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PLIEGO VIRTUDES CAPITALES JOSé RAMóN AMOR PAN Doctor en Teología Moral 2.773. 22-28 de octubre de 2011

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PLIEGO

VIRTUDES CAPITALES

José Ramón amoR PanDoctor en Teología moral

2.773. 22-28 de octubre de 2011

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Hacia una vida humana plena

de llamar al mal por su nombre, de conocerlo y reconocerlo? negar el mal es una forma infantil y narcisista de creernos buenos, pero actuando así nos negamos la posibilidad de conversión y, con ello, la salud, la salvación. La cuestión es que, si se pierde la noción de virtud, de la misma manera se pierde también el sentido de pecado. Es verdad que en tiempos pretéritos (no tan lejanos, me temo) pudo haber un exceso de focalización de la predicación y de la acción catequética en el tema del pecado; del mismo modo, pienso que en estos momentos –por esa extraña ley del péndulo– existe un insuficiente tratamiento de esta cuestión en esos

mismos ámbitos: como siempre, en el término medio encontramos el escenario, y a esa noble tarea quieren ayudar estas sencillas reflexiones.

RECUPERAR UNA ÉTICA DE LAS VIRTUDES

“¿no vive el hombre contemporáneo bajo la amenaza de un eclipse de la conciencia, de una deformación de la conciencia, de un entorpecimiento o de una anestesia de la conciencia?”, se preguntaba Juan Pablo II en el núm. 18 de su exhortación apostólica postsinodal Reconciliación y penitencia (1984). ahí mismo afirmaba el Papa: “Restablecer el sentido justo del pecado es la primera manera de afrontar la grave crisis espiritual que afecta al hombre de nuestro tiempo”. se han cumplido 26 años de estas palabras, y no han perdido un ápice de su actualidad y urgencia pastoral.

Conviene recordar que la vida moral incluye bastante más que las obligaciones, las prohibiciones y los pecados. Cuando ocurren conflictos éticos, los rasgos del carácter de las personas que tienen que adoptar decisiones no son menos importantes que las obligaciones expresadas en principios y reglas. Hacen falta virtudes, aceptación interna de los grandes valores e ideales morales, y sensibilidad para captar los valores que están en juego en las diferentes situaciones de la vida. además de conocimiento, habilidades prácticas y buena voluntad, hacen falta unas ciertas condiciones de actitud y carácter. aquí es donde se suelen estrellar en la actualidad buena parte de los programas formativos. Y es que la virtud es una palabra poco apreciada en nuestros días3.

En 1981, MacIntyre publicó Tras la virtud, un clásico de la filosofía moral contemporánea, en el que critica con dureza el liberalismo, al que consideraba causante de la situación de desconcierto moral que se estaba

Este Pliego se iba a titular Pecados capitales. Pero eso significaba centrar nuestra atención en

el pecado y, por ello, presentar una moral negativa, cuando lo importante es hablar de salvación, de realización y felicidad humana, de orientación positiva hacia el bien, de tal manera que nuestras palabras sirvan de estímulo, orientación y renovación de la vida personal y comunitaria. Como escribió Häring, “el pecado no puede ser ni la primera ni la última palabra. La primera palabra es siempre la creación de Dios en bondad, su designio original y todo lo que a través de su gracia se hizo y está presente en el mundo (…). En realidad, toda nuestra presentación del pecado tendrá sentido si comunicamos la buena nueva: la conversión es posible; Cristo nos ha liberado”1. Reflexionar y predicar sobre moral no puede significar sin más lanzar anatemas sobre nuestros contemporáneos: si así fuera, perderíamos la oportunidad y hasta el derecho de ofrecer la salvación al mundo –que a nosotros ha sido ofrecida y encargada– y de intervenir proféticamente en la marcha de la historia. Vosotros sois la sal de la tierra (…). Vosotros sois la luz del mundo, nos dice Cristo (mt 5, 13-14). La gente espiritual y ética contagia silenciosamente a los demás… Draper señala certeramente que “la sal no va por ahí diciéndole a la gente lo que tiene que hacer. La luz no anda por ahí con un palo para golpear a los demás. La sal preserva y añade sabor; la luz ilumina; simplemente, es”2.

En ese sentido, el Pliego pretende, sencillamente, recordar los ingredientes fundamentales sin los cuales resulta imposible a todas luces una vida humana plena y de calidad. En el tema de las virtudes, ética y espiritualidad, filosofía y religión, se encuentran y fecundan recíprocamente. ¿Ya no somos capaces de llamar al bien por su nombre, de conocerlo y reconocerlo? Y, viceversa, ¿no somos capaces ya

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La vida moral incluye bastante más que

las obligaciones, las prohibiciones y los pecados.

Hacen falta virtudes, aceptación interna de los grandes valores e ideales

morales, y sensibilidad para captar los valores que están en juego en las diferentes

situaciones de la vida. Y es que si se pierde la noción

de virtud, de la misma manera se pierde también el sentido de pecado. Estas páginas quieren ayudarnos a llamar al bien (y al mal)

por su nombre, a conocerlo y reconocerlo, pero,

sobre todo, a recordar los ingredientes fundamentales

sin los cuales resulta imposible una vida humana

plena y de calidad.

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produciendo, y reclamaba un retorno a la tradición aristotélica de las virtudes. Treinta años después, queda mucho por hacer en ese renacimiento. La griega era una ética del carácter, que se va forjando a través de las virtudes que las personas adquieren por repetición de elecciones, y las personas saben qué virtudes deben adquirir porque son las que necesita para sobrevivir la comunidad humana de la que son miembros. La falta de esta competencia y la negligencia en el esfuerzo por conseguirla se pagan caras, individual y colectivamente. Como dejó escrito Aristóteles, “la virtud en el hombre será esta manera de ser moral que hace de él un hombre bueno, un hombre de bien, y gracias a la cual sabrá realizar la obra que le es propia”4. La virtud se va forjando poco a poco, no surge por generación espontánea, requiere decisión, compromiso y esfuerzo; una vez conquistada, nos predispone a la acción. La naturaleza solo nos da disposiciones; nosotros las convertimos (o no) en cualidades precisas y determinadas mediante el empleo que hacemos de las mismas: “Los actos

repetidos, de cualquier género que sean, imprimen a los hombres un carácter que corresponde a estos actos, lo cual puede verse evidentemente por el ejemplo de todos los que se dedican a cualquier ejercicio o trabajo, pues llegan a poder consagrarse a ello constantemente. no saber que en todas materias los hábitos y las cualidades se adquieren mediante la continuidad de actos, es un error grosero, propio de un hombre que no reconoce ni siente absolutamente nada”5, señala el Estagirita.

Es evidente, en tal caso, que la educación de las virtudes y de las emociones no es uno de los capítulos de menor importancia de la vida personal y social; por el contrario, es este uno de los puntos más esenciales. no es extraño, por ello, que Goleman empiece su celebérrimo libro Inteligencia emocional con una interesante referencia a aristóteles que nosotros tomamos del original en toda su extensión: “Encolerizarse está al alcance de todo el mundo, y es cosa tan fácil como derramar dinero y hacer gastos con profusión. Pero saber a quién conviene darlo, hasta

qué cantidad, en qué momento, por qué causa, de qué manera, este es un mérito que no contraen todos y que es difícil poseer. Y he aquí por qué el bien es a un tiempo una cosa rara, laudable y bella”6. Adela Cortina, en alusión aristotélica, reconoce que “para eso hace falta entrenarse, como los arqueros que quieren dar en el blanco y necesitan ejercitarse sin descanso; para eso hace falta educar día a día las emociones, que además tienen la capacidad de descubrirnos regiones inéditas”7. La felicidad no es un efecto del azar; es, a la vez, un don de Dios y el resultado de nuestros esfuerzos.

Y eso supone entrenar cabeza y corazón, razones y sentimientos. Dice la profesora Cortina: “Quien carece de compasión no puede captar el sufrimiento de otros; quien no tiene capacidad de indignación carece del órgano necesario para percibir las injusticias. Las emociones son antenas que nos permiten conectar con países desconocidos, sin ellas no tendríamos noticia de tales países. La ceguera emocional produce ese analfabetismo emocional con el que la vida ética es inviable (…). no se puede meter un bisturí y separar tajantemente la razón del sentimiento. no se puede saber del mundo moral solo tratando de ponerse en el lugar de otros cuando eso resulta felicitante. Pero también desconoce el mundo moral quien carece de esos sentimientos. a los extraños seres de la isla les faltaban los sentimientos de orgullo, humillación y simpatía, por eso eran incapaces de sentir y saber que ciertas obligaciones lo son: carecían de la sensibilidad imprescindible, del bagaje sentiente necesario para comprender lo que Kant llamaría la grandeza de la ley de la humanidad. no bastan los sentimientos, eso es cierto, pero sin ellos los ideales de la humanidad no encuentran el suelo propicio para arraigar”8.

Ideales, sentimientos, virtudes. macIntyre define la virtud como una cualidad humana adquirida, cuya posesión y ejercicio tiende a hacernos capaces de lograr aquellos bienes que son internos a las prácticas y cuya carencia nos impide efectivamente

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del acontecimiento. En esta pobreza se manifiesta la gloria del cielo (…). Hacerse niño con relación a Dios es la condición para entrar en el Reino; para eso, es necesario abajarse, hacerse pequeño” (nn. 525 y 526). Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava…

¡Cuánto nos cuesta ser humildes, modestos, sencillos! nos gusta mucho más su contrario, la soberbia. san Gregorio dice en el núm. XXIII de Moralia: “Hay en verdad cuatro especies en las que queda patente todo el mal de los arrogantes, pues o piensan que el bien lo tienen por sí mismos, o, si aceptan que les ha sido dado de lo alto, piensan que se debe a sus propios méritos, o se jactan de tener realmente lo que no tienen, o creen ser los únicos en tener lo que tienen, despreciando a los demás”. El soberbio no está dispuesto a la cooperación ni al agradecimiento, porque nada debe a nadie y todos le deben a él. Por ello, en el núm. XXXI del mismo libro, nos dice san Gregorio que “la soberbia es la reina de todos los vicios”. nada es tan peligroso como la codicia de gloria y el vicio de jactancia y el ánimo inflado por la presunción de vida virtuosa. El soberbio siempre está en posesión de la verdad, y eso lo imposibilita para cualquier diálogo auténtico. solo quien se humilla (mt 23, 12) y se hace pequeño como un niño (mt 19, 14) será grande en el Reino de los Cielos. Impresiona la escena del lavatorio de pies.

un modo de vida ético y espiritual listo para ser consumido: hace falta ponerse a ello con seriedad y buena disposición, hace falta entrenamiento constante. “Con ellas [las virtudes] sucede lo que con todas las demás artes; porque en las cosas que no se pueden hacer sino después de haberlas aprendido no las aprendemos sino practicándolas; y así, uno se hace arquitecto construyendo; se hace músico componiendo música. De igual modo se hace uno justo practicando la justicia; sabio, cultivando la sabiduría; valiente, ejercitando el valor”12. Por desgracia, la mayoría de nosotros llevamos una vida tan atareada que rara vez nos tomamos tiempo para reflexionar sobre la riqueza de esta tradición y darnos cuenta de que el de las virtudes capitales es uno de los mejores itinerarios de vida que podemos encontrar y ofrecer.

1. HumildadLo primero de todo es el

reconocimiento de nuestra limitación esencial, de nuestra fragilidad, de nuestra vulnerabilidad13. sabernos dependientes, ser conscientes de que lo que somos, es en gran medida recibido. Esa es nuestra condición; ajustarnos a ella nos hará felices. En Proverbios 11, 2 se dice: “Donde hay humildad, allí está la sabiduría”. Como nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica al hablar del misterio de navidad, “Jesús nació en la humildad de un establo, de una familia pobre; unos sencillos pastores son los primeros testigos

el lograr cualquiera de tales bienes9. más adelante pondrá esa definición en relación con la unidad de la vida humana y el concepto de tradición (páginas 254 a 277) y afirmará que las virtudes “nos sostendrán también en el tipo pertinente de búsqueda de lo bueno, ayudándonos a vencer los riesgos, peligros, tentaciones y distracciones que encontremos y procurándonos creciente autoconocimiento y creciente conocimiento del bien. El catálogo de las virtudes incluirá, por lo tanto, las necesarias para mantener familias y comunidades políticas tales que hombres y mujeres puedan buscar juntos el bien y las virtudes necesarias para la indagación filosófica acerca del carácter de lo bueno”10. a eso vamos, a establecer dicho catálogo.

VIRTUDES CAPITALES

La perfección moral solo se consigue cuando la coherencia entre ideas y actos ha llegado a ser tan profunda y prolongada que los modos de obrar se han convertido en una especie de segunda naturaleza, en hábitos virtuosos que se ponen en práctica sin gran esfuerzo y hasta con placer. De la misma manera que se dice que son pecados capitales11 porque de ellos brotan otros, llamamos a estas siete virtudes “capitales” porque ellas son el cimiento de toda la vida moral. Y así como sabemos de memoria cuáles son los siete sacramentos, los siete dones del Espíritu santo y las 14 obras de misericordia (siete espirituales y siete corporales), también deberíamos saber las siete virtudes capitales y sus respectivos siete pecados capitales. Estas cuestiones hay que saberlas de memoria porque, en caso contrario, difícilmente van a servir de orientación en el camino de la vida; y tampoco servirán de espejo en el que mirarse para apreciar en qué se ha fallado, inspirar nuestro arrepentimiento y facilitar una saludable recepción del sacramento de la reconciliación (¡cuántas personas se sienten pecadoras y quieren confesarse pero no saben bien cómo realizar su examen de conciencia!).

En los tiempos que corren, también hace falta subrayar que no hay ninguna solución rápida ni ninguna opción por

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2. GenerosidadEs la voluntad de dar, compartir y

sacrificarse por los demás con alegría. De anteponer el interés de los demás al propio. De saberse siempre rico y en situación de hacer algo por los otros. su contraria es la avaricia, ese afán desenfrenado por poseer y atesorar riquezas para sí mismo, un amor desordenado por tener, especialmente dinero (avidus aeris, ávido del cobre), que lleva a la indiferencia ante las necesidades de los demás e incluso a considerarlos solo en términos de enemigo, de competidor. En cambio, como señala Erich Fromm, “para ser se requiere renunciar al egocentrismo y al egoísmo, o en las palabras que a menudo usan los místicos: debemos vaciarnos y volvernos pobres”14. santo Tomás hace un tratamiento magistral del tema; y trae una traducción de Ez 22, 27 muy interesante: “Los príncipes entre ellos son como lobos que muerden la presa para quitarle la sangre y buscando las ganancias con avaricia”. a lo mejor algo de esto está pasando con nuestros bancos y cajas de ahorro, con los fondos de inversión, los brókers y especuladores múltiples, con ese ente abstracto que llamamos “mercado”, ¿no les parece?

Los bienes de este mundo están originariamente destinados a todos, como no se cansa de repetir la Doctrina social de la Iglesia. Pero también cualquier ética no religiosa asentada en el más elemental sentido de la justicia y de la equidad, lo que hoy entendemos por igualdad de oportunidades. “Una

de las mayores injusticias del mundo contemporáneo consiste precisamente en esto: en que son relativamente pocos los que poseen mucho, y muchos los que no poseen casi nada. Es la injusticia de la mala distribución de los bienes y servicios destinados originariamente a todos”, afirmó Juan Pablo II en el n. 28 de Sollicitudo rei socialis (un documento que deberíamos releer con asiduidad). El mal no consiste en el “tener” como tal, sigue diciendo el santo Padre, sino en el poseer que no respeta la calidad y la ordenada jerarquía de los bienes que se tienen. Calidad y jerarquía que derivan de la subordinación de los bienes y de su disponibilidad al “ser” del hombre y a su verdadera vocación.

En el n. 31 de esa encíclica se recogen unas palabras que pueden ayudarnos a vivir con provecho el nuevo curso y todo el año litúrgico: “Pertenece a la enseñanza y a la praxis más antigua de la Iglesia la convicción de que ella misma, sus ministros y cada uno de sus miembros, están llamados a aliviar la miseria de los que sufren cerca o lejos, no solo con lo ‘superfluo’, sino con lo ‘necesario’. ante los casos de necesidad, no se debe dar preferencia a los adornos superfluos de los templos y a los objetos preciosos del culto divino; al contrario, podría ser obligatorio enajenar estos bienes para dar pan, bebida, vestido y casa a quien carece de ello. Como ya se ha dicho, se nos presenta aquí una ‘jerarquía de valores’ –en el marco del derecho de propiedad– entre el ‘tener’ y el ‘ser’, sobre todo cuando el ‘tener’ de

algunos puede ser a expensas del ‘ser’ de tantos otros”.

Erradicar la pobreza es un deber ya de la humanidad, no un simple objetivo del milenio15. nosotros debemos decidir, ciertamente, cuál de estas dos tendencias deseamos cultivar (el ser o el tener, la generosidad o la avaricia y la codicia); pero debemos comprender que nuestra decisión individual se ve condicionada en gran medida por la estructura socioeconómica de la sociedad en la que vivimos, que nos inclina a elegir una u otra opción. La publicidad es un arma poderosísima a ese respecto. nuestros juicios se encuentran muy deformados porque vivimos en una sociedad que tiene como pilares fundamentales la propiedad privada, el afán de lucro y el poder. mi propiedad constituye mi yo y mi identidad. Pero, a pesar de todo, hay mucho margen para la elección personal, para la conversión. Por cierto, a compartir y a ser generoso (como a tantas otras cosas fundamentales) se aprende desde pequeñito, o no se aprende… Cedamos nuevamente la palabra a aristóteles: “Y es que, realmente, la virtud moral se relaciona con los dolores y con los placeres, puesto que la persecución del placer es la que nos arrastra al mal, y el temor del dolor es el que nos impide hacer el bien. He aquí por qué desde la primera infancia, como dice muy bien Platón, es preciso que se nos conduzca de manera que coloquemos nuestros goces y nuestros dolores en las cosas que convenga colocarlas, y en esto es en lo que consiste una buena educación”16.

3. CastidadDe todas las virtudes, la más

denostada es esta, sin duda. Hay que reconocer que hubo una inflación desbocada en relación a este tema en una pastoral no tan lejana, que tiene mucho que ver con que ahora no se quiera ni oír hablar del asunto. Como escribe López Azpitarte, “el puritanismo de antes, que provocó un mundo de sospechas, recelos y culpabilidad, se ha convertido en una permisividad casi absoluta, que no admite ningún tipo de normas o criterios éticos”17. Una pena. Porque la castidad forma parte por derecho propio de la sexualidad

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en absoluto. El umbral de tolerancia a la frustración baja, y todo lo resolvemos con una pastilla enmascaradora. nos volvemos incapaces de esforzarnos por conseguir aquellas metas que nos habíamos propuesto, nos amargamos, nos desilusionamos… “¿Por qué has de enfadarte si enfadándote ofendes a Dios, molestas al prójimo, pasas tú mismo un mal rato… y te has de desenfadar al fin? Eso mismo que has dicho dilo en otro tono, sin ira, y ganará fuerza tu raciocinio, y, sobre todo, no ofenderás a Dios”19.

5. Templanzaalgo ya quedó dicho al hablar de la

castidad, pues esta no deja de ser la aplicación de la templanza al terreno de la sexualidad. La templanza es el justo medio en todo lo relativo a los placeres. En lo que ahora respecta, significa la moderación y el equilibrio en el uso de los bienes creados: tradicionalmente, se refería al dominio de la voluntad sobre los instintos y los deseos en el ámbito de la comida y la bebida. De ahí que su contrario sea la gula, es decir, el apetito desordenado en el comer y el beber. Pero hoy habría que hablar también de otros consumos que atentan contra la templanza, como el tabaco, las tragaperras, el uso de Internet, los videojuegos, la televisión o las rebajas. La intemperancia en todo ello nos esclaviza, nos envilece y embrutece. “El intemperante desea con ardor todo lo que puede agradarle y, sobre todo, lo que más le agrade, su pasión solamente le conduce y le arrastra a preferir el objeto de sus deseos al resto de las cosas

adecuadamente –con dignidad, con admirable sangre fría, dice aristóteles18– cualquier contratiempo y dificultad, para no rendirse ni arrojar la toalla ante las dificultades de la vida, para no desesperar. mansedumbre, amabilidad, resignación. Lo cual no significa pasividad, por supuesto, sino el término medio entre la irascibilidad y la indiferencia.

Recordemos la núm. 5 de las reglas para en alguna manera sentir y conocer las varias mociones que en el alma se causan de los Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola: “En tiempo de desolación nunca hacer mudanza, mas estar firme y constante en los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente a la tal desolación, o en la determinación en que estaba en la antecedente consolación. Porque así como en la consolación nos guía y aconseja más el buen espíritu, así en la desolación el malo, con cuyos consejos no podemos tomar camino para acertar”.

su contrario, la ira, a la que tan propensos somos en las sociedades industrializadas: casi todos y casi siempre vamos sobrepasados, desbordados, estresados, lo queremos todo para ya, y sin esfuerzo… y eso genera altas dosis de nerviosismo y ansiedad, de agresividad y violencia, y a veces deseos de venganza contra aquellos que no hacen las cosas como queremos o que nos han hecho algún daño. no sabemos perdonar y olvidar, guardamos mucho rencor en nuestro corazón. nos irritamos con excesiva facilidad y más de lo conveniente, muchas veces contra personas o situaciones que no lo merecen

humana. Pues lo que no está regulado por un determinismo biológico (como en el caso de los animales), ha de regularse con el autodominio y la educación.

La castidad es la moderación y adecuada regulación de la sexualidad. no trata de eliminar la pasión ni el impulso sexual, sino que busca vivirlos de una manera saludable, adulta, madura e integrada. no es lo mismo que la abstinencia sexual y tiene también poco que ver con el puritanismo (aunque a veces se haya reducido a ellos). Como señala el Catecismo de la Iglesia Católica, “la castidad significa la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual” (n. 2337). El dominio de sí es una tarea que dura toda la vida, aunque ciertamente requiere mayor esfuerzo y atención en la adolescencia. Presupone una visión global y positiva del hecho sexual humano; y lucha contra la banalización y la despersonalización del encuentro sexual.

La lujuria representa todo lo opuesto. La permisividad absoluta y un naturalismo biológico es su denominador común. El sexo es una forma de diversión, una fuente de placer y compensación, un juego que drena tensiones y elimina el aburrimiento. Todo se consume y se usa, también el placer sexual y las personas en orden a obtenerlo. Cada persona puede usar su sexualidad como quiera y le apetezca, sin más norma que el respeto a la voluntad del otro. Y, sin embargo, esto corroe por dentro, conduce a una profunda insatisfacción existencial, a un tedio nihilista, a la desintegración personal y social. Porque el amor no es el resultado de una satisfacción sexual adecuada; por el contrario, la satisfacción sexual es el resultado del amor. Y tiene sus reglas de juego, lo queramos ver o no.

4. PacienciaQuien haya tratado alguna vez de

dominar un arte o conquistar una meta sabe que la paciencia es indispensable para lograrlo. si aspiramos a obtener resultados rápidos, nunca aprenderemos un arte ni conquistaremos grandes objetivos. Y este es el drama de nuestra época, su descarado cortoplacismo… Es también la actitud para sobrellevar

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que sacrifica. además, siente el dolor más vivo durante todo el tiempo que desea y mientras le falta el objeto que ambiciona, porque el deseo va siempre acompañado de un sentimiento de dolor”, nos decía ya aristóteles20.

Esta virtud tiene mucho que ver con la sobriedad, la austeridad y la frugalidad. Pero no se identifica ni se reduce a ellas; tiene un horizonte más amplio y positivo. Es una virtud a la vez pública y privada, y supone la tranquilidad del alma. La persona templada no huye del placer que proporcionan las cosas, tan solo lo busca con mesura y de una manera conveniente a la salud y bienestar globales: no goza de lo que no debe gozar, ni goza con furor de ninguna cosa, no se aflige desaforadamente ante una privación, no alimenta aspiraciones intempestivas. me vienen a la memoria unas palabras de santa Teresa Jornet: “me preguntaba Usted si podían dormir con dos mantas. ¡sí, señora! Duerman y abríguense Ustedes mucho, que por eso hace más frío ahí que en Valencia!”21.

6. CaridadLa experiencia de amar, de gustar,

de gozar de algo sin desear poseerlo. La caridad no es, pues, un sentimiento superficial hacia las personas, cercanas o lejanas (los sentimientos vienen y van). al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, porque todos somos responsables de todos. se funda en la firme convicción de que lo que frena el pleno desarrollo de las personas y de los pueblos es el afán de ganancia y la

sed de poder de unos pocos. La paz solo se alcanzará con la realización de la justicia social y con la práctica de las virtudes que favorecen la convivencia y nos enseñan a vivir unidos, para construir juntos, dando y recibiendo, una sociedad nueva y un mundo mejor. además, “en un mundo en el cual a veces se relaciona el nombre de Dios con la venganza o incluso con la obligación del odio y la violencia, este es un mensaje de gran actualidad y con un significado muy concreto”22.

“El amor es una luz –en el fondo, la única– que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar. El amor es posible, y nosotros podemos ponerlo en práctica, porque hemos sido creados a imagen de Dios”, afirma el santo Padre en el núm. 39 de esa encíclica. El pecado contrario a la caridad, la envidia, ha sido un tema frecuente en la literatura de todos los tiempos y ha inspirado relatos tan significativos como el de Caín y Abel. Miguel de Unamuno, por su parte, afirmaba que era el rasgo de carácter más propio de los españoles y escribió para ejemplificarlo su novela Abel Sánchez, en la que el verdadero protagonista, que significativamente no da título a la obra, ansioso de hacer el bien por la humanidad, solo recibe desprecio y falta de afecto por ello, mientras que el falso protagonista, que sí da título a la obra, recibe todo tipo de recompensas y afecto por lo que no ha hecho… La envidia, lo sabemos bien, es esa tristeza porque los otros tienen lo que yo deseo y no tengo. De ella nacen, entre otras cosas, el odio,

la murmuración y la difamación. La envidia y los celos son un virus gravísimo, una polilla en la vida de las familias y de las comunidades.

7. DiligenciaEl hombre firme, paciente y diligente

es lo opuesto al hombre débil, blando y perezoso. La diligencia es el esmero en ejecutar algo en tiempo y forma. significa cumplir con los compromisos, no ser inactivo, no caer en la pereza, proponerse metas fijas y cumplirlas en su tiempo, poner entusiasmo y atención en las acciones que se realizan.

La ética tiene mucho que ver con la narración. Es posible que la filosofía, la teología y la ética modernas hayan minusvalorado la función de las narraciones, pero ya se han dado cuenta de su error y hay todo un incipiente movimiento de retorno, al que nos sumamos recordando esta antigua fábula para ilustrar la virtud de la diligencia y su contrario, la pereza (los niños de hoy ya no aprenden fábulas…).

“En los felices días del verano, una cigarra alegre aprovechaba el calor cantando y bailando, mientras una sufrida hormiga no descansaba en la búsqueda de comida que llevar a su casa. La cigarra se burlaba de la hormiga y le decía: ¿No es más bonito gozar de la vida con bellas canciones, como yo hago, que trabajar todo el día como haces tú? La hormiga callaba y seguía afanándose. Pero llegó el invierno y, con los fríos, la cigarra guardó silencio y tuvo que refugiarse en cualquier agujero. allí, sin nada que llevarse a la boca y casi helada, se acordó de la hormiga: Ella estará calientita en su casa y seguro que no le falta alimento en la despensa. Iré a verla, pensó.

acudió la cigarra al hormiguero y, zalamera, preguntó: ¿No tendrás, buena hormiga, algo para comer y un rincón caliente donde pasar el invierno? Entonces, la hormiga, muy enfadada, le contestó: Yo trabajaba duro en verano para no pasar hambre en estos días fríos, ¿qué hacías tú en el buen tiempo? La cigarra tuvo que admitirlo: Yo cantaba y reía alegremente sin pensar en el futuro. Y la hormiga le replicó: Pues ahora yo canto y me alegro, mientras tú sufres hambre y frío por culpa

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Finalizamos nuestro recorrido recordando otra de las reglas para en alguna manera sentir y conocer las varias mociones que en el alma se causan, de los Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola, en concreto la núm. 14: “[El enemigo] se hace como un caudillo para vencer y robar lo que desea; porque así como un capitán y caudillo del campo, asentando su real y mirando las fuerzas o disposición de un castillo, le combate por la parte más flaca, de la misma manera el enemigo de natura humana, rodeando mira en torno todas nuestras virtudes teologales, cardinales y morales, y por donde nos halla más flacos y más necesitados para nuestra salud eterna, por allí nos bate y procura tomarnos”. Vivir una vida buena y virtuosa y, así, llevar la luz de Dios al mundo: a esto quisiera invitar con este Pliego.

la especie humana depende de un cambio radical del corazón humano”24. nadie puede escapar a esta afirmación ni desconocer su gravedad. Las indicaciones para ese cambio las tenemos, y son bien claras: humildad, generosidad, castidad, paciencia, templanza, caridad y diligencia. solo hace falta que, como esforzados atletas, las pongamos diariamente en práctica. siendo conscientes, eso sí, de que no siempre hacemos el bien que queremos, sino que a veces obramos el mal que no queremos (cf. Rm. 7, 19). Por eso mismo, es indispensable estar en permanente actitud de alerta, viviendo con alegría y naturalidad el examen diario de conciencia, así como el acompañamiento espiritual que nos ayude a tomar distancia de nosotros mismos; y, por supuesto, la celebración del sacramento de la reconciliación.

de tu holgazanería. Vete y no desprecies a los que trabajan por su sustento”.

Un relato que también aparece en el antiguo Testamento, si bien de forma más breve: “Vete donde la hormiga, perezoso, observa sus costumbres y te harás sabio. Ella no tiene jefe ni capataz ni amo; se asegura en el verano su sustento, recoge su comida al tiempo de la mies. ¿Hasta cuándo, perezoso, estarás acostado? ¿Cuándo te levantarás de tu sueño? Un poco dormir, otro poco dormitar, otro poco tumbarse con los brazos cruzados; y llegará como vagabundo tu miseria y como un mendigo tu pobreza” (Prov 6, 6-11).

Y es que, sin esta virtud, “ni Cisneros hubiera sido Cisneros; ni Teresa de Ahumada, santa Teresa; ni Íñigo de Loyola, san Ignacio”23. El mismo autor señala: “¿Qué, no puedes hacer más? ¿no será que… no puedes hacer menos? (…). Tu desidia, tu dejadez, tu gandulería son cobardía y comodidad, te lo arguye de continuo la conciencia, pero no son camino (…). no me explico que te llames cristiano y tengas esa vida de vago inútil. ¿olvidas la vida de trabajo de Cristo?” (nn. 23, 348 y 356). El atento lector de la correspondencia de santa Teresa Jornet, por ejemplo, se queda maravillado y atónito ante la enorme actividad que desarrolla esta mujer aun encontrándose en un estado de salud muy precario.

EPÍLOGO

Llega el momento de concluir. Espero que una cosa haya quedado clara: sin virtud todo está podrido y desabrido. somos aquello a lo que nos consagramos, y aquello a lo que nos consagramos es lo que motiva nuestra conducta. no hay virtudes baratas; ni se compran en el centro comercial al que vamos habitualmente. Requieren siembra, dedicación, cultivo.

“La necesidad de un profundo cambio humano no solo es una demanda ética o religiosa, ni solo una demanda psicológica que impone la naturaleza patógena de nuestro actual carácter social, sino que también es una condición para que sobreviva la especie humana. Vivir correctamente ya no es solo una demanda ética o religiosa. Por primera vez en la historia, la supervivencia física de

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N O T A S1. HÄRING, B., Libertad y fidelidad en Cristo I (Herder, Barcelona 1980), p. 384.

2. DRAPER, B., La inteligencia espiritual (Sal Terrae, Santander 2010), p. 70.

3. Sorprende que el monumental –y, por otra parte, magnífico– Diccionario de Ciencias de la Educación (CCS, Madrid 2009) dedique a la entrada “virtud” menos de una página (cuando, por ejemplo, dedica más de dos a la voz “coloquio”).

4. ARISTÓTELES, Moral a Nicómaco (libro segundo, capítulo VI).

5. ARISTÓTELES, Moral a Nicómaco (libro tercero, capítulo VI).

6. ARISTÓTELES, Moral a Nicómaco (libro tercero, capítulo IX).

7. CORTINA, A., Ética de la razón cordial (Nobel, Oviedo 2007), p. 87. La referencia aristotélica la encontramos en la Moral a Nicómaco (libro primero, capítulo I): “¿No debemos creer que, con relación a la que ha de ser regla de la vida humana, el conocimiento de este fin último tiene que ser de la mayor importancia, y que, a la manera de los arqueros que apuntan a un blanco bien señalado, estaremos entonces en mejor situación para cumplir nuestro deber?”. Diego Gracia la utilizó también para titular una de sus últimas obras, Como arqueros al blanco. Estudios de bioética (Triacastela, Madrid 2004).

8. CORTINA, A., Ética de la razón cordial, pp. 87 y 98. Daniel GOLEMAN, apoyándose en las modernas investigaciones sobre el cerebro y la conducta, ha tratado de manera magistral este asunto en su libro Inteligencia emocional. No se queda atrás tampoco el libro de José Antonio MARINA, Las arquitecturas del deseo (Anagrama, Barcelona 2007).

9. MAcINTYRE, A., Tras la virtud (Crítica, Barcelona 2004), p. 237.

10. Ibid., pp. 270-271.

11. Sobre este tema, resulta indispensable la obra Cuestiones sobre los vicios capitales, de santo Tomás de Aquino, recientemente puesta a disposición del público español por la Editorial San Esteban.

12. ARISTÓTELES, Moral a Nicómaco (libro segundo, capítulo I).

13. He dedicado a reflexionar sobre este asunto en mi último libro, Bioética y Dependencia (Obra Social Caixa Galicia, A Coruña 2010).

14. FROMM, E. ¿Tener o ser? (Fondo de Cultura Económica, Madrid 1987), p. 92.

15. CORTINA, A. – PEREIRA, G. (eds.), Pobreza y libertad (Tecnos, Madrid 2009), p. 15.

16. ARISTÓTELES, Moral a Nicómaco (libro segundo, capítulo III).

17. LÓPEZ AZPITARTE, E., Ética de la sexualidad y del matrimonio (Paulinas, Madrid 1992), p. 5.

18. ARISTÓTELES, Moral a Nicómaco (libro primero, capítulo VIII).

19. ESCRIVÁ DE BALAGUER, J., Camino, nn. 8 y 9.

20. ARISTÓTELES, Moral a Nicómaco (libro tercero, capítulo XII).

21. SANTA TERESA JORNET, Diario. El mensaje de su vida. Epistolario (1872-1897), vol. I, p. 582.

22. BENEDICTO XVI, Deus caritas est, n. 1.

23. ESCRIVÁ DE BALAGUER, J., Camino, n. 11.

24. FROMM, E., ¿Tener o ser?, p. 28.