso, su teléfono, ropa, esmalte de uñas, maquillaje, pañuelos de
papel, goma de mascar, envoltorios de bombones. Me ofrecí a
ordenársela, pero hizo su gesto de levantar una ceja, señaló mi lado de
la habitación y dijo: “Tu espacio”, luego señaló su lado y dijo: “Mi
espacio”. Asentí. Entendido.
Luego enviaba e—mails a Erin, mamá, papá y los chicos desde la sala
de computadoras, contigua a la oficina de tía Sarah en la recepción.
Aunque, además de Erin, a nadie parecía importarle si yo escribía o
no.Un día, papá me envió un mensaje brevísimo. “Querida India, espero
que lo estés pasando bien. Estoy ocupadísimo. Papá.” Al diablo con eso,
pensé. Mamá me envió uno ligeramente más largo pero tampoco parecía
estar extrañándome mucho. Ella también estaba súper ocupada,
divirtiéndose con papá. Al diablo con ella también. Dylan me envió un
artículo sobre el daño que provoca el sol y la importancia de proteger la
piel. Verdaderamente, a sus doce años, es un chico muy raro. No había
mensajes de Ethan ni de Lewis, pero era de esperarse. Nunca se habían
destacado por mantenerse en contacto. Hasta olvidaban los
cumpleaños. Sólo Erin me escribía con regularidad. Al menos ella sí
parecía extrañarme de verdad.
Después de ese “contacto” con el mundo exterior, llegaba la hora de
trabajar. Kate hacía muy bien el papel de chica buena: cortaba verduras
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para el almuerzo, preparaba pimientos para la cena, ayudaba en las
tareas. Incluso fuimos a un par de clases de yoga para demostrar buena
voluntad, pero nos negamos a participar de la danza hippie o cualquiera
de esas clases estrafalarias de sanación.
—Hay que seguirles la corriente —dijo Kate un día, mientras barría la
terraza luego del desayuno—. Si estuviera malhumorada todo el tiempo,
mamá se enojaría conmigo. Entonces, parte del tiempo soy la hija
modelo, y el resto del tiempo puedo hacer lo que quiera.
Y así era. Creo que a su mamá le habría dado un infarto si hubiese
sabido las cosas que hacía. Bebía vodka con Robin y Tom, fumaba ciga-
rrillos hasta que apestaba a humo, y sé que estaba pensando en
acostarse con Tom porque, el primer viernes después de que llegamos a
la isla, la vi comprando condones. Ella me vio mirándola en la tienda y
me miró con su ceja levantada. Entendí lo que quería decir. Estaba
aprendiendo mucho del lenguaje de las cejas. Significaba: “Se lo dices a
mamá y te mato”.
Siempre me ofrecían todo lo que tomaban, pero en general yo no
aceptaba porque el alcohol me daba comezón y jaqueca. A veces
mesentía la prima inmadura y aburrida a quien Kate tenía que soportar
porque no había nadie más que me cuidara, pero mi única alternativa
era quedarme sola en el complejo, donde la mayoría de los huéspedes
eran de mediana edad, y yo no quería hacer eso. A veces, bebía un poco
sólo para demostrarles que no era una aguafiestas total, pero no lo dis-
frutaba como ellos.
El primer sábado, después del desayuno, Kate fue a lavarse el pelo, de
modo que fui a ver las aulas de arte y allí encontré a Joe trabajando en
algo. Levantó la vista cuando entré.
—Hola —dijo—. No te vi esta semana.
—Yo tampoco te vi.
—Estuve trabajando. En un bar en el pueblo*.
—Ah, entiendo.
Conque ahí estuvo, pensé.
—Sí. Necesito ganar un poco de dinero y es algo que hacer, ¿sabes?
—Sí. ¿Qué estás haciendo? —le pregunté, y luego me maldije. Era obvio
lo que estaba haciendo—. Es decir, claro que estás trabajando,
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dibujando, eh... haciendo arte. Lo siento. Parece que me dio un ataque
de idiotez. Es por el sol. Me obnubila la mente. Cállate, India.
Joerió y sus ojos brillaron de una manera encantadora que lo hacía aún
más atractivo.
—Sí, a mí también el sol me obnubila la mente. Y sí, estoy haciendo un
poco de arte.
—¿Puedo mirar? —le pregunté.
—Eh... —Joe vaciló— Supongo que sí. Aún no está terminado.
—Si no quieres, no miro. Yo detesto que miren mis trabajos antes de
que estén terminados.
—¿Dibujas o pintas?
Asentí.
—Ambas cosas. No muy bien...
—Tal vez algún día podrías mostrarme algo, cuando volvamos a
Londres.
¡Sí!, pensé, y por dentro lancé un puñetazo al aire. ¡Resultó!
—¿Estás tomando clases aquí? —me preguntó.
—Tal vez lo haga —respondí. Y entonces vi un asombroso dibujo en
carbonilla sobre el escritorio, a su derecha. Era un retrato de Lottie—.
Oye, ¿tú hiciste eso?
Joe echó un vistazo al dibujo.
—¿Eso? Ah, sí. Es mi mamá.
—Ya lo veo —repuse, y me acerqué para mirarlo mejor—. Es absoluta-
mente genial.
Por un segundo, Joe se ruborizó ligeramente.
—Gracias. Estoy tratando de practicar el dibujo de retratos, para mi
carpeta de presentación a la universidad. No suelo dibujar personas,
pero es bueno tener una variedad de trabajos para las entrevistas.
—Pues realmente tienes buen ojo. Retrataste a tu mamá tal como es. Se
la ve... viva, como si tuviera peso. ¿Has visto cómo a veces, en los
dibujos, parece que la gente flotara? A mí me pasa, al menos... aunque
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los retratos son lo que más me gusta hacer. Me cuesta retratar a la
gente como de carne y hueso, no sé si me entiendes.
—Sí te entiendo —dijo Joe, y me miró con mucha concentración, como
si estuviese estudiándome para un retrato. Sentí que me ruborizaba
porque, cuando nuestros ojos se encontraron, tuve otra vez esa sen-
sación tibia en el estómago, la que había sentido el primer día que lo vi.
Aparté la mirada.
—Bueno, tengo que irme. Kate se está lavando el pelo.
—¿Kate? Ah, sí. ¿Necesita ayuda?
—No. Claro que no. De hecho, no sé por qué dije eso —respondí, pen-
sando: ¿Por qué le habré dicho eso?
Y allí estaba otra vez. Esa expresión divertida en su cara.
—¿Está usando ese champú que compraste en Londres?
—No. Ya te lo dije. No tenemos piojos. Mi familia no tiene piojos.
—Era una broma, India Jane —repuso—. No estés tan seria.
—Eh... ¿Yo? ¿Seria? No... Soy divertidísima—Veteya, dijo una voz en mi
cabeza. Vas a empezar a decir tonterías—. Bien. Súper. Hasta luego.
¿Súper?, pensé. ¿Quién diablos dice “súper”?
—Hasta luego —respondió con una sonrisa—. Cuídate.
—Sí, hasta luego —dije, y volví a maldecirme. Idiota, ¿para qué dices
“hasta luego” dos veces? Debe de pensar que soy tonta. Y justo cuando
había logrado tener una conversación decente, pensé, mientras me
dirigía a la puerta. Aun así, tenemos algo en común. El arte. Tendré que
pensar algunas cosas interesantísimas para decir sobre el tema, para
impresionarlo.
Pasé el resto del día en la playa con Kate, Robin y Tom, pensando qué
perlas podía deslizar en la conversación la próxima vez que viera a Joe,
pero él ya no estaba cuando volvimos por la tarde.
Al día siguiente, después del desayuno, me asomé al aula de arte con la
esperanza de encontrarlo allí, pero no estaba. Como Kate y yo íbamos a
ir al pueblo, la convencí de pasar por el bar donde él trabajaba, pero
tampoco estaba allí.
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—¿JoeDonahue? —repitió una bonita camarera de ojos oscuros que
estaba tras el mostrador, cuando Kate le preguntó por Joe— Trabajó el
primer turno. Acaba de irse. ¿Quién le digo que preguntó por él?
—No, nadie —respondí.
—Kate e India Jane —dijo Kate.
Le di un ligero puñetazo en el brazo mientras salíamos.
—No quiero que piense que lo estoy siguiendo —susurré, y noté que la
camarera nos miraba por la ventana—. Está tratando de adivinar quié-
nes somos.
Kate echó un vistazo hacia atrás.
—Sí. Conociendo a Joe, es probable que vengan muchas chicas a pre-
guntar por él.
—¿En serio?
Kate rió.
—No. Sólo tú. Tú lo amas.
—No es cierto. Ya te dije...
—¡India! Puedes confiar en mí. No voy a delatarte.
Esa noche, vi a Joe en el buffet del complejo, donde había una cola para
la cena. Miró alrededor y vio que yo estaba atrás, de modo que lancé el
discurso que tenía preparado en la mente. Era algo que había dicho el
profesor de arte que teníamos en mi última escuela y que a todos nos
caía muy bien. Seguramente Joe estaría muy impresionado y, en mi
imaginación, pasaríamos horas caminando descalzos por la arena bajo
las estrellas, hablando de la vida y del arte.
—Sé que para muchos es arte comercial, pero a mí me gustan los
impresionistas, en particular Renoir. Me parece que hay demasiado
esnobismo en el arte. Demasiado intelectualismo, y uno debe dejarse
llevar por sus instintos.
Joe lanzó una carcajada. Luego adoptó una expresión muy solemne.
—Vaya. Sí. Tienes toda la razón, India Jane. Esnobismo.
Intelectualismo. Muy cierto. Ahora bien... ¿Qué elijo: las verduras
asadas o el pastel de lentejas? ¿Eh? ¿Dices que debo guiarme por mis
instintos? —Se sirvió el pastel de lentejas—. Bien. Nos vemos. —Y fue a
sentarse a una mesa con su madre.
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Allá fue mi fantasía de caminar por la playa... mejor me entierro en la
arena, pensé. Me serví arroz con legumbres y me prometí dejar de
buscarlo y mantener la boca cerrada durante el resto de las vacaciones.
Mi promesa resultó fácil de cumplir pues la mayoría de las noches él
salía solo después de cenar y, aunque me intrigaba saber adónde iba,
no pensaba preguntárselo. Una parte de mí estaba decepcionada por su
falta de interés, pero no pensaba arriesgarme a ningún tipo de rechazo.
Podría hacer el papel de idiota delante de él, pero no era tan estúpida.
Al menos aún podía estar con Kate, Robin y Tom. La segunda semana
fuimos a una playa distinta cada día y empecé a sentirme
menosextranjera en la isla. A veces, Kate y Tom se alejaban y nos
dejaban solos a Robin y a mí, pero no me molestaba. Nadábamos,
leíamos y tomábamos sol, y creo que él se alegraba de que yo estuviera
allí, para no estar incómodo cuando Kate y Tom se ponían muy
cariñosos. Aunque creo que aún se interesaba por mí, no me
presionaba, y yo me aseguraba de no darle ninguna señal de interés de
mi parte. Hablábamos de temas generales, principalmente de la escuela
y de nuestros planes para el futuro, y evitábamos tocar el tema de las
relaciones, aunque no era que yo tuviera mucho que decir sobre eso. Él
acababa de terminar los exámenes finales de la secundaria y estaba
planeando tomarse un año para viajar, por eso le gustaba que le con-
tara sobre los lugares donde yo había vivido, principalmente sobre la
India, aunque yo era muy pequeña por entonces para recordar mucho
de allá.
Al final de la segunda semana, los padres de Tom salieron en una
excursión en barco y los chicos nos llevaron a ver la casa. Nos recogie-
ron en la parada del autobús, como de costumbre, y luego fuimos al
extremo norte de la isla. Me agradó la zona; estaba menos desarrollada
que la zona sur.
—¡Vaya! —exclamó Kate cuando Tom detuvo el jeep en una pendiente, a
mitad de camino colina arriba, y bajamos a mirar el paisaje.
La vista de la costa extendiéndose allá abajo era increíble, la mejor que
había observado hasta ahora. Tom nos indicó el camino y bajamos unos
escalones desde el estacionamiento hacia la casa. Daba una sensación
de mucha privacidad. Estaba rodeada de olivos, pinos y árboles
frutales, de modo que, aunque hubiera vecinos a la izquierda o la dere-
cha, no se percibiría su presencia. La casa se parecía mucho a tantas
otras de la isla, con sus paredes blancas y techo de tejas rojas, pero
cuando entramos, tenía aspecto de hogar, lo cual resultaba agradable
después de la impersonalidad de las cabañas del complejo.
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—¿Vas a mostrarnos la casa? —preguntó Kate.
De inmediato, Tom asumió una postura de agente de bienes raíces y
nos dio una recorrida por el lugar.
—Abajo tenemos una espaciosa sala de estarrr—explicó, imitando
horriblemente el acento griego—. En el fondo está la cocina y el cuarrrto
de servicio. En el frrrente, tenemos una terraza, desde donde se baja a
una piscina infinita con una vista espectacularrr del Egeo en la
distancia.
—Qué horrible acento —dijo Kate.
—Gracias —respondió Tom con una sonrisa.
—Oye, me encantan estas pinturas —dije, al ver unos cuadros con pai-
sajes marinos en las paredes de la sala.
—Las hizo mi abuela —explicó Tom— Vivió aquí luego de jubilarse.
—Son muy buenas —concordó Kate— ¿Qué hay arriba?
Tom le dirigió una amplia sonrisa y luego nos condujo a la planta alta,
volviendo a su acento terrible, que parecía haber pasado de ser griego a
una mezcla de ruso y galés.
—En el frrrente, tenemos un dormitorrrio doble con balcón —dijo,
mientras nos mostraba el lugar. Observé que, cuando entramos allí,
miró a Kate levantando una ceja y ella hizo lo mismo— En el fondo,
tenemos las habitaciones con dos camas, baño con bañerrra y ducha.
Kate le dio una cachetada juguetona.
—Nunca te dediques a actuar —le dijo— Me parece que no te iría muy
bien.
Después de la recorrida, salimos a pasar el rato junto a la piscina.
Luego de una zambullida, Kate y Tom desaparecieron en la casa y nos
dejaron a Robin y a mí solos en las tumbonas. Me miró levantando una
ceja y sonrió. Yo también levanté una ceja para indicarle que sabía lo
que estaban por hacer.
Durante un rato leímos revistas, tomamos sol, volvimos a nadar y, al
salir de la piscina, noté que Robin me observaba. Me observaba de ver-
dad, con una expresión intensa. Me hizo sentir incómoda y, aunque
tenía puesto mi bikini turquesa, me sentía desnuda. Apenas llegué a
mitumbona, saqué del bolso mi parco azul y me envolví con él. Robin
siguió observándome mientras yo volvía a aplicarme protector solar, y
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luego apartó la vista como si estuviera aburrido, pero sentí en el aire
algo que antes no estaba allí.
No duró mucho, pues unos minutos después él entró a la casa y volvió
al rato con una bandeja cargada con una botella de vino, jugo de frutas,
agua mineral, pan de pita, paté, aceitunas y queso feta.
—Vaya. Qué festín —observé, cuando colocó la bandeja sobre la mesa,
junto a la piscina.
—Pensé que tal vez la dama tendría apetito —respondió, me sirvió un
plato y una copa de vino.
Se acercó con ellos y se sentó al pie de mi tumbona. Yo iba a tomar el
plato, pero Robin meneó la cabeza.
—Déjame que te dé de comer —propuso.
No supe qué hacer. Qué decir. No quería parecer una criatura, de modo
que traté de disimular. Como si estuviera acostumbrada a que los
muchachos me dieran de comer en la boca. Pinchó un trozo de queso
con el tenedor y me lo llevó a la boca lentamente. Sentí que me rubo-
rizaba. Me miraba directo a los ojos, pero yo no podía mirarlo y esperé
no parecer bizca al tratar de enfocar el tenedor. Robin volvió a
inclinarse hacia la bandeja, tomó la copa de vino y la llevó a mis labios.
—Eh... no... gracias. Seguiré bebiendo jugo —balbuceé.
—Prueba un sorbo —insistió, con voz ronca—. Es un PinotGrigio muy
bueno. El papá de Tom lo hace traer especialmente. Te va a gustar.
Me sentí atrapada. Realmente no quería beber vino pero tampoco quería
parecer desagradecida ni inmadura.
—Eh... yo... —empecé.
Robin apartó el vino y respiró hondo.
—Lo siento. Siempre lo olvido. Eres más joven que Kate, ¿verdad?
—Tengo quince años —respondí.
Robin se puso de pie, volvió a la bandeja, me sirvió un vaso de jugo y
me lo entregó.
—Toma. Jugo para la damita.
Él se sirvió cerveza y volvió a dejarse caer en su tumbona. Me sentía
confundida y no entendía su estado de ánimo. ¿Acaso se había moles-
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tado conmigo? ¿Había estado a punto de intentar algo pero luego había
cambiado de parecer? ¿O había sido mi imaginación? Yo creía que
estaba entendido que sólo éramos amigos.
Bebí mi jugo y me sentí como si tuviera nueve años. Muy incómoda.
Deseé poder marcharme y volver al complejo. Quería estar en cualquier
parte menos allí. Comí la mitad del almuerzo que Robin me había dado,
luego me recosté, cerré los ojos y simulé estar dormida.
Tom y Kate reaparecieron a media tarde y, por una vez, Kate se veía
tímida, saliendo a la terraza de la mano de Tom.
—Ustedes dos traen cara de haberse portado mal —dijo Robin, en tono
de padre estricto.
Por un momento, los dos parecieron avergonzados, y luego Kate dijo:
—En realidad, yo me porté muy bien, ¿no es cierto, Tom?
Tom rió y asintió. Robinrió con él. Yo también intenté reír, pero una voz
en mi mente me repetía que era una falsa. Que aquello me superaba.
Que no era ése mi lugar.
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Capítulo 10 Fiesta en la playa
l caer la tarde, para mi gran alivio, regresamos al pueblo, donde
pensé que Kate y yo tomaríamos el autobús hasta Séptimo Cielo,
como de costumbre. Sin embargo, un momento después de que
estacionáramos el jeep, una chica de cabello negro largo y enrulado hizo
señas a los chicos y se dirigió directamente hacia nosotros.
—Hola, Tom —lo saludó, con una breve pero apreciativa mirada—. ¿Me
puedes llevar a la fiesta?
Kate tomó la mano de Tom, como para indicarle que estaban juntos,
pero la chica no se inmutó. Se limitó a sonreírle.
—¿A qué fiesta? —preguntó Robin.
—En la playa Troulos. Traigan a sus amigas —dijo la chica—. Durará
toda la noche.
—Sí, claro, cómo no —dijo Robin. Miró a Tom y a Kate para confirmar.
Los dos asintieron con entusiasmo. A mí, ni siquiera me consultaron.
Presentaron a la chica como Andrea y, después de que Robin y Tom
compraron cerveza y vodka, y Kate, cigarrillos, volvimos al jeep y nos
encaminamos a la fiesta.
—¿No tendríamos que preguntarle a tía Sarah si le parece bien? —
pregunté—. Querrá saber dónde estamos.
Kate puso los ojos en blanco.
—Probablemente ni siquiera se dará cuenta de que no estamos. Y no
olvides que tiene mi número de teléfono. De todos modos, creo que nos
hemos ganado una noche libre por buena conducta.
Seguramente Kate me vio cara de preocupación, pues se inclinó hacia
mí y dijo:
—No seas aguafiestas, India. Vamos, que no perderemos nada más que
un abrazo grupal y pastel de lentejas en aquella granja de locos. Si te
tranquiliza, la llamaré más tarde. Te lo prometo. ¿De acuerdo?
—Está bien.
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Hice un intento de sonreírle y, durante el viaje, traté de cambiar el
extraño estado de ánimo que me había invadido desde que Robin había
tratado de darme de comer en la boca. Me sentía mal. Igual que la
primera noche en el complejo. Como si estuviera en un cuerpo que no
era el mío.
Se había corrido la voz y, cuando llegamos a la playa Troulos, ya había
unas cincuenta personas para la fiesta. Todo el tiempo seguía llegando
gente, que enseguida atravesaba la pequeña pradera que llevaba a la
playa y al mar. Se había levantado un escenario a la izquierda, apartado
del restaurante, que estaba a la derecha. Junto al escenario habían
improvisado un bar que vendía cerveza y gaseosas, y al lado de él había
una amplia parrilla, donde dos hombres bronceados de mediana edad,
con pantalones cortos y pañuelos rojos al cuello, cocinaban pescado. A
pocos metros del mar, alguien había encendido una fogata y un puñado
de músicos sentados en torno a ella tocaban la guitarra, mientras que
otros hacían la percusión. Había algunas chicas en bikini y pareo,
medio bailando al ritmo de la música y medio haciendo la danza del
limbo. Un grupo de adolescentes las observaban.
—Todo parece muy organizado —le dije a Kate, mientras mirábamos
alrededor—. Mira, hasta hay baños portátiles detrás del escenario.
Kate asintió.
—Sí. Parece más un festival de rock que una fiesta playera. Supongo
que aquí las hacen con regularidad, y ¿por qué no? No les faltan lugares
donde hacerlas.
Nos acomodamos en la arena, cerca del escenario, y Robin sacó
nuestras provisiones. Iba a ofrecerme vodka pero se detuvo.
—Epa, lo olvidé. Señorita Santurrona.
Acepté la botella. Tal vez esto sea lo que necesito esta noche para
aflojarme, pensé, mientras bebía un trago.
—Gracias.
Robin parecía complacido.
—Te felicito —dijo.
Kate se acurrucó contra Tom cuando empezó la música y Robin se lo
pasó haciendo de camarero, trayéndonos kebabs de pescado, pimientos
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y arroz del puesto de comidas y sirviéndonos bebidas de nuestros
bolsos. Estaba tan atento y dulce que me sentí mal por haberlo
desairado antes. Debe de ser difícil para los muchachos tener que dar el
primer paso, especialmente cuando se tiene un amigo tan buen mozo
como Tom, que tiene más suerte con las chicas, pensé, mientras el cielo
se llenaba de colores: naranja, rojo y violeta, virando hacia un turquesa
translúcido y azul marino a medida que bajaba el sol.
—A mi papá le encantan las puestas de sol —dije en un momento,
cuando Robin y Tom fueron a buscar más cerveza.
—A mí también —respondió Kate, apoyándose en los codos.
—Ésta es su hora preferida del día. “La obra maestra de Dios”, dice.
Cada amanecer, cada anochecer es distinto.
—¿Lo echas de menos? ¿A todos? —me preguntó Kate.
—No. No mucho —respondí. Aunque, por un momento, sí sentí una
punzada de nostalgia. Papá y yo habíamos contemplado muchos
anocheceres juntos por todo el mundo. “El sol es el mismo dondequiera
que estés”, decía. Me pregunté cómo se vería el sol esta tarde donde él
estaba, e incluso si podría verlo o si ya estaba trabajando, tocando el
piano frente al público. Y me pregunté si alguna vez pensaría en mí.
A medida que avanzaba la noche, todo el mundo parecía estar de buen
humor, y la sensación incómoda que había tenido se fue disolviendo
con el resplandor de la fogata y el vodka que Robin no dejaba de
pasarme.
Cuando acabó de anochecer y el cielo quedó como un terciopelo negro,
Tom y Kate se fueron por la playa, igual que otras parejas aca-
rameladas. Otros que estaban en torno a la fogata se observaban, bai-
lando, meciéndose con la música. Yo buscaba a Joe con la mirada, con
la esperanza de que estuviera allí, pero no había rastros de él. Sí había
un chico apuesto, muy rubio, que me miró en un momento cuando me
levanté para ir al baño, pero no lo miré mucho. Ya había tenido sufi-
cientes señales erróneas por un día.
Cuando Robin fue a sentarse más cerca del fuego para mirar a las
chicas que bailaban, me puse de pie, caminé unos metros por la playa y
me senté más cerca del mar. Me sentía un poco mareada por el vodka y
pensé: No debo alejarme mucho; la playa está muy oscura. Me tendí
sobre la arena fresca y húmeda y miré el cielo. Allí, sentí que todos mis
sentidos se agudizaban a la perfección. El olor salino del mar, el aroma
del pescado asado y de la leña que llegaba desde la fogata, el fuerte olor
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a algas, sudor y bronceador. Mientras contemplaba el cielo, empezaron
a aparecer más y más estrellas. Como puntitos plateados contra la
negrura. Pop. Pop. Pop. Aparecían más y más. Detrás de mí, oía los
sonidos de la fiesta: las congas, las voces, pero allí había más quietud,
interrumpida sólo por el suave rumor de las olas en la orilla.
Debí de quedarme dormida, porque desperté sobresaltada. Me incorpo-
ré, sin saber bien cuánto tiempo llevaba allí, pero sentí frío. Me froté los
brazos y estaba a punto de levantarme cuando me di cuenta de que
había alguien cerca, caminando hacia mí, pero como tenía detrás la luz
de la fogata, sólo podía ver una sombra. Mi corazón empezó a latir con
fuerza. Me di cuenta de que, si había problemas, yo estaba un poco
lejos de la fiesta.
—Oye, India, ¿eres tú? —preguntó una voz conocida.
—Uf —dije, al darme cuenta de que era Robin—. Me asustaste.
Se sentó pesadamente en la arena, justo detrás de mí.
—Jujúúúúúú—exclamó, y luego rió— ¿Qué haces aquí sola?
—Nada, sólo estoy mirando el mar y el cielo.
Robin se acercó más hasta quedar inmediatamente a mis espaldas.
Luego me rodeó con las piernas de modo que quedé sentada entre sus
muslos. Me atrajo hacia sí para que me recostara sobre su pecho.
Estaba tibio y tenía un fuerte olor a alcohol y ajo.
—Mirando el mar, el cielo y las estrellas —dijo, con voz soñadora—.
Eres una chica rara, ¿verdad, mi pequeña India Jane?
Y entonces empezó a besarme el costado del cuello y a mordisquearme
la oreja. Me quedé helada. Yo no quería nada de eso.
—No. Robin, yo...
Traté de apartarme pero era difícil pues me sostenía firmemente con las
piernas. Se acomodó hacia mi izquierda, me atrajo más hacia él y
empezó a besarme en la boca. Era horrible. Demasiado húmedo.
Demasiado intenso. Mientras seguía besándome y yo, intentando
soltarme, su respiración se hizo más agitada; subió con las manos y
empezó a acariciarme los senos.
Traté de quitar sus manos de allí.
—Robin, no. No quiero...
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—Vamos, India, sabes que me gustas —gimió. Luego me empujó de
modo que quedé tendida de espaldas y él, encima de mí.
—¡Robin, NO! —grité.
Mi protesta se apagó por el peso de su cuerpo sobre mí. Mientras yo
forcejeaba, todos los sonidos que nos rodeaban parecieron hacerse más
intensos. Detrás de nosotros, la fiesta estaba en su esplendor; delante,
las olas rompían sobre la playa. El crujir del fuego, el ritmo de las
congas, las guitarras, el sonido de conversaciones y risas. ¿Qué voy a
hacer?, me pregunté, mientras trataba una vez más de apartar a Robin
y de no entrar en pánico.
—¿Dónde estás? —preguntó tía Sarah en tono cortante por el teléfono
no— ¿Kate está contigo?
—Sí, está aquí. Estamos en la playa Troulos.
—¿Y Tom y su amigo, cómo se llama?
—Robin. Sí. Ellos también están aquí.
—Pásame con Kate.
—Eh... —No sabía qué hacer. Kate estaba acostada junto al fuego, dor-
mida desde hacía más de media hora—. Ella... está dormida.
—¿Dormida? —Por un momento se hizo un silencio ominoso—. ¿Está
borracha, India Jane?
No quería ser una soplona, pero no se me ocurría otra manera de volver
al complejo. Era la una de la mañana. Yo estaba bastante segura de
que, a pesar de su promesa, Kate no había llamado a su madre, y sabía
que tía Sarah estaría preocupada. Tanto Kate como Tom estaban
dormidos, y yo sabía que ni él ni Robin podrían llevarnos de vuelta,
especialmente por caminos no muy iluminados. No me quedó otra
alternativa que llamar a tía Sarah.
—Ella... Creo que sólo está cansada.
—Mantén el teléfono encendido y estaré allí apenas pueda.
—Está bien. Gracias. Eso haré.
Volví a la fogata y me senté a esperar. Junto al bar, vi a Robin
abrazando a Andrea. Pronto empezaron a besarse. Al menos no está
forzándola, pensé, apartando la vista. Me sentía enojada con él. Y
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conmigo misma. Todo era tan estúpido y yo estaba desesperada por
volver, meterme en la cama y olvidar aquel día. Kate seguía roncando a
mi lado, pero yo estaba bien despierta mientras repasaba mentalmente
los acontecimientos de las últimas horas por centésima vez. Se me
había pasado rápidamente el efecto del alcohol cuando Robin había
empezado a tocarme. Y me las habría arreglado aunque no hubiese
aparecido JoeDonahue como un caballero de brillante armadura. Yo
estaba forcejeando, sí, pero estaba a punto de intentar con una técnica
que siempre daba resultado con Lewis cuando jugábamos a la lucha
libre, años atrás. Un rápido rodillazo en la ingle. Siempre funcionaba.
Sin embargo, justo cuando le propiné el rodillazo, alguien levantó
aRobín de repente y vi a Joe de pie allí, con las manos en las caderas,
como un superhéroe. Irónicamente, aún llevaba puesta su camiseta de
Superman.
—¿Todo bien, India?
Balbuceé que estaba bien, me di vuelta y me puse de pie rápidamente.
Robin también se levantó, sosteniéndose la ingle. Se alejó cojeando,
murmurando algo acerca de que yo era estúpida e inmadura.
—¿Estás bien? —me preguntó Joe.
—Bien —repetí. Me irritó que me hubiera encontrado en medio de un
ataque de alguien como Robin, y esperé que no pensara que yo lo había
alentado de alguna manera—. No es mi novio ni nada.
—Lo supuse —dijo— De hecho, me pareció que estabas en problemas.
—Puedo arreglármelas.
—Ah, ¿sí? No parecía —repuso Joe— Yo, en tu lugar, me mantendría
lejos de esos tipos. Sólo quieren divertirse.
Antes de que pudiera evitarlo, exclamé:
—Como si a ti te importara lo que hago o con quién salgo. Y ¿qué haces
tú aquí? ¿Buscabas drogas? Por lo que me dijeron, a ti también te gusta
pasarla bien.
Joe pareció desconcertado por mis palabras pero optó por no hacerme
caso.
—Mira. ¿Por qué no te acercas a la zona iluminada, donde hay más
gente? Aquí está muy oscuro.
—Sé cuidarme sola —murmuré.
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—Seguro que sí, pero...
—No necesito que me cuides. Tengo tres hermanos, no necesito otro.
Por un momento, al pensar en mis hermanos, que ni siquiera se
molestaban en enviarme un e—mail, me sentí inmensamente sola y me
dieron ganas de llorar. En cambio, me mordí los labios y reprimí ese
sentimiento.
—Como quieras —dijo Joe— Es sólo que... en esta clase de sitios a
veces hay aprovechadores. Tipos que andan en busca de... —Vaciló un
momento como si buscara las palabras apropiadas.
—¿De criaturas como yo? ¿Es eso lo que ibas a decir? Anda. Dilo. Sé
que lo estás pensando. Lo patética que soy. Ya sé que me consideras
una idiota total.
—En realidad, no. Yo... No. Mira, voy de regreso al complejo. ¿Quieres
que te lleve?
Meneé la cabeza.
—Tenemos quién nos lleve, y tengo que encontrar a Kate. No puedo
irme sin ella.
—Kate sabe cuidarse sola —repuso Joe.
—Puede ser, pero yo no quiero dejarla —insistí, y me di cuenta de que
lo dije en tono muy cortante, como si lo culpara por algo.
Joe me miró con bondad, lo que otra vez me dio ganas de llorar.
—Te felicito, India Jane —dijo—. Es bueno cuidarse mutuamente.
Lo empujé a un lado y me dirigí hacia la fogata, y fue allí donde vi a
Kate y Tom tendidos de espaldas, roncando, sin prestar atención al
mundo. Es obvio que ella no vino a buscarme, pensé. Vi que Joe
verificaba que estuviera con ella y luego se alejaba hacia el esta-
cionamiento.
Deberíamos haber ido con él, pensé, al mirar el reloj y ver con horror que
era la una de la mañana. Entonces llamé a tía Sarah. Llegó unos
veinticinco minutos después y sentí mucho alivio al verla, a pesar de
que ella estaba furiosa. Regañó a Tom con todas las palabras, y luego,
entre las dos, ayudamos a Kate a subir al auto. Kate no pareció
amilanarse en absoluto. Estaba bien fuera de sí.
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—Mamita querida —dijo, arrastrando las letras—. Eh... Ven a la fiesta.
Hurra. Qué bueno que vino mi mamita querida.
Obviamente no era un sentimiento compartido por su mamita querida,
que nos subió al auto como a dos nenas de cinco años que han hecho
una travesura y nos llevó de regreso en silencio. Me pregunté si aún
pensaba que Tom Stourton era tan buena influencia.
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Capítulo 11 Castigadas
esperté a las nueve y media con una jaqueca que me partía la
cabeza. Me sentía como si alguien estuviese escarbándome el
cerebro con unos helados. Horrible. Encontré un par de
aspirinas en el bolso de Kate y fui al comedor a buscar café. Esperé
poder librarme de tía Sarah, pero no tuve suerte. Hacía horas que
estaba levantada y tenía más ganas de hablar que la noche anterior.
—¡Yo te creía más sensata! —empezó, cuando me senté a su mesa con
mi taza de café.
No se le había pasado el enojo. Ni un poquito. Seguía furiosa conmigo.
Con las dos. Kate continuaba durmiendo, ajena a todo: a lo que había
pasado en la fiesta con Robin y a cómo habíamos regresado al complejo.
Entonces me tocó recibir toda la ira de tía Sarah. Parece el título de una
película, pensé, mientras ella seguía reprendiéndome. La ira de tía
Sarah. Próximamente en el cine de su barrio.
Tenía toda una lista de cosas por las que estaba furiosa.
Furiosa porque nos retrasamos y no cenamos con ella.
Furiosa porque Kate había apagado su teléfono móvil.
Furiosa porque ninguna de las dos la había llamado.
Furiosa porque “nos podría haber pasado cualquier cosa”. (Y casi pasó,
pensé.)
Pero, más que nada, estaba furiosa porque Kate estaba borracha como
una cuba y apestaba a cigarrillos. Estaba tan borracha que llegó a
ofrecerle uno a su madre antes de quedar profundamente dormida.
Nunca había visto a tía Sarah tan enojada. Daba miedo.
Y el caso era que la entendía. No sabía dónde estábamos. Era lógico que
se preocupara.
—Lo siento, tía Sarah —le dije, con sinceridad. Me sentía mal. Mal por
ella. Mal por Kate. Y mal por mí.
—Ya lo creo que lo sientes, pero es un poco tarde para pedir disculpas,
¿no? ¿Y si te hubiese pasado algo? Tu madre me habría
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matado.Mientras estés aquí, estás a mi cargo, ¿lo has olvidado? Hoy a
primera hora hablé con Fleur y con tú papá; van a llamar más tarde. De
más está decir que a ninguno le agradó mucho enterarse de tu
comportamiento, y de que tú también estuviste bebiendo. No creas que
puedes hacerte la inocente.
—Eso es muy injusto —exclamé—. ¿Por qué tuviste que decírselo? En
primer lugar, no hice nada, y por otra parte, no pedí que me enviaran
aquí.
Tía Sarah me miró con frialdad y luego, de pronto, fue como un globo
que se hubiera desinflado. Toda su furia se desvaneció y en su lugar
quedó una expresión de absoluto cansancio.
—Están castigadas por los próximos días —dijo—. Las dos. No las
dejaré volver a salir solas hasta que aprendan a ser responsables.
Pueden quedarse aquí. En el complejo, donde yo pueda vigilarlas.
Después del sermón, tomé unas frutas y me escapé a la sala de
computadoras para revisar mis e-mails. Ya había uno de mamá.
India Jane (noté que ni siquiera decía “querida” India Jane):
Sarah nos contó sobre anoche. ¿En qué estabas pensando? No olvides
que eres una huésped allí y…
Blablabla, como si te importara. Te molesta más que tía Sarah se haya
enfadado que lo que me pasó a mí, pensé, mientras ojeaba el resto del
mensaje para ver si papá había escrito algo. Pero no. Ni siquiera tiene
tiempo para enojarse conmigo, pensé mientras apretaba “borrar”.
Había dos mensajes de Erin. Sólo las locuras de siempre: que había
visto a Scott Malone frente a la pescadería cuando volvía a su casa de
trabajar en el supermercado y que no había nada en la tele. (Cuanto
echaba de menos a Erin.)
Nada del resto de mi familia. Ni siquiera una advertencia de Dylan
sobre la salud y los peligros de beber en exceso.
Más y más gente salía de las cabañas y el centro empezaba a bullir con
la energía de un nuevo día. Mientras bajaba la escalinata de la
recepción, no tenía ganas de hablar con nadie después del sermón de
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tía Sarah. No con Kate. Y especialmente, no con Joe. ¡Demasiado tarde!
Al doblar una esquina, me topé de lleno con él.
—Veo que volviste —dijo.
—Sí. ¿Y qué? ¿Por qué no habría de volver? —respondí, y luego me
maldije al verlo desconcertado por mi tono de voz.
—Sí. ¿Por qué no? No. Es decir… lo sé, sólo que… bueno, no importa —
balbuceó.
Di algo gracioso, me dijo una voz en mi mente. Di algo gracioso. Lo que
me salió fue:
—Sí, y ya desayuné. Asombroso: también sé comer sola.
Noooooooooooooo. Idiota, dijo la voz en mi mente. Ahora cierra la boca,
India. No hables. Cállate. Cállate. Dios mío, pensé, al ver como si una
muralla se levantara en los ojos de Joe. Piensa que soy una perra. Y
tiene razón. Lo soy. Pero no es cierto. En serio. No. La verdadera India
Jane aún está aquí adentro, quería decirle. Te caería bien. Es una buena
chica. Pero, claro, no me salió nada.
La conversación se había malogrado. No tenía idea de por qué me
mostraba tan hostil hacia él, especialmente considerando que la noche
anterior sólo había tratado de ayudarme y no era él quien había
intentado forzarme. Tengo que tratarlo mejor, pensé, y traté de pensar
en algo amistoso que pudiera decirle.
—Eh… Ayer noté que tenías una camiseta de Superman —dije.
Asintió.
—¿No es él quien usa los calzoncillos encima de los pantalones? Quizá
tú también deberías hacer eso. Para completar el look.
Noooooooooooooooo. Por todos los santos, ¿cómo se me ocurrió decirle
eso?, pensé, apenas las palabras salieron de mi boca.
Joe lanzó una carcajada y meneó la cabeza.
—Sí. Sí, es él. Lo tendré en cuenta para la próxima vez que me ponga
esa camiseta. Me pondré los calzoncillos por fuera sólo para ti. A ver si
me trae suerte —dijo, y se alejó hacia el comedor riendo entre dientes.
—Aaahhhhh —murmuré, y le di un puntapié a la pared de la cabaña de
recepción justo cuando Anisha subía la escalera.
Se dio vuelta y vio a Joe.
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—¿Problema de muchachos? —me preguntó.
—No. No. ¿Por qué sería eso?
Levantó las manos.
—Tranquila. Sólo fue una pregunta. Me pareció verte conversando con
Joe. Olvida lo que te pregunté.
—No. No estaba… Al menos, yo sí. Conversando. Él… Ni siquiera lo
conozco, o sí, pero no mucho.
Anisharió.
—Pareces confundida —observó.
—Lo estoy. Es que… No lo sé. Siempre que está él, digo lo que no debo.
Y además… no lo entiendo.
Anisha asintió, pensativa.
—Sí. Supongo que es un poco misterioso. Mi amiga Rosie y yo
hablábamos de él anoche. Nosotras tampoco lo entendemos.
—Parece que le gusta estar solo.
—Sí —concordó, sonriendo—. Pero es lindo, ¿no?
Asentí, y Anisha fue a tomar su lugar en la recepción. Me sentía mal.
Fuera quien fuese Joe, hombre misterioso o superhéroe, yo había sido
grosera con él y luego le había dicho una estupidez. Otra vez. Cuando
no me portaba como una idiota delante de él, me portaba como la reina
de las miserables. De pronto, tuve necesidad de estar sola. De despejar
mi mente de aquel torbellino de pensamientos.
—¿Dónde hay un lugar tranquilo por aquí? —le pregunté a Anisha.
—¿Te refieres adonde no haya gente?
Asentí.
Anisha pensó un momento.
—A esta hora del día, la playa que está al pie de la colina, bajando por
entre los árboles a la izquierda. Es totalmente privada. Bellísima. Yo
siempre voy allá cuando necesito espacio. Es tranquila por la mañana,
se llena por la tarde.
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Perfecto, y tía Sarah no podría quejarse, porque la playa es parte del
complejo, pensé. Di las gracias a Anisha y me puse en marcha en la
dirección que me había indicado.
Pasé por la zona de cabañas, donde ya habían empezado algunas
clases. Eso no es para mí, pensé, observando a un grupo de señoras
meciéndose al sonido de una rara música de flautas. Salí de esa área y
empecé a bajar la colina, atravesé una pradera y luego caminé hacia el
mar. El suelo parecía absolutamente seco mientras recorría el sendero,
pasando por la sombra refrescante de un bosquecillo de pinos hasta
salir a la playa. Anisha tenía razón: era una cala apartada y bellísima, y
estaba vacía. Con un suspiro de alivio, bajé hasta la mitad, me dejé caer
en la arena y me quedé mirando las olas.
Eran apenas las once, pero no hacía mucho calor y no había viento, y
lamenté no haber pensado en llevar una revista o un libro. Ni
bronceador. Mamá se enojaría mucho si supiera que estaba allí sentada
sin mi factor veinte.
Van dos semanas, faltan otras dos, pensé, observando cómo las olas
bañaban la playa y rompían formando dibujos como de encaje. Y qué
diferente se ve todo respecto de anoche. Esta mañana, todo estaba
blanqueado por el sol, todas las sombras se habían desvanecido. Me
sentía a salvo. Anoche, la playa me parecía oscura y peligrosa.
Busqué mi móvil en el bolso. A pesar de que costaba una fortuna llamar
a Erin, no me importaba: necesitaba oír su voz. Estaba a punto de
marcar su número, pero luego recordé que Grecia está dos horas
adelantada. Serían apenas las nueve en Irlanda. Ella me mataría si la
despertaba en su día libre… y, por el momento, ya tenía demasiada
gente enojada conmigo.
Ahora ¿qué?, me pregunté. ¿Qué voy a hacer? Me sentía inquieta y
malhumorada. Frente a mí, estaba el océano. A mi izquierda y derecha,
la playa; detrás, árboles. ¿Cuál es mi lugar? No puedo estar en el centro
con esas locas que se mecen con la música, pero tampoco con los que
estaban anoche en la playa. Estoy de más. Mi lugar no está con Kate y
los muchachos. No soy de divertirme como ellos.Estuve engañándome.
Traté de convencerme de ser alguien que no soy. Todo el tiempo, estuve
fuera de lugar. Me sentía una impostora. Pero tampoco encajo aquí, en
Séptimo Cielo. En absoluto. Todos los huéspedes han venido por su
propia voluntad. Pagaron para estar aquí. Nadie los obligó a venir, como
a mí, porque era un estorbo para los planes de mis padres. Al pensar en
mamá, papá, Dylan y Lewis, se me llenaron los ojos de lágrimas. Sentía
un intenso dolor por dentro: la nostalgia más fuerte desde que había
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llegado. Si bien la casa de Notting Hill era el comienzo de un nuevo
capítulo, no veía la hora de volver allá y empezarlo. Lo único que quiero
es un hogar, pensé. Un lugar que sea mío, con una mamá y un papá
que se interesen por lo que hago y pienso. Quiero una familia que me
quiera. Un grupo de amigos con quienes realmente me lleve bien.
Quiero una habitación para mí sola. Un sitio donde pueda ser yo
misma, y ser feliz.
A medida que el sol ascendía en el cielo, la temperatura se aproximaba
más y más a un horno, y hasta la arena estaba demasiado caliente al
tacto. Hacía tanto calor que se lo podía ver como una bruma en el aire.
Seguía sintiéndome inquieta, y no podía pasar tanto tiempo mirando el
mar y pensando en mi lugar en el universo. Tengo que regresar al
centro, pensé. Buscar la gorra de béisbol, el protector solar, y algo que
hacer.
Mientras volvía caminando por la playa, vi que un grupo de gente del
hotel había bajado y estaba sentada en un claro, a la sombra de los
árboles. Eran unas doce personas, todas vestidas de blanco, sentadas
en semicírculo en torno a un hombre delgado, a quien reconocí
vagamente por los afiches que había visto en el centro. Aparentaba
unos cuarenta años y estaba sentado frente a ellos con las piernas
cruzadas. No podía sino pasar junto al grupo, y estaba tratando de
hacerlo sin molestarlos cuando el hombre me vio pasar y me dirigió una
enorme sonrisa.
—¡Ah, alguien que llega tarde! Ven, siéntate. Ponte cómoda —me dijo.
Me sonreía con tanta calidez que me pareció una grosería no aceptar su
invitación. Me acerqué en puntas de pie y me senté. Liam, el muchacho
que había sido amigable conmigo el primer día, estaba a mi lado y me
saludó con un gesto de la cabeza.
Alguien había encendido un incienso de sándalo y el aroma flotaba por
toda la zona. Me recordaba a mamá y a sus experimentos con los
aceites, y era agradable estar a la sombra de los árboles después del
calor del sol. En realidad, no tenía prisa por volver a la cabaña y ver a
Kate. Seguramente se pondría furiosa cuando se enterara de que
estábamos castigadas. Yo no quería ir a ninguna de las otras clases, de
modo que me puse a escuchar al hombre.
—El problema no es la bomba —dijo—. El problema son las mentes que
crearon la bomba. Las guerras nunca van a terminar con más guerras.
Sólo se logrará la paz cuando las mentes de los hombres estén en paz.
Si una mente está en paz, ¿qué necesidad hay de crear destrucción o
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bombas? Por ejemplo, piensen en un cuchillo. Es una herramienta que
se puede usar para cortar una manzana o para apuñalar a un hombre.
Lo que determina si una herramienta es destructiva o no es la intención
de quien la usa, no la herramienta en sí. Entonces, lo que la
humanidad necesita es paz mental. Lo que todos necesitamos es paz
mental.
Sí, eso es verdad, supongo, pensé, mirando al grupo. Había una mezcla
de razas y edades. Algunos, como Liam, no parecían ser mucho
mayores que yo; otros tendrían poco más de veinte o treinta años, y
otros aparentaban sesenta o más. Pero todos tenían una cosa en
común. Mientras estaban allí sentados, escuchando, parecían muy
quietos; muchos tenían una sonrisa dichosa en la cara mientras
contemplaban al hombre que les estaba hablando. Volví a prestarle
atención a él. Hablaba con un ligero acento indio y tenía una voz grave
y suave, agradable al oído. Pero había algo más en él. Resplandecía
como si lo hubiesen lustrado por dentro y por fuera, como si hubiese
hecho la mejor dieta de desintoxicación que se hubiera inventado.
Irradiaba buena salud y bienestar. Al principio, yo le había calculado
unos cuarenta años, pero tenía una cara lisa, sin edad, y al igual que
sus seguidores, lo rodeaba un aura de serenidad.
—La paz que ustedes buscan está en su interior —prosiguió—, en cada
uno de ustedes. Jamás la encontrarán afuera, en las cosas materiales
que dice darles felicidad. Como tampoco su verdadero hogar está en el
planeta, aunque nos engañamos pensando que pertenecemos a un
lugar o a un país. No. Díganme, amigos míos, ¿alguna vez tuvieron la
sensación de no encajar en este mundo? ¿De que éste no es su lugar?
Vi con asombro que todo el grupo levantaba la mano. Yo también lo
hice.
El orador sonrió.
—Eso es porque su verdadero hogar no está en este mundo. Su
verdadero hogar está en lo profundo de su interior, en un lugar de paz
al que se puede llegar por medio de la meditación. Allí encontrarán la
verdadera satisfacción. Todo en esta vida siempre está cambiando. Ésa
es su naturaleza. El dolor llega porque la gente quiere que las cosas no
cambien, pero eso no puede ser y no tenemos ese poder de impedirlo.
Como un río, nuestras vidas fluyen. Nuestro presente se convierte en
nuestro pasado y el tiempo fluye hacia un futuro mayormente
desconocido. Lo único que no cambia nunca es la fuerza vital que está
detrás de todo, y que se encuentra dentro de ustedes. Mientras tengan
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aliento, esa fuerza vital está adentro y, cuando la descubran, hallarán,
la paz y podrán ser, en lugar de hacer.
Mientras escuchaba, me invadió una sensación de calma y la inquietud
que había sentido antes se fue desvaneciendo. Era como si él estuviese
hablando de mi experiencia. De todo lo que yo había estado pensando
en la playa. Tal vez yo no estaba sola y, después de todo, no era la
única que no encajaba. Aparentemente, todas esas personas allí
sentadas sentían lo mismo.
Seguí escuchando y recordé una vez que Erin y yo habíamos intentado
aprender a meditar. Habíamos sacado un libro sobre el tema de la
biblioteca de la escuela y habíamos ido a su casa a hacer la prueba.
Primero había que sentarse en postura de loto, precisamente en la que
estaba sentado el maestro. No es fácil. Se cruzan las piernas, pero se
apoyan los pies sobre los muslos de manera que las plantas de los pies
queden hacia arriba. Para mí era fácil, pero para Erin fue una tortura.
No lograba poner los pies donde quería.
—Para mí es fácil —le había dicho—porque soy un alma superior en mi
milésima encarnación, mientras que tú eres una forma de vida inferior.
De hecho, probablemente es tu primera vez en el planeta.
Como respuesta, ella me había arrojado una almohada a la cabeza.
El libro decía que teníamos que concentrar la mente repitiendo un
mantra, OmShanti, una y otra vez. Al principio había que decirlo en voz
alta, y luego, interiorizarlo. Hicimos lo indicado, y cuando abrí los ojos,
quince minutos después, Erin estaba acostada en el suelo, durmiendo
como un bebe.
—Ni siquiera quiero saber qué significa OmShanti —dijo, en su propia
defensa—. Podría significar “testículos de perro” en swahili, y habremos
estado aquí repitiendo “testículos de perro” una y otra vez.
No me pareció que ninguna de las dos tuviera la actitud correcta y poco
después descubrimos a los muchachos, de modo que nunca lo
intentamos de verdad. Tal vez éste sea el momento, pensé, mientras
terminaba la charla y me levantaba junto con los demás para volver al
centro. Realmente me sentía mejor, como si ese hombre me hubiese
contagiado parte de la serenidad del orador. Tal vez la meditación era
más que dormir en el suelo. Todo lo que aquel hombre había dicho tenía
mucho sentido. Incluso me había dejado pensando. Tal vez asistiría a
otras de esas charlas. Incluso podría aprender a meditar correctamente.
Por lo pronto, no tenía otra cosa que hacer.
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Capítulo 12
Camino al paraíso
éjame en paz, India Jane —dijo Kate, mientras se
incorporaba en la cama y se frotaba los ojos—. ¿Qué
hora es?
—Diez y media.
Kate volvió a acostarse.
—Demasiado temprano —dijo—. Supongo que estás levantada desde el
alba, comunicándote con Dios y dando flores a los policías.
—No.
—Entonces, ¿dónde estuviste? Y ¿por qué estás toda vestida de blanco?
—Por nada… —No le dije que esa tarde iba a asistir a mi primera sesión
de meditación. Nos habían pedido que nos vistiéramos de blanco para
simbolizar la pureza. Ella no podía sino burlarse.
—¿Dónde estuviste, entonces?
—Fui a la primera sesión de meditación con los demás.
—Pensé que aún no habías aprendido a hacerlo.
—Y así es, pero me gusta sentarme allá mientras los otros meditan. Hay
una vibración muy pacífica.
—Diablos, India Jane, empiezo a preocuparme por tu cordura. Digo,
¿justamente con esa sarta de locos? ¿Hablar de vibración? Por favor,
dime que no hablas en serio.
—Sólo estoy observando de qué se trata. No te preocupes —respondí—.
Algo tengo que hacer mientras estemos aquí. Y aunque tú te escapes
todas las noches, aún seguimos castigadas.
Kate levantó una ceja.
—Señorita Santurrona: mamá dijo que sólo estábamos castigadas por
unos días. Creo que ya se le pasó un poco, especialmente desde que
llegaron los resultados de mis exámenes y vio que me fue mejor de lo
—D
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que ella pensaba. Volvió a aceptarme. Así que podrías venir conmigo. No
creo que a mamá le importe si volvemos un poco tarde.
—No pienso ir. No quiero volver a ver a Robin…
—Se siente mal por lo que pasó, ¿sabes? —me interrumpió Kate—. Se lo
contó a Tom. Yo creo que fue por alcohol y, ya conoces a Robin, en el
fondo no es un mal tipo…
—No me importa. No quiero verlo más. No creo que podamos volver a
ser amigos.
Kate se encogió de hombros.
—Puede ser, pero no seas tan dura con él; él dice que tú estabas
enviando algunas señales…
—¡No es cierto! ¿Cómo puede decir eso? Y ¿cómo puedes creerle? Sabías
que él no me gustaba.
Por un momento, hubo un silencio incómodo en la habitación, y las dos
nos apartamos mutuamente. Me sentí furiosa con Kate por ponerse del
lado de Robin.
—De todos modos, tú tampoco deberías andar con esos tipos —le dije—.
Seguro que a tu mamá no le gustaría, si supiera que aún los ves.
—Pues, en realidad, para tu información, Tom le escribió una nota a
mamá pidiéndole disculpas y diciendo que no volvería a ocurrir.
—¿En serio?
Kate asintió.
—Sí, y ya sabes lo desesperada que está mamá por conectarse con los
padres de él. Mamá me dio permiso para verlo siempre y cuando no
vuelva demasiado tarde. Te lo habría contado, si no hubieras estado con
la cabeza en las nubes estos últimos días.
Eso me causó mucha gracia.
—Bueno, estamos en el Séptimo Cielo —repuse.
Kate no se rió.
—Tengo que estar con alguien y tú ya no estás disponible. Ven con
nosotros.
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—No quiero. No quiero ver a Robin. No tengo nada que decirle. Y, de
todos modos, a tu mamá se le habrá pasado, pero la mía sigue enojada
conmigo, y no olvides que fui yo quien recibió toda la furia de tía Sarah
después de aquella noche en la playa. Cuando por fin te levantaste, y se
había clamado un poco.
—¡Y me lo recordarás siempre! Vamos, India J., no estemos enojadas,
por favor. Además, aunque no lo creas, me preocupo por ti, porque
estés disfrutando unas buenas vacaciones aquí. Es decir, entiendo que
tenemos que hacer algo para pasar el tiempo, pero ¿por qué no pintar o
aprender a bailar? Ponerte en contacto con tu osito interior o algo así.
Cualquier cosa menos juntarte con la brigada santurrona.
—No lo haré. No lo he hecho. Y no son santurrones. Hablan de cosas
muy sensatas. Como dije, sólo estoy investigando de qué se trata.
Hacía cuatro días que había visto por primera vez al instructor de
meditación en la playa. Se llama Sensei, que significa Maestro, y había
llegado la noche anterior a la primera reunión en la playa. Yo había
visto en el centro los carteles que anunciaban su llegada, pero no les
había prestado mucha atención porque en ese momento no me
interesaba. Ahora que sí me interesaba, Liam me contó todo sobre él.
Desde aquel primer encuentro, había ido todos los días a escucharlo
hablar y, cuanto más oía, más me gustaba lo que decía. Tenía más o
menos la misma edad que mi padre, pero no podía ser más diferente. Él
irradiaba serenidad, mientras que papá vivía en el caos. Un día, había
entrado a la habitación de Sensei; Liam me la enseñó, y era asombrosa.
Hasta su habitación tenía un aura de paz. Muy sencilla, con pocas
cosas. El aroma residual de un incienso de sándalo. Papá era como
Kate: por donde iba, dejaba un reguero de cosas como clara
demostración de que él había pasado por allí.
—Ah, conque lo estás investigando. Y ¿qué has descubierto? —insistió
Kate.
—Bueno… es difícil de describir… —empecé a explicar, aunque deseé
no haberle contado nada a ella. Si bien tenía sentido cuando estaba con
Liam o escuchando a Sensei, a ella no lograba explicarle lo que sentía
de un modo coherente. Sólo sabía que había encontrado alago que
quería aprender a hacer. Y gente a quien quería parecerme. Por medio
de la meditación, iba a convertirme en una nueva persona. En paz con
el mundo.
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Erin también expresó dudas sobre mi “iniciación” cuando me
comuniqué con ella por teléfono durante su descanso, una hora más
tarde. Era casi la hora de la sesión y yo estaba entusiasmada pero
también un poco nerviosa, y por eso había querido hablar con ella en
lugar de intercambiar mensajes de texto. Liam siempre me decía que,
para algunas personas, la primera meditación completa podía ser como
un renacimiento; para otras, era como si les abrieran el tercer ojo. ¿Qué
iba a pasar? ¿Tendría alguna visión o algo así? No lo sabía, pero
necesitaba compartir con alguien lo que sentía.
—¿Tendrás que ponerte un sari? —me preguntó Erin cuando le conté
las novedades.
—No. Al menos, no lo creo… —No le dije que estaba vestida de blanco.
—¿Hay chicos lindos en el grupo?
—¿Chicos? Eh… en realidad, no. Al menos, ninguno que me guste. Pero
no tiene nada que ver con eso.
—Retrocede hasta el “eh… en realidad, no”. Te conozco, India Jane. Hay
algo que no me estás diciendo. ¿Quién es el “eh… en realidad, no”?
Reí. A Erin, nunca podía ocultarle nada. Ni siquiera estando en otro
país.
—Bueno, ya sabes. No es realmente mi tipo, pero sí, hay un muchacho
en el grupo, Liam, que es más o menos decente. No me gusta, aunque
se ve bien… pero empieza a caerme mejor.
—¿Caerte? Hmm. Espero que no te caiga pesado. Detalles —exigió
Erin—. Descríbemelo.
—Alto. Diecisiete años. Delgado. No es convencionalmente apuesto pero
tiene una cara interesante. Tiene algo. Carisma. Puedo imaginarlo como
una especie de líder o director cuando sea mayor. Eh… ¿qué más?
Tiene nariz larga. Ojos interesantes…
—¿Ojos interesantes? ¿Qué? ¿Tiene tres ojos? ¿Es por eso que me
hablabas ayer sobre el tercer ojo?
—No, tonta. Tiene dos. Son color café, un tanto pequeños pero potentes,
como los ojos de un ave, que lo ven todo ¿sabes? Y, cuando me mira, es
como que mira de verdad. Como si me viera por dentro.
—Ajj. ¿Hasta los pulmones, el hígado y los riñones?
—Eriiin.
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—Lo siento, era un chiste. ¿Cómo te sientes cuando te mira?
—Normal. ¿Por qué?
—Por eso del magnetismo ocular. ¿Lo sientes?
—¿Qué es eso del magnetismo? —Erin siempre encontraba palabras
extrañas para verificar si la atracción hacia un chico era verdadera o
no.
Ésta era nueva para mí.
—Es cuando un chico te mira, y los dos se miran por un momento más
de lo que es normalmente necesario, como si los ojos fueran imanes y
no pudieran dejar de mirarse. Por lo general, va acompañado por un
vuelco del estómago.
—Parece una especie de enfermedad.
—Lo es —dijo Erin—. Se llama amor. Bien. ¿Y los labios de Liam?
—Sí. Tiene labios.
—India. Descríbelos. Necesito tener una imagen. Ya lo sabes.
—De acuerdo. Son sólo labios. No me he fijado mucho.
—¡Ja! Entonces no te gusta en serio. Si no, podrías describir su boca a
la perfección. ¿Zapatos?
Reí. Erin siempre decía que se podía saber mucho sobre un chico por
sus zapatos.
—Sandalias.
—Déjalo. No te metas con él. No nos gustan los chicos con sandalias,
India. Ya lo sabes.
—Olvídate de cómo se ve, Erin, y de la ropa que usa. Eso no importa.
Me comprende, ¿sabes? Puedo hablar con él y entiende lo que me pasa,
y fue la única persona amigable conmigo cuando llegué.
—¿Tiene novia?
—No creo que se fije mucho en las relaciones, aunque sí suele andar
con una chica llamada Rosie. Está en el grupo y también es simpática.
—Hmm. ¿Es gay?
—No lo creo.
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—¿Y es más o menos decente, dices? Me parece que no me gusta cómo
suena eso, India. En primer lugar, no nos gustan las cosas a medias.
No nos gustan las sandalias y no nos conformamos con menos. ¿Te
acuerdas? Vamos a seguir buscando príncipes sin aceptar ningún sapo
por el camino. Y, hablando de príncipes, ¿y tu apuesto príncipe? ¿Joe?
—Un desastre. Se pasa todo el tiempo en la sala de arte o en el bar
donde trabaja, en el pueblo, o sale quién sabe adónde. Pienso evitarlo
por el resto de las vacaciones.
—¿En serio? ¿Por qué?
—Es… No lo sé. Parece que hace aflorar lo peor de mí. Cuando está él,
me porto como una imbécil y digo tonterías.
—Ah. Eso parece amor. Avísame si te pasa lo del magnetismo ocular.
—No pasará. No quiero saber nada más de muchachos por el resto de
las vacaciones. Es extraño porque, desde que conocí a Sensei y a Liam,
dejé de preocuparme por Joe. En serio. Es como que ya no me importa
lo que piense de mí. Lo único que quiero es aprender esta meditación y
encontrar la paz mental. Liam dice que eso puede ser lo que faltó en mi
vida hasta ahora.
—¿Hasta ahora? ¿Qué sabe él? India, apenas tenemos quince años. Aún
tenemos que probar montones de cosas y nos faltan muchas más.
—Lo sé, pero… bueno, no puedo explicártelo, Erin. A veces, cuando
estoy escuchando a Sensei, me siento… No puedo expresarlo con
palabras; es como si hubiese estado esperando toda mi vida para llegar
aquí y oír su mensaje.
—Piénsalo un poco, India…
—Estuve esperando toda la semana para aprender a meditar y esta
tarde voy a hacerlo.
—OmShanti y todo eso, ¿eh? ¿Te acuerdas de cuando quisimos meditar?
—Sí, pero no lo hicimos bien —respondí—. Hace días que escucho
hablar de eso y hace falta poner cierto compromiso.
—¿Escuchas? ¿Seguro que no te están lavando el cerebro?
—No. Claro que no. Este sujeto es… muy inspirador.
—¿Quién me dijiste que era?
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—Sensei. Es de la India. Como de cuarenta años. Hace años que enseña
meditación. Viaja por el mundo haciendo eso.
—Y ¿es hindú o budista?
—No es de ninguna religión, aunque Liam dice que la palabra sensei es
budista y que enseña meditación budista. Pero no trata de convencer a
la gente de que adopte una religión ni un estilo de vida. Simplemente
enseña una manera de encontrar la paz interior.
Erin quedó en silencio un momento.
—Oye, India Jane —dijo, por fin—. Ten cuidado, ¿eh? Sé de gente que
se ha metido en sectas y cosas así.
—Nada de eso, Erin. No es una secta. Y no soy estúpida.
—Puede ser, pero te escucho y pareces… bueno, digamos, intensa. No
como eres tú.
—No. Es tu imaginación. Soy yo. Sigo siendo yo. Loca. Confundida.
—Bien. Así me gusta. De acuerdo, entonces. Mantenme al tanto, ¿sí? No
vendas tu alma…
—No, a menos que me ofrezcan un buen precio.
—En ese caso, vende también la mía —Erinrió—. Eso me gusta más. No
pierdas el sentido del humor. Y no te des por vencida con ese Joe. Me
gusta cómo se ve en la foto que me enviaste. Y tiene una linda boca.
—Ya me olvidé de él, Erin. En serio.
—Si tú lo dices. Entonces, mantenme al tanto y, si le das un beso,
quiero detalles. Y cuéntame cómo te fue en la ceremonia, sesión o como
se llame. Necesito saber que no has decidido entrar a un convento.
—Está bien. Pero no hablemos más de mí. ¿Y tú?
—¿Qué quieres saber?
—¿Cómo estás?
—Ah. ¡Al fin! Pensé que nunca me lo preguntarías. Ya que lo has hecho,
hace un lindo día aquí en Dublín y anoche me secuestraron unos
maniacos que me comieron el cerebro.
—Nada nuevo, entonces.
—No, pero gracias por preguntar. Es bueno saber que te interesas.
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—No. Sólo pregunté por cortesía.
—Eso tampoco es nada nuevo.
—No —dije—. En serio. Me preocupa haber estado un poco concentrada
sólo en mí últimamente.
—No. Bueno, sí, un poco. Peo no lo haces todo el tiempo, así que está
bien. Además, ¿para qué están los amigos, si no para escucharnos en la
salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza?
—Eso es el matrimonio. Los marcianos sí te comieron el cerebro.
—Te lo dije. No. Estoy bien, en serio. Aquí no pasan muchas cosas.
Amo a Erin.
No pudimos hablar más porque ella estaba en su descanso y tenía que
volver a trabajar pero, una vez más, deseé que estuviera conmigo. Lo
que me estaba pasando parecía muy importante y yo quería compartir
con ella todas las cosas importantes de mi vida.
Los nervios que había sentido se intensificaron mientras me dirigía al
lugar que había sido reservado como sala de meditación. Igual que
todas las cabañas que se usaban para las distintas clases del complejo,
era una habitación sencilla, blanca, con piso de parquet. Cuando
llegué, Liam y Rosie ya estaban allí encendiendo el acostumbrado
sándalo, abriendo las ventanas para que entrara la brisa y colocando
colchonetas y almohadas en el suelo.
—Siéntate —me dijo Liam, señalando un almohadón—. Los demás
están en camino. ¿Cómo te sientes?
Hice una mueca como para indicar que no estaba segura.
—Es un gran día para ti, ¿eh? —preguntó.
Asentí.
—Cuando el discípulo está listo, aparece el Maestro —dijo Liam—. No es
casual que estés en esta isla en este momento. Es tu destino.
Vaya, pensé. Grandes palabras. Pero sí había una parte de mí que
presentía que aquello estaba predestinado. Que tenía que ser así. El
destino me había traído aquí para que hallara la paz mental.
Rosie me miró con su amplia sonrisa.
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—Tienes mucha suerte —dijo—. Algunas almas tienen que esperar
muchas vidas para encontrar a su Maestro.
Oí la voz de Erin en mi mente. Para un poco. Piénsalo. Sólo vine a
aprender algunas técnicas de meditación, no a conocer a mi Maestro.
Empezaron a llegar las demás personas que, como yo, vestían de
blanco. Estaba Marjorie Scott, una simpática anciana de Bristol. Me
caía bien. Una mañana habíamos conversado durante el desayuno. Su
esposo había fallecido dos años antes y esa visita a Séptimo Cielo era la
primera vez que viajaba sin él. Lo echaba mucho de menos. Otro era
Brian McClary, un estudiante de DingleBay, en Irlanda. Había viajado a
Séptimo Cielo como parte de su año sabático antes de empezar la
universidad. Él no me caía tan bien. Usaba sandalias con calcetines,
tenía piernas blanquísimas y peludas y usaba pantalones cortos
demasiado cortos. Digo, ¿acaso no había oído hablar de las bermudas?
Traté de reprenderme por ser superficial y me dije que el aspecto no lo
es todo, que debía buscar a la persona que había adentro, pero aun así,
esas piernas largas y regordetas no eran nada agradables a la vista. Y
por último, estaba Clare Taylor. Acababa de terminar su primer año
como maestra de jardín de infantes y decía que necesitaba paz mental
para manejarse con los niños.Tenía cabello castaño muy erizado, como
si hubiese metido los dedos en el enchufe, una alegre cara redonda, y
siempre estaba sonriendo.
Sensei llegó poco después que los demás y se sentó en su almohadón en
el frente. Liam y Rosie se acomodaron atrás, cerca de la puerta, y una
loca idea me cruzó la mente. Están bloqueando las salidas. Huye ahora.
Me dije que no fuera tonta. Tía Sarah nunca dejaría enseñar en su
centro a nadie que no fuera serio.
Sensei cerró los ojos y por unos momentos quedó sentado en silencio.
Una vez más, me llamó la atención su quietud y su serenidad. Era
hermoso observarlo pero, con el correr de los minutos, empecé a
preguntarme: ¿Esto es todo? ¿Yo debería estar haciendo lo mismo?
Sensei abrió los ojos y nos miró a todos con una amplia sonrisa.
—Bien, empecemos. Primero, voy a hablarles del mar. Todos han visto
el mar, ¿sí? Cuando miramos el mar, vemos las olas en la superficie: a
veces son calmas a veces, encrespadas, pero si fuéramos más abajo,
muy, muy profundo, a la profundidad más insondable, veríamos que, a
pesar de lo que ocurre en la superficie, hay quietud, hay tranquilidad.
Del mismo modo, la mente de ustedes se parece mucho al mar.
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De acuerdo, mi mente es como el mar, pensé, y de pronto, una voz
empezó a cantar en mi mente. Ah, cómo me gusta estar junto al mar…
Cállate, dijo una segunda voz.
Tú también cállate, ordenó una tercera.
Escuchen a Sensei, dijo una cuarta. Me obligué a concentrarme.
—En la superficie de la mente, hay ideas y sentimientos que, como las
olas del mar, a veces son calmos y a veces se encrespan. ¿Sí?
Todos asentimos.
—Para encontrar la paz, tienen que ir a lo profundo de su interior,
debajo de las olas de la emoción. Por eso estamos aquí esta tarde: para
encontrar esa quietud. Volverse hacia el interior de uno mismo: ése es
el camino al paraíso, a ese estado del ser que tantos buscan en el
exterior. Está dentro de ustedes, no afuera.
Eso es lo que quiero hacer, pensé. Encontrar quietud. Alejarme de todos
los sentimientos contradictorios que tengo y de estas locas voces de mi
cabeza, que están en la superficie de mi mar, mente o lo que
sea.Encontrar el camino al paraíso.
Sensei hizo una seña a Liam, quien se levantó y cerró los postigos de la
ventana, de modo que la sala se oscureció. Buuuuujujuuu, dijo una de
las voces de mi cabeza, en un tono que daba miedo.
—Este método que voy a enseñarles es una meditación Vipassana
derivada de la escuela del Budismo Teravada, y muchos creen que es el
método original que enseñaba el mismo Buda…
Genial, pensé.
Teravada, ¿eso no es una especie de tortuga?, preguntó otra voz.
No, eso es una terrapin. Ahora cállate y concéntrate, dijo una tercera.
—Empezaremos por concentrarnos en la respiración. Esto va a traerlos
al momento presente… —prosiguió Sensei.
De pronto, tomé conciencia de una nueva voz en mi cabeza, que
cantaba con acento escocés: Soplen los vientos arriba, soplen los vientos
abajo, por la calles con mi falda escocesa yo voy. Todas las chicas me
dicen: ¡Hola, Donald! ¿Y tus pantalones?
¡Dios mío!, pensé. Y eso, ¿de dónde salió?Ah, ya recuerdo. Era una
canción que solía cantar la mamá de Erin mientras cocinaba. Nos hacía
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reír mucho porque ella es irlandesa pero le gusta cantar canciones
escosas.
Me estoy volviendo loca. Cállate, mente. Cállate, cállate, cállate. Hice un
esfuerzo por volver a concentrarme en lo que decía Sensei.
—Aunque sus pensamientos se ocupen del pasado o del futuro, la
respiración siempre está en el presente. Si no, no estaríamos vivos. Sin
embargo, poca gente vive en el aquí y el ahora, porque los
pensamientos, las metas, los sueños o los recuerdos ocupan mucho de
nuestra atención, haciéndonos pensar en hechos pasados o plazos
futuros, citas y planes.
Qué aburriiiiiiiido, protestó una voz muy fuerte en mi mente, justo en el
momento en que Sensei miró hacia donde estaba yo. Dios mío.¿Y si
puede leer la mente? Seguro que puede, siendo un hombre santo. Y en
realidad no estoy aburrida. Estoy interesada. En serio. Me ruboricé
intensamente y bajé la mirada al suelo.
—¿Cuántas veces deseamos que la semana termine, que sea ya el fin de
semana? ¿O pasamos un día en el trabajo o en la escuela, deseando
estar en casa? —prosiguióSensei—. Siempre queremos estar donde no
estamos. Tantas veces la felicidad parece estar en cualquier tiempo
menos en el presente…
Eso es verdad, pensé. Como me pasa a mí en la isla. Desde que llegué,
siempre quise estar en cualquier lugar menos aquí, siempre pensando
que sólo voy a ser feliz cuando vuelva a Londres o vea a Erin. Sí. Es
cierto.
—La verdadera felicidad sólo se encuentra en el presente, y esta
meditación es una técnica que los hará ser conscientes del momento,
para que puedan experimentar su perfección. Bien. ¿Están todos
cómodos? ¿Relajados?
Todos nos acomodamos un poco. La Sra. Scott tosió. Brian aspiró
fuertemente y luego la sala volvió a quedar en silencio.
—Bien, cierren los ojos —dijo Sensei—. Voy a enseñarles dos métodos
para concentrarse. Ambos son igualmente eficaces. Prueben los dos y
luego podrán elegir cuál les da mejores resultados. Primero, concentren
su atención en la respiración, en el aire que entra por la punta de su
nariz…
—Eh, Sensei, tengo la nariz tapada —lo interrumpió Brian.
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—No hay problema —respondió Sensei—. Simplemente concéntrate en
el aire que entra por tu boca. Bien. Ahora sientan la frescura del aire
que entra. Sí. Luego la tibieza del aire que exhalan un momento
después. Sí. Muy bien. No traten de seguir el aire hasta los pulmones;
mantengan la atención fija en los orificios de la nariz. Imaginen que,
cuando respiran, cada uno de ustedes es un centinela custodiando un
portal y vigilando quién entra y quién sale.
Sí. Puedo hacer esto, pensé, concentrando mi atención tal como Sensei
lo había indicado. La sala quedó en silencio mientras cada uno de
nosotros se concentraba en su respiración. Fue agradable por un rato,
pero luego la banda de los locos que vive en mi cabeza volvió a la carga.
Abre los ojos, fíjate qué están haciendo los demás.
No. No. Senseipuede estar mirando.
Sí. Dedícate bien a esto. Déjate de tonterías. Concéntrate como dijo
Sensei.
Él es el Maestro. El Maestro Ciruela, ja, ja, ja, ja, ja. Dios mío, eso solía
decir Ethan.
Ta te ti, suerte para mí.
¿Qué? Estoy loca. De remate. No. No. No estoy loca. Estos pensamientos
son sólo la superficie del océano y están encrespados. Ve más profundo.
Encuentra la paz. Concéntrate. Concéntrate.
Aire fresco que entra. Aire tibio que sale. ¿O era al revés? Aire tibio que
entra. Aire fresco que sale. No. No puede ser así, tonta. De acuerdo.
Empieza de nuevo.
Soy un pez nadado en el mar de mi mente. ¿Qué estará haciendo Joe?
Erin me dijo que le avisara si llegábamos a besarnos. Ojalá. No, no quiero
eso. Descarta esa idea. Él no me interesa. Lo odio. ¿Cómo será darle un
beso? Erin tiene razón. Tiene una linda boca. Seguro que besa muy bien.
Por un momento, tuve una encantadora sensación en el estómago al
imaginarme besando a Joe.
Concéntrate, idiota. Deberías estar concentrada, no pensando en besar a
un chico que ni siquiera se interesa por ti.
Y ¿por qué no se interesa? ¿Qué tengo de malo? Tal vez debería
preguntárselo. No. Es mala idea. Los chicos detestan eso.
De pronto, la voz de Sensei me trajo de regreso a la sala.
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—Y ahora, el segundo método —dijo, y me di cuenta de que apenas me
había esforzado con el primero—. Esta vez, concentren su atención en el
subir y bajar del abdomen mientras inhalan y exhalan. Simplemente
concéntrense en el movimiento del abdomen al respirar.
Seguí sus instrucciones y, efectivamente, mi abdomen subía y bajaba
mientras yo respiraba. Por unos minutos, logré mantener la
concentración.
Y luego: Cuando salga de aquí, voy a ir al comedor a buscar un
jugo.Tengo sed.
Y quiero hacer pis.
Y me pica la pierna izquierda.
Se me durmió la pierna derecha.
En realidad, no me vendría mal dormir. Esta mañana me levanté muy
temprano. Ahora mismo podría acurrucarme en el suelo y dormir.
Diablos, qué aburrido es esto. ¿Cuánto tiempo llevamos?
¿Qué pensaría papá de que yo meditara? ¿Le interesará siquiera saber lo
que estoy haciendo estos días? ¿Por qué será que todo cambió con él?
Hubo un tiempo en que él sabía todo lo que yo hacía. Se interesaba. Es
muy triste.
Últimamente me siento sola en el mundo. Siento que nadie me quiere.Que
no le importo a nadie.
India. Deja de autocompadecerte y concéntrate.
Ah, sí.
Arriba… abajo. Aire fresco que entra. Aire tibio que sale. Abdomen que
sube, abdomen que baja. Qué aburrido. Me duele el trasero de estar aquí
sentada.
Esto no es el paraíso. Ni afuera, ni adentro.
Abrí los ojos y espié a los demás.
La sala seguía en penumbras, silenciosa. ¿Cuánto faltará?, me
pregunté, esforzándome por ver mi reloj en la tenue luz.
Déjame salir, dijeron todas las voces a coro.
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—No importa el método que elijan —dijo Sensei—, observen su
respiración con total conciencia. A medida que crece la sensación de
quietud, observen qué siente su cuerpo…
Sí, sí, lo que usted diga. Termínela, señor santo, rezongó la renegada que
vive en mi cabeza. Sensei siguió hablando pero yo no lograba seguirlo.
Mi mente divagaba a más no poder. Demonios. Soy malísima para esto,
pensé. Está claro que no estoy hecha para la meditación. Ni un poquito.
Para nada. Ni modo.
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Capítulo 13 ersuasión
Después de la sesión, corrí a mi cuarto. Quería hablar con
alguien a quien conociera y tenía la esperanza de que Kate
estuviera allí, pero nuestra cabaña estaba vacía. Me sentía
extraña después de la sesión, como un síndrome premenstrual
multiplicado por diez, lo cual era raro porque no estaba a esa altura del
mes. Marjorie, Brian y Clare habían salido extasiados y conversando
con entusiasmo sobre la maravillosa experiencia que habían tenido.
Liam y Rosie, también. Para mí había sido un anticlímax total y, una
vez más, me sentía excluida. Parecía que yo era la única que no había
sentido mucho, y verlos tan entusiasmados me hacía sentir una
fracasada. Tenía un deseo abrumador de hablar con mamá o incluso
papá. Que me dijeran que estaba bien. Que no importaba si no podía
meditar o que tuviera un montón de locos viviendo en mi cabeza. Que
aun así me amaban.
Probé los números de ambos, pero los dos teléfonos estaban en
contestador. Oír la voz de papá me llenó los ojos de lágrimas. Bueno,
qué emotiva estoy, pensé, tratando de contener las lágrimas.
Luego llamé a Erin. También estaba el contestador.
Probé con Ethan. Genial, pensé, cuando atendió y oí su voz familiar. Me
senté en la cama, lista para tener una buena charla. Ethan sabía
escuchar y decía las cosas indicadas.
—Hola, India —dijo—, ¿Cómo...? NOOOOOOOOOOOOO. ¡Lara! Deja
eso. Dios mío, India. Lo siento. Es que estoy a cargo de las mellizas. ¡No!
¡Lara! Mil disculpas, India. No es un buen momento. Tengo que irme.
Lara acaba de embadurnar la pared con esmalte para uñas. ¿Hablamos
más tarde?
—Claro —respondí—. ¿Está... está Jessica? —Mi cuñada también sabía
escuchar.
Pero Ethan no respondió. Ya había colgado.
Luego llamé a Lewis. Me atendió Chaz, el amigo con quien compartía el
apartamento.
—No. No sé dónde está —dijo.
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—¿Puedes decirle que llame a su hermana, India?
—¿Que llame a su hermana en la India?
—No, a su hermana, India. Soy yo. India Jane. Estoy en Grecia.
—Ah, bueno —dijo Chaz, riendo—. Qué complicado. Bien. Que llame a
su hermana.
Sabía que no llamaría. En primer lugar, Chaz no me pidió mi número y,
sabiendo lo desorganizado que es Lewis, no lo tendría anotado.
Bien, nos queda el pequeño obsesivo de la salud, pensé, mientras
probaba con el celular de Dylan. Hasta la idea de hablar con él
resultaba atractiva. Podríamos tener una conversación sobre
melanomas o sobre el síndrome del colon irritable, pensé, al oír el tono
de llamada. Cualquier cosa con tal de que me recuerde que tengo una
vida de hogar en alguna parte. Que sí tengo un lugar que es mío.
Atendió el contestador. Eso es todo, pensé. Nadie en mi familia está
disponible. Todos tienen vidas ocupadas. Vidas que no me incluyen. Y
creo que hasta mi papá ya no me quiere.
Me sentía sola y triste, y estaba a punto de ponerme a llorar cuando
sonó mi teléfono. Era Erin, que me escuchó con paciencia mientras le
contaba todos los acontecimientos y los sentimientos de la mañana.
Gracias a Dios que existen los amigos, pensé, mientras ella reía a
carcajadas por mis intentos fallidos de meditar.
—Es un gran alivio, India —dijo—. De veras pensé que ibas a ingresar
al ejército de Dios.
—Lo intenté. Quizás en otra oportunidad, cuando sea mayor. Es como
si tuviera en la cabeza cuatro estaciones de radio sintonizadas a la vez.
—Bueno, eres de Géminis, signo de los gemelos: personalidad dividida y
todo eso.
—Sí, pero hay más que un par de personalidades en mi cabeza. Hay
montones de ellas. Me sentí una fracasada.
—Tonterías. No es lo tuyo. No seas tan dura contigo. Y ahora, ¿qué?
Aún te queda una semana y media allá. ¿Vas a rendirte a tus deseos y
seguir el vil camino de los chicos, la ropa y el chocolate?
—Suena bien —respondí— Tú primero.
—De acuerdo. Hagamos un plan para que seduzcas a Joe.
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—¿A Joe? No. Ya te lo dije. No le intereso en absoluto, aunque sí lo
pesqué observándome cuando salíamos de la sesión de meditación.
Como si estuviera sorprendido de verme con esa gente. Sin duda, todo
eso le parece una tontería. Es de los que se burlan de esas cosas.
—Ve y pregúntale qué hará esta noche. Y no menciones el tema de la
meditación si crees que no le interesa.
—Esta noche no puedo. Liam dijo que preparará unas provisiones para
ir de picnic a la playa. Para festejar mi primera sesión de meditación.
—Primera y última, según parece.
—Él entenderá que no es lo mío. No son de presionar a la gente. Eso
quedó claro desde el comienzo.
—Entonces, relájate —dijo Erin—. Disfruta estar allá. Busca el camino
medio y todo eso del Zen.
—Tienes mucha sabiduría, Obi—WanKenobi.
—Lo sé. En realidad, soy la elegida, pero no se lo cuentes a mucha
gente o me acosarán mientras cargo las estanterías con latas de
guisantes, y no será buen momento. Mi jefe insiste en que todos los
empleados usemos unas horribles redecillas en la cabeza, y quiero
verme de lo mejor cuando me revele como la encarnación de todas las
diosas.
Pobre Erin, pensé, cuando terminamos de hablar. Se pasa el día
trabajando en su empleo de vacaciones, y jamás se queja en serio,
aunque no puede ser divertido. Y aquí estoy yo, en una isla idílica al
sol, rezongando como la reina de las malhumoradas. De ahora en
adelante, voy a aprovechar al máximo mi estadía aquí y a dejar de ser
tan egocéntrica. Me sentía mucho mejor después de hablar con ella.
Erin hacía que todo pareciera muy sencillo: que, aunque la meditación
no fuera para mí, no importara. Yo me las había ingeniado para
agrandarlo todo. No significaba que yo fuera la fracasada que me había
creído.
Unas horas más tarde, estaba sentada en la playa con Liam. Era una
hermosa tarde cálida; soplaba una brisa suave y acabábamos de comer
la más deliciosa cena de pimientos rojos, calabacines, hierbas, queso y
unas aceitunas exquisitas; luego unos diminutos dulces griegos hechos
con pistachos, y un pastel celestial hecho con canela.
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—Mi papá me llama Chica Canela —le dije, lamiéndome los dedos llenos
de miel y especias.
Extendió la mano y me acomodó un mechón de cabello detrás de la
oreja.
—Por ese cabello tan hermoso —dijo, y me miró profundamente a los
ojos de una manera que me hizo sentir muy incómoda—. Parece de
cobre pulido cuando le da el sol.
—Eh... sí... supongo...
—Ese nombre te sienta bien.
—Eh... gracias —respondí, y aparté la vista para mirar el mar.
Había otras personas del centro en diversos puntos de la playa: todos
habían llevado su cena y estaban sentados, como Liam y yo,
observando la puesta de sol en el horizonte. Durante la cena, le había
contado mi experiencia en la sesión de meditación y me había esforzado
por hacerlo reír imitando a todas las voces de mi cabeza.
A diferencia de Erin, a él no le causaron gracia. Parecía decepcionado,
como si hubiese esperado otra cosa de mí.
—No debes darte por vencida —dijo.
—Es que soy muy mala para esto. No podía concentrarme.
—A mí me pasó lo mismo la primera vez.
Me sorprendió.
— ¿En serio?
—Sí. Le pasa a todo el mundo. Porque, en la mayor parte de nuestra
vida, nuestra atención está vuelta hacia fuera; nadie se fija mucho en lo
que pasa por dentro. Sólo cuando intentamos encontrar la quietud
interior nos damos cuenta de todo el frenesí que tenemos allí. Como dijo
Sensei: tienes que ir más allá.
—Lo intenté. Logré concentrarme durante unas cuatro inhalaciones y
luego ya me ponía a pensar en algo. No. No creo que esto sea lo mío.
Liam apoyó una mano en mi brazo y me miró con intensidad.
—Tu primera vez, India Jane. Nunca habría pensado que renunciarías
tan fácilmente.
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—Yo... no es así... —empecé a defenderme.
—A mí me parece que sí. Es decir, no esperarías llegar a dominar
ningún otro tema en una sola sesión, ¿o sí?
Hablaba como papá. Él siempre decía que, si uno quiere hacer algo
bien, tiene que practicar, como hacía él con su música.
—Supongo que no.
—Pues bien, dale otra oportunidad.
Pero es aburrido, pensé, aunque no se lo dije. En cambio, me encogí de
hombros.
—Sí. Puede ser.
—En serio, India Jane. Insiste. Te han dado el regalo más valioso. No lo
desperdicies por las sombras de tu mente. No son reales. Como dice la
frase: cuanto mayor es la luz, mayor es la oscuridad que la rodea.
—Eh... sí—dije, aunque en realidad no entendía bien a qué se refería.
—Contraste. A mayor luz, mayor oscuridad. Estás resistiéndote porque
algo en tu interior reconoce la verdad, reconoce la luz. Lo que se resiste
es tu lado oscuro.
—¿Mi lado oscuro? —repetí. Me vino a la mente una imagen de Erin y
yo haciendo nuestra imitación de zombis para divertirnos.
—Sí —dijo Liam— Todos tenemos un lado de luz y un lado de
oscuridad. El lado oscuro cede a la tentación, te aparta del camino. Es
como la parte más débil de ti.
Si tú lo dices, pensé, mientras me llevaba a la boca otra delicia griega.
—Es así —prosiguió Liam—. La palabra "meditación" significa
concentración. Algunos utilizan un mantra como la palabra Om para
concentrarse. Otros usan una vela o una flor. Hay muchas otras
técnicas que se concentran en la respiración. Yo he probado muchas
técnicas diferentes y ésta es la mejor que he encontrado. Insiste, India
Jane. No te des por vencida. No renuncies a lo que puede ser lo mejor
que te haya pasado.
Empezaba a sentirme confundida e incómoda. Detestaba que papá me
acusara de renunciar a algo con demasiada facilidad, pero él no era el
más indicado para hablar de eso. Él perseveraba en lo que tocaba al
arte o a su música, pero en otras áreas de la vida, era el primero en
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renunciar: siempre acababa mudando a su familia por el mundo
cuando se ponía inquieto en algún lugar. Sentí una punzada de enojo.
Yo no quería ser así. Pero ¿estaba renunciando ahora con facilidad?
¿Era verdad que estaba tomando la salida fácil, o como decía Liam, que
me estaba rindiendo a mi lado oscuro? No me gustaba pensar que fuera
así, pero tal vez era cierto que había optado por descartar la meditación
demasiado pronto. En los días anteriores a la sesión, Sensei había
pasado horas hablando del compromiso. Tal vez debería volver a
intentarlo. Me había parecido bien cuando hablaba de ello con Erin,
como que no tenía importancia si no insistía, pero ella no había asistido
a ninguna de las charlas de Sensei ni había oído las cosas que decía.
Decidí ser totalmente franca con Liam.
—Es que... no lo sé, Liam. Supongo que extraño a mi familia y eso me
deprime un poco. Realmente quería hablar con ellos, pero... bueno,
todos estaban ocupados. Me sentía una fracasada.
Liam asintió como si entendiera.
—Puede ser difícil cuando uno va hacia adentro por primera vez, porque
se descubre como es en realidad, ¿sabes? Es decir, cuando estás
ocupada con las cosas externas, puede ser una distracción y apartar tu
mente de lo que en realidad te molesta, pero si vas hacia adentro, todo
estará allí esperándote.
—Supongo que sí. Todas las voces. No me había dado cuenta de lo loca
que estoy, ni de lo mucho que extraño a todos —dije—. Al menos, me
daba cuenta más o menos, pero no quería pensar en eso. De todos
modos... no los tuve cuando los necesité.
Liam volvió a asentir.
—No puedes depender de nada ni nadie en este mundo. Es una dura
lección. Meditar puede ayudarte a sentirte más independiente. Más
segura de ti. Como que no necesitas a nadie.
No estaba segura de si eso me atraía o no. Yo siempre necesitaría a Erin
y a mi familia, aunque todos estuvieran ocupados en un momento.
—Lo pensaré —respondí—. Como dijiste, fue mi primera sesión. Tal vez
haga otro intento.
—Excelente —dijo Liam, visiblemente más tranquilo—. Sabía que no te
darías por vencida. Me di cuenta de eso en ti y... bueno... —Vaciló un
momento y miró hacia el mar; luego se volvió hacia mí y otra vez me
miró profundamente a los ojos—. Espero que no te importe que toque
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un tema personal, pero aquella primera vez que te vi, supe que había
algo especial en ti. Algo especial en nosotros. Una conexión. ¿La
sentiste?
En realidad, no, pensé, mientras me invadía una oleada de pánico.
Verifiqué rápidamente que aún hubiera otras personas en la playa. No
quería una repetición de la experiencia con Robin.
—Eh... siento que nos entendemos —respondí.
Liam asintió, y luego rió ligeramente.
—Así es. Oye, India, puedes relajarte. No me voy a arrojar sobre ti.
Me dio vergüenza. Seguramente me vio mirar alrededor y la expresión
de mi cara, aunque había tratado de disimular.
—Es que... yo... —balbuceé.
Liam apartó la mirada y la dirigió al cielo.
—Siento que nos conectamos en un nivel superior, ¿sabes?
—Ah, sí.
Un nivel superior, eso lo puedo aceptar, pensé, y le dirigí lo que esperé
que fuera una sonrisa enigmática. Pero no intentes besarme.
—Incluso estuve pensando que tal vez nos conocemos de una vida
pasada.
¿Una vida pasada?, pensé. Vaya, qué intenso es este tipo, aunque...
nunca me habían dicho algo así. En realidad, es muy romántico, en
cierto modo... aunque sigue sin gustarme.
—Sí, qué bueno —dije, pero me sentía incómoda, y me pregunté si Liam
había estado a punto de decir algo más pero cambió de idea al ver mi
cara de susto. Los dos nos quedamos mirando el mar. No sabía qué
más decir, de modo que me puse de pie—. Bien, Sensei siempre dice
que hay que estar en el aquí y el ahora, así que, en esta vida y no en
una vida pasada, creo que tienes razón. Debo probar de nuevo con la
meditación; de hecho, voy a ir a mi habitación en este mismo instante a
hacer otro intento. No hay mejor momento que el presente, ¿eh?
Hubo un asomo de decepción en la cara de Liam, pero luego asintió.
—Claro. Buena idea. Te acompaño.
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Qué alivio, pensé, mientras guardábamos las cosas y nos poníamos en
marcha. Me sentía un poco mal por haber usado la meditación como
excusa para apartarme de él, pero me sentía incómoda allí sentada, con
esas miradas largas y profundas que me dirigía y a las que no sabía
cómo reaccionar. Si no pensaba arrojarse sobre mí, ¿por qué me miraba
así?
Cuando llegamos a las cabañas, Liam y yo decidimos ir a buscar un
poco de té de menta antes de hacer nuestra meditación. Clare Taylor
estaba en el comedor, en un extremo de la mesa larga, con Joe y Rosie.
Nos vio a Liam y a mí y nos saludó de lejos.
—Y aquí llega otra reciente incorporación al grupo —dijo, indicándonos
que nos sentáramos con ellos.
Me preparé para alguna burla de Joe y no pude evitar pensar que él se
habría reído conmigo si le hubiera contado sobre las "voces en mi
cabeza".
—Voy a buscar el té —dijo Liam, mientras yo me sentaba junto a Clare.
—¿Tuviste un buen día, entonces? —me preguntó Joe.
Asentí.
—Sí. En general, sí.
—Qué bueno —dijo Joe—. Me hablaron bien de este tipo Sensei. Una
amiga de mi hermana hizo su meditación y la ayudó mucho. Le tenía
terror al transporte público; no podía subir a un avión o a un metro sin
que le diera un ataque de pánico. Fue y aprendió ese método que
enseña Sensei y la ayudó a superarlo. Ahora viaja sin problemas.
—¿En serio?
Me sorprendió oír a Joe decir eso. Había pensado que se burlaría como
Kate, pero parecía estar muy a favor. Y a mí no se me había ocurrido
usar la meditación como manera de superar los momentos de estrés. Si
lograra que me diera resultado, tal vez sería útil, por ejemplo, en los
exámenes, pensé. Yo me estresaba mucho en momentos como ésos y
solía comerme las uñas hasta no dejar casi nada.
—Clare estaba diciéndonos que tuvo una sesión maravillosa —comentó
Rosie.
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—Así es —exclamó Clare, con una amplia sonrisa—. Es difícil de
describir, pero me sentí muy en paz. Te aclaro que me llevó un tiempo.
Al principio tenía conciencia de un montón de tonterías en mi mente,
pero volví a concentrarme como indicaba Sensei y, al cabo de un rato,
fue como si mis pensamientos pasaran a un segundo plano, quedaran a
lo lejos, y sentí que me iba aquietando, y fue una sensación maravillosa.
—Y a ti, ¿cómo te fue, India Jane? —me preguntó Joe.
Eché un vistazo hacia donde estaba Liam y vi que seguía ocupado con
los tés.
—Ah, sí —respondí— Me fue bien. Sí, bien.
No quería admitir públicamente el fracaso que había sido y que había
estado pensando en darme por vencida. La conversación con Liam me
había hecho reconsiderar mi plan. No quería que nadie pensara que era
de renunciar con facilidad, y escuchar a Joe y a Clare me hizo pensar
que tal vez sí me estaba dando por vencida muy fácilmente. Además,
tenía otra razón para no hacerlo. Estaba segura de que ya le había dado
a Joe suficientes razones para que me considerara una cabeza hueca.
No quería darle más.
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Capitulo 14 Nueva era
la mañana siguiente, desperté llorando. Había tenido un sueño
horrible y tardé un momento en darme cuenta de que no había
sido real. Soñé que iba caminando por la calle y mamá pasaba
en bicicleta. Me puse muy contenta y la saludé con un gesto de la
mano, pero no me vio. Siguió pedaleando como si yo no estuviera allí.
Luego vi a papá y a Dylan acercándose a pie, conversando. Sentí mucho
alivio y también los saludé con la mano, pero ellos tampoco me vieron.
Era como si yo no existiera. Era invisible para ellos. Desperté con una
horrible sensación de pérdida.
Acostada allí, enfadada. Con papá por enviarme lejos. Con mamá por
permitírselo. Me sentía indefensa y detestaba sentirme así.
Normalmente no soy de compadecerme a mí misma. Prueba con la
meditación, dijo una voz en mi cabeza. Ve más profundo que esas
emociones que parecen una montaña rusa; eso dijo Sensei. Tal vez dé
resultado en momentos como éste. No pierdes nada con volver a
intentarlo.
Me levanté con sigilo para no molestar a Kate y me dirigí a la playa. Ella
estaba acostándose tarde otra vez y le gustaba dormir por la mañana.
Como era temprano, pensé que estaría sola, pero en un extremo divisé a
Sensei y alguno de los demás, incluso Liam, sentados a cierta distancia
entre sí. Me senté, asumí la postura de loto, apoyé las manos sobre las
rodillas, con las palmas hacia arriba, junté el pulgar y el índice como
había visto que hacia Sensei, cerré los ojos y otra vez empecé a meditar.
Opté por el primer método que había enseñado Sensei y, tal como él
había indicado, me concentré en el aire fresco que entraba por la nariz y
el aire tibio que salía.
Adentro. Afuera.
Fresco. Tibio.
En realidad, no tan fresco pues hace calor; olvídate del aire fresco: aire
tibio que entra y aire tibio que sale. De acuerdo. Entra. Sale.
A
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Qué sueño horrible. Dios, me dio mucha tristeza. ¿Qué estarán
haciendo hoy mamá y papá? No pienses en eso. Ellos no se preocupan
por mí. Yo no voy a preocuparme por ellos. Concéntrate.
Adentro… afuera. Aire fresco. Aire tibio.
Joe estaba muy apuesto ayer. Es verdad que tiene una linda boca, con
ese labio inferior carnoso. Y Liam, que piensa que tenemos una
conexión. De ninguna manera. Yo sé con quién tengo conexión, y es con
Joe. Él también debe de sentirla. Erin dijo que siempre es de a dos.
No estás concentrándote.
Epa.
De acuerdo. Adentro. Afuera. Adentro. Afuera.
Sí, las voces seguían allí, parloteando sobre esto y aquello, pero yo
estaba decidida ir más allá. Seguí concentrándome una y otra vez, como
había enseñado Sensei.
Al cabo de un rato, empecé a sentirme ligeramente más tranquila.
Apenas. Y sí, me sentí bien cuando, un rato después, abrí los ojos y
miré al océano frente a mí. Sentía como si mi mente hubiera quedado
limpia, y todo el paisaje que nos rodeaba se veía claro y bien definido
como si lo mirara con ojos nuevos.
Luego de veinte minutos, subí a desayunar con los demás, sintiendo
mucho más entusiasmo por todo, y me senté con Liam y Rosie a comer
un tazón de yogurt con higos frescos y miel.
Liam me dirigió una gran sonrisa de aprobación cuando le dije que esta
sesión había sido mejor, y cuando Sensei vino a sentarse a nuestra
mesa, a pesar de que apenas era un comienzo, tuve la sensación de
haber encontrado mi lugar. Por primera vez desde mi llegada a Séptimo
Cielo, creí estar en el camino correcto.
Durante los días siguientes, desarrollé una nueva rutina.
Levantarme temprano. Meditar. Desayunar. Revisar e—mails. Asistir a
la charla de Sensei. Y, cuando Kate salía a pasar el día afuera, tomaba
mi carpeta y me ponía a dibujar en la cabaña, principalmente bocetos a
lápiz de algunas personas del complejo, pero también parte de la vista
que había desde la galería del frente. No le mostraba mis dibujos a
nadie, pues no quería que los juzgaran, ni a ellos ni a mí. Era mi propio
tiempo privado y, curiosamente, descubrí que me sentía más en paz
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dibujando que en cualquier otro momento, incluso durante la
meditación.
Mamá y papá habían dejado unos mensajes a los que respondí
brevemente.
Hola. Estoy muy ocupada. Los echaba mucho de menos, pero ya no. He
conocido a mi maestro. Y al fin estoy encontrándome. Adiós, India Jane.
Una parte de mí aún estaba dolida porque apenas se habían molestado
en llamarme en los primeros días de mi viaje y no había podido
encontrarlos aquel día en que los extrañaba tanto. Quizá nuestras
actividades habían hecho que no coincidiéramos, pero yo realmente
necesitaba oír sus voces.
Casi todos los días había un e—mail de Dylan, que me informaba datos
y cifras sobre algún tema que había leído, y yo siempre le respondía.
Era dulce de su parte molestarse en escribir. Tuve la sensación de que
él también me extrañaba un poco, a su manera peculiar.
Todos los días, yo escribía todo lo que podía recordar sobre las charlas
de Sensei y se lo enviaba a Erin. Era lo más que podía acercarme a
compartir toda esa experiencia con ella pero, extrañamente sólo me
respondió una vez.
Querida hermana MargeritaBernadettaConsumattaO’Riley:
He leído los santos blogs que me has enviado y lo único que puedo decir
es: ¿en serio?
Llámame cuando hayas vuelto al planeta Tierra.
Erin
Hum, pensé, al leer su mensaje. Era obvio que no se alegraba por mí.
Tal vez fuera porque hasta entonces habíamos hecho muchos
descubrimientos juntas y esto era algo que yo había hecho sin ella. O
quizá, simplemente yo ya no era la India Jane que ella conocía. Estaba
cambiando, y salían a la luz otras partes de mí. Tal vez yo había dejado
atrás todo lo que éramos cuando estábamos en Irlanda.
Mientras seguía asistiendo a las charlas y pasando el tiempo en
Séptimo Cielo, en lugar de salir con Kate e ir al pueblo, empecé a
conocer mejor a algunos de los huéspedes, sus motivos para ir allí y qué
encontraban en ese lugar.
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Una de mis preferidas era Carey Freidman, Era de Los Ángeles, y nos
pusimos a conversar una tarde mientras nadábamos en la bahía. Yo la
había visto algunas veces durante la cena, y me había llamado la
atención, en parte porque era alta y bellísima, y en parte porque
siempre llevaba la cabeza cubierta por pañuelos coloridos y me
preguntaba por qué. Me contó que había trabajado como modelo hasta
el año pasado, cuando habían descubierto que tenía cáncer de mama.
Aunque parecía que iba a recuperarse por completo, dijo que aquello la
había llevado a considerar toda su vida.
—Lo peor fue perder el cabello —me dijo, mientras nadábamos por el
agua turquesa y cristalina—. Lloré como un bebé. Sé que todos vamos a
morir algún día, pero tener una enfermedad como ésta te obliga a
pensar en eso. Lo vuelve real. No puedo creer que antes sufría por
estupideces como el talle que usaba, como si fuera lo más importante
del mundo. Ahora valoro otras cosas tan distintas como mis amigos y
mi familia.
Hablar con ella me hizo pensar en mis prioridades. ¿Cuáles eran? Un
hogar, eso era seguro. Y Erin, que esperaba que siguiera siendo mi
amiga. Pero mi familia me parecía muy lejana. Como parte de otra vida,
y eso me había provocado mucha tristeza, especialmente cuando hablé
con Anita Patel y me enteré de lo que le había pasado a ella. Era una
farmacéutica del norte de Londres, delgada y bonita, y conocí su
historia cuando fui al pueblo con tía Sarah a buscar provisiones, en el
comienzo de mi última semana. Anita nos llevó en la camioneta del
complejo y nos contó que había perdido a su hermana en el tsunami de
2004 en Indonesia.
—Eso cambió todo —dijo—. Al principio, me sentía muy culpable. Es
que habíamos tenido una discusión la noche anterior a su viaje: yo le
había prestado un vestido y ella había derramado vino tinto sobre él. Me
enojé mucho. Nunca llegué a pedirle disculpas ni a decirle que la
quería. ¿Qué importaba una mancha, por Dios? Su muerte sacudió todo
mi mundo, y por eso vine aquí. Necesitaba tiempo para estar lejos de la
gente que me conoce, que tiene relación con la que yo era antes, porque
ya no me siento esa persona. Quiero… necesito averiguar quién soy
ahora.
Yo puedo entender eso, pensé. Aunque yo no he perdido una hermana,
siento que estoy cambiando, dejando atrás a la vieja India y
convirtiéndome en una nueva persona. Como la historia de Carey, las
experiencias de Anita me hicieron pensar. Papá y yo no habíamos
discutido precisamente, pero yo me había enojado mucho con él por
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haberme enviado lejos. ¿Cómo se sentiría si le pasara algo antes de
tener la oportunidad de componer las cosas? La idea de que papá ya no
estuviera, a pesar de estar enojada con él, me resultaba inimaginable.
Chantelle Harrison era la ex esposa de un futbolista y era
absolutamente elegante: gasta se maquillaba para ir a desayunar. Al
principio me intimidaba, pero luego empecé a conocerla mejor. La
conocí trabajando en la cocina y, después de nuestra primera charla,
me acogió bajo su ala y me cuidaba como si yo fuera su hija perdida.
—Viniste aquí a encontrarte, ¿no? —le pregunté un tarde, mientras
picábamos cebollas para una ensalada.
—No, querida —respondió—. Vine a perder a mi ex. Pero sí traje su
tarjeta de crédito con la intención de gastar una buena suma en mí
antes de divorciarme de ese imbécil. ¿Y tú? ¿Qué haces aquí?
—No estoy segura. Mi familia me envió, así que no fue exactamente idea
mía. Entonces… eh…
En ese momento, Joe pasó por la zona del comedor a nuestra izquierda.
Chantelle me dio un codazo. Traté de simular que no me había dado
cuenta, y volvió a codearme.
—¿Qué? —le pregunté, pero supe que estaba ruborizándome y que ella
se daba cuenta.
—Le has echado el ojo, ¿verdad?
—No.
—No me mientas, querida. Me llamo Chantelle y soy una casamentera.
—Dios mío. ¿Es tan obvio?
—No tanto —respondió—. Sólo para mí. Tengo un radar para el
romance. Pero no te preocupes. No voy a delatarte.
—Gracias —le dije—. Pero, de todos modos, él no tiene interés.
Me guiño un ojo con aire cómplice.
—Yo no estaría tan segura —dijo—, Lo he visto observarte cuando
entras al restaurante.
—¿A mí? ¿En serio?
Asintió.
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—En serio —dijo. Señaló hacia una de las mesas, donde un tipo buen
mozo de cabello oscuro conversaba con Carey—. Como esos dos. Se han
estado mirando desde hace días. Sí, sin duda, Cupido anda arrojando
sus flechas por aquí.
—Qué bueno —respondí, y seguí picando cebollas.
Había otros a los que también llegué a conocer. Cada uno tenía una
historia que se revelaba con el correr de los días, mientras se
disfrutaban las comidas y se bebía ouzo, la bebida local. (Yo no lo bebía;
¡sabe a solvente!) Las dos hermanas que Kate había dicho que eran
bibliotecarias lesbianas no lo era. Eran amigas, Julie y Macey. Sus hijos
ya eran grandes y estaban en la universidad, y ambas habían quedado
con un vacío enorme con sus vidas; por eso habían decidido venir aquí
y mirar hacia delante en vez de seguir en el pasado.
Fui conociendo una historia tras otra de pérdida, dolor o, simplemente,
el deseo de encontrar “algo más”. Al conocer mejor a los huéspedes, me
sentí mal por haberlos considerado al principio una sarta de perdedores
de mediana edad y, como Kate, haberlos llamado “los presos”, Eran
simplemente personas, algunas mayores, otras más jóvenes, pero todas
intentaban sobrellevar la vida y lo que ella había puesto en su camino.
—¿No hay nadie que tenga una historia feliz? —le pregunté a tía Sarah
un día, cuando la encontré sola en el almuerzo.
Me sonrió.
—Tú —respondió, y miró por la ventana—. Claro que sí, muchos tienen
historias felices, India. Pero el centro suele atraer a muchas personas
que se encuentran en un momento crucial de sus vidas y desean
evaluar el rumbo que están tomando.
Me pregunté si ella también sentiría eso. Se había separado de tío
Richard, el papá de Kate, años atrás y, por lo que me había contado
mamá, él había sido el amor de su vida. Era obvio que nunca había
encontrado a nadie que lo reemplazara.
Me sentía bien compartiendo más tiempo con tía Sarah y empecé a
admirarla por haber montado semejante lugar. Al principio, me había
parecido un negocio más. Ella tiene una gran habilidad para aprovechar
las oportunidades, pero al observar cómo ella y su amiga Lottie
dedicaban tiempo a todos los huéspedes y les recomendaban talleres o
clases, me di cuenta de que las dos intentaban sinceramente ofrecer un
servicio. Un lugar donde la gente pudiera ir a repensar su situación y lo
que querían hacer de su vida.
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Al final de mi tercera semana en la isla, me sentía en casa. Muchos de
los huéspedes habían pasado de ser extraños a ser amigos, y se habían
convertido en una gran familia sustituta. Sin duda, parecían más
interesados en cómo estaba y quién era yo que mi verdadera familia,
cuya comunicación resultaba más superficial y apresurada.
—Y ¿cuál es tu historia? —me preguntó Lottie una tarde, mientras
estábamos sentadas en grupo en la bahía, disfrutando la última tibieza
del día.
—Bueno, nada en comparación con las de los demás —respondí,
indicando a Anita, Peter y Carey, que estaban remando en el mar.
Liam se acercó más y me rodeó en un brazo, lo que me hizo sentir
incómoda. Me dio un apretón afectuoso y luego, como si me leyera la
mente, me soltó.
—¿Y bien? —preguntó.
—No hay nada más que decir —respondí. Ya le había contado sobre mi
familia, Erin y todos los lugares donde habíamos vivido.
—Y ¿dónde estás ahora, Chica Canela? —me preguntó mientras Lottie
se ponía de pie, señalaba su reloj, se despedía y se alejaba de regreso al
centro—. ¿Qué está pasando ahora?
Me quedé mirando el mar un momento.
—No estoy segura. Siento que estoy entre dos lugares, ¿sabes? Creo que
así estamos todos aquí, en Séptimo Cielo. Estamos de vacaciones y eso
siempre es un estado intermedio, como tomarnos un tiempo libre de
nuestra verdadera vida, pero en más que eso. No estoy segura de quién
soy en realidad, ni de lo que quiero al regresar. Traté de andar con mi
prima y de pasarla bien con ella, pero eso no es lo mío, aunque tampoco
estoy segura de que mi lugar esté de todo con el grupo de meditación.
Es como que… siento que he dejado atrás una parte de mí, pero no
estoy segura de qué sigue. Ya no sé cuál es mi lugar. Dios, qué
confundida estoy, ¿no?
Liam sonrió y asintió.
—Sé exactamente lo que te está pasando. Es un proceso. Uno de los
procesos más mágicos en el viaje de la vida.
—¿Un proceso mágico? No lo parece.
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—Lo será. Estás pasando por una metamorfosis. Como las orugas. Es
decir, ¿te imaginas? Allí estás un día, arrastrándote por el suelo con un
montón de patas, sabes por dónde vas, la vida es bastante buena, eres
verde y, de pronto, todo empieza a desaparecer. Te encuentras
retrocediendo, atrapada en un capullo, disolviéndote.
Reí.
—Sí. Eso debe dar miedo, ¡pero la última vez que miré, sólo dos piernas
y no era verde!
Liam no rió.
—Lo sé, India. Sólo trato de que entiendas algo —dijo—. Imagina que
estás en un capullo y tienes que quedarte allí muchísimo tiempo. ¿Te
imaginas lo que debe pasar por la cabeza de la oruga? Basta, socorro,
estoy atrapada, esto no me gusta. Pero es parte del proceso que la lleva
hacia delante y, cuando emerge del capullo, ya no es una oruga
aburrida: es una mariposa con alas hermosas, y puede volar.
—Sí —dije—. Supongo que es como magia, realmente.
—Eso es lo que te está pasando, India. Creo que todas estas cosas que
nos rodean en la creación son pistas que nos indican lo que puede
pasarnos, que nos dicen: no tengas miedo cuando te sientas en un
cuerpo que no es el tuyo; no temas si te sientes atrapado; es parte de
un proceso. La etapa intermedia. Creo que eso es lo que te está
pasando. Estás dejando de ser una oruga y convirtiéndote en una bella
mariposa.
Era una pena que no me gustara Liam. Decía cosas maravillosas, y era
bueno y atento, el chico perfecto en muchos aspectos, pero no había
química… Le sentía un olor extraño; no malo, como si no se bañara,
sino como a mantequilla hervida. No era un aroma que me resultara
atractivo. Otra vez estaba mirándome con esa mirada intensa que me
daban ganas de hacer alguna tontería, como ponerme bizca o con cara
de tonta, para quebrar el momento.
—Y ¿sabes cómo salir del capullo? —me preguntó Liam.
Meneé la cabeza.
—Medita —dijo, y miró al cielo—. Y entonces volarás.
De pronto, me vino a la mente una imagen de Erin haciendo su gesto de
“voy a vomitar” y tuve que contener un abrumador impulso de echarme
atrás en la arena y reír a más no poder. Liam era tan intenso. Y
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entonces vi pasar a Joe y me miró. Me saludó con un brevísimo
movimiento de la cabeza y deseé que Liam no estuviera sentado tan
cerca de mí. Joe debe de pensar que estamos juntos. Traté de
apartarme un poco con disimulo. No quería lastimar a Liam: sí lo
valoraba como amigo. Simulé desperezarme, luego me froté la pierna y
me puse de pie con dificultad.
—Se me durmió la pierna —dije, echando un vistazo alrededor para ver
adónde había ido Joe.
Iba caminando en dirección al centro. No miro atrás.
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Capítulo 15 El sendero
l comenzar la cuarta semana, ya me sentía más concentrada y
empezaba a emerger en mí una persona nueva, más en paz. Al
menos, eso pensaba yo. Kate fue la primera en hacerme saber lo
que pensaba de mi nueva visión de la vida.
—¿Quieres estas revistas? —le pregunté una mañana, después del
desayuno, mientras colocaba a los pies de mi cama una pila de revistas
que había terminado de leer.
—¿Por qué? ¿Son demasiado mundanas para ti? —me preguntó Kate,
volviendo a acomodarse contra la almohada.
—No. Ya las leí —respondí, aunque en realidad ella tenía razón. Me
había inspirado particularmente algo que había dicho Sensei en su
charla matutina acerca de la necesidad de la gente de tener estímulos
constantes y de cómo eso les impedía apreciar el aquí y ahora. Había
decidido deshacerme de todo lo que me distraía, empezando por regalar
mis revistas y guardar mi iPod, y resolví leer solamente libros que
fueran inspiradores y, como decía Sensei, que fueran “alimento para el
alma”.
Kate me miró un largo rato.
—Has cambiado —dijo.
—¿Cómo?
—Te has vuelto aburrida.
—¿Aburrida? —Me sorprendió. ¡Había esperado que observara lo serena
que me había vuelto, no aburrida!
—Sí. Una aguafiestas. Y rara.
—¿En qué sentido? —le pregunté. Me dolió su reacción y cómo venía
tratándome desde que yo había entrado al grupo de meditación. Parecía
aprovechar cada oportunidad para criticarme a mí, a Sensei o a alguno
de sus seguidores.
—“Sensei dijo tal cosa, Sensei dijo tal otra. Liam dijo esto, Liam
aquello.” Es como si ya no tuvieras cerebro propio, ¿o lo has entregado
junto con tu alma?
A
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—Claro que no. Es sólo que descubrí algo que me da resultado. Me hace
mucho bien.
—No lo creo. No te veo más feliz. Yo no creo que esto te haya hecho
ningún bien.
—No puedes juzgar eso hasta que lo hayas probado tú misma —
empecé.
—Seguro que es otro de los dichos de Sensei, ¿no?
Meneé la cabeza. En realidad, era de Liam. Él decía que él gente
siempre se apresuraba a opinar sobre aquellos que eran como Sensei y
sobre lo que él hacía, y por lo general era gente que no sabía nada de él
ni había probado su meditación.
Traté de concentrarme en mi respiración y no meterme en una
discusión. Esa misma mañana, Sensei había estado hablando de la
rapidez con que reaccionamos y de que, si respiramos algunas veces
para calmarnos, podemos ir más allá de la ira y el fastidio.
—Ey, Robin ha estado preguntando por ti —dijo Kate—. Creo que le
gustaría verte para pedirte disculpas por lo que pasó aquella noche en
la playa. Deberías venir con nosotros algún día, antes de que nos
vayamos.
—Dile que acepto sus disculpas. No necesito verlo.
Kate pareció molesta.
—¿Qué quieres que le diga? ¿Qué ahora tienes cosas más importantes
que hacer que salir con gente como nosotros?
—No es eso. ¿Cómo puedes hablar así? Es sólo que ahora me interesan
otras cosas, Kate.
—Ya lo creo. Apenas te veo últimamente.
—Pensé que te alegraría no tener que cargar conmigo.
Kate meneó la cabeza.
—No. De hecho, me gustaba tenerte cerca.
—Podrías venir a escuchar a Sensei y aprender a meditar.
—Sí, claro —dijo Kate—. Preferiría cortarme un brazo.
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Se levantó y empezó a caminar por la habitación, de mal humor.
Mientras ella guardaba en su bolso los anteojos de sol y los cigarrillos,
decidí dejarla con sus cosas. Si no estaba dispuesta a darle una
oportunidad a Sensei, no había nada que yo pudiera hacer. No quería
discutir, de modo que salí de la cabaña y fui a revisar mis e—mails.
Había cinco.
Uno de Erin, que decía:
Hola, chiflada. ¿En qué andas estos días?
Aún no entiende lo importante que es esto para mí, pensé, mientras
pasaba al siguiente mensaje, que era de Dylan. Había copiado y pegado
una serie de artículos sobre los peligros de ingresar a una secta
espiritual. Tuve la tentación de responderle una locura, algo como:
“Demasiado tarde. Ya me afeite la cabeza y renuncié a todas mis
posesiones mundanas, y ya no me llamo India Jane. Ahora soy la
Hermana Umbongobongo ji”. Pero sabía que Dylan se preocuparía y que
le interesaba mi bienestar, de modo que le respondí rápidamente que no
había ingresado a ninguna secta y que no se asustara.
Por el tono del mensaje de mamá y papá, ellos tenían la misma
inquietud que Dylan, pero no me apresuré a tranquilizarlos.
India, por favor, contesta. Te llamamos pero estabas en la playa
escuchando a ese maestro que mencionaste. Sarah dice que has estado
asistiendo a sus clases. Me encantaría que me contaras sobre eso.
Mantén el teléfono encendido entre las tres y las cuatro y te llamaré a
esa hora. Cariños, mamá.
Tanto tiempo, Chica Canela. Hazle una llamada a tu papá.
Que se preocupen por mí, pensé, mientras leía sus mensajes, y decidí
no responder. Al menos, no todavía. Era obvio que tía Sarah les había
contado algo, de modo que sabían que seguía viva. Que pensaran que
ahora era yo la que estaba ocupadísima. Que yo también tenía una
vida. A ver si les gusta, pensé, y pasé al siguiente, que era de Lewis.
Quería saber cómo estabas, hermanita. Me dicen que ingresaste a un
convento. Llama a los viejos y diles que no te volviste loca. Cariños de
tu hermano Lewis.
Me di cuenta de que mamá o papá le había pedido que me escribira.
Probablemente mamá. Ella ya estaba de regreso en Inglaterra con Dylan
mientras papá seguía de gira. Imaginé a mamá, Lewis y Dylan sentados
a la mesa en Notting Hill, hablando de mí. Probablemente mamá había
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pedido a Lewis y Dylan que fueran sutiles y averiguaran lo que
pudieran, pero los dos eran transparentes como el vidrio.
Justo cuando estaba respondiendo el mensaje de Lewis, entró Liam y le
comenté las reacciones de los distintos integrantes de mi familia y de
Kate.
—Ah, sí —dijo— Era de esperarse. Mucha gente se siente amenazada
por los cambios en una persona a la que cree conocer. No te preocupes
por eso. Es sólo la oscuridad de ellos que se está resistiendo.
Asentí
Eso pensé.
—Tienes que ser fuerte, India. Sé fiel a lo que sabes, aunque eso
signifique dejar atrás a personas que una vez te conocieron. Estás
creciendo. Evolucionando. Embarcándote en el sendero. Kate no viene
contigo. Cuando eso sucede, a veces implica cortar lazos.
Por mí está bien, pensé. Por la ventana, vi a Kate subiendo la pendiente
y encaminándose a la parada del autobús. Estaba con Joe y, por el
modo en que gesticulaba, como si estuviera frustrada por algo, adiviné
que hablaban de mí. Di lo que quieras, pensé. Yo voy hacia un lugar
más allá del deseo y de los apegos. Me sentí más decidida que nunca a
seguir en el “sendero”.
—Cuando llegué aquí —dije, observando cómo Kate subía al autobús y
Joe se dirigía al comedor—, sólo podía pensar en volver a Londres.
Ahora, ni siquiera estoy segura de querer regresar. Me gustaría
quedarme en Grecia. He encontrado mi lugar. Mis nuevos amigos. Mi
nueva familia. Quiero quedarme en el complejo y seguir aprendiendo.
—No es posible —respondió Liam—. Cierra en octubre por el invierno.
—Sí, lo sé. Creo que sólo soñaba despierta.
Ya sabía que el complejo cerraba porque había oído a Lottie y a mi tía
Sarah conversando sobre quién se quedaría en septiembre, cuando
empezaran las clases para Kate y Joe. Habían decidido que tía Sarah
regresaría a Londres, en parte por Kate, pero también porque la época
previa a Navidad era una de las más importantes para sus locales
comerciales. Quizá volviera a Grecia por un fin de semana, pero Lottie
se quedaría a dirigir Séptimo Cielo las últimas semanas, y Joe iría a
casa con su padre. Además habían acordado que, aunque los dos
estaban en el último año y supuestamente eran adultos jóvenes, Kate
necesitaba más supervisión que Joe. No le transmití esa información a
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Kate, pues pensé que podría dar comienzo a una guerra mundial
cuando ella y su madre apenas acababan de alcanzar una especie de
tregua y parecían llevarse un poco mejor.
—Y ¿adónde va Sensei? —pregunté a Liam.
Se pasa la vida viajando a distintos países, enseñando. Sólo está aquí
por un tiempo; nunca se queda demasiado tiempo en un mismo lugar.
De hecho, creo que lleva aquí más de lo que suele quedarse en
cualquier lugar.
—Y ¿qué vas a hacer tú cuando se vaya?
Liam se encogió de hombros.
—Volver a la escuela. Tengo que volver a Inglaterra la próxima semana.
El año que viene tengo los exámenes finales. Mis padres insisten en que
los dé y esperan que luego vaya a la universidad, pero tengo mis propios
planes. Voy a ir a la India a vivir en un ashram.
—¿Qué es un ashram?
—Es como un monasterio. Un lugar donde no hay distracciones. Es
donde uno se puede dedicar realmente al camino espiritual.
—Vaya. Parece que allí tendrás que vivir como un monje.
—Esa es la idea. Quizá tú también deberías pensarlo. Para ti, sería
como completar el círculo. Naciste en la India. Bien puede ser tu
destino volver allá. Tal vez por eso tenías que venir a este lugar: para
aprender eso.
Sentí una oleada de pánico. Espera un poco, pensé. Yo no sé si estoy
lista para eso... ¿o es un clásico caso de la oscuridad en mí
resistiéndose al verdadero sendero?
—Podrías venir conmigo —prosiguió Liam—. Para entonces, tendrás
dieciséis años. Nadie podría impedírtelo.
—Creo que no —dije—. Pero me parece una decisión muy grande.
Inmensa.
Liam se encogió de hombros.
Sí, pero por lo que me has dicho, me parece que toda tu vida fue tu
papá quien dictaminó adónde vas, dónde vives y dónde quiere enviarte
de vacaciones para su comodidad. Siempre has hecho su voluntad y él
no ha pensado mucho en la tuya, ni siquiera si es remotamente
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parecida a la suya. Podrías elegir por fin tu propio camino o, al menos,
pasar un tiempo en el ashram pensando qué es lo que quieres en
realidad. Ven a verlo, por lo menos.
Tal vez, pensé, aunque no estaba segura de que mi camino fuera el de
un monje. Yo me imaginaba más bien como una persona bohemia y
artística, compartiendo un apartamento con Erin y ofreciendo unas
fiestas fantásticas para gente interesante y creativa. Vivir con un
montón de gente vestida de blanco que se levantaba al alba a meditar
no había sido exactamente parte de mi plan. Pero, por otro lado, antes
no sabía nada de Sensei, ni de Liam, ni de los ashrams. ¿Sería verdad
que el destino intentaba hacerme cambiar de rumbo? No estaba segura.
—Lo pensaré —dije—. Todo parece estar cambiando demasiado rápido.
De pronto, mi familia me escribe todos los días. Ahora que no me
interesa tanto, parece que mamá y papá de pronto se acordaron de que
tienen una hija.
—Sí, y ¿qué saben ellos? La gente que cree conocerte, no te conoce.
Especialmente la familia y los amigos. Esperan que te comportes y seas
de cierta manera, y luego, si avanzas o creces, no les gusta, tratan de
detenerte. Es por miedo. Miedo a lo desconocido. Nuestro sendero es el
espiritual. El camino menos transitado. Es un destino elevado y
solitario.
—Sí —concordé. Sin duda era solitario; yo parecía estar apartando a
todos de mí. Kate. Erin. Mamá. Pero Liam lo hacía parecer muy noble y
hasta romántico.
—Probablemente todos están contactando contigo ahora porque te
soltaste —prosiguió Liam— Siempre sucede así. Aquello a lo que te
resistes, persiste. Cuando dejas de luchar, aquello que has estado
alejando de pronto se ve atraído hacia ti. Es como una ley de la física.
—Sí —respondí, y me puse de pie para cederle la computadora a Liam—
. Es la física.
Mientras Liam se acomodaba en la silla frente al escritorio, decidí ir a la
sala de arte para ver si encontraba algunos lápices pastel para colorear
algunos de los dibujos que había hecho. Además, necesitaba tiempo a
solas para pensar en lo que Liam acababa de decirme. Ashrams. Física.
Eran muchas cosas que asimilar y me inquietaba sentirme tan insegura
respecto de mi futuro.
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Estaba de rodillas, hurgando en el armario de los materiales, cuando
Joe entró detrás de mí.
—Hola —dijo—. ¡India Jane en la sala de arte! ¿Has estado trabajando?
—¡Ah! Sí. No. En realidad, no. Aún no hay nada que mostrar —balbuceé
mientras me ponía de pie.
Joe se sentó ante un escritorio cercano.
—¿Cómo van tus cosas?
—Bien. Sí. Es curioso: ahora que casi llega el momento de irme a casa,
me gusta estar aquí. He conocido a unas personas estupendas.
Joe asintió.
—Eh... sí. ¿Te refieres a Liam? Pasas mucho tiempo con él.
—Supongo, sí.
—Parece que se llevan muy bien.
—Sí, pero... no es mi novio ni nada. No como Kate y Tom.
—Sí. Los vi en el pueblo. Se los veía muy cariñosos.
—Creo que él le gusta mucho. Pero lo mío con Liam es diferente. Me
agrada conversar con él. Tiene una visión interesante del mundo.
—Sí, pero... bueno, no es necesario que hagas caso o creas todo lo que
dice, ¿sabes?
—¿A qué te refieres?
—Lo he visto en acción. Creo que se imagina como otro Sensei, un sabio
de la New Age, pero ni siquiera le llega a los talones a Sensei. Supongo
que sólo lo hace para atraer chicas.
—¡No es cierto! Eso es muy cínico.
—Bueno, puede ser muy persuasivo.
De pronto, tuve el presentimiento de que Joe había estado hablando
con Kate y que ella le había pedido que hiciera esto. Sentí una oleada de
fastidio. ¿Acaso me creen una tonta sin remedio? Primero mamá y luego
los chicos tratando de prevenirme, y ahora también Joe.
—Sé manejarme sola —repuse.
—Sí. Claro que sí. Es sólo que pasas muchísimo tiempo con él.
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—Es un amigo.
Joe me miró con una expresión curiosa.
—¿Un amigo? Bueno, está bien. Hasta luego, entonces.
—Hasta luego —respondí.
Los dos nos levantamos al mismo tiempo y casi nos chocamos las
cabezas. Pero no me reí como lo habría hecho normalmente. Quería que
supiera que estaba molesta con él y con todos los demás por meterse en
mis asuntos como si yo no supiera lo que estaba haciendo.
Este camino al paraíso, pensé, mientras caminaba hacia mi cabaña y
recordaba las palabras de Sensei, no es tan fácil como parece.
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Capítulo 16 Interrogatorio
lamaste a tu mamá, India? —me preguntó tía Sarah—.
Llama todos los días, pero dice que tienes el teléfono
apagado.
Aún faltaban cuatro días para volver a Londres y había entrado a su
oficina después del desayuno para ver si quería que hiciera algo. La
encontré ocupada, como siempre, en su escritorio.
—Le envié un e-mail —respondí. Pero no le dije cuándo. En realidad, lo
había hecho dos días antes y ni siquiera me había fijado si ella o papá
habían respondido.
Tía Sarah me miró con preocupación en los ojos.
—¿Estás bien, India? —me preguntó—. Te veo un poco pálida.
Asentí.
—Sí. Absolutamente sensacional. Nunca estuve mejor.
En realidad, me sentía cansada pero no se lo dije. Eso de levantarme al
alba todos los días para meditar, además del sueño interrumpido por la
noche cuando Kate llegaba tarde, empezaba a afectarme, pero estaba
decidida a seguir con mi nueva rutina y a los demás no parecía
molestarles. Quería superar mi debilidad.
Tía Sarah pareció incómoda por un momento.
—¿Quieres... hay algo de lo que quieras hablar?
—¿Como qué? —pregunté.
—Cualquier cosa que esté molestándote. Puedes contar conmigo —dijo,
y luego rió ligeramente—, aunque no siempre se note.
—Nada me molesta. Ya no. En serio.
—¿Entonces sí hubo algo que te molestaba?
—Sí... No.
—¿Puedo decirte algo personal, India?
—Sí, claro.
—¿L
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—Bien. Es posible que esté totalmente equivocada, pero... bueno...
últimamente pareces tomar las cosas muy en serio. No eres la misma.
—Puede ser. He encontrado algo que significa mucho para mí.
—Ah, sí. El grupo de meditación.
—Sí. Incluso estuve pensando en ir a la India y ver cómo es vivir en un
ashram.
—¿Un ashram? No, India. Tú no. Un ashram es para un tipo muy
particular de persona, para los renunciantes...
—¿Qué es un renunciante?
—Alguien que renuncia a las cosas mundanas, no alguien como tú,
India. Te conozco desde que eras pequeñita. A ti te gusta demasiado la
vida para aislarte del mundo.
—Tal vez he cambiado. La gente cambia.
Tía Sarah no parecía convencida.
—¿Has hablado de esto con tu mamá o tu papá?
Meneé la cabeza.
—Aún no. De todos modos, sólo lo estoy pensando y cumpliré dieciséis
años el próximo...
Tía Sarah aún se veía sorprendida.
—¿Un ashram? —repitió—. Pero ¿por qué?
—Siento que la gente del grupo de meditación realmente me acepta y
me gustaría investigar un poco más ese estilo de vida.
—¿Que ellos te aceptan? ¿Acaso no te sentías aceptada?
—Sí. No... —El interrogatorio de tía Sarah me estaba poniendo
incómoda al punto de que me costaba expresarme—. Bueno, me
enviaron aquí contra mi voluntad, ¿no?
—Ah, así que es eso. Sigues enfadada por eso.
—¡Enfadada! ¿Yo? De ninguna manera... —Maldición, pensé. Otra
persona que no me entiende. Katepiensa que soy aburrida, ¡y ahora tía
Sarah piensa que estoy enojada! Enojada, ¡ja! Lo estaba, pero ahora me
es indiferente. He dejado muy atrás toda esa negatividad y estoy
avanzando en la dirección opuesta, hacia la paz. Al menos, eso creo—.
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¿Con quién podría estar enojada? Este lugar es un paraíso. Tú me has
tratado maravillosamente.
Tía Sarah parecía preocupada.
—¿Sí? Después de lo que acabas de decir, siento que tal vez no te
dediqué suficiente tiempo, y sé que Kate pasa la mayor parte de su
tiempo con Tom.
Ah, así que por eso se opone tanto a la idea de un ashram, pensé. Se
siente responsable por mí y no quiere que mamá la culpe si me escapo.
—No, en absoluto —le dije—. Hice muchos nuevos amigos. Como te dije,
ahora me siento en casa aquí. En serio. No estoy nada enfadada
contigo.
—No me refería a que estuvieras enfadada con alguien de aquí—aclaró
tía Sarah—. Maldición. Ahora te he fastidiado. Mira, olvida que te dije
nada, ¿de acuerdo? Estoy metiéndome en cosas que no son asunto mío.
Cuando nos separamos, me sentía alterada por nuestra conversación,
de modo que fui en busca de Liam, que había llegado a ser mi
confidente total. Estaba sentado en la galería frente a su cabaña,
bebiendo té de menta, y me invitó a acompañarlo.
—Toda mi vida se ha puesto de cabeza desde que estoy aquí —le dije,
mientras me sentaba a su lado—. Tenía muchos planes para mi regreso
a Londres. Cosas buenas: ir de compras, explorar la zona. Cosas no tan
buenas, como empezar en una nueva escuela, el trauma de hacer
nuevos amigos, ser la chica nueva. Pero ahora siento que he cambiado
mucho y ya no estoy segura de cómo será nada, ni siquiera mi regreso a
casa.
Liam asintió y me sirvió té.
—No te preocupes por no conocer gente; en Londres, hay muchísimos
seguidores de Sensei en tu zona. Ellos te cuidarán. Ahora somos tu
nueva familia.
Extendí la mano y estreché la de Liam con afecto.
—Gracias. No sé qué habría hecho sin ti estas últimas semanas.
Liam sonrió.
—Ha sido un placer. Mira, tengo que irme. Tengo cosas que hacer, pero
puedes quedarte aquí, si quieres. No hay prisa.
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—Gracias —respondí.
Cuando se fue, bebí un sorbo del té de menta y sentí que me invadía
una tristeza abrumadora. Si bien una parte de mí se sentía bien
durante la meditación, otra parte se sentía vacía. Sola. Ansiaba ser
como Sensei, como Liam, como los demás seguidores, que se veían tan
serenos y felices, no como me había descrito tía Sarah, seria y enojada.
¡Enojada! Era obvio que aún me quedaba mucho camino por recorrer.
Me quedé un rato en la galería de Liam, hice un poco de meditación y
luego fui a hacer mis tareas en el complejo. Luego de eso, almorcé y
pasé el resto del día en la playa. Nadé un poco. Dormité un rato.
Caminé por la costa, ida y vuelta. La sensación de melancolía seguía
conmigo. Traté de alegrarme con pensamientos de viajar a la India al
año siguiente y de vivir en un ashram por un tiempo. No era necesario
que me quedara allí para siempre, ¿verdad? Sería algo nuevo. Algo que
no conocía. Sería ambas cosas, pero también sería mi decisión. Tenía
que hacerlo. Averiguar si allí había algo para mí.
A medida que avanzaba la tarde, los huéspedes del centro empezaron a
subir la pendiente hacia sus habitaciones. Yo me quedé allí. No estaba
de humor para tener compañía.
Cuando la playa quedó vacía, saqué el pan de pita relleno que me había
quedado del almuerzo y estaba a punto de darle un mordisco cuando, a
mi derecha, noté que alguien venía por la playa hacia mí.
Probablemente alguno de los huéspedes, que se olvidó una toalla o algo,
pensé, mirando en esa dirección. Pero había algo en la forma de
caminar de la persona, en su postura, que me resultaba familiar.
¡Dios mío!
—¡PAPÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁ!
¡Era mi papá! Me puse de pie de un salto. —¡PAPÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁ!
Realmente era él. Mi papá. Enorme, como siempre. En la playa de
Skiathos. Caminando por la arena. Me vio y empezó a correr, y cuando
llegó hasta mí, me atrapó en un gran abrazo de oso y me apretó con
fuerza.
Y entonces empezaron las lágrimas. Una oleada tras otra. No sabía de
dónde venían, pero no podía detenerlas. Papá sólo me abrazaba y me
acariciaba el cabello. Me sentía tan bien con él allí. Sentir sus brazos a
mi alrededor. Inhalar su aroma familiar (una mezcla de cedro, lima y
vellón limpio). Me sentía segura a su lado.
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Al cabo de un rato, cuando las lágrimas disminuyeron, papá me soltó,
se alejó un poco y me observó largamente.
—Entonces, ¿cómo está mi nena, eh?
—Yo... estoy bien —respondí, y luego reí y miré la arena, porque
acababa de pasar los últimos minutos llorando como si nada estuviera
bien.
Papá me indicó con un gesto que nos sentáramos. Me rodeó con un
brazo y, por un momento, ninguno de los dos dijo nada. Nos quedamos
mirando el mar y luego hablamos. Y hablamos. Aunque principalmente
era yo quien hablaba. Le conté todo: que me había sentido ignorada y
enojada porque me habían enviado lejos de Londres. Que me había
sentido sola y que había descubierto a Sensei y quería viajar a la India.
Papá me escuchaba, pensativo, y no me interrumpió ni trató de
defenderse.
—Y ¿por qué no me dijiste nada de esto? —me preguntó cuando
terminé.
—Lo hice. Juro que lo hice, cuando estábamos en Londres. No me
escuchaste. Ya no parecías interesado. Lo único que quiero, desde hace
muchísimo, es quedarme en un mismo sitio. Tener una familia normal,
amigos y un hogar, pero parecía que a nadie le importaba lo que yo
quisiera. Ni siquiera me preguntaron nada.
—¿Dices que quieres un hogar, pero después dices que quieres viajar a
la India?
—Sólo porque... necesito saber que tengo mi lugar y pensé que tal vez...
mi lugar ya no estaba con mi familia, que yo ya no les importaba. Yo...
pensé que tal vez... ya no me querías.
Papá quedó totalmente desconcertado. Por una vez, mi papá, que era de
emitir sus opiniones a toda voz, se quedó callado. Se lo veía muy triste,
y luego tomó una de mis manos entre las suyas.
—Tú debes hacer lo que tengas que hacer y encontrar tu propio camino,
pero debes saber también que, para mí, vales más que mi propia vida.
Eres mi Chica Canela. Pensé que lo sabías.
Una vez más, afloraron las lágrimas; meneé la cabeza y él volvió a
abrazarme contra su hombro.
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—No lo parecía cuando me enviaste aquí. Realmente pensé que no te
importaba.
—Claro que me importas —respondió—, y mucho de lo que dices es
verdad. Estaba pensando en mí. Es cierto. En mi trabajo. En cómo
mantendría a mi familia. Pero también pensaba en ti. Pensé: mi nena
está creciendo. Es una adolescente. Casi una mujer. Necesito
apartarme un poco. Darle su lugar en vez de estar encima de ella. Que
tenga su espacio para respirar y encontrarse a sí misma.
Me aparté y lo miré.
—¿Espacio?
Papá asintió.
—Parece que leí el manual equivocado. Entendí todo mal. Parece que te
di demasiado espacio, ¿eh?
Nunca se me había ocurrido que mi papá estuviera tratando de hacer lo
correcto, y al pensarlo, empezó a disiparse el enojo que había sentido
hacia él. Era un ser humano, que trataba de hallar su camino, como
todos. No era perfecto. A veces se equivocaba, pero sí me quería. Me
quería. Y eso era lo que importaba.
Papá se inclinó y me acercó más a él, de manera que volví a apoyar la
cabeza en su hombro.
—Mi nenita. ¿Cómo no me di cuenta? India, lo siento. En el futuro,
siempre debemos hablar. No dejarlo hasta que sea demasiado tarde.
Siempre hablemos.
Frente a nosotros, el ocaso empezaba su espectáculo diario
encendiendo el horizonte con sus colores brillantes.
—Otra puesta de sol —dijo papá.
—Nuestro momento preferido del día —respondí.
Nos quedamos contemplándolo como lo habíamos hecho tantas veces,
en tantos países.
—Te eché de menos —dijo papá, cuando por fin el sol desapareció bajo
el horizonte.
—Yo también te extrañé —respondí— Y apenas acabo de entender
cuánto.
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Capítulo 17
Regreso a casa
l vuelo B413 inicia su embarque por la puerta 3”, se oyó el
anuncio por altavoz.
—Aquí vamos de nuevo —dijo Kate, mientras se echaba el
bolso al hombro, y nos encaminamos juntas hacia la puerta de
embarque.
Estaba ansiosa por llegar a casa.
Papá se había quedado en Grecia dos días más. Estar con él me había
hecho comprender que la semana pasada, desde que mamá había
regresado a Londres, tampoco había sido fácil para él. A papá le
encanta viajar, pero con su familia, y él también había estado lejos de
todos nosotros y en una situación nueva. Yo no era la única. Una vez
que hablamos de todo y ya no quedaba más que decir, lo pasé
estupendamente mostrándole la isla. Tía Sarah nos dejo llevar el auto y
paseamos por el pueblo, las playas, los comercios, los cafés, y al fin
pude comer en el pequeño restaurante que había visto en mi primer día
en la isla, el de la vista deslumbrante de la bahía, donde me había
imaginado con Joe. Bueno, no fue con él. Pero no importaba. Papá era
excelente compañía y pasamos un rato fabuloso juntos. Anteayer había
tenido que regresar a la gira, pues el hombre que lo había remplazado
tenía que retomar otro trabajo.
No me importó cuando nos despedimos, pues de nuevo estábamos bien
entre nosotros y porque sabía que pronto yo estaría en casa y él
regresaría en octubre. Estaba ansiosa por volver a Londres, y esperaba
que mamá y los muchachos fueran al aeropuerto a recibirme. Sería
genial volver a verlos a todos.
Robin y Tom habían regresado unos días antes, por lo que Kate estaba
en un estado de semiluto, pero Joe estaba en el mismo vuelo que
nosotras.
—Esta vez no traigo yogurt —le dije, cuando se nos unió en la fila para
abordar el avión.
—Y ¿cómo están los piojos? —preguntó, con una sonrisa.
—Ya no están, gracias. Aunque nunca los hubo.
“E
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—Ya lo sabia —respondió—. Pero era divertido hacerte enojar.
Le di un puñetazo juguetón.
Una vez en el avión, Kate se acomodó en el asiento del pasillo, se puso
los auriculares del iPod, cerró los ojos y, cuando el avión atravesó las
nubes tras el despegue, ya estaba dormida. Por destino o por azar, me
tocó el medio y Joe estaba junto a la ventanilla.
—Siento que esto ya lo he vivido —le dije.
—¿Quieres que cambiemos? —preguntó, indicando su asiento.
Meneé la cabeza y eché un vistazo a Kate.
—No quiero hacer nada que moleste a la bella durmiente. Necesita
recuperarse de sus vacaciones.
Joerió.
—¿Y tú? ¿Necesitas recuperarte?
—Sí y no —respondí, mientras Joe miraba el folleto para ver qué
películas había—. Pero me alegro de volver. Cuatro semanas fueron
suficientes. ¿Y tú?
—Y yo, ¿qué?
Era la primera vez que hablábamos desde aquella escena incómoda en
la sala de arte, unos días antes, y esta vez ninguno de los dos podía
levantarse y salir. Decidí aprovechar para preguntarle todo lo que
quería saber.
—Hmmm, ¿JoeDonahue? ¿Por dónde empiezo? De acuerdo. ¿Siempre
has sido tan solitario?
Joerió.
—¿Solitario? ¿Yo? No. ¿Qué te hace pensar eso?
—En Séptimo Cielo pasabas mucho tiempo solo.
Joe quedó pensativo.
—Supongo que sí.
—Kate me dijo que en Londres te gustaba divertirte. ¿Qué pasó?
—Me gustaba divertirme.
—¿Ya no?
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Joe se encogió de hombros y miró por la ventanilla.
—No estoy seguro.
—Lo siento. Eh… si no quieres hablar…
Joe se volvió hacia mí.
—No. No hay problema, India. No. Kate tenía razón. Me gustaba mucho
pasarla bien. Alcohol. Drogas. Chicas. El problema fue que todo tiene
su precio. Y fueron mis notas en la escuela. Mi relación con mamá y
papá, sin mencionar mi relación con algunas de las chicas.
—Seguro —lo interrumpí, recordando lo que había dicho Kate acerca de
que era un rompecorazones.
—Y, para serte sincero, estaba llegando un punto donde ya no me
divertía, ¿sabes? Cuando te das demasiados gustos, pierden su
atractivo. Como en Navidad, por ejemplo, demasiado chocolate y
dulce…
—Noooooooo. Nunca se puede comer demasiado chocolate —repuse
riendo—. Pero entiendo a qué te refieres. Puedes llegar a un punto en
que piensas que si ves otro pastel, vas a vomitar.
—Sí. Demasiado de todo, y todos lo hacen, pensando que así van a ser
felices, pero no lo son. Tu maestro, Sensei, un día dijo algo que me
pareció muy sensato: si uno se empeña en buscar la felicidad en los
placeres de la vida, se pierde el significado. Pero, por otra parte, si se
empeña en buscar la felicidad a través del significado de la vida, se
pierde el placer. Hay que encontrar un equilibrio.
—Eso me gusta —observé—. Moderación.
—Si. Dijo algunas cosas buenas. Él me agradaba. Aunque no estaba
muy seguro de algunos de sus seguidores.
—No sé por qué, pero presiento que te refieres a Liam.
Joe sonrió.
—Sí. Ya me enteré de su rutina: todo eso que dice acerca de que la
oscuridad en ti se resiste, cuando no quieres aceptar algo que él dijo.
Eso es manipulación.
—Cuando mayor es la luz, mayor es la oscuridad que la rodea. Eso me
dijo.
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—Y es verdad en cierto nivel pero, demonios, podrías decir que
cualquier cosa es la oscuridad en ti, si no quieres hacer algo. ¿No
quieres comer verduras? Ah, es la oscuridad en ti. ¿No quieres ir a la
escuela? Es la oscuridad. ¿No quieres darme un beso? Ah, es la
oscuridad en ti.
Reí.
—Sí. Puede ser.
—Tienes que admitir que podía ponerse muy intenso.
—Era muy persuasivo.
—Ya lo creo —dijo Joe—. Creo que, simplemente, estábamos en cosas
distintas. Opuestas. Pero ninguna de las dos sirve.
—¿A qué te refieres?
—Yo me dedicaba a los placeres; él hacia lo contrario: la renunciación.
—Yo también, por un tiempo —comente—. Tía Sarah dijo que me veía
muy seria. Kate dijo que me había vuelto aburrida.
Joerió.
—No es de lo más diplomática, tu prima. Pero algunas veces que te vi
durante la semana pasada, me pareciste… bueno, un poco apagada,
como si estuvieras tratando de ser feliz pero no lo fueras, y por eso traté
de prevenirte que no te dejaras arrastrar tanto. No es la primera vez que
veo a Liam acosar a la gente. Pero es tu viaje, no necesariamente el de
los demás. Eso era todo lo que quería decirte aquel día: que no dejaras
que te convenciera de nada que no quisieras hacer por tu cuenta. En
cambio, Sensei era diferente. Él nunca trató de convencer a nadie de
hacer nada. Él deja que la gente haga lo suyo, que encuentre su propio
camino.
—Yo no voy a hacer nada que no quiera… —Y era verdad. Me sentía
libre de Liam y, en cierto modo, sentía pena por él. Lo había visto triste
al despedirnos. Creo que sabía que, a pesar de nuestra promesa mutua
de mantenernos en contacto, yo no lo haría; que, desde la visita de
papá, él había dejado de tener poder sobre mí, como si yo hubiera
despertado del hechizo—. Pero ¿y tú? ¿Crees que encontraste tu
camino?
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—Estoy cerca. Mamá y papá me dieron un ultimátum. O me reformo, o
me voy. Elegí reformarme. Aún me queda un año de escuela y después,
con suerte, la universidad.
—O te reformas o te vas. Nunca hablaste de eso. Yo pensaba… bueno…
pensaba que tú…
—Para serte sincero, India, en el comienzo de las vacaciones, no sabía si
me iría bien en Grecia. No sabía si iba a quedarme allá o a escaparme.
Hubo días en los que estuve a punto de huir. Necesitaba pasar tiempo a
solas, para ordenar mi mente. Antes nunca me había dado cuenta, pero
ese lugar que tiene tu tía y mi mamá es realmente bueno para ir…
—Cuando estás en una encrucijada —terminé la frase por él—. Allá
conocí a mucha gente estupenda que estaba en un momento crucial de
su vida.
—Sí. Yo también. Eso es lo que tiene de bueno. La gente puede ir allá
para escapar. Para pensar las cosas y luego retomar su vida. Lo que no
me parece tan bien es cuando la gente se escapa y usa la vida espiritual
para huir de algo. De esa gente se aprovecha Liam. Parece que presiente
que son vulnerables o algo así.
—Puede ser. Pero pronto aprenderán que llevan consigo toda la
infelicidad que sienten, que no pueden escapar. Como me pasó a mí
cuando empecé a meditar: allí me di cuenta de qué había estado
escondiéndome. Estaba enojada y me sentía sola, pero todo estaba
dentro de mí, no podía escaparme. A la larga uno tiene que enfrentarlo.
—Si. La felicidad es un estado mental, ¿no? Supongo que se puede
estar en el cielo o en el infierno en una playa en el paraíso, o en una
calle transitada a la hora pico, según el estado mental que uno tenga.
De nada sirve escaparse a un ashram lejano, como Liam siempre quiere
que todos hagan. ¡Yo creo que es por que no quiere ir solo!
Reí.
—Sí, puede ser. Si va a seguir el sendero solitario, quiere asegurarse
que haya mucha gente con él.
Joe también rió.
—Así estarían solos todos juntos.
—Sí. Pero voy a seguir meditando; sólo que prefiero hacerlo en mi casa
de Notting Hill. Estoy de acuerdo contigo. No creo que haya que estar en
algún lugar supuestamente espiritual para que dé resultado. Antes de
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mi partida, Sensei dijo que el reto consiste en vivir e el mundo real y ser
feliz. Dijo que tenemos que ser como un loto, que tiene las raíces en el
lodo pero florece por encima del agua.
—Supongo que sí —dijo Joe—. No dejarse arrastrar hacia el lodo. Buena
imagen, aunque no pienso repetírsela a mis amigos. ¿Te imaginas si
bajo del avión diciendo que soy un loto? Van a pensar que me volví loco.
—Sí —respondí—. Mi amiga Erin pensó eso, y supongo que llegué a
ponerme un poco evangélica con ella. Realmente pensó que había
perdido la cabeza.
—¿Y la habías perdido?
—No. Bueno, sí, pasé por algunas cosas. Como muchas de las personas
que estaban en la isla, yo también estaba en una encrucijada, pero creo
que ahora sé hacia dónde voy. Erin sabe que no me uní a los chiflados;
al menos, no por ahora. Hablamos antes de salir hacia el aeropuerto, y
vendrá a visitarme en el otoño, espero.
Pasamos el resto del vuelo conversando y, cuanto más hablábamos,
más me gustaba. Igual que Liam, se notaba que Joe había pensado
mucho en las cosas, pero a diferencia de él, no sentía que estuviera
tratando de convencerme de que pensara a su manera. Además, tenía
un sentido del humor muy sano respecto de todo aquello. Esperé que yo
también le gustara. Me parecía que sí pues, cada tanto, asentía como si
estuviera de acuerdo con lo que yo decía, y creo que logré expresar mis
pensamientos y mostrarme más como soy y no como la idiota incapaz
de articular dos palabras que había sido en nuestros primeros
encuentros. Cuando bajamos del avión y recogimos nuestro equipaje,
sentí que habíamos establecido una conexión. Una verdadera conexión.
Que, aunque habíamos pasado muy poco tiempo juntos en Grecia,
habíamos compartido algo, un viaje paralelo.
—Será raro estar otra vez en Notting Hill —dijo.
—Sí. Y todo es aún relativamente nuevo para mí —respondí, mientras
nos dirigíamos con nuestros carritos hacia el cartel de Nada que
declarar y luego salíamos al área de llegadas, donde había mucha gente
esperando a los pasajeros. Observé que Kate se mantenía
diplomáticamente un poco más adelante que nosotros—. Apenas
empezaba a conocer Londres cuando me enviaron lejos.
—En ese caso, tendré que mostrarte algunos lugares —dijo Joe—. Sé
dónde vives y todavía quiero ver algunas de tus pinturas.
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—Sí, genial. Cuando quieras… —Y entonces no pude resistirme—.
Oye… ¿de qué signo eres?
—Acuario. ¿Y tú?
—Géminis —respondí, y no puede evitar una sonrisa, porque sé que los
dos son signos de aire y muy compatibles.
—Géminis. Es el signo de los gemelos, ¿no? —preguntóJoe.
—O de los esquizofrénicos. Depende cómo lo mires… —Luego di un
paso al costado, miré hacia el punto donde había estado antes y dije
con voz grave—: No, depende cómo lo mires tú. —Volví a donde había
estado antes y dije con voz aguda—: No, depende cómo lo veas tú.
Joerió.
—Estás loca —dijo. De pronto se detuvo, apoyó una mano en mi brazo
y dio un paso hacia mí. Cuando me miró a los ojos, percibí su aroma,
un limpio aroma cítrico, y sentí aquel hormigueo en el estómago que
había tenido al verlo por primera vez. Tenía unos ojos hermosos. Ahora
que estaba tan cerca, pude ver que tenían un color asombroso: verdes,
con un círculo azul en el borde externo del iris. Sentí que empezaba a
ruborizarme. Me sonrió, cerré los ojos e incliné la cabeza hacia él. Iba a
besarme. Lo sabía. Justo entonces, oí una voz conocida.
—¡Kate! ¡India!
Abrí los ojos y miré en la dirección de donde provenía la voz. Allí estaba
Ethan, a unos cien metros, abriéndose paso entre la multitud y
agitando la mano como loco.
Volví a mirar a Joe, que se encogió de hombros y sonrió. Siguió
mirándome a los ojos y volvió a inclinarse hacia mí. Cerré los ojos por
segunda vez y esperé que sus labios tocaran los míos, y… allí estaban.
¡En mi frente! Abrí los ojos y traté de disimular la decepción que sentía.
Aunque no tenía por qué preocuparme. Joe estaba mirando a alguien
por encima de mi hombro. Me volví para mirar. Un hombre apuesto,
cercano a los cincuenta años, lo saludaba de lejos.
Joe lo señaló con el mentón y se apartó un paso de mí.
—Mi papá —dijo.
Yo señalé con el mentón hacia Ethan, que estaba abrazando a Kate.
—Mi hermanastro.
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Joe dio otro paso atrás y ambos lanzamos una carcajada.
Y entonces nos miramos a los ojos una última vez y, sólo por un
momento, pareció que éramos las únicas personas en el aeropuerto, y
supe que él sentía lo mismo que yo. Sin dejar de mirarme, se adelantó y
me tocó la mano.
—Nos vemos —dijo.
Pensé que nunca me habían dicho nada más romántico en mi vida.
—Nos vemos —respondí. Logré mantener una expresión normal, pero
por dentro, una parte de mí daba volteretas en el aire.
Joe empezó a dirigir su carrito hacia donde estaba su papá.
—Te llamaré, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —respondí. No veía la hora de contarle a Erin las últimas
novedades. Que soy la reina de las chicas interesantes. Que había
tenido una buena conversación con Joe sin ponerme a decir idioteces.
Que los piojos y el yogurt derramado eran cosas del pasado. ¡Y que
habíamos hecho eso del magnetismo ocular tres veces!
Enseguida, Joe se había ido y Ethan había tomado su lugar y me tenía
envuelta en un abrazo de oso de bienvenida.
—Estás muy callada, India —observó Ethan cuando dejamos la
autopista y pusimos rumbo a Notting Hill—. ¿Estás bien?
—Sí. Muy bien —respondí.
Kate había vuelto a dormirse en el asiento trasero del auto mientras
Ethan y yo nos poníamos al día con las noticias. Habíamos
intercambiado todos los chismes y estaba muy contenta de verlo, de
verdad, pero no podía evitar cierta decepción de que no hubiesen ido
todos al aeropuerto a recibirme, o al menos mamá y Dylan. Traté de
hacer a un lado ese sentimiento, pero seguía allí, en el fondo. Pero no le
dije nada a Ethan; no quería que pensara que no apreciaba que hubiera
ido a recogernos.
El tránsito estaba pesado y Londres se veía gris y nublado después de la
luz y el sol de Skiathos. Todo el mundo parecía tener prisa, una masa
de gente dedicándose a sus cosas. Al observarlos, recordé algo que
había dicho Sensei en su última charla, y era que debíamos aprender a
ser seres humanos, en lugar de estar siempre ocupados haciendo cosas
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sin detenernos nunca para ser. Tomé nota mentalmente de hacerme
tiempo para detenerme y ser, practicando la meditación que me habían
enseñado. Trasladar a mi vida de Londres un poco de lo que había
aprendido en Grecia.
Al cabo de una hora, finalmente estacionamos frente a la casa y, un
momento después, empezó a llover.
Ethan nos dijo a Kate y a mí que corriéramos hasta la puerta mientras
él bajaba nuestro equipaje de la cajuela. Apenas subimos a la galería,
mamá abrió la puerta.
—Kate, India. ¡Por fin! Te extrañé mucho —dijo, mientras me hacía
pasar y me daba un fuerte abrazo.
Toda la decepción que había sentido al ver que solo Ethan había ido al
aeropuerto se evaporó cuando miré por encima de su hombro. Allí
estaban todos, en línea, de pie y sonriendo como tontos. Todos mis
parientes: Lewis, Dylan, Jessica, Lara y Eleanor. Los adultos parecían
tener en la mano varitas de incienso o estrellitas de Navidad y, por
alguna razón, las cortinas del vestíbulo estaban cerradas, lo que era
extraño pues apenas eran las cinco y aún era de día.
Mamá cerró la puerta, Dylan se dirigió al interruptor de luz y la apagó,
con lo cual la habitación quedó en penumbras. Luego volvió
rápidamente con los demás.
—¿Listo, Dylan? —preguntó Lewis.
—Listo. Uno, dos, ¡tres!
De pronto, cuatro llamas surgieron de cuatro encendedores y cuatro
manos encendieron las estrellitas. Mamá, Lewis, Jessica y Dylan
agitaron frenéticamente sus estrellitas en el aire. Al principio, pensé
que todos se habían vuelto locos, pero luego me di cuenta de que
estaban escribiendo algo, de a dos o tres letras cada uno.
Segundos más tarde, en la oscuridad se formaron las palabras
BIENVENIDAS A CASA.
El mensaje siguió flotando en el aire en letras doradas por un momento,
y luego se disolvió. Cerré los ojos un instante y aún lo vi escrito allí,
como una foto grabada en mi mente.
Alguien llamó a la puerta; mamá volvió a encender la luz y entró Ethan
con los bolsos. Luego Kate y yo quedamos envueltas en un abrazo
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familiar que parecía un scrum de rugby. Mamá, Lewis, Jessica, Dylan y
Ethan, con Lara y Eleanor abrazándonos las rodillas.
Estaba en casa.
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Continúa con…
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Cathy Hopkins Nació el 23 de enero 1953 en
Manchester. Es una novelista Inglesa,
más conocida por su serie libros de
adolescentes.
Es la autora de las exitosas series
Mates, Dates y ¿Verdad o
consecuencia?, y acaba de empezar una
nueva serie fabulosa llamada cinnamon
Girl. Vive en el norte de Londres con su
esposo y tres gatos: Molly, Emmylou y
Otis.
Cathy pasa la mayor parte de su tiempo encerrada en un cobertizo en el
fondo del jardín, simulando escribir libros, pero en su realidad lo que
hace es escuchar música, bailar a lo hippie y charlar con sus amigos
por correo electrónico.
De vez en cuando, la acompaña Molly, la gata que se cree correctora de
textos y le gusta caminar sobre el teclado, corrigiendo y borrando las
palabras que no le gustan.
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