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NO TAN SOLO EN CASA (Seudónimo: Melibea04)

Dicen que la noche de los muertos tiene algo especial, diferente, que lo distingue de

otros días normales. Al principio, solo creía que era una estúpida fiesta creada por la

sociedad capitalista en que vivimos para gastar dinero, pero desde aquella noche ya no

puedo pensar igual. Todo comenzó el 31 de octubre. Apenas puedo recordar lo que

hice esa tarde, pero jamás olvidaré lo que pasó pasadas las doce. Mis padres y mi

hermana iban a ir a una fiesta de Halloween donde iban a comer ojos y lombrices de

caramelo mientras escuchaban a las madres del resto fardar de los fabulosos lugares a

los que sus perfectos mariditos les habían llevado ese verano. Así que tuve resistirme

ante tal oferta cuando mis padres me ofrecieron ir, y me quedé en casa. Como no

daban en la televisión nada más que películas como Viernes 13 o las de la típica chica

rubia huyendo de un asesino mientras grita descontroladamente, decidí irme a la cama

a eso de las 23:30. No era un gran plan, pero debía de hacerme falta porque caí

rendido nada más meterme. Pero mi calma fue perturbada una hora más tarde por un

extraño ruido. Venía de la planta de abajo y parecían las pisadas de personas seguidos

los armarios abriendo y cerrándose. Sabía que no eran mis padres porque no me

habían mandado un mensaje diciendo que les abriese la puerta del garaje, así que un

escalofrío me recorrió hasta la última terminación nerviosa de cada yema de mis

dedos. Pero a pesar de estar aterrado y paralizado debajo de las sábanas, sabía que

tenía que tener la absoluta certeza de a lo que me estaba enfrentando y así actuar en

consecuencia. Así que me calcé, agarré mi teléfono y comencé a descender las

escaleras poco a poco. Iba pisando cautelosamente consciente de que cualquier ruido

podía ponerme en peligro, pero cuanto más descendía la escalera, más difícil era poder

controlar los latidos de mi corazón. Cuando llegué a la planta de abajo, mis peores

temores se hicieron realidad: ¡un grupo de unos cuatro individuos vestidos de negro y

con máscaras de payasos sangrientos habían entrado en mi casa y me estaban

robando! No daba crédito a lo que me estaba pasando y sentí una oleada de pánico.

Cuando estaba intentando subir a mi habitación, esconderme en un lugar seguro y

llamar a la policía, la suerte hizo que mi amiga Elena hubiese discutido con su novio y

tuviese que bombardearme a llamadas y mensajes, y por si fuera poco, mi móvil no

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estaba en silencio. No sé exactamente lo que pasó a partir de ese momento porque la

adrenalina se apoderó de mí, pero solo me acuerdo de salir al jardín trasero de mi casa

que daba a un bosque frondoso y tras 10 minutos corriendo, despistar a los últimos

dos enmascarados que me seguían. Pero ahora solo había un único problema: que me

había perdido y había perdido mi teléfono en mi huida. Recuerdo morirme de frío,

poder notar cómo mis dedos estaban fríos como témpanos y cómo tenía ganas de

tumbarme en el suelo en posición fetal y cerrar los ojos.

Estaba perdido e iba a morirme por congelación. Pero entonces pasó algo inexplicable:

un niño que salió de la nada me ayudó a levantarme, me tendió su fría mano y me guio

en medio de la oscuridad. El niño iba disfrazado de Frankenstein y evitaba el contacto

visual conmigo. Cada día, intento recordar algún detalle de ese momento pero es

inútil. Solo sé que llegamos a una carretera y el niño echó a correr dejándome solo. Al

poco tiempo pasó un coche y un amable señor, tras contarle todo lo sucedido, me

llevó a la comisaría donde a los veinte minutos ya estaba con mi familia. Después de

contarles todo lo que me había pasado (incluido lo del niño) y haber arrestado a los

cuatro enmascarados, sabía que los policías y mis padres me ocultaban algo. Yo, en

numerosas ocasiones, insistí en buscar al niño, pero cuando lo hacía, los rostros de mis

padres y los agentes empezaban a palidecer como si hubiesen visto a un fantasma.

Solo supe la espeluznante veracidad de esas últimas palabras cuando al día siguiente,

podía leerse al pie de página de todos los periódicos, cómo habían encontrado a un

niño descuartizado vestido de Frankenstein en ese mismo bosque, un par de horas

antes de encontrarme a mí.