viernes 29 de enero de 2021 el cerezo jirohei

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www.ciudadccs.info VIERNES 29 DE ENERO DE 2021 L os japoneses dicen que los fantasmas de la naturaleza inanimada tienen más vida gene- ralmente que los fantasmas de los muertos. Hay un antiguo proverbio que dice algo en ese sentido: “Los fantasmas de los árboles no aman al sauce”, que significa, supongo, que no son asimilados. En los cuadros japoneses de fantasmas casi siempre hay un sauce. No sé si Hokusai, el pintor anti- guo, u Okyo Maruyama, un pintor famoso de Kyoto de fecha más reciente, fueron responsables de los cuadros de fantasmas y de sauces; pero es cierto que Maruyama pintó a muchos fantasmas debajo de sauces (el prime- ro era el de su esposa que cayó enferma). No sé lo que tiene que ver exactamente con esta historia, pero mi narrador de historias empieza con él. En la parte norte de Kyoto hay un templo Shinto llamado Hirano. Es famoso por los hermosos cerezos que crecen allí. Entre ellos hay un árbol viejo y seco que se llama “Jirohei”, al que cuidan mucho; pero la historia que le corresponde es poco conocida y creo que no se ha contado antes a los europeos. Durante la estación en la que florecen los cerezos mucha gente va a visitar los árboles, especialmente por la noche. Cerca del cerezo Jirohei, hace muchos años, había un salón de té grande y próspero, que perteneció a Jirohei, el cual había empezado de una forma bastante insignificante. Hizo dinero tan rápidamente que atribuyó su éxito a la virtud del viejo cerezo, al cual veneraba en consecuencia. Jirohei tomaba en una consideración muy grande al árbol y atendía sus necesidades. Evitaba que los niños treparan y rompieran sus ramas. El árbol prosperó y él también. Una mañana un samurái subía caminando al templo Hirano y se sentó en el salón de té de Jirohei para mirar cuidadosamente al cerezo en flor. Era un hombre poderoso, de piel oscura y cara malvada, de unos seis pies de altura. —¿Es usted el dueño de este salón de té? –Preguntó. —Sí, señor –contestó Jirohei dócilmente. –Lo soy. ¿Qué puedo traerle, señor? —Nada, gracias –dijo el samurái. –¡Qué árbol tan hermoso tiene aquí enfrente de su salón de té! —Sí, señor. Debo mi prosperidad a la hermosura del árbol. Gracias, señor, por expresar su aprecio hacia él. —Quiero una rama del árbol para una geisha. –Dijo el samurái. —Lo siento profundamente, me obligan a negar su petición. Tengo que negárselo a todo el mundo. Los sacerdotes del templo me dieron órdenes a este respecto antes de permitirme levantar este salón. No importa quién pueda pedirlo, tengo que negarme. Ni siquiera se pueden coger flores del árbol, aunque se pueden coger cuando se caen. Por favor, señor, recuerde que hay un antiguo proverbio que nos dice que cortemos el ciruelo para nuestros jarrones, pero no el cerezo. —Parece usted una persona desagradablemente Kyoto De dónde vienen Las mil y una noches El conejo N° 39 El cerezo Jirohei argumentadora para su condición social, –dijo el samurái. —Cuando digo que quiero una cosa significa que la consigo; así que sería mejor que fuera a cortarla. —Sin embargo, cuanto más decidido esté usted, más tengo que negarme yo. –Dijo Jirohei con calma y cortésmente. —Y sin embargo, cuanto más me niegue usted, más decidido estoy a conseguirla. Yo como samurái digo PASA A LA PAG 2 que la tendré. ¿Cree que puede hacerme cambiar de propósito? Si no tiene la cortesía de traerla. Yo la cogeré por la fuerza. Adaptando sus actos a sus palabras, el samurái desenvainó la espada de unos tres pies de largo y fue a cortar la mejor rama de todas. Jirohei le cogió la manga del brazo que sostenía la espada gritando: —¡Le he pedido que deje el árbol en paz, pero no lo hace! ¡Por favor, tome mi vida a cambio!

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VIERNES 29 DE ENERO DE 2021

Los japoneses dicen que los fantasmas de la naturaleza inanimada tienen más vida gene-ralmente que los fantasmas de los muertos. Hay un antiguo proverbio que dice algo en ese sentido: “Los fantasmas de los árboles

no aman al sauce”, que signifi ca, supongo, que no son asimilados. En los cuadros japoneses de fantasmas casi siempre hay un sauce. No sé si Hokusai, el pintor anti-guo, u Okyo Maruyama, un pintor famoso de Kyoto de fecha más reciente, fueron responsables de los cuadros de fantasmas y de sauces; pero es cierto que Maruyama pintó a muchos fantasmas debajo de sauces (el prime-ro era el de su esposa que cayó enferma). No sé lo que tiene que ver exactamente con esta historia, pero mi narrador de historias empieza con él.En la parte norte de Kyoto hay un templo Shinto llamado Hirano. Es famoso por los hermosos cerezos que crecen allí. Entre ellos hay un árbol viejo y seco que se llama “Jirohei”, al que cuidan mucho; pero la historia que le corresponde es poco conocida y creo que no se ha contado antes a los europeos.Durante la estación en la que fl orecen los cerezos mucha gente va a visitar los árboles, especialmente por la noche.Cerca del cerezo Jirohei, hace muchos años, había un salón de té grande y próspero, que perteneció a Jirohei, el cual había empezado de una forma bastante insignifi cante. Hizo dinero tan rápidamente que atribuyó su éxito a la virtud del viejo cerezo, al cual veneraba en consecuencia. Jirohei tomaba en una consideración muy grande al árbol y atendía sus necesidades. Evitaba que los niños treparan y rompieran sus ramas. El árbol prosperó y él también.Una mañana un samurái subía caminando al templo Hirano y se sentó en el salón de té de Jirohei para mirar cuidadosamente al cerezo en fl or. Era un hombre poderoso, de piel oscura y cara malvada, de unos seis pies de altura.—¿Es usted el dueño de este salón de té? –Preguntó.—Sí, señor –contestó Jirohei dócilmente. –Lo soy. ¿Qué puedo traerle, señor?—Nada, gracias –dijo el samurái. –¡Qué árbol tan hermoso tiene aquí enfrente de su salón de té!—Sí, señor. Debo mi prosperidad a la hermosura del árbol. Gracias, señor, por expresar su aprecio hacia él.—Quiero una rama del árbol para una geisha. –Dijo el samurái.—Lo siento profundamente, me obligan a negar su petición. Tengo que negárselo a todo el mundo. Los sacerdotes del templo me dieron órdenes a este respecto antes de permitirme levantar este salón. No importa quién pueda pedirlo, tengo que negarme. Ni siquiera se pueden coger fl ores del árbol, aunque se pueden coger cuando se caen. Por favor, señor, recuerde que hay un antiguo proverbio que nos dice que cortemos el ciruelo para nuestros jarrones, pero no el cerezo.—Parece usted una persona desagradablemente

Kyoto

De dónde vienen Las mil y una noches

El conejo

N° 39

El cerezo Jirohei

argumentadora para su condición social, –dijo el samurái.—Cuando digo que quiero una cosa signifi ca que la consigo; así que sería mejor que fuera a cortarla.—Sin embargo, cuanto más decidido esté usted, más tengo que negarme yo. –Dijo Jirohei con calma y cortésmente.—Y sin embargo, cuanto más me niegue usted, más decidido estoy a conseguirla. Yo como samurái digo

PASA A LA PAG 2

que la tendré. ¿Cree que puede hacerme cambiar de propósito? Si no tiene la cortesía de traerla. Yo la cogeré por la fuerza.Adaptando sus actos a sus palabras, el samurái desenvainó la espada de unos tres pies de largo y fue a cortar la mejor rama de todas. Jirohei le cogió la manga del brazo que sostenía la espada gritando:—¡Le he pedido que deje el árbol en paz, pero no lo hace! ¡Por favor, tome mi vida a cambio!

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2|Cuentos para leer en la casa viernes 29 De enerO De 2021 viernes 29 De enerO De 2021 Cuentos para leer en la casa|3w w w . c i u d a d c c s . i n f o

Las mil y una noches

Julio Samsó

Noche 578Me han contado, oh rey, que existía un mo-narca muy aficionado al amor de las mujeres, un día en que estaba solo en su palacio, su mi-rada se fijó en una muchacha que estaba sola en la azotea de su casa y era bella y hermosa. Al verla no pudo controlar la pasión que sen-tía por ella y preguntó acerca de aquella casa, y le respondieron:—Es la casa de tu ministro Fulano.El rey se levantó al instante y mandó a llamar al ministro. Cuando éste compareció ante él, le ordenó realizar un viaje de inspección a una de las provincias lejanas de su reino y que regresara luego. El ministro emprendió el viaje, cumpliendo sus órdenes y una vez éste estuvo ausente, el rey se las ingenió para entrar en la casa del ministro. Cuando la mu-jer lo vio , lo reconoció, se puso en pie de un salto, le besó las manos y los pies, y le dio

Hemos elegido para estos relatos una edición de los mismos llevada a cabo por Julio Samsó, publicada por Alianza Editores de España.Este autor nos dice en su presentación que “las distintas procedencias de los materiales que concurren particularmente en esta an-tología, conviene aludir ahora a los distintos géneros que aparecen en la colección ( …). Es evidente que cualquier relato de Las Noches tiene su autor individual en su origen, y una obra literaria concreta. Incluso aquellos cuen-tos de carácter folklórico y a los que se les se-ñala un remoto origen sánscrito han entrado en la literatura árabe por una vía culta: tra-ducción árabe titulada Alf Jurafa (Mil cuentos) o Alf Layla (Mil noches) de una colección per-sa. No obstante, la primitiva colección –del siglo VIII o IX– entró pronto en vías de trans-misión popular: los cuentos pasaron a manos de los juglares o cuentistas profesionales que los relataban en los mercados.(…) El corpus de Las Noches no quedó fijado hasta el siglo XVIII en Egipto”. (p.8)La estructura general define que la narrado-ra es una joven: Sharahrazad o Cheretzade quien está condenada a muerte pero ha dis-traído a sus captores contando un cuento, que consigue prolongar continuamente de una noche a otra hasta llegar a mil y una, lo que hará que se considere salvada de su condena.

la bienvenida quedándose de pie lejos de él ocupada en atenderle. Luego le dijo:—Señor mío, ¿A qué se debe el que te hayas dignado a venir a ver a alguien, que como yo, no es digna de tu visita?—El amor que siento por ti y la pasión que me inspiras me han llevado a ello –Respon-dió el monarca.Ella entonces besó el suelo por segunda vez ante él y le dijo:—Señor mío, yo no soy digna de ser esclava de uno de los servidores del rey y ¿Cómo en-tonces voy a tener la buena fortuna de ele-

varme a la categoría de esclava tuya?El rey le ofreció la mano pero ella dijo:—Aún no ha llegado el momento adecua-do para esto. Ten paciencia, rey. Quédate conmigo hoy, todo el día para que yo pueda prepararte algo de comer.El monarca se sentó en el asiento de su mi-nistro. Ella entonces se puso en pie y le trajo un libro que contenía consejos espirituales y normas de buena educación para que se entretuviera leyéndolo hasta que ella le hu-biera preparado la comida. El rey lo tomó y se puso a leer pensamientos y máximas que

contenían severos reproches a sus deseos de fornicar y cometer un pecado. Cuando la mu-chacha le hubo preparado la comida, se la sir-vió: constaba de noventa platos. El monarca se puso a comer una cucharada de cada pla-to: los manjares que aparecían en cada uno eran distintos, pero el sabor era siempre el mismo. Ante eso, el rey se quedó asombrado y dijo:–Muchacha, estoy viendo que aquí hay muchos guisos con un mismo sabor.—Dios haga feliz al rey –Respondió la escla-va– Esta es una parábola que te he preparado para que la tomes en consideración.—¿A qué se refiere? –Preguntó el monarca.—Dios favorezca a nuestro señor, el rey –Res-pondió la muchacha.—En tu palacio hay noventa concubinas dis-tintas, pero su sabor es siempre el mismo.Cuando el rey escuchó estas palabras se sintió avergonzado ante ella, al instante se levantó y salió de la casa sin causarle ningún daño. La vergüenza que sentía hizo que olvidara su anillo en casa de la muchacha bajo una almo-hada. A continuación se dirigió a su palacio, donde tomó asiento, y en ese preciso momen-to llegó el ministro, compareció ante él, besó el suelo en su presencia y le informó de los asuntos para los que había sido enviado. Lue-go el ministro se fue. Entró en su casa y se sentó en su estrado. Alargó la mano bajo la almohada y encontró allí el anillo del rey. El ministro lo tomó y lo guardó junto a su cora-zón, separándose de su esclava sin dirigirle la palabra, durante un año entero a partir de ese momento, sin que ella comprendiera la causa de su cólera.Sherezade se dio cuenta de que había llegado la aurora….

Noche 579 Como esta situación se prolongaba durante mucho tiempo y ella seguía sin comprender el motivo, mandó a llamar a su padre y le ex-plicó lo que le había sucedido con el ministro, que se había separado de ella durante un año entero. Su padre le dijo entonces: –Me queja-ré de él cuando estemos en presencia del rey.Cierto día el padre entró a Palacio y encontró al ministro en presencia del rey con quien se encontraba también el Juez del Ejército. En-tonces le dijo, quejándose:–Dios, ensalzado sea, favorezca al rey. Yo te-nía un hermoso jardín que planté con mis propias manos y en el que gasté mi dinero hasta que fructificó y dio buena cosecha. Se lo regalé a este ministro tuyo, quien ha comi-do de él lo que le apetecía, pero luego lo ha abandonado y no lo riega. Sus flores se han secado, ha perdido su belleza y su aspecto ha

VIENE DE LA PAG 1

Fin

Fin

Sherezade se dio cuenta de que había llegado la aurora...

El amor que siento por ti y la pasión que me inspiras me han llevado a ello...

cambiado por entero.—Rey –Respondió el ministro– este hombre dice la verdad. Yo lo conserva-ba y comía de él. Pero cierto día en que fui a verlo, descubrí en él la huella del león, por lo que temí por mi propia vida y lo abandoné.El monarca entendió que la huella a la que se había referido el ministro era el anillo real, que él había olvidado en la casa. Por ello dijo a su ministro:–Ministro, vuelve a tu jardín, en el que puedes estar tranquilo, porque el león no se acercará a él. Ha llegado a mis oí-dos que estuvo allí, pero que no causó ningún daño. Te lo digo por el honor de mis padres y de mis abuelos.–Como mandes, Señor. Respondió el ministro.A continuación, éste volvió a su casa, mandó llamar a su esposa, se reconci-lió con ella y, en adelante, confió en su castidad.

Noche 582Has de saber, rey, que según me han contado, había un cazador que cazaba fieras en el campo. Cierto día entró en una caverna de las que se encuentran en la montaña y encontró allí un agu-jero lleno de miel de abeja. Tomó parte de aquella miel en un odre que lleva-ba consigo, se lo puso al hombro y se dirigió a la ciudad en compañía de su perro de caza, por el que sentía un gran cariño. Se detuvo junto a la tienda de un hombre que comerciaba con aceite y le enseñó la miel. El comerciante se la compró y, a continuación abrió el odre y extrajo la miel para examinarla. Del odre cayó una gota de miel sobre la que se lanzó un pájaro. Pero el comercian-te tenía un gato que dio un salto para atrapar al pájaro. El perro lo vio y, sal-tando a su vez, mató al gato. El comer-ciante, por su parte, se echó sobre el perro del cazador y lo mató. El cazador, así mismo, saltó sobre el comerciante y lo mató. El comerciante vivía en un pueblo y el cazador en otro, y los con-ciudadanos de ambos, oyeron hablar de lo que había sucedido, tomaron sus ar-mas e instrumentos de guerra y se ata-caron unos a otros. Se encontraron los dos bandos y las espadas no cesaron de voltear hasta que murieron todos. Sólo Dios, ensalzado sea, sabe cuántos eran.

publicada por Alianza Editores de España.

De dónde vienen Las mil y una noches

—Es usted un insolente y un loco molesto. Cumpliré su deseo alegremente. Y diciendo esto el samurái apuñaló levemente a Jirohei para hacer que soltara la rama. Jirohei le dejó ir, pero corrió hacia el árbol donde en una lucha posterior por la rama, que fue cortada a pesar de la defensa de Jirohei, le apuñaló de nuevo, esta vez mortalmente. El samurái, viendo que el hombre iba a morir, se fue tan rápidamente como le fue posible, dejando la rama cortada llena de flores en el suelo.Al oír el ruido los criados salieron de la casa seguidos por la pobre anciana esposa de Jirohei.Vieron que Jirohei estaba muerto, pero agarraba el árbol con tanta firmeza como si estuviera vivo y pasó una hora entera antes de que fueran capaces de soltarle.Desde ese momento las cosas le fueron mal al salón de té. Venía muy poca gente y los que venían eran pobres y gastaban poco dinero. Además desde el día del asesinato de Jirohei el árbol comenzó a marchitarse y secarse; en menos de un año estaba totalmente seco. El salón de té tuvo que ser cerrado porque se necesitaban fondos para mantenerlo abierto. La anciana esposa de Jirohei se había colgado del árbol seco unos pocos días después de que hubiera sido asesinado su esposo.La gente dice que se veían fantasmas alrededor del árbol y tenían miedo de ir allí de noche. Incluso sufrieron los salones de té de las proximidades, y también el templo, que durante un tiempo se hizo impopular.El samurái que había sido la causa de todo esto, durante un tiempo se mantuvo en secreto, solamente a su padre le dijo lo que había hecho, al que expresó su intención de ir al templo a comprobar las afirmaciones sobre los fantasmas. Así que en el tercer día de marzo del tercer año de Keio (esto es hace cuarenta y dos años) partió una noche él solo y bien armado, a pesar de los intentos de su padre por detenerle. Fue precisamente hasta el viejo árbol seco y se escondió allí detrás de un farol de piedra.Para su asombro el árbol seco floreció por completo a medianoche y se mostró igual que había sido cuando le cortó una rama y mató a Jirohei.Al ver esto atacó con fuerza al árbol con su espada afilada. Le atacó con una furia loca, cortándolo y acuchillándolo, y oyó un grito horrible que le pareció que procedía del interior del árbol.Después de media hora estaba exhausto, pero decidió esperar hasta romper el día para ver el daño que había causado. Cuando amaneció el día, el samurái encontró a su padre que yacía en el suelo, cortado en pedazos y, por supuesto, muerto. Sin duda el padre le había seguido para intentar ver que no sufriría ningún daño su hijo.Al samurái le abatió el dolor y la vergüenza. Sólo quedaba ir a pedir perdón a los dioses y ofrecerle su vida a ellos, lo cual hizo destripándose.Desde aquel día el fantasma no apareció más y la gente iba a visitar el cerezo tanto por la noche como por el día, como antes, y así lo hacen incluso ahora. Nadie ha sido capaz de decir si el fantasma que se aparecía era el fantasma de Jirohei o el de su esposa, o el del cerezo que había muerto cuando le habían cortado su rama.

o de las historias que contaba Sherezade para mantenerse viva

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4|Cuentos para leer en la casa viernes 29 De enerO De 2021 w w w . c i u d a d c c s . i n f o

DIRECTORA MERCEDES CHACÍN COORDINADORA TERESA OVALLES MÁRQUEZ ASESORA EDITORIAL LAURA ANTILLANO ASESOR EDITORIAL LUIS ALVIS C. ILUSTRADORA MAIGUALIDA ESPINOZA C. DISEÑO GRÁFICO TATUM GOIS

El conejo

Un día un conejo estaba hacien-do un mapire. Mientras lo ha-cía apareció un tigre y le dijo: —Hola conejo, ¿para qué estás haciendo ese mapire?—Ujú… Ay tigre, y ¿tú andas por

allí tan tranquilo?—Pero, ¿qué es lo que pasa?—¿No te has enterado de que hay una creciente grandísima que viene llegando de las cabeceras del río?—No, no estaba enterado. Aunque eso sea cierto, ¿se puede saber para qué estás haciendo ese mapire?—Para que cuando la creciente llegue por aquí, me encuentre colgado allí arriba.Entonces el tigre le dijo: –Conejo, si es así la cosa, ve haciendo primero mi cesto.—Está bien, tigre. Voy a hacer primero tu cesto.Y el conejo comenzó a hacerlo inmediatamen-te teje que teje.Cuando estuvo hecho, le dijo:—Tigre, acomódate adentro para probar cómo quedó.El tigre se sentó dentro del cesto. Y, ¡qué bien estaba a la medida!Entonces el conejo arrancó un bejuco de un árbol y comenzó a coser la boca del cesto, cose que cose.Cuando el conejo acabó de cerrarlo, le pre-guntó al tigre: –¿Dónde quieres que te cuelgue?–Cuélgame de ahí mismo. –Le respondió aquel.Entonces el conejo, agarrando aquel mapi-re-jaula lo colgó donde el tigre le había in-dicado y le dijo: –tigre, ya me voy a buscar juncos. Ahorita mismo vengo, pues tengo que hacer mi cesto.Y diciendo esto se marchó.En todo el día no apareció. Llegó la noche, pasó toda la noche y el conejo no había regresado. Volvió a amanecer y oscurecer y nada.Ya habían pasado dos días.Y el tigre se estaba muriendo de hambre.En eso llegó por allí una bandada de pájaros.Eran guacamayos azules.Entonces el tigre le dijo a un guacamayo.—Guacamayo, quítale el bejuco al cesto.—Um…jú… Tú me quieres comer.—No, no te comeré.—Yo creo que sí, mejor no le quito el bejuco al cesto.Y se marcharon los guacamayos.Detrás de ellos llegó una familia de araguatos. Cuando llegaron el tigre le dijo a uno: –Aragua-tico, quítale el bejuco al cesto.

Cuento indígena warao/versión de Maruja Casanova

El araguato le dijo: –No, no. Tú me vas a comer.Y diciéndole esto, se marcharon.Y sucedió que detrás de ellos llegó una nu-merosa familia de monos. Al primero de to-dos ellos el tigre le dijo: –Monito, quítale el bejuco al cesto.—Ujúm… Tú me vas a comer.—Te aseguro que no. Yo no te voy a comer,

anda, monito, quítale el bejuco…—Pero, ¿es verdad que no me come-rás? Tú me vas a comer…—Te juro que no te voy a comer.—Pues, siendo así, le voy a quitar el bejuco al cesto.Y comenzó a destejer la boca del cesto: descose que descose, descose que descose… Ya solo faltaba una puntada, y cuando el mono la estaba

sacando, el tigre le echó las garras y ambos cayeron al suelo.Nada más caer, el mono le dijo al tigre: –Si me comes de esta forma te vas a atragantar. Por eso es mejor que me lances un poquito hacia arriba. Así cuando vaya de bajada, caeré direc-to en tus fauces.El tigre le dijo: –Me estás engañando.Pero el mono aseguró: –Tigre, te digo la ver-dad, cuando yo suba para allá arriba tú abres

la boca. Así yo podré caer bien dentro de ella. De este modo no se te cortará la respiración.Y efectivamente el tigre lanzó alto, hacia arri-ba, al mono. El mono en el aire moneó y brin-có muy alto, desde allí vio la bocota del tigre abierta esperándolo. Pero él salió corriendo a todo brinco.Al escapársele, el tigre siguió muerto de ham-bre… se acostó y quedó panza arriba. Y luego se dijo: –Ahora, como logre ver al conejo, lo atrapo y me lo como. Se levantó y siguió la ve-reda del conejo. Camina, caminando y vio al conejo. Nada más verlo lo atrapó. El conejo al sentirse atrapado le dijo: –Tigre, si me comes de esta forma te vas a atragantar, yo tengo un venado de buen tamaño, si me dejas te lo voy a traer. Espérame aquí.El tigre creyó las palabras del conejo y lo soltó.Al instante el conejo salió corriendo. El tigre se quedó esperando al conejo, espera que espera pero…nada.Entonces dijo entre dientes: –Ahora sí es ver-dad que cuando vea al conejo me lo como.Salió tras él pero le fue imposible encontrarlo.Y así fue como una vez más, el tigre casi murió de hambre por la astucia del conejo.

El tigre creyó las palabras del conejo y lo soltó...

Fin