xix domingo ordinario ciclo a

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Ciclo A

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Spiritual


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Ciclo A

La primera escena con la que comienza hoy el evangelio es la siguiente: “Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente”.

Es el final de aquel milagro maravilloso por el que multiplicó aquellos pocos panes y peces para dar en abundancia alimento a una gran multitud.

Lo narran los cuatro evangelistas; pero el evangelista san Juan nos da la razón de este gesto severo de Jesús hacia los apóstoles. Jesús se ponía severo cuando era suscitada una tentación. Así con el demonio en el desierto; mucho más con san Pedro,

cuando quería impedir que Jesús, como Mesías, fuese a la muerte.

Ellos simplemente buscaban su comodidad: Si Jesús les daba tan fácilmente la comida, mejor lo haría siendo el rey. Por eso de una manera sencilla nos dice el evangelista que «les despidió». Pero otra cosa eran los apóstoles: Ya deberían saber que Jesús no buscaba honores mundanos sino sólo la gloria de Dios y la fraternidad humana.

San Juan nos aclara que la gente “quería hacerle rey”. Pero Jesús no va contra la «gente».

Ahora seguro que los apóstoles estaban envalentonados: Si le hacían rey a Jesús, ellos serían los ministros de ese reino. Varias veces así lo mostraron. Y ahora comenzaron a ser tentadores para Jesús. Quizá comenzaron a exaltar a la gente. Y Jesús tuvo que realizar un gesto severo contra la tentación.

Por eso tuvo que apremiarles para que se fueran con la barca a la otra orilla. Más tarde se verían.

Continúa el evangelio diciendo: «Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo». Jesús había hecho una gran obra de misericordia con aquella multitud que le había seguido todo aquel día, había vencido, hasta con severidad, aquella tentación de buscar la gloria mundana y su espíritu le impulsaba el estar a solas con su Padre celestial para ofrecerle todo y buscar aliento y paz.

Es una gran enseñanza para nosotros. Hasta para las cosas espirituales creemos que nos bastamos solos y acudimos poco a Dios Padre para que nos siga ayudando para cumplir nuestra misión, que es hacer la voluntad de Dios. Pero necesitamos ratos de oración para conocerla bien.

En nuestra vida tenemos muchas dificultades, a veces materiales y otras muchas espirituales. Debemos aprender a acudir, como Jesús, a la oración.

Buscar momentos de reposo con Dios Padre para encontrar la paz necesaria. Y poder decirle a Jesús:

Automático

para orar juntos en tu nombre.

y en profundo silencio descubrirte, Señor.

Proclamar que estás entre

nosotros

Jesús aquí estamos

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Y continúa el evangelio:

Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario.De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida: "¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!" Pedro le contestó: "Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua." Él le dijo: "Ven." Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: "Señor, sálvame." En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: "¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?" En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él, diciendo: "Realmente eres Hijo de Dios."

En esa noche se van a dar unos hechos milagrosos de Jesús, pero que quieren ser una gran lección para los apóstoles. Muchas veces Jesús daba lecciones por medio de parábolas. Hoy se la va a dar a los apóstoles por una especie de parábola viviente: Ellos tienen una gran tormenta en su alma, porque podrían haber declarado rey a Jesús y Él no lo ha querido. Ahora van a sentir otra tormenta: en el mar.

San Pedro se cree que con sola la presencia de Jesús externa ya pueden hacer lo que les parezca, hasta caminar por encima del mar. Es necesaria otra presencia íntima; «Tener sus mismos sentimientos» que diría san Pablo. San Pedro todavía está demasiado atado a las preocupaciones materiales y ve que flaquea y comienza a hundirse.

Pero gritó: “Señor, sálvame”. Este es el gran ejemplo para nuestra vida. Habrá momentos en que todo parece que se hunde y aun las cosas que creemos haber hecho para la gloria de Dios. En esos momentos tengamos al menos la suficiente fe como para clamar a Dios: “Sálvame”. Y en verdad que sentiremos la mano amorosa de Jesús que como a Pedro nos levanta.

Quizá oigamos también, como lo oyó Pedro, la voz cariñosa que nos advierte: “¿Por qué has dudado?”.

Habrá momentos en nuestra vida que parece como que todo se viene abajo. Esto pasa sobre todo cuando se pone toda la ilusión en algo material, aunque esté unido con lo religioso. Entonces tenemos que gritar como san Pedro o la mujer cananea: “Señor, sálvame”. Seguro que encontraremos la paz.

A través de los comentaristas más antiguos este pasaje es símbolo de lo que pasa en la Iglesia. Quizá san Mateo lo escribía pensando ya en lo que pasaba en su comunidad cristiana. A través de la historia ha tenido y tiene la Iglesia muchas dificultades que provienen desde el interior y del exterior de ella. Ha habido muchos escritores que han creído que esa barca eclesial estaba ya a pique. Pero desconocían la fuerza de la presencia de Jesús en ella.

No es sólo una presencia simbólica y externa, como puede ser representada en la jerarquía, que puede fallar o la pueden hacer desaparecer por cierto tiempo, sino es una presencia real, positiva, que a veces se deja sentir en medio de una gran tormenta o que a veces se presenta en ella y en cada uno de nosotros de una manera suave como la brisa.

Hay veces que no vemos los enemigos espirituales que tenemos o que tiene la Iglesia porque no estamos metidos en la onda de Dios. Algo así como san Pedro que desde la barca no veía tan claros los peligros como estando sobre el mar. Cuando queremos ser buenos de verdad, vamos encontrando los enemigos que quizá están dentro de nosotros, los enemigos del alma que nos quieren arrebatar la gracia.

Cuando se estudia la historia, a veces se la ve demasiado zarandeada por las olas, externas e internas. Si fuese por nosotros, ya hace rato se hubiera hundido; pero va guiada por el mejor capitán, que es Jesucristo.

Automático

Y en ese barco es Jesús el capitán.

Los marineros que en ese barco van son hombres redimidos por ese capitán.

Los marineros que en ese barco van son hombres redimidos por ese

capitán.

Y en ese barco es Jesús el capitán.

Las tempestades que puedan azotar son siempre dominadas por ese capitán.

son siempre

domi-nadas

por ese capitán.

Las tempestades que puedan azotar

Hacer CLICK

A veces algunos de nosotros nos queremos arrogar el papel de ser capitán de este barco, sin darnos cuenta que Jesús es el verdadero capitán. Está siempre con nosotros. Y está especialmente en la Sagrada Eucaristía. Debemos dejarle que nos conduzca.

El Señor, que es Dios de paz y de bondad siempre nos escucha porque “está más íntimo que nuestra propia intimidad”. No es un dios de ira sino el Dios de bondad.

Hoy en la primera lectura Dios

quiere dar una gran lección al profeta Elías,

cuando va huyendo porque está amenazado

de muerte.

El profeta Elías era como el guerrero de Dios. Él creía que la religión consistía en matar a todo el que fuese contra Dios. Hasta que un día Dios le enseñó que Dios, más que grandeza y poder, es sobre todo paz y bondad. Elías aprendió que Dios es, sobre todo, quien tiene compasión de nosotros. Dice así la 1ª lectura:

1Reyes 19,9a.11-13a

En aquellos días, cuando Elías llegó al Horeb, el monte de Dios, se metió en una cueva donde

pasó la noche. El Señor le dijo: "Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a

pasar!" Vino un huracán tan violento que descuajaba los montes y hacía trizas las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, vino un terremoto;

pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, vino un fuego; pero el

Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en

pie a la entrada de la cueva.

La verdadera imagen de Dios no es el viento impetuoso, ni el terremoto ni el fuego abrasador; sino es más bien el susurro de la paz y del amor. Cuando Elías estaba en el triunfo humano, los ojos podían estar cegados y la mente aprisionada por lo hecho.

Ahora perseguido

siente la cercanía de Dios, que es intimidad y

silencio, es paz y amor.

Jesús está presente de muchas maneras; pero está sobre todo en la Eucaristía. No está con gran poder y majestad, sino con sencillez, como el paso de “un susurro”.

Dios nos enseña cuando tenemos una experiencia de despegue de lo humano, aunque sea de forma algo violenta. - Como le pasó al apóstol san Pablo. Tuvo que aprender quién era Jesús, cayendo a tierra ciego, para recobrar luego la vista exterior e interior.

Cuando Jesús calmó la tempestad, los apóstoles se postraron ante Él diciendo: “Verdaderamente eres Hijo de Dios”.

Que también nosotros reconozcamos en ese Jesús que calma el mar, que camina sobre las aguas, quien está permanente en el Sagrario esperándonos, a quien es:

¿Quién eres tu que mandas parar al viento,

Automático

que acallas el estruendo de las olas,

y vas caminando sobre las aguas del mar?

y vas caminando sobre las aguas del mar?

Eres Jesús,

AMÉN