veronika decide morir

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Una novela que explora el mundo de la locura y la muerte para crear, de manera fascinante y conmovedora, un himno a la vida y una certera mirada al gozo que trae consigo la búsqueda interior. Por PAULO COEIHO ©1999 Editorial Grijaibo, S. A. de C. V. E l 11 de noviembre de 1997, Veronika decidió que ha- bía —¡por fin!—llegado el momento de matarse. Limpió cuidadosamente su cuarto, alquilado en un convento de mon- jas, apagó la calefacción, se cepilló los dientes y se echó en la cama. En la mesita de noche colocó las 4 cajas de pastillas para dormir. En vez de triturarlas y mezclarlas con agua, resolvió tomárselas una a una, ya que existe una gran dis- tancia entre la intención y el acto, y ella quería tener la libertad de arrepentirse a medio camino. Mientras, con cada pastilla que engullía se sentía más convencida: al cabo de 5 minutos, las cajas esta- ban vacías. Como no sabía exactamente cuánto tiempo tardaría en perder la conciencia, se había llevado a la cama una revista francesa. Homme. Mientras esperaba la muerte, comenzó a leer sobre informática. Para su sorpresa, la primera línea del texto la sacó de su pasividad natural e hizo que, por primera vez en la vida considerase verdadera una frase que estaba muy de moda entre sus amigos; "Nada en este mundo acontece por casualidad". ¿Por qué aquella primera línea, justamente en un momento en que había comenzado a morir? Debajo de la ilustración de ese juego de computadora, el periodis- ta comenzaba su escrito preguntan- do: —¿Dónde está Eslovenia?—. «Nadie sabe dónde está Eslove- nia —pensó—. ¡Ni falta que hacía!» Pero con todo, Eslovenia existía: estaba allá afuera, allá dentro, en [ Contenido / MAYO 2012 ]

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Una novela que explora el mundo de la locura y la muertepara crear, de manera fascinante y conmovedora, un himno

a la vida y una certera mirada al gozo que trae consigola búsqueda interior.

Por PAULO COEIHO ©1999 Editorial Grijaibo, S. A. de C. V.

El 11 de noviembre de 1997,Veronika decidió que ha-bía —¡por fin!—llegadoel momento de matarse.

Limpió cuidadosamente su cuarto,alquilado en un convento de mon-jas, apagó la calefacción, se cepillólos dientes y se echó en la cama.

En la mesita de noche colocólas 4 cajas de pastillas para dormir.En vez de triturarlas y mezclarlascon agua, resolvió tomárselas unaa una, ya que existe una gran dis-tancia entre la intención y el acto,y ella quería tener la libertad dearrepentirse a medio camino.

Mientras, con cada pastilla queengullía se sentía más convencida:al cabo de 5 minutos, las cajas esta-ban vacías.

Como no sabía exactamentecuánto tiempo tardaría en perder

la conciencia, se había llevado a lacama una revista francesa. Homme.

Mientras esperaba la muerte,comenzó a leer sobre informática.Para su sorpresa, la primera líneadel texto la sacó de su pasividadnatural e hizo que, por primera vezen la vida considerase verdaderauna frase que estaba muy de modaentre sus amigos; "Nada en estemundo acontece por casualidad".

¿Por qué aquella primera línea,justamente en un momento en quehabía comenzado a morir?

Debajo de la ilustración de esejuego de computadora, el periodis-ta comenzaba su escrito preguntan-do: —¿Dónde está Eslovenia?—.

«Nadie sabe dónde está Eslove-nia —pensó—. ¡Ni falta que hacía!»

Pero con todo, Eslovenia existía:estaba allá afuera, allá dentro, en

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las montañas y en la plaza, delantede sus ojos. Eslovenia era su pais.Dejó la revista a un lado; no le inte-resaba ahora indignarse.

Veronika estaba muriendo ysus preocupaciones tenían que serotras, como saber si existe vidadespués de la muerte o cuándosería encontrado su cuerpo. Detodas formas, o tal vez justamente

decide morirpor eso, por la importante decisiónque había tomado, aquel artículo laestaba incomodando.

Miró por la ventana del con-vento que daba a la pequeña plazaprincipsil de Ljubljana. Fue enton-ces que Veronika descubrió que elúltimo acto de su vida sería unacarta para aquella revista, explican-do que Eslovenia era una de las 5repúblicas resultantes de la divisiónde la antigua Yugoslavia.

Dejaría la carta con la nota desu suicidio. No daria ninguna expli-cación acerca de los motivos de sumuerte. Guando haüaran su cuerpoconcluirían que se había matadoporque una revista no sabía dóndeestaba su país.

Escribió la carta. Aquel momen-to hizo que le vinieran otros pen-samientos acerca de la necesidad

de morir. Trató de imaginar cómosería morir. ¿Existe Dios?

Al contrario de mucha gente,ésta no fue la gran discusión inte-rior de su vida. A los 24 años,Veronika tenía casi la certeza deque todo concluía con la muerte.Por eso había escogido el suicidio:

Veronika comenzó a sentir unanáusea, que fue creciendo. El estó-mago comenzaba a revolvérsele yse sentia muy mal. Por primera vezdesde que tomó los comprimidossintió miedo, un miedo terrible a lodesconocido. Pero fue rápido. Inme-diatamente perdió la conciencia.

Guando abrió los ojos no pensó:«Esto debe ser el cielo». Quisomoverse y el dolor aumentó.

—Ya ha recuperado la concien-cia —escuchó una voz—. Ahora

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IBRO CONDENSADO

usted tiene los 2 pies en el infierno.No, no era el infierno porque sentíamucho frío y notaba que unos tubosde plástico le salían de boca y narizy le daban una sensación de sofoco.Quiso moverse para retirárselos,pero tenía los brazos amarrados.

—Estoy bromeando. No es elinfierno —continuó la voz—. Espeor que el infierno. Es Villete.

A pesar del dolor, Veronikaentendió lo que había sucedi-do. Había intentado el suicidioy alguien había llegado a tiempopara salvarla. Estaba en Villete, elfamoso y temido manicomio, queexisda desde 1991.

La enfermera se inclinó, Vero-nika meneó la cabeza implorandocon los ojos que le sacaran aquellostubos y la dejasen morir en paz.

—Usted está nerviosa —le dijola mujer—. No sé si está arrepen-dda o si aún quiere morír, pero yodebo cumplir con mi función: si elpaciente se muestra agitado, el reglamento exige que se le apliqueun sedante.

Veronika no sabe cuánto tiempoha pasado dormida. Pero ahora,con los ojos bien abiertos y miran-do todo el cuarto, no sabía si aque-llo había sido real o una alucina-ción. Los tubos le habían sido reti-rados, pero continuaba con agujasmetidas por todo el cuerpo y cablesconectados por la zona del corazóny la cabeza, y los brazos amarrados.Estaba sólo cubierta por una sába-na, y sentía frío. En una silla estaba

sentada una enfermera, leyendo unlibro. Estoy viva, pensó Veronika.Va a comenzar todo de nuevo.Debo pasar algún tiempo aquíadentro, hasta que constaten quesoy perfectamente normal. Despuésme darán de alta...

Veronika se hizo una prome-sa: no saldría de Villete con vida.Era mejor acabar con todo ahora,cuando aún tenía coraje y saludpara morir.

Se durmió, despertándose varíasveces. Notó que el número de apa-ratos disminuía; el calor aumentabay las caras de las enfermeras erannuevas, pero siempre había gentea su lado.

Por primera vez, al abrir losojos, se dio cuenta de que estaba enlo que parecía una gran enferme-ría. Un médico se encontraba fren-te a su cama. A su lado, un jovenpasante aseguraba una tablilla ytomaba notas.

—¿Cuánto tiempo llevo aquí?—preguntó, notando que hablabacon dificultad.

—Dos semanas luego de 5 díasen la unidad de urgencias —res-pondió el médico—. Y dé gracias aDios de aún encontrarse aquí.

—¿Cuánto tiempo tendré queestar todavía aquí?

El más joven bajó los ojos.—Dígale —comentó el médi-

co—. Los demás pacientes ya hanescuchado los rumores y ella vaa terminar sabiendo de cualquiermodo.

[ Contenido / MAYO 2012 ]

—Ha sido usted quien ha deter-minado su destino —suspiró el másjoven—: durante el coma provoca-do por los narcóticos, su corazónquedó afectado. Sufrió una necro-sis en el ventrículo... y su corazóndejará de latir en breve.

—¿En cuánto tiempo mi cora-zón se detendrá? —preguntó asus-tada.

—Cinco días, una semana a lomás —le contestaron.

—Entonces no faUé.—No —fue la respuesta.Durante la noche, sin embargo,

comenzó a sentir miedo. Una cosaera la acción rápida de las pasti-llas y otra quedarse aguardando lamuerte 5 días, una semana. Teníaque salir de allí y agenciarse nuevaspastillas. Si no las conseguía, lasolución iba a ser arrojarse desde loalto de un edificio.

Miró en torno suyo. Todas lascamas estaban ocupadas; todosdormían. Las ventanas tenían rejas.Al extremo del dormitorio se veíauna lucecita. Cerca de la luz, unamujer leía. Se levantó. La enferme-ra alzó la vista y vio a la joven.

—Quiero ir al baño —susurrócon miedo de despertar a los demáspacientes.

La enfermera señaló hacia unapuerta. El baño era un cubículo sinpuerta.

—¿Esto es una cárcel? —le pre-guntó a la enfermera, que seguíatodos los movimientos de Veronika.

—No; es un manicomio.—Yo no estoy loca.—Es exactamente lo que todos

—¿Esto es una cárcel?—le preguntó a la enfermera,

que seguía todos losmovimientos de Veronika.—No; es un manicomio.

—Yo no estoy loca.—Es exactamente

lo que todos dicen aquí—di jo la mujer.

dicen aquí —dijo la mujer.Está bien. Entonces estoy loca.

¿Qué es un loco?—Pregúnteselo a su médico. Y

vayase a dormir o le aplicaré uncalmante.

De regreso escuchó que alguiensusurraba desde una de las camas:

—Me llamo Zedka. Vaya a sucama. Luego, cuando la vigilantevea que usted ya está acostada,arrástrese por el suelo y venga hastaacá.

Veronika esperó que la enferme-ra se distrajera. Luego fue dondeestaba Zedka:

—No sé lo que es un loco, peroyo no lo estoy. Soy una suicidafrustrada.

—Loco es quien vive en sumundo. Personas que son dife-rentes de las demás. Seguramenteusted ha oído hablar de Einstein, oColón, o Los Beaües.

—Usted no parece loca —dijo.—Lo estoy; aunque me estoy

curando porque mi caso es sencillo.

[ MAYO 2012 / Contenido ]

Usted va a morir, nos dijeron.—De aquí a 5 o 6 días. Estoy

pensando si existe un medio demorir antes. Si usted o alguien deaquí adentro me consiguiera nue-vos comprimidos, tengo la certezade que mi corazón no aguantariaesta vez. Gomprenda cuánto sufropor tener que estar esperando lamuerte. Ayúdeme.

Antes que Zedka pudiera res-ponder, la enfermera apareció conuna jeringa.

—Se la puedo aplicar yo misma—le espetó— dependiendo de suvoluntad.

Veronika se dirigió a su lecho ydejó que la enfermera cumpfieracon su tarea.

Fue su primer día normal en elmanicomio. Safio de la enferme-ria, desayunó en el gran refectorio.

donde hombres y mujeres comíanjuntos. Se dio cuenta que todo esta-ba envuelto en una aura de silencioopresivo.

Después del desayuno, todossalieron para darse un baño de sol.Safio, caminó un poco, en busca dealgún modo de huir. Después de unaprimera y rápida inspección notóque el único lugar realmente vigi-lado era la puerta principal, donde2 guardias comprobaban las identi-dades de quienes entraban y salían.

—Soy Zedka —cfijo una mujerque se le acercó.

La noche anterior no habíapodido verle el rostro. Tendría unos35 años y parecía absolutamentenormal.

—Nuestra conversación de ano-che... lo que usted me pidió, ¿seacuerda?

—Perfectamente.—Hay un grupo aquí dentro.

Son hombres y mujeres que podríanhaber sido dados de alta y estar ensus casas, pero no quieren salir...

—¿Ellos pueden conseguirmelos comprimidos?

—Trate de entrar en contactocon ellos. Llaman a su grupo "LaFraternidad".

Zedka señaló hacia una mujerde cabello blanco que conversabacon otras.

—Se llama Mari y es de la Fra-ternidad. Pregúntele cuando estésola.

En este preciso momento, elcorazón de Veronika le dio unapunzada: a su pensamiento regresóde inmediato la conversación con elmédico y se asustó:

—Quiero estar a solas —le dijoa Zedka.

La mujer se apartó. Una levevoluntad de vivir pareció surgir,pero Veronika la rechazó.

Después de pasar un tiempoen el jardín, fueron al refectoriopara la comida. A continuación,los enfermeros condujeron a hom-bres y mujeres a una sala ampliosventanales. La mayor parte se fuea ver la televisión. Veronika advir-tió que Mari estaba ahora con ungrupo. Cuando se aproximó, todosse callaron.

—¿Qué es lo que desea? —lepreguntó un señor mayor que pare-cía ser el líder.

—Nada. Sólo pasaba.Todos se miraron entre sí e hicie-

ron algunos ademanes demencia-

Íes. Uno comentó con otro: «¡EUasólo pasaba!». El grupo entero rió acarcajada limpia.

Veronika se dio media vuelta yse apartó, para que nadie notaraque sus ojos se le henchían de lágri-mas. Estaba confusa, tensa, irrita-da. Aquellos locos habían consegui-do que sintiera vergíienza, miedo,rabia, deseos de matarlos.

Veronika regresó y se dirigió algrupo. Estaban conversando, ani-mados. Fue directa al hombre demás edad y le rompió una sonorabofetada en la cara.

—¿Vas a reaccionar? Preguntóen voz alta—. ¿Vas a hacer algo?

—No. Usted no nos va a moles-tar mucho tiempo.

Ella se fue a su dormitorio.Había hecho algo que nunca hicie-ra en su vida.

Al día siguiente, después deldesayuno todos salieron para elbaño de sol. Sin embargo, un enfer-mero le ordenó a Zedka que fueraal dormitorio, pues era el día detratamiento. Veronika escuchó laindicación.

—¿Qué es eso del tratamiento?—preguntó.

—Es un proceso antiguo, delos años 60, pero que los médicoscreen que puede acelerar la recu-peración. ¿Quiere verlo?

—Esto no es ninguna exhibición—intervino el enfermero.

—Ella va a morir. Y no havivido nada. Deja que venga connosotros.

Veronika presenció cómo lamujer era amarrada a la cama.

[ MAYO 2012 / Contenido ]

—Explícale— le indicó Zedka alenfermero— o se va a asustar.

Él se volteó y le mostró unajeringa.

—En esta jeringa hay una dosisde insulina —dijo—. Se emplea conlos diabéticos. Pero cuando la dosises mucho más elevada que la habi-tual, provoca el estado de coma. Ellava a entrar en un coma inducido.

—¡Esto es horroroso, inhumano!Las personas luchan para salir, nopara entrar en coma.

—Las personas luchan paravivir y no para cometer suicidio—dijo el enfermero—. Y el esta-do de coma deja el organismo enreposo, sus funciones se reducendrásticamente y la tensión existentedesaparece.

Mientras inyectaba el líquido,los ojos de Zedka iban perdiendoel brillo.

—Esté tranquila —le decíaVeronika.

—No pierda el tiempo. Ya nopuede oírla.

La mujer, que minutos antesparecía lúcida y plena de vida,ahora tenía los ojos fijos en unpunto cualquiera y un líquido espu-moso le salía de la boca.

Al volver en sí, Zedka dijo:—¡Hola, Veronika! No te asus-

tes. Estoy bien. Por fin he logradoescapar de este peligroso tratamien-to; ya no se repetirá jamás.

—¿Gomo lo sabe usted? Aquíno respetan a nadie.

—El doctor Igor ya me lo dijo.

Estoy curada. ¿Se acuerda de laprimera pregunta que le hice sobrelo que es un loco? Esta vez se la voya responder. La locura es la inca-pacidad de comunicar las propiasideas. Gomo si una estuviera en unpaís extranjero, entendiendo lo quepasa pero fuese incapaz de expli-carse y de ser ayudada porque noentiende la lengua que hablan allí.

—Todos nosotros hemos sentidoeso alguna vez.

—Todos nosotros, de una formau otra, somos locos.

Del otro lado de la ventanaenrejada, el cielo estaba tachonadode estrellas, con una luna en cuartocreciente. A Veronika se le antojó iral piano de la sala y celebrar aque-lla noche con una beüa sonata. Peroestaba separada de su deseo poruna puerta de acero.

—Regrese a su cama —dijo laenfermera—.

—No me trate como a una niña—dijo Veronika—. Quiero conver-sar con alguien. ¿Usted me tienemiedo? Faltan unos días para mimuerte, ¿qué puedo perder?

—¿Por qué no va a dar unpaseo, muchacha, y me deja ter-minar el libro? En realidad nonecesitamos mucho control por loscomprimidos para dormir.

—En realidad, ahora me gusta-ria tocar el piano.

—Entonces, vaya a la sala . Estáaislada y el ruido no molestará anadie.

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La enfermera abrió la puertay Veronika saUó. Luego empujóla puerta de la sala; llegó anteel piano, levantó la tapa y tocóel teclado. Una profunda paz lainundó y volvió a mirar el cieloestrellado.

En medio de la música se pre-sentó otro loco, Eduard, un esqui-zofrénico que no tenía posibilidadde curación. Ella no se asustó consu presencia; al contrario, sonrió y,para su sorpresa, él le devolvió susonrisa. También en su mundo másdistante que la luna, la música eracapaz de penetrar y hacer milagros.

«Tengo que comprar un nuevollavero», pensaba el Dr. Igor cadavez que alaría la puerta de su despa-cho en el sanatorío de Villete.

Entró y echó un vistazo a laagenda del día. Tenía que estu-diar algunas medidas para no dejarque Eduard muríera de hambre.Su esquizofrenia lo volvía impre-visible y ahora había dejado decomer. ¿Cuál sería la reacción delpadre de Eduard, uno de los másconocidos embajadores de la jovenrepública eslovena?. Pasó al siguien-te caso: la paciente Zedka Mendelque ya había concluido su períodode tratamiento y podía ser dadade alta. Decidió comprobarlo, puescasi siempre acontecía que, tras unperiodo en un hospital de enfermosmentales, el paciente rara vez seadaptaba de nuevo a la vida normal.

No era culpa del sanatorio. Nide ninguno de todos los sanatoriosdel mundo, donde el problema de

En medio de la música sepresentó otro loco, Eduard,

un esquizofrénico que no teníaposibilidad de curación. Ella

no se asustó con su presencia;al contrario, sonrió y, para su

sorpresa, él le devolviósu sonrisa.

la readaptación de los internos eraexactamente igual.

De manera que sólo habíauna salida: descubrír la cura de laDemencia. Y el Dr. Igor se habíaempeñado en eso y al respecto esta-ba preparando una tesis que revo-lucionaría el medio psiquiátríco. Sillegara a descubrir cómo combatirel Vitríolo, el veneno responsablede la locura, su nombre pasaría ala historia.

Aquella semana había aparecidouna oportunidad caída del cielo,en forma de un potencial suicida.No estaba dispuesto a perderse esaoportunidad por ningún dinero delmundo.

Al cabo de una semana, el sol porfin había vuelto a lucir. Veronika losabía. De pronto sindó una punzadaen el pecho y un brazo se le durmió.Vio cómo daba vueltas el techo: ¡unataque cardiaco! La respiración sele dificultó y, horrorízada, Veronikase dio cuenta de que estaba a puntode experímentar el peor de los mie-dos: la asfixia. Tambaleóse, cayó,sindó un golpe fuerte en el rostro

[ MAYO 2012 / Contenido ]

y continuó haciendo un esfuerzogigantesco para respirar, pero el aireno le entraba. Sintió que alguien latomaba y la colocaba boca arriba.Al poco, las imágenes se volvierondistantes y cuando la agonía alcanzósu punto máximo, el aire al fin pene-tró, con un ruido tremendo.

Un enfermero le aplicó unainyección en el brazo. Veronika lequitó la jeringa de la mano y laarrojó.

—¿Por qué no me inyecta vene-no, sabiendo que estoy condenada?¿Dónde están sus sentimientos?

Sin conseguir controlarse, sesentó en el suelo y comenzó a llo-rar compulsivamente. Una doctoraentró con una nueva jeringa paraaplicarle hasta la última gota decalmante en la vena de su brazo.

Estaba en el despacho del Dr.Igor, acostada. Él le auscultaba elcorazón. Ella fingió que dormía,pero el médico sabía que estabasiendo oído.

—Tranquilícese —dijo—. Conla salud que tiene puede vivir 100años.

—¿Qué dice doctor?—Dije que se tranquilice.—No. Usted dijo que iba a vivir

100 años —insistió Veronika.—En medicina no hay nada

definitivo —disimuló el Dr. Igor—.Todo es posible.

—¿Cómo está mi corazón?—Igual.Trató de levantarse, sin conse-

guirlo: toda la habitación comenzó

Sin conseguir controlarse,se sentó en el suelo y comenzóa llorar compulsivamente. Unadoctora entró con una nuevajeringa para aplicarle hastala última gota de calmante

en la vena de su brazo.

a girar. El Dr. Igor permaneció ensilencio, fingiendo estar viendo lospapeles que tenía sobre la mesa,mientras aguardaba a que la jovencomenzara a hablar y así él pudieserecoger más datos para su tesissobre la locura y el método decuración que estaba desarrollando.Pero Veronika no pronunció pala-bra. «Quizá ya está en un graclo deenvenenamiento muy grande por elVitriolo», pensó el Dr. Igor.

—Parece que le gusta tocar elpiano —dijo él, procurando ser lomás casual.

—Y a los locos les gusta escu-char. Ayer uno se quedó allí pega-do, escuchando.

—Eduard quedó fascinado. Havuelto a comer como una personanormal.

—¿A un esquizofrénico le gustala música? ¿Tiene remedio? —pre-guntó.

—Se puede controlar. Un esqui-zofrénico es una persona que tieneya una tendencia a ausentarse deeste mundo, hasta que un hecho

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hace que cree una realidad sólo paraél. El caso puede evolucionar hastala ausencia completa, o puede tenermejorias, que le permiten llevar unavida prácdcamente normal.

—Grear una realidad sólo paraél —repitió Veronika—. ¿Qué es lareafidad?

—Es lo que la mayoría creyóque debía ser. No necesariamentelo mejor. ¿Ve usted qué llevo en elcuello?

—Una corbata.—Muy bien. Mas si le pregunto

a un loco y a una persona normalqué es esto, será considerado sanoquien diga: una corbata.

—Usted ha tenido que concluirque no estoy loca, pues di el nom-bre correcto.

«Usted no está loca», pensó elDr. Igor. Atentar contra la propiavida era propio del ser humano;conocía a mucha gente que lo hacíay de todos modos continuaba alláafuera, aparentando inocencia ynormalidad. Al poco tiempo semataban, envenenándose con loque el Dr. Igor llamaba Vitriolo.

Era curioso que nadie nunca sehubiera referido al Vitriolo como untóxico mortal, por más que la mayo-ría de las personas afectadas idendfi-case su sabor y se refiriera a él comoAmargura. Todos los seres teníanAmargura en el organismo, al igualque casi todos tenemos el bacilo dela tuberculosis. Pero estas 2 enfer-medades atacan cuando el pacientese halla debifitado. En el caso de laAmargura, el mal aparece cuando seproduce el miedo a la realidad.

El gran problema del envene-namiento por Amargura es quelas pasiones —odio, amor, deses-peración, entusiasmo, curiosidad—también dejan de manifestarse.Después de algún tiempo, al amar-gado no le queda deseo alguno. Notiene la voluntad ni de vivir, ni demorir. La única gran ventaja deeste mal, desde el punto de vistasocial, es que se transforma en unaregla y, por ende, la internación yano se vuelve necesaria, salvo en loscasos en que la intoxicación es tanfuerte que el comportamiento delenfermo afecta a los demás.

—¿Qué le ocurre, doctor? —pre-guntó Veronika—. Parece que haentrado en el mundo de suspacientes.

—Ya se puede ir —le contestó.

El piano empezó a sonar. Lachica parecía tener mucha energíapara pasarse toda la noche en vela.

Desde que aquella joven habíaentrado en el sanatorio, muchosenfermos habían quedado impre-sionados. El Dr. Igor había dejadocorrer el rumor de que, aunque se ledieran inyecciones diarias, el estadode Veronika se deterioraba y no con-seguiria salvarla. Los internos habíanentendido el mensaje y se mante-nían distanciados de la condenada.Pero, sin que nadie supiera por qué,Veronika había comenzado a lucharpor su vida, aunque sólo 2 personasse aproximaban a ella: Zedka, que seiria mañana, y Eduard.

Veronika dejó de tocar un ins-tante y vio a Mari allá afuera.

[ MAYO 2012 / Contenido ]

IBRO CONDENSADO

soportando el frío de la noche. ¿Sequerría matar? «No, quien se quisomatar fui yo.»

Volteóse al piano. En sus últimosdías de vida había realizado porfin el gran sueño: tocar con alma ycorazón el tiempo que quisiera. Noimportaba si su único público eraun muchacho esquizofrénico. Elparecía entender la música.

Veronika decidió ir a acostarse,pero Eduard continuaba paradojunto al piano.

—Estoy cansada, Eduard. Voya dormir.

Habría querido continuartocando para él, porque él sabíaadmirar sin exigir, pero su cuerpono aguantaba más. ¡Era un hombreguapo! Si saliera un poco de sumundo y la mirase como mujer,entonces sus últimas noches en esatierra podrían ser las más bellas detodas.

—Me podría apasionar ahora,entregarte todo lo que tengo —dijo,sabiendo que él no la entendería—.Tú sólo me pides música, pero yosoy mucho más de lo que pensabay me gustaría compartir otras cosasque acabo de entender.

Eduard sonrió. ¿Habría com-prendido? EUa sintió miedo. Perocontinuó, porque nada tenía queperder.

—Tú eres el único hombre porel que me puedo apasionar, Eduard.Simplemente porque cuando yomuera no sentirás mi falta. Quizáen un principio eches de menos

Eduard la miraba. Había en susojos un brillo diferente, comosi alguna cosa comprendiera.

Veronika quería morir degozo, de placer, pensandoy realizando todo lo quesiempre le había estado

prohibido.

que no hay música por la noche;pero cada vez que la luna aparezcaencontrarás a alguien dispuesto atocar sonatas, porque aquí todossomos lunáticos. Yo como no tengomiedo de perderte, hoy toqué parati como una mujer apasionada. Hasido estupendo, ha sido el mejormomento de mi vida.

Veronika se quitó el suéter, seacercó a Eduard. Si tenía que haceralgo, tenía que ser ahora. EUa letomó la mano y quiso llevarlo hastael sofá, pero Eduard delicadamenterehusó. Veronika se quitó la blusa,los pantalones, el sostén, los calzonesy se quedó desnuda delante de él.

Eduard rió. Algo la estaba exci-tando mucho más: el hecho de quepodía hacer lo que quisiera, deque no tenía límites. La sangre lecomenzó a correr más rápido. Los2 estaban de pie: Veronika comenzóa masturbarse. Y esto era excitan-te, no tanto porque quisiera ver aaquel muchacho salir de su mundo

[ Contenido / MAYO 2012 ]

distante cuanto porque nunca habíaexperimentado aquello.

Eduard la miraba. Había en susojos un brillo diferente, como sialguna cosa comprendiera. Vero-nika quería morir de gozo, de pla-cer, pensando y realizando todo loque siempre le había estado prohi-bido. Un orgasmo le fue Llegando,como si todo en derredor fuera aestallar Se imaginó todo lo quenunca antes se había imaginado yse entregó a lo que había de más vily más puro.

Se echó sobre el suelo y se quedóallí con el alma llena de paz. Habíaescondido a sí misma sus deseosocultos, sin saber nunca por qué...y no necesitaba respuesta. Basta-ba con haber hecho lo que habíahecho: entregarse.

Poco a poco el Universo fuevolviendo a su lugar y Veronika selevantó. Eduard se había manteni-

do inmóvil todo el tiempo, pero susojos mostraban una ternura próxi-ma a este mundo.

Gomenzó a vestirse. Eduard nose movió, esperando su música.Veronika tenía que recompensarlosólo por el hecho de permanecerdelante de eUa, mirando su locura,sin pavor ni repulsión. Se sentó alpiano y comenzó a tocar

Aquella noche, como por mila-gro, todas las canciones que sabíaafloraron a su mente y logró queEduard sintiera tanto placer comoella.

Guando entró, el Dr Igor quedósorprendido al ver a la muchachaen la sala de su despacho.

—Aún es muy temprano y tengoel día Heno.

—Lo sé —contestó ella—. Peronecesito hablar un poco. Necesitoayuda.

IBRO CONDENSADO

El Dr. Igor la hizo pasar. Echóuna rápida ojeada a unos expe-dientes. Dos o 3 pacientes se habíanportado agresivos en la noche,entre eUos Eduard, quien habíaregresado a su dormitorío hacia las4 de la madrugada.

—Tengo algo muy importanteque pedirle —dijo la chica.

Pero el Dr. Igor no le prestóatención. Tomanclo el estetoscopiocomenzó a auscultarle los pulmo-nes y el corazón. Probó los reflejosy examinó el fondo de la retina conuna linterna. Vio que casi no pre-sentaba señales de envenenamientopor Vitriolo. En seguida fue al telé-fono y pidió a la enfermera que letrajera un medicamento de nombrecomplicado.

—Parece que anoche a usted nola inyectaron —dijo.

—Pero me estoy sintiendo mejor.—Si quiere aprovechar el poco

tiempo que le queda, haga lo quele ordeno.

—Precisamente por esto estoyaquí. Quiero aprovechar el pocodempo. ¿Cuánto me queda? Puededecírmelo. Ya no tengo miedo, niindiferencia ni nada. Tengo la volun-tad de vivir, pero sé que esto no bastay estoy resignada con mi destino.

—Le quedan 24 horas, quizámenos.

—Quiero pedir 2 favores. El prí-mero es que me dé un remedio paraque me mantenga despierta y apro-veche cada minuto que me reste devida. El segundo es que quiero salir

de aquí y morír allá afuera. Tengoque besar a mi madre, decirle que laamo, Uorar, sin vergíienza de mos-trar mis sentimientos.

Hubo un pesado silencio cuandoVeronika dejó de hablar. Médicoy paciente se miraban a los ojos,absortos, quizá distraídos por lasmuchas posibilidades que unas sim-ples 24 horas podían ofrecer.

—Tal vez sea mejor que se vayaa la cama y mañana volveremos aconversar.

—No habrá mañana; usted losabe. ¿Me concede aún algunosminutos, doctor? Voy a ir al grano.Anoche me masturbé; lo hice deuna manera completamente libre.Pensé en todo lo que nunca mehabía atrevido a pensar, tuve placerde cosas que antes me asustabano repelían. Hay muchas cosas quedesconocía de mí misma.

—Todos queremos hacer cosasdiferentes. ¿Qué hay de malo enesto?

—Respóndame, doctor.—Todo tiene algo de malo. Por-

que cuando todos sueñan y sóloalgunos pocos realizan, todo elmundo se siente cobarde.

—¿Aunque estos pocos tenganla razón?

—El que dene la razón es elque es más fuerte. En este caso,paradójicamente, los cobardes sonmás valientes y consiguen imponersus ideas. Por favor, vaya a descan-sar un poco, porque tengo otrospacientes que atender. Si usted

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colabora, veré qué puedo hacerrespecto de su segunda petición.

Eduard vio que Veronika salíadel despacho del Dr. Igor. Deseócontarle sus secretos con la mismahonestidad y libertad que, la nocheanterior, ella había abierto su cuer-po. Queria compartir su historia ylo que le había llevado al infierno, alas peleas con su familia, a un sen-timiento de culpa tan fuerte que lodejaba sin reaccionar y lo obligabaa refugiarse en otro mundo.

La siguió hasta el dormitorio demujeres, donde fue detenido porun celador.

—Aquí no puedes entrar,Eduard. Regresa al jardín; es undía magnífico.

Veronika miró para atrás.—Voy a dormir un poco. Plati-

caremos cuando me levante.Eduard se enfrentó al celador.

Su atracción por aquella chica erafuerte pero era preciso controlarse.Se marchó y fije a sentarse al jardín.

Eduard miraba las montañasallá afuera y se preguntaba qué leestaba ocurriendo. ¿Por qué desea-ba salir de allí, si había encontradopor fin la paz que tanto había bus-cado? Sabía cómo huir de Vülete.Había una pared que podía serescalada sin grandes dificultades;quien se decidiera subirla, pronto seencontrada en un campo.

En la pequeña biblioteca deVillete, Eduard no encontró elCorán.

—Dios te pedirá cuentas al final—dijo Eduard en voz alta—. Él

dirá que yo salí del manicomio parano ver morir a una chica, pero ellaestará allí en el cielo e intercederápor mí.

—¿Qué estás diciendo? —inter-vino el encargado de la biblioteca.

—Quiero salir de Villete —repuso Eduard gritando —. Tengoalgo que hacer.

El empleado apretó un timbrey en poco tiempo aparecieron 2enfermeros.

—Quiero salir —repitióEduard—. Estoy bien. Déjenmehablar con el Dr. Igor.

Pero los 2 hombres ya lo teníansujeto. Eduard se debatía parazafarse.

—Estás teniendo una crisis.Tranquilízate —le dijo uno deellos—. Nos vamos a encargar deesto.

—¡Déjenme hablar con el Dr.Igor! ¡Tengo mucho que decirley estoy seguro de que me va aentender!

Los hombres lo arrastraban parael dormitorio mientras gritaba.

Veronika despertó sobresaltada,sudando frío. El barullo allá afueraera grande y ella necesitaba silenciopara continuar durmiendo. Peroel alboroto continuaba. Se levantóaturdida y fue hasta la sala a tiempode ver a Eduard arrastrado, mien-tras otros enfermeros llegaban atoda prisa con jeringas listas.

—¿Qué están haciendo? —lesgritó.

—¡Veronika!Intentó aproximarse, pero uno

de los enfermeros se lo impidió.

[ MAYO 2012 / Contenido ]

IBRO CONDENSADO

—¿Qué es esto? Yo no estoyaquí por loca; ustedes saben que nopueden tratarme así!

Empujó al enfermero, mientraslos internos gritaban y armabanuna algazara.

—¡Veronika!El la llamó de nuevo por su

nombre. Gon un esfuerzo sobrehu-mano, Eduard consiguió liberarsede los 2 hombres. Pero en vez desalir corriendo se quedó parado,inmóvil, como la noche anterior.Gomo por arte de magia, todo elmundo se detuvo. Uno de los enfer-meros volvió a acercarse, Eduard lovio y le dijo:

—Voy con ustedes. Ya sé dondeme llevan. Esperen sólo un minuto.

El enfermero juzgó que másvalía correr el riesgo.

—Greo que eres... creo que túeres importante para mi —le dijoEduard a Veronika.

—No puedes hablar. No vivesen este mundo y no sabes que mellamo Veronika. No estuviste con-migo anoche. ¡Por favor, di que noestuviste!

—Estuve.Ella lo tomó de la mano. Los

locos gritaban y aplaudían.—¿Adonde te llevan?—̂ A un tratamiento.—Voy condgo.—No.Te vas a asustar, aunque te

garantizo que no duele, que no sesiente nada. Es mucho mejor quelos calmantes, porque la lucidezregresa más rápido.

—Voy contigo.Guando llegaron al dormitorio,

Eduard se echó sobre la cama. Yahabía 2 hombres esperando conuna extraña máquina. Eduard sevolteó hacia Veronika y le pidió quese sentara al lado.

—En unos minutos, esto correrápor toda Villete y todos se calma-rán, porque aun la más furiosa delas locuras carga con su dosisde miedo. Sólo quien ya ha pasadopor esto sabe que no es tan terrible.

Los enfermeros habían escucha-do la conversación y no creíanlo que el esquizofrénico decía.Tenía que doler mucho, pero nadiepuede saber lo que pasa por lacabeza de un loco. La única cosasensata que había dicho era lo delmiedo: aquello correria por Villetey la calma regresaría rápidamente.

Los enfermeros sujetaron aEduard y le colocaron una gomaen la boca.

Sobre una silla junto a la camacolocaron la extraña máquina, conalgunos botones y 3 medidorescon manecillas. De la parte supe-rior salían 2 cables que terminabanen una especie de auriculares.

Uno de los enfermeros colo-có los auriculares en las sienes deEduard. El otro pareció regular elmecanismo girando algunos boto-nes. Aunque no podía hablar por lagoma que tenía en la boca, Eduardmantenía sus ojos en los de ella yparecía decir: «No te preocupes, note asustes».

[ Contonido / MAYO 2012 ]

—Está regulado para 130 vol-tios en 0.3 segundos —dijo el quemanejaba la máquina—. Ahí va.

Apretó un botón y la máquinaemitió un zumbido. En ese mismomomento, los ojos de Eduard sequedaron como de vidrio, su cuer-po se retorció con gran furia.

—¡Paren esto! —gritó Veronika.—Ya paramos —respondió el

enfermero, retirando los auricula-res de las sienes de Eduard.

Aún así, el cuerpo continuabaretorciéndose. A los pocos momen-tos, las contracciones fueron dismi-nuyendo, hasta cesar por completo.Eduard mantenía los ojos abiertos yuno de los hombres los cerró.

—El efecto dura una hora le dijoel enfermero—. Todo está bien.Pronto volverá a la normalidad.Cuando Eduard abrió los ojos, lachica aún continuaba allí. En susprimeras sesiones de electroshockpasaba mucho tiempo tratando derecordar lo que le había sucedido.Sin embargo, en seguida la iden-tificó.

—Mientras dormías hablastede las visiones del Paraíso —dijoVeronika.

Sí, visiones del Paraíso, Eduardla miró. Quería contarle todo.

—Tengo que hablar contigo—dijo Eduard—. ¿Sientes vergüen-za por lo que sucedió anoche?

— L̂a senti. Ahora estoy orgullo-sa. Quiero saber más de las visionesporque estuve muy próxima de una.

Eduard miró para atrás, no a lasparedes del dormitorio ni al jardín,sino a una caUe en otro continente.

Aún así, el cuerpo continuabaretorciéndose. A los pocos

momentos, las contraccionesfueron disminuyendo, hastacesar por completo. Eduardmantenía los ojos abiertos

y uno de los hombreslos cerró.

en una tierra donde llovía mucho ono Uovía nada.

Eduard podía percibir el olorclásico de aqueUa tierra: era tiempode seca y el polvo entraba por sunariz y sentía gusto, porque sentir latierra es sentirse vivo. Pedaleaba unabicicleta importada, tenía 17 años yacababa de salir del Colegio Ameri-cano de Brasilia, donde estudiabanlos hijos de los demás diplomáticos.

Eduard detestaba vivir allí.Hasta que apareció la brasileña,

el embajador y su mujer se tranqui-lizaron. María era una chica educa-da y le gustó a los padres.

Eduard, sin embargo, cada vezestaba más enamorado y dio seña-les de haber cambiado por com-pleto. Comenzó a aparecer conlibros extraños y, junto con María,prendía incienso todas las nochesy se concentraba en un extrañodibujo. Su rendimiento en el cole-gio comenzó a decaer. La madreno entendía portugués, pero veíaen la cubierta de los libros: cruces,hogueras, brujas ahorcadas, símbo-los exóticos.

[ MAYO 2012 / Contenido ]

—Nuestro hijo está leyendo cosaspeligrosas — l̂e dijo a su marido.

—Peligroso es lo que está suce-diendo en los Balcanes —contestóel embajador

Un buen día Eduard pidió unabicicleta.

—¡Tienes chofer y un MercedesBenz! ¿Para qué una bicicleta?

—Para el contacto con la natu-raleza. María y yo vamos a hacerun viaje de 10 días a un lugarcercano donde hay cristales quetransmiten buena energía.

Por primera vez el embajadorreconoció que Eduard estaba cam-biando.

—Hijo, esto no puede continuarasí. No puedes seguir practicandoesas supersticiones primitivas. Pue-des ser un briüante diplomático y espreciso que aprendas a enfrentarteal mundo.

Eduard salió de la casa y aque-lla noche no regresó. Sus padreshablaron a casa de Maria, fuerona los hospitales y a la morguea. Alotro día, el joven apareció, ham-briento y con sueño. Gomió y se fuea su recámara, prendió sus incien-sos, durmió el resto de la tarde y dela noche.

Guando despertó, le aguardabauna flamante bicicleta.

—^Vete a ver tus cristales — l̂edijo la madre—. Yo se lo explicaréa tu padre.

Y asi, aquella tarde seca y pol-vorienta, Eduard se dirigió alegre-mente a la casa de María. El iba

derecho por un carril de alta velo-cidad, mirando el cielo lleno denubes, cuando sintió que subía endirección a ese cielo a una veloci-dad inmensa, para en seguida des-cender y encontrarse con el asfalto.Escuchó el ruido de frenos de loscoches, gente que gritaba.

—¿Se encuentra bien? —escu-chó que le preguntaban.

No, no estaba bien; no podíamoverse y tampoco conseguía decirnada.

—Ya vienen los médicos —dijoalguien—. No sé si me escucha,pero cálmese. No es nada grave.

Al día siguiente, Eduard estabaen un hospital, con las 2 piernas yun brazo enyesados. Los médicosdijeron a los padres que las 24horas más graves ya habían pasadoy no tenía ninguna lesión cerebral.

Maria aparecía cada vez menospor el hospital.

Un día uno de los enfermeros letrajo un libro. Y en ese momento,la vida de Eduard se encauzó porun camino extraño que lo Uevariaa Villete. El libro versaba sobrelos visionarios que estremecieron elmundo; gente que había tenido supropia idea del paraíso terrestre yque había dedicado su vida a com-partirla con los demás.

Aquella misma tarde se puso aleer el Libro. Hombresy mujeres que este-mecieron al mundo. Quedó tan impre-sionado que consideró seriamente laposibilidad de hacerse santo.

Guando regresó a la embajada.

[ Contenido / MAYO 2 012 ]

le pidió a su madre que lo inscríbie-ra en un curso de pintura. Queríaser pintor y explicó el motivo:

—Quiero pintar las visiones delParaíso.

El tiempo pasó y el cuarto deEduard se transformó en un impro-visado atelier, con pinturas que care-cían de sentido para sus padres:círculos, combinaciones, símbolosmezclados con gente en actitud derezar.

Entonces, el embajador empezóa preocuparse de verdad, llamó asu hijo para una conversación entrehombres.

—Eduard, ya estás en edad deasumir responsabilidades. Es horade acabar con esa estupidez de serpintor y dar un rumbo a tu carrera.

—Papá, ser pintor es dar rumboa mi carrera.

—Olvidas nuestro amor, nues-tros esfuerzos por darte una buenaeducación.

\

—Los quiero a ustedes más quea cualquier otra persona o cosa enmi vida.

—Entonces, por favor, deja undempo ese asunto de la pintura. Nonos decepciones, hijo.

Eduard pasó muchas horasmirando el cielo de Brasilia. Luegovio sus cuadros y los halló todosmediocres. Él era un fraude. Que-ría ser una cosa para la que nuncahabía sido escogido y cuyo preciosería la decepción de sus padres.

A la hora de la cena dijo a suspadres que tenían razón: aquelloera un sueño de juventud y ya sele había pasado el entusiasmo porla pintura. Ellos se alegraron. Todohabía vuelto a la normalidad.

Al día siguiente, encontraron larecámara de Eduard destruida, laspinturas destrozadas con un objetocortante y al muchacho sentadoen un ríncón, mirando el cielo. Lamadre lo abrazó, le dijo cuánto lo

[ MAYO 2012 / Contenido ]

IBRO CONDENSADO

amaba, pero Eduard no respondió.No quería saber más del amor.

Eduard fue tratado por especia-listas, los cuales le diagnosticaron untipo raro de esquizofrenia. Luegoestalló la guerra civü, el embajadorfue llamado con urgencia, los pro-blemas se fueron acumulando, lafamilia dejó de prestarle atencióny la única salida fue dejarlo en elrecién abierto sanatorio de Villete.

Cuando Eduard acabó de con-tar su historia ya era de noche.

—Como te conocí hace sólouna semana, seria muy pronto paradecir «Te amo» —dijo Veronika—.Pero como no he de pasar de estanoche, sería también muy tardepara decírtelo. La gran locura delhombre y de la mujer es ésta: elamor. Me has contado una historiade amor. Creo que tus padres que-rian lo mejor para ti y ha sido eseamor el que casi destruye su vida.

—No sé lo que siento y el amorya me destruyó una vez.

—No tengas miedo. Hoy le pedíal Dr. Igor salir de aquí, escogerel lugar donde quisiera cerrar losojos para siempre. Pero cuando vique te agarraban los enfermeros,entendí cuál era la imagen quequería estar contemplando al partirde este mundo: tu cara. Y resolví nomarcharme.

Él bajo la cabeza.—No te avergüences de ser

amado. No estoy pidiendo nada;sólo que me dejes gustar de ti, tocarel piano una noche más, si aún

tengo fuerzas para eso. Eduard sequedó callado largo tiempo.

Por fin, él miró las montañasmás allá de las paredes de Villetey dijo: —Si quieres salir, te llevaré.Dame tiempo para tomar abrigos yalgo de dinero. En seguida saldre-mos los dos.

—No va a durar mucho, Eduard.Tú lo sabes.

Eduard no respondió. Entró ysalió enseguida con los abrigos.

—Va a durar una eternidad.Más que todos los días y nochesiguales que pasé aquí, tratando deolvidar las visiones del Paraíso. Casilas olvidé, pero están regresando.Vamonos. Los locos hacen locuras.

Eduard y Veronika escogieron elrestaurante más caro de Ljubljana,pidieron los mejores platillos, seembriagaron.

—¡Un brindis por esta loca quetengo aquí delante y que segurose ha escapado de Villete —gritóEduard, haciendo que todos en elrestaurante voltearan.

El dueño del restaurante se acer-có a la mesa.

—Por favor, cálmese.Se quedaron tranquilos unos

instantes, pero volvieron a actuarde manera inconveniente. El dueñocüjo que no era preciso que paga-ran la cuenta pero que salieran.

—¡Nos vamos a ahorrar el dinerode estos vinos carisimos! —brindóEduard—. ¡Salgamos de aquí antesde que este hombre cambie de idea!

Se fueron al centro de la plaza..

[ Contenido / MAYO 2012 ]

Veronika vio su cuarto del conven-to y en un instante se le pasó laembriaguez. Se volvió a acordar deque iba a morir pronto.

—¡Gompra más vino! —le pidióa Eduard.

Gerca había un bar. Eduardtrajo 2 boteüas y los 2 siguieronbebiendo.

Junto a la plaza hay un montepequeño en cuya cima se levan-ta un castillo. Veronika y Eduardsubieron por la cuesta, maldiciendoy riendo.

—Tendrías que estar muerta—dijo Eduard—. Tu corazón notendria que haber soportado estasubida.

Veronika le dio un prolongadobeso.

—Mira bien mi cara. Guárdalacon los ojos de tu alma, para que undía puedas reproducirla. Si quieres,comienza por eüa, pero vuelve apintar. Esta es mi úldma petición.¿Grees en Dios?

—Greo.—Entonces vas a jurar, por el

Dios en el que crees, que me vasa pintar.

—Lo juro.—Y que luego de pintarme con-

tinuarás pintando.—No sé si puedo jurarlo.—Sí puedes. Y te voy a decir

más: gracias por haberle dado unsentido a mi vida. Yo vine al mundopara pasar por todo lo que pasé:intentar el suicidio, destruir micorazón, encontrarte a ti, subir aeste castillo y dejar que grabasesmi cara en tu alma. Esta es la única

Y te voy a decir más:gracias por haberle dado un

sentido a mi vida. Yo vineal mundo para pasarpor todo lo que pasé:intentar el suicidio,destruir mi corazón,

encontrarte a ti, subira este castillo y dejar que

grabases mi cara en tu alma.

razón por la que vine al mundo:hacer que regreses al camino queinterrumpiste. No hagas que sientaque mi vida fue inútil.

—Quizá sea demasiado prontoo demasiado tarde; sin embargo,de la misma manera que tú hicisteconmigo, yo quiero decir: te amo.No es preciso que lo creas; tal vezsea una tontería mía, una fantasíamía.

Veronika abrazó a Eduard y lepidió a Dios, en el que ella no creía,que se la llevara en aquel momento.

Gerró los ojos y sindó que éltambién hacía lo mismo. Y llegóel sueño, profundo, sin sueños. Lamuerte era dulce, olía a vino y aca-riciaba sus cabellos.

Eduard sintió que alguien letocaba. Abrió los ojos, estaba ama-neciendo.

—Vayan a resguardarse en laalcaldía —dijo el guardia—. Se vana congelar si continúan aquí. En

[ MAYO 2012 / Contenido ]

IBRO CONDENSADO

una fracción de segundo él se acor-dó de todo lo que había pasado lanoche anterior. En sus brazos habíauna mujer encogida.

—Ella... ella está muerta.Pero la mujer se movió y abrió

los ojos.—¿Qué pasa? —preguntó Vero-

nika.—Nada —respondió Eduard,

levantándola—. O, mejor, un mila-gro: un día más de vida.

Apenas el Dr. Igor entró en sudespacho, un enfermero llamó asu puerta.

«Comienzo pronto hoy», pensóel Dr. Igor.

Iba a ser un día complicadopor causa de la conversación conla muchacha. Se había preparadotoda la semana para esto y la nocheanterior no había conseguido dor-mir bien.

—¡Tengo noticias alarmantes!—dijo el enfermero—. ¡Dos inter-nos han desaparecido: el hijo delembajador y la chica con proble-mas cardiacos!

—¡Ustedes son unos incompe-tentes! ¡La seguridad siempre hadejado mucho que desear! ¡Salgade aquí!

El Dr. Igor tomó un bloc depapel, iba a comenzar a haceranotaciones pero cambió de idea.Apagó la luz, se sentó al escritorio ysonrió. ¡Lo había conseguido!

Al rato tomaría las notas necesa-rias, relatando la única cura conoci-da para el Vitriolo —la conciencia

de la vida— y explicando cuál erael medicamento que había emplea-do en su primer gran test con lospacientes, la conciencia de la muerte.

Quizá existieran otros medica-mentos, pero el Dr. Igor había deci-dido concentrar su tesis en lo únicoque había tenido oportunidad deexperimentar científicamente, gra-cias a una chica que había entrado,sin querer, en su destino. Habíallegado en un estado gravísimo, conuna seria intoxicación e inicio decoma. Había estado entre la vida yla muerte durante casi una semana,tiempo necesario para que le vinie-ra la gran idea de su experimento.

Todo dependía de una sola cosa:de la capacidad de la muchachapara sobrevivir. Y ella lo consiguió.Sin ninguna consecuencia seria. Sicuidaba su salud, podría vivir tantoo más que él.

Pero el Dr. Igor era el únicoque lo sabía, como sabía tambiénque los suicidas frustrados tiendena repetir su acción pronto o tarde.¿Por qué no utilizarla como cone-jiUo de Indias, para ver si logra-ba eliminar de su organismo elVitriolo?

Y el Dr. Igor concibió su plan.Aplicando un remedio conocidocomo Fenotal consiguió simular losefectos de los ataques cardiacos.Durante una semana eUa habíarecibido inyecciones de la droga ytuvo que haberse asustado mucho,porque tenía tiempo de pensar enla muerte y repasar su vida. De ese

[ Contenido / MAYO 2012 1

modo, conforme a la tesis del Dr,la joven eliminó de su organismoel Vitriolo.

Hoy tendria que haberse vistocon ella y decirle que gracias alas inyecciones había conseguidorevertir por completo el cuadro delos ataques cardiacos. La fuga deVeronika le había ahorrado la desa-gradable experiencia de mentir unavez más. Gon lo que el Dr Igor nocontaba era con el efecto contagio-so de una cura por envenenamientode Vitriolo. Mucha gente en Villetese había asustado con la concienciade la muerte lenta e irreparable.Todos estarían pensando en lo queestaban perdiendo y se verian for-zados a revalorar sus vidas.

Durante algunos instantes tuvootra duda: pronto o tarde, Veronikase daría cuenta de que no iba amorir del corazón. Gon seguridadacudiria con algún especialista y

éste le diría que todo su organismoestaba perfectamente normal.

Pero, ¿y los muchos días que ellaviviria con el miedo a la muerteinminente?

El Dr Igor ponderó largamentela situación y resolvió: no era nadagrave. Ella cada día lo conside-raria un müagro, lo cual no dejade ser así; si se consideran todaslas probabilidades de que sucedancosas inesperadas en cada segundode nuestra frágil existencia. Se diocuenta de que los rayos del sol yase hacían más fiiertes. En breve, suantesala estaria llena, regresarian losproblemas cotidianos y era mejortomar cuanto antes las notas parasu tesis.

Meticulosamente comenzó aredactar el experimento de Vero-nika. Dejaria para más tarde laexposición de falta de seguridad enel edificio. C

EL AUTOR Y SU OBRAPaulo Goelho nació en Río de Janeiro, Brasil,en 1947. Fue director y autor teatral, hippie,periodista y letrista de canciones populares degran éxito. En 1968 recorrió a pie el Gaminode Santiago y volcó esa experiencia en un Libro.Sus obras han sido publicadas en más de 100países, en 42 idiomas y ha alcanzado la cifra de21 miUones de ejemplares vendidos. Entre suslibros destacan: El peregrino (1986); El alquimista(1987); A orillas del río Piedra me senté y lloré (1994) ;La quinta montaña ( 1966). ; ií/ Manual del Guerrero dela Luz (1997); El demonio y la señorita Prym (2000);La bruja de Portobello (2007); El vencedor está solo (2008); Guerrero de la luz ( 2009)YAleph{20\l).

I MAYO 2012 / Contenido ]

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