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Captulo XVI

Estaba Ana sola en el comedor. Sobre la mesa quedaban la cafetera de estao, la taza y la copa en que haba tomado caf y ans don Vctor, que ya estaba en el Casino jugando al ajedrez. Sobre el platillo de la taza yaca medio puro apagado, cuya ceniza formaba repugnante amasijo impregnado del caf fro derramado. Todo esto miraba la Regenta con pena, como si fuesen ruinas de un mundo. La insignificancia de aquellos objetos que contemplaba le parta el alma; se le figuraba que eran smbolo del universo, que era as, ceniza, frialdad, un cigarro abandonado a la mitad por el hasto del fumador. Adems, pensaba en el marido incapaz de fumar un puro entero y de querer por entero a una mujer. Ella era tambin como aquel cigarro, una cosa que no haba servido para uno y que ya no poda servir para otro.

Captulo XXV

S, usted lo ha dicho... Y ese es el camino. Yo sin Dios... no soy nada... Sin Dios puede usted ir a donde quiera, Ana... esto se acab... Estoy en ridculo, Vetusta entera se re de m a carcajadas... Mesa me desprecia, me escupir en cuanto me vea... El padre espiritual... es un pobre diablo. Oh, pero por quien soy... Miserable... Me insulta porque estoy preso!...El Magistral se sacudi dentro de la sotana, como entre cadenas, y descarg un puetazo de Hrcules sobre el testero del sof. Despus procur recobrar la razn, se pas las manos por la frente; requiri el manteo; busc el sombrero de teja, se obstin en callar, busc a tientas la puerta y sali sin volver la cabeza. Crey que Ana le seguira, le llamara, llorara... Pero pronto se sinti abandonado. Lleg al portal. Se detuvo, escuch... Nada, no le llamaban. Desde la calle mir a los balcones. Ninguno se abra. No le seguan ni con los ojos. Aquella mujer se quedaba all. Todo era verdad. Le engaaba; era una mujer. Pero cul! la suya! la de su alma! S, s, de su alma! Para eso la haba querido. Pero las mujeres no entendan esto... La ms pura quera otra cosa. Y pasaban por su memoria mil horrores. La carnaza amontonada de muchos aos de confesonario. La conciencia le record a Teresina. A Teresina plida y sonriente que deca, dentro del cerebro: Y t...?. l era hombre; se contestaba. Y apretaba el paso. Yo la quera para mi alma.... Y su cuerpo tambin queras, deca la Teresina del cerebro, el cuerpo tambin... acurdate. S, s... pero... esperaba... esperara hasta morir... antes que perderla. Porque la quera entera... Es mi mujer... la mujer de mis entraas... Y quedaba all atrs, ya lejos, perdida para siempre!....Ana, inmvil, haba visto salir al Magistral sin valor para detenerle, sin fuerzas para llamarle. Una idea con todas sus palabras haba sonado dentro de ella, cerca de los odos. Aquel seor cannigo estaba enamorado de ella!. S, enamorado como un hombre, no con el amor mstico, ideal, serfico que ella se haba figurado. Tena celos, mora de celos... El Magistral no era el hermano mayor del alma, era un hombre que debajo de la sotana ocultaba pasiones, amor, celos, ira... La amaba un cannigo!. Ana se estremeci como al contacto de un cuerpo viscoso y fro.

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