virginia woolf, el balneario

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Cultural http://www.elpais.com.uy/Suple/Cultural/10/02/05/cultural_468864.asp El balneario Virginia Woolf COMO TODAS las ciudades costeras, estaba impregnada de olor a pescado. Las jugueterías aparecían repletas de conchas esmaltadas, duras, aunque frágiles. Incluso los habitantes del lugar tenían cierta apariencia de molusco... un aspecto insignificante, como si alguien hubiese sacado el auténtico animal con la punta de un alfiler y sólo quedase el caparazón. Los ancianos del paseo eran moluscos. Sus polainas, sus pantalones de montar, sus catalejos parecían convertirlos en juguetes. Era tan poco cierto que ellos hubiesen sido alguna vez auténticos marineros o auténticos deportistas como que las conchas pegadas en los marcos de las fotografías y los espejos hubiesen yacido alguna vez en las profundidades del mar. También las mujeres, con sus pantalones, sus zapatos de tacón, sus bolsos de rafia y sus collares de perlas, parecían caparazones de auténticas mujeres que salen de mañana a hacer la compra. A la una en punto esta frágil población de moluscos esmaltados se congregó en el restaurante. El restaurante olía a pescado, tenía el olor de un barco de pesca que ha sacado sus redes cargadas de arenques. El consumo de pescado en este comedor ha debido de ser enorme. El olor invadía incluso la habitación con el rótulo "Señoras" situada en el primer piso. Esta habitación constaba sólo de dos compartimentos divididos por una puerta. A un lado de la puerta se aliviaban las necesidades de la naturaleza; y al otro, frente al tocador y el espejo, la naturaleza quedaba sometida por el arte. Tres muchachas procedían a ejecutar esta segunda fase del ritual cotidiano. Ejercían su derecho a mejorar la naturaleza, a sojuzgarla con sus polveras y sus pintalabios rojos. Mientras hacían esto, charlaban. Pero su conversación se vio interrumpida por la llegada de una ola; luego la ola se retiró y se oyó decir a una de ellas: -Nunca me preocupé por ella... es tonta de remate... A Bert nunca le han gustado las mujeres mayores... ¿Lo has visto desde que volvió?... Sus ojos... son tan azules... Como estanques... Los de Gert también... Los dos tienen los mismos ojos... Puedes hundirte en ellos... Los dos tienen los mismos dientes... Tiene unos dientes tan blancos, tan bonitos... Gert también... Pero los tiene un poco torcidos... cuando sonríe... El agua borboteó. Las olas derramaron su espuma y se retiraron. A continuación se oyó decir: "Debería tener más cuidado. Si le sorprenden haciendo eso le harán un consejo de guerra...". En ese momento se oyó correr el agua en el compartimento contiguo. La marea parece estar subiendo y bajando eternamente en el balneario. Descubre a estos pececillos; los cubre de agua. Se retira, y aquí están de nuevo los peces, despidiendo un intenso y extraño olor a pescado que parece inundar por completo el balneario.

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Page 1: Virginia Woolf, El Balneario

Cultural http://www.elpais.com.uy/Suple/Cultural/10/02/05/cultural_468864.asp

El balnearioVirginia Woolf

COMO TODAS las ciudades costeras, estaba impregnada de olor a pescado. Las jugueterías aparecían repletas de conchas esmaltadas, duras, aunque frágiles. Incluso los habitantes del lugar tenían cierta apariencia de molusco... un aspecto insignificante, como si alguien hubiese sacado el auténtico animal con la punta de un alfiler y sólo quedase el caparazón. Los ancianos del paseo eran moluscos. Sus polainas, sus pantalones de montar, sus catalejos parecían convertirlos en juguetes. Era tan poco cierto que ellos hubiesen sido alguna vez auténticos marineros o auténticos deportistas como que las conchas pegadas en los marcos de las fotografías y los espejos hubiesen yacido alguna vez en las profundidades del mar. También las mujeres, con sus pantalones, sus zapatos de tacón, sus bolsos de rafia y sus collares de perlas, parecían caparazones de auténticas mujeres que salen de mañana a hacer la compra.

A la una en punto esta frágil población de moluscos esmaltados se congregó en el restaurante. El restaurante olía a pescado, tenía el olor de un barco de pesca que ha sacado sus redes cargadas de arenques. El consumo de pescado en este comedor ha debido de ser enorme. El olor invadía incluso la habitación con el rótulo "Señoras" situada en el primer piso. Esta habitación constaba sólo de dos compartimentos divididos por una puerta. A un lado de la puerta se aliviaban las necesidades de la naturaleza; y al otro, frente al tocador y el espejo, la naturaleza quedaba sometida por el arte. Tres muchachas procedían a ejecutar esta segunda fase del ritual cotidiano. Ejercían su derecho a mejorar la naturaleza, a sojuzgarla con sus polveras y sus pintalabios rojos. Mientras hacían esto, charlaban. Pero su conversación se vio interrumpida por la llegada de una ola; luego la ola se retiró y se oyó decir a una de ellas:

-Nunca me preocupé por ella... es tonta de remate... A Bert nunca le han gustado las mujeres mayores... ¿Lo has visto desde que volvió?... Sus ojos... son tan azules... Como estanques... Los de Gert también... Los dos tienen los mismos ojos... Puedes hundirte en ellos... Los dos tienen los mismos dientes... Tiene unos dientes tan blancos, tan bonitos... Gert también... Pero los tiene un poco torcidos... cuando sonríe...

El agua borboteó. Las olas derramaron su espuma y se retiraron. A continuación se oyó decir: "Debería tener más cuidado. Si le sorprenden haciendo eso le harán un consejo de guerra...". En ese momento se oyó correr el agua en el compartimento contiguo. La marea parece estar subiendo y bajando eternamente en el balneario. Descubre a estos pececillos; los cubre de agua. Se retira, y aquí están de nuevo los peces, despidiendo un intenso y extraño olor a pescado que parece inundar por completo el balneario.

Pero de noche la ciudad se vuelve etérea. Un blanco resplandor ilumina el horizonte. Hay aros y diademas en las calles. La ciudad queda sumergida bajo el agua. Y sólo se distingue su esqueleto de bombillas de colores.

(Virginia Woolf nació en 1882 en Londres y murió en 1941 en Lewes, Inglaterra. Es un nombre clave del movimiento que modernizó la narrativa a comienzos del siglo XX. Entre sus novelas se cuentan La señora Dalloway (1925), Al faro (1927), Orlando (1929), Las olas (1931), Los años (1937), Entre los actos (1941). En 1953 su viudo compiló y editó El diario de una escritora).