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Libro de Zygmunt Bauman completo en foto copia.

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Zygmunt BaumanTIEMPOS LÍQUIDOS

Vivir en una época de incertidumbre

Traducción de Carmen Corral

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Colección dirigida por J osep Ramonedacon la colaboración de Judit Carrera

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Título original: Liquid Times. Living in an Age of Uncertainty Índice

1.a edición en Tusquets Editores España: noviembre de 2007La edición en Tusquets Editores México: febrero de 2008

Introducción: Con coraje hacia el focode las incertidumbres. o.. 7

Modus Vivendi @ 2007, Gius. Laterza & Figli, All rights reserved

1. La vida líquida moderna y sus miedos 13

2. La humanidad en movimiento. . . . . . . . . . . . 43

3. El Estado, la democracia y la gestiónde los miedos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 81

4. Separados, pero juntos. . . . . . . . . . . . . . . . .. 103

5. La utopía en la época de la incertidumbre 133@ de la traducción: Carmen Corral Santos, 2007Diseño de la colección: Estudio ÚbedaReservados todos los derechos de esta edición para@Tusquets Editores México, S.A. de c.v.Campeche 280 Int. 301 y 302 - 06100, México, D.F.Tel. 5574-6379 Fax 5584-1335wwwotusquetseditores.comISBN: 978-970-699-199-7

Apéndices

Notas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 159

167f d. , .n Ice onomastlco. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

@ Consejo Nacional para la Cultura y las ArtesDirección General de PublicacionesAv.Paseo de la Reforma 175 - Col. Cuauhtémoc - 06500, México, D.F.www.conacultaogob.mxISBN: 978-970-35-1438-0

Fotocomposición: Pacmer - Alcolea, 106-108 - 08014 BarcelonaImpresión: Acabados Editoriales Inco - Arroz 226 - 09820, México, D.F.Impreso en México

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IntroducciónCon coraje hacia el foco

de las incertidumbres

Al menos en la parte «desarrollada» del planeta sehan dado, o están dándose ahora, una serie de nove-dades no carentes de consecuencias y estrechamenteinterrelacionadas, que crean un escenario nuevo y sinprecedentes para las elecciones individuales, y que pre-sentan una serie de retos antes nunca vistos.

En primer lugar, el paso de la fase «sólida» de lamodernidad a la «líquida»: es decir, a una condiciónen la que las formas sociales (las estructuras que limi-tan las elecciones individuales, las instituciones quesalvaguardan la continuidad de los hábitos, los mo-delos de comportamiento aceptables) ya no pueden(ni se espera que puedan) mantener su forma por mástiempo, porque se descomponen y se derriten antes deque se cuente con el tiempo necesario para asumirlasy, una vez asumidas, ocupar el lugar que se les ha asig-nado. Resulta improbable que las formas, presentes osólo esbozadas, cuenten con el tiempo suficiente parasolidificarse y, dada su breve esperanza de vida, nopueden servir como marcos de referencia para las ac-ciones humanas y para las estrategias a largo plazo;de hecho, se trata de una esperanza de vida más breveque el tiempo necesario para desarrollar una estrate-

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.;

planificación y de la acción a largo plazo, junto con ladesaparición o el debilitamiento de aquellas estruc-turas sociales que permiten inscribir el pensamiento,la planificación y la acción en una perspectiva a lar-go plazo, reducen la historia política y las vidas in-dividuales a una serie de proyectos de corto alcancey de episodios que son, en principio, infinitos y queno se combinan en secuencias compatibles con losconceptos de «desarrollo», «maduración», «carrera»o «progreso» (todos sugieren un orden de sucesiónpredeterminado). Una vida tan fragmentada estimu-la orientaciones «laterales» antes que «verticales». Cadapaso sucesivo necesita convertirse en respuesta a unaserie diferente de oportunidades y a una distribucióndiferente de probabilidades y, por ello, precisa una se-rie distinta de habilidades y una distinta organizaciónde los recursos con que se cuenta. Los éxitos pretéritosno incrementan de manera automática la probabilidadde futuras victorias, y mucho menos las garantizan.Los medios probados con éxito en el pasado debensometerse a un control y a una revisión constante, yaque podrían mostrarse inútiles o del todo contrapro-ducentes al cambiar las circunstancias. Olvidar porcompleto y con rapidez la información obsoleta y lascostumbres añejas puede ser más importante para eléxito futuro que memorizar jugadas pasadas y cons-truir estrategias basadas en un aprendizaje previo.

En quinto lugar, la responsabilidad de aclarar lasdudas generadas por circunstancias insoportablemen-te volátiles y siempre cambiantes recae sobre las es-paldas de los individuos, de quienes se espera ahoraque sean «electores libres» y que soporten las conse-

cuencias de sus elecciones. Los riesgos implícitos encada elección pueden ser causados por fuerzas quetrascienden la comprensión y la capacidad individualpara actuar, pero es el sino y el deber del individuopagar su precio, porque para evitar errores no hayfórmulas refrendadas que seguir al pie de la letra, o alas que echar la culpa en caso de fracaso. La virtudque se proclama más útil para servir a los interesesindividuales no es la conformidad a las normas (que,en cualquier caso, son escasas, y a menudo contradic-torias), sino la flexibilidad: la presteza para cambiarde tácticas y estilos en un santiamén, para abandonarcompromisos y lealtades sin arrepentimiento, y parair en pos de las oportunidades según la disponibilidaddel momento, en vez de seguir las propias preferen-cias consolidadas.

Ha llegado la hora de preguntarse cómo modifi-can estas novedades la variedad de desafíos que tienenante sí hombres y mujeres en su vida diaria; cómo,de manera transversal, influyen en el modo en el quetienden a vivir sus vidas. Eso es todo lo que se pro-pone este libro. Pregunta, pero no responde, y menosaún pretende dar respuestas definitivas, pues el autorcree que toda posible respuesta sería perentoria, pre-matura y engañosa en potencia. Después de todo, elefecto general de las novedades señaladas es la nece-sidad de actuar, de planificar las acciones, de calcu-lar las ganancias y pérdidas de las mismas y de va-lorar sus resultados en condiciones de incertidumbre

endémica. Lo que el autor ha tratado de hacer, y seha sentido autorizado para ello, ha sido explorar lascausas de esta incertidumbre; y quizá mostrar algu-

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nos de los obstáculos que impiden apreciar tales cau-sas y frenan nuestra capacidad para afrontar (cadauno por su cuenta, pero sobre todo colectivamente)el reto que supondría cualquier intento por contro-larIas.

1La vida líquida moderna y sus miedos

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«Si quieres paz, preocúpate por la justicia», aseve-raba la sabiduría antigua, y, a diferencia del conoci-miento, la sabiduría no envejece. Hoy, igual que hacedos mil años, la ausencia de justicia obstruye el cami-no hacia la paz. Las cosas no han cambiado. Aquelloque sí ha cambiado es que ahora la «justicia», a la in-versa de los tiempos antiguos, es una cuestión plane-taria, que se mide y se valora mediante comparacio-nes planetarias; y ello se debe a dos razones.

La primera es que, en un planeta atravesado entodas direcciones por «autopistas de la información»,nada de lo que ocurra en alguna parte puede, al menospotencialmente, permanecer en un «afuera» intelec-tual. No hay una terra nulla, no hay zonas en blanco enel mapa mental, tierras y pueblos ignotos, menos aúnincognoscibles. El sufrimiento humano de lugares leja-nos y modos de vida remotos, así como el despilfarrode otros lugares y modos de vida también remotos,entran en nuestras casas a través de las imágeneselectrónicas de una manera tan vívida y atroz, de for-ma tan vergonzosa o humillante, como la miseria y laostentación de los seres humanos que encontramoscerca de casa durante nuestros paseos cotidianos por

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las calles de la ciudad. Las injusticias, a partir de lascuales se conforman los modelos de justicia, ya nopermanecen circunscritas a la vecindad inmediata,no hay necesidad de ir a buscadas en la «privaciónrelativa» o en «diferenciales salariales» al establecer

comparaciones con los vecinos de la puerta de alIado,o con los amigos cercanos en el ránking social.

La segunda razón es que, en un planeta abierto ala libre circulación del capital y de las mercancías,cualquier cosa que ocurra en un lugar repercute so-bre el modo en que la gente vive, espera vivir o suponeque se vive en otros lugares. Nada puede considerar-se de veras que permanezca en un «afuera» material.Nada es del todo indiferente, nada puede permane-cer por mucho tiempo indiferente a cualquier otracosa, nada permanece intacto y sin contacto. El bie-nestar de un lugar repercute en el sufrimiento de otro.En la sucinta expresión de Milan Kundera, una «uni-dad de la humanidad» como la que ha generado laglobalización significa sobre todo que «nadie puedeescapar a ninguna parte».!

Como señaló Jacques Attali en La Voie humaine,2en sólo 22 países (en los que se acumula apenas el14 por ciento de la población humana total) se con-centra la mitad del comercio mundial y más de la mi-tad de las inversiones globales, mientras que los 49 paí-ses más pobres (en los que habita el 11 por cientode la población mundial) reciben en conjunto sólo el0,5 por ciento de la producción global, casi lo mismoque los ingresos de los tres hombres más ricos del pla-neta. El 90 por ciento de la riqueza total del planetaestá en manos de sólo el uno por ciento de sus habi-

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tantes. Y no se distinguen en el horizonte escollerasque puedan detener la marea global de la polarizaciónde las ganancias, que continúa creciendo de maneraamenazadora.

Las presiones dedicadas a hundir y desmantelarlas fronteras, llamadas comúnmente «globalización»,han resultado efectivas con escasas excepciones, aho-ra en trance de desaparecer; todas las sociedades se en-cuentran completa y verdaderamente abiertas de paren par, desde un punto de vista material e intelectual.Si se suman ambos tipos de «apertura» -la intelec-tual y la material-, se advierte por qué cualquier daño,penuria relativa o indiferencia tramada dondequieraque sea culmina con el insulto de la injusticia: el sen-timiento del daño que se ha infligido, del daño que cla-ma por ser reparado, pero que, en primer lugar, obligaa las víctimas a vengarse de sus adversidades...

La «apertura» de la sociedad abierta ha adquiridoun nuevo matiz, con el que Kad Popper, que acuñó laexpresión, jamás soñó. Ahora igual que antes, remitea una sociedad que se sabe incompleta con toda fran-queza y, por tanto, ansía ocuparse de las propias posi-bilidades, todavía no intuidas ni mucho menos explo-radas; pero señala también u])a sociedad impotentecomo nunca para decidir su curso con un mínimogrado de certeza, y para mantener el rumbo escogidouna vez tomada la decisión. Producto precioso ensu momento, aunque frágil, de la valerosa y estresan-te autoafirmación, el atributo de la «apertura» casisiempre se asocia en nuestros días a un destino ine-xorable; con los efectos secundarios, imprevistos y noplaneados, de la «globalización negativa»: una globa-

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lización altamente selectiva del comercio y el capi-tal, la vigilancia y la información, la coacción y el ar-mamento, la delincuencia y el terrorismo, todos elloselementos que rechazan de plano el principjo de sobe-ranía territorial y no respetan ninguna frontera esta-tal. Una sociedad «abierta» es una sociedad expuestaa los golpes del «destino».

Si en un principio la idea de una «sociedad abier-ta» representó la autodeterminación de una sociedadlibre orgullosa de su apertura, hoy evoca la experien-cia aterradora de una población heterónoma, des-venturada y vulnerable, abrumada por (y quizá supe-ditada a) fuerzas que ni controla ni entiende del todo;una población aterrorizada por su misma indefensióny obsesionada con la eficacia de sus fronteras y la se-guridad de la población que habita dentro de las mis-mas, puesto que son precisamente esa impermeabili-dad fronteriza y esa seguridad de la vida en el interiorlas que eluden su control y parecen destinadas a que-dar fuera de su alcance mientras el planeta continúesometido a una globalización exclusivamente negati-va. En un planeta globalizado negativamente es impo-sible obtener (y menos aún garantizar) la seguridad deun solo país o de un grupo determinado de países: no,al menos, por sus propios medios y prescindiendo delo que acontece en el resto del mundo.

Tampoco así se puede obtener o garantizar la jus-ticia, condición preliminar de una paz duradera. La«apertura» perversa de las sociedades que promuevela globalización negativa es, por sí sola, causa de in-justicias y, de modo indirecto, de conflictos y violen-cia. Como señala Arundhati Roy, «mientras la elite

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viaja a su destino imaginario, situado en algún lugarcercano a la cima del mundo, los pobres han queda-do atrapados en una espiral de delincuencia y caos».3Las acciones del Gobierno de Estados Unidos, diceRoy, y de sus diversos satélites, apenas camuflado scomo «instituciones internacionales» -el Banco Mun-dial, el Fondo Monetario Internacional y la Organiza-ción Mundial del Comercio-, conllevan, como «peli-grosos subproductos», «el nacionalismo, el fanatismoreligioso, el fascismo y, por supuesto, el terrorismo,que avanzan de la mano con el progreso de la globa-lización liberal».

El «mercado sin fronteras» es una receta perfectapara la injusticia y para el nuevo desorden mundialque invierte la célebre fórmula de Clausewitz, de talmodo que ahora le toca el turno a la política de con-vertirse en una continuación de la guerra por otrosmedios. La liberalización, que desemboca en la anar-quía global, y la violencia armada se nutren entre sí,se refuerzan y revigorizan recíprocamente; como ad-vierte otra vieja máxima, inter anna si/ent leges (cuan-do hablan las armas, callan las leyes).

Antes de enviar tropas a Iraq, Donald Rumsfelddeclaró que «la guerra se habrá ganado cuando los es-tadounidenses vuelvan a sentirse seguros».4 Desde en-tonces, George W. Bush ha repetido este mensaje díatras día. Pero el envío de soldados a Iraq elevó el miedoa la inseguridad.a nuevas cotas, y continúa haciéndo-lo, tanto en Estados Unidos como en otras partes.

Como era de prever, la sensación de inseguridadno fue la única víctima del daño colateral de la guerra.Muy pronto sufrieron idéntica suerte las libertades

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personales y la democracia. Por citar la advertenciaprofética de Alexander Hamilton:

«La destrucción violenta de la vida y de la propie-dad a consecuencia de la guerra, el continuo es-fuerzo y la alarma que provoca un estado de peli-gro sostenido, llevarán a las naciones amantes dela libertad, a buscar el reposo y la seguridad po-niéndose en manos de instituciones con tenden-cia a socavar los derechos civiles y políticos. Paraestar más seguras, correrán el riesgo de ser menoslibres». s

Ahora esta profecía está cumpliéndose.

En cuanto llega a nuestro mundo, el miedo se de-sarrolla con un ímpetu y una lógica autónomos y re-quiere muy poca atención o aportaciones adicionalespara crecer y extenderse de forma imparable. En pa-labras de David L. Altheide, lo crucial no es el miedo

al peligro, sino el grado de expansión que dicho mie-do puede adquirir, en qué puede convertirse.6 La vidasocial cambia cuando las personas viven resguardadastras un muro, contratan vigilantes, conducen vehícu-los blindados, llevan botes de aerosol defensivos y pis-tolas y acuden a clases de artes marciales. El proble-ma es que tales actividades reafirman y contribuyena acrecentar la misma sensación de caos que estos ac-tos intentaban prevenir.

Los miedos nos incitan a emprender acciones de-fensivas. Una vez iniciada, toda acción defensiva apor-ta inmediatez y concreción al miedo. Es nuestra res-

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puesta la que transforma los presagios sombríos enuna realidad cotidiana, y logra que el verbo se hagacarne. En la actualidad, el miedo se ha instalado den-tro y satura nuestros hábitos diarios; si apenas nece-sita más estímulos externos es porque las acciones alas que da pie día tras día suministran toda la moti-vación y toda la energía que necesita para reprodu-cirse. De todos los mecanismos que aspiran a cumplircon el sueño del movimiento perpetuo [perpetuummobile], la autorreprodución del círculo vicioso entreel miedo y las acciones que éste inspira parece ocu-par un lugar de honor.

Es como si nuestros miedos se hubiesen vuelto

capaces de perpetuarse y reforzarse por sí mismos;como si hubiesen adquirido un impulso propio y pu-diesen continuar creciendo atendiendo únicamente a

sus propios recursos. Esta autosuficiencia aparente es,por supuesto, sólo una ilusión, como ha ocurrido contantos otros mecanismos que han pretendido obrar elmilagro del movimiento perpetuo y la autosuficienciaenergética. A todas luces, el ciclo formado por los mie-dos y las acciones dictadas por éstos no seguiría ro-dando ininterrumpidamente y adquiriendo mayor ve-locidad a cada paso si no continuase extrayendo suenergía de los estremecimientos existenciales.

La presencia de tales estremecimientos no es pre-cisamente novedosa. Los temblores existenciales nos

han acompañado durante toda nuestra historia, por-que ninguno de los escenarios sociales en los que sefueron desarrollando las actividades propias de la vidahumana ofreció jamás una garantía infalible contralos golpes del «destino» (llamado así para distinguir ta-

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les golpes de las adversidades, que los seres humanossí podían evitar), pues el «destino» no se explica porla naturaleza peculiar de los golpes que da, sino por laincapacidad humana para predecirlos y, más aún, paraprevenidos o domesticados. Por definición, el «desti-no» golpea sin previo aviso y es indiferente a lo quesus víctimas puedan intentar, o abstenerse de inten-tar, para evitar sus golpes. El «destino» siempre haencarnado la ignorancia y la impotencia humanas, yadquiere su tremendo poder amedrentador gracias ala misma indefensión de sus víctimas. Y, como escri-bieron los responsables de Hedgehog Review en la in-troducción a un número especial de la revista dedica-do al miedo, «a falta de bienestar existencial», la gentetiende a conformarse con la «protección [safety]* ocon un sucedáneo de ésta».7

El terreno sobre el que se presume que descansannuestras perspectivas vitales es, sin lugar a dudas,inestable, como lo son nuestros empleos y las empre-sas que los ofrecen, nuestros colegas y nuestras redesde amistades, la posición de la que disfrutamos en lasociedad, y la auto estima y la confianza en nosotrosmismos que se derivan de aquélla. El «progreso», enotro tiempo la manifestación más extrema del opti-mismo radical y promesa de una felicidad universal-mente compartida y duradera, se ha desplazado haciael lado opuesto, hacia el polo de expectativas distópi-

* La palabra inglesa «safety" remite a los aspectos personales dela seguridad, al cuerpo y a las cosas materiales. En castellano sue-le traducirse como «seguridad» al igual que «security", Puesto que elautor emplea ambos términos de manera conjunta en varias ocasiones,se ha traducido «safety" como «protección" o «seguridad personal».(N. de la T.)

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co y fatalista. Ahora el «progreso» representa la ame-naza de un cambio implacable e inexorable que, lejosde augurar paz y descanso, presagia una crisis y unatensión continuas que imposibilitarán el menor mo-mento de respiro. El progreso se ha convertido en algoasí como un persistente juego de las sillas en el que unsegundo de distracción puede comportar una derrotairreversible y una exclusión inapelable. En lugar degrandes expectativas y dulces sueños, el «progreso»evoca un insomnio lleno de pesadillas en las que unosueña que «se queda rezagado», pierde el tren o se caepor la ventanilla de un vehículo que va a toda veloci-dad y que no deja de acelerar.

Incapaces de aminorar el ritmo vertiginoso delcambio (menos aún de predecir y controlar su direc-ción), nos centramos en aquello sobre lo que pode-mos (o creemos que podemos o se nos asegura quepodemos) influir: tratamos de calcular y minimizar elriesgo de ser nosotros mismos (o aquellas personasque nos son más cercanas y queridas en el momentoactual) víctimas de los innumerables e indefiniblespeligros que nos depara este mundo impenetrable ysu futuro incierto. Nos dedicamos a escudriñar «los

siete signos del cáncer» o «los cinco síntomas de ladepresión», o a exorcizar los fantasmas de la hiperten-sión arterial y de los niveles elevados de colesterol, elestrés o la obesidad. Por así decido, buscamos blan-cos sustitutivos hacia los que dirigir nuestro exceden-te de temores existenciales a los que no hemos podidodar una salida natural y, entre nuestros nuevos objeti-vos improvisados, nos topamos con advertencias con-tra inhalar cigarrillos ajenos, la ingesta de alimentos

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ricos en grasas o en bacterias «malas» (mientras seconsume de manera ávida líquidos que prometen pro-porcionar las que son «buenas»), la exposición al solo el sexo sin protección. Quienes podemos permitír-noslo, nos fortificamos contra todo peligro visible oinvisible, presente o previsto, conocido o por conocer,difuso aunque omnipresente; nos encerramos entremuros, abarrotamos de videocámaras los accesos anuestros domicilios, contratamos vigilantes armados,usamos vehículos blindados (como los famosos todo-terrenos), vestimos ropa igualmente protectora (comoel «calzado de suela reforzada») o vamos a clases deartes marciales. «El problema», sugiere de nuevo Da-vid L. Altheide, «es que estas actividades reafirman ycontribuyen a producir la sensación de desorden quenuestras mismas acciones provocan.» Cada cerradu-ra adicional que colocamos en la puerta de entradacomo respuesta a sucesivos rumores de ataques decriminales de aspecto foráneo ataviados con túnicasbajo las que esconden cuchillos; cada nueva dieta mo-dificada en respuesta a una nueva «alerta alimentaria»hacen que el mundo parezca más traicionero y temi-ble, y desencadenan más acciones defensivas (que, pordesgracia, darán alas a la capacidad de autopropaga-ción del miedo).

De la inseguridad y del temor puede extraerse ungran capital comercial, como de hecho se hace. «Losanunciantes», comenta Stephen Graham, «han ex-plotado deliberadamente los miedos generalizados alterrorismo catastrófico para aumentar las ventas, yade por sí rentables, de todoterrenos.»8 Estos autén-ticos monstruos militares engullidores de gasolina, y

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-mal llamados «utilitarios deportivos», han alcanzadoya el 45 por ciento de todas las ventas de coches enEstados Unidos y se están incorporando a la vida ur-bana cotidiana como verdaderas «cápsulas defensi-vas». El todoterreno es:

«un símbolo de seguridad que, como los vecinda-rios de acceso restringido por los que a menudocirculan, aparece retratado en los anuncios comoalgo inmune a la arriesgada e impredecible vidaurbana exterior [oo.].Estos vehículos parecen di-sipar el temor que siente la clase media urbanacuando se desplaza por su ciudad "de residencia"o se ve obligada a detenerse en algún atasco».

Como si se tratara de capital líquido listo paracualquier inversión, el capital del miedo puede trans-formarse en cualquier tipo de rentabilidad, ya seaeconómica o política. Así ocurre en la práctica. La se-guridad personal se ha convertido en un argumento deventa importante (quizás el más importante) en todasuerte de estrategias de mercadotecnia. «La ley y elorden», reducidos cada vez más a una mera promesade seguridad personal (más precisamente, física), sehan convertido en un argumento de venta importante(quizás el más importante) en los programas políticosy las campañas electorales. Mientras, la exhibición deamenazas a la seguridad personal ha pasado a ser unrecurso importante (quizás el más importante) en lasguerras de los medios de comunicación de masas porlos índices de audiencia (lo cual ha redundado aúnmás en el éxito de los usos comercial y político del ca-

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I pita! del miedo). Como dice Ray Surette, el mundo quese ve por televisión se parece a uno en el que los «ciu-dadanos-ovejas» son protegidos de los «delincuentes-lobos» por «policías-perros pastores».9

Tal vez lo que caracteriza hoya los miedos, conoci-dos por todas las variedades de la existencia humanavividas anteriormente, sea el desacoplamiento entrelas acciones inspiradas por el miedo y los estremeci-mientos existenciales que generan el miedo que inspi-ró esas acciones. En otras palabras: el desplazamientodel miedo desde las grietas y las fisuras de la condi-ción humana, en las que el «destino» nace y se incuba,hacia áreas vitales casi siempre desconectadas de lafuente original de la ansiedad. Ningún esfuerzo inver-tido en esas áreas, por enorme, serio e ingenioso quesea, puede neutralizar o bloquear la fuente de la ansie-dad y, por tanto, es incapaz de aplacarla. Ésta es la ra-zón de que el círculo vicioso de miedo y acciones ins-piradas por el miedo se perpetúe invariablemente, sinperder un ápice de su energía pero, al mismo tiempo,sin aproximarse a su objetivo en lo más mínimo.

Afirmemos de manera explícita aquello que hastaahora se ha mantenido implícito: el círculo vicioso encuestión se ha desplazado/movido desde la esfera dela seguridad (esto es, desde la confianza y la seguridaden uno mismo o su ausencia) a la de la protección (esdecir, la del estar resguardados de, o expuestos a, lasamenazas a la propia persona y a sus extensiones).

La primera esfera, progresivamente despojada dela protección institucionalizada, garantizada y mante-

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nida por el Estado, ha quedado expuesta a los capri-chos del mercado; por la misma razón, se ha conver-tido en terreno de juego de las fuerzas globales, fueradel alcance del control político y, por lo tanto, de la ca-pacidad de los interesados para responder adecuada-mente, por no hablar de resistir sus golpes de maneraeficaz. Las políticas basadas en la creación de seguroscomunitarios frente al infortunio individual, que en elcurso del siglo pasado conformaron lo que se dio enllamar el Estado social (welfare), están siendo hoy totalo parcialmente eliminadas, rebajadas a tales nivelesque no pueden confirmar y sustentar el sentimiento deseguridad y, por lo tanto, la confianza en sí mismosde los actores. Lo que se conserva de las institucionesactuales que encarnan la promesa inicial ya no ofrecela esperanza, ni mucho menos la confianza, de sobre-vivir a la futura, e inminente, ronda de recortes.

Ahora, con el progresivo desmantelamiento de lasdefensas contra los temores existenciales, construidasy financiadas por el Estado, y con la creciente deslegi-timación de los sistemas de defensa colectiva (comolos sindicatos y otros instrumentos de negociación co-lectiva), sometidos a la presión de un mercado compe-titivo que erosiona la solidaridad de los más débiles,se ha dejado en manos de los individuos la búsqueda,la detección y la práctica de soluciones individuales aproblemas originados por la sociedad, todo lo cual de-ben llevar a cabo mediante acciones individuales, so-litarias, equipados con instrumentos y recursos queresultan a todas luces inadecuados para las laboresasignadas.

Los mensajes procedentes de las sedes del poder

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político, que van dirigidos tanto a las personas conrecursos como a los desafortunados, presentan el es-logan de «mayor flexibilidad» como el único antídotopara una inseguridad insoportable, y así dibujan unaperspectiva de mayores obstáculos y privatizaciónmayor de los problemas, más soledad e impotencia y,por tanto, una incertidumbre todavía mayor. Exclu-yen la posibilidad de una seguridad existencial colec-tivamente garantizada y, en consecuencia, no ofrecenalicientes para las acciones solidarias; en su lugar, ani-man a sus destinatarios a centrarse en la propia pro-tección personal al estilo de «cada uno para sí mismo,o ¡sálvese quien pueda!», en un mundo fragmentadoy atomizado sin remedio, y, por ello, cada vez más in-cierto e imprevisible.

La cuestión de la legitimación queda completa-mente abierta de nuevo tras la retirada del Estado de

la función sobre la que se fundamentaron sus preten-siones de legitimidad durante casi todo el siglo pasa-do. En la actualidad no puede construirse un nuevoconsenso de la ciudadanía (<<patriotismo constitucio-na1», por emplear la expresión de Jürgen Habennas),como se hacía hasta hace bien poco: mediante la garan-tía de protección constitucional frente a los caprichosdel mercado, conocidos por devastar las conquistassociales y por socavar el derecho al respeto social y ala dignidad personal. La integridad del cuerpo políti-co en su fonna de Estado-nación, la más conocida enla actualidad, tiene problemas, por lo que se necesitay se busca con urgencia una legitimación alternativa.

A la luz de lo Qll,;Uv,h_se busque ahora una legitimación a1teruaL~._autoridad estatal, y una fónnula política distinta enbeneficio de la ciudadanía obediente, en la promesadel Estado de proteger a sus ciudadanos frente a lospeligros para la seguridad personal. En la fónnula po-lítica del «Estado de la seguridad personal», el fantas-ma de la degradación social contra el que el Estadosocial juró proteger a sus ciudadanos está siendo sus-tituido por la amenaza de un pedófilo puesto en liber-tad, un asesino en serie, un mendigo molesto, un atra-cador, un acosador, un envenenador, un terrorista o,mejor aún, por la conjunción de todas estas amenazasen la figura del inmigrante ilegal, contra el que el Es-tado moderno, en su encarnación más reciente, pro-mete defender a sus súbditos.

En octubre de 2004, la BBC2 emitió una serie dedocumentales titulada The Power of Nightmares: TheRise of the Politics of Fear (El poder de las pesadillas:El ascenso de la política del miedo). 10 Adam Curtis,guionista y productor de la serie, uno de los más pres-tigiosos creadores de programas televisivos serios enGran Bretaña, destacaba entonces que aunque el terro-rismo global es un peligro evidente, que continuamen-te se reproduce en la «tierra de nadie» de la junglaglobal, una buena parte, si no toda, de la estimaciónoficial de su nivel de amenaza «es una fantasía que hasido exagerada y distorsionada por los políticos. Esuna oscura ilusión que se ha difundido entre los go-biernos de todo el mundo, los servicios de seguridady los medios de comunicación internacionales sin sercuestionada en lo más mínimo». Sería muy fácil iden-

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_6~V t:n el que las_6"..uo su credibilidad, el miedo a

_~ ullgo fantasma es lo único que les queda a lospolíticos para mantener su poder».

Ya antes del 11 de septiembre de 2001 podían de-tectarse numerosas señales del inminente desplaza-miento de la legitimación del poder estatal hacia el Es-tado de la seguridad personal, aunque al parecer lagente necesitaba el impacto de ver reproducido a cá-mara lenta el desmoronamiento de las Torres Gemelas

de Manhattan, durante meses, en millones de panta-llas televisivas para absorber y asimilar la noticia, parapermitir que los políticos recondujesen las inquietu-des existenciales de la población a una nueva fórmulapolítica. La batalla presidencial en Francia entre Jac-ques Chirac y Lionel Jospin adoptó la forma de unasubasta pública, en la que dos líderes políticos compe-tían para superar al otro prometiendo demostracio-nes de fuerza aún mayores en la guerra contra el cri-men, llevando a una legislación más rigurosa y severa,y a castigos cada vez más ingeniosos e imaginativospara los delincuentes jóvenes o adultos y para los ex-traños y alienado s «forasteros entre nosotros». Cuan-do George W. Bush empleó la dureza en la «guerracontra el terror», en su lucha para repeler el reto desu contrincante, y cuando el líder de la oposición bri-tánica trató de desestabilizar el Gobierno del «nue-vo laborismo» centrando las ansiedades existencia-les derivadas de la liberalización del mercado laboralen la amenaza representada por los gitanos nóma-das y los inmigrantes sin techo, lo que estaban ha-

ciendo era esparcir las semillas del miedo en un terre-no fértil.

No fue una mera coincidencia (según Hugues La-grange)l1 que los casos más espectaculares de «aler-tas de seguridad» y las alarmas más ruidosas sobre elaumento de la criminalidad, acompañados de accio-nes ostentosamente duras por parte de los gobiernos,y reflejadas, entre otras cosas, en un rápido incremen-to de la población reclusa (la «sustitución del Estadosocial por el Estado pena!», como dice Lagrange),ocurriesen, desde mediados de la década de los sesen-ta, en países que contaban con los servicios socialesmenos desarrollados (como España, Portugal o Gre-cia), o donde las provisiones sociales estaban siendoreducidas de manera drástica (como Estados Unidosy Gran Bretaña). Ninguna investigación anterior alaño 2000 ha mostrado una correlación significativaentre la severidad de la política penal y el número dedelitos, aunque la mayoria de los estudios han descu-bierto una fuerte correlación negativa entre el «impul-so encarcelador», por un lado, y la «cuota de serviciossociales provistos con independencia del mercado» yel «porcentaje del Producto Nacional Bruto destinadoa este tipo de asistencia», por el otro. En definitiva, seha demostrado, más allá de cualquier duda razonable,que el empeño por centrar la atención en la criminali-dad y en los peligros que amenazan la seguridad físicade los individuos y de sus propiedades está íntima-mente relacionado con la «sensación de precariedad»,y sigue muy de cerca el ritmo de la liberalizadA... -nómica y de la consiguiente SI1<'+:'

ridad social n(\r 1_

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«No hay nuevos monstruos aterradores. Están ex-trayendo el veneno del miedo», observa Adam Curtisa propósito de la creciente preocupación por la segu-ridad física. El miedo está ahí, saturando la existen-cia humana cotidiana mientras la liberalización pe-netra en sus fundamentos y los baluartes defensivosde la sociedad civil caen en pedazos. El miedo estáahí, y explotar su caudal en apariencia inagotable yautorrenovable para reconstruir un capital políticoagotado es una tentación a la que muchos políticos es-timan difícil resistirse. También está afianzada la estra-

tegia de capitalizar el miedo, una tradición que apa-rece en los primeros años del asalto neoliberalista alEstado social.

Bastante antes de los acontecimientos del 11 de

septiembre ya se habían llevado a cabo ensayos ypruebas que ponían de manifiesto los formidablesbeneficios de ceder a esa tentación. En un estudio de

título mordaz y significativo, «The terrorist, friend ofstate power» (<<Elterrorista, amigo del poder del Es-tado»),12 Victor Grotowicz analizó los distintos mo-dos en que, a finales de los años setenta, el Gobiernode la República Federal de Alemania utilizó las atro-cidades terroristas perpetradas por la Fracción delEjército Rojo (Rote Annee Fraktion, RAF). Descubrióque, mientras que en 1976 sólo el siete por ciento delos ciudadanos alemanes consideraban la seguridadpersonal como una cuestión política primordial, ape-nas dos años más tarde la gran mayoría de la pobla-

..~:,..n1Jeésta era mucho más importante que la

lucha contra el desempu:v.J A__dos años, la nación vio en las pantallas de su~ L'-A_.

sores imágenes de las fotogénicas hazañas de las fuer-zas policiales y de los miembros del servicio secre-to, cada vez más numerosos, y escuchó las siempreaudaces propuestas de sus políticos, que prometíanmedidas cada vez más duras y severas en la guerrasin cuartel contra los terroristas. Grotowicz descu-

brió también que, a pesar del espíritu liberal que ins-piraba el énfasis original de la Constitución alemanaen las libertades individuales, éste había sido subrep-ticiamente reemplazado por el autoritarismo estataltan criticado antes. Mientras Helmut Schmidt hacía

público su agradecimiento a los juristas por abste-nerse de someter a prueba en los tribunales las nue-vas resoluciones del Bundestag contrarias a la Cons-titución, la nueva legislación jugó sobre todo a favorde los terroristas potenciando su visibilidad pública yelevando indirectamente su estatura social muy porencima de los niveles que hubiesen podido alcanzarpor sí solos. Los estudios de los investigadores con-cluyen unánimemente que las reacciones violentas delas fuerzas de la ley y el orden contribuyeron de ma-nera extraordinaria a incrementar la popularidad delos terroristas. Es de suponer que la función manifies-ta de aquellas nuevas medidas de orden, restrictivase inflexibles, que consistían en erradicar la amenazaterrorista, desempeñaba de hecho un papel secunda-rio respecto de su función latente, que era intentardesplazar los fundamentos de la autoridad estatal deun ámbito sobre el que el Estado no podía, no osabao no pretendía ejercer un control efectivo, a otro ám-

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bito en el que su poder y su valor a la hora de actuarpudiesen demostrarse espectacularmente y recibir elaplauso casi unánime del público. El resultado másevidente de la campaña antiterrorista fue el rápido in-cremento del miedo, que se expandió por toda la so-ciedad. Por lo que respecta a los terroristas, el blancodeclarado de la campaña, los acercó más de lo quejamás habían soñado a su propio objetivo: socavarlos valores que sustentan la democracia y el respe-to a los derechos humanos. Puede añadirse que eldesmoronamiento de la RAF, y su desaparición de lavida alemana, no fueron el resultado de las accionespoliciales represivas, sino que se debieron a un cam-bio de las condiciones sociales, que dejaron de ser fa-vorables para la Weltanschauung y las prácticas de losterroristas.

Lo mismo podría decirse de la triste historia delterrorismo en Irlanda del Norte, que, evidentemente,se mantuvo con vida y ganó apoyos en gran medidagracias a la dura respuesta militar de los británicos.Su derrumbe definitivo puede atribuirse al milagroeconómico irlandés y a un fenómeno comparable a la«fatiga del meta!», más que a algo que el Ejército bri-tánico hiciese o fuese capaz de hacer.

Las cosas no han cambiado mucho desde enton-ces. Como bien muestra la experiencia más reciente(según el análisis de Michael Meacher), la ineficaciaendémica o, por decirlo lisa y llanamente, el caráctercontraproducente de la acción militar contra las for-mas modernas de terrorismo sigue siendo la norma:«Pese a la "guerra contra el terror" durante los últimosdos años [...] Al-Qaeda parece haber sido más eficaz

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que en los dos años anteriores a111 de septiembre». 13

El ya mencionado Adam Curtis va incluso un pocomás allá al sugerir que, previamente, la existencia deAl-Qaeda se reducía apenas a una idea vaga y difusasobre la «purificación de un mundo corrupto a tra-vés de la violencia religiosa», y que nació como resul-tado de la acción legal de los abogados; ni siquieratenía un nombre «hasta principios de 2001, cuando elGobierno estadounidense decidió juzgar a Ben Ladenen rebeldía y tuvo que recurrir a la legislación anti-mafia, que requería como condición previa la existen-cia de una organización criminal con nombre».

Teniendo en cuenta la naturaleza del terrorismo

contemporáneo, la noción misma de la «guerra contrael terrorismo» es una contradictio in adjecto, un con-trasentido. El armamento moderno, concebido y de-sarrollado durante la era de las invasiones y las con-quistas territoriales, es especialmente inadecuado paralocalizar, atacar y destruir objetivos extraterritoriales,endémicamente esquivos y harto móviles: comandosreducidos o, simplemente, personas solitarias que sedesplazan ligeras de equipaje y que desaparecen deforma tan rápida e inadvertida como llegaron, dejan-do tras de sí escasas o nulas pistas acerca de quiénesson. Dado el carácter de las armas modernas de quedisponen los ejércitos, las respuestas a actos terroris-tas de esa clase sólo pueden resultar torpes, burdas yconfusas; afectan un área mucho más amplia que laque padeció el acto terrorista inicial, causan un núme-ro cada vez mayor de «víctimas colaterales» y de «da-

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ños colaterales», y generan más terror del que losterroristas habrían podido producir por sí solos conlas armas que tenían a su disposición (la «guerra con-tra el terrorismo», declarada tras el ataque terroristaal World Trade Center, ya ha provocado muchas más«víctimas colaterales» entre los inocentes que la atro-cidad a la que respondía). Esta circunstancia es, sinduda, un elemento integral del plan de los terroristasy la fuente principal de su fuerza, que excede con mu-cho el poder de su número y su armamento.

A diferencia de sus enemigos declarados, los terro-ristas no tienen por qué sentirse constreñidos por loslimitados recursos que controlan directamente. Cuandoelaboran sus planes estratégicos y tácticos también pue-den contar con que las reacciones probables (en rea-lidad, casi seguras) del «enemigo» ayudarán a mag-nificar considerablemente el impacto que persiguencon su propia atrocidad. Si el propósito de los terro-ristas es extender el terror entre la población enemiga,el Ejército y la policía del enemigo se encargarán deque ese propósito se cumpla mucho más allá del gra-do que los terroristas podrían asegurar por su cuenta.

De hecho, sólo cabe repetir con Meacher: la mayo-ría de las veces, sobre todo tras los atentados del 11 deseptiembre, parecemos «seguirle el juego a Ben La-den». Ésa es, como Meacher recalca con razón, unapolítica letalmente errónea. Yo añadiría que estar deacuerdo en seguirle el juego a Ben Laden es aún me-nos excusable porque, mientras en público esta activi-dad se justifica con la intención de erradicar la lacraterrorista, parece obedecer en cambio a una lógica to-talmente distinta de la que inspiraría y justificaría.

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Meacher acusa a los gobiernos al frente de la«guerra contra el terrorismo»

«de falta de voluntad para contemplar lo que seoculta detrás del odio: por qué un número tan altode jóvenes están dispuestos a volar por los aires,por qué 19 de ellos, con formación superior, esta-ban preparados para destruirse a sí mismos y amiles de personas más en los secuestros aéreos del11 de septiembre, y por qué la resistencia [en lraq]no deja de crecer pese a la elevada probabilidadde que los insurgentes que se unen a ella acabenmuriendo en el intento».

En lugar de detenerse a reflexionar, los gobiernosactúan (y con toda probabilidad, algunos, en especialEstados Unidos, tienen intención de continuar delmismo modo, como ha demostrado John R. Bolton,representante estadounidense en la ONU famoso pordeclarar que «las Naciones Unidas no existen»). Comoha señalado Maurice Druon, «antes de emprender laguerra contra Iraq, el Gobierno estadounidense sólotenía allí a cuatro agentes [servicio de inteligencia]que luego, además, resultaron ser agentes dobles».14Los estadounidenses iniciaron la guerra convencidosde que «los soldados de Estados Unidos serían recibi-dos como libertadores, con ramos de flores y con losbrazos abiertos». Pero, por citar a Meacher una vezmás, «la muerte de más de diez mil civiles, unida a losveinte mil heridos y las bajas militares iraquíes (aúnmayores), se vio agravada, al cabo de un año, por la in-capacidad demostrada para hacer funcionar servicios

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públicos clave, [...] por el desempleo galopante y poruna actuación gratuitamente torpe del Ejército esta-dounidense». Sólo puede concluirse que, si bien escierto que un pensamiento al que no le sigue una ac-ción es ineficaz, actuar sin pensar resulta igual de in-fructuoso, y esto se suma al enorme aumento de lacorrupción moral y el surnmiento humano que esasacciones iban a causar.

Las fuerzas terroristas apenas vacilarán con gol-pes de este tipo; por el contrario, obtienen su fuerza yla reponen, precisamente, de la confusión y de la pro-digalidad excesiva y derrochadora de sus adversarios.El exceso no es privativo de las operaciones explíci-tamente antiterroristas, también se hace notar en lasalertas y las advertencias que los miembros de la coa-lición contra el terrorismo dirigen a sus poblaciones.Como observó Deborah Orr hace ya tiempo, «se inter-ceptan muchos vuelos y de ninguno se ha sabido quehubiese padecido realmente una amenaza [...]. Se des-plegaron tanques y tropas en el exterior de Heathrow,pero acabaron por retirarse de allí sin haber halladonada en absoluto». 15 Tomemos, si no, el ejemplo de la«fábrica de ricina», cuyo descubrimiento fue públicay ruidosamente anunciado en 2003, y de inmediato seproclamó «a bombo y píatillo como una "prueba evi-dente de la amenaza terrorista continuada", aunqueal final la fábrica de gérmenes para la guerra bacte-riológica de Porton Down, en la que se llevaron a cabolos análisis, no pudo determinar que hubiese habi-do nunca cantidad alguna de ricina en el piso denun-ciado como importante base terrorista». En realidad,como informó Duncan Campbell desde los tribunales

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donde se seguía el proceso contra los presuntos «cons-piradores de la ricina»,16 la única prueba en que se ba-saba el caso era un documento del que ya se había de-mostrado que era una «copia exacta de las páginasde un sitio internet en Palo Alto, California»; fue im-posible encontrar vínculo alguno con Kabul o conAl-Qaeda, y la acusación se vio obligada a archivar elcaso. Eso no impidió que dos semanas más tarde el en-tonces ministro del Interior, David Blunkett, anuncia-se: «Suponemos, y lo demostraremos en los próximosmeses, que Al-Qaeda y su red internacional están muycerca y representan una amenaza para nuestras vi-das». Mientras tanto, en Estados Unidos, Colin Powellutilizó a la «presunta banda de la ricina londinense»como prueba de que «Iraq y Osama ben Laden esta-ban apoyando y dirigiendo células terroristas prepa-radas para utilizar el veneno en toda Europa». En re-sumen, aunque 500 personas fueron arrestadas hastafebrero de 2004 en aplicación de la nueva legislaciónantiterrorista, sólo dos han sido condenadas.

Orr señala que, a la vista de semejantes sandeces,no habría que negar credibilidad a la hipótesis de quetras el avivamiento de la amenaza terrorista se ocul-ten determinados (y poderosos) intereses comerciales.De hecho, existen indicios de que «la guerra contra elterror», lejos de combatir la proliferación mundialdel comercio de armas ligeras, lo ha incrementadoconsiderablemente (y los autores de un informe con-junto de Amnistía Internacional y Oxfam estiman quelas armas ligeras son «las auténticas armas de des-trucción masiva», puesto que medio millón de perso-nas muere cada año por su culpa)Y Los beneficios

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que los productores y comerciantes estadounidensesde «material y dispositivos de defensa personal» ob-tienen de los temores populares, reforzados, a su vez,por la destacada presencia y la elevada ubicuidad detal material y dispositivos, están de sobra documenta-dos. De todos modos, conviene repetir que el princi-pal resultado, y el más difundido, de la guerra que selibra contra los terroristas acusados de sembrar elmiedo, es el miedo mismo.

Otro resultado visible de esa guerra han sido lasnuevas limitaciones impuestas a las libertades perso-nales, alguna de ellas olvidada desde los tiempos dela Carta Magna. Conor Gearty, profesor de DerechosHumanos en la London School of Economics, ha ela-borado un largo inventario de leyes que coartan las li-bertades humanas, aprobadas en Gran Bretaña bajola rúbrica de una «legislación antiterrorista», 18Ycoin-cide con la opinión de otros muchos comentaristaspreocupados por el tema: hoy por hoy, no tenemos lamás mínima seguridad de que <<nuestras libertadesciviles seguirán ahí cuando tratemos de traspasárse-las a nuestros hijos». El poder judicial británico se haceñido hasta el momento a la doctrina gubernamen-tal de que «no hay alternativa para la represión». Enla actualidad, según concluye Gearty, «sólo los idealis-tas liberales» y otras almas bienintencionadas igual-mente engañadas «mantienen la esperanza de que lajusticia asuma elliderazgo de la sociedad» en la defen-sa de las libertades civiles en un «momento de crisis»como el actual.

Las historias de las macabras proezas en el inte-rior de recintos como el campo de internamiento de

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Guantánamo o la prisión de Abu Ghraib, aislados nosólo de los visitantes, sino también del radio de ac-ción de cualquier ley, nacional o internacional: esashistorias, que lo son también de la lenta pero incesan-te caída en el pozo de la inhumanidad de los hom-bres y de las mujeres designados para supervisar esaausencia de ley, han recibido ya suficiente publicidaden la prensa como para repetirlas aquí. En cambio,aquello en lo que pensamos con menos frecuencia, yde lo que pocas veces oímos hablar, es que tal vez losdemonios que han emergido en aquellos remotos lu-gares son sólo ejemplos particularmente extremos, ra-dicales e imprudentes, salvajes y despiadados de unafamilia más amplia de lémures que acechan en losdesvanes y los sótanos de nuestras casas, justo aquí,en un mundo donde nadie o casi nadie cree que cam-biar la vida de los otros sea importante para la propiavida. En un mundo, en otras palabras, en el que cadaindividuo es abandonado a sí mismo mientras quela mayoría de las personas son herramientas para lapromoción recíproca.

La vida solitaria de tales individuos puede ser ale-gre y es probable que sea muy ajetreada, pero estádestinada a ser arriesgada y temerosa. En un mundocomo éste no hay muchas rocas sólidas en las que losindividuos con dificultades puedan basar sus espe-ranzas de salvación y en las que confiar en caso defracaso personal. Los vínculos humanos se han afloja-do, razón por la cual se han vuelto poco fiables y re-sulta difícil practicar la solidaridad, del mismo modoque es difícil comprender sus ventajas y, más aún, susvirtudes morales.

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El nuevo individualismo, el debilitamiento de losvínculos humanos y ellanguidecimiento de la solida-ridad están grabados en una de las caras de la monedacuyo reverso lleva el sello de la «globalización nega-tiva». En su actual forma, puramente negativa, la glo-balización es un proceso parasitario y predatorio quese nutre de la potencia extraída de los cuerpos de losEstados-nación y de sus súbditos. Para citar a Atta-li una vez más, las naciones organizadas en Estados«pierden influencia en la marcha general de los acon-tecimientos y abandonan en manos de la globaliza-ción todos los medios para orientar su destino y pararesistirse a las múltiples formas en que pueden mani-festarse los miedos».

La sociedad ya no está protegida por el Estado, opor lo menos difícilmente confía en la protección queéste ofrece; ahora se halla expuesta a la voracidad defuerzas que el Estado no controla y que ya no espe-ra ni pretende recuperar y subyugar. Es sobre todopor este motivo por el que los gobiernos estatales, ensu esfuerzo diario por capear los temporales que ame-nazan con arruinar sus programas y sus políticas, vandando tumbos ad hoc de una campaña de gestión decrisis a otra y de un conjunto de medidas de emergen-cia a otro, soñando sólo con mantenerse en el podertras las próximas elecciones, y es por ello por lo quecarecen, por lo demás, de programas o ambicionescon visión de futuro, por no hablar de proyectos de re-solución radical para los problemas recurrentes de lanación. «Abierto» y crecientemente indefenso por am-bos flancos, el Estado-nación pierde gran parte de sufuerza, que ahora se evapora en el espacio global, y

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buena parte de su sagacidad y su destreza política,cada vez más relegadas a la esfera de la «política dela vida» individual, y «subsidiarizada» en hombres ymujeres individuales. Lo que aún queda del poder y dela política del pasado en manos del Estado y de susórganos ha ido menguando gradualmente hasta alcan-zar una dimensión que encaja en el recinto de unagran comisaría de policía. Este Estado reducido ape-nas se las puede arreglar para ser otra cosa que unEstado de la seguridad personal.

Tras haberse filtrado y escapado por las grietas deuna sociedad que se ha visto obligada a abrirse dadala presión de la globalización negativa, el poder y lapolítica se desvían cada vez más el uno de la otra, si-guiendo direcciones opuestas. El problema, la tareaimponente que nuestro siglo tendrá que afrontar contoda seguridad como su reto principal, es reunir denuevo poder y política. La reunión de esos dos com-pañeros hoy separados en el domicilio del Estado-na-ción es, quizá, la menos prometedora de las respues-tas posibles a ese reto.

En un planeta negativamente globalizado, los pro-blemas más fundamentales -los auténticos meta proble-mas que condicionan las posibilidades y los modos deafrontar los demás problemas- son globales y, como ta-les, no admiten soluciones locales; no existen, ni pue-den existir, soluciones locales a problemas originados yreforzados desde la esfera global. De ser posible, el úni-co modo de conseguir la reunión del poder y la políticaserá a escala planetaria. Según las perturbadoras pala-bras de Benjamin R. Barber, «ningún niño estadouni-dense puede sentirse seguro en su cama si los niños de

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Karachi o de Bagdad no se sienten seguros en las su-yas. Los europeos no podrán presumir durante mu-cho tiempo de sus libertades si en otras partes delmundo las personas siguen padeciendo penurias yhumillaciones».19 Ya no es posible garantizar la de-mocracia y la libertad en un solo país, ni siquiera enun grupo de ellos; la defensa de tales valores en unmundo saturado de injusticias y poblado por milesde millones de seres humanos a los que se les niega ladignidad corromperá sin remedio los principios quese pretende proteger. El futuro de la democracia y lalibertad sólo puede asegurarse a escala planetaria.

El miedo constituye, posiblemente, el más sinies-tro de los múltiples demonios que anidan en las socie-dades abiertas de nuestro tiempo. Pero son la insegu-ridad del presente y la incertidumbre sobre el futuro lasque incuban y crían nuestros temores más imponen-tes e insoportables. La inseguridad y la incertidumbrenacen, a su vez, de la sensación de impotencia: pare-ce que hemos dejado de tener el control como indivi-duos, como grupos y como colectivo. Para empeoraraún más la situación, carecemos de las herramientasque puedan elevar la política hasta el lugar en el queya se ha instalado el poder, algo que nos permitiríareconquistar y recobrar el control de las fuerzas queconforman nuestra condición compartida, y definir asínuestro abanico de posibilidades y los límites de nues-tra libertad de elección; un control que, en el momentopresente, se nos ha escapado (o nos ha sido arrebata-do) de las manos. El demonio del miedo no será exor-cizado hasta que encontremos (o, para ser más exac-tos, hasta que construyamos) tales herramientas.

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2La humanidad en movimiento

Hace unos cien años, Rosa Luxemburg sugeríaque, aunque el capitalismo «necesita organizacionessociales no capitalistas como marco para desarrollar-se, su modo de proceder consiste en asimilar la únicacondición que puede garantizar su propia existen-cia».l Las organizaciones no capitalistas ofrecen unterreno fértil para el capitalismo: el capital vive de laruina de esas formaciones, y aunque este ambienteno capitalista es indispensable para la acumulación,esta última avanza a sus expensas, devorándolo.

Es la paradoja innata al capitalismo y, a largo pla-zo, su ruina: el capitalismo es como una serpiente quese alimenta de su propia cola... De manera alternativa,podríamos decir, empleando términos que Rosa Lu-xemburg no podía conocer porque se han acuñado enla última o las dos últimas décadas, un periodo en elque la distancia entre la cola y la boca se ha acortadorápidamente, y la diferencia entre «el que come» y «elque es comido» se ha hecho cada vez menos evidente:el capitalismo extrae su energía vital de la «liquida-ción de activos».* Esta práctica, que recientemente ha

* Asset stripping: expresión financiera que indica la descapitali-

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salido a la luz por las habituales operaciones de «fu-siones hostiles», siempre necesita nuevos activos quepuedan liquidarse; de este modo, más pronto o mástarde, una vez que este método haya alcanzado unadifusión global, acabará por agotar sus suministros opor reducidos por debajo del nivel requerido para supropio sustento. Los «activos liquidados» son el resul-tado del trabajo de otros productores, pero, como esosproductores han sido privados de sus bienes y, porconsiguiente, eliminados de manera gradual pero im-placable, se alcanzará un punto en el que inevitable-mente ya no habrá más activos que «liquidar».

En otras palabras, Rosa Luxemburg preveía un ca-pitalismo que moriría por falta de alimento: fallece-ría de inanición porque habría devorado la última pra-dera de «alteridad» en la que pastaba. Cien años mástarde, se diría que un resultado de lo más funesto, po-siblemente la más funesta consecuencia del triunfoglobal de la modernidad, es la aguda crisis de la indus-tria de destrucción de «desperdicios humanos», ya quecada nueva posición que conquistan los mercados ca-pitalistas añade otros miles o millones de individuos ala masa de hombres y mujeres privados de sus tierras,de sus talleres y de sus redes de seguridad colectiva.

Jeremy Seabrook describe gráficamente el sufri-miento de los pobres del mundo en nuestros días, amenudo desahuciados de su tierra y obligados a te-ner que arreglárselas en los suburbios (en rápida ex-pansión) de la megalópolis más cercana:

zación y el vaciamiento de una empresa mediante la venta de sus ac-tivos. (N. de la T.)

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«La pobreza global huye, no porque la persiga lariqueza, sino porque ha sido expulsada de un cam-po agotado y transformado [...].»La tierra que cultivaban, adicta al fertilizante yal pesticida, ya no produce un excedente que ven-der en el mercado. El agua está contaminada, loscanales de riego están encenagados, el agua delos pozos está envenenada y no es potable [...]. ElGobierno les quitó el terreno y ha construido enél un centro turístico costero o un campo de golf,o, bajo la presión de los planes de ajuste estructu-ral, lo ha dedicado a la exportación de más pro-ductos agrícolas [...]. No se habían reparado losedificios de las escuelas. Se había cerrado el cen-tro de salud. Los bosques -de donde la gente siem-pre había recogido combustible, fruta y el bambúcon el que reparaban sus casas- se habían con-vertido en zonas prohibidas, vigiladas por hom-bres vestidos con el uniforme de alguna compa-ñía semimilitar privada». 2

La masa de seres humanos convertidos en super-fluos por el triunfo del capitalismo global crece sin pa-rar y, ahora, está a punto de superar la capacidad delplaneta para gestionarlos; existe una perspectiva plau-sible de que la modernidad capitalista (o el capitalismomoderno) se atragante con sus productos residuales,que no puede volver a asimilar, aniquilar o desintoxicar(hay numerosos indicios de la creciente toxicidad delos residuos, que se acumulan a toda prisa).

Aunque las insanas consecuencias de los residuosindustriales y domésticos para el equilibrio ecológico

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y la sostenibilidad del planeta vienen constituyendodesde hace algún tiempo un motivo de gran preocu-pación (si bien es cierto que, tras los debates, no se hahecho gran cosa), seguimos lejos de ver con claridady de captar en su totalidad las enormes repercusionesde las masas crecientes de «desperdicios humanos»en el equilibrio político y social de la coexistencia pla-netaria humana. Sin embargo, ya es hora de empe-zar. En una situación novedosa como la nuestra, ni elanálisis de la lista de los sospechosos habituales, ni re-currir a los medios tradicionales para atraparlos seránde gran ayuda a la hora de tratar de dar un sentido alo que está ocurriendo, y que afecta por igual, aunquede distintas maneras, a cada habitante del planeta.

La nueva «plenitud del planeta» -el alcance glo-bal de los mercados (financiero, laboral y de bienesde consumo), de la modernización gestionada por elcapital, y, por ende, del modo de vida moderno- tienedos consecuencias directas.

La primera de ellas es la obstrucción de los desa-gües que, en el pasado, permitían drenar y limpiar, atiempo y con regularidad, los relativamente escasosenclaves modernos del planeta de su «excedente hu-mano», que la forma de vida moderna sólo podía pro-ducir en proporción creciente: la población superflua,supernumeraria y excesiva; el exceso de desechos delmercado laboral y aquello que rechaza la economíade mercado, que rebasan la capacidad de los siste-mas de reciclaje. Una vez que el modo de vida moder-no se ha difundido (o ha sido ensanchado a la fuerza)

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hasta abrazar todo el globo, y ha dejado de ser el pri-vilegio de un número limitado de países escogidos, lastierras «vacías» o «de nadie» (para ser más precisos,las tierras que, gracias al diferencial de poder global,aquel sector del planeta que ya "era «moderno» podíaconsiderar y tratar como vacías o sin dueño), tierrasque han servido durante siglos como desagüe prima-rio (descarga principal) para eliminar los desperdi-cios humanos, se han estrechado en la base y se hanacercado al desvanecimiento. En las regiones del pla-neta que han abrazado recientemente al gigante dela modernidad (o han sucumbido a él), en las que seestán produciendo en masa «seres humanos super-fluos», jamás existieron esos desagües. En las socie-dades llamadas «premodernas», libres del problemade los desperdicios, humanos o no, tales desagües noeran necesarios.

Como efecto de aquel proceso doble -la obstruc-ción de los viejos desagües y la carencia de unos nue-vos para eliminar los desperdicios humanos-, tantolos «viejos modernos» como los recién llegados a lamodernidad vuelven contra sí mismos el filo cortante

de las prácticas de exclusión. No podía esperarse algodiferente, porque la «diferencia» que se ha encontra-do/producido en el curso de la expansión global delmodo de vida moderno -pero que durante varios si-glos había podido afrontarse como una molestia pa-sajera y, a pesar de la irritación, remediable, maneja-da con más o menos eficacia mediante estrategias de«antropofagia» o «antropoemia» (términos de Clau-de Lévi-Strauss)- ha venido para quedarse. Sin em-bargo, las estratagemas habituales, probadas y verifi-

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cadas en tierras lejanas, no son válidas en casa, y to-dos los intentos en ese sentido comportan riesgos im-predecibles, no verificados y, por ello, espantosos.

En su incisiva crítica a la alternativa actual de

«aplicar la fuerza para garantizar la conformidad conlos valores de aquellos que poseen la fuerza» y «unatolerancia vacía que, al no comprometer a nada, nocambia nada»,3 CliffQrdGeertz observó que el poderpara imponer la conformidad ya no existe, mientrasque la «tolerancia» ha dejado de ser el noble gestocon el que los poderosos podían aplacar, de manerasimultánea, su propio desconcierto y la ofensa deaquellos que se sentían tratados con condescenden-cia e insultados por su presunta benevolencia. Ennuestros días, subraya Geertz, «las cuestiones mora-les derivadas de la diversidad cultural [oo.] que solíansurgir [oo.]principalmente entre una sociedad y otra[oo.]ahora surgen cada vez más en su propio seno.Las fronteras sociales y culturales coinciden cada vezmenos».

«Atrás ha quedado el día en que la ciudad esta-dounidense era el principal modelo de la fragmen-tación cultural y de la confusión étnica; el París denos ancetres les gaulois está a punto de convertirseen políglota y polícromo, como Manhattan, y Pa-rís podría llegar a tener un alcalde norte africano(o esto, al menos, es lo que temen muchos gaulois)antes de que Nueva York tenga uno hispano [...].»El mundo, en cada uno de sus puntos locales,está llegando a parecerse más a un bazar kuwaitíque a un club de caballeros ingleses [oo.]Todos les

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milieux son mixtes. No crean más Umwelte, comoocurría antes.»

Si el exceso de población (es decir, la parte que nopuede reintegrarse en los parámetros de la vida <<nor-mal», ni volver a procesarse bajo la categoría de miem-bros «útiles» de la sociedad) puede ser apartado ytransportado más allá de los límites del recinto dentrodel cual se busca el equilibrio económico y social, en-tonces las personas que han eludido el transporte ypermanecen en el interior del recinto quedan destina-das al «reciclaje» o a la «rehabilitación», aunque porlo general resulten superfluas. Están «afuera», perosólo de manera temporal: su estado de exclusión esuna anormalidad que reclama a voces un remedio yexige una terapia; necesitan a todas luces que se lesayude a «volver adentro» lo antes posible. Son el «ejér-cito de reserva de la mano de obra» y se les tiene queponer y mantener en buena forma para que puedanregresar al servicio activo a la primera oportunidad.

Todo ello cambia, no obstante, cuando se obstru-yen los canales de drenaje del excedente de seres hu-manos. Cuanto más tiempo pase dentro la población«superflua» y se codee con los demás, los «útiles» y«legítimos», más tienden a difuminarse y a tornarseimperceptibles las líneas que separan la «normalidad»de la «anormalidad», la incapacidad transitoria de laconsignación definitiva como desperdicio. En lugar deseguir siendo una desgracia limitada a una parte re-lativamente pequeña de la población, como solía per-cibirse, la consignación como «desperdicios» se con-vierte en la perspectiva potencial de todos; uno de los

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polos entre los que oscila la posición social presentey futura. Las habituales herramientas y estrategias deintervención, elaboradas para tratar con una anorma-lidad considerada temporal y relativa a una minoría,no bastan para afrontar el «problema de los desper-dicios» en esta nueva modalidad; ni son particular-mente adecuados para la tarea.

Aunque aterradores, estos contratiempos y difi-cultades, y otros similares, tienden a magnificarse ya empeorar en aquellas partes del globo que, sólo re-cientemente, se han enfrentado al fenómeno de la«población excedente» y al problema de su elimina-ción, antes desconocidos. «Recientemente» significa,aquí, con retraso: en un tiempo en que el planeta yaestá repleto, cuando ya no quedan «tierras vacías» quepuedan servir de lugares para la destrucción de exce-dentes, y cuando cualquier asimetría de fronteras sevuelve con firmeza en contra de los recién llegados ala familia de los modernos. No habrá tierras que in-viten a los excedentes de otros, ni se les podrá forzara aceptarlos y albergarlos, como se hiciera en el pasa-do. Al revés que los productores de residuos de anta-ño, que buscaban y encontraban soluciones globalesa los problemas que ellos mismos generaban local-mente, estos «recién llegados a la modernidad» se venobligados a buscar soluciones locales a problemascausados globalmente, en el mejor de los casos con es-casas y a menudo inexistentes posibilidades de éxito.

Ya sea voluntaria o forzada, su entrega a las pre-siones globales y la consiguiente apertura del propioterritorio a la circulación ilimitada de capital y mer-cancías ponen en riesgo gran parte de los negocios fa-

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miliares o comunitarios que antaño podían, y estabandispuestos a hacerlo, absorber, emplear y mantener atodos los seres humanos recién nacidos y a garantizar,en la mayoría de los casos, su supervivencia. Sólo aho-ra los recién llegados al mundo de los «modernos» ex-perimentan esa «separación entre negocio y familia»,con todas las convulsiones sociales y toda la miseriahumana consiguientes; un proceso que los pionerosde la modernidad experimentaron hace cientos deaños en una forma en cierto modo mitigada por la dis-ponibilidad de soluciones globales a sus problemas:la abundancia de «tierras vacías» y «tierras de nadie»que podían utilizarse con facilidad para depositar elexcedente de población que no podía ser absorbidopor una economía emancipada de las constriccionesfamiliares y comunitarias. Los últimos en llegar notienen a su disposición un lujo como ése.

Las guerras y las masacre s tribales, la prolifera-ción de «tropas guerrilleras» o de bandas de crimina-les y traficantes de drogas enmascarados como com-batientes por la libertad, empeñados en diezmarseunos a otros, absorbiendo y aniquilando mientras tan-to el «excedente de población» (la mayoría jóvenes,incapacitados para trabajar en casa y sin perspecti-vas); ésta es una de las extrañas y perversas «pseudo-soluciones locales a problemas globales» a las quelos recién llegados a la modernidad se ven obligadosa recurrir, o, por decido mejor, están recurriendo.Centenares de miles de personas, a veces millones, sonexpulsadas de sus casas, asesinadas y obligadas a te-ner que arreglárselas lejos de las fronteras de su país.Quizá la única industria próspera en las tierras de los

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recién llegados (retorcida y, a menudo, engañosamen-te denominados «países en vías de desarrollo») es laproducción en serie de refugiados.

Los productos cada vez más prolíficos de dicha in-dustria son los que el primer ministro británico Blairproponía barrer bajo las alfombras de otros, al des-cargarlos «cerca de sus países de origen», en cam-pamentos permanentemente temporales (retorcida ya menudo engañosamente llamados «refugios segu-ros»), para que sus problemas locales sigan siendolocales y, por consiguiente, arrancar de raíz cualquierintento de los recién llegados por seguir el ejemplode los pioneros de la modernidad y buscar solucionesglobales (las únicas eficaces) a los problemas produ-cidos localmente. De hecho, aquello que Blair propu-so (pero con menos palabras), era preservar el bien-estar de su país a costa de agravar los problemas, yade por sí difíciles de gestionar, del «excedente de po-blación» de los países limítrofes de los recién llegados,en los que, inevitablemente, hay una análoga produc-ción en serie de refugiados...

Anotemos también que, mientras por un lado re-chaza compartir el esfuerzo de «eliminación» y «reci-claje de desechos», el rico Occidente hace de todo paraestimular la producción de desperdicios; no sólo demanera indirecta, desmantelando uno a uno todos lossistemas diseñados en el pasado para la profilaxis an-tirresiduos y eliminándolos por «improductivos» o«económicamente inviables», sino también de mane-ra directa, emprendiendo guerras de globalización ydesestabilizando un número cada vez mayor de socie-dades. En vísperas de la invasión de Iraq, se pidió a la

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OTAN que movilizase a sus tropas para ayudar a Tur-quía a cerrar su frontera con Iraq ante el ataque inmi-nente. Más de un estadista de los países de la OTANse opuso, enumerando muchas objeciones imaginati-vas, pero nadie mencionó públicamente que el peligrodel que había que proteger a Turquía (o al menos asíse pensaba) no era una invasión por parte del Ejérci-to iraquí, un Ejército que habría quedado apaleado ypulverizado tras la invasión estadounidense, sino delflujo de refugiados iraquíes convertidos en gente sinhogar por la intervención estadounidense.4

Por muy serios que sean los esfuerzos por detenerla marea de la «emigración económica», no son exi-tosos y, quizá, no pueden serlo al cien por cien. El su-frimiento prolongado provoca la desesperación demillones de personas y, en una era de zona fronterizaglobal y de crimen globalizado, resulta difícil pensarque falten «negocios» ansiosos por conseguir un dó-lar o unos cuantos miles de millones de dólares sacan-

do provecho de esa desesperación. De ahí la segundaconsecuencia formidable de la gran transformaciónactual: millones de inmigrantes deambulando por loscaminos que antaño transitaba la «población exceden-te», despedida de los viveros de la modernidad, sóloque esta vez van en dirección contraria y no cuen-tan con la ayuda de ejércitos de conquistadores, * co-merciantes y misioneros. Las dimensiones reales dedicha consecuencia, así como sus repercusiones, aúntendrán que elucidarse y captarse en sus múltiples ra-mificaciones.

* En castellano en el original. (N. de la T.)

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En un breve pero agudo intercambio de opinionesque se produjo en 2001 a propósito de la guerra de Af-ganistán, Gary Younge meditaba sobre la situación delplaneta un día antes del 11 de septiembre. Recordaba«una embarcación de refugiados afganos que flotaba ala deriva alejándose de Australia» (con el consenso del90 por ciento de los australianos) y cuyos ocupantesfueron finalmente abandonados a su suerte en unaisla desierta en medio del océano Pacífico:

«Resulta interesante que fuesen afganos, habidacuenta de que Australia se halla muy implicadaahora en la coalición, y piensa que no hay nada me-jor que un Afganistán liberado y está preparadapara enviar sus bombas y liberado [...]. Tambiénes interesante que hoy contemos con un ministrode Asuntos Exteriores que compara Afganistáncon los nazis, pero que, cuando era ministro delInterior y un grupo de afganos aterrizó en Stans-ted, dijo que no existía peligro de persecución y losrepatrió».5

Younge concluye que ellO de septiembre el mun-do era «un lugar sin ley» en el que los ricos y los po-bres sabían que «la razón es del más fuerte», que losgrandes y los poderosos pueden eludir y prescindir delderecho internacional (o aquello que decidan deno-minar con ese nombre) cada vez que ese derecho seles antoje inconveniente, y que la riqueza y el poder nosólo determinan la economía sino también la morali-

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dad y la política del espacio global y, por tanto, todo loconcerniente a las condiciones de vida en el planeta.

Tiempo después, se llevó un caso ante un juez delTribunal Superior de Justicia londinense, con el finde probar la legalidad del tratamiento dispensado porlas autoridades británicas a seis solicitantes de asilo,

que habían escapado de regímenes oficialmente reco-nocidos como «malos», o al menos como violadoressistemáticos de los derechos humanos, o negligen-tes al respecto, tales como Iraq, Angola, Ruanda, Etio-pía e Irán.6 El abogado Keir Starmer, representantede los seis solicitantes, informó al juez Collins de quelas nuevas normas implantadas en Gran Bretaña ha-bían dejado a centenares de solicitantes de asilo «ental estado de desamparo que no podían continuar consus procesos». Dormían a la intemperie en las calles,pasaban frio y hambre, estaban asustados y enfermos;algunos se veían «obligados a vivir en cabinas telefó-nicas y en aparcamientos». No se les permitía tener«ni fondos ni alojamiento ni comida», y se les prohi-bía buscar trabajo remunerado al mismo tiempo quese les negaba el acceso a los subsidios sociales. Y nopodían controlar en absoluto cuándo, o dónde, se tra-mitarían sus solicitudes de asilo ni si esto llegaría aocurrir. Una mujer, que había huido de Ruanda des-pués de haber sido violada y golpeada repetidas ve-ces, terminó pasando la noche sentada en una silla enla comisaría de Croydon, con la condición de quepodía permanecer allí si no se quedaba dormida. Unhombre de Angola, que había encontrado a su padremuerto a tiros y a su madre y hermana abandonadasdesnudas en la calle tras una violación múltiple, aca-

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bó viendo cómo le negaban todo apoyo y durmiendoa la intemperie. En el caso presentado por el aboga-do Keir Starmer, el juez declaró ilegal la desestima-ción de asistencia social. Pero, ante el veredicto, elministro del Interior reaccionó con enojo: «Si he deser franco, personalmente estoy harto de tener queenfrentarme a una situación en la que el Parlamentodebate asuntos que luego los jueces echan por tierra[...]. No aceptamos lo que ha dicho el juez Collins.Trataremos de invalidarlo».7 En ese momento, 200 ca-sos similares esperaban el fallo de los tribunales.

La apurada situación de los seis solicitantes cuyocaso presentó el abogado Keir Starmer fue con todaprobabilidad un efecto secundario del abarrotamien-to y el desbordamiento de los campamentos, proyec-tados o improvisados, a los cuales se transportaba demanera habitual a los solicitantes de asilo nada mástocar tierra. El número de víctimas de la globaliza-ción, apátridas y sin techo, crece demasiado deprisapara que se pueda seguir su ritmo a la hora de pro-yectar, localizar y construir estos campamentos.

Uno de los efectos más siniestros de la globaliza-ción es la desregulación de las guerras. En nuestrosdías, la mayoría de las acciones bélicas, y las máscrueles y sangrientas, las llevan a cabo entidades noestatales, no sometidas a una legislación estatal o se-miestatal ni a convenciones internacionales. Son, almismo tiempo, el resultado y las causas, auxiliarespero poderosas, de la continua erosión de la sobera-nía estatal y de las permanentes condiciones de zona

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fronteriza del espacio global «supraestatal». Los anta-gonismos intertribales irrumpen en el espacio abier-to gracias al debilitamiento del brazo del Estado; unbrazo al que, en el caso de los «nuevos Estados», nose le ha dado tiempo (o permiso) para desarrollar lamusculatura. Una vez que se les da rienda suelta, lashostilidades convierten las leyes promulgadas por elEstado, tanto las embrionarias como las ya consolida-das, en inejecutables y nulas a efectos prácticos.

La población general de un Estado semejante seencuentra entonces en un espacio sin ley; la parte dela población que decide abandonar el campo de bata-lla y consigue escapar acaba encontrándose con otrotipo de vacío jurídico: el de la zona fronteriza global.Una vez fuera de las fronteras de su país natal, los fu-gitivos se ven privados del respaldo de una autoridadestatal reconocida que pueda tomarlos bajo su ampa-ro, reivindicar sus derechos e interceder en su favorante las potencias extranjeras. Los refugiados sonapátridas, pero apátridas en un nuevo sentido: sucondición de apátridas se eleva a un nivel completa-mente nuevo, dada la inexistencia, o la presencia pu-ramente fantasmagórica, de una autoridad estatal ala cual poder referir su pertenencia a un Estado. Seencuentran, como señala Michel Agier en su brillanteestudio sobre los refugiados en la era de la globaliza-ción, hors du nomas, fuera de la ley;8 no de esta oaquella ley de este o aquel país, sino de la ley en cuan-to tal. Conforman un nuevo tipo de parias y proscri-tos, son los productos de la globalización, el epítomey la encarnación más plena de su espíritu de zonafronteriza. Para citar de nuevo a Agier, se les ha arro-

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jado a una condición de «deriva liminar», y no saben,ni pueden saber, si es pasajera o permanente. Inclusosi durante un tiempo permanecen quietos en un lu-gar, están siempre de viaje porque su destino (seallegada o regreso) jamás estará claro, y el lugar quepodrían definir como «final» permanece por siempreinaccesible. Nunca se verán libres de la tormentosasensación de transitoriedad, indeterminación y pro-visionalidad de cualquiera de sus asentamientos.

Se ha documentado bien la crítica situación de

los refugiados palestinos, muchos de los cuales jamáshan vivido fuera de los campamentos levantados atoda prisa hace más de cincuenta años. No obstante,a medida que la globalización va causando estragos,proliferan nuevos campamentos (menos conocidos yen buena medida inadvertido s u olvidados) en tornoa los focos de conflagración, prefigurando el modeloque Tony Blair deseaba que el Alto Comisionado deNaciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) hi-ciese obligatorio. Por ejemplo, los tres campamentosde Dabaab, en los cuales se ubicó entre 1991 y 1992 atanta gente como el resto de la provincia keniata deGarissa, no muestran signos de cierre inminente, aun-que a fecha de hoy siguen sin aparecer en el mapa delpaís porque, a pesar de su pervivencia, todavía se en-tienden como estructuras temporales. Otro tanto cabedecir de los campamentos de Ilfo (abierto en septiem-bre de 1991), Dagahaley (abierto en marzo de 1992) yHagadera (abierto en junio de 1992).9

Una vez que se es refugiado, se es para siempre.Los caminos de regreso al paraíso doméstico perdido(o que ya no existe) han quedado casi todos cortados

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y las salidas del purgatorio del campamento condu-cen al infierno... La desesperanzada sucesión de díasvacíos en el interior del perímetro del campamentopuede ser difícil de soportar, pero Dios prohíbe quelos representantes plenipotenciarios de la humanidad,elegidos o voluntarios, cuya labor consiste en man-tener a los refugiados dentro del campamento pero le-jos de la perdición, quiten el tapón. Pero lo hacen, re-petidamente, cada vez que los mandatarios decidenque los exiliado s ya no son refugiados por más tiem-po, pues juzgan que «es seguro el regreso» a una pa-tria que ha dejado de ser su patria, que no tiene nadaque ofrecer o hacer desear.

Así, por ejemplo, alrededor de novecientos mil re-fugiados huidos de las masacre s intertribales y de loscampos de batalla de las guerras inciviles libradas du-rante décadas en Etiopía y Eritrea, se hallan desperdi-gados por las regiones septentrionales de Sudán (in-cluyendo el tristemente conocido Darfur), siendo estemismo un país empobrecido y devastado por la guerra.Están mezclados con otros refugiados que recuerdancon horror los campos de la muerte del Sudán meri-dional. 10 En virtud de una decisión de la agencia dela ONU, respaldada por las organizaciones benéficasno gubernamentales, ya no son refugiados y, por tan-to, no tienen derecho a la ayuda humanitaria. Sin em-bargo, se negaron a marcharse; al parecer, no creenque exista un «hogar» al que puedan «regresar», ya quelos hogares que recuerdan fueron asolados o saquea-dos. La nueva tarea de sus guardianes humanitariosconsiste, por tanto, en hacer que se marchen... En elcampamento de Kassala, primero se cortó el sumi-

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nistro de agua y luego se inició la expeditiva mudan-za de los internos fuera del perímetro del campa-mento, el cual, al igual que sus hogares en Etiopía, searrasó por completo para evitar cualquier intento deretorno. La misma suerte corrieron los ocupantesde los campamentos de Vm Gulsam Laffa y de New-shagarab. Según el testimonio de los aldeanos dellugar, unas ocho mil personas murieron cuando secerraron los hospitales del campamento, se desman-telaron los pozos de agua y se suprimió la distribu-ción de alimentos. Es cierto que resulta difícil confir-mar esta historia; aunque, si de algo podemos estarseguros, es de que cientos de miles de personas handesaparecido y continúan desapareciendo de los re-gistros y estadísticas de refugiados, por más que nolograran escapar de la tierra-de-ninguna-parte de lano-humanidad.

De camino a los campamentos, sus futuros ocu-pantes se ven despojados de cualquier seña de identi-dad excepto una: la de refugiados sin Estado, sin lu-gar, sin función y «sin papeles». Dentro del recintodel campamento, los refugiados son reducidos a unamasa sin rostro, habiéndoseles negado el acceso a lasmás elementales comodidades que conforman la iden-tidad, a los hilos que tradicionalmente tejen la tramade las identidades. Convertirse en «un refugiado» sig-nifica perder

«los medios que sirven de base a la existencia so-cial, es decir, un conjunto de cosas y personas que

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son portadoras de significado: tierra, casa, aldea,ciudad, padres, posesiones, ocupaciones y otrosreferentes cotidianos. Estas criaturas a la deriva ya la espera no tienen más que su "vida desnuda",cuya continuación depende de la asistencia huma-nitaria».ll

Abundan los recelos en lo referente al último pun-to. La figura del cooperante humanitario, contratadoo voluntario, ¿no es un importante eslabón en la ca-dena de la exclusión? Hay quienes se preguntan si lasorganizaciones humanitarias, al esforzarse al máxi-mo por alejar a la gente del peligro, no están ayudan-do sin querer a los «limpiadores étnicos». Agier sepregunta si el trabajador humanitario no es un «agen-te de exclusión de coste mínimo» y, lo que todavía esmás importante, un dispositivo destinado a descargary disipar la ansiedad del resto del mundo, a absolverla culpa y a calmar los escrúpulos de los espectado-res, así como a mitigar la sensación de urgencia y elmiedo a la contingencia. De hecho, poner a los refu-giados en manos de los «trabajadores humanitarios» (ycerrar los ojos a los guardias armados que están de-trás) parece ser el modo ideal de reconciliar lo irre-conciliable: el irresistible deseo de deshacerse de los

desperdicios humanos nocivos al mismo tiempo queuno satisface su conmovedor deseo de rectitud moral.

«Es posible que pueda aliviarse la conciencia deculpa causada por la difícil situación de la partemaldita de la humanidad. Para lograr tal efecto,bastará con dejar que siga su curso el proceso, ya

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en todo su apogeo, de biosegregación, de exorcizary recomponer las identidades mancilladas por lasguerras, la violencia, el éxodo, las enfermedades,la miseria y la desigualdad. Los portadores de es-tigmas se mantendrán para siempre a distanciadebido a su inferior grado de humanidad, o sea,a su deshumanización física y moral.» 12

Los refugiados son la encarnación del «desperdiciohumano», privados de desempeñar cualquier funciónútil en la tierra a la que han llegado y en la que per-manecen de manera temporal, y sin intención algunani perspectiva realista de verse asimilados e integra-dos en el nuevo cuerpo social. Desde su actual ubica-ción, el vertedero, no hay un camino para volver atrásni para seguir hacia delante (a menos que se trate deun camino hacia lugares aún más remotos, como enel caso de los refugiados afganos escoltados por bar-cos de guerra australianos, hasta una isla lejana yapartada de todos los caminos trillados y sin trillar).El criterio fundamental, a la hora de escoger la ubica-ción de sus campamentos permanentemente tempora-les, consiste en una distancia lo bastante grande comopara impedir que los efluvios venenosos de la descom-posición social alcancen lugares habitados por la po-blación autóctona. Fuera de ese lugar, los refugiadosserían vistos como un obstáculo y como un problema;dentro, son olvidados. Al mantenerlos allí e impedircualquier fuga, al convertir la separación en definitivae irreversible, «la compasión de algunos y el odio deotros» cooperan en la producción del mismo efecto:tomar distancia y mantener distancia. 13

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Sólo quedan los muros, el alambre espinoso, laspuertas vigiladas, los guardias armados. Son estascosas las que definen la identidad de los refugiados o,mejor, las que acaban con su derecho a autodefinirse,y aún más, a autoafirmarse. Todos los desperdicios,incluidos los humanos, tienden a amontonarse de for-ma indiscriminada en el mismo basurero. El acto deasignar la categoría de desperdicio acaba con las di-ferencias, las individualidades, las idiosincrasias. Eldesecho no necesita finas distinciones ni sutiles ma-

tices, a menos que esté destinado al reciclaje; perolas posibilidades que tienen los refugiados de ser re-ciclados como miembros legítimos y reconocidos dela sociedad son, como mucho, vagas e infinitamenteremotas. Se han tomado todas las medidas para ga-rantizar la permanencia de su exclusión. Personassin atributos han sido depositadas en un territorio sindenominación, mientras que se han bloqueado parasiempre todos los caminos que llevan a lugares consignificado y a los sitios en los que pueden forjarse,y se forjan a diario, significados socialmente legibles.

Vayan a donde vayan, nadie quiere a los refugia-dos, y se les deja bien claro que es así. Aquellos reco-nocidos como «inmigrantes económicos» (es decir,las personas que siguen los preceptos de la «elecciónraciona!», tan alabada por el coro neoliberal, y que,en consecuencia, buscan medios de subsistencia allídonde existen en vez de permanecer donde no loshay) son condenados abiertamente por los mismosgobiernos que intentan por todos los medios que la

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«flexibilidad laboral» sea la virtud cardinal de su elec-

torado, y que exhortan a los desempleados autócto-nos a «ponerse manos a la obra» e ir a donde hay tra-bajo. Pero la sospecha de los motivos económicossalpica también a los recién llegados que, hasta hacebien poco, se consideraba que ejercían sus derechoshumanos al buscar protección contra la discrimina-ción y el hostigamiento. A fuerza de repetir esta aso-ciación, la expresión «solicitante de asilo» ha adqui-rido un matiz peyorativo. Los estadistas de la «UniónEuropea» dedican la mayor parte de su tiempo e in-genio a diseñar mecanismos cada vez más sofistica-dos para sellar y fortificar las fronteras, y a buscar losprocedimientos más convenientes para librarse dequienes, a pesar de todo, consiguen cruzar las fronte-ras en busca de alimento y refugio.

Para no quedar rezagado, David Blunkett, cuandoera ministro del Interior británico, propuso en unaocasión extorsionar a los países de origen de los refu-giados para que se quedaran con los «solicitantes deasilo no cualificados» y amenazó con que en casocontrario recortaría las ayudas financieras.14 No fueésta su única idea novedosa. Blunkett quería «forzarel ritmo del cambio», y se quejaba de que «el progre-so ha sido demasiado lento» debido a la falta de en-tusiasmo entre los otros líderes europeos. Blunkettauspiciaba la creación de una «fuerza conjunta de ac-tuación rápida» y de «un grupo de trabajo de exper-tos nacionales» para «evaluar los riesgos comunes,identificando los puntos débiles de Europa [oo.]lasfronteras exteriores, tratando el tema de la inmigra-ción ilegal por mar y abordando el tráfico de perso-

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nas» (la nueva expresión acuñada para sustituir y de-nigrar el otrora noble concepto de «pasaje»).

Gracias a la activa cooperación de los gobiernos yde otras figuras públicas que consideran que secun-dar y fomentar los prejuicios populares son los únicossustitutos disponibles para afrontar las fuentes origi-nales de la incertidumbre existencial que acecha a suselectores, los «solicitantes de asilo» sustituyen ahoraa las brujas de mirada diabólica y a otros malhecho-res impenitentes, a los espectros malignos y a losduendes de las leyendas urbanas de otros tiempos. Elnuevo folclore urbano de veloz crecimiento asigna alas víctimas de la exclusión planetaria el papel de los«malos»; recoge, combina y recicla las espeluznanteshistorias de terror tradicionales, para las que las inse-guridades de la vida en la ciudad han generado, aho-ra y en el pasado, una demanda constante y cada vezmás voraz. Como sugería Martin Bright, las innoblesrevueltas contra los inmigrantes en la ciudad britá-nica de Wrexham «no fueron un suceso aislado. Lasagresiones contra los solicitantes de asilo se están con-virtiendo en la norma en el Reino Unido».15 En Ply-mouth, por ejemplo, las agresiones de este tipo se hanconvertido en una costumbre. «Sonam, un campesinonepalí de veintitrés años, llegó a Plymouth hace ochomeses. Cuando sonríe, tímidamente, se ve que le fal-tan dos dientes: no los ha perdido durante los conflic-tos violentos de su país, sino cuando volvía de la tien-da de la esquina, en Davenport.»

La hostilidad de los nativos, sumada a la negati-va de las autoridades a conceder asistencia estatal alos recién llegados que no soliciten el asilo en el mo-

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mento de su llegada, el recorte de los fondos para la«protección humanitaria» y la inflexible política dedeportación dirigida a los refugiados «indeseables»(10.740 deportados en 2002, 1300 detenidos a la es-pera de ser deportados en junio de 2003), arrojaroncomo resultado una brusca caída de las solicitudesde asilo, de 8900 en octubre de 2002 a 3600 en ju-nio de 2003. Los datos fueron interpretados triunfal-mente por David Blunkett como la confirmación dela meritoria eficacia de la política gubernamental ycomo la demostración definitiva de que los «severos»procedimientos «estaban funcionando». Y, en efecto,estaban «funcionando»; incluso el Refugee Council se-ñaló que «simplemente impedir a las personas entraren el Reino Unido» a duras penas puede considerar-se un «éxito», si se tiene en cuenta que «algunas deestas personas pueden necesitar nuestra ayuda deses-peradamente».16

A esos inmigrantes que, a pesar de las estratage-mas más ingeniosas, no pueden ser deportados de ma-nera rápida, el Gobierno propone confinados en cam-pamentos construidos, seguramente, en zonas aisladasy remotas del país (una medida que transforma la ex-tendida creencia de que «los inmigrantes no quieren ono pueden integrarse en la vida económica del país»en una predicción ineluctable). El Gobierno ha esta-do ocupado, como observó Gary Younge, «erigiendobantustanes en la campiña británica, acorralando alos refugiados para dejados aislados y vulnerables». 17Los solicitantes de asilo, concluye Younge, «tienenmás posibilidades de ser víctimas que perpetradoresde actos criminales».

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De todos aquellos inscritos en los registros del AltoComisionado de Naciones Unidas para los Refugiados,la agencia para los refugiados de la ONU, el 83,2 porciento de los refugiados de África se encuentra encampamentos, y el 95,9 por ciento de los de Asia. Has-ta el momento, sólo el 14,3 por ciento de los refugia-dos en Europa se encuentra en campamentos. Perono parece haber signos de que la diferencia a favor deEuropa se mantenga por mucho tiempo.

Los refugiados están en medio de un fuego cruza-do. Para ser más exactos, en un callejón sin salida.

Se les expulsa a la fuerza o se les intimida para queabandonen su país natal, pero se les deniega la entra-da a cualquier otro. No cambian de lugar; pierden sulugar en el mundo, se les catapulta a ninguna parte, al«no lugar» de Augé o a las «nowherevilles» de Garreau,o se les introduce en el ((Narrenschiffen» de MichelFoucault, «a un lugar sin lugar», a la deriva, «que exis-te por sí mismo, que está encerrado en sí mismo y almismo tiempo está a merced de la infinitud del mar»,18o (como sugiere Michel Agier) a un desierto, por de-finición un lugar inhóspito, una tierra hostil al serhumano y rara vez visitada.

Los campamentos de refugiados o de los solici-tantes de asilo son artificios a los que el bloqueo delas salidas ha convertido en permanentes. Déjenmerepetido: los que viven en ellos no pueden volver «allugar del que vinieron», sus países de origen no losquieren, sus medios de subsistencia han sido diez-mados, sus casas arrasadas, vaciadas o saqueadas de

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manera abusiva; pero, además, tampoco tienen un ca-mino ante sí: ningún gobierno dará la bienvenida a unflujo de millones de personas sin techo, y cualquiergobierno hará lo imposible para impedir que los re-cién llegados se instalen.

En cuanto a su nueva ubicación «permanentemen-te temporal», los refugiados «están allí, pero no son deallí». No pertenecen de verdad al país en cuyo territo-rio han construido sus chabolas o instalado sus tien-

das. Están separados del resto del país que les acogepor un velo de sospecha y resentimiento, invisiblepero tupido e impenetrable. Están suspendidos en unvacío espacial en el que el tiempo poco a poco se haido deteniendo. No están instalados ni desplazados;no son sedentarios ni nómadas.

Para emplear los términos con que solemos refe-rimos a las identidades humanas, son inefables. Re-presentan la encarnación misma de los «indecidi-bles» de Jacques Derrida. En medio de gente comonosotros, que nos congratulamos mutuamente y nosfelicitamos a nosotros mismos por nuestra capacidadde reflexión y autorreflexión, no son sólo intocables,sino impensables. En un mundo repleto de comuni-dades imaginarias, ellos son los inimaginables. Y alnegarIes su derecho a ser imaginados, los otros, agru-pados en comunidades -auténticas o que aspiran aserIo- buscan credibilidad a través de sus propias ta-reas imaginativas.

Los campamentos de refugiados ostentan una nue-va cualidad: una «transitoriedad congelada», un esta-do duradero de continua provisionalidad, una dura-ción parcheada de momentos, ninguno de los cuales

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es vivido como un elemento (y menos aún una con-tribución) de la perpetuidad. Para los ocupantes delos campamentos de refugiados, la perspectiva de lassecuelas a largo plazo y sus consecuencias no formaparte de su experiencia. Los encerrados en los cam-pamentos de refugiados viven, literalmente, día trasdía, y los contenidos de la vida cotidiana no están in-fluidos por el conocimiento de que los días se combi-nan en meses y años. Como en las prisiones y en los«hiperguetos» estudiados y vívidamente descritos porLo'ic Wacquant, los refugiados encerrados en campa-mentos «aprenden a vivir, o más bien a sobrevivir.[(sur)vivre] día a día en la inmediatez del momento,inmersos en la [oo.]desesperación que fermenta traslos muros».19

Si adoptamos los términos que se derivan del aná-lisis de Lo'ic Wacquant,20 podemos afirmar que loscampamentos de refugiados mezclan, combinan ycristalizan las características típicas del «gueto comu-nitario» de la era Ford-Keynes y las del «hipergueto»de nuestros tiempos posfordistas y poskeynesianos. Sibien los «guetos comunitarios» eran «minisociedades»relativamente autosuficientes yautorreproductoras,con réplicas en miniatura de la estratificación del con-junto de la sociedad, de las divisiones funcionales ylas instituciones precisas para servir al conjunto denecesidades de la vida comunitaria, los «hiperguetos»son todo menos comunidades autosuficientes. Podría-mos decir que son una pila de «cabos sueltos», unagrupamiento artificial e incompleto de lo rechazado;conglomerados, pero no comunidades; condensacio-nes topográficas incapaces de subsistir por su cuenta.

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Cuando las elite s de los «guetos comunitarios» logra-ron salir y dejaron de alimentar la red de actividadeseconómicas que mantenía (aunque fuese de maneraprecaria) la supervivencia del resto de la poblacióndel gueto, hicieron su aparición los organismos deasistencia y control (por regla general, ambas funcio-nes van de la mano) gestionados por el Estado. Losocupantes de los «hiperguetos» penden de hilos quetienen su origen más allá de sus límites y casi contoda seguridad más allá de su control.

Michel Agier encontró en los campamentos de re-fugiados algunos rasgos de los «guetos comunitarios»,pero entremezclados con los atributos del «hipergue-tO».21Podemos suponer que una combinación de estetipo estrecha aún más los vínculos que unen a los ocu-pantes del campamento. La atracción que mantieneunidos a los habitantes del «gueto comunitario» y elempuje que concentra y retiene en un «hipergueto»,dos fuerzas poderosas en sí mismas, coinciden, se su-perponen y se refuerzan recíprocamente. En com-binación con la hostilidad del ambiente exterior, quebulle y se encona, generan una aplastante fuerza cen-trípeta a la que es difícil oponer resistencia y, frente ala cual, resultan del todo superfluas las innobles téc-nicas de reclusión y aislamiento desarrolladas por losgestores y supervisores de los Auschwitz o de los Gu-lags. Los campamentos de refugiados se asemejanmás que cualquier otro microcosmos social artificialal tipo ideal de «institución total» de Erving Goffman:ofrecen, por acción u omisión, una «vida total» de laque no hay escapatoria, que impide con eficacia el ac-ceso a cualquier otra forma de vida.

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La permanencia de la transitoriedad; la durabili-dad de lo efímero; la determinación objetiva que nose refleja en el carácter consecuencial y subjetivo delas acciones; el rol social definido siempre de manerainadecuada o, para ser más exactos, una inserción enel flujo de la vida sin el ancla de un rol social son ca-racterísticas de la moderna vida líquida que, junto conotras vinculadas a ellas, han sido expuestas y docu-mentadas en las investigaciones de Agier.

Uno se pregunta hasta qué punto los campamen-tos de refugiados pueden verse como laboratorios enlos que se prueba y ensaya (de manera quizás invo-luntaria, pero no por eso con menos energía) el nue-vo modelo de vida líquida «permanentemente tran-sitoria»...

Los refugiados y los inmigrantes, que vienen de«tierras remotas» pero solicitan establecerse en la ve-cindad, sólo sirven para conjurar el espectro de las«fuerzas globales», temidas e invisibles porque lle-van a cabo su tarea sin consultar con aquellos queestán destinados a sufrir las consecuencias. Despuésde todo, los solicitantes de asilo y los «inmigranteseconómicos» son réplicas colectivas (¿un álter ego?,¿compañeros de viaje?, ¿imágenes especulares?, ¿ca-ricaturas?) de la nueva elite dominante del mundoglobalizado, de la que muchos sospechan, y con ra-zón, que es la verdadera villana de la obra. Al igualque esta elite, no están vinculados a ningún lugar, en-carnan el insondable «espacio de flujos» donde hun-de sus raíces la precariedad actual de la condición

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humana. Estos temores y estas angustias, al buscaren vano otras salidas más adecuadas, emergen bajola forma del resentimiento popular y el miedo a los«extraños cercanos». Para neutralizar y disipar la in-certidumbre, no sirve un enfrentamiento directo conla otra encarnación de la extraterritorialidad: la elite

global que se mueve fuera del alcance del control hu-mano. Esta elite es demasiado poderosa para enfren-tarse a ella y retarla sin más, incluso si se conociese(y no es así) su localización exacta. Los refugiados,en cambio, desventurados e indefensos, son un blan-co visible, inmóvil y sobre el que resulta fácil descar-gar el exceso de rabia, si bien no son la causa de lossufrimientos ni del miedo a seguir sufriendo que ori-ginaron esa rabia.

Puedo añadir que frente a un flujo de «forasteros»,los «establecidos» (para retomar los términos memo-rables de Norbert Elias)* tienen sobradas razones parasentirse amenazados. Además de representar «lo des-conocido» que todo extranjero encarna, los refugia-dos traen el rumor distante de guerras y el hedor dehogares arrasados y poblados calcinados que sólo pue-den recordar a los establecidos cuán fácilmente puedeser quebrado o destruido el capullo de su rutina se-gura y familiar (segura porque es familiar), y cuánilusoria puede ser la seguridad de su asentamiento.El refugiado, como señalaba Bertolt Brecht en Die

* Elias, Norbert y Scotson, John L., The Established and the Out-siders: A Sociological Inquiry into Community Problems, Frank Cass,Londres, 1965 [trad. esp.: «Ensayo acerca de las relaciones entre esta-blecidos y forasteros», en Reis. Revista española de investigaciones so-ciológicas, n.O 104, 2003, págs. 219-251]. (N. de la T.)

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Landschaft des Exils, es «ein Bote des Unglücks» (<<unpájaro de mal agüero»).

En los años setenta del siglo xx, entraron a for-mar parte del pasado los «gloriosos treinta años» dereconstrucción de la posguerra, pacto social y opti-mismo por el desarrollo que acompañaron el desman-telamiento del sistema colonial y la proliferación de«nuevas naciones». Se abría entonces un mundo felizde fronteras borradas o reventadas, avalancha infor-mativa y globalización galopante; un banquete con-sumista en el Norte opulento y un «creciente senti-miento de desesperación y de exclusión en una granparte del resto del mundo», surgido del «espectáculode riqueza por una parte y de miseria por la otra».22Hoy, con la sabiduría que da la experiencia, podemosconsiderarlo un momento decisivo de la historia con-

temporánea. Al final de esa década, el escenario en elcual hombres y mujeres se enfrentaban a los desafíosde la vida se transformó de manera subrepticia aun-que radical, e invalidó la sabiduría vital existente, exi-giendo una revisión y un examen exhaustivo de lasestrategias vitales.

El bloqueo de las «soluciones globales a proble-mas producidos de manera local», y más exactamen-te la crisis actual de la «industria de eliminación de

desperdicios humanos», repercute en el trato que dana los refugiados y a los solicitantes de asilo aquellospaíses hacia los que miran los inmigrantes globalesen su búsqueda de seguridad ante la violencia, y depan yagua potable, y está modificando de manera ra-

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dical también la difícil condición de los «excluidos in-ternos» en aquellos países.

Uno de los aspectos más desastrosos del cambioen el modo de tratar a los «excluidos internos» (ahorarebautizados como «subclase») se reveló relativamen-te pronto y, desde entonces, se ha documentado deforma minuciosa: el paso de un modelo de «Estadosocial» de comunidad inclusiva a un Estado «de justi-cia criminal», «penal», basado en el «control de la de-lincuencia»; un Estado «excluyente». David Garland,por ejemplo, observa:

«Ha habido un cambio de énfasis significativo des-de la modalidad del bienestar a la penal [...]. Lamodalidad penal, amén de tomarse más promi-nente, se ha vuelto más punitiva, más expresiva,más preocupada por la seguridad [...].La modali-dad del bienestar, además de perder importancia,se ha vuelto más condicional, más centrada en eldelito, más consciente de los riesgos [...].»Ahora es menos probable que los delincuentesse vean representados en el discurso oficial comociudadanos socialmente desvalidos y necesitadosde apoyo. Antes bien, son retratados como indi-viduos culpables, indignos y en cierto modo peli-grosos».23

Lo'ic Wacquant constata una «redefinición de lamisión estatal» ;24el Estado «se retira de la arena eco-nómica, afirma la necesidad de reducir su papel sociala favor de la ampliación y el fortalecimiento de su in-tervención penal».

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Ulf Hedetoft describe el mismo aspecto de aque-lla transformación de hace más de tres décadas des-de un ángulo diferente (aunque muy relacionado conel primero): el de los «excluidos externos», los inmi-grantes potenciales.25 Hedetoft observa que «se estánvolviendo a trazar las fronteras entre Nosotros y Ellos,con más rigidez» que nunca. Como sugiere Hedetoft,siguiendo a Andreas y Snyder,26 además de adoptarformas más selectivas y diversificadas, las fronterasse han convertido en lo que cabría llamar «membra-nas asimétricas»: permiten salir, pero «protegen con-tra la entrada indeseada de elementos del otro lado».Por ello a los clásicos puestos fronterizos repartidosa lo largo de la línea de la frontera territorial se hanañadido avanzadillas lejanas, como las estaciones decontrol situadas en los puertos y en los aeropuertosde otros países.

«Al instituir medidas de control más restrictivas

en las fronteras externas, e igual de importante, unsistema más rígido para conceder visados en lospaíses de emigración "del Sur" [...] [Las fronteras]se han diversificado, como lo han hecho los con-troles fronterizos, llevados a cabo no sólo en loslugares convencionales [...]sino también en aero-puertos, embajadas y consulados, en centros deacogida y en el espacio virtual, en la forma de unacolaboración reforzada entre la policía y las auto-ridades de inmigración en diferentes países.»

Como para dar una prueba inmediata de la tesisde Hedetoft, el primer ministro británico, Tony Blair

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recibió a Ruud Lubbers, el alto comisario de las Na-ciones Unidas para los Refugiados, para sugerirle lacreación de «refugios seguros» para futuros solici-tantes de asilo cerca de sus hogares, es decir, a unadistancia segura de Gran Bretaña y de los demás paí-ses ricos que, hasta fechas recientes, constituían susdestinos naturales. En la «neolengua» propia de laera posterior a la Gran Transformación, el ministrodel Interior David Blunkett describía el tema de laconversación entre Blair y Lubbers como «nuevosretos para los países desarrollados, planteados poraquellos que utilizan el sistema de asilo como unaruta para entrar en Occidente» (empleando esa neo-lengua, cabría lamentarse, por ejemplo, del reto que re-presentan para la gente asentada los náufragos queutilizan el sistema de rescate como ruta para alcan-zar tierra firme).

Por el momento, Europa y sus avanzadillas en elextranjero (al igual que Estados Unidos o Australia)parecen buscar una respuesta a sus problemas desco-nocidos en políticas también desconocidas y casi nun-ca llevadas a la práctica en la historia europea. Sonpolíticas que miran al interior antes que al exterior,centrípetas en vez de centrífugas, implosivas en vezde explosivas: se atrincheran y se repliegan sobre símismas, erigiendo muros coronados con una red deaparatos de rayos X y circuitos cerrados de televisión,potenciando la presencia de empleados en las ofici-nas de inmigración y más vigilantes en las fronteras,estableciendo más requisitos en las leyes de inmigra-ción y naturalización, manteniendo a los refugiadosen campamentos aislados y estrechamente vigilados, y

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deteniendo a quienes se dirigen al país mucho antes deque alcancen las fronteras y tengan la oportunidadde reclamar su condición de refugiados o de solicitan-tes de asilo; en resumen, sellando el territorio contralas multitudes que llaman a su puerta, y haciendopoco o nada por aliviar esta presión mediante la eli-minación de las causas.

Naomi Klein ha señalado una tendencia cada vez

más fuerte y más generalizada (promovida por laUnión Europea, pero seguida rápidamente por Esta-dos Unidos) hacia una «fortaleza regional con variospisos»:

«Un continente fortaleza es un bloque de nacio-nes que suman fuerzas para extraer condicionescomerciales favorables de otros países, mientraspatrullan las fronteras externas compartidas paramantener fuera a la gente de dichos países. Aho-ra bien, si un continente procede con seriedad encuanto fortaleza, también tiene que invitar a unoo dos países pobres a estar dentro de sus muros,pues alguien ha de hacer el trabajo sucio y pe-sado».27

El Tratado de Libre Comercio de América del Nor-te (NAFTA), el mercado interior estadounidense am-pliado para incorporar a Canadá y a México (<<des-pués del petróleo», señala Naomi Klein, «la mano deobra inmigrante es el motor de la economía del su-doeste» de Estados Unidos), se complementó en juliode 2001 con el «Plan Sur», en virtud del cual el Gobier-no mexicano asumía la responsabilidad de la vigilan-

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cia masiva de su frontera meridional, así como de ladetención eficaz de la marea de desperdicios huma-nos empobrecidos que afluye a Estados Unidos desdelos países de América Latina. Desde entonces, la po-licía mexicana ha detenido, encarcelado y deportadoa centenares de miles de emigrantes antes de que al-canzasen las fronteras de Estados Unidos. En cuanto

a la «Fortaleza Europa», dice Naomi Klein, «Polonia,Bulgaria, Hungría y la República Checa son los sier-vos posmodernos, que proporcionan mano de obrabarata a las fábricas en las que se produce ropa, artícu-los electrónicos y automóviles por el 20 o el 25 porciento de lo que costaría fabricados en Europa occi-dental». En el seno de los continentes fortaleza se hacreado «una nueva jerarquía social», en un intentopor cuadrar el círculo, es decir, por encontrar un equi-librio entre postulados palmariamente contradictoriosaunque análogamente vitales: fronteras herméticas yfácil acceso a una mano de obra barata, dócil y pocoexigente, dispuesta a aceptar y a hacer cualquier cosaque se le ofrezca; o bien, libre comercio y necesidadde complacer los sentimientos de hostilidad hacia losinmigrantes, la paja a la que se aferran los gobiernosencargados de la soberanía zozobrante de los Esta-dos-nación para buscar salvar de un desmoronamien-to veloz su legitimación. «¿Cómo mantenerse abiertoa los negocios y cerrado a la gente?», pregunta Klein.y responde: «Es fácil. Primero amplías el perímetro,luego echas el cerrojo».

Los fondos que la Unión Europea transfirió debuen grado y sin regateos a los países de la Europadel Este y central, incluso antes de aceptar su ingreso

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en la Unión, estaban destinados a adoptar tecnologíade vanguardia pensada para convertir sus fronterasorientales, que en poco tiempo se convertirían en lasfronteras orientales de la «Fortaleza Europa», en im-permeables para los forasteros.

Quizá las tendencias señaladas aquí sólo son dosmanifestaciones relacionadas de la misma preocupa-ción, incrementada y casi obsesiva, por la seguridad;acaso ambas pueden explicarse por una variación enel equilibrio entre las tendencias incluyente s y exclu-yentes, eternamente presentes; o tal vez se trate de fe-nómenos sin relación entre sí, cada uno sujeto a unalógica propia. No obstante, puede demostrarse que,cualesquiera que sean sus causas inmediatas, ambastendencias proceden de una raíz común: la propagaciónglobal de la forma de vida moderna, que ha alcanzadoa estas alturas los límites más remotos del planeta. Haanulado la división entre «centro» y «periferia» o, paraser más exactos, entre formas de vida «modernas» (o«desarrolladas») y «premodernas» (o «subdesarrolla-das» o «retrasadas»); una división que acompañó lamayor parte de la historia moderna, cuando la discu-sión sobre los modos heredados quedaba confinadaa un sector del globo limitado, aunque en constanteexpansión. En tanto en cuanto seguía siendo relativa-mente restringido, dicho sector podía usar el diferen-cial del poder resultante como una válvula de seguri-dad para protegerse del recalentamiento, y podía usarel resto del planeta como un vertedero para los resi-duos tóxicos de su modernización incesante.

Sin embargo, ahora el planeta está lleno, y esto im-plica, entre otras cosas, que procesos típicamente mo-

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demos, como la construcción del orden y el progresoeconómico, se dan en todas partes y, como consecuen-cia, por todas partes se producen y se expulsan «des-perdicios humanos» en cantidades cada vez mayores;esta vez, no obstante, faltan los basureros «natura-les» apropiados para su almacenamiento y potencialreciclaje. El proceso que hace un siglo anticipara RosaLuxemburg (aunque ella lo describía en términosesencialmente económicos, más que explícitamentesociales) ha alcanzado su límite extremo.

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3El Estado, la democracia

y la gestión de los miedos

Ha sido sobre todo en Europa y en sus antiguos do-minios, sus brotes de allende los mares, sus ramifica-ciones y sedimentos (así como en algunos otros «paí-ses desarrollados» que mantienen con Europa unarelación de Wahlverwandschaft, de afinidad electiva,en vez de una relación de Verwandschaft, simple pa-rentesco), donde la propensión al miedo y las obsesio-nes por la seguridad han avanzado de manera más es-pectacular en los últimos años.

Este fenómeno parece un misterio si se lo contem-pla al margen de otras novedades importantes acon-tecidas en «los últimos años». A fin de cuentas, comoindica Robert Castel en su incisivo análisis del males-tar que ha ocasionado la inseguridad del mundo ac-tual, «nosotros -al menos en los países desarrollados-vivimos sin duda en algunas de las sociedades másseguras (sures) que han existido jamás».! Aun así, apesar de todas las «pruebas objetivas», somos preci-samente «nosotros», que hemos sido criados entremimos y algodones, los que más amenazados, inse-guros y atemorizados nos sentimos; somos los másmiedosos y los más interesados en todo lo que tengaque ver con la seguridad y la protección, mucho más

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que los habitantes de la mayoría de las sociedadesconocidas.

Sigmund Freud abordó directamente el enigma delos miedos en apariencia injustificados y sugirió quela solución debía buscarse en el insistente desafío de la

mente humana a la árida «lógica de los hechos».2 Elsufrimiento humano (así como el temor a sufrir, elejemplo de sufrimiento más irritante e insoportable)proviene de «la supremacía de la Naturaleza, de la ca-ducidad de nuestro propio cuerpo y de la insuficien-cia de nuestros métodos para regular las relacioneshumanas en la familia, el Estado y la sociedad».

En cuanto a las dos primeras causas que señalaFreud, conseguimos, de un modo u otro, reconciliar-nos con los límites últimos de lo que podemos ha-cer: sabemos que nunca conseguiremos dominar deltodo la Naturaleza, y que nuestro organismo no lle-gará a ser inmortal, ni tampoco inmune al implaca-ble transcurso del tiempo, y por ello, al menos en eseámbito, estamos preparados para contentamos conuna solución de «segunda clase». El conocimiento delos límites puede ser estimulante e infundir energía,pero también puede ser descorazonador y limitativo:si no podemos erradicar todos los sufrimientos, po-demos eliminar algunos y atenuar otros. Vale la penaintentarIo una y otra vez sin desfallecer nunca. Y no-sotros lo intentamos tanto como podemos, y en es-tas reiteradas tentativas consumimos gran parte denuestra energía y atención, dejando poco espaciopara la reflexión apesadumbrada y para preocupar-nos, porque algunas mejoras deseables estarán siem-pre fuera de nuestro alcance, convirtiendo todos los

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intentos por 10grarIas en un despilfarro de un tiempoprecioso.

Las cosas son bastante diferentes, no obstante, en

el caso del tercer tipo de sufrimiento: la desdicha quetiene un origen auténtica o supuestamente social. Cual-quier cosa hecha por seres humanos puede ser rehe-cha por seres humanos. En este caso, por lo tanto, noaceptamos límite alguno a la hora de rehacer la reali-dad; rechazamos la posibilidad de que nuestras acti-vidades puedan tener límites preestablecidos y fijadosde una vez por todas, límites que no podamos tras-pasar con la debida dosis de esfuerzo y buena volun-tad: «no llegamos a comprender por qué las normascreadas por nosotros mismos no deberían [oo.] ser unaprotección y una ventaja para cada uno de nosotros».Cualquier forma de infelicidad determinada social-mente es un reto, un ultraje y una llamada a las ar-mas. Si la «protección realmente disponible» y losbeneficios de que disfrutamos no alcanzan el gradoideal, si las relaciones no nos satisfacen, si las nor-mas no son como debieran ser (o como creemos quepodrían ser), estamos inclinados a sospechar, comomínimo, la existencia de una falta censurable de bue-na voluntad, pero la mayoría de las veces presupone-mos que existen maquinaciones hostiles, complots,conspiraciones, un intento criminal, un enemigo es-perando en la puerta o bajo la cama, un culpable conun nombre y una dirección aún por descubrir, aún porllevar ante la justicia. En pocas palabras, una malevo-lencia premeditada.

Castelllega a una conclusión similar, tras haberdescubierto que la inseguridad actual no proviene de

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una carencia de protección, sino de la «falta de clari-dad de su campo de acción» (ombre portée) en un uni-verso social que «se ha organizado en torno a la bús-queda infinita de protección y al anhelo frenético deseguridad».3 La experiencia de la inseguridad, dolo-rosa e incurable, es un efecto secundario de la con-vicción de que la seguridad absoluta puede alcanzarse,con el ingenio y el esfuerzo adecuados (<<puedeha-cerse», «podemos hacerlo»). De este modo, si ocurreque no se ha logrado, el fracaso puede explicarse sólomediante un acto malvado y malintencionado. En estaobra tiene que haber siempre un villano.

Podemos afirmar que la variante moderna de in-seguridad se caracteriza claramente por el miedo a lamaldad humana y a los malhechores humanos. Estáatravesada por la desconfianza hacia los demás y susintenciones, por el rechazo a confiar en la constanciay en la fiabilidad de la compañía humana, y, en últi-ma instancia, deriva de nuestra incapacidad o desga-na para convertir tal compañía en duradera y segura,y, por tanto, en digna de confianza.

Castel atribuye esta situación a la individuacióncontemporánea; sugiere que la sociedad moderna, alsuprimir las comunidades y las corporaciones, estre-chamente unidas, que en el pasado definían las nor-mas de protección y velaban por su cumplimiento, ysustituirlas por el deber individual de ocuparse cadauno de sí mismo y de sus asuntos, se ha edificado so-bre las arenas movedizas de la contingencia. En unasociedad semejante, los sentimientos de inseguridadexistencial y el temor a peligros indefinidos son, ine-vitablemente, endémicos.

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Al igual que en las otras transformaciones de laera moderna, Europa desempeñó en ésta un papelprecursor. Fue también la primera en hacer frente alas consecuencias imprevisibles y, por regla general,perniciosas del cambio. Esta inquietante sensaciónde inseguridad no habría surgido si en el continenteno se hubiesen dado dos novedades simultáneas queluego, a velocidades distintas, se propagaron a otraszonas del planeta. La primera, según la terminolo-gía de Castel, fue la «sobrevaloración» (survalorisa-tion)4 de los individuos, liberados de las restriccionesimpuestas por la densa red de vínculos sociales. Pocodespués aparecía la segunda novedad: despojados de laprotección que ofrecía en el pasado dicha red de víncu-los sociales, los individuos se tornaron frágiles y vul-nerables como nunca.

Con la primera novedad, los seres humanos indi-viduales vieron abrirse ante ellos amplios espacios,emocionantes y seductores, en los que experimentar yponer en práctica las nuevas artes de la emancipacióny de la autosuperación. Pero la segunda novedad ve-taba a la mayor parte de los individuos la entrada enun territorio tan atractivo. Ser un individuo de iure

(por decreto de la ley o por la sal arrojada sobre la he-rida abierta por la impotencia inducida socialmente)no garantizaba en modo alguno la individualidad defacto, y muchos carecían de los recursos para hacervaler los derechos implícitos en la primera novedad ala hora de luchar por la segunda. 5 Miedo a la inade-cuación es el nombre de la enfermedad resultante.Para muchos individuos-por-decreto, si no para todosellos, la inadecuación fue una sombría realidad, no

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un oscuro presagio; pero el miedo a la inadecuaciónse convirtió en un padecimiento universal, o casi. Tan-to si se había experimentado ya la auténtica realidadde la inadecuación como si se había tenido la suer-te de conseguir mantenerla a distancia hasta aquelmomento, el espectro de la inadecuación iba a perse-guir todo el tiempo al conjunto de la sociedad.

El Estado moderno se encontró desde el principiofrente a la ingente labor de gestionar el miedo. Tuvoque tejer una red protectora para reemplazar la vieja,destrozada por las revoluciones modernas, y seguirreparándola cuando la continua modernización pro-movida por ese mismo Estado la tensaba más de loque daba de sí, volviéndola cada vez más frágil. Con-tra la opinión general, el núcleo central del «Estadosocial», consecuencia inevitable del desarrollo del Es-tado moderno, era la protección (la prevención colec-tiva frente a la desgracia individual) y no la redistri-bución de la riqueza. Para la gente privada de capitaleconómico, cultural o social (de todos los bienes, dehecho, excepto de la capacidad de trabajo, que nadiepuede utilizar solo), la «protección puede ser colectivao no será nada». 6

A diferencia de las redes de protección social delpasado premoderno, las concebidas y administradaspor el Estado o bien fueron construidas a propósito ya partir de un proyecto, o fueron el resultado de unaevolución espontánea a partir de otras actividadesconstructivas a gran escala, propias de la fase «sóli-da» de la modernidad. Son ejemplos de la primeracategoría las instituciones y las prestaciones asisten-ciales (denominadas a veces «ayudas sociales»), los

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servicios sanitarios gestionados o asistidos por el Es-tado, la educación y la vivienda, además de la legisla-ción laboral, que regulaba con detalle los respectivosderechos y obligaciones de las partes en los contra-tos de compraventa de mano de obra y, por idénticomotivo, protegían el bienestar y los derechos adquiri-dos por los empleados. El principal ejemplo de la se-gunda fue la solidaridad entre trabajadores, sindicatosy profesionales, que echó raíces y floreció «de mane-ra natural» en el entorno moderadamente estable dela «fábrica fordista», encarnación perfecta del escena-rio de la modernidad sólida, donde estaban instaladoscasi todos aquellos que «carecían de otro capital».

El compromiso con la otra parte en las relacionescapital-trabajo era mutuo y duradero en la «fábricafordista», algo que hizo que ambas partes dependieranla una de la otra, pero que al mismo tiempo les per-mitía pensar y hacer planes para el futuro, amarrarloe invertir en él. Por esta razón, la fábrica «fordista»era un lugar de conflictos exacerbados que explota-ban a veces en abierta hostilidad (pues la misma pers-pectiva de buscar un compromiso a largo plazo, y ladependencia mutua entre las distintas partes implica-das, condujo a una confrontación que propiciaba unainversión razonable y un sacrificio que arrojaba be-neficios), pero que también fermentaban y se encona-ban cuando no estaban a la vista. Aun así, aquel tipode fábrica resultó ser un refugio seguro para confiaren el futuro y, por tanto, para la negociación, el com-promiso y la búsqueda de una forma de convivenciaconsensuada. Gracias a unas trayectorias laboralesbien definidas, a rutinas agotadoras pero tranquiliza-

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doramente estables, a los escasos cambios en la com-posición de los equipos de trabajo, a las habilidadesprofesionales, que resultaban útiles durante muchotiempo una vez adquiridas (y que significaban un va-lor añadido a la acumulación de experiencia profe-sional), podían mantenerse a raya los imprevistos delmercado laboral, la incertidumbre quedaba mitigadao desaparecía por completo, y los temores eran des-terrados al ámbito marginal de los «golpes del desti-no» y de los «accidentes fatales», en vez de saturar elcurso de la vida cotidiana. Por encima de todo, aque-llos muchos que no contaban con otro capital que sucapacidad de trabajo podían confiar en la colectivi-dad. La solidaridad transformó la capacidad de traba-jo en un capital sustituto, en un tipo de capital del quese esperaba, no sin razón, que contrarrestase el poderconjunto de los otros capitales.

El conocido y recordado Thomas Humphrey Mar-shall, poco después de que el «Estado del bienestar»de la posguerra británica se hubiese implantado me-diante la amplia legislación parlamentaria, intentóreconstruir la lógica a partir de la cual se había idodesentrañando el significado de los derechos indivi-duales. Según su explicación,7 el largo proceso se ha-bía iniciado con el sueño de la seguridad personal, alque siguió una larga lucha contra el poder arbitrariode reyes y príncipes. Aquello que para reyes y prínci-pes era el derecho divino a proclamar y revocar lasnormas a voluntad, en definitiva, para seguir sus an-tojos y caprichos, significaba para sus súbditos vivir

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a merced de una benevolencia real no muy distintade las extravagancias del destino: una vida de incerti-dumbre continua e irremediable que dependía de losmisteriosos caminos que siguiesen los favores del so-berano. Resultaba difícil obtener la gracia del rey o dela reina, y más difícil todavía mantenerla; los sobera-nos cambiaban fácilmente de idea y resultaba impo-sible asegurarse para siempre sus favores. Esta incer-tidumbre se traducía en una humillante sensación deimpotencia, que sólo se remedió cuando la conductade los reinantes se tornó previsible al quedar sujeta anormas legales que no tenían la facultad ni la fuer-za de modificar o suspender a su arbitrio, sin el con-senso de las personas afectadas. En otras palabras, laseguridad personal sólo podía obtenerse introducien-do reglas que vinculaban a todos los jugadores. Launiversalidad de las normas no convertía a todo el

mundo en vencedor; como antes, había jugadores afor-tunados y desafortunados, ganadores y perdedores.Pero, por lo menos, las reglas del juego se habían ex-plicitado, podían aprenderse y no serían modificadasde manera arbitraria mientras se estuviese jugando;además, los vencedores no tendrían que temer la mi-,rada hostil del rey, ya que los frutos de la victoria lespertenecían y podían disfrutar de ellos para siempre:eran sus propiedades inalienables.

Puede decirse que la lucha por los derechos per-sonales estaba animada por el deseo de quienes yaeran afortunados o esperaban serlo la próxima vezpara poder conservar los dones de su buena suertesin tener que recurrir a esfuerzos costosos y engorro-sos, pero sobre todo poco fiables e infructuosos para

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caer en gracia al soberano y conservar los favoresreales.

Según Marshall, la demanda de derechos políticos,.es decir, del derecho a desempeñar un papel sustancialen la creación de las leyes, fue en buena lógica el pasosiguiente, pues una vez conquistados los derechos per-sonales era necesario defenderlos; de lo dicho, puedeconcluirse que los dos grupos de derechos, personalesy políticos, sólo podían ser reivindicados, conquista-dos y consolidados juntos: difícilmente podrían obte-nerse y disfrutarse por separado. Entre ambos tipos dederechos parece existir una dependencia circular, unarelación similar a la que se da «entre el huevo y la ga-llina». La protección de las personas y la seguridad desus propiedades son condiciones indispensables paraque éstas sean capaces de luchar con eficacia por elderecho a la participación política, pero no puedencontar con bases sólidas y razonablemente duraderasa menos que la forma de las leyes vinculantes depen-da de sus beneficiarios.

Uno no puede estar seguro de sus derechos perso-nales a menos que pueda ejercer sus derechos polí-ticos y hacer valer esa facultad en el proceso de elabo-ración de las leyes; no obstante, las posibilidades dehacer valer esa facultad serán, como mínimo, débiles,

a menos que el patrimonio (económico o social) con-trolado personalmente y protegido por los derechospersonales sea lo bastante consistente como para quese lo incluya en los cálculos del poder. Como ya resul-taba evidente para Marshall, aunque era preciso su-brayarlo de nuevo a la luz de las últimas tendenciaspolíticas, repetidas con fuerza por Paolo Flores d'Ar-

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cais, «la pobreza (antigua o nueva) genera desespera-ción y sumisión, absorbe toda la energía en la luchapor la supervivencia, y sitúa la voluntad a merced depromesas vacías y engaños insidiosos».8 El entrelaza-miento y la interacción entre los derechos personalesy los políticos son para los poderosos, para los ricos,no para los pobres, son para aquellos que «están se-guros si se les deja solos», pero no para aquellos «quenecesitan asistencia externa para llegar a sentirse se-guros». Sólo podrían ejercer significativamente el de-recho al voto (y, de manera indirecta y al menos enteoría, el derecho a influir en la composición de losgobernantes y en la forma de las normas que agluti-nan a los gobernados) aquellos «que poseyesen sufi-cientes recursos económicos y culturales» para estar«a salvo de la servidumbre voluntaria o involuntaria

que corta de raíz cualquier posible autonomía de elec-ción (o de su delegación)>>.

No es de extrañar que, durante mucho tiempo, lospromotores de las soluciones electorales al dilema decómo garantizar los derechos personales mediante elejercicio de los derechos políticos «quisieran limitarel sufragio por cuestiones de riqueza y nivel de ins-trucción». En la época, parecía evidente que sólo po-drían disfrutar de «completa libertad» (es decir, delderecho a participar en el proceso de elaboración delas leyes) quienes tuviesen la plena «propiedad de suspersonas»,9 es decir, aquellos individuos cuya liber-tad personal no estuviese truncada por señores feuda-les o por patronos de los que dependiesen para sub-sistir. Durante más de un siglo tras la invención y laentusiasta o resignada aceptación del proyecto de re-

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presentación política, los promotores y defensores delmismo se resistieron con uñas y dientes a ampliarel sufragio universal a cualquiera que no formase par-te de «los que tenían». La perspectiva de un sufragiomás amplio se consideraba, no sin razón, como unaagresión contra la democracia y no como su triunfo(el supuesto tácito que añadía vigor a esa resistenciaera, probablemente, la premonición de que «los queno tenían» no emplearían el don de la participaciónpolítica para defender la seguridad de la propiedad yel estatus social, el tipo de derechos personales que noles interesaban).

Para seguir la secuencia lógico/histórica de los de-rechos expuesta por Marshall, podemos decir que hastala fase de los derechos políticos (incluida), la democra-cia es una aventura selectiva y rigurosamente limitada;que el demos (pueblo) de la palabra «democracia», quese suponía que debía ostentar el kratos (poder) sobrela creación y alteración de las leyes, estaba restringidoen aquella fase a unos pocos privilegiados, pues ex-cluía, no sólo en la práctica sino también en la letra delas leyes, a una gran mayoría de personas que se supo-nía que debían estar vinculadas por las leyes del país,elaboradas políticamente.

De hecho, como John R. Searle ha recordado re-cientemente, el inventario de las «bendiciones divinas»,de los derechos inalienables «concedidos por Dios» yredactados por los Padres Fundadores de la democra-cia estadounidense, «no incluía la igualdad de dere-chos para las mujeres -ni siquiera el derecho al votoo a la propiedad- ni contemplaba la abolición de laesclavitud».I0 Y Searle no considera que esta cualidad

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de la democracia (la cualidad, podríamos decir, de serun privilegio que hay que conceder con prudencia ymoderación) fuese una característica temporal, pasa-jera y que forme ahora parte del pasado. Por ejem-plo, «siempre habrá opiniones que mucha gente, porno decir la mayoría, encuentra indignantes», de modoque son pocas las probabilidades de que pueda ga-rantizarse, de manera completa y universal, la liber-tad de expresión que los derechos políticos deben ase-gurar a todos los ciudadanos. Pero sería preciso añadirun requisito aún más básico: si los derechos políticospueden emplearse para afianzar y consolidar las li-bertades personales basadas en el poder económico,entonces difícilmente podrán garantizar el ejercicio desus libertades personales a los desposeídos, que no tie-nen posibilidad alguna de aspirar a los recursos sinlos que no puede conquistarse ni disfrutarse la liber-tad personal.

Uno se encuentra entonces ante cierto tipo decírculo vicioso: muchas personas poseen poco o nadaque valga la pena defender con garra, por lo cual, aojos de los que sí tienen, esas personas no necesitanlos derechos políticos considerados apropiados paratal fin, ni por tanto se les deben reconocer. Sin em-bargo, dado que por esta razón no son admitidos enel exclusivo club de los electores (y durante toda lahistoria de la democracia moderna fuerzas poderosashan luchado para convertir en permanente este vetode admisión), tendrán pocas oportunidades para ase-gurarse los recursos materiales y culturales que lesharían dignos de la concesión de los derechos políti-cos. Abandonada a la lógica de su desarrollo, la «de-

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mocracia» podría perpetuarse en la práctica, perotambién de manera formal y explícita, como un affai-re esencialmente elitista. No obstante, como PaoloFlores d'Arcais observa con acierto, sólo había dos so-

luciones posibles a este dilema: «restringir el sufragioa quienes ya contaban con tales recursos o "revolucio-nar" progresivamente la sociedad hasta convertir esosprivilegios -riqueza y cultura- en derechos que estu-viesen garantizados a todo el mundo».

Esta segunda solución inspiró el modelo de Esta-do del bienestar de Lord Beveridge, la encarnaciónmás completa de la idea de derechos sociales de T.H.Marshall, aquel tercer eslabón en la cadena de los de-rechos sin el cual el proyecto democrático está des-tinado a detenerse antes de concluir. «Un enérgico

programa de bienestar social», como resume Floresd'Arcais más de medio siglo después de Beveridge,«debía ser parte integral, y constitucionalmente tute-lada, de todo proyecto democrático.» Sin derechos po-líticos, la gente no puede estar segura de sus derechospersonales; pero sin derechos sociales, los derechos po-líticos seguirán siendo un sueño inalcanzable, unaficción inútil o una broma cruel para aquellos mu-chos a quienes la ley, formalmente, les garantiza talesderechos. Si los derechos sociales no están asegu-rados, los pobres y los indolente s no podrán ejercerlos derechos políticos que, en teoría, poseen. Enton-ces, los pobres sólo contarán con los derechos que losgobiernos estimen oportuno concederles y en la me-dida en que los consideren aceptables aquellos quecuentan con la fuerza política necesaria para con-

quistar el poder y mantenerlo. Mientras sigan sin re-

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cursos, lo máximo a lo que podrán aspirar los pobreses a ser destinatarios de transferencias, no sujetos dederechos.

Lord Beveridge estaba en lo cierto al creer que suvisión de un sistema de protección colectivamente ga-rantizado y ampliado a todos era, al mismo tiempo,la consecuencia inevitable de la idea liberal y la con-dición indispensable para una democracia liberal ple-namente desarrollada. La declaración de guerra queFranklin Delano Roosevelt le hizo al miedo se basabaen una conjetura similar.

La libertad de elección va acompañada de infini-tos e innumerables riesgos de fracaso. Muchas per-sonas pueden considerarlos insoportables cuandodescubren, o sospechan, que exceden su capacidadpersonal de hacerles frente. Para la mayoría, la liber-tad de elección seguirá siendo un fantasma escurridi-zo o un sueño vano, a menos que el miedo a la derro-ta quede mitigado por una póliza de seguros suscritaa nombre de la comunidad, una póliza de la que fiar-se y en la que confiar en caso de desgracia. Mientrasesta libertad sea un fantasma, el dolor de la desespe-ración estará coronado por la humillación de la malafortuna; al fin y al cabo, la capacidad para afrontarlos retos vitales, que cada día se pone a prueba, es elmismo taller en el que se moldea o forja la confianzaen uno mismo.

Sin un seguro garantizado por la colectividad, lospobres y los indolentes (y, en general, los débiles quese balancean al borde de la exclusión), carecen de es-tímulos para el compromiso político, y, más aún, paraparticipar en el juego democrático de las elecciones.

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Es poco probable que la salvación provenga de un Es-tado político que no sea también, al mismo tiempo,un Estado social o que rechace convertirse en él. Sinderechos sociales para todos, un gran número de per-sonas -cada vez más, seguramente- encontrará quesus derechos políticos son inútiles y carente s de inte-rés. Del mismo modo que los derechos políticos sonnecesarios para instaurar los derechos sociales, tam-bién los derechos sociales son indispensables paramantener operativo s los derechos políticos. Ambosderechos se necesitan para sobrevivir, y esta supervi-vencia sólo pueden lograrla conjuntamente.

Los archivos históricos demuestran que, con cada

ampliación del sufragio, las sociedades avanzaron unpaso más hacia un Estado social generalizado, «com-pleto», incluso aunque ese destino final no se hubie-se previsto de antemano y necesitase muchos añosy numerosas leyes, acaloradamente discutidas perocada vez más ambiciosas, para que sus contornos setomasen visibles. A medida que aumentaba el núme-ro de categorías de la población a las que se les con-cedían derechos electorales, el «elector medio», aquelen cuya satisfacción se centraban los partidos polí-ticos para ganar, se desplazaba, sin pausa, hacia lossectores relativamente más des favorecidos del abani-co social. En algún momento, inevitable e inesperado,se produjo un giro decisivo: se cruzó la línea que di-vidía a quienes solicitaban los derechos políticos paraestar seguros de que no les serían sustraídos o altera-dos los derechos personales de los que ya disfrutaban,y aquellos que necesitaban los derechos políticos paraobtener los derechos personales (o también políticos)

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que no tenían, y que habrían encontrado inútiles silos hubiesen obtenido con independencia de los dere-chos sociales.

En ese momento, la apuesta del juego político ex-perimentó un cambio decisivo. En vez de adaptar lasinstituciones y los procedimientos políticos a las reali-dades sociales existentes, la democracia moderna pasóa encargarse de desarrollar instituciones y procedi-mientos con el fin de reformar las realidades sociales.En otras palabras, pasó de conseroar el equilibrio delas fuerzas sociales a cambiarlo. Paradójicamente, seenfrentó a la empresa de invertir la secuencia segui-da hasta entonces; la consecuencia de haber cruzadoel umbral fue una tarea desconocida y nunca antesafrontada: utilizar los derechos políticos para crear yasegurar los derechos personales, en vez de limitar-se a confirmarlos y reafirmados. En su nueva formade «Estado social», el cuerpo político, en lugar de cre-cer a partir de una «sociedad civil» ya constituida, de-seosa de procurarse un escudo político, se encontróante la labor de colocar los cimientos de la sociedadcivil o ampliados para dar cabida a los segmentos dela sociedad de los que hasta ese momento había esta-do ausente.

Los miedos específicamente modernos surgierondurante la primera oleada de liberalización-más-indi-vidualización, cuando se aflojaron o se rompieron loslazos de parentesco y vecindad que se habían atadofirmemente con nudos comunitarios o corporativosy que parecían eternos o existentes, al menos, desde

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tiempos inmemoriales. El modo de manejar el mie-do de la modernidad sólida consistió en sustituir losvínculos «naturales», irremediablemente dañados, porsus equivalentes artificiales en forma de asociaciones,sindicatos y agrupaciones a tiempo parcial aunquecasi siempre completo, unificadas por intereses com-partidos y rutinas cotidianas; la solidaridad ocupó ellugar de la pertenencia como escudo principal frentea un destino cada vez más azaroso.

La desaparición de la solidaridad escribió un finalpara ese estilo de gestionar el miedo propio de la mo-dernidad sólida. Ha llegado el turno de aflojar, des-mantelar o romper los mecanismos modernos de pro-tección artificiales o dirigidos. Europa, la primera enllevar a cabo una revisión de la modernidad y recorrertodas sus secuelas, está viviendo, como Estados Uni-dos, la «segunda fase de la liberalización-más-indivi-dualización», si bien esta vez no lo hace por decisión

propia, sino sucumbiendo a la presión de fuerzas glo-bales que ya no puede controlar ni espera contener.

Con todo, a esta segunda liberalización no le han

seguido nuevas formas societarias de gestionar elmiedo. La tarea de afrontar los miedos que emergende las nuevas incertidumbres ha sido, como lo hansido los propios miedos, liberalizada y «subsidiariza-da», es decir, dejada en manos de las iniciativas y delos esfuerzos locales; privatizada y transferida engran medida a la esfera de la «política vital», esto es,entregada al cuidado, ingenio y astucia de los indivi-duos, y a los mercados, tenazmente hostiles y empe-ñados en oponerse a cualquier forma de interferenciacomunal (política) y, más aún, de su control.

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Tan pronto como la competencia sustituye a lasolidaridad, los individuos se ven abandonados a suspropios recursos, lastimosamente escasos y a todasluces insuficientes. El deterioro y la descomposiciónde los vínculos colectivos les convierte, sin pedirlespermiso, en individuos de iure, si bien aquello queaprenden de sus elecciones vitales es que en la situa-ción actual casi todo concurre para impedirles alcan-zar el hipotético modelo de individuos de {acto. Se haabierto un abismo enorme (que, por lo que aprecia-mos, es cada vez mayor) entre la cantidad y la calidadde los recursos necesarios para generar una seguri-dad que, aunque «fabricada por uno mismo», sea fia-ble y garantice que puede producirse una liberacióngenuina del miedo, a partir del conjunto de materia-les, instrumentos y habilidades que la mayoría de in-dividuos puede razonablemente aspirar a conseguir yconservar.

Robert Castel alude al regreso de las clases peligro-sas.11 Sin embargo, debe observarse que, en el mejorde los casos, la similitud entre la primera y la segun-da llegada de estas clases como máximo es parcial.

Las «clases peligrosas» originales estaban consti-tuidas por el exceso de población temporalmente ex-cluida y todavía sin integrar; una población a la quela rapidez del progreso económico había privado deuna «función útil» y que, al desintegrarse a toda prisalas redes de vínculos sociales, terminó sin protecciónalguna. No obstante, se esperaba que con el tiempo es-tas clases se reintegrasen, atenuasen su resentimien-

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to y restableciesen sus intereses en el «orden social».Las nuevas «clases peligrosas», por el contrario, sonaquellos grupos sociales que se juzgan inadecuadospara la reintegración y se declaran inasimilables, yaque no puede imaginarse qué función podrían desem-peñar tras la «rehabilitación». No sólo son clases exce-dentes, sino también superfluas. Están excluidas per-manentemente: se trata de uno de los pocos casos de«permanencia» que la modernidad líquida consientey fomenta de manera activa. La exclusión actual nose percibe como el resultado de una mala racha pasa-jera y remediable, sino como un destino irrevocable.Cada vez con más frecuencia, la exclusión suele ser (yse percibe como tal) un callejón sin salida. En cuan-to se queman las naves, resulta muy difícil recons-truidas. Lo que convierte a los excluidos del presenteen «clases peligrosas» es la irrevocabilidad de su ex-clusión y las escasas posibilidades que tienen de ape-lar la sentencia.

La irrevocabilidad de la exclusión es una conse-

cuencia directa, aunque imprevista, de la descompo-sición del Estado social, considerado como una redde instituciones consolidadas; pero también, tal vezmás significativamente, como un ideal y un proyectoa partir del cual juzgar la realidad e incitar a la ac-ción. La degradación del ideal junto con el deterioroy el declive del proyecto anunciaron, después de todo,la desaparición de las oportunidades de redención y lasupresión del derecho a apelar, así como el desvane-cimiento gradual de la esperanza y el abandono pro-gresivo de la voluntad de resistirse. En lugar de seruna condición derivada de estar «desempleado» (tér-

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mino que indica una desviación de la norma, que es«estar ocupado»; un contratiempo pasajero que pue-de y debe solucionarse), carecer de un puesto de traba-jo se percibe cada vez más como un estado de «redun-dancia» (ser descartado, etiquetado como superfluo,inútil, incapacitado para trabajar y condenado apermanecer «económicamente inactivo»). Estar sintrabajo implica ser prescindible, quizás incluso serprescindible para siempre, destinado al basurero del«progreso económico», un progreso que, en últimainstancia, se reduce a realizar el mismo trabajo y con-seguir idénticos beneficios, pero con menos personaly «costes laborales» inferiores.

Los desempleados de hoy, sobre todo los que loson desde hace tiempo, están a un paso de caer en elagujero negro de la «subclase»: hombres y mujeresque no pertenecen a una subdivisión social legítima,individuos al margen de cualquier clase y sin ningu-na de esas funciones reconocidas, aprobadas, útiles eindispensables que desempeñan los miembros <<nor-males» de la sociedad; son personas que no aportannada a la vida de la sociedad, excepto lo que saleganando la sociedad cuando se desprende de ellos.

Tampoco hay mucha distancia entre los «super-fluos» y los delincuentes: la «subclase» y los «delin-cuentes» son dos subcategorías de los excluidos, delos «socialmente inadecuados» o, más aún, de los«elementos antisociales». Aquello que los diferenciaes la clasificación social y el trato que reciben, no suactitud y conducta. Como ocurre con la gente sin tra-bajo, los delincuentes (es decir, los encarcelados, acu-sados de un delito y a la espera de juicio, bajo vigilan-

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cia policial o simplemente fichados) ya no son vistoscomo individuos excluidos temporalmente de la vidasocial normal y destinados a ser «reeducados», «reha-bilitados» y «restituidos a la comunidad» lo antes po-sible. Se les considera, más bien, individuos margina-

dos a perpetuidad, inadecuados para ser «recicladossocialmente» y destinados a permanecer para siem-pre alejados de los problemas, separados de la comu-nidad de los ciudadanos respetuosos con la ley.

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4Separados, pero juntos

Las áreas habitadas se describen como «urbanas»

y se llaman «ciudades» cuando se caracterizan poruna densidad de población y unas tasas de interaccióny comunicación relativamente altas. En la actualidadson también los lugares en los que las inseguridades,concebidas e incubadas en la sociedad, se manifiestande una forma extremadamente condensada y por ellotangible de una manera particular. Y también es enlos lugares denominados «urbanos» donde la elevadadensidad de la interacción humana ha coincidido conla tendencia al miedo, nacido de la inseguridad, abuscar y encontrar válvulas de escape sobre las quedescargar, aunque esta tendencia no siempre ha sidouna característica distintiva de estos lugares.

Nan Ellin, una de las más agudas estudiosas yperspicaces analistas de las tendencias urbanas con-temporáneas, indica que protegerse del peligro fue«uno de los incentivos principales para construir ciu-dades, cuyos límites se definían a menudo con gran-des murallas o vallas: desde los antiguos pueblos deMesopotamia hasta las ciudades medievales y losasentamientos de los nativos americanos».! Las mu-rallas, los fosos y las empalizadas delimitaban la fron-

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tera entre el «nosotros» y el «ellos», entre el orden yla tierra salvaje, entre la paz y la guerra: eran enemi-gos quienes estaban al otro lado de la valla sin que lesestuviera permitida la entrada. Sin embargo, «de serun lugar relativamente seguro», la ciudad ha pasadoa relacionarse, sobre todo en el último siglo, más «conel peligro que con la seguridad».

Hoy, en una curiosa inversión de su papel históri-co y en un claro desafío a las intenciones originalesde los constructores de las ciudades y a las expectati-vas de sus habitantes, nuestras ciudades están dejan-do rápidamente de ser un refugio frente a los peligrosy se están convirtiendo en su principal fuente. Diken yLaustsen llegan incluso a sugerir que se ha invertidoel milenario «vínculo entre civilización y barbarie. Lavida de las ciudades regresa a un estado de naturale-za caracterizado por el dominio del terror, acompaña-do por un miedo omnipresente».2

Podemos decir que las fuentes del peligro se hantrasladado al corazón mismo de las áreas urbanas yse han quedado allí. Los amigos, los enemigos y, so-bre todo, los extraños, esquivos y misteriosos que tanpronto pueden ser amigos como enemigos, se mez-clan ahora codo con codo en las calles de la ciudad.La guerra contra la inseguridad, y en particular con-tra los peligros y los riesgos para la seguridad perso-nal, se libra ahora dentro de la ciudad, y es en elladonde se definen campos de batalla y se trazan las lí-neas del frente. Las trincheras fuertemente armadas(accesos infranqueables) y los búnkeres (edificios ycomplejos fortificados y sometidos a estrecha vigilan-cia) que buscan la separación de los extraños, mante-

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niéndolos alejados y vetándoles la entrada, están con-virtiéndose a pasos acelerados en uno de los aspectosmás visibles de las ciudades contemporáneas, si bienlas formas que adoptan son muy numerosas y sus di-señadores se esfuerzan por armonizar sus creacionescon el paisaje urbano, algo que contribuye aún más a«normalizar» el estado de emergencia en el que díaa día viven los habitantes urbanos, adictos a la segu-ridad pero siempre inseguros de ella.

«Cuanto más nos separamos de nuestro entorno,más dependemos de la vigilancia del mismo [...]. Hoyen día existen viviendas en todo el mundo que sólosirven para proteger a sus habitantes, no para inte-grar a las personas en sus comunidades», observanGumpert y Drucker.3 Separar y mantener a distanciase ha convertido en la estrategia más habitual en lalucha urbana por la supervivencia. La línea a lo largode la cual se trazan los resultados de esta lucha se ex-

tiende entre los polos de los guetos urbanos volunta-rios e involuntarios. Los residentes sin medios y, porlo tanto, considerados por el resto como amenazaspotenciales para su seguridad, suelen verse obligadosa abandonar las zonas acogedoras y agradables de laciudad, y acaban apiñados en barrios separados, pa-recidos a guetos. Quienes pueden permitírselo com-pran su casa en escogidos barrios apartados, tambiénparecidos a guetos, e impiden que se establezcan losotros; y por si esto fuese poco, hacen todo lo posiblepara desconectar su mundo cotidiano del resto de loshabitantes de la ciudad. Sus guetos voluntarios setransforman cada vez más en las avanzadillas o guar-niciones de la extraterritorialidad.

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«Mientras amplían sus espacios de comunicacióna la esfera internacional, a menudo, y casi al mismotiempo, los residentes alejan sus casas de la vida pú-blica mediante infraestructuras de seguridad cada vezmás "inteligentes"», comentan Graham y Marvin.4

«En casi todas las ciudades del mundo está empe-zando a verse determinados espacios y zonas queestán fuertemente conectadas con otros espacios"valiosos" del paisaje urbano, así como tambiéncon regiones muy distantes, nacionales e inclusointernacionales. Sin embargo, en esos lugares sue-le existir al mismo tiempo una sensación palpable,cada vez más acusada, de desconexión local entreespacios y personas físicamente cercanas, pero so-cial y económicamente distantes.»5

El material de desecho de la nueva extraterrito-rialidad física de los espacios urbanos privilegiados,habitados y utilizados por la elite global -una suertede «exilio interno» de la elite conseguido, manifestadoy alimentado mediante instrumentos de «conexiónvirtual»- son las zonas desconectadas y abandona-das; los «barrios fantasma», como les llamó MichaelSchwarzer, lugares en los que «las pesadillas han sus-tituido a los sueños, y el peligro y la violencia son elpan nuestro de cada día».6 Si la idea era mantenerlas distancias infranqueables para conjurar el peligrode fugas y la contaminación de la pureza regional, en-tonces puede resultar muy útil una política de tole-rancia cero, combinada con el destierro de los indi-gentes de los espacios en los que pueden subsistir,

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pero donde al mismo tiempo se hacen visibles de unmodo molesto e irritante, y llevándolos a esas zonasacotadas en las que no pueden hacer ni una cosa nila otra. «Merodeadores», «acosadores», «vagabundos»,«pedigüeños fastidiosos», «nómadas» y otras clases detransgresores se han convertido en los personajes mássiniestros en las pesadillas de la elite.

Como sugirió por primera vez Manuel Castells,existe una polarización creciente y una fractura cadavez mayor en la comunicación entre ambos mundos,entre el modo de vivir de las dos categorías de ciuda-danos:

«En el nivel más elevado de la escala social existeuna conexión común con la comunicación univer-

sal a las redes de comunicación mundiales y a uninmenso circuito de intercambios, abierto a recibirmensajes y experiencias que abarcan el mundoentero. En el otro extremo, las redes locales frag-mentadas, con frecuencia definidas étnicamente,utilizan su identidad como el recurso más precio-so para defender sus intereses y hasta su propiaexistencia».7

El cuadro que emerge de esta descripción muestrados mundos separados y aislados. Sólo el segundo seencuentra circunscrito a un territorio concreto y pue-de situarse en la red de las nociones topográficas con-vencionales, mundanas y terrenales. ~quellos que ha-bitan en el primero de los dos mundos puede que

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estén, como los otros, físicamente «en ese lugar», perono por ello son «de ese lugar»; no lo son en espíritu,sin duda, pero con bastante frecuencia, cada vez quelo deseen, también pueden dejar de serlo físicamente.

Las personas del «nivel superior» no pertenecen allugar que habitan porque sus preocupaciones e inte-reses residen (más bien vagan o flotan) en otra parte.Podría decirse que, además de estar a sus anchas sinque nadie les moleste y, por tanto, ser libres para de-dicarse por completo a sus pasatiempos, con la ga-rantía de que no les faltarán los servicios indispensa-bles (sean cuales fueren) para su confort cotidiano,no tienen intereses creados en la ciudad donde están

fijadas sus residencias. La población ciudadana ya noes su sustento, la fuente de riqueza o una circunscrip-ción a su cuidado, tutela y responsabilidad, como loera para las elite s urbanas de antaño, para los propie-tarios de las fábricas o para los mercaderes de bienesde consumo e ideas. Así pues, por regla general, laselites urbanas de nuestros días no están interesadas

en los asuntos de «su» ciudad, que no es sino una lo-calidad entre muchas, un punto minúsculo e insigni-ficante desde la perspectiva superior del ciberespacioque, por muy virtual que sea, es su verdadera casa.Como mínimo, no necesitan preocuparse, y en apa-riencia nada puede obligarles a hacerlo si deciden locontrario.

El mundo en el que viven los otros, los habitantesde los niveles «inferiores» de la ciudad, es la antíte-sis del primero. Su característica principal es que seencuentra aislado de la red mundial de comunicacio-

nes a la que están conectadas, y con la que sintonizan

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sus vidas, las personas del «nivel superior». Los habi-tantes del nivel inferior están «condenados a seguirsiendo locales», por lo que es lógico y obligado su-poner que centrarán su atención y sus preocupacio-nes, junto con sus quejas, sueños y esperanzas, en los«asuntos del lugar». Su lucha por la supervivencia ypor un lugar digno en el mundo, una lucha que a ve-ces ganan pero que suelen perder, tiene por escenarioel interior de la ciudad que habitan.

Acerca de Sao Paulo, la segunda ciudad de Brasil,metrópolis bulliciosa y en rápida expansión, TeresaCaldeira escribe:

«Sao Paulo es hoy en día una ciudad de murallas.Por todas partes se levantan barreras físicas: alre-dedor de las casas y los bloques de viviendas, delos parques, las plazas, los edificios de oficinasy las escuelas [...]. Una nueva estética de la segu-ridad preside todo tipo de construcciones e im-pone una lógica de vigilancia y aislamiento antesnunca vista [...]».8

Quien se lo puede permitir adquiere una residen-cia en una «urbanización», una ermita situada físi-camente dentro de la ciudad, aunque social y espiri-tualmente fuera de ella. «Las comunidades cerradas se

imaginan como mundos aparte. La publicidad las pre-senta como un "modo de vida total", lo que supondríauna alternativa a la calidad de vida ofrecida por la ciu-dad y a sus espacios públicos degradados.» La carac-

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terística más destacada de la urbanización es su «ais-

lamiento y lejanía de la ciudad [...]. Por aislamientose entiende la separación de aquellos considerados in-feriores desde el punto de vista social», y, como no secansan de repetir los constructores y los agentes in-mobiliarios, «la seguridad es el factor clave para ga-rantizar esto, lo cual significa vallas y muros alrededorde la urbanización, guardias jurados que vigilen lasentradas a todas horas y un despliegue de instalacio-nes y servicios [...] para mantener fuera a los otros».

Como sabemos, las vallas se componen de dos la-dos... Dividen un espacio uniforme en un «dentro» yun «fuera», pero lo que está «dentro» para quien seencuentra a un lado de la valla está «fuera» para quienestá al otro. Los que residen en urbanizaciones semantienen «afuera» de la vida de la ciudad, desagra-dable, desconcertante y vagamente amenazadora acausa de su caos y dureza, y se recluyen «en» un oasisde calma y seguridad. Por el mismo motivo, sin em-bargo, separan a los demás de los lugares decentes yseguros cuyos valores están dispuestos a defender conuñas y dientes, y los abandonan en las calles sórdidasy miserables de las que huyen sin reparar en gastos.La valla separa el «gueto voluntario» de los ricos ypoderosos de los incontables guetos forzosos en queviven los desheredados. Para los habitantes del gue-to voluntario, los demás guetos son lugares a donde«no vamos». Para los habitantes de los guetos involun-tarios, en cambio, el área donde se encuentran confi-nados (al verse excluidos de todas partes) es el espa-cio del que «no se nos permite salir».

Vuelvo a plantear el punto de partida de nuestro

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análisis: construidas con el propósito de proteger asus habitantes, las ciudades se asocian de un tiempoa esta parte más bien con el peligro que con la se-guridad. Por citar de nuevo a Nan Ellin: «sin lugar adudas, el factor miedo [en la construcción y recons-trucción de las ciudades] se ha agudizado, como su-giere el aumento de casas y vehículos cerrados con

llave, la abundancia de sistemas de seguridad, la po-pularidad de las comunidades "cercadas" y "seguras"para personas de todas las edades e ingresos, y la vi-gilancia cada vez mayor de los lugares públicos, porno hablar de las interminables noticias alarmantesque difunden los medios de comunicación».9

Las amenazas, auténticas y presuntas, que ace-chan al cuerpo y a la propiedad privada del individuose están convirtiendo rápidamente en los principalesfactores que hay que tener en cuenta a la hora de so-pesar las ventajas e inconvenientes del lugar donde vi-vir. También se les ha concedido la máxima prioridaden la mercadotecnia inmobiliaria. La incertidumbrerespecto del futuro, la fragilidad de la posición socialy la inseguridad existencial -elementos omnipresen-tes de la vida en el mundo de la «modernidad líquida»,a todas luces enraizados en lugares remotos y, portanto, al margen del control individual- suelen cen-trarse en objetivos más cercanos y se dirigen al teITe-no de los asuntos relacionados con la seguridad per-sonal; la clase de temores que, a su vez, se condensaen impulsos de carácter segregacionista/exclusivista,los cuales derivan inexorablemente en gueITas por losespacios urbanos.

Como podemos aprender del perspicaz estudio de

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Steven Flusty, un agudo crítico de arquitectura y ur-banismo, intervenir en esa guerra con el único afánde concebir métodos para impedir que los malhecho-res actuales, potenciales o hipotéticos accedan a losterritorios reivindicados y, además, mantenerlos a unadistancia segura, constituye la principal prioridad delas innovaciones en materia de arquitectura y urba-nismo en las ciudades estadounidenses. 10 Los nue-vos productos urbanísticos, publicitados con orgulloe imitados profusamente, son los «espacios vetados»,«diseñados para interceptar, repeler o filtrar a los po-sibles intrusos». La finalidad de dichos espacios esdividir, segregar y excluir; en vez de construir puen-tes, facilitar accesos y lugares de encuentro, facilitarla comunicación y el acercamiento entre los habitan-tes de la ciudad.

Las innovaciones en materia de arquitectura y ur-banismo que Flusty enumera son los equivalentes, téc-nicamente actualizados, de los premodernos fosos,torreones y troneras de las murallas de las ciudades;pero hoy en día no se erigen para proteger a la ciudadya sus habitantes del enemigo externo, sino para se-parar y mantener separados a los distintos tipos deciudadanos (y lejos de los problemas), y para defen-der a algunos de ellos de los otros, una vez que se lesha asignado el papel de adversarios al aislarlos espa-cialmente. Entre las diversas variedades de «espaciosvedados» citados por Flusty se encuentra el «espa-cio escurridizo», «inaccesible debido a vías de accesotortuosas, larguísimas o inexistentes»; el «espacio es-pinoso», «que no puede ocuparse cómodamente, pueslo defienden artilugios tales como aspersores monta-

dos en los muros que se activan para ahuyentar a losmerodeadores, o salientes y antepechos en pendientepara evitar que se usen como asientos»; el «espacionervioso», «en el que resulta imposible pasar inad-vertido debido a la vigilancia continua de las patru-llas o tecnologías de control remoto conectadas concentros de seguridad». Estos y otros tipos de «espaciosvetados» tienen un único propósito, aunque comple-jo: separar los enclaves extraterritoriales de la conti-nuidad del territorio urbano; en otras palabras, erigirpequeñas fortalezas compactas en cuyo interior losmiembros de la elite global supraterritorial puedencuidar, cultivar y gozar de independencia física, suma-da a la espiritual, y de su aislamiento geográfico. Enel paisaje de la ciudad, los «espacios vetados» se hanconvertido en los hitos de la desintegración de la vidacomunitaria compartida de una localidad.

. La separación de la nueva elite (asentada local-mente pero con una orientación global y vinculada deuna manera débil a su lugar de residencia) de los com-promisos del pasado con la clase baja local, y la con-siguiente brecha espirituallcomunicativa entre los es-pacios vitales/vividos de quienes se han separado yquienes se han quedado atrás, representan, sin duda,la novedad más importante de carácter social, cultu-ral y político asociada al paso del estado «sólido» de lamodernidad al «líquido».

El cuadro de separaciones recíprocas que acaba-mos de bosquejar contiene muchas verdades y nadamás que verdades, pero no toda la verdad.

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Entre aquellas partes de verdad omitidas o empe-queñecidas, la más significativa es la que explica (porencima de cualquier aspecto más conocido) la carac-terística fundamental (y, a la larga, seguramente lamás importante) de la vida urbana contemporánea.Tal característica es la estrecha influencia recíprocaque se da entre las presiones globalizadoras y el modoen que se negocian, se forman y se reforman las iden-tidades de los lugares urbanos.

Si bien la falta de compromiso del «nivel supe-rior» sugeriría lo contrario, sería un error imaginarlos aspectos «global» y «local» de las condiciones y laselecciones de vida contemporáneas en dos espaciosdistintos y sellados de manera hermética, que sólo secomunican alguna que otra vez y de modo superficial.En un estudio reciente, Michael Peter Smith cuestio-na el enfoque (planteado, en su opinión, por DavidHarvey o John Friedman, entre otros)l1 que contrapo-ne «una lógica dinámica pero desubicada en cuanto alos flujos económicos globales» a «una visión estáticadel territorio y la cultura local», que hoy en día «se va-lora» como el «lugar vital», del «ser-en-el mundo».12 Enopinión de Smith, «en vez de reflejar una ontología es-tática del "ser" o la "comunidad", las localidades sonconstrucciones dinámicas "en ciernes"».

De hecho, la línea que separa el ámbito abstractode los operadores globales, «situado en algún lugar deninguna parte», y el espacio carnal, palpable, «aquí yahora», al alcance de los «locales», sólo puede trazar-se fácilmente en el mundo etéreo de la teoría. Lasrealidades de la vida urbana desbaratan por comple-to estas divisiones nítidas. Trazar fronteras en los es-

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pacios vividos es una lucha continua y una apuestaen las batallas libradas en numerosos frentes entre-cruzados; cada línea trazada es provisional y tempo-ral, a riesgo de ser re diseñada o eliminada, y por ellotodas proporcionan una salida natural a la ampliagama de ansiedades generadas por una vida insegu-ra. El único efecto duradero de los continuos pero va-nos esfuerzos destinados a reforzar y estabilizar lími-tes tan inestables es el reciclaje de los miedos difusosen prejuicios concretos, antagonismos de grupo, con-frontaciones ocasionales y hostilidades cocinadas afuego lento. En nuestro mundo cada vez más globali-zado, nadie puede pretender de veras ser un «opera-dor global» lisa y llanamente. Lo máximo que puedenlograr quienes pertenecen a la elite de trotamundoscon influencia global es a un radio de acción mayorpara su movilidad.

Si las cosas se complican demasiado como parasentirse a gusto y el espacio que rodea sus residenciasurbanas empieza a ser peligroso y difícil de manejar,ellos tienen la posibilidad de mudarse a otra parte;cuentan con una opción de la que carecen sus vecinoscercanos (físicamente). La posibilidad de encontraruna alternativa más grata a las incomodidades localesles otorga un grado de independencia con el que losotros residentes urbanos sólo pueden soñar, y el lujode una soberbia indiferencia que los demás no pue-den permitirse. El interés de estas elites, su compro-miso con la tarea de «poner en orden los asuntos dela ciudad» tiende a ser menos amplio e incondicionalque en el caso de quienes poseen menos libertad paracortar los vínculos locales de modo unilateral.

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Sin embargo, esto no implica que la elite de losconectados globalmente en su búsqueda de «sentidoe identidad», que necesitan y desean con el mismoardor que cualquier otro, pueda dejar de lado ellu-gar donde vive y trabaja (aunque sea de manera tem-poral y «hasta nuevo aviso»). Al igual que el resto delos hombres y mujeres, también ellos forman partedel paisaje urbano, y sus metas vitales están inscri-tas, les guste o no, en la localidad. Como operadoresglobales, pueden deambular por el ciberespacio, perocomo agentes humanos se encuentran todos los díasconfinados en el espacio físico en el que operan, en elentorno preestablecido y reelaborado una y otra vez enla búsqueda afanosa de sentido, identidad y recono-cimiento propia de los seres humanos. La experienciahumana se constituye y se recaba en tomo a lugares,donde se trata de administrar la vida compartida, don-de se conciben, absorben y negocian los sentidos dela vida. Y es en lugares donde se gestan e incubanlos estímulos y los deseos humanos, donde se esperasatisfacerlos, donde se corre el riesgo de la frustra-ción y donde casi siempre terminan frustrados y so-focados.

Por este motivo, las ciudades contemporáneas sonel escenario o el campo de batalla donde los poderesglobales y los sentidos e identidades, obstinadamentelocales, se encuentran, chocan, luchan y buscan unacuerdo satisfactorio, o al menos soportable, una mo-dalidad de convivencia que pueda ser una paz durade-ra, pero que por lo general sólo resulta un armisticio,breves intervalos para reparar las defensas dañadas yvolver a desplegar las unidades de combate. Esta con-

frontación, y no cualquier otro factor único, es la quepone en marcha y guía la dinámica de la ciudad de la«modernidad líquida».

y no nos engañemos: esto puede suceder en cual-quier ciudad, aunque no del mismo modo. MichaelPeter Smith, al referirse a un reciente viaje a Copenha-gue, recuerda que durante una sola hora de caminatase cruzó con «varios grupos de inmigrantes turcos,africanos y de Oriente Medio», observó «a varias mu-jeres árabes, con velo y sin él», leyó «carteles en variaslenguas no europeas», y mantuvo «una interesanteconversación con un camarero irlandés en una taber-

na inglesa frente al jardín del Tivoli».13Esta experien-cia sobre el terreno le resultó muy útil, dice Smith,durante la conferencia sobre las conexiones transna-

cionales que pronunció en Copenhague esa mismasemana, «cuando una persona del público insistió enque el transnacionalismo era un fenómeno que podíadarse en "ciudades globales" como Nueva York o Lon-dres, pero que tenía poca importancia en sitios másaislados como Copenhague».

Los verdaderos poderes que determinan las con-diciones en las que todos actuamos en estos tiemposse mueven en el espacio global, mientras que nuestrasinstituciones de acción política siguen, en gran medi-da, amarradas al suelo; son, como antes, locales.

Puesto que siguen siendo locales, y porque estándestinados a permanecer como tales en el futuro pró-ximo, los organismos políticos que operan en el espa-cio urbano, en el escenario donde día tras día se repre-senta el drama de la política, suelen adolecer de faltade poder para actuar y, en particular, del tipo de po-

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der que les permitiria actuar con eficacia y soberanía.La otra cara de esta relativa desautorización de la po-lítica local es la escasez de política en el ciberespacioextraterritorial, el terreno de juego del poder real.

Una de las paradojas más desconcertantes surgi-das en nuestra época es que la política, en un planetaen creciente globalización, tiende a ser, de forma apa-sionada y consciente, local. Expulsada del ciberes-pacio, o, mejor dicho, con el acceso vedado, la políticaretrocede y se concentra en los asuntos «a su alcan-ce», en cuestiones locales y relaciones de vecindario.La mayoría de nosotros piensa casi siempre que losasuntos locales son los únicos sobre los que podemos«hacer algo»: influir, reparar, mejorar, re dirigir. Sóloen las cuestiones locales nuestras acciones, o la fal-ta de ellas, pueden «establecer la diferencia», mientrasque en el caso de los asuntos «supralocales», no hay«alternativa alguna» (como repiten una y otra veznuestros dirigentes políticos y demás «personas bieninformadas»). Llegamos a sospechar que los «asun-tos globales», en vista de los medios insuficientes y losescasos recursos con que contamos, seguirán su cur-so hagamos lo que hagamos o al margen de lo quenos propongamos hacer en la medida de nuestras po-sibilidades.

Incluso los asuntos cuyas recónditas raíces y cau-sas son indudablemente globales y lejanas, sólo en-tran en el terreno de la preocupación política a travésde las derivaciones y repercusiones que tienen en unámbito puramente local. La contaminación atmosfé-rica global y las reservas de agua -al igual que la pro-ducción global de individuos «superfluos» y exilia-

dos- se convierten en un asunto político cuando seconstruye un vertedero de residuos tóxicos, o una re-sidencia para refugiados y solicitantes de asilo sin te-cho, alIado de casa, en «nuestro patio trasero», tancerca de nuestro territorio que asusta, pero también«a nuestro alcance». La progresiva comercialización dela sanidad, un efecto evidente de la encarnizada com-petencia entre gigantes supranacionales de la indus-tria farmacéutica, sólo aparece en el panorama polí-tico cuando se reducen los servicios de un hospital debarrio o cuando se van eliminando las residenciasde ancianos o los centros de salud mental. Fueron loshabitantes de una ciudad, Nueva York -o, mejor aún,de Manhattan, una parte de esa ciudad diseminada-,quienes debieron afrontar los estragos causados porun ataque terrorista gestado globalmente; son losalcaldes y ayuntamientos de otras ciudades los quedeben asumir ahora la responsabilidad de velar porla seguridad personal, de nuevo vulnerable y expues-ta a fuerzas bien atrincheradas, inalcanzables paracualquier autoridad municipal, y que asestan golpesmientras están seguros en sus refugios lejanos. La de-vastación global de los medios de subsistencia y eldesarraigo de pueblos establecidos desde tiempo in-memorial sólo aparecen en el horizonte de la acciónpolítica con las tareas para integrar a los vistosos «in-migrantes económicos» que atestan las calles que al-guna vez parecieron uniformes...

Para resumir: las ciudades se han convertido en el

vertedero de problemas engendrados y gestados global-mente. Sus habitantes y sus representantes electos de-ben enfrentarse a una tarea imposible, se mire por

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donde se mire: encontrar soluciones locales a dificul-tades y problemas engendrados globalmente.

De aquí deriva, si se me permite repetirlo, la para-doja de una política cada vez más local en un mundocada vez más modelado y remodelado por los proce-sos globales. Como señalaba Castells, el signo siem-pre más evidente de nuestro tiempo es la intensa(podría decirse compulsiva y cada vez más obsesiva)«producción de sentido e identidad: mi vecindario, micomunidad, mi ciudad, mi escuela, mi árbol, mi río,mi playa, mi iglesia, mi paz, mi ambiente».14 «Indefen-sas ante el torbellino global, las personas se aferrana sí mismas.» Señalemos que cuanto más «se aferran así mismas», tanto más «indefensas» quedan ante «eltorbellino global», y también menos capaces para de-cidir, y menos aún afirmar, los sentidos y las identida-des locales -que son, en apariencia, las suyas propias-,para gran júbilo de los operadores globales, quienesya no tienen motivo alguno para temer a los inde-fensos.

Como sugería Castells en otra parte, la creacióndel «espacio de flujos» establece una nueva jerarquía(global) de dominación-mediante-la-amenaza-de-des-conexión. El «espacio de flujos» puede «escapar al con-trol de cualquier entidad local», mientras que (¡y poreso mismo!) «el espacio de los lugares está fragmen-tado, circunscrito y, por lo tanto, es impotente frentea la gran capacidad de adaptación del espacio de flu-jos; el único modo de oponerle resistencia con quecuentan las entidades locales es negar los derechos detocar tierra a la marea abrumadora de los flujos, sólopara comprobar que se instalan en alguna localidad

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vecina, con lo que provocan así la exclusión y la mar-ginalización de las comunidades rebeldes».15

Como resultado, la política local -y en particular lapolítica urbana- está desesperadamente sobrecargada,por encima de su capacidad de carga y ejecución. Aho-ra se espera mitigar las consecuencias de una globali-zación descontrolada con medios y recursos que esa

misma globalización tornó penosamente inadecuados.De ahí se deriva la incertidumbre perpetua con la quese ven obligados a actuar los agentes políticos; una in-certidumbre que los políticos admiten a veces, peroque casi siempre tratan de encubrir con demostracio-nes públicas de fuerza y retórica fanfarrona, que sue-le ser más enérgica y vocinglera cuanto más desdicha-dos y cortos de recursos son esos mismos políticos.

Sea cual fuere la historia de las ciudades y pormuchos cambios drásticos que haya habido en su es-tructura espacial, aspecto y estilo en el transcurso delos años o de los siglos, siempre hay una característicaque permanece constante: las ciudades son espaciosdonde los extraños viven y conviven en estrecha pro-ximidad.

Al ser un elemento permanente de la vida ciuda-dana, la continua y ubicua presencia de desconocidosal alcance de la vista y de la mano añade una buenadosis de incertidumbre perpetua a las elecciones devida de los habitantes urbanos. Esta presencia, impo-sible de evitar salvo por algún instante, es una fuenteinagotable de ansiedad y de agresividad, por lo gene-rallatente, que de vez en cuando explota.

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El miedo a lo desconocido que, aunque sea subli-minal, se percibe en el ambiente, pide a gritos válvulasde escape convincentes. En la mayoría de los casos,las ansiedades acumuladas tienden a descargarse con-tra una categoría particular de «forasteros», elegidospara encarnar la «extrañeza»: la falta de familiaridad,la impenetrabilidad de algunas costumbres, la vague-dad de los riesgos y la naturaleza desconocida de lasamenazas. Al echar de sus casas y de sus tiendas acierta clase de «forasteros» se consigue exorcizar poralgún tiempo el fantasma aterrador de la incertidum-bre; se conjura el monstruo espantoso de la inseguri-dad. Las barreras fronterizas cuidadosamente erigidaspara, en apariencia, impedir el acceso a «los falsos so-licitantes de asilo» y a los inmigrantes «puramenteeconómicos», sirven para fortificar la existencia ines-table, errática e imprevisible de aquellos que estándentro. Pero la vida en la modernidad líquida estádestinada a seguir siendo errática y caprichosa, a pe-sar de las medidas que se adopten contra los «foras-teros indeseables», de modo que el alivio dura pocotiempo y las esperanzas depositadas en las «medidasseveras y resolutivas» se desvanecen nada más nacer.

El extraño es, por definición, un agente movidopor intenciones que uno puede intuir en el mejor delos casos, pero que nunca estará seguro de haber cap-tado por completo. El extraño es la incógnita variablede tod~s las ecuaciones cada vez que los habitantes delas ciudades deben decidir qué hacer y cómo com-portarse. De modo que, incluso cuando no son obje-to de agresiones directas ni padecen las consecuenciasde un resentimiento manifiesto y activo, la presencia

de extraños en el campo de acción sigue produciendoinquietud e imposibilita predecir los efectos de las ac-ciones y las probabilidades de éxito o fracaso.

Compartir el espacio con extraños, vivir en su pro-ximidad molesta y no solicitada, es una condiciónque los habitantes de las ciudades encuentran difícil,tal vez imposible, evitar. La proximidad de los desco-nocidos es su destino, un modus vivendi permanenteque, cada día, hay que analizar y custodiar, experi-mentar, poner a prueba una y otra vez, y (¡si hay suer-te!) modelarlo para que la convivencia con extrañossea agradable y la vida en su compañía más llevadera.Esto es un «elemento dado», innegociable; pero pue-de elegirse la manera que tienen los habitantes de laciudad de satisfacer las exigencias impuestas por estanecesidad. Y una suerte de elección se hace a diario,por comisión u omisión; por voluntad propia o porinercia; por decisión consciente o, simplemente, si-guiendo a ciegas y de forma mecánica los esquemashabituales; mediante una discusión o de común acuer-do, o bien por simple adhesión individual a los instru-mentos de confianza de aquel momento (porque es-tán de moda y aún no han caído en descrédito).

Los desarrollos que describe Steven Flusty y queantes he citado son manifestaciones ultramodernas dela ubicua «mixofobia» urbana.

La «mixofobia» es una reacción -muy extendida yaltamente previsible- ante la escalofriante, inconcebi-ble y perturbadora variedad de tipos humanos y cos-tumbres que coexisten en las calles de las ciudades

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contemporáneas, no sólo en aquellas zonas oficialmen-te llamadas (y por esa razón evitadas) «barrios violen-tos» o «calles de mala fama», sino también en aquellosbarrios «corrientes» (léase: no protegidos por «espa-cios vetados»). A medida que crece el multilingüismoy la diversidad cultural del entorno urbano de la erade la globalización -que, con el paso del tiempo, tienemás probabilidades de intensificarse que de atenuar-se-, las tensiones derivadas de la molesta/perturba-dora/irritante extrañeza de la situación seguramenteseguirán favoreciendo los impulsos segregacionistas.

La descarga de tales impulsos puede aliviar (tem-poral aunque repetidamente) la escalada de tensiones.Cada descarga sucesiva renueva la esperanza frustradapor la precedente: así, aunque las diferencias descon-certantes y molestas pueden ser inexpugnables e in-manejables, al menos se les podría quitar el venenodel aguijón al asignar a cada forma de vida un espa-cio físico separado, inclusivo y exclusivo, bien deli-mitado y protegido... Mientras tanto, a falta de unasolución tan radical, tal vez sería posible garantizarpara uno mismo, su familia, amigos y «otra gentecomo uno», un territorio libre de la confusión y eldesorden de que adolecen irremediablemente otraspartes de la ciudad. La mixofobia se manifiesta en elimpulso a buscar islas de similitud e igualdad en me-dio del mar de la diversidad y la diferencia.

Los orígenes de la mixofobia son banales, se en-cuentran sin dificultad, son fáciles de comprender

aunque no tanto de perdonar. Como sugiere RichardSennett: «el sentimiento de "nosotros", que expresa eldeseo de parecerse a los demás, es una manera para

T los hombres» y para las mujeres «de evitar la necesi-dad de calar más hondo los unos en los otros».16 Po-

dríamos decir que promete cierto consuelo espiritual:la perspectiva de tornar más tolerable la vida en co-mún al eliminar el esfuerzo de entender, negociar ypactar que exige vivir entre y con la diferencia. «Eldeseo de evitar una participación real es innato alproceso de formar una imagen coherente de comuni-dad. Percibir la existencia de lazos comunes sin una

experiencia en común es algo que aparece en primerlugar porque los hombres temen participar, les asus-tan los peligros y retos que conlleva, tienen miedo deldolor que puede causar.»

La tendencia a buscar una «comunidad de seme-

jantes» es una señal de retirada de la alteridad exte-rior y también de la renuncia a comprometerse con lainteracción interior, vital aunque turbulenta, estimu-lante pero molesta. El atractivo de una «comunidadde semejantes» es el de una póliza de seguros contralos múltiples peligros que comporta la vida cotidianaen un mundo multilingüe. Sumergirse en la «igual-dad» no reduce dichos peligros ni los elimina. Comotodos los paliativos, sólo promete un refugio contraalgunos de los efectos más inmediatos y temibles.

Elegir la opción de la huida como remedio para lamixofobia tiene una consecuencia sumamente insidio-

sa y nociva: una vez adoptado, el presunto régimen te-rapéutico se perpetúa y se refuerza cuanto más inefi-caz resulta. Sennett explica por qué ocurre esto y porqué no puede ser de otro modo: «Durante las dos últi-mas décadas, las ciudades de Estados Unidos han cre-cido de tal manera que los barrios donde habitan ex-

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tranjeros se han vuelto relativamente homogéneos;no parece casual que el miedo a los forasteros sehaya agudizado en paralelo al aislamiento de dichosbarrios».17 Cuanto más tiempo permanecen las per-sonas en un medio uniforme -en compañía de otros«como ellos» con los que se puede «socializar» demodo superficial y trivial, sin exponerse a malenten-didos y sin tener que bregar con la molesta necesidadde traducir entre distintos universos de sentido- más

probabilidades hay de que «desaprendan» el arte denegociar significados compartidos y un modus convi-vendi agradable. Puesto que han olvidado o descuida-do la adquisición de las habilidades necesarias paravivir una vida grata en medio de la diferencia, no es deextrañar que quienes buscan y practican la terapiade la fuga vean con horror creciente la perspectiva detoparse cara a cara con los foráneos. Los extraños tien-den a parecer más aterradores cuanto más ajenos, des-conocidos e incomprensibles llegan a ser, y a medidaque van desapareciendo, o dejan de arrancar, el diálo-go y la interacción mutuos, que podrían terminar asi-milando su «alteridad» al mundo propio. Puede quela tendencia hacia un entorno homogéneo, territo-rialmente aislado, venga provocada por la mixofobia,pero la práctica de la segregación territorial es el sal-vavidas y el alimento de dicha mixofobia, y se trans-forma de manera gradual en su principal refuerzo.

Sin embargo, la mixofobia no es el único comba-tiente en el campo de batalla urbano.

La vida en la ciudad es una experiencia notable-mente ambivalente. Atrae y repele a la vez y, para com-plicar aún más la existencia de sus habitantes, son los

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1IIImismos aspectos de la vida urbana los que, de mane-

ra alternativa o simultánea, atraen y repelen... La des-concertante variedad del entorno urbano es una fuen-

te de temores (sobre todo para aquellos que ya han«perdido sus costumbres familiares», al verse sumi-dos en un estado de incertidumbre aguda a causa delos procesos desestabilizadores que ha traído la glo-balización). El mismo brillo y centelleo caleidoscópi-co de la escena urbana, en la que nunca faltan nove-dades y sorpresas, constituye el embrujo irresistiblede las ciudades y su poder de seducción.

Así pues, encontrarse ante el espectáculo deslum-brante e interminable que ofrece la ciudad no siem-pre se considera una maldición o una pesadilla; nitampoco refugiarse se percibe como una completabendición. La ciudad favorece la mixofilia de la mis-ma manera que provoca y alimenta la mixofobia. Lavida urbana es un asunto ambivalente de manera in-trínseca e irremediable.

Cuanto más grande y heterogénea es una ciudad,más atractivos puede tener y ofrecer. La concentraciónmasiva de desconocidos es un repelente y, al mismotiempo, un poderoso imán que atrae a la ciudad anuevas legiones de hombres y mujeres cansados de lamonotonía de la vida rural o provinciana, hartos de surutina cotidiana, y desesperados ante la falta de opor-tunidades. La variedad es una promesa de oportuni-dades, múltiples y diferentes oportunidades, oportu-nidades para todos los gustos y aptitudes. Así pues,cuanto más grande sea la ciudad, más probable seráque atraiga a un número cada vez mayor de perso-nas que rechazan o no encuentran las oportunidades

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y las ocasiones de aventura en sitios más pequeños y,por tanto, menos tolerantes para con los distintos mo-dos de pensar y más rígidos en las libertades que ofre-cen o, mejor dicho, toleran. Parece ser que la mixofilia,al igual que la mixofobia, es una tendencia autónomaque se propaga y se renueva por sí sola. Es difícil queuna u otra puedan agotarse o perder vigor en el cur-so de la renovación de la ciudad y de la reorganizacióndel espacio ciudadano.

La mixofobia y la mixofilia coexisten en todas lasciudades, pero también se hallan en el interior de cadauno de sus habitantes. Es una coexistencia difícil, sin

lugar a dudas, llena de ruido y de furia, pero que tie-ne mucha importancia para los destinatarios finalesde la ambivalencia propia de la modernidad líquida.

Como los desconocidos están predestinados a se-

guir viviendo los unos en compañía de los otros toda-vía por mucho tiempo -sean cuales fueren las vueltasy los futuros cambios de la historia urbana-, el artede vivir en paz y armonía con la diferencia, y de be-neficiarse de la variedad de estímulos y oportunida-des, adquiere una relevancia de primer orden entre lashabilidades que un ciudadano necesita (y haría bienen) aprender y poner en práctica.

Dada la creciente movilidad urbana, propia de la

época de la modernidad líquida, y los acelerados cam-bios de actores, argumentos y escenarios del panora-ma urbano, no es previsible que la mixofobia desapa-rezca por completo. Tal vez se pueda hacer algo paraalterar las proporciones de la mezcla de la mixofilia y

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la mixofobia, para reducir el desconcertante impactode la mixofobia, y la ansiedad y la angustia que pro-voca. De hecho, parece ser que los arquitectos y ur-banistas podrían contribuir bastante a la hora de fa-vorecer el crecimiento de la mixofilia y minimizar lasocasiones que puedan propiciar reacciones mixofóbi-cas ante los desafíos de la vida urbana. Y, según pa-rece, también pueden hacer mucho, y lo hacen, parafavorecer el efecto contrario.

Como hemos visto antes, la causa principal dedicha mixofobia es, en realidad, la segregación de losbanios residenciales y de los espacios abiertos al pú-blico, comercialmente atractiva para los constructo-res porque les permite obtener beneficios en pocotiempo, pero también para sus clientes como reme-dio rápido contra las ansiedades que provoca la mi-xofobia. Las soluciones existentes crean o agravan losproblemas que pretenden resolver: los constructo-res de banios cercados y edificios de pisos sometidosa vigilancia, así como los arquitectos que proyectan«espacios vetados», son los que crean, reproducen eintensifican la necesidad y la demanda que pretendensatisfacer.

La paranoia mixofóbica se alimenta de sí misma yactúa como una profecía que lleva en sí el germen desu cumplimiento. Si se ofrece y se acepta la segrega-ción como remedio radical para los peligros que re-presentan los forasteros, la convivencia con ellos sevuelve más difícil cada día. Homogeneizar los banios,y después reducir al mínimo indispensable todo co-mercio y comunicación entre ellos, es la receta infali-ble para intensificar y avivar el deseo de excluir y se-

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gregar. Semejante medida puede contribuir a aliviarlos dolores que padecen las personas aquejadas demixofobia, pero el remedio es patógeno en sí mismo yempeora la enfermedad, por lo que siempre se requie-ren dosis más fuertes para que el dolor sea soporta-ble. La homogeneidad social del espacio, acentuada yreforzada por la segregación espacial, reduce la capa-cidad para tolerar la diferencia de los habitantes delas ciudades y multiplica los casos de reacciones mi-xofóbicas, algo que hace parecer la vida urbana más«inclinada al riesgo» y, por ello, más angustiosa, enlugar de más segura, más tranquila y agradable.

Una estrategia arquitectónica y urbanística quefuera la antítesis de la actual contribuiría al afianza-

miento y al cultivo de sentimientos mixofílicos: la crea-ción de espacios públicos abiertos, atrayentes y hos-pitalarios, a los que acudirían de buen grado todas lascategorías de residentes urbanos, sin tener reparo encompartidos. Como destacó Hans-Georg Gadameren su célebre Verdady método, el entendimiento mutuonace de la «fusión de horizontes», los horizontes cog-nitivús, es decir, los que se trazan y expanden a medi-da que se acumula experiencia vital. La «fusión» querequiere el entendimiento mutuo sólo puede provenirde una experiencia compartida; y compartir experien-cia es inconcebible si no se comparte el espacio. .

Los más horrendos miedos contemporáneos na-cen de la incertidumbre existencial. Sus raíces se ex-tienden más allá de las condiciones de vida, y todocuanto pueda hacerse en el interior de la ciudad, en la

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escala del espacio ciudadano y de los recursos gestio-nados por la ciudad para arrancar estas raíces, siem-pre resultará insuficiente respecto de aquello que seríanecesario. La mixofobia que amenaza la convivenciade los habitantes urbanos no es la fuente de su in-

quietud, sino el resultado de una interpretación per-versa y engañosa de sus orígenes; una manifestaciónde intentos desesperados y, a fin de cuentas, provisio-nales, para atenuar el dolor provocado por la angus-tia: eliminan la irritación mientras que se equivocanen la cura de la enfermedad. Es la mixofilia, arraiga-da en la vida de la ciudad como su opuesto, la mixo-fobia, la que contiene el germen de la esperanza: es-peranza no sólo por convertir la vida urbana -un tipode vida que exige convivencia e interacción con unavariedad enorme, tal vez infinita, de desconocidos- enmenos preocupante y más fácil de practicar, sino tam-bién la esperanza de atenuar las tensiones que tienensu origen, por causas análogas, a escala planetaria.

Como se mencionó antes, las ciudades contempo-ráneas son vertederos para los problemas producidosglobalmente; pero también pueden verse como labo-ratorios en los que los modos y las maneras de vivircon la diferencia, que todavía tienen que aprender loshabitantes de un planeta cada vez más superpoblado,se inventan día a día, se prueban, memorizan y asi-milan. El trabajo de la «fusión de horizontes» de Ga-damer, aquella condición necesaria de la kantianaallgemeine Vereinigimg der Menschheit, puede iniciar-se en la escena urbana. Sobre este escenario, la apo-calíptica visión de Huntington de un conflicto irrecon-ciliable y de un inevitable «choque de civilizaciones» 18

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puede traducirse en benignos y, con frecuencia, grati-ficantes y placenteros encuentros cotidianos con lahumanidad que se oculta tras las máscaras escéni-cas, aterradoramente desconocidas, de las razas, na-cionalidades, divinidades y liturgias diferentes y recí-procamente ajenas. No hay mejor lugar que las callescompartidas de la ciudad para descubrir y aprenderque, como dice Mark Juergensmeyer,19 si bien «las se-culares expresiones ideológicas de rebelión» tiendenen estos tiempos a ser «reemplazadas por formulacio-nes ideológicas de naturaleza religiosa», «las quejas-el sentido de alienación, marginalización y frustra-ción social- son con frecuencia las mismas», más alláde las separaciones y de los antagonismos creados porlas fronteras religiosas.

5La utopía en la épocade la incertidumbre*

La vida de las personas, incluso de las más felices(o de las más afortunadas, según una opinión común,un poco teñida de envidia, de las infelices) es cual-quier cosa menos carente de problemas. Pocos estándispuestos a declarar que en su vida todo va sobre rue-das, e incluso estos pocos conocen momentos de duda.

Todos estamos familiarizados con situaciones de-

sagradables e incómodas cuando las cosas o las perso-nas nos causan preocupaciones que no esperábamosni habíamos previsto. Aquello que convierte las adver-sidades (los «golpes del destino», como solemos de-cir) en algo particularmente molesto es que siemprellegan sin avisar: no esperamos que ocurran, y bastan-te a menudo ni creeríamos que podrían estar a puntode suceder. Nos golpean «como rayos en el cielo sere-no», así que no podemos tomar precauciones y evitarla catástrofe; nadie espera un relámpago en un cielosin nubes...

La llegada imprevista de los reveses, su irregulari-dad, su desagradable capacidad para venir de cual-

* Este ensayo se presentó en la London School of Economics el27 de octubre de 2005 con el título de «Living ín Utopía». (N. de la T.)

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quier parte, los torna imprevisibles y nos deja inde-fensos. Mientras que los peligros permanecen librespara moverse a su antojo, caprichosos y frivolos, no-sotros somos -sus objetivos fáciles: poco o nada po-demos hacer para prevenidos. Tal desesperanza esaterradora. Incertidumbre quiere decir miedo. Noes de extrañar que soñemos una y otra vez con unmundo sin problemas, un mundo regular, un mundoprevisible, y no con un mundo indescifrable; inclusosi algunos filósofos, como Leibniz, están en lo cier-to al sostener que un «mundo perfecto» no sería per-fecto si no contuviese alguna medida de mal, al me-nos dejemos que ese mal quede confinado en recintoscerrados, bien acotados, controlados y vigilados conatención, de modo que se pueda saber qué es qué,dónde está y cuándo debe esperarse que ocurra algo;y estar así preparados para encarado cuando llegue.Por decido en pocas palabras: soñamos con un mun-do fiable, un mundo del que podamos fiamos, unmundo seguro.

«Utopía» es el nombre que, por cortesía de TomásMoro, se ha dado a sueños similares desde el siglo XVI;es decir, desde el momento en que las antiguas y, enapariencia, eternas rutinas comenzaron a desplomar-se, cuando las viejas costumbres y convenciones em-pezaron a mostrar su edad y los rituales su aspectoraído, cuando la violencia se convirtió en moneda deuso corriente (o tal era el modo como las personas so-lían explicar la profusión de peticiones y accionespoco ortodoxas a las que no estaban acostumbradas,peticiones y acciones que los poderes, consideradoshasta entonces omnipotentes, encontraban demasia-

do indisciplinadas o demasiado difíciles de manejarpara poder mantenedas a raya, y demasiado podero-sas e inmanejables para domesticadas con los viejosmétodos, aparentemente probados). La improvisacióny la experimentación, cargadas de riesgos y errores,estaban convirtiéndose a toda prisa en la norma cuan-do Tomás Moro escribió su proyecto para un mundolibre de amenazas imprevistas.

Moro sabía bien que su proyecto para un mundolimpio de incertidumbre y de miedos incontroladosera el diseño de un escenario idóneo para una vidabuena, y también era un sueño. Lo llamó «utopía»,aludiendo al mismo tiempo a dos palabras griegas:eutopia, «buen lugar» y outopia, «ningún lugar». Sinembargo, sus numerosos seguidores e imitadores fue-ron más resueltos o menos prudentes. Vivían en unmundo convencido, con razón o sin ella y para bien opara mal, de poseer la sagacidad necesaria para pro-yectar un mundo mejor, sin miedo, y de contar conla perspicacia necesaria para trasponer el irracional«ser» al plano del «deber» dictado por la razón. Talconfianza les dio el coraje y las agallas para intentarambas empresas.

En los siglos posteriores, el mundo moderno debe-ría ser un mundo optimista; un-mundo-que-tiende-a-la-utopía, un mundo convencido de que una sociedadsin utopía no es habitable y que, en consecuencia, unavida sin utopía no es digna de ser vivida. Si se duda,siempre se puede confiar en la autoridad de las másbrillantes y veneradas mentes que nos rodean. Porejemplo, en Oscar Wilde:

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«un mapamundi en que no figurase la utopía novaldría la pena de ser mirado, pues faltaría en élel único país al que la Humanidad arriba a diario.y apenas en él, mira más allá, y divisando unatierra aún más atractiva, vuelve a poner proa ha-cia ella. El progreso no es más que la realizaciónde las utopías».*

En cambio, desde la sabiduría que da la experien-cia, uno se siente inclinado a corregir la última frase,que parece inexacta por dos motivos. Primero: el pro-greso fue un «ir en pos de las utopías», en lugar de surealización. Las utopías han desempeñado el papel delas liebres mecánicas, perseguidas ferozmente perojamás alcanzadas por los perros de carreras. Segun-do: el movimiento llamado «progreso» casi siemprefue un esfuerzo por alejarse de las utopías fallidas, envez de un esfuerzo por alcanzar utopías todavía no ex-perimentadas; un escaparse de lo «no tan bueno comose esperaba», en vez de partir de lo «bueno» para lle-gar a lo «mejor»; un esfuerzo espoleado por las frus-traciones pasadas más que por las dichas futuras.Las realidades que se declaraban como «realizacio-nes» de las utopías solían ser horribles caricaturas delos sueños, y no el paraíso soñado. La razón irrefre-nable que empujaba a «volver a poner proa haciaella» era de nuevo una aversión hacia aquello que sehabía hecho, no la atracción por lo que todavía se po-dría hacer...

* Wilde, Oscar, El alma del hombre bajo el socialismo, TusquetsEditores, ínfimos 66, Barcelona, 1975 y 1981, pág. 34. (N. de la T.)

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Del continente llegó una opinión, en sintonía conla de Oscar Wilde, manifestada por Anatole France,otro hombre sabio:

«Sin las Utopías de otros tiempos, los hombres vi-virían todavía en las cavernas, miserables y des-nudos. Fueron los utópicos quienes dibujaron eltrazado de la primera ciudad [...] Los sueños ge-nerosos alumbran realidades provechosas. La Uto-pía es el principio de todo progreso y el ensayo deun futuro mejor».

Evidentemente, en la época en que nació AnatoleFrance, las utopías se habían asentado con tal firme-za en la conciencia pública y en las ocupaciones dela vida cotidiana que la existencia humana sin uto-pía le parecía al escritor francés inferior e irrepara-blemente imperfecta, además de inimaginable. ParaAnatole France, como para muchos de sus contem-poráneos, estaba claro que incluso los trogloditas ha-bían soñado con utopías y que por eso no vivíamostodavía en las cavernas... Anatole France pregunta-ría: ¿cómo podríamos de otro modo pasear a lo lar-go de los bulevares parisinos del barón Haussmann?¡No podría haber existido una «primera ciudad» si la«utopía de una ciudad» no hubiese antecedido a suconstrucción! Siempre tendemos a proyectar nuestromodo de vida sobre otras formas de vida para conse-

guir entenderlas y, así, a las generaciones amaestra-das e instruidas para apartarse de las utopías sinexperimentar, e impelidas por otras utopías ya desa-creditadas, una pregunta de este tipo les parecería

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puramente retórica, y su verdad absolutamente pleo-nástica...

Pero en contra de la opinión manifestada por Ana-tole France y basada en el sentido común de sus con-temporáneos, las utopías nacieron al mismo tiempoque la modernidad y sólo pudieron respirar en la at-mósfera moderna.

inarticulada) sensación de que el mundo no estabafuncionando como debía y que difícilmente podríaarreglarse sin una revisión total. Segunda: la confian-za en la energía humana para llevar a cabo la tarea,la creencia de que «nosotros, humanos, podemos ha-cedo», armados como estamos con la razón, capacesde analizar qué es lo que no funciona en el mundo yencontrar qué usar para reemplazar las partes insa-nas, así como con una habilidad para construir losinstrumentos y los útiles precisos para injertar talesproyectos en la realidad humana. En resumen, se ne-cesitaba confiar en que, bajo la dirección humana, elmundo pudiese ser moldeado de un modo más ade-cuado para satisfacer las necesidades humanas, almargen de las que fueran o pudieran llegar a ser.

Podemos decir que la postura premoderna haciael mundo era semejante a la de un guardabosque,mientras que la metáfora más adecuada para expre-sar la concepción y la práctica del mundo modernoes aquella del jardinero.

La tarea principal de un guardabosque es protegerel territorio a su cargo de cualquier interferencia hu-mana, defender y preservar, por así decido, su «equi-librio natural», encarnación de la infinita sabiduríade Dios o de la Naturaleza. El guardabosque tiene quedescubrir con presteza, e inutilizar, las trampas que ha-yan colocado los cazadores furtivos y evitar el accesoa los cazadores extraños, no autorizados, para no po-ner en peligro la perpetuación del «equilibrio natural».Los servicios del guardabosque se basan en la creen-cia de que las cosas están mejor cuando no se tocan;en la época premoderna se concebía el mundo como

Una utopía es ante todo una imagen de otro uni-verso, diferente del que se conoce por experiencia di-recta o por haber oído hablar de él. La utopía, ade-más, prefigura un universo enteramente creado por lasabiduría y la devoción humanas. Pero la idea segúnla cual los seres humanos pueden sustituir el mundo-que-es por otro diferente, construido por ellos, apenasestaba presente en el pensamiento antes de la llegadade los tiempos modernos.

La opresiva monotonía de la autorreproducción delas formas premodernas de vida humana, sometidassólo a cambios demasiado lentos para ser percibidos,no invitaba, y mucho menos estimulaba, a reflexionarsobre formas alternativas de vida humana en la tierra,

excepto con la imagen del Apocalipsis o del juicio uni-versal, ambos de origen divino. Para conseguir quela imaginación se sentase a la mesa de dibujo sobre laque se esbozaron las primeras utopías, se necesitó uncolapso acelerado de la capacidad autorreproductivadel mundo humano; un colapso que pasó a la histo-ria como el nacimiento de la era moderna.

El sueño utópico precisaba dos condiciones paranacer. Primera: una abrumadora (aunque general e

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una cadena divina del ser, una cadena en la que cadacriatura tenía su lugar adecuado y su función, inclu-so si las capacidades mentales humanas eran dema-siado limitadas para abarcar la sabiduría, la armoníay el orden del designio divino.

El jardinero no piensa así: da por sentado que nohabría orden en el mundo (o al menos en aquella pe-queña parte del mundo a su cargo) si no fuese por suscuidados y esfuerzos continuados. El jardinero sabequé tipos de plantas crecerán y cuáles no en la parce-la que cuida. Primero elabora en su cabeza la disposi-ción más adecuada y luego procede a convertir enrealidad esta imagen sobre la tierra. Impone al terre-no su proyecto preconcebido, estimulando el creci-miento de las plantas adecuadas (en la mayoría de loscasos, plantas que él mismo ha sembrado o cultivado)y arrancando y destruyendo el resto, ahora rebauti-zadas como «malas hierbas», cuya presencia no se hapedido ni se desea; no se desea porque no se ha pedi-do, no cuadra con la armonía general del designio.

Los más entusiastas y expertos (uno está tentado adecir: profesionales) creadores de utopías son los jar-dineros. Es algo que está en la idea misma que losjardineros tienen de la armonía ideal y que desde elcomienzo llevan trazada en sus mapas mentales, que«los jardines siempre están a nuestro alcance», unprototipo del modo en que la humanidad, parafra-seando el postulado de Oscar Wilde, tiende a arribaren el país llamado «utopía».

Si uno escucha hoy en día expresiones como «lamuerte de la utopía», «el fin de la utopía» o bien «eldesvanecimiento de la imaginación utópica», salpica-

das en los debates contemporáneos con la suficientedensidad como para enraizar en el sentido común y,por tanto, ser consideradas evidentes, es porque la ac-titud del jardinero ahora está cediendo el paso a ladel cazador.

A diferencia de los dos tipos que prevalecían an-tes de que éste empezara a ejercer, al cazador le daigual el «equilibrio de las cosas», ya sea éste «natu-ral», premeditado o artificial. Lo único que interesa alos cazadores es «cobrarse» una nueva pieza que lle-ne su morral. La mayoría de ellos, seguro, no consi-dera que la disponibilidad de nuevas presas corrien-do por el bosque -tras sus cacerías, o mejor a pesar deellas- sea algo de su incumbencia. Si los bosques que-dan vacíos por culpa de una partida de caza particu-larmente provechosa, los cazadores se trasladarán aotra espesura aún sin explotar, que todavía alberguefuturos trofeos de caza. Tal vez especulen que quizásen algún momento, en un futuro distante y sin defi-nir, el planeta puede quedarse sin nuevos bosques queexplotar, pero en tal caso no lo verán como un moti-vo de preocupación inmediata, y desde luego jamáscomo algo de lo que ellos tuvieran que preocuparse.Algo así no pondrá en peligro los resultados inmedia-tos de la partida de caza en que se ven inmersos ahora,ni los de la siguiente, y de esta manera, dado que nohay nada que ahora me obligue, sólo uno entre mu-chos cazadores, o uno de nosotros, o una asociacióncinegética entre muchas, se preocupará acaso por lasposibles consecuencias, aunque no por ello vaya a ha-cer nada por remediado.

Hoy en día todos somos cazadores, o se nos dice

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Parece razonable pensar que, en un mundo pobla-do en su mayor parte por cazadores, no hay lugarpara ilusiones utópicas, ni existe mucha gente dis-puesta a tomarse en serio los postulados utópicos, esoen el caso de que hubiera alguien dispuesto a some-terlos a su consideración. E incluso si hubiese alguienque supiera cómo mejorar el mundo y se tomara a

pecho la tarea de convertido en un lugar mejor, lapregunta en verdad acuciante sería: ¿quién cuenta consuficientes recursos y una voluntad lo bastante fuertecomo para hacer lo que hay que hacer...?

La autoridad soberana de los Estados-nación solía

ser la encargada de procurar dichos recursos y la vo-luntad para llevar a cabo dicha empresa, pero, comoha señalado hace poco Jacques Attali en La Voie hu-maine, «las naciones han perdido su influencia en eltranscurso de los acontecimientos y han cedido a lasfuerzas de la globalización la potestad de guiar elmundo hacia algún destino, y de erigir una defensacontra todas las variedades del miedo». Y las «fuer-

zas de la globalización» que se han apropiado de granparte de los antiguos poderes del Estado-nación raravez se conocen por alentar instintos, filosofías o estra-tegias de «guardabosque» o de «jardineros». Más biendefienden las de la caza y las de los cazadores.

Como libro de referencia para cazadores, el Roget'sThesaurus, merecidamente alabado por registrar deforma fidedigna los cambios sucesivos de los usosverbales en lengua inglesa, ahora parece hallarse ensu derecho para registrar el concepto utopian [utópi-co] junto a otros como fanciful [soñador], fictional[ficticio], chimerical [quimérico], air-built [sin pies nicabeza], impractical [inviable], unrealistic [poco rea-lista], unreasonable [poco razonable, desproporcio-nado] e irrational [irracional]. Entonces, ¿estaremostal vez presenciando el fin de la utopía?

Supongo que si la utopía tuviera voz, y por añadi-dura, y por fortuna, el ingenio de Mark Twain, segu-ramente haría hincapié en que las noticias sobre su

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que lo somos, y se nos incita a que actuemos comolos cazadores, bajo amenaza de quedar excluidos dela cacería, si es que no (¡Dios nos libre!) de vernosrelegados al rango de animal. Y lo más seguro es quecada vez que miremos a nuestro alrededor veamos aotros cazadores solitarios como nosotros, o a caza-dores que se agrupan del modo en que los cazadoressuelen hacerlo. Y deberíamos esforzamos mucho paralograr avistar a un jardinero que se halle divisando al-gún tipo de armonía preestablecida más allá de la va-lla de su jardín privado, y que luego salga a creada(los científicos sociales discuten acerca de la relati-va carencia de jardineros y la creciente profusión decazadores bajo el término acuñado de «individualiza-ción»). Con seguridad no encontraremos gran núme-ro de guardabosques, ni siquiera cazadores que com-partan los principios de los guardabosques, y ésta esla razón primordial por la que la gente con «concien-cia ecológica» se alarma y procura alertamos por to-dos los medios (esa lenta aunque reiterada extinciónde la filosofía del guardabosque, sumada a la caren-cia de su variante jardinera es lo que los políticosensalzan sirviéndose del término «liberalización»).

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muerte siempre han corrido de un modo acaso exage-rado... Y no le faltarían motivos para afirmado. Haceun momento que acabo de teclear la palabra «utopía»en mi ordenador y el buscador Google me ha señala-do 4,4 millones de páginas web (y seguro que habráañadido unas cuantas para cuando lea estas palabras);un número impresionante incluso para los criteriospor lo general formidablemente excesivos de Internet,y difícilmente un síntoma de hallamos ante un cadá-ver putrefacto o ante un cuerpo aquejado de convul-siones terminales.

No obstante, echemos un vistazo más de cerca alcatálogo de páginas web. La primera de la lista, y aciencia cierta la más impresionante, informa a los in-temautas de que «Utopía es uno de los mayores juegosonline, interactivos y gratis del mundo, con 80.000 ju-gadores». Y luego, repartidas por aquí y por allá, hayreferencias a la historia de las ideas utópicas y a cen-tros que ofrecen cursos sobre dicha historia, destina-dos por lo general a los amantes de las antigüedadesy a los coleccionistas de curiosidades: las referenciasmás comunes entre ellos se remontan al mismísimoTomás Moro, el precursor de todo el asunto. Aunquelo cierto es que las páginas web de estas característi-cas representan una minoría de entradas.

No voy a hacer como que he rastreado todas ycada una de los 4,4 millones de entradas (la misma in-tención de llevar a cabo algo así podría tal vez consi-derarse como el más utópico de todos los proyectosutópicos), pero la impresión obtenida tras leer unamuestra estadísticamente decente y realizada al azares que las empresas vacacionales, de diseño interior

y de cosmética, así como las marcas de ropa, se hanapropiado del término «utopía». Las páginas web tie-nen algo en común: todas ellas ofrecen servicios ir.di-viduales a individuos que buscan una satisfacción in-dividual y una vía de escape a los malestares sufridosde forma individual.

y ésta es otra impresión: en las raras ocasionesen que, al abrir dichas páginas web de carácter comer-cial, aparece la palabra «progreso», ésta ya no signi-fica un «impulso hacia delante». En vez de ir en pos deun señuelo que corre por delante, parece sugerir e ins-pirar la compulsión por escapar de un desastre quenos viene pisando los talones...

El término «utopía» solía hacer referencia a unobjetivo codiciado, soñado y lejano, hacia el que elprogreso debería, podría y habría de dirigirse para alfinal conseguir que los que van en su busca lograranque el mundo se adaptase mejor a las necesidades hu-manas. No obstante, en los sueños contemporáneosla imagen del «progreso» parece haberse distanciadode la noción de mejoras compartidas para empezar asignificar supervivencia individual. Cuando uno pien-sa en el progreso, ya no tiene en mente un impulsopor ir hacia delante, sino permanecer en la carrera portodos los medios. La conciencia del progreso le hacea uno cauteloso, le fuerza a agudizar los sentidos: aloír hablar de que «los tiempos están cambiando», nospreocupa si nos estamos quedando atrás, si estare-mos cayendo por la borda de un vehículo que acelerasin parar, si no encontraremos asiento en la siguienteronda del «juego de las sillas». Cuando uno lee, porejemplo, que Brasil es «el único destino soleado este

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invierno», sabe que el próximo invierno debe evitarpor todos los medios ser visto allá donde la gente conaspiraciones similares a las suyas debían ser vistos elpasado invierno. O bien lee que debe «deshacerse delponcho», que tan de moda estaba la temporada ante-rior, pues los tiempos están cambiando y ahora le di-cen que, si se pone un poncho «parecerá un drome-dario». O bien uno aprende que se ha acabado eso decombinar un traje de rayas con camiseta por debajo-lo que causaba «furor» y «era ir a la última» la tem-porada pasada-, porque ahora ya no se le ocurre «anadie» vestirse de ese modo. Y así, una y otra vez. Eltiempo pasa volando, y el truco consiste en mante-nerse a flote con las olas. Si uno no quiere hundirse,debe seguir haciendo sur(, yeso implica cambiar devestuario, de muebles, de papel pintado, de aspecto yde hábitos -cambiar uno mismo, en definitiva- tan amenudo como le sea posible.

No necesito añadir, por obvio, que este nuevo én-fasis en deshacerse de las cosas, en quitárselas deencima y desprenderse de ellas, en vez de apropiarsede ellas, es algo que obedece a la lógica de la econo-mía orientada hacia el consumo. Que la gente con-serve la ropa de ayer, así como el ordenador, el teléfo-no móvil o los cosméticos podría significar el desastrepara una economía cuyo mayor interés, y también lacondición sine qua non de su supervivencia, es quelos productos vendidos y comprados vayan a la basu-ra con rapidez y sin dilación; y en este aspecto de laeconomía el saber qué hacer con lo que no sirve esen sí una industria de máxima calidad.

Cada vez más, escapar se convierte en nuestra más

preciada atracción de feria. En el orden semántico,escapar es lo opuesto a la utopía, pero en el psicoló-gico, en las presentes circunstancias, es su único sus-tituto lógico: uno debería hablar de su nueva y actua-lizada interpretación, hecha a imagen y semejanzade nuestra sociedad liberalizada e individualizada deconsumidores. Uno ya no puede pensar seriamenteen convertir el mundo en un lugar mejor para vivir, nisiquiera se puede hacel\ más seguro ese mejor lugaren el mundo que uno se las ha arreglado para conse-guir. La inseguridad ha venido para quedarse, sucedalo que suceda. Y así, «buena suerte» sólo puede signi-ficar que mantenemos la «mala suerte» a distancia.

Lo que nos queda, lo que requiere nuestro esfuer-zo y nuestra atención, es luchar para no perder: inten-tar estar al menos entre los cazadores, puesto que laúnica alternativa en caso contrario es pasar a engro-sar las filas de los cazados. Para resultar efectiva, paralograr alguna posibilidad de éxito, toda lucha enca-minada a no perder requiere nuestra total atención yconcentración, una vigilancia de 24 horas al día, sie-te días por semana, y, sobre todo, mantenerse a lacarrera, tan deprisa como podamos...

Joseph Brodsky, el poeta y filósofo ruso-america-no, describió de forma vívida el tipo de vida que aguar-da a quienes están siempre a la carrera, acuciados porel deseo de huir. Lo que espera a los perdedores con-fesos, a los pobres que han sido eliminados del juegodel consumo, es una vida de rebelión esporádica, aun-que con mayor frecuencia de adicción a las drogas:

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«Por lo general, un hombre se inyecta heroína por lamisma razón por la que vosotros compráis un vídeo»,les dijo Brodsky a los estudiantes del Dartmouth Co-llege en julio de 1989. Y en cuanto a las habitualesrecompensas que aguardan a los hombres en quequerían convertirse los alumnos de Dartmouth,

de convertirse en otro» es el sustituto actual para lasalvación y la redención, durante largo tiempo descar-tadas y desechadas.

«Aplicando varias técnicas, podemos alterar nues-tros cuerpos y rehacerlos de acuerdo con distintospatrones [...].Al echar un vistazo a las revistas demoda, uno tiene la impresión de que por lo generaltodas le cuentan la misma historia: la del modo en

que puede rehacer su personalidad, empezandopor la dieta, por lo que le rodea y por el hogar, paraacabar rehaciendo la estructura psíquica, todo ellobajo la solapada proposición de "sé tú mismo".»

«os aburrirán vuestros empleos, vuestras esposas,las vistas desde vuestras ventanas, los muebles yel papel pintado de vuestras habitaciones, vuestrospensamientos, vosotros mismos. Por tanto, inten-taréis encontrar vías de escape. Además de loschismes gratificantes que ya he mencionado, talvez os dé por cambiar de trabajo, de residencia,de empresa, de país, de clima, tal vez os deis a lapromiscuidad, al alcohol, a los viajes, a las clasesde cocina, las drogas o el psicoanálisis [...].»De hecho, tal vez juntéis todas estas cosas, y du-rante un tiempo os servirán. Claro que llegará eldía en que os despertaréis en una nueva habita-ción y con una nueva familia y distinto papel pin-tado, en un estado y clima diferente y con un fajode facturas de vuestra agencia de viajes y del psi-quiatra, y aun así la luz que se cuela por la venta-na os producirá la misma sensación rancia...». *

Slawomir Mrozek, un escritor polaco de fama mun-dial, con experiencia de primera mano de distintastierras y culturas, está de acuerdo con la hipótesisde Stasiuk: «En los viejos tiempos, cuando nos sentía-mos descontentos, acusábamos a Dios, que por aquelentonces era el administrador del mundo; presuponía-mos que no estaba ocupándose del negocio como de-bía: de modo que lo despedimos y nos convertimos enlos nuevos directores». Pero -como descubre Mrozek,un librepensador comprometido que aborrece a losclérigos y todo lo clerical- el negocio no fue a mejorcon el cambio de dirección. Y no lo hizo porque cuan-do el sueño y la esperanza de una vida mejor se enfo-can de lleno en nuestros propios egos y quedan redu-cidos a juguetear con nuestros cuerpos y almas,

Andrzej Stasiuk, un novelista polaco sobresalien-te y un analista de la condición humana contemporá-nea especialmente agudo, sugiere que la «posibilidad

* Brodsky, Joseph, «In Praise of Boredom», Harper's Magazine,marzo de 1995, vol. 290, n.O 1738, pág. 11. (N. de la T.)

«nuestra ambición y la tentación de engordamosel ego no conocen límites, y de hecho se niegan a

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aceptar cualquier límite [oo.]. Se me dijo: "Invénta-te a ti mismo, inventa tu vida y condúcete por ellacomo gustes, en cualquier instante y de principioa fin". Ahora bien, ¿soy capaz de enfrentarme asemejante tarea? ¿Sin ayuda, sin tentativas, sinpruebas, sin errores, sin contrariedades, sin repe-ticiones y, sobre todo, sin dudar ni un instante?».

El dolor que causaba una elección excesivamentelimitada ha sido reemplazado por otro no menos do-loroso, aunque en esta ocasión el dolor proviene de laobligación de escoger sin fiamos de lo que elegimosy sin confiar en que las futuras elecciones que haga-mos nos acerquen a nuestro objetivo. Mrozek compa-ra el mundo que habitamos con un

«puesto de mercado lleno de bonitas prendas y ro-deado de gente que husmea entre los colgadores[...].Uno puede cambiarse de ropa sin cesar, porlo que la libertad de que disfrutan los visitantes esasombrosa ['00]' Vayamosen busca de nosotros mis-mos, menuda diversión, siempre y cuando lo ha-gamos con la condición de no encontramos jamás.Porque, si así fuera, la diversión se acabaría [oo.]».

El sueño de convertir la incertidumbre en algo me-nos desalentador y lograr que la felicidad sea algopermanente gracias a retocar el ego, y retocado cam-biándole el aspecto, es la «utopía» de los cazadores:una versión «liberalizada», «privatizada» e «individua-lizada» de las viejas visiones de la buena sociedad, deaquella sociedad hospitalaria para con la humanidad

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y sus miembros. Cazar es un quehacer a tiempo com-pleto, consume un montón de atención y energías, ape-nas deja tiempo para nada más; y de este modo distraela atención de la imposibilidad de acabar la tarea y pos-pone ad calendas graecas el momento de reflexión, enel transcurso del cual uno debería darse de bruces con

la imposibilidad de realizar la tarea. Tal y como ad-virtió Blaise Pascal de forma profética hace siglos, loque la gente quiere es «distraerse de pensar qué es [oo.]

mediante alguna pasión noble y agradable que la man-tenga ocupada, como el juego, la caza o algún espec-táculo atractivo ['00]»'*La gente quiere escapar de lanecesidad de pensar en «nuestra condición infeliz», ypor eso «preferimos salir a cobramos alguna pieza».«En sí, la liebre no nos librará de pensar» en los in-mensos aunque desabridos defectos de nuestra comúncondición, «pero el acto de cazar sí».

Aunque la pega es que, tras probada, la caza seconvierte en una compulsión, una adicción, una ob-sesión. Cazar una liebre actúa como un anticlímax;sólo convierte la posibilidad de la próxima cacería enalgo más atractivo, pues las expectativas que suscitala caza representan la experiencia más placentera (¿laúnica placentera, tal vez?) de todo el asunto. Y cap-

. turar la liebre anticipa el fin de dichas expectativas, amenos que se haya planeado una nueva cacería parael próximo día y todo empiece de nuevo a la maña-na siguiente.

¿Marca esto el final de la utopía? En cierto senti-do, sí, en lo concerniente a aquello que las primeras

* Pascal, Blaise, Pensamientos, Altaya, Barcelona, 1994. (N. tk la T.)

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utopías modernas anunciaban, el momento en que eltiempo se detendría, el mismo final del tiempo comohistoria. En la vida de un cazador, sin embargo, noexiste dicho momento, no hay lugar para el instanteen que la tarea pueda llegar a buen término, para elinstante en que el caso quede cerrado y la misión com-pletada: el instante en que se pueda pensar en pasarel resto de la vida «viviendo felices y comiendo perdi-ces, de aquí hasta la eternidad».

Más aún, el hecho de pensar que la cacería puedefinalizar no es atractivo sino aterrador en una socie-

dad formada por cazadores, pues dicho final sólo pue-de ser entendido como una derrota personal y sólopuede conllevar la exclusión del cazador. Los cuernosseguirán anunciando el inicio de una nueva aventura,los ladridos de los galgos resucitarán los recuerdosde antiguas persecuciones, habrá otros que seguiráncazando y la excitación universal no tendrá fin... Y yoseré el único que quedará al margen, descartado, re-legado, excluido de las dichas de los demás: un espec-tador pasivo al otro lado de la barrera que observala fiesta pero al que no se le permite deleitarse con losotros, que como mucho alcanza a escuchar y ver lafiesta desde la distancia y por poderes.

Si una vida de cacería incesante e ininterrumpidaes otra utopía, entonces -a diferencia de las utopíasdel pasado- se trata de una utopía sin final. Una uto-pía de lo más rara, de hecho, si la medimos por cri-terios ortodoxos; las antiguas utopías adquirían susmagnéticos poderes gracias a que prometían que losduros trabajos tendrían un final; la utopía del caza-dor es el sueño de un trabajo sin final.

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Una utopía extraña y poco ortodoxa, pero utopíaal fin y al cabo, que promete el mismo premio inal-canzable que propusieron todas las utopías, una solu-ción radical y postrera para las penas y los dolores dela condición humana pasados, presentes y futuros. Espoco ortodoxa, pues ha trasladado el escenario de lassoluciones y los remedios del «más allá», al «aquí yahora». En vez de encaminarse hacia la utopía, a loscazadores se les ofrece vivir dentro de una utopía.

Para los jardineros, la utopía suponía el final deltrayecto; para los cazadores, en cambio, es el caminomismo. Los jardineros visualizaban el final del tra-yecto como la vindicación y el triunfo último de lautopía. Para los cazadores, el final del camino sólopuede ser entendido como la derrota ignominiosa yúltima de la utopía. Añadir mofa al escarnio conlleva-ría también una derrota personal completa y la prue-ba viviente del fracaso individual. No hay visos, siquie-ra, de que los demás cazadores vayan a interrumpirla cacería y, por tanto, sólo puede sentirse la no par-ticipación en la que ahora está teniendo lugar comoignominia y exclusión personal y, de este modo (es desuponer) como inadecuación personal.

Una utopía traída desde un «más allá» remoto ybrumoso hasta un «aquí y ahora» tangible, una utopíaque se vive en vez de perseguirla se convierte en algoinmune a cualquier examen, y en algo inmortal, aje-no a cualquier ejercicio y propósito práctico. Pero di-cha inmortalidad se ha conseguido a costa de la mis-ma fragilidad y vulnerabilidad de todos y cada uno delos que, encantados y seducidos, la viven.

A diferencia de las utopías de antaño, la utopía de

153

1

1

1,!'

los cazadores no brinda significado alguno, ya seagenuino o fraudulento, a la vida. Se limita a ofrecerpreguntas sobre el significado de la vida que extraede las mismas mentes vivas. Al rehacer el curso de lavida en una serie ininterrumpida de anhelos ensimis-mados, cada episodio se vive sólo en función del si-guiente y no da lugar a meditar en qué dirección ocon qué sentido se avanza. Cuando (si) por fin llegala ocasión de hacerlo, porque a uno se le ha expulsa-do de la cacería o se ha quedado rezagado, ya es de-masiado tarde para que echar la vista atrás nos acla-re algo sobre el modo en que debe entenderse la vida-la de uno y, por añadidura, la de los demás-, y, por lotanto, es demasiado tarde para alterar la manera comola entendemos ahora o, por cuestiones de forma efec-tiva, si resulta adecuada o no.

Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácilpara muchos: aceptar el infierno y volverse partede él hasta el punto de dejar de verlo. La segundaes riesgosa y exige atención y aprendizaje conti-nuos: buscar y saber quién y qué, en medio del in-fierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarleespacio».*

Es difícil, por no decir imposible, resumir a mediocamino esta representación sin guión ni final, cuyatrama aún queda por descubrir; una representaciónen la que, de forma intermitente o simultánea, todossomos accesorios, atrezzo y actores sobre el escena-rio. Pero nadie podría aspirar a ofrecer una mejorsemblanza de los dilemas a los que se enfrentan lospersonajes que la que nos ofrecen las palabras que elgran Italo Calvino puso en boca de Marco Polo en Lasciudades invisibles:

Elucubrar si vivir en una sociedad de cazadores

es, o no es, vivir en el infierno resulta, por desconta-do, un asunto ocioso; los cazadores más curtidos di-rán que ser un cazador entre cazadores aporta instan-tes muy dichosos... Lo que ya es menos discutible, noobstante, es que son «muchos» los que recurrirán a laestrategia de «es fácil para muchos», sin cuestionarsu retorcida lógica ni molestarse por sus ubicuos, ino-portunos y, en la mayoría de los casos, caprichososrequerimientos. Tampoco deja lugar a dudas la pers-pectiva de que aquellos hombres y mujeres que lu-chan por descubrir «quién y qué no es infierno» ne-cesitarán afrontar todo tipo de presiones para queacepten lo que ellos insisten en llamar «un infierno».

«El infierno de los vivos no es algo por venir; hayuno, el que ya existe aquí, el infierno que habita-mos todos los días, que formamos estando juntos.

* Calvino. Italo. Le citta invisibili, Einaudi. Twin, 1972 [trad. esp.:Las ciudades invisibles, Siruela. Madrid. 1998]. (N. de la T.)

154 155

......

- - ---

Notas

1. La vida líquida moderna y sus miedos

1. Kundera, Milan, L'Art du roman, Gallimard, París, 1986

[trad. esp.: El arte de la novela, Tusquets Editores, Margina-les 99 Barcelona, 1986, pág. 21].

2. Attali, Jacques, La Voie humaine. Pour une nouvelle so-cial-démocratie, Fayard, París, 2004.

3. Roy, Arundhati, «:LEmpire n'est pas invulnérable», Ma-niere de Voir, 75, junio-julio de 2004, págs. 63-66.

4. Citado en Matthew J. Morgan, «The garrison state re-visited: civil-military implications of terrorism and security»,Contemporary Politics, 10/1, marzo 2004, págs. 5-19.

5. Véase Alexander Hamilton, «The consequences of hos-tilities between status», en The Federalist Papers, New Ameri-can Library, 2003.

6. Altheide, David L., «Mass media, crime and the discour-

se of fear», Hedgehog Review, 5/3, otoño de 2003, págs. 9-25.7. Hedgehog Review, 5/3, otoño de 2003, págs. 5-7.8. Graham, Stephen, «Postmortem city: towards an urban

geopolitics», City, 2, 2004, págs. 165-196.9. Surette, Ray, Media, Crime and Criminal Justice, Brooks/

Cole, Pacific Grove (Cal.), 1992, pág. 43.10. Véase Andy Beckett, «The making of the terror myth»,

The Guardian, G2, 15 de octubre de 2004, págs. 2-3.11. Véase Hugues Lagrange, Demandes de sécurité, Seuil,

París, 2003.

159

12. Véase Victor Grotowicz, Terrorism in Western Europe:

In the Name of the Nation and the Good Cause, PWN, Varso-via, 2000.

13. Meacher, Michael, «Playing Bin Laden's game», The

Guardian, 11 de mayo de 2004, pág. 21.14. Véase Maurice Druon, «Les Stratégies aveugles», Le Fi-

garo, 18 de noviembre de 2004, pág. 13.15. Véase Deborah Orr, «Arelentless diet of false alarms and

terror hype», The Independent, 3 de febrero de 2004, pág. 33.16. Véase Duncan Campbell, «The ricin ring that never

was», The Guardian, 14 de abril de 2005.17. Véase «War on terror fuels small arms trade», The Guar-

dian, 10 de octubre de 2003, pág. 19.18. Véase Conor Gearty, «Cry Freedom», The Guardian, G2,

3 de diciembre de 2004, pág. 9.19. Véase Benjamin R. Barber, en conversación con Artur

Domoslawski, Gazeta Wyborcza, 24-26 de diciembre de 2004,

págs. 19-20.

4. En la época de la guerra del Golfo, «cuando Sadamlanzó sus helicópteros de combate contra los kurdos iraquíes,éstos trataron de huir hacia el norte, atravesando las monta-ñas hasta Turquía, pero los turcos se negaron a dejarles en-trar. Les repelieron cuerpo a cuerpo en los pasos fronterizos.Oí decir a un oficial turco: "Odiamos a esta gente. Son unosjodidos puercos". De este modo, los kurdos estuvieron atra-pados en las montañas durante semanas a lOgrados bajocero, a menudo sólo con las ropas que llevaban cuando huye-ron. Los niños fueron los que más sufrieron: disentería, fiebretifoidea, malnutrición...»; véase Maggie O'Kane, «The mostpitiful sights 1 have ever seen», The Guardian, 14 de febrerode 2003, págs. 6-11.

5. Younge, Gary, «Aworld full of strangers», Soundings,invierno de 2001-2002, págs. 18-22.

6. Véase Alan Travis, «Treatment of asylum seekers "isinhumane"», The Guardian, 11 de febrero de 2003, pág. 7.

7. Véase Alan Travis, «Blunkett to fight asylum ruling»,The Guardian, 20 de febrero de 2003, pág. 2.

8. Véase Michel Agier, Aux bords du monde, les réfugiés,Flammarion, París, 2002, págs. 55-56.

9. Ibíd., pág. 86.10. Véase Fabienne Rose Émilie Le Houerou, «Camps de

la soif au Soudan», Le Monde Diplomatique, mayo de 2003,pág. 28 [trad. esp.: «Los campos de la sed en Sudán», ediciónespañola de Le Monde Diplomatique, mayo de 2003, accesibleen la página web del diario].

11. Agier, Michel, op. cit., pág. 94.12. Ibíd., pág. 117.13. Ibíd., pág. 120.14. Véase Alan Travis, «UK plan for asylum crackdown»,

The Guardian, 13 de junio de 2002, pág. 14.15. Bright, Martin, «Refugees find no welcome in city of

hate», The Guardian, 29 de junio de 2003, pág. 14.

2. La humanidad en movimiento

1. Luxemburg, Rosa, The Accumulation of Capital, Rout-ledge, Londres-Nueva York, 2003, 161, págs. 387,416 [trad.esp.: La acumulación de capital, Orbis, Barcelona, 1985, vol.11,págs. 43 y 84].

2. Véase Jeremy Seabrook, «Powder keg in the slums»,The Guardian, 1 de septiembre de 2004, pág. 10 (fragmento dellibro Consuming Cultures: Globalization and Local Lives).

3. Véase Clifford Geertz, «The use of diversity», en Avai-lable Light: Anthropological Re{/.ections on Philosophical Topics,Princeton University Press, Princeton, 2000, págs. 68-88 [trad.esp.: Reflexiones antropológicas sobre temas filosóficos, Paidós,Barcelona, 2002].

160 161

16. Véase Alan Travis, «Tough asylum policy "hits genuine

refugees"», The Guardian, 29 de agosto de 2003, pág. 11.17. Younge, Gary, «Villagers and the damned», The Guar-

dian, 24 de junio de 2002.18. Véase Michel Foucault, «Of Other Spaces», en Diacri-

tics, 1 (1986), pág. 26 [«Des espaces autres», Conferencia dicta-da en el Cercle des Études Architecturals, 14 de marzo de 1967].

19. Véase Loi"cWacquant, «Symbole fatale. Quand ghetto

et prison se ressemblent et s'assemblent», Actes de la Recher-che en Sciences Sociales, septiembre de 2001, pág. 43.

20. Véase Loi"cWacquant, «The new urban colour line: thestate and fate of the ghetto in postfordist America», en CraigJ. Calhotm (ed.), Social Theory and the Politics of ldentity, Black-well, Londres, 1994; véase también «Elias in the dark ghetto»,

Amsterdams Sociologish TIdjschrift, diciembre de 1997.21. Véase Michel Agier, «Entre guerre et villa», en Etno-

graphy, 2, 2004.22. Hall, Stewart, «Out of a clear blue sky», Soundings,

invierno de 2001-2002, págs. 9-15.23. Garland, David, The Culture of Control: Crime and So-

cial Order in Contemporary Society, Oxford University Press,

Oxford, 2001, pág. 175 [trad. esp.: La cultura del control, Ge-disa, Barcelona, 2005].

24. Wacquant, Loi"c, «Comment la "tolérance zéro" vint al'Europe», Maniere de Voir, marzo-abril de 2001, págs. 38-46.

25. Hedetoft, Ulf, The Global Turn: National Encoun-

ters with the World, Aalborg University Press, Aarhus, 2003,

págs. 151-152.26. Véase Peter Andreas y Timothy Snyder, The Wall

around the West, Rowman and Littlefield, Lanham-Oxford,2000.

27. Klein, Naomi, «Fortress continents», The Guardian,

16 de enero de 2003, pág. 23. El artículo se publicó primeroen The Nation.

3. El Estado, la democracia y la gestión de los miedos

1. Castel, Robert, L'insécurité sociale: Qu'est-ce qu'etre

protégé?, Seuil, París, 2003, pág. 5 [trad. esp.: La insegu-ridad social: ¿Qué es estar protegido?, Manantial, BuenosAires, 2004].

2. Freud, Sigmund, Civilization and Its Discontents, Pen-

guin-Karnac, Londres, 2002, vol. 12, págs. 274 y sigs. [trad.esp.: El malestar en la cultura, Alianza, Madrid, 1970, págs. 29y sigs.].

3. Castel, Robert, L'insécurité sociale, pág. 6.4. Ibíd., pág. 22.5. Para un tratamiento más amplio véase mi libro Indivi-

dualized Society, Polity, Cambridge-Malden (MA), 2001 [trad.esp.: La sociedad individualizada, Cátedra, Madrid, 2001].

6. Castel, Robert, L'insécurité sociale, pág. 46.7. Marshall, Thomas Humphrey, Citizenship and social

class, and other essays, Cambridge University Press, Cam-bridge, 1950 [trad. esp.: Ciudadanía y clase social, Alianza,Madrid, 1998].

8. Flores d'Arcais, Paolo, The US elections: a lesson in po-litical philosophy: populist drift, secular ethics, democratic poli-tics (citado aquí a partir de una traducción manuscrita reali-zada por Giacomo Donis).

9. Gledhill, John, Rights and the poor, en Richard AshbyWilson y Jon P. Mitchell (eds.), Human Rights in Global Pers-pective. Anthropological Studies of Rights, Claims and Entitle-

ment, Routledge, Londres, 2003, págs. 210 y sigs. (Gledhill citaa Crawford B. Macpherson, The Political Theory of Possesive

Individualism. Hobbes to Locke, Oxford University Press, Ox-ford, 1962 [trad. esp.: La teoría política del individualismo po-sesivo. De Hobbes a Locke, Fontanella, Barcelona, 1979]).

162 163

10. Searle, John R., «Social ontology and free speech»,

Hedgehog Review, 6/3, otoño 2004, págs. 55-66.11. Castel, Robert, L'insécurité sociale, págs. 47 Ysigs.

Cities in a World System, Cambridge University Press, Cam-bridge, 1995; Harvey, David, «From space to place and backagain: reflections on the condition of postmodemity», en Bird,John et al. (eds.), Mapping the Futures: Local Cultures, GlobalChange, Routledge, Londres-Nueva York, 1993.

12. Smith, Michael Peter, Transnational Urbanism: Lo-

cating Globalization, Blackwell, Malden (MA)-Oxford, 2001,págs. 54-55.

13. Ibíd., pág. 108.14. Castells, Manuel, The Information Age: Economy, So-

ciety and Culture, vol. 11:The Power of Identity, Blackwell, Mal-den (MA), 1997, pág. 61 [trad. esp.: La era de la información,

vol. 11:El poder de la identidad, Alianza, Madrid, 1998].15. Castells, Manuel, «Grassrooting the space of flows»,

en J.O. Wheeler, y. Aoyama y B. Warf (eds.), Cities in the Tele-

communications. Age: The Fracturing of Geographies, Routledge,Londres-Nueva York, 2000, págs. 20-21.

16. Sennett, Richard, The Uses of Disorder: Personal Iden-

tity and City Life, Faber & Faber, Londres, 1996, págs. 39 y 42[trad. esp.: Vida urbana e identidad personal, Península, Bar-celona, 2001].

17. Ibíd., pág. 194.18. Véase Samuel Huntington, The Clash of Civilizations

and the Remaking ofWorld Order, Simon and Schuster, NuevaYork, 1996 [trad. esp.: El choque de civilizaciones y la reconfi-

guración del orden mundial, Paidós, Barcelona, 1997].19. Véase Mark Juergensmeyer, «Is religion the problem?»,

Hedgehog Review, 6/1, primavera de 2004, págs. 21-33.

4. Separados, pero juntos

1. Ellin, Nan, «Fear and city building», Hedgehog Re-view, 5/3, otoño de 2003, págs. 43-61.

2. Diken, B. y Laustsen, C., «Zones of indistinction: se-curity, terror and bare life», Space and Culture, 5,2002, págs.290-307.

3. Drucker, Susan J. y Gumpert, Gary, «The mediatedhome in a global village», en Communication Research, 4,1996,págs. 422-438.

4. Graham, Stephen y Marvin, Simon, Splintering Urba-nism, Routledge, Londres-Nueva York, 2001, pág. 285.

5. Ibíd., pág. 15.6. Schwarzer, Michael, «The ghost wards: the flight of

capital from history», Thresholds, 16, 1998, págs. 10-19.7. Castells, Manuel, The Informational City, Blackwell,

Oxford-Cambridge (MA), 1989, pág. 228 [trad. esp.: La ciu-dad informacional. Tecnologías de la información, reestructu-ración económica y el proceso urbano-regional, Alianza, Ma-drid, 1995, pág. 321].

8. Caldeira, Teresa, «Fortified enclaves: the new urbansegregation», Public Culture, 8/2, 1996, págs. 303-328.

9. Ellin, Nan, «Shelter from the storm, or form followsfear and vice versa», en Ellin, Nan (ed.), Architecture of Fear,Princeton Architectural Press, Princeton, 1997, págs. 13 y 26.

10. Flusty, Steven, «Building paranoia», en Ellin, Nan(ed.), Architecture of Fear,op. cit., págs. 48-52.

11. Véase John Friedman, «Where we stand: a decade of

world city research», en Knox, P.L. y Taylor, P.I. (eds.), World

164 165

Agier, Michel, 57, 61, 67, 70,71

Altheide, David L., 18,22Andreas, Peter, 75

Attali, Jacques, 14,40, 143Augé, Marc, 67

Barber, Benjamin R., 41Beveridge (Lord), 94, 95Blair, Tony, 52, 58, 75, 76Blunkett, David, 37, 64, 66,

76

Bolton, John R., 35Brecht, Bertolt, 72

Bright, Martin, 65Brodsky, Joseph, 147, 148 Y

n

Bush, George W., 17,28

Caldeira, Teresa, 109Calvino, Italo, 154, 155n

Campbell, Duncan, 36Cass, Frank, 72n

I

Índice onomástica

Castel, Robert, 81, 83, 84, 85,99

Castells, Manuel, 107, 120

Chirac, Jacques, 28Clausewitz, Carl P., 17

Collins Uuez), 55, 56Curtis, Adam, 27, 30, 33

Derrida,Jacques,68Diken, B., 104Drucker, Susan, 105Druon, Maurice, 35

Elias, Norbert, 72 y nEllin, Nan, 103, 111

Flores d'Arcais, Paolo, 90-91,94

Flusty, Steven, 112, 123Ford, Henry, 69Foucault, Michel, 67France, Anatole, 137, 138

167

-- --

Freud, Sigmund, 82Friedman, John, 114

Gadamer, Hans-Georg, 130,131

Garland, David, 74Garreau, 67

Gearty, Conor, 38Geertz, Clifford, 48

Goffman, Erving, 70Graham, Stephen, 22, 106Grotowicz, Victor, 30, 31

Gumpert, Gary, 105

Habermas, Jürgen, 26Hamilton, Alexander, 18

Harvey, David, 114Haussmann, Georges-Euge-

ne, 137Hedetoft, VIf, 75

Huntington, Samuel, 131

Jospin, Lionel, 28Juergensmeyer, Mark, 132

Keynes, John Maynard, 69K1ein, Naomi, 77, 78Kundera, Milan, 14

168

~

Laden, Osama ben, 33, 34, 37

Lagrange, Hugues, 29Lautsen, 104Leibniz, Gottfried W., 134Lévi-Strauss, Claude, 47Lubbers, Ruud, 76

Luxemburg, Rosa, 43, 44,80

Seabrook, Jeremy, 44Searle, John R., 92Sennett, Riehard, 124, 125Smith, Michael Peter, 114,

117

Snyder, Timothy, 75Sonam, 65Starmer, Keir, 55, 56

Stasiuk, Andrzej, 148, 149Surette, Ray, 24Mareo Polo, 154

Marshall, Thomas H., 88, 90,91,94

Marvin, Simon, 106Meaeher, Michael, 32, 34, 35Moro, Tomás, 134, 135, 144Mrozek, Slawomir, 149, 150

Oq, Deborah, 36, 37

Paseal, Blaise, 151 y n

Popper, Karl, 15Powell, Colin, 37

Roosevelt, Franklin D., 95

Roy, Arundhati, 16, 17Rumsfeld, Donald, 17

Sehmidt, Helmut, 31Sehwarzer, Michael, 106Seotson, John L., 72n

.........

Twain, Mark, 143

Waequant, Lo'ie, 69, 74Wilde,Osear, 135, 136n, 137,

140

Younge, Gary, 54, 66

169

- - - ......

I- -- ~

Últimos títulos

51. Miseria de la prosperidadLa religión del mercado y sus enemigos

Pascal Bruckner

52. El corazón aventureroFiguras y caprichos

Ernst Jünger

53. La segunda miradaViajeros y bárbaros en la literatura

Jean Soublin

54. Travesía liberalDel fin de la historia a la historia sin fin

Enrique Krauze

55. La tarea de pensarManuel Cruz

56. ¿Cuánta globalización podemos soportar?Rüdiger Safranski

57. DaliccionarioObjetos, mitos y símbolos de Salvador Dalí

Enric Bou

58. Esgrafiadosprecedidode Carta siciliana al hombre de la luna

Ernst Jünger

59. El cuerpo nunca mienteAliceMiller

60. Menos utopía y más libertadJuan Antonio Rivera

1

61. Verdad y veracidadUna aproximación genealógica

Bernard Williams

62. Pensar en EuropaJorge Semprún

63. PayasosEl dictador y el artista

Norman Manea

64. La era del siervoseñorLa filosofía, la publicidad y el control de la opinión

Dominique Quessada

65. Filosofía del tedioLars Svendsen

66. La prisión judíaMeditaciones intempestivas de un testigo

Jean Daniel

67. Terror y libertadPaulBerman

68. Breve historia de la paradojaLa filosofía y los laberintos de la mente

Roy Sorensen

69. La gran ilusiónDinero y poder en Hollywood

Edward Jay Epstein

70. Clima de miedoWoleSoyinka

71. El rechazo de las minoríasEnsayo sobre la geografía de la furia

ArjunAppadurai

72. Tiempos líquidosVivir en una época de incertidumbre

Zygmunt Bauman

I.l

ZVGMUNTBAUMANnacióen Poznan,Polonia,en1925. Tras la invasión nazi, su familia se refu-gióen la zonasoviéticay BAUMANse alistóenel ejército polaco, que liberaría su país juntoa las tropas soviéticas. Fue miembro del Par-tido Comunista hasta la represión antisemi-ta de 1968; la consiguiente purga le obligó aabandonar su puesto como profesor de filo-sofía y sociología en la Universidad de Varso-via. Desde entonces ha enseñado sociologíaen Israel, Estados Unidos y Canadá, y esprofesor emérito en la Universidad de Leeds(Reino Unidol. Autor de una obra abundante,en la que destacan libros fundamentales dela sociología contemporánea como MODER-NIDADY HOLOCAUSTOo MODERNIDADliQUIDA, haalcanzado en estos últimos años el reconoci-miento que merece un intelectual de su tallay trayectoria. Ha sido galardonado con el Pre-mio Amalfi de Sociología y Ciencias Sociales(1992)y el Theodor W.Adorno (1998).

La caracterización de la modernidad comoun «tiempo líquido»es uno de los mayoresaciertos de la sociología contemporánea.Laexpresión,acuñadaporZYGMUNTBAUMAN,

da cuenta con precisión del tránsito de unamodernidad «sólida» -estable, repetitiva-13una «líquida»-flexible,voluble- en la quelas estructuras sociales ya no perduran eltiempo necesario para solidificarse y nosirven como marcos de referencia para laacción humana. Pero la incertidumbre enque vivimosse debe también a otras trans-formaciones,entre las que, en el lúcidoaná-lisis de BAUMAN,se contarían la separacióndel poder y la política,el debilitamiento delos sistemas de seguridad que protegían alindividuo,o la renuncia al pensamiento yala planificación a largo plazo: el olvidosepresenta como condicióndel éxito.

Este nuevo escenario implica la fragmen-tación de las vidas, exige a los individuosque sean flexibles, que estén dispuestos acambiar de tácticas, a abandonar compro-misosy lealtades.BAUMANproponeen estevolumen un acercamiento que no buscarespuestas definitivas, como quien tanteapara ver si hace pie antes de lanzarse a unrío que, sobre todo hoy,nunca es el mismo.

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