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Rehenes del mercurio

Nino López, hijo y nieto de mineros, estudia Ingeniería. «Aquí todo lo que signifique trabajo es bienvenido. El mercurio nos lo sabemos de memoria». Dcha.: bidones de mercurio residual para refinar. Por primera vez en 2.000 años, Almadén no podrá vivir de este metal altamente peligroso. La Unión Europea va a prohibir su exportación. Los vecinos hablan de su drama y nos cuentan su alternativa: convertirse en el cementerio europeo para residuos del mercurio.

Nino López, de 20 años, es el último de una estirpe de mineros. Su abuelo se ganó la vida cargando vagonetas y su padre casi la pierde perforando galerías a 800 metros bajo tierra. Nino estudia Ingeniería Técnica de Minas, a sabiendas de que nunca trabajará en un yacimiento, por lo menos en Almadén, pues la Unión Europea le acaba de dar el tiro de gracia a las exportaciones de mercurio. «Lo más probable es que tenga que irme del pueblo. Buscaré empleo en una cantera. O haciendo túneles. Los ingenieros de minas tenemos más salidas de lo que parece.» Su compañero Rubén García asiente. Ambos ven con buenos ojos el proyecto de un almacén europeo de residuos mercuriales. «Todo lo que signifique trabajo es bienvenido y aquí el mercurio nos lo sabemos de memoria.»

Almadén, la mina en árabe medieval, ya extraía cinabrio en tiempos de los romanos y el mercurio obtenido de ese mineral fue un símbolo del desarrollo industrial de España. Pero esta minería tan antigua está a punto de extinguirse debido a los muchos riesgos sanitarios y ambientales del oro líquido de otros tiempos. En esta comarca ciudadrealeña conocen perfectamente los peligros del mercurio, pero le tienen más miedo al paro o a la emigración y, aunque preferirían seguir teniendo las minas abiertas, no ven con malos ojos el proyecto de un cementerio químico para todos los desechos mercuriados de Europa. Una instalación que pondría en pie de guerra, seguramente, a cualquier otra comarca de España. El certificado de defunción de estas minas lo firmará, en los próximos meses, el Parlamento Europeo con la aprobación definitiva de la Estrategia del Mercurio elaborada por la Comisión Europea. Minas de Almadén y Arrayanes (Mayasa) cesó de extraer cinabrio en 2002 y, un año después, paró también la fundición que convierte aquel mineral rojizo en mercurio líquido. La crisis del sector, sin embargo, viene de lejos, de los años 80, cuando nuevos datos sobre los riesgos sanitarios y medioambientales del mercurio provocaron restricciones en todos los países desarrollado.

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Desde 2001, Mayasa ha hecho frente a la crisis de mercados produciendo de una forma más barata: compra todo el mercurio residual –la empresa prefiere llamarlo «excedentario»– que produce la industria cloroquímica europea y sólo tiene que eliminar las impurezas para obtener un mercurio de igual calidad que el producido hasta entonces en su fundición. Aunque Mayasa sigue siendo el mayor productor mundial en este sector, el refino de mercurio y su comercialización apenas emplea hoy a 90 personas, cuando en su mejor época, a mediados de los años 50, alcanzó los 2.400 empleados. Y para todas las empresas que vivían indirectamente de la mina, la situación es igualmente desesperada.

En Almadén, que ha producido un tercio del mercurio usado a lo largo de la historia, todos piensan que el Estado los ha abandonado a su suerte desde hace dos décadas y desconfían de las promesas de ayudas comunitarias. Recuerdan, además, que, cuando la Corona española o el franquismo necesitaban divisas desesperadamente, los mineros de esta comarca sostuvieron la economía del país. Y lo hicieron, además, pagando un altísimo precio, debido a las terribles condiciones sanitarias en que trabajaron.

El antiguo Hospital de Mineros, levantado a mediados del siglo XVIII y hoy restaurado como Museo de la Minería, recuerda al visitante los padecimientos seculares de aquellos mineros. En particular, era temido un envenenamiento que destruye el sistema nervioso central y que hizo célebre al Sombrerero Loco de Alicia en el País de las Maravillas, precisamente loco por respirar el mercurio con que trataba el fieltro de sus sombreros.

Sudar y temblar es lo que han hecho los vecinos de Almadén durante siglos. Si no sudas el mercurio, contraes hidrargirismo, te condenas a pasar fríos perpetuos. «Cuando era niño –explica Eusebio Calvo, antiguo minero y hoy cuidador del museo–, en los años 60, a los que trabajaban en la metalurgia [la actividad que más vapores peligrosos producía], cada 15 días les hacían análisis de orina, y, si superaban un cierto nivel de mercurio, los apartaban y les daban saunas hasta que bajaba el nivel; por eso y por el uso de mascarillas, no salían enfermos crónicos de hidrargirismo.»

Hoy, la enfermedad tradicional de los trabajos con el hidrargirium o mercurio está prácticamente erradicada. Daniel Naharro es, a sus 73 años, el último de Almadén que la sufre y, pese a su dolencia, no guarda rencor a la empresa en la que trabajó durante 35 años. «Yo no sé lo que es el calor –explica este antiguo metalúrgico de Mayasa mientras enseña las cuatro prendas que viste bajo el jersey, dentro de casa–, ni en verano ni en invierno; me dieron saunas para expulsar el mercurio, pero tuve una subida de tensión y me dieron dos infartos. Sabemos que el mercurio no es bueno –añade– y se ha muerto gente de la mina muy joven porque antiguamente no había los adelantos que hay ahora, pero yo voy tirando como puedo hasta que me llegue la hora».

A Minas de Almadén tampoco le ha llegado su hora, pero su situación es crítica. Por el momento hay sobre la mesa dos actividades alternativas que llevan esperanza a una población que, en muchos casos, ya piensa en irse a trabajar a Ciudad Real o a Madrid. La primera es una especie de parque temático que, desde el próximo verano, transportará al visitante al remoto subsuelo para que conozca la minería tradicional del mercurio. El otro gran proyecto es el futuro almacén que acogerá todos los desechos mercuriados de la Unión Europea, para que el material recogido no sea reciclado y revendido en algún país del Tercer Mundo. Minas de Almadén es la primera empresa que se ha ofrecido para tan poco atractiva instalación y cuenta, además, con el respaldo de la Comisión Europea y del Ministerio de Medio Ambiente.

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Almadén ha encontrado en este cementerio químico una tabla para salvar la empresa minera y una parte de los puestos de trabajo. «Almadén –apoya Jaime Alejandre, director de Calidad Ambiental del Ministerio de Medio Ambiente– nos parece técnicamente apropiado para acoger un depósito de este tipo, porque reúne las condiciones ambientales necesarias.» «Un cementerio químico como ése –contesta Leticia Baselga, experta en mercurio de Ecologistas en Acción– supondría camiones y camiones, barcos y barcos, transportando residuos peligrosos por toda Europa, y eso nos parece un riesgo inaceptable.» «¿El almacén? –dice Fernando Rivera, propietario de una cafetería en la plaza del Mercado–. Aquí no nos asusta el mercurio, el almacén lo vemos muy bien si está todo controlado, y no se puede negar que estamos mejor preparados que nadie para controlar eso.» Aunque muchos desconocen aún el proyecto del depósito de desechos europeo, ningún colectivo hasta la fecha ha alzado su voz contra él.

Rafael Carrasco

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RESIDUOS DE ESPERANZA

FRANCISCO MERCHÁN 25 años

«Somos la primera generación que no vivirá de la mina en 2.500 años. Es lógico que estemos desorientados», reconoce Francisco Merchán, de 25 años. «Todo el mundo habla de la deuda histórica del país con Almadén, que fue una fuente de divisas casi inagotable, pero ya está bien de hablar

de eso. Éste es un lugar de oportunidades. Yo he visto mundo y he vuelto. Sólo aquí he podido comprarme una casa y un coche. He montado una quesería. Soy el primero. Hay que echarle valor porque en cualquier campo eres un pionero, pero todo es ponerse. Y que haya puestos de trabajo. Por eso, el vertedero de residuos no lo veo mal. Crearía empleos. Y, a nosotros, el mercurio no nos da miedo. Sabemos cómo tratarlo. No nos nacerán peces con tres ojos. Pero tampoco somos tontos, que no nos den gato por liebre. Una cosa es que sean excedentes de mercurio, eso lo conocemos, lo hemos trabajado toda la vida, y otra cosa es, pilas y otras porquerías. Por ahí no pasamos. Ya nos intentaron colocar una incineradora de residuos tóxicos, con restos infecciosos de hospitales y cosas así, y el pueblo se levantó en armas».

MONTSE GALLEGO 28 años

Montse ha vuelto al pueblo después de unos años de trabajar fuera. Se asoció a su hermana mayor, Amanda, solicitaron un préstamo y montaron una zapatería. «Me

decían que estaba loca, que me iba a estrellar, que cómo se me ocurría volver a Almadén, pero aquí se vive bien. El negocio prospera porque no hay demasiada competencia. Todo está por hacer y sobran las oportunidades. Estoy feliz por haber regresado y el futuro no me da ningún miedo. Me he comprado un piso nuevo, con tres habitaciones y terraza, por 30.000 euros. Pago una hipoteca de 180 euros al mes. Los pisos son baratísimos aquí. Mucho más que en Ciudad Real, que tiene el metro cuadrado más barato de España. Me gustaría que construyesen un buen hospital, que hiciesen la autovía. No sé mucho del cementerio de residuos, pero si es mercurio solamente, ¿por qué no? He jugado con él cuando era niña».

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CARMEN FABIÁN 74 años

«Enviudó hace más de medio siglo y desde entonces lleva luto. Su marido falleció en la mina, como tantos otros, en un derrumbe. A Carmen le ofrecieron entrar en Mayasa

como limpiadora. Entonces, lo de barrer era un privilegio reservado a las viudas, pero ella se negó en redondo. Y no quiso que su hijo, Francisco, tuviera tampoco nada que ver con la mina. «Bastante daño nos hizo ya.», afirma. Francisco puso una ferretería. «Yo me quedé huérfano con seis años y mi madre nos sacó adelante. Es una luchadora y estamos todos muy orgullosos de ella. En el pueblo se vive bien, hay menos dinero que en otras partes, pero más calidad de vida. Hemos tocado fondo y ahora toca resurgir. Esto es una zona deprimida, y cualquier cosa viene bien, incluso un almacén de residuos, aunque no nos están dando ninguna información, sólo nos enteramos de algunas cosas sueltas por la prensa».

BALBINO LÓPEZ

Es el padre de Nino, sufrió un accidente de trabajo en 1997 y tuvieron que operarlo de

las vértebras en Madrid. Balbino tampoco ve mal cualquier idea que «traiga un trozo de pan» al pueblo. Él era perforista y habla de la mina con una mezcla de añoranza y alivio, amor y odio, como casi todos en este lugar. «Cuando los artilleros colocaban la dinamita y tocaban la trompeta, había que echar a correr a la cortadura. Recuerdo explosiones de 2.000 kilos de Goma 2, longanizas así de gordas… –señala–. Mi suegro descargaba los camiones a pelo, con palas y picos. Nosotros ya funcionábamos con orugas. La mina está debajo del pueblo. A veces resulta que trabajabas justo debajo de tu casa.»

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CONTAMINACIÓN POR MERCURIO

Utilizado desde los tiempos de la dominación árabe, el oro líquido, como se conocía el mercurio hace unas décadas, ha ido perdiendo mercados a medida que se conocían los riesgos para la salud que entrañaba, por ejemplo, la rotura de un termómetro doméstico o un pila, o un empaste a base de este mineral.

Aun así, sigue habiendo una demanda mundial de unas 3.600 toneladas, según datos de la Comisión Europea; mucho más de lo que parece, teniendo en cuenta que el mercurio se usa siempre en mínimas cantidades. Sin embargo, la mayor contaminación procede de fuentes accidentales.

Según datos del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, el 70 por ciento de las emisiones de mercurio de origen humano procede de centrales eléctricas que queman carbón con pequeñas cantidades del metal líquido, así como de la incineración de residuos que contienen mercurio.

Los hornos crematorios también liberan importantes cantidades al fundir los empastes dentales de las personas muertas, algo que en el Reino Unido supondrá en 2020 la mayor generación de emisiones mercuriales.

También lo emiten los incendios forestales, ya que el mercurio es un metal que está en la naturaleza. El mercurio liberado a la atmósfera viaja por el cielo hasta que vuelve a la Tierra, tal vez, a miles de kilómetros del lugar de la combustión.

UN VENENO…

El mercurio es un metal muy maleable, de ahí sus múltiples usos. Pero también se sabe que puede dañar, hasta la muerte, el sistema nervioso, los riñones y el hígado; que provoca trastornos mentales y alteraciones del habla, la visión y el oído.

La manufacturación o los residuos de productos mercuriados intoxican hoy a millones de personas en minas de Argelia, México o Kirguistán; en plantas cloroquímicas de la India, en la fabricación de baterías y pilas de media Asia o en la minería artesanal del oro en Brasil y Colombia. Sólo en este último sector, se calcula que entre seis y 13 millones de mineros se envenenan cada año. Pero incluso a pequeñas dosis, el mercurio o el subproducto que forma en contacto con el ambiente –el metilmercurio, aún más tóxico– es un peligro.

Las poblaciones que basan su dieta en el pescado sufren especialmente esta contaminación crónica. «Entre el uno y el cinco por ciento de la población europea –explica Timo Makela, director de la Dirección General de Medio Ambiente de la UE– está expuesta a niveles de mercurio al límite de lo tolerable. Pero, en la población mediterránea, que consume gran cantidad de pescado, ese porcentaje seguramente sea mucho mayor.»

La Valoración de Impactos de la UE advierte de que entre tres y 15 millones de europeos tienen niveles que sobrepasan los límites recomendables, lo que afecta de manera importante a su desarrollo neurológico