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1. Es preciso advertir que el tema de esta lección pre­supone que la cultura n o es otra cosa que el precipitado laborioso de nuestro pasado. Que el Espiritu, que es el autor de esa cultura, al objetivarse tiene ante sí - c o m o dice Hegel' — todos los momentos deí pasado y que per­manece el mismo, aunque cada vez se revela con más ple­nitud. Sin este presupuesto, hablar del hoy de Polibio ca­recería de sentido e incluso el hablar de su ayer.

2. De otra parte, nuestro propósito no es tomarle en su complejidad: su problemática es grande y nuestra capa­cidad pequeña. Nuestro propósito es, por el contrario, ob­servar un punto concreto de esa complejidad poUbiana: el concepto c ichco de las constituciones polít icas y del devenir histórico. Ello c o m o primera travesía. C o m o se­gunda, examinar en lo posible la proyección de ese punto concreto en el pensamiento histórico occidental , reahza­do este pensamiento en Juan Bautista V ico , Hegel, Spen­gler y Toynbee . He aquí , de manera frontal, el objeto de esta lección. Sin embargo, para evitar que el concepto c i ­chco polibiano surja ante nosotros descamado y fuera del marco exphcativo que le confieren el propio Pohbio y su obra, se hace preciso dividir esta primera travesía en va­rias etapas. Todas ellas con vistas a apresar debidamente nuestro objeto.

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a) Pecularidad de la obra histórica de PoHbio.

6 ) IntencionaUdad originaria del libro VI, donde se encuentra la concepción cíclica de las const i tuciones.

c ) AnáHsis detallado de esta concepción cícUca.

3 . Vayamos con el primer apartado. Poübio ocupa un lugar relevante en la historiografía helénica. Dos fenóme­nos históricos, relacionados entre sí, enmarcan y exphci-tan su vida y actividad: uno , radical sin duda, fue la bata­lla de Pidna el año 168 a. J. C , en la que el cónsul roma­no Paulo Emilio venció al rey Perseo de Macedonia. Es­te acontecimiento separa su vida en dos vertientes bien delimitadas: en la vertiente anterior a dicha fecha, Poli­bio actúa y participa posit ivamente en la pol í t ica de su país a través de la liga aquea. En la vertiente posterior, ahora en Roma c o m o rehén, Polibio se muestra exce len­te observador, anclado en la experiencia vivida y al fin consumado historiador. El otro f enómeno radica en que, por esa peripecia vital que el historiador sufre y reahza, los sucesos históricos por él narrados emanan c o m o un panorama en el que va apareciendo ante sus mismos ojos la figura señera de Roma, cual marcada por el dest ino , al t iempo que se convierte en la fuerza centrípeta en torno a la que gira la realidad conocida. Así , pues, experiencia polít ica y mihtar en Grecia, observación e información de primera mano en R o m a y atalaya sinóptica en la irresisti­ble atracción polar de R o m a const i tuyen tres mojones que encuadran e i luminan en su propia perspectiva la obra histórica polibiana^.

4 . Pero esta obra histórica desde el punto de vista de su disposición presenta una característica especial digna de tenerse en cuenta. En e fec to , el per íodo narrado por

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Polibio comprende desde los sucesos iniciales de la prime­ra Guerra Púnica (año 2 6 5 ) hasta la destrucción de Carta-go y Corinto en el 146. Mas el propósito originario y cen­tral fue historiar la reahdad que va desde el año 2 2 0 hasta el 168, esto es , desde la segunda Guerra Púnica hasta la batalla de Pidna. De otro lado, en la obra, es decir, en la narración histórica, este proyecto ocupa desde el libro III hasta el X X X , habida cuenta de que los dos primeros li­bros forman una especie de introducción y los libros XXXI hasta el X L un t ipo de ep í logo donde se analiza el comportamiento pol í t ico de Roma con sus vencidos.

5. Pues bien, la característica especial de que hablá­bamos consiste en que la narración no se desarroha de forma continua, en paralehsmo dialéctico con los acon­tecimientos, sino que sufre dos interrupciones que ela­boran asimismo dos m o m e n t o s de reflexión sobre el pro­pio quehacer histórico: la primera se verifica en el hbro VI, la segunda en el XII. Pero la reflexión en uno y otro libro es de muy distinta naturaleza. En el libro XII, Poh­bio, al t iempo que critica al historiador Timeo , reflexio­na sobre las cuahdades propias de toda narración histó­rica y las exigencias que debe imponerse el historiador^. En el VI, en cambio, teoriza sobre la constitución polí­tica y en particular sobre la de los Romanos , pero tam­bién sobre la naturaleza de toda const i tución pol í t ica en sus fases de origen, apogeo, cambio y decadencia. Y es que comprendió, ya de manera formal y expl íc i ta , que una cosa es la reahdad histórica en sí misma, en cuanto res gestae, y otra muy distinta la historiografía, es decir, la narración de aquella reahdad. En el hbro XII se plan­tea la problemática del quehacer histórico, de la historio­grafía; en el VI, la problemática de la reahdad histórica.

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del proceso de los acontecimientos mismos. D ico tomía esta, por otra parte, que ya no se perdería nunca para el pensamiento occidental en su aspecto histórico.

6. Dejando a un lado la problemática del libro XII, que no importa ahora, cabe preguntar qué significa el m o ­mento reflexivo del Hbro VI dentro de la narración histó­rica en su conjunto. Con ello entramos en el apartado b). Y ya hemos insinuado que dicho libro trata primariamen­te de la constitución pol í t ica romana y secundariamente de la naturaleza rítmica de toda const i tución.

7. Pues bien, el propósito básico y originario de este libro lo revela el propio Polibio: comienza por decir que no ignora que algunos se extrañarán de que interrumpa aquí —en el inicio del libro VI— el hilo de la narración histórica para tratar de la constitución romana. Es que para mí - c i t o textualmente ahora (VI 1 ,24)— fue desde el principio una obligación y formó parte de mi plan ge­neral esto ... el conocer y aprender el cómo y mediante qué tipo de constitución casi todo el mundo habitado ... cayó bajo un único imperio, el de los Romanos. Ante es­ta determinación - c o n t i n ú a el autor (VI 1, 4 - 5 ) - no he encontrado un momento más oportuno que el presente para el conocimiento y apreciación de la constitución po­lítica de los Romanos. Y ciertamente el m o m e n t o para apreciar la excelencia de la pol í t ica romana n o podía ser más oportuno. La realidad histórica había colocado a Roma en una situación l ímite . En el plano de la narra­ción, el libro III termina con la derrota de los Romanos en la batalla de Cannas y con la persecución de Aníbal ante las mismas puertas de Roma. El lector se queda con esa situación amenazante y es llevado a presenciar los

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acontecimientos de Asia y Grecia descritos en los libros IV y V. En la Hélade, particularmente, se desarrolla la guerra de los aliados que termina con la paz de Naupac-to a raíz de la cual Filipo de Macedonia, según Polibio (V 89 ) , concibió el proyecto de una alianza con los Car­tagineses. Y éstos —puntualizamos nosotros— estaban a las puertas de Roma. El m o m e n t o fue, sin duda, crucial para los Romanos . De aquí que el libro V acabe (V 1 1 1 , 10) con esta frase: Expondremos a continuación - e n el libro VI, por s u p u e s t o - que fue la peculiaridad de su sistema político lo que permitió a los Romanos ... vencer a los Cartagineses y concebir el proyecto de la conquista del universo.

8. Es evidente, por tanto , de un lado que la intencio­nalidad originaria del libro VI consiste en analizar la cons­titución romana en la idea de que fue ella la causa supre­ma y profunda de la realidad histórica narrada; y de otro , que este libro, lejos de constituir un m o m e n t o reflexivo aislado, como un islote estéril en la narración histórica, se engarza por el contrario en la misma narración que a su vez exphca y a la que da sentido.

9. Con t o d o , en su apogeo y peculiaridad, esa consti­tución polít ica romana, cuya descripción ocupa la parte central del libro VI, es una realidad resultante, una reali­dad que ha llegado a ser tal a partir de estadios anteriores y de combinaciones de e lementos más simples. Al estu­dio de estos estadios y e lementos simples y a su devenir c ichco se dedican los diez primeros capítulos y alguna que otra referencia a m o d o de introducción teórica y etiológica. Y es aquí, en este contex to y perspectiva, sin duda significativos, donde Pohbio presenta, primero, su célebre teoría del proceso c ichco o , con la terminología

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del autor, la anaciclosis de las const i tuciones; segundo, la naturaleza de la constitución mixta; y tercero, la dimen­sión biológica inserta en la vida y en las cosas, pero tam­bién en los sistemas pol í t icos . Tres m o m e n t o s que desa­rrollan el apartado c). Nos encontramos realmente en la etapa principal de esta primera travesía.

10. Muchas páginas importantes se han escrito en tor­no a este proceso cícHco de Poübio . El f enómeno , sobre todo por sus repercusiones posteriores, bien las merece. Por nuestra parte, comenzamos por la anaciclosis, pues así procede el autor. Este, en primer lugar, presenta y dis­cute el número de e lementos simples que habrán de inter­venir en el proceso y ofrece (VI 3 , 5 ss.) las const i tucio­nes polít icas simples y originarias de "realeza", "aristo­cracia" y "democracia". Todas ellas históricamente do­cumentadas y de todos conocidas. Pero en seguida intro­duce dos objeciones: a) que ni son las mejores y más per­fectas, porque hay que decir que la constitución pol í t ica óptima -àpioTTiv- resulta del sincretismo de lo más pro­pio de aquellas tres mencionadas, c o m o las de Licurgo, Cartago y los Romanos en la época de Aníbal; b) que tampoco son las únicas, pues junto a aqueüas se realizan otras, semejantes en apariencia, pero que en verdad cons­tituyen su degeneración, c o m o la "tiranía", "oligarquía" y "oclocracia". Se trata de dos series paralelas, cada una en su nivel ét ico , que se corresponden en sentido vertical: a la realeza corresponde la tiranía; a la aristocracia, la oligarquía; y a la democracia, la oclocracia o gobierno desordenado de la muchedumbre.

11 . Sin embargo, junto a estas d o s series de regímenes y junto al sistema compuesto o m i x t o , el historiador ins­tala, c o m o principio y en cierta manera fuera de los ante-

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riores, otro sistema, μοναρχία, que, para evitar posible pa­

ralelismo con la realeza, traducimos por gobierno de uno solo. Este tiene lugar espontánea y naturalmente, άκα­

τασκεύως καΐ φυσικώς (VI 4 , 7 ) , y en él se const i tuye je­

fe, por necesidad, el que sobresale en fortaleza fisica y en valor. Por lo cual nos encontramos de entrada con o c h o constituciones. Pero, pese a e h o , Polibio (VI 4 , 6) dice ta­

jantemente al respecto: En consecuencia hay que hablar de seis tipos de constituciones políticas. Es claro, por lo demás, que el historiador se refiere sólo a los sistemas simples incluidos en las dos series mencionadas. Con to­

d o , en principio se observa una incongruencia que exige una exphcación que, por ahora entre paréntesis, vendrá después.

12. En segundo lugar, de manera concreta y rápida, presenta la distinción entre forma originaria y su forma degenerada correspondiente. Pues ­d i ce— con frecuencia la tirania recibe el nombre de realeza y parece que tie­

nen algo en común. Pero su contenido es m u y distinto: la realeza sólo se verifica (VI 4 , 2) cuando fermenta de la elección voluntaria de los ciudadanos y es gobernada más por la razón que por el miedo y la fuerza. Tampoco hay que confundir oligarquía con aristocracia: ésta tiene lugar (VI 4 , 3) cuando es constituida por la elección de los hombres más justos y prudentes. A su vez conviene distinguir la democracia de la oclocracia: ésta (VI 4 , 4) aparece siempre que el populacho se vuelve señor de ha­

cer lo que se proponga y le venga en gana, mientras que en la democracia, donde prevalece la opinión del mayor número, se respeta a los padres, se venera a los ancianos y se obedece a las leyes.

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13. Ciertamente no puede negarse que estas noc iones y significados formaban parte del acervo cultural y pol í­t ico del pensamiento griego. Pero el propósito de Polibio es muy sencillo: delimitar con marco claro y preciso los seis t ipos simples de regímenes po l í t i cos , pues, si se quie­re observar un proceso cícl ico en toda su pureza, los ele­mentos dialécticos en juego han de presentar unos contor­nos fijos y estables, al igual que los piñones en un engra­naje. De lo contrario, en el proceso tan sólo se producen confusión, ruido y mezcla, no movimiento r í tmico . Radi­ca aquí sin duda su interés en dejar claro tanto el número de t ipos de constituciones c o m o sus características distin­tivas, lo que resulta c o m o un pequeño prólogo donde se han reunido y clasificado los materiales que han de fra­guar el armazón del proceso c í chco , esto es, la anaciclo­sis.

14. Y así es. Concluida esta preparación, el autor nos introduce directamente en su teoría. Mas su redacción re­sulta, a primera vista, extraña. Casi podría decirse que se dan dos versiones: una breve, casi de relámpago ; otra más amplia y detallada. De hecho , sin embargo, nos hallamos ante dos perspectivas distintas: en la primera versión el proceso es contemplado en un plano de pura realización; sólo se dice el orden en que van apareciendo las distintas constituciones. En la segunda el proceso es contemplado en un plano de causalidad: se analiza por qué se suceden aquéllas en ese orden y no en otro dist into. Dos perspec­tivas pertinentes en la concepción historiográfica polibia-na, pero cuya distinción se hace innecesaria para noso­tros. Indiferentemente nos serviremos de ambas versiones.

15. Y pienso que el siguiente t ex to (VI 4 , 7-11) es el que con mayor acierto pulsa el corazón de la anaciclosis.

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Dice así: La monarquía -es decir, el gobierno de uno so­lo- es el primer sistema que espontánea y naturalmente se establece; a éste le sigue y de él se engendra, de forma preparada y con corrección de sus defectos, la realeza. Pero, cambiando ésta en los vicios que le son connatura­les, viene a dar en la tiranía y a su vez de las ruinas de una y otra -esto es, de la realeza y tiranía- nace la aris­tocracia. Y ésta, a continuación y siguiendo a la natura­leza, se vuelve oligarquía, y cuando la multitud se irrita ante las injusticias de sus gobernantes, se engendra la de­mocracia. Y, de nuevo, a causa de la insolencia y menos­precio a las leyes por parte de la democracia, con el tiem­po llega a la plenitud la oclocracia.

16. El t ex to es , sin duda, extraordinario, pero incom­pleto , pues, para que el proceso cíc l ico se verifique en su redondez, es decir, se cierre sobre sí mi smo , es preciso que de la oclocracia surja de nuevo la monarquía o go­bierno de uno solo. Y ciertamente el lo no se explícita aquí, pero sí al final de la segunda versión, después del análisis de la oclocracia. Se mantiene ésta hasta que, su­mida en una total degeneración salvaje, encuentra de nue­vo un amo y monarca, beaitÓTriv KOI pbvapxov (VI 9, 9 ) . Es evidente que así el ciclo se cierra, esto es , el final, el sistema de uno solo , es a su vez el principio y viceversa; y en medio se produce un proceso r í tmico que consiste en la degradación de un régimen simple seguido de una nueva ascensión en otra forma simple originaria. T o d o ello además conforme a naturaleza, Kara ipüaiv, y a ra­zón, Kara Xáryov. He aquí en desnudo la estructura de la concepción cícüca polibiana de las const i tuciones.

17. Pero la cuestión no es tan sencilla. Seamos un poco más severos con el t ex to . Ante t o d o cabe observar

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que Polibio baraja aquí no seis const i tuciones , sino siete: junto a realeza/tiranía, aristocracia/oligarquía, democra­

cia/oclocracia se añade la monarquía o gobierno de uno solo con la función precisamente de abrir y cerrar el ci­

clo. Ello nos lleva a considerar dos m o m e n t o s distintos e interesantes en el proceso, de lo que sin duda tuvo plena conciencia: un m o m e n t o interno en el que las constitu­

ciones simples se encadenan sucesivas y dependientemen­

te con la particularidad de que las formas originarias, pa­

ra instalarse en el proceso, requieren un impulso genéti­

co , casi un paso del n o ser al ser. Esta interpretación se ve apoyada por los términos empleados: jevvàrai "se engendra" en el caso de la realeza; φύεται "nace"en el de la aristocracia; y de nuevo jevvaTaLen el de la democra­

cia. En cambio , para que las formas degeneradas se veri­

fiquen, los vocablos empleados se integran más bien en un campo semántico de cambio o trueque: μεταβαλλού­

σης "cambiar" en el sistema tiránico; έκτραπείοης "vol­

verse" en el oligárquico; y significativamente άποπληρού­

ταί συν χρόνοις "con el t iempo llega la plenitud" en el sistema de la oclocracia. El f enómeno es sin duda relevan­

te . Y es que la existencia de lo bueno , de las formas pol í ­

ticas originarias, fermenta c o m o en un dolor de parto, mientras que la tiranía, oligarquía y oclocracia se produ­

cen precisamente en la relajación de las costumbres y de la vida, en el plano inclinado que toda obra humana, por buena que sea, lleva en sus entrañas.

18. N o ocurre lo mismo con el sistema de la monar­

quía o gobierno de uno solo . Este surge, tanto al princi­

pio c o m o al final del proceso, de un campo existen cial caótico, donde la vida discurre salvaje a m o d o animal. PoUbio (VI 5, 7) pone gran cuidado en insistir en este

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carácter caótico: Y los hombres reunidos -d i ce— siguen al más fuerte y animoso a la manera como lo hacen las bestias. El monarca, el amo, es, pues, el jefe que , apoyado en su fuerza física y valor, polariza las miradas del grupo. Por ello los términos empleados por él son diferentes de los anteriores: avviararaL "se establece" en un caso (VI 4 , 7); e¿pT/"se encuentra" en otro (VI 9 , 9 ) . El gobierno de uno solo no "se engendra d e " o "procede de", sino que brota c o m o jefatura en la vida salvaje. Const i tuye en verdad un e lemento exterior e independiente al proceso generacional interno pese a que , sin embargo, abre y cie­rra el ciclo.

19. Puede afirmarse que en la anaciclosis en su con­junto fermentan dos m o m e n t o s bien diferentes: uno ci­vilizado, donde la razón humana habita; otro salvaje, natural, donde la razón humana está c o m o en letargo. Con terminología hegehana diríamos que en el uno el Espíritu vigila sobre la Naturaleza; en el otro el Espíri­tu duerme en la Naturaleza. Se exphca ahora, de otra par­te, el número de seis constituciones: en la mente de Polibio hervía, sobre la atalaya romana, el m o m e n t o civilizado del hombre, no el m o m e n t o natural.

20 . Pero - y a lo hemos insinuado— habla también de otra const i tución, de la llamada mixta , compuesta de las excelencias virtuales de los regímenes de realeza, aristo­cracia y democracia, referida en particular a Roma a par­tir del siglo II a. J.C. Se trata de una const i tución en la que se busca el equilibrio de las distintas fuerzas que la integran: los cónsules eran impotentes sin el consenti­miento del pueblo y la colaboración del Senado; éste, el Senado, debía consultar al pueblo y obedecer el veto de los tribunos; y el pueblo dependía del Senado para

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todo tipo de adjudicación pública. Una const i tución así venía a ser una "balanza en equilibrio", para emplear la imagen polibiana.

2 1 . Pero ¿qué significado ofrece esta constitución mixta respecto al proceso cíc l ico estudiado? Porque cier­to es que Polibio no la introduce en su movimiento rota­tivo de las constituciones simples. Mas tampoco puede afirmarse que sea totalmente ajena al proceso c íc l ico . Pues, de un lado, no es casualidad que , en la parte teórica de su libro VI, el historiador hable de ella sólo después de haber tratado de la anaciclosis (VI 3 , 9 y 9 , 12); y , de otro, la constitución mixta presupone por necesidad la elaboración de los sistemas de la realeza, aristocracia y democracia, porque de lo mejor de el los está compuesta. Un tex to del mismo historiador me parece oportuno res­pecto al interrogante propuesto . El pasaje (VI 10, 6 ) se encuentra al tratar de la constitución mixta de Licurgo: La realeza se torna tiranía; la aristocracia oligarquía; y la democracia poder desenfrenado y salvaje, de suerte que no es posible poner fin a esta transformación. Licur­go atento a estos cambios'no estableció una constitución simple y uniforme, sino que reunió las virtudes y peculia­ridades de los sistemas mejores.

2 2 . El pasaje resulta claro: la función de la constitu­ción mixta consiste en evitar los cambios que se producen según naturaleza dentro de la anaciclosis y , en consecuen­cia, proporcionan una estabilidad que allí no se verifica. Realmente se trata de una suspensión, de un evadirse del proceso cícUco, pero, eso sí, a partir de él y en un m o ­mento determinado del mismo: no en el m o m e n t o natu­ral y salvaje donde el orden es producto de la fuerza y no de la razón, sino en el m o m e n t o humano y cultural y

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cuando se haya llegado al estadio democrát ico , pues éste queda incluido. Polibio nos presenta la reahzación creado­

ra de un pueblo. De aquí los verbos empleados: en el caso de Licurgo se dice que éste συνήύροίξε "reunió" las virtu­

des de las formas originarias; y en el caso (VI 10, 20) de los Romanos , ττεττοίηνται "tienen logrado" el más bello sistema pol í t ico .

2 3 . Se diría que la constitución mixta se presenta co­

mo un escorzo que se sale del cuadro que, sin embargo, presupone y que depende en gran medida de la capacidad creadora de un pueblo . Y Roma tuvo en su m o m e n t o de­

terminado esa capacidad. Esta es mi interpretación de la anaciclosis y su relación con la const i tución mixta: de las ocho constituciones mencionadas por Polibio, seis son las que con derecho propio y natural giran en el tor­

bellino c ichco; la monarquía o gobierno de uno solo , al principio en zona neutral, se ve arrastrada dentro de una de las órbitas del torbellino al poner orden sobre un es­

tadio salvaje y caót ico . Con ello además salva el proceso c ichco . Y la constitución mixta escapa eha misma al tor­

bellino con un esfuerzo humano y racional.

2 4 . Mas el historiador no se conformó con la proble­

mática hasta ahora estudiada. A ella añadió una. nueva dimensión : la teoría biológica. De ella se habla en diver­

sas ocasiones, pero quizá la formulación más expl íc i ta y completa la representa (VI 5 1 , 4 ) el t ex to siguiente: Es claro que por naturaleza son propios de todo cuerpo, de todo régimen político y de toda acción, en primer lugar el crecimiento —αϋξηοίς—; en segundo el florecimiento ­ ά κ μ τ ) ­ ; y finalmente la decadencia ­φύίσις—. Sin duda nos encontramos ante una concepción biológica: su carác­

ter orgánico está garantizado por ese término σώματος

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"cuerpo"; su carácter general lo ratifica ese παντός " t o d o " que encabeza el pasaje; y su evidencia la expresa así Poli­

bio: Bastante prueba de ello es la misma necesidad de la Naturaleza.

25 . Mas lo importante aquí no es la teoría biológica en sí, sino su conexión con el proceso circular o anaciclo­

sis de un lado y con la const i tución mixta de otro. Y la verdad es que esta conexión ha parecido problemática e incluso paradójica a muchos estudiosos. Sin embargo su conexión es incuestionable: Poübio alude a esta teoría biológica al final de la primera versión de la anaciclosis y asimismo al final de la segunda. Mas, en una y otra oca­

sión, de la misma forma y con idéntica disposición. Pri­

mero, en un plano general, se dice (VI 4 , 11 ; VI 9 , 11­13) que sólo el que se percate de cómo se origina cada una ­έκαστων αυτών— de estas formas políticas simples po­

dría conocer el crecimiento, el florecimiento, el cambio y el fin de cada una. Luego, ya en un plano concreto , Po­

libio pasa a apücar las mismas transformaciones y posibi­

lidades de previsión a la const i tución polít ica romana y asimismo registra (VI 5 1 , 4 ; 5 7 , 1­7) otras dos referencias a la teoría biológica, éstas apücadas precisamente a la constitución mixta de Cartago y de Roma. Debe admitir­

se en consecuencia que esta repetición y estructura para­

lela, lejos de ser casual, constata, por el contrario, un pro­

pósito consciente de armonizar anaciclosis y constitución mixta con la dimensión biológica.

26 . Pero sólo armonizar. Pues fuente de interpreta­

ciones no correctas ha sido el identificar teoría biológica con teoría polít ica, particularmente en su m o m e n t o cí­

cüco . En realidad la teoría biológica debe ser considerada c o m o una dimensión que transciende a la constitución

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polít ica, pero que, sin embargo, incide tanto en sus for­mar simples c o m o en su forma compuesta: en aquéllas es claro por el texto citado anteriormente, pues el creci­miento , florecimiento y decadencia se registran en cada una de ellas, iKÓaroiv abrCov. En ésta, en la const i tución mixta, la prueba es histórica: la legislación de Licurgo de­clinó, la de Cartago declinaba y , consecuentemente , la de Roma dechnará, c o m o pronostica Pohbio . Pero - y esto es lo importante— el proceso circular de las const i tucio­nes se mueve en distinto plano que el proceso biológico: el crecimiento, avi^rtau;, de la const i tución romana, pri­mera fase del proceso biológico , comprende los cambios cíchcos de realeza/tiranía, autocracia/oligarquía, demo­cracia, donde se produce, con la composic ión de realeza, aristocracia y democracia, el florecimiento, à/c/uTj, segun­da fase del proceso bio lógico . Mas ese florecimiento lle­va implícita, por imperativo orgánico, la decadencia de la que habla al final del libro VI y que se corresponderá, en el plano pol í t i co , con una desarticulación de la armo­nía establecida y , consecuentemente , el comienzo de un estadio caótico y salvaje: aquí de nuevo surgirá el m o ­narca, el jefe fuerte y valeroso. ¿Preludia a Sila y César?

27 . Se me dirá, y con razón, que Pohbio polariza el proceso biológico en t o m o a la constitución mixta y par­ticularmente la de los Romanos . Nada más natural sin embargo. N o debe olvidarse que el libro VI t iene en su propósito una función concreta en el conjunto de las Historias: la de anahzar la constitución pol í t ica romana, en su florecimiento, como causa radical de los aconte­cimientos históricos del m o m e n t o . Mas ese análisis, cu­ya intencionalidad es histórica, exige un estudio previo

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de explicación lógica y teórica, subordinada, no obstante , a aquella intencionalidad. De aquí que la teoría biológi­ca, en cuanto tal, incide en toda realidad y tanto en las formas polít icas simples c o m o en la compuesta , exigencia ello del plano lógico de los principios; pero, desde el pun­to de vista de la intencionalidad histórica del hbro VI, es sobre todo relevante su incidencia en la const i tución mix­ta de Roma, foco que ilumina la perspectiva metodológi ­ca.

28 . As í creemos que debe entenderse la relación de la teoría biológica con la anaciclosis y la const i tución mixta. Su anáhsis personificado nos permite sintetizar esa inter­acción, a m o d o de conclusión, en los siguientes términos. Sus distintas fases, anaciclosis, constitución mixta y pro­ceso biológico, representan distintos m o m e n t o s y pers­pectivas de una misma teoría, con el propósito originario e histórico de exphcar la realidad narrada por Pol ibio. Un primer m o m e n t o de formación donde se produce un m o ­vimiento de e lementos simples, m o m e n t o que puede ce­rrarse sobre sí mismo mediante un eslabón, esto es, la m o ­narquía o gobierno de uno so lo , o que puede suspenderse por un t iempo más o menos grande siempre que el esfuer­zo de la razón y la prudencia logra implantar la constitu­ción mixta. Esta supone un éxi to loable, pero no es per­durable: en su interior lleva la semilla de la decadencia que se comphrá c o m o imperativo de un proceso cósmico . En reahdad, el panorama en su conjunto podríamos re­presentarlo como dos círculos concéntricos: el interior sería el proceso c íchco de las const i tuciones o anaciclo­sis; el espacio intermedio a ambos círculos, la zona adonde puede escapar y refugiarse por cierto t iempo la constitución mixta, y el círculo exterior, el proceso bio-

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lógico y cósmico del que n o parece posible evadirse: su fuerza es centripeta con incidencia en su interior. En R o ­ma esa incidencia la vislumbró con claridad Polibio. Por­que esta posibilidad de previsión refleja el ep i logo de este gran proceso dentro, no obstante , de ciertos l ímites: cuando se realiza según la naturaleza y n o intervienen fac­tores exteriores (VI 57 , 1-2) que trastoquen el orden de sucesión.

29 . Con esto l legamos al término de nuestra primera travesía: estudio de la teoría cíclica polibiana. Cabe aho­ra examinar la proyección de esa teoría en el pensamien­to histórico occidental , lo que representa, según anuncia­mos , el objetivo de la segunda singladura.

30 . A decir verdad, y a la vista de la interpretación reahzada, no me parece aventurado decir que en y con Pohbio comienza la concepción c íchca de la historia. Colhngwood'* afirmó que desde que Polibio descubrió su movimiento circular, merced al cual retorna la historia de los Estados una y otra vez al mismo punto, la historia de los ciclos históricos ha sido un lugar común del pensa­miento europeo. Esto es verdad. Sin embargo, carecería­mos de todo sentido cultural si pensáramos que esa concep­ción cíchca, en su vertiente histórica y establecida por Po ­libio, la vamos a reencontrar, tal cual éste la formuló , en pensadores c o m o Vico , Hegel, Spengler o T o y n b e e . La concepción cíchca, en cuanto proyección en la pensa­miento moderno, hay que interpretarla c o m o un paradig­ma, una categoría que exphca e interpreta el devenir his­tórico. Polibio la formuló y estructuró con el propósito de dar cuenta razonada de c ó m o la const i tución pol í t ica romana alcanzó su perfección, con lo que a su vez desen-

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trañaba el por qué los sucesos narrados, c o m o guiados por el dest ino, se polarizaron en torno a Roma, dado que la constitución pol í t ica de ésta fue la causa originaria y ra­dical de los acontec imientos ' .

3 1 . Dist into fue, en cambio, el propósito de los pen­sadores antes mencionados y distinto asimismo el marco cultural en que vivieron: la dimensión de historia univer­sal, no tanto en extensión c o m o en comprensión, esto es, historia de los diferentes contenidos , c o m o arte, religión, e c o n o m í a , e tc . ; la fermentación del espíritu c o m o enti­dad que se vuelve sobre sí misma; y la idea de libertad personal, n o ya sólo pol í t ica , representan factores que , sin duda, obligan a modelar en diversas direcciones cual­quier e lemento heredado. Pero la teoría cíclica c o m o ata­laya de contemplación sinóptica —el término es poübia-n o - repercute una y otra vez en estos pensadores; mas, eso sí, la atalaya es configurada y situada de manera pro­pia por cada autor. De aquí que todos estos tratadistas - i n c l u i d o , por supuesto, el nuestro— se ven en la necesi­dad de presentar, c o m o prólogo, una teoría de principios: ello no significa otra cosa que el dar a conocer , de un la­d o , dónde y en qué situación de perspectiva emerge la atalaya de la concepción cíclica; y de otro , y en conse­cuencia, c ó m o y en qué órbita se contempla , desde esa perspectiva, el movimiento c í chco . He aquí los dos pun­tos principales que encuadran nuestra segunda travesía. De manera más concreta podr íamos formularlos así:

a) Noc ión básica sobre la que se realiza la teoría c íchca.

b) Estructura y complejidad del movimiento cícli­co mismo.

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3 2 . Distinta es, en e fec to , la noc ión básica sobre la que se mueve la teoría cíclica en cualquiera de los pen­sadores ya citados. Vico propone, en el libro primero de su obra Una ciencia nueva, l o s axiomas que darán razo­nada explicación de la naturaleza e historia de las nacio­nes. Como es sabido, el trasfondo que hierve bajo esos axiomas radica, frente a Descartes sin duda, en que de lo que el hombre puede tener ciencia es precisamente del campo histórico, porque éste ha sido hecho por el h o m ­bre (cf. parágr. 3 3 1 ) ; la verdad, verum, se identifica con lo hecho o factum. Pero también es radical la concepción cíchca. En uno de los parágrafos finales del libro I, que reúne los axiomas citados, se dice ( 3 4 9 ) textualmente: En consecuencia, nuestra ciencia viene a describir una historia ideal eterna, recorrida en el tiempo por la his­toria de cada nación en su aparición, progreso, madurez, decadencia y desaparición. En realidad nosotros preten­demos asegurar que quien medite esta ciencia se relata a sí mismo esta historia ideal eterna, porque, dado que este mundo de naciones ha sido hecho por los hombres -primer principio establecido- y dado que se debe ha­llar, por tanto, el modo de esto en la propia mente huma­na, los hombres son los sujetos del 'fue, es y tendrá que ser".

3 3 . Este t ex to sitúa al lector en la perspectiva de que la dialéctica de la reahdad de los Estados, por ser estos al­go creado por los hombres , responde a la estructura natu­ral de los mismos. Y ello de manera inexorable. Se obser­va en Vico respecto a Pohbio la misma atmósfera de ne­cesidad, de conformidad con Naturaleza y razón, que en­vuelve el ritmo de los Estados. Y ello es tan verdadero, que, cuando reduce su mirada ( 2 9 2 , 1026) al campo de la

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polít ica, sus palabras parecen un eco polibiano: Los go­biernos empezaron por el uno, con las monarquías fami­liares; de ahí pasaron a unos pocos, con las aristocracias; llegaron a muchos o a todos con las democracias; volvie­ron, por último, al uno con las monarquías civiles. Y en otro lugar ( 1 0 0 4 ) completa el eco : Parano dejar nada du­doso sobre esta sucesión natural de los Estados civiles, veremos que las repúblicas se mezclan naturalmente, pero no sus formas, lo que produciría monstruosidades, sino las formas posteriores de los gobiernos anteriores.

3 4 . Percibimos la estructura de la anaciclosis y de la constitución mixta y es al respecto pertinente la obser­vación de Vico al decir que se mezclan no sus formas, si­n o , c o m o decía Polibio, las virtualidades de las formas simples. Sin embargo, el historiador i tahano, frente al griego, eleva la noción básica sobre la que se reahzan estas mutaciones a una perspectiva más clara y sinóptica: no la constitución pol í t ica, sino el hombre mismo y su propia estructura. Y es que Vico contempla un panorama histó­rico más amplio y , en consecuencia, su atalaya tenía que estar situada a una altura conveniente .

3 5 . Asimismo Hegel cambia la base desde la que o b ­serva el desarrollo r í tmico de la reahdad histórica, y ello le obliga a exphcar cuál es su situación. De aquí que su obra Filosofía de la Historia comporte una ampha intro­ducción donde se anahzan las directrices teóricas del de­venir universal. Y hasta tal punto , que Hoffmeister editó por separado esta introducción con el sugestivo t í tu lo de Die Vernunft in der Geschichte. Aquí , en varias ocasio­nes, Hegel sintetiza lo que él considera el factor determi­nante del proceso histórico. De la historia universal pue­de decirse - a f i rma el filósofo^ - que es la explicitación.

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la representación - " D a r s t e l l u n g " - del Espíritu objetivado: Ahora bien, es sabido que para Hegel el contenido esen­cial del Espíritu es la libertad'' ; por ello en otro lugar pre­cisa que la Historia universal representa el despliegue de la conciencia que el Espíritu tiene de su libertad; y esto es —concluye*— el objeto fundamental y, por lo mismo, también el principio director de la evolución.

3 6 . Mas ese despliegue y evolución del Espíritu en busca de la total hbertad no se verificó en un parto único y extenuante. Por el contrario, su exteriorización ha teni­do diversas fases, cada una de eüas más plena y luminosa: los pueblos de Oriente conocen que uno de entre todos tan sólo es libre; en Grecia, donde la conciencia de liber­tad despunta primeramente'^, se reconoció que algunos eran libres, no el hombre c o m o tal. Sólo en el m u n d o cristiano-germánico el hombre se sabe hbre en cuanto hombre. Por eho , en la parte propiamente historiográ-fica, Hegel comienza su narración por Oriente bajo este prisma de los distintos m o m e n t o s en que el Espíritu na­ce; con debihdad de infancia al principio; con vigor de juventud después -Grec ia es la eterna juventud, nos dice— y pleno de madurez en su tercera aparición. El proceso viene a ser —la comparación es hegehana— c o m o una semilla que lleva en sí toda la naturaleza del árbol y el sabor y la forma de la fruta. La dialéctica de la reali­dad no es, pues, otra cosa que la plasmación de un nacer y renacer de la infinita virtuahdad del Espíritu.

37 . Es claro que para Hegel el factor y noc ión que provoca el movimiento r í tmico se proyecta en una pers­pectiva más amplia, no sólo respecto a Pol ibio, sino tam­bién respecto a Vico: no es la TroXtreta, la constitución

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polít ica, ni tampoco el hombre c o m o tal, sino lo univer­sal de lo humano. Con todo —y es una acusación frecuen­t e - Hegel polariza en el campo pol í t ico la actividad del Espíritu, cuando trata del m u n d o histórico, hasta el pun­to de que de hecho la historia comienza sólo en el m o ­mento en que se tiene conciencia del estado y sus insti­tuc iones ' ° . Y en esto se acerca a Pohbio , que parece di­rigir en ciertos m o m e n t o s algunas páginas hegehanas. Con razón —dice el f i l ó so fo ' ' — se han clasificado las constituciones, en general, en monarquía, aristocracia y democracia, debiendo hacerse notar en esto que en la monarquía a su vez hay que distinguir entre despotis­mo y monarquía propiamente dicha ... Pero hay que ad­vertir también ... que las especies admiten buen níimero de modificaciones particulares ... e incluso combinacio­nes de varias ordenaciones generales. Es fácil observar en este texto la existencia de e lementos simples y deri­vados, de constituciones compuestas , y , lo que es más significativo, esa distinción del gobierno de uno so lo .

38 . Y, al igual que en Pol ibio , esos e lementos ofre­cen un ritmo connatural. Veamos '^ el siguiente pasa­je : El producto inicial de un Estado es siempre de tipo imperioso e instintivo. El proceso abstracto y, sin em­bargo, necesario en el desenvolvimiento de los estados... se caracteriza luego por comenzar con establecer la rea­leza, sea ésta de tipo patriarcal o guerrero. Más tarde apunta ya una distinción de la conciencia particular, lo que da lugar a una aristocracia y ala democracia. Y el término del proceso viene con la sumisión bajo un poder que de ningún modo puede ser otro que el monárquico... Con esto hemos de distinguir una realeza primaria y otra

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secundaria. El pasaje nos sitúa muy cerca de la concep­ción cíclica polibiana: un proceso cícl ico que se abre y se cierra sobre sí mismo a través de un m o m e n t o interno ne­cesario. Pero a su vez se realizan dos t ipos de r i tmo, uno dentro de los Estados y otro en una órbita más exterior, el del Espíritu, de donde Hegel contempla, en mirada su­perabundante comparado a Polibio, el devenir histórico.

39 . Con Spengler y Toynbee , la noc ión básica donde se reahza el proceso c ichco cambia radicalmente respecto a Vico y Hegel. N o se trata de una realidad actuante sobre el devenir histórico, sino que es el mismo devenir el que provoca y autoengendra su propio ritmo: en Spengler rit­mo biológico, en Toynbee un ritmo de pregunta y res­puesta. Desde este punto de vista están más cerca de Poli­bio que Vico y Hegel.

40 . Spengler, con disposición poco orgánica y cohe­rente y con contradicciones en sus propios principios, pre­senta al comienzo de su obra'^ un programa en que des­arrolla su concepción del devenir histórico. Piensa que la historia se ofrece c o m o una sucesión de culturas. De aquí''' su orguUosa sentencia: A la concepción del proce­so universal, anterior a mí, la llamo sistema tolemaico de la historia. Y considero como el descubrimiento coperni­cano el nuevo sistema que este libro propone. Así , pues, todas las culturas, tanto la grecorromana c o m o la occi­dental como la de la India c o m o la árabe y mejicana son orbes distintos e independientes en el devenir universal. _De otra parte, cada cultura posee un contenido y estruc­tura propios: el contenido es "singular"" y no se repi­te ni se proyecta fuera de si mismo. En cambio , la estruc­tura, que atraviesa diversas fases, primavera, verano, o t o -

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ño e invierno O , en términos orgánicos, adolescencia, ju­ventud, virilidad y senectud'^, y cada fase en su lugar pro­pio y con la misma duración, se repite inexorablemente en cada ciclo cultural. Spengler lo acuña''' de forma ca­tegórica: Toda cultura, toda época primitiva, todo flore­cimiento, toda decadencia y cada una de sus fases y pe­ríodos necesarios poseen una duración fija, siempre la misma y que siempre se repite con la insistencia de un símbolo. Spengler gusta de este término "s ímbo lo" ' y ello le traiciona: el ritmo que se observa dentro de las culturas es algo similar al que se realiza en la naturaleza.

4 1 . N o estamos ante un factor real que provoque un proceso c íc l ico en el devenir histórico, sino ante un prin­cipio arrancado a la Naturaleza y transferido simbóhca-mente a la Historia. De aquí que la misión primaria de un fi lósofo de la Historia sea el comparar las diferentes fases de la cultura, no en cuanto idénticas, sino en cuanto homologas'^ en su estructura y disposición. Se puede comparar a Alejandro con Napoleón , porque ambos caen en la fase declinante de dos culturas, pero n o es l íc i to comparar a Alejandro con César, porque los dos perte necen a la misma civihzación. Spengler en realidad no construye ninguna atalaya; más bien utihza la que le proporciona la teoría biológica, que inserta en cada cul­tura y cuya morfología dibuja desde una perspectiva miope .

4 2 . Dist into es el observatorio en que se sitúa, en nuestros días , otro pensador, Toynbee , el ú l t imo gran ex­ponente de una teoría cíclica de la historia. Este, c o m o todos sus predecesores, se encuentra en la obligación de componer unos principios teóricos con los que observar

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el proceso histórico. Comienza por delimitar el objeto propio de su quehacer: éste lo const i tuyen las civihzacio-nes que define^" c o m o campos inteligibles de estudio y que no se corresponden ni con nación ni con raza. Ahora bien, cada una de esas civilizaciones, salvo excepc iones y pese a que Toynbee rechaza la concepción bio lógica^' , tiene su génesis, su crecimiento, su colapso y su desinte­gración. Pero - y aquí está lo r e l e v a n t e - cada una de es­tas fases se muestra dominada por una ley externa e inser­ta en la vida de los hombres , la ley del desafío y su res­puesta, el paso de Jin, lo estát ico, a Jang, lo dinámico^^. Asi nacen las civihzaciones: la dureza del entorno geográ­fico y las presiones exteriores, por ejerfiplo, son desaf íos que reaniman y revitahzan en su más alto grado las posi­bilidades de los hombres. Sin embargo, ese desaf ío no debe sobrepasar la capacidad de lo humano ni ser dema­siado blando, porque, tanto en un caso c o m o en o tro , la respuesta n o sería fructífera: la civihzación helénica no nació en Beocia, húmeda y verde, sino en el Ática, me­nos cómoda, pero no dura en exceso^ ^.

4 3 . Asimismo, el crecimiento de las civihzaciones es­tá sujeto al mismo ritmo y se caracteriza porque a cada desafío se opone una respuesta y a esta nueva respuesta otro nuevo desafío. Este ritmo es la señal y peculiaridad de la autodeterminación. Toynbee es claro al respecto: De la solución de un problema a la presentación de otro, de Jin a Jang otra vez, de lo estático a lo dinámico. Se trata —dice textualmente^'* — de un ritmo repetidor y re­currente. Mas, de otra parte, si la respuesta n o es acerta­da, el mismo desafio se repite necesariamente: son m o ­mentos de infarto que preludian el colapso y la desinte­gración final de una civihzación^' .

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4 4 . Por tanto , el devenir histórico, parcelado en civi­lizaciones, obedece a un ritmo que se verifica estructural-mente en cada una de ellas. La comparación y morfolo­gía de la realidad adquiere así un presupuesto lógico y ne­cesario. Presupuesto, por lo demás, con sus variantes que todos los pensadores mencionados presentan a manera de prólogo, según hemos visto.

4 5 . El concepto c íchco de la historia cons t i tuye ,pues , no ya una noción fugaz y accidental en los autores de que hemos hablado, sino una perspectiva esencial desde la que se construye el propio devenir histórico. Pero, a su vez, no se trata de una perspectiva monol í t i ca que pase de Po­libio a Vico y de éste a Hegel, Spengler y Toynbee . Más bien se trata de una categoría que, según el acusador, acu­sa c íchcamente a la realidad desde un estrado dist into: Polibio desde la constitución pol ít ica; Vico desde la men­te humana, identificada a menudo con una providencia racional; Hegel desde el pedestal del Espíritu; Spengler desde la noción naturahsta interpretada s imbóhcamente; y Toynbee desde el diálogo mudo que fermenta en la vi­da de los hombres. Y todos ellos, a su vez, con inferencia de la dimensión biológica, salvo en Spengler, en el que la perspectiva es sólo biológica. Mas, sea cual fuere la altura y ritmo de esa atalaya, el proceso histórico se patentiza en un movimiento c íc l ico .

46 . Y cabe analizar ahora cuál es la complejidad y es­tructura de este movimiento c í chco . Con ello entramos en el apartado b) de nuestra segunda travesía. Y es claro que en su ritmo y compás incide una dimensión cultural importante, la distinción radical entre naturaleza e histo­ria: en Vico , desde un punto de vista epistemológico en

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oposición a Descartes; en Hegel, Spengler y To y n b ee , des­de el punto de vista de la realidad misma. Ello supuso que la regularidad rítmica de la Naturaleza no podía admitir­se en el campo de la Historia, pero a su vez supuso una diferencia de tratamiento y articulación del proceso cí­clico en los demás pensadores. Y en este contex to no es válido pensar que en Polibio se realizó una distinción en­tre Naturaleza e Historia. Pero sí puede afirmarse que no toda realidad histórica, en su expresión pol í t ica , marcha al compás de un ritmo regularizado; las const i tuciones de Atenas y de Tebas - n o s dice (VI 4 4 ) - no siguieron un camino según naturaleza; por eho sus estadios posteriores no fueron previsibles. Hay aquí, sin duda, una profunda intuición, a m o d o de germen, que tardaría mucho t iem­po en recibir formulación clara. Por ello el ritmo es cir­cular, sobre sí mismo, y tanto en la anaciclosis c o m o en la dimensión biológica.

4 7 . Y, aunque un tanto más complejo en Vico , el pa­norama en líneas generales se reproduce: también aquí el proceso se cierra sobre sí mismo. En principio parece que tiene plena conciencia de la virtualidad histórica, de un movimiento renovador apoyado en los estadios ante­riores, cuando, aparte de la prehistoria de los Gigantes, distingue las edades de los dioses, en que los paganos creyeron vivir bajo la autoridad divina; la de los héroes, en que éstos se reunieron por doquier en comunidades aristocrática; y, por úl t imo, la de los hombres , en la cual todos reconocieron tener la misma naturaleza (31 ) .

4 8 . Este curso podría imphcar un progreso en cuanto conduce de lo más elemental a lo racional humano. Pero no . El objeto de ese progreso es la decadencia y la muer-

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te, después de lo cual comienza de nuevo un moderno barbarismo. Varios t ex tos podrían citarse en a p o y o de esta interpretación. Baste ( 1 1 0 6 ) el siguiente: La natura­leza de los pueblos es cruel primero, luego severa, más tar­de benigna, refinada posteriormente y por último diso­luta. Fijémonos que el principio y el final ofrecen las mis­mas características: es el movimiento circular sobre sí mismo. Aquí aplicado a la naturaleza de los pueblos; en Polibio a las constituciones; pero en Vico , también en las constituciones, el movimiento es circular sobre sí mismo. Recuérdese el texto ya citado: primero el gobierno de uno y al final también el gobierno de uno . El f enómeno es evidente. Y es más, el ritmo, c o m o en Polibio, se reali­za en distintas órbitas: en la de las const i tuciones, en la de la naturaleza de los pueblos e incluso en la orgánica de la vida.

4 9 . En este aspecto resulta paradójico y contradicto­rio Spengler. Pues a lo largo de su obra se insiste en la dis­tinción de Naturaleza e Historia. La Naturaleza —dice^^ — es el conjunto de cuanto es necesario según leyes. No hay más leyes que las naturales. Y sin embargo, esta necesi­dad, que casi podría denominarse fatalismo, es la que aplica al proceso de las culturas en las que , según ya diji­mos^' , las diferentes fases son necesarias y cuyo orden es asimismo impulsado por la necesidad. El ritmo marcado es biológico, c o m o el de Polibio en su círculo exterior, y su necesidad es la (^úaeojc auájKr], de que también ha­bla Polibio. De aquí, a su vez, la coincidencia entre am­bos historiadores respecto a la previsión del futuro; más radical en Spengler que en Polibio, para el que se dan, sin embargo, ciertas l imitaciones: cuando el proceso no es natural, que a veces no lo es , y cuando sobrevienen

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causas exteriores que alteren su compás rí tmico interior. Para Spengler, en cambio, la predicción es radical y siempre posible.

50 . De otra parte, es sumamente paradójico que Spengler propugne en una página sí y en otra tam­bién que su campo es en exclusiva el histórico y, sin em­bargo, dado su compás c ichco , niegue toda historicidad, es decir, la virtualidad que el estadio anterior pueda te­ner sobre el posterior. Sus culturas son órbitas indepen­dientes y separadas entre sí por un vacio infecundo y aislante. Lo que los griegos pensaron se ha perdido en la lejanía sideral sin conexión real con el presente^* .

5 1 . Muy diferente, en profundidad y congruencia, resuha la perspectiva trazada por Hegel y Toynbee . En ambos autores, la distinción entre Naturaleza e Historia opera como principio básico y lógico. De aquí que el compás rítmico no se enfoque c o m o una pura y vacia repetición. Hegel insiste con frecuencia en que la Naturale­za crea siempre lo mismo, de forma m o n ó t o n a , mientras que el Espiritu, sujeto de la Historia, procrea, esto es, cada vez que se exphcita, lo hace enriquecido con la virtualidad adquirida en estadios anteriores. Tan sólo se origina algo nuevo —nos dice^'— en las transformacio­nes que tienen lugar en el terreno espiritual. Creo que Toynbee , siguiendo las huellas de Hegel, expresa de for­ma más concreta y senciha esta concepción, que en rea­lidad remonta a la bvvapiq aristotéhca. Dice aqueP" que el proceso histórico se muestra c o m o el movimiento de una rueda: circular sobre si mismo en el eje, pero pro­gresivo, al t iempo que c i chco , en la misma rueda. Cier­tamente este enfoque, anclado en la misma historicidad,

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es p r o f u n d o y supone un considerable avance re spec to a Pol ib io .

5 2 . Pero este m o v i m i e n t o ro t a t i vo , para emplea r la imagen de T o y n b e e , exige dos ó rb i tas d i fe rentes en m u ­tua in te racc ión . Y en esto el parale l ismo con el his tor ia­do r griego es c laro , si bien el c o n t e n i d o de cada órb i ta n o es el m i s m o . En Hegel el c í rcu lo ex te r io r , de m á x i m a am­pl i tud y perspect iva , lo recorre el Esp í r i tu r eahzándose en d e t e r m i n a d o m o m e n t o y en d e t e r m i n a d o lugar. Cada vez que aquél nace , s iempre n u e v o , cons t i t uye una nac ión , un Es tado que polar iza en t o r n o s u y o , c o m o R o m a en la his­tor iograf ía po l ib iana , el t i e m p o y el espac io . En T o y n b e e , esa órb i ta ex te r io r la p rovoca el d iá logo e n t a b l a d o en t re desaf ío y respues ta . En a m b o s au to re s se t r a ta de un rit­mo vir tual , po tenc ia l , cada vez más p l e n o . Por el con t ra ­r io, cada Es tado o civilización ofrece el c o m p á s biológi­co de n a c i m i e n t o , m a d u r e z y decadenc ia ; a q u í , en es tos au to res , se t r a ta del c í rcu lo in ter ior , c u a n d o en P o h b i o lo cons t i t u í a el c í rcu lo ex te r io r . A su vez, esta ó rb i ta re­fleja el m o v i m i e n t o circular del eje sobre sí m i s m o . Y no me parece aven tu rado decir q u e en el f o n d o a m b a s órbi tas r e p r o d u c e n un dob le y lejano e c o p o h b i a n o : de una pa r t e , el eco de un m o v i m i e n t o na tu r a l , es to es, el r i tmo biológico que en Pol ibio r e t o r r e el c í rcu lo ex t e ­rior; de o t r o , el de un m o m e n t o cu l tu ra l , e s to es , el de las cons t i tuc iones , que forma el c í rcu lo in te r ior . En Hegel y T o y n b e e aparecen a m b o s c í rcu los inver t idos res­pec to a Pol ibio , y nada más na tu ra l : a q u í lo h is tór ico es lo re levante .

5 3 . La concepc ión cíclica de la His tor ia e l aborada p o r Polibio m a r c ó y señaló u n o de los dos caminos p o r los que habr ía de discurr ir la i n t e rp re t ac ión occ iden ta l de la

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realidad histórica. De esos dos , uno lo const i tuyó la inter­pretación teológica, con base en la Bibha y desarrollo en san Agustín: aquí la Historia recorre sus etapas bajo las riendas bien dirigidas de la Providencia y su finalidad no está en manos del hombre, sino de la divinidad: la previ­sión del futuro es propiedad específ ica de los profetas, es decir, de hombres que profetizan, que hablan en lugar de la divinidad. El otro camino lo trazó precisamente la concepción cíchca, que repercute y fermenta una y otra vez en los distintos pensadores; pero, eso sí, a la manera de un Proteo, cambiante y diverso, a fin de adaptarse a los nuevos contenidos y propósitos culturales. En reah­dad este anáhsis, aphcado a un punto concreto , esto es, la teoría cíchca de la historia, ha revelado que ninguna dimensión cultural se pierde por comple to , sino que su­fre, como Proteo, metamorfosis . Viene a ser c o m o un camino que se anda a sí mismo, pero los obreros que ro­turaron por primera vez ese camino fueron los griegos. En este caso, Polibio.

NOTAS

1 HEGEL Vorlesungen über die Philosophie der Welt­geschichte \, Hamburgo, 1955, 182.

2 Cf. la introducción de DIAZ TEJERA Polibio. Historias Libro!(caps. 1-31), Madrid, 1972.

3 Cf. PEDECH Polybe. Histoires. Livre XII, Paris, 1961 (introd. en págs. IX-XXXV).

4 COLLINGWOOD Ensayos sobre la Filosofia de la Histo­ria, tr. esp. Barcelona, 1970, 99.

5 Cf. DIAZ TEJERA La constitución politica en cuanto causa suprema en la historiografía de Polibio, en Habis I 1970, 31-43.

6 H E G E L o . c . 6 1 .

7 HEGEL o .e . 64.

8 HEGEL O.C . 167.

9 HEGEL O.C . 62.

10 Cf. HEGEL O.C. 111 ss.

11 HEGEL o. e. 139.

12 HEGEL O.C. 146.

13 SPENGLER La decadencia de Occidente, tr. esp. Madrid, 1966.

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14 SPENGLER O. c i 44.

15 SPENGLER O . C . 148.

16 Cf. SPENGLER o. c i 157.

17 SPENGLER/è/c/.

18 Cf. SPENGLER 1 79.

19 Cf. SPENGLER I 159.

20 TOYNBEE Estudio de la Historia I, tr. esp. Madrid, 1971

67.

21 Cf. TOYNBEE O . C . 1 369.

22 Cf. TOYNBEE o. e l i 286.

23 Cf. TOYNBEE o. c. 1 146-147.

24 TOYNBEE o. c I 284.

25 TOYNBEE O . C lì 15-16.

26 SPENGLER o. c i 142.

27 Cf. SPENGLER 0 . c i 47, 61 y 72.

28 SPENGLER o. c i 160.

29 HEGEL O . C . 149.

30 TOYNBEE 0 . c i 375-376.