zambrano, m. - persona y democracia. la historia sacrificial

Upload: 44315038

Post on 09-Mar-2016

7 views

Category:

Documents


0 download

DESCRIPTION

.

TRANSCRIPT

  • Mara Zambrano

    Personay democracia

    La historia sacrificial

    Ediciones Siruela

  • 1.' edicin: mayo de 19962.a edicin: enero de 2004

    F

    .

    Y P*R*TOA LA REPBLICA Eti MATERIA FEDERAL^~"

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicacinpuede ser reproducida, almacenada o t ransmit ida en manera algunani por n ingn medio, ya sea elctr ico, qumico, mecnico, pt ico,

    de grabacin o de fotocopia , sin permiso previo del editor.

    Diseo grfico: Gloria Gauger Fundacin Mara Zambrano , 1958

    Ediciones Siruela, S. A., 1996Plaza de Manuel Becerra, 15. El Pabel ln

    28028 Madrid. Tels.: 91 355 57 20 / 91 355 22 02

    Fax: 91 355 22 01s i rue l a@s i rue l a . com www. sime la.com

    Printed and made in Spain

    ndice

    Prlogo u

    Persona y democracia

    Parte ICrisis en Occidente

    1. Perplej idad ante la his tor ia . La concienciahis tr ica . El t iempo 19

    El t iempo de la his tor ia . La human izac indel t iempo 29

    La relacin con el pasado. El ir haciael futuro 32

    2. El alba de Occidente 37La manifes tac in de lo humano 41El alba humana 47

    3. La his tor ia como tragedia 53El dolo y la v c t ima 56

    4. La his tor ia como juego 61

  • Parte IILa tesis de la historia occidental: el hombre

    1. El confl icto 712. La humanizac in de la his tor ia 77

    Anhelar, esperar, querer 81Ensearse, endiosarse 89El cr imen en la historia 93Una imagen de la vida his tr ica 96La enajenacin 98

    3. El absolut ismo y la es t ruc tura sacrificialde la sociedad 105

    Const i tucin in te rna del absolutismo 107Atemporalidad y eternidad en el absolutismo 112

    Parte IIILa humanizacin de la sociedad: la democracia

    1. La humanizacin de la sociedad 1212. Individuo y sociedad 127

    Primera aparicin del individuo 130Clase e individuo 133

    Caracteres de la sociedad donde el individuoes posible 135

    Conciencia y sociedad 139Antagonismo entre sociedad e individuo 142El contrapunto de la historia 142

    3. La persona humana 145La vida humana 151

    La inversin del sacrificioLa relacin de la persona con la sociedadLa persona humana y el tiempo

    4. La democraciaIEl puebloLa demagogiaLa masaLas minorasLa funcin de la minor a y del pueblo

    en la democracia nac ien teIIIIIIV

    154160164169169172180184190

    192

    196

    201

    205

  • Prlogo

    Apareci este libro por primera vez en la isla de Puerto Rico enel ao 1958 en circunstancias bien diferentes, al parecer, de las quehoy se muestran en el mundo. Pareca entonces abierto el caminode la democracia, mas qu se entenda entonces en el mundo oc-cidental por democracia?, qu se entiende hoy, impuesto ya elsentido de la palabra democracia?

    Apareca entonces la democracia entrelazada con la idea deprogreso que de modo claro y obvio se muestra hoy como algopor lo que no hay que luchar; mas para quien esto escribe, ni enaquel momento y todava menos ahora, es claro, preciso y trans-parente el sentido real, efectivo, de esc trmino que filolgica-mente aparece tan claro. Entonces, porque acabamos de asistiral triunfo, a la victoria, de las llamadas democracias sin acabar devislumbrar, sacrilegio hubiera sido, que el sentido de la historiacomo sacrificio se revelaba una vez ms a causa de la democraciaprecisamente, de un modo ntido y claro. Hoy, en cambio, esta re-velacin no aparece, es ms obvio que nunca que la democraciasea el nico camino para que prosiga la llamada cultura de Oc-cidente y esta revelacin pone al descubierto hoy ms que antesla estructura sacrificial de la historia humana. Quien esto escri-be ha ido desde el comienzo de su vida, antes que de un modo

    11

  • consciente, a la bsqueda de una religin de rgimen no sacrifi-cial. El sacrificio se haba ya cumplido. Hoy vemos que no haarrojado los frutos del sacrificio cumplido, sino ms bien de uncliz que muy pocos estn dispuestos a aceptar.

    La crisis de Occidente ya no ha lugar apenas. No hay crisis,lo que hay ms que nunca es orfandad. Oscuros dioses han to-mado el lugar de la luminosa claridad, aquella que se presentabaofreciendo a la historia, al mundo, como el cumplimiento, el tr-mino de la historia sacrificial. Hoy no se ve ya el sacrificio: la his-toria se nos ha tornado en un lugar indiferente donde cualquieracontecimiento puede tener lugar con la misma vigencia y losmismos derechos que un Dios absoluto que no permite la ms le-ve discusin. Todo est salvado y a la par vemos que todo est des-truido o en vsperas de destruirse. Es mi sentir. Mostrarlo reque-rira superponer una meditacin entrecruzada y, especialmente,la reaparicin de la memoria perdida. Aquello, aquel monstruo,no poda volver a suceder cumplido el sacrificio, mientras hoy ve-mos que s, que es as, que no puede volver a suceder porque hoyse extiende como una llanura donde ni nostalgia ni esperanzapueden aparecer. Algo se ha ido para siempre, ahora es cuestinde volver a nacer, de que nazca de nuevo el hombre en Occiden-te en una luz pura reveladora que disipe como en un amanecerglorioso, sin nombre, lo que se ha perdido. Hay que esperar, s, oms bien, no hay que desesperar de que esto pueda suceder en es-te planeta tan chiquito, en un espacio que se mide por aos luz,que se repita elfiat lux, una fe que atraviese una de las noches msoscuras del mundo que conocemos, que vaya ms all, que el es-pritu creador aparezca inverosmilmente a su modo y porque s.Es lo nico que honestamente puede enunciar quien esto escri-

    12

    be. Y entonces, a cuento de qu viene la publicacin de este li-bro? Muy simplemente lo dir: como un testimonio, uno ms, de loque ha podido ser la historia, de lo que pudo ser, un signo de dolorporque no haya sucedido que no desvanece la gloria del ser vivode la accin creadora de la vida, aun as, en este pequeo planeta.

    De que un triunfo glorioso de la Vida en este pequeo lugar sed nuevamente.

    Mara ZambranoMadrid, julio 1987

    13

  • Personay democracia

  • Parte ICrisis en Occidente

  • rPerplejidad ante la historia.

    La conciencia histrica. El tiempo

    L.

    I''.I lener lo que se ha nombrado conciencia histrica es la ca-i , i < Irrstica del hombre de nuestros das. El hombre ha sido siem-l > i < - mi ser histrico. Mas hasta ahora, la historia la hacan sola-n i r i i U ' unos cuantos, y los dems slo la padecan. Ahora, pordiversas causas, la historia la hacemos entre todos; la sufrimos to-i lus lambin y todos hemos venido a ser sus protagonistas.

    No es la primera vez que en nuestra tradicin de pueblos occi-ilcniales la multitud entra en la historia. Ha irrumpido en todos lospe iodos de imperialismo, que lo han sido tambin de incorpora-i ion, no solamente de diferentes pueblos a un poder unitario, sinotic masas de hombres a la condicin de ciudadano. Las guerras gi-^inlescas, las condenaciones en masa, vergenza en nuestra poca,I I . H I irado, o han intensificado, este proceso de participacin en lahistoria de multitudes enteras que permanecan como al margen,pasivamente.

    I"nes el hombre puede estar en la historia de varias maneras: pa-Hiv i i i ne i i t e o en activo. Lo cual slo se realiza plenamente cuandoHC ,i-|)ta la responsabilidad o cuando se la vive moralmente.

    KM modo pasivo, todos los hombres han sido trados y llevadosy .mu arrastrados por fuerzas extraas, a las cuales se ha llamado,ii vr-s, Destino, a veces dioses -lo cual no roza siquiera la

    19

  • cuestin de la existencia de Dios. Y nada hay que degrade y hu-mille ms al ser humano que el ser movido sin saber por qu, sinsaber por quin, el ser movido desde fuera de s mismo. Tal ha su-cedido con la historia.

    Pues la primera forma de encontrarse en una realidad huma-namente es soportarla, padecerla, simplemente. Y en esta situa-cin se es, muchas veces, juguete de ella. Mas cuando el padeceruna realidad, cualquiera que sta sea, llega al extremo de lo so-portable, entonces se manifiesta, cobra la plenitud de su realidad.Se dira que para el hombre slo son visibles ciertas realidades,ms an, slo es visible la realidad en tanto que tal, despus de ha-berla padecido largamente y como en sueos; en una especie depesadilla. Ver la realidad como realidad es siempre un despertar aella. Y sucede en un instante.

    La realidad que es la historia ha sido larga, pesadamente pade-cida por la mayora de los hombres y especialmente por esos queintegran la multitud, la masa, pues le ha sido inasequible el ni-co consuelo: decidir, pensar, actuar responsablemente o, al menos,asistir con cierto grado de conciencia al proceso que los devoraba.De esta pesadilla que dura desde la noche de los tiempos, se hanquerido sacudir rebelndose. Mas rebelarse, tanto en la vida perso-nal como en la histrica, puede ser aniquilarse, hundirse en formairremediable, para que la historia vuelva a recomenzar en un pun-to ms bajo an de aquel en que se produjo la rebelin. Tal ha si-do el riesgo corrido en estos aos que estn al pasar, en nuestraCultura de Occidente. El nico modo de que tal hundimiento nose produzca es hacer extensiva la conciencia histrica, al par que seabre cauce a una sociedad digna de esta conciencia y de la personahumana de donde brota. Es decir, en traspasar un dintel jams tras-

    20

    pasado en la vida colectiva, en disponerse de verdad a crear una so-ciedad humanizada y que la historia no se comporte como una an-tigua Deidad que exige inagotable sacrificio.

    Por medio de la conciencia histrica se podr ir logrando mslentamente lo que la esperanza pide y lo que la necesidad reclama.

    Pues se trata de todo lo contrario de una Revolucin, proce-so instantneo con el cual el hombre occidental ha soado y que-rido librarse de la pesadilla histrica. Porque ha confundido elinstante del despertar con la realizacin. Y despertar de una pe-sadilla sucede en un instante, como todos sabemos por experien-cia. Aparece entonces la realidad, la verdadera, encubierta por lapesadilla en la que surge un monstruo, mscara de la realidad de-satendida. Monstruo, pesadilla, ha llegado a ser la historia paranosotros en estos ltimos tiempos; y ms, porque unos cuantoshaban ya despertado. Y hay dentro del instante un timo, o sub-instante, en que el monstruo se convierte en Esfinge. La Esfingemilenaria que se alza en el desierto, porque todava el tiempoaquel en que somos conscientes y pensamos, el tiempo sucesivo enque ejercemos la libertad, no ha comenzado a transcurrir. Notranscurrir mientras no lleguemos a entrever la realidad queacecha y gime dentro de la Esfinge. Yes siempre la misma: el hom-bre.

    Y este instante, el primero del despertar, es el ms cargado depeligro pues se pasa de sentir el peso del monstruo de la pesadillaal vaco. Es el instante de la perplejidad que antecede a la con-ciencia y la obliga a nacer. Y el de la confusin. Ya que nada azoratanto como encontrarse consigo mismo. Qu hacer ante esa ima-gen que de pronto me arroja el espejo y que tan mal se aviene conaquella que yo me he creado? Aunque slo fuese por su precisin,

    21

  • espanta. Y espanta porque est fuera; porque me mira, y la que yotengo va dentro de m y la miro yo.

    Y qu hacer con mi propio ser, cuando me sale al encuentro?Por el solo hecho de que me salga al encuentro me reclama comoun mendigo, como un condenado, al menos como un olvidado. Ytambin como un desconocido. Y lo primero que surge en mi ni-mo es una queja dirigida a m mismo: qu he hecho de m mismoque ando por ah fuera, que me he quedado aqu, fijo y paralizado?(]reo que se trata slo del pasado y entonces el sentimiento de cul-pa es inevitable y puede ser aplastante. Mas sucede que en la figuradel hombre escondida en la Esfinge hay, s, un condenado; hay tam-bin un desconocido: el condenado es el que padeci tan largo tre-cho; el desconocido es el que clama por ser; el porvenir. Pasado yporvenir se unen en este enigma. No podra suceder de otro modo,dado que el hombre se encuentra siempre as: viniendo de un pa-sado hacia un porvenir. Y de todas las condenaciones y errores delpasado slo da remedio el porvenir, si se hace que ese porvenir nosea una repeticin, reiteracin del pasado, si se hace que sea de ver-dad porvenir. Algo un tanto indito, mas necesario; algo nuevo, masque se desprende de todo lo habido. Historia verdadera, que slodesde la conciencia -mediante la perplejidad y la confusin- puedenacer. Se llegar a ella apurando todos los componentes desde eseinstante del despertar de la pesadilla, confusin, perplejidad, va-co ante el desierto por un pensamiento que avanza en el tiempo yque lo tiene en cuenta, es decir: lo contrario de una Revolucin.

    Mas, segn parece, podemos esperar que los terribles aconteci-mientos de que apenas hemos salido los occidentales, no hayanhecho sino intensificar la conciencia histrica que desde lejos sevena anunciando.

    22

    Con todos los descubrimientos extraordinarios de la fsica y delas ciencias todas, con los prodigiosos adelantos de la tcnica, lodecisivo de nuestra poca es sin duda la conciencia histrica, des-de la cual el hombre asiste a esta dimensin irremediable de suser que es la historia.

    Eso hace que la perplejidad llegue al extremo. Conciencia es yade por s perplejidad, hacerse cuestin, dudar. Si se acepta algo co-mo una fatalidad del destino o de los dioses, ms an, si ni siquie-ra se ha sentido la necesidad de pensar en ellos como explicacinde lo que nos sucede, lo soportamos simplemente, sin rebelarnos;se vive entonces resbalando sobre los acontecimientos que ms nosataen, que ni siquiera se nos presentan dibujados, ni siquiera tie-nen un rostro, una figura ante nuestros ojos. No ha lugar entoncesa la perplejidad.

    Vemos que lo que sucede de original en los das de hoy es queestamos asistiendo a la historia, a su proceso, con mayor lucidezque otras veces; que tenemos mayor y ms clara conciencia de losconflictos que as se han convertido en problemas. Hoy los con-flictos se presentan como problemas: sta es la gran novedad.

    No es decir que cada poca de la historia no haya tenido su mo-ral vigente. Ni que en los llamados acontecimientos histricos norigiera una cierta moral, o que hayan faltado alguna vez los ojos deun censor de las pblicas costumbres, ni un juicio ms o menoscrtico ante las desdichas. Todo eso lo ha habido; mas el hombreno pretenda dirigir su historia; no se haca cuestin de ella sin-tiendo que en ella se jugaba algo decisivo de su ser. Aceptar la his-toria no era una cuestin moral: no era cuestin siquiera el acep-tarla. Y no se escrutaba su sentido, como si se tratase de un dramadel cual la condicin humana es la protagonista. Y esto es justa-

    23

  • mente lo que sucede hoy en todos los que, cada da en mayor n-mero, se van sintiendo penetrados de conciencia histrica.

    Otra caracterstica de la conciencia histrica es el tener en cuen-ta, y aun el pretender abarcar, los acontecimientos todos que se re-gistran en cualquier parte del planeta: el que el hombre de hoy vi-va la historia universal en sentido horizontal; tambin, diramos, elque sintamos ligados entre s como partes de un mismo drama lossucesos ocurridos en los lugares ms alejados del pas en que vivi-mos. En cada poca, adems, un pas daba la nota dominante. Eu-ropa ha tenido siempre una cierta unidad, que se ha ido acentuan-do en forma creciente hasta justificar la definicin que Ortega yGasset dar de ella al decir: Europa es un equilibrio; lo que llevaimplcito que si deja de ser un equilibrio para ser lo contrario, noes. Y que slo puede dejar de ser un equilibrio para ser una unidad.

    El continente americano, por su parte, naci histricamentebajo el signo de la unidad; de la unidad indiferenciada, primero;de la unidad constituida, ms tarde, en lo que hace a Norteamri-ca. De una unidad de concepcin y de analoga que se desmembraen pases diferentes en Hispanoamrica. Pues Hispanoamrica esms bien -en su situacin actual- la desmembracin de una o al-gunas grandes unidades. Un fondo comn sobre el cual se dio launidad de cada pas al lograr su independencia. Hoy da estas dosmitades de ese continente forman parte del llamado mundo occi-dental. De su parte, la Unin Sovitica y algunos de los pases asi-ticos forman el mundo oriental. Independientemente de la suerteque corra la relacin entre ambos y, en consecuencia, la suerte delmundo entero, nos toca observar que jams se ha dado una situa-cin histrica tan complicada, y a la par, tan simple. Es decir: tansistemtica. El mundo hoy todo, o es un sistema, cualquiera que

    24

    I

    sea la estructura de este sistema, o un gnero de unidad tal que senecesita contar con la totalidad para resolver los problemas que encada pas se presenten. En el supuesto de que haya sucedido as enla realidad alguna vez, no se saba. Como en la vida de una perso-na, puede acaecer que algo que est sucediendo en un pas jamshabitado por ella, entre dos personas que ella no conoce, sea unsuceso que integre su destino personal; ms tarde lo sabr. Por elmomento, el enterarse de ello le deja indiferente, no se sienteafectada por tal acontecimiento lejano habido entre dos vidas des-conocidas.

    Cuando as sucede, llamamos Destino al conjunto de estas ma-nifestaciones y al gua invisible que las preside. Mas, si lo sabemosde antemano o si tenemos en la mente no importa qu aconteci-miento habido en no importa qu lugar del planeta, y an en noimporta qu momento del pasado tiene influencia en nuestras vi-das, entonces el destino deja lugar a la conciencia y al afn de com-prensin. La conciencia se ensancha, y no vivimos ya bajo el pesofiel destino, bajo su manto, sintiendo que lo desconocido nos ace-cha. Vivimos en estado de alerta, sintindonos parte de todo lo queacontece, aunque sea como minsculos actores en la trama de lahistoria y aun en la trama de la vida de todos los hombres. No es eldestino, sino simplemente comunidad -la convivencia- lo que sen-(irnos nos envuelve: sabemos que convivimos con todos los queaqu viven y aun con los que vivieron. El planeta entero es nuestra(asa.

    Convivir quiere decir sentir y saber que nuestra vida, aun en sui rayectoria personal, est abierta a la de los dems, no importa seannuestros prximos o no; quiere decir saber vivir en un medio don-de- cada acontecer tiene su repercusin, no por inteligible menos

    25

  • cierta; quiere decir saber que la vida es ella tambin en todos susestratos sistema. Que formamos parte de un sistema llamado g-nero humano, por lo pronto.

    Es la condicin esencial de la persona humana, que sentimostan cerrada. Solemos tener la imagen inmediata de nuestra perso-na como una fortaleza en cuyo interior estamos encerrados, nossentimos ser un s mismo incomunicable, hermtico, del que aveces querramos escapar o abrir a alguien: al amigo, a la personaa quien se ama, o a la comunidad. La persona vive en soledad y,por lo mismo, a mayor intensidad de vida personal, mayor es el anhe-lo de abrirse y aun de vaciarse en algo; es lo que se llama amor, seaa una persona, sea a la patria, al arte, al pensamiento. Esencial esa la soledad personal el ansia de comunicacin y aun algo ms a loque no sabramos dar nombre. Pues este recinto cerrado que pa-rece constituir la persona lo podemos pensar como lo ms vivien-te; all en el fondo ltimo de nuestra soledad reside como un pun-to, algo simple, pero solidario de todo el resto, y desde ese mismolugar nunca nos sentimos enteramente solos. Sabemos que existenotros alguien como nosotros, otros uno como nosotros. Laprdida de esta conciencia de ser anlogamente, de ser una uni-dad en un medio donde existen otras, comporta la locura.

    Pues ese punto al que referimos nuestro ser, all donde nos re-fugiamos, nuestro yo invulnerable, est en un medio donde semueve, rodeado del alma y envuelto en el cuerpo -instrumento ymuralla-. Est en un medio que es el tiempo. El tiempo medio am-biente de toda la vida.

    El tiempo nos envuelve, nos pone en comunicacin con todomedio y a la vez nos separa. Por medio del tiempo, y en l, nos co-municamos. Es propio del hombre viajar a travs del tiempo.

    26

    Cada hombre habita una zona del tiempo en el que convivepropiamente con los dems que en l viven. Convivimos en eltiempo, dentro de l. Y as sucede, que convivimos ms estrecha-mente con quienes ms alejados de nosotros viven en el espacio,viven en el mismo tiempo, que con otros ms prximos que vivenen realidad en otro tiempo; con ellos podemos entendernos, yaun sin entrar en relacin directa, actuar de acuerdo, coincidir enciertos pensamientos. Pero el tiempo es continuidad, herencia,consecuencia. Pasa sin pasar enteramente, pasa transformndose.El tiempo no tiene una estructura simple, de una sola dimensin,diramos. Pasa y queda. Al pasar se hace pasado, no desaparece. Sidesapareciese totalmente no tendramos historia. Mas, si el futurono estuviese actuando, si el futuro fuese simple no-estar todava,tampoco tendramos historia. El futuro se nos presenta primaria-mente, como lo que est al llegar. Si del pasado nos sentimos ve-nir, ms exactamente, estar viniendo, el futuro lo sentimos lle-gar, sobrevenirnos, en forma inevitable. Aunque no estemos jamsciertos de conocer el da de maana lo sentimos avanzar sobre no-sotros. Y slo en la certeza o en el temor de la muerte, dejaremosde sentirlo as. Mas entonces sentimos la muerte llegar ocupandotodo este hueco del futuro. No nos sentimos pues nunca ante elvaco del tiempo. Quiz slo en ciertas formas extremas de deses-peracin o de enajenacin total.

    El que as sintamos el futuro nos permite vivir, estar vivos; nopodramos vivir sin esta presin del futuro que viene a nuestro en-cuentro.

    Y sentimos no poder vivir tampoco cuando la presin del futu-ro es excesiva, por la inminencia de acontecimientos que nos so-brepasan. Entonces caemos en el estupor o nos sentimos aplasta-

    27

  • Idos, o aterrorizados, o simplemente inertes. Puede llegar una es-pecie de parlisis causada por un futuro demasiado lleno o impre-visible en grado sumo. Porque el vivir humanamente es, ante todo,una cierta medida en este nuestro tiempo concreto, en el de cadauno -en nuestra soledad- en el tiempo comn. Y cabe imaginar unpoco libremente que algn da pudieran medirse estas relacionestemporales, y pudiera establecerse una especie de ecuacin lmitems all de la cual la vida humana se hace humanamente imposi-ble. Cesa como vida, o bien deshumaniza.

    Existe anlogamente la medida del tiempo en la cual encon-tramos la relacin adecuada con el prjimo, en la vida personal,en la familiar, en la histrica. Pues en cada una de ellas vivimos enun tiempo diferente. La convivencia -ineludible- se verifica en uncierto modo o forma del tiempo. No es el mismo tiempo aquelen que convivimos familiarmente que aquel en que convivimos enla historia toda que nos afecta. Y no es el mismo tiempo donde seda el modo de convivencia que llamamos amistad, que el que lla-mamos amor, que el ntimo, intransferible, de nuestra soledad,donde, por momentos, estamos en comunicacin con todos lostiempos; con todas las formas de convivencia. Es el tiempo de laconvivencia social el que aqu nos interesa. Tiempo histrico sinduda, ms bien sostn del tiempo histrico, pues sentimos la his-toria a travs de ese tiempo de convivencia con nuestra sociedad,con aquella dentro de la cual estamos y nos movemos; aquella cu-yos cambios deciden nuestra vida.

    El tiempo de la historia. La humanizacin del tiempo

    Vivimos en el tiempo en modo distinto en cada una de las for-mas fundamentales de convivencia. De aqu que las actividades p-blicas y aun los modos de vida en el modo de vivir normal de cual-quier sociedad, sea una comunidad primitiva o en la ms altasociedad civilizada, sea discontinuo.

    En los modos de vida primarios de las comunidades ms ele-mentales, el tiempo sigue un ritmo marcado por las fiestas religio-sas, pues la religin abraza todos los aspectos de la vida humana ynada hay en ella que corresponda a lo que llamamos profano.Podo el tiempo, la vida entera de las gentes, est regulada, comolo sigue estando en las comunidades religiosas actuales; cuando lavida est consagrada -en los dos extremos de las religiones primi-l ivas y de las religiones cristianas, punto mximo de la humaniza-(ion religiosa- lo primero que se regula es el tiempo.

    Y toda civilizacin se inicia por un cierto ritmo marcado por eli rato de la naturaleza, por las condiciones del clima, por el modo(U- subsistencia.

    Un cierto ritmo, pues, es la base de la civilizacin, de una so-( i edad. Y hecho sorprendente, del cual no sabemos si se han saca-do todas las consecuencias, el hombre en estas formas primarias de( ivilizacin no tena tiempo propio, no gozaba el individuo deun tiempo suyo; no exista, pues, eso que hemos llamado tiempot ic la soledad. Este tiempo de la soledad es el que corresponde alhombre que se sabe y se siente individuo. Y en todas las pocas denuestra historia occidental, lo primero que ha hecho el individua-lis ta extremo, el que se ha querido retirar de la sociedad, o el quevive en ella en rebelda, es disponer de su tiempo. El que se retira

    28 29

  • del mundo por uno u otro motivo, el rebelde ante la sociedad, quese retira de ella, se retira a un tiempo propio, suyo.

    No podemos desarrollar aqu enteramente, ni enunciar siquie-ra en su complejidad, toda la estructura de los mltiples tiemposen que un hombre de hoy vive sin darse cuenta. Cada uno con unritmo diferente -lo que es ms grave, con una articulacin dife-rente en cada uno, entre pasado, presente y porvenir.

    Pero es indispensable que quede sealado para comprender to-do lo que va a seguir, especie de punto de partida en este intentode gua a travs de la situacin histrica actual.

    Actualmente, todo individuo vive un tiempo de soledad; de in-timidad ms o menos pura e intensa consigo mismo. Esto comen-z por ser privilegio de ciertas clases, de aquellos que gozaban delocio, segn dice Aristteles, al sealar las condiciones favorablespara el cultivo del saber desinteresado, de la ciencia, de la filo-sofa.

    Pues, el pensamiento est ligado, ya desde su origen, a este tiem-po de soledad del hombre-individuo, a este apartamiento legtimo,pues que el pensar sirve despus a todos, sirve umversalmente. Yesalgo que el individuo ha realizado apartndose, ganando distancia,alejndose de todo lo que le rodeaba para encontrar, en la soledad,un instante precioso que es el del pensamiento.

    Individuo humano lo ha habido siempre, mas no ha existido,no ha vivido, ni actuado como tal hasta que ha gozado de un tiem-po suyo, de un tiempo propio.

    Yes ste un progreso evidente. Comenz por ser privilegio de al-gunos el disponer de este tiempo propio, fuera de los oficios de uncargo, del trabajo propio de una clase, del modo de vida que ellocomporta. La cultura occidental ha ido progresando hacia el indi-

    30

    vidualismo, en este sentido con sus recadas y marchas atrs inevi-tables, con los riesgos de la confusin y la perplejidad y de tantassoledades sin salida, precio de la ganancia indudable. Lo que fueprivilegio y ms tarde lujo, se ha ido extendiendo. Al final delMundo Antiguo eran muchos los hombres que vivan un tiempopropio, con la soledad consiguiente, con la necesidad de pensaradjunta a la perplejidad que la soledad del individuo tiene pordote.

    Era en el momento en que grandes grupos de personas desa-rraigadas de la religin, escpticas ante los usos y costumbres here-dados, no sumergidas en su clase, ni siquiera en su patria, tenannecesidad de pensar y de saber. El momento en que la filosofa des-(ende y se hace asequible en formas tales como el estoicismo y elepicureismo.

    En ese momento, el ms crtico de esa crisis que como todasmarca un ensanchamiento de la conciencia individual, es cuandosurge la conviccin de la unidad del gnero humano, cuando sepresenta con toda evidencia el hombre como tal. Es el emperadorMarco Aurelio quien as lo dice y lo expresa en la suma del podery en el pice de la soledad del hombre, todava no cristiano.

    Apareci entonces una forma ms aguda, ms sutil de concien-< ia histrica acompaada por una congoja; el hombre tena sobres la inmensa carga de un poder universal. Pues, la conciencia vaacompaada siempre de responsabilidad; no hay conciencia sinda. Conciencia histrica es responsabilidad histrica.

    En aquel momento aparecen en la conciencia de un solo hom-l ) i e tres planos temporales de la vida humana; an faltaba otro,(|iie slo para algunos pocos, los que se haban atrevido a abrazarla le cristiana, se haba revelado.

    31

  • Era la forma de convivencia familiar, la forma de convivenciacon la sociedad a la que se perteneca, la forma de convivencia contodos los hombres en cuanto ciudadanos, en cuanto individuos. Lafamilia, la sociedad y, ya, la historia universal. Marco Aurelio pasa-ba de uno a otro plano de convivencia, de uno a otro tiempo. Ba-jo ellos, estaba su soledad de hombre-individuo que sufra perple-jidad y angustia, que haba de meditar a solas, de hablar a solasconsigo mismo, en un continuo soliloquio, como hacen todos losque no tienen derecho a decir en voz alta sus ntimas dudas. El quetiene que mandar y actuar tiene que pensar a solas consigo mismoy a solas interrogarse, a solas hacer examen de conciencia, porqueel hacerlo en voz alta ante todos les quitara seguridad, la que elhombre investido por un poder ms alto que el humano, o colo-cado por la tradicin en el poder no compartido, ejerce.

    Mas, a medida que los hombres se van sintiendo individuos, yvan teniendo tiempo de pensar, el que ejerce el poder va teniendola posibilidad, y aun la exigencia, de dudar y hablar en voz alta. Deah que todos los dspotas teman el pensamiento y la libertad, por-que el reconocer esa instancia les obliga a confesarse no a solas, si-no en voz alta, lo cual significa ser persona, actuar como personacuando se manda. Pero mandar no es algo que habr de desapa-recer, que estamos buscando desaparezca? No es se el dintel anteel cual se encuentran los regmenes polticos de Occidente.

    La relacin con el pasado. El ir hacia el futuro

    Aunque en todo momento de la historia tanto personal comocolectiva-, estemos viniendo del pasado y yendo hacia el futuro,

    puede esto suceder de diversa manera. Pues en unos modos de vi-da predomina el pasado hasta cubrir con una especie de sombrael futuro, que parece como cegado. El pasado pasa y se vive bajoeste peso; el tiempo transcurre externamente y slo es sentido co-mo monotona y casi como materia. El tiempo, lo ms fluido, sehace material, compacto. Quin no ha sentido, en ciertas horas,este extrao condensarse del tiempo?

    Nada pasa, o ms bien, es la nada lo que pasa. Oprime el pasadodejando sentir su peso ntegro y nada podemos discernir en l, na-da podemos actualizar de su unidad compacta, como si todo acon-tecimiento desdichado o venturoso hubiera sido anulado en esa es-fera inmvil.

    El futuro oprime tambin por no mostrarse y, entre el pasado yel futuro, el presente queda vaciado. Apenas es posible vivir y ni eldeseo de morir puede aparecer por falta de mpetu y de esperan-za; es simplemente la imposibilidad de vivir, de seguir viviendo.Son situaciones extremas que si rara vez, por fortuna, aparecen enla vida personal, an aparecen menos en la vida colectiva. Pocoshabrn sido los momentos histricos en que todo un pueblo, oparte de l, se habr sentido de este modo. Los sealamos justa-mente como situacin lmite que puede medir otras que se le acer-can.

    Pues hay perodos, que han durado siglos, en que un pueblo havivido bajo el pasado, arrastrando el tiempo como un manto, enocasiones glorioso, que no puede sostener. Es necesario sostenernuestro pasado, pero slo se consigue cuando se avanza hacia elfuturo, cuando se vive con vistas a l, sin dejarnos tomar de su vr-tigo. Cuando en un equilibrio dinmico conseguimos unir pasadoy futuro, en un presente vivo, como una ancha, honda pulsacin.

    32 33

  • Pues siendo el tiempo nuestro medio vital por excelencia, habra-mos de saberlo respirar como el aire. Saber respirar es la primeracondicin de saber moverse, caminar, atravesar el espacio. Losatletas han debido de saberlo siempre. Y hay una relacin entre elsaberse mover fsicamente y el saberse mover en la historia. Por al-go en Grecia los Juegos Olmpicos tuvieron carcter nacional y sa-grado al mismo tiempo, el carcter de rito de la ciudadana.

    En el modo de moverse de las multitudes, un observador avisa-do podra sorprender la situacin social de un pas. Por el ritmo ola falta de ritmo, por el modo de mover los pies, de dejarse espa-cio o de aglomerarse.

    Y es el aturdimiento que precede a las grandes catstrofes, atur-dimiento en tono menor mezclado de lasitud, y es el ritmo extraomecnico, del paso de ganso de los desfiles hitlerianos y... es fcilque cada uno revele en su memoria esas impresiones que en ella seregistran y no siempre miramos, como negativos de una fotografaque no nos atrevemos a revelar.

    Hay un ritmo, un modo de moverse que es el lempo, diramos,de la finalidad. En l no hay participacin ni pausa innecesaria. Ya un rgimen poltico se le puede juzgar por el ritmo que impri-me a todo el pueblo. No haran falta ms declaraciones sino unfilme que reprodujera el modo de andar por la calle de las gen-tes, un filme tomado a la salida de las fbricas, de las oficinas, delas diversiones, de las competiciones deportivas, de los espectcu-los, de las fiestas religiosas y civiles para saber el estado de saludde un pueblo; el grado de humanizacin de la historia que est vi-viendo. Quin sabe si desde algn planeta nos vean as, y sepande nuestra civilizacin ms que nosotros mismos? Una crisis es elmomento largo o corto, intrincado y confuso siempre, en que pa-

    34

    sado y futuro luchan entre s. Es el momento de la Historia en quela minora sincroniza menos con las multitudes. Y aun las mino-ras entre s mismas.

    No toda minora se sita de igual manera. Ante la inseguridadde los tiempos de crisis, que es propiamente lo que les caracteriza,existe una minora creadora que se adelanta abriendo el futuro: enel pensamiento, en la ciencia, en la tcnica, en la poltica, en el ar-te, en suma: en cualquier gnero de actividad creadora. Pueden es-tar a la vista o no, segn el gnero de actividad y el momento. Perohay otra clase de minoras formada por los que se retiran horrori-zados ante la confusin, y buscan su refugio en el pasado, apegn-dose a l, a un pasado, bien entendido, imaginario, pues ningnpasado nos es enteramente conocido. Y adems, sucede una cosade las que tales gentes no parecen darse cuenta: que al situarnos enuna poca pasada elegimos de ella la situacin ms ventajosa, laque mejor ira con nuestras preferencias, eliminando de ella los as-pectos negativos que en la realidad concreta tendra. Es decir, quese trata de una situacin enteramente irreal, pues de haber vividoen verdad en esa poca, que consideramos incomparablementemejor a la de ahora, no sabemos cul hubiera sido nuestro naci-miento, nuestra condicin, y aun dados por iguales a los de ahora,ignoramos por completo el destino que nos hubiera tocado apurar.Es la novelera histrica que se apodera de algunas personasdotadas para imaginar y poco dotadas para sufrir el peso real de lavida. Es la raz anmica del reaccionarismo, causa de esterilidad y deesa enfermedad que se manifiesta en un constante desdn a todolo presente.

    Este ltimo gnero de minoras desampara en verdad al puebloy vive en modo inerte, que puede tornarse en pleno resentimien-

    35

  • Ito, en una incapacidad para descubrir la belleza en la vida, en unaforma de desercin que puede llegar a la amoralidad, envuelta aveces, curiosamente, en una rgida moral.

    Moral hecha de desdenes persistentes, de negacin a ver, pen-sar, percibir; a vivir en modo ntegro. Pues nada podr dispensaral ser humano de abrazar su tiempo, su circunstancia histrica,por mucho que le repugne.

    Es la cuestin que perseguimos desde el comienzo de estas p-ginas y que constituye el centro de la meditacin vertida en este li-bro. La persecucin de una tica de la historia o de una historiaen modo tico.

    36

    El alba de Occidente

    En medio de la tregua entre las dos guerras mundiales, apare-< i un libro titulado La decadencia de Occidente, su autor, Spengler,haba descubierto que las culturas mueren, porque viven. Alcanzlal libro enorme difusin. Fue devorado ms que ledo, y lo que su-cede con ciertas obras: fue citado y aceptado ms an de lo quefue ledo. Pues hay un cierto tipo de penetracin intelectual que des-borda del conocimiento efectivo. Un ttulo a veces basta, y se con-vierte en slogan, en tpico, adquiere carcter de dogma recin des-cubierto y entra en circulacin como moneda asequible a todos;no hace falta entrar en posesin de una idea que, como monedaal uso, pasa de mano en mano y se encuentra en todos los bolsi-llos, hasta en los ms desprovistos.

    Debe de ser por una especial fascinacin que ejercen talesobras. La fascinacin de la medio-verdad; de la verdad a medias;de una chispa de verdad envuelta en algo que brilla. Algo ambiguoen suma. Y as, la influencia que ejercen no se sabe si obedece a laverdad o a la deformacin de la verdad.

    La decadencia de Occidente ejerci su fascinacin sobre la mayorpaite de quienes lo leyeron, a causa de la riqueza de su contenido,de la ilusin que proporcionaba el pasar revista, como si se trata-se de especies botnicas, a un gran nmero de Culturas, sealan-

    37

  • Ido la analoga de su estructura y su proceso; una serie de esta-ciones que marcan la curva de su ascensin y de su descenso has-ta la muerte. La tesis de este libro forma parte de esa creencia enla muerte de la Cultura Occidental que bajo diversas formas se haextendido y por eso nos referimos a l. Se podra argir que esomismo prueba que hacia ella vamos histricamente los occidenta-les; que un sentimiento de mortal desgana se vena amparandodesde haca tiempo en las minoras para ir descendiendo hasta laburguesa intelectual, mientras que las llamadas masas avanza-ban en el escenario de la historia. Que por momentos la oleada dela masa sube de nivel anegando formas de vida y estilos con esa po-tencia devoradora que la masa tiene.

    Es cierto; en La rebelin de las masas se descubre este hecho. Mascul es la verdad, la verdad de lo que est pasando? El mismo Or-tega analiz ms tarde el fenmeno de la Crisis, y la literatura acer-ca de ella no ha dejado de aumentar.

    Que estamos viviendo una crisis no parece que sea discutible. Yen una crisis algo muere. Creencias, ideas vigentes, modos de vivirque parecan inconmovibles. Grupos sociales y aun profesiones quepierden, minoras que pierden la fe en s mismas porque ya no vana seguir viviendo o lo van a tener que hacer de otra forma. Y lo pri-mero que sienten perder es la seguridad y el ancho tiempo que aella corresponde. Cviando vivimos sobre bases inconmovibles, enun cuadro que creemos fijo, el tiempo es ancho y espacioso; losdas se suceden con ritmo acompasado y creemos poder disponerde todos ellos. Se vive en una especie de presente dilatado. Se venllegar los acontecimientos y aun se puede tener la sensacin de irhacia ellos: la vida es un ir hacia adelante con esfuerzo impercep-tible o perceptible en forma de goce.

    Mientras que en la crisis no hay camino, o no se ve. No apare-ce abierto el camino, pues se ha empaado el horizonte -aconte-cimiento de los ms graves en una vida humana y que acompaaa las grandes desdichas-. Ningn suceso puede ser situado. No haypunto de mira, que es a la vez punto de referencia. Y entonces losacontecimientos vienen a nuestro encuentro, se nos echan enci-ma. El tiempo parece no transcurrir y de la quietud pantanosa,por una sacudida, por un salto llega en un instante lo peor. Se es-t a la vez vaco y aterrorizado.

    Es ms amplia, sera mucho ms amplia, la descripcin de unavida en crisis, pero deliberadamente slo tenemos de ella un as-pecto en relacin con lo que nos ocupa; con ese sentir de muerte0 ese creer en la muerte y dejndose prender de ella, extendidoentre las minoras occidentales de estos tres ltimos decenios.

    Pues ante la muerte si no estamos preparados o madurospara ella la situacin es sa: sentirla venir a nuestro encuentro, co-mo algo insoluble. Como un cuerpo sin forma que obstruye el ho-1 i/.onte; con algo fijo y que cierra el camino. De ah, esa exaspera-cin que en la vida cotidiana nace cuando alguien nos cierra elcamino, el paso de una puerta, hecho que en su madurez, y sin p i e de ello nos demos cuenta, alude a esa muerte que llega a nues-tro encuentro cuando no nos hemos madurado.

    Pues los sentires, sentimientos o impresiones tienen su fuente y su< entro de donde reciben su sentido. Slo que no lo solemos conocer,v esos centros son muy pocos en el alma humana; el amor es uno deNos, la muerte es otro. Hay ms que no es del caso ahora enumerar.Y mil impresiones y acontecimientos insignificantes desatan una im-picsin intensa porque aluden a un centro vital. Porque son, en rea-lidad, smbolos. Nuestro vivir diario est poblado de ellos. Y la in-

    38 39

  • fluencia se ejerce tambin en sentido inverso. Se ha credo en lamuerte en estos aos, en la de la Cultura de Occidente y en la muer-te sin ms, porque indudablemente algo muere en cada crisis. Yaquellos a quienes afecta esta muerte, en lugar de sobrepasarla, la ex-tienden a todo el resto. Es como si los rboles en el otoo creyeranque la naturaleza toda muere, en vez de dejar caer las hojas secas yrecogerse hacia dentro, en espera de que la savia suba en la prima-vera siguiente.

    Mas, como el hombre no es un producto de la naturaleza sim-plemente, no puede hacer esto si no lo sabe, si no lo piensa.

    Y aun mirando el panorama de la vida social, se advierten de-sapariciones y cambios observables tan slo en pocas de crisis,pues la historia es cambio. Mas, como los cambios y transforma-ciones histricas se dan a un ritmo mucho ms lento que el de lavida individual, no se constatan sino en las crisis. Lo ms terriblede estos cambios es que no se pueden situar, pues se ha perdido laperspectiva, no se pueden ver a modo de etapas inexorables o co-mo en la poca de la Ilustracin y aun en todo el siglo XIX, con sufe en el progreso, como gradas por las cuales el progreso histricose ensancha a la par que asciende.

    Es cierto, igualmente, que en estos decenios a que nos referi-mos han existido perodos de esperanza y aun diramos de pleni-tud de la esperanza, mas en modo trgico: ligada a la muerte.

    Se podra pues creer que muere nuestra cultura, especialmen-te en su ncleo occidental y ms antiguo: Europa.

    Mas podra ser todo lo contrario: un amanecer. Probemos a ve-rificar esta hiptesis.

    Los dos juntos: muerte y amanecer entremezclados son una crisis.Mas el amanecer es de mayor monta que la muerte en la histo-

    40

    ria humana, el amanecer de la condicin humana que se anunciauna y otra vez y vuelve a aparecer tras de toda derrota.

    Pues la historia toda se dira que es una especie de aurora rei-terada pero no lograda, librada al futuro.

    La manifestacin de lo humano

    Si se piensa que el hombre apareci ya con toda su humani-dad actualizada, la historia sera inexplicable. Inexplicable el he-< lio de las diversas culturas con su vida y muerte. Inexplicableque no haya podido establecerse en una forma de vida social, po-l t ica y religiosa adecuada, en la cual sobrevendran tan slo li-geras variaciones. La historia no tendra sentido si no fuera la re-velacin progresiva del hombre. Si el hombre no fuera un serescondido que ha de irse revelando. Y l mismo ha tenido un daque descubrirlo; y a partir de que el hombre descubre su huma-nidad, lo propio y exclusivo de su situacin en el mundo y aun lomantiene como una tesis, el tiempo histrico se acelera. El hu-manismo ha transformado el ritmo histrico. Slo con que vol-vamos la mirada a lo que haba antes de Grecia vemos cmo eldesarrollo de las culturas, su vida y su muerte, se dan en una du-icin ms lenta; apenas es creble que desde el inicio del pen-samiento filosfico en Tales de Mileto hayan transcurrido sola-mente veintisis siglos y veinte desde la venida de Cristo almundo. Es como si al haberse declarado la condicin humanac omo una tesis y un proyecto, el hombre hubiera entrado en unmedio ms suyo, en un tiempo ms cercano al suyo. En un tiem-po que, en cierto modo, es su creacin. Pero, tenemos que dis-

    41

  • tinguir entre la aparicin de lo propiamente humano y el huma-nismo occidental.

    No es fcil decir lo que entendemos por humano. Pues justa-mente hablamos de la historia como de un amanecer, de un pro-ceso en que el hombre se anuncia y es anunciado. Y no en modouniforme, cuando comienza a saberse. Y se ha ido sabiendo en va-rias maneras, de las cuales las ms esenciales son dos:

    Respecto a sus dioses o a su Dios. Cuando cualquiera que sea laconstelacin de lo divino que ha tenido sobre su cabeza, se ha po-dido atrever a preguntar por su suerte. Y lo que es ms: a pedir aDios razones de su destino y de su condicin; esto que sepamosocurri por vez primera y en forma excepcional en un drama delque el Antiguo Testamento nos ofrece el relato en el Libro de Job.Es el pobre hombre abatido hasta donde es posible, que grita des-de el fondo de su angustia pidiendo a Dios venga a razones con l.

    De otra parte, tenemos en Egipto el Libro de los Muertos, en elcual se transcribe el viaje o itinerario de la momia perfecta tras lamuerte. Ha de atravesar diez puertas, diez dinteles guardados porun tribunal ante el cual ha de enumerar los actos de su vida, y s-lo si han sido justos l es puro y pasa. Curiosamente, la primeraprueba consiste en pesar en una balanza el corazn de la madre ytodas las obras y palabras de la vida. La momia invoca el coraznde la madre para que no testimonie contra ella, pues de ser as es-tara ya todo perdido.

    Pero, hay un momento en que la aurora de lo humano pareceextenderse y ocupar un vasto horizonte: es el siglo VI antes de Cris-to. Budha en India, Lao-Tse en China, los Siete Sabios, y entreellos Tales de Mileto en Grecia y Pitgoras. Lazo de unin conEgipto y la India. Y no es un Dios propiamente lo que asoma, sino

    42

    un camino. Hasta en la expresin, Budha llama a su doctrina laTercera Va. Lao-Tse funda el Taosmo, tao significa camino. Ycon el planteamiento de Tales de Mileto acerca del ser de las co-sas, se abre la va, el camino, del pensamiento filosfico-cientfi-co en consecuencia en Grecia y en el Occidente. Estos caminos,por diferentes que sean, tienen en comn el ser caminos abier-tos por el hombre en la selva oscura y compacta formada por losdioses, por las cosas de la naturaleza en confusin, y aun en laoscuridad de su propia mente. Es como si se hubiese puesto enmarcha.

    Y abrir camino es la accin humana entre todas; lo propio delhombre, algo as como poner en ejercicio su ser y al par manifes-tarlo, pues el propio hombre es camino, l mismo.

    Deca Max Scheler: El hombre es un callejn sin salida de lanaturaleza, y es tambin una salida. Ms bien parece ser la salida,la nica posible, si es que de la naturaleza se parte para explicar larealidad. Cosa que revela una situacin determinada, propia deuna cierta poca en el conjunto de las explicaciones que el hom-bre ha dado de s mismo.

    Descubrir un camino, abrirlo, trazarlo, es la accin ms hu-mana porque es al mismo tiempo accin y conocimiento: deci-sin y una cierta fe que regula la esperanza en forma tal de con-vertirla en voluntad. Es pues una accin moral entre todas.

    Cualquiera que este camino sea es siempre pensamiento. Y elpensamiento que nace del equilibrio entre confianza y desconfian-za. Una accin en fin, en la que se recoge un largo pasado de ex-periencias negativas en un instante de iluminacin. En esta clari-dad instantnea como un relmpago, se hace visible una situacin,la situacin de alguien que por andar en lo errneo anda tambin

    43

  • errante. El ir y venir sin resultado, movindose siempre en el mis-mo territorio, tropezando, una y otra vez, con los mismos obstcu-los. As pueden pasarse, se han pasado, muchos siglos, hasta que unda esta experiencia se actualiza. Alguien dice as no es posible se-guir. Es el primer paso: la percepcin de lo negativo, de lo impo-sible de la situacin. Mas no slo de este momento surgir la accinque abre el camino. El camino se abre cuando se despeja el hori-zonte. El horizonte creador del espacio-tiempo. El que anda erran-te no lo tiene, por eso no tiene direccin. Y el horizonte, a su vez,no se descubre mas que por la accin de un algo, especie de focoviviente que por su lejana y su inaccesibilidad atrae y hace una es-pecie de vaco. El mundo en el que nos encontramos, perdidos enun lleno. Lleno de cosas de dioses como, segn Aristteles, ocurraen la poca de Tales de Mileto. Lleno de Dioses como estaba la In-dia en la poca en que Budha tuvo su iluminacin.

    Lleno de preceptos, lleno de ideas inclusive en una poca msavanzada, como lo encontr Descartes cuando descubri en la du-da su mtodo.

    Y esa realidad lejana, ese foco viviente, est ms all del fin detoda vida, mas atrae a la voluntad y fascina el nimo; es como unimn que seala la direccin hacia la cual el camino parte.

    Despus viene la accin especfica que delimita y discrimina; quedefine, en suma. Un mnimo de definicin es necesaria para que laaccin sea posible. Pues qu accin no es sin ms el andar mo-vindose. Hay accin tan slo cuando existe una finalidad. Mas s-lo tras de haberse sealado un fin lejano aparecen las finalidadesinmediatas. Esa lejana luz es claridad que recae sobre las circuns-tancias inmediatas y las ordena, las hace cobrar sentido.

    Y lo propio de esos caminos que se abren por una accin hu-

    44

    mana es que no evita a cada uno de los hombres el recorrerlos, an-tes lo exige. Nadie puede hacerlo por otro; y sin embargo...

    Sucede que estos caminos son los que crean una cultura. Quela cultura consiste justamente en ellos. Y as, cada uno de los hom-bres nacidos en una cultura se encuentra en un mundo diferente,ya ordenado o en vas de ordenarse, y lo que es ms prodigioso:con una cierta imagen, con una cierta idea de lo que es ser hom-bre. Con un patrn hombre que lo mide.

    Advienen entonces pocas de plenitud en las cuales se dan engrado sorprendente y en duracin corta las ms perfectas creacio-nes humanas. El ritmo histrico al par se acelera y se remansa yllega a dar la imagen de un ancho presente. A quienes lo viven lesparece ser as: piensan que han llegado a la meta y ya nada podrvenir a contradecir y a derrumbar esta situacin alcanzada. La his-toria se percibe entonces como un ancho camino en lnea recta,como sucede en la vida personal a los que han alcanzado una cier-ta posicin y se han instalado en ella.

    Mas la historia nos muestra que no le es posible al hombre ins-talarse en lugar alguno. Que apenas instalado en una de estas po-siciones que parecen definitivas, algo comienza a socavarla. Ennuestra tradicin, sin embargo, el Imperio Romano ha persistido.La vasta influencia de Roma acaso ha terminado la influencia deesta civilizacin? Si conseguimos apartarnos un tanto de nuestropresente para mirar desde un punto x hacia el futuro, nos sor-prender entrever que an vivimos los occidentales bajo la estruc-tura romana en ciertos aspectos de la vida; que an nos sostiene yquiz... nos oprime un tanto.

    Pero esto no impide que en el interior de estas unidades tem-porales, de estas culturas, sucedan cambios en diversos modos. Ro-

    45

  • ma, cuya vigencia descubrirnos hoy con vida, se eclips durante laprimera poca de la llamada Edad Media, se ha tambaleado pormomentos, se ha enriquecido con el triunfo de la Reforma pro-testante, y con el triunfo de la llamada poca Moderna. Nada enla historia, ni en la vida, permanece simplemente durando, sinotransformndose en maneras que, a veces, parecen significar la ex-tincin, la muerte. A la imagen de la lnea recta, camino en losmomentos de plenitud, se suceden otras y otros ritmos de cadasverticales, de ascensiones, rapidsimos retrocesos. Sin contar conlos terrores que invaden al hombre en una cultura peridicamen-te, motivados a veces por una fecha, como los del ao mil y en con-traste con el desenfrenado optimismo de ciertos instantes. Pues laestructura de tiempo histrico est por estudiar, como el de la vi-da humana, tanto en su ntima gnesis como en las formas ms su-perficiales que ostenta.

    Todo esto, sealado apenas su estudio, es empresa a proponer-se separadamente -dibuja ya una especie de laberinto: el laberin-to de la esperanza humana-. Pues todo lo hasta aqu dicho en es-tas pginas apunta en una direccin; seala que la historia, todaella, pudiera titularse: Historia de una esperanza en busca de suargumento.

    Y ello dara razn hasta de que la historia exista; si en el fondo dela vida humana no alentara, inagotable y vida, inexorablemente co-mo la misma vida, la esperanza, no tendramos historia ni el hom-bre se hubiera propuesto ser humano. Ha tenido que proponrseloy tenemos que seguir proponindonoslo. La esperanza no es unsimple alentar, tiene sus eclipses, sus cadas, sus exaltaciones, su mo-mentneo anegamiento, su resurreccin.

    46

    El alba humana

    Mas no sera posible que slo en Occidente el hombre alborea-se, all donde primero apareciera, apareci como una aurora, co-mo una herida, pero donde se filtre la luz a modo de sangre de laCreacin.

    El alba es la hora ms trgica que tiene el da, es el momentoen que la claridad aparece como herida que se abre en la oscuri-dad, donde todo reposa. Es despertar y promesa que puede resul-tar incumplida. Mientras que el ocaso se lleva consigo el da ya pa-sado con la melancola de lo que ya fue, mas tambin con sucertidumbre y su cumplimiento. Y el hombre jams es cumplido,su promesa excede en todo a su logro y sigue en lucha constante,como si el alba en lugar de avanzar se extendiese, se ensanchase, ysu herida se abriese ms profundamente para dejar paso a este serno acabado de nacer.

    Y como la luz del alba anuncia y profetiza la luz que saldr deella misma, que ser ella misma en su logro, el hombre se anun-cia a s mismo desde el primer momento en que aparece. Arras-tra consigo una larga cadena de sueos plasmados, unos en cria-turas vivientes, otros sin realidad an. Nace el hombre comoproducto de un largo sueo, en el que va un designio inconmen-surable.

    El sueo precede a la accin, en el hombre quizs porque sloen sueos capta primero la finalidad ms all de lo que le rodea,de lo que le aparece. Y avanza a tientas soando activamente, en-sondose.

    Padecer activamente, soar activamente, despertar una y otravez, como el da despierta todas las maanas, es el destino del

    47

  • hombre donde quiera que viva. Caera en lo grotesco, pues, decirque es una caracterstica del hombre de Occidente.

    El hombre se anuncia antes de serlo, se profetiza. Se profetizaporque es inmaduro; lo ser siempre?, o habr de llegar un daen que alcance el logro, ser aqta, en este su escenario primero. LasUtopas que reiteradamente han atravesado la historia de Occi-dente son expresiones de este ensueo, y lo que expresan es unaespecie de votos de ser y humanizar -en forma justa o desviada- ellugar en que vive, su medio. Su medio que no es slo la tierra, si-no ese otro medio del que no puede evadirse: la sociedad. Y esequehacer inexorable: la historia. Son depositaras de la voluntad,a veces exasperada y aun desesperada de que la esperanza se cum-pla. Y a veces, como en los sueos sucede, niegan aquello mismoque los hizo nacer, o enmascaran, como en sueos pasa, lo que ver-daderamente queremos.

    El error ms grave a que la humana condicin est sujeta no esequivocarse acerca de las cosas que le rodean, sino equivocarseacerca de s mismo: trastocar lo que espera o quiere, disfrazarlo oconfundirlo.

    Y mientras ms honda, apasionadamente, se es capaz de anhe-lar, querer, amar, mayor es el riesgo del error. Pues, como ha de ir-se realizando en el tiempo, a travs del tiempo, y no lo hara si no seanticipa, si no se ensoara, se encuentra con la tarea de recorrerda a da, paso a paso, aquel camino que le conduce a su finalidadvista en un relmpago, anhelada ms que vista: esperada ms queconocida. Conocer de verdad sera conocer el trmino de lo que seespera y se quiere, y situarlo en forma tal que alumbre el caminoa seguir: que haga descender desde la meta un camino.

    Conocerse sera poder ver los movimientos ms ntimos, esen-

    48

    dales y, por ello mismo, inconscientes, de nuestro ser, sorpren-dernos en ellos: poder describirlos y dirigirlos. El conocimiento delas llamadas pasiones, sin duda, forma parte de ello. Mas bajo laspasiones, otras pasiones ms fundamentales se esconden y debajode todas, la pasin de ser. La larga pasin que al hombre le exigeser, a declararse, a enunciarse, y realizarse desde tan lejos como sino fuese suya: como si fuera la prolongacin de un Dios que locreara para eso, para alcanzar ser, y logro semejante a l mismo.

    Lo inicial en la vida humana es vivir el tiempo saltuariamente.Lo inicial tambin en el sentido de lo espontneo y permanente deaquello que en toda vida acontece y que forma el estrato primerosobre el cual la conciencia trabaja a su modo: disociando, anali-y.ando, separando para ordenar, es decir: para hacer este tiempoinicial y compacto transitable. La funcin ordenadora de la con-ciencia humana es hacer asequible este tiempo inicial, en que todoest intrincado: el futuro ms lejano hacia el cual se tiende y el pa-sado que an no se ha consumido, tal como nos sucede en los sue-os en los que pasado y futuro se entremezclan en forma semejan-te a un laberinto. Es la forma elemental en que anidan en nuestraalma el pasado y la esperanza, las figuraciones en que se recuerda,o mejor, se actualiza el pasado y en que se simboliza el futuro. Aun-que, en realidad, el pasado en esta forma elemental de la vida delalma, humana, no se recuerda ni se actualiza, sino que sigue estan-do. En este sentido nada pasa; todo lo que un da fue, permanece.

    De ah que sea tan difcil que lo que se quiere -la meta a lo-grar- se presente dibujado netamente. Para ello tenemos que ais-larlo del pasado. Mas no es fcil, porque nada de lo que verdade-ramente se quiere puede ser logrado si contradice o hunde elpasado; lo mismo en la vida personal que en la histrica, nada

    49

  • puede lograrse si hunde el pasado. Y hay victorias, triunfos histri-cos que traen consigo el hundimiento de un pasado. No puedendurar, por lo menos, en aquello en que hundieron al pasado. S-lo son permanentes las victorias que salvan el pasado, que lo puri-fican y liberan. Y as en esta alba permanente del hombre, en suhistoria, la luz viene tambin del pasado, de la misma noche de lostiempos.

    El hombre se anticipa siempre, si se le mira desde el presente;si se le mira desde el futuro, arrastra consigo y aun se le ve depen-der del pasado, desde un pasado absoluto. Porque, en realidad, eltiempo fundamental del hombre, aquel de que parte y lo hace ex-plicable, es slo el futuro.

    Y este ir hacia el futuro convertido en voto ha sido lo caracte-rstico del hombre occidental. El lanzarse en forma decidida eirremediable hacia ese futuro: su vocacin. Mas como el movi-miento de la historia, de esa alba permanente, no es nada simple,ni tampoco continuo pues nada en la vida lo es se encuentra hoyante un dintel que ha de traspasar por fuerza si no quiere suici-darse.

    Segn el historiador ingls Toynbee, las Civilizaciones nacen yse afirman en un proceso en que el hombre responde, en una es-pecie de desafo, a las dificultades que le opone el medio en quevive. Hoy, al hombre occidental y al hombre todo -ya que hoy msque nunca el mundo forma un sistema le llega el desafo de smismo; de ese voto de ser, de cumplir la promesa que anunciaba;tambin de los logros, de la humanizacin conseguida. Se en-cuentra en un lugar de donde no le es posible retroceder, ni dete-nerse. Este desafo es el ms decisivo de todos, ya que le llega de smismo envuelto en el medio social. La Esfinge que hoy se le pre-

    50

    senta en el cruce de su cambio es lo social; aquella que devorabaen el desfiladero de Tebas hasta que Edipo le dio la respuesta, sim-boliza el desafo de la cultura antigua en que nace el Occidente.La respuesta era: el hombre. Era el momento en que el hombre setropezaba consigo mismo, como respuesta suprema y unitaria; elmomento de la conciencia encarnado por Scrates, que la asumiy pag en la forma sabida. Mas fue slo el primer paso, aquel queel hombre haba de dar por s mismo. Ms tarde aparecera en laplenitud de la revelacin cristiana en su infinitud, en su libertad yen su filiacin divina a travs del Dios-Hombre.

    Y en consecuencia, de las dos revelaciones, la realizada en for-ma humana por Grecia y en forma divina por Cristo, en Occiden-te el humanismo fue ensanchndose en un alba sangrienta y oscu-ra, con luz vivsima por instantes, por luz que ciega y deslumhra. Acada perodo de esplendor de esta luz, triunfo de lo humano, haseguido una cada en la oscuridad, como si nos hubisemos cega-do repitiendo el suceso de Edipo que, enceguecido quizs por suvictoria, vino a caer en el crimen del que hua. Porque hasta aho-ra, en todos los dinteles que el hombre ha atravesado en su carre-ra, un crimen le acechaba. Y el crimen ha sido hasta ahora siemprecometido; no nos hemos librado de l y slo tras l ha brotado elconocimiento. Aun el hombre que ha visto puede cometer comoEdipo el crimen de que huye, porque no ha acabado de ver. Asahora; el haber visto que estamos ante el umbral de una poca quelos adelantos de la Ciencia no nos harn traspasar si no se resuelveel enigma de lo social.

    La historia no es un simple pasar de acontecimientos, sino quetiene su argumento, porque es drama; de ah que su transcurrir nosea slo en la simple continuidad, que existan dinteles, situaciones

    51

  • lmite, en las cuales el conflicto no puede permanecer, y el con-flicto amenazador entre todos es el que proviene de una sociedadno suficientemente humanizada todava, no apta para que el hom-bre prosiga su alba inacabable. Ha sido sin duda visto, y el crimen,los crmenes, han sido ya cometidos. Es pues hora del conoci-miento.

    Lo cual implica la conversin de la historia trgica en historiatica aqu en Occidente. Cul es el origen trgico de nuestra his-toria y por qu ha sido trgico y, en consecuencia, el dintel quehemos de sobrepasar? Es la primera ineludible cuestin.

    52

    La historia como tragedia

    Pues ante la conciencia despierta la historia se revela como tra-gedia, ms an la de Occidente.

    Es caracterstico de la tragedia que el protagonista haya de ac-tuar sin saber, que en vez de saber primero y actuar despus, en laclaridad, ante las circunstancias descubiertas, se vea impulsado aobrar primeramente, pues el conocimiento que necesita se obtie-ne padeciendo, como Esquilo dijera. Hay un conocimiento in-telectual que se obtiene impasiblemente. Mas la historia no espe-ra: no esperan las circunstancias sociales, polticas, econmicas,que nos obligan a actuar, que obligan a aquellos que son los prin-cipales ejecutores de la historia, a los que estn en el poder, a losque solos o colectivamente mandan. En pocas normales, en esasen que se desarrollan las consecuencias de una reforma ya planea-da, en las que se vive de unas creencias que dan estabilidad -rela-tiva siempre- a la vida de las gentes: en las que rigen unos princi-pios reconocidos, y hasta cierto punto probados en su validez, lahistoria presenta el aspecto de una relativa transparencia; losacontecimientos pueden ser previstos, y se tiene la impresin deque nada imprevisto puede llegar; el hombre de Estado tiene algodel matemtico que desarrolla una ecuacin, que deduce unasconsecuencias, todo peligro parece conjurado. Por ejemplo, de la

    53

  • segunda mitad del siglo XVII al segundo tercio del siglo XVIII en Eu-ropa, poca de la Ilustracin, cuando a los hombres de pensa-miento, y a los que ejercan el mando, se les apareca transparen-te la estructura de la sociedad y de la vida poltica. Otro momentode este gnero es aquel en que el liberalismo pareci lograrse desdeel final del siglo XIX hasta la llegada de la primera guerra mundial.Y ms remotamente, en el perodo del Imperio Romano llamadoPax Augusta. La historia pareca haberse remansado y fluir con elritmo tranquilo de la respiracin humana; como si se sincroniza-ra, al fin, con el hombre.

    Mas no con todos, hasta ahora. Bajo esas claridades hay masas,grupos de gente que no respiran y otras que ms all de este crcu-lo mgico trazado por la civilizacin, se ahogan. Y la historia felizacaba con la irrupcin de esas gentes, de esas masas, que habanpadecido la historia sin actuar en ella, sin ser sus protagonistas. Elsaber, pues, en virtud del cual se actuaba, se revela ilusorio, o muyestrecho y limitado. Nunca hasta ahora ha habido poca alguna enlas civilizaciones que conocemos en que el saber haya sido sufi-ciente, en que el crculo de claridad en que el pensamiento se mo-va, coincidiese con la realidad.

    Cuando llega la catstrofe, entonces, slo entonces se sabe; es unsaber trgico, pues, que llega a quienes han sido capaces de padecerlcidamente.

    Hay otro aspecto en que la historia aparece como tragedia; unatragedia sin autor. Acabamos de apuntarlo, es la diferencia entreel tiempo de la vida humana individual y el tiempo histrico. Si lahistoria se comprende hacindola y soportndola lcidamente, eltiempo que esto lleva es sobremanera largo para la vida del indivi-duo, para la vida de una generacin que ha de retirarse, que de-

    saparece cuando llega al punto de entrenamiento. Si es que no hasido devorada antes por alguna de las catstrofes de las que nues-tra historia occidental es tan rica.

    Pues la vida humana se renueva por generaciones; segn Orte-ga ha mostrado, ellas son las que marcan el ritmo. Esto quiere de-cir que la historia est dirigida en modo discontinuo.

    Slo en esas pocas o momentos antes sealados, una genera-cin contina a otra en modo de no haber laguna. En las pocasen que se produce un cambio violento o una crisis, o las dos cosas,como ahora, las generaciones son consumidas y son adems por-tadoras de nuevas esperanzas y nuevas desesperaciones. No haycontinuidad. Y al no haberla, sucede que restos de generaciones yapasadas se eternicen en el poder y que su desaparicin produzcael efecto de una catstrofe, porque no hay otra preparada y las quellegan, separadas como estn de las que an mandan, no puedencontinuarlas. Estas generaciones ms jvenes no han recibido laherencia de la inmediata anterior desaparecida, viven en una si-tuacin un tanto extraa, extranjera. Se encuentran ante una rea-lidad a la que no se han aproximado por sus pasos contados...

    Mas, en verdad, la raz trgica de la historia de Occidente esmucho ms honda. Parece ser simplemente que el hombre occi-dental a partir de Roma ha cifrado su ser en la historia, ha credoen ella, no solamente la ha hecho como les ha sucedido a todos loshombres habidos y por haber, sino que ha querido hacerla. Y lo haquerido absolutamente. Es este absoluto el que hay que despejar odisolver para que nuestra historia, inevitablemente dramtica co-mo historia que es, deje de ser trgica; pues la tragedia desapare-ce cuando se ha sabido trazar un lmite al mpetu, al entusiasmo,a la voluntad. Nada en demasa, deca el orculo de Belfos, don-

    54 55

  • de no por azar iban a consultar los hombres de la democracia ate-niense. A nosotros los occidentales todos, ms an, a los de Euro-pa, habra de decirles: nada en demasa, ni aun el afn de hacerhistoria.

    El dolo y la vctima

    La contextura trgica de la historia habida hasta ahora provie-ne de que en toda sociedad, familia incluida, aun en la peculiarsociedad formada por dos que se aman, haya siempre como leyque slo en ciertos niveles humanos no rige, un dolo y una vcti-ma. Lo que equivale a decir que el dintel de la historia ante elcual el hombre ha retrocedido una y otra vez sin acertar a traspa-sarlo, sea ste: que all donde nos agrupemos -y no podemos vi-vir sin agruparnos- deje de existir un dolo y una vctima; que lasociedad en todas sus formas pierda su constitucin idoltrica;que lleguemos a amar, creer y obedecer sin idolatra; que la so-ciedad cese de regirse por las leyes del sacrificio o, ms bien, porun sacrificio sin ley.

    dolo es lo que exige ser adorado o recibe adoracin, es decir, ab-soluta entrega; absoluta, mientras dura, dolo es lo que se alimentade esa adoracin o entrega sin medida y una vez que le falta, cae. Esuna imagen desviada de lo divino, una usurpacin. Toda personaconvertida en dolo aun a pesar suyo, vive en estado de fraude. Re-sulta extrao que hasta ahora slo en algunos claros de la historia sehaya vivido libre de esta tirana.

    Acaso los hombres huyen de la libertad tanto como la buscan?No hay palacio renacentista, ni castillo medieval, que no tenga la

    56

    prisin bajo sus salones. Pero el contraste an es mayor en ciertaspocas, especialmente iluminadas de humanismo y embriagadasde alegra de vivir. Separada por un estrecho canal y unida por unpuente est la prisin de Venecia del palacio del Dogo; a la celdadel condenado llegaba el esplendor de las luces y aun el rumor devoces y risas; la misma prisin es palacio, slo que su interior esmazmorra. Las carrozas de la nobleza francesa atravesaban calle-jones enfangados para llegar al resplandeciente palacio; no erandos ciudades la del esplendor y la de la miseria sino una sola. Yaqullos hundidos en la miseria se sintieron fascinados por el es-plendor y adoraron al dolo, al Rey Sol, pues la vctima por untiempo acepta su condicin. La revolucin se impone entonces; eldolo pasa a ser la vctima. Y se le hace morir como dolo, a la vis-ta de todos; todo rgimen absolutista ha sentido la necesidad o hatenido que ceder a la exigencia de las vctimas que pedan el sa-crificio de un dolo, como en Espaa en tiempos de Felipe IV y dedon Rodrigo de Caldern. Siglos antes cumpli este triste oficio donAlvaro de Luna. Salvaron la Monarqua.

    El dolo sacrificado, hecho vctima, restablece por un momentola igualdad. El nivel se iguala y la vctima participa del dolo al ver-le rebajado hasta su condicin, del modo que considera ms cruelporque es repentino. Muere en un instante mientras ella muereda a da. Y el dolo conoce un momento de paz suprema al versesacrificado; participa tambin de la condicin de la vctima, sientehaber pagado la idolatra sobre la que vivi encumbrado, se sien-te restituido a la condicin humana.

    Pues todo ha sucedido en nuestra historia como si la condicinhumana hubiera de ser conquistada. Lo cual se ha hecho con en-tusiasmo en algunos momentos, por resentimiento en otros, y siem-

    57

  • pre porque la condicin humana, el vivir humanamente, no es elu-dible.

    Es como si el hombre hiciera todo lo posible por no vivir hu-manamente, y slo a la fuerza, bajo la necesidad y en el ltimo ex-tremo, tuviera que aceptar el serlo. Y as necesita convertir el doloen vctima y sentirse vctima encumbrada a la condicin de dolo.

    En la Revolucin francesa es donde con claridad perfecta, derepresentacin teatral, aparece esta mecnica que hasta ahora engrado mayor o menor ha regido la sociedad, toda sociedad o agru-pacin humana. Y la cuestin se formula una y otra vez: corres-ponde esta mecnica social a una civilizacin cristiana?

    En el misterio central del cristianismo la historia de Cristo Diosy vctima coinciden, son el mismo; es Dios que se hace vctima. Laaceptacin de tal misterio hubiese debido librarnos de la adora-cin del dolo y de su sombra; la necesidad de que exista siempreun condenado.

    No hay personaje histrico que no se vea obligado a llevar unamscara. Reciente, apenas pasada, est en nuestros ojos la visinde las ltimas, de las que esperamos sean las ltimas.

    Y no hay mscaras, personaje enmascarado, que no desate undelirio de persecucin. Podra preverse el nmero de vctimasque a un cierto rgimen corresponde, mirando tan slo la ms-cara que lo representa. A mayor potencia de representacin, ma-yor el nmero de las vctimas. Y no es necesario que las vctimassean hechas por decreto cruel, por delirio persecutorio. Napo-len no padeci de esta crueldad; sin embargo, llev la desola-cin con su paso: no era su designio; su finalidad verdaderamen-te histrica era anticipada -la unidad de Europa-. Mas cay en serpersonaje histrico, en enmascararse; acept la condicin de dolo.

    58

    La historia trgica se mueve a travs de personajes que son ms-caras, que han de aceptar la mscara para actuar en ella como ha-can los actores en la tragedia potica. El espectculo del mundoen estos ltimos tiempos deja ver, por la sola visin de mscarasque no necesitan ser nombradas, la textura extremadamente tr-gica de nuestra poca. Estamos, sin duda, en el dintel, lmite msall del cual la tragedia no puede mantenerse. La historia ha dedejar de ser representacin, figuracin hecha por mscaras, parair entrando en una fase humana, en la fase de historia hecha tanslo por necesidad, sin dolo y sin vctima, segn el ritmo de la res-piracin.

    En las culturas primitivas las acciones histricas se danzan y semiman. Dionisos es tambin el dios de la historia. La historia ha si-do representacin trgica, pues slo bajo mscara el crimen pue-de ser ejecutado. El crimen ritual que la historia justifica. El hom-bre que no mata en su vida privada, es capaz de hacerlo por raznde Estado, por una guerra, por una revolucin, sin sentirse nicreerse criminal. Es, sin duda, un misterio no esclarecido, peronos pone en la pista de esclarecerlo el sorprender este carcter dela historia hecha hasta ahora, salvo en raros momentos -especiesde claros en esta tormenta perenne- a modo de una representa-cin en la que algunos embriagados juegan un papel semidivino.Una especie de hybris posee a quienes intervienen en ella, sintin-dose elegidos, elevados por ello a un rango superior al humano,desde el cual no han de dar cuentas a nadie o en ltimo trminoslo a Dios, en una especial nica intimidad, como han credociertos protagonistas del absolutismo europeo, olvidando la limi-tacin de ser persona humana, olvidando lo humano de la perso-na, desdeando la suprema grandeza del hombre que no estriba

    59

  • en funcin alguna sino en ser enteramente persona, y as se hanjugado el ser persona a la carta del personaje que les ha tocado re-presentar.

    Pues la diferencia est en que el personaje, por muy histricoque sea, lo representamos, mientras que persona, lo somos.

    Mas, aunque lenta y trabajosamente, se ha ido abriendo pasoesta revelacin de la persona humana, de que constituye no sloel valor ms alto, sino la finalidad de la historia misma. De que elda venturoso en que todos los hombres hayan llegado a vivir ple-namente como personas, en una sociedad que sea su receptculo,su medio adecuado, el hombre habr encontrado su casa, su lu-gar natural en el universo.

    60

    La historia como juego

    Mas la historia, si es tragedia, tiene un aspecto que pertenece ala misma tragedia, que es el juego. Aunque sorprende a primeravista, la historia ms seria se ha hecho a ratos, jugando. Juego y se-riedad no son cosas incompatibles. Los nios, que pasaran su tiem-po jugando si se les permitiera, que espontneamente creen quesu vida consiste en jugar, son perfectamente serios; slo las gentesmaduras son verdaderamente frivolas o, ms bien, los reacios a ma-durar, escpticos y como vaciados de s mismos.

    El nio est lleno de s mismo y por eso experimenta tanta difi-cultad en seguir una ocupacin, un estudio serio. Pasa del juegoal ensimismamiento, cae en estos vacos en que aparece como em-bobado, en que lo llaman y no contesta; en que se esconde o se ale-ja en el ltimo rincn de la casa en donde deja o dejara pasar lashoras muertas sin atender a nada, ausente, extrao ms que ensueos. Es cuando aparece ms nio, ms desamparado, ms ajenoal mundo de los mayores, como un enigma del destino. Criaturapotica indescifrable. En qu est pensando? Lo sabe l mismo?No puede saberlo porque no est pensando; est sintiendo tan s-lo, sintindose a s mismo, como si una criatura de ensueo tuvie-ra un interior, donde se siente; como si una obra de arte, una cria-tura inventada, que se sintiese y se doliese sin rebelarse ante su autor,

    61

  • le acusara mundanamente de haberle sacado de su existencia. Alborde de caer en el resentimiento por el solo hecho de existir. Oest encantado por lo mismo, por ser simplemente y sentirse vivo.Porque la vida para los humanos es antes que nada un encanto, ungoce y un estar prisionero. Vivir, al menos humanamente, es tran-sitar, estarse yendo hacia... siempre ms all. Y como una vez y otravez recaemos aqu, como no ms partir, volvemos, nos sentimos untanto melanclicos, como fijados inexplicablemente en un punto,nos parece que nos retienen a la fuerza. De ah al sentimiento desujecin no hay ms que un paso.

    El nio se siente sujeto por sus padres, por la escuela, hastapor sus compaeros de juego, hasta por las paredes de su cuartoy por el jardn en que juega, por el pueblo en que vive, aunquesea al modo mediterrneo, siempre en la calle. Pues cuando nojuega se da cuenta de que est siempre all, siempre en el mis-mo punto, y cae en la melancola. Este nio tiene que entrete-nerse, dicen los mayores atentos. Ynada le entretiene cuando noest volcado apasionadamente en algn juego, cuando no hayjuego suyo, inventado o enseado por otros, en el cual se est ju-gando algo.

    Pues as se vuelca de su ensimismamiento. El hombre es espon-tneamente una criatura ensimismada, pues hasta lo que le rodealo siente parte de s o de su crcel, lugar fijo. Originariamente, vi-vir es transitar, irse yendo hacia otra cosa. Constitutivamente la vidacorre y aun se escapa hacia una finalidad. Basta no encontrarlatanto como es preciso, o fatigarse de ella para recaer y sentirsesiempre aqu, fijo, sometido a sujecin.

    Juego no es entretenimiento: slo los mayores, frivolos, vacia-dos de s mismos, necesitan entretenerse, es decir: hacer que ha-

    62

    cen, hacer sin pasin ni finalidad. Es la esterilidad que constituyeel fondo de los frivolos.

    Y los juegos apasionados, estos juegos en los que el nio se vuel-ca de s mismo, son juegos que tienen una historia o son historias in-ventadas por ellos. Pueden ser un deporte, o uno de esos juegos quevienen de la noche de los tiempos, pero son vividos como historia.

    El mundo de los nios es opaco a los mayores porque est lle-no de historias, de oscuras, mgicas, poticas historias que ellos nopueden contar porque las viven. Y en lo que tenemos de nio vivi-mos nuestras historias. Se dira que todas las historias lo son de ni-os, por eso todo protagonista de novela, por grandes que sean suserrores, enternece: porque sin darnos cuenta nos remueven nues-tra infancia, aunque la historia tenga un argumento que no co-rresponda en nada a la niez.

    Al hombre maduro, a la persona lograda, colmada de expe-riencia, apenas nada le puede suceder, ninguna historia brota deella, no teje historias, no las engendra; caen sobre ella las desdi-chas como cosa que viene de la naturaleza o de la ignorancia ymaldad ajena, y ella inmediatamente las disuelve o anula. Es ex-irao, y creo que poco observado, el que las personas que gozande eso que se llama sabidura reducen la historia, la disuelven, yen ocasiones, hasta llegan a anularla. Esa parece haber sido siem-pre su funcin en las comunidades donde habitan; se va a elloscon el cuento de aquello que pasa para que lo reduzcan a razn,para que hagan que no siga pasando, o que sea como si hubierapasado. El sabio a estilo antiguo ha tenido la funcin no declara-da de neutralizar las historias.

    Y cuando sobre la persona madura, el sabio, llueven los hono-res, las dichas, los acepta al modo como la lluvia es recibida en un

    63

  • lago en calma, fundindose con ella, aumentando su caudal enforma casi invisible. Neutralizan la gloria al recibirla, como neu-tralizan la desdicha o la injusticia o el agravio. Y de ellos no surgenhistorias, como si ya todo les hubiera pasado, o todo hubiera pa-sado por ellos.

    Cuando uno de estos sabios ha ocupado el ms alto poder en elcrculo en que ha vivido, ha tenido como honor que bajo su reina-do hayan pasado las menos cosas posibles, como Augusto, comoMarco Aurelio, como Adriano. Se han dedicado diligentemente allevar a su trmino aquellas cuestiones blicas que estaban pendien-tes, han realizado las reformas polticas, sociales, necesarias para es-tablecer una especie de calma, de tiempo ahistrico, o lo menos his-trico posible, como si hubieran considerado en el fondo de susnimos que la historia, sus hazaas, sus glorias, eran un impedimen-to a la verdadera vida. Como si los quehaceres histricos fueran algonecesario, inevitable, pero limitado. Y que hubiera algo ms hondo,la vida humana, que con su quehacer hubieran dejado despejado.La tentacin de absolutismo debi de ser en ellos muy grande, y muycomprensible la ilusin de haber legado al mundo una paz perpe-tua, un orden, un mundo calmo donde cada cual se entregara a vi-vir humanamente, mas al modo de los astros: en un orden como elde las constelaciones. De haber fijado al fin una rbita; un orbe.

    En los dos polos de la vida humana: el del nio y el de la per-sona lograda, aparece una relacin inversa: al nio, al que nadapasa, que no tiene ningn quehacer, le estn pasando siempre co-sas, est viviendo sus historias, incomunicables historias que todasu vida ir padeciendo, disolviendo, que gravitarn sobre l aun-que las olvide; al maduro, a quien tantas cosas le pasan a veces,no pasa ya en verdad apenas nada.

    64

    Entre los dos polos se desarrollan las edades en que el entu-siasmo por la historia es ms peligroso y decisivo; las edades en quela historia y las historias son representacin, pues hay una ciertaduplicidad.

    El adolescente representa sus historias reales o inventadas. Lasreales se tien de invento, mientras que en el nio es casi todo, otodo, inventado, aunque vivido de verdad. El adolescente inventasobre algo para esconderlo, pues no tiene an la entereza de darla cara a la verdad, a la simple, escueta verdad; cosa de la personaya formada. Se debate entre realidad y ficcin; entre realidad quevive ocultamente, pues aunque de ella no haya de avergonzarse lacree vulnerable. Cree nico lo que le sucede, se avergenza un po-co de vivir; es la edad en que se desarrolla ms el sentido de la cul-pabilidad, de la falta original por entrar a vivir, o ms bien por sa-lirse de la niez a la que considera con horror. Ahora ya, va a viviren serio, a hacer cosas de verdad, y no como los juegos de la in-fancia que eran cosa tonta sin consecuencias, lo que equivale a te-ner historia de verdad, historia que deja huella indeleble. De ah,el connatural herosmo de la adolescencia, el que en modo rectoo desviado todo adolescente quiera ser hroe y para ello, si no en-cuentra cosa mejor, hasta se libre a una mortal aventura. Quierehacer cosas reales, vido de realidad para salir de una vez de lairrealidad de la infancia, de la que sale sintindose engaado portodo lo que le han hecho hacer los mayores, como si de los mayo-res dependiese tan slo que todo lo que ellos hicieron y todo loque les pas no sea real, no sea credo ni creble; no cuente. Aho-ra, s, han de hacer algo que cuente.

    Tienen una actitud agresiva de acometividad, esencialmenteemprendedores se han decidido a romper el cerco del aqu y del

    65

  • ahora, a salir de la crcel; a irrumpir. A hacer algo nunca visto,ni nunca hecho, a hacer algo nuevo.

    Es el momento en que lo que cuenta es ser sujeto de la propia vi-da en favor de su historia real, correr al encuentro del destino cuan-do en l se cree. Ycuando no, al encuentro de su propia vida; es ca-racterstico del adolescente y del joven salir al encuentro de lo queama, cree o espera; el no poder retenerse. Mientras que el nio y elmaduro estn como inermes, pasivos ante el destino; todo les ha deser dado, les ha de llegar; al nio porque se lo merece -piensa- yporque es inevitable; al maduro porque sera don del cielo, premioo justicia que compensa, por haberlo ganado.

    El joven parte a la conquista, al encuentro. Es pues propio dejvenes el engendrar historias, historia.

    Mas cmo lo hacen? Todava jugando, quizs slo jugando setenga el valor para hacer historia. La reflexin la retiene, si no laneutraliza ya en su comienzo, la frena. La intervencin de los ma-duros en la vida pblica es frenar la historia desatada por los jve-nes. Es raro el caso de una persona madura que en el poder per-sista individuo o grupo dominante en desatar nuevas fases de lahistoria, persista en ser joven.

    Es bueno que suceda as?No sera la idea ms perfecta, ms equilibrada, aquella hecha

    por el juego de las tres edades? Y no sera el hombre, o el grupode hombres especialmente dotados para dirigirla, quienes supie-ran integrar en su actuacin los tres modos de actuar: el del ensi-mismamiento del nio, el de la acometividad del joven y esa sere-nidad, ese poder de regulacin del hombre maduro dado a lajusticia, capaz de neutralizar las demasas de la historia?

    Y si es tan difcil que esto se d, es por varias causas, mas una es

    66

    que en nuestra civilizacin todava no poseemos un itinerario n-tegro, verdadero, de la persona humana, una especie de Etica enmarcha, que sea itinerario del ser persona por medio de la histo-ria, otro aspecto del dintel ante el que estamos colocados.

    67

  • Parte IILa tesis de la historia occidental: el hombre

  • 1El conflicto

    Que en todas las historias humanas exista dolor no parece ne-cesario sea demostrado. Que todas ellas estn sembradas de con-flictos puede ser fcilmente imaginado. Mas, en la historia occi-dental, desde sus orgenes, los conflictos todos giran en torno auno, al que se reducen y refieren: el conflicto del hombre. Sin du-da alguna que tal conflicto no ha dejado de estar latente all don-de una criatura humana habite el planeta. Mas, nunca, nos pare-ce, ha sido puesto de manifiesto, evidenciado como en la tradicinoccidental.

    Lo encontramos declarado al mximo y en modo indepen-diente en las dos tradiciones que vienen a fundirse con el triunfodel cristianismo: la del Antiguo Testamento y la griega.

    El Antiguo Testamento ofrece un Dios revelado que habla ydice Soy el que Es, creador y autor, creador del mundo de larealidad toda y autor del hombre a su imagen y semejanza yen este libro se encuentra tambin la revelacin del hombre almodo humano: en la queja, en la desesperacin que clama y de-nuncia la condicin humana. Pues Job se queja de lo que todohombre podra quejarse, de lo que todos se han quejado algunavez desde el fondo de su corazn; de las tres condiciones que de-limitan la condicin humana: nacer oscuramente, haber de mo-

    71

  • rrir, soportar mientras dura esta vida pasajera, la injusticia. Jobhace explcita, lleva a la conciencia, esta queja y se atreve a pedira Jehov que venga con l a razones: demanda una explicacin.Y la obtiene: Jehov le ha creado, le ha dado el ser. Y este ser esdiferente del Dios-Autor, pero es ser. Existir es lo que aplaca ladesesperacin de Job, es el punto de partida para la aceptacinde la condicin humana -tan miserable ser, existir-. La existen-cia humana quedaba proclamada a costa, es verdad, de la mise-ria; y ms que de la miseria, del reconocimiento de ser criaturacreada.

    En Grecia alcanza plenitud potica la Tragedia, en tal modoque despus este gnero literario no ha vuelto a alcanzar su ple-nitud. Asunto extrao y revelador. Una conciencia potica, pues,recoge los varios conflictos de la condicin humana. En PrometeoEncadenado aparece el origen de la civilizacin, el fuego, las ar-tes, en un robo a los Dioses que perdonan difcilmente. Y sloun secreto escondido a Zeus por Ocano le har aplacarse de suira. El hombre, pues, comienza siendo deudor tambin aqu, node su ser, que an no sabe tener, sino de su elemental forma devida.

    Hay un protagonista trgico entre todos, un hombre, Edipo, enquien se concentra la desdicha de la condicin humana; pues esculpable siendo inocente; comete el peor de los delitos habiendohuido de ello, porque no sabe quin es. Si Edipo hubiese podidoreconocer a sus padres y a su madre, no hubiese matado aqul yesposado aqulla. Habra descifrado el enigma propuesto por laEsfinge. Irnicamente la contestacin era: el hombre. Mas des-pus de haberlo acertado no saba qu era el hombre, ni quin eral, este hombre, Edipo. El conflicto de ser hombre queda pues

    planteado no en trminos de existir de ser o no ser, sino en tr-minos de conocimiento.

    Y en trminos de culpa, pues si Edipo no hubiera llevado en susentraas la posibilidad del crimen, o si lo hubiera arrojado de s,al no matar a ningn hombre, no hubiera matado tampoco a supadre. La solucin hay que buscarla en el conocimiento y en lamoral. Moral que tendra que llegar hasta las mismas entraasdonde se genera el crimen.

    Mas este conocimiento es de los que se adquieren segn la ex-presin de un trgico griego padeciendo. Pues no es posible re-troceder al no-ser, no le es posible al hombre sustraerse a la Nme-sis. La Nmesis, diramos nosotros, de ser. Y ser sujeto de engao,de culpa, desdichas, indigencias en las que reside sin embargo lopropio del hombre, ya que ningn otro ser viviente las padece enesta forma.

    ste es el esquema, el trgico or