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Homenaje a Rodrigo de Balbín Behrmann
2016
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ARPI 04 Extra
Homenaje a Rodrigo de Balbín Behrmann
Publicación Extra: 2016 ISSN: 2341-2496 Dirección: Primitiva Bueno Ramírez (UAH) Subdirección: Rosa Barroso (UAH) Consejo editorial: Manuel Alcaraz (Universidad de Alcalá); José Mª Barco (Universidad de Alcalá); Cristina de Juana (Universidad de Alcalá); Mª Ángeles Lancharro (Universidad de Alcalá); Estibaliz Polo (Universidad de Alcalá); Antonio Vázquez (Universidad de Alcalá); Piedad Villanueva (Universidad de Alcalá). Comité Asesor: Rodrigo de Balbín (Prehistoria-UAH); Margarita Vallejo (Historia Antigua- UAH); Lauro Olmo (Arqueología- UAH); Leonor Rocha (Arqueología – Universidade de Évora); Enrique Baquedano (MAR); Luc Laporte (Laboratoire d'Anthropologie, Université de Rennes); Laure Salanova (CNRS). Edición: Área de Prehistoria (UAH) Foto portada:
ARPI 04 Extra
Homenaje a Rodrigo de Balbín Behrmann
Publicación Extra: 2016 ISSN: 2341-2496 Dirección: Primitiva Bueno Ramírez (UAH) Subdirección: Rosa Barroso (UAH) Consejo editorial: Manuel Alcaraz (Neanderthal Museum); José Mª Barco (Universidad de Alcalá); Cristina de Juana (Universidad de Alcalá); Mª Ángeles Lancharro (Universidad de Alcalá); Adara López (Universidad de Alcalá) Estibaliz Polo (Universidad de Alcalá); Antonio Vázquez (Universidad de Alcalá); Piedad Villanueva (Universidad de Alcalá). Comité Asesor: Rodrigo de Balbín (Prehistoria-UAH); Margarita Vallejo (Historia Antigua- UAH); Lauro Olmo (Arqueología- UAH); Leonor Rocha (Arqueología – Universidade de Évora); Enrique Baquedano (MAR); Luc Laporte (Laboratoire d'Anthropologie, Université de Rennes); Laure Salanova (CNRS). Edición: Área de Prehistoria (UAH) Foto Portada: Cantos de Chaves (Foto R. de Balbín)
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SUMARIO Editorial 05-19 Selection of cave shelter by Neanderthals (Homo neanderthalensis) and spotted hyaenas (Crocuta crocuta) at the Calvero de la Higuera sites (Pinilla del Valle, Madrid Region, Spain) Baquedano, Enrique; Laplana, César; Arsuaga, Juan Luis; Huguet, Rosa; Márquez, Belén; Pérez-González, Alfredo 20-33 Avance del estudio geoarqueológico de los depósitos fluviales de la terraza +8M del río Manzanares y del antiguo arroyo Pradolongo en el tramo final del valle medio del Manzanares (Madrid, España) Tapias, Fernando; Cuartero, Felipe; Alcaraz-Castaño, Manuel; Escolá, Marta; Dones, Vanessa; Manzano, Iván; Sánchez, Fernando; Sanabria, Primitivo Javier; Díaz, Miguel Ángel; Expósito, Alfonso; Marinas, Elena; Ruiz-Zapata, M. Blanca; Gil, María José; Silva, Pablo G; Roquero, Elvira; Torres, Trini-dad de; Ortiz, José Eugenio; Morín, Jorge 34-48 El Paleolítico Superior pre-magdaleniense en el centro de la Península Ibérica: hacia un nuevo modelo Alcaraz-Castaño, Manuel 49-63 Un ornamento singular atribuido a cazadores recolectores solutrenses en el yacimiento al aire libre de La Toleta (Puerto Serrano, Cádiz) Giles Pacheco, Francisco; Gutiérrez López, José María; Carrascal, José María; Giles Guzmán, Francisco J.; Doyague Reinoso, Ana Mª; Domínguez Bella, Salvador 64-77 First approach to the chronological sequence of the engraved stone plaques of the Foz do Medal alluvial terrace in Trás-os-Montes, Portugal Figueiredo, Sofia Soares de; Nobre, Luís; Xavier, Pedro; Gaspar, Rita; Carrondo, Joana 78-94 La fuerza del pasado. Lecturas actuales Bueno Ramírez, Primitiva 95-117 Referencias crono-culturales en torno al arte levantino: grabados, superposiciones y últimas dataciones 14C AMS Viñas, Ramón; Rubio, Albert; Ruiz, Juan F. 118-132 El Abric V d’Ermites (Ulldecona). Descubrimiento de nuevas figuras y problemáticas de conservación Ruiz López, Juan F.; Quesada Martínez, Elia; Pereira Uzal, José M.; Pérez Bellido, Rubén; Alloza, Ramiro; Viñas Vallverdú, Ramón 133-150 Modelo de distribución del arte rupestre post-glaciar en Madrid, Toledo y Guadalajara Lancharro, Mª Ángeles 151-164 Cronologías y estratigrafías en el arte rupestre de la sierra de San Mamede (Portugal/España) Oliveira, Jorge de 165-181 Les stèles gravées du plateau de la Bretellière à Saint-Macaire-en-Mauges (Maine-et-Loire, France) Mens, Emmanuel; Berthaud, Gérard; Raux, Paul; Berson, Bruno; Joussaume, Roger; Le Jeune, Yann; Jupin, Stéphane; Barreau, Jean-Baptiste; Bernard, Yann; Cousseau, Serge; Pfost, Didier 182-190 Piliers de dolmen se chevauchant: Phénomène de convergence… ou relations à longues distances Le Goffic, Michel
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191-204 Reciprocity ↔ Mutuality: Funerary behaviour in Middle Tagus region (Central Portugal) Cruz, Ana Pinto da 205-220 Lo que heredamos. Ideas sobre arte megalítico Carrera Ramírez, Fernando 221-236 Neolítico y arte rupestre en As Campurras (Gondomar, Pontevedra) Villar Quinteiro, Rosa 237-247 Nouvelles [et anciennes] données sur l’art mégalithique en Alentejo Rocha, Leonor 248-263 Construyendo un paisaje. Megalitos, arte esquemático y cabañeras en el Pirineo Central Montes Ramírez, Lourdes; Domingo Martínez, Rafael; Sebastián López, María; Lanau Hernáez, Paloma 264-285 Solo contrastando: Calcolítico vs. Bronce en la Prehistoria del interior peninsular Barroso Bermejo, Rosa M. 286-297 Rituales campaniformes en contextos no funerarios: la factoría salinera de Molino Sanchón II (Villafáfila, Zamora) Delibes de Castro, German; Guerra Doce, Elisa; Abarquero Moras, Javier 298-323 La cronología actual de los sistemas de fosos del poblado calcolítico de Valencina de la Concepción (Sevilla) en el contexto del Sur de la Península Ibérica Mederos Martín, Alfredo 324-344 Comportamiento social e implicaciones territoriales derivadas del análisis de dos estructuras tumulares en el Noroeste de la Península Ibérica Cano Pan, Juan A. 345-356 Aspectos hidrogeológicos, paleoambientales, astronómicos y simbólicos del Bronce de La Mancha Benítez de Lugo Enrich, Luis; Mejías Moreno, Miguel 357-367 La estela de guerrero de las Herencias (Toledo) Chapa Brunet, Teresa; Pereira Sieso, Juan
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SOLO CONTRASTANDO: CALCOLÍTICO
vs. BRONCE EN LA PREHISTORIA DEL
INTERIOR PENINSULAR.
ONLY CONTRASTING: CHALCOLITHIC VS. BRONZE IN THE INLAND IBERIAN PREHISTORY.
R. Barroso Bermejo (1)
Resumen:
Este artículo contrasta el contexto arqueológico de la Meseta Sur, en la cuenca del Tajo, entre el Cal-
colítico y la Edad del Bronce. Se comparan los poblados, los registros funerarios y sus ajuares, así como la orga-
nización económica con el fin determinar las continuidades y cambios que caracterizan las comunidades de la
Edad del Bronce respecto a sus predecesoras calcolíticas. La transición entre el III y II milenio a.C. supone en el
Tajo procesos muy heterogéneos que deben ser analizados desde la propia diversidad de las comunidades cal-
colíticas y su capacidad de reorganización y renovación.
Palabras clave: Valle del Tajo, Calcolítico, Edad del Bronce, transición
Abstract
The This paper deals with the contrasts that the archaeological context of the South Plateau (Tagus
valley) shows between Chalcolithic and Bronze Age. The kind of settlement, the funerary practices and its
grave goods as well as the economical organization have been discussed in order to define the continuities and
changes that characterize the Bronze Age communities in front of its chalcolithic predecessors. The transition
between the 3rd and 2nd millennium BC. in the inland Tagus valley appears to have heterogeneous processes
that should be evaluate from the diversity of the chalcolithic communities and its ability to be reorganized.
Key words: Tagus valley, Chalcolithic, Bronze Age, transition
(1) Área de Prehistoria. Universidad de Alcalá de Henares . [email protected]
Este trabajo se inscribe dentro de los proyectos CCGC2014/027 de la UAH y 2019598/ JCCM-Arqueologia-2015
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El colapso calcolítico, la fragmentación y
reordenación política de la Edad del Bronce son
algunos de los términos usados en diversas áreas
peninsulares para referirse a las transformaciones
y cambios que caracterizan el tránsito del III al II
milenio a.C. (Fabián et al. 2006; Valera 2003, 2014,
2015; Lull et al. 2011 y 2015). La Meseta Sur no
queda al margen de este proceso. El paso del Cal-
colítico a la Edad del Bronce implica aquí una serie
de novedades y continuidades que se repasan en
este artículo en el marco de las tierras interiores
asociadas al Tajo. En este ámbito comenzamos
nuestros trabajos junto al homenajeado en este
volumen, el Dr. Balbín Behrmann.
1.- CALCOLÍTICO Y EDAD DEL BRONCE
La primera dificultad surge de la defini-
ción que implica el Calcolítico y la Edad del Bronce.
Este largo espacio del III y II milenio a.C. ha sido
parcelado en la Meseta en etapas y horizontes, tan
aceptados como criticados por los investigadores,
cuya caracterización responde mayoritariamente a
elementos materiales.
Por un lado, la ausencia/presencia de
Campaniforme sirvió para diferenciar una etapa
previa y final del Calcolítico hoy plenamente supe-
rada con el reconocimiento de un registro decora-
do inserto en tradiciones anteriores y de larga du-
ración que sobrepasa ampliamente lo que es el III
milenio a.C. (Bueno et al. 2005; Ríos et al. 2012:
202; Blasco et al. 2014: 112). Por otro, y de forma
convencional, se viene admitiendo para la Edad
del Bronce un modelo tripartito identificado como
Bronce Inicial/Antiguo, un Bronce Medio
(Protocogotas) y un Bronce Final (toda la discusión
en Pérez Villa 2015: 29-34).
A diferencia de la Meseta Norte, donde se
consolidó hace tiempo la existencia de un Bronce
Antiguo, en el Tajo la etapa se reunía como Bronce
Antiguo/Pleno u Horizonte de cerámicas lisas
(Blasco y Carrión 2000: 330) en parte solapado con
registros con Campaniforme o cerámicas Cogotas.
Su caracterización mediante indicadores materia-
les escasamente representativos (Díaz del Río
2001: 53-55), lo convirtió en un cajón en el que te-
nían cabida todos los enclaves sin esas decoracio-
nes. La similitud y en ocasiones sincronía de estas
comunidades de cerámicas lisas y los grupos Co-
gotas permitió pensar, incluso, en territorios dife-
rentes para ambas, la cuenca alta del Tajo y las
tierras bajas del Manzanares respectivamente
(Blasco et al. 1995: 121).
En los últimos años se viene reivindicando
la entidad cultural de un Bronce Antiguo (2000-
1750 a.C.) en poblados con escasa relación espacial
con las comunidades que practican enterramien-
tos con Campaniforme (Aliaga y Megías 2011: 176;
Ríos et al. 2012: 202), sin embargo su verdadera
caracterización aún está pendiente en el Tajo. En
paralelo se ha propuesto la diferenciación de dos
fases campaniformes. Una primera, en la que en-
trarían las variedades impresas e incisas registra-
das durante el III milenio como “más puramente
calcolíticas”, y una segunda fase con las Ciempo-
zuelos del II milenio a.C. donde existe una mayor
presencia de enterramientos individuales (Rios et
al. 2012: 205). Esta última equivaldría, en definiti-
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va, al periodo de convivencia de manifestaciones
calcolíticas y de la Edad del Bronce.
No es la historia sino la investigación la
que está fragmentada de forma que la única mane-
ra de ordenar todas estas cuestiones pasa por ad-
mitir que nuestros registros materiales no son tan
variados como quisiéramos y por disponer de fe-
chas absolutas certeras asociadas a materiales
diagnósticos. Esta situación tampoco se ha logrado
aún en el Tajo. Cuantitativamente el área tiene
necesidad de fechas absolutas a pesar del incre-
mento notable de las dataciones de la provincia de
Madrid en los últimos años (Balsera y Díaz del Rio
2014: 37). Hay un predominio de fechas del III mile-
nio y comienzos del II a.C., mayoritariamente liga-
das a Campaniforme y concentradas en un escaso
número de yacimientos (Camino de las Yeseras,
Humanejos, Valle de las Higueras y Gózquez). En la
Edad del Bronce la información más numerosa pro-
cede de los yacimientos madrileños de Los Berro-
cales y Gózquez (087 y 085) pues conviene no pasar
por alto la alta desviación de las fechas del poblado
alcarreño de La Loma del Lomo (Guadalajara). Con
ello otra nueva descompensación es evidente, la
existente entre la capital y el resto de las provincias
del Tajo.
2.-LOS CONTEXTOS DOMESTICOS
Además de algunas cuevas, las comunida-
des calcolíticas y de la Edad del Bronce compartían
el mismo patrón de poblamiento en áreas abiertas.
Se ocupan zonas bajas, terrazas y elevaciones me-
dias, así como puntos destacados en altura, peque-
ños altozanos o cerros, sin que cambien las caracte-
rísticas generales de los yacimientos que respon-
den, con sólo alguna excepción, al tipo de poblados
de fondos de cabaña. Los poblados presentan nu-
merosas estructuras subterráneas de forma, tama-
ño y funcionalidad diversa cuya contemporaneidad
es difícil de estimar sin fechas absolutas.
La identificación de fosos en yacimientos
del interior del Tajo, semejantes a los de otras
áreas peninsulares, ha sido una de las principales
novedades del poblamiento calcolítico de los últi-
mos años (Díaz del Río 2003) y ha supuesto la intro-
ducción de un elemento estructural de ruptura con
Fig. 1.– Área de estudio con los principales yacimientos mencio-nados en el texto.
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la monotonía del yacimiento formado sólo por ho-
yos. Recientemente han sido localizados fosos en la
provincia de Toledo (Schmitt et al. e.p.), los hay
también en Guadalajara (Cantalapieda e Ísmodes
2010) y en los límites de la cuenca del Tajo y Gua-
diana (Chautón 2010; Gutiérrez 2010), pero el grue-
so de la documentación está en la provincia de Ma-
drid (Ríos 2011a: 190) con más de una quincena.
Sus fechas los sitúan en el III milenio a.C., con nive-
les de colmatación en los que no falta el campani-
forme e incluso estructuras superpuestas que ava-
lan su fin previo al abandono de la actividad del
poblado. Por otro lado, el interés por la elevación
de murallas, propuesto en algunos yacimientos del
oeste de la provincia de Toledo (Carrobles et al.
1994), aún no ha sido certificado con excavaciones
y ni siquiera incluye, avanzado el II milenio a.C., a
las comunidades Cogotas.
La mayor parte de los yacimientos están
excavados parcialmente y las estructuras aparecen
tanto al interior como al exterior de los recintos por
lo que determinar su tamaño no es fácil. Aun así se
observa en ellos toda una gradación entre los de
pequeño tamaño (entre 1-5 H) hasta los más gran-
des, de entorno a las 20 H (Ríos 2011a: 185), como
Camino de las Yeseras o Humanejos, que podrían
haber ejercido como lugares centrales (Blasco et al.
2014: 111).
En la Edad del Bronce tenemos aún más
dificultades para hablar de extensión. La primera
de ellas viene de las frecuentes ocupaciones largas
de muchos yacimientos superpuestos, al menos en
parte, en los mismos espacios durante el Neolítico,
Calcolítico y el Bronce. Las dinámicas parecen ser
muy variadas y es difícil determinar, por la propia
tipología de las estructuras y la falta de fechas, si el
yacimiento se ocupa de forma continua o se trata
de reocupaciones discontinuas en el tiempo.
La ocupación de La Loma del Lomo
(Guadalajara) podría durar cerca de 1500 años con
dos etapas, Calcolítico y Bronce, “perfectamente”
delimitadas y no muy separadas en el tiempo
(Valiente 2001: 247 y 270). A la primera ocupación
calcolítica, seguramente más densa que lo conser-
vado, corresponderían seis pequeñas agrupaciones
de hoyos del sector norte y un área de habitación
hacia el sur, a escasos 20 m (2). A la Edad del Bron-
ce corresponde el grueso de los hoyos localizados
en el sector Norte que se agrupan en dos conjuntos
(zona A y B). 10 m ocupados por estructuras ante-
riores, los separan entre sí (Fig.2 ). En la misma si-
tuación podría colocarse el yacimientos madrileño
de Soto del Henares (Galindo et al. 2009) que ade-
más cuenta con una compleja secuencia de recin-
tos. Su larga ocupación afecta fundamentalmente
al Calcolítico, Bronce inicial y pleno. Al contrario
(2) La excavación de este sector afectó sólo a 147,5 m² correspondientes a una estructura identificada como dos fondos de cabaña consecu-tivos, siendo el segundo posiblemente una ampliación del espacio del primero (Valiente 2001: 253), aunque hay reconocer que t iene aspecto de ser un tramo de zanja o empalizada. En todo caso la estructura se adscribe a la etapa calcolítica del yacimiento.
Fig. 2.– Plano de la excavación de La Loma del Lomo (Cogolludo, Guadalajara) a partir de Valiente 2011: Fig. 201 y 202.
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Camino de las Yeseras se ocupa intensamente du-
rante el III milenio, se abandona a comienzos del II
y recibe de nuevo en el Bronce medio una corta y
pequeña ocupación (Blasco et al. 2007).
Otros yacimientos han sido calificados de
ocupaciones ex novo como es el caso de Los Berro-
cales, localizado sobre una pequeña elevación y
ocupado durante 500 años (Aliaga y Megías 2011:
176) o los cinco yacimientos localizados en Góz-
quez (San Martín de la Vega) (Díaz del Río y Vicent
2006), emplazados en vaguadas, depresiones y
cerros dentro del mismo entorno que ocuparon los
yacimientos del III milenio a.C.. Distancias de unos
300 m separan aquí el recinto calcolítico de la ocu-
pación posterior de la Edad del Bronce, quedando
esta distancia reducida a 100 m. en el poblado de
Las Matillas, en Alcalá de Henares (Díaz del Río
2003: 74). Esta proximidad entre ruinas y nuevas
ocupaciones se observa también en yacimientos
como Aguas Vivas y podría reproducirse en otros
tantos emplazamientos de fondo de valle sin iden-
tificación de fosos y con delimitaciones espaciales
imprecisas.
Efectivamente, otras de las dificultades
para determinar el tamaño de los poblados es la
escasez de excavaciones esforzadas en delimitar el
yacimiento, dándose a conocer la extensión abierta
pero no la ocupada. En ocasiones, diferentes acci-
dentes morfológicos del terreno permiten definir
los yacimientos espacialmente. La Loma del Lomo
es uno de los pocos en los que se abordó su excava-
ción casi total si contamos con la delimitación to-
pográfica del cerro que ocupa y la existencia de
sectores arrasados en los que afloraba la caliza
(Valiente 1995: 140). Sus 1637 m² ocupados por
estructuras de la Edad del Bronce nos colocan en
un rango de poblados pequeños que no llegan a la
hectárea, similar a los mencionados de Gózquez
(Fig. 3). Estos cinco yacimientos plantean otra
cuestión de interés. Aunque individualizados por su
topografía y agrupados en dos cuencas visuales
distintas, presentan entre ellos gran proximidad y
gran variabilidad de registros lo que propone ocu-
paciones de un mismo grupo con distinta funciona-
lidad (Díaz del Río y Vicent 2006). Las fechas obte-
nidas (Pérez Villa 2015:262), aun con la precaución
de los márgenes del radiocarbono, parecen apoyar
dicha propuesta así como una ocupación no muy
prolongada en el tiempo.
En un rango mayor podría situarse Los
Berrocales en el que las estructuras de la Edad del
Bronce se distribuyen por más de 10 H. de la exten-
sión abierta. El yacimiento se define como un mis-
mo enclave con tres yacimientos administrativos
(El Espinillo, Alto de las Peñuelas –Sector IV y La
Capona) (Aliaga y Megias 2011: 3), siendo el prime-
ro el de mayor concentración de estructuras en al
menos unas 4 H. Su planimetría muestra agrupa-
ciones de estructuras claras, separadas por espa-
cios semejantes a los mínimos de distancia obser-
vados en los yacimientos de Gózquez, y nuevamen-
te fechas que garantizan su uso simultáneo.
Los yacimientos de la Edad del Bronce han
disminuido su tamaño respecto a los Calcolíticos,
pero esto no debe interpretarse automáticamente
como una drástica reducción poblacional, que ni
siquiera a nivel peninsular se advierte entre el III y el
II milenio a.C. (Balsera et al. 2015a). Al contrario,
más allá de las dificultades de delimitación, lo que
se percibe es una red de poblamiento compacto.
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Yacimientos como los del entorno del Arroyo de
Butarque, El Quemadero-M45, Pista de Motos, Al-
mendro II o Pedro Jaro II, entre muchos otros, man-
tienen distancias de no más de 200 m. entre ellos
(Virseda y Domínguez 2008). El mismo panorama
se reproduce en Toledo tras las intensas excavacio-
nes de los últimos años. El poblado de La Paleta
(Jiménez et al. 2008), con más de 150 estructuras
de la Edad del Bronce, se localiza a sólo 150 m de
Las Mayores (Perera et al. 2010) que concentraba
605 estructuras (453 de ellas excavadas y asignadas
a la Edad del Bronce) y se encuentra, a su vez, pró-
ximo a los yacimientos del término de Yuncos
(Barroso et al. 2014a).
Respecto a la organización interna, no conocemos
bien los poblados calcolíticos salvo la relevancia
que pudieron tener los espacios centrales. Sin em-
bargo, es cierto que es mucha la información gene-
rada sobre las propias unidades domésticas hasta el
punto de poder determinarse numerosas variantes
en sus tipos constructivos como son las viviendas
con zanjas perimetrales, semiexcavadas con postes
o con zócalos de piedra. No falta tampoco la delimi-
tación de áreas de taller dedicadas a la actividad
lítica o metálica (Ríos 2011a: 406; Blasco y Ríos
2010: 361; Martínez et al. 2014: 152 y 2015).
La situación es bien distinta en la Edad del
Bronce porque el número de estructuras de habita-
Fig. 3.– Yacimientos calcolíticos y de la Edad del Bronce de Gózquez y las fechas BP obtenidas en tres de ellos (Gózquez 047 , 085 y 087), a partir de Díaz del Río 2003; Díaz del Río y Vicent 2006 y Pérez Villa 2015.
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ción identificadas como tales decae notablemente
sin que sea sólo un problema de la superficie exca-
vada. En Los Berrocales se localizó una estructura
oval enterrada de 5,30 x 3,5 m con tres agujeros de
poste. (Aliaga y Megías 2011: 39) (Fig. 4). De ser
correcta su adscripción a la Edad del Bronce, esta-
ríamos ante la única cabaña documentada entre las
1272 estructuras del yacimiento. Su localización, un
tanto aislada, lleva a plantear que los espacios va-
cíos del yacimiento correspondan a áreas de habi-
tación rodeadas de silos, una cuestión extendida en
las interpretaciones de otros yacimientos de la
Edad del Bronce (Blasco, 2004: 364; Virseda y Do-
minguez 2008: 44) lo que implicaría un poblamien-
to somero, de más frágil huella arqueológica que el
Calcolítico. Algunas huellas de poste alineadas han
sido interpretadas como cercados (Aliaga y Megias
2011: 42) y en el mismo sentido se adscribió a la
Edad del Bronce, no sin dudas (Díaz del Rio 2001:
256), una alineación de piedra de La Loma del Lo-
mo (25 m de longitud) que sirvió de base de la em-
palizada que separaba el yacimiento del área de
estabulación (Valiente 2001: 258).
Sin fosos y con pocas viviendas, es eviden-
te que lo que más proliferan son los hoyos que a
pesar de su homogeneidad, en definitiva, son los
que concentran los restos arqueológicos y en el
caso de los enterramientos los únicos depósitos
primarios con que contamos. Tenemos análisis de
secciones, plantas, capacidades y tipos de rellenos,
estratificados o no, pero hasta el momento solo la
cuantificación de contenidos se perfila como útil
para determinar variables internas en la organiza-
ción del espacio: áreas de almacenaje y reproduc-
ción social diferenciadas de las de consumo y trans-
formación (Díaz del Rio et al. 1997). En La Loma del
Lomo, la menor densidad de hoyos, la mayor canti-
dad de residuos, el mayor tamaño de los fragmen-
tos y una mayor presencia de carbones, cenizas y
testimonios metalúrgicos de la zona A permitieron
su caracterización como área de actividad metalúr-
gica (Valiente 2001:258-259). Por otro lado, pocos
son los datos comparativos entre las estructuras
realizadas durante el Calcolítico y las que se abren
en la Edad del Bronce. A partir de su morfología se
han señalado diferencias en los perfiles, siendo más
sencillos y reiterativos en un primer momento y
mucho más variados durante la Edad del Bronce
(Valiente 2011:258) periodo en el que proliferan
cuantitativamente y aumentan su capacidad
(Blasco 2004: 366).
Fig. 4: Planimetría del área excavada en el yacimiento de Los Berrocales a partir de Megías y Expósito 2008 y loca-lización de la vivienda de Los Berrocales según Aliaga y Megías 2011: Fig. 20.
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Al comienzo del apartado hablamos de
excepciones a este tipo de poblamiento generaliza-
do de fondos de cabaña y una de ellas es el Cerro
del Bú, en Toledo, rodeado a su vez de otros tantos
yacimientos presumiblemente contemporáneos.
Su ocupación, de unas 0,7 H, se extiende por la zo-
na alta y especialmente su ladera sur mediante
obras de aterrazamiento en las que se instalan sus
viviendas. Estas están realizadas con zócalo de pie-
dra, pavimentos de arcilla, postes y paredes de en-
tramados de barro, distribuyéndose al interior silos
y elementos pesados de molienda (Fernández del
Cerro 2014: 81-84). Por un lado, es evidente su rela-
ción con el poblamiento del área de la Mancha y el
Argar. Por otro, está claro que la inversión de tra-
bajo que implican bancales y viviendas, configura-
das estas como unidades bien individualizadas,
contrasta con el panorama expuesto para los po-
blados de fondos de cabaña. La actual reexcava-
ción del yacimiento esclarecerá muchos de estos
aspectos.
3. LOS CONTEXTOS FUNERARIOS
El mundo funerario de la Edad del Bronce
se definía tradicionalmente por el uso de fosas, la
individualidad y la reducción del número de ente-
rramientos y presencia de ajuares frente a la colec-
tividad, la acumulación de bienes materiales y la
visibilidad de las construcciones funerarias calcoliti-
cas. La novedosa documentación funeraria de los
últimos años (Bueno et al. 2005; Liesau et al. 2008;
Aliaga y Mejías 2011) y estudios realizados a nivel
regional (Pérez Villa 2015; Aliaga 2012) nos permi-
ten profundizar en muchas de estas cuestiones.
La gran variedad de estructuras funerarias
calcolíticas es incuestionable (Bueno et al. 2005) y
no finaliza drásticamente con el III milenio a.C. A
comienzos del II milenio no hay que descartar ente-
rramientos en cuevas (Jiménez y Alcolea 2002) y el
uso de hipogeos ligados al Campaniforme (Bueno
et al. 2008; Ríos 2011b:83). Del mismo modo, algu-
nos enterramientos genéricamente englobados
como fosas podrían tener mayor entidad por el uso
de cubiertas, postes o cierres realizados en mate-
riales no perdurables como la madera o el barro
(Barroso et al. 2014b) e incluso aproximarse bas-
tante a los hipogeos identificados como de la Edad
del Bronce en el Suroeste (Filipe et al. 2013).
Aun dentro de la variedad, las fosas son el
contenedor funerario más frecuente durante el
Calcolítico y en la Edad del Bronce se reafirman
como las estructuras características. Por ejemplo,
en el Bronce medio son el único registro asociado a
Cogotas I en el Tajo (Barroso et al. 2014a) aun
cuando en la Meseta Norte encontramos elemen-
tos típicos de la cultura meseteña en dólmenes,
túmulos o cuevas (Esparza et al. 2012). Frente a las
fosas simples calcolíticas, las comunidades de la
Edad del Bronce tienen un mayor interés por el
acondicionamiento interior de la estructura, palpa-
ble en la realización de nichos y enterramientos en
vasija que acogen casi un 30% de los inhumados
(Pérez Villa 2015: 120). Esta valía del interior no se
plasma al exterior. Todo indica una falta de interés
por monumentalizar la tumba, por destacarla en el
paisaje o por diferenciar las de unos y otros.
En la consolidación de las fosas durante la
Edad del Bronce o, mejor dicho, en su reutilización
(Pérez Villa 2015:112) como lugar de enterramiento
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ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 04– 2016 272
hay una relación implícita entre ámbitos domésti-
cos y funerarios que pierde toda referencia a la exis-
tencia de necrópolis. El reconocimiento de verda-
deras necrópolis calcolíticas ha sido una de las no-
vedades de la investigación de los últimos años.
Este es el caso de Valle de las Higueras o Yuncos
(Bueno et al. 2000; Ruiz, 1975) y poblados como Las
Mayores (Perera et al. 2010) o Camino de las Yese-
ras (Liesau et al. 2008) donde se perciben evidentes
espacios funerarios. Al contrario, en la Edad del
Bronce no se habla de cementerios sino de la distri-
bución fortuita de los enterramientos. Hay agrupa-
ciones evidentes, el caso de los 23 enterramientos
de La Loma del Lomo en unos 350 m² (Fig. 2), pero
no alcanzamos a ver los criterios de su “orden so-
cial”, quizás porque no conocemos la organización
de los poblados (Barroso et al. 2014a). En todo ca-
so, frente a aquellos que sitúan los enterramientos
bajo las viviendas (Macarro 2000), predominan los
que mantienen su asociación a las áreas de produc-
ción y reproducción del ciclo agrario (Díaz del Rio et
al. 1997; Barroso et al. 2014a; Pérez Villa, 2015:113).
Su distribución aparentemente aleatoria podría ser
un elemento de compartimentación, derecho y
propiedad de ese espacio productivo por parte de
los diferentes grupos que conforman o se agregan a
la comunidad.
Los enterramientos individuales predomi-
nan durante la Edad del Bronce con un 78,10 %
(Pérez Villa 2015: 115) de la población enterrada.
Las cifras se invierten respecto al Calcolítico
(Barroso et al. 2014b), pero sin tintes absolutos,
pues de hecho la colectividad está presente a lo
largo de toda la Prehistoria Reciente del sur penin-
sular (Balsera et al. 2015b: 145). Los enterramientos
individuales se practican desde el Neolítico, se ex-
tienden por todo el III milenio e incluso conviven
con enterramientos colectivos dentro de los pro-
pios cementerios (Barroso et al. 2015), pero el que
ahora se impongan es sin duda significativo.
Sinceramente, tengo la percepción de que
hay un mayor número de enterramientos calcolíti-
cos que de la Edad del bronce en la zona pero aún
no tenemos buenos datos cuantitativos de compa-
ración. Al menos los obtenidos para buena parte del
área (Aliaga 2012) ya no permiten hablar de una
contundente reducción de los enterramientos du-
rante el II milenio a.C. Sólo en los últimos momen-
tos de la etapa se observa un descenso pronunciado
de tal forma que el número de enterramientos asig-
nables al momento álgido de Cogotas en el Tajo es
mínimo (Barroso et al. 2014a). Por otro lado, cono-
cemos importantes agrupaciones funerarias calcolí-
ticas como Valle de las Higueras, Camino de las
Yeseras o posiblemente Humanejos que superan el
medio centenar de enterrados. En la Edad del Bron-
ce (Pérez Villa 2015:97), la agrupación más numero-
sa de enterramientos procede de Los Berrocales
con 52 individuos, seguida de yacimientos como La
Loma del Lomo, Ventaquemada o Las Mayores que
repiten agrupaciones de entre 15-23 enterramien-
tos. Siendo Los Berrocales el de mayor extensión
abierta, las agrupaciones parecen en consonancia
con el tamaño de los asentamientos.
La capacidad de acumular artículos, ya sea
metal (oro o cobre), cerámica, sílex o elementos
realizados en materias primas lejanas de los ente-
rramientos calcolíticos, especialmente en la 2ª mi-
tad del III milenio a.C. (Bueno et al. 2005; Liesau y
Blasco 2012), no tiene parangón en los enterra-
mientos de la Edad de Bronce donde los ajuares no
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ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 04– 2016 273
sólo son parcos en variedad y cantidad, sino que
incluso muchos de ellos generan dudas sobre su
intencionada relación con los enterrados. El con-
traste entre esta aparente improvisación y la nor-
mativa campaniforme es evidente. Las ofrendas
animales (ovicáprinos, suidos y cánidos), menos
presentes en el Calcolítico (Liesau y Blasco 2012),
predominan durante la Edad del Bronce junto a la
cerámica (Pérez Villa 2015: 145-146) y algunos ele-
mentos de adorno personal, cuentas de collar y
colgantes mayoritariamente realizados en materias
primas locales (caliza, conchas de río o hueso). Res-
pecto al metal, no hay armas, sólo algunos punzo-
nes. Su presencia, muy repetida ya en tumbas cal-
colíticas del interior (Bueno et al. 2005; Blasco et al.
2016) y extendida en contextos argáricos (Aranda
et al. 2009) no caracteriza las tumbas del Bronce
del Tajo. Con todo ello no es fácil establecer una
jerarquía de valor respecto a los objetos/bienes
depositados en los enterramientos de la Edad del
Bronce, ni si reflejan desigualdad, pero si es eviden-
te que ofrendas animales y contenedores cerámi-
cos dotan a los muertos de lo básico, de la produc-
ción alimenticia. Recientemente se ha propuesto
que el grupo más favorecido con ajuar sean los
adultos (Pérez Villa 2015: 155) pero antes se propu-
so su relación con infantiles (Díaz del Rí 2001: 163).
Parece que los datos no son muy contundentes y
podrían modificarse según crece el registro.
4.- DIACRONIAS Y SINCRONIAS
Los cambios en las estructuras descritas,
así como su cronología, son decisivos para poder
determinar la evolución de los asentamientos, en
especial en los momentos finales del Calcolítico.
Camino de las Yeseras (Fig.5) es el yacimiento que
más información e interpretaciones ofrece en este
sentido. Las fechas obtenidas para el primer pobla-
do de recintos, según su diferente valoración, per-
miten plantear dinámicas de evolución diferentes y
con ello comunidades muy distintas detrás de él. O
bien se produjo un planteamiento unitario que fue
incrementando en sucesivas fases el crecimiento
del yacimiento como ocupación permanente (Ríos
2011a: 215), o bien una sucesiva apertura y colma-
tación de los fosos con interrupciones temporales
que cuestionan la ocupación continua del lugar
(Díaz del Río y Balsera 2014). Menos dudas hay
sobre la amortización de sus recintos en la 2ª mitad
del III milenio a.C. a tenor de la fecha de su foso
excéntrico, el último en colmatarse (2480-2290 cal
BC.). En este momento ya se conocen algunos en-
terramientos campaniformes que van a seguir rea-
lizándose, junto a otros sin las características cerá-
micas, hasta las primeras centurias del II milenio
a.C., igual que ocurre en el yacimiento de Humane-
jos (Ríos 2011a: 213; 2011b: 84). El enclave, por tan-
to, sigue siendo ocupado una vez que los fosos han
caído en desuso. Hay fechas procedentes tanto de
contextos funerarios como de habitación que nos
muestran, incluso, que las viviendas no han cam-
biado ni de morfología ni de tamaño a finales del
Fig. 5. Planimetría del yacimiento de Camino de las Yeseras
(Madrid) con la situación y planta de sus tres áreas funera-
rias, a partir de Liesau et al. 2008: Fig. 13 – 15 y Blasco et al.
2005: Fig. 4.
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ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 04– 2016 274
Calcolítico (Ríos 2011a: 415). Viviendas y tumbas
“ricas” comparten espacio, que sepamos, al menos
en el sector sur del yacimiento. Se ha señalado una
reducción del número de estructuras y su extensión
en estos momentos finales de la etapa (Blasco et al.
2007: 154) pero con sólo un 12% del yacimiento
excavado, el dato no puede concretarse, es decir, el
dónde se reduce o cómo se remodela el poblado,
cuánta población permanente reúne o el quién se
va o quién se queda como viene a decir P. Díaz del
Río (2013:72). Por otro lado, no hay signos de des-
trucción. Una casa construida sobre uno de los fo-
sos se derrumbó manteniendo, a diferencia del
resto, su contenido intacto (Ríos 2011a: 433) pero
las causas pudieron ser muchas. Finalmente, tras el
abandono del poblado, hay una pequeña reocupa-
ción de grupos Protocogotas, superpuesta (Blasco
et al. 2007: 154) y podemos añadir que ajena a toda
organización anterior. Si ésta mantenía los espa-
cios entre recintos sin viviendas ni enterramientos
y éstos se segregaban a la periferia del yacimiento,
el enterramiento Protocogotas localizado entre el
foso 3 y 4 (Ríos 2011a: 368 y 390) supone nuevos
criterios de uso del espacio instaurados, como po-
co, unas tres generaciones más tarde.
Las fechas más recientes de Camino de las
Yeseras, previas a la reocupación Protocogotas, y
la obtenida en Humanejos son todas funerarias
(Fig. 6). Hay enterramientos individuales y tam-
bién se están reutilizando espacios funerarios de
uso prolongado, delimitando distintos niveles de
enterramiento o sellando la tumba anterior como
ocurre en la A-21 E06-I cuya fecha procede de un
depósito superior de dos perros (Blasco et al. 2016:
21;). La fosa presenta además una compleja se-
cuencia de uso que incluye sustracción de restos
(Liesau et al. 2014: 144). Quizás en estos momen-
tos finales pudieran producirse algunos de los sa-
queos o destrucciones observados en varios con-
textos funerarios (Flores y Garrido 2014; Liesau y
Blasco 2012) y que son difíciles de entender en un
poblamiento estable en el que viviendas y tumbas
comparten espacio. De una u otra forma estas ac-
ciones implican, además de una apropiación de
bienes, una pérdida de respeto a los valores esta-
blecidos y desde luego una falta de autoridad fuer-
te en el enclave.
Las fechas para el campaniforme madrile-
ño Ciempozuelos se han fijado entre el 2200 y el
1740 a. C. (Ríos y Blasco 2012), pero en su tramo
final proceden únicamente de dos yacimientos,
Camino de las Yeseras y Humanejos, que son ade-
más los dos poblados de mayor tamaño que cono-
cemos. Los buenos recursos de su entorno y la ca-
pacidad de acumulación de bienes de alto valor
social que muestran sus tumbas podrían haber in-
centivado su población o lo que queda de ella du-
rante más tiempo. No en todos los yacimientos el
campaniforme arraiga ni se comporta de la misma
manera luego no debemos olvidar que hay forma-
ciones calcolíticas heterogéneas cuyo proceso de
desarrollo y disolución no tiene que ser el mismo. El
cementerio de Valle de las Higueras, en Toledo,
comienza su andadura antes de mediados del III
milenio a.C y una fecha del nicho de cueva 7 asegu-
ra su utilización aún tardía durante la Edad del
Bronce, casi a la par que la reocupación Protocogo-
tas de Camino de las Yeseras. Sin embargo en la
cueva 5 del mismo cementerio, hasta el momento
el enterramiento más reciente asociado a Ciempo-
zuelos, obtuvimos una fecha del 3790±40 BP (Beta -
157729): 2401-2046 Cal BC (Bueno et al. 2005).
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ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 04– 2016 275
Como se ha señalado en varias ocasiones
(Ríos y Blasco 2012) las fechas finales de poblados
como Camino de las Yeseras se solapan con las ob-
tenidas en asentamientos del II milenio a.C. sin
Campaniforme. Es el caso de Los Berrocales, cuyas
fechas iniciales (Aliaga Megías 2011 y Pérez Villa
2015: 263), avalan la formación y consolidación de
un poblamiento previo a la desintegración total de
la vida de poblados calcolíticos de larga ocupación
como Camino de las Yeseras. Poblados de mayor
tamaño y otros menores en población y extensión
temporal, como Gózquez 087, configuran el primer
poblamiento del Bronce Antiguo entre el 2100 y el
1800 cal BC. Incluso, fechas anteriores localizadas
en Berrocales (Ua41489: 3816±40 BP y Ua41488:
3834±35 BP; Rios y Blasco 2012: Fig. 1 A.1), de las
que no conocemos su procedencia, estarían relacio-
nadas con una fragmentación previa de las comuni-
dades calcolíticas, es decir, la reducción poblacional
o abandono de algunos poblados calcolíticos una
vez que se amortizan sus recintos o allí donde no los
hay como es el caso de Pista de Motos (Domíguez y
Virseda 2008).
Por otro lado, no hay que descartar proce-
sos continuos o de escasa interrupción entre las
ocupaciones calcolíticas y de la Edad del Bronce. Un
ejemplo sería el yacimiento de La Loma del Lomo
(Valiente 1987, 1992 y 2001) para el que hay fechas
sugerentes en este sentido, aunque muy poco fia-
bles. Su situación en el alto Henares lo coloca en un
ámbito donde el Campaniforme no tiene mucha
presencia. En el yacimiento aparece , pero sólo en
contexto doméstico (Valiente 2001), sin asociar a
enterramiento alguno.
Fig. 6.– Fechas de yacimientos madrileños calcolíticos y de la Edad del Bronce en el tránsito entre el III y II milenio a. C
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ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 04– 2016 276
5. MATERIALES Y RECURSOS.
El registro material Calcolítico y de la Edad
del Bronce ofrece notables diferencias. La céramica
se ha desligado de las típicas decoraciones calcolíti-
cas, especialmente las recargadas del Campanifor-
me Ciempozuelos. Ahora predominan las varieda-
des lisas o se opta por técnicas sencillas como las
decoraciones plásticas de cordones y mamelones o
sencillas impresiones a base de digitaciones o un-
gulaciones, preferentemente en labios. Desde el
punto de vista formal lo más novedoso son las care-
nas, bajas y medias, que darán paso a las fuentes de
carenas altas características de Cogotas en mo-
mentos avanzados de la Edad del Bronce. Tampoco
faltan las ollas de gran tamaño, globulares y ovoi-
des con bases planas, que podrían servir de conte-
nedores. La calidad del tratamiento final es impor-
tante con un porcentaje elevado de la producción
en el que se ha bruñido sus superficies (Aliaga y
Megías 2011: 102; Valiente 1992: 185). En principio,
todos estos cambios implican un distinto proceder
en la elaboración de los alimentos, su provisión y
consumo.
Como se ha comentado en relación a los
ajuares, durante el III milenio a.C. se observa una
intensificación de los elementos realizados en ma-
terias primas que superan el radio local e incluso
regional o remiten a morfologías implicadas en
círculos amplios de producción. La variscita, el ám-
bar, marfil de distintas procedencias o el cinabrio
son algunos de los “bienes” acumulados en varias
tumbas de Madrid y Toledo con o sin la distintiva
cerámica campaniforme (Bueno et al. 2005; Liesau
2016). También aparecen piezas de metal (oro y
cobre) que, aunque realizados con materias primas
regionales, en ocasiones remiten a círculos de pro-
ducción amplios (Blasco et al. 2016; Blasco y Ríos
2010: 364). No faltan tampoco las representaciones
simbólicas (Martínez et al. 2014: 166) e incluso la
cerámica, que aun siendo de elaboración local
(Barroso et al. 2015b) no queda completamente al
margen de las redes de intercambio (Harrison
1977:178). Los elementos de molienda, realizados
en piedras como el granito y presentes también en
los enterramientos (Liesau et al. 2008), suponen
ahora el inicio de la explotación de entornos de sie-
rra como Guadarrama de donde se obtendría a la
par el cobre (Blasco et al. 2008).
Los elementos alóctonos se reducen de
forma contundente durante la Edad del Bronce en
cantidad y variedad de materias primas. Alguna
concha marina (Valiente 1992: 74) y poco más. Ma-
terias primas como la variscita, procedente de
áreas de Zamora, y el ámbar, aparecen hasta me-
diados de la 2ª mitad del III milenio (Tabla. 1) fre-
nándose su adquisición y circulación. El acceso a
estas materias primas especializadas no depende
tanto de las posibilidades de las comunidades de la
Edad del Bronce como de unos círculos de inter-
cambio ya rotos durante el III milenio a.C.
(Villalobos y Odriozola 2016) sin embargo, otras
Tabla. 1.- Enterramientos del Tajo interior fechados que en sus ajuares tienen variscita, ambar o trivia arctica.
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ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 04– 2016 277
materias primas selectas como el oro aluvial, fácil
de trabajar, no parece probable que se agotaran
por completo en la región y tampoco se buscan, ni
siquiera para distinguir a unos individuos de otros
en los enterramientos.
En este mismo plano regional se consoli-
dan las estrategias de aprovisionamiento que sur-
ten de las materias primas necesarias para la pro-
ducción: los elementos de molienda y el metal,
cobre y estaño. Hay enterramientos de la Edad del
Bronce donde se han seleccionado molinos para el
ajuar de los inhumados y el granito se consolida, al
menos en el área madrileña, como el material más
idóneo para su realización (Blasco y Rovira 1993:
401). No faltan pruebas de importantes acumula-
ciones a pesar de no tener apenas viviendas identi-
ficadas. Es el caso los siete molinos de un silo de
Tejar de Sastre, los aproximadamente 500 kilos
localizados en los hoyos de Caserío de Perales
(Blasco y Rovira 1993: 403) o los numerosos moli-
nos barquiformes de Los Berrocales (Aliaga y
Megías 2011: 29 y 136). Evidentemente el que se
acumule no quiere decir que se use, pero tratándo-
se de un material tan pesado lo más lógico es pen-
sar que en algún momento se necesitaría en canti-
dad. Sería simplista traducir estos datos en térmi-
nos absolutos de mayor producción agrícola pero
tampoco puede olvidarse que a este material de
molienda se une una industria lítica tallada que
reduce notablemente su variedad tipológica siendo
los dientes de hoz lo más repetido en la mayor
parte de los yacimientos del Tajo (López López
2007).
Los restos botánicos y faunísticos no pre-
sentan contrastes significativos entre el III y II mile-
nio a.C, porque seguimos teniendo pocos datos.
Cereales y leguminosas son los cultivos característi-
cos de las comunidades del III y II milenio a.C. en la
zona dentro de un paisaje antropizado y con escasa
masa arbórea (Ruiz et al. 1997; Barroso et al.
2014a). Por su parte, la fauna del Calcolítico y la
Edad del Bronce presenta una tendencia similar.
Hay un predominio de animales domésticos (90%)
y dentro de ellos de los ovicaprinos seguidos de
vacuno, de mayor biomasa, y el cerdo. Este podría
disminuir en presencia respecto al III milenio a.C.
frente a otros animales como el perro o el caballo
(Yravedra 2006). Poder verificar y cuantificar este
dato sería interesante para confirmar diferencias
en las prácticas pecuarias y alimenticias pues los
cerdos suponen casi únicamente un aprovecha-
miento cárnico. Detrás de su retroceso pueden es-
tar factores medioambientales, de movilidad o
económicos pues son más incompatibles con el
desarrollo agrícola que otras cabañas como ovejas
o cabras (Fillios 2007).
Ni la Península ni la Meseta quedan fuera
del deterioro climático y ambiental documentado
entre el III y II milenio a.C. (López et al. 2014; Deli-
bes et al. 2015), sin embargo, su escala a nivel re-
gional es imprecisa. Tan sólo muestras de polínicos
y carpología de Camino de las Yeseras, correspon-
dientes a los siglos de tránsito entre III y II milenio
a.C., evidencian un clima árido unido a una dismi-
nución de la masa arbórea relacionada con la inten-
sificación de la deforestación y un aumento de la
presión pastoral (López 2011: 257; Peña et al. 2011:
274). Este deterioro ambiental podría haber revalo-
rizado en la Península recursos como sal (Guerra
2016: 99) que también se conocen bien en el Tajo
interior. Evidentemente estos depósitos de cloru-
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ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 04– 2016 278
ros serían más visibles en momentos de sequedad
ambiental pero lo relevante es que suponen, nue-
vamente, el aprovechamiento de recursos propios
en el momento en que los circuitos de intercambio
a larga distancia se deterioran (Barroso et al. e.p.).
La continuidad tecnológica entre Calcolíti-
co y Edad del Bronce se observa bien en el metal.
Procesos tecnológicos avanzados de trabajo del
metal, hasta hace poco reducidos a la Edad del
Bronce, como es el uso de remaches para unir hoja
y empuñaduras (Blasco et al. 2016:31) ya están re-
conocidos en momentos de la 2º mitad del III mile-
nio. Del mismo modo, la aleación cobre-estaño que
da nombre a la etapa tiene evidencias precoces,
asociadas o no a campaniforme y en convivencia
con cobres (Barroso et al. 2015b: 154).
La producción metálica de buena parte de
la Edad del bronce es de pequeña escala y sencilla
morfología, formada mayoritariamente por punzo-
nes, junto a hachas planas, puntas de flecha y pu-
ñales que ahora lucen remaches. Varios yacimien-
tos contienen evidencias de su trasformación y raro
es el que no tiene algún fragmento de crisol o mol-
de lo que incide en una producción doméstica, con
un aprovechamiento de los recursos locales y regio-
nales (Blasco y Rovira 1993). Difícilmente puede
otorgarse a esta producción la capacidad de trans-
formación cultural que tiene en otros círculos como
el argárico pues:
a) mayoritariamente no aparece en las tumbas sino
que se localiza en los ámbitos domésticos.
b) su aportación al sector primario de la económica
es mínimo. La producción y transformación sigue
dependiendo de instrumental lítico o de madera.
c) Faltan los elementos de adorno (anillos, cuentas
o pulseras) en cobre/bronce, más allá del papel co-
mo alfileres que demos a algunos punzones. Hay
que esperar a Bronce Final para encontrar elemen-
tos de indumentaria personal como las fíbulas y
una recuperación de los contactos e intercambios a
larga distancia (Blasco et al. 2004).
6.LA TRANSICIÓN ENTRE EL III Y II MILENIO
A.C. EN EL TAJO INTERIOR
Las poblaciones prehistóricas de la Meseta
se reconocen hoy como sociedades agrarias per-
manentes y estructuradas (Díaz del Río 2001) capa-
ces de gestar por sí mismas los cambios. Argumen-
tar estas cuestiones, enfrentándose a facies, hori-
zontes y etapas difícilmente justificables más allá
de determinados tipos cerámicos, sólo ha sido po-
sible al abordar ciclos históricos amplios. La tarea
pendiente ahora es delimitar las trasformaciones
que esos procesos continuos conllevan y el registro
arqueológico que queda de ellas.
Como hemos visto, los contrastes entre el
Calcolítico y la Edad del Bronce en el área del Tajo
interior afectan a los distintos ámbitos del ciclo de
vida de sus comunidades, a nivel poblacional, fune-
rario y socioeconómico, sin embargo el impacto
abrupto y la dinámica lineal con la que puede llegar
a simplificarse la etapa engloba, en realidad, conti-
nuidades y discontinuidades que merece la pena
valorar.
Los fosos son el elemento estructural de
mayor diferencia, hasta el momento, entre pobla-
dos calcolíticos y de la Edad del Bronce. En algunos
yacimientos se colmatan a mediados del III milenio
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ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 04– 2016 279
y en otros tienen mayor duración pero queda claro
que no son el referente de los poblados de la Edad
del Bronce que han perdido toda monumentalidad.
Su completa amortización no significa el fin de la
ocupación del lugar pues algunos de los poblados
de mayor tamaño, Camino de las Yeseras o Huma-
nejos, prolongan su uso hasta los primeros siglos
del II milenio a.C. En esta etapa “post-
recintos” (Díaz del Río 2013:72) se ha perdido la ca-
pacidad de agregación de población inicial, al me-
nos en el mismo sentido que implicaba el trabajo de
los fosos, pero falta saber cuánta población queda.
La monumentalidad pasa ahora a las tumbas a la
vez que se resiente el acceso a los productos supra-
rregionales. Incluso, no hay que descartar usos so-
ciales de los yacimientos, funerarios, que en los últi-
mos momentos ya no impliquen verdadera presen-
cia y actividad doméstica en ellos.
Prescindiendo de los fosos nos quedamos
con poblados sin organización visible de sus vivien-
das, silos y tumbas que son la mejor prueba de la
continuidad del tipo del paisaje de estructuras en
negativo, sin visible organización espacial, que ca-
racteriza el poblamiento de la meseta hasta el Bron-
ce Final. La continuidad se observa también en el
patrón de asentamiento diversificado de los pobla-
dos de la Edad del Bronce que eligen cerros, peque-
ñas lomas, vaguadas o tierras de valle, reproducien-
do pautas anteriores. La superposición de algunos
poblados o la reocupación de los alrededores de los
antiguos poblados calcolíticos, como ocurre en
Gózquez, Las Matillas o La Loma, sugiere que se
trata de tierras que siguen teniendo, o han recupe-
rado en un tiempo, su potencialidad y desde luego
que están ya fuera del control de las poblaciones
que habitaron la zona durante el III milenio a.C.
Hasta el momento no tenemos fechas suficientes
para explicar cronológicamente las ocupaciones de
áreas de altura y vegas bajas.
Puesto que seguimos en los mismos entor-
nos paisajísticos es esperable pensar en los mismos
réditos, sin embargo se perciben cambios económi-
cos. Las comunidades de la Edad del bronce se con-
centran en la productividad del sector primario, el
subsistencial (alimentos vegetales, animales o sal)
frente al secundario en el que no hay gran variedad
de objetos de consumo ni materias primas lejanas.
Asistimos a una reorientación económica en la que
se prescinde de los bienes que afectaban al sustento
social, hay cambios en la producción y se refuerzan
los aprovisionamientos de materias primas locales /
regionales que revierten en la productividad básica
como es la trasformación del cereal. Estos cambios,
visibles en yacimientos como Los Berrocales o La
Loma del Lomo, se perciben también en las dilata-
das ocupaciones calcolíticas como Camino de las
Yeseras cuyos polínicos muestran una intensifica-
ción agroforestal a finales del III milenio a.C.
Desde el punto de vista funerario predomi-
na la individualidad. El que algunos poblados calco-
líticos alarguen tanto su ocupación nos ha permiti-
do ver la introducción, entre sus comunidades, de
los enterramientos individuales, tengan o no cam-
paniforme (Ríos 2011b: 84). Sin duda esto sugiere
un paulatino desarrollo del papel del individuo, el
que prima en la Edad del Bronce, frente a la colecti-
vidad, sin olvidar que la reorganización de la pobla-
ción, con poblados que se abandonan, también
marca distancias físicas con los antepasados.
El paso del III al II milenio a.C. se perfila
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ARPI. Arqueología y Prehistoria del Interior peninsular 04– 2016 280
heterogéneo en el área del Tajo e implica procesos
de cambio y continuidad de naturaleza y dimensión
variable. La transición no puede entenderse sin la
diversidad y los numerosos cambios gestados ya
dentro del propio III milenio en las comunidades
calcolíticas. Por un lado hay un punto de inflexión
en el final de los recintos que implica el fin de algu-
nos enclaves, la reorganización de su población así
como numerosos cambios sociales y económicos
percibidos en aquellos yacimientos que se siguen
ocupando. Por otro es muy relevante el impacto,
mayor o menor, del Campaniforme a nivel local y
regional. Ocupaciones calcolíticas prolongadas,
poblados sin abandonos y otros de nueva planta
sugieren ritmos propios de transformación y reor-
ganización de la población que configura las comu-
nidades de la Edad del Bronce.
La saturación de los sistemas sociales exis-
tentes, los desplazamientos de población o los
cambios climáticos y medioambientales son algu-
nas de las causas sugeridas detrás las discontinui-
dades culturares entre comunidades calcolítcas y
de la Edad del Bronce en la Península (Lull et al.
2015; Valera 2014 y 2015; Lillios et al. 2016; Water-
man et al. 2016). La gran extensión del fenómeno
invita a buscar causas globales, únicas o combina-
das que, en cualquier caso, se plasman en una gran
diversidad de respuestas regionales. Concretar
todas estas cuestiones en la Meseta Sur exige me-
jorar nuestros datos y desde luego supera nuestra
pretensión de solo contrastar.
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