Quiso tomarse un colacao fresquito. Los das de final de agosto venan con un calor sofocante que lo terminaban consumiendo. Ya quedaron atrs los elctricos das de playa en vacaciones, interminables y llenos de emociones.

Se acerc a la cocina, que estaba oscura y solitaria. Las baldosas crujan en la noche, algunas rotas por en medio, con unas rajas que parecan las venas de las que la sangre haba huido. Los muebles de la cocina, negros y antiguos, tenan las puertas a medio descolgar, as como algunos tiradores enmohecidos o desaparecidos. En el fondo, colgado en la pared llena de humedades, se adivinaba un cuadro con una escena de cazadores que haba apresado un lobo con un cepo; el animal tena su mirada de hielo clavada en el espectador, dando la sensacin de que en cualquier momento iba a cobrar vida y salir del cuadro.

Sin poder desprenderse de la fra mirada del animal, toc la puerta donde imaginaba encontrar el bote de colacao. Chirriaron las bisagras y su quejido se oy en toda la casa. Pens que no iba a terminar nunca, pero ces cuando la puerta lleg a su tope y se descolg amenazante, sin llegar a caer. Vio el bote al fondo, donde ya no haba sino una oscuridad sepulcral. Alarg la mano insegura para tocar el tarro con la punta de los dedos, pero sinti una mano heladora en su nuca que lo paraliz hasta la muerte. Vio de soslayo al lobo mirando con su lengua fuera y su mirada de locura. Sinti por la ventana al viento soplar airoso y violento llevando consigo los olores de la muerte. Cuando crey que estaba viajando ya por los caminos del ms all, oy una voz aguda y atronadora:

Te he dicho mil veces que no cojas mi colacao 0% de grasa, sino el tuyo, el turbo! dijo mi madre.