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 F. W. Walbank   L a p a v o r o s a r e v o l u c i ó n

F. W. Walbank 

La pavorosarevolución

La decadencia del Imperioromano en Occidente

Versión española de Doris Rolfe

Título original: The AwfulRevolution – The Decline of the Roman Empire in the West 

(Esta obra ha sido publicada en ingles por Liverpool University Press)

Primera edición en "Alianza Universidad": 1978Quinta reimpresión en "Alianza Universidad": 1996

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas,además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren ocomunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación oejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

© 1969 by F. W. Walbank.© Ed. cast.: Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1978, 1981, 1984, 1987, 1993, 1996Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15, 28027 Madrid; teléf. 393 88 88

ISBN: 84-206-2209-5Depósito legal: M. 26.906-1996Compuesto en Fernández Ciudad, S. L.Impreso en Lavel. C/ Gran Canaria, 12. Humanes (Madrid)Printed in Spain

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 F. W. Walbank   L a p a v o r o s a r e v o l u c i ó n

Contraportada

a decadencia del Imperio Romano culminó con la fragmentación de sus dominios y el asentamientode los pueblos germánicos en su antiguo territorio. Este proceso de su disgregación, al queGibbon denominó LA PAVOROSA REVOLUCIÓN, marca el comienzo de lo que

convencionalmente se ha denominado los siglos oscuros de la Alta Edad Media. Las interpretaciones deese decisivo viraje se basaron hasta bien entrada nuestra centuria en las fuentes literarias clásicas,coloreadas por los prejuicios que atribuían el derrumbamiento del mundo antiguo a factoresexclusivamente políticos, morales o religiosos. Pero las investigaciones realizadas durante las últimasdécadas sobre las condiciones materiales y las formas de vida en la Antigüedad han abierto nuevas yenriquecedoras perspectivas que permiten analizar, en toda su complejidad, las causas decisivas de ladecadencia romana. Esta obra de F. W. WALBANK traza un cuadro completo de la crisis económica de los

siglos III y IV, la evolución política del Imperio hacia un Estado autoritario y las transformacionesculturales y sociales durante el período.

L

Alianza Editorial

[NOTA DEL ESCANEADOR: Por el tipo de edición de que se trata el original y la mala calidad

de las fotografías y huecograbados, se han insertado otras fotografías de distinta procedencia enesta edición digital, señalando en casi todos los puntos la procedencia de las mismas]

A Jake Larsen

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 F. W. Walbank   L a p a v o r o s a r e v o l u c i ó n

INDICE

1.La naturaleza del problema2.El veranillo de los Antoninos

3.Tendencias en el Imperio del siglo III d. de J.C.4.Contracción y crisis5.El Estado autoritario6.La economía del Imperio tardío7.El fondo cultural8.Las causas de la decadencia9.La realidad del progreso

Escritores griegos y romanos mencionados en este libro

Los emperadores romanos hasta Teodosio

PREFACIO

Este libro ha tenido una historia algo curiosa. Primero apareció como ensayo corto, escrito durante la

guerra y publicado en 1946 por Cobbett Press como tercer volumen de una serie:  Past and Present:Studies in the History of Civilisation («Pasado y presente: estudios de la Historia de la Civilización»). En1953 se reimprimió como libro de bolsillo en Estados Unidos. Ambas ediciones están agotadas desdehace varios años. Más tarde lo amplié para que tratara de modo más completo las cuestiones deimportancia de los siglos IV y V;  pero hasta ahora esta versión sólo ha aparecido en una traducción

 japonesa del doctor Tadasuke Yoshimura, publicada en Tokio en 1963.Como respuesta a muchas peticiones, y con el respaldo de la Liverpool University Press, esta versión

ampliada aparece ahora en inglés. El texto ha sido cuidadosamente revisado para tener en cuenta las másrecientes investigaciones. A fin de evitar que se confunda con el volumen del año 1946, me ha parecidomejor poner un nuevo título a lo que virtualmente es un nuevo libro.

F. W. WALBANK 

 Liverpool, 1968

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INTRODUCCIÓN

Roma emerge a la luz de la historia como un poblado de comerciantes y agricultores que habitaban unaserie de bajas colinas de la orilla izquierda del río Tíber, a unos 25 kilómetros de la desembocadura. Latradición cuenta que desde la fundación de la ciudad, en el año 753 a. de J.C., hasta el año 509 a. de J.C.,fue gobernada por reyes, los últimos de los cuales correspondían a una dinastía extranjera procedente deEtruria, al otro lado del Tíber. Poco más que la leyenda ha sobrevivido de este período; pero hay algunas

 pruebas de que la Roma etrusca era un lugar próspero y bello, más floreciente entonces que durante elsiglo y medio siguiente. Los ciento cincuenta años que siguieron a la expulsión de los reyes transcurrieronen guerras con los pueblos vecinos, y sobre todo en consolidar el poder romano en el Lacio, la región deItalia de la cual Roma era, geográfica y lingüísticamente, el límite más al norte. El progreso de Romasufrió un serio revés en el año 390 a. de J.C., cuando los galos merodeadores penetraron en la ciudad deRoma, dedicándose al saqueo y al pillaje; pero se recuperó rápidamente, y en el año 338 a. de J.C. estabaestablecida como señora del Lacio.

Se han descrito los siguientes setenta años como el período más sorprendente de la historia romana.Mediante una serie de campañas victoriosas, los romanos derrotaron a las fuertes tribus de las tierras altasde la Italia central, los samnitas, hicieron dependiente a Etruria y consiguieron el acceso a la costa delAdriático (338-290 a. de J.C.). Por medio de esta impresionante extensión del poder, la población de unterritorio de unos 1.300 kilómetros cuadrados se había hecho dueña de una región 100 veces mayor. Pocodespués, en el año 282 a. de J.C., surgió un conflicto con Tarento, la próspera ciudad griega situada en el«empeine» de la Italia del Sur. Los tarentinos, que desde hacía mucho tiempo no tenían costumbre de

luchar en sus propias guerras, pidieron la ayuda del rey griego, Pirro de Epiro, y los romanos seencontraron enfrentados con el general más imponente de la generación posterior a Alejandro Magno.Pero Pirro se dejó desviar hacia Sicilia, y al regresar a Italia en el año 275 a. de J.C., sufrió una derrotadefinitiva y se retiró finalmente a Epiro, dejando a los romanos dueños de toda la península.

Así, en el año 270 a. de J.C., Roma había hecho lo que ninguna Ciudad-Estado griega jamás pudoconseguir; con su agudeza política, al dividir primero a sus enemigos y aliarse luego con ellos, habíaunificado a una vasta península, haciendo de ella un solo Estado unitario. Antes habían existido estadosfederados, pero nada semejante a esta confederación romana. De los diversos pueblos de Italia, algunos,como los hérnicos, los sabinos y otros vecinos próximos a Roma, se incorporaron al Estado romano comociudadanos. Los demás se convirtieron en «aliados», cada uno de los cuales estaba ligado a Roma segúnfórmulas diferentes, lo que servía para ocultar la dura realidad de la dominación romana. A los más

favorecidos, los romanos les otorgaron la ciudadanía latina; tenían muchos, pero no todos los privilegiosde un ciudadano pleno; otros pueblos estaban ligados por tratados especiales que definían su relaciónexacta con la metrópoli; y por encima de todo esto se encontraba el sistema estratégico de caminos y lascolonias cuidadosamente situadas, que protegían los intereses romanos en cualquier punto débil. Lascolonias eran de dos clases: un número limitado de colonias romanas, compuestas por ciudadanos plenos,en número de 300; y una cantidad superior de colonias latinas, cada una con 2.000 a 5.000 ciudadanos,unos de origen latino y otros de origen romano, y destinadas a funcionar más bien como poblados

 permanentes. Estas nuevas colonias de agricultores y soldados ayudaron a unificar y consolidar la península dentro de los vínculos de una alianza firme, flexible y leal. Pero hicieron más que eso. Alrepartir a unos 50.000 hombres por toda Italia, estimularon la agricultura y dieron a los romanos laoportunidad de invertir en bienes raíces en todas las zonas de la península. Fue probablemente este

 período el que determinó el destino de los romanos como pueblo agrícola; y los setenta años siguientes,en los que se mantuvo esta misma política de colonización, lo confirmaron.

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Esta expansión había tenido lugar bajo la dirección de un reducido consejo de los estadistas de mayor edad, el Senado romano, que constituía el elemento de continuidad en un Estado en el que losfuncionarios ejecutivos eran aficionados elegidos anualmente. En los primeros dos siglos y medio de laRepública (509-287 a. de J.C.), existía un conflicto prolongado, pero curiosamente moderado, entre unaminoría «patricia» de clanes ricos y aristocráticos, y los más pobres o menos privilegiados «plebeyos».

Este conflicto se resolvió por un compromiso típico, en el cual los plebeyos más ricos fueron absorbidos por el grupo gobernante, con igual derecho a ocupar todas las magistraturas y todos los sacerdocios, salvounos cuantos, mientras que las exigencias económicas de las clases más pobres se arrinconaron o sedesviaron hacia el pillaje en las guerras extranjeras.

Estas no tardaron en venir. En el año 264 a. de J.C., al llegar al extremo de la península italiana, losromanos chocaron con el Estado fenicio del África del Norte, Cartago, que ya se había establecido en eloeste de Sicilia. En muchos aspectos, Cartago era la antítesis de Roma; era una potencia naval cuyariqueza e influencia se basaban en el comercio; nunca estaba segura de la lealtad de sus súbditosnorteÁfricanos, y así dependía de mercenarios que lucharan en sus guerras. Con tenaz empeño, losromanos cruzaron el mar, y con el apoyo de la confederación derrotaron a los cartagineses después de unaguerra que duró veintitrés años. En el año 241 a. de J.C. tenían una nueva provincia, Sicilia, y un poco

más tarde se anexionaron Cerdeña. En el año 218 a. de J.C. los cartagineses les desafiaron otra vez.Partiendo de las bases de la nueva provincia de España y dirigido por un genio militar, Aníbal, un ejércitocartaginés invadió Italia a través de los Alpes occidentales. Durante dieciséis años Roma luchó por laexistencia en tierra italiana. A pesar de esto, el Senado no perdió la cabeza en las sucesivas crisis; la ligase mantenía firme; una fuerza expedicionaria romana desembarcó y separó a España del ejército deAníbal; con el tiempo se enrolaron más de 40 legiones —llegando a 25 en un solo año— entre loscampesinos de Italia; y por fin, bajo el mando de un gran general, Escipión el Áfricano, los mismosromanos invadieron África del Norte, forzaron el regreso de Aníbal y le infligieron una derrota aplastante(202 a. de J.C.) de la que Cartago nunca se recuperó.

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Ahora, en el umbral del siglo II a. de J.C., los romanos se volvieron hacia el Este. En una serie deguerras que el Senado no buscaba deliberadamente, pero que por una variedad de motivos estaba engeneral dispuesto a emprender, aplastó a las monarquías helenísticas separadas que habían surgido tras ladisolución del ingobernable imperio de Alejandro Magno. Filipo V de Macedonia (197 a. de J.C.),Antíoco de Siria (189 a. de J.C.), el hijo de Filipo, Perseo (168 a. de J.C.), cayeron uno tras otro ante el

furioso ataque de las legiones entrenadas en la lucha contra Aníbal. Egipto, que ya no era un gran poder yque estaba débilmente gobernado, se sometió a la esfera de la influencia romana. La gran ciudadcomercial de Rodas, al principio la predilecta de Roma, cayó en desgracia y fue despojada de sus

 posesiones. Los aqueos, antes los aliados más leales de Roma, se rebelaron y fueron sofocados (146 a. deJ.C.). Macedonia pasó a ser una provincia, y Acaya prácticamente también. El reino de Pérgamo, en el

 Noroeste de Asía Menor, fue legado a Roma por su último rey (133 a. de J.C.). Mientras tanto, Cartagohabía sido aniquilada en una sangrienta y no provocada guerra de agresión (146 a. de J.C.); y más alOccidente, en España, la última resistencia de las tribus fue rota en Numancia en el año 133 a. de J.C. por Escipión el Joven, conquistador de Cartago.

Así, en el año 133 a. de J.C., Roma era predominante en el Mediterráneo oriental y occidental. Ya nohabía ninguna potencia capaz de resistirla. El historiador griego Polibio, aun siendo aqueo y durante

muchos años preso político en Roma, se convirtió en admirador de este vasto imperio, adquirido en sumayor parte en poco más de cincuenta años (220-167 a. de J.C.), como si la misma diosa Fortuna planearael destino del mundo civilizado siguiendo las fronteras trazadas por las legiones romanas. La historia dePolibio sobrevive (aunque fragmentariamente) como un testimonio permanente de la impresión quecausaron los romanos en su avance sobre los pueblos a los que vencieron.

Pero para todo esto Roma tuvo que pagar un precio. Los dieciséis años de lucha con Aníbal habíansido desastrosos para la agricultura italiana. Los campos fueron destruidos, y los labradores enviados aformar en las legiones año tras año. Luego vinieron las nuevas guerras en el Oriente. Con los campesinosarruinados o desalentados, se abrió el porvenir para los ricos, que habían especulado en las guerras y que,como abogaban los escritores romanos de más influencia, buscaban comprar la respetabilidad en forma detierra. En el siglo II a. de J.C. se desarrollaban grandes latifundios, haciendas de ganado y plantaciones,en toda la Italia del sur, Etruria, el Lacio y partes de Campania, trabajados por esclavos baratos

 proporcionados por las guerras. Los campesinos desposeídos se desplazaron hacia las ciudades paraensanchar el proletariado urbano y vivir desarraigados, al borde de la miseria. Al otro extremo de laescala, las enormes fortunas que entraron en Italia desde el Oriente (después del año 167 a. de J.C. Italiaquedó exenta para siempre del pago de tributo) llevaron a la corrupción a la casta dirigente. El Senado se-guía limitado en composición. Entre el año 264 y el año 134 a. de J.C., de los 262 cónsules elegidos, sólo16 pertenecían a familias nuevas en el cargo. Había poca sangre nueva, y por eso, cuando se introdujo lacorrupción, sus efectos fueron catastróficos. Varios incidentes vergonzosos en la provincia aislada ydifícil de España revelaron un declive en las normas de moralidad entre los gobernantes de Roma. Elcontacto con la cultura superior de Grecia les llevó a un cambio radical en su modo de pensar, pero, como

señaló Polibio por propia observación, y como generaciones de moralistas y satíricos romanos nunca secansaron de mencionar, esta cultura también había traído consigo un mayor lujo y un mayor relajamientoen el comportamiento. Los aliados de la liga italiana empezaron a quejarse de la creciente avaricia yopresión del Estado principal; y de una u otra manera, la incapacidad de la aristocracia romana para latarea de gobernar un imperio se hacía cada vez más evidente.

El último siglo de la República romana, del año 133 al 31 a. de J.C., fue esencialmente una época decrisis, a la que contribuyeron muchos factores. Se alzó el telón para un intento digno de señalarse: los doshermanos Gracos, Tiberio en el año 133 a. de J.C., y Cayo en el año 123 a. de J.C., trataron de resolver el

 problema de los latifundios y de los campesinos desposeídos mediante una distribución radical de lastierras nominalmente públicas. Los oligarcas reaccionaron rápidamente: Tiberio fue asesinado, Cayoempujado al suicidio, y la clase senatorial recuperó su preponderancia. Pero de la agitación de los Gracos

surgió una nueva clase capaz de rivalizar con el Senado en su monopolio del poder. El legado de Pérgamoa la República romana en el año del tribunado de Tiberio Graco había creado un nuevo problema deorganización; y la aversión a extender la burocracia fue en parte lo que les llevó a adoptar el sistema de

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arrendar a empresas financieras la recaudación de los impuestos. El grupo social que emprendió estenegocio lucrativo fue el de los equites o caballeros; y sus corporaciones ganaron riquezas y poder de estoscontratos asiáticos. Además de esto, Cayo Graco les dio influencia política cuando puso en sus manos elcontrol de los tribunales, en los que con frecuencia los gobernadores senatoriales tenían que defenderse deacusaciones de malversación y extorsión. A partir de ahora, los equites tenían su propio papel que

desempeñar en la política romana; y es razonable ver su influencia maligna detrás de la guerra colonial enque se embarcaron los romanos hacia fines de siglo contra las tribus numídicas del África del Nortedirigidas por su rey Yugurta (112-106 a. de J.C.). Esta guerra reveló la incomparable profundidad de lacorrupción y la incompetencia senatoriales. Se dice que Yugurta dijo cínicamente que toda Roma estaba«en venta». Un «hombre nuevo», Mario, llegó a cónsul con el apoyo popular, derrotó a los numídicos yllevó a cabo una serie de reformas del ejército, cuyo resultado fue que las legiones se llenaron con el

 proletariado rural y se elevó el rango del comandante militar al convertirle en objeto personal del juramento de lealtad de sus hombres: un acontecimiento nefasto. Mientras tanto, la codicia y la incompe-tencia de la casta reinante permitieron que el conflicto entre Roma y la liga italiana se desarrollara hastael punto de la guerra civil. Costó dos años suprimir la rebelión italiana (90-88 a. de J.C.) y se hizo

 prominente una nueva figura, Sila, el antiguo lugarteniente y enemigo amargado de Mario. Durante varios

años Roma se desangró con la guerra civil entre sus dos facciones; y en el año 83 a. de J.C. volvió Sila deun mando oriental para hacerse dueño cínico de Roma, con el objetivo de restaurar al Senado a su antiguo

 papel. No hay que trazar en detalle el deterioro posterior del gobierno senatorial, el fracaso del intento de Sila

de restaurar el poder del Senado y la rápida demolición de su estructura por el joven Pompeyo, un general precoz y de mucho éxito, de la propia escuela de Sila, quien actuaba junto con Craso, un senador querepresentaba los intereses comerciales de los caballeros. Estos dos hombres lograron una coalicióninestable después de sofocar una rebelión de los esclavos encabezados por un gladiador tracio llamadoEspartaco (73-71 a. de J.C.), y su consulado en el año 70 a. de J.C. quedó marcado por la revelación delvicio y la corrupción senatoriales que salieron a la luz en el famoso proceso de Verres, el gobernador deSicilia, por latrocinio: un proceso que dio a conocer al abogado en ascenso Marco Tulio Cicerón. FueCicerón quien, como cónsul, siete años después, mostró insospechada firmeza junto con una peligrosadesatención al precedente republicano cuando sofocó el intento anárquico de Catilina de derrocar alEstado y mandó a los principales conspiradores a la ejecución en la tétrica prisión de Tuliano.

Mientras tanto, en estos años se levantaba un político más tenaz y más astuto que cualquiera de suscompañeros: C. Julio César. Elegido cónsul en el año 59 a. de J.C., gracias a una alianza política conPompeyo y Craso, obtuvo el mando proconsular en la Galia, y durante los diez años siguientes organizóuna fuerza inmutablemente leal a él mismo y entrenada bajo su generalato brillante en la dura escuela delcombate. En el año 49 a. de J.C., César, provocado y amenazado con procesamiento y ruina por unSenado que no había aprendido nada ni había olvidado nada, pasó el Rubicán, el límite que separaba su

 provincia de Italia, y en una serie de campañas brillantes en Italia, España, Grecia, Asia Menor y África,

derrotó a las fuerzas del Senado encabezadas por su rival y antiguo aliado Pompeyo, y se abrió caminoviolentamente hacia el poder supremo.César vio (lo que es obvio retrospectivamente) que la supervivencia de Roma y de su imperio

dependía, en este momento, del establecimiento de alguna forma de autocracia. Pero le faltaba tacto paratratar con los que no poseían esta manera concreta de pensar, y el 15 de marzo del año 44 a. de J.C. fueasesinado por una pequeña banda de conjurados, inspirados por senadores, y senadores muchos de ellos.La muerte de César fue la señal para comenzar otros trece años de maniobras políticas y guerra civil.Heredero e hijo adoptivo de César, Octaviano se presentó al principio como hombre del Senado, y ganó elelogio efusivo, aunque a veces ambiguo, de Cicerón, quien, después de una serie de reveses políticos,había emergido para entonar el canto del cisne de la República. Pero muy pronto Octaviano se puso deacuerdo con el aventurero político Marco Antonio, y su convenio fue sellado por una sangrienta

 proscripción, en la que la cabeza de Cicerón fue de las primeras en rodar.El convenio entre Octaviano y Antonio no duró y fue el más joven quien aventajó a su rival. Octavianofue un sucesor digno de Julio. Igualmente despiadado y libre de sentimientos, tenía además ese

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entendimiento de las susceptibilidades romanas que le permitía ocultar sus intenciones. Después de queAntonio —con sus intrigas con la reina egipcia Cleopatra— había dado a Octaviano la oportunidad deinfamarle ante el pueblo, culpándole de actividades contrarias a Roma, y de perseguirle mediante una deesas campañas de propaganda en que ningún partido reconoce límites, Italia estaba perdida para el viejocesariano; y al fin, no fue una tarea difícil eliminar a ambos, Antonio y Cleopatra, en la batalla naval de

Accio, muy elogiada pero apenas gloriosa, en el año 31 a. de J.C. En ese momento Octaviano se quedósólo; y con el apoyo del partido cesariano, que él y su padre adoptivo habían formado cuidadosamenteentre las clases medias de Italia, comenzó a establecer un nuevo Estado. Ahora el Senado, o lo quequedaba de él, ya no era un obstáculo; y Octaviano, conocido en adelante por el título honorífico deAugusto, hacía gran gala de acogerlo como socio político.

El año 31 a. de J.C. señaló el establecimiento efectivo del imperio del mundo romano por su ciudadano principal (princeps) y su general (imperator). El primer interés de Augusto era la paz y la eficacia. Las provincias, enriquecidas ahora con los nuevos territorios de Asia Menor y Egipto, fueron repartidas entreél mismo y el Senado. Se consolidaron las fronteras. Se inventó un instrumento eficaz de gobernar. Yahabían terminado los días de la corrupción proconsular, cuando un gobernador tenía que ganar tresfortunas durante su año de administración, una para pagar sus deudas, otra para jubilarse, y la tercera para

sobornar a los jurados en el inevitable proceso por extorsión. Por fin el mundo romano se calmó en paz y prosperidad; y fue una prosperidad que duró más de dos siglos casi sin interrupción. Sin embargo, desdesus comienzos el Principado augustal contenía elementos de debilidad, por muy hábil que fuera aldisfrazarlos. A pesar del cuidado con que Augusto basó su posición en precedentes republicanos y en laacumulación de cargos y poderes ya existentes, ejercidos en conjunción con esa «autoridad» indefinible,que valía tanto entre una gente inmersa en la tradición, había, acá y allá, hombres lúcidos que reconocíanla verdad: la sanción final del poder de Augusto dependía de su control de las legiones. Además, mientrasestuviera sin resolver el problema de la sucesión, no había garantía de que la paz continuara; peroestablecer abiertamente una dinastía significaba arriesgarse a quitarle al Principado la máscara de lalibertad, y quizá seguir los pasos de Julio.

Afortunadamente, Augusto vivió hasta la vejez y dio a la población la oportunidad de olvidar laRepública. Conforme se iba acostumbrando a la monarquía disfrazada, el disfraz se hacía menos nece-sario, y el pueblo romano dejó incluso de exigir la apariencia de la libertad. Consciente de los peligros deun interregno, Augusto tramaba cautelosa pero incesantemente el establecimiento de una dinastía; y sus

 primeros cuatro sucesores, Tiberio, Cayo, Claudio y Nerón, estaban todos conectados con su familia. Suscaracteres revelaron algunas de las debilidades de la autocracia. Cayo y Nerón, por lo menos, fueronvíctimas de la ofuscación, ejercida sin freno; y ambos encontraron una muerte violenta. Al morir Nerónen el año 68 d. de J.C., «se reveló un secreto del Imperio»: que se podía crear emperadores fuera deRoma. Cada uno de los ejércitos de España, Germania y Siria, proclamó emperador a su propio general, ysólo después de un año de guerra sangrienta y de caos, en el que cuatro hombres se vistieronsucesivamente la púrpura, se estableció la nueva dinastía de los Flavios. Con Vespasiano y sus dos hijos,

Tito y Domiciano, la autocracia llegó a ser aún más abierta; éste último intentó emular a Cayo, establecióun reino de terror, y fue por fin asesinado (96 d. de J.C.). En este momento, la selección de un nuevoemperador revirtió al Senado. Nerva, Trajano y Adriano dieron al Imperio una nueva época de paz y

 prosperidad, que continuó con los emperadores del siglo II, Antonino Pío y Marco Aurelio.Tal es, en resumen, la historia de cómo creció Roma desde una aldea del Tíber a un Imperio

mediterráneo. Este Imperio, como tantos otros, no pudo perdurar; pero sobre sus fragmentos rotosreformados y revitalizados para encajar con sus propias instituciones más primitivas, los pueblosgermánicos que lo invadieron construyeron con el tiempo los fundamentos de un mundo cuyas fronteraslingüísticas todavía muestran en muchos sitios los viejos confines del orbis Romanus, un mundo en quelas tradiciones legales, éticas y culturales todavía son, en esencia, las tradiciones de Grecia y de Roma.

El Imperio romano cayó; y la caída de los imperios es un tema romántico y trágico. Fue un impulso

romántico el que, el día 15 de octubre de 1764, inspiró a Edward Gibbon —mientras meditaba sentadoentre las ruinas del Capitolio, escuchando a los frailes descalzos de San Francisco cantar las vísperas en el

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templo de Júpiter 1 — a dedicar sus esfuerzos a la descripción de la  Decadencia y caída del Imperio

 Romano, y con ello a la creación de una de las obras clásicas de la lengua inglesa. Pero como él se esmeróen señalar, la caída de Roma también tiene una moraleja que subrayar y una lección que enseñar. «Losacontecimientos pasados —escribió Polibio (XII, 25e, 6)— nos hacen prestar especial atención al futuro,si realmente indagamos a fondo cada caso del pasado.» Siguiendo el espíritu de esta declaración se han

escrito las siguientes páginas.

1 Eso creía él. Pero Sta. María d'Aracoeli, donde Gibbon escuchaba a los frailes, está en el sitio del Templo de Juno Moneta.

«El lugar consagrado a Júpiter estaba al otro lado del Campidoglio, sobre una eminencia algo más baja del monte Capitalino bicorne.» [L. White, The Transformation of the Roman World: Gibbon's Problem alter Two Centuries (Berkeley-Los Angeles,1966), p. 291]. [Hay una traducción al castellano de la obra de Gibbon: Historia de la decadencia y ruina del Imperio Romano,

realizada por José Mor de Fuentes (Barcelona, 1842-47)].

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Capítulo 1LA NATURALEZA DEL PROBLEMA

Desde que el hombre aprendió por primera vez a registrar su propia historia en forma duradera, harecurrido a los anales del pasado para iluminar los problemas del presente; y se ha referido una y otra veza ciertos períodos y acontecimientos porque le parecían especialmente vivos y pertinentes a su propiasituación. Este es el caso de la caída del Imperio romano en Europa occidental. Desde los tiempos de los

 primeros padres de la Iglesia hasta la actualidad, la causa de aquel ocaso ha sido un punto central de laespeculación histórica. Las respuestas a este problema constituyen en sí mismas un comentario sobre las

épocas en las que se propusieron; pero tienen una cosa en común: muestran a los hombres de Europaoccidental que el problema de por qué cayó Roma ha sido siempre una cuestión palpitante.Desde el comienzo de nuestra era, la gente del Imperio se sentía obsesionada por un vago sentimiento

de deterioro. Séneca el Viejo (circa 55 a. de J.C., circa 40 d. de J.C.), en una obra histórica ahora perdida,afirmó que bajo los emperadores, Roma había llegado a su vejez y no podía esperar más que la muerte1; yel pesimismo de Séneca el Viejo sólo se hacía eco de los repetidos lamentos de poetas y escritores de laRepública tardía, según los cuales Roma ya no era lo que había sido. Horacio, por ejemplo, se quejaba deque «nuestros padres, peor que sus abuelos; y nosotros, peor que nuestros padres... menguada prole almundo dejaremos»2. Ya a comienzos del siglo III el mismo gobierno confesaba la decadencia del Imperio.Una proclama oficial, escrita en nombre del emperador-niño Alejandro Severo en el año 222 d. de J.C.(probablemente por su madre y su abuela, y por el jurista Ulpiano) habla de la intención del emperador de

detener la decadencia mediante una política de restricciones, y se lamenta al mismo tiempo de suincapacidad para satisfacer su generosidad natural mediante una remisión de impuestos; y casi treintaaños después, podemos leer la expresión de esperanzas semejantes en relación con el emperador Decio(249-51 d. de J.C.).

De todas formas, fue con el crecimiento de la Iglesia cristiana cuando la decadencia de Roma empezóa aparecer como un tema central de discusión en la filosofía y la polémica. En profecías apocalípticascomo  El Libro de la Revelación, el Imperio romano había sido denigrado y puesto en la picota por laIglesia perseguida, y el fin del Imperio predicho como precursor del milenio venidero. San Agustín (354-430 d. de J.C.), tomando sus argumentos de historiadores pre-cristianos, atacó a Roma por su decadenciamoral; desde la destrucción de Cartago, el último rival serio del Imperio romano, en el año 146 a. de J.C.,las antiguas virtudes habían decaído, y la discordia civil había desgarrado al Estado. La Ciudad Eterna  — 

 Roma aeterna— era una ficción literaria, y los cristianos debían levantar los ojos a la Ciudad de Dios. SanJerónimo (circa 346-420 d. de J.C.) sostenía la misma opinión. «Al Imperio Romano —escribe— hay quedestruirlo, porque sus gobernantes creen que es eterno. En la frente de la Roma Eterna está escrito elnombre de la blasfemia.» Con todo, esta actitud no dejaba de tener ambigüedades y equívocos, porquecuando los paganos acusaron a su vez a la Iglesia de que, con su hostilidad y sus prácticas perturbadoras,estaba causando la caída del Imperio, la Iglesia replicó con una nueva doctrina. Para Orosio (hacia 410 d.de J.C.), amigo de ambos —Agustín y Jerónimo— el Imperio representaba el último de los cuatro reinosde este mundo— los predecesores eran Babilonia, Cartago y Macedonia— y estaba destinado a ser elinstrumento de Dios en la protección del mundo cristiano contra el caos. ¿No fue bajo Augusto cuandoCristo mismo encarnó, y llegó a ser «ciudadano romano»? 3 Por consiguiente, quedaba claro que los

1 Lactancio, Div. lnst. VII, 15.2 Odas, m, 6, 46-8.3 Orosio, Hist., VI, 22, 8.

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cristianos debían aceptar y apoyar al Imperio, porque de él dependía el destino del universo, como rezabael dicho:

«Quando cadet Roma, cadet et mundus»

 (Cuando caiga Roma, el Universo caerá con ella).

Un rasgo curioso de esta controversia era su consideración de la caída de Roma como un acontecimientodel futuro. Ni una sola vez se levantó uno de estos publicistas paganos o cristianos para anunciar contonos de triunfo o remordimiento que Roma ya había caído. Cuando Alarico y sus visigodos saquearon laCiudad Eterna en 410 d. de J.C., el acontecimiento fue recibido con estupefacción incrédula —y luegorechazado. «Si perece Roma —escribió Jerónimo—¿qué está seguro?» Orosio se apresuró a señalar queAlarico se había quedado sólo tres días en Roma —mientras que en el año 390 a. de J.C. Breno y losgalos ¡la habían ocupado durante seis meses! Un siglo más tarde había menos confianza. Salviano (circa

400-después de 470 d. de J.C.), presbítero en Marsella, que escribía cuando ya amplios territorios delImperio occidental estaban en manos de los bárbaros, acusa a los romanos de ser más culpables que susenemigos, precisamente porque por ser cristianos debieran saber más que los otros. Los bárbaros son

castos, mientras las ciudades de Roma son lugares de vicio y mal vivir. En resumen, ¿qué eran lasinvasiones bárbaras si no el juicio de Dios sobre un Imperio «ya muerto o dando con certeza el últimosuspiro»?4

Sin embargo, la fe en Roma nunca se perdió por completo. Mucho después de que se hubiera disueltoel Imperio occidental, los hombres juraban fidelidad a su sombra, evocada por la ficción de la translatio

ad Francos —el traslado del Imperio a Carlomagno (a quien el Papa coronó Emperador el día de Navidaddel año 800 d. de J.C.)—, y desde el siglo X a Otón y los germanos. En el Sacro Imperio Romano,establecido en Aquisgrán o Goslar, se persuadió a la población para que considerara a su Estado comodescendiente directo de la Roma de Augusto, que cumplía todavía su papel como el «cuarto reino delmundo» que debía preceder al advenimiento del anti-Cristo, y por último al Milenio; y en los países delMediterráneo, el carácter gradual del cambio del latín a las lenguas románicas ayudaba a oscurecer elverdadero carácter de la ruptura. Sólo en el Renacimiento, cuando Europa se despertó a los tesoros de lasgrandes épocas de la antigüedad greco-romana, los humanistas italianos se dieron cuenta de su propiaruptura con la Edad Medía y, por consiguiente, de la ruptura entre la Edad Media y el mundo antiguo. Enel año 1453 d. de J.C. Biondo se desligó por completo de la idea de un cuarto reino del mundo, y en suhistoria, titulada significativamente De la decadencia del Imperio romano, consideró el saqueo de Roma

 por Alarico como el punto de partida de una época histórica. Por primera vez el problema del ocaso deRoma pasó a ser un problema histórico, un intento de explicar un acontecimiento que había ocurrido en el

 pasado.De nuevo las respuestas se limitaban a reflejar los problemas de los que las proponían, y fueron

trazadas para iluminar lo que no estaba claro en la vida contemporánea. Para Petrarca (1304-74), la raíz

de todo mal se hallaba en Julio César, que destruyó las libertades populares; porque Petrarca considerabacomo grandes héroes a los opositores de César, Bruto y Pompeyo, y trataba de resucitar una res publica

 Romana en su propio tiempo. Más de un siglo después, en El Príncipe, el florentino Maquiavelo (1469-1527) insistía en la necesidad apremiante de recrear un Estado italiano para salvar a Italia. Consciente dela amenaza que en sus propios días provenía del otro lado de los Alpes, acentuó la contribución de lasinvasiones bárbaras a la caída del mundo clásico, que para él, como para Biondo, tenía como fecha deorigen el saqueo de Roma por Alarico. A lo largo de la obra de Maquiavelo se percibe un agudosentimiento de la decadencia de ambas sociedades, la suya propia y la de la Roma antigua; y como élcreía en la repetición de los acontecimientos históricos, confiaba en encontrar una moraleja. Maquiavelofue el primer historiador después de Polibio, del siglo II a. de J.C., que prestó seria atención al procesointerno de la decadencia en la sociedad. Un poco más tarde Paolo Paruta, un aristócrata veneciano, que

 publicó sus  Discorsi en 1599, atribuyó la decadencia romana a la tensión existente entre el Senado y el pueblo romano.

4 Salviano, de gubern. Dei, IV, 30.

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En el siglo XVII, la discusión se liberó de los últimos vestigios de los conceptos medievales de latranslatio ad Francos y de la «cuarta monarquía del mundo». La caída de Constantinopla en 1453 pro-

 porcionaba una nueva época para poner en contraste con la fundación de dicha ciudad por Constantino, y poco a poco se desarrolló la idea de la división de la historia en antigua, medieval y moderna. Sinembargo, esta nueva ordenación no planteó la raíz del problema, que se presentó a Voltaire (1694-1778) y

a Gibbon (1737-94) en el nuevo contexto del siglo de las luces. «Un doble látigo —escribió Voltaire— hizo caer por fin a este vasto Coloso: los bárbaros y las disputas religiosas.» Y Gibbon también vio en lahistoria largamente prolongada de la decadencia y la caída «el triunfo de la barbarie y la religión». Deesta forma, desde los tiempos de Agustín la rueda dio una vuelta completa: otra vez el cristianismo estabaen el banquillo de los acusados. La respuesta de Gibbon revela las circunstancias especiales del sigloXVIII, cuando al juicio apresurado de los racionalistas le parecía que el cristianismo declinaba y tendríaque ceder de inmediato ante una nueva concepción del mundo. Naturalmente ellos miraban hacia atrás,desde el fin hasta los principios del ciclo cristiano, y veían en la presente decadencia del cristianismo uncontraste con el vigor que antes había mostrado; y se sentían de algún modo los vengadores del mundo dela razón que, a su juicio, había destruido el cristianismo.

Estos ejemplos pueden ilustrar la forma peculiarmente palpitante que el problema de la decadencia deRoma asumía invariablemente. A partir de él cada época ha intentado formular su propia concepción del

 progreso y la decadencia. Los hombres se han preguntado repetidamente: ¿cuál es el criterio paradeterminar el momento en que empieza la decadencia de una sociedad? ¿Cuál es la norma con la quehemos de medir el progreso? Y ¿cuáles son los síntomas y las causas de la decadencia? La variedad derespuestas dadas a estas preguntas es suficiente para deprimir al lector de espíritu investigador. Cuandotantos pensadores representativos pueden encontrar tantas y tan variadas explicaciones, según la época enque viven, ¿hay alguna esperanza, preguntará el lector, de una respuesta que pueda contener algo más queuna validez relativa?

El problema del progreso y decadencia (si así podemos llamarlo) ha provocado de hecho múltiplessoluciones. En algunos períodos, como hemos visto —sobre todo durante el Renacimiento—, la cuestiónse plantea en términos políticos; la sociedad avanza o retrocede según la forma en que resuelve lascuestiones de la libertad popular, del poder del Estado, de la existencia de tensiones dentro de la propiaestructura. En otros tiempos, se da importancia a lo moral: el declive aparece como una decadencia en losniveles éticos, causada por la eliminación de amenazas exteriores consideradas como saludables, oresultante de una incursión del lujo. Ambas aproximaciones al problema son esencialmente «naturalistas»

 porque intentan deducir las formas del progreso y la decadencia de las actividades morales o políticas propias del hombre; y están en contraste con lo que ha sido, por lo general, la actitud más corriente ante el problema: el acercamiento religioso o místico.

Algunos han interpretado el desarrollo y la caída de los imperios en términos proféticos (como ocurría

entre los primeros cristianos), de modo que concuerde con una descripción apocalíptica de los «cuatroreinos del mundo» o las «seis edades del mundo». Otro punto de vista considera la historia como unasucesión de civilizaciones, cada una de las cuales reproduce el crecimiento y el declive de un organismovivo, de acuerdo con una especie de ley biológica. O, por otra parte, se piensa que las civilizaciones sedesarrollan en ciclos, una tras otra, repitiéndose de manera que la historia es prácticamente una rueda enconstante giro. Propuesta originalmente por Platón (circa 427-347 a. de J.C.), esta teoría cíclica tuvo laaceptación de Polibio (circa 200-117 a. de J.C.), el historiador griego del ascenso de Roma al poder, quien

 pensaba que dicha teoría explicaba ciertos signos de decadencia detectados por su aguda mirada durantelos tiempos esplendorosos de Roma. Recogida de Polibio por Maquiavelo, esta teoría cíclica fue adaptada

 por G. B. Vico en el siglo XVIII, y tiene sus discípulos en nuestros días. De modo semejante, laconcepción biológica se ha convertido en moneda corriente en los escritos históricos. «El gran edificio — 

ha escrito un erudito y estadista moderno sobre el Imperio romano5

 — sucumbió con el tiempo, como

5 H. H. Asquith en The Legacy of Rome, ed. Cyril Bailey, Oxford, 1923, página 1.

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todas las instituciones humanas, a la ley de la decadencia.» Tal formulación emplea una metáfora paraevadirse del verdadero problema.

Estas diversas respuestas parecen depender en gran medida del punto de partida. Y quizá el punto de

 partida más satisfactorio es el cuerpo que progresa y decae por sí mismo. Pero el progreso y eldecaimiento son funciones, no de individuos aislados, sino de hombres y mujeres entretejidos en lasociedad. Es la sociedad la que avanza o retrocede; y la civilización es esencialmente una cualidad delhombre social, como vio Aristóteles cuando definió el Estado como algo originado en las necesidades

 básicas de la vida y que continúa existiendo para alcanzar la vida buena ideal6.  La distinción esimportante, porque una época de decadencia social, como el siglo III de nuestra era, puede producir —ycon frecuencia produce, a causa del reto que ofrece— un número extraordinariamente grande de indi-viduos destacados. Evidentemente, por eso, cuando decimos que una sociedad está en decadencia, nosreferimos a algo que ha ido mal dentro de su propia estructura, o en las relaciones entre los diversosgrupos que la componen. El problema de la decadencia, como el problema del progreso, es en sus raícesun problema del hombre en sociedad.

Es precisamente este hecho el que nos permite esperar que en la actualidad se pueda decir algo nuevosobre el problema de la decadencia del Imperio romano. Porque la mayor revolución en los estudiosclásicos de los últimos sesenta años se ha producido en nuestro conocimiento del hombre social de laantigüedad.

En el pasado, la historia antigua estaba sometida inevitablemente a una doble deformación. Nuestroconocimiento del pasado, en su mayor parte, sólo nos podía llegar de los escritores del pasado. En últimainstancia, los historiadores dependían de sus fuentes literarias y tenían que aceptar, hablando en términosaproximados, el mundo que describían esas fuentes. Además, existía la parcialidad que el mismohistoriador impone invariablemente en lo que escribe, aún más peligrosa porque podía dar rienda suelta ala fantasía, sin ningún control externo fuera de esas fuentes literarias. Hoy el cuadro es bien distinto.Durante más de cincuenta años estudiosos de la época clásica pertenecientes a muchas nacionalidades sehan ocupado en buscar, clasificar e interpretar material que nunca fue destinado a la mirada delhistoriador y que, por esa razón, representa un testimonio inestimable sobre la época en que se produjo.Las ciudades sepultadas de Pompeya y Herculano, con sus casas, tiendas y avíos, ya habían llamado laatención esporádica de algunos excavadores en el siglo XVIII. En tiempos más recientes, han sidoinvestigadas sistemáticamente, y sus lecciones han sido ampliadas y modificadas por trabajos semejantesen Ostia junto a la desembocadura del Tíber, y por excavaciones de lugares antiguos en todas las zonasdel Imperio. La información disponible en la actualidad es enorme. Inscripciones hechas para incorporar algún decreto en Atenas o Efeso, o para registrar alguna transacción financiera en Delos, o la manumisiónde un esclavo en Delfos; la dedicatoria de incontables soldados a su dios predilecto, Mitra, o quizá aalguna diosa puramente local, como Coven tina en Carrawburgh, en Northumberland; fragmentos de

 papiros de cuentas del hogar y las bibliotecas de casas señoriales, salvados de la arena de Oxyrhinchos yde las cajas de las momias del Egipto romano, todos estos fragmentos diferenciados de información seestán ensamblando constantemente, catalogando e interpretando a la luz de lo ya conocido. Los estantesde las bibliotecas de todos los países están llenos de amplias colecciones de inscripciones y papiros, deinformes detallados de excavaciones individuales y de incontables monografías en que se valoran losresultados. Todo ello ha abierto nuevas perspectivas para el historiador de la vida social y económica.

Ahora es posible por primera vez mirar el mundo antiguo bajo un microscopio. Del estudio de miles decasos distintos, se han deducido tendencias generales y se han hecho cálculos estadísticos. Podemos mirar ahora más allá del individuo, a la vida de la sociedad en su conjunto; y con ese cambio de perspectiva,

 podemos determinar caminos donde las fuentes literarias no nos mostraban ninguno. Por supuesto, estono significa que se pueda abandonar el estudio de los autores clásicos. Al contrario, se han hecho

doblemente valiosos, por la luz que arrojan sobre los nuevos testimonios, y por la luz que reciben deellos. Para el desarrollo de los hechos históricos, dependemos todavía de las fuentes literarias con sus

6  Política, i, 2, 8. 1252 b.

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detalles personales; pero los nuevos descubrimientos les dan una nueva dimensión, en especial en lorelativo al hombre social o «estadístico». De esta forma, se han superado muchos de los prejuicios denuestras fuentes; y aun cuando sobreviven las presuposiciones del historiador como un residuoindisoluble, el carácter científico, «indiscutible», de los nuevos testimonios controla frecuentemente larespuesta, lo mismo que los materiales de una experiencia de laboratorio. Así, por primera vez en la

historia, resulta posible analizar el curso de la decadencia en el mundo romano con algún grado deobjetividad.

 NOTAS SOBRE LECTURAS ADICIONALES

Quizá la mejor introducción al problema sea la obra de Gibbon,  Decline and Fall of the Roman

 Empire, capítulos 1-3, con el apéndice incluido después del capítulo 38, [Ed. Castellana:  Historia de la

decadencia y ruina del Imperio Romano, trad. de José Mor de Fuentes, Barcelona, 1842-47]. Para panoramas recientes de algunas de las muchas soluciones propuestas, véase M. Cary,  A History of Rome

down to the Time of Constantine, Londres, 1935, págs. 771779 (útil manual sobre la historia de Roma);

un artículo de N. H. Baynes en Journal of Roman Studies, 1943, págs. 29-35; M. Rostovtzeff, Social and  Economic History of the Roman Empire, 2.ª  ed. revisada por P. M. Fraser, Oxford, 1959, vol. I, págs.502-41 [Ed. castellana:  Historia social y económica del Imperio Romano, trad. de Luis López-Ballesteros, 2.ª ed., 2 vol., Espasa-Calpe, Madrid, 1962]; y A. Piganiol,  L'empire chrétien (325-95), vol.IV, 2, de la Histoire romaine, de Glotz, París, 1957, págs. 411-22. Los que tengan interés en una discusióndetallada desde un punto de vista idealista de la decadencia y la caída, pueden consultar A. J. Toynbee, AStudy in History, Oxford, 19341954, 10 volúmenes, vasta obra de las dimensiones de las del siglo XVIII(el cuarto volumen trata específicamente del problema de la decadencia); u Oswald Spengler, The Decline

of the West, traducida al inglés por Atkinson, Londres, 1926-8, [Ed. castellana:  La decadencia del 

Occidente, trad. del alemán por Manuel G. Morente, 11' ed., Espasa Calpe, Madrid, 1966], obra que confrecuencia es «mística» y difícil, muchas veces no fiable en cuanto a los hechos, pero siempre inquietante.El punto de vista materialista se encuentra desarrollado en un estudio —poco conocido, pero agudo ysignificativo— de J. M. Robertson, The Evolution of States, Londres, 1912. Dos estudios recientes: D.Kagan, Decline and Fall of the Roman Empire, Boston, 1962; y M. Chambera, The Fall of Rome; can it 

be explained?,  Nueva York, 1963, contienen selecciones de varios autores sobre este tema, y una bibliografía útil. El tratamiento más conveniente del problema de cómo la idea de Roma, su decadencia ysu supervivencia, ha aparecido a los ojos de varias épocas y generaciones se encuentra en un libro alemánde W. Rehm,  Der Untergang Roms im abendlandischen Denken: ein Beitrag zur Geschichtsschreibung 

 zum Dekadenzproblem, vol. XVIII de la serie «Das Erbe der Alten», Leipzig, 1930.

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Capítulo 2EL VERANILLO DE LOS ANTONINOS

Edward Gibbon, que tomó a la época de los Antoninos como punto de partida para su Decline and Fall 

of the Roman Empire, creía que los pueblos de Europa nunca fueron más felices que bajo los «cinco buenos Emperadores»: Nerva (96-98 d. de J.C.), Trajano (98-117 d. de J.C.), Adriano (117-38), AntoninoPío (138-61) y Marco Aurelio (161-80). Se puede recurrir en apoyo de esta idea al testimoniocontemporáneo. Tertuliano (circa 160 - circa 225 d. de J.C.), nada amigo de la Roma pagana, escribe:

Cada día el mundo es más conocido, mejor cultivado y más civilizado que antes. Por todas partes se abrencaminos, cada región es conocida, cada país abierto al comercio. Los campos labrados han invadido los bosques;manadas de ganado han echado a las fieras; la misma arena está sembrada, las rocas quebradas, los terrenos pantanosos saneados. Ahora hay tantas ciudades como antes había casuchas. Los arrecifes y los bajíos ya noaterrorizan. Donde hay rasgos de vida humana, hay casas, comunidades y gobiernos bien ordenados1.

 No se debe pasar por alto el colorido retórico de este pasaje y de un panegírico como el famoso discurso«De Roma» por Elio Arístides (117-89 d. de J.C.). A primera vista, el Imperio del año 150 d. de J.C.

 puede reclamar con fuerza que se le considere como el apogeo de la civilización antigua. Una extensaregión mediterránea, cuyos centros estaban entrelazados económicamente desde hacía mucho tiempo,había quedado incluida en una sola unidad política. Esta obra había empezado cuando Alejandro Magnollevó a su ejército greco-macedonio a través del Helesponto a derrocar el Imperio persa, y al morir el

 propio Alejandro diez años después (323 a. de J.C.), dejó detrás de él un mundo de estados nacionales:Macedonia, Egipto, Siria. Y se completó en los siglos I y II a. de J.C., cuando estos estados sucesorescayeron uno tras otro ante los avances de las legiones de la República romana. Los césares consolidaronlo que ganó la República; la Galia, España, Britania y África se añadieron a los estados griegos; y entiempos de Adriano, el Imperio abarcaba un área de incomparable extensión dentro de un solo sistemaeconómico y político.

Al norte encontraba una frontera natural a lo largo del Rhin y del Danubio, ligados entre sí por unalínea fortificada de campamentos, el limes, que se extendía desde un punto situado un poco al sur deColonia hasta un punto al oeste de Regensburgo. En Britania la frontera se definía por una muralla que

iba de Bowness-on-Solway a Wallsend-on-Tyne, salvo durante un corto período del siglo II d. de J.C. enque se avanzó a la línea de Forth-Clyde. Más al este, el Imperio se extendió al norte del Danubio paraincluir a la Dacia (la moderna Rumania), dejando, sin embargo, un estrecho embudo de territorio sinconquistar entre el Danubio y el Theiss, al noroeste de Singidunum (Belgrado). Al oeste la autoridad deRoma llegó al Atlántico, al este al Eufrates y el desierto; porque los territorios anexionados por Trajano enArmenia y Mesopotamia fueron abandonados de inmediato por su sucesor, Adriano. Al sur, Egipto, laCirenaica, África, Numidia y Mauritania formaron una cadena continua de provincias desde el Mar Rojoal Atlántico, con el Sahara como límite meridional.

Esta región inmensa, dentro de fronteras bien proyectadas, era un solo conjunto económico, capaz — con pocas excepciones— de satisfacer sus propias necesidades. Desde el establecimiento del Principado

 por Augusto (antes Octaviano) después de la derrota de Marco Antonio en Accio en el año 31 a. de J.C., el

Imperio gozó de todos los beneficios de la  pax Romana durante casi la cuarta parte de un milenio. Librede los miedos y las cargas de la guerra extranjera, la gente podía dedicarse a oficios pacíficos: el

1 Tertuliano, de anima, 30.

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comercio, la industria, la agricultura. Casi no se conocía la piratería; y por tierra buenos caminosfacilitaban los viajes. Cultural y políticamente, el Imperio estaba unido; en Occidente el latín, que

 progresaba rápidamente por todas partes, y en Oriente el koiné griego, el lenguaje del Nuevo Testamento, proporcionaban a los diversos pueblos un medio común para la comunicación. Y cuando Cicerón (106-43a. de J.C.) forjó la palabra humanitas —«decencia humana»—, coincidió con una difusión del sentimiento

humanitario conectado finalmente con la creencia estoica en la fraternidad entre todos los hombres,cualquiera que fuera su raza o condición. Por fin, con el concepto legal del civis Romanus, el «ciudadanode una ciudad no humilde» que, aunque fuera galo o sirio de nacimiento y disfrutara todavía de suciudadanía local, era también ciudadano romano a los ojos de la ley, el Imperio produjo una clase desúbditos cuya condición política trascendía las fronteras y las razas. Los cives Romani eran en teoría (y engran medida, en la práctica), una fuerza que extendía la cultura y la romanización a lo largo de losinmensos territorios gobernados por el emperador; y lo que no es menos importante, la institución de lamisma ciudadanía romana, con sus grados cuidadosamente distinguidos y sus vías reconocidas por lasque los hombres de las provincias podían subir de un grado a otro, era un instrumento que conducía comometa final a la igualdad e incitaba a los pueblos del Imperio al patriotismo, tanto imperial comomunicipal.

La nueva fuerza y vigor de la vida económica y cultural que siguió al establecimiento de la  pax

 Romana estaba asociada de hecho en todas partes con el aumento en el número de ciudades y con la prosperidad de la burguesía urbana.

Este estrato social estaba compuesto en su mayor parte por los soldados y sus descendientes, o derivaba de otrossectores de la clase de ciudadanos-agricultores, de origen romano, griego o a veces no-griego; un porcentajeconsiderable correspondía a los libertos, la mayoría de nacionalidad griega, que tenían instinto para los negocios yse habían hecho ricos...; y también los caballeros, reclutados en su mayoría en la aristocracia municipal, que a suvez se aproximaba a la burguesía, podían incluirse en esta clase. Fue, entonces, esta activa sección de negocios dela comunidad, profundamente interesada en la industria y el comercio, la que creció en importancia 2.

Esta burguesía urbana fue el instrumento de la extensión de la vida ciudadana por las nuevas regiones deBritania, por el norte y el centro de la Galia y por España, donde hasta entonces la vida había estadoorganizada fundamentalmente en tribus o cantones.

En el siglo III a. de J.C., después de Alejandro, la burguesía griega había poblado con ciudades griegasel Cercano y Medio Oriente, extendiendo la cultura y los valores helénicos hasta el Indo y el Yaxartes.Las ciudades del mundo helenístico eran grandes, aun medidas según las pautas modernas. En los años 6-7 d. de J.C. Apamea en Siria tenía una población de 117.000 ciudadanos plenos, de forma que su

 población total bien podría haber alcanzado la cifra de 500.000. La misma cifra alcanzarían probablemente Antioquía y Alejandría, y eran corrientes las ciudades de más de 100.000 habitantes. Estelogro fue duplicado en Occidente por la burguesía italiana, dirigida y ayudada por los emperadores, que

así continuaban la obra civilizadora de los reyes helenísticos. Su ayuda y dirección se desarrollarían posteriormente tanto en Oriente como en Occidente. En las ciudades de la parte oriental del Imperio, elestablecimiento del Principado se caracterizó por la aparición de nuevos edificios, el resurgir de losfestivales y el restablecimiento de las acuñaciones locales. Pero aún más notable —en especial bajo losemperadores Flavios (69-96 d. de J.C.), quienes hasta cierto grado reaccionaban contra el filohelenismode sus predecesores— fue la rápida civilización de las tierras más nuevas de Occidente. La romanizaciónse manifestó pronto en la creación de ciudades como Timgad (Thamugus) en el Norte de África;Caerwent, Cirencéster, Londres y Colchester, en Britania; Autun y Vaison en la Galia, y Tréveris y Hed-dernheim (cerca de Francfort del Main) en la Germania romana. Estas ciudades, que varían en extensiónde 8 a 200 hectáreas, tenían cada una su foro y sus edificios públicos, bien proyectados y cómodos, contiendas y bloques residenciales y, por regla general, baños públicos y teatros. Trajeron una nueva vida a

2 F. Oertel en Cambridge Ancient History, vol. X (1934), p. 388.

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 países como Galia y Britania, que hasta entonces no conocían nada mejor que los escuálidos poblados dela cultura de La Tène3.

En todo esto había algo de improvisación. En Oriente y Occidente encontramos consejos provincialesestablecidos como centros para la adoración de los emperadores y la extensión de la romanización; perosobre todo en Oriente, donde ya existían consejos antes de la conquista romana, ahora éstos se adaptaron

a los propósitos romanos. Sin duda, no había uniformidad. Merece nuestra atención, sin embargo, unatendencia significativa. Dentro de las provincias occidentales, siguiendo el modelo de Roma y los pueblosde Italia, las ciudades estaban bajo el gobierno de magistrados elegidos anualmente y de un Senadotodopoderoso, cuyos miembros eran designados con carácter vitalicio; la asamblea primaria tenía pocaimportancia, y el gobierno era oligárquico. Pero ahora, bajo el Imperio, también en Oriente, siguiendo un

 proceso ya perceptible en tiempos helenísticos, las viejas formas municipales democráticas cedían poco a poco ante el gobierno según el modelo occidental, transformación que produjo un doble resultado: el poder quedó firmemente establecido en manos de las clases propietarias, y al mismo tiempo se abriócamino para la intervención burocrática posterior.

La alta clase municipal y provincial, fortalecida de esta forma, había llegado al poder debido a ladecadencia del Senado romano, limitado en número, y de la clase aristocrática senatorial de terratenientes

romanos, que fueron vencidos en las guerras civiles por una coalición entre el ejército profesional y la burguesía de Italia, y que después fueron casi exterminados bajo el terror de la dinastía julioclaudiana deTiberio a Nerón (14-68 d. de J.C.). Durante los dos primeros siglos de nuestra era, las clases altas italianasy provinciales actuaban en alianza directa con los emperadores para romanizar y desarrollar las provinciasoccidentales. Pero es digno de mención que, a pesar de este apoyo imperial, la urbanización nunca llegó aser tan intensa como la ola anterior, helenística; y económicamente el Occidente quedó muy atrasado conrespecto a las provincias de Asia Menor y Siria. Al fin, este factor demostró tener vital importancia,

 porque significaba que Oriente quedaría más unido, más vigoroso y más rico que Occidente, además deresultar físicamente más difícil de ocupar por un ejército invasor 4.

Un rasgo notable del crecimiento de la burguesía bajo el temprano Imperio fue el papel quedesempeñaba el Estado. Bien fuera, como opina un historiador 5,  porque al haber heredado un aparatoestatal que no era suficiente para la tarea de organizar un imperio, Augusto escogió el camino más fácil, o

 porque, después de la crisis del siglo anterior, creía sinceramente que una política de laissez faire daría ala lastimada economía del Imperio una oportunidad de restablecerse bajo las favorables condiciones de la

 pax Romana, el hecho es que Augusto y sus sucesores limitaron la tarea del Estado a la de «guardián denoche» de los hombres de negocios.

De esta manera, la revitalización del comercio y la industria se llevó a cabo bajo la égida de la empresa privada. De hecho, en todo el sector económico, quizá la única excepción a esta regla fueran las minas; yaunque el Imperio comenzó a adueñarse de ellas bajo Tiberio (14-37 d. de J.C.), su explotación se

alquilaba muchas veces a compañías contratistas o, como en Vipasca en Portugal, las trabajaban pequeñosgrupos de contratistas que explotaban sus propias concesiones. Fuera de eso, reinaba la política de laisser 

 /aire. Incluso en Egipto, el clásico lugar del control estatal, se produjo algún relajamiento en lacentralización de la economía; y el suministro de trigo, del que dependía Roma para subsistir, estabaasegurado por navieros privados, navicularii, a quienes se ofrecían concesiones especiales si secomprometían a trabajar para el gobierno. Es verdad que el Estado tenía un interés indirecto en elcomercio, por cuanto cobraba impuestos de sus ganancias. Tarifas aduaneras de frontera, octrois y peajeseran útiles fuentes de ingresos que no impedían demasiado el comercio; pero incluso la recaudación deestos impuestos fue arrendada a compañías. Con la construcción de caminos, con piedras miliarias,rompeolas de puertos, muelles, faros, puentes y canales, el gobierno imperial apoyaba la apertura denuevas rutas comerciales, y enviaba a soldados romanos para proteger los puntos claves. Pero las grandes

3 La cultura pre-romana de la Edad del Hierro en Europa desde el 500 a. de J.C. aproximadamente se suele denominar La Tène por el lugar de Suiza donde ha sido estudiada con más extensión.4 Cf. J. B. Bury, Quart. Rey. cxcii, 100, 147.5 F. M. Heichelheim, Wirtschaftsgeschichte des Altertums, vol. I, Leiden, 1938, p. 674.

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ganancias eran para el empresario individual, y Plinio podía observar sarcásticamente que se habíancorrompido las mismas normas militares con la promesa de perfumes al que se embarcara en lascampañas que conquistaron al mundo6.

 Naturalmente, una parte importante de este programa consistía en la provisión de un sólido sistemamonetario; y el aureus de oro, que pesaba alrededor de 1/40 de una libra 7 y que fue acuñado por primera

vez en grandes cantidades por Julio César, rápidamente llegó a ser la moneda más importante del Imperio,y gozaba de buena reputación en todas las zonas del mundo donde existía una economía monetaria. Sehan encontrado aurei de los principios del Imperio en lugares tan lejanos como Escandinavia, Siberia, laIndia, Ceilán, el África Sudoriental, e incluso la China —hallazgos significativos que comentan por sísolos la extensión del comercio a lo largo de este período.

Las distintas provincias variaban considerablemente en su participación en esta prosperidad. Italia, elcorazón del Imperio y la zona más avanzada económicamente, representó durante cierto tiempo el puntocentral de toda la región mediterránea, y disfrutó de un comercio especialmente floreciente con las

 provincias recién integradas del Norte y del Occidente. Sus abundantes provisiones de pescado, carne,fruta, queso, madera, piedra y hierro se intercambiaban profusamente dentro de la península. Aún másimportante fue la organización de modo capitalista —con la ayuda del trabajo de esclavos— de la

 producción de vino y aceite para la exportación, sobre todo a las provincias del norte y el oeste de lafrontera del Danubio, a Germania, la Galia, España y África; y a esta exportación se añadía también laartesanía fina de las fábricas de textiles de Campania y del Sur de Italia, los artículos de bronce ycristalería de Campania y la cerámica esmaltada en rojo, fabricada en serie, de los hornos de Arezzo. Lamayor parte de estos productos pasaban por la ciudad de Aquileya, que prosperó en esta época, no sólo

 por su industria nativa del ámbar, sino también por el comercio de tránsito dirigido por casas demercaderes bien conocidas, como las de los Barbii y los Statii, que despachaban mercancías italianas yultramarinas al Danubio y a Istria a cambio de esclavos, ganado, cuero, cera, queso, miel u otrasmercancías de primera necesidad, y de lana y hierro de Nora. Más al sur, la extensión del comercio deexportación italiano se encuentra reflejada en las casas ricas y bien construidas de los comerciantesacomodados de Pompeya y Aquileya. A cambio Italia recibía artículos de lujo de todas las zonas delImperio y de fuera de él.

Para las provincias orientales, la  pax Augusta trajo un descanso de las guerras y una prosperidadrenovada. Egipto, el granero de Roma, alimentaba a la población de la capital durante cuatro meses cadaaño. Los mármoles finos de las provincias se transportaban en barco a través del mar, e incluso las arenasdel Nilo iban a empolvar los pisos de las escuelas del combate cuerpo a cuerpo. Junto al grano, el

 principal producto de exportación de Egipto era el papiro, que fue prácticamente la única fuente de papelen el mundo antiguo. Bajo el Imperio, como bajo los Tolomeos (323-30 a. de J.C.), la producción de

 papiro era un monopolio del Estado; y el deseo de hacerlo lo más provechoso posible condujo a una práctica muy conocida en nuestra época, que se ha acostumbrado a la paradoja de la escasez provocadaartificialmente. Estrabón dice de los funcionarios del Estado en las zonas del Delta productoras de papiro

que:algunos de los que quieren aumentar las ganancias adoptan la astuta práctica de los judíos, que éstos inventaron

en el caso de la palma; porque se niegan a dejar crecer el papiro en muchos sitios, y a causa de la escasez, lo ponena un precio más alto y aumentan de esta forma las ganancias, aunque limitan el uso común de la planta 8.

De este pasaje se deduce con claridad que en Egipto el monopolio estatal había alcanzado un gradomáximo de organización.

Además de su importancia como fuente de materias primas, Egipto producía también una granvariedad de mercancías industriales.

6 Plinio, Hist. nat., XIII, 23.7 La libra romana pesaba 327,45 gramos ó 0,721 de la libra avoirdupois (libra de 16 onzas que representa la unidad del sistemade pesos vigente en Inglaterra y EE.UU.).8 XVII, 80.

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y tapetes anatolianos tenían fama en todo el mundo romano. También es interesante la estructura de estaindustria. Aunque encontramos a siervos y a arrendatarios labrando la tierra, el obrero industrial esnormalmente libre —un contraste significativo con Italia donde, como veremos, la industria hacía usoabundante de la mano de obra esclava.

En contraste con estas regiones, Grecia es un caso triste. Como campo de batalla de los ejércitos

romanos desde los tiempos de las guerras contra Filipo V de Macedonia, a fines del siglo III y comienzosdel siglo II a. de J.C., hasta la época de las guerras contra Mitrídates del Ponto en el siglo I a. de J.C.,Grecia se había hundido y no quedaba más que la sombra del país antiguo. Escribiendo en el siglo II a. deJ.C., Polibio describe la ruina de su patria, la disminución de la natalidad «por cuya causa las ciudades sehan quedado desiertas y la tierra ha dejado de dar su fruto» 11; y más tarde, las guerras contra Mitrídatesdel siglo I dieron nuevos golpes al país. No es fácil determinar hasta dónde había llegado la decadenciaeconómica en tiempos del Principado. Pero las fuentes literarias —quizá no sin alguna exageraciónretórica— nos presentan un cuadro lúgubre. Servio Sulpicio, escribiendo a Cicerón, habla de Egina,Megara, Corinto y Pireo como oppidum cadavera, cadáveres de ciudades; y Séneca el Joven sugiere quehabían desaparecido los mismos cimientos de algunas ciudades aqueas. Cerca del año 100 d. de J.C., Diónde Prusa (Crisóstomo) escribe de una ciudad eubea (quizá imaginaria) donde se había permitido que las

dos terceras partes de su tierra se convirtieran en desierto. Por excesivas que sean estas descripciones,sugieren que la recuperación bajo la  pax Augusta no fue suficiente para restaurar la prosperidad griega.Grecia aún exportaba aceite (del Ática) y vino (de Chíos y Lesbos), además de ganado, y miel ymármoles de Himeto; pero, como Italia, que también estaba organizada para la exportación, tenía quetraer del exterior el trigo para el consumo básico. En general, la descripción presentada por los escritoresdel Imperio y por los descubrimientos de la arqueología, refleja la debilidad económica y la existencia deriqueza y pobreza extremas combinadas con el mal estado de las finanzas en las ciudades. Lasconsecuencias de la pax Augusta no fueron despreciables; pero fueron menos notables que en la mayoríade las provincias, debido a que la decadencia estaba ya muy avanzada.

Cuando volvemos a las provincias occidentales, que se habían asimilado en tiempos más recientes alsistema del comercio mundial, la impresión que recibimos es más sorprendente. Porque aquí no sólo setrata de devolverles la prosperidad, sino de crear realmente ríos de nueva vida. La Galia Narbonesa — Provenza y Languedoc había sido durante mucho tiempo una segunda Italia, con una prosperidad basadaen el cultivo intensivo de la viña y del olivo. Ahora la Galia del Norte entró en el campo del comercio, ysus anchos y fértiles sembrados de trigo ayudaban a proveer a la capital, mientras de forma regular seimportaban en Italia los productos de su ganadería. También la madera permitía una exportaciónimportante. Los madereros que trabajaban los bosques que todavía cubrían una gran parte del país,construían balsas, y los troncos flotaban por los anchos ríos de Francia, para llegar finalmente a Italia yRoma, donde servían de leña para calentar entre 800 y 900 baños públicos. Pero la característica mássignificativa de la economía de la Galia durante los primeros tiempos del Imperio es el crecimiento y

 poder fenomenal de sus industrias, que se convirtieron rápidamente en serios competidores en el mercado

mundial. No sólo sus textiles —telas de lana y lino, fabricadas fundamentalmente por la industriadoméstica a partir de las abundantes existencias locales de lana y fibra de lino— sino también su cerámicaadquirieron una posición dominante en el mercado; vale la pena señalar que entre los descubrimientos dePompeya había una caja de cerámica de la Galia central aún sin abrir en el momento de la catástrofe. Yaen el año 79 d. de J.C., la Galia había empezado a desplazar del mercado italiano la producción local.

También en la producción de objetos de metal se hicieron grandes avances. El estañado del bronce fueuna invención gala, y el plateado se practicaba en Alesia antes de la conquista romana; más tarde losartículos de latón de las Ardenas desplazaron en cierta medida al bronce, y la cristalería de Arlés y deLyon, y después de Colonia, era famosa en todo el Occidente. Sin duda los italianos del norte y losromanos llegados a la Galia estimularon mucho el desarrollo de esta actividad. Se habían asegurado los

 pasos de montaña, y las tribus alpinas estaban pacificadas; y si podemos creer a Cicerón, a fines de la

11  Hist., XXXVI, 17.

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República la Galia estaba llena de ciudadanos romanos, de comerciantes y recaudadores de impuestos, loscuales —según sugiere este autor— controlaban la mayor parte de la economía de la zona12.

Britania, que sólo fue incluida en el Imperio después de la invasión de Claudio en el año 43 d. de J.C., permaneció durante muchos años como productora de materias primas, comprando sus productosmanufacturados —vino, aceite, artículos de bronce, cerámica y cristalería— a las regiones más viejas, y

exportando a cambio trigo, ganado y minerales —oro, plata, hierro, estaño y plomo—, cuero, perros decaza, y sobre todo esclavos. Las tres legiones y sus tropas auxiliares estacionadas en las islas exigían laimportación de muchos bienes, que sin duda parecerían raros al principio a los nativos; pero ademássatisfacían muchas de sus necesidades con las industrias legionarias, como los hornos del ejército en Holt,en Denbighshire, cuyos productos eran complementarios de la cerámica roja importada. Britania era unaregión relativamente atrasada; pero incluso esta provincia remota se había vuelto prácticamente auto-suficiente en todo, salvo vino y aceite, a fines del primer siglo de nuestra era. También España teníaminas importantes en Sierra Morena y en Galicia. Aunque en el siglo II a. de J.C. eran de propiedad

 pública, ya estaban en manos de particulares cuando las describió Estrabón durante el Principado deAugusto; no obstante, parece que desde los tiempos de Tiberio pasaron a ser otra vez propiedad imperial,y se explotaban mediante contrata a empresarios o directamente por funcionarios imperiales. Se ha

estimado que las minas de plata de Cartagena producían anualmente por sí solas unas ocho toneladas y untercio. Además, España exportaba una variedad de productos agrícolas e industriales. De Andalucíavenían trigo, vino, aceite de oliva, cera, miel, pez, tintes y el famoso pescado en escabeche y extracto de

 pescado; y de otras zonas de España, esparto, hilo y telas de lino, lanas y productos de acero forjado. Perode todos estos bienes, el aceite de oliva y el vino ocupaban el lugar preeminente. Se ha demostrado que elMonte Testaccio, un enorme montón de cerámica rota junto al emporio del Tíber en Roma, de 42,8 m. dealtura y 914,4 m. de circunferencia, está formado por fragmentos de unos 40 millones de jarras

 procedentes de España, cada una de las cuales contenía originalmente unos 42 litros de vino o aceite. Estaes una prueba concreta y sorprendente del éxito de los productores españoles de vino y aceite enapoderarse del mercado romano en los primeros años del Imperio. En conjunto, la península gozaba deuna gran prosperidad; sus ciudades crecían en número de habitantes y en tamaño, y con ellas crecíantambién las clases comerciantes. Según Estrabón, Gades (Cádiz) era la segunda ciudad del Imperio, y ennúmero de capitalistas sólo la igualaba la ciudad de Patavium (Padua).

Las demás provincias occidentales, Sicilia y África, se dedicaban, como Egipto, a la producción y laexportación de trigo. Sin la provisión regular de unos 17 millones de bushels* de trigo al año (de los queal parecer Egipto suministraba cinco; África, 10; y Sicilia, quizá dos), Roma no podía existir; másadelante examinaremos la organización del tráfico del trigo bajo la dirección de un departamento delgobierno, que arrendaba el embarque a contratistas particulares. Además, Sicilia producía ganado. Pero,como provincia romana más vieja, Sicilia tenía menos que ganar de la paz de Augusto que España, laGalia y Britania, y su economía estaba bastante atrasada por la existencia de amplios latifundios en manosde senadores que vivían en Roma. Ni aquí ni en África existía una industria de importancia; de hecho, la

lana africana fue la única mercancía que consiguió una reputación internacional. Siguiendo enimportancia al trigo, venía la exportación africana de aceite de oliva; y además, la provincia cultivabamuchas clases de frutas —dátiles, higos, granadas— lo mismo que viñas y plantas leguminosas. DeMauritania venían madera de cidro, piedras preciosas, perlas y marfil, y fieras para el circo romano.Finalmente, para completar este rápido panorama, las provincias fronterizas del norte, que corresponden ala moderna Suiza, el Tirol y los estados del Danubio, eran una fuente de minerales y tenían un ampliocomercio a través de Aquileya, que mantenía la misma relación con estas regiones que hoy tiene Trieste.

Tales detalles, de los que por razones de espacio nos vemos limitados a una selección mínima, secombinan para presentar la descripción de un inundo unido, en un grado desconocido hasta entonces, por el intercambio intensivo de toda clase de productos básicos y de artículos manufacturados, incluyendo loscuatro artículos fundamentales del comercio: grano, vino, aceite y esclavos. Este comercio se apoyaba en

12 Cicerón, pro Fonteio, 11-12.*  Bushel: Medida de áridos que en Inglaterra equivale a 36,367 libras. De acuerdo con esta proporción, la provisión regular citada en el texto correspondería a 618 millones de litros de trigo al año, de los que Egipto suministraría unos 182, África 363y Sicilia quizá 73 (N. del T.)

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un sistema de comunicaciones de una eficacia que no se volvió a alcanzar hasta unos mil doscientos añosdespués de la caída de Roma. Por todas las zonas del Imperio y también fuera de él, en países comoPartia, había una red bien organizada de ríos, de carreteras militares que conectaban los puestosfronterizos, los centros legionarios, las capitales de provincias y la misma Roma, y de canales como losdel Rhin al Mar del Norte o del Mar Rojo al Nilo. Ferias y mercados impulsaban el intercambio cultural y

económico. Había posadas y conducciones de agua, flotillas de río y de mar destinadas a la protección policial, y una fuerza de policía de tierra para proteger al comerciante del bandolerismo, que al estellegaba a países tan lejanos como la India. Por último, los dos imperios, romano y parto, tenían unservicio de correos estatal que cubría hasta 68 kilómetros al día.

El importante comercio con el Lejano Oriente seguía las rutas de caravanas del Asia central, quellegaban al Mediterráneo a través de Arabia y la ciudad de piedra de Petra, o río arriba por el Eufrates por el camino de Palmira a Damasco; y el puerto de Alejandría Charax, en la desembocadura del Tigris, alque llegaban mercancías embarcadas de la India, era el punto final de muchas rutas del Mediterráneo,Armenia y Asia Menor. Pero hay algunos indicios de que, para evitar que se enriqueciera Partia, losromanos preferían una ruta más al Norte, a través del río Oxus, el Caspio y el Cáucaso, para desembocar en las riberas del Mar Negro. Después de que Híppalo, un capitán de navío griego, descubriera los

monzones, alrededor del año 100 a. de J.C., fue posible salir de Puteoli en el mes de mayo con las navesegipcias de trigo, y siguiendo en barco por el Nilo y por caravana al Mar Rojo, navegar directamentehasta la costa Malabar, llegando, con buenos vientos, alrededor de dieciséis semanas después de partir deItalia; y aprovechando el monzón del Nordeste el siguiente noviembre o diciembre, se podría completar elviaje de ida y vuelta en el plazo de un año — ¡tan cerca, añade Plinio, había traído la codicia a la India!13.La India no sólo estaba conectada con -Roma por este comercio itinerante. Excavaciones recientes en lacosta de Coromandel, en Arikamedu, han revelado los restos de una estación mercantil que data del

 primer siglo de nuestra era. El tonelaje de los barcos empleados en este comercio es un tema de contro-versia; pero los estudios más recientes sugieren que los barcos de la excelente flota alejandrina de trigollevaban de 1.200 a 1.300 toneladas de grano, y que los buques de carga ordinarios podían transportar hasta 340 toneladas14.

La posición de la ciudad de Roma dentro de este sistema era algo peculiar, debido al desarrollohistórico de la República tardía. La adquisición de un imperio oriental beneficioso en el siglo II a. de J.C.se había pagado con la ruina de la agricultura italiana. La guerra de dieciséis años con Aníbal en Italia(218-202 a. de J.C.), ya había devastado el campo italiano. En el curso de la guerra, el sur de Italia sehabía pasado al enemigo, una defección que castigaron los romanos con la destrucción de unas 400aldeas. Aníbal se vio empujado a su vez a una política semejante, y por ello grandes zonas de Italiaquedaron devastadas. Después de la guerra las confiscaciones y la práctica de alquilar para pastoreo losterritorios despoblados, sobre todo en el sur, cambiaron el aspecto del campo. Mientras tanto el pequeño

agricultor se había arruinado. Al regresar de las legiones y encontrar incendiada su granja, no tenía ni elánimo ni el dinero para empezar a cultivar de nuevo, y con bastante frecuencia vendió sus terrenos alterrateniente local o a algún especulador de la capital. Los agricultores con derecho de ciudadanía cedíanante los latifundios trabajados por esclavos, y los campesinos desposeídos se desplazaron hacia Roma,donde desempeñaron el papel de potenciales creadores de disturbios en los conflictos entre la oligarquíareinante y los  populares como Mario y César, quienes trataban de alcanzar el poder personal. Mientrastanto, los ricos traficaban en bienes raíces, y las mayores fortunas del siglo II tuvieron probablemente esteorigen.

Hasta cierto punto este movimiento se cortó durante el siglo siguiente. En varias ocasiones desde lostiempos de Tiberio Graco (133 a. de J.C.) se repartieron tierras que sirvieron para asentar a muchoslabradores; la tendencia a la miseria urbana, sobre todo en el caso de veteranos retirados, fue detenida por 

13  Hist. nat., VI, 101 ss.14 Des Noëttes,  De la marine antique á la marine moderne (1935), p. 70, argumentaba que los barcos romanos eran en sumayor parte bastante pequeños, de menos de 100 toneladas; para cifras más altas y más convincentes, véase L. Casson, The

 Ancient Mariners (Londres, 1954), p. 215; Studi in onore di A. Calderini e R. Paribeni, I (Milán, 1956), p. 231-8.

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Sila, y más tarde por César, Octaviano y Antonio. De hecho se ha calculado que entre Antonio yOctaviano (si incluimos los repartos de tierra de Octavia-no después de convertirse en Augusto),transformaron a 300.000 soldados en colonos, aunque no todo fue ganancia neta, porque muchosrecibieron parcelas cuyos dueños fueron desposeídos y arrojados al otro lado del mar. Parece seguro quelos latifundios no representaron la forma habitual de tenencia durante el último siglo de la República y el

 primer siglo del Principado; si las grandes propiedades avanzaron algo en estos tiempos, fue en lasregiones montañosas más que en los valles fértiles.De todos modos, a pesar del éxito parcial de este desarrollo de las pequeñas posesiones, no tuvo

mucho efecto sobre la población de Roma. Allí la muchedumbre, gobernante nominal del Imperio, teníaque ser acallada cada vez más con regalos de trigo barato y con fiestas elaboradas y caras, pagadas por los

 políticos que buscaban su apoyo; y al otro extremo de la escala social, estos mismos políticosconsideraban indispensable acumular una fortuna suficiente para estas maniobras durante los años que

 pasaban fuera de Roma, gobernando una provincia al servicio del Estado. Las cifras fantásticas del botínconseguido por Julio César —25 millones de sestercios en España, cautivos que valían 100 millones dedenarios en la Galia15, y tanto oro que, vendido en el mercado, hizo bajar el precio de este metal una sexta

 parte— pueden dar «el ejemplo más feo en la historia romana de saqueo de las provincias para ganancia

 personal»16;  pero sólo se diferencia en su cantidad de las ganancias de decenas de gobernadorescompañeros de César y generales rivales.

Así, de una u otra manera, las provincias se encontraron obligadas a cargar con todo el peso de unaoligarquía despilfarradora y un populacho anormalmente crecido y degradado —los dos componentes enlos que la masa antes homogénea de campesinos-soldados se había dividido por la acción catalítica de lasguerras y la conquista imperial. Los sentimientos de los provincianos no podían ocultarse. Cicerónescribe:

Caballeros, las palabras no pueden expresar cuán amargamente somos odiados entre las naciones extranjeras acausa del comportamiento violento y perverso de los hombres a quienes en años recientes hemos mandado agobernarlos. Porque en aquellos países, ¿qué templo ha sido considerado sagrado por nuestros magistrados, qué

Estado inviolable, qué hogar suficientemente protegido por sus puertas cerradas? Ellos sólo buscan ricas yflorecientes ciudades para encontrar ocasión de hacerles la guerra y así satisfacer su codicia de botín17.

El establecimiento del Principado cambió la forma, pero no el hecho de este flujo de riqueza de las provincias hacia la ciudad que era como una sanguijuela en el corazón del Imperio. Las enormes fincasimperiales de Egipto, heredadas de los Tolomeos, representaban un constante subsidio que fluía hacia elcentro; y ya hemos visto cómo se importaba el trigo de Egipto, África, la Galia y Sicilia para mantener ala población romana. Este sistema plantea la cuestión de la balanza comercial. ¿Hasta qué punto pagabaRoma (y, por extensión, Italia) la importación de trigo y artículos de lujo con exportaciones romanas eitalianas? En Estrabón18 encontramos una descripción de barcos que vuelven vacíos hacia Egipto desdePuteoli, que era principalmente un puerto de exportación que servía a las regiones ricas de Campania. Y

aunque esta descripción en sí misma puede no ser concluyente, puesto que Italia exportaba principalmenteal Norte y al Occidente, Plinio19 afirma que la India, China y Arabia obtenían una suma anual de 100millones de sestercios del Imperio, declaración confirmada por el descubrimiento de numerosos aurei

romanos en todas las zonas de la India, e incluso en Ceilán y en China. Ahora bien, los productos deOriente eran principalmente artículos de lujo que encontraban su mercado normal en Roma —bailarinas,

 papagayos, ébano, marfil, perlas y piedras preciosas, especias, sedas y drogas— y podría suponerse quelas monedas que iban a Oriente estaban destinadas al pago de las mercancías que venían a la capital.

15 Había cuatro sestercios (sestertii) en el denarius, y bajo Augusto el denarius pesaba 1/84 de una libra romana. Un aureus

valía 25 denarii.16 T. Frank, Economic Survey of Ancient Rome, I, p. 325.17 Cicerón, pro lege Manilia, 65.18 XVII, 793.19  Hist. nat., 84.

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Esta demanda del Lejano Oriente de aurei romanos se ha explicado como un tributo a la excelencia yfiabilidad de esa moneda. Pero tal vez una razón igualmente válida sea que las dificultades del transportey la estructura de las sociedades del Lejano Oriente hacían imposible equilibrar el costo de estos lujos conlos productos de la industria en serie o la agricultura. En consecuencia, a pesar del comercio que implicala estación en Arikamedu, el intercambio con el Oriente significaba un constante derrame de metal del

Imperio, lo que resultó un factor importante en la evolución que examinaremos muy pronto.

Mientras tanto, a pesar de la fenomenal expansión del comercio y de la industria, la gran mayoría de la población del Imperio se dedicaba todavía al cultivo de la tierra. La agricultura siguió siendo durante todala antigüedad la actividad económica más habitual y más típica, y la tierra la forma más importante deriqueza. Pero ahora la ciencia agrícola de Grecia se aplicaba a aumentar la productividad. En todas lasnuevas provincias occidentales se establecieron granjas para suministrar al mercado. En el año 33 d. deJ.C., Tiberio impuso una costumbre para los emperadores posteriores al prestar 100 millones de sestercios

 para aliviar una crisis agrícola. Bajo tales estímulos y las condiciones favorables de paz, surgieron entodas las regiones bajo control romano villas bien parecidas, con pavimentos de mosaico, y donde el

clima lo exigía, con hipocaustos para la calefacción central.De esta manera, la cultura de Grecia y de Roma empezó a penetrar incluso en las zonas rurales de

España y de Brítania. La consolidación del comercio mundial conducía inevitablemente a un intercambiode experiencias entre los diversos pueblos e individuos del Imperio, a una disolución de la estrechez eintolerancia provinciales y a una nivelación general de las costumbres y los modos de comportamiento. Aeste proceso contribuía —y no en el menor grado— el ejército permanente de 250.000 a 300.000 hombresque estaban de guardia a lo largo de la frontera de 6.400 kilómetros al norte y al este, baluarte contra los

 bárbaros extranjeros. Según la ordenación de Augusto, de un total de 25 legiones, ocho estabanestacionadas a lo largo del Rhin, siete en las regiones danubianas de Panonia, Dalmacia e Iliria, cuatro enSiria para vigilar a los partos, dos en Egipto, una en Numidia para detener a los nómadas del desierto, ytres en España. Las legiones, que estaban basadas en el alistamiento de larga duración de voluntarios, ytenían cada una un número remanente y un título distintivo, desarrollaron historias y tradicionesregimentales; y aunque el plan original de alistar para las legiones solamente en Italia se había roto(fundamentalmente por razones financieras) en época tan temprana como la de Tiberio (14-37 d. de J.C.),de manera que se aceptaron voluntarios de las provincias, y aunque desde el principio las tropas auxiliaresse reclutaban entre los no-ciudadanos de las regiones menos cultas del norte de la Galia, la mesetaespañola, Tracia, Batavia y otras zonas— el mismo servicio militar demostró ser un sistema de educacióny una fuerza para la romanización. Además, después de que se vio con claridad, desde la guerra civil delaño 69 d. de J.C., lo peligrosas que podían resultar las tropas nativas que servían bajo el mando deoficiales nativos en su propio país, Vespasiano adoptó la política de destinar a las tropas auxiliares a zonasdistintas a su país de origen, y este mismo movimiento de tropas actuó como un fermento constante de las

masas. El visitante actual de Housesteads Camp en la muralla romana en Northumberland puede leer ladedicatoria de los soldados tungros (de Bélgica) a sus dioses teutónicos, y contemplar una pruebaconcreta de lo que significaba este intercambio de experiencias en la vida del Imperio.

Así fue el Imperio en su momento de esplendor. Y ahora nos encontramos frente a nuestro problema.Lo que debemos preguntar es: ¿Por qué, pasados cien años, esta vigorosa y complicada estructura dejó defuncionar como una empresa en marcha? ¿Por qué no siguió una línea recta ascendente de progreso desdelos tiempos de Adriano al siglo XX, sino la conocida sucesión de decadencia, Edad Media, Renacimientoy mundo moderno?

A algunos historiadores les ha parecido que se podría haber evitado toda la tragedia si no se hubiera

cometido algún pequeño error: sólo con que César hubiera sido asesinado un poco más tarde (o un pocoantes, según la valoración concreta que cada uno haga del papel de César), o con que Trajano no hubieraextendido el Imperio algo más allá (o, alternativamente, con que Adriano no hubiera restablecido pronto

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las viejas fronteras), todo habría seguido bien y se habría impedido la catástrofe. Otra escuela, que noquiere saber nada de un esquema de causación que huele tanto a la suerte o al destino, localiza el factor fatal prácticamente fuera del control del hombre, en el deterioro del clima (de acuerdo con ciertos ciclos),en la extensión de la peste o el paludismo, en el agotamiento del suelo o en una disminución general de la

 población desde el año 150 d. de J.C. aproximadamente, que condujo a una falta crónica de mano de obra.

Otros contestan reafirmando la culpabilidad colectiva de los habitantes del Imperio, que se dejaroncorromper por el vicio o que, por el suicidio de la raza, una crianza disgenésica o algún otro crimen biológico, provocaron un deterioro permanente en la estirpe romana.

Casas de Ostia. Restauración (por I. Gismondi) de la «Casa dei Dipinti» en Ostia, mostrando el patio interior deesta gran casa de vecinos. (De M. Rostovtzeff, Social and Economic History of the Roman Empire, Oxford, 1957.)

 El Pont du Gard, que llevaba el agua de Nimes sobre elGard cerca de Remoulins; probablemente fue construido bajo Augusto; tiene 273 metros de largo y 49 metros dealto. (Foto: J. Combier à Mâcon.)

[Valga esta nota para el resto en las que aparecenotras ilustraciones distintas a las originales: por lamala calidad de la reproducción del libro impreso semuestra una foto tomada dehttp://commons.wikimedia.org/wiki/Pont_du_Gard]

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 Mineros españoles. Bajorrelieve de Linares(España), mostrando a los mineros descendiendo

 por una galería al pozo y llevando variasherramientas. Se extraían plata y plomo enLinares (antiguo Castulo). (De M. Rostovtzeff,Social and Economic History of the Roman

 Empire, Oxford, 1957.)

Terra sigillata. Muestra fabricada en Lezoux, ahoraexpuesta en el Museo Británico. (Reproducida con permisode los directores.) [En la versión escaneada se ha tomado lailustración de

http://www.thebritishmuseum.ac.uk/explore/highlights/highlight_objects/pe_prb/s/samian_ware_vase.aspx, dondeaparecen explicaciones sobre la misma]

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Otros han señalado que las constantes guerras trajeron consigo la desaparición de los mejores hombresdel Imperio; que la culpa fue política, al dejar de reconciliar el Imperio y el auto-gobierno, o al impedir que el poder cayera en manos del indispensable ejército; o bien, que un conjunto de errores sociales y

 políticos estaba en la raíz del problema, que Roma cayó como consecuencia de la lucha de clases, porque

 permitió que la libertad de empresa se deteriorara en un centralismo burocrático, por los impuestoselevados o el empleo del trabajo de esclavos, o por el carácter exclusivista de la cultura antigua, enrelación con las grandes masas campesinas del Imperio. Por fin, en los últimos veinte años, quizá bajo lainfluencia de acontecimientos recientes, se ha propuesto la teoría de que la crisis ya había pasado, y queRoma estaba ya en camino de reconstruir una nueva sociedad, cuando cayó bajo las armas de la barbarie.«La civilización romana no murió de muerte natural: ¡fue asesinada!»20

 No podemos intentar aquí un examen completo de las respuestas a un problema que tantos han tratadode resolver; pero las citadas forman una selección representativa. Algunas se pueden descartar en seguida.Así las teorías sobre el agotamiento de la tierra no tienen en cuenta a Egipto, donde el Nilo renueva latierra anualmente, aunque Egipto ofrece uno de nuestros ejemplos más tempranos de despoblación y fugade campesinos. A la Gran Peste del año 167 d. de J.C. le sucedió la epidemia que se extendió desde

Etiopía en el 250 d. de J.C., bajo el emperador Decio, que duró quiñce años y alcanzó todas las zonas delImperio. Pero no hay pruebas de que tuviera resultados permanentes. Y el paludismo, que otrosconsideran como el archienemigo, nunca fue más que un problema local en el Mediterráneo. Tampoco las

 pruebas climatológicas propuestas hasta ahora —entre ellas las pruebas extraídas de los grandes árbolesde California, en que se ha basado un erudito para llegar a conclusiones de mucho alcance— encajan, ymenos explican los altibajos de la civilización greco-romana. Ni el vicio representa una explicación

 plausible; las páginas de Tácito y Suetonio no deben engañarnos, haciéndonos imaginar que el lujo y lavida libertina afectaran alguna vez más que a una minoría. La acusación del deterioro racial de hecho da

 por sentado lo mismo que trata de probar; porque, aunque hubo una muy considerable mezcla racial enRoma y en otras partes (quizá menos de lo que sugieren los argumentos basados en los nombresencontrados en inscripciones sepulcrales), es difícil señalar a una de [as razas implicadas comoespecíficamente disgenésica. La teoría de que los emperadores del siglo III exterminaron deliberadamentea los ciudadanos más destacados, propuesta por un gran historiador alemán, no resiste un examendetallado, porque los siglos anterior y posterior a Diocleciano contemplaron a algunos de los hombresmás destacados que ha conocido el mundo gobernando al Imperio desde Roma y Constantinopla ointerviniendo en la organización de la Iglesia cristiana. Finalmente, la teoría de que una civilizaciónrenaciente fue asesinada por la malicia de las hordas germánicas que actuaron en relación con traidoressituados dentro de las puertas, plantea tantas cuestiones como las que explica. En el pasado, el Imperio sehabía enfrentado con las invasiones bárbaras con éxito: ¿por qué ahora no estuvo a la altura de esta tarea?

 Nadie puede negar que el golpe de gracia vino de fuera; pero el desarrollo de las mismas fuerzas bárbarasno fue un proceso que ocurriera al margen del Imperio.

En resumen, se pueden eliminar desde el principio muchas de las razones alegadas. Pero se mantieneun núcleo sólido de una media docena de causas, en su mayor parte de carácter político y sociopolítico; ysi las comparamos entre sí, quedará claro que abrazan muchos de los fenómenos que están estrechamenteligados con la decadencia del Imperio. El problema es separar los síntomas de las causas. La limitación dela familia, la incapacidad de mantener el auto-gobierno, la lucha de clases, una usurpación militar del

 poder, el centralismo burocrático, una carga intolerable de impuestos, una civilización de enormeextensión pero de insuficiente profundidad, el trabajo de esclavos —todas estas razones forman parte dela descripción de lo que iba mal, pero ninguna de ellas aislada basta para explicar la caída de Roma. Sinembargo, tomadas en su conjunto, sugieren que nuestra vista a ojo de pájaro del temprano Imperio puedehaber sido engañosa; por eso debemos penetrar tras el velo de la prosperidad de los Antoninos e intentar aislar —con la ayuda de los nuevos instrumentos suministrados por la investigación reciente— algunas de

las tendencias que venían desarrollándose dentro de la textura de esta sociedad aparentemente afortunada.

20 A. Piganiol, L'Empire chrétien (325-95), p. 422.

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 NOTAS SOBRE LECTURAS ADICIONALES

La base económica del Imperio temprano aparece analizada en F. Oertel, «The economic unification of the Mediterranean region» (Cambridge Ancient History, vol. X, 1934, págs. 382-424). El estudio clásicosobre esta cuestión es la obra de Rostovtzeff, mencionada en las notas al capítulo 1; antes había exami-

nado el período anterior en los tres volúmenes espléndidamente ilustrados de su Social and Economic History of the Hellenistic World, Oxford, 1941, (Ed. castellana:  Historia social y económica del mundo

helenístico, trad. de Francisco José Presado-Velo, Espasa-Calpe, Madrid, 1967). Indispensable, además, para la investigación en detalle, es la obra de T. Frank,  Economic Survey of Ancient Rome, vols. I-V,Baltimore, 1933-40; y los lectores que saben alemán encontrarán información de calidad en F. M.Heichelheim, Wirtschaftsgeschichte des Altertums (2 vols., Leiden, 1938), de la que ya ha aparecido unaversión en inglés,  An Ancient Economic History, Leiden, 1958. Igualmente útiles son las obras escritascon gran claridad por W. E. Heitland; véase Agricola, Cambridge, 1921, un estudio sobre la cuestión de latierra en el mundo antiguo; los tres folletos mencionados en la nota 5 del capítulo 8, y su capítulo sobre laagricultura en The Legacy of Rome, Oxford, 1928, libro que merece una lectura completa por suinformación sobre la herencia de Roma y la forma de su transmisión en varios campos. Dos libros

valiosos sobre el comercio del Imperio son: E. H. Warmington, The Commerce between the Roman Empire and India, Cambridge, 1928; y M. P. Charlesworth, Trade Routes of the Roman Empire,

Cambridge, 1924; los dos son panoramas fascinantes y dignos de confianza. Para una argumentaciónreciente, según la cual el factor principal en la decadencia de Roma era la escasez de la mano de obra,véase A. E. R. Boak,  Manpower Shortage and the Fall of the Roman Empire in the West, Ann Arbor,Michigan, 1955; en una recensión importante (Journ. Rom. Stud., 1958, págs. 156-64) M. I. Finleydemuestra que se trató de una escasez provocada, resultado en su mayor parte de las demandas delgobierno, y que por tanto fue un síntoma más que una causa.

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Capítulo 3TENDENCIAS EN EL IMPERIO DEL SIGLO II d. de J. C.

La  pax Augusta trajo la prosperidad a una amplia zona del mundo; pero fracasó por completo en lacreación de nuevas fuerzas productivas. Como en el siglo siguiente a la muerte de Alejandro, en el año323 a. de J.C. —un siglo comparable en muchos aspectos a los primeros años del Imperio— nunca se dioel paso hacia la industrialización y la creación de fábricas. De hecho, salvo unos pocos aparatos nuevos,como la rueda de molino, que probablemente se inventó en el siglo I d. de J.C., pero que realmente no

llegó a ser conocida hasta después de la caída del Imperio de Occidente, o la invención del fuelle deválvula en el siglo IV de nuestra era, que hizo posible por primera vez la fundición completa, el nivel dela técnica en el Imperio romano nunca sobrepasó el que se había alcanzado en Alejandría. Esta situaciónno se debió a ninguna debilidad romana especial; al contrario, continuó la tradición clásica de losalejandrinos, quienes no encontraban un empleo mejor para muchos de sus aparatos mecánicos que el deimpresionar a las congregaciones ignorantes en los templos egipcios y apoyar a su religión con milagrosfalsos. Para encontrar los orígenes de esta tradición, hay que remontarse a la Ciudad-Estado griega.

Desde sus orígenes la civilización clásica heredó un bajo nivel de destreza técnica, si tenemos encuenta el papel que Grecia y Roma desempeñaron en la historia. Las tribus griegas colonizaron una tierra

 pobre y pedregosa; sólo con el trabajo incesante podía ganarse la vida Hesíodo, exprimiendo la tierra deBeocia. Como consecuencia, el ocio del que iban a surgir el Renacimiento jónico y la flor exquisita de la

Atenas de Perides, sólo se podía comprar pagando un precio. Por la concepción de la democracia —segúnla cual un pueblo toma en su conjunto la responsabilidad de su propio destino— estamos en deuda

 permanente con la Atenas del siglo V. Pero lo que a nuestros ojos modernos parece paradójico es que lademocracia antigua, y en ningún lugar más que en la misma Atenas, estaba casada con el imperialismo.Los mismos templos de la Acrópolis de Atenas, que todavía inspiran nuestra admiración y asombro,fueron construidos con el tributo que pagaron las ciudades sometidas. Unidas inicialmente en unaconfederación para la defensa mutua contra Persia, después de que las glorias de Salamina y Platea leshubieran impulsado a enterrar temporalmente su particularismo sempiterno por el bien común de Grecia,estas ciudades habían sido degradadas rápidamente al nivel de súbditos, y bloqueadas y reducidas siintentaban resistirse o separarse. A cambio de una protección nominal contra Persia, que ya no era un

 peligro serio, y una protección verdadera contra las maniobras de sus propios partidos oligárquicos, las

ciudades estuvieron obligadas a partir de entonces a subvencionar la vida cultural de sus dueños.Los atenienses exprimían a sus súbditos-aliados y a sus extranjeros residentes; y los esclavos y las

mujeres no tenían ninguna participación en la vida plena de la ciudad-Estado. Sin embargo no se debeexagerar el mal de la esclavitud de esta época. El esclavo doméstico ateniense no estaba maltratado; dehecho, si se puede creer a un testigo contemporáneo, aunque con algunos prejuicios, muchas veces eradifícil distinguirle de su amo. Además, los mismos atenienses vivían por lo general de un modo frugal,sencillo en sus vidas privadas y suntuoso en sus empresas comunales. Lo que se puede decir, en justicia,es que las semillas del mal estaban allí; y al fin el imperialismo trajo su justo castigo, la caída de Atenascomo gran potencia y, andando el tiempo, el fin de la democracia. En Roma los extremos eran mayores.

 Nunca se alcanzó la democracia. La riqueza de la República tardía se construyó, como hemos visto, sobreel sudor de las provincias, el botín de muchas guerras y el sufrimiento de innumerables esclavos queaguantaban la miseria abyecta en las plantaciones de aristócratas terratenientes residentes en Roma. Estarelación entre el terrateniente absentista y el esclavo de la plantación reproducía de forma acentuada elcontraste que estaba en la base de la civilización antigua entre la clase ociosa de la ciudad y la multitud

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que trabaja la tierra para sostenerla —un contraste que inspiró la famosa crítica de Rostovtzeff a lasciudades del Imperio como «colmenas de zánganos».

Esta antítesis no era nueva; como el bajo nivel de la técnica clásica, había sido característica de lascivilizaciones antiguas que surgieron en los valles de los ríos de Egipto, Mesopotamia y el Punjab,alrededor del tercer milenio a. de J.C. También fue común al Oriente la institución de la esclavitud, que se

extendió de la casa a la mina y la plantación, para pasar a ser la base de la civilización griega y romana,un cáncer en la carne de la sociedad que creció con la misma sociedad. La esclavitud nunca fue recusadade forma efectiva. Aristóteles (384-322 a. de J.C.), aunque considerado con justicia uno de los filósofos yestudiosos de la ciencia política más agudos del mundo, declaró como axioma que:

regir y ser regidos no sólo son cosas necesarias sino convenientes, y ya desde el nacimiento unos seres estándestinados a ser sometidos, y otros a someter 1.

De aquí que el arte de la guerra sea en cierto modo un arte adquisitivo, puesto que el arte de la caza es una desus partes, y éste debe utilizarse frente a los animales salvajes y frente a los hombres que, habiendo nacido para ser regidos, no quieren serlo, porque esta clase de guerra es por naturaleza justa2.

Quizá no sea extraño que un filósofo que tan fielmente refleja las prácticas de su propia sociedad alformular su definición de una guerra justa, también intentara demostrar la inferioridad natural de la mujer con respecto al hombre.

Después de Aristóteles, surgió otra escuela de filósofos, los estoicos, quienes durante un corto períodode tiempo afirmaron la igualdad de los esclavos y los hombres libres; pero nunca pasaron de aquí a laconclusión evidente de que se debía abolir la esclavitud. Muy pronto retrocedieron hacia la concepciónaristotélica, más fácil de sostener. Mientras tanto, la esclavitud se extendía no sólo geográficamente sinotambién en el número de seres humanos que envolvía en sus pliegues. Las guerras de los sucesores deAlejandro y de la República romana les suministraban un número de esclavos que aumentabaconstantemente; en especial en las plantaciones y los ranchos de ovejas y en las minas eran una fuenteindispensable de mano de obra. En Roma «Sardos de venta: cada uno más pícaro que el siguiente» era un

refrán popular que se aplicaba a cualquier cosa barata y abundante después del año 177 a. de J.C., cuandoTiberio Sempronio Graco, el padre de los reformadores, se jactó de los 80.000 sardos muertos o presos.Diez años después, 150.000 epirotas fueron esclavizados por orden del Senado; y el número total decautivos capturados durante medio siglo de guerra constante se ha estimado en un cuarto de millón. Delos últimos años del siglo II a. de J.C., Estrabón nos ha dejado un multicolor cuadro del infame mercadode esclavos de Delos (XIV, 668):

la isla podía recibir y expedir decenas de miles de esclavos en un mismo día... La causa era que los romanos,enriquecidos después de la destrucción de Cartago y Corinto (146 a. de J.C.), empleaban muchos esclavos; y los piratas, viendo la fácil ganancia de aquello, florecieron en gran número, no sólo en busca del botín, sinoconvertidos también ellos en traficantes de esclavos.

Esta esclavitud en la raíz de la sociedad era la que, hasta cierto grado, controlaba la estructura de lacivilización clásica. Porque dividía a cada comunidad en dos tipos de seres humanos: el hombre libre y elesclavo; y aseguraba que los que hacían el trabajo básico de la sociedad no fueran los que se beneficiabande él. El resultado natural era que al esclavo le faltaba el incentivo para dominar y mejorar la técnica deltrabajo que hacía. Igualmente desastroso era el efecto sobre los mismos dueños de los esclavos. Comollegó a ser normal asociar el trabajo manual con los esclavos, la cultura griega tendía a marcar una claraseparación entre las cosas de las manos y las cosas de la mente. En la República, Platón (circa 427-347 a.de J.C.) describió una comunidad utópica dividida en tres clases tajantemente diferenciadas, dotada cadauna de alguna cualidad «metálica» imaginaria: los Guardianes, con una aúrea factura, para gobernar; losAuxiliares, con una mezcla de plata, para luchar y mantener el servicio de policía en el Estado; y por fin,

los Trabajadores, compartiendo los metales de baja categoría, para hacer el trabajo de la sociedad y para1  Política, I, 5 , 2. 1254a.2  Ibid. I, 5, 8. 1256b.

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obedecer. Parece probable —aunque es una cuestión debatida— que Platón consideraba algún grado detransferencia entre los tres grupos para los que nacieran en la sección «equivocada»; pero esta cláusula noaltera mucho el cuadro y el significado del acercamiento de Platón al problema de construir la ciudad

 justa. Aristóteles, con igual desprecio hacia el trabajo manual, escribe:

Sin duda, en los tiempos antiguos, los obreros eran esclavos o extranjeros, y por eso también hoy lo son lamayoría. La ciudad más perfecta no hará ciudadano al obrero3.Indudablemente, el hombre bueno, el político y el buen ciudadano no deben aprender los oficios de esa clase de

subordinados, a no ser para utilizarlos personalmente de modo ocasional; si los practicaran habitualmente, dejaríade existir la distinción entre el amo y el esclavo4.

La actitud romana no variaba en lo más mínimo de ésta; de hecho el pensamiento griego sólo servía para reforzar los prejuicios tradicionales de una aristocracia hacendada. La formulación de Cicerónmerece citarse por entero. Escribe5:

En cuanto a los oficios y géneros de ganancias, cuáles han de ser reputados por honrosos y cuáles por mecánicos, establecemos lo siguiente: En primer lugar, condenamos todo oficio odioso, como es el de loscobradores y usureros. También es bajo y servil el de los jornaleros, y de todos aquellos a quienes se compra no susartes, sino su trabajo; porque en éstos su propio salario es un título de servidumbre. Asimismo se ha de tener por oficio bajo el comercio de los que compran a otros para volver a vender, pues no pueden tener algún lucro sinmentir mucho, y no hay vicio más feo que la mentira. Además es bajo todo oficio mecánico, no siendo posible queen un taller se halle cosa digna de una generosa educación. Tampoco son de nuestra aprobación aquellos oficios quesuministran los deleites, los pescadores, carniceros, cocineros y mondongueros, como dice Terencio. Y añadamos aéstos los que hacen comercio de aguas, olores y afeites; los bailarines, los jugadores y todo género de tahúres. Peroaquellas artes que suponen mayores talentos, y que producen también bastantes utilidades, como la arquitectura, lamedicina y todo conocimiento de cosas honestas, son de honor y dan estimación a aquellos a quienes corresponden por su orden social. El comercio, si es corto, se ha de reputar por oficio ruín; pero si es mucho y rico, que conducemercaderías de todas partes y las distribuye sin engañar a nadie; no se ha de condenar enteramente. Y aun parece

que merece con razón alabanza, si satisfecho el comerciante, o por mejor decir, contento con sus ganancias despuésde haber hecho muchos viajes por mar desde el puerto, se retirase desde aquí al descanso y sosiego de las posesiones del campo. Pero entre todos los oficios por los que se adquiere algo, el mejor, el más abundante, másdelicioso y propio de un hombre de bien, es la agricultura.

 No había nada nuevo en todo esto. Cien años antes Catón el Antiguo había escrito:

Al mercader lo considero persona emprendedora y activa, pero, como antes he dicho, rodeado de peligros yexpuesto a la adversidad. Pero entre los campesinos se hallan los hombres más fuertes y los soldados más valientes.Y dedicándose a la agricultura es como se consigue la ganancia más digna de respeto, la más estable, la que menosenvidias promueve, y quienes están dedicados a ella son los menos dados a malos pensamientos6.

El carácter de estos malos pensamientos se puede adivinar si tenemos en cuenta que el gobierno enRoma estaba en manos de una camarilla de aristócratas cuya riqueza derivaba de la tierra y a quienes lesfue prohibido ejercer el comercio por una ley especial (que al principio despertó mucha oposición). Estacasta se oponía por su naturaleza a cualquier mejora económica que desafiara su propia posición. Despuésde la conquista de Macedonia en el año 168 a. de J.C., se cerraron las minas macedonias para que noaumentara la fuerza de los comerciantes que las habían trabajado; y una vez que se podían satisfacer lasnecesidades corrientes con el producto de las minas españolas, el Senado prácticamente suspendió eltrabajo en las minas de Italia.

3  Ibid. III, 5, 3, 1278 a.4  Ibid. III, 4, 13, 1277 b.5  De officiis, I, 150-51.6 Catón, de agricultura, praef. 4.

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Esto mantenía incontestable la autoridad senatorial, pero también refrenaba la expansión económicaque podría haber devuelto el equilibrio al país7.

Era esta clase de hacendados la que poblaba el campo de Italia y Sicilia de bandas de esclavos queamenazaron más tarde la misma existencia de Roma en la rebelión de Espartaco, en la que de 60.000 a

120.000 esclavos acosaron a las legiones regulares de la República durante dos años (73-71 a. de J.C.).Mientras tanto, los pueblos y las ciudades se llenaban de esclavos orientales, los cuales no sólo hacíantodo tipo de trabajo manual, sino también trabajaban como maestros, médicos, arquitectos y

 profesionales. La consecuencia fue que entre las clases gobernantes de Roma estas actividades estabanmal consideradas. En esto también Roma seguía a la ciudad-Estado más que a los reinos helenísticos,donde con frecuencia la actitud fue más liberal. «El mecánico de tipo más humilde tiene una especial ydistinta esclavitud», escribió Aristóteles8;  y, de modo semejante, los romanos despreciaban al artesanolibre porque hacía el trabajo propio del esclavo. De esta forma, el ambiente era totalmente desfavorable

 para el técnico en un campo por el que los hombres distinguidos no sentían sino desprecio. Cuando lamano de obra es barata y sin valor, ¿por qué conservarla? De este modo, el mundo clásico perpetuaba elretraso técnico que había sido uno de los rasgos más paradójicos de las civilizaciones del Nilo y del

Eufrates; paradójico porque estas civilizaciones habían aparecido gracias a una cosecha única deinvenciones técnicas: el arado, la carreta de ruedas, el barco de vela, el calendario solar, la fundición deminerales de cobre, el uso del poder de los bueyes y el enjaezamiento de los vientos con las velas. Enambos casos, la causa del retraso fue la misma: la división de la sociedad en clases con interesesantagónicos.

Económicamente, esta división de la sociedad aseguraba que las grandes masas del Imperio podíansacar poco provecho de su propio trabajo; y esto significaba un mercado interior permanentemente res-tringido. Como la riqueza se concentraba en la cabeza, el cuerpo de la sociedad sufría del subconsumocrónico. Se ha calculado que fue posible en el siglo II a. de J.C. alquilar un esclavo por 180 denarii al añoy sacar una pequeña ganancia. Claramente, la mano de obra libre no podría esperar ganar mucho másmientras los esclavos fueran abundantes; y hay pruebas independientes de que, de hecho, un labrador ganaba aproximadamente 300 denarii al año, cifra que representaba una subsistencia extremadamente

 pobre para él mismo, su mujer y su familia, y que no permitía ningún margen para la compra de artículosde lujo. Por consiguiente, la industria tenía que buscar su mercado o en el círculo limitado de las clasesmedia y alta, junto con el ejército (que por eso tenía un significado económico considerable), o fuera delImperio, donde por supuesto había aún menos mercados para la producción masiva de mercancías. Por lotanto, no existía base económica para la industrialización. La expansión del Imperio trajo consigo nuevosmercados, lo que postergó el problema durante cierto tiempo; pero, como veremos, los efectos de estaexpansión fueron anulados pronto —para los productores italianos— por la descentralización de la

 producción, y en todo caso, nunca fueron lo bastante radicales como para conseguir la creación de unaindustria en gran escala, utilizando todos los recursos de la técnica avanzada y las formas avanzadas de

energía. Pero mientras esto faltaba, el coste de producción seguía aproximadamente igual en todas laszonas del Imperio, y por eso el comercio continuaba siendo local y atado a la prosperidad de su región.Esta situación reducía quizá la posibilidad de crisis económicas de gran escala; pero permitía que laabundancia y la escasez existieran simultáneamente, con una gran fluctuación en los precios, incluso endistintas partes de la misma provincia, y no creaba una elasticidad suficiente para superar la crisis local

 bajo una economía en la que todo dependía finalmente del éxito o el fracaso de la cosecha local.Esta falta de un mercado satisfactorio entre las masas no estaba compensada por las tremendas

fortunas que fueron acumuladas, especialmente durante el primer siglo a. de J.C., por líderes políticoscomo Mario, Sila, Pompeyo y César. El botín de las guerras —provocadas a veces, como sugirió Cicerón(véase pág. 48), precisamente para ese fin—, la explotación de los provincianos, y las sórdidas gananciasde las proscripciones, junto con la venta de propiedades confiscadas y la usura disimulada a medias,

7 A. H. McDonald, The Rise of Roman Imperialism, Sydney, 1940, p. 12.8  Política, I , 13, 13, 1260 a.

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 permitían el amontonamiento de riquezas en escala fantástica. Pero estas sumas se malgastaban en sumayor parte en lujos ostentosos pero improductivos.

Por otro lado, a causa de la estructura social, Grecia y Roma ni siquiera consideraban la posibilidad devender mercancías al proletariado y a los campesinos, y crear un mercado más profundo, en lugar de másamplio. La expansión del Imperio permitió, como demuestra un examen más detenido, una mayor 

extensión, y no una mayor profundidad. La  pax Augusta removió muchos obstáculos y mucho desgaste;las mercancías circulaban con más facilidad y en zonas más amplias. Pero no hubo un cambio cualitativoen la naturaleza de la economía clásica. Sólo en un campo se produjeron logros técnicos notables: el de laconstrucción y la ingeniería, donde la época helenística ya había tomado la delantera, bajo el estímulo delas guerras interestatales; pero incluso en este terreno los romanos se dedicaron a amplificar y aplicar viejos procesos, en vez de crear otros nuevos. Así, detrás de los tonos optimistas de la descripción deGibbon de un próspero mundo antoniniano, estamos ahora en situación de detectar al menos unadebilidad notable: el estancamiento casi completo de la técnica.

Hemos sugerido antes que, a la larga, la expansión del Imperio romano sólo podía ofrecer un estímulo

temporal a la economía. La causa de esta situación merece una atención especial, porque subraya unfactor de alguna importancia para nuestro problema central. La investigación moderna ha revelado laactuación en el Imperio romano de una ley económica que encuentra también su aplicación en nuestra

 propia sociedad: la tendencia centrífuga de la industria a exportarse a sí misma en vez de exportar sus productos, y de los establecimientos comerciales a emigrar de las zonas más viejas de la economía a laszonas nuevas.

La actuación de esta ley se sintió con plena fuerza en Gran Bretaña cuando la India empezó a satisfacer sus propias necesidades con algodón fabricado en Bombay; y la lección fue remarcada por el desempleomasivo en los pueblos productores de algodón de Lancashire. En la actualidad, este movimiento hacia la

 periferia se relaciona normalmente con el establecimiento de formas capitalistas de producción en zonascoloniales y atrasadas, y en la medida en que tales zonas se convierten en estados independientes, estosestados emplean métodos políticos para afirmar una independencia económica basada en la industrialocal. La «autarquía» como un rasgo del Estado nacional es una característica de los tiempos modernos.En el Imperio romano, estos factores eran algo más sencillos y más primitivos.

Quizá la razón más importante del traslado de la industria lo más cerca posible del nuevo mercado fuela debilidad del sistema antiguo de comunicaciones. En comparación con las épocas anteriores, lascomunicaciones romanas estaban altamente desarrolladas; pero en relación con las exigencias delImperio, eran todavía demasiado primitivas. El transporte por tierra resultaba lento e ineficaz; debido aque el mundo antiguo nunca descubrió la collera para caballos, sino que empleaba un tipo de arreos quedejaban al animal medio estrangulado, los bueyes servían mejor para todas las cargas pesadas. Un viaje

 por mar siempre era arriesgado, y el comercio ultramarino era un negocio peligroso. Incluso en los

tiempos de Augusto, la tarea de mantener las comunicaciones imperiales empezaba a pesar como unacarga intolerable sobre los habitantes del Imperio. Sobre los habitantes de las provincias recaían el costode los Correos Imperiales, los gastos de mantenimiento de las carreteras y el alojamiento de losfuncionarios viajeros. Y a pesar de la policía y de las flotillas de río, no se había eliminado por entero el

 bandolerismo; también las posadas con frecuencia eran pobres e irregularmente situadas. Los peligros deun viaje por mar durante los primeros años del Imperio eran muy reales. Quizá no tuviera suerte SanPablo en sus aventuras (incluyendo un naufragio) a bordo de los tres barcos necesarios para llevarle dePalestina a Roma. En contraste con su experiencia, puede citarse el caso de Flavio Zeuxis de Hierapolis,en Asia Menor, un comerciante que hizo 72 viajes rodeando el tormentoso Cabo Malia hasta Italia ysobrevivió (su lápida sepulcral nos lo cuenta) para morir en casa; y el mismo San Pablo normalmentetenía mejor fortuna en otros viajes. Con todo, sigue siendo cierto que el mejor sistema de transporte del

mundo antiguo fue incapaz de conseguir una circulación relativamente alta de bienes de consumo; y aún peor, hay pruebas de que había comenzado el deterioro desde los tiempos de Augusto.

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Un segundo factor que empujaba la industria hacia afuera, hacia sus mercados, era la inseguridad delcrédito. A causa de los riesgos, siempre era costoso reunir el capital para una aventura comercial; los tiposde interés eran altos porque el riesgo era personal. No había un equivalente antiguo de la sociedadanónima de responsabilidad limitada para asegurar la responsabilidad corporativa en las aventurasfinancieras; y la misma banca era primitiva. Durante el Imperio, no hubo un desarrollo mayor del sistema

de los Tolomeos de un banco central con sucursales; al contrario, en Egipto hay indicios de regreso a unsistema de bancos locales independientes.Además, el hecho de que la industria antigua se basara en la esclavitud influyó también en el

movimiento de descentralización. Porque la esclavitud como institución se vio perjudicada por la paz deAugusto. Los pasos que dieron los emperadores para eliminar la guerra y la piratería agotaron la fuente

 principal de suministro de esclavos. Los grandes días del mercado de esclavos en Delos se habíanterminado para siempre; y aunque, bajo las condiciones más humanas de los primeros años del Imperio, elnúmero de esclavos nacidos en la casa del amo era bastante alto, no eran suficientes para llenar el vacío;así que el mundo romano tenía que recurrir cada vez más a un pequeño goteo de esclavos del exterior.Además, el desarrollo del sentimiento humanitario, ya mencionado en el segundo capítulo, llevó a unamplio movimiento de manumisión de esclavos. Cicerón nos cuenta que un esclavo diligente podía

ahorrar bastante para comprar su libertad en menos de siete años; y muchos amos, por motivosinteresados, dieron la libertad a sus esclavos viejos después de la aprobación de la ley sobre el trigo delaño 58 a. de J.C., para que como libertos pudieran aprovecharse de las distribuciones gratuitas de cerealque hacía el Estado. El esclavo de ayer era el liberto de mañana; y sus nietos serían ciudadanos romanosde forma plena. Se ha calculado que durante los treinta y dos años que precedieron a la guerra civil delaño 49 a. de J.C., aproximadamente medio millón de esclavos fueron manumitidos, con un promedio de16.000 al año. El gobierno se resistía al movimiento. Sabemos de dos leyes fechadas en el Principado deAugusto —del año 17 a. de J.C. y 2 a. de J.C., respectivamente— que intentaron limitar la manumisión devarias maneras, incluyendo una escala móvil para aplicarse a la liberación testamentaria. De todas formas,el hecho de que esta medida impusiera un límite superior de 100, nos da alguna indicación del tamaño delos establecimientos mantenidos todavía por los nobles de los primeros años del Imperio.

El debilitamiento de la institución de la esclavitud trajo consigo algunas consecuencias. En concreto, la base normal de la actividad capitalista antigua se vio socavada; y los resultados inmediatos fuerondesastrosos para los viejos centros de industria. Así observamos un traslado de la industria a las regionesmás primitivas donde, como en la Galia, la industria disponía, si no de esclavos nuevos, de lo que quizáera mejor: un proletariado libre y dispuesto a dedicarse al trabajo manual. El descubrimiento de una seriede ollas con inscripciones de la Graufesenque (Aveyron) ha llevado a la sugerencia de que aquí un ciertonúmero de artesanos libres compartían un horno común, y quizá estaban organizados como una especiede cooperativa de productores; y el descubrimiento, en las más recientes excavaciones en este lugar, deextensas alfarerías pre-romanas, sugiere que este modelo de industria puede fecharse en aquel período.Este empleo de la mano de obra libre, que encontramos también en el Egipto de los Tolomeos, se

encuentra en un notable contraste con las condiciones existentes en las alfarerías de Arezzo en Italia,donde, antes del año 25 d. de J.C., 123 de los 132 trabajadores conocidos eran esclavos. De hecho no hay pruebas del empleo de esclavos en las alfarerías de la Galia y del valle del Rhin; y las inscripciones deDijon se refieren a los canteros y los herreros como dependientes libres (clientes) de Tiberio Flavio Vetus,evidentemente algún señor local —información incidental e interesante sobre la disolución del sistematribal y el desarrollo de las clases sociales en la Galia. Este traslado de la industria contribuyó a laurbanización, ya mencionada, de estas zonas atrasadas; y aquí podemos señalar que los nuevosmunicipios en regiones como la Galia y España heredaron lo que los municipios italianos habían perdido

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Venta de un esclavo. La estela funeraria del libertoPublilius Satur, de Cumae, retrata su venta original,cuando era un esclavo; el negociante está a la izquierdacon traje griego, el comprador vestido con la toga está ala derecha. El esclavo está desnudo. (Foto: MuseoProvinciale Campano, Capua.) [El comentariocorresponde a la parte inferior de la ilustración, tomadade:

  http://www.culturacampania.rai.it/site/it-

it/Patrimonio_Culturale/Musei/Scheda/Opere_Principali/opere/capua_museo_campano_stele_di_publilius_satyr_.html?UrlScheda=capua_museo_provinciale_campano ]

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Grúa. Relieve de la tumba de la familia Haterii enRoma, ahora en el Museo Laterano; muestra una grúa

operada por una noria con un sistema de cuerdas y poleas.(Foto: Mansell Collection.)

 Esclavo azotado. Figurilla pintada, realista, dePriene, originalmente suspendida de un hilo. (DeM. Rostovtzeff, Social and Economic History of 

the Hellenistic World. Oxford, 1941.)

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en gran medida: un hinterland habitado por campesinos. Se ha argumentado que al convertirse cada unoen una pequeña Roma en la explotación de la gente de sus propios campos, los municipios contribuyerona largo plazo a su propia y subsiguiente ruina.

Otro rasgo importante de la industria basada en la esclavitud era que la concentración no traía consigouna reducción apreciable de los gastos generales, como ocurre cuando se emplean máquinas. Por eso, no

había ningún incentivo para desarrollar los viejos centros en vez de extenderse hacia nuevas zonas.Además, la simplicidad de los antiguos equipos y la ausencia de maquinaria complicada hacía fácil eltraslado de las industrias. Normalmente, se trataba sólo de unas cuantas herramientas simples y de lahabilidad llevada en las mismas manos de un obrero especializado. Por otro lado, el mercado internorestringido, que necesariamente empujaba al comerciante cada vez más lejos, se juntaba con las demandasconstantes de un ejército relativamente próspero a lo largo de las fronteras, para reforzar la tendenciageneral centrífuga de la industria. Desde los días de la República, el papel económico del ejército habíacambiado. Entonces, con el ingreso que suponían los valiosos botines, el ejército pagaba sobradamentesus gastos una y otra vez. Pero después, al convertirse en un instrumento de romanización y en una fuerzade guarnición pacífica, su función económica era algo más complicada. Al ocupar una nueva provincia, elejército supervisaba la construcción de instalaciones militares esenciales: fuertes, puertos, carreteras y

 puentes; y con frecuencia establecía sus propias fábricas de ladrillo y abría canteras para proveer laconstrucción. La próxima fase era la llegada del comerciante italiano, con mercancías para el ejército, eincidentalmente, para la población local. Rápidamente se producía el desarrollo de estaciones comercialesy pueblos-mercados, como Kempten en Argovia; y muy pronto se alcanzaba la fase final con el desarrollode la producción en la que había sido originalmente una zona colonial. La industria se había trasladado, ydisminuía la demanda de productos italianos. En esta forma típica de desarrollo, el ejército desempeñabaun papel magnético, pero pasivo. El otro aspecto económico del ejército, sin embargo, representabaclaramente una carga, ya que significaba tener que alimentar a 250.000 ó 300.000 hombres ociosos, y mástarde incluso a 400.000, una cifra que quizá no era excesiva en una población de unos 90 millones, peroque de todas formas, en vista de la baja productividad del trabajo en la antigüedad, debería figurar sinduda entre los factores que contribuyeron a la decadencia del Imperio.

Todas estas tendencias no operaban al mismo tiempo ni en el mismo grado; pero con el paso de losaños condujeron a un movimiento claro de la industria hacia el exterior, alejándose de los viejos centrosdel Imperio. Uno de los cambios más tempranos fue que el comercio se convirtió en local y provincial, envez de internacional; aunque, significativamente, el declive en el comercio a gran distancia no se aplicabaa los artículos de lujo, que todavía recorrían prácticamente cualquier distancia para satisfacer lasdemandas de unos pocos ricos. A lo largo de todo el Imperio, se produjo una vuelta gradual a la artesaníaa pequeña escala, que producía artículos para el mercado local y para los pedidos específicos de lavecindad. La tendencia se sigue fácilmente en la historia de la producción de terra sigillata, la cerámicaroja generalizada del temprano Imperio. Al fin de la República, esta cerámica se fabricaba en varioscentros de Italia, incluyendo a Roma, Puteoli y en especial Arezzo, en Etruria. Bajo el temprano Imperio

Arezzo había ocupado el mercado, y su cerámica fácilmente reconocible, producida en alfareríasrelativamente grandes a base del trabajo de esclavos, se encuentra en todas las zonas del mundo conocido,desde el Norte de la Galia hasta Pondichéry. Sin embargo, el centro de producción se trasladó prontohacia el norte, primero a Modena, y luego a la Graufesenque y a varios centros menores en el sur de laGalia, como Banassac (Lozère) y Montans (Tarn). Poco después de la muerte de Augusto, aparecen ollasde la Graufesenque en lugares cerca del Rhin y del Lippe, y durante unos treinta años sus alfareríascontrolaban por completo el mercado. En el reino de Domiciano hay ejemplos de hallazgos tan al nortecomo Escocia. Ya en estos años, sin embargo, la industria estaba otra vez en movimiento. Entre los años75 y 110 d. de J.C., el nuevo centro era Lezoux, cerca de Clermont-Ferrand, donde el río Allier ofrecía unmedio conveniente de transporte. En estos años, la industria italiana tenía dificultades para mantener incluso el mercado doméstico. Entre las ruinas de Pompeya, una caja de cerámica gala sin abrir ofrece un

vivo ejemplo de la realidad de esta nueva competencia. Pero la oportunidad de Lezoux vino después.Atraída de forma irresistible hacia la zona militar del Rhin y del Danubio, la industria se trasladó al estehacia Alsacia, el Rhin, el Mosela y el limes. Desde los tiempos de Adriano, ollas de Rheinzabern, factoría

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 próxima a Speyer, se encuentran por toda Renania. Finalmente, en el año 170 d. de J.C., los alfareros deRheinzabern se mudaron a Werstendorf, en Baviera. En la Galia, mientras tanto, se había alcanzado unasegunda fase de descentralización con la aparición de un gran número de lugares que vendían artículos deinferior calidad en los pequeños mercados locales. El mismo relato se podría repetir para otrasmercancías, como la cristalería, cuyos fabricantes emigraron de Italia a la Galia en el año 50 d. de J.C.,

 para desplazarse en etapas sucesivas de Arlés a Namur, Tréveris, Worms y Colonia, o como las lámparasutilizadas y encontradas en África, que eran primero italianas, luego cartaginesas, y por fin producto defábricas puramente locales.

Las diversas provincias progresaron naturalmente a un paso irregular; a veces el primer resultado de ladescentralización fue establecer alguna industria importante en zonas de cercanías especialmentefavorables; en este caso la industria descentralizada podía adueñarse del mercado internacional durantecierto tiempo. Como hemos visto, así ocurrió con la terra sigillata de la Graufesenque y Lezoux, que seha encontrado en Italia, España, África, Britania, e incluso en Siria y Egipto. De modo semejante, seexportaban vinos galos al Oriente desde Narbona y Arlés, hasta mediados del siglo III de nuestra era. Peroen conjunto esta fórmula era excepcional, y en el caso de la Galia y Germania se debía quizá a factoresgeográficos, en especial al excelente sistema de transportes fluviales, y también a la existencia de mano

de obra barata y libre, condiciones que no aparecían en las provincias orientales con una civilizaciónurbana más antigua.

El progreso en zonas como la Galia y la Germania romana quedó contrapesado por la decadencia deItalia. Durante el siglo II d. J.C., esta vieja médula del Imperio perdió cada vez más su posición predo-minante. Mientras las provincias occidentales se convertían progresivamente en auto-suficientes en todassus necesidades básicas —grano, vino, aceite, sal, vidrio, textiles, artículos de bronce y cerámica—, Italiase volvía cada vez más parasitaria de las demás zonas del Imperio. El Norte de Italia mantuvo su

 prosperidad durante un período más largo, gracias a sus relaciones con las provincias del Danubio. Peroen las demás zonas de la península, desde fines del siglo I a d. de J.C. aparecen indicios de despoblación yuna notable baja en la exportación de productos agrícolas e industriales. Al desarrollarse la tendenciahacia la descentralización, y al crecer el comercio galo del vino, las viñas y los olivares italianosdisminuían, dejando cada vez más sitio para el cultivo de trigo en los latifundios, trabajados por siervos.Italia pasó a ser una carga monstruosa, sostenida por exportaciones invisibles: los impuestos exigidos paramantener la administración pública y las inmensas ganancias de las propiedades privadas del emperador.

Simultáneamente, en contraste, en las tierras del otro lado de las fronteras, y en especial al norte ynoreste, entre los galos, los germanos y los escitas, la expansión exterior del comercio y de la influenciade Roma estaban produciendo una fermentación que iba a tener consecuencias de largo alcance. Los galosconquistados por César (59-50 a. de J.C.) y los germanos descritos por Tácito en su Germania, publicadael año 98 d. de J.C., habían modificado ya hasta cierto grado su primitiva organización tribal; 'en ambasregiones existían unas diferencias considerables de riqueza, y había nobles ricos, cada uno de los cualesreunía una larga comitiva de seguidores. Pero desde los tiempos de Augusto, el desarrollo natural de estos

 pueblos fue acelerado por el impacto de la romanización. Se veían envueltos cada vez más en lascorrientes comerciales del Imperio, comprando y vendiendo a través de las fronteras. Se alistaron cadavez más en los ejércitos romanos como mercenarios, y al retirarse llevaron sus nuevas costumbres a sustribus, como los nativos de la Nueva Guinea de vuelta a casa desde Sidney o Rabaul. Los jefes ro-manizados empleaban su nueva cultura al servicio de Roma, o en contra de ella, como Arminius. Enresumen, el movimiento económico centrífugo no se detuvo, ni podía detenerse dentro de las fronteras;

 pero al desbordar los límites romanos y entrar en el mundo bárbaro, llevó consigo las virtudes y los viciosde la civilización, como un vino fuerte para cabezas no acostumbradas. Fueron los mismos romanos losque enseñaron a los bárbaros del norte a mirar con interés y con envidia el rico botín del Imperio.

Mientras tanto, seguía el proceso de descentralización y de subdivisión en unidades económicas cadavez más pequeñas. En sí mismo, dado el estado de atraso de las fuerzas productivas, este movimiento no

era regresivo: de hecho evitaba gastar mucho esfuerzo y dinero en el desplazamiento innecesario demercancías mediante un costoso sistema de transporte. Además, el declive de viejas rutas comerciales fuecontrarrestado hasta cierto punto por la apertura de otras nuevas, en especial la gran ruta a lo largo de los

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valles del Rhin y del Danubio, que se volvió cada vez más importante desde los tiempos de Trajano (98-117 d. de J.C.) y se consolidó más tarde con el establecimiento de las capitales del norte en Tréveris,Milán, Sirmio (Mitrovica), Serdica y Constantinopla. Pero hasta cierto punto, este movimiento desde elcentro hacia la periferia causaba alguna desintegración; y el traslado hacia el norte, al otro lado de losAlpes, ayudó a cambiar el equilibrio de un imperio que había crecido alrededor del Mediterráneo  —mare

nostrum. Políticamente, este mismo movimiento se reflejó en la división del Imperio, primero en la com- plicada administración cuatripartita de Diocleciano y sus tres colegas (286 d. de J.C.), y más tarde,después de que Constantinopla trasladara la capital a Bizancio (330 d. de J.C.), en la división permanenteentre el Imperio Occidental y el Oriental, que encarnaban las dos tradiciones persistentes y divergentesdel Occidente latino y del Oriente griego. De esta división surgió, más tarde, el renacimiento griego, en elEstado bizantino, y las bases de la Europa medieval en Occidente.

También fundamental para la Europa medieval fue un aspecto particular de este movimiento general dedescentralización: el traslado gradual de la industria de las ciudades a las aldeas y a las grandes haciendas.De esta manera, el carácter esencialmente agrario de la civilización antigua empezaba a reafirmarse por 

encima de los elementos urbanos que habían producido sus desarrollos superiores y más significativos; elcampo deprimido se vengaba de los largos siglos en que sus necesidades estuvieron subordinadas a las delos hombres astutos de las ciudades. En Italia, como hemos visto, las viñas y los olivares cedían ante losgrandes latifundios de trigo; en resumen, el cultivo intensivo daba paso a un sistema menos eficaz yespecializado. Desde los principios de la República existía la tendencia de que las fincas grandesabsorbieran a las pequeñas; y sobre todo en el siglo II a. de J.C., el crecimiento de los latifundios enToscana, en partes del Lacio y Campania, y en el sur de Italia, se había transformado en una amenazaseria a la prosperidad de Italia. Como vimos (págs. 46-47), este movimiento fue mitigado hasta cierto

 punto por la entrega de pequeñas parcelas a habitantes de la ciudad y a veteranos retirados bajo lalegislación de los Graco, Sila y César; peto todavía había ejemplos notables, aunque excepcionales, dehaciendas de enormes dimensiones. Cuenta César 9 que en el año 49 a. de J.C., Domicio Ahenobarbo, unode los generales de Pompeyo en la guerra civil, intentó asegurar la lealtad de sus soldados en un momentode apuro prometiendo a cada uno dos o tres acres de sus propiedades privadas. Aún en el caso de que esta

 promesa se aplicase sólo a los 4.000 hombres de su propio ejército —de los 15.000 hombres bajo sumando— implicaría la propiedad de posesiones muy considerables. Más tarde, durante el reinado de Ne-rón, nos cuenta Plinio10 que seis hombres eran dueños de la mitad de la provincia de África; y en elImperio el latifundio se convirtió cada vez más en la unidad típica de posesión de la tierra. Además,empezó a desarrollarse de una manera que transformó finalmente su carácter y, con él, todo el sistema dela economía clásica.

En primer lugar, la gran hacienda campesina había mantenido siempre cierta actividad industrial.Esclavos con preparación especial habían hecho los trabajos necesarios de la granja: curtir, tejer, construir 

carretas, batir el paño y trabajar como carpinteros y herreros. Ya en el año 50 d. de J.C., Plinio da por sentado que la presencia de estos artesanos era una característica normal de cualquier latifundio; y en lostiempos de Vespasiano (69-79 d. de J.C.) las haciendas propias del emperador, organizadas según elmodelo de los dominios reales del período helenístico, extendieron este sistema en las provincias alconvertirse cada vez más en una aglomeración de artesanos de todo tipo junto a trabajadores agrícolas — es decir, en una comunidad autosuficiente del tipo habitual en las civilizaciones de la Edad de Bronce, ydespués, con el feudo, en la cristiandad medieval. En la Galia se han excavado ejemplos notables de talesvillas. El magnífico establecimiento de Anthée, cerca de Namur, consistía en una casa central rodeada deunos veinte edificios distintos, la mitad de los cuales, por lo menos, parecen haber sido utilizados parafines industriales —como talleres de fundición y fábricas de cerveza— y para la producción de artículosde bronce y esmaltados, cerámicas, arcos y artículos de cuero. De modo semejante, una villa encontrada

en Chiragan, cerca de Toulouse, fue el centro de un grupo de unos ochenta edificios pequeños, muchos de9 César, Bell. civ.17.10  Hist. nat., 35.

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los cuales habían sido utilizados para la industria. No se puede determinar siempre si esta industria sedirigía en primer lugar a las necesidades domésticas o al mercado. Pero mientras la haciendaautosuficiente se convierte progresivamente en un rasgo característico del campo de África, el sur deRusia, Italia, Asia Menor, Babilonia, Palestina y Siria, parece dirigida a la ganancia tanto como a lasatisfacción de necesidades domésticas. Durante la crisis general del siglo III, que golpeó con más dureza

a las ciudades, en estas haciendas fue donde la vida económica permaneció con mayor vigor.El progresivo agotamiento de las fuentes de mano de obra esclava obligó a los terratenientes a buscar otros trabajadores. Recurrieron de forma creciente a los coloni, no a los fuertes campesinosindependientes del viejo tipo italiano, sino a labradores-arrendatarios, sucesores de la clase esclava endeclive en el dudoso privilegio de formar la capa inferior del campesinado. Estos coloni eran normal-mente demasiado pobres para pagar rentas por su tierra o para comprar sus propias herramientas ysemillas; por eso tenían que obtener las del dueño y, como «aparceros», le pagaban en especie y, en al-gunas provincias como África, con servicios en su tierra particular. Con este sistema, la agricultura desubsistencia no requería ni habilidad tradicional ni experiencia: ofrecía a los «nuevos ricos» que surgíande las diversas crisis del Estado, una oportunidad de aumentar sus fortunas de manera fácil y segura.

El factor del transporte inadecuado, considerado ya anteriormente, ayudó también al crecimiento de

estas haciendas industriales auto-suficientes. Al tener que hacer todas las tareas allí mismo, el romano dela última época, precursor del barón feudal, podía eliminar la partida más costosa en su cuenta de gastos.

 No es sorprendente que este tipo de economía «nuclear» tendiera a unirse a algún tipo de gran unidadocupada en la producción primaria. No sólo las grandes haciendas industriales, sino también los camposde minas, las pesquerías y las zonas de caza aparecen como los núcleos alrededor de los que seaglomeraban la artesanía y la industria. Así, en época tan temprana como el siglo I, la aldea minera enVipasca (Aljustrel, en lo que es ahora el sur de Portugal) tenía peluqueros, bataneros, zapateros y otrosartesanos, cuyas actividades, por tratarse de una hacienda de propiedad imperial, estaban cuidadosamentecontroladas por normas legales. A veces estas unidades primarias eran propiedad del templo, lo cual nosólo recordaba las instituciones semejantes de Babilonia o del Asia Menor helenística, sino que también

 prefiguraba claramente el sistema de los monasterios medievales. De modo semejante, la nueva claseeconómica deprimida de los coloni fue la precursora de los siervos de la gleba posteriores.

Desde los tiempos de Augusto, esta forma de economía «dominical» estaba sustituyendo progresivamente al viejo sistema capitalista, basado en la mano de obra esclava y en el mercado libre; yfue seguida pronto por una baja catastrófica en todos los ramos de la técnica agrícola. Es significativo quetras el siglo I d. de J.C. la literatura de tema agrario dejara de existir como fuerza creativa y en su lugar encontremos la transcripción mecánica de obras antiguas. Pero, a pesar de esta decadencia en la eficaciade la técnica agrícola, el campo seguía ejerciendo una atracción magnética mientras se deterioraban lascondiciones en las ciudades. En el próximo capítulo analizaremos cómo y por qué el Estado se encontrabaobligado a mantener exigencias financieras cada vez mayores sobre la burguesía. La hacienda «nuclear»,explotada con los métodos de la economía de subsistencia, bajo la protección de algún terrateniente

 poderoso, ofrecía a su propietario un refugio seguro frente a esta presión.Esta fuga de la industria de las ciudades a haciendas dominicales contribuyó a la descomposicióneconómica general al reducir las zonas abiertas realmente al comercio. Cada hacienda, en proporción alaumento de su autosuficiencia, significaba un aumento del número de individuos sustraídos al sistemaeconómico clásico, y una disminución del número de consumidores potenciales para las mercancías quetodavía circulaban en los viejos mercados. De esta forma, la gran propiedad desempeñaba su papel en lareducción del comercio y la aceleración del proceso general de descentralización.

En este momento debe resultar evidente que la descripción de Gibbon de Roma bajo los Antoninosexige importantes matizaciones. Hemos descrito varios factores de decadencia arraigados en la estructurade la sociedad romana, que estaban empezando a intervenir en los tiempos de Augusto (27 a. de J.C.-14 d.de J.C.), y que sin duda se encontraban en plena actuación durante el período que Gibbon alabó como una

era de especial felicidad. Hemos visto que el bajo nivel de la técnica en la civilización greco-romanahabía conducido al desarrollo de la esclavitud como medio de conseguir el ocio necesario para el conforty la cultura; y que esta institución actuaba sobre ambos, el esclavo y el amo, para descartar la posibilidad

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de liberar nuevas fuerzas productivas a un nivel adecuado para cambiar las condiciones materiales de lasociedad. Hemos visto el restringido mercado doméstico, que derivaba inevitablemente de una estructurasocial de este tipo, atraer sobre sí su propio castigo en la forma de un impulso hacia fuera en busca denuevos mercados lejos de los viejos centros de la civilización. Hemos visto cómo el atraso de lasinstituciones de crédito y de las comunicaciones y el agotamiento del mismo suministro de esclavos

servían para reforzar este movimiento descentralizador, que encontraría finalmente su contrapartida política en la división y, en Occidente, en la desintegración del Imperio. Y, por fin, hemos señalado elcrecimiento de la gran propiedad, símbolo de la decadencia de la civilización urbana, que fue a la vez unresultado de la decadencia general y un factor que sirvió para acelerarla. A continuación debemos analizar la reacción del Estado imperial a estas tendencias, y trazar el proceso posterior de desintegración ydecadencia.

 NOTAS SOBRE LECTURAS ADICIONALES

Sobre la cuestión del nivel de la técnica antigua en general, véanse dos conocidas obras de V. Gordon

Childe,  Man Makes Himself, Londres, Thinker's Library, 1941, y What Happened in History,Harmondsworth, Pelican Books, 1942 [Ed. en casellano: Qué sucedió en la historia, trad. de ElenaDukelsky, La Pleyade, Buenos Aires, 1969]; también Science in Antiquity, Londres, Home UniversityLibrary, 1936, y Greek Science: its Meaning for Us, vol. I Thales to Aristotle, y vol. II Theophrastus to

Galen, Pelican Books, 1944 y 1949, de B. Farrington. Dos libros del mismo autor, Science and Politics in

the Ancient World, Londres, 1939 [Ed. en castellano: Ciencia y política en el mundo antiguo, trad. deDomingo Plácido Suárez, 3.ª ed., Ayuso, Madrid, 1973]; y  Head and Hand in Ancient Greece, Londres,Thinker's Library, 1947 [Ed. en castellano:  Mano y cerebro en la antigua Grecia, trad. de E. M. de V.,Ayuso, Madrid, 1974], examinan los efectos de la división social sobre el pensamiento antiguo. Lasinvenciones del mundo clásico aparecen en relación con los descubrimientos posteriores y la herencia delos bárbaros y del Lejano Oriente en un artículo de L. White, «Technology and invention in the MiddleAges» (Speculum, XV, 1940, págs. 141-59); el autor discute las importantes obras de Lefebvre des

 Noëttes,  L'Attelage et le cheval de selle à travers les ages, París, 1931, y  De la marine antique à la

marine moderne: la révolution du gouvernail, París, 1937, y también ofrece una bibliografía deinestimable valor sobre otros temas semejantes. Véanse, además, los libros mencionados en las notas alcapítulo 2, y el capítulo de Oertel, «The economic life of the Empire», en Cambridge Ancient History,

vol. XII (1939), págs. 232-81; y también mi capítulo sobre el comercio y la industria del Imperio tardíoen Cambridge Economic History of Europe, vol. II (1942), págs. 33-85, con bibliografía en págs. 523-8(nueva edición en preparación). Sobre la esclavitud, véase R. H. Barrow, Slavery in the Roman Empire,

Londres, 1928; también dos artículos, uno de M. I. Finley en Historia, 1959, págs. 145-64, y otro de A. H.M. Jones en Eng. Historical Review, 1950, págs. 185-99; los dos han sido publicados de nuevo en Slavery

in Classical Antiquity(Cambridge, Heffer, 1969), selección útil de artículos publicados con anterioridaden diversos sitios, por M. I. Finley.

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Capítulo 4CONTRACCIÓN Y CRISIS

 Nunca es fácil aislar el instante en que una sociedad deja de progresar y empieza a decaer. Los factoresimplicados son tan numerosos, y se refieren a fenómenos en etapas de desarrollo tan diversas, que lavigorosa expansión de una esfera bien puede coincidir con la decadencia ya avanzada en otra. Pero, siexiste tal momento en la historia del Imperio romano, corresponde al año 117 d. de J.C., cuando Adriano

sucedió a Trajano en el Principado.Bajo Trajano, el Imperio logró su máxima expansión territorial: en ese momento se incorporaron alImperio Dacia, al otro lado del Danubio, y Armenia y Mesopotamia, al otro lado del Eufrates. Los

 primeros propósitos de Trajano fueron estratégicos; al anexionarse a Dacia estaba replicando a lainjerencia de su rey, Decébalo, quien había obligado a Domiciano a pagar  danegeld, mientras que en su

 política oriental estaba buscando una solución radical al conflicto secular con Partia. Al mismo tiempo,esta política militar coincidió con el movimiento económico general hacia fuera. Porque la zonacomercial clásica era más grande que el Imperio. Desde tiempos de Claudio, es posible identificar variasgrandes zonas comerciales, no aisladas unas de otras, sino incluyendo dentro de sus límites (que podríanabarcar varias provincias administrativas) la mayor parte de su comercio. De esta forma, España,Germania y Britania estaban agrupadas en torno a la Galia. En África, las provincias desde Mauritania

hasta Cirenaica se encontraban juntas. Una tercera agrupación, que perdía cada vez más su fuerzaeconómica, estaba compuesta por Italia, junto a las islas de Sicilia, Córcega y Cerdeña. Anclado a este

 bloque por el comercio de Aquileya quedaba el grupo del Danubio, desde Recia, en el oeste, hasta Dacia(y el sur de Rusia), en el este. De modo semejante, Grecia, Macedonia, Tracia, Asia Menor y Armeniaestaban ligadas por antiguas tradiciones y por la cultura helénica, además de por el comercio; y otro

 bloque comprendía Siria, Babilonia e Irán, una región medio-romana y medio-parta en su alineación política. Tarde o temprano, era probable que se intentara unir el mayor número posible de territorios deeste bloque oriental dentro de las fronteras políticas de un lado u otro; y ésta fue la tarea que realizóTrajano.

Al hacerlo, sin embargo, Trajano estiró los recursos financieros y militares del Imperio hasta el puntode ruptura; e incluso antes de sucederle Adriano hay pruebas de un cambio de política. Ahora parece que

las regiones más al sur conquistadas por Trajano (si de hecho estuvieron alguna vez firmemente en manosde los romanos), el distrito de Parapotamia, entre el bajo Tigris y el Eufrates, y la ciudad de Dura, yahabían sido devueltas al nuevo rey de Partia antes de la muerte de Trajano. Adriano continuó esta políticarevisada, abandonando los demás territorios al otro lado del Eufrates; y con una política de consolidación

 pacífica trajo al Imperio el alivio que se refleja en la prosperidad de la  pax Hadriani. Como un segundoAugusto, Adriano viaja por el Imperio, supervisando sus efectivas disposiciones fronterizas y organizandosus provincias con una solicitud enteramente admirable. Pero los límites que de esta forma se pusieron ala expansión del Imperio eran un indicio fatal de que se había alcanzado la cima de su energía creativa.

El crecimiento del Imperio había sido parte de un proceso de unificación política, que correspondía ala unificación económica del mundo antiguo; desde este punto de vista, Julio César y Augusto fueron,como vimos, los sucesores directos de Alejandro Magno. Se ha afirmado que, de haber vivido, César habría intentado extender las fronteras aún más, y llevar a cabo el programa de Trajano un siglo y medioantes. Sea como fuere, lo que está bastante claro es que en tiempos de Trajano una expansión más ampliaera una tarea que los recursos del Imperio ya no podían sostener. De hecho, Adriano y sus sucesores se

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encontraron en un dilema. El movimiento de descentralización económica hacia la periferia del Imperiosuministraba un incentivo para extender las fronteras aún más lejos, y para anexionar a Roma las regionesque disfrutaban ya de estrechos lazos comerciales con el Imperio. De esta manera, quizá habría sido

 posible abrir todavía nuevas áreas de comercio exterior para compensar la ausencia de un profundomercado doméstico derivada inevitablemente de la estructura de la sociedad antigua. Pero sin algún

aumento en la productividad general, tal expansión sólo podría haber conducido a una descentralizaciónmayor, dejando que las zonas interiores del Imperio sufrieran el mismo destino que Italia; y el costo de laadministración y el reclutamiento de tropas para una frontera ampliada habrían acentuado la presión sobrelos ciudadanos del Imperio, que ya había empezado a ser crítica. De hecho, las tendencias que ya hemosinvestigado habían puesto —durante el siglo y medio que separó a Julio César de Trajano— fuera delalcance de la política práctica cualquier expansión de esa índole.

A lo largo de todo el período que va desde el siglo I hasta los tiempos de Marco Aurelio (161-80 d. deJ.C.), hay claros indicios de una disminución de la población; una comparación de las cifras procedentesde Egipto y Palestina con las cantidades pagadas en relación con la manumisión de esclavos en Delfosdurante el mismo período, muestra una baja general de precios, junto a una subida de los salarios:fenómenos que juntos confirman el cuadro general recogido en las fuentes literarias, de una disminución

global en la población del Imperio. Además, como en Grecia durante la crisis del siglo II a. de J.C., la burguesía en particular se negaba a tener hijos. Queda claro que esta tendencia empezó temprano, si nosfijamos en la legislación promulgada por Augusto contra ella, legislación que no habría sido reafirmadaconstantemente y no habría mantenido su vigencia durante tres siglos si las autoridades no la hubieranconsiderado importante y, por lo menos parcialmente, eficaz. De igual manera, por razones que hemos deconsiderar en breve, las clases más ricas de las ciudades se negaban cada vez más a aceptar susresponsabilidades militares para la defensa del Imperio; incluso los cargos administrativos comunes, quesus antepasados ocuparon con orgullo, les parecían ahora una carga financiera que no estaban dispuestos aasumir. En resumen, los recursos y la mano de obra potencial del Imperio ya no eran adecuados a lasexigencias que se les imponían, y mucho menos a la prosecución de la política expansionista de Trajano,que desde muchos puntos de vista era el desarrollo lógico del Imperio.

La disminución de la población y la contracción de los recursos no estuvieron acompañadas,desafortunadamente, por una reducción en el costo de la administración imperial. Un Imperio que seextendía de Northumberland al Eufrates, de los Cárpatos al Sahara, no podía reducir sus gastos por debajode cierta cantidad mínima. Había que enviar gobernadores, recaudar impuestos, poner guarnicionesfronterizas; el Imperio necesitaba del servicio de policía, había que limpiar sus aguas de piratas, mantener en orden los caminos y conservar los correos imperiales. De la amplia red de ciudades que eranguardianes de la cultura antigua, cada una tenía sus propios problemas locales de administraciónmunicipal, su consejo de decuriones, con un cierto prestigio que mantener mediante la construcción de

edificios apropiados y la provisión de festividades y beneficios; y el sostenimiento del nivel culturalromano exigía en toda esta amplia región el suministro adecuado de las comodidades de la vida civilizada —baños, gimnasios, teatros, anfiteatros, escuelas de lucha cuerpo a cuerpo, acueductos, casasconsistoriales, arcos ceremoniales, sepulcros labrados, columnas triunfales, plazas de mercado,columnatas y templos—, consideradas todas ellas esenciales para la vida en plenitud de un ciudadanoromano. La vida en las ciudades se caracterizaba siempre por el despilfarro. Se ha señalado que el mundoantiguo no sólo fracasó en el desarrollo de la productividad del trabajo, sino que tampoco consiguió crear el puritanismo que tantas veces ha crecido al lado de ese desarrollo. El rico de la ciudad malgastaba susriquezas o las invertía en terrenos: ni en un caso ni en el otro aumentaba la riqueza de la comunidad.Además, los costos de la corte, con sus lujos y sus concesiones de «pan y circo» a la mimada metrópoli,no eran de ninguna manera una partida insignificante del presupuesto imperial; y cuando, en los siglos III

y IV, la administración fue subdividida, y había que mantener nada menos que cuatro cortes simul-táneamente, la carga se hizo casi insoportable.

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El Imperio, en tiempos de contracción económica, no poseía ya más recursos para pagar esta pesadacuenta. De hecho, el endeudamiento privado estaba tan generalizado que desalentaba la actividadeconómica, y en el año 118 d. de J.C., Adriano estuvo de acuerdo en cancelar una deuda incobrable altesoro público por la cantidad de 900 millones de sestercios, y después dejó de cobrar muchas cuentas

 pendientes. Pero cuando los ciudadanos del Imperio no podían pagar, la remisión de deudas no era,

evidentemente, una solución permanente. El problema era sencillamente que había que vivir con menosgastos; y toda la cuestión financiera pasó a ser cardinal desde el siglo II. Más pronto o más tarde habíaque obligar a los contribuyentes a conseguir lo que exigía el Estado; lo que a su vez implicaba que elEstado debería hacerse más fuerte, ya que, en su nuevo papel de extorsionador, tenía que convertirse deforma creciente en enemigo del hombre común. En los primeros años del Principado, la política habíaconsistido en animar a las ciudades de Italia y del Imperio a que tomaran a Roma como modelo  ydirigieran sus propios asuntos. En Oriente, el sistema griego de mantener una asamblea primaria, unconsejo elegido para un período corto y magistrados anuales, había sido abolido gradualmente en favor del tipo de organización municipal romana, que, como ya hemos visto (página 36*), podía, por medio desu asamblea controlada y su consejo vitalicio, restringir las actividades de los magistrados elegidos y ase-gurar que el verdadero poder estuviera en manos de los ricos. Esto implicaba un tipo de asociación entre

el gobierno de Roma y las familias ricas de los municipios. Pero con el crecimiento de la burocracia y deesas características de la administración que consideramos actualmente como signos del «estado

 policiaco», esta alianza se rompió. Es triste pensar que los emperadores se vieran obligados a extraer desus súbditos por la fuerza las rentas que en los días más vigorosos de la República se sacaban del botín delas guerras extranjeras, y que la contrapartida de la pax Romana fue la extorsión legalizada.

Ambos, Trajano y Adriano, están considerados como dos de los «cinco buenos emperadores».Personalmente, sus caracteres dejaban poco lugar para la crítica; estaban sumamente interesados en el

 bien del Imperio y trabajaban sin cesar en favor de él. En opinión de Pausanias, que vivió en tiempos desus dos sucesores, Adriano fue el gobernante «que dio lo sumo a todos para la felicidad del mundo». Perofue precisamente bajo estos dos emperadores cuando aparecieron los primeros indicios desagradables dela tiranía burocrática. Si dejamos a un lado un ejemplo dudoso del año 92 d. de J.C., el primer uso decomisionados especiales para supervisar los asuntos internos de las ciudades se produjo en época deTrajano. Estos curatores se preocupaban en particular de las ciudades libres e informaban directamente alemperador. Desde los tiempos de Adriano, aumentó su número y se desarrolló cada vez más la tendencia anombrarles para supervisar cada uno a una ciudad determinada. Ya a comienzos del siglo III había pasadoa ser un cargo oficial normal, que finalmente se otorgaba a un habitante de la localidad y que degeneró enuna magistratura más. Pero ya en esta época se habían inventado nuevas formas de control y coerción.También bajo Trajano encontramos el crecimiento de un sistema de arrendamientos estatales obligatoriosy el reclutamiento compulsivo de funcionarios locales para los grados medios y bajos del servicio civil.

De todas formas, bajo Adriano apareció un fenómeno más odioso: la policía secreta y los delatores,que surgieron por degradación de los funcionarios de comisaría conocidos como  frumentarii. Mientras

aumentaba la presión sobre las ciudades, naturalmente aumentaba también la resistencia de sus habitantes,y esto llevaba, inevitablemente, al nombramiento de más empleados de la administración civil y másespías. Todavía no había llegado el momento en que Lactancio se quejaba amargamente de que había másgente viviendo de los impuestos que pagándolos; pero se habían dado los primeros pasos, y desde lostiempos de Adriano este cuerpo de policías secretos funcionó sin interrupción hasta su modificación por Diocleciano. El hecho de que fuera un emperador tan ilustrado como Adriano quien lo introdujo sugierela idea de que había algún grado de inevitabilidad en su desarrollo. Al mismo tiempo, el gobiernointentaba conservar el apoyo de las aristocracias locales; hay algunas pruebas, en especial procedentes delas provincias de Asia Menor, de que tras la fachada de la prosperidad de los siglos I y II había undescontento popular serio y aguzadas diferencias sociales. Conocemos la existencia de conflictos de claseen Esmirna, Rodas y Sardes, de motines e incendios premeditados en Prusa; y se ha sugerido, con visos

de verosimilitud, que el gobierno imperial, incapaz de hacer concesiones radicales al pueblo, que habría preferido comida más barata y juegos circenses a complejos programas de edificación, intentó de-

* De la edición impresa, por supuesto.

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liberadamente apoyar la casta de la aristocracia local, como un aliado útil, con concesiones de rangosenatorial. Pero esto tendía a separarles de la suerte de sus ciudades, y así hacía aún mayor la carga sobrelos que seguían siendo responsables de la administración y los impuestos locales.

Por eso, ya en el siglo II, bajo los rosados colores del régimen antoniniano, las debilidades y lastensiones estaban en pleno desarrollo. En el siglo III la crisis se hizo abierta y catastrófica. Los levesrumores a lo largo de las fronteras del nordeste, que a fines del siglo II d. de J.C. se habían vueltosuficientemente fuertes para sacar al filósofo Marco Aurelio de su estudio, camino del campamento, es-tallaron por fin, ahora en el desastre de una invasión bárbara de gran alcance. En esta emergencia, tododependía del ejército. Pero, por varias razones, el ejército ya no era digno de crédito. La idea de unemperador elegido era una constante incitación a los ambiciosos líderes militares, y éstos con frecuencia

 podían aprovecharse de la fidelidad de las tropas, para las cuales la lealtad al Estado estaba desprovista desentido. Esta salida resultaba aún más fácil porque los mismos ejércitos se reclutaban cada vez más entrelos bárbaros. Desde el temprano Imperio encontramos una política constante (y no exenta de éxito)encaminada a asentar a pueblos fronterizos en territorio romano; así, el gobernador de Misia bajo Nerón,

Tiberio Plautio Silvano Aeliano, se atribuyó el mérito de haber transportado a 10.000 hombres del otrolado del Danubio. Hombres como éstos formaban las tropas que el Imperio ya no tenía dinero parareclutar entre los sectores de confianza de la población en las provincias más avanzadas; y en la luchacontra los bárbaros, su técnica era con frecuencia mejor que la consagrada por la tradición romana. Perola técnica no podía reemplazar a la lealtad y la fiabilidad, y un ejército barbarizado, pronto a rebelarse almando de un general ambicioso, ya no era la fuerza apropiada para guarnecer el Imperio.

Se desbarató la maquinaria del gobierno; la guerra civil dio origen al caos; los emperadores seduplicaron, y las invasiones siguieron una tras otra con una regularidad tenebrosa. Los asaltos de losmarcomanos y los cuados en el año 166 d. de J.C. fueron sofocados por fin, después de grandes esfuerzos,

 pero la rebelión de Avidio Casio en Oriente impidió un acuerdo final. En el siglo III, la amenaza principalvenía de los godos, quienes habían aprendido las artes militares de los nómadas de las estepas durante suestancia cerca del mar Negro. Pero, además, había problemas en otras provincias. Ya en el año 173 d. deJ.C. los moros habían saqueado España; y en Oriente un nuevo enemigo se levantó en la Persia sasánida.A mediados del siglo III, el emperador Galieno se rebajó al punto de tener que tomar como esposa a lahija del rey de los marcomanos y de conceder las insignias consulares a un jefe de los feroces hérulos,quienes devastaron Grecia y los Balcanes en el año 267 d. de J.C. Galieno derrotó a los alamanes enMilán en el año 258 d. de J.C., pero tuvo que abandonar el control de Recia y de lo que es ahora Baden.

Casi al mismo tiempo los francos penetraron en la Galia, conquistaron más de sesenta ciudades ehicieron de esta provincia una base para incursiones a lo largo de la costa española. Más al este, los godos

 pasaron por Misia y Tracia para saquear muchas de las antiguas ciudades de Asia Menor, incluyendoCalcedonia, Nicomedia, Nicea y Prusa. A pesar de los esfuerzos de los emperadores, las defensas

imperiales resultaron insuficientes; y demasiados miembros de la clase gobernante no se dieron cuenta delsignificado de lo que estaban presenciando. Un retórico de fines del siglo III comenta cómo los bárbaroscautivos pasaban por las ciudades, convertidos en objeto de ridículo para los ciudadanos que, un día antes,habían temblado ante su cercanía, y ahora preveían su transformación en campesinos inofensivos queregatearían en el mercado y venderían sus productos, con lo cual se elevaría el nivel de vida de loshabitantes de la ciudad. Mentes como éstas no habían empezado a entender lo que le estaba ocurriendo ala civilización romana.

Para muchos, el mismo ejército parecía un azote más grande que el enemigo. De lo que es ahora AgaBey Köy, en Anatolia, llegó la siguiente súplica de arrendatarios imperiales a algún emperador del sigloIII, contra las amenazas de la policía militar (colletiones):

Para decirle a Su Divinidad la verdad, a menos que su divina mano derecha ejerza alguna justicia por estosmales y traiga ayuda para el futuro, los de nosotros que quedamos, incapaces de sufrir más la codicia de la policíamilitar (colletiones), tendremos que abandonar nuestros hogares ancestrales y sepulcros familiares, y mudarnos a la

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 propiedad privada para preservarnos; porque los malhechores se inclinan más a perdonar a los habitantes de éstaque a los agricultores de Su Divinidad.

Súplicas semejantes llegaron a Gordiano III en el año 238 después de Jesucristo, procedentes de loscampesinos de Scaptopara, en Tracia; y de Libanios, en el siglo IV, sabemos de agricultores que se

volvieron bandoleros por pura desesperación. Las ciudades y las aldeas sufrieron igualmente bajo esteazote, y de diversas partes del Imperio vinieron estas súplicas patéticas al Emperador, quien, según creían,todavía podía salvar a su gente si conociera los hechos.

Las clases bajas eran las que soportaban todo el peso de esta carga. Durante algún tiempo, la clase altavivió de su capital y logró transportar los intolerables apuros a las clases que ella misma explotaba; hastaque las masas, acosadas más allá de lo que podían soportar por los fuertes impuestos, la regimentación ylos sueldos en descenso, recurrieron a las huelgas, y por fin a la insurrección o a la apelación a losmismos bárbaros. En el siglo IV escritores como Amiano y Temistio dan testimonio del apoyo popular que se ofrecía a menudo a los invasores; y en otra parte leemos que se salvaron del hambre con la ayudade los campesinos que les dirigían hacia los almacenes romanos. En la Galia, y en especial en el oeste,una  jacquerie campesina realizó una serie de guerras contra el gobierno imperial, que duraron desde el

año 284 d. de J.C., aproximadamente, hasta mediados del siglo V. Bajo el nombre de bagaudes(probablemente una palabra celta que quiere decir «los individuos en rebeldía»), lograron ocupar zonasenteras en el oeste y administrar justicia «bajo el árbol frondoso». Paulino de Pella los describe como«una facción servil con una mezcla de jóvenes nacidos libres, locos de atar, y armados para el especialasesinato de los nobles»; pero Salviano de Marsella considera que sus éxitos en el siglo V son, como losde los bárbaros, el castigo de Dios por la maldad de los romanos; y, como Paulino, admite que inclusohombres acaudalados y de educación liberal se han unido a ellos. Los terratenientes galos reconocieron laamenaza de este movimiento, y en el año 437 no vacilaron en emplear a los bárbaros hunos bajo su jefeLitorio para sofocar a estos campesinos en rebeldía; sin embargo, el movimiento se recuperó rápidamentede esta derrota. En el mismo período, aproximadamente, tenemos noticias de la actividad de los bagaudestambién en España. Además, en Egipto los documentos revelan la existencia de condiciones espantosas,

de aldeas despobladas, de campesinos que abandonan por todas partes sus casas para evitar respon-sabilidades insoportables. Un investigador alemán ha calculado que entre los tiempos de Augusto y el año300 d. de J.C., la población total del Imperio disminuyó una tercera parte, aproximadamente de setenta acincuenta millones.

En estos tiempos terribles, los emperadores no perdieron la esperanza en el Estado. Pero el remedio eracon frecuencia más espantoso que la enfermedad que se pensaba curar. Ante la invasión, el caos, lasciudades que se empequeñecían y los campesinos que huían o se rebelaban, tenían una respuesta: ampliar la burocracia y fortalecer los instrumentos del Estado, el ejército, el recaudador de impuestos y la policíasecreta. En particular, desde los tiempos de Septimio Severo (193-211 d. de J.C.), el ejército y laadministración civil recibieron privilegios especiales, cuyos efectos a largo plazo difícilmente pueden ser sobreestimados. Para entenderlos hace falta examinar la política monetaria del gobierno. Augusto habíaestabilizado la relación entre el aureus de oro, acuñado desde tiempos de Julio César, y el más viejodenarius de plata, en 25:1, lo que representaba una razón oro : plata de 12 : 1 aproximadamente. Plinionos cuenta1 que Nerón redujo el aureus de 1/40 a 1/45, y el denarius de 1/84 a 1/96 de una libra,afirmación confirmada con el peso de las piezas. Quizá hubiera también alguna reducción en el contenidode plata del denarius. Más tarde, Trajano y los emperadores del siglo II redujeron este contenido de plataa un 75 por 100. La causa de estos ajustes es un tema de controversia. Pero la reducción en el tamaño delas monedas de plata y de oro por Nerón parece ser una concesión a las finanzas en situación de granapuro; y M. Aurelio intentaba sin duda reaprovisionar una tesorería empobrecida. Un poco más tarde,

Septimio Severo redujo el contenido de plata del denarius al 50 por 100, con el resultado de que lamoneda empezó a ser rechazada por completo en Germania, donde tesoros escondidos del siglo II revelan

1  Hist. nat., XXXXIX, 47.

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una crecida cantidad de oro. Este rebajamiento de la moneda en circulación fue equivalente a unainflación de la plata con respecto al oro. Hubo una repentina subida de los precios, y cuando las legiones

 protestaron contra la paga en dinero de aleación más baja, tuvieron éxito al conseguir un aumento desueldo. Pero, al parecer, consiguieron más que eso. Porque es en el reinado de Septimio Severo en el quedebemos buscar los comienzos del sistema según el cual se pagaba al ejército y a la administración civil,

 para sus necesidades básicas, no en moneda, sino en especie. Por medio de una orden especial, que llegó aser cada vez más frecuente, se dieron instrucciones a las provincias por las que iban a pasar las legiones, para que suministraran sus provisiones, y este impuesto fue conocido como la annona militaris. Aparecentestimonios de la existencia de este impuesto, que representó el primer intento regular de establecer unaorganización permanente para pagar al ejército, en Egipto a fines del siglo II y se recaudó regularmente alo largo del siglo III. Un edicto anual definía su alcance para el año siguiente.

Este sistema tenía alguna ventaja para el ejército y la burocracia durante los períodos de inflación delsiglo III, porque les permitía evitar los efectos del pago con dinero devaluado —aunque seguíanhaciéndose algunos pagos complementarios en moneda, por lo menos hasta los tiempos de Diocleciano(284-305 d. de J.C.). De todas formas, a fines de siglo había caído mucho su nivel real de vida, puesto queentonces no recibían prácticamente más que sus raciones, uniformes y armas. Además, los efectos de la

annona en otros sectores de la vida económica eran imprevistos y de gran alcance. En primer lugar, el pago de impuestos en especie planteaba, inevitablemente, problemas de transporte y exigía laconstrucción de almacenes públicos (mansiones) a lo largo de las carreteras principales del Imperio. Losempleados del Estado y las fuerzas armadas recibían sus sueldos en forma de recibos, que servían deletras de cambio en determinados almacenes públicos de la vecindad. El receptor iba a la mansio

correspondiente a cobrar su ración de trigo, vino o aceite. Claramente el establecimiento de esta clase desistema fiscal incluía una tremenda maquinaria de abastecimiento; y para satisfacer esta necesidad, losemperadores del siglo III y principios del siglo IV y sobre todo los más fuertes, Septimio Severo (193-211), Aureliano (270-5), Diocleciano (284-305) y Constantino (306-37), recurrieron a una institución queen el pasado fue sumamente apreciada entre los adelantos de una sociedad libre, pero que ingeniosamentefue transformada ahora para suministrar las cadenas de un estado autoritario.

 NOTAS SOBRE LECTURAS ADICIONALES

Véanse los libros ya mencionados en los capítulos 2 y 3. Sobre la crisis del siglo III d. de J.C., véaseH. M. D. Parker, A History o/ the Roman World, A. D. 138-337, Londres, 1935, y los capítulos pertinentesen Cambrigde Ancient History, vol. XII. Sobre la annona militaris, véase D. van Berchem, «L'Annonemilitaire», Mém. de la soc. nat. des antiqu. de France, LXXX, 1937, págs. 117-202, y un panorama de laedad imperial por A. Passerini,  Linee di storia romana in età imperiale, Milán, 1949, págs. 210 ysiguientes. Todos los aspectos de la organización del Imperio tardío se encuentran examinados en una

obra magistral de A. H. M. Jones,The Later Roman Empire: a Social, Economic and Administrative

Survey, Oxford, 1964, 4 vols.; el problema específico de la decadencia se examina en el volumen 2, págs.1025-68.

Capítulo 5EL ESTADO AUTORITARIO

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Por todo el mundo helenístico, y más especialmente en el Egipto de los Tolomeos, encontramosinnumerables asociaciones o gremios de gente ocupada en el mismo trabajo; sus funciones eran en partereligiosas y en parte las de una moderna sociedad amistosa o sociedad de enterramientos, y hasta ciertogrado protegían los intereses profesionales de sus miembros, sin alcanzar nunca el nivel de los sindicatos

actuales. En fecha tan temprana como el año 200 a. de J.C., sabemos de un collegium (o gremio) enCerdeña, de cocineros de Falerri en Italia; pero bajo la República, tales collegia eran consideradosdesfavorablemente como fuentes potenciales de desorden, y fueron prohibidos repetidas veces. En el año7 a. de J.C., Augusto los legalizó, a condición de que fueran útiles al Estado. Es en relación con el gremiode navieros, los navicularii, donde la nueva política resulta más visible. Estos navieros eran responsablesde transportar a Roma el grano del que dependía el sustento de la capital, y por eso fueron el objeto deuna especial solicitud imperial. Bajo Claudio (41-54 d. de J.C.), la tesorería ofrecía concesiones a los na-vieros y mercaderes (negotiatores) que se comprometían a construir un barco de algo más de treintatoneladas y emplearlo en servicio del gobierno durante seis años. Estas concesiones fueron confirmadas

 por emperadores posteriores; pero con la decadencia del comercio de mercancías para el consumomasivo, que llegó a hacerse visible en el siglo I d. de J.C., los que se ocupaban en el transporte marítimo

solían trabajar también en otro oficio. En consecuencia, bajo Adriano (117-38 d. de J.C.), el Estadoempezó a insistir en que, para tener derecho a estas concesiones, un naviero o mercader debía emplear lamayor parte de su capital en obligaciones estatales.

Mientras estos acuerdos cobraban una importancia cada vez mayor, las organizaciones corporativas, ocollegia, de los navicularii y negotiatores empezaron a reemplazar a los comerciantes individuales en loscontratos; y a lo largo del siglo III quedó claro que la organización más amplia de estos gremios eraesencial para el funcionamiento del nuevo sistema fiscal. Ya bajo Antonino Pío (138-61 después deJesucristo), los navicularii de Arlés (quienes como collegium disfrutaban de una oficina particular enBeirut) honraban a su «excelente y digno patrón», el procurador local de aprovisionamiento de trigo. M.Aurelio (161-80 d. de J.C.) declaró que nadie podía pertenecer a más de un gremio. Pero es en tiempos deSeptimio Severo (193-211 d. de J.C.) cuando aparece una clara descripción del sistema. Se afirmóentonces específicamente que sólo podían reclamar concesiones los gremiales que prestaban sus servicios

 personales, y no los gremiales sin distinción —una clara indicación del papel que llegaron a desempeñar los gremios en las negociaciones con el gobierno. Al mismo tiempo aparecieron collegia de herreros(quienes pueden haber tenido obligaciones como brigada de bomberos, incluso bajo la República tardía),de comerciantes en aceite, panaderos, medidores de trigo y vendedores de cerdos, todos los cualesfuncionaban en Roma, salvo los navicularii, que formaban una especie de Marina Mercante activa entodo el Imperio. En el año 200 d. de J.C. los cinco collegia de navieros de Arlés hicieron una huelga paraexigir del gobierno tarifas más altas.

A lo largo del siglo III el papel de los gremios seguía desarrollándose, pero su libertad y su categoríaseguían disminuyendo. Los que eran inicialmente asociaciones independientes y honradas pasaron a ser 

instrumentos de la dominación del Estado. Los detalles y las causas de este desarrollo resultan oscuros, almenos en parte, debido a la escasez de fuentes históricas del siglo III. Sin duda, intervinieron factoresespeciales en los diversos ramos de la producción y distribución. Pero parece que hay buenas razones paraconsiderar la institución de la annona, el pago en especie a las fuerzas armadas y a la administración civil,como una de las razones principales. Otra, sin duda, fue el hecho de que la empresa privada, por sí sola,resultaba incapaz de alimentar a la población civil, y el Estado se vio obligado a intervenir. Lo que se

 puede decir con certeza es que, a fines del siglo III de nuestra era, los collegia se habían transformado enorganizaciones controladas, cuyos miembros estaban atados a su oficio y transmitían sus obligaciones asus herederos. Todavía les trataban con honor; todavía podían tener sus propias posesiones y, como antes,tenían sus patrones y sus ritos religiosos; sus miembros estaban exentos de muchos impuestos, y sus

 presidentes jubilados recibían con frecuencia títulos honoríficos. Pero los collegia se convirtieron de

forma creciente en el instrumento con el que se limitaba la libertad de acción de los miembros. Susactividades estaban cada vez más ligadas al servicio del Estado. Se prohibía a sus colegiados cambiar de

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ocupación, y en algunos oficios, como el de panadero, debían escoger a sus mujeres entre las familias desus compañeros de gremio.

Como ejemplo, tomemos el caso de los navieros. En el siglo IV cualquier  navicularius dueño de un barco de más de treinta toneladas estaba obligado a ponerlo a disposición del gobierno, y a cambio recibíaciertas exenciones de impuestos, que después del año 326 significaban una completa inmunidad de cargos

fiscales. En el año 380 se le otorgó la categoría de eques, o caballero. Por otro lado, sus obligaciones eranmuchas. Mientras estaba comprometido en el transporte de cargas estatales, le compensaban a razón deuna cantidad definida en un estatuto legal del año 334 como el 4 por 100 del valor de una carga de trigoen especie, más una milésima parte de su valor en oro para que pudiera cumplir estas obligaciones «conentusiasmo y apenas sin pérdidas propias». Pero a comienzos del siglo V la cifra había bajado a un 1 por 100 de la carga. Además, el naviero estaba sujeto a una lista de reglamentos de pesadilla, que le prohibíanespecular con la carga, demorarse en ruta, sabotear su barco, o intentar el comercio ilegal bajo pena demuerte.

Esta atención especial a los navieros surgió claramente de la importancia de abastecer a Roma, dondese necesitaban 130.860.000 libras de trigo al año para cumplir las demandas de los funcionarios públicosy de las personas con derecho a raciones gratis; y como hemos visto (pág. 44), si se incluye el trigo barato

que se suministraba a los demás habitantes de la capital, el consumo total no podría ser muy inferior a 618millones de libras. Cuando en alguna fecha anterior a Aureliano (270-5 d. de J.C.) la distribución de panreemplazó a la de trigo, los gremios de panaderos, que habían sido reconocidos oficialmente bajo Trajano,asumieron mayor importancia; y ya en el siglo IV también ellos estaban completamente integrados en elservicio al Estado. Su propiedad fue ligada a su oficio, que se heredaba junto con ella. Si un hombreheredaba las propiedades de un naviero y de un panadero, era responsable de las obligaciones de los dosoficios; y cualquiera que se casara con la hija de un panadero, debería adoptar el oficio del padre de ella.

De todas formas, el gobierno no se preocupaba sólo del trigo. La distribución gratis de aceite de oliva,que se había efectuado en varias ocasiones desde la República tardía, se convirtió en habitual desde lostiempos de Septimio Severo, y dos gremios de comerciantes en aceite trataban con España y África,respectivamente. De modo semejante, a fines del siglo III, con la distribución regular de raciones de cerdoen Roma, los comerciantes en puercos adquirieron obligaciones oficiales, que comprendían recoger losanimales de los ciudadanos que pagaban en cerdos como parte de sus impuestos en especie, llevarlos aRoma y hacerlos matar allí para que se repartiesen como raciones de carne.

Este desarrollo del principio de distribuciones estatales, y la institución de la annona militar enrelación con el ejército, tenían como consecuencia natural un desarrollo sustancial del sistema de trans-

 portes del Estado para llevar los productos fiscales a sus diversos destinos. De nuevo, en este caso, losemperadores utilizaron el método conocido de las requisas obligatorias. En algunos casos se empleabanhumildes arrieros; en otros se adaptaba el llamado cursus publicus, el correo imperial —unaimprovisación conveniente, ya que parece probable que los almacenes donde se guardaban las provisionesestaban establecidos junto a las estaciones de correo a lo largo de las carreteras principales. Estas

estaciones estaban bajo el control de miembros de las familias de las ciudades cercanas, que tenían laresponsabilidad de ocupar los puestos en los consejos locales, y en esta época se vieron empujados a prestar también este servicio adicional. Los establos para las mulas y los bueyes fueron construidos por  prestaciones de trabajo forzado (corvées), y los mismos animales se conseguían y, en caso de necesidad,eran reemplazados por la requisa. Además, el personal regular de bajo nivel —mozos de caballos, arrierosy cirujanos veterinarios— eran empleados del Estado.

Gradualmente se había desarrollado un sistema mediante el cual el Estado distribuía raciones básicasde pan, vino, aceite y cerdo, gratis o muy barato, y a cambio exigía servicios obligatorios de losgremiales. En el siglo IV d. de J,C., el cuadro que los códigos legales revelan corresponde a un absolutocontrol estatal sobre los individuos. No sólo unas pocas profesiones escogidas, sino todos los oficios yocupaciones estaban organizados en collegia hereditarios. Sabemos, por ejemplo, de gremios de

mesoneros, pescadores, alfareros y plateros. Tampoco se aplicaba sólo a Roma. Toda ciudad de algunaimportancia tenía sus propios collegia, que funcionaban bajo el control del consejo local, cuyos miembroseran responsables ante Roma por el cumplimiento de sus instrucciones. Se conocen ejemplos en Aquileya,

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las defensas. En la destrucción general, parece que desaparecieron casi por completo los comerciantes y pequeños artesanos. Después de la rebelión de Póstumo contra Galieno (259) las ciudades, con sus poblaciones reducidas, quedaron limitadas a puras fortalezas, y desde tiempos del reinado de Aureliano(270-5) es raro que su superficie excediera las veintiocho hectáreas. Así, Burdeos era excepcionalmentegrande, con un perímetro de 2.275 metros y una superficie de treinta hectáreas; en Estrasburgo, la nueva

fortaleza cubría diecinueve hectáreas; Nantes, Rouen y Troyes tenían dieciséis cada una; Beauvais,Rennes y Tours, diez, y Senlis, menos de siete. Especialmente notable es el caso de Autun, que cubríaunas 200 hectáreas antes de que cayera en manos de los ejércitos galos de Tétrico y fuera saqueada por los bagaudes; pero fue reconstruida por Constancio con la ayuda del trabajo gratuito de carpinteros yalbañiles británicos en un espacio de sólo 10 hectáreas. Al otro lado del canal de la Mancha, sin embargo,la condición de las ciudades era sólo algo mejor. En Verulamium (St. Albans) las murallas de la ciudadquedaron en ruinas y se dejó de usar el teatro; y gran parte de Wroxeter fue incendiada y nuncareconstruida. Tampoco era muy distinto el cuadro en otras partes del Imperio. Las incursiones de los

 bárbaros en la península Balcánica durante el siglo III redujeron sus ciudades a una condición aún peor que las de la Galia; y en la segura provincia de Egipto se calcula que, en el año 260, Alejandría había

 perdido cerca del 60 por 100 de su población.

En algunos casos, de forma destacada en Estrasburgo, parece que los paisanos vivían fuera de lafortaleza y recurrían a refugiarse en ella en tiempo de necesidad. Pero esto fue excepcional; y, en general,las cifras implican una disminución considerable de la población. El remedio —que de ninguna maneraayudaba a las ciudades— fue seguir la práctica de hacer colonos a los bárbaros dentro del Imperio. Yahemos mencionado los comienzos de esta política (páginas 84-85). En el siglo III sabemos que camavi yfrisones fueron establecidos dentro de la frontera, y Constantino (306-37) siguió la misma política conrespecto a los francos. Durante el siglo IV los bárbaros fueron introducidos en número aún mayor ycolonizados bajo el mando de prefectos. Incluso hoy muchas aldeas francesas, como Bourgogne, Alain oSermaize, revelan sus orígenes en la llegada de algunos grupos de burgundios, alanos o sármatas.Mientras tanto, dentro de las ciudades cualquier vida vigorosa e independiente iba siendo aplastada, nosólo por la presión de acontecimientos externos, sino también por el aumento del control burocrático.Hemos observado las primeras fases del proceso (págs. 83-84). Ya en el siglo III la mayor parte de los

 poderes legislativos de los municipios habían sido absorbidos por Roma, y las funciones administrativastambién iban siendo usurpadas poco a poco. Los curatores y correctores del siglo III cumplieron sumisión de rebajar hasta el mismo ínfimo nivel de dependencia todos los municipios del Imperio. Con-tinuador de esta política en los siglos IV y V fue el omnipotente defensor, que pronto llegó a eclipsar atodos los demás funcionarios, y con frecuencia cayó en el descrédito por su alianza no-santa con losterratenientes locales. Claro está que en estos tiempos el consejo municipal era un cuerpo que sólo teníaobligaciones, y sin ninguna autoridad.

Se ha dicho, con justicia, que la historia de la civilización greco-romana es la historia de las ciudades;e innumerables inscripciones de los dos primeros siglos del Imperio demuestran que, para la mayoría de

sus ciudadanos, la ciudad fue la primera y principal entidad que merecía su lealtad y homenaje. Ahora lainstitución más típica de la civilización antigua estaba en decadencia. La clase media de las ciudades, quehabía llevado la cultura de Grecia y de Roma al Tyne y al Indo, al Tajo y al Dnieper; que había pobladolas estepas de Bactriana y los valles de los ríos de Francia con una constelación de ciudades, cada una delas cuales era una copia de los viejos centros de Grecia e Italia, cada una, reconozcámoslo en justicia, unacolmena de industria y actividad útil además de un centro que explotaba a las clases bajas y a loscampesinos de los alrededores; la clase media urbana que, con todos sus defectos (y eran muchos), habíasido el instrumento de casi todo lo que hoy en día valoramos más de la civilización clásica —el dramaático, las historias de Heródoto, Tucídides y Polibio, las esculturas y los templos de Grecia, los primerosansiosos tanteos de conceptos científicos, las especulaciones de Platón, Aristóteles y Epicuro, la poesía deCátulo y Virgilio, la noche épica de Lucrecio, la sátira de Tácito y Juvenal, los triunfos de la arquitectura

romana y la estructura majestuosa del Derecho romano—, estaba finalmente en retirada ante lasexigencias de su propia criatura, el Estado imperial.

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En estas condiciones las clases medias no tenían más remedio que luchar en acciones de retaguardia.Aplastadas entre la muela y la solera del molino, entre el Estado y un proletariado o clase campesinaintratable, sentían cómo se desangraba su existencia poco a poco; y su última lucha «por lo que quedabade libertad política y espiritual contra las represiones de la tiranía y el dogma» 2 ha despertado la simpatía

y el sentimiento de historiadores modernos. Esta simpatía es fácil de compartir. Pero no debemos permitir que oscurezca nuestra valoración de los logros de los emperadores. Se ha sugerido que el dilema podríahaberse evitado si Septimio Severo no hubiera cedido ante el ejército al instituir la annona militaris; peroentenderlo así sería ignorar la posición clave que tenía el ejército bajo las condiciones del siglo III y lanecesidad de asegurar su lealtad. Al fin y al cabo, se rechazaron las invasiones del siglo III y el colapsodel Occidente se pospuso durante dos siglos más. Hay que atribuir mucho mérito a hombres que, sinencogerse ante ningún método, por opresivo que fuera, lograron con un esfuerzo casi sobrehumanomantener a flote al Estado a través de la crisis del siglo III, y con él, la herencia de Grecia y Roma. Preso,enjaulado y oprimido, todavía seguía vivo algo del mundo clásico, algo capaz de penetrar y de modificar cada rasgo del mundo occidental que crecería más tarde sobre las viejas ruinas. Juzgados a la luz de lahistoria, los emperadores de la época tardía realizaron una labor esencial, y la realizaron con gran

rectitud; en su cumplimiento se hallaba «la única y última esperanza de todos los amigos de lacivilización»3.

El elemento constituyente característico del mundo que construyeron era la coacción. Se trataba de unmundo en que los ciudadanos de rangos más bajos fueron puestos a trabajar para un sistema que intentabaregular cada uno de sus movimientos. Las concesiones a individuos se convirtieron en monopolios paralos gremios; y los gremios se petrificaron rápidamente en castas. En el año 301 Diocleciano intentó fijar los precios y los salarios máximos en todo el imperio, aplicando la pena de muerte por cualquier violaciónde su edicto. Su propósito era expresamente dar más alivio a los soldados, los cuales, aunque tenían sus

 principales necesidades satisfechas por la annona militaris, estaban expuestos «a que les privaran desueldo y primas de un solo golpe». El edicto fue un fracaso. Lactancio nos cuenta que se retiraronmercancías del mercado, que subieron aún más los precios, y que al fin hubo «gran efusión de sangre acausa de pequeños e insignificantes detalles». Pero el hecho de que se introdujera un edicto semejante esun indicio del grado en que la vida económica y política estaba dominada por la idea de la coacción. Elmundo del intercambio libre y de laissez faire estaba oficialmente muerto.

Además de regimentar y controlar, los emperadores también dieron pasos más positivos para suplir elfracaso y la decadencia de la empresa privada. Cada vez más, el mismo Estado empezó a entrar en elcampo industrial; desde comienzos del siglo III ya no era posible distinguir entre la actividad económicadel emperador como un individuo particular y la participación directa del Estado en el comercio y laindustria. Durante algún tiempo, el Estado (o el emperador) había sido el terrateniente más grande; ahorase convirtió en el mayor dueño de minas y canteras y en el industrial más grande. Inicialmente habíaentrado en la industria para cubrir sus propias necesidades; la frontera del Rhin ofrece ejemplos de

alfarerías del ejército en Xanten y Neuss, y en Weisenau, cerca de Maguncia. De modo semejante, casasde moneda, empresas de construcción, fábricas textiles, fundiciones de hierro y talleres de armar sehabían establecido para cubrir las demandas de la corte y, más especialmente, del ejército. En el siglo IV,y quizá incluso a fines del siglo III, se establecieron fábricas imperiales para suplementar a la empresa

 privada controlada. Los trabajos individuales eran supervisados por procuradores, responsables enOccidente ante un conde de la Tesorería imperial, que residía en Roma; el comportamiento de los

 procuradores estaba sujeto al más cuidadoso examen. Sabemos de telares y fábricas de lino, de fábricas de bordados en hilo de seda y oro, de tintorerías y fábricas de armas. La localización de las fábricas en Iliria,Italia, la Galia, Cartago y Winchester en Britania, parece que estuvo determinada por su proximidad a lasmaterias primas y por su cómoda situación como base para equipar a los ejércitos; evidentemente, estaban

 proyectadas para satisfacer las necesidades del ejército y de la administración civil, y no para producir 

 para el mercado. Ha habido alguna duda sobre si estas instituciones eran fábricas en el sentido moderno,2 Ocrtel en Cambridge Ancient History, vol. XII, p. 268.3 F. M. Heichelheim, op. cit. (en nota 5 del cap. 2), vol. I, p. 772.

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es decir, concentraciones de obreros bajo un solo techo, o si eran simplemente conjuntos de obreros tra- bajando a mano en sus propias casas bajo condiciones impuestas por las autoridades. Hay algunas pruebasde que se utilizaba el sistema de industria a domicilio para emplear a tejedores y acuñadores en Cícico enel siglo IV. Pero sería un error generalizar a partir de este único ejemplo; y a favor de la idea de que setrataba de verdaderas fábricas, existe el dato de que el trabajo realizado en ellas, que era difícil e

impopular, se realizaba cada vez más con trabajo forzado, que requeriría una supervisión cuidadosa. Enlas tintorerías en particular, donde las materias primas incluían orina humana y mariscos podridos, losobreros eran en su mayor parte penados y esclavos; de hecho, la ley imponía con frecuencia el trabajoforzado en los talleres como un castigo a los malhechores. Según un edicto del año 365, publicado enMilán, cualquier mujer libre que se casara con un esclavo de la fábrica de textiles tendría que hacersetejedora ella misma a no ser que hubiera declarado su estado libre antes del casamiento. En general, se

 puede vislumbrar una tendencia a convertir en inalterable y hereditario el estado legal de los miembros delos gremios y de los empleados en las fábricas imperiales. Por ejemplo, un edicto del año 380 prohibióque se casaran los hijos de obreros de la Casa de la Moneda fuera de su propia clase y, como un segurocontra la huida, estos obreros fueron marcados con hierro candente en el brazo. De modo semejante, loscódigos legales estaban repletos de penas para quienes escondieran a obreros textiles huidos. .

Al igual que las tropas, estos obreros recibían su salario en especie. En las fábricas de armas lostrabajadores fueron tratados de hecho como cuerpos semi-militarizados, y lo mismo ocurría con losmozos de equipaje encargados del transporte de provisiones militares. Dichos empleados del Estado eran,

 por tanto, considerablemente menos independientes que los gremiales, y Eusebio, sin ningún sentido de laincongruencia, pudo describir a los obreros textiles como «esclavos del tesoro».

El predominio del Estado sobre el individuo y sus intereses era, en esencia, un retroceso a los métodosde organización económica orientales, propios de la Edad de Bronce. Pero —y esto es importante paraentender la situación— no fue, en ningún sentido, debido a la aplicación de un conjunto de principiosideológicos. Los emperadores no penetraron en el campo económico porque creyeran en la empresaestatal; sus reglamentos no eran la expresión de una ideología favorable a la regimentación y el controlestatales. Por eso, es engañoso ver el asunto como una cuestión de principios, como un conflictoideológico entre el Estado y el individuo. Al contrario, los últimos césares fueron víctimas de lascircunstancias, como ninguna otra vez lo fueron los hombres. Se encontraron enfrentados con ciertos

 problemas de finanzas y de producción esencial, que podían resolverse siguiendo un camino, y sólo uno;y lo siguieron.

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 NOTAS SOBRE LECTURAS ADICIONALES

 No hay un estudio completo en inglés de la organización y el desarrollo de los gremios. La obra clásica

es la de J. P. Waltzing,  Etude historique sur les corporations professionelles chez les Romains depuis lesorigines jusqu'a la chute de l'Empire de l'Occident, 4 vols., Louvain, 1895-1900. Véase también elartículo sobre «collegium» de E. Kornemann en Pauly-Wissowa,  Real-Encyclopädie der classischen

 Altertumswissenschaft, vol. IV, I (1900), cols. 380-480. Sobre el desarrollo de los municipios, véase F. F.Abbott y A. C. Johnson,  Municipal Administration in the Roman Empire, Princeton, 1926, que contieneuna colección valiosa de documentos originales, y dos libros de A. H. M. Jones, The Greek City from

 Alexander to Justinian, Oxford, 1940, y Cities of the Eastern Roman Provinces, Oxford, 1937; tambiénun artículo de C. E. Van Sickle, «Diocletian and the decline of the Roman municipalities»,  Journal of 

 Roman Studies, 1938, págs. 9 y siguientes. El texto del  Edicto sobre precios de Diocleciano está publicado por E. R. Graser en Tenney Frank,  Economic Survey of Ancient Rome, vol. V, págs. 305-421; para unos fragmentos posteriores, véase el texto del mismo autor en Trans. of the American Philol.

 Association, LXXI, 1940, págs. 157-74. Nuevos fragmentos están ahora disponibles: véase I. W.Macpherson, Journal of Roman Studies, 1952, p. 72; Bingen,  Bulletin de Correspondance Hellénique,

1954, p. 349; G. Caputo y R. Goodchild, Journal of Roman Studies, 1955, págs. 106-15.

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tiempos antiguos— mantenía su valor; y la pérdida principal fue sufrida por la gente que había prestadograndes cantidades bajo el acuerdo de un reembolso fijo, y por los que tenían la mala suerte de aceptar lasmonedas nuevas antes de que se estableciera el nuevo valor. La inflación introdujo un elemento deinseguridad en las relaciones económicas, cuyos efectos pueden rastrearse. Pero después de cada baja enel contenido de plata del denarius, había un período de estabilidad, durante el cual el comercio continuaba

como de costumbre; y en ningún momento desapareció el dinero de la vida económica.Es cierto que en amplios sectores encontramos a miembros de los gremios que trabajaban por un jornalmiserable o incluso perdiendo dinero, y recibían la mayor parte de su paga en especie; y el ejército y losempleados del Estado se encontraban normalmente en una situación semejante. Pero otro sector de laeconomía, en ningún caso insignificante, todavía operaba con dinero. Por ejemplo, la obligación de pagar los impuestos en especie sólo se aplicaba a los que vivían en el campo; para los demás existían impuestosen oro y en plata. Así los senadores, además de la annona exigida por sus fincas, tenían la responsabilidadde pagar un especial impuesto adicional, y también una cantidad de oro con ocasión del ascenso al poder de un nuevo emperador y en cada quinto aniversario de este hecho; con la multiplicación de emperadores,estas obligaciones podían convertirse en un impuesto muy considerable. Del mismo modo, losmagistrados y los miembros del consejo de las diversas ciudades estaban obligados a contribuir con «oro

de la corona», teóricamente en la celebración de hechos memorables y más tarde, después del año 364,como un donativo obligatorio. Finalmente, las clases laboriosas, que incluían prácticamente a cualquieraque tuviese un empleo remunerado, estaban obligadas a pagar un impuesto especial, exigido cada cincoaños, sobre el capital invertido en la empresa, con un pago mínimo para aquellos cuyo capital erainsignificante. Este impuesto, que había que pagar en oro y plata, y por lo tanto se llamaba elchrysargyrum, se destinaba a pagar espectáculos imperiales y donativos al ejército; pesaba fuertementesobre los habitantes de la ciudad, y Libanios habla de padres empujados a esclavizar o prostituir a sushijos para reunir la cantidad necesaria.

Con la excepción de la annona, todos estos impuestos se pagaban en metálico, y con las gananciasConstantino acuñaba sus monedas de oro. Además, incluso la annona no siguió siendo un impuestorecaudado exclusivamente en especie. En fecha tan temprana como el año 213 d. de J.C. en Egipto, peroen un grado mucho mayor a lo largo del siglo IV, había empezado a evolucionar para transformarse en unimpuesto más en oro. Gradualmente crecía la costumbre de conmutar las obligaciones del impuesto por un pago en oro, proceso conocido como adaeratio, y la misma sustitución aparece también en la paga alos empleados del gobierno. Al principio el gobierno se resistía; y varios edictos prohibieron la práctica.Pero con el crecimiento general de la estabilidad, la práctica avanzaba, y en los años 364 y 365 fueautorizada en la paga a ciertos empleados del Estado, incluyendo soldados de la frontera del Danubio.Veinte años después fue aceptada como práctica general en Illiricum, y a lo largo del siglo V se hizoobligatoria en la paga de los funcionarios, y parece que la recomendaban para el ejército. Finalmente, enel año 439 se adoptó para las tropas y la administración pública, y por lo menos en Occidente, acabó el

 período de pagos estatales en especie. Este desarrollo no se completó sin dificultades. En particular,

surgieron complicaciones en cuanto al tipo sobre el que iba a calcularse la conversión: por ejemplo, en elcaso de cerdos a pagar en la Italia del sur, si se debía usar el tipo empleado en Roma o en el mercado localcomo base para la conmutación en metálico. Además, ¿quién tenía que asumir el costo del transporte delos animales a la capital? Este es sólo un ejemplo de las dificultades que surgieron en el conflicto deintereses entre el ejército y la administración pública por un lado, los terratenientes por el otro, y losrecaudadores del gobierno entre ambos. Gradualmente se superaron estos problemas por medio de lainstitución de tarifas estacionales fijadas por los prefectos pretorianos, y fue posible abandonar elimpuesto en especie, aunque los productos seguían siendo la base sobre la que se calculaba la obligaciónen oro.

Queda claro, por tanto, que la economía monetaria nunca desapareció por completo durante los siglosIII y IV. Para confirmar esto, tenemos las pruebas del  Edicto sobre precios de Diocleciano y varios

 papiros, y también los escritos de los Padres de la Iglesia, quienes dan por sentado el funcionamiento deuna plena economía monetaria: leemos de terratenientes que se aprovechaban de la escasez y que temíanuna buena cosecha, indicios seguros de la existencia de un mercado; de artesanos que trabajaban por su

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cuenta o como asalariados de otros, y de un activo comercio al por menor en artículos y comestiblescomunes, con utilización de dinero. Además la extraordinaria acción llevada a cabo por la rica y píaMelania, quien, durante los primeros años del siglo V,   vendió en 120.000  solidi todas sus fincasesparcidas por las provincias occidentales, y distribuyó esta cantidad en limosnas a los pobres, habría sidoeconómicamente imposible bajo un sistema de trueque.

En resumen, a pesar del aparente control estatal de todas las empresas durante el siglo IV y principiosdel V, una parte bastante grande de la vida económica de las provincias seguía en manos de particulares.En tanto que estas personas trabajaban por su cuenta o a sueldo, utilizaban el dinero. Pero este dinero era,

 por regla general, la plata y el bronce desvalorizados por las inflaciones, y la cantidad disponible variabade un momento a otro y de una provincia a otra. Se acuñaba con el ojo puesto en el ejército y susnecesidades, no con vistas al comercio privado; así España tenía que depender de la Galia del sur para sumoneda, y con una breve excepción, África tuvo que obtener su moneda de Italia. Incluso en las

 provincias bien abastecidas de dinero, el solidus de oro era demasiado grande para el intercambio diario.Sólo en tiempos de Teodosio (379-95) aparecieron monedas pequeñas de metales preciosos; y en estemomento las presiones y las guerras en muchas partes de Occidente eran demasiado graves para permitir una plena recuperación. La plata atesorada en la Britania del siglo IV (Britania no tenía Casa de Moneda

salvo durante los años 296-324, en que hubo una en Londres) pone de manifiesto una escasez de oro; ydespués del año 400 desaparecieron por completo las pequeñas monedas tanto de Britania como de laregión del Danubio. Por todo el Occidente la economía estaba muy debilitada, y en esta parte del Imperio,desde los tiempos de Diocleciano parecían existir dos economías simultáneas. Para la generalidad de la

 población, incluyendo el ejército y los empleados del Estado, había repartos públicos de productos de primera necesidad, complementados con sueldos en la moneda de bronce devaluada, que servían para lacompra de menudencias adicionales en el mercado libre. Al mismo tiempo, aunque se dejó de acuñar 

 plata en el siglo V, los ricos disfrutaban de las ventajas de una buena moneda de oro, con la que podíancomprar toda clase de artículos de lujo de todas las zonas del mundo conocido.

La descripción que ha perdurado del comercio en el Imperio tardío confirma estas conclusiones.Fragmentos recientemente descubiertos del  Edicto sobre precios de Diocleciano, que dan las tarifas deltransporte marítimo para unos cincuenta y siete viajes especificados entre cinco puertos de la mitadoriental del Imperio y cualquier punto del Mediterráneo, muestran que el tránsito marítimo era, adiferencia del transporte por tierra, todavía bastante barato. Según estas tarifas, que son un reflejo justo delas condiciones dominantes a principios del siglo IV era posible transportar una carga de trigo a lo largodel Mediterráneo, de Asia a la España occidental, por un 26 por ciento de su valor máximo.Consiguientemente, el Edicto presupone la existencia de un comercio muy considerable de objetos de usocomún entre las distintas provincias.

 No se debe imaginar, sin embargo, que este comercio existiera en la misma escala que en los primeros

años del Principado. Los testimonios son esporádicos y a menudo poco dignos de confianza; pero los queexisten reflejan un retroceso muy marcado, sobre todo en las provincias occidentales. La Galia todavía producía textiles, lana y lino; y la industria de cristalería, de hecho, avanzó mucho más que todo lologrado en los primeros años del Imperio. Los perfeccionamientos técnicos del siglo II habían dado por resultado un vidrio fino y transparente, con frecuencia adornado con temas pictóricos o mitológicos, yfabricado en varios lugares en Bourbonnais, Poitou, Vendée, Loira Inferior, Argona, Eifel, y en especialColonia. Durante el siglo III esta industria, como todas las demás, sufrió gravemente las condiciones deinseguridad, las invasiones y la penosa situación social; pero Constantino y sus sucesores estimularon surecuperación con concesiones especiales para los obreros de cristalería y filigrana, a condición de que secomprometieran a enseñar el oficio a sus hijos. Como resultado, el comercio de cristalería seguíafloreciendo a lo largo del siglo IV, sirviendo a la corte en Tréveris, al ejército cercano y a la aristocracia

de la Galia. La cristalería no la usaban, sin embargo, los campesinos y pequeños artesanos ycomerciantes, y aunque se exportaba algo a Asia y a Escandinavia, continuó siendo un lujo y la industria

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nunca alcanzó el nivel logrado por las alfarerías primitivas. Además, desde fines del siglo IV se observaun retroceso en su calidad.

Esta decadencia forma parte de una tendencia general y se observa en la desaparición gradual de losgremios. Bajo el temprano Imperio, se encontraban navieros galos en cada puerto; en el siglo IV tenemosregistros de navieros de África, España y Egipto, pero ninguno de la Galia; y los nuevos fragmentos del

 Edicto de Diocleciano sugieren que los orientales ya habían empezado a dominar el comer-cio marítimo.Los gremios de transporte fluvial, que habían florecido antes, desaparecieron también; no se sabe concerteza si sus actividades se habían transferido a los servicios nacionalizados y a las flotillas militarizadasde los lagos y ríos de Francia y Suiza.

Más al este, en Germania y las provincias del Danubio, hubo un florecimiento tardío de una economía basada, en gran medida, en el ejército y en el comercio fronterizo. Pero la política imperial trataba cadavez más de restringir este tipo de comercio. Primero el bronce y el hierro, luego el oro, se colocaron en lalista de productos que no se podía exportar a los bárbaros. El comercio de cualquier clase tenía que pasar 

 por ciertos puestos fronterizos especificados; y muy pronto encontramos que las armas, el vino, el trigo,el aceite e incluso el extracto de pescado, fueron incluidos entre las mercancías que no debían cruzar lafrontera. Esta política de restricciones, impuesta fundamentalmente por motivos de defensa, mató el

comercio que empezaba a desarrollarse; y en el año 413, cuando la corte se trasladó de Tréveris a Arlés, laeconomía del Norte sufrió un golpe mortal. Abandonadas por los ricos, que huyeron al sur llevándose loque podían, estas regiones decayeron a un nivel no muy distinto del de las zonas situadas al otro lado dela frontera germánica. Por otro lado, Britania experimentó un «veranillo» en el siglo IV cuando las clasesaltas disfrutaban en sus villas de un brote de vulgar prosperidad, rodeados de objetos de producción enserie, de manufactura doméstica y continental. Pero, en general, la tendencia, como en otras partes, sedirigía hacia la auto-suficiencia local en artículos de consumo masivo. En las villas se encuentran pocosobjetos extranjeros, y tenemos la impresión de la existencia de un tranquilo confort hasta que el descuidoimperial y la retirada de las legiones abrieron la provincia a los invasores sajones.

España disfrutaba también de una modesta prosperidad hasta principios del siglo IV. Se construían bastantes carreteras, y había un comercio doméstico ambulante llevado por buhoneros y revendedores; eincluso en el siglo IV Ausonio en la Galia recibía regalos de aceite de oliva y del todavía famoso extractode pescado de Barcelona. En los años 324 y 336 se envió trigo de España a Roma. Pero la disminución delos testimonios refleja una decadencia económica; hay escasez de moneda —España no tenía Casa deMoneda— y el cuadro general se hace cada vez más oscuro. Sicilia seguía siendo una región de

 producción primaria, con grandes propiedades y haciendas, y con alguna ganancia procedente del tránsitode viajeros. Porque los senadores, a los que se prohibió en esta época viajar a otros sitios, podían II aSicilia. África, hasta su conquista por los vándalos (429-39), seguía siendo un almacén para Roma.Cartago era todavía una ciudad próspera. Pero suministrar mano de obra para las canteras era ya en elsiglo III un problema grave, y en general el país no parece haberse recuperado del pillaje que siguió alaplastamiento de la rebelión gordiana en el año 238. En el siglo IV la vida estaba bastante perturbada a

causa de las actividades de loscircumcelliones,

 bandas de vagabundos partidarios del cisma donatista,quienes se entregaban a la violencia en un movimiento que unía rasgos religiosos, sociales y quizánacionalistas; su oposición a Roma les llevó finalmente a apoyar a los vándalos invasores.

Italia, mientras tanto, había seguido decayendo. En el siglo IV estaban sin cultivar enormesextensiones de tierra, y el bandolerismo era tan común que en el año 364 se prohibió el uso de caballos alos pastores, e incluso a los terratenientes en siete provincias. A fines del siglo, medio millón de iugera — más de cien mil hectáreas— estaban en barbecho en la antes sonriente tierra de Campania; y en el año 450los códigos legales hacen referencia a niños vendidos como esclavos como consecuencia del hambre desus padres. Hacía varios siglos entonces que Italia desempeñaba un papel pasivo en el comercio imperial.

 No tenía más objetivo que satisfacer algunas de sus propias necesidades. De hecho, desde los tiempos deDiocleciano, la zona de la península al sur del Rubicón fue perdonada del pago de la annona, a condición

de que aprovisionara a Roma de carne, vino, madera y cal. Allí, como en otras partes, los gremios fueronsubordinados cada vez más a las necesidades del Estado. Pero con las invasiones de los godos en el sigloV y el fin de las importaciones de trigo del África vándala, los documentos se vuelven escasos y difíciles

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de interpretar. Los testimonios se refieren a la desaparición de los gremios y de toda la organización de laque formaban parte, con el colapso del Imperio occidental en el año 476.

Hasta la disolución general ocurrida en el siglo V,  se seguía empleando el dinero en todas las

 provincias occidentales; y al adoptar la adaeratio en todas las actividades, la experiencia fiscal de recau-dar los impuestos y pagar al ejército y a los funcionarios civiles fundamentalmente en especie llegó a sufin. Sin embargo, sobre todo en Occidente, donde las ciudades eran más recientes y menos numerosas,esta experiencia había ayudado a consolidar una tendencia de ninguna manera insignificante entre lascausas de la desorganización fina] del Estado.

Como hemos visto, la presión sobre el individuo corriente, sobre el miembro del gremio y elcampesino independiente, el peligro causado por las mismas tropas, y la carga a menudo insoportable delos impuestos y el trabajo forzado, empujaban a un número cada vez mayor de víctimas a escapar; ymuchas veces sólo había un refugio, el terrateniente grande y poderoso. Porque los terratenientes sobre-vivían e incluso prosperaban mientras los hombres de la ciudad perecían o, si podían evadir susobligaciones como curiales, se retiraban a sus fincas y se convertían en terratenientes exclusivamente.

Además es un signo de la primacía de la tierra como factor económico fundamental en el mundo antiguoel hecho de que los «estafadores» que naturalmente surgieron bajo la burocracia y en el caos del siglo III

 —hombres que habían prosperado «no tanto en virtud de su habilidad comercial y su energía para losnegocios, como había hecho la vieja burguesía, sino más bien por su- falta de escrúpulos, por la extorsión,el soborno y la explotación de la constelación política del momento»1  invirtieran su riqueza, no en laindustria como los Goering y los Ciano del siglo XX, sino en tierras. En vez de ser monopolistasindustriales, se hicieron barones feudales; y en una época en que un gobierno fuertemente centralizadosólo se dejaba influir por el esfuerzo de los grupos de presión, es notable que los grandes terratenientesconstituyeran el más eficaz y poderoso de tales grupos, con más influencia incluso que el ejército o laIglesia, y sólo sobrepasado en este terreno por los miembros más elevados de la administración pública,los letrados y la aristocracia senatorial (quienes eran, por supuesto, muchas veces las mismas personas).En contraste los campesinos, propietarios libres y arrendatarios, y los artesanos, tenderos y comerciantesde las ciudades no tenían medio de expresar sus agravios o de variar la política en una dirección favorablea sus intereses. De hecho, si queremos entender esta época, tenemos que hacer una distinción tajante entreel individuo ordinario, atado a su estricta rutina por los códigos burocráticos y por las sanciones

 policíacas, y las vidas despilfarradoras de los arribistas triunfantes. Hay bastante verdad en la descripciónaparentemente paradójica de los años de decadencia del Imperio de Occidente, faltos de una verdaderaética social, como una época de individualismo funesto2.

La economía señorial que así crecía y florecía desempeñó un importante papel cultural en la historiadel Imperio tardío. Mientras decaían las ciudades, los señoríos producían para el mercado local; y de estamanera se hizo más marcada la nueva orientación medieval del campo hacia el señorío y su propietario, y

se intensificó la relación entre éste y el distrito circundante. Además, los señoríos eran el principalmercado que quedaba para el comercio internacional de artículos de lujo, comercio que seguía actuandoaun después de que todas las necesidades primarias se satisfacían en la localidad. Los ricos terratenientestenían dinero para comprar especias de Oriente, maderas elaboradas y piedras preciosas, que, sin ser unacarga abultada, todavía compensaban ampliamente los riesgos de su transporte. Estos feudos, hogares dellujo y la cultura incluso en las horas más oscuras del Imperio, se destacaban como los nuevos guardianesde la tradición antigua; y hasta cierto punto traían la cultura al campo, con el que mantenían una relaciónmás estrecha que la que nunca habían tenido las ciudades, a las cuales reemplazaban. Una difusión de lacultura a un nivel infinitamente más bajo que el que había existido en las ciudades, pero sobre un áreamucho más amplia, fue quizá una de las realizaciones positivas más importantes de este período.

Económicamente, también la propiedad señorial logró llenar un vacío que la economía clásica nunca

había podido cerrar: el existente entre la propiedad campesina y la plantación capitalista trabajada por 1 Oertel en Cambridge Ancient History, vol. XII, p. 274.2 A. H. M. Jones, The Greek City, p. 303; cf. The Later Roman Empire, I, p. 357-65, para un análisis de grupos de presión.

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mano de obra esclava. Como hemos visto, la esclavitud en esta época era una institución en decadencia. No es que desapareciera por completo. Las guerras bárbaras del siglo IV abrieron nuevas fuentes desuministro; y en tiempos de miseria había algún recrudecimiento de la esclavitud por deudas y venta deniños. De hecho, los ricos quizá poseían todavía esclavos en la que parece una cantidad tremenda, si

 podemos juzgar por Melania, que manumitió a 8.000 de una sola vez. Pero el esclavo ya había dejado de

tener la importancia de épocas anteriores; en su mayor parte había sido reemplazado en el campo por elagricultor-arrendatario o colonus. Por todo el Imperio, mientras la agricultura caía a niveles desubsistencia, se hizo conveniente parcelar las grandes haciendas, repartiéndolas entre arrendatarios pobreso colonos, quienes pagaban al terrateniente con una proporción fija de su cosecha y, en ciertas provincias(aunque no en Italia), con una cantidad estipulada de días de trabajo al año. Este trabajo —que recuerdalos servicios exigidos a los que ocupaban tierras por prestación de trabajo, pero exentos de serviciomilitar, durante los tiempos medievales— fue aumentado constantemente por el terrateniente (o, con másfrecuencia, por el arrendatario rico que operaba entre el terrateniente y el colonus) con la connivencia delos funcionarios imperiales. Ha sobrevivido una inscripción africana del siglo II, en la que ciertosarrendatarios, «rústicos de pocos medios, que se ganan la vida con el trabajo de sus manos», como sedescriben a sí mismos, celebran una inesperada victoria legal al resistirse a tal exigencia.

Estos pequeños arrendatarios eran originalmente hombres libres, obligados sólo por sus respectivoscontratos. Pero sabemos del traslado de colonos bárbaros al interior del Imperio (véanse págs. 8485) enépoca tan temprana como la de Nerón (54-68 d. de J.C.); y desde los tiempos de M. Aurelio (161-80 d. deJ.C.) se hizo corriente que los emperadores repoblaran los campos despoblados de las provincias concolonos germánicos vencidos en la guerra. Estos tributarii, como se les llamaba, aunque en muchosaspectos tenían el rango de hombres libres, estaban legalmente atados a sus parcelas de tierra.

 Naturalmente, la distinción entre el colonus romano libre y el tributarius romanizado y no libre empezó a borrarse pronto;

Transporte de vino. Bajorrelieve deLangres mostrando un par de mulas arras-

trando un barril grande sobre una carretade cuatro ruedas. Obsérvense los arneses primitivos y la falta de collera. (De M.Rostovtzeff, Social and Economic History

of the Roman Empire, Oxford, 1957.)

 Isis Giminiana. Este dibujo de unfresco de una tumba en Ostia, ahora en el

Vaticano, muestra la «IsisGiminiana», una nave del río(navis codiciaria) que hacía elservicio entre Ostia y Roma,cargándose de grano, que se mideal verterlo a la bolsa. Farnaces, elcapitán del barco, está en la popa.(Institut de Rome,  Annales 1866,XXXVIII, y M. Rostovtzeff,Social and Economic History of 

the Roman Empire, Oxford, 1957.)[Tomado de http://www.ostia-antica.org/regio1/19/19-1.htm ]

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 El Arco de Constantino.

Erigido en Roma en el año315 para celebrar lavictoria cristiana delEmperador sobreMajencio; su inscripcióncuidadosamente redactadaevita ofender a lamayoría pagana. (De M.Rostovtzeff, Social and 

 Economic His tory of the

 Roman Empire, Oxford,1957.) [Fuenteindeterminada enInternet]

 Relieves del Arco.

Muestran al Emperador dirigiéndose a la gente[oratio] y repartiendo dinero

[congiarium]. Sobre lainfluencia oriental reveladaen la disposición de lasfiguras, véase página 132[del libro impreso].

 Bishapur. Muestra la victoriadel rey sasánida Sapor I, sobre elemperador romano Valeriano; la

técnica es semejante a la de losrelieves del Arco deConstantino. (Foto: Profesor R.Ghirshman.)

[Tomado de

http://www.flickr.com/photos/sebastiagiralt/687689205 ]

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 Aurei. Las tres monedas de abajo son aureiacuñadas por Maximiano (b), Galerio (c) y Licinio(d); la última muestra al emperador de pie entre dos bárbaros conquistados. La medalla grande oro (a)

muestra al emperador Constantino en traje imperial(anverso) y de pie con un orbe y el cetro consular (reverso). (De M. Rostovtzeff, Social and Economic

 History of the Roman Empire, Oxford, 1957 )

 Naves del mar. Mosaico de Sousse (Hadrumetum) en el Norte de África, que muestra dos buques rápidos, quizáde policía (naves tesserariae). (De M. Rostovtzeff, Social and Economic History of the Roman Empire, Oxford,1957.)

Terrateniente luchando contra escitas. Esta decoración mural de una tumba en Panticapaeum (Kerch en laCrimea) muestra una lucha entre un terrateniente local a caballo (a la izquierda) y una banda de merodeadoresescitas. (De Kondakaf y Tolstoi,  Antiquités de la Russie Méridionale, y M. Rostovtzeff, Social and Economic

 History of the Roman Empire.)

y como era de esperar, fue la situación del colonus la que se deterioró. Sin embargo, actuaron fuerzas másviolentas que la pura asimilación. Como hemos visto, Septimio Severo (193-211) instituyó un nuevo

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impuesto, la annona, que consistía en una cantidad fija de productos que los terratenientes tenían queentregar; y este impuesto fue sistematizado aún más a fines de siglo por Diocleciano, que publicó unedicto estableciendo la cantidad de productos alimenticios que todas las haciendas del territorio imperialestaban obligadas a producir, cantidad basada no sólo en la superficie del terreno, sino también en «lascabezas de mano de obra masculina» empleada, sin tener en cuenta su estado legal. De esta forma, desde

 principios del siglo pasó a ser un objetivo de la política imperial el apoyo al terrateniente en cualquier medida que tomara para asegurar el cultivo adecuado de sus campos y el cumplimiento de las exigenciasfiscales del gobierno. Bajo la presión de las malas cosechas y las deudas consiguientes, era fácil que elcolonus  —como hemos visto— buscara la solución de la huida. En consecuencia, en alguna fecha delsiglo III —quizá debido a un censo llevado a cabo por Diocleciano, aunque infortunadamente las pruebasno permiten precisar la cronología— fue puesta en vigor la ley haciendo obligatoria la vinculación delcampesino arrendatario a la hacienda señorial. En un edicto de Constantino fechado el 30 de octubre delaño 332, esta situación aparece definida con claridad como ya existente; desde entonces, cualquier colonus que huyera sería devuelto encadenado como un esclavo huido.

Una vez establecido el principio de coerción con respecto a la tenencia de la tierra, se desarrollórápidamente. En el siglo III todavía conocemos inquilini, hombres domiciliados en las haciendas, pero

libres para cambiar de residencia; pero a lo largo del siglo IV, también éstos quedaron ligados a la tierra yrebajados de hecho a la condición de siervos. En el año 400, los códigos legales hablan de los campesinoscomo servi terrae, prácticamente esclavos de la tierra en que nacieron, Se vieron cada vez más oprimidosen beneficio de sus antiguos terratenientes, ahora sus amos; y un río de legislación definió de forma aúnmás estrecha los términos de su sujeción.

Los emperadores miraban este crecimiento del poder de los terratenientes con sentimientos equívocos.Les colocó en un dilema. Podían intentar alistar a los terratenientes en el servicio del Estado por medio dereglamentos como el de Valente (364-78), que les hizo responsables de recaudar todos los impuestos aque estaban obligados sus coloni. Al mismo tiempo, se dieron cuenta de que el crecimiento de losterratenientes era esencialmente un síntoma de descomposición del Estado. En todas partes, los colonos sereclutaban constantemente entre los campesinos independientes, a quienes los duros tiempos habíanempujado a quedar a merced del terrateniente local, entregando su libertad a cambio del patrocinio y la

 protección de éste. En el año 368 esta práctica fue declarada ilegal por el mismo emperador Valente, quede esta forma buscaba contener y utilizar simultáneamente una institución inevitable, pero en últimoextremo perturbadora. De hecho, los grandes terratenientes medraban en contra del Estado y usurparonsus funciones. Así los encontramos a lo largo de las fronteras del norte, o en África, reclutando ejércitos

 privados de esclavos —precursores de los mamelucos y jenízaros del Imperio otomano— para realizar solos la defensa de la frontera y la expulsión de los bárbaros. Pero a largo plazo, al debilitar la autoridadcentral, el sistema señorial debilitaba también la defensa, y sobre todo en las provincias occidentalesaceleraba la descomposición del Imperio. Mientras tanto, colaboró en el proceso general por el que la

 población del Imperio se cristalizó en diversas clases sociales, cada una de las cuales tenía obligaciones

cuidadosamente definidas en el nuevo cuerpo de legislación surgido para sancionar plenamente al Estadoautoritario.Estas diferenciaciones, que forman la esencia del posterior mundo medieval, empiezan a aparecer 

durante los tres primeros siglos d. de J.C., y encuentran su plena autoridad legal en el siglo IV. Las viejascategorías de cives Romani, libertos, esclavos y otras por el estilo, ya no existen. En vez de ellas, toda la

 población del Imperio se encuentra dividida en los honestiores, que incluyen al Emperador, al clero(cristiano) y a los nuevos propietarios de tierras, junto con funcionarios, empleados del servicio civil y las

 pocas grandes familias de las ciudades; y los humiliores, que incluyen prácticamente a todos los demás,sean siervos o esclavos, artesanos o campesinos. Para estos dos grados hay distintas funciones, privilegiosdistintos y castigos distintos; el antagonismo de clases ha llegado otra vez a su fin lógico con la creaciónartificial de dos especies distintas de seres humanos.

Esta estructura, estable, simplificada y primitiva, fue la que surgió del Imperio. Bajo este sistema, ellegado del mundo antiguo fue transmitido a los tiempos posteriores. Mientras tanto, el verdadero mundoclásico había perecido en Occidente. A fines del siglo IV, las tropas del Danubio fueron disueltas porque

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ya no había pagador; y en el siglo V resultó imposible reclutar incluso los pequeños ejércitos de 10.000 a20.000 hombres necesarios para rechazar a los bárbaros. Así las invasiones encontraron poca resistenciareal en un mundo desgarrado ya por dentro, descentralizado e irreparablemente debilitado social yeconómicamente. Como podemos saber por las imprecaciones de Salviano, los hombres perdieron la fe enel Imperio, en su justicia y en su rectitud, aunque todavía suponían su continuada existencia por la fuerza

de la costumbre. Sabemos de hombres que se refugiaron con los bárbaros, y de otros que les ayudaron yanimaron mientras penetraban en las provincias romanas. De esta forma, unos pocos miles de bárbarosfueron suficientes para derrumbar este edificio tambaleante. Mientras tanto, el establecimiento de lanueva capital en Bizancio en el año 330 había significado la división virtual del Imperio, aunque ésta nose hizo absoluta hasta la muerte de Teodosio el Grande en el año 395. En el año 410 el visigodo Alaricosaqueó Roma; y en el año 476, Odoacro liquidó un negocio en bancarrota al deponer a RómuloAugústulo, el último emperador occidental.

En Oriente, el Imperio continuó existiendo como baluarte de la cristiandad hasta el año 1453, aunquedespués del reinado de Justiniano (527-65) entró en una época de casi tanto infortunio como la que habíadestruido a Occidente. Al igual que en las provincias occidentales, los bárbaros penetraron a través de susfronteras, y en los Balcanes las poblaciones latinas y griegas se disolvieron en gran medida entre los

eslavos. Sin embargo, detrás de las fortificaciones de la nueva capital de Constantino, el gobierno centralmantenía su poder y su continuidad. No es fácil resolver el problema de por qué sobrevivió después delcolapso de Occidente, puesto que muchos de los síntomas de decadencia eran comunes a ambas mitadesdel Imperio. Pero un factor importante parece ser que la destrucción de las clases medias urbanas y elcrecimiento de una aristocracia terrateniente, con intereses distintos y muchas veces opuestos a los de lacorte, es mucho menos visible en Oriente.

Por supuesto, había grandes terratenientes; pero fueron contenidos parcialmente por la pervivencia deun campesinado libre que, después de una larga lucha, logró impedir su descenso al nivel del colonus

occidental. Tampoco se les permitió tener la misma participación en el gobierno que los propietarios deOccidente. Los impuestos seguían siendo recogidos por funcionarios públicos, y no por la alta clasehacendada. De esta forma se retrasó el comienzo del feudalismo. En resumen, el centro de gravedadquedó mucho más cerca de las ciudades, y había menos oportunidad de que se estableciera una economía

 puramente rural. Además, Oriente estaba más poblado que Occidente, y sus reservas militares de mano deobra semi-civilizada en los montes de Asia Menor le dieron grandes ventajas durante los días oscuros delas invasiones bárbaras. Tampoco debemos descartar la existencia de la misma Constantinopla, unafortaleza en el corazón del Imperio oriental, difícil de tomar y capaz de ofrecer su ayuda dondequiera quese necesitara. Y por fin, como se ha señalado3, los emperadores orientales, a causa de estos factores, erancapaces de mantener en movimiento las ruedas de la máquina imperial, y de esta forma recaudar losimpuestos y mantener el ejército a lo largo de las fronteras, y la administración civil dentro del territorio.

De todas formas, el Imperio oriental no nos concierne directamente. Sus logros no fueroninsignificantes, ni mucho menos; pero correspondieron en su mayor parte al campo de la conservación y

del mantenimiento del equilibrio o a una esfera religiosa bastante ajena a la tradición de la Grecia y laRoma clásicas. Decir esto no es despreciar lo que Bizancio salvó, ni lo que creó. La cuestión propuestarecientemente en el Study of History (Estudio de la Historia) de Toynbee, sobre si se debe considerar aBizancio como la auténtica continuación del Imperio romano, o como un «Estado-sucesor» semejante alos reinos góticos o al Imperio de Carlomagno en Occidente, es en última instancia una cuestión determinología. Había continuidad, y había también algún grado de cambio. Justiniano, el codificador delDerecho romano, dio un paso importante en el aumento del comercio cuando introdujo la producción deseda del Lejano Oriente; y del siglo VI al siglo XI, Bizancio siguió siendo la potencia comercial másimportante de la cristiandad. Pero a lo largo de estos siglos el legado del Imperio romano, como lo hemosanalizado, estaba palpablemente claro. Bizancio seguía siendo un Estado de castas, con muchos de susdistritos rurales desolados y su agricultura débil, sin las bases económicas ni la atmósfera mental para

concebir y llevar radicalmente a cabo ningún cambio social. Un presagio de lo que serían las nuevasrelaciones entre Oriente y Occidente se produjo cuando en el año 1204 Constantinopla cayó en manos de

3 N. H. Baynes, Journal of Roman Studies, 1943, p. 24-25.

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los merodeadores de la Cuarta Cruzada, quienes la ocuparon hasta el año 1265. En el año 1453, alcapturar los turcos la ciudad, el Imperio oriental llegó a su fin. Ya en estos tiempos, su labor deconservación estaba acabada. El mismo crecimiento de sus rivales comerciales en las ciudades de Italia,que contribuyó en gran medida a su decadencia y por fin socavó la resistencia secular oriental, significabaal mismo tiempo que la corriente principal del progreso estaba avanzando de nuevo en Occidente.

 NOTAS SOBRE LECTURAS ADICIONALES

Véanse los libros ya mencionados en los capítulos 3 y 4. El problema de la moneda y la inflación estátratado con rigor por el erudito finlandés. G. Mickwitz, Geld und Wirtschaft im römischen Reich des IV.

 Jahrhunderts (Comm. hum. litt. IV, 2), Helsinki, 1932. Este estudio fundamental se refiere a la cuestiónde la adaeratio y al grado en que se produjo un retroceso hacia la economía natural; y ha sido modificadoen algunos detalles por A. Passerini en el libro mencionado tras el capítulo 4. Véase también S. Bolin,State and Currency in the Roman Empire to 300 A. D., Estocolmo, 1958, y el libro de Piganiolmencionado en el capítulo 1. Sobre el desarrollo general de este período tardío; véase J. B. Bury,  History

of the Later Roman Empire, 2.ª ed., Londres, 1923, vol. I. Detalles sobre el comercio se encuentran en losdiversos volúmenes de Economic Survey, de Frank; véase también P. Vinogradoff, «Social and economicconditions of the Roman Empire in the fourth century», Cambridge Mediaeval History, vol. I, y elcapítulo del que soy autor en Cambridge Economic History of Europe, vol. II, ya mencionado en elcapítulo 3. Sobre las condiciones de la tierra, véase el capítulo de C. E. Stevens en el volumen I de lamisma obra, y los siguientes artículos de la  Real-Encyclopädie: «colonatus»,  por O. Seeck, vol. IV, I,cols. 483-510; «Domänen», por E. Kornemann, en Suplemento-vol. IV, cols. 227-68. Sobre lasupervivencia de Bizancio, véase el artículo de Baynes citado en el capítulo 1, y J. B, Bury, «Rome andByzantium», Quarterly Review, CXCII, 1900, págs. 129-55. Sobre el fondo ideológico de las invasiones

 bárbaras, véase P. Courcelle, Histoire littéraire des grandes invasions germaniques, 3.ª  ed., París, 1964.

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Capítulo 7EL FONDO CULTURAL

El crecimiento y la decadencia son procesos que afectan y penetran a la sociedad en su totalidad; esimpensable que dejaran sin tocar una sola actividad del hombre —su música, arte, religión, literatura,

 pensamiento o lenguaje. Pero la conexión entre los diversos campos nunca es sencilla, y en absoluto puede considerarse que la decadencia en una esfera esté acompañada por la decadencia en otra. Alcontrario, en este terreno sobre todo es evidente la relatividad del cambio, y con ella la necesidad deestablecer distintos criterios para el crecimiento y la decadencia en cada sector en concreto. El espacio de

que disponemos no nos permite un examen completo de los diversos campos; pero ninguna discusión dela naturaleza y las causas de la decadencia del Imperio occidental puede ser satisfactoria sin un intento detrazar, por lo menos, algunas de sus manifestaciones culturales.

Al discutir el ambiente mental bajo el Imperio, un erudito alemán describe el siglo III d. de J.C. enestos términos:

Mientras el conocimiento, se hundía rápidamente, había un marcado crecimiento del poder de la fe y de suhermana bastarda, la superstición. A ese respecto, este siglo es exactamente lo opuesto del siglo III a. de J.C.:entonces, el punto culminante de las ciencias exactas; ahora, un alejamiento de la civilización y un profundo anhelode ganar la liberación de la miseria terrenal por medio del creciente poder de las religiones mistéricas... En mediomilenio la antigüedad se había transformado de un mundo del conocimiento a un mundo de la fe; de la filosofía sehabía pasado [desde los tiempos de Posidonio (circa 135-51 a. de J.C.)] a la teología, de la astronomía a laastrología; ahora estaba preparada para una cultura puramente sacerdotal1.

«No había librepensadores en aquellos tiempos», escribe un erudito francés2;  «todos los hombres,desde los estamentos más bajos hasta la cumbre de la sociedad, eran religiosos, o por lo menos supersti-ciosos». Este cambio en la actitud mental, esta «falta de nervio», como la llamó una vez J. B. Bury, es unode los signos más notables del conflicto y de la crisis en la época clásica.

El creciente papel desempeñado por la religión, en contraste con el humanismo y la confianza en lasuficiencia del pensamiento racional anteriores, es un fenómeno que no puede explicarse por una solacausa. Sin duda, los períodos de crisis social se reflejan en los cuestionamientos, los anhelos y lainquietud psicológica general de los hombres comunes. «Lo que anhelaba la gente de aquel siglo —escri-

 be Charlesworth

3

,

 

en una discusión de las letanías histéricas del siglo era escapar, aunque apenas sabía dequé querían escapar.» Y esta búsqueda espontánea de socorro espiritual, en medio de dificultades cuyasolución parecía inalcanzable al ingenio del hombre, encontró su expresión en el crecimiento de variasreligiones y supersticiones durante los tiempos helenísticos, y también bajo el Imperio romano. Al mismotiempo, no se debe descartar el papel desempeñado por el Estado romano, defensor de una política rígidaen este asunto. En fecha tan temprana como el siglo IV a. de J.C., al describir una utopía que tenía elobjetivo de mantener a perpetuidad una sociedad de clases estrictamente demarcadas, Platón delibe-radamente acogía e inculcaba la superstición, no sólo para las clases bajas, sino incluso para losguardianes de la comunidad. La consideración política de la religión ya había sido elaborada por Critias,

 pariente de Platón, quien, hacia fines del siglo V,  estableció una oligarquía en Atenas. Para Critias, la1 E. Kornemann, Römische Geschichte (vol. III, 2 de Gercke-Norden, Einleitung in die Altertumswissenschaft, Leipzig, 1933),

 p. 93.2 F. Lot, Le Fin du monde antique et le début du moyen áge, París, 1927, p. 34.3 M. P. Charlesworth, «The 'Virtues' of a Roman Emperor» en  Proceedings of the British Academy, 1937, págs. 123 ysiguientes.

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religión era simplemente la invención ingeniosa de algún hombre astuto que pensó que fomentar el miedoa un dios omnisciente que castigaba la maldad haría más fácil la tarea de gobernar. Doscientos años mástarde, los servicios que la religión podía prestar a la estabilidad política fueron reconocidos por Polibio,quien expresó su admiración por la habilidad con que el Estado romano mantenía a sus clases bajassujetas por medio de una mezcla juiciosa de terror y pompa.

La función política de la religión era estimada como uno de los más importantes medios adoptados por el arte de gobernar helenístico. A los pueblos de Grecia, Asia Menor, Siria o Egipto, se les estimulaba asatisfacer sus deseos de un «Redentor», un «Bienhechor» y un «Libertador», deificando a sus diversosreyes con estos títulos. La práctica tenía raíces establecidas de antiguo en las monarquías de Babilonia yEgipto, y arraigó fácilmente entre los griegos, que sabían cómo un mortal como Heracles pudo ascender al cielo. De hecho, sería engañoso sugerir que el culto helenístico del gobernante tuvo que ser impuesto

 por los reyes sobre sus súbditos. Por el contrario, muchas veces la iniciativa procedió del mismo pueblo,como cuando la población de Atenas invocó la ayuda del macedónico Demetrio Poliorcetes contra Etoliaen estos términos:

Los otros dioses son inexistentes o están muy lejos; o no oyen, o no hacen caso: pero tú, estás aquí, y podemos

verte, no en madera ni en piedra, sino en verdad.

A partir de la deificación de gobernantes helenísticos parece existir sólo un corto paso hacia laconcesión de títulos semejantes a los procónsules romanos, como Flaminio y Escipión, quienes en el sigloII a. de J.C. se habían mostrado igualmente bienhechores de Grecia en tiempos de dificultades. CuandoAugusto se convirtió en jefe supremo del Estado romano en el año 31 a. de J.C., descubrió pronto laeficacia de la deificación. Julio César, el astuto político y general, entonces muerto, ya se había titulado el«Divino Julio»; y después se hizo costumbre deificar a todos los emperadores, al morir o incluso antes,salvo a los más detestados por la clase dominante. Además, como parte de su programa de consolidación,Augusto deliberadamente dio nuevo énfasis a los viejos dioses tradicionales, Júpiter, Vesta, Venus, Apoloy los demás; e inició la restauración en gran escala de templos en desuso y en ruinas. En el año 12 a. de

J.C., cuando tomó el cargo de  Pontifex Maximus (Sumo Sacerdote), dio a este rango una vida nueva ehistóricamente significativa. En este momento se puede fechar el comienzo de la alianza entre el trono yel altar en Europa.

En Jonia y Atenas en los siglos VI y V a. de J.C., se habían producido notables avances técnicos, y laciencia especulativa había alcanzado alturas considerables, aunque no fuese seguida por una técnicaexperimental mediante la cual se hubieran podido comprobar sus hipótesis. Más tarde, la ciencia aplicada

 progresó en Alejandría. Pero la profunda fisura social, que trazó una separación entre el trabajo manual yel trabajo intelectual, creó un ambiente en que no podía florecer la ciencia, como tampoco la democracia.El vacío que dejaba se extendió con el fracaso en el campo social y económico; y el Imperio se convirtióen el semillero de una multitud de cultos, la mayoría de los cuales surgieron en el área de fermentacióndel Mediterráneo oriental y fueron transportados por todas partes a través de las rutas comerciales delImperio. Mientras las clases altas se entregaban cada vez más a los principios vagamente humanitarios delestoicismo —una filosofía que no se adaptaba mal a las inseguridades de la vida en el siglo I d. de J.C.,

 bajo Calígula, Nerón o Domiciano— las masas buscaban alivio en Oriente. Bajo la República, los cultosde Isis y la Gran Madre se habían extendido a Italia, y habían atraído un creciente número de devotos.Pero más populares que estos cultos eran las dos religiones que empezaron a avanzar en el tempranoImperio: el culto de Mitra, identificado con el Sol Invicto, extendido entre los soldados a lo largo de lasfronteras, y el cristianismo entre el proletariado ciudadano. Este último fue el que por varias razones iba a

 prevalecer finalmente.La doctrina cristiana de un Mesías que salvaría a todos los creyentes, y cuyo regreso a la Tierra era

inminente, tenía muchos puntos en común con las religiones mistéricas, y con cultos como los de Atis y

Cibeles, Adonis, Dionisio, Isis y Osiris. A la vez que aceptaba la creencia corriente en diablos y brujería,que formaba parte del contenido común del pensamiento en esos tiempos, y fue aprobada incluso por elestoicismo, correspondía estrechamente al talante «mesiánico» de las masas del Cercano Oriente y, como

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creación de los oprimidos, se extendió al proletarizarse las otras clases —a pesar de la persecución quesufrió al principio, porque los cristianos se negaron a compartir su fidelidad con el emperador divino. Lasdoctrinas más mundanas del cristianismo también estaban adaptadas a las necesidades de los pobres. Sucondena de la usura fue bien acogida por un mundo que estaba en las garras de un prestamista ubicuo.Además, ganaba fuerza por estar dispuesto en la práctica, si bien en menor grado en la teoría, a permitir 

que mujeres ocuparan una posición prominente en la organización de la Iglesia. Mientras se extendía,dejó atrás los rasgos verdaderamente revolucionarios que habían caracterizado su origen judío, y con unaadaptabilidad sorprendente adquirió en su lugar un fondo filosófico griego, un rito y una teología. Sudoctrina económica, formulada por los primeros Padres, correspondía exactamente a las necesidades de laeconomía estancada del Imperio del siglo III; su ideal se ha descrito como un ingreso modesto y muchotiempo para la meditación, la oración, la conversación santa y las buenas obras; pone sus esperanzas, noen este mundo, sino en el más allá. De hecho, pareció abrirse el camino para un acercamiento entre laIglesia y el Estado cuando Diocleciano comenzó su famoso edicto del año 301, que regulaba los precios,enunciando un sentimiento típico de los primeros Padres de la Iglesia, según el cual «la actividadeconómica incontrolada es una religión de los descreídos». Pero la unidad entre los dos se detuvo por lanegativa de la Iglesia a un compromiso; y las persecuciones de Diocleciano se dejaron sentir antes de que

se consumara el acercamiento en el año 312 con la conversión de Constantino. Por fin, el cristianismo y elImperio se habían puesto de acuerdo, y en adelante el Estado autoritario tuvo un aliado nuevo, quedisimulaba esta relación bajo «un barniz religioso, y sellaba la sujeción como resignación a la voluntad deDios»4. Desde los tiempos de Diocleciano, con Constan-tino siguiendo de cerca sus pasos, la complicada

 jerarquía cortesana se adornó con los prestados atavíos de una terminología religiosa. Diocleciano yMaximiano habían puesto sus dinastías bajo la protección divina de Júpiter y de Hércules,respectivamente; y empleaban liberalmente las formas exteriores de la corte sasánida, con su ceremonialoriental y eunucos, diademas, botas escarlatas, túnicas purpúreas y aire de sagrada mistificación. En unImperio cristiano, el emperador divino se transformó necesariamente en emperador por la gracia de Dios;

 pero el ambiente seguía siendo el mismo. En el «Palacio Sagrado» de Constantinopla moraba la «FamiliaDivina» del Emperador. Un «Consistorio Sagrado» actuaba como su Consejo Privado; e incluso sutesorería se disfrazaba con el título de «Sagradas Beneficencias».

Mientras el cristianismo proporcionaba así al Imperio un credo internacional que podía saltar fronterascon una agilidad aún mayor que la doctrina del emperador divino, aparecieron varias creencias ocultas eirracionales, capaces de consolar a la gente sometida a las intolerables condiciones de los tiempos. Elneoplatonismo imbuyó una apropiada vena de misticismo en las antiguas doctrinas de la Academia, y conPlotino produjo al menos una figura capaz de situarse en la primera fila de la filosofía antigua; pero elnivel general estaba infinitamente por debajo de esto, y en la virtualmente disparatada  Hermética loshombres perdieron todo contacto con la realidad. No sólo se olvidaron los descubrimientos de la antiguaciencia, para dejar lugar a las hipótesis más absurdas y pueriles; lo que es peor todavía, el conocimientoya no tenía importancia. Se puede abandonar el estudio científico de los cielos, sostiene San Ambrosio,

 porque ¿en qué ayuda esto a nuestra salvación? Así cayó el telón del mundo clásico sobre un cuadro querepresentaba la desintegración completa del pensamiento racional.La literatura romana proporciona también un fiel reflejo del proceso general de decadencia; y su

temprana muerte muestra de forma concluyente (si se requiere una prueba más) que la decadencia delImperio no fue debida a algo que pasara poco antes del año 250 d. de J.C., sino que algunos de losfactores operantes ya estaban activos desde hacía siglos. La planta sensible de la literatura fue una de las

 primeras en secarse, mientras manifestaciones más fuertes como la arquitectura y la ingenieríacontinuaron vivas durante otros dos siglos.

La  Pax Augusta dio a Italia un respiro de la guerra civil y de la violencia, respiro que fue bastanteauténtico como para evocar una respuesta literaria. Pero la época de Augusto, aunque fue bastante rica — nos dio a Livio, a Horacio y lo mejor de Virgilio— no duró más que la vida del mismo Augusto. El siglo

siguiente, en su conjunto, fue de peor categoría. Para lo que hay algunas razones, de las que al menos unafue el sistema vigente de educación. Este sistema, que se desarrolló bajo la influencia griega durante la

4 F. Oertel en Cambridge Ancient History, vol. XII, p. 270.

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República tardía y el Imperio temprano, y se mantuvo virtualmente sin cambios hasta la caída deOccidente, se concentraba —después de las primeras etapas de la enseñanza, dirigidas por un maestroelemental— en el estudio de los textos clásicos, la elucidación de su forma y contenido, y el cultivo delarte de la oratoria y del debate. Junto con un número limitado de otras materias, y coronado con el estudiode la filosofía, este plan constituía las artes liberales. Tenía sus méritos, y condujo finalmente al sistema

medieval del trivium (gramática, retórica y dialéctica) y el quadrivium (aritmética, geometría, música yastronomía); pero suponía una concentración malsana en modelos y formas tradicionales, y una progresiva superficialidad en el pensamiento. Era típica la manía por lo arcaico y lo rebuscado, que empu- jaba en la época de Adriano a preferir Ennio a Virgilio, Catón a Cicerón, y tenía su contrapartida griega enun movimiento que volvió al estilo del siglo V a. de J.C.

Pero no se le puede achacar toda la culpa al sistema educativo. Si la retórica se había hecho artificiosay falta de gracia, fue en parte porque el auténtico terreno para la oratoria —una vida política libre ytribunales de justicia libres— había desaparecido con el establecimiento del Principado. En consecuencia,la Edad de Plata de la literatura latina (14-128 d. de J.C.) tiene una nota de frustración; sus voces másfuertes son las voces de protesta. Tenía sus conformistas, el historiador Veleyo Patérculo o incluso unafigura más considerable como Plinio el Joven, cuyas Cartas ofrecen una descripción ligeramente color de

rosa de la vida de finales de siglo. Pero el mayor genio de la Edad se revela en la prosa satírica de Tácito,quien encontró que la historia imperial era un campo compatible con el ejercicio del epigrama mordaz, yen las Sátiras exageradas y golpeantes de Juvenal. Ya los poderes creativos de un Virgilio estaban fueradel alcance de la época; Lucano, su sucesor más próximo, logra sus efectos por la exageración retórica, ycon un tema sacado de la historia reciente —la guerra civil entre César y Pompeyo (49 a. de J.C.)— da enel blanco con mucha menos frecuencia que Virgilio con su incomparable épica del legendario Eneas.

Es significativo que una de las principales ocupaciones literarias del siglo fuera recopilar y registrar datos ya disponibles. Es decir, datos disponibles en libros; porque la expansión de la República tardía ydel temprano Imperio apenas quedó reflejada en la literatura del período. Geógrafos posteriores todavíacitaban a Posidonio (circa 135-51 a. de J.C.); y la relación de Tácito sobre los pueblos de Germania es

 prácticamente única en latín. Sin embargo, los romanos del Imperio estaban excesivamente orgullosos delconocimiento extraído de los libros. En la introducción a su Historia Natural  —una vasta enciclopedia de37 libros, dedicada al emperador Tito (79-81 d. de J.C.)— Plinio el Viejo se jactó de que habíaincorporado en su obra 20.000 hechos distintos sacados de 100 autores escogidos. Pero sus normascríticas cayeron inconmensurablemente por debajo de las de Aristóteles; y la forma de organizar su obraes incómoda y poco científica. Parece como si una era, época que había perdido el poder deldescubrimiento original se empeñara en salvar el pasado, para compensar su propia falta de creatividad.

Otro rasgo de la época, que refleja el desarrollo económico, es la procedencia de sus escritores. Latendencia centrífuga que condujo a la decadencia de Italia se pone de manifiesto en este campo en elhecho de que las figuras sobresalientes provienen cada vez más de las provincias. España esespecialmente notable por ser la patria de los dos Sénecas, el retórico y el filósofo; Lucano y quizá

Valerio Flaco, los dos principales poetas épicos; Columela el agrónomo; Pompilio Mela, el geógrafo;Quintiliano, orador y escritor sobre educación, y el epigramático Marcial. Pero lo mismo que Romaactuaba económicamente como un tumor parásito, absorbiendo lo mejor de todas las partes del Imperio,también en el campo de la literatura su influencia magnética atraía hacia el centro a cualquiera que tuvierahabilidad o ambición, privando a las provincias de toda oportunidad de crear su propia cultura autónoma.De hecho, fue sólo al tiempo que avanzaba el proceso de descentralización cuando disminuyó la atracciónejercida por Roma, y las provincias —en especial el norte de África y las regiones de habla griega en elsiglo II — empezaron a desarrollar de nuevo su propia vida cultural.

Particularmente pertinente al tema de este libro es el hecho de que las más avanzadas mentes de Romaestuvieran, en el siglo I d. de J.C., preocupadas ellas mismas con el problema de la decadencia. Plinio elViejo atribuyó la disminución de logros científicos al crecimiento del materialismo, una vez conseguida la

unificación y civilización del Imperio; y dentro del sector que atraía el interés más amplio, una cuestiónque agitaba específicamente a los escritores era la decadencia de la oratoria, arte típicamente romano.Recibe atención en el Satiricón, novela picaresca de Petronio —el Beau Brummel de la corte de Nerón— 

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y también en el Diálogo de los oradores, de Tácito. Tácito llegó a la conclusión de que esta decadencia procedía del establecimiento del Principado; y en sus obras posteriores, defendió la idea de que la pazhabía costado un precio alto, que no sólo incluía la oratoria, sino la misma libertad. Incluso una monar-quía electiva —insiste Tácito, en un discurso puesto en boca del envejecido emperador Galba, al principiode un año de disturbios civiles y horror incomparables (69 d. de J.C.)— es sólo un substituto de la

libertad, loco libertatis5

.Las primeras generaciones del Imperio tenían conciencia de que habían hecho un trueque a cambio de

su libertad. Es cierto que siempre fue una libertad sólo para unos pocos: pero para esos pocos era bastantereal. El Imperio, sin embargo, había sido inevitable, y el movimiento contra él, encabezado de una maneradesorganizada e intermitente por estoicos individuales, nunca pasó de la fase de obstrucción yconspiraciones ocasionales. Nunca se planteó seriamente la restauración de la República, porque nadie

 podía afrontar un regreso a las condiciones caóticas del siglo I a. de J.C. Esta ambigüedad en lossentimientos de las mentes más despiertas, que reflejaba un verdadero dilema, se expresaba a menudo enla amargura de la sátira, como la de Juvenal, quien «odiaba tanto el absolutismo arbitrario como lamezquindad mental que fomentaba éste entre la gente». Igual que Heine, de quien se escribieronoriginalmente estas palabras, Juvenal hizo del absolutismo y la mezquindad el blanco de sus flechas

satíricas.Después de Juvenal y Tácito, la literatura latina tiene poco que mostrar. El «veranillo» de los

Antoninos produjo una planta de invernadero en Apuleyo, el autor de la novela imaginativa  El asno de

oro; y en el siglo IV el renacimiento galo pudo producir un Ausonio, cristiano conversó pero que todavíaescribía dentro de la tradición clásica pagana; Antioquía, en Siria, produjo un Amiano Marcelino, elúltimo de los grandes historiadores romanos; y Alejandría, un poeta laureado por el emperador Honorio(395-423), Claudiano, cuyos versos eran por lo menos dignos de compararse con los productos de la Edadde Plata. Tampoco se puede ignorar por completo a los compiladores de manuales: Vegecio, sobre laciencia militar, o Paladio, sobre la agronomía. Pero para encontrar una vigorosa expresión del

 pensamiento de estos siglos tardíos, hay que dirigirse a escritores que son ya representativos de una nuevaépoca y un nuevo planteamiento: los autores y poetas cristianos y las polémicas teológicas de los Padresde la Iglesia. De todas formas, con el colapso del Estado, la misma literatura cristiana desapareció. Boeciotodavía podía escribir bajo Teodorico el godo; pero se estaba agotando una época, y desde los días deGregorio el Grande, a fines del siglo VI, hay prácticamente un silencio que dura trescientos años. Sinembargo, en este campo merece mencionarse un legado que el Imperio tardío dejó para la posteridad: lainvención del codex, el libro moderno, en contraste con el rollo de pergamino antiguo. Favorecido por loscristianos, quienes reconocían sus enormes ventajas al facilitar la rápida consulta y presentación de textos,y por una burocracia que apreciaba sus virtudes para propósitos más mundanos, el libro avanzó victo-riosamente a lo largo del siglo IV, como un precursor del futuro.

Finalmente, la descentralización del Imperio tardío se refleja en la lengua. Lo mismo que launificación del mundo antiguo estuvo caracterizada por la extensión del latín y la koiné griega en sus dos

mitades, con un alto grado de bilingüismo en todas partes entre la gente ilustrada, e incluso entre todosaquellos cuyos negocios les llevaban a viajar por el Imperio, así el colapso del mundo romano estuvoacompañado por un regreso a la «monoglosia» en Oriente y Occidente. Hasta mediados del siglo VI, elconocimiento del griego todavía se cultivaba entre unos pocos eruditos en el sur de la Galia; pero despuésdel intento de Boecio de traducir obras griegas al latín, la mayoría de la gente de Occidente perdió inclusoel deseo de saber lo que habían escrito los griegos; y el griego quedó como la lengua oficial de la corte

 bizantina, que cada vez se aislaba más de Occidente y pasó a ser la heredera independiente de lasmonarquías helenísticas. Mientras tanto, el mismo latín se estaba transformando. Los cristianos en

 particular, como antes Cicerón, no vacilaron en reformar la lengua para convertirla en un vehículo másapropiado de su pensamiento. San Agustín afirmó el derecho del cristiano a sacrificar la latinidad si de esamanera el significado resultaba más claro; y en aquellas provincias en las que entraron los bárbaros, y

donde la huida de los habitantes de las ciudades y la adopción del feudalismo fueron mayores, el nuevo

5 Tácito, Historias, I, 16.

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movimiento se reflejó en la transformación del latín vulgar en una serie de idiomas vernáculos: el italiano,el francés, el provenzal y el grupo de la Península Ibérica.

Si la historia de la ciencia, la religión y la literatura descubre una mezcla de tendencias, unas que

conducen a la decadencia y la inanición, y otras que suponen un ascenso hacia nuevas maneras de pensar y nuevas formas de comunicación, esta mezcla aparece incluso con más firmeza en otros campos, como elarte. Por ejemplo, en el retrato ha cambiado enteramente el concepto del artista. En este campo, ungeneralizado misticismo encontró su expresión en un arte que:

miraba hacia arriba, los ojos fijos en el cielo, y completamente transformado para la tarea de presentar todas lascosas temporales desde el punto de vista de lo trascendental6;

y en un impresionante análisis de los relieves del Arco Triunfal de Constantino en Roma (315 d. deJ.C.), [en la página 60 de esta edición digital] que muestran al emperador pronunciando un discurso al

 pueblo y repartiendo dinero, un erudito alemán ha demostrado7  cómo las influencias orientales que

 pueden percibirse penetrando en otras esferas culturales en las que las formas tradicionales se debilitabanhan conducido en este caso a un aislamiento de la figura imperial, a una uniformidad en la representaciónde sus súbditos, que aparecen retratados en una escala más pequeña, enmarcando al emperador a los doslados, y finalmente a una división horizontal del campo entero de la tabla, que tiene su paralelo en unrelieve anterior que muestra el triunfo del sasánida Sapor I sobre Valeriano [en las páginas 60-61 de estaedición digital]. Reconocer esta transformación no es negar el deterioro en la técnica que la acompañó, yque nació de la interrupción en el sistema de aprendizaje por el que se transmitían las artes prácticas. Perolo importante es el cambio de sentimiento, más que la incapacidad técnica. En la arquitectura emergennuevas formas para cubrir las exigencias de la Iglesia cristiana, las cortes imperiales y las ciudadesrecientemente puestas en peligro. La basílica se recoge hacia adentro, no se despliega hacia afuera comoel templo clásico.

El hombre parece diminuto en estos salones inmensos, altos, abovedados y bajo estas cúpulas; sesobrepasa la escala del templo griego, siempre ligado a la tierra; las leyes de proporción griegas han

 perdido su significado8.Aquí también hay un avance técnico, así como un nuevo concepto de relación entre Dios y el hombre.Estos ejemplos podrían multiplicarse en otras esferas: en la miniatura, inspirada en parte por la forma

del nuevo codex, y en muchas artes en las que, en medio del relajamiento y la falta de vitalidad en lacorriente principal, encontramos un renacimiento temporal de las tradiciones indígenas, latentes bajo lacapa superpuesta de la cultura greco-romana. Los ejemplos expuestos bastan: ilustran el punto esencial, ladecadencia del estilo clásico y su completa transformación para expresar nuevos modos de pensar y desentir, más típicos de la naciente Edad Media que del mundo antiguo.

 NOTAS SOBRE LECTURAS ADICIONALESLa literatura del Imperio está estudiada en cualquier buen manual, por ejemplo, J. Wight Duff,  A

 Literary History of Rome in the Silver Age, Londres, 1927; para el período posterior a Adriano, véase elcapítulo en Cambridge Ancient History, vol. XII, de E. K. Rand, «The Latin Literature of the West fromthe Antonines to Constantine» (págs. 571-610). También es util S. Dill, Roman Society in the last century

of the Western Empire, 2.ª  ed., Londres, 1899. Sobre el fondo religioso, véase G. Murray, Five Stages of 

Greek Religion, Londres, Thinker's Library, 1935, en especial capítulos IV y V; W. R. Halliday, The

 Pagan Background of Early Christianity, Liverpool, 1925; F. Cumont, Astrology and Religion among the

Greeks and Romans, Nueva York, 1912; y los capítulos en Cambridge Ancient History, vol. XII, de A. D. Nock, «The development of paganism in the Roman Empire» (págs. 409-49); F. C. Burkitt, «Pagan

 philosophy and the Christian Church» (págs. 450-75), y «The Christian Church in the East» (págs. 476-6 E. Kornemann, op. cit., p. 95.7 H. Lietzmann, Sitzungsberichte der preussischen Akademie (Phil.-hist. Klasse), 1927, págs. 342-58.8 H. Koch, Probleme der Spätantike, Stuttgart, 1930. p: 60.

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514); y de H. Lietzmann, «The Christian Church in the West» (págs. 515-43). Sobre el colapso delracionalismo, véase E. R. Dodds, The Greeks and the Irrational, Berkeley y Los Angeles, 1951, enespecial págs. 236-55 [hay traducción en castellano:  Los griegos y lo irracional, trad. de María Araujo,«Revista de Occidente», Madrid, 1960]. Sobre el desarrollo de la ciencia, véanse las obras citadas en elcapítulo 3. Sobre el arte tardío, véase el capítulo de G. Rodenwaldt, «The transition to Late-Classical

Art», en Cambridge Ancient History, vol. XII, págs. 544-70 (con bibliografía).

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Capítulo 8LAS CAUSAS DE LA DECADENCIA

Para Gibbon la decadencia de Roma era algo tan natural que no exigía una explicación:

La historia de su ruina es sencilla y obvia; y en vez de inquirir  por qué fue destruido el Imperio romano, más biendebiéramos sorprendernos de su dilatada duración. ... La asombrosa urdimbre se desplomó bajo su propio peso1.

Hoy esa respuesta ya no parecería adecuada. El estupendo entramado hundiéndose por su propio peso

es, al fin y al cabo, una metáfora. El Imperio romano no era una construcción, sino un estado; y una frasecomo «bajo su propio peso» sólo adquiere sentido cuando se traduce en un análisis detallado de lasdiversas tendencias y fuerzas sociales y económicas que existían dentro del Imperio.

Pero en cierto sentido la formulación de Gibbon fue de una importancia fundamental; rompió simple einequívocamente con todas las teorías cíclicas, místico-biológicas y metafísicas de la decadencia, yafirmó con claridad el punto de vista «naturalista». Había que buscar la causa de la decadencia dentro delmismo sistema; no era algo trascendental ni apocalíptico, el cumplimiento de una profecía o un eslabónen una cadena de hechos destinada a repetirse a lo largo de la eternidad; tampoco era algo fortuito, comolos ataques bárbaros (aunque, como hemos visto, éstos no fueron enteramente fortuitos), ni un error de

 juicio por parte de uno u otro emperador, o de sus asesinos respectivos. Para Gibbon la causa era algoinherente, natural y proporcional al efecto producido. Este punto de vista ha sido confirmado

ampliamente por nuestro propio análisis. Porque éste ha mostrado que el Imperio romano no decayó acausa de una sola característica —el clima, la tierra, la salud de la población—, ni tampoco a causa decualquiera de los factores sociales y políticos que desempeñaron un papel tan importante en el procesoreal de su decadencia, sino porque en cierto momento se vio sometido a tensiones que toda la estructurade la sociedad antigua le impedía soportar. De hecho, esta sociedad estaba dividida por contradiccionesque fueron inicialmente visibles, no en el año 200 d. de J.C., ni siquiera cuando César Augusto establecióel principado en el año 27 a. de J.C., sino en épocas tan tempranas como los siglos V y IV a. de J.C.,cuando Atenas reveló su incapacidad para mantener y ampliar la democracia de la clase media, que ellamisma había creado. El fracaso de Atenas resumió el fracaso de la ciudad-Estado. Construida sobre la

 base de la mano de obra esclava, o sobre la explotación de grupos no privilegiados —a veces campesinos,oprimidos o incluso reducidos a la servidumbre, a veces súbditos de un imperio de breve duración—, la

ciudad-Estado produjo una brillante civilización de minorías. Pero desde el principio era demasiado pesada en sus alturas. No por alguna culpa de sus ciudadanos, sino como resultado de la época y del lugar en que surgió, estaba sostenida por un nivel inadecuado de la tecnología. Decir esto es repetir una

 perogrullada. El contraste paradójico entre las realizaciones espirituales de Atenas y sus escasos bienesmateriales se ha presentado durante mucho tiempo a la admiración de generaciones, que han descubiertoque una rica herencia material no asegura automáticamente una riqueza correspondiente de la vidacultural. Pero fue precisamente este bajo nivel de la técnica, en relación con las tareas que se habíanimpuesto las sociedades griega y romana, lo que hizo imposible considerar siquiera la abolición de laesclavitud, y condujo a su extensión desde la esfera inocua del trabajo doméstico a las minas y lostalleres, donde creció con más fuerza a medida que se hacían más agudas las tensiones sociales.

 No es siempre fácil distinguir la causa del efecto, cuando nos enfrentamos con una textura

apretadamente tejida de factores en interacción. Pero, brevemente, se puede decir que los griegos de laCiudad-Estado, agobiados por la pobreza y sometidos a las constantes fricciones de una extensa frontera1 E. Gibbon, Decline and Fall of the Roman Empire, vol. IV, ed. J. B. Bury, 1897, p. 161; apéndice del cap. 38.

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en proporción al área de la ciudad, eran, por tradición y necesidad, agresivos y rapaces; su fuertesentimiento de autonomía tendía, en cualquier oportunidad, a deslizarse insensiblemente hacia un impulsode dominar a otros.

Esto llevaba a guerras, que a su vez se colocaron entre las numerosas fuentes de nuevos esclavos. Laesclavitud creció, y, mientras invadía los diversos sectores productivos, llevó inevitablemente al

abatimiento del interés científico y a la separación, ya mencionada, entre las clases que usaban sus manosy la clase superior, que utilizaba —y después dejó de usar— su mente. Una división ideológica como éstarefleja una auténtica separación de la comunidad en clases; y en adelante pasa a ser la suprema tareaincluso de los hijos más sabios de la Ciudad-Estado —un Platón y un Aristóteles— la de mantener estasociedad de clases, a cualquier precio.

El precio fue alto. Dice mucho de la tenacidad de Platón el hecho de que estuviera dispuesto a pagarlo.En las Leyes, su último intento de plantear la ciudad justa, ideó un plan detallado para implantar creenciasy actividades convenientes a la autoridad por medio de la sugestión, por una censura estricta ydespiadada, el empleo de mitos y ceremoniales en lugar del conocimiento fáctico, el aislamiento delciudadano del mundo exterior, la creación de tipos con reacciones normalizadas, y como garantía final,

 por las sanciones del estado policiaco, invocadas contra todos los que no pudieran o no quisieran

conformarse. No sin razón, un erudito francés, escribiendo en el año 1947, caracterizó al Imperio romanotardío con «su metafísica alegorizadora, su moralidad clerical, su arte litúrgico, sus amenazas de unainquisición, y su instrucción por medio de catecismo, rasgos todos ellos que anunciaban el acercamientode los gloriosos siglos de la Edad Media» como «el triunfo de Platón»2.

Porque fue éste, nada menos, el fruto intelectual y espiritual de este árbol, cuyas raíces se habíanestrellado contra la dura roca de la insuficiencia técnica. Materialmente, el aumento de la esclavituddeterminó que no se liberaran nuevas fuerzas productivas a un nivel suficiente para una transformaciónradical de la sociedad. Los extremos de riqueza y de pobreza se hicieron más marcados, el mercadodoméstico se debilitó, y la sociedad antigua sufrió una disminución de la producción, del comercio y de la

 población y, finalmente, el desgaste de la guerra de clases. En esta cadena de hechos, la aparición delImperio romano introdujo el nuevo factor de una capital parasitaria; y extendió el sistema helenístico aItalia, donde la depauperación agraria iba unida a la expansión y la dominación imperialistas en unaescala incomparable. En la Roma oligárquica del régimen senatorial, con sus intrigas de familias nobles

 para obtener el poder político, como forma de acceder al prestigio y la riqueza, un desarrollo saludable delas fuerzas productivas y una vida cultural más profunda representaban una posibilidad aún más remotaque en medio de los disturbios de la democracia de las ciudades-estado o en las capitales de los reinoshelenísticos.

Del intento de controlar y gobernar una entidad política del tamaño del Imperio de Augusto, sobre la base de este equipo material relativamente atrasado, surgieron los desarrollos típicos de la vida social delImperio —la dispersión industrial, la vuelta a una economía parcialmente natural en el sistema fiscal, la

 presión continua de la corte y del ejército, y un cambio de la influencia desde las ciudades hacia el campo

 — y el intento final de reparar la crisis, o por lo menos de salvar lo que se pudiera de las ruinas, medianteel uso creciente de la coerción y de la maquinaria del Estado burocrático. Ya hemos analizado estastendencias, por lo que no es necesario repetirlas aquí. Tampoco debemos caer en el error de imaginar quecada una era inevitable en su lugar particular y en su tiempo específico. La destreza y la debilidadhumanas desempeñaron su papel al postergar o acelerar el proceso de la decadencia. De todas formas, lacuestión importante reside en que los factores que hemos descrito encajan en un orden que tiene su propialógica, y se deducen —por supuesto, no en los detalles específicos, que fueron determinados por milfactores personales o fortuitos, sino en su esquema general— de las premisas sobre las que creció lacivilización clásica, en concreto un nivel tecnológico absolutamente bajo, y para compensarlo, la ins-titución de la esclavitud. En estos fenómenos y, lo que es igualmente importante, en el clima mental quecrearon, es donde debemos buscar las causas primarias de la decadencia y la caída del Imperio romano.

2 A. Piganiol, L'Empire Chrétien, p. 401.

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A este punto de vista, que puede parecer con cierto sabor determinista, como si se le robara al hombreel derecho de hacer su propia historia —aunque de hecho sólo define las condiciones dentro de las cualeses libre para actuar— se le pueden poner algunos reparos: ¿Por qué no había alternativa? ¿Por qué fueinevitable el proceso esbozado anteriormente? ¿Por qué no podría haber sobrevivido el Imperio occidentalcomo sobrevivió Bizancio? Colocando esta última pregunta en primer lugar, hay que repetir que no había

ninguna razón que obligara a hundirse el Imperio occidental allí y entonces. Pero si nos fijamos en elImperio tal y como era en tiempos de Augusto, y observamos el cambio gradual de importancia desdeOccidente hacia Oriente, que culminó en la ruptura final después del reinado de Teodosio (379-95 d. deJ.C.), queda claro que la supervivencia del Imperio oriental representa realmente la salvación de una partea expensas de la otra; de hecho, la misma fuerza de Constantinopla desviaba los ataques bárbaros haciaOccidente. Fue un residuo del Imperio original el que sobrevivió en las provincias orientales, comoresultado de los factores ya discutidos antes (página 119); y aunque su supervivencia es en sí misma untributo a los esfuerzos de los emperadores del siglo III y a la reorganización de Diocleciano yConstantino, quedó sólo como un residuo. Cuando, después del lapso de varios siglos, se dio el siguientegran paso hacia adelante en la historia europea, procedió, como hemos visto, de Occidente, y no deConstantinopla. Así la supervivencia de Bizancio —una parte del Imperio— no puede aducirse como una

razón sólida para pensar que todo el Imperio se podía haber salvado.De hecho, como ha visto más de un erudito, la única manera de que Occidente se hubiera preservado y

hubiera podido avanzar hacia nuevas realizaciones, habría sido mediante un cambio radical en el niveltecnológico, incluyendo las comunicaciones, y una subsiguiente transformación de la estructura social.¿Cómo se podría haber efectuado tal cambio? Una breve reflexión sugiere dos posibilidades, y sólo dos.Primero, se podía haber persuadido a la clase alta para que abandonara su posición privilegiada, pagarasueldos más altos a los artesanos, redujera la carga sobre los campesinos, desarrollara la técnica y abolierala esclavitud. Como segunda alternativa, las clases oprimidas podían haber conquistado el poder medianteuna revolución violenta y llevado a cabo los cambios técnicos ellos mismos. ¿Qué oportunidades ofrecíanestas dos fórmulas?

En cuanto a la primera, hay varias objeciones válidas al pago de salarios más altos como solución auna crisis de subconsumo, en un sistema de libre empresa y baja productividad, como el que caracterizabaal Imperio temprano. Pero éste es un punto en el que no vamos a detenernos, puesto que la historia enterade la clase dominante del mundo greco-romano excluye la posibilidad de que imaginara, ni siquiera por un momento, su propia abdicación. Sólo hay que enunciar la tesis para que se nos presente como absurda.La esclavitud, como sabían Aristóteles, Platón y todo comerciante y terrateniente del mundo antiguo, eranatural y esencial para la civilización. Ni siquiera los cristianos se preocuparon de cuestionar esta opinión.Como los estoicos antes de ellos, consideraban a todos los hombres igualmente libres, o igualmenteesclavas; y no se arriesgaban a desafiar a la autoridad en este problema. La Didaché de los primeros añosdel cristianismo, sólo recuperada a fines del siglo pasado, recomendaba a los esclavos que se sometieran asus amos como a las imágenes de Dios; y a los esclavos no se les permitía recibir las órdenes sagradas. De

esta forma, aunque algunos cristianos negaran el derecho del hombre a esclavizar a sus semejantes, enesto iban más allá de la doctrina de la Iglesia. Es verdad que la manumisión seguía aliviando la condicióndel esclavo, a pesar de las restricciones legales procedentes de la época de Augusto. Pero ya en el siglo IVel problema había empezado a cambiar de carácter al rebajarse gradualmente otros sectores de la sociedadal nivel del esclavo. En todo caso, el daño mortal se había hecho ya. Durante siglos la mente de loshombres se había formado en la convicción de que no se podía renunciar a la esclavitud en ningunacircunstancia. Quedaron detenidos en este primer escalón. Porque la existencia de la esclavitud hacía quetodas las demás cosas —mejoras en las comunicaciones y formas técnicas superiores— parecieransuperfluas.

¿Y qué posibilidad tenía la otra alternativa? En cierto sentido, era una vía que trató de ponerse en práctica y representó un problema grave durante la época helenística y los dos últimos siglos de la

República romana. La revolución social fue una fuerza dinámica en Esparta en el siglo III, y sabemos derebeliones de esclavos en Pérgamo, Atica, Macedonia, Delos, Sicilia y la misma Italia, donde las fuerzasde Espartaco acosaron a las legiones romanas durante dos años (73-71 a. de J.C.). En todo el mundo

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Se verá que también Gibbon está formulando aquí una pregunta palpitante: «¿Es posible que la caídade Roma pueda alcanzar a nuestra propia civilización?» Y la respuesta que ofrece, y que apoya conargumentos, es un terminante «¡No!» Desde su época, Europa ha pasado por dos revolucionesfundamentales, y por un completo cambio en la base material de la sociedad. Ha visto crecer la guerra del

 pasatiempo menor que era en el siglo XVIII cuando Yorick, el personaje del novelista Sterne, podía llegar 

a París antes de que le recordaran que sería mejor que se consiguiera un pasaporte, porque resultaba queInglaterra y Francia estaban en guerra, a las dimensiones de hoy, en que envuelve a naciones enteras ycuenta sus víctimas por millones. Pocos contestarían hoy a la pregunta de Gibbon con el mismo firme«No» que satisfacía el optimismo del siglo XVIII. De hecho, la pregunta tiene para nosotros un aspectomucho más complicado del que tenía hace doscientos años. Reclama completa investigación sobre el

 problema general del ascenso y la decadencia de las civilizaciones, que está claramente fuera del alcancedel presente ensayo.

Hay, sin embargo, otra pregunta palpitante de un contenido más limitado, pero quizá de una urgenciamás insistente, que reclama nuestra atención: «¿Es inevitable que la civilización occidental sufra eldestino de Roma?» Esta pregunta es urgente, porque la respuesta que le demos determinará el carácter denuestras propias acciones. Hay, como hemos visto, una clara analogía entre los métodos adoptados por el

estado autoritario del Imperio tardío y los usados por regímenes semejantes en el mundo moderno. Enambos vemos que las exigencias del Estado se ponen por encima de la felicidad y la libertad delindividuo. En ambos, una minoría afortunada, bien colocada en el mecanismo del gobierno, puededisfrutar de lujos que están fuera del alcance de los demás, para quienes la escasez y las privaciones sonun destino natural. Ambos fomentan modos irracionales de pensar, con nuevos mitos, dogmas ysupersticiones que reemplazan a la razón. Además, es una reflexión significativa y desembriagadora quela mayoría de los países avanzados del mundo, y no sólo los que llamamos autoritarios, estánexperimentando un movimiento de alejamiento del laisser faire, acercándose al control y a la plani-ficación estatal. Desde este punto de vista —sean lo que sean sus diferencias en otros campos—, hay unelemento común en los regímenes de la Alemania nazi, la Rusia comunista, los Estados Unidos«capitalistas» y los «Estados de bienestar» de Gran Bretaña y otros varios países europeos. ¿Estamos

 presenciando entonces (se ha preguntado a veces) una etapa nueva y ominosa de nuestra civilización, enla que tenemos que hundirnos gradualmente en un estado de regimentación semejante al que anunció elfin de la Roma occidental y el nacimiento del bizantinismo en Oriente? Las analogías son sorprendentes yalarmantes, sobre todo cuando tenemos en cuenta que, en su propio tiempo y contexto, el régimenautoritario del Imperio tardío representaba el único medio de conservar la herencia clásica, y era de hecho«la última esperanza de todos los amigos de la civilización». Por consiguiente, si la historia del pasadosignifica todavía algo para el presente, estamos obligados a preguntarnos si nos encontramos enfrentadosen la actualidad con alguna necesidad salvaje similar.

De inmediato y muy decididamente se puede afirmar que no hay ninguna necesidad que empuje almundo del siglo XX hacia una tiranía autoritaria. Las analogías entre los métodos del Imperio tardío yalgunos de los observados en nuestros propios días pueden ser superficialmente convincentes; pero en susrasgos fundamentales, la situación moderna es totalmente diferente. El mundo clásico estabaauténticamente enfermo de un mal de origen profundo, que provocaba los remedios crueles y drásticos delos Césares. Pero el sistema opresivo que surgió en fragmentos durante los siglos III y IV, para enfrentarsecon las crisis de aquellos tiempos, era en su mayor parte una serie de improvisaciones que apenas se

 pueden dignificar con el nombre de planificación. Considerado como un acercamiento a una economía planificada, incluso el sistema de Diocleciano, su  Edicto sobre los precios, su nueva base para latributación y su reorganización de la administración- provincial, es, en la práctica, parcial, incoherente yno coordinado, y muy distante de lo que se entiende en la actualidad por un plan económico. De hecho,

una economía planificada eficaz difícilmente habría podido funcionar bajo las condiciones entoncesexistentes. Como ha mostrado un estudio reciente6, en el Imperio tardío no era la razón, sino la influencia

6 A. H. M. Jones, The Later Roman Empire, I, págs. 391-410.

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 personal y la corrupción, las que contaban en la adopción de decisiones oficiales. Es verdad que los pasadizos del poder, como los más altos mandos del ejército, nunca estuvieron cerrados al talento, y estehecho ayudó, sin duda, a retrasar el colapso del Imperio. Pero el ubicuo sistema del patronazgo,manipulado por gobernadores y por altos funcionarios de la administración pública, que recibían sueldosmezquinos, desembocó en una red de corrupción organizada, que recuerda la de algunos regímenes del

Cercano Oriente en el mundo moderno; el gran hombre, se decía, «vendía humo»,  fumum vendere,cuando a cambio de una gratificación utilizaba su influencia para conseguir un favor o un nombramiento.Los mejores emperadores lucharon mucho, pero sin éxito, para erradicar este abuso, que envenenaba yentorpecía todas las dependencias del gobierno, sobre todo los tribunales. Condujo a una moral baja y auna falta de integridad entre los empleados a la cual los emperadores, por falta de confianza en sussubordinados, intentaron oponerse por medio de un alto grado de especialización burocrática, que eradifícilmente compatible con el primitivo sistema de comunicaciones, y por ello resultó, en conjunto,ineficaz y frustrante. Paradójicamente, esta época de intervención, supervisión y opresión del gobiernoterminó siendo un período en que, al menos en Occidente, las provincias tendían más que en etapasanteriores a dividirse y seguir su propio camino.

La planificación del siglo XX, por otro lado, representa la completa antítesis de todo ello. Ha seguido a

un movimiento general de emancipación, que ha llevado a la población de los países más avanzados a ungrado mayor de libertad y a un nivel de vida más alto que en cualquier época anterior; está basada en unacomprensión muy superior de las leyes económicas y sólo ha resultado posible gracias a los formidablesavances técnicos, incluyendo la aceleración de las comunicaciones y la mejora de los métodos deinstrucción e información. Las fuerzas que han producido un clima mental favorable a su adopción hansido muchas, desde la teoría humanitaria, por un lado, hasta las exigencias de la guerra «total» y el miedoal carácter explosivo de la miseria social, por el otro. Pero un rasgo común en toda la planificaciónmoderna es el aumento de la producción total y la constante elevación del nivel técnico de producción.

De hecho, la industrialización del mundo en los siglos XIX y XX, por primera vez en la historia de lahumanidad, ha hecho viable, en un futuro próximo, desde un punto de vista puramente técnico, alimentar,vestir y alojar a la totalidad de la población mundial con un confort razonable. Los recursos de la edad dela máquina permiten una expansión casi infinita, y en condiciones favorables el nivel de la producciónestá subiendo constantemente. Es fácil, por supuesto, referirse a la espantosa miseria secular de Oriente.Allí hay bastantes problemas que resolver, si se puede ganar tiempo para resolverlos. Perofundamentalmente son problemas, no de la técnica, sino de la organización social y política. Porque quizáel más importante —y obvio— contraste con la Roma antigua consiste en la extensión moderna de latecnología y el control sobre la naturaleza hasta un punto que ha pasado a ser algo enteramente nuevo ysin comparación en la historia anterior. Gracias a la maquinaria y a su aplicación al problema de lascomunicaciones, ha sido posible reducir muy considerablemente la separación que siempre existió entiempos antiguos entre la ciudad y el campo. Los autobuses, bicicletas, coches y trenes llevan al aldeano ala ciudad; las compras por catálogo, el camión de carga, la televisión y el cine llevan la ciudad a la aldea.

Cada pequeño pueblo, como un francés informó una vez con orgullo a este escritor, es ahora « ¡un petitParis pour soi! » La electricidad, el motor de explosión, los abonos químicos y los tractores, utilizadosindividualmente o de forma colectiva en cooperativas de productores, están eliminando poco a poco, engrandes zonas de la tierra, la «estupidez primitiva» del campo.

Sin embargo, desde un punto de vista inmediato, quizá parezca que estamos amenazados al menos por uno de los factores, cuya existencia hemos señalado en el desarrollo del Imperio tardío. La tendenciahacia la descentralización, el impulso hacia fuera de la industria y el comercio de los viejos centros, hadesempeñado claramente un papel fundamental en la historia de la expansión occidental. Y ahora, comoen el Imperio romano, la industria exporta no sólo sus productos, sino que también se exporta a sí misma.Ya en el capítulo 3 hemos considerado este fenómeno como común a los tiempos antiguos y modernos.En virtud de la diferencia en el nivel técnico de la producción en los dos períodos, no podemos trazar un

 paralelo demasiado estrecho entre ambos; y, por supuesto, hay muchos nuevos factores en la situacióncontemporánea. Por ejemplo, nuestras comunicaciones modernas altamente desarrolladas operan paraevitar que la descentralización conduzca al estancamiento. En vez de que el impulso primario hacia fuera

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vaya seguido por una descentralización secundaria, rompiendo toda la zona económica en pequeñasunidades casi independientes, la escala del comercio y de las comunicaciones internacionales modernoses tal que, a pesar del impulso político hacia la autarquía, los diversos países del mundo se están haciendocada vez más interdependientes.

A pesar de todo, al menos uno de los factores primarios que han prestado al comercio moderno y a la

expansión imperialista su fuerza peculiarmente dinámica fue también común a la economía del Imperioromano: la necesidad de encontrar un mercado exterior. Como sus equivalentes en Roma y en la Edadhelenística, nuestros fabricantes y comerciantes actuales se ven obligados a buscar mercados en elextranjero para vender las mercancías que sus empleados en el país no tienen dinero para comprar. Esta,

 por supuesto, no es la única razón que hay detrás del impulso de exportación. La situación en cada país seve complicada por auténticos problemas de la balanza comercial, y en el caso de países altamenteindustrializados como la Gran Bretaña, por la necesidad de comprar en el extranjero con las ganancias desus exportaciones los alimentos y materias primas que no se pueden producir en el país. Pero por encimade estos factores existe la misma necesidad de ganancias que sentían los comerciantes de Aquileya oAlejandría, aumentada además por la cantidad infinitamente mayor de capital acumulado en los equiposmodernos de producción. Sin embargo, en contraste con los artesanos del mundo antiguo, a las clases

obreras de nuestras modernas naciones industriales no les faltan los medios para comprar los productos desu trabajo por alguna razón esencial e inevitable; porque el mundo moderno, como hemos visto, tiene

 posibilidades casi ilimitadas de crear bienes materiales. Por eso, no hay ninguna razón imperativa para quela producción deba depender de la expansión continua del mercado externo, ni para que, si gracias a laexportación de la misma industria, ese mercado externo alcanzara al fin su punto de saturación, lasociedad tuviera que decaer necesariamente. Porque la clase obrera moderna constituye en sí misma unvasto mercado potencial; y la experiencia ha demostrado que, con la planificación social moderna, se

 puede satisfacer cada vez más a este mercado y construir una comunidad económicamente saludablesobre la base de una extensión de la democracia política —todo lo cual es exactamente opuesto al sistemadegradante y represivo que los últimos emperadores romanos se vieron forzados a adoptar.

¿Y qué podemos decir —cabría preguntarse— del peligro bárbaro? En los días más felices del sigloXVIII, cuando los bárbaros de Asia iban siendo introducidos rápidamente a la civilización, Gibbon pudodar una respuesta segura a esta pregunta:

Desde el golfo de Finlandia hasta el Océano oriental, Rusia asume ahora la forma de un imperio poderoso ycivilizado. Se avecindaron ya el arado, el telar y la fragua en las orillas del Volga, del Oby y del Lena, y hasta lasmás fieras hordas tártaras han tenido que aprender a temblar y obedecer. Estrechísimamente reducido queda ahorael reino del Barbarismo, y los residuos de Calmucos y Uzbeks, cuyas fuerzas casi pueden contarse, no alcanzan acausar ninguna zozobra a la gran republica europea7.

Si hoy tenemos menos confianza, es porque estamos menos seguros de lo que constituye la barbarie. Laguerra moderna depende ahora tan totalmente de la ciencia y la industria que ningún pueblo bárbaro

 podría amenazar a la civilización sin adquirir primero él mismo un alto grado de civilización material.Pero ¿podemos estar seguros de que la posesión del arado, el telar y la fragua —sin mencionar el

 bombardero de reacción a chorro y la bomba de hidrógeno— son garantía suficiente de que sus dueñosmostrarán también automáticamente un alto grado de comportamiento civilizado? ¿No es de hecho

 peligroso hacer una ecuación superficial entre la eficacia técnica y la civilización? Si empleamos eltérmino bárbaro en el sentido de los sociólogos para describir el nivel cultural inferior al del hombrecivilizado, entonces es evidente que el peligro de los bárbaros ha concluido. Incluso el Japón feudal sólo

 pudo presentar una amenaza grave a los poderes occidentales porque modificó su estructura tradicional aladoptar las técnicas productivas de una sociedad industrial moderna. Pero no sólo el Japón feudal, sinonaciones en el mismo corazón de la Europa civilizada han mostrado recientemente con qué peligrosafacilidad se retrocede en todo lo más valioso de nuestra herencia cultural. Hemos aprendido una lección

7 Gibbon, op. cit. vol. IV, ed. Bury, p. 164.

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saludable y penosa, y es que la barbarie en este sentido sigue siendo un peligro en todas las épocas y entodas las sociedades, y que el precio de la civilización, como el de la libertad, es la eterna vigilancia.

Sin embargo, estas consideraciones parecen dar por establecido el aserto de que no hay nada inevitable

en cuanto a la tiranía autoritaria. Mientras que asegurar que el mundo moderno escapará al destino deRoma sería entrar sin ningún derecho en el campo de la profecía, podemos afirmar sin vacilación que estáen nuestra mano evitar tal destino, y además es nuestro deber, conociéndolo, esforzarnos en contra decualquier tendencia de nuestra propia sociedad que se asemeje a las que prevalecían en el Imperio tardío yque, si no se frenan, podrían llevarnos a simular una enfermedad que al fin podría volverse real —ymortal. La diferencia esencial entre el moderno estado de bienestar y el Imperio romano tardío sólo puederesidir en el contenido real de la palabra «bienestar». Este contenido real es el que debemos examinar 

 para elaborar nuestro criterio, porque un cínico puede señalar fácilmente que el vocablo «bienestar»estaba entre los empleados más frecuentemente en los decretos oficiales de los emperadores tardíos,quienes manifestaban su preocupación por aumentar la prosperidad de sus súbditos ejerciendo lagenerosidad y la humanidad; y por otro lado, ha habido ejemplos recientes de estados modernos que

hacían declaraciones semejantes, mientras en la práctica sólo garantizaban ventajas para unos pocos privilegiados, a expensas de la mayoría.

Aquí hemos introducido sólo uno de los muchos problemas con los que nos enfrentamos en laactualidad; problemas de guerra entre las naciones, de comunidades con distintos niveles de desarrolloeconómico, social y moral, del despertar de los pueblos sometidos, del nacionalismo y del imperialismo, eincluso de la posible destrucción del planeta en que vivimos; pero estos son problemas que caen fuera delalcance de este ensayo. Sin embargo, el resultado de nuestra comparación sugiere un optimismo limitadoy cauteloso, por lo menos en cuanto a la solución de la única cuestión tratada. Porque hemos visto que larepresión autoritaria y el estado de castas no son el destino inevitable que nos espera, como lo eran paralos Césares, gobernantes de un mundo que estaba atrasado materialmente, y dividido de parte a parte por la maldición del trabajo esclavo. El futuro nos ofrece algo más brillante que todo eso.

 NOTAS SOBRE LECTURAS ADICIONALES

Los libros mencionados tras el capítulo 1 son todos adecuados al tema de este capítulo. Las finanzas yla organización del Estado bizantino, y su contraste con Europa occidental, aparecen presentados de unmodo estimulante por L. M. Hartmann en un ensayo traducido por H. Liebeschütz bajo el título The Early

 Medieval state: Byzantium, Italy and the West, Londres (Historical Association), 1949. El problema dereconstruir la sociedad del Imperio romano se encuentra planteado por F. Oertel en Cambridge Ancient 

 History, vol. XII, págs. 253 y siguientes.

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Capítulo 9LA REALIDAD DEL PROGRESO

El Imperio occidental pereció; pero no dejó a Europa donde la habían encontrado los invasores aqueos.De modo semejante, hay una gran diferencia entre la Europa del siglo XX, con toda su experiencia deregimentación y opresión, y la Roma o Bizancio de Constantino. El régimen cruel de los emperadorestardíos logró su propósito al conservar la herencia clásica para la posteridad. El hombre no está atado auna rueda giratoria. El progreso es real.

El abate Galliani, en una carta del 1 de enero del año 1744, preguntó:

¿La caída de los imperios? ¿Qué puede significar esto? Los imperios, no estando ni arriba ni abajo, no caen.Cambian de apariencia, y es la gente quien habla del derrocamiento y de la ruina —palabras que esconden un juegoentero de error y decepción. Sería más correcto hablar de fases del imperio.

En este punto de vista paradójico —la negación del proceso entero de la decadencia y la caída— hay unápice de verdad. Ha sido defendido con gran vigor por Dopsch y Heichelheim, quienes señalan con razónque no hubo una ruptura completa en ninguna de las ramas principales de la actividad humana. El procesoque denominamos «decadencia y caída» duro varios siglos, y trajo consigo un progresivo decaimiento dela intensidad de la vida económica y de la cultura en general. A lo largo de grandes zonas, como hemosvisto, la influencia de las ciudades se debilitó y quedó interrumpida, y la vida siguió en el campo. Sin

embargo, la tradición principal persistía. Incluso se puede sostener que la decadencia cultural que precedió al colapso de la autoridad imperial de Occidente acercó más a los romanos al nivel de susconquistadores, y así facilitó la transmisión final de la herencia. La extensión de esta transmisión varió,

 por supuesto, de una zona a otra. En el sur, donde los germanos nunca fueron más que una minoría —enItalia, Provenza, Aquitania y España—, permaneció la antigua población, y los recién llegados fueronabsorbidos: las lenguas romances, no germánicas, reemplazaron al latín. Pero en la zona representada por Inglaterra, los Países Bajos y Bélgica, y las fronteras del Rhin y del Danubio, el proceso fue más com-

 plicado, y resultó distinto casi para cada actividad. Porque aquí había asentamientos masivos degermanos, y la población romana original huyó hacia el sur a principios del siglo V, cuando la corteabandonó Tréveris, o fue diezmada si se quedó atrás. Podemos leer en Salviano la descripción de laaflicción de una de sus parientes, que había perdido todas sus propiedades y tuvo que trabajar como

sirvienta en casa de damas francas. Sin embargo, incluso en esta zona persistían la artesanía y lastécnicas. Cuando hablamos de decadencia económica, hablamos de decadencia de la organización, no dela desaparición completa de actividades y de habilidades. Realmente, aunque desapareció la mayoría delas comodidades y refinamientos de la vida entre esa minoría que antes había disfrutado de ellos, lastécnicas mismas seguían siendo transmitidas casi sin cambios de padres a hijos dentro de las rígidascorporaciones del Imperio tardío. En las regiones griegas del Imperio, las ciudades seguían existiendo,aunque disminuidas en tamaño; en Occidente, aunque las ciudades con frecuencia (pero no siempre)murieron, las propiedades feudales y los monasterios guardaron la herencia y la transmitieron.

Había habido feudalismo y bienes eclesiásticos en el mundo antiguo en épocas anteriores —enBabilonia, por ejemplo. Pero el feudalismo que llenó el vacío entre la decadencia del Imperio romano y elnuevo crecimiento de la producción capitalista para el mercado introducido en el mundo moderno, fue

infinitamente más fructífero que sus equivalentes anteriores. La causa fue que tenía detrás, reforzándolo,los logros de la civilización clásica y su herencia técnica. La nueva artesanía introducida por los griegos ylos romanos sobrevivió. En Francia y Germania, los hornos de los vidrieros sirios fueron mantenidos por 

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sus seguidores, que transmitieron la técnica de artesanos a aprendices; y en el año 700 d. de J.C. lasnorias, conocidas en el siglo I y desarrolladas en el IV, eran utilizadas ampliamente en zonas tan al nortecomo Inglaterra. Además, no se deben ignorar las contribuciones positivas de los mismos invasores1. Losabrigos de piel y pantalones se habían hecho bastante populares como para que los prohibieran en Roma

 por edicto imperial en los años 397 y 399; y la Alta Edad Media se benefició de una larga serie de

innovaciones que no procedían del mundo clásico, sino de los pueblos del Norte, entre ellas las joyas deesmalte tabicado, la fabricación de fieltro, los esquís, el uso del jabón y de la mantequilla, la construcciónde tinas y barriles, el cultivo de centeno, avena, espelta y lúpulo, y el descubrimiento del arado pesado, elestribo y la herradura. Pero estas invenciones sirvieron fundamentalmente para completar el legado

 principal de forma que, sobre los logros del mundo clásico, se avanzó hacia un amplio uso de la fuerzaanimal, hidráulica y del viento. La importancia de estos nuevos avances en la historia de la humanidad esincalculable. Se ha observado, no sin alguna razón, que

la gloria principal de la baja Edad Media no fueron sus catedrales, ni sus épicas y su escolasticismo: fue laconstrucción, por primera vez en la historia, de una civilización compleja que no descansaba en las espaldas desudorosos esclavos o culíes, sino fundamentalmente en la fuerza no-humana2.

Este logro, como todos los demás de la Europa medieval, es inconcebible sin la herencia clásica en quese basó.

 No es fácil describir la transmisión de esta herencia. En primer lugar, no se llegó, naturalmente, al punto más bajo con el colapso del poder imperial en el año 476 d. de J.C. Hubo un período de desgasteque en muchos aspectos duró varios siglos; y en algunas esferas continúa todavía, mientras que en otrasya ha comenzado la recuperación. Lo que estaba arraigado en la tierra seguía vivo: el cultivo de la viña,las antiguas fronteras, las murallas de las ciudades, los edificios. Pero con frecuencia el fondo cultural,

 por ejemplo la vida que se desarrollaba dentro de las estructuras materiales de la ciudad, cambió por 

completo. Muchas veces se perdió más de lo que resultaba evidente a primera vista, y fue recuperado mástarde por la transferencia cultural. Pero gradualmente el proceso de recuperación cobraba velocidad; ymuchos canales y afluentes distintos se unieron al fin para formar este poderoso río que es hoy nuestraherencia clásica.

Ya hemos mencionado los feudos y monasterios de Europa occidental como los centros de habilidadtécnica; pero los monasterios, por lo menos, eran más que eso. Como casas de estudio donde todavía sehablaba el latín, albergaron el trabajo de cientos de monjes que copiaron diligentemente los antiguostextos clásicos que iban a servir de base a la nueva erudición del Renacimiento venidero. La caída delgobierno romano occidental resultó ser un golpe duro al Derecho romano en Occidente. Durante el sigloVI los germanos todavía se preocupaban de hacer apógrafos para sus súbditos romanos; y en Francia yGermania el llamado Breviario de Alarico, una versión simplificada, publicada en el año 506 para los que

no podían enfrentarse con los códigos completos, estuvo vigente hasta el siglo XII. Pero en España ladistinción entre el Derecho germánico el Derecho romano se había perdido en época tan temprana comoel siglo VII. En este campo el Imperio oriental ofreció ayuda, y desde el siglo XI el redescubrimiento delCorpus Iuris Civilis de Justiniano «extendió el estudio del Derecho romano como un reguero de pólvora

 por las nacientes universidades de Europa, e incluso fue a menudo una de las causas de su fundación»3 

Así renacido, el Derecho romano llegó a ser, en las palabras de Maine, la lingua franca de la jurisprudencia. Sirvió para establecer una base común de legislación en gran parte de Europa. Ya en estaépoca habían concluido los tiempos oscuros, y las nuevas brisas del siglo XII avivaban las chispas decultura y erudición, encendiendo una nueva llama.

1 Cf. L. White, Speculum, XV, 1940, p. 144 ss.2 L. White, ibid, p. 156.3 F. de Zulueta, «The Science of Law», en The Legacy of Rome, p. 177.

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Mientras tanto, en la mitad oriental del Imperio, el Estado bizantino conservó la teoría clásica y lastécnicas clásicas. Desde allí ambas pasaron al Imperio sasánida de Irán y a los califatos de Bagdad, paraincorporarse temporalmente al diluvio turbulento del Islam. Los árabes, a su vez, llevaron la herencia através de las antiguas regiones romanas del norte de África, y la pasaron a las provincias moras de Españay Sicilia. Así enriquecida, volvió a Europa, para reunirse con la corriente directa de la tradición

occidental. Desde los tiempos del Renacimiento y del redescubrimiento del griego, se hizo difícil separar la vieja herencia directa de la que se había desenterrado y absorbido en época más reciente. Basta paranuestros propósitos con observar que esta herencia se transmitió, fertilizando la mente de los que, a lolargo de la costa atlántica, estaban construyendo un nuevo mundo, un mundo basado en la cienciaexperimental y el perfeccionamiento técnico. De ahí se extendió a ambos lados del océano y llegó a losmás lejanos rincones del planeta. De esa fertilización ha nacido nuestra civilización actual, heredera delmundo antiguo por una línea tortuosa, pero ininterrumpida.

De una u otra forma, nuestra propia sociedad ha incorporado en su tejido todo lo importante de lacultura clásica y de la cultura de civilizaciones aún más antiguas. La decadencia y la caída de Roma son

totalmente reales, un auténtico declive surgido de un complejo de causas que son sobrada y penosamenteclaras. Pero, a pesar de eso, fue el camino por donde pasó la humanidad, a través del largo y sólo aparenteestancamiento del feudalismo, hacia la nueva explosión del progreso que creó el mundo moderno. Yahora, al haber avanzado, sin seguir evidentemente la línea recta ascendente de la que hemos hablado enun capítulo anterior, sino mediante el método consagrado por la historia de un paso atrás y dos pasosadelante, nos encontramos otra vez en la encrucijada y volvemos, con Gibbon, a observar de nuevo lalección de la decadencia de Roma.

«Esta revolución pavorosa*  —escribió— se puede aplicar útilmente para la instrucción de nuestraépoca». ¿Cuáles son, entonces, las alternativas que nos presenta? Están bastante claras. Una opción con laque nos enfrentamos consiste en intentar planificar los recursos de la sociedad moderna para la totalidadde los pueblos, cualquiera que sea su color; avanzar hacia un reparto más equitativo de la riqueza, en losdos niveles, nacional e internacional; dar plena oportunidad al empleo de las nuevas fuerzas técnicas queya controla el hombre. Esta es una senda nueva sobre la cual la antigüedad no puede iluminarnos, porquenunca recorrió ese camino. La alternativa es ignorar la lección que nos ofrece la historia de Roma, seguir los pasos del mundo antiguo (que nunca resolvió este problema porque no pudo), planificando o dejandode planificar para unos pocos, para el infraconsumo doméstico, para una confusa lucha por conseguir mercados exteriores y así, a la larga, para llegar a guerras imperialistas o coloniales, a revoluciones y a laruina final.

Que esta ruina pueda, como la de Roma, dar origen a nuevos desarrollos sociales, conduciendo con la plenitud de los tiempos a alguna sociedad futura, que a su vez se enfrentaría con el mismo problema, esun pequeño consuelo para nosotros si no logramos resolver el problema ahora. Pero, puesto que tenemos

la opción, mientras los antiguos no tuvieron ninguna, podemos ejercer algún grado de caridad mientrascontemplamos su caída y la inexorable cadena de causa y efecto que actuó dentro de la estructura socialde la antigüedad; y en vez de consolarnos con pronunciar juicios morales sobre hombres muertos hacemucho tiempo, haremos mejor estando bien seguros de que entendemos por qué la sociedad antiguadecayó hasta un fin inevitable. Si hemos aprendido las lecciones de esa «pavorosa revolución», podremoscon mayor ventaja dedicar nuestras pasiones y nuestras energías a la mejora de lo que está mal en nuestra

 propia sociedad.

 NOTAS SOBRE LECTURAS ADICIONALES

* «This awful revolution...» Gibbon emplea la palabra «awful», que tiene connotaciones ambiguas en inglés, que dan idea de lafusión entre lo horrible y lo sorprendente. [N. del T.]

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El problema de si existió una ruptura o una continuidad entre el Imperio tardío occidental y la Europamedieval y, si se admite que hubo ruptura, cuándo se produjo, ha sido discutido por A. Dopsch, Economic

and Social Foundations of European Civilisation, Londres, 1937 [Ed. en castellano:  Fundamentos

económicos y sociales de la cultura europea, trad. de José Rovira Armengol, Fondo de CulturaEconómica, México, 1951]; por J. Pirenne, Economic and Social History of Mediaeval Europa, Londres,

1936 [Ed. en castellano:  Historia económica y social de la Europa medieval. Fondo de CulturaEconómica, México, 1938]; por F. Lot, The End of the Ancien World and the beginning of the Middle

 Ages, Nueva York, 1932; y por H. St. L. B. Moss, The Birth of the Middle Ages, Oxford, 1935. Más tardePirenne volvió a la discusión en Mohammed and Charlemagne, Londres, 1939. Para los que leen alemán,el volumen de ensayos de H. Aubin, Vom Altertum zum Mittelalter, Munich, 1949, proporciona un

 panorama útil de algunos de los problemas del período de transición. Véase también la colección deensayos sobre la transformación del mundo romano, editada por Lynn White, que se cita en la nota 1 de laIntroducción.

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TABLA DE FECHAS

a. de J.C.

753 Fundación tradicional de Roma.509 Expulsión de los Reyes: instauración de la Republica.390 Saqueo de Roma por los galos.338 Derrota de los latinos; Roma dueña del Lacio.327-290 Guerras samnitas; Roma dueña de la Italia central.323 Muerte de Alejandro Magno; el comienzo de la Edad helenística se sitúa normalmente en esta

fecha.287 Fin de la lucha de las órdenes. Comienzo del predominio marcado del Senado.275 Derrota de Pirro de Epiro; Roma dueña de Italia.264-41 Primera guerra púnica: Roma gana Sicilia.238 Roma se anexiona Cerdeña.

218-202 Segunda guerra púnica contra Aníbal.197 Derrota de Filipo V de Macedonia.189 Derrota de Antíoco de Siria.168 Derrota de Perseo de Macedonia. Las minas macedonias cerradas. Italia exenta en adelante de

 pagar tributo.146 Derrota de Acaya; destrucción de Corinto. Destrucción de Cartago. 133 Derrota de los españoles

en Numancia. Pérgamo legado a Roma. Reformas de Tiberio Graco; asesinato de éste.123-2 Reformas de Cayo Graco.121 Cayo empujado al suicidio.112-105 Guerra con Yugurta.104-100 Reformas de Mario del Ejército romano.90-89 Guerra con los aliados italianos.82 Sila en convierte en dictador en Roma.73-71 Rebelión de los esclavos bajo el mando de Espartaco.70 Verres, gobernador de Sicilia, sometido a juicio por extorsión.

a. de J.C.

63 Conjuración de Catilina contra el Estado.59- 50 julio César en la Galia.49 Guerra Civil entre Pompeyo y César.44 Asesinato de César.

31 Batalla de Accio; Octaviano, victorioso sobre Antonio y Cleopatra, dueño a partir de ahora delmundo romano.27 Octaviano toma el título de Augusto. Hace el gesto de «restaurar la República». La institución del

Imperio se fecha normalmente en este año.

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ESCRITORES GRIEGOS Y ROMANOS MENCIONADOS EN ESTE LIBRO

HERÓDOTO (circa 484-circa 425 a. de J.C.), historiador griego de las guerras persas.TUCÍDIDES (hacia 430-400 a. de J.C.), historiador griego de la gran guerra entre Atenas y Esparta.

PLATÓN (427-347 a. de J.C.), filósofo griego, fundador de la Academia.ARISTÓTELES (384-322 a. de J.C.), filósofo y científico griego, fundador del Liceo.ENEO (siglo IV a. de J.C.), escritor griego sobre táctica.EPICURO (342-270 a. de J.C.), filósofo griego, fundador del Jardín.CATÓN el Viejo (234-149 a. de J.C.), estadista romano, historiador y escritor sobre agricultura.POLIBIO (circa 200-118 a. de J.C.), historiador griego del crecimiento del poder de Roma.POSIDONIO (circa 135-51 a. de J. C.), filósofo griego que vivía en Roma.JULIO CÉSAR (100-44 a. de J.C.), escritor de comentarios que describen sus campañas en la Galia y

la Guerra Civil.CICERÓN (106-43 a. de J.C.), estadista, orador y filósofo romano.SERVIO SULPICIO (m. 43 a. de J.C.), jurisconsulto romano y amigo de Cicerón.

LUCRECIO (98-55 a. de J.C.), escribió  De Rerum Natura, una obra épica latina ideada para librar alos hombres del miedo a la muerte, basada en las enseñanzas de Epicuro.

CÁTULO (87-circa 47 a. de J.C.), poeta romano, escritor de lírica, epigramas y poemas épicos cortos.ESTRABÓN (circa 64 a. de J.C.-circa 24 d. de J. C.), geógrafo griego.VIRGILIO (70-19 a. de J.C.), poeta épico romano, escribió la Eneida.

HORACIO (65-8 a. de J.C.), satírico y poeta lírico romano.SÉNECA el Viejo (circa 55 a. de J.C.-circa 40 d. de J.C.), escritor romano de retórica.VELEYO PATÉRCULO (circa 19 a. de J.C-circa 30 d. de J.C.), historiador romano menor.SÉNECA el Joven (circa 4 a. de J.C.-65 d. de J.C.), filósofo, autor trágico y satírico romano.PLINIO el Viejo (23-79 d. de J.C.), enciclopedista romano.LUCANO (39-65 d. de J.C.), poeta épico romano, autor de  De Bello Civili, una obra épica sobre la

guerra entre César y Pompeyo.PETRONIO (m. 66 d. de J.C.), satírico romano.COLUMELA (hacia 50 d. de J.C.), escritor romano sobre agricultura.POMPONIO MELA (hacia 44 d. de J.C.), geógrafo romano.QUINTILIANO (circa 35 d, de J.C.-circa 100), escritor romano sobre retórica y educación.MARCIAL (circa 40 d. de J.C.-circa 104), escritor romano de epigramas.VALERIO FLACO (m. circa 90 d. de J.C.), poeta épico romano, escribió un poema sobre los

Argonautas.PLINIO el Joven (61 d. de  J.C.-circa 113), escritor romano de cartas; sus obras incluyen su

correspondencia con el Emperador Trajano mientras fue gobernador de Bitinia.

DIÓN DE PRUSA, CRISÓSTOMO(circa

40 d. de J.C. -después de 112), orador griego y filósofocínico.TÁCITO (circa 55 d. de J.C.-circa 118), historiador romano, autor de la Germania, Historias, Anales,

etc.; y también de un diálogo sobre la decadencia de la oratoria.JUVENAL (hacia 100 d. de J.C.), satírico romano.APULEYO (hacia el siglo II d. de J.C.), novelista romano, autor de El asno de oro.

ELIO ARÍSTIDES (117-189 d. de J.C.), retórico y sofista griego.TERTULIANO (circa 160 d. de J.C.- circa 225), escritor latino eclesiástico de África.PLOTINO (205-270 d. de J.C.), filósofo neoplatónico griego.ULPIANO 228 d. de J.C.), jurista romano.AUSONIO (hacia el siglo IV d. de J.C.), poeta romano y maestro de gramática y retórica de Bordeaux.

AMIANO MARCELINO (hacia el siglo IV d. de J.C.), historiador romano.PALADIO (hacia el siglo IV d. de J.C.), escritor latino sobre agricultura y ciencia veterinaria.LIBANIOS (hacia el siglo IV d. de J.C.), orador y escritor griego de Siria.

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LOS EMPERADORES ROMANOS HASTA TEODOSIO

27 a. de J.C.14 d. de J.C. Augustod. de J.C.

14-37 Tiberio37-41 Cayo (Calígula)41-54 Claudio54-68 Nerón68-69 Galba69 Otón69 Vitelio69-79 Vespasiano

79-81 Tito81-96 Domiciano96-98 Nerva98-117 Trajano117-138 Adriano138-161 Antonino Pío161-180 Marco Aurelio161-169 L. Vero 180-193 Cómodo193 Pertinax193 Didio Juliano193-211 Septimio Severc211-217 Caracalla211-212 Geta217-218 Macrino306-312 Majencio311-323 Licinio306-337 Constantino337-340 Constantino II337-361 Constancio II337-350 Constante361-363 Juliano

218-222 Heliogábalo222-235 Alejandro Severo235-238 Maximino238 Gordiano I238 Gordiano II238 Balbino238 Pupieno238-244 Gordiano III244-249 Filipo249-251 Decio251-253 Treboniano

253 Emiliano253-260 Valeriano253-268 Galieno

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268-270 Claudio II270-275 Aureliano275-276 Tácito276 Floriano276-282 Probo

282-283 Caro283-285 Carino283-284 Numeriano284-305 Diocleciano286-305 Maximiano292-306 Constancio293-311 Galerio363-364 Joviano364-375 Valentiniano I364-378 Valente367-383 Graciano

375-392 Valentiniano II379-395 Teodosio

 Los emperadores cuyos nombres están agrupados con corchetes reinaron juntos.

 Los siguientes emperadores tardíos también se mencionan en el texto:

395-423 Honorio475-476 Rómulo Augustulo527-565 Justiniano (Imperio Oriental)

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