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Dirección: C. Porras, E. Ballesteros, Fco. Jiménez.

Realización: HIARES Editorial.

Fotografía: F. Martín Sánchez, R. Reinoso, Archivo Hiares.

Dibujos: Ulises Wensell.

© Reservados todos los derechos.

3ª edición

D. L. M-42490-1981I. S. B. N. 84-333-0272-8

Imprime Gráficas MESBAR Nenúfar, 34 Madrid-292

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HISTOR IA UN IVERSAL DEL ARTE Y

LA CULTURA 13

la cultura bizantina

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ERNESTO BALLESTEROS

la cultura bizantina

INTRODUCCIÓN

El Imperio Bizantino es la prolongación del Bajo Imperio Romano, que hemos llamado Imperio Cristiano. Presenta unas características bien distintas a los reinos bárbaros occidentales de la Primera Edad Media. ¿Por qué dos continuaciones tan distintas? Fundamentalmente por el distinto concepto que tienen unos y otros -occidentales y orientales- de lo que es el mundo y lo que es el espíritu. En Occidente la Iglesia influye en la política y el Derecho (recordemos los Concilios de Toledo y de los visigodos), pero no se identifica con el Estado. Hay una permanente hostilidad entre obispos y gobernantes, que les impide someterse a un poder diferente que el que ellos representan. El hombre occidental siente su personalidad dividida en dos esferas incanjeables: la esfera política y la esfera religiosa. La primera es el mundo social, la segunda protege su intimidad. No confunde nunca el trato social y el trato con Dios, porque para él Sociedad y Dios son dos fenómenos de perfil completamente distinto que se alojan en dos compartimentos estancos de su alma. De ahí que el hombre occidental nunca acepte someterse por entero a una sola de estas dos ideas. En Occidente, pues, ni la Iglesia ha estado jamás sujeta por completo al Estado, ni viceversa.

Muy al contrario, el hombre oriental no siente esta segmentación de su personalidad que significaría para él una escisión neurótica del espíritu. No distingue los atributos de ciudadano

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y fiel, desde el primer momento conjuga y mezcla los asuntos políticos y los religiosos. Tiene una conciencia unitaria de su personalidad, opuesta al espíritu occidental, siempre analítico y diferenciador. No piensa el oriental que hay dos autoridades, una temporal y otra religiosa, porque no concibe que el trato social sea una cosa distinta que el trato con Dios. En rigor, sólo cree en una clase de autoridad legítima, la divina, y por eso, en Oriente, siempre han prosperado los regímenes absolutos investidos con autoridad teocrática. De un modo u otro, en unas u otras circunstancias, el monarca oriental es el representante de Dios en la Tierra. El poder civil es sólo un reflejo o manifestación sensible del poder religioso, único considerado como legítimo. Tanto el faraón egipcio, como el monarca asirio, como el emperador bizantino o el califa musulmán, no ejercen su enorme e ilimitado poder por razones temporales, sino como representantes de Dios, a quien se reconoce omnipotente y único. No es el hombre oriental un espíritu servil -como afirmaban los antiguos griegos cuando lo veían someterse al absolutismo-, sino un espíritu empequeñecido ante Dios, náufrago de Dios. Esta condición psicológica y colectiva del oriental le da una mayor estabilidad anímica, aunque le resta facultades de acción en el campo material. Estamos hablando del hombre del Próximo Oriente, no del Extremo Oriente, cuyas características anímicas son muy distintas.

He aquí el esquema -extremadamente sucinto- de la distinta interpretación del Cristianismo por el hombre occidental y el oriental. Aquéllos lo instalan en el interior de su conciencia, como norma última de su comportamiento, y lo separan de sus actividades periféricas. Por eso jamás sujetan el Estado (política) a la Iglesia (religión). Viven estas dos organizaciones de un modo independiente y autónomo. Los orientales, en cambio (Bizancio), instalan el Cristianismo en el centro vital de su comportamiento y todo lo demás lo realizan en función de esto. La política sólo es una consecuencia de esa creencia primaria y absoluta. Por eso el monarca es el representante de Dios en la Tierra.

Se ha dicho frecuentemente que la distinta evolución histórica de Oriente y Occidente, en la Edad Media, se debe a su diferente economía (agrícola autárquica en Occidente, y mercantil e industrial en Oriente). Pero nosotros no creemos que el motor que impulsa la Historia sea la economía, sino las creencias vitales y la imaginación humana. La economía es una consecuencia del tipo de vida que el hombre ha escogido en virtud de unas apetencias íntimas. El dilema se encuentra, pues, planteado en estos términos: o bien la economía es una consecuencia de la vida, o bien la vida es una consecuencia de la economía. Se trata, pues, de determinar cuál es la función primaria e inmediata del hombre, su vida o su actividad económica. Según tomemos un criterio u otro, resultarán dos puntos de vista históricos diferentes, como «historia vita» o «historia económica».

Vamos a seguir -como en casos anteriores- el esquema siguiente.

- Principales acontecimientos históricos.

- Organización política, económica y social.

- Cultura: Religión, Filosofía, Ciencia, Literatura y Artes Plásticas.

PRINCIPALES ACONTECIMIENTOS HISTORICOS

El año 330 Constantino funda Constantinopla sobre el solar de la antigua Bizancio e inaugura toda una época (que realmente tiene su arranque en el año 313: Edicto de Milán, liberación del Cristianismo). Era un lugar ideal, por su emplazamiento geográfico, para servir de centro a un Imperio que unía el Próximo Oriente y Europa Sudoriental. En Constantinopla confluyen varias corrientes de civilización: Mesopotámica y Persa, Helénica y Cristiana.

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Del año 395 -muerte de Teodosio y separación oficial del Imperio- al 518, domina la dinastía Teodosiana, cuyos representantes más notables son Teodosio II, Zenón y Anastasio. La dinastía teodosiana fue acercando el Imperio cada vez más a los modelos orientales.

El año 518 sube al poder Justiniano (518-565), que marca una época de gran esplendor del Imperio de Bizancio. Este labrador de Macedonia (paisano, por tanto, de Aristóteles y Alejandro), tenía dos grandes obsesiones: la Idea de Imperio Absoluto y la Idea Cristiana. Vivió para realizar estas dos ideas en una sola: El Imperio Cristiano. Reconquistó a los bárbaros occidentales África, Sicilia, Italia, Córcega, Cerdeña, las Baleares y una zona de Hispania. Los merovingios le reconocieron como Señor y Emperador. Desarrolló además una ingente labor en el campo del Derecho (Corpus Iuris Civilis) y en el artístico, levantando los monumentos más importantes de la historia de Bizancio. Fue el portavoz de una ambición grandiosa y embriagadora que le hacía verse dueño del mundo como vicario de Dios en la Tierra. Pero este sueño tenía un capítulo irrealizable, la anexión de Occidente. Justiniano soñaba con someter Roma y, por tanto, al Papa. Nunca pudo realizar este sueño. En cambio, su esposa, Teodora, tenía una Imagen más acertada de lo que era posible. Quería olvidarse de Roma y del Papa, romper todos los lazos que unían a Constantinopla con Occidente y levantar un Imperio reducido al ámbito oriental, sobre la herejía monofisita. En esta herejía se muestra de un modo patente la estructura del hombre occidental y del oriental, tal como la hemos presentado al principio de este capítulo. El occidental cree que en Cristo hay dos naturalezas, una divina y otra humana. No le cuesta trabajo pensar así, porque en su intimidad encuentra esta misma división entre sus creencias religiosas y su actividad temporal. El oriental sólo admite una naturaleza en Cristo (monofisitas), que es la naturaleza divina, y cree que la apariencia humana era sólo un accidente sin importancia, porque no puede comprender dentro de su alma semejante escisión de la personalidad. Es decir, que tanto el occidental como el oriental, se imaginan a Dios con las características anímicas propias.

Teodora era monofisita y orientalizante, pero Justiniano prefería seguir las indicaciones de Roma, y en este sentido paraliza la evolución natural del Imperio bizantino. Hay que pensar que si se hubiese seguido la idea imperial de Teodora, Bizancio se hubiera defendido mejor contra árabes y persas. Constantinopla, lanzada hacia Oriente por Constantino, se ve detenida en su curso por Justiniano que -como Teodosio- quiere volver a unir la suerte de Oriente y Occidente. «El Oriente olvidado -dice Diehl- iba a vengarse del modo más terrible».

A la muerte de Justiniano (565) se liquidó rápidamente el esplendor bizantino, agotado por el esfuerzo material y espiritual a que le sometió el gran emperador. Sus sucesores se defienden inútilmente contra la desmembración interna y contra los persas que atacan desde Oriente. Cuando parecía que los persas iban a acabar con el Imperio bizantino, surge la formidable figura de Heraclio -fundador de la dinastía Heraclia- el año 610. Rechaza a los persas y los vence en Nínive y Ctesifonte. Lleva la guerra al corazón del Imperio persa y se constituye el primer «cruzado» de la Historia, al defender la idea cristiana contra la religión mazdeista persa. Pero un nuevo peligro amenaza al Imperio bizantino en el siglo VII, el Islam, que brota como una fuente enérgica e inagotable de los ardientes desiertos de Arabia, inflamados por la penetrante voz de Mahoma. Los musulmanes se abaten sobre los sucesores de Heraclio y los vencen en todos los frentes, arrebatándoles sus posesiones asiáticas y africanas, que eran más de la mitad del Imperio (Siria, Egipto, África del Norte, Armenia). Al mismo tiempo que los musulmanes atacaban por Oriente, los búlgaros y eslavos avanzan por el norte y los lombardos se apoderan de Italia. En el siglo VII el Imperio bizantino sólo tenía la península balcánica, Asia Menor y el Exarcado de Rávena en Italia. Esta peligrosa situación da lugar a una serie de transformaciones, de carácter etnográfico, pues los eslavos, servios, croatas y búlgaros se instalan en el norte del Imperio. De carácter administrativo, pues se centraliza mucho más la administración y se divide el Imperio en «temas» o distritos administrativos. De carácter social, pues el elemento griego se impone totalmente al romano y

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el griego desplaza al latín, que llega a olvidarse prácticamente a partir del siglo VII. Los últimos años de la dinastía Heraclia (695 a 717) son críticos y parece que de un momento a otro los musulmanes iban a derrumbar las fronteras y apoderarse de Bizancio. Pero esto no llega a suceder por el advenimiento de otra figura importante, creadora a su vez de una nueva dinastía: León III el Isáurico (dinastíá Isáurica, 717-867). La progresiva llegada al poder de individuos excepcionalmente dotados para la política y para la guerra, nos demuestra la fecundidad espiritual del Imperio de Oriente, que, aunque atravesó muchas épocas decadentes, conservaba en su interior un alma vigorosa.

León III rechazó a los musulmanes de un modo violento y autoritario, conforme a su carácter. Se le ha atacado mucho porque decretó la herejía «iconoclasta», apartando las imágenes del culto cristiano. Lo hizo por varias razones. Primero para poder enfrentarse en igualdad de condiciones a unos guerreros que practicaban una religión espiritual e íntima, típicamente oriental, los musulmanes. Segundo, para arrebatar a los monjes el gran poder económico y didáctico que tenían en el Imperio. Pero de todo esto ya hablaremos con más detalle en el capítulo dedicado a la religión. Esta herejía rompió las relaciones con Roma y dejó a ésta en manos de Carlomagno. Los emperadores Isáuricos tuvieron una corte magnífica, rica y espléndida que rivalizaba con el fasto del Califato de Bagdad, sobre todo en tiempos de Teófilo (829-841). Otro emperador, Bardas, reconstruyó la Universidad de Constantinopla, dando nuevo vigor a la ciencia y la filosofía griega. En esta época isáurica los monjes bizantinos Cirilo y Metodio evangelizan el mundo eslavo y llevan hacia el norte el alfabeto griego o cirílico, que adaptan a la lengua eslava. Al finalizar esta dinastía, en 867,con Miguel III el Borracho, puede decirse que está definitivamente trazado el perfil nacional bizantino que se abre a un nuevo período de renacimiento espiritual y económico en los siglos posteriores.

Del 867 al 1057 está en el poder la dinastía Macedónica (casi doscientos años), y es la época cumbre del Imperio. Los emperadores más importantes de esta época son Basilio I, fundador de la dinastía, Nicéforo Focas, Juan Zimisces y Basilio II. Todos ellos dieron días de gloria al Imperio Bizantino. Recuperan Siria, Palestina, vencen a los zares búlgaros y hacen terribles matanzas en este pueblo (a Basilio II se le llama el Bulgaróctono -degollador de búlgaros-). El emperador bizantino, llamado «basileos», se convierte en el monarca más poderoso y respetado del mundo durante los siglos X y XI. Educa a los bárbaros del Norte dándoles su religión, alfabeto, derecho, arte, etc.

Durante el siglo X, Constantinopla era la ciudad más rica y lujosa del mundo, el «París de la Edad Media», que imponía sus gustos en todos los niveles. Pero a la muerte de Basilio II, en 1025, el gobierno cayó en manos de princesas y príncipes reblandecidos por el lujo y la molicie, y en poco tiempo Bizancio degeneró en un caos interno de luchas feudales. Esta anarquía era muy peligrosa porque en esta época se abatían sobre el Imperio dos enemigos peligrosos, los normandos por el Oeste y los turcos por el Este. Otro obstáculo importante dividía el mundo bizantino: el Cisma de 1054, que separó para siempre la religión católica occidental de la ortodoxa griega, por obra del patriarca Miguel Cerulario. Ya hablaremos luego con más detalle de este Cisma de Oriente. Escindida política y religiosamente, amenazada por normandos y turcos, Bizancio ve acercarse su fin. El año 1071, los turcos vencen a Romano IV en Manzikert y llegan a las puertas de Constantinopla, que se mantiene milagrosamente a salvo gracias a la Escuadra.

Pero aún se siente una inesperada restauración por el advenimiento de la dinastía de los Conmenos en 1081. Alejo Conmeno era un gran señor feudal que ocupó el trono por la fuerza como los Capetos en Francia. De 1081 a 1185 restauran el poder de Bizancio. Hay que recordar además de Alejo I (el fundador), a Juan, gran general; Manuel, temerario, sutil y fastuoso; Andrónico, el más inteligente de la familia, genial y corrompido. Pero no pudieron los Conmenos rechazar a los turcos de sus posiciones en Iconio y allí quedaron, esperando la

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oportunidad de lanzarse sobre el Imperio. Constantinopla atraviesa en el siglo XII su último período de prosperidad.

A los Conmenos suceden otros feudales, los Angeles, de 1185 a 1204. Es un corto período de descomposición interna a causa de la llegada de los Cruzados occidentales y de su nefasta influencia sobre la decadente civilización bizartina. La cuarta Cruzada, con el pretexto de liberar Jerusalén de los turcos, desembarca en Constantinopla y, por iniciativa de la República de Venecia y del Papa, derriba el Imperio griego y pone a un noble flamenco en el trono de Bizancio. Es la época llamada del Imperio Latino de Constantinopla, que dura de 1204 a 1261. Medio siglo de fanatismo y descomposición interna de Bizancio. Los nobles occidentales se comportan como señores feudales que sólo piensan en su botín y su señorío, despreocupándose en absoluto de los problemas imperiales de gobierno. El Imperio se convierte en un mosaico feudal, próximo a desvanecerse, sujeto a dos influencias tan contrarias y con los turcos a la puerta.

Los griegos sienten un destello de nacionalismo y se preparan para derrocar a los invasores occidentales. Desde Nicea, Miguel Paleólogo toma Constantinopla en 1261, pero ya no puede remediar la situación feudal a que sus estados habían sido reducidos. Los servios de Esteban Duchan invaden el Imperio por el Norte en el siglo XIV y los turcos llegan a Brusa, a las mismas puertas de Constantinopla. Todavía la dinastía de los Paleólogos da monarcas poderosos, como Juan Cantacuceno o Manuel Paleólogo «que habrían salvado el Imperio si el Imperio hubiera podido ser salvado». Pero los males que sufría eran incurables. Crisis financiera irrefrenable por el capitalismo de Génova y Venecia, luchas civiles en que los contendientes no tenían reparo en pedir ayuda a servios o turcos. «No había ejército, ni dinero, ni patriotismo», como dice Diehl. Sólo su espléndida cultura, su prestigio inmemorial de siglos pudo hacer que los Paleólogos permaneciesen casi dos siglos en el poder intentando tapar los boquetes por donde se inundaba el Imperio. Por fin, el 29 de mayo de 1453, los turcos entran en Constantinopla. El último emperador, Constantino XII, se porta como un héroe al estilo de Leónidas en las Termópilas, y muere en el Sitio de la ciudad. Mohamed II entra en Constantinopla después de un gigantesco esfuerzo.

La Historia del Imperio Bizantino -313 a 1453- son once siglos densos y grandiosos de la Edad Media, con muchas variaciones y vicisitudes en su desarrollo social y económico, como es natural. No podemos aquí detallar los cambios de su estructura histórica, pero procuraremos dar idea de como funcionaba su maquinaria social, económica y gubernativa, en los períodos de grandeza (siglos VI y X d.J.C.).

ORGANIZACION POLITICA, ECONOMICA Y SOCIAL

El Poder estatal está en manos de un autócrata absoluto: el «basileos» o «imperator». «Qué hay que sea más grande, más santo que la Majestad Imperial?», dice Justiniano. El Emperador es la autoridad absoluta e infalible, aun en cuestiones religiosas, donde actúa como árbitro de última decisión. El carácter divino y oriental del «basileos» se va afirmando poco a poco. Oigamos una de las invocaciones imperiales del protocolo: «El Señor que da la vida elevará vuestra cabeza, ¡oh dueño!, por encima del universo entero; hará de todos los pueblos vuestros esclavos para que ofrezcan, como en otros tiempos los Magos, sus presentes a Vuestra Majestad». Tiene esta fórmula ecos lejanos que nos recuerdan la rutina burocrática egipcia en tiempos de los faraones. El «basileos» se rodeaba de una etiqueta majestuosa e imponente, para mostrar de una manera visible y simbólica el inmenso poder que tenía en la Tierra como mano derecha de Dios. Se rodeaba de títulos pomposos e inacabables, sus vestidos eran extraordinariamente lujosos, la complicación del protocolo de la Corte rayaba en el absurdo. Más que Corte parecía un teatro, donde se representaba el drama del Poder

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público. Tapices, flores, alfombras, tronos de oro, leones que rugían y movían sus miembros en un alarde de ingeniería, pájaros de oro también mecánicos, resortes que hacían subir el trono y balancearlo en el aire, todo destinado a impresionar a los simples mortales que veían tamaña exhibición. Se le aureolaba con un nimbo como a los personajes divinos y a los santos.

Tenía completo poder legislativo y militar. Era el juez supremo del Imperio y cuidaba de la administración financiera, es decir, tenía todos los poderes terrenos, pero lo característico es -como hemos dicho- que también tenía el poder religioso. Por su consagración se le considera sacerdote, y, en muchos casos, obispo, y su vida discurre entre los clérigos de Constantinopla. Legislaba en materia religiosa como en la civil. Juzgaba también en este ámbito. Defendía a la Iglesia de los peligros heréticos o infieles y ante él se inclinan las cabezas de los Patriarcas. Uno de éstos, Menas, declara que «en la muy santa Iglesia no debe hacerse nada contra la opinión y las órdenes del Emperador», y el propio Papa Gregorio el Grande (ver tema XII) dice que el Emperador bizantino tiene «dominio no sólo sobre los soldados, sino también sobre los sacerdotes».

Los únicos límites al poder despótico del Basileo venían de la Iglesia -sobre todo los monjes- y del Ejército, que de vez en cuando daba un golpe de Estado con peor o mejor suerte. La sucesión era por adopción. El Emperador reinante señalaba su sucesor en la mayoría de los casos. El Senado, la Iglesia, el Ejército y el pueblo lo aprobaban de una manera formularia.

Esta institución Imperial, extraordinariamente fuerte y poderosa, construyó un Estado grandioso, pero encerraba un gran peligro, pues el poder descansaba únicamente en la decisión de un hombre, y cuando éste fallaba el Estado naufragaba sin remedio.

El Ejército era muy poderoso y se reclutaba con ciudadanos y, sobre todo, con mercenarios. No existía ninguna condición social superior a la que se gozaba en el ejército. El soldado tenía muchos privilegios para sí mismo y para sus herederos. Pero los mercenarios bizantinos tuvieron fama por su indisciplina. En las fronteras y marcas asiáticas tenían un ejército especial, siempre en forma, que cosechó formidables laureles. La flota de guerra era poderosísima y dominaba el Mediterráneo hasta el siglo VII. Salvó Constantinopla en 717 y le dio categoría de gran potencia marítima.

La diplomacia fue muy cuidada en el mundo bizantino. Sus instrumentos eran el dinero, la vanidad, los matrimonios con nobles bizantinas, la división de sus enemigos, el prestigio y magnificencia de la Corte y sobre todo el asombro de los huéspedes extranjeros con alardes de técnica y de riqueza sin cuento. Labor diplomática muy importante la desarrollaron los monjes que en sus misiones evangelizadoras proporcionaban informes, mantenían conversaciones, etcétera.

La administración se inspiraba en la Romana del Bajo Imperio, hasta tiempos de Justiniano. Desde Heraclio esta administración se fue orientalizando en gran medida. Todos los cargos eran en lengua griega: logotetas, eparcas, estrategas, drongarios, etc. Dividió las antiguas provincias civiles en distritos militares llamados «temas». Esta división se conservó hasta el final.

Los ministros eran los «logotetas». El primero era el «Logoteta del dromo» (primer canciller y ministro de Estado), el «Logoteta del Tesoro Público», el «Logoteta de lo militar», el «Logoteta de los rebaños», el «sacelario» (interventor), el «cuestor» (Justicia), el «drongario» (marina), el «eparca» (gobernador de Constantinopla), etc. Había además un Senado que tenía funciones consultivas. Las secretarías de los ministerios se llamaban «scrinias» y en ellas trabajaban muchos burócratas. En las «temas» había un gobernador

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militar que era el «estratega». Todos estos cargos y otros muchos los nombraba el Emperador en persona, de manera que es un gobierno completamente centralizado.

Los impuestos eran numerosos y muy complejos, personales, territoriales, sobre la propiedad urbana, etc., además de muchos otros indirectos. Se inspiran en los del Imperio Cristiano (siglo IV).

Esta gigantesca administración carecía de unidad nacional. El Emperador se afirmaba sobre veinte nacionalidades de distinta lengua, costumbres, etc. Lo único que unía al Imperio era el soberano único y la fe cristiana. En los últimos tiempos predominó el helenismo como sustrato cultural.

La economía de Bizancio tenía también un perfil colosal. Se fundaba en su emplazamiento en el centro de las vías comerciales que iban de Asia a Europa y de Rusia al Mediterráneo. Tuvo docenas de puertos de gran importancia, como Alejandría, Tarso, Atalia, Éfeso, Esmirna, Focea, Trebisonda; etc. Constantinopla era el centro de todos los cambios y ofrecía un aspecto de «gran ciudad de negocios... que ninguna se la podía comparar». El otro pilar de su prosperidad económica era la flota, que fue dueña absoluta del Mediterráneo durante dos siglos, y siguió manteniendo importancia posteriormente, aunque el predominio, a partir del siglo IX, se lo disputaron musulmanes y venecianos. La conquista de Egipto por los árabes, en el siglo VII, fue un desastre para la economía bizantina, porque Egipto era la puerta del Mar Rojo. Los artículos que se exportaban de Bizancio eran, sobre todo, mercancías de lujo: sedas, bordados, orfebrerías, placas de esmalte, iconos, bronces, vidrieras, mosaicos, objetos de marfil, etc. Y se importaban de Extremo Oriente: seda de China, perlas y piedras preciosas, especias, perfumes, aromas, etc. Del norte recibía trigo, pieles, metales, lino y cáñamo, pesca y otros. Sobre esta materia prima el Estado desplegaba una gigantesca red de monopolio, proteccionismo y privilegios, controlando totalmente las industrias y el comercio. Obtenía de esta forma grandes recursos económicos que le permitían hacer frente a sus gastos de mercenarios y burócratas, muy elevados. La agricultura se orienta hacia los grandes latifundios por el abandono de las propiedades pequeñas y medias, dada su irrentabilidad. Algunos emperadores protegieron la pequeña propiedad, pero, en general, no se quiere evitar la creación de grandes latifundios que luego se otorgan a los campesinos en forma de aparcería o colonato. En los últimos tiempos, por la frecuencia de las guerras, la agricultura sufrió enormemente y descendió mucho su producción.

El centro de este Imperio absolutista, comercial y mercantil era, como sabemos, Constantinopla, enorme ciudad de más de un millón de habitantes, fortificada con todo lujo de murallas e ingenios bélicos, con su enorme población apiñada en barrios estrechos, llena de monumentos inmortales -entre los que se destacaban las numerosas e impresionantes iglesias-, sede de los mayores centros de intercambio comercial del mundo, y sede también de centros universitarios que albergaban minorías intelectuales de todo el mundo. La actual Estambul conserva aún las huellas de aquella época grandiosa.

Este inmenso Imperio se derrumbó a causa de su vejez y de profundos vicios arraigados en el alma oriental. Aguantó impasible gran cantidad de intrigas, motines y golpes de estado, herejías y cismas, y, sobre todo el lento, pero progresivo, afianzamiento del feudalismo que a partir del siglo X se apoderó del Imperio y en el XIII y XIV caló hasta la médula de la sociedad bizantina. Al final, presenciamos una acumulación de crisis y quiebras sin posible arreglo. Crisis financieras, agrícolas, mercantiles y, sobre todo, la decadencia del ejército y la fragmentación feudal que hacía imposible la unificación del esfuerzo contra los turcos y los servios. Los feudales bizantinos no tenían reparo a partir del siglo XIII en pedir ayuda a los turcos para defenderse del poder central, y éstos se aprovecharon de las discordias internas de los griegos. El tremendo golpe asestado por los cruzados el año 1204 y la implantación del Imperio Latino, terminó de disolver las fuerzas centrípetas de la nación y sentó, sin apelación,

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la práctica feudal como institución vigente, dada la escasez de seguridad, la falta de poder central, la amplitud de los latifundios y la debilidad del ejército imperial.

Existió siempre un antagonismo creciente entre Bizancio y Occidente. Ante todo fundamentado en su disparidad de principios religiosos. Gregorio el Grande decía a los bizantinos desde Roma, a finales del siglo VI: «Nosotros no tenemos vuestra sutileza, pero tampoco tenemos vuestra falsedad». El cristianismo occidental es más tosco, menos intelectualizado, pero más firme y decidido; más activo que el oriental, que, por el contrario, es más propicio a la contemplación. La Iglesia de Roma parecía ignorante y ruda, frente a los refinados prelados orientales, instruidos en todas las ramas filosóficas helénicas y orientales.

Además de esta oposición religiosa, existía otra oposición política. El emperador de Bizancio siempre había querido extender su dominio sobre Italia. El Papa de Roma se había negado categóricamente a ello en toda ocasión, y rechazaba «con altanería las pretensiones imperiales».

Hubo muchos choques preliminares. El Cisma de Zenón, las conquistas de Justiniano, la herejía iconoclasta del siglo VIII y, por fin, el Cisma de Oriente en el XI, que veremos con más detalle en el capítulo dedicado a la religión. Se consumó, pues, la ruptura política y religiosa de Oriente y Occidente, agravada aún más por sus distintos sistemas económicos. Cuando a finales del siglo XI parece que va a entablarse un nuevo período de acercamiento, la irrupción de los Cruzados y la toma de Constantinopla terminan, de certificar esta ruptura. En la última época, acosado por todas partes, Bizancio pidió ayuda a Occidente, pero no fue escuchado nunca con sensatez. Los europeos no se sentían unidos al destino de Bizancio, pues se consideraban ajenos a la suerte de su civilización, y aunque les prometieron socorros diversos, nunca movieron un dedo en su ayuda. Algunas repúblicas, como Venecia, que desoyeron las peticiones de Constantinopla, no lo hicieron desinteresadamente, y tuvieron gran parte de culpa en la decadencia final del Imperio por los abusos económicos que cometieron a partir del siglo X.

En lo que se refiere al Derecho público y privado, se desarrolla una obra fundamental. Justiniano encarga a sus jurisconsultos la recopilación de todo el Derecho Romano conocido. Bajo la dirección de Triboniano se comienza la gigantesca obra, para la que se emplean preferentemente los Códices Hermogeniano y Gregoriano de Beirut y las codificaciones de tiempos de Adriano y Alejandro Severo. La obra vio la luz muchos años después de una manera progresiva. Primero aparecieron los cuatro libros de las «Instituciones», manual de Derecho sobre bases filosóficas. Más tarde los cincuenta libros con las decisiones de los juristas clásicos (responsa prudentium), llamado el «Digesto» o «Pandectas». Después las «Constituciones» o edictos de los emperadores anteriores a Justiniano. Por último, se publicaron las «Iustiniani novellae» (Nuevas leyes de Justiniano), que es la legislación que se añadió en tiempos de Justiniano. El conjunto de estas obras se llamó «Corpus Iuris Civilis» (Cuerpo de Derecho Civil) y tuvo una influencia capital en la Edad Media a través de Constantinopla y Bolonia.

CULTURA

Durante diez largos siglos, que van del V al XV, el Imperio bizantino fue la sede de la civilización más importante de Europa. Tuvo profundas influencias en Oriente y Occidente, hasta el punto de formar por sí solo un gran capítulo de la Historia de la Humanidad. Procuraremos ver las más importantes manifestaciones de su cultura.

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a) Religión.- Ya hemos visto que la religión ocupa el centro de la cultura bizantina y todas sus creencias están, en mayor o menor grado, relacionadas con la religión. En este sentido la Iglesia poseía una fuerza considerable en Bizancio. El patriarca de Constantinopla era un gran personaje, cuya jurisdicción comprendía 57 metrópolis, 49 arzobispados y 514 obispados. El Concilio de Calcedonia (451) le hizo igual al Papa de Roma, pese a las protestas de los Pontífices occidentales. Sobre el Patriarca sólo había una persona en el Estado, el propio «Basileos» o Emperador.

El monacato ocupaba en Bizancio un lugar de excepcional importancia. El pueblo admiraba y respetaba a estos santones de negro vestido y largas barbas, que renunciaban al mundo para dedicarse a la contemplación. Eran los «héroes» del mundo bizantino. La ley fomentaba las fundaciones piadosas y se experimentó un gran crecimiento de la riqueza monástica. Su riqueza y prestigio llegaron a constituir un peligro para el Estado. En primer lugar, porque esta inmensa cantidad de bienes no cotizaba; en segundo, porque la gran popularidad del monacato robaba muchos brazos a la agricultura y al ejército. Por último, tenía una gran influencia sobre las conciencias de los fieles, y a menudo intentaron sacudirse el poder del Estado, provocando perturbaciones graves. La más grave crisis que estalló entre el Estado y el Monacato fue en el siglo VIII, por la cuestión de las imágenes. Desde muy antiguo existía en Bizancio un grupo de herejes, los paulistas, que no admitían la representación sensible de los temas sagrados. León III quiso atraerse la ayuda de esta minoría aristócrata de paulistas, decretando la prohibición del culto a las imágenes y desencadenó una verdadera persecución contra los monjes que eran sus principales guardadores. Se cerraron muchos conventos y se secularizaron sus bienes. Las comunidades se disolvieron y los monjes fueron detenidos, encarcelados, desterrados o muertos. Se les obligó públicamente a casarse y se hicieron sangrientas burlas acerca de este particular en diversos lugares del Imperio. «La intención del gobierno era extirpar por completo el estado monástico». De esta manera León III y sus sucesores, los Isáuricos, les quitaban a los monjes su mejor método de propaganda, que eran los iconos milagrosos. Los monjes no claudicaron, y cuando se restableció el culto de los iconos, por decreto de la emperatriz Irene, se revolvieron contra los «iconoclastas» y los hicieron víctimas de su crueldad fanática y rencorosa. Los monjes jamás aceptaron que el Emperador se metiera en los asuntos divinos, cosa que aceptaba, en cambio, el clero secular. Decían «Ningún poder le ha sido otorgado acerca de los dogmas divinos y si lo ejerce no subsistirá». Uno de los centros monásticos que más teorizaron sobre la independencia teológica del Estado fue el monasterio de San Juan de Estudion.

La enemistad entre los monjes y el Emperador no cesó nunca. En el siglo X, el gran Nicéforo Focas -emperador muy devoto- lanza acusaciones y críticas contra el poder y la vida poco santa de los monjes, que en este tiempo debieron de sufrir crisis parecidas a las que sintieron los benedictinos occidentales. Decía: «Los monjes no poseen ninguna de las virtudes evangélicas, no piensan en cada minuto de su existencia más que en adquirir bienes terrenales...». En una palabra, el monacato degeneró en una forma de feudalismo religioso, no menos nefasto que el feudalismo laico imperante, que hemos dicho fue la causa principal del derrumbamiento económico de Bizancio.

En el siglo XII se notan síntomas de corrupción general entre los monjes. «Los abades montaban a caballo como los grandes señores laicos; iban de caza y recibían con magnificencia; había grandes bandadas de monjes vagabundos que infestaban los caminos, asolaban el país, saqueaban a los viandantes». La cultura monástica se perdía en este estado y se vendían los libros de las bibliotecas.

Ya hemos dicho que la Iglesia secular nunca se opuso del mismo modo al Estado, sino que procuró conciliar sus intereses con los del Imperio. De todos modos, siempre hubo tensión entre el patriarca y el Emperador cuando coincidían dos espíritus fuertes en sendos cargos. Decía Miguel Cerulario: «Entre el patriarcado y el Imperio no hay diferencia, o casi

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ninguna, y en lo que concierne a los honores que se le deben, el patriarcado puede pretender más». Conviene que hablemos con más detalle de este Miguel Cerulario, porque fue el protagonista de la ruptura de Bizancio con Roma conocida como Cisma de Oriente. Era un hombre ambicioso, orgulloso y altivo que «parecía en su manera de andar a un Dios caminando por el cielo», según decían sus contemporáneos. En el siglo IX, Focio había reivindicado el sillón pontifical y Nicolás I le había excomulgado; el patriarca Focio, respondió con otra excomunión recíproca (867). Basilio I, el Emperador, depuso a Focio en 869. La cuestión se reavivó a la hora de decidir a qué Iglesia se incorporaría la diócesis de Bulgaria. Los problemas se fueron repitiendo sin cesar. Miguel Cerulario, aprovechando la escasa comprensión del Papa León IX y sus legados, no temió desencadenar la separación definitiva de Roma en 1054. En 1056 sentó en el trono al débil Miguel VI, y un año después le obligó a abdicar. Subió Isaac Conmeno, y Cerulario creyó que le dominaría como a su antecesor. Al notar su oposición, cuentan que no tenían reparo en declarar: «Yo te he elevado, imbécil; pero yo te fastidiaré». Isaac le encarceló y destituyó. Cerulario murió sin doblegarse a la voluntad Imperial y quedó como un mártir ante la población. Este prelado ambicioso, que «no tenía de obispo más que el báculo y los hábitos», produjo la separación entre Oriente y Occidente, pues Roma no quiso admitir tampoco una reconciliación sensata. La intolerancia dividió irremisiblemente los dos mundos. Eran los años más gloriosos de Bizancio y no se podía sospechar aún su ingrato destino, como tampoco los bárbaros occidentales podían predecir el suyo.

b) Filosofía.- Desde el punto de vista científico y filosófico, Bizancio fue el heredero de la tradición clásica. Las bibliotecas bizantinas estaban llenas de obras griegas que no llegaron a Occidente hasta el Renacimiento. Los emperadores y patriarcas tenían sus bibliotecas, a menudo bien nutridas. El antes citado Focio hizo una gran obra crítica, «Miriobiblion», de 300 volúmenes clásicos. En las bibliotecas había obras de Demóstenes, Lisias, Herodoto, Tucídides, Plutarco, Platón, Aristóteles, Plotino, Hipócrates, Tolomeo y muchos otros sabios de la antigüedad. En el estudio de estas obras se educaban los intelectuales bizantinos, que poseían una erudición asombrosa. «Se hallaban saturados de recuerdos de la historia y la mitología clásicas», afirma Diehl.

Además de la influencia griega, había otra corriente cultural patrocinada por el Cristianismo. En las bibliotecas de Constantinopla, junto a las obras de los helenos, estaban las Sagradas Escrituras y las obras de San Basilio, de San Gregorio Nacianceno, San Juan Crisóstomo y otros Padres. La discusión de los asuntos bíblicos era normal en Constantinopla. «Cuando le pedís a alguno que os cambie dinero -dice San Gregorio Nacianceno- os regala con una disertación sobre la diferencia que hay entre el Padre y el Hijo. ¿Queréis saber el precio del pan? El vendedor os responderá que el Padre es más grande que el Hijo. Y cuando preguntáis si está dispuesto el baño, el bañero os dice que el Hijo ha nacido de la nada».

La tercera gran influencia de la cultura bizantina es la oriental. Persia, Egipto, Mesopotamia y Bagdad ejercieron una influencia constante sobre las formas culturales bizantinas. Bagdad y Bizancio se parecían en muchas cosas. Sobre todo en la clausura de gineceo cristiano, absolutamente semejante al harén musulmán. El arte bizantino, cuya misión es la exaltación de Dios y del Emperador, recibe de Oriente esta consigna.

Una de las ciencias más cultivadas por los bizantinos es la Historia, de la que hacían minuciosas relaciones, dotadas de gran espíritu crítico y preocupación por la objetividad. Los historiadores más famosos son Procopio, Agatias, Menandro, Teofilacto, Sellus, Ana Conmeno, Juan Cantacuceno y otros muchos. Alguno, como Sellus, es un clásico de la narración histórica. Las obras de historia occidentales, de su época, no pueden compararse siquiera. La afición por la Historia era general en la sociedad, y se satisfacía no sólo con grandes historiadores como los nombrados, sino también con una multitud de sencillos cronistas como Malalas, Juan Cincello y otros, que hacían resúmenes de la Historia para el

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02_Utilización como contrarrestos de estribos y semicúpulas (esquema)

01_Bóveda sobre pechinas (esquema)

consumo de las masas. Estas crónicas son casi siempre escritas por monjes y tienen un acusado matiz popular y religioso. No se puede elogiar en ellas la objetividad científica que comentábamos en los grandes historiadores. La misma pasión había por las vidas de santos, que se publicaban en gran número. La erudición es un vicio bizantino muy arraigado.

Otra ciencia que interesó tanto como la Historia fue la Teología. Las continuas herejías que perturbaban la vida del Imperio, fueron consecuencia de este afán por la controversia dialéctica, típica de los bizantinos, de donde quedó la locución «discusiones bizantinas». Los teólogos más destacados son Máximo el Confesor, Juan Damasceno, Teodoro Estudion, Nicetas Acominato, Cantacuceno, Nicéforo Gregoras y muchos otros. Pero los teólogos bizantinos fueron demasiado conservadores y temían apartarse de la tradición cristiana de los primeros siglos. Juan Damasceno decía: «Yo no diré nada que salga de mí». Se desconfiaba de los filósofos alejandrinos: Orígenes, Clemente de Alejandría, Atanasio, etc. También se ignoraba casi por completo la teología occidental. San Agustín y Santo Tomás de Aquino fueron poco traducidos. En cambio, fueron muy leídos los autores griegos. Miguel Sellus fue el propagador del estudio de Platón en la Universidad de Constantinopla. Su discípulo Juan Italos continuó estudiando la doctrina platónica. Sellus puede considerarse como un hombre renacentista, pese a vivir en el siglo XI, contemporáneo de Miguel Cerulario.

c) Literatura.- La literatura bizantina cultivó el idioma griego, y eran muy aficionados a los refinamientos de la época helenística. Fue una literatura abstrusa, dirigida a un círculo muy pequeño de entendidos. Junto a este lenguaje refinado existía un idioma popular, mucho más tosco y natural. Se hicieron muchas enciclopedias a partir del siglo X, que confirman este interés por la erudición. Obras cumbres de la literatura bizantina son el «Filopatris», el «Timarion» y el «Mazaris». Poetas como Jorge Pisides y Cristóbal de Mitilene fueron muy famosos. Pero la obra fundamental de la literatura bizantina fueron las poesías religiosas o himnos, entre los que destaca la obra de Romanos «El príncipe de los melodistas», así como los poemas épicos, entre los que cabe destacar el poema de Digenis Acritas, del siglo XI.

d) Artes plásticas.- Igual que otros rasgos de la cultura, el arte bizantino tiene ingredientes romanos, griegos, cristianos y orientales. ¿Cuál de estos ingredientes predomina en cada momento? Es algo muy difícil de precisar. Hay épocas en que los principios cristianos se notan palpablemente en la estética. Pero a partir del siglo VI, el arte griego va penetrando día a día en el cuerpo estético de Bizancio. Más tarde, desde el siglo VIII, el arte oriental -mesopotámico y sirio- incorpora elementos en todos los órdenes. Pero no debemos pensar que el arte bizantino es un simple combinado de estos estilos, sino una síntesis madura que se convierte en un estilo marcadamente personal. De forma que se puede hablar de arte bizantino en el más estricto sentido. Sus características son el lujo y la fastuosidad, sobre todo en los interiores, mientras que demuestran cierto descuido en los exteriores. La decoración es polícroma y abigarrada, con el conocido «horror vacui» (horror al vacío) de los orientales. El arte bizantino tiene dos momentos de esplendor: la época de Justiniano (siglo VI) y el renacimiento artístico de los siglos IX al XI. Después el estilo degenera en un hieratismo invariable y monótono.

En el dominio de la arquitectura, las principales innovaciones se concretan en el uso de la cúpula y la aparición de un tipo específico de capitel, así como en el auge de la decoración interior. La bóveda es el sistema empleado por los bizantino para cubrir sus edificios, singularmente la bóveda semiesférica o cúpula sobre

pechinas (1), que los romanos conocían ya, pero nunca habían utilizado con la frecuencia y habilidad que emplearon los arquitectos bizantinos. Estas cúpulas tuvieron en ocasiones proporciones gigantescas, como la de Santa Sofía, de más de 30 metros de diámetro, pero se utilizaron también para cubrir pequeños espacios, como en la Catedral de Atenas, cuya pequeña cúpula alcanza apenas los tres metros. Los

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03_Capitel bizantino

04_Salónica, Iglesia de San Demetrio

06_Constantinopla, Santa Sofía (interior)

05_Constantinopla, Santa Sofía (exterior)

07_Constantinopla, Iglesia de los Santos Sergio y Baco

enormes empujes producidos por estas bóvedas, se disminuyeron aligerando su peso con la utilización de ladrillos especiales procedentes de Rodas, muy livianos. Los empujes laterales se contrarrestan con gruesos muros y estribos exteriores, como en San Vital, de Rávena, o bien con un sistema combinado de estribos y bóvedas de cuarto de esfera, adosadas a los laterales, como en Santa Sofía (2), en donde dos semicúpulas absorben los empujes frontales, mientras los laterales se contrarrestan con cuatro enormes pilares.

El capitel bizantino (3) tiene dos cuerpos. El inferior con decoración vegetal, que ha perdido todo el naturalismo corintio, quedando reducido a tallos revueltos y estilizados, casi geométricos. Sobre este cuerpo descansa otro en forma de pirámide truncada invertida, llamado «cimacio», que puede ser liso o decorado con temas bíblicos o simbólicos. Los arcos cargan directamente sobre las columnas y el dintel no tiene el empleo que tuvo en las arquitecturas clásicas, encontrándose solamente en edificios primitivos.

Los monumentos más señalados de la arquitectura bizantina son los siguientes. De una época muy antigua (siglo IV son las Cisternas de Constantinopla, construcción netamente bizantina sin reminiscencias romanas. Poco posterior es la Basílica de San Demetrio de Salónica (4), que fue casi totalmente destruida por un incendio en 1917 y se encuentra muy restaurada. Tiene planta basilical de tres naves, aunque las laterales se encuentran divididas en dos por una fila de columnas. Es uno de los raros templos bizantinos no abovedados.

De tiempos de Justiniano (siglo IV) son Santa Sofía, la iglesia de los Santos Sergio y Baco, Santa Irene y la de los Santos Apóstoles, todas ellas en Constantinopla.

La maravillosa iglesia de Santa Sofía (5), construida entre los años 532 y 537, es la obra capital de la arquitectura bizantina. La enorme cúpula, de que ya hemos hablado, se derrumbó en dos ocasiones, siendo reconstruida en los años 558 y 989. El edificio constaba

de tres partes: un atrio porticado que ha desaparecido por completo, un nartex y la basílica propiamente dicha.

Si el exterior de Santa Sofía produce cierta sensación de masa maciza el interior (6) maravilla por su ligereza gracias a las sabias proporciones con que se han dispuesto todos sus elementos. Contribuye a ello el esplendor de su decoración: el revestimiento de mármoles polícromos, los mosaicos que todo lo cubren y en los que destacan el color azul y el dorado. La armonía y riqueza de sus colores es incomparable y su influencia en la arquitectura posterior, grandísima. Es uno de los monumentos fundamentales de la historia de la arquitectura.

La iglesia de los Santos Sergio y Baco (7) es la más antigua entre las justinianas, ya que se comenzó a construir el 523. Es de planta octogonal, irregularmente inscrita en un cuadrado, y se cubre con una cúpula central apoyada en ocho pilares. El contrarresto de los empujes de esta cúpula se consigue, como en el caso de Santa Sofía, recurriendo a bóvedas secundarias de cuarto de esfera.

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08_Rávena, San Vital (interior)

09_Rávena, San Apolinar Nuevo (interior)

10_ Rávena, San Apolinar in Classe (interior)

La iglesia de Santa Irene, que data de 532, es casi exactamente contemporánea de Santa Sofía. Presentaba la originalidad de cubrirse con dos cúpulas, de las que una ha desaparecido. Parece ser que al igual que en Santa Sofía, la segunda cúpula se hundió durante el proceso de construcción, se reconstruyó reformada, y más tarde se suprimió definitivamente.

La iglesia de los Santos Apóstoles tenía planta de cruz griega y se cubría con cinco cúpulas. Fue totalmente destruida por los turcos, pero podemos hacernos buena idea de su aspecto, ya que era una construcción gemela de la iglesia de San Juan de Éfeso, que subsiste. Su importancia radica en que sirvió de modelo, como veremos después, a San Marcos, de Venecia.

Por último, debemos citar en Constantinopla el fastuoso Palacio Sagrado, hoy desaparecido, que excitó la admiración de todos los comentaristas nacionales y extranjeros. Todavía se recuerdan como lugares de fábula el Triclinio, la Magnasaura, el Crissotriclinio, etc.

En Rávena se terminaron, en tiempos de Justiniano, algunas edificaciones de excepcional importancia cuya construcción se había iniciado bajo el dominio de los ostrogodos, y de las que ya hemos hecho mención en el capítulo precedente. La más interesante de ellas es la iglesia de San Vital (8), fundación del arzobispo Ecclesius de Rávena, que ocupó esta Sede desde el 521 al 534. La iglesia se comenzó a construir entre el 521 y el 532, pero no fue terminada hasta el 547, fecha en que Rávena había vuelto al dominio de Bizancio. Es de planta octogonal, con gran variedad de pilares y soportes que ofrecen un maravilloso conjunto de unidad y de variedad en la perspectiva. No puede ser vista en conjunto desde un solo punto, lo que obliga a deambular por ella y ensimismarse en la contemplación de sus bellezas. Fue restaurada con evidente mal gusto en época barroca, añadiéndole frescos y otras inexplicables aportaciones.

Otras dos edificaciones comenzadas por los ostrogodos y terminadas en tiempos de Justiniano son San Apolinar Nuevo y San Apolinar in Classe.

San Apolinar Nuevo (9), es la más antigua, puesto que data del año 1519. En planta sólo se distingue de los templos basilicales romanos en pequeños detalles, como el ábside adosado, semicircular internamente y poligonal al exterior, que parece derivar de modelos bizantinos. La

decoración exterior, muy simple, procede de la arquitectura paleocristiana milanesa. Es de marcada influencia bizantina la decoración interior, influencia acentuada por la reforma llevada a cabo el año 558, en que fueron parcialmente rehechos los mosaicos.

San Apolinar in Classe (10) se comenzó a construir en 532, bajo la dirección del banquero y arquitecto Julianus Argentarius. La consagración se efectuó el año 549. En planta sólo se diferencia de San Apolinar Nuevo en la adición de un nartex.

Con el advenimiento de la dinastía Macedónica, en la segunda mitad del siglo IX, se produce un renacimiento general de las artes plásticas. Es el período que se llama deuterobizantino, que se prolonga en Bizancio hasta la toma de Constantinopla por los turcos, y cuyos ecos llegan hasta nuestros días en Grecia y los países eslavos.

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11_Venecia, Basílica de San Marcos (exterior)

12_Venecia, Basílica de San Marcos (interior)

14_Monreale, El Monasterio

13_Palermo, Capilla Palatina (detalle de la decoración)

15_Kiev, Santa Sofía

Las iglesias, en general, reducen sus dimensiones y ganan en esbeltez y elegancia. Se utiliza casi siempre la planta de cruz griega inscrita en un cuadrado, sobre todo en las iglesias de Constantinopla, Salónica y el Ática. Como construcciones destacables podemos citar la iglesia de la Theotokos, en Constantinopla, la de Skripu y la de Santa María de Dafni, ceca de Atenas. Pero el monumento bizantino más bello de este período es la Basílica de San Marcos, de Venecia (11). Tiene planta de cruz griega y se cubre con cinco cúpulas, copiando -como ya hemos dicho- la disposición de la desaparecida iglesia de los Santos Apóstoles, de Constantinopla. A los pies del templo se añade, a modo de pórtico de entrada, una nave cubierta con cinco pequeñas cúpulas. Se comenzó a construir en 1063, y parece ser obra de maestros bizantinos o venecianos formados en Grecia. El exterior fue enriquecido por maestros locales con elementos tomados del gótico veneciano, prolongándose las obras hasta el siglo XV.

En el interior (12), aunque son perceptibles soluciones constructivas tomadas del románico, predomina el ilusionismo espacial bizantino, acentuado por la profusa decoración

cromática sabiamente utilizada. A pesar de que contiene añadidos y decoraciones de todos los siglos, no se ha roto con ellos su esquema unitario, y es, en conjunto, uno de los templos más sugestivos del mundo. Sus mosaicos, pinturas, códices y joyas son un testimonio del poder y el refinamiento cultural de aquella gran república que fue Venecia, muy relacionada en todos los aspectos con Constantinopla.

Edificaciones que presentan caracteres bizantinos aparecen también en el sur de Italia, en Apulia (Catedral de Canosa, San Benito de Brindisi), en Lucania y Calabria (Iglesia Católica de Stilo, San Marcos de Rosano), y sobre todo en Sicilia, donde determinadas construcciones reflejan los avatares históricos que atravesó la isla durante los siglos VII a XII, en que fue ocupada sucesivamente por bizantinos, árabes, normandos y suabos.

El más puramente bizantino de los templos sicilianos -aunque el campanario de entrada sea mudéjar- es la iglesia de la Martorana, en Palermo, que data de hacia 1138. La Capilla

Palatina (13), también en Palermo, es una iglesia de tres naves en la que se mezclan elementos musulmanes (techo de mocárabes con inscripciones cúficas, y pavimentos) con otros bizantinos (transepto y mosaicos). También presenta esta mezcla de elementos bizantinos, árabes y normandos, San Cataldo de Palermo y las Catedrales de Monreale y Cefalú (14).

Aunque más adelante nos vamos a referir especialmente a la acción civilizadora de Bizancio sobre el mundo eslavo, y a su influencia sobre los principados del Cáucaso, vamos a presentar aquí alguna muestra de la arquitectura bizantina, ampliamente difundida por estos territorios.

En Rusia las iglesias más antiguas son del siglo X (la Anunciación, de Vitebsk) y tienen planta en cruz griega, pero el uso de este tipo de planta no se generaliza posteriormente, debido a la aparición de influencias occidentales, llegadas desde el Adriático, y persas,

introducidas a través del Cáucaso. Las cúpulas sobre pechinas aparecen en iglesias del siglo XI (iglesias de Kiev y Novgorod), pero son desplazadas en el XIII por las cúpulas bulbosas rusas sobre tambor, que probablemente tienen su origen en la

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16_Gracanica, Iglesia

17_Aght’Amar, Iglesia de la Santa Cruz

18_Venecia, Los Tetrarcas

19_Políptico Barberini (panel central) (Paris, Museo del Louvre)

20_Díptico de Ariadna (Florencia, Museo del Bargello)

21_Estatuilla en marfil de Ariadna (Museo de Cluny)

arquitectura ucraniana en madera (15). En las catedrales de Moscú -de la Asunción y de la Anunciación- las cúpulas se utilizan asociadas a torres linterna de probable ascendencia asiática.

La tradición bizantina continúa modelando el arte ruso, aun después de la caída del Imperio de Oriente, y así en el siglo XVI encontramos edificios, como la catedral de San Basilio, que conservan reminiscencias bizantinas.

En los países balcánicos, por su proximidad a Occidente, predominan hasta el siglo IX-X las construcciones de tipo basilical. A partir de esa fecha empiezan a imponerse las formas bizantinas. Sin embargo, el triunfo de estas formas no es total hasta los tiempos del Segundo Imperio (1197-1393), en que se construyen las iglesias de Ochrida y de Tirnovo, en Macedonia. En Servia, y ya en el siglo XIV, son buenos ejemplos de arquitectura bizantina las iglesias de Gracanica y Lesnovo, derivadas de modelos del Monte Athos (16).

En Armenia y Georgia se desarrolla una arquitectura autónoma, que coincide con la bizantina en el desarrollo de la planta de cruz inscrita, y que toma de ella prestados algunos elementos, como las pechinas y las columnas que sustituyen a las pilastras. Característico de esta arquitectura es el empleo dominante de líneas rectas que se traducen en vivas aristas, y el cubrimiento de la cúpula con el clásico cono armenio. Son

notables las iglesias de Ejmiacin, Mren, Ani y Aght’amar (17).

Debemos mencionar también las iglesias rupestres de Capadocia, construidas entre los siglos VIII y XI, donde encontramos ábsides y arcos de herradura que luego universalizará el arte islámico.

La escultura sigue una evolución en el sentido que advertimos en el Imperio cristiano (ver tema XI). El naturalismo clásico se olvida para concentrar la atención en la expresión y el simbolismo de las formas. Aunque se pueden distinguir períodos de distintas características -justiniano, iconoclasta, deuterobizantino-, los resultados son siempre esculturas anticlásicas, hieráticas, de rígido aspecto, muy convencionales, como lo exigen los moldes de la etiqueta cortesana. En bulto redondo nos ha llegado un número muy reducido de obras, ya que no fueron muchas las que se salvaron del furor de los iconoclastas primero y de los turcos después. Entre ellas, podemos citar el grupo de los Tetrarcas de San Marcos, de Venecia (18); la de Eugenio del Louvre: y la de Justiniano II, así como las de algunos funcionarios en distintas ceremonias públicas. Todas muy rígidas y carentes de vitalidad física, aunque repletas de voluntad y expresión anímica, que es lo que interesa subrayar al artista cristiano.

Para muchos, las obras maestras de la escultura bizantina son los relieves en marfil. Resulta muy difícil establecer, en los primeros tiempos, diferencias entre los marfiles realizados en los talleres del Imperio de Oriente y los que corresponden a artífices paleocristianos. Los dípticos y polípticos consulares o votivos son fácilmente identificables por los personajes representados o por la epigrafía. Entre los que corresponden a la primera época

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22_Trono de Maximiano (Rávena, Museo Arzobispal)

24_Virgen María (relieve) (Museo de Cleveland)

23_Disco de Teodosio (Madrid, Academia de la Historia)

25_La Emperatriz Teodora y su corte (mosaico) (San Vital de Rávena)

imperial destacan el llamado «Díptico Barberini» (19), del Museo del Louvre, cuyo recuadro más importante representa el triunfo de un Emperador no identificado. Procede de Constantinopla y corresponde al siglo VI. Dípticos consulares notables, bizantinos o bizantinizantes, son los del cónsul Probus, de la familia de los Symmacos y los Nicomanos, y de la Emperatriz Ariadna (20) del Museo del Louvre. También encontramos algunas esculturas de marfil de pequeño tamaño y bulto redondo, como la de la Emperatriz Ariadna (21), del Museo de Cluny, que presentan las mismas características de los bajorrelieves. A partir de fines del siglo VI se abre una laguna cronológica, ya que los marfiles que pueden ser datados con precisión más tarde corresponden ya al siglo IX. Una placa, en la que figura la Virgen coronando a León VI, es la obra inicial de esta nueva serie. Se trata de una obra mediocre, como si los artesanos hubieran perdido todo oficio, y extraña, puesto que inmediatamente después, se van a producir obras maestras en número abundante, actualmente reparadas en numerosos museos occidentales.

Entre los trabajos en marfil más notables de la producción bizantina debemos incluir la silla de Maximiano (22), el arzobispo de Rávena que consagró San Vital. Contiene representaciones sagradas, y se ha querido atribuir a talleres egipcios, aunque no existe ninguna prueba concluyente de ello.

En el grupo de los relieves bizantinos podemos incluir los grandes discos de plata esculpidos (missoria) con que se conmemoraban las victorias de los emperadores, su ascensión al trono y los jubileos decenales de sus reinados, y los nombramientos de los funcionarios imperiales. El más conocido de estos

discos es el de la Academia de la Historia de Madrid (23), encontrado en Extremadura, que representa al emperador Teodosio el Grande acompañado de dos de sus hijos. Se trata de una obra realizada entre los años 388 y 393.

La herejía iconoclasta que sacudió el Imperio bizantino durante el siglo VIII trastornó la tradición escultórica oriental, pero después volvió a resurgir la escultura, si cabe con más realismo y vigor que al principio. De esta época tardía, posterior al siglo IX, son diversos relieves de la Virgen y el Niño en diferentes actitudes (24): Odegetria (de pie), Theotocos (sentada), Orante, etc. También aparece, con cierta frecuencia, el Señor, de pie o entronizado. Otro tema frecuente es la «Deesis», o sea, la Virgen y San Juan rezando ante Cristo por los mortales.

Ya hemos dicho que el mosaico es una de las producciones más notables del arte bizantino, que sigue la espléndida tradición romana y aun la supera en algún aspecto. Los mosaicos anteriores a época de Justiniano pertenecen a la tradición común con Roma, y han sido estudiados en el capítulo del arte paleocristiano.

De tiempos de Justiniano son los de la iglesia de San Vital, de Rávena, muy diferentes ya de los que adornan las basílicas anteriores de Roma. En los paneles votivos que representan a Justiniano, a la Emperatriz Teodora y su corte (25) el realismo romano ha desaparecido, y no se intenta conseguir ningún efecto de

ilusionismo espacial. Las figuras son muy estilizadas. Algunos rostros pueden ser retratos de los personajes representados, pero lo que parece haber interesado fundamentalmente al artista es el efecto decorativo del conjunto, y para conseguirlo ha tratado magistralmente los paños,

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26_Procesión de Santos (mosaico) (San Apolinar Nuevo de Rávena)

28_Mosaico del ábside (Basílica de Torcello)

27_Bautismo de Cristo (mosaico) (Iglesia de Dafni)

30_Virgen entronizada (icono) (Monasterio de Santa Catalina del Sinaí)

29_La Ascensión (fresco) (Santa Sofía de Ochrida)

su color y sus pliegues. Bajo ellos los cuerpos aparecen ligeramente indicados y carecen de modelado.

Los mosaicos de San Apolinar Nuevo (26) son anteriores a los de San Vital. La parte superior de los muros se encuentra decorada con escenas de la vida de Cristo, encerradas en pequeños rectángulos. Lo reducido del espacio disponible y la altura a que se encuentran, obliga a que no se atribuyan a estas escenas una función narrativa, ya que desde donde pueden ser vistas, se convierten en decorativas manchas de color. Por debajo de ellas se extiende un friso discontinuo de personajes anónimos, que entre ventana y ventana, ocupan rectángulos de fondo dorado. Más abajo, en un tercer friso, se representan dos procesiones, una a cada lado de la iglesia, de santos y santas que avanzan hacia Cristo y la Virgen, respectivamente, repitiendo en las manchas blancas de sus túnicas el tema de la columnata arquitectónica que las soporta. Estas procesiones precedían a las imágenes de Teodorico, su esposa y sus dignatarios, que fueron removidas en tiempos de Justiniano. En Rávena, otro mosaico importante ocupa el ábside de San Apolinar in Classe.

Si durante los siglos V a VII el mosaico se utilizó en todas las provincias del Imperio romano, a partir del VIII su uso quedó restringido a las sometidas al poder directo, o a la influencia del Imperio bizantino. Las obras del período iconoclasta fueron sistemáticamente destruidas al triunfar los defensores de las imágenes. Estas obras representaban fundamentalmente escenas de caza, juegos de circo y composiciones ornamentales. En el

período siguiente se representa casi exclusivamente iconografía religiosa, que responde a normas minuciosamente establecidas por lo que las decoraciones de las diversas iglesias se asemejan notablemente. De esta

época debemos mencionar los mosaicos de Santa Sofía y Kahiié-Djami, en Constantinopla; Chios y Dafni (27), en Grecia; de San Marcos, en Venecia, y de la cercana Basílica de Torcello (28), y también en Italia los sicilianos de la Martorana y la Capilla Palatina, en Palermo, y los de la catedral de Cefalú.

La pintura al fresco, se asemeja al mosaico en su concepción y en la función que desempeña dentro del templo. Esta pintura conoce un desarrollo tardío en los dominios de Bizancio. Después del triunfo sobre los iconoclastas, y cuando la técnica del mosaico resulta exageradamente cara para la empobrecidas arcas del Imperio, se recurre a la pintura mural.

Los frescos más tempranos que conocemos, aparte de algunos fragmentos muy deteriorados, corresponden al siglo XI y se encuentran sobre todo en las provincias occidentales del Imperio. Deben mencionarse los de Santa Sofía, en Ochrida (29); los de la iglesia de Nerezi, los del convento de Mileseva, los de las iglesias de Mistrá, etc., todos en Yugoslavia y Grecia.

Otra vertiente en que se manifiesta la pintura bizantina son los iconos. Aunque la palabra «icono» significa «imagen» en general se utiliza casi exclusivamente para denominar las imágenes sagradas construidas sobre un panel móvil. Decimos construidas porque los iconos no solamente se pintan, sino que pueden realizarse en mosaico, o en orfebrería y esmaltes.

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35_San Miguel (icono) (Venecia, Tesoro de San Marcos)

36_Tejido bizantino (Museos Vaticanos)

32_Códice Purpúreo (Rossano, Tesoro de la Catedral)

31_Evangeliario de Rábula (Florencia, Biblioteca Laurentiana)

33_Miniatura del Skylitzés (Madrid, Biblioteca Nacional)

34_La Pala d'oro (detalle) (Venecia, Basílica de San Marcos)

Los iconos pintados de los primeros tiempos son muy raros, y corresponden a talleres de Palestina y del Sinaí (30). Nos han llegado en mayor número iconos de fechas posteriores al siglo X, cuya supervivencia puede atribuirse a estar realizados sobre soportes más duraderos que la madera. Veremos alguno al tratar de orfebrería.

Entre las manifestaciones de la pintura bizantina debemos incluir la ilustración de Códices, muy importante, puesto que estas ilustraciones van a servir de arranque a la pintura románica. Puede decirse que el arte europeo tiene su origen en los bellos manuscritos miniados que los griegos trajeron a Europa a partir

del siglo IX. Destaca el Génesis, de Viena (siglo V), y los Evangelios, de Florencia (31), obra del monje mesopotámico Rabula, del siglo VI. También son muy bellos los Evangelios de la catedral de Rossano (32), llamado Códice Purpúreo por el color de los fondos.

Son muy abundantes los Octateucos y Salterios con ilustraciones adicionales. Los Octateucos son los ocho primeros libros del Antiguo Testamento. Los Salterios son los libros religiosos y devotos, que luego van a inspirar los famosos Libros de Horas medievales de Europa. Los hay ilustrados a toda página, o sólo marginalmente, según se destinen a públicos más o menos distinguidos. Casi todos los conocidos son posteriores al siglo VIII, pero parecen copias de obras anteriores. Estas miniaturas se hacían en talleres de tipo industrial, cuyo principal foco estaba en Constantinopla. Obra muy interesante, por su carácter profano, y que puede considerarse única en su estilo, es la Crónica de Skylitzés (33), de la Biblioteca Nacional de Madrid. Es obra del siglo XIV, pero relata hechos del siglo XI.

La orfebrería bizantina fue extraordinariamente rica e influyó en toda la orfebrería románica europea. Los bizantinos exportaban obras de esmalte tabicado (separadas las pastas con tabiquillos de oro, «cloissoné»), técnica que probablemente tomaron de Persia. Con estos

esmaltes, y empleando también perlas y piedras preciosas, hacen estuches de campana, coronas, cálices, tapas de evangelarios, armas, etc. La pieza capital de la orfebrería bizantina es la «Pala d’Oro», de San Marcos, de Venecia (34), de oro, perlas y esmaltes, obra del siglo XII.

Las técnicas de la orfebrería se aplican, como ya hemos dicho, a la producción de iconos. Buena muestra de ello es la imagen de San Miguel Arcángel, del Tesoro de San Marcos, de Venecia (35), que procede de Constantinopla y es obra del siglo X. Sobre una placa de oro se han dibujado el rostro y las manos del Arcángel utilizando la técnica del repujado. El resto de la placa ha sido cuidadosamente cincelada, salvo las partes que aparecen cubiertas de piedras (túnica), o de esmaltes (las mangas, corona y

adornos exteriores).

También se destaca la artesanía bizantina en la confección de telas para uso interno y exportación. Los más bellos tejidos de

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la Edad Media en Europa, los que portaban los Emperadores, grandes señores feudales y Papas, eran de Bizancio (36). La seda se importaba de Oriente, pero luego se crió el gusano en Constantinopla. Se fabrica en régimen de monopolio y da sustanciosas ganancias al Tesoro Imperial. En las termas de Zeuxipo había una de las fábricas más grandes. Incluso la exportación estaba controlada y hay modelos que se reservan a los Emperadores de Bizancio. Su decoración suele ser de ruedas tangentes, de imitación persa, dentro de las cuales se insertan grifos, leones, elefantes y otros temas de origen sasánida.

DIFUSION DE LA CULTURA BIZANTINA EN EL MUNDO ESLAVO

Bizancio civilizó el mundo eslavo, como Roma lo había hecho con el germánico. Sus huellas de régimen liberal y autocrático se notan todavía en la geografía política europea.

Bizancio formó naciones entre los bárbaros eslavos, dándoles noción del gobierno, principios del derecho, cultura y arte. Ya hemos hablado de las iglesias y los mosaicos que salpican la zona. Igual podríamos decir de los cuentos populares y su literatura en general. Pero sobre todo les dio su alfabeto, sin importarles la lengua, ejemplo de filantropía cultural desconocida en el mundo. Los encargados de realizar esta colosal tarea fueron los monjes Cirilo y Metodio, nacidos en Tesalónica, acostumbrados a sentir el problema eslavo en torno suyo, que hicieron en este territorio lo mismo que los monjes celtas y benedictinos en Europa occidental. Hicieron una liturgia eslava y se rodearon de un clero eslavo. El Cristianismo se hizo eslavo para los eslavos por obra de los bizantinos. Respecto a su aportación erudita e histórica oigamos a Rambaud: «Las razas de Europa oriental no conocerían casi nada de sus orígenes si los bizantinos no hubiesen tenido el cuidado de redactar los anales de estos bárbaros. Sin el «Corpus Historiae Bizantinae», objeto de tantos desdenes, sin Procopio, sin Menandro, sin Teófano, sin el Prefirogénito, sin León el Diácono y Cedreno, ¿que sabrían de su propia historia los rusos, los húngaros, los servios, los croatas, los búlgaros?». La civilización rusa está determinada por el Cristianismo y por Bizancio, incluso en sus períodos reactivos. El príncipe ruso era un soberano divinizado como el Emperador bizantino. Yaroslav ejerció una enorme influencia en el derecho, las artes y las letras; todo siguiendo el modelo bizantino (siglo XI). Hizo de Kiev una rival de Constantinopla y organizó la sociedad rusa a ejemplo de la Imperial. Los servicios y los búlgaros también recibieron la civilización de manos bizantinas.

También influyó en Oriente. «Los príncipes de Armenia -dice Rambaud- se dedicaban a imitar en sus pequeñas cortes de Ani, Van y Mush, las magnificencias del Palacio Sagrado». Las obras literarias de Bizancio fueron frecuentemente traducidas al armenio. En Antioquía, Edesa, Nisibe y Tarran, había Universidades bizantinas, que tienen mucha influencia en los comienzos del Islam. Hay que comprender que el Islam brota de una fuente cristiana emplazada en el Imperio bizantino. Más tarde, los abbasidas de Bagdad copian descaradamente las obras de Bizancio, llevan arquitectos para que les construyan obras de arte, al mismo tiempo que sabios griegos comentan para ellos los manuscritos helénicos. La poderosa corriente científica en el siglo XII-XIII es obra de estos sirios bizantinos.

No fue menor la influencia de Bizancio en Occidente, aunque ya tendremos ocasión de verla con detalle en los temas siguientes. La influencia de Bizancio se operó desde su plataforma avanzada en Europa: el norte de Italia, llamado también Lombardía. El núcleo fundamental de la influencia bizantina desde el siglo VI al VIII fue Rávena, atestada de griegos y orientales. Los artistas de la Primera Edad Media fueron traídos de Bizancio casi siempre. Influencia directa la encontramos en obras como la Capilla de Aquisgrán, San Front de Periguex, San Martín de Frómista, catedrales de Zamora y Salamanca y muchas otras obras, pero no sólo eran artistas, pues también viajaron mucho a Occidente los comerciantes y

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peregrinos, que difundían de un lado a otro las ideas y los estilos En toda la Edad Media, Europa soñó con Constantinopla como un país de maravillas. Por eso fue tan fuerte la conmoción de su caída ante Mohamed II en 1453.

En la herejía iconoclasta fueron arrojados a Europa muchos artistas y sabios bizantinos que aumentaron este proceso. Las ilustraciones de los manuscritos europeos no se pueden comprender sin conocer el arte bizantino del que son grandes deudoras. Ya hemos visto la extensión del arte bizantino por Italia (Venecia, Sicilia, etc). Siguió durante los siglos XII y XIII y aun posteriores, haciéndose famosa la «maniera greca» o estilo bizantino, que se generalizó en la Italia del XIII y del que sale el primer Renacimiento, unas veces como reacción naturalista, otras como simple evolución estilística. El Renacimiento, pues, tiene también una gran deuda con Bizancio. La influencia de este mundo oriental en Francia es enorme a partir de Carlomagno. Lo mismo ocurre en Alemania, cuando Otón I casó a su hijo Otón II con la princesa griega Teófana, dejándose seducir por los diplomáticos bizantinos. El príncipe Otón III, de refinada cultura, tuvo una educación bizantina que no pudo llevar a cabo en el gobierno por su prematura muerte. Pero en su corto reinado, se rodeó de todo el fasto y ceremonial bizantino en su palacio italiano del Aventino. Después Federico Barbarroja fundamentó su imperio en el derecho bizantino y fomentó los comentarios y estudios del «Corpus Iuris Civiles», sobre todo en la Universidad de Bolonia (Lombardía).

Las influencias en otros terrenos, como la teología y filosofía, es mayor de lo que pudiera pensarse. Algunos autores han descubierto influencias orientales en el propio Pedro Lombardo y Santo Tomás de Aquino, es decir, en la época en que la cultura europea maduraba y se disponía a independizarse y prescindir de la tradición bizantina. Tampoco debemos olvidar que el renacimiento florentino del siglo XIV y XV estuvo patrocinado por platónicos bizantinos, como Manuel Crisoloras y Jorge de Trebisonda, Constantino Láscarix y Calisto Andrónico, que enseñaron el griego y la filosofía en las cortes de Italia renacentista, donde les esperaba una sociedad ávida de nuevos rumbos y desconocidas fronteras.

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