1. el ciclo de la manifestacin del seor

8
1. El ciclo de la manifestación del Señor Adviento, Navidad y Epifanía Durante el año litúrgico, la Iglesia nos hace entrar en cada uno de los misterios de Cristo, para actualizar en nosotros la obra de la salvación. El año litúrgico recorre los distintos momentos de la vida mortal o terrena de Cristo, desde la encarnación hasta su ascensión a los cielos y la espera expectante de su segunda venida. Este ciclo, recorrido por el Hijo de Dios durante su vida, para llevar a cabo la obra de la redención, es objeto de recuerdo y de celebración por parte de la comunidad cristiana, en los distintos tiempos litúrgicos del año del Señor. El ciclo del Señor, llamado también “propio del tiempo”, comienza el primer domingo de Adviento y termina con la semana que sigue a la solemnidad de Cristo Rey y Señor del Universo. Domingo tras domingo, semana tras semana, día tras día y hora tras hora, Cristo actualiza su obra salvadora en el tiempo, entregándose a su Esposa, la Iglesia, para santificarla y presentarla ante sí, sin mancha ni arruga, santa e inmaculada (cf. SC 7; Ef 5,25-27). Queremos presentar el llamado “Ciclo de la Manifestación del Señor”, es decir, todo el Tiempo de Adviento, Navidad y Epifanía, como manifestación del Señor Jesucristo, en su nacimiento o su salida a la luz, que se hizo hombre y se ha aparecido (manifestado) en nuestra carne, “en la verdad de nuestro cuerpo”, como decía san León Magno, o según la carne, como dicen nuestros hermanos de Oriente. Y Epifanía significa “manifestación”, precisamente.. . El tiempo de Adviento es la preparación a celebrar la encarnación, el nacimiento y la manifestación del Hijo de Dios. Por eso, no podemos disociar la celebración del Adviento de la celebración de la Navidad- Epifanía, porque en el fondo coinciden en los aspectos fundamentales del misterio que celebran. El Adviento tiene carácter de preparación, y Navidad- Epifanía es tiempo fuerte de celebración. La celebración de la manifestación del Señor en nuestra carne, se inicia con las primeras vísperas de Navidad y termina el domingo después de la Epifanía, en el cual se conmemora el Bautismo de Jesús. Todo este período se llama “tiempo de Navidad”. Pero no olvidemos que en la Iglesia, la Pascua es la celebración más importante del año litúrgico. Es la fiesta principal, pero no sería posible sin lo que la Navidad significa, el comienzo de nuestra salvación. Así que la celebración misma de la Navidad mira a la Pascua como su destino y culmen. El resplandor que ilumina el día santo (o la noche santa) en que nació Cristo, es el mismo que brilla en la noche santa o día santo de su resurrección. Nacimiento y Resurrección de Cristo tienen en común la salida de las tinieblas para entrar en la luz, pasar de la muerte a la vida.

Upload: katherine-gallegos

Post on 25-Jan-2016

214 views

Category:

Documents


2 download

DESCRIPTION

religion

TRANSCRIPT

1. El ciclo de la manifestación del Señor Adviento, Navidad y Epifanía Durante el año litúrgico, la Iglesia nos hace entrar en cada uno de los misterios de Cristo, para actualizar en nosotros la obra de la salvación. El año litúrgico recorre los distintos momentos de la vida mortal o terrena de Cristo, desde la encarnación hasta su ascensión a los cielos y la espera expectante de su segunda venida. Este ciclo, recorrido por el Hijo de Dios durante su vida, para llevar a cabo la obra de la redención, es objeto de recuerdo y de celebración por parte de la comunidad cristiana, en los distintos tiempos litúrgicos del año del Señor. El ciclo del Señor, llamado también “propio del tiempo”, comienza el primer domingo de Adviento y termina con la semana que sigue a la solemnidad de Cristo Rey y Señor del Universo. Domingo tras domingo, semana tras semana, día tras día y hora tras hora, Cristo actualiza su obra salvadora en el tiempo, entregándose a su Esposa, la Iglesia, para santificarla y presentarla ante sí, sin mancha ni arruga, santa e inmaculada (cf. SC 7; Ef 5,25-27). Queremos presentar el llamado “Ciclo de la Manifestación del Señor”, es decir, todo el Tiempo de Adviento, Navidad y Epifanía, como manifestación del Señor Jesucristo, en su nacimiento o su salida a la luz, que se hizo hombre y se ha aparecido (manifestado) en nuestra carne, “en la verdad de nuestro cuerpo”, como decía san León Magno, o según la carne, como dicen nuestros hermanos de Oriente. Y Epifanía significa “manifestación”, precisamente... El tiempo de Adviento es la preparación a celebrar la encarnación, el nacimiento y la manifestación del Hijo de Dios. Por eso, no podemos disociar la celebración del Adviento de la celebración de la Navidad- Epifanía, porque en el fondo coinciden en los aspectos fundamentales del misterio que celebran. El Adviento tiene carácter de preparación, y Navidad- Epifanía es tiempo fuerte de celebración. La celebración de la manifestación del Señor en nuestra carne, se inicia con las primeras vísperas de Navidad y termina el domingo después de la Epifanía, en el cual se conmemora el Bautismo de Jesús. Todo este período se llama “tiempo de Navidad”. Pero no olvidemos que en la Iglesia, la Pascua es la celebración más importante del año litúrgico. Es la fiesta principal, pero no sería posible sin lo que la Navidad significa, el comienzo de nuestra salvación. Así que la celebración misma de la Navidad mira a la Pascua como su destino y culmen. El resplandor que ilumina el día santo (o la noche santa) en que nació Cristo, es el mismo que brilla en la noche santa o día santo de su resurrección. Nacimiento y Resurrección de Cristo tienen en común la salida de las tinieblas para entrar en la luz, pasar de la muerte a la vida.

El tiempo de Adviento El Adviento tiene un doble carácter, histórico y escatológico: preparar a la Navidad, fiesta de la primera venida del Señor, y dirige la mirada de la Iglesia hacia la segunda y definitiva venida del Señor, al final de la historia. Esta doble venida recorre la liturgia del Adviento, que se centra más en el aspecto escatológico hasta el 16 de diciembre y el del nacimiento histórico, desde el 17 hasta el 24 de diciembre. Por eso, en este último período, la figura de la Virgen María tiene una particular resonancia, que se prolonga en el tiempo de Navidad. Las figuras ejemplares del Adviento La liturgia nos presenta en Adviento, a tres figuras claves e importantes, que nos enseñan a vivirlo intensamente: el profeta Isaías, del siglo VIII a. C, que anunció la llegada del Salvador, del Enmanuel o Príncipe de la paz (Is 7,14; 9,1-6), que traerá a la tierra los dones mesiánicos (Is 11,1-5). También al profeta Juan el Bautista que con su estilo de vida humilde y austera, con su predicación fuerte y clara, es el modelo del espíritu con el que debemos vivir el Adviento (¡qué contraste con la compradera y el consumismo de nuestra Navidad comercial!), preparando nuestros corazones para recibir a Cristo. Y finalmente, María, mujer del Adviento y de la esperanza, pues ¿quién mejor que Ella se preparó a recibir a Jesús, como madre y representante de Israel, “con inefable amor de madre”? Y agregaríamos otras figuras no menos importantes: la de José, el hombre justo, que junto a María, también se preparó a acoger a Jesús, Hijo de Dios, convirtiéndose en padre terreno de Jesús, padre adoptivo de Cristo (Mt 1,20-24), y la del arcángel Gabriel, que anuncia, tanto el nacimiento de Juan el Bautista como el de Jesús, especialmente (Lc 1,11-12.28). Los signos del Adviento. La Corona y las luces Es de todos conocida la “corona de Adviento”, que se puede hacer en el templo o en nuestras casas, como signo de la espera de Cristo, de nuestra preparación a celebrar la Navidad. Es de forma circular, porque indica la perfección o la eternidad, la plenitud. Los colores de sus velas pueden ser rojo, verde, morado o blanco, o los colores de la liturgia de Adviento: tres moradas y una rosada. Es una corona, porque nos recuerda la realeza y la dignidad de Cristo Rey y nuestra realeza bautismal (Lc 1,33; 1 Ped 2,9). Sus ramas verdes significan el señorío de Cristo sobre la vida y la naturaleza, como dones de Dios. La luz significa a Cristo, Luz del mundo que viene a iluminarnos (Jn 8,12; 9,5).

Se enciende una por semana, toda vez que nos reunamos en casa para rezar o comer. Las luces, por su parte, nos recuerdan que Cristo es la luz, que disipa nuestras tinieblas y triunfa sobre la oscuridad del pecado y de la muerte, por su Misterio Pascual (Is 2,5; 9,1; 60,1-2). A todos y todas nos gustan poner “bombillitas de aquí y allá” en estos días, que nos hacen recordar la alegría del Adviento y la Navidad, la felicidad, la gloria y la fiesta. Navidad es luz. María, Nuestra Señora de Adviento Adviento es el tiempo mariano por excelencia. Es la Madre del sí, del hágase, de la esperanza. Es la Virgen orante, que con amor llevó a Jesús en su seno, la que supo creer, esperar y guardar las palabras de Dios en su corazón (Lc 2,19). Concibió a Cristo por la fe, antes que en su seno. Ella fue preparada por Dios, como llena de gracia, para ser la Madre de Jesús (Inmaculada), signo de nuestra preparación a la Navidad y al comienzo de la Iglesia, como decía el Papa Pablo VI (El culto a María 3-4). La tenemos muy presente en este tiempo, porque Ella es símbolo de la Iglesia que espera al Señor, la mejor maestra de la espera del Adviento, de la alegría acogedora de la Navidad. Ella es modelo de todo aquel y aquella que vive con intensidad este tiempo: vigilantes en la oración, jubilosos en la alabanza, para salir al encuentro del Señor que viene. Adviento es un tiempo para rendir culto a María., nuestra Señora de la Esperanza. Pistas litúrgicas o pastorales en su celebración Todos y todas, en medio del frenesí de la compradera y del consumismo, deberíamos hacer todo un retiro de Adviento, para prepararnos a Navidad. Adviento es un tiempo para “sacarle jugo”, que debe impregnar nuestro espíritu. Tiene que tener su emoción y sentido, su “chispa”. Sacerdotes, laicos, ministros de la palabra, lectores, monitores, extraordinarios de la comunión, equipos de liturgia y demás, deberíamos sacar espacios para la oración, para escuchar la Palabra de Dios que se proclama, degustar las lecturas de las misas dominicales y feriales, celebrar la Liturgia de las Horas, leer un libro sobre la esperanza cristiana, crear espacios individuales o comunitarios para la meditación, aprovechar algún subsidio de Liturgia para celebrarlo, las posadas, la novena del Niño Dios, siempre y cuando se haga en consonancia con las celebraciones litúrgicas. Pero nos encontramos con el ambiente “navideño”, montado por la sociedad de consumo, desde setiembre. Más que “despotricar” contra el consumismo reinante, podemos aprovechar y valorar algunos elementos del mismo: recordar la venida de Jesús, enviando felicitaciones o regalos sencillos a los más pobres, preparar el “árbol navideño de la solidaridad”, con un slogan o mensaje sencillo y una campaña de la caridad para con ellos, en especial, los niños marginados; elaborar un proyecto de solidaridad, o visitando las casas con un regalo “simbólico” (una

tarjeta, una estrella elaborada con un mensaje), la bendición del árbol y de los pasitos, de las imágenes del Niño Jesús con una pequeña catequesis. Repartir algún recuerdito a la gente, con una frase alusiva al tiempo. Una novena de Navidad, las Posadas en los sectores (¡hay que salir a la calle!), visitar a los ancianos y enfermos de la parroquia, ambientar el atrio del templo, la iglesia, algunos negocios, con alguna cartulina con mensajes de este tiempo, resaltar signos como la Corona de Adviento, que la gente sienta que algo distinto está sucediendo... Elaborar un mensaje para la parroquia en este tiempo, darle relieve a las misas feriales, unas cuantas y buenas celebraciones del Adviento, destacar la imagen de María y de san José en nuestros templos, en el IV Domingo. Dar una buena catequesis de los signos, como el portal y al árbol de Navidad que, quiérase o no, a la gente le gusta colocarlo en sus casas. Montar la “convivencia” o retiro de Adviento para los grupos parroquiales, no simplemente fiesta de Navidad o de fin de año, la proyección de un vídeo para niños y jóvenes especialmente, jornadas de oración y de celebración del sacramento de la Reconciliación, como forma de preparación a la Navidad. Convocar a una oración mariana, pues el mes de diciembre es realmente el mes mariano de la Iglesia. Un buen ensayo de los cantos de Adviento, para los que quieran hacerlo con los coros y una comidita con la gente, después de alguna de las misas, en especial, del domingo. Todo esto es para nuestra comunidad sienta, en medio de la dureza y del dolor de la vida, que contrastan con las fiestas, que Dios viene y que quiere compartir nuestra vida. El tiempo de Navidad “Después de la celebración anual del misterio pascual, nada tiene en mayor estima la Iglesia que la celebración del Nacimiento del Señor y de sus primeras manifestaciones: esto tiene lugar en el tiempo de Navidad” (NUAL 32). La Navidad es la fiesta litúrgica que se ha hecho más popular en las culturas del mundo occidental. Todos sabemos que muchas de las figuras con que el consumismo desenfrenado “celebra” la Navidad, vienen de la Navidad, y que se han “divorciado” de la liturgia y de la fe (el árbol de la Navidad, Santa Claus, los regalos). Deberíamos estudiar este fenómeno desde la antropología, la sicología y otras disciplinas humanas, porque arrasa con el sentido de la fe cristiana, y no nos estamos dando cuenta de ello. Gracias a Dios, esta desviación de la Navidad, es contrarrestada en buena parte por la hondura del misterio que celebramos en la Navidad. Y es el de la encarnación de Cristo, misterio germinal de la Pascua, de la resurrección. En la debilidad y ternura del Niño Dios del portal, se revela la paradójica grandeza de quien no dudó en hacerse uno como nosotros (Filip 2,6-11), para compartir

nuestra humanidad, marcada por el pecado y la muerte, compartir nuestra suerte y salvarla desde dentro, haciéndose carne (Jn 1,14). El tiempo de Navidad comienza con las primeras vísperas de la fiesta de Navidad y termina con el domingo después de Epifanía, o después del día 6 de enero. El Bautismo del Señor es la fiesta que cierra el tiempo de Navidad. Se celebra el domingo posterior a la Epifanía, que es la celebración de la manifestación del Señor y se celebra el 6 de enero o bien, donde no es día de precepto, el domingo entre el 2 y el 8 de enero. Está en íntima relación con la Navidad, pues se remonta a su mismo origen. El acontecimiento bíblico de la llegada de los magos de Oriente a Belén (Mt 2,1-12), adquiere una dimensión universal, como manifestación de Jesús a las naciones (representadas en los sabios), y le da a la fiesta un carácter ecuménico y misionero. La Epifanía del Señor, que se completa con la manifestación de Jesús a Israel en el bautismo, nos recuerda que Jesús es la revelación de Dios, la manifestación del Padre mismo desde su nacimiento, hasta su vida adulta. El bautismo de Jesús nos recuerda que Jesús inicia su vida pública con su manifestación en el Jordán, a su pueblo Israel. Esta fiesta “completa” el ciclo de Navidad. Es el término de la infancia de Jesús, para dar comienzo a su vida pública (coincide con el comienzo del Tiempo Ordinario), en el que se despliegan los acontecimientos de la vida pública de Jesús: enseñanzas, milagros y palabras, sin centrarse en algún aspecto particular hasta entrar la Cuaresma en el Miércoles de Ceniza. La característica más visible del tiempo de Navidad, es la acumulación de fiestas en tan corto período. Las principales son: el 25 de diciembre, Navidad y el 6 de enero, Epifanía. El domingo siguiente a la Navidad, se celebra la fiesta de la Sagrada Familia, el 1 de enero, octava de Navidad, la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, el domingo siguiente, segundo domingo de Navidad y el domingo después de Epifanía, la fiesta del Bautismo del Señor. Dentro de la Octava de Navidad, el 26 de diciembre, la fiesta de San Esteban, protomártir de la Iglesia, el 27, la fiesta de san Juan Evangelista y el 28, la fiesta de los Santos Inocentes. El 25 de diciembre, se mantiene la costumbre de celebrar tres misas, además de la vespertina de la vigilia, en la medianoche, la aurora y en el día. María, la Madre de Jesús en Navidad No podemos dejar de lado a María en este tiempo, pues Ella es la Madre de Jesús, la que lo dio a luz en Belén. Fue preparada por Dios para ser dignísima Madre de su Hijo (llena de gracia, Inmaculada); a Ella Él le anunció que sería Madre del Redentor (IV Domingo de Adviento). La contemplamos asumiendo con total disponibilidad a

Dios su papel de Madre, después de su espera. En compañía de su esposo José, cuida de Cristo Niño en sus primeros años, lo presenta a los Magos (Mt 2,11). La Iglesia la contempla en el misterio de la Sagrada Familia y celebra su maternidad divina (1 de enero) Podemos hablar, pues, de Nuestra Señora de la Navidad y de Nuestra Señora de la Epifanía, como Madre de Aquel que es Dios y hombre verdadero, la Luz de los pueblos, manifestado al mundo. En Navidad podemos celebrar a María, unida a su Hijo Niño, a Cristo Señor, Mediador y Sumo Sacerdote. Celebramos su presencia como Madre de la Iglesia, el mejor modelo de mujer creyente, que acoge en la fe el misterio de la Navidad. Es la más fiel seguidora de su Hijo, y el primer modelo de cómo podemos recibir, acoger y amar a Jesús en esta Navidad. Navidad es celebrar la grandeza y humildad de María, que hizo posible que Cristo se encarnara, naciera y se manifestara a la humanidad entera. Los signos de la Navidad: el Portal (y el Árbol) Una de las más bellas tradiciones en nuestros hogares, era el “poner el portal” (Belén, Nacimiento, Pesebre), que es la representación del nacimiento de Jesús. De manera que es el signo más netamente cristiano. Todos sus elementos son bíblicos: la Sagrada Familia (Lc 2,1-7; Mt 1,24-25), los pastores (Lc 2,8-20); el ángel de gloria (Lc 2,9-13), los reyes magos (Mt 2,1-12), la estrella de Belén (Mt 2,3.9-10; Núm. 24,17), y los animales (Is 1,3). Ojalá que aprovechemos esta tradición para rescatarla y darle el lugar primordial que siempre tuvo, no solamente como signo excelente de Navidad, sino como proclamación de nuestra fe en el misterio de la encarnación y nacimiento de Cristo (Lc 2,10-11). Y con respecto al árbol de Navidad, tan querido por muchos de nosotros, con sus adornos, nos puede hacer recordar que el verdadero árbol es el de la vida, que Dios puso en el paraíso (Gén 2,9; 3,22), y el árbol de la cruz, en el cual Cristo, extendiendo sus brazos, dio su vida por nosotros para salvarnos. Que sus adornos y regalos son signo del regalo de Dios al mundo, Cristo hecho hombre, sus luces son símbolo de las verdadera Luz que es Jesucristo, que vino a iluminar a todo hombre y mujer de este mundo (Jn 8,12; 9,5; 11,9; 12,15). El Árbol de Navidad llenos de luces, nos recuerda también la vida, la luz y la esperanza. Su estrella es la misma que guió a los Magos hasta el portal de Belén (Mt 2,2.9).

¿Qué hacer en Navidad, desde la liturgia y desde la religiosidad popular? En primer lugar, respetar la liturgia y celebrar con ella la ternura de Dios en la calidad de la proclamación de la Palabra de Dios, especialmente los Evangelios de la Infancia de Jesús, que tienen suficiente fuerza evocadora del misterio que se celebra. Las homilías deben brillar, no por el barroquismo o la sensiblería, sino por su sencillez. Los cantos navideños son signo de alegría, su entonación debe manifestar la alegría de la salvación traída por Cristo (Is 9,2-3.5; Lc 2,10-11; Mt 2,10). La procesión para venerar la imagen del Niño Dios en nuestros templos, podría hacerse al final de la Eucaristía, pues antes de la presentación de las ofrendas, corre el riesgo de “descomponer” la celebración. Al final, puede ser el mejor momento y es allí donde se pueden cantar villancicos, llevando luego la imagen del Niño al portal o Nacimiento. La Navidad es un tiempo muy familiar. Porque recordamos a la Sagrada Familia, porque es el tiempo de la “ternura de Dios”, un “sacramento” de su amor. La familia es lugar de celebración del misterio, de acompañamiento, de ayuda, de amor y de celebración festiva. Todos y todas, en algún momento, teníamos en familia la elaboración de los tamales, la comida típica de Navidad (¡motivar una comidita hecha en familia en Nochebuena!). Hay una canción de Luis Aguilé, que bien aprovechada, puede dar un buen mensaje sobre la importancia de la unión familiar en Navidad y que se escucha mucho en estos días: “Ven a mi casa esta Navidad”. Con los niños se puede celebrar este tiempo con provecho. Ellos lo disfrutan mucho. Y tienen, por especial voluntad de Dios, un especial protagonismo en estos días. Conviene que se note en las celebraciones litúrgicas. Invitar a sus padres a compartir con ellos la celebración de la Eucaristía y la celebración en casa. La visita a algún enfermo con ellos, a los abuelos o personas de la tercera edad, llevándolas e invitándolas a compartir con la familia, hacer una oración con ellos ante el portal... ¿No es, por ventura, momentos privilegiados, para “hacernos niños” y entrar así en el Reino de Dios? (Mt 19,13-15; Mc 9,13-16; Lc 18,15-17; Mt 18,3). En estos días de Navidad, hacer entre todos, el portal, aprovechando los textos bíblicos que hemos puesto del mismo. Que ocupe el centro de la casa, junto al Árbol de Navidad. No tiene que ser muy recargado, puede ser grande o pequeño, pero sí colocarlo en un lugar visible y destacado. Aprovechar el material adjunto para hacerlo por pasos en el tiempo de Adviento, con los elementos catequéticos que explicamos.

Ojalá que la familia se reúna ante él, en algún momento (en la cena, almuerzo, para dar gracias), o para rezar el Rezo del Niño Dios, que bien cabe en estos días, y no después, casi pegando con la Cuaresma... O antes de irnos a dormir, si hay niños, hacer una pequeña oración, darle un beso a la imagen del Niño Jesús o cantar algún villancico. Hacer una lectura de un texto bíblico, aprovechando, tal vez, los textos bíblicos de la liturgia de Navidad y Epifanía, que se proclaman en las celebraciones eucarísticas. Adornar la casa en Nochebuena o Navidad, para acrecentar el ambiente festivo. Compartir la fiesta con algunas personas que viven en situaciones difíciles: los enfermitos, los pobres del barrio, las personas solas, o haciendo alguna colecta para socorrer a los pobres, puede ser víveres o alimentos. Y como, en la práctica, en Navidad los niños reciben algún regalo o juguete, habría que enseñarles a compartir sus juguetes con otros niños y a no exhibirlos ante aquellos que tienen menos. Esto porque, sin querer, podemos herir a los niños que no recibirán ninguno y que, a veces, piensan que el Niño Dios sólo les lleva juguetes y regalos a los niños ricos, con la correspondiente imagen deformada de Jesús, que prefiere a unos y olvida otros... Recordemos que, en Navidad, proclamamos y celebramos la ternura de Dios. Finalmente, Epifanía Al celebrar la Epifanía, como parte de la Navidad, esta es la segunda fiesta del ciclo de Navidad, el día en que contemplamos cómo la luz que nace en Belén, es luz que alcanza a todos los pueblos de la tierra, sin distingos de raza, ni cultura, ni lengua. Los Magos de Oriente son los representantes de los pueblos, que nos enseñan que la salvación de Dios es para ellos. Son un símbolo de esa llamada universal a la fe. La Eucaristía de ese día tendría que ser muy entusiasta, para decirnos mutuamente la alegría de compartir la misma luz de Cristo personas tan distintas, en todos los rincones del mundo (Is 60,1-6). En este día, se le pueden colocar al portal las figuras de los reyes magos (si es que no están puestas ya...), con este sentido de celebrar que el Niño Jesús es “gloria del pueblo de Israel y luz de las naciones (Lc 2,32). La Epifanía nos presenta un aspecto de la encarnación de Cristo, la manifestación de la gran bondad de Dios para con nosotros. La Epifanía del Señor (con la adoración de los Magos), el Bautismo de Jesús en el río Jordán y el primer milagro o signo de Jesús en Caná, en el cual “manifestó su gloria” (Jn 2,11), recogen el espíritu de esta celebración, pues: “hoy la estrella condujo a los Magos al pesebre; hoy el agua se convirtió en vino en las bodas de Caná; hoy Cristo fue bautizado por Juan para salvarnos...”