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Verano del 17. Turismo en los centros históricos andaluces José Ramón Moreno (San- tiago de Com- postela, La Coruña, 1945). Es licenciado en Arquitec- tura por la Uni- versidad de Sevilla. Ha ejercido su profesión du- rante 35 años con oficina propia. De 1982 a 1990 ocupó la Dirección General de Arquitectura y Vivienda de la Junta de Andalucía. También fue coordinador Cooperación In- ternacional en representación de la Consejería de Obras Públicas de la Junta de Andalucía en Cuba, Centroamérica y Argentina entre 1992 y 2015. Ha sido Director del Aula Americana en la Escuela de Arquitectura de Sevilla, ha escrito numerosos artículos y participó en Tribunales Fin de Carrera. 34 Fue entonces cuando saltaron las alarmas. Un verano caliente, no sólo porque el sector tu- rístico mostró algunas de sus contradicciones sino también porque el fanatismo de un lado y la sinrazón de los gobiernos de España y Cata- luña de otro hicieron mella en el plácido y bo- chornoso discurrir de la ciudad de Barcelona, quizás la más adelantada del país en denunciar los excesos de uno de los mayores negocios que hay en España. Los 141 afectados por aquel brutal atentado del 17 de agosto en las Ramblas pertenecían a 34 nacionalidades. Desde Honduras a Taiwan, desde Kuwait a Macedonia o desde Pakistán a Estados Unidos, aquella tragedia puso de ma- nifiesto la extraordinaria variedad de visitantes en el centro histórico de una de las ciudades más atractivas de Europa y, no por casualidad, la primera de España en recepción de turistas. Del latín tornus (vuelta) y, más tarde, del francés tour o del inglés tourist el término “tu-

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Verano del 17. Turismo en loscentros históricos andaluces

José RamónMoreno (San-tiago de Com-postela, LaCoruña, 1945).Es licenciadoen Arquitec-tura por la Uni-versidad deSevilla. Haejercido suprofesión du-

rante 35 años con oficina propia. De1982 a 1990 ocupó la DirecciónGeneral de Arquitectura y Viviendade la Junta de Andalucía. Tambiénfue coordinador Cooperación In-ternacional en representación dela Consejería de Obras Públicas dela Junta de Andalucía en Cuba,Centroamérica y Argentina entre1992 y 2015. Ha sido Director delAula Americana en la Escuela deArquitectura de Sevilla, ha escritonumerosos artículos y participó enTribunales Fin de Carrera.

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Fue entonces cuando saltaron las alarmas.

Un verano caliente, no sólo porque el sector tu-rístico mostró algunas de sus contradiccionessino también porque el fanatismo de un lado yla sinrazón de los gobiernos de España y Cata-luña de otro hicieron mella en el plácido y bo-chornoso discurrir de la ciudad de Barcelona,quizás la más adelantada del país en denunciarlos excesos de uno de los mayores negociosque hay en España.

Los 141 afectados por aquel brutal atentadodel 17 de agosto en las Ramblas pertenecían a34 nacionalidades. Desde Honduras a Taiwan,desde Kuwait a Macedonia o desde Pakistán aEstados Unidos, aquella tragedia puso de ma-nifiesto la extraordinaria variedad de visitantesen el centro histórico de una de las ciudadesmás atractivas de Europa y, no por casualidad,la primera de España en recepción de turistas.

Del latín tornus (vuelta) y, más tarde, delfrancés tour o del inglés tourist el término “tu-

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rismo”, “…es algo tan artificial, tan creado apropósito, que ni siquiera existe un verbo conqué llamarlo”.1

No será extraño que, siendo cierta la obser-vación, nuestra singular Academia de la Lenguaresuelva algún día esta carencia adoptando “tu-ristear” como verbo necesario para esta activi-dad tan presente en el territorio español.

También es cierto que “…en España, el desa-rrollo del turismo ha pasado del franquismo alas franquicias...” 2

Efectivamente el que este entramado del ociose haya convertido en la primera industria es-pañola en tan sólo seis décadas es una muestrade la frágil estructura de nuestro sistema eco-nómico; porque no parece prudente que algotan volátil, tan vulnerable, tan sensible a facto-res coyunturales de todo tipo como ocurre conla demanda turística, sea uno de los principalessoportes productivos del país.

Sin ir más lejos, en este mismo verano se hapodido comprobar cómo el atentado en LasRamblas o el proceso secesionista catalán haninfluido en la llegada de viajeros a Barcelonacon inmediatas y numerosas anulaciones de re-servas.

A mediados del siglo XX, pocas reservas sehacían. Por entonces la Costa del Sol, sobretodo, atraía nórdicos ansiosos de playas caluro-sas en pueblos de pescadores sin infraestructu-ras, en un litoral despejado y en un país queapenas se estaba recuperando de una posgue-

rra de hambre y represión.

El franquismo supo ver el filón y ya desde1951 hubo un Ministerio de Información y Tu-rismo. Aparente contradicción semántica quesólo se explica si se conocen las biografías delos dos primeros titulares de la cartera: GabrielArias Salgado, desde 1951 hasta 1962, y Ma-nuel Fraga Iribarne, desde 1962 hasta 1969.Ambos encarnaban a la perfección la situacióndel régimen en aquellas décadas de férrea cen-sura pero también de tímidas aperturas.

El primero, integrista y represor, se dedicófundamentalmente a controlar la prensa espa-ñola más que a potenciar el incipiente turismo.El segundo, reformista en lo institucional, fueun contradictorio personaje de largo recorridopolítico que quiso mejorar la imagen del paíscon eslóganes como “25 años de paz” o “Es-paña es diferente”, y con medidas legislativascomo la Ley de Prensa e Imprenta en 1966, queefectivamente supuso una mejora importanteen la política informativa y en la apertura del ré-gimen hacia el exterior.

Este mismo año de 1966 fue cuando el paísasistió, atónito, al baño del ministro Fraga y delembajador de Estados Unidos en la Playa de Pa-lomares, tras un accidente aéreo en el cielo al-meriense de dos aviones norteamericanos queprodujo la caída de cuatro bombas termonu-cleares, sesenta y cinco veces más destructivasque las de Hiroshima. Para tranquilizar a la opi-nión pública y, sobre todo, para que no se re-trajera un turismo que ya había traído a Españaseis millones de viajeros en 1960, no tuvieron

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mejor idea que bañarse en estas playas que aúnahora siguen sujetas a controles sanitarios y areclamaciones ante el gobierno norteamericano.

Entonces fueron aquellas bombas y ahorason las que provienen del fanatismo religioso oxenófobo. Aquí, en España, o en cualquier otropaís con atractivos para el turismo masivo,habrá que acostumbrarse a convivir durantealgún tiempo con este reciente fenómeno detan difícil erradicación, tan imprevisible y, aveces, tan inevitable como pueden ser los de-sastres naturales en el Trópico, que tambiénhacen que el turismo se repliegue hacia zonasde mayor seguridad medioambiental.

Parece claro que este enorme e influyentesector del ocio no quiere sobresaltos y huye desituaciones inestables sean de carácter político,económico o vinculados a la naturaleza.

Existe una infinita gama de ofertas para quemillones de personas salgan de sus casas; al-gunas de ellas, difícilmente comprensibles comola de arriesgarse en largos fines de semana arecorrer, en ida y vuelta, centenares de tediososkilómetros con miles de vehículos para llegar aplayas con millones de gentes peleando por unmetro cuadrado de arena.

O bien embarcarse en costosos cruceros quepasan la mayor parte del tiempo discurriendopor el mar para desembarcar después, marea-dos y apresurados, en varios lugares de las cos-tas correspondientes y, sin enterarse de nada,regresar al camarote.

Resulta comprensible que la gente aguantehoras de espera para conocer Altamira, la Al-hambra o la Mezquita de Córdoba y no lo estanto que se acerquen a ver donde se rodó unadeterminada serie de televisión, donde se apa-reció una virgen o donde está enterrado ElvisPresley.

Se entiende que Santiago de Compostela seaun foco de atracción para muchos viajeros y ca-minantes de todo el mundo pero cuesta trabajoasimilar que a tanta gente le pueda interesar, eincluso le guste, ese delirio kistch que es el tem-plo de la Sagrada Familia en Barcelona.

En cualquier caso, la mejora de la calidad devida de los españoles en la década de los se-tenta supone la incorporación del turismo inte-rior al que provenía de otros países. Y ello va aposibilitar la mayor catástrofe inmobiliaria na-cional al densificarse brutalmente aquel litoraldespejado que tuvimos hasta mediados delsiglo pasado.

Ahora, en los inicios del siglo XXI, podemosmostrar al mundo el mejor ejemplo de especu-lación surgida de la corrupción empresarial, téc-nica y política que ha sido capaz de destruirirreversiblemente demasiados territorios y nu-merosos paisajes costeros en esa España queveía al turismo como la panacea para salir detodas sus calamidades económicas.

En las ciudades, los fenómenos vinculados aesta actividad “foránea”, que convengamos enllamar turismo, tienen otra caracterización.

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En España y más en concreto en la región an-daluza, los centros históricos de sus principalesciudades han tenido una evolución similar a par-tir de la segunda mitad del siglo XX. Tras la con-tienda civil, que dejó muchas heridas socialespero también patrimoniales, los núcleos centra-les se fueron recuperando muy lentamentehasta mediados de los años sesenta en los que,al mejorar la situación económica general, seprodujeron acciones de aperturas y ensanchesde calles que dañaron aquel tejido urbano quese había ido consolidando, a través de los si-glos, en un lento proceso de sedimentación.

Un caserío menudo y de pobre construcciónmezclado sabiamente con monumentos religio-sos y civiles de mayor porte, en el que se asen-

taba una población, sin segregación de clasessociales, que compartía la edificación residen-cial, de tipologías fácilmente reconocibles, concomercios de cercanía, con pequeñas industriasmanufactureras o artesanales, con los equipa-mientos básicos a un nivel primario y con unosservicios de infraestructuras muy precarios.

La invasión del automóvil en este marco decrecimiento económico impuso nuevas reglasde comportamiento y, por tanto, un modelo deciudad central que, en etapas sucesivas, com-prueba cómo las clases más acomodadas huyenhacia barrios de nueva construcción o haciazonas de periferia con mejor accesibilidad y conmayores prestaciones espaciales, dejando quesus edificios sufran degradación o cambio de

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uso. Las clases populares, durante esta etapaque se extiende entre los años sesenta y losochenta, se mantienen a duras penas en el cen-tro histórico.

En 1975 muere el dictador y en 1979, con elretorno de la democracia, se celebran las pri-meras elecciones municipales que van a originarun brusco cambio de orientación en las políticasurbanas, lo que viene a significar en muchasciudades españolas un importante freno al pro-ceso destructivo de su tejido tradicional.

Después se van sucediendo elecciones gene-rales y autonómicas que van estructurando eltriple nivel administrativo en que se ha configu-rado el Estado desde que se aprobó la Consti-tución en 1978 y que ahora, cuarenta añosdespués, está necesitada de una profunda re-forma.

Las ciudades, a partir de entonces, van a serobjeto de una atención más cuidadosa desdelos poderes públicos españoles sin que ello sig-nifique ni el fin de la especulación inmobiliariaen los desarrollos periféricos ni el de los desdi-chados episodios puntuales en el seno de loscentros históricos.

La planificación urbana y territorial españolacontaba con una ley marco desde 1956 que enaquel momento se consideró como avanzaday que fue la base para que posteriormente sedesarrollaran planes generales de urbanismoen los municipios españoles donde ya se inten-taban proteger edificaciones y conjuntos de in-terés patrimonial y donde se pretendían

delimitar los centros históricos para su debidasalvaguarda. Sin embargo, la realidad fue queesta Ley del Suelo de 1956 posibilitó la des-trucción legal de muchos núcleos centrales ennuestras ciudades y de una buena parte del li-toral español.

Esta ley básica, que se modificó en 1975 y,posteriormente, en 1990, 1997, 1998, 2001,2007 y 2015, con leyes o decretos pero tambiéncon sentencias del Tribunal Constitucional de-bido a conflictos competenciales entre comuni-dades autónomas y el Estado; es una buenamuestra de la notable incapacidad legislativa denuestro país para formular instrumentos clarosy precisos que permitan la gobernanza. “Arte omanera de gobernar que se propone como ob-jetivo el logro de un desarrollo económico, so-cial e institucional duradero, promoviendo unsano equilibrio entre el Estado, la sociedad civily el mercado de la economía”, según la RAEque, como en otras ocasiones, se deja llevar porel sistema imperante y coloca dos veces en estadefinición la palabra “economía” sin que hubieranecesidad para ello.

La Ley del Suelo de1956 posibilitó la

destrucción legal demuchos núcleos centrales en en

nuestras ciudades

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Se podría afirmar que, a pesar de la muy ex-tensa, prolija y muchas veces innecesaria regla-mentación urbanística que existe en España,producida simultáneamente desde el Estado, lascomunidades autónomas y los ayuntamientos,se han cometido auténticos despropósitos, enbase a un pretendido desarrollo económico, quecuentan con suficiente cobertura legal a lo largoy ancho de nuestra geografía.

Entre ellos los que afectan a la ciudad conso-lidada que se perpetraron, sobre todo, entre1956 y 1980.

El abandono de los centros históricos porparte de las clases acomodadas supuso quebuena parte de ese patrimonio que dejaron va-cante fuera demolido o sustituido, o bien porconjuntos de viviendas ajenos a los prototipostradicionales, o por grandes centros comercialesque acabaron con buena parte del pequeño co-mercio o en el mejor de los casos por nuevosusos corporativos, institucionales o de equipa-miento.

En aquella época, el arquitecto italiano Giu-seppe Campos Venutti, que trabajaba en la re-cuperación de la ciudad de Bolonia, aludía acomo “…el desarrollo de las ciudades en ‘man-cha de aceite’ ” no detuvo, sin embargo, el de-terioro de los centros históricos, porque cuantomás crecía la ciudad, más se acentuaban laspresiones sobre las zonas internas.

Los centros históricos se vieron así obligadosa sufrir un triple orden de transformaciones. Elprimero, de carácter morfológico, se refería a

las arquitecturas antiguas, sustituidas por lascontemporáneas. El segundo, de carácter fun-cional, tendía a transformar la ciudad antigua,sede de todas las funciones urbanas hasta en-tonces, en un sector de la ciudad dedicado pre-ferentemente a actividades terciarias(administración, finanzas, crédito, seguros, co-mercio seleccionado). El tercer tipo de transfor-maciones, de carácter social, era el referente ala expulsión hacia la periferia de los estratos dela población económicamente más débiles.3

La llegada de los ayuntamientos democráti-cos detuvo numerosas propuestas de desarro-llos especulativos y prestó mayor atención altejido histórico central con la renovación de in-fraestructuras, el cierre progresivo del tráficovehicular y las medidas de protección tanto alcaserío como a los denominados Bienes de In-terés Cultural (BIC), tanto de titularidad civilcomo religiosa.

Se redactaron Planes de Protección para sec-tores o barrios antiguos con la esperanza, entreotros objetivos, de mantener fijada a la pobla-ción residente. Pero esos deseos no lograronconcretarse suficientemente porque la mejoradel espacio público y la rehabilitación generalde muchos edificios y equipamientos públicos yprivados supuso inmediatamente un incrementode la plusvalía, lo que significó en la prácticauna nueva vuelta de tuerca en la evolución ur-bana cuando los especuladores del sector pri-vado posaron su mirada en este nicho de ciudadrenovada desde lo público.

Comenzó entonces una erradicación forzada

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de los pobladores y de algunos equipamientoso servicios básicos (guarderías, colegios, pe-queña industria, artesanías…) hacia zonas deensanche o periferia, ya que el casco antiguose puso de moda y fue ocupado por tiendas demarca, hoteles con encanto, oficinas de presti-gio y profesionales con dinero.

En la actualidad, nuestros centros suelentener gente durante el día pero no por la noche;siguen siendo el lugar de máxima atracción porsus valores patrimoniales y simbólicos perotambién por su amplia oferta de consumo co-mercial y patrimonial.

Y así, vienen a coincidir en el territorio centraly sólo durante el horario comercial tanto los ve-cinos que provienen de las barriadas externasal núcleo como los viajeros que llegan de otrospaíses.

En teoría resulta una mezcla muy interesanteque debería dar lugar a una mayor naturalidaden el mutuo conocimiento entre el lugareño ylos forasteros procedentes de tantos y tantoslugares del mundo.

Si las masas turísticas, que se desplazan contorpeza e indolencia por las zonas monumenta-les siguiendo la banderita del guía, se disgrega-ran anárquicamente por los entresijos de laciudad para transformarse de turista entonte-cido a viajero interesado, no se produciría esenuevo fenómeno de denominación tan desafor-tunada como “turismofobia”, que se ha multipli-cado también en este largo y caluroso veranoen distintos lugares de España.

En Andalucía todavía no es tan fuerte la pre-sión, salvo en algunos lugares del litoral en losque la permisividad gubernativa y el bajo preciodel licor han hecho proliferar lo que también po-dríamos calificar, en este arrebato de términosdesafortunados, como “etiloturismo” o turismode borrachera para ser más precisos.

En las ciudades andaluzas lo que la ciudada-nía rechaza, sobre todo, es el exceso de utiliza-ción del espacio público por parte de la industriahotelera y de restauración cuando ocupa ace-rados y calles con mesas o aparcamientos res-tringidos.

Nuestros centros históricos tienen problemasde saturación de este tipo pero el mayor pro-blema paradójicamente es, sin duda, la falta depoblación residente porque, entre otras razo-nes, hay demasiada vivienda vacante o conusos inapropiados.

La vivienda está vacía por muchas causaspero, sobre todo, por la ineficiente legislaciónsobre alquileres que no garantiza ni la seguridaddel inquilino ni tampoco la del propietario.

Por otra parte, hay vivienda vacante de genteque vive fuera y que la ocupa temporalmentedurante escasas fechas coincidentes con feste-jos tradicionales tales como ferias, semanassantas, corpus y temporadas de toros.

Pero también hay vivienda con uso inapro-piado como el del almacenamiento de mercancíaen las plantas superiores de locales comercialesen muchas de las calles más concurridas.

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En la ciudad antigua del centro de Málagaviven unas 5.200 personas en cerca de 78 hec-táreas, lo que da una densidad poblacional de67 hab/ha. Una cifra muy insuficiente y la mejorprueba es que en la calle Larios, principal ejecomercial en ese lugar central, tan sólo vivenalrededor de ochenta personas. Como ocurretambién en la muy conocida calle Sierpes de Se-villa, en la que ni siquiera se llegará a esa cifra.

En el área centro de Granada hay un 36,6 porciento de casas vacías mientras que en el cascohistórico de Córdoba llegan al 25,4 por ciento.Pero también en el área central de Manhattanen Nueva York el treinta por ciento de los de-partamentos situados entre la Calle 49 y la 70,desde la Quinta hasta Park Avenue, están vacíosal menos durante diez meses al año por motivosrelacionados con las políticas de alquileres o pormaniobras especulativas de los propietarios, opara ser ocupadas por ellos en momentos sig-nificativos del calendario neoyorquino.4

Y esto, que ocurre en numerosas ciudadesconsolidadas, ocurre también en las favelas deRio de Janeiro. Ya se ha puesto de moda, entredeterminado sector joven de gente rica, brasi-leña, europea y norteamericana, alardear devivir en Rocinha pagando unos alquileres quese han triplicado desde que se hizo menos pe-ligrosa.5

En nuestras ciudades centrales, la combina-ción de estos tres factores principales -políticade alquileres, ocupación temporal y almacena-miento precario- tendrían fácil solución si lospoderes públicos quisieran intervenir en el mer-

cado de la vivienda de una manera rigurosa ydecidida.

Mientras tanto, muchos de estos propietarios,con o sin recursos, que mantienen una viviendasin rentabilizar durante una buena parte delaño, han encontrado una solución que, en prin-cipio, parece razonable: alquilarla temporal-mente en las plataformas digitales que se hancreado exprofeso.

Naturalmente, las compañías hoteleras sehan quejado, los ayuntamientos quieren unaparte del pastel y las agencias tributarias bus-can cómo saciar su voracidad recaudatoria. Perola razón está de parte de los consumidores, deesos viajeros aislados que no quieren o no pue-den pagar las altas tarifas de las empresas ho-teleras y que se sienten mejor alojados en unlugar, llamémosle, más doméstico.

No se entiende muy bien el clamor que esteasunto genera cuando de toda la vida han exis-tido modalidades parecidas para estudiantesuniversitarios (qué sería de Granada sin estesector residencial…) o para el que quiere venira la Semana Santa en Sevilla o a la playa enCádiz.

Y, en cualquier caso, hay que aceptar positi-vamente que viajar, gracias a los adelantos enel mundo digital y a la competencia entre com-pañías aéreas entre otras causas, esté al al-cance de mucha gente de clase media queantes ni podía soñarlo.

Acceder a internet y viajar son grandes con-

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quistas democráticas de las últimas décadas. Yel hecho de que aparezcan nuevas formas dealojamiento o de transporte urbano como alter-nativas al hotel o al taxi, hay que entenderlocomo una consecuencia más de estos nuevostiempos.

Desde luego, cuando la oferta de alojamientoturístico es demasiado amplia en un barrio de-terminado, cuando la presión de los propietarioshace saltar a los inquilinos habituales o cuandola actividad tiene visos de ilegalidad, es nece-sario actuar y corregir desde la acción pública.Pero se debería concluir que en nuestros cen-tros históricos tan necesitados de población re-sidente, soluciones parciales de éstas oparecidas características hay que considerarlascomo favorables para un mejor funcionamientode la ciudad.

Es parte de una política urbana, y no sólo delas municipalidades, que ha de considerar lasmúltiples variables que inciden en un núcleo ha-bitado para lograr un desarrollo coherente. Enel caso de nuestras principales ciudades turísti-cas interiores como son Granada, Córdoba o Se-villa, existen dos modelos radicales a su alcancey una extensa combinación de ambos.

La primera consiste en reconocer como basede partida que el turismo es la principal y casiexclusiva industria del ámbito central y más an-tiguo y que, por tanto, la ciudad histórica es laescenografía perfecta para ese tráfico que vienefundamentalmente del exterior.

No hay problema: todo es terciario y no exis-

ten apenas habitantes “originales” por lo queaquellos que residen, temporalmente, son forá-neos y bastante ajenos al acontecer cotidianopero, sobre todo, ignorantes de la historia y lacultura acumuladas que encierran estos recin-tos.

Los naturales del lugar, por su parte, acudentodos los días a servir a los de afuera: camare-ros, dependientes, taxistas, abastecedores oguías. Por las noches, se mantienen los anima-dores de lugares de fiesta o los “servicios míni-mos” pero sólo duermen los turistas en losnumerosos hoteles o en las casas particularesque han adquirido, o no, la condición de aloja-mientos autorizados.

“El núcleo urbano pasa a ser así producto deconsumo de alta calidad para los extranjeros,turistas, gente venida de la periferia, suburba-nos. Sobrevive gracias a esta doble función:lugar de consumo y consumo de lugar”.6

Es una opción lamentable y arriesgada peromuy real que ya se conoce sobradamente en lu-gares como Cartagena de Indias, Antigua deGuatemala, Ciudad Vieja de Panamá o La Ha-bana colonial.

El caso límite y más dramático es, sin duda,Venecia. En el año 1951, su centro histórico al-bergaba 175.000 habitantes mientras que ahoraapenas llegan a 55.000. Hay centenares de edi-ficios públicos vacíos que no se rehabilitan por-que no hay recursos para ello. Sin embargo,cada año la visitan entre quince y treinta millo-nes de personas de los que tan sólo una cuarta

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parte pernocta en la ciudad histórica entre dosy tres días en alguno de los centenares de es-tablecimientos hoteleros que existen o en un al-quiler turístico que cuenta con miles dehabitaciones. La plataforma AirBnB tiene másde cuatro mil ofertas que se incrementan un 30por ciento de un año para otro.

Cada día atracan en Venecia dos o tres cru-ceros de cuarenta mil toneladas con cerca de15.000 personas a bordo. Estos enormes bar-cos, que contaminan tanto como14.000 vehículos, simbolizan, con sumastodóntico volumen desplazándoselentamente por la Giudecca, la ame-naza cierta de un turismo masivo, in-vasivo, inculto y depredador para loscentros históricos del mundo que hanelegido como modelo de ciudad la es-cenografía al servicio del consumo.

También llegan desde hace pocotiempo los cruceros a La Habana y en-tran en esa amplia bahía, con lamisma insolencia con que se plantanante la Plaza de San Marcos, para con-tribuir también a la saturación turísticade La Habana Vieja.

Un sector urbano con muy pocos ymuy pobres vecinos pero con una no-table cantidad de ofertas para el con-sumo de los de fuera. A pesar de lascarencias básicas que sigue pade-ciendo la población, los hoteles y res-taurantes habaneros han multiplicadoen muy poco tiempo los precios de sus

servicios porque hay demasiada confianza enque este sector contribuya a sacar a Cuba desu postración.

Pero, como está ocurriendo en muchas ciu-dades europeas, si no prevalece la calidad de laoferta frente a la cantidad de la demanda ten-drán que tomar medidas para que la situaciónno empeore y para que, al mismo tiempo, la po-blación autóctona se beneficie al fin de la “de-rrama” del turismo.

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Recientemente, en Amsterdam, el ayunta-miento ha frenado la implantación de tiendasturísticas en cuarenta calles del centro despuésde haber hecho lo propio con los hoteles y dereglamentar la plataforma de vivienda turísticaAirbnb con la obligación de comunicar a las au-toridades locales cada alquiler que se produzca,limitando la ocupación a un máximo de 60 díasal año.

Algún escritor decía recientemente que el tu-rismo en las ciudades es como las termitas. Yalgo de razón hay en ello porque cuando la ciu-dad ha apostado por este modelo escenográficoen el que atender lo turístico es lo primordial,la panacea se convierte en maldición y la ciudadacaba hueca y banal, sin gente propia que ge-nere convivencia y cultura.

La otra opción radical es la que mantiene elprincipio del derecho a la ciudad que defendíael sociólogo francés Henri Lefevre en los añossesenta y una década después la denominadaescuela de Bolonia con el arquitecto GiuseppeCampos Venuti y su obra “Urbanismo y Austeri-dad” como principal referente teórico.

En Andalucía existe una ciudad antigua, delas más antiguas del mundo occidental, que esCádiz y que gracias a su especial configuracióngeográfica delimita claramente un sector resi-dencial y turístico, vinculado a las playas, de unsector netamente urbano, denso y compacto,arropado por las murallas.

Cádiz podría servir como modelo cercano yaque mantiene casi intactas las características de

un centro histórico tradicional a través deltiempo.

Es una opción que procura el mantenimientode clases sociales de cualquier condición, inclu-yendo las clases populares que dieron origen asu actual morfología urbana; la que exige unmayor intervencionismo de los poderes públicosfrente a los excesos de la iniciativa privada; laque procura, sobre todo, mantener una densi-dad de población y unos equipamientos y ser-vicios básicos que hagan posible la vida plenaen su recinto.

Y el turismo ha de ser una actividad más, re-gulada y limitada a las capacidades del territorioen general y de la ciudad en particular.

Para que exista una Ciudad de Ciudadanosque funcione es necesaria al menos una densi-dad de 75 viviendas por hectárea, lo que vienea suponer una población aproximada de 250habitantes por hectárea suponiendo una mediade 3,2 ocupantes por vivienda.

Aplicando este contrastado parámetro anuestras ciudades principales, resulta que tansólo el centro histórico de Cádiz con 257 cumpleesa cifra; Sevilla se queda en 210; Jerez, la másbaja, tan sólo con 100 habitantes por hectáreay Córdoba con 200 se mantiene, como Sevilla,algo por debajo de lo razonable.

Pero no se necesitan demasiadas estadísticaspara comprobar lo que ocurre en las áreas cen-trales de nuestros centros históricos cuandocesa la actividad comercial vinculada, mucha de

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ella, a la presencia de visitantes externos. Lasoledad nocturna de esas calles genera temorentre los escasos peatones que las recorren. Yese temor podría ser un indicador suficientecomo para considerar que esos lugares son pro-blemáticos a efectos de una convivencia intensay “sana” entre vecinos.

La clave está, pues, en lo que desee la ciudadpara su núcleo central, monumental y turístico:si un decorado para mirar y fotografiar o unaciudad diversa, utilizada y vivida por sus pobla-dores tanto de día como de noche.

En el primer caso, se trata de seguir privile-giando las actividades terciarias, ocupando elparcelario de tiendas turísticas con sus almace-nes, oficinas y hoteles y desterrando, por tanto,al sector residencial hacia lugares no “tan ren-tables”.

Sirva como botón de muestra lo que ahoraestá ocurriendo en Sevilla: en muy poco tiempo,una entidad financiera andaluza, que ha sidoabsorbida por una entidad financiera catalana yque ahora se mueve bajo la forma de funda-ción, ha sido capaz de levantar una torre paraoficinas y hotel absolutamente innecesaria enel borde del centro histórico sevillano. Ha ce-rrado un centro cultural de escala muy apro-piada y dedicado a conciertos y exposiciones enel corazón de la ciudad y ha obligado a desalo-jar y desplazar, como arrendataria, una ferrete-ría tradicional con una numerosa y fiel clientela,que era un auténtico monumento y que llevabacerca de cien años en alquiler. Quince mesesdespués, esta ferretería, en su nuevo emplaza-

miento, ha tenido que cerrar para siempre.

Para completar este brillante historial, estafundación, que se supone tiene fines sociales,acaba de anunciar la rehabilitación de un graninmueble de su propiedad para llenarlo de ofi-cinas y de tiendas de marca a cien metros delantiguo centro cultural y a doscientos de la an-tigua ferretería.

Una sucesión de errores que el Ayuntamientode la ciudad no debía haber permitido porqueno se necesitan más oficinas ni más tiendas delujo. Y sin embargo, era muy necesaria la ferre-tería y también el centro cultural ahí donde es-taba y no en la torre que se ha construido enLa Cartuja donde, para acallar malas concien-cias, se han destinado unos pocos e inadecua-dos metros cuadrados bajo tierra para obtenerun desangelado espacio forzado en su diseño ydifícilmente homologable como centro cultural.

Es evidente que, mientras permanezcan alfrente de entidades como ésta, personajes in-sensibles e incultos pero con capacidad de pre-sión suficiente ante la débil estructuramunicipal, los centros históricos de nuestras ciu-dades estarán amenazados desde las mismasestructuras del poder, sean financieras o políti-cas. Una ciudad que se preciara debería saberdoblegar, desde la legalidad y desde la capaci-dad de convicción, estas desalmadas iniciativasy lograr que ese edificio se reconvirtiera en vi-viendas, que sus aparcamientos subterráneosse destinaran a los almacenes de cercanía quenecesitan los pequeños comercios del sectorcentral que a su vez, tendrían que desalojar los

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precarios almacenamientos que ahora tienen lo-calizados en las plantas altas de sus locales paraque pudieran salir al mercado de la vivienda.

La adecuada política que se ha venido reali-zando en las últimas décadas con la erradica-ción o, al menos, la limitación del tráficovehicular potenciando así el uso peatonal o ci-clista en los centros históricos, necesita radica-lizarse en lo que pueda significar terciarizacióno gentrificación del tejido urbano. Los grandescentros comerciales tendrían que desplazarse alos bordes de núcleo central, hacia lugares quepermitan no sólo una mejor accesibilidad sinotambién la dotación necesaria de espacios ver-des complementarios al uso edificatorio. Lomismo debería ocurrir con grandes equipamien-tos hoteleros que cotidianamente originan co-lapsos de tráficos en el centro urbano…y así concualquier infraestructura de gran escala quecomplique la cotidianeidad de los residentesque son los que tienen más derecho a usar ple-namente la ciudad a cualquier hora del día o dela noche recuperando, si se pudiera, la nociónde barrio como concepto territorial básico de re-lación entre vecinos.

Los vacíos que existan o pudieran originarseen los centros de ciudades deben cubrirse ma-yoritariamente con vivienda no especulativa,promovida o impulsada por instituciones públi-cas competentes en materia de alojamiento. Laúnica forma de que la ciudad central pudieramantener un equilibrio de ocupación entre lasdistintas capas sociales es que el Estado en susdistintas administraciones entre a saco en loscentros históricos para construir o ayudar a

construir viviendas populares para la clasemedia que no pueda acceder al mercado pri-vado y para las clases trabajadoras que inclu-yan, sobre todo, a gente joven que puedanreproducirse para volver a llenar las calles y pla-zas de niños jugando.

El tema de vivienda es absolutamente básicoen una ciudad que no pretenda ser escenografíapara la mirada del forastero; y el Estado ha deser intervencionista en este mundo tan especu-lativo y tan sujeto a arbitrariedades normativaso financieras.

Y también los equipamientos educativos, sa-nitarios, de atención social y de abastecimientoprimario deben mantenerse o localizarse ennuevas implantaciones centrales teniendo muyen cuenta la estructura parcelaria del barrio ysus vías de comunicación de manera que lasdistancias no supongan un inconveniente parala población con menos recursos o con menoscapacidad de movimiento.

El turismo, ajeno a las sangrías urbanas queorigina la terciarización, sigue llegando a estasciudades históricas que mantienen intactos susatractivos, basados, no sólo en su patrimonioarquitectónico y monumental, sino también enla potente carga simbólica que tantos viajerosfranceses, ingleses, italianos o griegos se en-cargaron de divulgar, sobre todo a partir delsiglo XIX.

Aunque resulten lejanos aquellos tiempos enque los viajeros “sensibles e ilustrados” que lle-gaban desde Francia, Inglaterra, Italia o Grecia,

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recorrían tranquilamente las calles centrales otransitaban por caminos rurales en busca de losingular, lo cierto es que siguen siendo muy va-liosas las descripciones que hicieron de nuestrastierras y de sus gentes.

Andalucía debe mucho de su tópica leyendaa viajeros como Prosper Mérimée (1803-1870)con sus escritos sobre una región exótica demanolas, bandoleros y de corridas de toros.También con su novela “Carmen” reelaboradamás tarde por Bizet en aquella ópera famosacon su protagonista como cigarrera en la RealFábrica de Tabacos de Sevilla que hoy es lasede del Rectorado de la Universidad Hispalensey uno de los mejores monumentos de arquitec-tura industrial de la ciudad.

También Richard Ford (1796-1858) que llegaen 1830 desde Inglaterra a Sevilla con toda sufamilia para intentar que la esposa curase unaafección que tenía. Y en Sevilla que nunca, porcierto, tuvo fama de sanatorio, se mantuvierondurante tres años que fue el tiempo que empleóel aristócrata para recorrer a caballo más de

tres mil kilómetros “explorando los principalescaminos desde Galicia a Cataluña y desde As-turias a Tarifa, tomando siempre cuidadosasnotas sobre la marcha”, como cuenta GeraldBrenan (1894-1987), otro británico enamoradodel Sur de España, en el prólogo al libro “Lascosas de España” donde el esforzado RichardFord realiza numerosos y extraordinarios dibu-jos y acuarelas y describe sus impresiones, muycríticas respecto a la gente y sus costumbres ymás benévolas sobre las tierras y paisajes deeste país tan distinto del suyo.

“Esta zona bética, Andalucía, de la que for-man parte muchas de las más interesantes ciu-dades y algunos de los lugares más bellos de laPenínsula, debe ser objeto de preferencia parael viajero, y cada una de sus bellezas, conside-rada particularmente, abarca una gran exten-sión de variadas perspectivas y objetos y, por lotanto, como es accesible fácilmente, puede servisitada durante la mayor parte del año. El in-vierno puede pasarse en Cádiz, Sevilla o Má-laga; el verano, en las frescas sierras de Ronda,Aracena o Granada, siendo sin embargo, prefe-ribles siempre los meses de abril, mayo y junioo septiembre, octubre y noviembre” 7.

Es oportuno, en los tiempos que vivimos,hacer notar cómo Richard Ford, tal como resaltaBrenan en este prólogo “fue el primer extran-jero en observar que España no era una naciónunificada debido a las grandes diferencias exis-tentes entre sus regiones”.

Y también es muy significativo que estos via-jeros supieran detectar el tesoro oculto de las

El Estado debe ser intervencionista en

un mundo tan especulativo como es el de la vivienda

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ciudades medias en Andalucía. Esa gran reservade núcleos históricos bien conservados queconstituyen una red territorial, suficientementeconectada por carretera, a la que, por fortunano llega el Ave ni el avión ni el crucero.

Si a estas ciudades entre quince y treinta milhabitantes (Baeza, Ubeda, Carmona, Ecija,Aracena, Moguer, Ronda, Priego, Baena, Mon-toro…) se suman algunos conjuntos de peque-ños pueblos que no alcanzan el millar devecinos (pueblos blancos en Cádiz, las Alpuja-rras en Granada o la Sierra de Aracena) se ten-drá una oferta inmejorable para aquellos quedeseen conocer mejor las raíces de esta regiónque fue la Bética romana de Adriano y Trajano,

Al Ándalus musulmán de los Omeya y los cuatroreinos de Sevilla, Córdoba, Jaén y Granada bajola Corona de Castilla, que dan lugar a la deno-minación y delimitación de Andalucía cuandoFernando III el Santo los unifica a mediados delsiglo XIII.

A finales del siglo XIX, es otro viajero inglésel que aparece en Sevilla y va a escribir en1930 un libro, “Andalucía”, que recoge sus ex-periencias tras recorrerla también a lomos desu cabalgadura. William Somerset Maugham(1874-1965) llega por primera vez a Sevillaen 1897 y regresa en numerosas ocasiones:“…cómo olvidar el placer de andar errando porla calle de las Sierpes, liberado de toda clase de

ataduras…Montando mi caba-llo trotaba por las estrechascallejuelas, sobre los guija-rros, hasta que llegaba alcampo…” 8

Este libro se publicó por pri-mera vez en 1930 y fue preci-samente por estos añoscuando Kostas Uranis, perio-dista y por entonces cónsulgeneral de Grecia en Portugalrecibe el encargo de un perió-dico de su país para realizaruna serie de artículos sobre laEspaña de aquella época, loque dio lugar posteriormentea un libro titulado “España.Sol y sombra” que es también,como en los casos anteriores,un buen referente para enten-

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der nuestro país a partir de la mirada de los defuera.

Uranis va a conocer de Andalucía las ciudadesde Sevilla, Cádiz, Córdoba, Granada y Málaga.Esta vez en su propio automóvil recorriendomás de cinco mil kilómetros porque llega hastaGerona, después de pasar por el centro de laPenínsula donde conoce Ávila, Segovia, Toledo,Madrid, etc.

En la introducción a este libro se señala que“…si para aquellos viajeros decimonónicos el“turismo” aún era un privilegio al alcance demuy pocos , aristócratas, jovencitos acomoda-dos, artistas, militares y gentes de ciencia,sobre todo, a comienzos de la década de losaños 30 en el siglo XX, cuando se produce elviaje de Uranis, el fenómeno viajero ya se habíaconvertido en un entretenimiento de las masasburguesas y en una actividad de rentabilidadeconómica: la venta de las experiencias cultu-rales de unos viajes que antes duraban mesesy ahora eran condensadas en paquetes turísti-cos de pocas semanas. El mismo Uranis sequeja en Toledo de la conducción aborregadade turistas que hacían los guías a golpe de sil-bato, que impedía la más mínima captación delo que esa ciudad significa…” 9

Por aquel entonces, en los años treinta delpasado siglo llegaban a España unos 220.000turistas mientras que este año de 2017 llegaránmás de ochenta millones procedentes, sobretodo, de Europa y de Estados Unidos.

Un negocio con más de ochenta millones de

clientes al año ya es de por sí una cifra suficien-temente abrumadora para un territorio que sóloalcanza los cuarenta y seis millones de habitan-tes. Pero es un negocio que deja en Españaciento veinte mil millones de euros y que da tra-bajo a dos millones y medio de personas quees, nada menos, el 13% del total de trabajado-res del país.

Según los empresarios del sector, España esla tercera potencia mundial y recibe cada añoel 21% de todas las pernoctaciones de turistasde la Unión Europea. Sin embargo es el quintodestino europeo en gasto diario por viajero de-trás de Alemania, Francia, Reino Unido e Italia,así que resumen la situación con dos frases: “…hay muchos turistas que gastan poco” y “…haycantidad pero no calidad”.

Y es que este fatídico verano sirvió tambiénpara conocer que el mayor número de contratosque se suscriben en España es precisamentecon camareros y que muchos de ellos y de otrosasalariados tienen sueldos de miseria.

Y sirvió, también, para verificar que las bon-dades de nuestra gastronomía no son precisa-mente las que conocen los viajeros que seaventuran en demasiados restaurantes sin es-crúpulos que abarrotan nuestras costas y elcentro de nuestras ciudades.

Las ciudades españolas, más en el litoral queen el interior, son las receptoras del turismotanto exterior como interior. Las ciudades cos-teras ofrecen sol y playa y, además, muchedum-bre e incomodidad en tal grado que realmente

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cuesta comprender que exista todavía una de-manda masiva para esta oferta tan escasa-mente cualificada si no fuera porque los preciossiguen siendo asequibles para un amplio sectorde población.

En las ciudades interiores cuyo principalatractivo es el patrimonio monumental, y en esoAndalucía lidera el panorama ibérico, los proble-mas suelen ser de otro calibre ya que aunquetambién prolifera el turismo de avalancha, losbeneficios que produce y también los impactosnegativos que se generan pueden evaluarse deforma más racional.

En la capital de Andalucía, con una poblaciónde 700.000 habitantes que ha recibido más dedos millones y medio de turistas en el año 2016,los sindicatos ya están reclamando una “tasa tu-rística” para compensar, por ejemplo, que sóloel 8% de las cadenas hoteleras que existen enla provincia tributan en Sevilla y que hay 2.400pisos turísticos ilegales con más de 8.000 plazasque tampoco pagan impuestos.

Se tienen los datos y se conocen perfecta-mente las circunstancias particulares en lasciudades andaluzas con centros históricosatractivos para el turismo. Es posible, portanto, diseñar la política que interese a cadauna de ellas.

Y debería ser cuanto antes, porque pareceque la demanda se irá incrementando exponen-cialmente. En la actualidad, la suma de la po-blación en Europa, Estados Unidos, Canadá yAustralia no llega a los 1.200 millones de per-

sonas que son las que tienen mayores posibili-dades y recursos para viajar.

Pero China con 1.400 millones y la India con1.300 están en posición de despegue, y elmundo latinoamericano con 625 millones tam-bién llegará pronto a moverse por el mundo, demanera que la situación actual de la demandapodría triplicarse en muy poco tiempo.

Por otra parte, las previsiones de poblaciónmundial establecen que los 7.400 millones depersonas que hay ahora en el planeta pasarána 9.500 en el año 2050, de manera que el cre-cimiento de la demanda será exponencial: siahora los viajes internacionales suponen 1,2 bi-llones, en 2030, tan sólo dentro de doce años,pasarán a 1,8 billones. Y lo que es más impor-tante, el 76% de los viajeros provendrán de lazona Asia/Pacífico.

Las cifras del negocio a escala planetaria sonasombrosas: en el transporte aéreo, desde lanueva construcción de aeropuertos, más detrescientos en la actualidad; hasta el dato deque cada minuto despegan 71 aeronaves en elmundo, lo cual supone más de 37 millones dedespegues con 4,2 millones de asientos y la ge-neración del 1% de la riqueza del planeta, o sea650.000 millones de euros, lo que significa a lapostre que los viajeros gastarán este año másde 580 mil millones de euros en billetes deavión.

La demanda de cruceros, por su parte, hacrecido un 62% en la última década con lo queel número de cruceristas en todo el mundo su-

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pera los 25 millones de pasajeros cada año. Delos cuales el 10% llegó a Barcelona y aportó ala ciudad un rendimiento económico de 875 mi-llones de euros dando trabajo a 7.600 personas.

Menos mal que para el 2030 se prevé que elturista será “soltero, urbanita, asiático…y emi-nentemente digital“ y sus preferencias, México,Indonesia, Nigeria y Turquía.

Esperemos que para entonces, Andalucía ysus ciudades que ahora reciben casi treinta mi-llones de turistas al año, más del triple de supoblación, con más de doscientos millones depernoctaciones y con unos ingresos de cerca deveinte mil millones de euros, hayan resuelto al-gunas de las contradicciones más serias vincu-ladas a la calidad de la oferta, a la distribuciónterritorial de la demanda, a la densidad pobla-cional en los centros históricos y a la defensadel espacio público para que los que nos visiten,sean los que sean, puedan disfrutar nuestrasciudades mejoradas como lo hicieron aquellosviajeros del pasado.

No se trata de batir récords sino de ofrecera los que vienen la oportunidad de conocer lahistoria, la cultura, la riqueza patrimonial y lascostumbres de una sociedad muy antigua ymuy acostumbrada a ser invadida y a tomar decada invasión lo que mejor pudiera convenirle.

Fuente documental:

1.2. Pérez Andújar, Javier. Decoración y Turismo.Revista Ajoblanco. Verano 2017

3. Campos Venuti, Giuseppe. Urbanismo y Aus-teridad. Siglo XXI Editores.1981

4.5 Suketu Mehta. La vida secreta de las ciuda-des. Literatura Random House. 2017

6. Harvey, David. Diecisiete contradicciones y elfin del capitalismo. Traficantes de sueños 2014

7. Ford, Richard y prólogo de Gerald Brenana.Las Cosas de España. Ediciones Turner 1974

8. W.Somerset Maugham con introducción deAntonio Garnica. Andalucía. RD editores 2005.

9. Uranis, Kostas y prólogo de Christina Mougo-yanni. España, sol y sombra. Ediciones Cátedra

2001

Y centenares de recortes de prensa españoladurante los meses de junio a octubre de 2017