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Velasco Ibarra.Textos políticos

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Pensamiento Político Ecuatoriano

Velasco Ibarra.Textos políticos

Introducción y selección de Javier Gomezjurado Zevallos

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Pensamiento Político EcuatorianoColección fundada por Fernando Tinajero

© De la presente edición:

Secretaría Nacional de Gestión de la PolíticaVenezuela N3-66 entre Sucre y Espejo(593) 2 228-8367www.politica.gob.ec

VIVIANA BONILLA SALCEDOSecretaria Nacional

EDWIN MIÑOGerente del Proyecto de Pensamiento Político

GUILLERMO MALDONADO CABEZASESTEBAN POBLETE OÑAEditores

Impresión, diseño de portada e interiores:Tecnoprint

ISBN: 978-9942-07-601-4

Quito, junio de 2014

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Presentación

Viviana Bonilla Salcedo

Velasco Ibarra, Discurso de la quinta posesión

Una de las circunstancias del éxito de la Revolución Ciudadana es la participación activa, crítica y constante de las y los ecuatorianos en el proceso político de la construcción de nuestro país. A su vez, el requisito insustituible en este transcurso es asegurar una formación política de las y los ciudadanos, a través de la cual se pueda logar una nutrida conciencia social y política. Por tanto, nuestra Colección se ha empeñado en constituirse en una fuente de información completa sobre la historia política del Ecuador.

En consecuencia con este propósito, la Colección de Pensamiento Político Ecuatoriano, quedaría incompleta si no incluyera entre sus volúmenes el pensamiento de uno de los mandatarios más notorios de la historia, el Dr. José María Velasco Ibarra. Su importancia radica, como lo menciona acertadamente el Dr. Javier Gomezjurado, para-fraseando a Alfredo Pareja Diezcanseco, en que “Velasco es el per-sonaje más polémico del Ecuador durante el siglo XX, no solamente por haber sido cinco veces presidente del país, sino porque además encarnó los sueños y las aspiraciones más profundas de la muche-dumbre ecuatoriana”.

En esta publicación se pone de relieve el estudio teórico de cuatro ejes transversales: libertad, igualdad, democracia y Estado, los mis-mos que constituyen el fundamento del pensamiento político Velas-quista. El tratamiento de estos temas se presenta oportunamente en la actualidad, en la que nuestro país es el escenario donde se germi-

Vuelvo a agradeceros, amigos míos, la atención con que me habéis escuchado.¡Cuánta es vuestra grandeza moral, ecuatorianos; cuán grande es vuestro corazón, hombres del pueblo ecuatoriano! Creedme que yo sé bien que vosotros no dirigís vuestro docto civismo en beneficio de un hombre, en homenaje de un hombre. Yo no quiero ser caudillo. Vuestros esfuerzos de esta noche, vuestro sacrificio de esta noche, vuestra abnegación en el viaje que habéis hecho desde distintas provincias para escuchar mis modestas palabras, no son sino el eco de vuestro corazón, eco del alma nacional; eco del alma de la patria por un futuro grande para la República del Ecuador.

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nan una serie de nuevas definiciones que dan vida a una estructura capaz de resolver los problemas centrales de nuestra sociedad, con-duciéndola hacia el buen vivir.

El estudio introductorio de este volumen sitúa en su tiempo y circunstancias los distintos episodios de la obra del Dr. Velasco Ibarra; asimismo, este libro recoge una compilación antológica que comprende una serie de temáticas en torno a la expresión política hispanoamericana, el mundo político contemporáneo, democracia y constitucionalismo, el sindicalismo, la actitud política, partidos po-líticos, así como los tan recordados y abundantes discursos del Dr. Velasco Ibarra en sus cinco posesiones presidenciales.

Para la Secretaría Nacional de Gestión de la Política es de gran satisfacción presentar este libro pues está enmarcado en el ideal de reflexionar de qué manera han evolucionado los problemas políticos en nuestra historia, y cómo podemos actuar ante ellos en el presente.

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Índice

Presentación .............................................................................................................. 5Viviana Bonilla Salcedo

Velasco Ibarra: pensamiento y acción política .................................................... 11Javier Gomezjurado Zevallos

ANTOLOGÍA

Estudios varios

· Ramiro de Maetzu y los principios de autoridad y libertad............ 67· El sindicalismo ............................................................................. 71

Meditaciones y luchas

· ¿El nombre de Dios o el espíritu de Dios? ..................................... 89· Libertad de pensamiento y de palabra ........................................... 93· Sinceridad aún en política ............................................................. 96· Los partidos políticos .................................................................. 101

Democracia y constitucionalismo

· La democracia en la historia ........................................................ 105

Conciencia o barbarie

· El pensador y el político: las divergencias .................................... 117· El pensador y el político: las convergencias ................................. 122· Partidos políticos ecuatorianos .................................................... 126· La actitud política ....................................................................... 133· Relaciones con los conservadores ................................................ 139

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Estudios de derecho constitucional

· El Estado del provenir................................................................. 145

Expresión política hispanoamericana

· Introducción ............................................................................... 153· Política hispanoamericana durante la Colonia ............................. 158· Psicología del criollo americano .................................................. 162· Preparación política de los criollos .............................................. 166· Los políticos realistas .................................................................. 170· El indio y la política sudamericana .............................................. 176

Tragedia humana y cristianismo

· Divina libertad ........................................................................... 183

Caos político en el mundo contemporáneo

· La política primero ..................................................................... 187

Mensajes y discursos

Primera presidencia

· Transmisión de mando .............................................................. 199(Quito, 1 de septiembre de 1934)

Segunda presidencia

· Resumen del discurso al asumir el mando ................................... 221 (Quito, 31 de mayo de 1944)

Tercera presidencia

· Un gobierno responsable y honrado ............................................ 227 (Discurso ante la Asamblea popular organizada por la Federación Nacional Velasquista. Guayaquil, 27 de enero de 1954)

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Reunión de presidentes americanos en Panamá-1956

· Bolívar, expresión de todas las virtudesde la raza hispanoamericana (Discurso enla sesión solemne de la Sociedad Bolivariana.Panamá, 21 de julio de 1956) ..................................................... 235

Cuarta presidencia

· ¡Querida chusma! ....................................................................... 247(Discurso en la Plaza de San Francisco.Quito, 31 de mayo de 1960)

Quinta presidencia

· En marcha la revolución velasquista: ........................................... 258fuerza y vitalidad interna; fuerza y prestigioen la vida internacional(Discurso en la Plaza de la Independencia.Quito, 7 de marzo de 1969)

· Proclama pronunciada al asumir los plenos poderes .................... 270 (Quito, 22 de junio de 1970)

Referencias ........................................................................................................... 273

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Velasco Ibarra: pensamiento y acción política

Javier Gomezjurado Zevallos1

El hombre de interés particular, piensa en el interés inmediato;el hombre de alma superior, se coloca encima de todo ello

para contemplar el panorama moral del mundo.(Velasco Ibarra, 1933)

A lo único que aspiro con toda mi alma, es a decir,soy el servidor modesto pero eficaz de un gran pueblo.

(Epitafio en la tumba de Velasco Ibarra)

PRELIMINAR

¡Dadme un balcón en cada pueblo, y seré Presidente!, es una de las frases más célebres que pronunciara Velasco Ibarra, cuando sus partidarios políticos le ins-taban a que retorne al país luego de sus continuos exilios. En aquellas palabras se advierte su gran capacidad de oratoria, con la cual el Profeta o el Patriarca –como también era conocido– convencía a las masas populares, convirtiéndose a su vez en el ídolo de aquéllas, durante casi cuatro décadas.

Fue el personaje más polémico del Ecuador durante el siglo XX, no sola-mente por haber sido cinco veces presidente del país, sino porque además en-carnó los sueños y las aspiraciones más profundas de la muchedumbre ecuato-riana, a decir del historiador Alfredo Pareja Diezcanseco; así como también por haber sido el instrumento más idóneo para satisfacer los intereses de diversos grupos políticos y económicos, que no dudaron en aprovecharse de las coyun-turas y las “oportunidades” luego de que Velasco accediera al poder.

De aquellos cinco períodos como mandatario ocurridos entre 1934 y 1972, en realidad solo gobernó cerca de trece años; el resto del tiempo permaneció fuera de su Patria en calidad de desterrado voluntario, luego de que en cuatro de sus presidencias primaran las apetencias políticas de quienes lo derrocaron.

1 Historiador y Doctor en Sociología y Ciencias Políticas. Docente universitario. Miembro de Número de la Academia Nacional de Historia de Ecuador, y de la Academia Nariñense de Historia. Autor de varios libros y artículos monográficos sobre temas históricos, políticos, sociológicos y costum-bristas.

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Pero su figura ausente siguió siendo la esperanza de aquel populacho que re-clamaba la presencia de un líder como él, pero también de una imagen que provocaba temor entre sus adversarios.

Su incursión en la política, al iniciar los años treinta del siglo pasado, marcó el destino de su vida y del país. Controvertido como ninguno, conjugó su estilo político emocional y apasionado con los sueños de ver a un Ecuador envuelto en efectivas libertades. Como gran combatiente, supo hacerse de amigos y de enemigos que le acompañaron toda la vida, y que fueron los móviles de su comportamiento político. Amó y odió, exaltó y fustigó, castigó y perdonó; y quizá en todo ello se hallan enlazadas sus virtudes y acaso también sus errores. Luchó contra todo y contra todos, incluso contra sí mismo, para alcanzar el poder, desde donde pretendía plasmar sus aspiraciones. Fue sensible ante el pedido de sus masas, de su pueblo, el cual supo encaramarlo en la Presidencia incluso con el apoyo electoral de grupos antagónicos, que en su momento su-pieron coaligarse hábilmente.

Estas páginas no pretenden ser un análisis detallado sobre el pensamiento de Velasco Ibarra. Tampoco es una biografía del caudillo, ni un ensayo que intenta explicar el fenómeno del velasquismo. Sólo es un corto estudio que recoge los aspectos discursivos de Velasco, los cuales se hallan en sus diversos libros, artículos y discursos, para mostrar los ejes cardinales que organizan su forma de pensar, y que eventualmente podrían explicar su praxis política. Para el efecto se han utilizado las obras que Velasco publicó durante varias décadas, así como una valiosa bibliografía sobre él. Gran parte de su producción ensa-yística, periodística y la mayoría de sus piezas oratorias han sido revisadas; y de todo ese material se han escogido los trabajos más representativos para elabo-rar la selección de textos que se exponen a continuación de esta introducción.

Se ha hecho hincapié, sobre todo, en la revisión de sus planteamientos teóricos en torno a cuatro ejes centrales: libertad, igualdad, democracia y Es-tado, los mismos que constituyen el fundamento de su pensamiento político; se aborda también, aunque en menor grado, el campo jurídico, en particular lo atinente al Derecho Internacional, así como su visión doctrinaria en torno a la religión y a la Iglesia. Finalmente se examinan sus escritos y discursos en los cuales Velasco Ibarra alude y exalta al pueblo y a las masas, las mismas que, en definitiva, lo convirtieron en un verdadero mito.

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LOS AÑOS INICIALES

José María Velasco Ibarra nació en Quito el 19 de marzo de 1893. Fue el octavo hijo del matrimonio del Ing. Alejandrino Velasco Sardá –un ingeniero graduado en la Escuela Politécnica, natural de la población de Rioverde en Esmeraldas– y de la quiteña Delia Ibarra Soberón. De los diecisiete hijos que la pareja tuvo en total, solo cuatro llegaron a edad adulta. Sus primeras letras aprendió de su madre, quien le leyó –entre otras– las hazañas de García Moreno, Bolívar y Napoleón2. Era la época en que su padre formó parte de las guerrillas conser-vadoras, poco después del triunfo de la Revolución Liberal, razón por la cual estuvo preso por algunos meses en el Panóptico3.

En 1905, gracias a una beca obtenida por gestiones de su madre, José Ma-ría ingresó a estudiar al Seminario Menor San Luis, donde obtuvo una prepa-ración humanística excepcional que le permitió, entre otras cosas, dominar idiomas como el latín y el griego. Dos años después fue trasladado al Colegio San Gabriel, institución regentada por los padres jesuitas, donde concluyó sus estudios en 1911,obteniendo su Bachillerato luego de rendir los exámenes en el Instituto Nacional Mejía, fundado pocos años atrás por Eloy Alfaro. Termina-dos sus estudios secundarios ingresó a laborar en la sección administrativa del Boletín Eclesiástico, órgano informativo de la Arquidiócesis de Quito, donde fue ayudante de su pariente Victoriano Acosta Soberón –administrador de la gace-ta– con un sueldo de diez sucres mensuales. Allí conoció a monseñor González Suárez, quien ejerció una gran influencia en la formación intelectual del joven José María. Mantuvo con él una cordial amistad durante algunos años, y fue tal su admiración hacia el Prelado, que en alguna ocasión Velasco afirmó: “Gon-zález Suárez es para mí, después de Rocafuerte, el hombre más grande que ha tenido el Ecuador. De él aprendí que la verdad está por encima de todo; de él aprendí que hay que buscar el alma de la verdad, las parcelas de la verdad que hay en toda doctrina, en todo acontecimiento, en toda agrupación humana. De él aprendí que hay que proclamar la verdad por encima de todo y desafiando toda dificultad”4.

En 1911 ingresó a la Facultad de Ciencias de la Universidad Central, pero a poco decidió continuar en la carrera de Derecho, llegando a ser uno de los más

2 Robert Norris, El gran ausente, Tomo I, Quito, Ediciones Libri Mundi-Enrique Grosse-Lue-mern, segunda edición, 2005, p. 56.

3 Rodolfo Pérez Pimentel, Diccionario Biográfico del Ecuador, Tomo VI, Guayaquil, Universidad de Guayaquil, 1994, p. 310.

4 Robert Norris, op. cit., p. 62.

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destacados estudiantes, entre los que se contaban José Alejandro Egüez, Eduar-do Salazar Gómez, Humberto Albornoz Sánchez, Alejandro Calisto Chiriboga y otros. En 1917, junto a algunos amigos y condiscípulos conservadores, co-menzó a asistir a las reuniones semanales de la Asociación Católica de Jóvenes, organización para cuya revista escribió algunos artículos; y un año más tarde fue uno de los fundadores de la Federación de Estudiantes Universitarios del Ecuador, la cual llegó a presidir.

Pocos años después, en 1920, bajo la dirección de fray Inocencio María Jácome –de la Orden de Predicadores–, y siendo José María parte de la Asocia-ción Católica, fundó la institución cultural El Ateneo; y siendo aún estudiante intervino en el ambiente intelectual quiteño, llegando a ser Secretario de la Academia de Abogados y Tesorero de la Sociedad Jurídico Literaria, en 1921. Se recibió de Doctor en Jurisprudencia el 10 de febrero de 1922, con su tesis de grado titulada ‘El Sindicalismo’. A los pocos días de haberse doctorado se casó con María Esther Silva Burbano, una quiteña formada en Europa, a quien conoció un año antes; pero “a pesar de un feliz comienzo, su matrimonio se deterioró, debido a la incompatibilidad de caracteres”5, separándose en 1933 sin haber tenido descendencia.

SUS PRIMEROS ESCRITOS Y LOS EJES DESU PENSAMIENTO POLÍTICO

Meses antes de graduarse, José María se incorporó a la administración públi-ca, trabajando tanto en el Ministerio de Educación como en calidad de Secre-tario del Consejo de Estado, una instancia compuesta por parlamentarios y funcionarios de gobierno que se encargaban de aconsejar al Presidente de la República –en ese entonces José Luis Tamayo–, y de preparar actas y decretos. Asimismo fue Secretario de la Junta de Beneficencia, Procurador Síndico del Consejo Municipal de Quito, y Miembro de la Junta Consultiva de Relaciones Exteriores. De igual manera fue designado diputado suplente a la Asamblea Constituyente de 1928-1929, aunque no actuó como tal en dicha ocasión. Por esa misma época fue nombrado profesor de Derecho Romano de la Univer-sidad Central, cargo al que tuvo que renunciar por la oposición de algunos estudiantes liberales de la Facultad de Jurisprudencia. Huelga decir que tuvo

5 Ibídem, p. 81.

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también sus defensores, quienes se expresaron a favor suyo a través del diario capitalino El Comercio6.

Durante esta primera etapa, el doctor Velasco se dedicó a la labor perio-dística. La columna que mantuvo en los periódicos El Día, El Sol y El Comercio bajo el seudónimo de Labriolle, le dio “la oportunidad de hacer sus reflexiones iniciales sobre los grandes temas del momento, así como las primeras armas en la vida pública”7. La recopilación de buena parte de esos escritos formaron parte de sus primeras obras: Estudios varios (1928) y Meditaciones y luchas (1930). En la primera de ellas se ofrece una serie de artículos extraídos de los diarios y semanarios de la época, publicados por Velasco entre 1918 y 1928 y que, a decir de su autor, no forman “un sistema firme [ni] una construcción doctri-naria” de su pensamiento ideológico. Sin embargo algunos de esos escritos evidencian su apego a ciertos principios, como el de ‘libertad’8 –en el marco de la sociedad–, tema que fuera abordado ensayísticamente por el diplomático y escritor español Ramiro de Maeztu. En torno a este primer eje de su discurso político, Velasco afirmó:

Desde Hegel, quien cuenta también con antecesores doctrinarios, viene la moda de considerar a la sociedad como una personalidad, con conciencia co-lectiva, con voluntad colectiva, distintas de la conciencia y de la voluntad de los individuos que la componen […] Para Stuart Mill la libertad de la persona es sagrada, intangible e inviolable, es la libertad un estímulo al verdadero esfuerzo, al descubrimiento de verdades ignoradas. El Estado solo tiene el fin de impedir la coacción contra la libertad. [Sin embargo], para Maeztu todas estas opiniones son radicalmente falsas; ni la sociedad es una persona, una entidad con dere-chos subjetivos propios, con voluntad colectiva, ni la autoridad es un fenómeno especial ni la libertad merece el respeto de que la rodea Stuart Mill9.

Frente a ello, la libertad para Velasco Ibarra, en su concepto más amplio, “implica que el hombre es un fin en sí mismo, y ya sabemos que las ‘cosas’ bue-nas son los fines y que el hombre tiene solo valor instrumental; [en tal sentido]

6 Cfr. Gonzalo Pozo V., “El Dr. Velasco Ibarra, Enemigo de la Universidad”, en El Comercio, 14 de octubre de 1925, p. 5; y A. Pérez Guerrero, “La Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Central”, en El Comercio, 15 de octubre de 1925, p. 5.

7 Enrique Ayala Mora, José María Velasco Ibarra. Una antología de sus textos, México, Fondo de Cultura Económica, 2000, p. 10.

8 Es el fundamental y más extenso eje de su pensamiento, que a decir de Enrique Ayala, lo examina “con verdadera pasión, con energía y excepcional firmeza; pues Velasco desborda sobre [la libertad] toda su volcánica y desordenada energía mental” (Ayala, op. cit., p. 24).

9 J. M. Velasco Ibarra, “Ramiro de Maeztu y los principios de autoridad y libertad”, en Obras completas: “Estudios varios” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo III, Quito, Lexigrama, 1974, p. 35.

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el hombre está obligado a buscar las cosas buenas, porque para éstas vive, como un funcionario vive para desempeñar su función”10. Cinco lustros más tarde, Velasco Ibarra volcará toda su energía para ahondar en el tema de la libertad en su obra Tragedia humana y cristianismo (1951), en la cual asegura:

La libertad es vigor interior y expresión de este vigor interior en forma perso-nal, es decir, original. La libertad es conciencia de la riqueza espiritual propia de cada individuo, que varía siempre de un individuo a otro. Uno nació para santo y otro nació para héroe. A éste le seduce lo estético, a ése lo apasiona lo ético. Hay hombres con temperamento católico y los hay con vocación indi-vidualista11.

De esta manera Velasco Ibarra advierte que “el sujeto común cree que la libertad es el derecho de hacer lo que le da la gana, no se da cuenta de que la libertad es algo superior. Se cree libre, se ufana de la libertad y la defiende, pero no es consciente de que es víctima de su codicia, de su rencor, de sus hábitos”. El autor concibe a la libertad como un “don divino, una participación de la naturaleza de Dios”12, debiendo por lo tanto dominar a la fiera interna y regular los apetitos para llegar a ser libre13. Pero ser libre no es tarea fácil, según él:

Nada más difícil que ser hombre libre. Nada más difícil que ser libre pensador […] Ser libre es ser dueño de su interioridad, ser autónomo: obedecer a su propia ley. La casi totalidad de los hombres, de los llamados hombres libres, obedecen a prejuicios, odios, concupiscencias, simpatías gratuitas, gratuitas antipatías. No confundamos la libertad con la capacidad de expresarse como fuerza mental o física caprichosas14.

Y en concordancia a esto, el hombre requiere por un lado responsabilidad, pero también disciplina en su vida, debiendo subordinarse a la ética; es decir Velasco Ibarra concibe al individuo sujeto a Dios y a los valores morales que de Él emanan, pues Él es principio y fin de la historia15.

Sobre esta base, y en razón de que el hombre “ha sido y es víctima de la fuerza, [pues] de hecho, en la sociedad siempre ha habido opresores y oprimi-

10 Ibídem, p. 36.11 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: Tragedia humana y cristianismo (Juan Velasco Espinosa,

editor), Tomo IX, Quito, Lexigrama, 1973, p. 47.12 Enrique Ayala Mora, op. cit., p. 24.13 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: Tragedia humana y cristianismo, op. cit., p. 48.14 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Caos político en el mundo contemporáneo” (Juan Velasco

Espinosa, editor), Tomo X, Quito, Lexigrama, 1974, p. 130.15 Enrique Ayala Mora, op. cit., p. 29.

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dos”, la dignidad humana –que se concreta desde la libertad– solo podría ser alcanzada en la combinación de intereses semejantes, orientados hacia la reduc-ción de las injusticias y arbitrariedades.

En otro aspecto, las relaciones entre el hombre y el Estado se plasman en el ‘sindicalismo’, otro de los temas sobre los cuales Velasco Ibarra escribió, considerándolo como:

La más alta conquista jurídica que el hombre quiere, [puesto que] la unión de intereses idénticos entraña la disminución o el término del abuso de la fuerza. En adelante, el Estado no será ya el soberano indiscutible, [ni] el centralizador despótico de toda actividad, […ni] el rey absoluto en la vida económica, sino que las diversas actividades racionales se encauzarán por un sendero de positiva igualdad jurídica, sin opresores ni oprimidos16.

En tal sentido, la asociación entre personas de profesiones idénticas servirá para “desarrollar, vigorizar y estimular al individuo, [el cual], apoyado de cerca, asociado con aquellos que participan de su vocación, gustos y esperanzas, será una fuerza, favorable a sí mismo y útil socialmente”. Una fuerza conjunta que se materializa en el sindicalismo, el cual “no tiene por qué ser precisamente revolucionario, [pues] el ideal sindicalista debe –más bien– ser realizado pa-cíficamente y por reformas lentas, pero seguras y eficaces”17, más allá de la existencia de sindicatos revolucionarios o ‘rojos’, sindicatos independientes, e incluso sindicatos católicos18.

En la segunda obra de aquella época, Meditaciones y luchas, Velasco reprodu-ce una serie de nuevos artículos publicados en los periódicos El Día y El Co-mercio, entre 1928 y 1930, en los cuales exhibe sus puntos de vista sobre varios temas políticos e ideológicos. Uno de ellos se ocupa sobre la conveniencia o no de invocar a Dios en el encabezamiento de la nueva Constitución que deberá ser expedida por la Asamblea de 1928-1929; y que independientemente de su personal convicción católica –en gran parte fruto de su formación familiar–, deja en claro que “el Estado se compone de ciudadanos y no de fieles o de

16 J. M. Velasco Ibarra, “El Sindicalismo”, en Obras completas: “Estudios varios”, op. cit., pp. 135-136.17 Ibídem, pp. 149-151.18 Entre estos últimos se cuenta el Centro Católico de Obreros (CCO) fundado en Quito

en 1906. “Fue una entidad promovida por jóvenes sindicalistas y conservadores quiteños que encon-traron apoyo en las jerarquías eclesiásticas. Entre sus fundadores estuvieron Jacinto Jijón y Caamaño, Julio Tobar Donoso y Manuel Sotomayor y Luna” (Juan Paz y Miño Cepeda, “Un Centro Católico de Obreros”, en El Comercio, 17 de enero de 2012, p. 8). En dicho Centro, Velasco Ibarra dictaría un par de conferencias en 1914.

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creyentes, [pues] basta que haya una ínfima minoría de ciudadanos sin religión, para que el Estado deba ser neutral”. Para Velasco la importancia de la nueva Carta Magna radica en que ésta se configure como “un pacto de tranquila y jurídica convivencia política”, y que aquélla contenga mínimas exigencias para que los ciudadanos puedan coexistir de manera armónica, racional y tranquila, dejando a las religiones “honradas en paz, al amparo del derecho común, [dado que] no hacen falta declaraciones de fe, [ya que ésta] solo merece respeto en cuanto es expresión sincera del anhelo individual”19.

Para él, más allá de la simple invocación a Dios en la Carta Política, lo im-portante es que domine y “reine el espíritu de Dios” en los ámbitos políticos y constitucionales; y es ese espíritu el que debe penetrar en la nueva Constitu-ción, como un “espíritu de igualdad”. Éste es el segundo de los ejes sobre los cuales gravita el discurso político de Velasco Ibarra, y en función del mismo se desplegarán algunos de sus esfuerzos y acciones en la gestión administrativa del Estado a lo largo de sus diversas presidencias. Tales esfuerzos intentaban materializar sus palabras con una serie de reformas a favor de los más pobres del país20. Velasco Ibarra afirmó, respecto a este principio:

Los hombres son iguales todos ante el deber, ante la obligación de servir. Nada más injusto que un hombre o algunos hombres se eleven sobre el resto de sus semejantes reclamando imperio [y] prerrogativas, [o] la facultad de disponer de personas y de cosas, anhelosos de dominación, de majestad, de orgullo21.

En tal virtud, Velasco Ibarra insta a la Asamblea Constituyente a limitar el poder de los gobernantes, pues organizando la responsabilidad de los admi-nistradores del Estado, “habrán infundido en su obra el espíritu de Dios”; “el poder ejecutivo es un servicio, un deber de servir”. Ese espíritu de Dios “es un espíritu de justicia y libertad, porque es espíritu de amor”, que implica respeto al hombre y reconocimiento de sus iniciativas y de sus facultades de espon-taneidad22. En este artículo, Velasco Ibarra sostiene que “el hombre solo es subordinado al Creador y solo debe sometimiento a las instituciones necesarias

19 J. M. Velasco Ibarra, “¿El nombre de Dios o el espíritu de Dios?”, en Obras completas: “Medi-taciones y luchas” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo II, Quito, Lexigrama, 1974, p. 23.

20 Reformas y un cambio social del país que para Velasco debían ser paulatino, controlado y no revolucionario (Rafael Barriga (editor), Velasco. Retrato de un monarca andino, Quito, Odysea Producciones Culturales, 2006, p. 13).

21 J. M. Velasco Ibarra, “¿El nombre de Dios o el espíritu de Dios?”, en Obras completas: “Medi-taciones y luchas”, op. cit., p. 24.

22 Ibídem, p. 24.

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para cumplir el deber”, reafirmando en la primera aserción su fe católica, como manantial de sabiduría. Pues, en efecto, “cuando el hombre cree en el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, conoce la fuente de todo lo existente. La fe es conocimiento, conocimiento supremo. En éste entra la razón, la emoción, el amor, el todo de la persona en su arrebato hacia el Ser”23.

En el mismo escrito sobre el nombre o el espíritu de Dios, Velasco Ibarra menciona también el tercer eje que atraviesa su discurso político: la ‘demo-cracia’, un sistema de gobierno sobre cuya reflexión versará una diversidad de trabajos futuros. Por de pronto, la democracia para Velasco Ibarra, “es el único gobierno verdaderamente digno de hombres, verdaderamente fuerte y durade-ro, porque en todos se apoya y con todos cuenta; verdaderamente sabio, por-que estimula el saber de todos y tiene en cuenta el parecer de quienes pueden darlo”. Una definición que no siempre se ajustará al marco de sus regímenes presidenciales, como se verá luego. Sin embargo, en 1928, fecha de la prepara-ción de aquel artículo, Velasco Ibarra considera que la democracia no funciona si la gente es ignorante, desleal, indiferente a la verdad e incapaz de amar y sacrificarse por su patria. No llega ciertamente a preconizar las dictaduras, todo lo contrario, considera que para evitarlas es necesario que la gente se eduque en las aulas, junto al maestro, pues éste es el “formador de las almas que amarán el derecho, que descubrirán la verdad, que favorecerán al débil, que lucharán contra la pobreza, la enfermedad y la naturaleza indolente”24.

En otro artículo de su obra Meditaciones y luchas, Velasco retoma el tema de la libertad de pensamiento y de palabra en el marco del liberalismo, el cual “tiene fe en la razón del hombre, en el hombre que hace las cosas, porque las conoce y las quiere, porque se persuade y las ama”; y en este sentido Velasco Ibarra plantea que el liberalismo sostiene que no hay acción fecunda, si ésta no proviene de la conciencia libre25. Por ello deben eliminarse las coacciones ex-ternas, permitiendo la libre discusión y defendiendo “la más amplia libertad de

23 J. M. Velasco Ibarra, “La fe y el conocimiento” (fragmento) (Buenos Aires, 1967), en María Cristina Cárdenas Reyes, Velasco Ibarra. Ideología, poder y democracia, Quito, Corporación Editora Nacional–Fundación Friedrich Naumann, 1991, pp. 41-42.

24 J. M. Velasco Ibarra, “¿El nombre de Dios o el espíritu de Dios?”, en Obras completas: “Medi-taciones y luchas”, op. cit., p. 26.

25 Para Velasco, “los valores supremos del liberalismo son la libertad y la justicia: libertad elec-toral, libertad de conciencia, libertad para todos, separación Iglesia-Estado, etc. Sin embargo, una es su interpretación cuando juzga dentro de esos principios y otra cuando los enfrenta con los principios del proletariado: el punto de ruptura sobre el derecho a la propiedad privada de los medios de producción” (Pablo Cuvi, Velasco Ibarra: el último caudillo de la oligarquía, Quito, primera edición, Instituto de Investiga-ciones Económicas, 1977, p. 65).

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palabra dentro de los límites legales de indispensable disciplina y cooperación humanas”26. En esa línea, “los hombres deben hablar y hablar lo que en con-ciencia creen que es justo y bueno para la mejora de la especie”, pues el único deber del hombre es para su conciencia.

Una tercera obra de Velasco publicada por aquel tiempo fue Democracia y constitucionalismo (1929), prologada por el escritor e intelectual José Rafael Bus-tamante Cevallos en la cual Velasco Ibarra exhibe su sentimiento liberal y de-mocrático, adhiriéndose a las doctrinas jurídicas de los franceses Pierre Duguit –quien pretendió construir una doctrina del Derecho y del Estado a partir de los principios de la naturaleza social que caracteriza al fenómeno jurídico– y de Maurice Hauriou –quien consideró que las instituciones del Estado debían ser el instrumento para defender los derechos y la libertad individuales– cuyas reflexiones se orientan a “infundir [un] espíritu democrático en una sociedad donde imperan la violencia, la intolerancia, el fanatismo y el jacobinismo que hacen duras las relaciones entre los hombres y colocan la actividad política en un campo de lucha bruta sin normas ideales [y] sin elementales principios de legalidad…”27.

En el sistema democrático, el individuo es el eje de la sociedad; por ello se persigue que sus derechos –de los individuos– deban ser respetados. En con-cordancia con ello, Bustamante advierte, en el mismo prólogo de Democracia y constitucionalismo:

El pensamiento dominante en [esta] obra […] es que la democracia consiste en el valor moral del individuo humano y en el deber de que las instituciones políticas y sociales le estimulen y ayuden para que obtenga sus fines, que son los valores morales, los valores ideales. Este pensamiento, que le inspira al autor páginas hermosísimas, toma diferentes aspectos y se vuelve la idea central de su concepción democrática28.

Ahora bien, ni el individuo ni la sociedad son fines, puesto que individuo y sociedad son medios para alcanzar la verdad, la justicia y la belleza; y estos valores “tienen primacía y justifican la necesaria disciplina, por un aspecto, [y] la indispensable libertad, por otro”; y en ese marco, las instituciones de las que habla Velasco Ibarra “son los instrumentos para que funcione la organización

26 J. M. Velasco Ibarra, “Libertad de pensamiento y de palabra”, en Obras completas: “Meditacio-nes y luchas”, op. cit., pp. 87-89.

27 José Rafael Bustamante, “Prólogo”, en J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Democracia y constitucionalismo” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo I, Quito, Lexigrama, 1973, p. V.

28 Ibídem.

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humana en su aspiración a la verdad, la belleza, la justicia, el amor”, no habien-do más persona en la Tierra que el individuo humano, y no existiendo otro derecho que el impuesto por el deber de hacer las cosas bien y de llevar bien las funciones sociales. De aquellos principios se deduce el verdadero concep-to democrático. “La democracia se propone –dice Velasco Ibarra– defender y estimular a todos los hombres para que, mediante el desenvolvimiento de sus facultades naturales, cumplan el máximun de sus deberes, [pues] la democracia no admite privilegios, sin base natural ni situaciones postizas”29.

Este tercer eje del discurso político de Velasco, la democracia, se relaciona necesariamente con otro que ya revisamos anteriormente: la libertad, y en particular con la libertad de cada sujeto; pues “cuando no hay individuos libres, autónomos, con su vida privada, independiente del Estado, no hay verdadera democracia; [y] cuando las instituciones no son hechas para el servicio del indi-viduo, no hay democracia”30. Son esas libertades individuales las que se trans-forman en ‘derechos individuales’, los que a su vez conducen a una convivencia social en perfecta armonía.

En sus primeros escritos, Velasco Ibarra revela ya un cuarto y último eje cardinal de su pensamiento político: el Estado, el cual es asumido como el espa-cio donde “los hombres vivan, den de sí [y] hagan”, sin engranarse, encuadrarse o endentarse “en una gran empresa que avanza incontenible, dirigida por uno y sostenida por otro”31. Sin embargo, en sus futuros estudios, lo entenderá también como “un fenómeno de intensidad y de extensión enorme” al cual le exigimos todo.

El Estado es la cooperación, a base territorial, que mediante medidas eficaces se propone conservar y desenvolver la vida humana. [Y] digo ‘medidas efica-ces’, porque la actuación del Estado es de soberanía32. Cuando reclamamos que el Estado dé leyes de salubridad, es porque sabemos que es el único poder capaz de dar eficacia a una orientación. Cuando pedimos que se reglamenten

29 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Democracia y constitucionalismo”, op. cit., p. 3.30 Ibídem, pp. 34-35.31 J. M. Velasco Ibarra, “Libertad de pensamiento y de palabra”, en Obras completas: “Meditacio-

nes y luchas”, op. cit., p. 89.32 En el marco de la corriente de unidad latinoamericana, Velasco afirmará que “la soberanía

de cada Estado particular está limitada por la soberanía de la comunidad de los Estados”. Tal afirmación mantiene concordancia con su propia afirmación acerca de que “ningún país hispanoamericano cedería parte de su territorio a ninguna potencia sin tener en cuenta los intereses legítimos de la comunidad hispanoamericana”, lo que a su vez conlleva una denuncia del peligro de los imperios (Cfr. J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Derecho internacional del futuro” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo VIII, Quito, s. e. [Lexigrama], s. f. [1973], p. 13).

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las condiciones del trabajo en las fábricas, sabemos que el empresario podría hacerlo; pero el Estado es el único que de una manera soberana, eficaz, está en condiciones de llenar nuestra exigencia. La esencia del Estado está en la eficacia soberana33.

El Estado es pensado como una “fuerza suprema, centralizador y vigilante indiscutible, que se introduce para legislar y oprimir en todo el orden de las actividades”34. De esta manera, “Velasco reconoce la necesidad del Estado [y] describe sus atributos fundamentales de capacidad jurídica y de represión”, advirtiendo además que “el Estado moderno tiene dos órdenes de funciones necesarias: por un lado acaparar más los servicios públicos, y por otro, que el Estado no puede renunciar a su deber esencial de coordinación, de orientación y de seguridad”35. Un Estado, visto como “un ser orgánico [o como un] ente superior al individuo”, y que halla su inspiración en la moral y depende de ésta. En tal sentido Velasco se pregunta y razona:

¿Cuál es la función del Estado, qué es el Estado frente a la moral contemporá-nea? Esta cuestión precisa algo más que la anterior. La moral se ha manifesta-do siempre como una imposición, como un sentimiento, como una totalidad. Siempre que se habla de moral, se siente el peso de una imposición. El amigo debe ser leal como el amigo: es una imposición; un deber. Es consubstancial con la moral el sentimiento moral. La moral no arranca del razonamiento. Éste es siempre inerte, frío. El sentimiento es vida, calor. La moral ha sido siempre una emoción. Los grandes actos morales son obra de emoción. La moral es una totalidad, es decir, afecta toda la vida y todos los momentos de la vida. Si así es la moral, no puede menos que afectar directamente al Estado. El Estado es ins-titución humana, organización, y no se concibe que el Estado actúe al margen de este fenómeno de imposición, de sentimiento y de totalidad36.

Y en razón de que “el Estado siempre ha respondido a una idea moral”, el ‘Estado amoral’ es un desequilibrio o un extravío de su esencia. Históricamente.

No hay más que un caso de Estado amoral; el que surgió de la Revolución Francesa no fue un Estado amoral. Al contrario, fue un Estado preocupado de los valores humanos; pero resultó, por factores extraños, un ensayo de Es-tado-gendarme, preocupado únicamente de que un individuo no mate a otro,

33 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Estudios de derecho constitucional” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo XIV, Quito, Editorial Santo Domingo, s. f. [1974], p. 9.

34 J. M. Velasco Ibarra, “El Sindicalismo”, en Obras completas: “Estudios varios”, op. cit., p. 138.35 Enrique Ayala Mora, op. cit., p. 64.36 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Estudios de derecho constitucional”, op. cit., p. 27.

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de que no robe a otro. Los efectos fueron catastróficos. Ante la indiferencia moral del Estado-gendarme, del Estado que se abstenía de intervenir en moral, surgió la especulación económica como única norma, vinieron la maquinaria industrial y el capitalismo, y la trituración completa del hombre débil. En el afán de hacer dinero, el hombre no ha sido considerado para nada. Todo se ha reducido a la explotación, a humillar al obrero, a sacar dinero con fraude o sin fraude. He aquí el Estado amoral de la primera parte del siglo XIX cuyas consecuencias lamentamos37.

Como una reacción violenta a ese Estado amoral ha surgido entonces el ‘Estado totalitario’, donde “no hay más que una voluntad, un solo foco de ac-ción”, a diferencia del ‘Estado normal’ donde hay muchos centros que irradian acción. Para obtener sus fines, “el Estado totalitario tiene que centralizar la ad-ministración, y centralizar la enseñanza; tiene que fomentar el militarismo [y] el nacionalismo económico”, quedando un solo centro de acción y participando las demás voluntades y acciones en la acción central. Velasco Ibarra censura el Estado totalitario cuando afirma que “no es racionalista ni cientista”38, y lo critica “desde el liberalismo y desde la doctrina social católica, argumentando, en ambos casos, la inspiración moral del Estado, de la que viene también la sujeción del derecho y a la ética”39.

Para Velasco Ibarra, “los sistemas totalitarios, racistas, nacionalistas o pro-letarios, están condenados al fracaso”, y dicha afirmación se apoya en la idea de que “el hombre es un ser poseído de la inquietud de los valores morales”; por ende “ningún Estado totalitario llena la totalidad del anhelo ético”, pues la libertad política otorga la flexibilidad indispensable al hombre para que éste se acerque a los valores morales. “Desde las cavernas, desde la ciudad romana, desde el Estado del Inca, la historia es el esfuerzo de los hombres por el dere-cho, por la armonía, por la libertad, por la vida sincera”40; y en contraposición a la forma totalitaria del Estado, Velasco plantea un ‘Estado del provenir’, pen-sado como

una asociación de actividades libres de hombres, grupos y regiones. El Estado extenderá su acción en cierta esfera sin perjuicio de las autonomías individuales

37 Ibídem, p. 36.38 Ibídem, pp. 37-38.39 Enrique Ayala Mora, op. cit., p. 66.40 J. M. Velasco Ibarra, “El Estado del porvenir”, en Poder político, Compilación de conferen-

cias dictadas en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, Centro de Estudiantes de Ciencias Económicas, 1938, p. 94.

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y colectivas; ya que la esfera estatal comprenderá servicios necesarios precisa-mente para el vigor del individuo y de la colectividad autónoma […] La única forma posible de convivencia humana en el Estado político futuro, será reco-nocer la autonomía de las personas. El Estado actuará e intervendrá poderosa-mente para procurar que cada individuo sea persona41. Las multitudes aplaudi-rán que el Estado intervenga para procurar la vida armónica, sin mengua de la autonomía de las almas […] El Estado equilibrado será aquel que encuentre la armonía entre la disciplina nacional y la autonomía correspondiente al impulso personal interior del hombre42.

Un ‘Estado del porvenir’ que considere asociaciones de personas autóno-mas, municipios autónomos, regiones autónomas, e incluso Estados autóno-mos. Un Estado que contemple partidos políticos y gobiernos responsables. Frente a los primeros, Velasco Ibarra ya se había opuesto en 1929 a la creación del Partido Socialista:

Antes de fundar un nuevo partido, sería tal vez más práctico que quienes pue-dan enseñar con la palabra o con la pluma prediquen una cruzada de civismo, de moralidad, de doctrina, de principios. Antes de fundar un nuevo partido, sería mejor que los antiguos principien a cumplir sus verdaderos fines, dejándo-se de competir en cuál es el que mejor copia los índices de los más modernos libros para decir que tiene el mejor y más moderno programa. El programa de un partido es la fiel traducción de esos pocos y prácticos anhelos que sienten los núcleos humanos respecto a las necesidades locales, momentáneas, concre-tas. Los programas de nuestros partidos caen en olvido al otro día de formu-lados, nadie los desenvuelve, nadie los sostiene, nadie los ataca; porque todos están convencidos de que son una farsa, un deporte mental de unos pocos inte-lectuales; una serie de tesis que el mayor número ni ama, ni entiende, ni siente43.

Sin embargo, una década más tarde, y frente al inevitable aparecimiento de partidos políticos en el Ecuador y en Latinoamérica, Velasco Ibarra planteará algunas condiciones para su creación:

No se crea un partido político con enunciar cosas que deben hacerse según la inspiración de cada cual o para obedecer las doctrinas de un libro. El partido

41 En este discurso Velasco plantea que la persona es diferente al individuo, pues “la persona es el individuo cuando siente la necesidad de irse superando. Hasta cierto punto la persona es el indi-viduo solitario; [mientras que] el hombre que siempre goza en sociedad no pasa de ser individuo” (El Estado del porvenir, op. cit., p. 92).

42 J. M. Velasco Ibarra, El Estado del porvenir, op. cit., pp. 94-95. 43 J. M. Velasco Ibarra, “Los partidos políticos”, en Obras completas: “Meditaciones y luchas”, op.

cit., p. 177.

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político brota de la realidad social del momento. Su inspiración es la tendencia nacional a dar un paso en el sentido de la liberación. El primer requisito para que nazca un partido político es el amor a la patria, el interés por la cosa hu-mana, por desenvolver la propia personalidad, sirviendo útilmente a la nación. Sin este requisito primero, habrá coaliciones de intereses; no habrá partidos políticos […] La segunda condición para que se formen los partidos políticos es el deseo de acción; la fe en la acción; el convencimiento de que nada son las grandes ideas si no pueden infundirse en la realidad para humanizarla. En tercer lugar, no hay partido político sin la intuición del relativismo en la posibilidad de dominar problemas nacionales. El partido político no ahonda tesis científicas. Tiene que intuir la necesidad nacional, sentir la latencia del medio y del momen-to, latencia que ansía expresarse […]44.

Finalmente, sobre los gobiernos, Velasco Ibarra afirmará que, si bien “to-dos los hombres son moralmente iguales, el Estado no puede ser gobernado por las masas ni los obreros, pues ¿qué saben ni el pueblo ni los obreros de política aduanera, de pedagogía, de diplomacia, de sanidad, de organización administrativa?”. Los problemas del gobierno contemporáneo son eminente-mente técnicos, y deben ser resueltos por un gobierno ágil y de gente capaci-tada, evitando los ‘técnicos mediocres’ ya que éstos tampoco pueden conducir a los pueblos, requiriéndose por lo tanto “la presencia de estadistas de talla, de gobernantes auténticos”45. Velasco Ibarra estaba convencido “en la eficacia política de los hombres superiores que, sin establecer el sistema de la domina-ción, saben excitar, fomentar en los pueblos, los valores morales e históricos necesarios para que los pueblos se salven a sí mismos”46. Y esto será parte del ideal de Velasco Ibarra al momento de acceder al escenario político del país.

Hemos revisado entonces, los cuatro ejes que en esencia configuran el pen-samiento político de Velasco Ibarra: libertad, igualdad, democracia y Estado, los cuales construyen un ‘sentir’ y un ‘hacer’ de la política, concebida ésta no como un fin, sino como un medio; es decir, “el acondicionamiento de los hom-bres para vivir bien y, viviendo bien, cumplir sus destinos”47.

Pero asimismo, aspirando ser una política justa y eficiente que debe ser construida por hombres honrados y políticos sinceros que se sujeten a la nor-ma y se enrumben a la acción, “prescindiendo de halagar a las personas, de

44 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Expresión política hispanoamericana” (Juan Velasco Espi-nosa, editor), Tomo VI, Quito, s. e. [Editorial Santo Domingo], s. f. [1974], p. 86.

45 Enrique Ayala Mora, op. cit., p. 68.46 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Democracia y constitucionalismo”, op. cit., p. 213.47 Ibídem, p. 70.

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buscar utilidades, de fastidiar adversarios, [o] de conquistar satélites; [porque] cuando así no se procede, un pueblo está en tinieblas, [el cual] camina y vuela al fracaso”, ya sea por las conveniencias personales y de grupo, por la sed de mando, por el afán de figuración, o por el “hambre de la plata” de quienes conducen una nación48.

SU INICIO EN LA POLÍTICA

Luego de su incorporación a la Academia Ecuatoriana de la Lengua a fines de 1930 con el discurso sobre ‘Rodó y el deber del escritor’, Velasco Ibarra viajó a Europa en julio de 1931. Permaneció en París hasta el año siguiente, donde cursó estudios en la Facultad de Derecho Internacional de La Sorbona; y es-tando en el Viejo Continente recibió en mayo de 1932 un telegrama desde el Ecuador, anunciándole que había sido electo para la Cámara de Diputados, a pesar de no conocer que se había lanzado su candidatura. “Se sentía honrado, pero no quería interrumpir sus estudios y viajes en Europa. Sin una decisión definitiva en cuanto a su regreso, siguió con sus planes de conocer España”49, pues ya había visitado Holanda e Italia.

Velasco retornó al Ecuador en julio de 1932, época en que el país se ha-llaba en medio de una grave crisis política, fruto del triunfo en las elecciones presidenciales de Nepatlí Bonifaz Ascázubi, un liberal moderado que había re-cibido el auspicio de la Unión Patriótica Nacional y de la Compactación Obrera Nacional, organización esta última que terminó inclinándose hacia el conser-vadorismo. La crisis encontró su punto más grave cuando se propagó el rumor de que Bonifaz poseía ciudadanía peruana, situación que fue conocida por el Congreso Nacional –instalado el 10 de agosto de ese año, y en el cual Velasco Ibarra fue elegido Vicepresidente de la Cámara de Diputados–, y en cuyas pri-meras reuniones legislativas Bonifaz fue descalificado como Presidente de la República. El Presidente de la Cámara de Diputados, el bonifacista Rosendo Santos, renunció al cargo, y Velasco Ibarra asumió la conducción de dicha ins-tancia legislativa. Pocos días después estalló en Quito una revuelta organizada por los compactados y algunos militares, iniciándose una batalla en la ciudad

48 J. M. Velasco Ibarra, “Los partidos políticos”, en Obras completas: “Meditaciones y luchas”, op. cit., p. 175.

49 Robert Norris, op. cit., p. 129.

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conocida como la ‘Guerra de los cuatro días’ que provocó cientos de bajas civiles y militares y alrededor de doscientos muertos.

Hacia finales de 1933, Velasco Ibarra, apoyado por grupos obreros y con-servadores –aunque no precisamente como candidato del Partido Conserva-dor–, fue electo Presidente de la República, en una contienda electoral contra los liberales que implicó algunas giras por el país y una masiva concentración nunca antes vista en Quito, donde miles de almas llenaron la inmensa plaza de San Francisco en diciembre de aquel año. Velasco Ibarra, con una ‘ideología indefinida’ y una marcada independencia frente a los tradicionales partidos de la época, atrajo los votos de todos los sectores precisamente por aquellos fac-tores, así como por su idealismo, por sus características personales, y por su discurso atrayente, aunque en ocasiones inentendible, lo que en conjunto lo convirtió en un asombroso líder político que sedujo a las masas hasta el final de su existencia.

En calidad de Presidente electo realizó una gira por diversos países lati-noamericanos, retornando pocos días antes de su posesión, que se realizó el 1 de septiembre de 1934. A los pocos días se divorció de la señora Esther Silva, en el marco de una serie de comentarios públicos, por un remitido que dicha señora publicara en uno de los diarios del país50. Ya posesionado del cargo, comenzó un gobierno activo, aunque desorganizado, el cual estaba dirigido principalmente a la construcción de obras públicas51. Se desplegó una reforma educativa y el país ingresó a la Liga de Naciones. Gran parte de las iniciati-vas gubernamentales fue bloqueada en el Congreso por la oposición liberal socialista unificada52, en particular el llamado ‘Plan Estrada’ que buscaba un mayor control del sistema monetario por parte del Banco Central, una reforma tributaria íntegra, la estabilización del sucre y una legislación para proteger las reservas de oro, entre otros aspectos53. Este plan, por desgracia para el país, fue archivado para siempre en la Legislatura. Intentando buscar una salida a la obs-trucción política, disolvió el Congreso en agosto de 1935, se declaró dictador, y como consecuencia de ello, el Ejército lo derrocó. Poco tiempo después diría: “Me precipité sobre las bayonetas”.

50 Al respecto cfr. Javier Gomezjurado Zevallos, Historias y anécdotas presidenciales, Loja, Edit. Universidad Técnica Particular de Loja, 2009, pp. 231-233.

51 La labor del primer gobierno de Velasco está reunida en la obra Un momento de transición política 1934-1935, Quito, Talleres Tipográficos Nacionales, 1935.

52 Enrique Ayala Mora, op. cit., p. 12.53 Víctor Emilio Estrada, La cuestión monetaria, Primera parte, Quito, Talleres Tipográficos

Nacionales, 1934, pp. 23-24.

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CONCIENCIA O BARBARIE

Fuera del poder, Velasco Ibarra se autoexilió, viajó por diversos países latinoa-mericanos, permaneció por un tiempo en la población colombiana de Sevilla del Valle –donde fue director de un colegio–, y finalmente se radicó en Buenos Aires, donde conoció a Corina Parral Durán, con quien habría de casarse en 1938. Un año antes había iniciado la etapa más fecunda como escritor, la cual habría de durar hasta 1944; pues ese primer año publicó su obra más conocida, Conciencia o barbarie, un libro que, según su prologuista Enrique Loudet, es un libro que “mucho tiene de combate, pero no contra los hombres, ni contra hombres, sino por los hombres, por los principios, las doctrinas y derechos inmanentes a la persona humana que sostiene”54.

En la edición argentina de esta obra, Velasco Ibarra arremete contra el socialismo y el comunismo, los cuales –según él– “no encontrarán fácilmente eco en las gentes americanas, herederas mentales de una raza que se ha revela-do mediante personalidades fuertes y orgullosas de sus individuales derechos”, pues para este líder, “el comunismo absorbe el individuo en la comunidad y le engrana como un elemento material, en el mecanismo colectivo”55. Vuelve sobre la libertad, a la cual considera un valor moral y nunca una actitud arbitra-ria; y en tal sentido, “el hombre tiene el deber de ser hombre y no lo es si no es libre”, pero para ser libre, ese hombre requiere una base económica que le brinde seguridad, debiendo ese hombre nunca ser tratado como cosa por los empresarios y capitalistas. En tal razón, ve a la libertad como un ‘valor ético’, como una actitud para la vida buena, plena y humana.

Esos valores éticos presentes en la libertad, los hace extensivos a los valo-res éticos en la política, pues Velasco Ibarra termina por construir una ‘morali-dad política’ destinada a configurar la norma con la cual el político debe regirse; una regla que “no puede ser otra que la eficacia, la creación, [y] el triunfo de lo armónico sobre lo desordenado”. En efecto, y en razón de que existen políticos que “intencionalmente pervierten a los pueblos o consienten en su desmora-lización”, al político con principios morales se le plantea el atroz problema de encauzar gentes sin conciencia, que medran con facilidad proclamando la rebe-lión, contra toda norma de razón y moral. Este político con moralidad “tiene que dominar las insurrecciones de intereses creados, de aspiraciones desorde-

54 Enrique Loudet, “Prólogo”, en J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Conciencia o barbarie” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo V, Quito, Lexigrama, 1974, p. 9.

55 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Conciencia o barbarie”, op. cit., p. 14.

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nadas, que toman como bandera nobles ideales […] Tiene un deber más subli-me que el del pensador o el del filósofo. Tiene el deber sublime de emplear su energía espiritual, en iluminar cosas aparentemente menudas, sin trascendencia. Tiene que encender los faros del alma para proyectar claridades en pequeñas, en diminutas sinuosidades”56. Y en el contexto de las divergencias entre el pen-sador y el político, Velasco Ibarra describe las características del hombre de Estado, un hombre que ansía hacer el bien, que anhela servir al pueblo y aspira realizar magnas obras. Todo ello,

para que algún día flamee la bandera de la libertad y de la igualdad humanas sobre las cimas levantadas por el esfuerzo modesto, meticuloso y perseveran-te de quienes aceptan la trascendental y dolorosa función de cooperar como abnegados y, a veces, odiados y calumniados artífices en la marcha del género humano57.

En cuanto a las convergencias entre el pensador y el político, Velasco con-sidera que “el político tiene que salvar la especie y emplear todos los medios conducentes para el salvamento de [esa] especie”, la cual “está amenazada por los revolucionarios sin programas, que buscan el caos para aprovecharse de él”. Una especie amenazada “por ladrones y rateros, que engendran la desconfianza en la sociedad, que producen el desorden, impiden el trabajo y corrompen la administración pública […]”. Frente a ello, no le queda al político otro camino que “emplear la fuerza para mantener la humana armonía […y] para reprimir acciones perversas, disfrazadas con la careta de libertades, pero que en el fon-do, ante la reflexión serena, no son sino anormalidades estrafalarias y viciosas, cuyo desate ensangrienta patrias y derrumba gobiernos”, optando por el libe-ralismo –en concordancia con la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano– “para elevar en todo sentido la condición moral y económica, intelectual y estética, del individuo humano”58.

Sin embargo, ese liberalismo no es el del Partido Liberal ecuatoriano “que ha fracasado absolutamente por corrompido y por infame”, sino el liberalismo de las “legítimas ideas y aspiraciones de los otros”59; un liberalismo que, junto a la democracia, no morirá, pues a ambos Velasco los considera como adquisicio-nes definitivas de la historia. En tales aserciones del líder, que incluye paralela-

56 Ibídem, p. 25-27.57 Ibídem, p. 28.58 Ibídem, pp. 29-31.59 Ibídem, p. 199.

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mente una crítica al Partido Conservador del Ecuador –al haber éste descuida-do en su programa la defensa de los eternos principios de rectitud, conciencia, fidelidad a las normas [y] cultivo del alma nacional–, se concretan los principios éticos de Velasco Ibarra, evidenciando en su discurso “un signo de la pervi-vencia del pasado en sus planteamientos, [pues] el carácter deontológico de los juicios morales es la resonancia de los conceptos de la ley divina, ajena a la metafísica de la modernidad, [mientras] el carácter teleológico es también el fantasma de una noción tradicional de la naturaleza y acción humanas”60.

Estas reflexiones, que intentan configurar un nuevo orden y sistema políti-cos, desembocan precisamente en uno de los ejes de su discurso: la libertad, ya sea de pensamiento y de expresión, o de culto y conciencia.

Las libertades son energías humanas que enriquecen lo humano, […] son vir-tualidades, son originalidades con las que cada individuo consciente de su desti-no, coopera a la prosperidad de la especie. [Tales] libertades son actuaciones de riquezas peculiares que cada individuo guarda en su personalidad. Son en suma: valores, aportaciones positivas [y] elementos constructivos61.

Si tal libertad se corrompe y se transgrede, existe la ley para reprimir el crimen. Pero no existe ley para reprimir las libertades. En tal sentido, el hombre de Estado que sanciona a los infractores, no puede ser nunca ni “el dictador ni el déspota que se vaya contra las adquisiciones del liberalismo y de la demo-cracia”. Sin embargo, si existiese una ley que impidiera la estabilidad guberna-mental y autorizara el desenfreno demagógico –sin opción jurídica de reprimir a sus actores–, y el político violara esa ley por salvar a su sociedad, para Velasco Ibarra éste no sería un político arbitrario ni contradiría al pensador que pudo haber en él en anteriores épocas. Sería simplemente “un político realista, cum-plidor de su misión, valiente y humano”. Así, entre el pensador que orienta en grande y el político que actúa en pequeño, se produce una gran convergencia cuando ambos actúan honradamente y a favor del grupo62.

Tal como lo afirma Velasco Ibarra, estos razonamientos sobre las divergen-cias y las convergencias entre el pensador y el político, son resultado de su expe-riencia como Presidente de la República, cargo que ejerció entre septiembre de 1934 y agosto de 1935. Esta experiencia le permitió concluir que en el Ecuador “no hay liberalismo ni partido liberal, sino facciones seudo liberales, que se autodefinen así para utilizar el nombre, pero en todo sentido practican la infa-

60 María Cristina Cárdenas Reyes, op. cit., p. 53.61 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Conciencia o barbarie”, op. cit., p. 32.62 Ibídem, p. 33.

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mia”. Pero además censura también a los conservadores, y en particular al clero, por su pretensión de intervenir y dirigir la política, habiendo sido la religión el “elemento de explotación político-económica por obra del fariseísmo clerical, infamante azote contra los hombres que quieren avanzar, contra las conciencias que quieren ser sinceras, contra los pueblos que quieren desarrollarse”63.

Estas afirmaciones colocarían a Velasco Ibarra en una posición equidis-tante entre estas doctrinas , sin embargo, en la práctica se puso en evidencia por parte suya una fluctuación ideológica y política entre el liberalismo y el conservadorismo, fruto de las alianzas circunstanciales para su ascenso al poder, e incluso para el ejercicio de sus administraciones gubernamentales. Es más, cualquiera que fuera su período presidencial, su discurso siempre fue la expresión “de un conjunto de doctrinas tradicionalistas, amalgamadas en un prudente eclecticismo de contornos lo bastante amplios como para no crear confrontaciones” con ninguna de dichas corrientes, e incluso entre ellas. Em-pero, y frente a esta aparente ambivalencia ideológica, Velasco Ibarra “tenía plena conciencia de la realidad tangible del poder, […admitiendo] de hecho una política eminentemente conservadora, dentro de los principios doctrinarios del liberalismo, reducidos convenientemente a una metafísica omnicomprensiva que incluía un grado apropiado de religiosidad”64.

Este grado apropiado de religiosidad que marcó la práctica cotidiana de Velasco Ibarra, provino de las enseñanzas adquiridas en sus años iniciales; pero, paradójicamente, incluía una fuerte crítica al clericalismo, al cual consideraba –al menos en 1936– como “funesto para la causa del orden y de la moral católi-ca”. Con dicha afirmación, Velasco Ibarra retoma el tema de la moral como una práctica esencial que conduce la vida de una nación, pues “un pueblo sin moral encuentra en los caminos y en la técnica su propia ruina […] Arránquese de una patria la moral, y nada le contiene en el sendero de la disolución”.

Tales apreciaciones se complementan con las críticas que Velasco Ibarra vertió en contra de los gobiernos de Alfaro, Plaza Gutiérrez y Gonzalo Cór-dova, quienes impulsaron un programa liberal iniciado en 1895, el mismo que tenía por objeto emancipar las conciencias y reprimir al clericalismo. Sin em-bargo, estas administraciones se desenvolvieron en el marco de un proceso de desmoralización institucional, debido al continuo saqueo de los recursos del Estado operado durante aquellas administraciones, en contraste con los

63 Ibídem, p. 36.64 María Cristina Cárdenas Reyes, op. cit., pp. 34-36.

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gobiernos de Rocafuerte y de García Moreno, quienes impusieron “aún con el fusilamiento, la más estricta escrupulosidad en el manejo de los fondos públi-cos”65. Es la moral de Estado y de la cosa pública, que Velasco Ibarra interpreta como moral cristiana y moral universal, cuyo fundamento no se halla ni en el individuo ni en la sociedad, sino en Dios.

Esta moral cristiana fue desprestigiada por el liberalismo a través de un sistemático ataque al clericalismo con el afán de eliminarlo. Sin embargo, Ve-lasco Ibarra afirma que el valor ético del cristianismo heredado por siglos de influencia hispánica no fue reemplazado por otro que permitiese mantener la dignidad humana. Y esto, a pesar de “que el verdadero liberalismo representa la quintaesencia de la espiritualidad” –según él mismo–66.

Todas estas afirmaciones, en particular las que tienen que ver con la elimi-nación, por parte de los liberales, de la moral cristiana, constituyen el objeto del análisis y la argumentación de su aseveración inicial contemplada en Conciencia o barbarie. Al hablar de las divergencias entre el pensador y el político aseguró que “cuando un pensador llega a ser político, se levanta la grita vulgar para acusar al político de contradecir al pensador. De aquí se concluye que no hay en el mundo moralidad ni principios. Que lo único que hay es el interés inmediato, el éxito transitorio”67. Es así que en dicha obra, Velasco Ibarra relaciona a la política y al político con la moralidad; una política, que evidentemente entraña una actitud. Al respecto, hablando sobre sí mismo, Velasco Ibarra dice:

Soy liberal y mi actitud humana es respetar la conciencia del hombre y la personalidad del hombre. A esto se reduce el liberalismo y tiene el liberalismo bastante con esto. La libertad de conciencia, la libertad de opinión proclamaron contra el despotismo monárquico, los revolucionarios franceses de 1789 [e] insistieron que nadie podía ser molestado a causa de sus creencias […] Alguna vez los seudoizquierdistas ecuatorianos pretendieron que mi liberalismo era el liberalismo del siglo décimo octavo: individualista y contrario a la intervención del Estado en nombre de la justicia social68.

En suma, Velasco se declara liberal de manera abierta, más allá de su for-mación y sus prácticas cristianas y su permanente relación con los conserva-dores, lo cual haría suponer lo contrario. En cambio, ante el socialismo y el

65 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Conciencia o barbarie”, op. cit., pp. 37-38.66 Ibídem, p. 40.67 Ibídem, p. 23. Las cursivas son nuestras.68 Ibídem, pp. 63-65.

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comunismo su antipatía fue inmensa, pues vio en ellos “ideologías extranjeras que querían imponerse sobre una realidad recalcitrante”69. Testimonio de ello son las críticas a tales corrientes vertidas en sus diversas obras, ataques que se encuentran encaminados a advertir que “el bolchevismo es una traición a la patria”70. “En el Ecuador –dice Velasco– los socialistas han vivido acoquinados por la locuacidad comunista, cuya única táctica es vocablo insolente y malcria-do, la visión utópica y catastrófica de las cosas, el plan necio e impracticable, la calumnia contra el que no puede satisfacer, o no quiere satisfacer, sus concupis-cencias perfectamente utilitarias y burguesas”71.

Pero, por otro lado, a pesar de criticar acremente al socialismo, lo ve como producto de “el natural desenvolvimiento que imponen las épocas al liberalis-mo”72. Incluso hay una vertiente del socialismo que acepta siempre y cuando sea “una variante de la matriz liberal individualista y siempre que sirva como instrumento de diferenciación del bolchevismo [y] de los ‘comunistoides’, espe-cialmente si éstos están identificados con sus adversarios políticos”73.

No llama la atención que Velasco Ibarra se haya proclamado liberal a la par que católico, dependiendo de las circunstancias políticas o de las oscilaciones electorales. Pero sí asombra que, años después, en un discurso de noviembre de 1960, haya puesto de manifiesto su admiración por el socialismo al afirmar: “He aquí, señores, lo que es el velasquismo: una doctrina liberal, una doctrina del socialismo”74. Fue esa amalgama ideológica, en la que primó una postura liberal católica, la que explica el éxito velasquista, que permitió materializar –acaso inadvertidamente– los intereses de las élites del país, y al mismo tiempo aplacar las exigencias de sus masas populares o de su ‘chusma’.

DERECHO, POLÍTICA E HISPANOAMERICANISMO

Durante el exilio de Velasco Ibarra en Argentina y fruto de sus cátedras de De-recho Constitucional Comparado y de Derecho Político, dictadas en la Facultad

69 Juan Maiguashca, “Los sectores subalternos en los años treinta y el aparecimiento del Ve-lasquismo”, citado en Barriga, op. cit., p. 13.

70 J. M. Velasco Ibarra, “El bolchevismo y las necesidades del Ecuador”, en Obras completas: “Estudios varios”, op. cit., p. 163.

71 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Conciencia o barbarie”, op. cit., p. 15.72 Ibídem, p. 30.73 Enrique Ayala Mora, op. cit., p. 62.74 Agustín Cueva, El proceso de dominación política en el Ecuador, Quito, edición corregida y actua-

lizada, Planeta del Ecuador, 1988, p. 139.

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de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, así como de una serie de conferencias pronunciadas en la Universidad de Rosario, entre 1938 y en 1939 se publicaron sus obras Derecho político y Estudios de derecho constitucional, en los cuales retoma nuevamente los temas del Estado y la moral.

En efecto, en la primera obra pretende relacionar al Estado con la filosofía, en razón de que ésta “es la meditación sobre el concepto total de la vida, sobre el sentido total del cosmos”; significados que se aplican al Estado al cual califica como una organización superior al individuo, dentro de la cual “se halla la clase de los filósofos, que deben ser los gobernantes; la clase de los guerreros, que deben defender la vida del grupo; y la clase de los trabajadores y labradores, que deben alimentarlo. En el Estado deben jerarquizarse las clases: sabios, guerreros o trabajadores, para formar una unidad [en la cual] el individuo desaparece”75.

Frente a ello, la tarea del Estado consiste en conducir al individuo hacia el bien; y para ello se debe tomar al individuo y reducirlo a la célula del Estado, para que éste a su vez le eduque con miras a la conquista de la felicidad. En ello Velasco Ibarra ve una filosofía idealista, coronada por la ética y la cien-cia política. Es decir, una filosofía cristiana cuyo ingrediente fundamental, es la conciencia religiosa del individuo. Esta consciencia es entendida como una entidad soberana, con autonomía e independencia respecto del Estado; y en la medida que el hombre tiene que vivir en sociedad, la libertad no sería sino aquella “consciencia íntima e interna con la que el hombre se reconoce cumpli-dor de los fines racionales”76.

El hecho de que el Estado posea una naturaleza filosófica, le permite a Ve-lasco Ibarra, en esta obra, ratificar la idea de un ‘Estado moral’, expresada ya en Conciencia o barbarie; aunque en esta ocasión va más allá cuando anuncia el papel moral del Estado contemporáneo, y el deber de éste de involucrarse en todo lo social77. Ello a semejanza de lo planteado por Pierre Duguit, según el cual el Estado debe fomentar la solidaridad social. Su particular idea de ‘solidaridad’ se inspira en la obra La división del trabajo social, del padre de la sociología, Émile Durkheim78. Será el papel moral del Estado y su involucramiento en la esfera social, la base para la construcción del ‘Estado del porvenir’, como lo llama Velasco Ibarra y al cual ya se ha hecho referencia.

Otro tema presente en Derecho constitucional (1939) es la distinción entre las nociones de Estado y nación. “El Estado –dice Velasco– por ser Estado,

75 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Estudios de derecho constitucional”, op. cit., pp. 17-18.76 Ibídem, pp. 20-22.77 Ibídem, pp. 27-33.78 Al respecto cfr. Émile Durkheim, La división del trabajo social, Madrid, Ediciones Akal, 2001.

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y en cuanto es Estado, siempre, en todas partes, ha sido, es y será elemento de centralización, de jerarquía, de uniformidad; [mientras] la nación es elemento de descentralización, de dinamismo, de reforma”79. Para Velasco Ibarra, la idea de ‘nación’ está vinculada con la afirmación de los individuos80, a través de la solidaridad; como la “solidaridad entre hombres libres de distintas regiones geográficas, disciplina en hombres libres, respeto al valor moral –abnegación, belleza, justicia– [que] son los caracteres típicos de la nación. Pero hay una característica más importante y es ésta: que toda actividad de la nación se exige que redunde en beneficio del individuo humano”81.

Estos conceptos son tratados con mayor amplitud en otras obras de Velas-co Ibarra, quien vuelve al exilio después de ser derrotado por Carlos Alberto Arroyo del Río en las cuestionadas elecciones presidenciales de 1940. Primero viaja a Colombia, país en el que dicta algunas clases en la Universidad de Antio-quia; y luego a Argentina y a Chile. En este último país dicta un curso regular sobre ‘La sociología americana’ aprovechando una invitación de la Universidad de Santiago82. Fruto de sus labores intelectuales, en 1943 se publican tres obras suyas: Expresión política hispanoamericana, Experiencias jurídicas hispanoamericanas, y Derecho internacional del futuro. En esta última expone la idea de que el derecho internacional del futuro debe partir de tres principios fundamentales: la comu-nidad jurídica del género humano, el Derecho como armonía entre las tenden-cias psicológicas individuales y colectivas, y la soberanía considerada como la efectividad del Derecho mediante el poder coactivo83.

En Expresión política hispanoamericana, Velasco Ibarra interpreta el desarrollo del Derecho Constitucional en Hispanoamérica a partir de su base histórica y sociológica, lo que le permite concluir que el problema político hispanoameri-cano “era un problema moral, que no sería solucionado por la eficiencia técnica administrativa”84. En tal sentido, la solución emerge de la necesidad de conocer nuestro subcontinente, “de valorar su riqueza, y de acercarse a su cultura y a su modo de vida popular”85, puesto que la cultura es “la conciencia que tiene la so-ciedad del puesto que al hombre le corresponde en el cosmos, [existiendo una] cultura verdadera cuando se eleva la personalidad ética del individuo humano

79 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Estudios de derecho constitucional”, op. cit., p. 109.80 Enrique Ayala Mora, op. cit., p. 67.81 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Estudios de derecho constitucional”, op. cit., p. 110.82 Robert Norris, op. cit., p. 267.83 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Derecho internacional del futuro”, op. cit., p. 14.84 Robert Norris, op. cit., p. 268.85 Enrique Ayala Mora, op. cit., p. 73.

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y se le procuran, para este fin, todas las condiciones económicas, biológicas y espirituales”. En el afán de encontrar una identidad hispanoamericana, Velasco intenta definir la psicología de los grupos aborígenes. Algunos de ellos son vis-tos por el autor como sanguinarios, otros como valerosos; unos muestran ser excelentes organizadores políticos, mientras otros poseen marcada tendencia a la meditación. En todos ellos “el individuo estuvo pasivamente subordinado a la comunidad […Ciertamente] hubo cultura en los aborígenes, pero no la cultura realmente humana, que tiende a poner al hombre en el puesto que le corresponde en el cosmos”86.

Frente a estos grupos indígenas “abatidos por el despotismo de la comu-nidad, se injertó la estirpe española. El español, para el autor, es individualista y localista, valiente y aventurero, dominador e incomprensivo. El español es capaz de sacrificarlo todo por el triunfo en la empresa o la sensualidad del lu-cro. El español decayó en el continente […] La raza es función del suelo donde se desenvuelve el viviente”. Frente al indígena y al hispánico surge el mestizo como una raza nueva, con nuevos caracteres psicológicos: suspicacia y audacia, servilismo y rebeldía, localismo y fantasía. Una noción de mestizo que años más tarde Velasco Ibarra complementará en una nueva obra suya, al afirmar:

Las nacionalidades hispanoamericanas surgen de la mezcla de la sangre espa-ñola con la sangre indígena. Solo entonces aparecen América hispana, Améri-ca latina. El indio tiene alma oriental, trajo el recuerdo del arte y arquitectura orientales; resistente, introspectivo, supersticioso. El español imprimió su po-derosa personalidad en todo el continente: audacia, aventura, fanatismo católi-co, caballerosidad, heroísmo en homenaje a la caballerosidad, fueron cualidades que el español trajo a las tierras de América. A pesar de diferencias más o menos marcadas, el fondo del carácter español palpita lo mismo en México que en Colombia o Argentina. Esta psicología, ayudada, bajo otro aspecto, por la geografía americana, ha creado el alma hispanoamericana, iberoamericana87.

Y entre aquellos mestizos hispanoamericanos estuvo el criollo, a quien en Sudamérica no se le permitió la práctica de la libertad política en ninguna for-ma; un criollo que cuando tuvo dinero compró los cargos en el cabildo colonial, aunque por regla general los empleos americanos estuvieron destinados a los españoles fracasados en Europa. Un criollo entregado al lujo, al fausto, a la va-nidad, falto de estímulos políticos y culturales. Y si los mestizos fueron iguales

86 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Expresión política hispanoamericana”, op. cit., pp. 5-6.87 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Caos político en el mundo contemporáneo”, op. cit., p. 55.

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a los criollos ante la ley, en la práctica los primeros sufrieron de miseria e igno-rancia; habiendo sido además imprevisores, suspicaces y desidiosos88.

Ambos vivieron en una época en que la religión no insistió –a diferencia de los Estados Unidos– en el aspecto moral, sino en el rito fastuoso; y en donde la Iglesia española educó “a la gran colectividad mucho menos que las comu-nidades protestantes de los Estados Unidos”, pues toda la actividad de aquella institución se fue en “procesiones, novenas, rogativas, e incontables días de fiesta”, preocupándose incluso de cosas banales como reglamentar el uso de trajes de las mujeres. Una época en la cual “la enseñanza contribuyó poco a orientar los espíritus”, pues se prepararon “personalidades vacías, superficia-les, preocupadas por la exterioridad de las cosas y no con el sentido austero, profundo y trascendental de la religión y la moral”. La religión se redujo a un culto externo, sin la sólida virtud cristiana. Un ambiente de “desdén por lo ob-jetivo”, donde el criollo y el mestizo despreciaban la objetividad “arrullándose con discursos grandilocuentes y silogismos bien formados”. Sin embargo, éste fue nuestro mestizaje.

Para el bien y para el mal –dice nuestro autor– sufrimos las influencias buenas y malas del español y del aborigen. Somos [en consecuencia], pues, entre otras cosas, violentamente individualistas, taimadamente suspicaces. Triunfaba un general sobre una hueste española y se creía señor de América y suponía que toda la América era un reflejo de su propia situación, aunque el triunfo fuese local y transitorio. Casi todos los coroneles y generales se tenían por fundadores de la patria y cada uno se concedía el derecho al mando supremo, a la Presi-dencia del Estado. Si no había represión, surgía el caos y el peligro del triunfo español. Contra el que reprimía se levantaba el grito llamándole tirano. Bolívar en carta a [Pedro] Gual de 24 de mayo de 1821 decía: ‘Temo más la paz que la guerra: hombres que han combatido largo tiempo, que se creen muy beneméri-tos y que se consideran humillados y miserables y sin esperanza de coger todo el fruto de las adquisiciones de su lucha’. La independencia debía traer para los distintos caudillos americanos poder y dinero, honores y bienestar89.

Una independencia en la que “los criollos se hallaron sin un ideal, sin un impulso auténtico para llevar a cabo una auténtica y original revolución, [y en la cual aquellos] se encontraron sin preparación política y experiencia administra-tiva”90. Empero fue una independencia que empezó a crear conciencia latinoa-

88 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Expresión política hispanoamericana”, op. cit., p. 7.89 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Experiencias jurídicas de América” (Juan Velasco Espino-

sa, editor), Tomo VII, Quito, s. e. [Editorial Santo Domingo], s. f. [1974], p. 6.90 Enrique Ayala Mora, op. cit., p. 75.

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mericana, revestida de un alma caracterizada luego por Velasco Ibarra como “idealista, desinteresada, caballeresca, capaz de sacrificar todo por un principio superior, que es preciso conservar a toda costa. Nariño, Martí, Rocafuerte son voces y acciones hispanoamericanas. Si pretendemos sustituir nuestra alma por otra, no lo obtendremos y seremos tan solo sudamericanos sin personalidad, desorientados, sin raíz que nos alimente”91.

La visión hispano-americanista de Velasco Ibarra se define cuando estu-dia el panamericanismo y el Derecho Internacional americano, vistos como “la aproximación de los intereses de los países americanos en la unidad moral de ellos, [como] la coordinación de los anhelos vitales americanos vinculados entre sí psicológica y moralmente”; un panamericanismo “de buena vecindad y de cooperación basadas en el respeto de los países y en el libre concurso de los Estados”. Sin embargo, Velasco Ibarra no deja de advertir en su obra Derecho internacional del futuro, que “el mundo futuro va a experimentar la in-fluencia preponderante de ingleses y norteamericanos”, anticipando que “si América hispana continúa dispersa, si un Estado hispanoamericano tiene una orientación respecto a cuestiones vitales para el continente y otro Estado his-panoamericano tiende a un rumbo distinto respecto a esas mismas cuestiones, sin desearlo ni quererlo, por el peso de su potencialidad, Estados Unidos reali-zará verdadera hegemonía en nuestro hemisferio”92. De allí la necesidad de una América hispana unida.

VELASCO Y SIMÓN BOLÍVAR

Uno de los temas que Velasco Ibarra examinará en diversas ocasiones es el relacionado con el Libertador Bolívar, ya sea desde sus escritos o desde sus discursos en torno a esta colosal figura continental. Para Velasco, en 1931, Bo-lívar es la realidad significada del sueño de unidad, es el “instrumento con que el idealismo influyó en las cosas, el lazo entre el concepto y la vida, la indivi-dualización de las virtualidades hispanoamericanas”93. El Libertador “guerreó contra la tiranía, porque no hay paz, ni orden, ni estabilidad bajo la tiranía. Pero antevió desde el principio de su carrera que el estado permanente de los hom-bres y pueblos, exigiría la paz, la paz heroica, que vence la monotonía, domina

91 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Caos político en el mundo contemporáneo”, op. cit., p. 55.92 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Derecho internacional del futuro”, op. cit., pp. 71-74. 93 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Cuestiones americanas” (Juan Velasco Espinosa, editor),

Tomo IV, Quito, Lexigrama, 1974, pp. 85-86.

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la rutina del trabajo diario, somete los impulsos a la razón y los arrebatos a la utilidad”94.

En su obra, Experiencias jurídicas hispanoamericanas de 1943, vuelve sobre Bo-lívar, refiriéndose a los años posteriores a la Constitución de Cúcuta de 1821. Un Bolívar visto por muchos como “decaído” en sus últimos años, pero a quien Velasco Ibarra ve de manera diferente, pues, según él, en realidad luego de Ayacucho “principia su verdadera grandeza”, porque luego de ese combate, Bolívar comienza “a respetar religiosamente las normas de ese derecho público por él enseñado”95, proclamando de manera paralela la urgencia de la unión de la América hispana, aunque haciendo notar a la vez las dificultades para dicha unión. Sí, la conocida idea del Libertador de

…pretender [hacer] de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que [todas ellas] tienen un origen, una lengua, unas costumbres y una religión [comunes], deberían [contar con] un mismo gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de conformarla. [Esto, sin embargo,] no es posible, porque climas remo-tos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes dividen la América96.

Es allí donde se expresa el sueño bolivariano, el sueño del idealista, aunque empañado por las dificultades advertidas por el mismo pensador y estadista. Es quizá esa idea de unión la que permitió “elevar hasta el cielo la figura de Bolí-var”97. Una figura a la cual Velasco Ibarra acude de forma reiterada en varios de sus discursos, por ver en ella un ejemplo digno de imitación. Durante su primera presidencia, a propósito del Día de las Américas, Velasco dirá:

Me permito recordaros que tenemos un héroe […] Bolívar. Habéis visto la estatua del Libertador que va a levantarse en la Alameda, esa estatua es un for-midable símbolo de la grandeza humana. Mirad allí a la multitud […], y mirad al héroe, al héroe que se ha acercado al pueblo, que ha comprendido al pueblo, que se apresta a luchar por el adelanto del pueblo y que señala el rumbo de la heroicidad y el rumbo y la meta de la justicia. Esto significa la estatua de Bolí-var, acción, rebeldía, vinculación con las muchedumbres, comprensión de las masas. He aquí la lección de Bolívar98.

94 Ibídem, p. 72.95 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Experiencias jurídicas de América”, op. cit., p. 4.96 Ibídem, p. 42.97 Ibídem, p. 43.98 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Discursos” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo XII

A, Quito, Lexigrama, 1974, pp. 24-25.

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Un Bolívar a quien se ha calumniado y cuyos méritos se ha negado. “Se falsifican documentos contra su memoria, se lo hace aparecer ante la juventud como un hombre preocupado únicamente del placer; un caudillo feliz, un cau-dillo militar triunfador pero que al mismo tiempo que triunfaba se dedicaba a los placeres transitorios y miserables. Se le niega su republicanismo, su amor a la democracia, se le acusa de haber forjado dictaduras”99. Un Bolívar a quien hay que leer y estudiar más que elogiar, y entender que:

El militar Bolívar, es un capítulo de Bolívar; [y que] el político Bolívar, es un capítulo de Bolívar. Lo que hay dentro es el hombre idealista, el hombre fuerte, el hombre completo, el hombre que todo lo puede, el hombre que es capaz de dominar el Orinoco, de rendirse ante una cosa bella; el hombre con confianza en la vida, con confianza en el ideal, el pensador austero […] Un hombre pleno como pocos se encuentran en la historia100.

Un Bolívar superior a Napoleón en virtudes morales, inteligencia y erudi-ción, cuyo nombre debe ser defendido frente a ciertos intentos de desfigurar su imagen y con quien debemos ser gratos y rendirle homenaje. “La Patria es Bolívar, el Ecuador es Bolívar, la América del Sur entera es Bolívar”. Él es “la expresión más grande de nuestra espiritualidad de raza, [y] la expresión más grande de España y América unidas”101.

Palabras ciertamente generosas para el Libertador, las mismas que hallarán su punto culminante a propósito de la sesión solemne de la Sociedad Boliva-riana de Panamá, en 1956, cuando Velasco Ibarra expresó que “Bolívar es la expresión individual encarnada de todas las potencialidades, de todas las vir-tualidades profundas de la raza hispanoamericana”102; y a quien “es menester comprenderlo en su profundidad y es menester saber que es él el maestro que habló y el maestro que debe seguir dirigiendo nuestros destinos, pero para que seamos dirigidos según lo que él quiso y según lo que él concibió, necesitamos estudiar hondamente su personalidad y su obra […]”103.

99 J. M. Velasco Ibarra, Obra doctrinaria y práctica del gobierno ecuatoriano, Tomo I, Quito, Talleres Gráficos Nacionales, 1956, p. 280 (Cfr. Discurso pronunciado en la Sociedad Bolivariana el 6 de mayo de 1954).

100 Ibídem, p. 285.101 Ibídem, p. 286.102 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Discursos”, Tomo XII A, op. cit., p. 210.103 Ibídem, p. 211.

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LAS MASAS VELASQUISTAS

Velasco Ibarra surgió como figura política a principios de la década de 1930, como hemos visto, en momentos en que el país atravesaba una crisis política muy profunda, “agravada por el impacto que tuvo la depresión mundial sobre la economía exportadora dependiente del Ecuador”, relacionada con el precio del cacao104. El ascenso del líder en las elecciones presidenciales de 1933, repre-senta el triunfo del Partido Conservador de esa época, y el fortalecimiento de la clase terrateniente serrana que lo colocó “a la cabeza de una alianza política con sectores costeños de clase dominante”105. Sin embargo, esta interpretación de Rafael Quintero mantiene algunos puntos de controversia con el planteamien-to de Agustín Cueva, quien señala que “el velasquismo no nació como una fórmula de arbitraje entre burguesía industrial y oligarquía agroexportadora, ni como instrumento de manipulación del proletariado naciente […], sino como una fórmula de ‘transacción’ entre una burguesía agromercantil en crisis y una aristocracia terrateniente todavía poderosa”106.

Las escasas diferencias entre estas dos posiciones –pues ambos concuer-dan que el triunfo de Velasco Ibarra fue producto de la alianza entre grupos terratenientes serranos y costeños–, se profundizan en torno al tema relacio-nado con la base social que apoyó a Velasco Ibarra. Agustín Cueva, en efecto, sostiene que aquella estuvo configurada por masas predominantemente sub-proletarias –comprometidas en disturbios populares generalizados– que fueron utilizadas por Velasco Ibarra para rechazar al sistema vigente. Este fenómeno es interpretado como ‘populismo’, una forma de dominación aparecida en La-tinoamérica durante la transición de una sociedad oligárquica a una sociedad burguesa. Por su parte, Quintero apela al escasísimo electorado que participó en las elecciones presidenciales de 1933, cuya mayoría provenía de la Sierra, lo que le permite concluir que la población sufragante de aquella época estuvo compuesta por la pequeña burguesía pueblerina, y por pequeños y medianos campesinos propietarios, sectores que se encontraban bajo el control del Parti-do Conservador. Esto último, en suma, representaría la hegemonía de la clase terrateniente tradicional de la Sierra a través del Partido Conservador, no exis-

104 Juan Maiguashca y Liisa North, “Orígenes y significado del velasquismo”, en Rafael Quinte-ro (editor), La cuestión regional y el poder, Quito, Corporación Editora Nacional-FLACSO-CERLAC, 1991, pp. 90-91.

105 Rafael Quintero López, El mito del populismo, Quito, 3ª edición, Edic. Abya-Yala-Universidad Andina Simón Bolívar, 1997, p. 325.

106 Agustín Cueva, op. cit., p. 156.

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tiendo, por lo tanto, “evidencia empírica que sostenga la emergencia de una nueva forma de dominación”107.

Independientemente del origen de dicha base social, lo cierto es que el ve-lasquismo aparece desde su inicio relacionado con los conservadores, quienes le apoyaron en 1933. Si bien Velasco Ibarra poseía un inmenso carisma, jamás pudo crear individualmente un movimiento político independiente que lo apo-yase para acceder al poder, y tuvo que recurrir indistintamente al apoyo de los conservadores o de los liberales, dependiendo de la coyuntura. Sin embargo, Velasco apareció en el marco de la crisis política y económica de finales de los años veinte y principios de los treinta como una “fórmula de arbitraje” entre conservadores y liberales, “ambos partidos clientelares de los grupos dominan-tes que se unificaron en esa coyuntura”. En tal sentido, Velasco Ibarra fue un “defensor del individualismo estilo liberal, pero de signo cristiano”, pudiendo complacer a todos108, razón por la cual todos le apoyaron en su momento, de acuerdo a sus conveniencias.

En efecto, “Velasco Ibarra compartió con las clases dominantes su preocu-pación por el orden y, con las clases medias, su deseo de conservar su posición apenas consolidada en la sociedad; al mismo tiempo que se hizo eco de los reclamos populares por mayores oportunidades y justicia”. Si bien el caudillo estableció una relación coyuntural y efímera con la “derecha coaligada”, fueron los sectores de clases medias quienes lo eligieron en su primera presidencia, sin dejar de lado el apoyo de “gente de sectores populares sin derecho a voto [que] participó en las protestas y movilizaciones de esos años”. Así, y en el marco de las primeras etapas de transición del Ecuador hacia una sociedad capitalista, “el velasquismo apareció como un movimiento que respondió a los disloques de [dicha] transición y los sectores sociales movilizados por parte de los ricos; prometió orden y oportunidades de ascenso social a los sectores medios; [y] reclamó un ‘justo salario’ y ‘buen trato’ para los pobres”109.

Esos grupos medios y pobres –y en particular estos últimos– fueron los que configuraron la “masa” velasquista, considerada por Velasco Ibarra como el genuino pueblo forjador de la Patria: “El artesano, el obrero, el mestizo que trabajan modestamente, que están arraigados a su clase y que suben gradual-mente con su esfuerzo honrado, [que] tienen el alma limpia y, por tanto, la intuición penetrante”110. Una ‘masa’ encarnada por los trabajadores populares

107 Juan Maiguashca y Liisa North, op. cit., pp. 91-92.108 Ibídem, p. 108.109 Ibídem, pp. 109-111.110 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Conciencia o barbarie”, op. cit., p. 142.

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de todo tipo, pero en particular por el artesano, “confirmando así una base social configurada por la clase media en formación, antes que por sectores marginales”111.

Una masa que fue parte del movimiento velasquista, que aglutinó a gentes de sectores medios, y a los cuales en conjunto Velasco llamó ‘el pueblo’, el mis-mo que siempre reclamó por su caudillo. Esto último reconocido por el mismo Velasco, quien en su último exilio en Buenos Aires, manifestó:

El velasquismo me llamó, en masa. Yo fui ahí, yo siempre he sido llamado por el pueblo velasquista, yo no he sido llamado por ningún partido político. El pueblo velasquista y los pocos dirigentes que tiene el pueblo velasquista, ellos me llamaron112.

Velasquismo que para Velasco Ibarra representó

Un movimiento político empeñado en hacer el bien a la nación y al pueblo ecuatoriano; no a un partido, no a un interés, sino a la nación y al pueblo ecuatoriano. ¿Qué clase de bien? El bien que en cada hora, en cada etapa de la vida está llamado a conquistar el pueblo, está llamado a conquistar una nación. Porque un pueblo y una nación no pueden conquistar todos los bienes en un momento dado113.

Un velasquismo entendido como un nuevo estilo político electoral de ma-sas, inaugurado durante la campaña electoral de 1939. En efecto, en esa época se aliaron sectores independientes del liberalismo, del conservadorismo y del socialismo, así como partidarios velasquistas en torno a la figura de Velasco Ibarra, cuyas propuestas no variaron mucho de las de sus rivales, aunque su estilo “fue único en su forma y contenido”. Viajó por tierra a buena parte de las provincias del país, donde expuso su mensaje de acción política “y su figura misma como la única garantía para resolver los problemas nacionales”, en las concentraciones masivas, manifestaciones y contramanifestaciones de sus adeptos114. De su viaje al puerto principal, en diciembre de ese año, se comentará:

Estrechamente apretujado por la muchedumbre y haciendo grandes esfuerzos pudo salir el doctor Velasco Ibarra al malecón, donde recibió una estruendosa

111 María Cristina Cárdenas Reyes, op. cit., p. 48.112 Pablo Cuvi, op. cit., p. 122.113 Ibídem, p. 209.114 Carlos De la Torre Espinosa, La seducción velasquista, Quito, Edic. Libri Mundi-FLACSO,

1993, p. 160.

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salva de aplausos de parte del pueblo, que lo aclamaba delirante, como el salva-dor de la patria, baluarte de sus derechos, factor de su progreso y salvaguardia de la moral, el orden y la justicia115.

En aquella ocasión habría de pronunciar su discurso en el centro de Guaya-quil ante unas diez mil personas, discurso en el cual luego de saludar al ‘pueblo guayaquileño’ y de referirse a él como un pueblo generoso e idealista, Velasco Ibarra presentó su programa de gobierno mínimo que incluía preservar las conquistas logradas por la Revolución Liberal, respetar los derechos de los indi-viduos, imponer la moralidad en los temas económicos, y apoyar al ecuatoriano más necesitado, cuando proclamó:

En este momento lóbrego del mundo, en que no hay garantías para los pueblos débiles, en que son víctimas del terror mujeres y niños, que no tienen otro cri-men que haber nacido en determinada raza, que el Ecuador coopere a formar un ambiente que sólo apoya el esfuerzo generoso e idealista para salvar a cada persona, en los distintos órdenes de la vida, y por el imperio de la dignidad humana116.

Las masas velasquistas deliraron frente a esas palabras, ocurriendo lo mis-mo en otros rincones del país que visitó en los días subsiguientes. En Quito, “los comités electorales, portando sus estandartes y con bandas de música de la capital y de las poblaciones vecinas, avivaban por repetidas ocasiones a su candidato [y], en medio de estruendosos aplausos el candidato presidencial en-cabezó el desfile… popular de todos los comités de hombres y mujeres, carros alegóricos, autobuses con pequeñas banderas y leyendas especiales”117. La mar-cha concluyó en la plaza de San Francisco, donde Velasco se presentó como la encarnación del ideal democrático, y pronunció un agresivo discurso en el que atacó al candidato liberal Carlos Arroyo del Río.

Empero, las elecciones de enero de 1940 dieron el triunfo a este último. En todo el país se denunció la existencia de fraude; sin embargo, el Congreso rati-ficó los resultados electorales. Frente a ello, Velasco partió a su segundo exilio político hacia Colombia, mientras las ‘masas velasquistas’ debieron aguardar el retorno de su líder. Lo más importante de esta campaña fue que Velasco había inaugurado un estilo político nuevo y diferente, pues él siempre “intentó man-tenerse cerca de sus seguidores presidiendo caravanas motorizadas, caminando

115 Diario El Telégrafo, Guayaquil, 4 de diciembre de 1939, cit. en De la Torre, op. cit., p. 163.116 Ibídem.117 Diario El Día, 31 de diciembre de 1939, cit. en De la Torre, op. cit., p. 166.

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rodeado de muchedumbres que querían estrecharle la mano y tocarlo”, ocupan-do los espacios públicos, e intentando visitar el mayor número de ciudades del país, para exponer en ellos y ante sus masas, su mensaje político118.

Pocos años más tarde, el gobierno liberal de Arroyo del Río se había des-gastado, no solo por el descalabro económico y político de su gestión –que incluyó la derrota militar de 1941–; sino además por el tinte autoritario que ca-racterizó su administración, expresado en una permanente represión a sectores populares y de izquierda y a ciertos “opositores de la clase dominante moteja-dos como velasquistas”119. Faltando un año para la realización de las eleccio-nes presidenciales, se constituyó en 1943 la Alianza Democrática Ecuatoriana (ADE), para articular la oposición contra Arroyo del Río. Este movimiento reivindicó el lema de la “unidad nacional” en torno a la figura de Velasco Ibarra, a quien candidatizó a la presidencia de la República.

La presunción de un nuevo fraude a favor de Miguel Ángel Albornoz, a quien Arroyo pretendía imponer como su sucesor, provocó un levantamiento popular que estalló en Guayaquil el 28 de mayo de 1944, y una movilización nacional que rechazó a Arroyo del Río y que llamó a Velasco para hacerse car-go del poder. El hasta entonces llamado el Gran Ausente llegó a Tulcán el 30 de mayo por la tarde, y un día después, cerca de sesenta mil almas lo recibieron de manera apoteósica en Quito. En la Plaza de la Independencia dio su discurso, el cual fue transmitido por Radio Quito y Radio Bolívar:

Pueblo del Ecuador, heroico pueblo de Quito. Quito, gloria de América: Cuan magnífica, cuan gloriosa es esta manifestación. Grandiosa como la progenitud de vuestros sentimientos. Esta fecha quedará grabada en la historia de la pa-tria. Os habéis constituido en verdadero pueblo; pero pueblo no es un simple conglomerado de individuos, sino una gravedad valorizante, que sabe desear la libertad y destruir el despotismo […] Esta gran manifestación ecuatoriana, esta magnífica manifestación de vuestro civismo ha sido preparada por todas las fuerzas vivas de la patria, por el pueblo, por el pueblo ecuatoriano, que lleva siempre el anhelo de justicia, el anhelo de democracia y rectitud. Ha sido pre-parada por la juventud universitaria, sobre todo, siempre sedienta de lo grande, siempre deseando algo más justo y más libre para la vida de los hombres. Ha sido preparada por la juventud ecuatoriana, por esta juventud de militares que sabe poner la fuerza al servicio del territorio nacional y que representa al pue-blo armado, defendiendo al pueblo desarmado120.

118 Carlos De la Torre Espinosa, op. cit., p. 179.119 Silvia Vega Ugalde, La Gloriosa. De la revolución del 28 de mayo de 1944 a la contrarrevolución

velasquista, Quito, Editorial El Conejo, 1987, p. 48.120 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Discursos”, Tomo XII A, op. cit., p. 28.

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Ese conglomerado, ese pueblo, era su masa ‘velasquista’ que lo había lla-mado del exilio para ocupar nuevamente el poder luego de la revolución. “Los trabajadores, hombres y mujeres de las masas populares, [y] los elementos jó-venes del ejército y la tropa, fueron los verdaderos protagonistas del 28 de mayo”. Esa masa necesitaba contar con una dirección que le permita alcanzar sus aspiraciones; y esa dirección la encarnaba Velasco Ibarra121.

Luego de aceptar el encargo de la presidencia, Velasco viajó al Puerto prin-cipal donde, pocos días después, desde los balcones del palacio de la IV Zona Militar se dirigió a sus ‘masas guayaquileñas’:

Heroico, heroico pueblo de Guayaquil. Cuán grandiosa es la explosión del alma de los pueblos. Vosotros en este momento solemne de la hora nacional estáis demostrando al mundo que la materia es solo un aspecto transitorio de la vida de los hombres; que lo que hay en los hombres de eterno es el anhelo de gran-deza moral, de superación y de libertad; que lo que hay de eterno en los hom-bres es el odio a la hipocresía y a la tiranía, y vosotros, guayaquileños, que en esta vez habéis escrito una página gloriosa de vuestra historia, por esta emoción que os distingue entre todos los pueblos del Ecuador, habéis roto para siempre la más innoble de las tiranías y habéis implantado para siempre en nuestra patria los grandes principios de liberación, de democracia y de justicia integral para todos los hombres122.

Y continuó:

Pueblo, pueblo de Guayaquil, pueblo de Guayaquil, pueblo mío, pueblo al que yo amo, pueblo al que aprendí amar desde mi niñez cuando aprendí a admirar a Rocafuerte por enseñanzas de mi madre; pueblo al que me unen las más grandes emociones, habéis dado no solamente a América sino al mundo entero estos días extraordinarios para la libertad del mundo123.

Ese pueblo guayaquileño, sufrido, al que Velasco Ibarra ama y pretende re-dimir a través de la revolución del 28 de mayo, es una masa integrada en buena parte y en primera instancia por el Comité Nacional de Trabajadores y la Unión Sindical de Trabajadores del Guayas, dirigida esta última por Pedro Saad. Esta masa velasquista, que delira por su líder, por su doctorcito, por su gran ausente, hoy presente para salvar al pueblo de los “perversos, ladrones y explotadores, [y] ojalá [para poder] –dice Velasco Ibarra– triturar al traidor, al que arrojó la mitad del territorio nacional124, en clara alusión a Arroyo del Río”.

121 Silvia Vega Ugalde, op. cit., p. 99.122 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Discursos”, Tomo XII A, op. cit., p. 32.123 Ibídem, p. 33.124 Ibídem, p. 36.

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Esa masa, ese pueblo incluido ahora sí de lleno en el discurso de Velasco Ibarra, verá en él al redentor de la Patria; y el caudillo aprovechará tal condición, tanto en la formulación de sus discursos como en la estructuración de comités y clubes electorales, células partidarias y muchedumbres diversas que se en-cargarán de adornar las ciudades con banderas, flores y pancartas; de recibirlo en aeropuertos y estaciones de ferrocarril; de realizar marchas y desfiles en su honor con carros alegóricos, bandas musicales, y aplausos estentóreos. Por su parte, Velasco Ibarra supo cultivar “la imagen de Gran Ausente, [pues] nunca permaneció en el país luego de haber sido presidente”. Supo, desde el exterior, operar “los mecanismos de seducción de la nostalgia”, logrando que sus par-tidarios mantengan siempre viva su memoria y su discurso, y “atribuyendo las fallas del político exiliado a sus malos asesores o a gente que se aprovechó de su bondad y sinceridad”125.

Mientras ejerció el poder, el Caudillo no dudó en declararse nuevamente dictador en 1946126, y convocar a otra Asamblea Constituyente que expidió la Constitución en 1947. Sin embargo, a los pocos meses, su propio ministro de Defensa Carlos Mancheno Cajas lo derrocó en agosto de ese año, debiendo Velasco exiliarse otra vez en Argentina.

Cinco años más tarde, y poco antes de que concluya la administración de Galo Plaza, Velasco regresó al país, siendo recibido apoteósicamente en Gua-yaquil el 1 de marzo de 1952 por una inmensa muchedumbre y por varios diri-gentes políticos, entre los que se contaban el alcalde del puerto Carlos Guevara Moreno, el dirigente cefepista Luis Robles Plaza, el presidente del Comité Cen-tral Velasquista de Guayaquil, Carlos Julio Arosemena, y algunos representan-tes de Acción Revolucionaria Nacionalista Ecuatoriana (ARNE). En la tribuna levantada en el hemiciclo de La Rotonda, declaró a la muchedumbre:

[…] Mientras residía en Buenos Aires, un intelectual de izquierda me escribía que desistiera de venir al país, puesto que yo no contaba con el apoyo de ningún partido, sino únicamente el del pueblo. ¿De manera que para estas intelectua-

125 Carlos De la Torre Espínosa, op. cit., pp. 198-199.126 Solo a través del poder de la dictadura Velasco pudo perseguir y encarcelar a varios dirigen-

tes de izquierda, así como acallar su opinión a través de la arremetida a sus órganos de prensa, como el ataque ocurrido contra el periódico socialista La Tierra, en abril de 1946. De igual manera Velasco expulsó del país a varios militares supuestamente complotados para derrocarlo, como el coronel Alberto Enríquez Gallo, los comandantes Guillermo Burbano Rueda, Bolívar Gálvez, Efrén Aragundi, Aurelio Olarte, entre otros de menor graduación; y algunos dirigentes civiles como Julio Teodoro Salem, Hugo Maldonado Dueñas, Gonzalo Domínguez y Héctor Vásconez Valencia (Cfr. Diario El Comercio, Quito, 31 de marzo de 1946; y Rafael Arízaga Vega, Memoria Histórica: 1920-1989, Quito, Edit. Voluntad, 1990).

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lidades nada pesa al tener el apoyo del pueblo? ¿Qué concepto filosófico y doctrinario tienen estos pseudo dirigentes de lo que significan los partidos? ¿Y estos hombres que no tienen conciencia de lo que es el pueblo, son los que pretendían insinuarme que yo no regrese al país? Yo os pido que meditéis en el instante sobre la honda tragedia que sufre actualmente la patria. La patria está enferma, la patria está hecha pedazos. La patria es víctima del sofisma del po-litiquero sin conciencia. Yo os pido un instante de meditación sobre este grave problema. Hay que enrumbar al país por el camino de la moralidad porque cuando la moral no existe, todo está perdido, el pueblo está perdido, a pesar de cualquier falso progreso material […] Yo no quiero que mis palabras sean de odios y desafíos. Yo quisiera decir unámonos todos para una vida decente y ci-vilizada. Uníos todos los ecuatorianos; pueblo de Guayaquil. Yo gobernaré, en caso de triunfar, para todos los ecuatorianos, para el pueblo y por el pueblo127.

El tema del pueblo, de su masa, continuaba siendo reiterativo en el discurso de Velasco, y la estrategia consistía en presentar a ese pueblo de forma anta-gónica a la oligarquía, la cual debía ser vista como ‘enemiga’ del velasquismo:

Ya se anticipan mis enemigos a decir que después de dos años, en caso de triun-far, me caigo. Y claro que me voy a caer si ustedes me abandonan; si ustedes, el pueblo, me deja caer en manos de las oligarquías, de los partidos que me van a poner la cáscara de plátano128.

Y ese pueblo, que “encarna lo auténtico, lo bueno, lo justo y lo moral, […] se enfrenta al antipueblo u oligarquía, que representa lo no auténtico, el interés extranjero, lo injusto y lo inmoral”. Así, “lo político se transforma en lo moral y aún en lo religioso, por lo que la lucha política es total y no admite la posibilidad de diálogos o compromisos”129. De allí el éxito del velasquismo, al establecer una clara diferenciación entre ambas categorías y relaciones sociales, al definir palmariamente quién formaba parte de la una y quién de la otra, y al puntualizar de qué manera la oligarquía ha dominado las esferas políticas y económicas del país a lo largo de la historia republicana, excluyendo al ‘pueblo’ de las decisiones trascendentales. Y eso lo sabía Velasco, por ello la necesidad de utilizar insistentemente el ‘término’ de pueblo, y de recurrir al mismo –por el significado que tiene en su discurso–, para controlar a la masa, con cuyo apoyo ganó las elecciones presidenciales de 1952.

Dos años más tarde, en la manifestación realizada en su honor por la Fe-deración Nacional Velasquista, en Guayaquil, el 27 de enero de 1954, Velasco

127 Diario El Comercio, Quito, 2 de marzo de 1952.128 Ibídem.129 Carlos De la Torre Espinosa, op. cit., pp. 200-201.

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habla nuevamente de su ‘masa’ como la “fragua idealista, purificadora, forjado-ra y engrandecedora de la patria”130; masa en la que se fundamenta la soberanía popular:

Cuando me hablan y me echan en cara que el liberalismo y las libertades han recibido heridas de mi gobierno, yo pregunto: ¿No es norma del liberalismo la soberanía popular? ¿No es norma del liberalismo el acercamiento a las multitu-des generosas? Mi gobierno ¿alguna vez se ha alejado de las multitudes genero-sas? Ahí la multitud de Guayaquil. Ahí está el pueblo de Guayaquil aplaudiendo generosamente los esfuerzos sanos y desinteresados que hace el Gobierno por mantener la restauración nacional, por atacar las oligarquías y por llevar al país por un sendero de dignidad y de grandeza que es lo que ansía el pueblo de Guayaquil131.

Y frente al delirio popular y a los aplausos de la concurrencia, Velasco reafirma:

Cuánto me complace estar hablando aquí ante esta inmensa masa guayaquile-ña; esta masa, esta multitud, mejor dicho este conjunto de ciudadanos ilustres por su corazón y por su idealismo, que no se deja engañar por cuatro políticos mendicantes de votos electorales a los cuales hasta ahora la patria ecuatoriana no debe un solo servicio práctico y efectivo132.

Y así, con su vibrante discurso, el ‘profeta’, el ‘apóstol’, el ‘redentor de los pobres’, pudo concluir –por única ocasión– su tercer mandato presidencial, siempre apoyado por sus masas velasquistas, aunque también favorecido por su propia figura inmersa en un sostenido rito solemne en cada una de sus presen-taciones públicas, que lo envolvía de características superiores y providenciales. Al respecto, Agustín Cueva dirá de él, luego de La Gloriosa:

Magro y ascético, el Caudillo elevaba sus brazos, como queriendo alcanzar igual altura que la de las campanas que lo recibían. Y en el momento culminante de la ceremonia, ya en el éxtasis, su rostro también, y sus ojos, su voz misma, apuntaban al cielo. Su tensión corporal tenía algo de crucifixión y todo el rito evocaba una pasión, en la que tanto las palabras como la mise en scène destacaban un sentido dramático, si es que no trágico de la existencia. Comprendimos, entonces, que esas concentraciones populares eran verdaderas ceremonias má-gico-religiosas y que el velasquismo, hasta cierto punto, era un fenómeno ideo-lógico que desbordaba el campo estrictamente político133.

130 J. M. Velasco Ibarra, Obra doctrinaria y práctica del gobierno ecuatoriano, Tomo I, op. cit., p. 225.131 Ibídem, p. 226.132 Ibídem, p. 227.133 Agustín Cueva, op. cit., p. 152.

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En efecto, el velasquismo fue un fenómeno ideológico, aunque también un movimiento electoralista; y allí radicó tanto su fuerza como su debilidad134. Abarcó todo el Ecuador y sus masas se fueron cada vez más expandiendo y consolidando, en particular cuando el gran ausente volvía de sus continuos exi-lios. Terminado el tercer velasquismo, el caudillo habría de partir, poco tiempo después, a Montevideo y luego a Buenos Aires. El día de su partida, “solo había cuarenta o cincuenta personas para despedirle en el aeropuerto”135.

Años después, desde el Ecuador, Velasco recibió varias cartas, telegramas y visitas, urgiéndole que acepte una nueva candidatura para las elecciones pre-sidenciales de 1960; pero el caudillo se resistía. Hasta que finalmente, alguien escribió una frase terminante: “Suicídese como Balmaceda136, si no acepta el llamado del pueblo”. Y Velasco aceptó. El autor de la carta fue Carlos Julio Arosemena Monroy137, con quien habría de formar el binomio del triunfo de aquellas elecciones. Velasco retornó a Guayaquil el 20 de febrero de 1960 y cerca de treinta mil partidarios y simpatizantes del puerto y de otras provincias le dieron la bienvenida, entre los que se hallaban Carlos Julio Arosemena, Jaime Nebot Velasco, Nicolás Valdano Raffo, y otros dirigentes. En la plaza de San Francisco se dirigió a su masa velasquista:

Saludo a los dirigentes y velasquistas, confiado en el pueblo del Ecuador, que ha demostrado la afirmación de la justicia, de la patria, de la buena fe y de la liber-tad. Todos los que se acercan al pueblo cosechan todas las grandezas intuitivas del alma de ese pueblo. Yo voy a pediros que me escuchéis con tranquilidad lo que voy a deciros. Hemos vivido tres años y medio de constante negación. Me-nos mala es la tiranía activa que la negación ensimismada y despótica. La tiranía activa provoca la reacción inmediata y violenta, y no permite que se adormez-can los sentimientos de la rebeldía y la libertad […] El pueblo ecuatoriano, el de Guayaquil, es excepcional para mantener la verdad y la justicia y por eso, en este momento, afirma el optimismo nacional para el futuro de la patria138.

Un mes más tarde, el 19 de marzo, viajó a Quito. Luego de varios inci-dentes durante el recorrido desde el aeropuerto hasta La Alameda, Velasco se

134 Osvaldo Hurtado Larrea, El poder político en el Ecuador, Quito, 5ª edición, Editorial Planeta, 1983, p. 223.

135 Robert Norris, op. cit., Tomo II, p. 263.136 Se refería a José Manuel Balmaceda Fernández, presidente de Chile entre 1886 y 1891,

quien, luego de haberse iniciado una guerra civil en su país y sus tropas fueran derrotadas, se disparó un tiro en la sien, mientras se hallaba refugiado en la embajada argentina.

137 Robert Norris, op. cit., Tomo II, p. 268.138 Diario El Comercio, Quito, 21 de febrero de 1960.

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ubicó en una tarima al pie del monumento a Bolívar, en medio de una serie de disparos que mataron a cinco personas e hirieron a otras veintiséis. Calmados los ánimos, en parte por la intervención de la policía, y frente a una inmensa muchedumbre Velasco inició su discurso:

Alma ilustre del pueblo de Quito. Ante todo, vaya mi protesta ante la América del Sur, ante la patria y ante la civilización occidental, por el crimen nefando que acaba de cometerse bajo el Gobierno del doctor Camilo Ponce Enríquez. Ayer, anoche, el asalto a radio Tarqui y heridas a velasquistas, y entre los autores de este asalto estaba un sobrino del presidente de la República. Hoy, desde el Comité Placista se dispara contra el pueblo, contra el pueblo soberano, se atro-pella y asesina al pueblo, en pleno uso de su soberanía popular. Yo en nombre de la patria y del Libertador Simón Bolívar os pido ilustre pueblo de Quito y del Ecuador en general que no salgáis de la ley y de la civilización, porque el triunfo es nuestro139.

La gente no dejaba de aclamar irrefrenablemente a su líder, quien continuó:

No perdáis, pueblo de Quito y ecuatorianos, ni por un instante, vuestra sere-nidad; no os salgáis ni un instante de la cultura y de la ley, porque después del crimen del placismo cometido anoche y de Ponce Enríquez, el cinco de junio próximo será el triunfo nuestro. Después vendrá la audacia a hablar del caudi-llismo, de las masas; ellos no conocen sino el fraude electoral, para disfrutar del poder y la satisfacción de sus ambiciones personales. Yo no soy caudillo, estoy con el pueblo; he sentido con el pueblo, me he compenetrado con el pueblo y buscándole por tarabitas y barrancos he estado en el tugurio y en la enfer-medad, y por eso el pueblo me comprende y me quiere. El pueblo me busca porque sabe que le he servido con honradez y valor140.

Concluido el discurso, las masas velasquistas buscaron venganza, atacando domicilios, periódicos y radioemisoras. Las semanas subsiguientes tuvieron una tónica similar, siendo ésta una de las campañas más violentas de la historia electoral del país, pues casi diariamente la prensa reportó incidentes en todo el país, entre grupos velasquistas, placistas y corderistas, estos últimos partidarios de Gonzalo Cordero Crespo.

Cinco días antes de las elecciones, el 31 de mayo de 1960, esa masa velas-quista incondicional; ese enjambre de humildes y marginados, a quien Velasco impresionaba con su vibrante y demagógico discurso en pos de una reivindica-

139 Ibídem, 20 de marzo de 1960.140 Ibídem.

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ción a veces abstracta; ese pueblo desamparado que ansiaba ser parte activa de la sociedad y de la vida política del país, habría de convertirse en su “querida chusma”, a quien Velasco apeló nuevamente en busca de su apoyo:

Hoy, después de esta estupenda manifestación […], por obra vuestra, por obra de Guayaquil, por obra del pueblo ecuatoriano, este mismo pueblo se abre paso definitivamente a una nueva era, a una nueva vida de justicia integral, a una vida de política seria, austera y concienzuda, tal como corresponde a vuestros sa-crificios, a vuestra grandeza, a la esplendidez de vuestra alma, nobles hombres de Quito […] El velasquismo ha sido siempre un sistema de lucha, un enamo-ramiento de la justicia, una sed de redimir al pobre, un anhelo de prestigiar al Ecuador, una confianza en las fuerzas de la República, en las fuerzas de las clases pobres, en las fuerzas de las clases altas. El pueblo ecuatoriano, como entidad colectiva, ha sido la finalidad del esfuerzo, del amor y de la fe del velas-quismo durante treinta años141.

Y continuó:

¡Sí, señores, sí, amigos de Quito, sí, héroes del 2 de agosto de 1810, yo contem-plo ahora este mar humano que me rodea, veo este ir y venir del mar humano, este movimiento del mar humano y no hago sino sentirme cada momento más pequeño! […] A una persona muy distinguida de la clase adinerada y pudiente del Ecuador consagrada hoy a ayudar al velasquismo, que ha comprendido los dolores del pueblo, que ha comprendido que el pueblo necesita una auténtica regeneración económica y biológica, elementos de una oligarquía miserable y estrecha le decían hace pocos días: “Hasta usted está metido con la chusma velasquista. Vosotros, los hombres que estáis aquí; vosotros, los fuertes brazos que ya los quisiera para sí don Galo Plaza, el momento que sois velasquistas sois la despreciable chusma velasquista. Pero os diré lo que el presidente Ales-sandri, un grande hombre de Chile, decía en ocasión análoga: ¡Querida chusma, con vosotros cuento para levantar la grandeza internacional del pueblo!142

Los miles de velasquistas presentes en la plaza de San Francisco, aplaudían y deliraban por su líder, quien prosiguió:

Solemne insolencia: ‘chusma, chusma’. En esta chusma hay artesanos benemé-ritos, de gran corazón y noble espíritu; en esta chusma hay mujeres abnegadas que sacrifican su existencia para salvar a sus hijos de la pobreza, por educarlos, por redimirlos, por darlos a la patria; en esta chusma hay campesinos que siem-

141 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Discursos”, Tomo XII B, Quito, Editorial Santo Domin-go, s. f. [1974], pp. 245-246.

142 Ibídem, pp. 246-247.

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bran, cosechan y dan la vida práctica que el pueblo tiene: la vida agrícola; en esta chusma hay brazos esforzados, grandes almas, nobles espíritus, hombres que saben morir por su ideal, hombres que saben luchar y vencer por dar al país la libertad electoral; sí ¡esta chusma es el alma de la patria, esta chusma es la que redime a la República de la corrupción, del estancamiento egoísta, calculador y corrompido en que hoy está; sí esta chusma es la que nos purifica, nos da fuerzas y nos levanta!143.

Y fue esa chusma –entendida como la gente pobre pero trabajadora–, ese pueblo, esa masa, la que dio el triunfo a Velasco el 5 de junio de 1960 para un cuarto mandato presidencial, con más del 48% de los votos, entre los cuales también se encontraron muchos sufragios provenientes de la derecha e incluso del clero. Sin embargo, la falta de homogeneidad del Frente Nacional Velas-quista, el predominio de elementos irresponsables, las ambiciones personales y los conflictos ideológicos, serían las causas fundamentales para una nueva caída de Velasco del poder144. A ellas se sumarían otros factores como la grave afectación a la economía del país, el desatino en el manejo de la política inter-na y externa, una conspiración velada por parte de los partidos políticos y las Fuerzas Armadas, y finalmente el deterioro de las relaciones entre Velasco y su vicepresidente Arosemena.

Luego de varias huelgas y manifestaciones estudiantiles contra el gobier-no, en octubre de 1961, Arosemena y otros congresistas fueron arrestados y conducidos al panóptico el 7 de noviembre de ese año. Al día siguiente, las Fuerzas Armadas retiraron su apoyo a Velasco Ibarra, quien terminó asilán-dose en la Embajada de México. Arosemena fue liberado del penal en horas de la noche, y conducido hasta el Congreso, donde fue proclamado Presidente Constitucional. Desde la legación mexicana, Velasco remitió un comunicado ‘Al Pueblo del Ecuador’ el 11 de noviembre, denunciando una clara violación a la Constitución por parte de Arosemena, al proclamarse Presidente. Ese mismo día, Velasco –acompañado de su esposa– fue conducido al aeropuerto, donde un avión lo transportó nuevamente rumbo al destierro. Una pequeña muche-dumbre, parte de su masa o acaso de su chusma velasquista se percató de su partida, y con pañuelos blancos lo despidieron, mientras lloraban y gritaban ¡Viva Velasco!

Más de seis años permaneció el Gran Ausente en Buenos Aires. Finalmente, presionado por sus partidarios desde los últimos meses de 1967, aceptó la can-

143 Ibídem, p. 247.144 Robert Norris, op. cit., Tomo II, p. 279-280.

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didatura a la presidencia de la República por quinta ocasión, declarando además que se acompañaría en su gobierno “de hombres capacitados, ágiles, de visión administrativa, de cierta vehemencia, deseosos de hacer continuamente el bien, aunque pertenezcan a cualquier partido o agrupación política”145. Llegó a Gua-yaquil el 9 de marzo de 1968, siendo recibido por más de treinta mil seguidores, integrantes de su masa velasquista, para emprender la campaña electoral que concluiría con las elecciones del 2 de junio de ese año. Trasladado a la explana-da contigua al Estadio Modelo, inició su alocución:

Que en la hora actual del mundo en que todo sucumbe, se levanta una ola nue-va que se propone luchar contra la miseria, porque no quiere el hombre libertad si continúa angustiado por el hambre, auspiciar el nacionalismo y procurar la cooperación entre pueblos para que la humanidad llegue a su meta de conseguir la libertad, la igualdad y la fraternidad; que el pueblo ecuatoriano tiene derecho a exigir justa retribución por su trabajo, viviendas higiénicas, asistencia social, escuela para sus hijos, una reforma agraria que no propugne latifundios ni mi-nifundios; que solicita a los capitalistas, que nada tienen que temer de él, que disminuyan un poco su lucro desorbitado, y que lo que se necesita en el país no son discusiones políticas e ideológicas, sino que se construyan carreteras, escuelas, viviendas populares146.

En los comicios electorales, Velasco Ibarra triunfó con casi un tercio de los votos, aunque la sorpresa fue que, en razón de haberse realizado las elecciones de presidente y vicepresidente por separado, su vicepresidente fue el candi-dato del Partido Liberal. Si bien había ganado la presidencia por quinta vez gracias a su masa velasquista, su votación había disminuido respecto a eleccio-nes pasadas. Por entonces Velasco Ibarra todavía era considerado por aquella muchedumbre como el hombre que debía redimir a los pobres e incluso como un verdadero profeta, sin embargo, el desgaste de su actuación política por más de treinta y cinco años –incluidas sus caídas del poder–, las ambiciones de sus círculos de colaboradores y auspiciantes, las consecuencias de las luchas ideoló-gicas y políticas, los cambios generacionales, las inconstancias en el manejo de la política y la economía, e incluso su misma edad, son factores que menosca-baron el apoyo popular que recibió en años anteriores.

A pesar de todo, su masa, su pueblo, su chusma, seguía presente, le apoya-ba, y continuaba siendo el referente de su discurso. El 1 de septiembre de 1968, día de su posesión ante el Congreso, Velasco dijo:

145 José María Jaramillo Palacio, Velasco Ibarra. Presidente idealista, Quito, SAG Vol. 84, 1995, p. 219.

146 Ibídem, p. 221.

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El voto de un pueblo inteligente y valeroso que sabe vencer todos los obstácu-los opuestos a la expresión de su soberanía, me lleva por quinta vez a la Presi-dencia de la República. No me confiere título de orgullo sino responsabilidad de servicio. Nada podré, desde luego, sin la ayuda generosa de vuestra sabiduría y austero patriotismo. Afligen a la patria problemas sin cuya solución rápida muy graves quebrantos podrían producirse. La etapa que se abre en este mo-mento en nuestra nación y ante vuestro docto patriotismo, no es de ideologías teóricas sino de apremiantes exigencias prácticas. Debo hablaros con la fran-queza de quien ante trascendentales peligros, cumple con el deber de expresar su opinión sincera. Es, tal vez, mi mayor y más sincero aporte en este momento de hondas inquietudes147.

En efecto, fue ese mismo pueblo, dirigido por la Federación Nacional Ve-lasquista, la que lo llevó nuevamente al poder. Cabe señalar que cada velasquis-mo fue un fenómeno particular, pues “en cada candidatura su respaldo social fue diverso […] En el año 1933 recibió el apoyo del Partido Conservador [y de] varios liberales de la Sierra y algunos sectores de caciques y de terratenientes costeños; [pero] la base social de entonces estuvo conformada, fundamental-mente, por las clientelas artesanales del Partido Conservador, que tenían ade-más una gran influencia rural”. Sin embargo, en los años cuarenta su prestigio se amplió hacia los sectores urbanos; mientras en los cincuenta, Velasco poseyó además el apoyo de sectores urbanos costeños. Para esta elección de 1968, únicamente triunfó en tres provincias –todas de la Costa–, siendo vencido en Quito por el cañarejo Andrés F. Córdova, y evidenciándose que el electorado velasquista se había desplazado de la Sierra a la Costa148.

La Federación Nacional Velasquista fue una agrupación que se organizó “únicamente para enfrentar las elecciones presidenciales, y [que desaparecía] de hecho una vez alcanzado el objetivo final de la toma del poder por su caudillo que, por lo tanto, en el ejercicio del gobierno se [vio] privado de un aparato político que lo respalde”149. En realidad, Velasco siempre se opuso a que el velasquismo se organice como partido político, es decir nunca quiso formar un partido propio; empero, fueron sus partidarios y colaboradores los que prác-ticamente lo obligaron, y consiguieron que dicha Federación se constituya le-

147 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Mensajes presidenciales”, Tomo XIII B, Quito, s. e. [Edi-torial Santo Domingo], s. f. [1974], p. 527.

148 Enrique Ayala Mora, “Base social velasquista”, citado en Barriga, op. cit., p. 48.149 Oswaldo Hurtado, op. cit., p. 223.

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galmente como partido político, en 1968, para cumplir con un requisito que lo habilitaba para intervenir en la jornada electoral de junio de ese año150.

Sin embargo, Velasco mismo “se constituyó en la figura de una realidad en la que los protagonistas fundamentales no eran los individuos, sino las ma-sas”151; tampoco lo fueron la Federación Velasquista, ni las alianzas, ni los di-rigentes, ni los contribuyentes a sus campañas. El protagonista fue su pueblo, su masa. Y junto a ella Velasco Ibarra propugnaba una nueva revolución: la ‘revolución velasquista’; y así lo manifestó a la muchedumbre concentrada en la Plaza de la Independencia de Quito, el 7 de marzo de 1969:

Vuestra presencia arrolladora y entusiasta, después de seis meses de gobierno, es la prueba más grande de vuestra confianza en que el Gobierno que yo pre-sido es un gobierno de honradez, es un gobierno de honor, es un gobierno de transformación nacional. Habéis acudido a esta histórica Plaza de Quito, a esta Plaza de la Independencia de Quito, para manifestar vuestra decisión absoluta, total y firme de que no daréis un paso atrás en la nueva revolución, la revo-lución de la justicia integral y completa para cada uno de los habitantes de la tierra ecuatoriana, para cada uno de los ciudadanos de la República del Ecuador […] Nuestra revolución ecuatoriana es una revolución evidentemente original, nuestra revolución no amenaza atropellar a nadie, violar los derechos legítimos de nadie, impedir las iniciativas de nadie; nuestra revolución no ha renegado de la moral, no ha renegado de los altos valores morales; nuestra revolución está enmarcada dentro de la libertad, dentro de los valores morales, dentro del respeto a la persona humana152.

Mientras Velasco continuaba con su discurso, exteriorizando sus ideas so-bre la ‘vieja y la nueva política’ y ‘el valor del petróleo’ –en el que incluso ad-vertía que algún día este recurso natural podía terminarse–, la masa comenzó a proclamar incesantemente: “Revolución, revolución, revolución…”. Frente a esta propuesta, y con el objeto de controlar a sus partidarios, Velasco aclaró:

150 En uno de sus discursos Velasco mencionó: “Hay, pues, que formar no partidos, porque el mundo no está hecho para partidos. Hay que formar movimientos. Los partidos son instituciones anqui-losadas de la etapa burguesa que ya pasó. La hora actual de este siglo, es la vehemente explosión de los reclamos de las muchedumbres, de los reclamos populares, de los reclamos nacionales. Hay que formar grupos, movimientos que penetren muy adentro de esta nueva hora en que los pueblos y las naciones se expresan y quieren fortificarse. Esto no lo van a entender jamás los anquilosados partidos políticos, esos grupos anarquizantes y descentrados que surgen hoy por todas partes” (Diario El Comercio, Quito, 23 de marzo de 1969; citado en Hurtado, op. cit., p. 223).

151 Enrique Ayala Mora, “Para leer a Velasco Ibarra”, en América Ibarra Parra y Pedro Velasco Espinosa, compiladores, José María Velasco Ibarra en la Historia, Quito, Edit. Raíces-FED-ITSNE, 2012, p. 80.

152 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Discursos”, Tomo XII B, op. cit., pp. 321-322.

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Vosotros aquí abajo, estáis diciendo: revolución, revolución; la palabra revolu-ción, amigos míos, es una palabra fácil de emplear, pero muy difícil de ejecu-tar. Tenemos que vencer, oídmelo bien; no podemos, no debemos trastornar cruelmente y tontamente el país; sería peor la falta de trabajo, el caos, sería mil veces peor que los problemas que tiene la República; tenemos que ir todos los días reformando una cosa, cambiando otra, sin cesar, cambio profundo, obras profundas, diariamente, todos los días. Queréis revolución. Hacedla primero dentro de vuestras almas. El amor a la humanidad, el amor a la patria, el saber luchar, el saber hacer sacrificios, sin amilanarse, eso es la revolución: amor al progreso y a la justicia, de todos los días, venciendo todos los obstáculos y todos los trabajos153.

Dominada la masa, Velasco concluyó diciendo:

¡Cuánta es vuestra grandeza moral, ecuatorianos: cuán grande es vuestro cora-zón, hombres del pueblo ecuatoriano! […] Trabajemos todos los días, no por nosotros mismos: trabajemos por las generaciones que vendrán; la grandeza del hombre consiste en conquistar la gloria día a día, peldaño a peldaño, con el dolor, con el sacrificio, con el valor […] Nosotros estamos resueltos a trabajar estos cuatro años por la grandeza de la República, dentro del respeto a la ley […] Amigos míos, hombres y mujeres de la patria, tened confianza que no os traicionaremos154.

Y eso era lo que en verdad esperaba su masa: no ser traicionada. Sin em-bargo, pronto comenzó a surgir el descontento social como fruto del erróneo manejo económico del país y de la aplicación de nuevos impuestos, descon-tento que se tradujo en desórdenes estudiantiles, huelgas corporativas, paros de actividades, y manifestaciones universitarias, expresiones de protesta que recibieron como respuesta una fuerte represión policial. En su desesperación por controlar las manifestaciones estudiantiles, la fuerza pública desencadenó hechos de violencia. Violó los predios universitarios para desalojar a los estu-diantes, y dejó como saldo varios muertos y heridos, destrozos a la propiedad y decenas de detenidos. El 22 de junio de 1970 Velasco Ibarra desconoció la Constitución, disolvió el Congreso, clausuró varias universidades y ordenó apresar a sus rectores, declarándose ipso facto dictador.

Las universidades no fueron reabiertas sino hasta marzo de 1971; sin em-bargo, la dictadura velasquista sufrió el embate de las protestas de otros secto-res como los sindicales. El 1 de mayo de ese año “desfilaron por primera vez

153 Ibídem, p. 325. Las cursivas son nuestras.154 Ibídem, pp. 331-332.

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juntas y suscribieron además un comunicado conjunto, la Confederación de Trabajadores del Ecuador hegemonizada por el Partido Comunista, la Fede-ración de Trabajadores de Pichincha vinculada al socialismo revolucionario, y la CEDOC en la que algunos dirigentes iban transitando de posiciones filo demócrata-cristianas a posiciones socialistas”155. Un mes más tarde se creó el Frente Unitario de Trabajadores, cuyos dirigentes, conjuntamente con los de la CTE y la CEDOC, convocaron a una huelga nacional, la cual finalmente no tuvo el éxito deseado.

Poco antes de dicha movilización se llevó a cabo en Quito, a finales de ju-nio de 1971, la Tercera Convención Velasquista, en la cual el caudillo pronunció un discurso proclamando al velasquismo como el futuro de la patria:

La patria no vive de los politicastros. La patria no vive de los caudillos improvi-sados. La patria y las patrias viven de los pueblos: de los pueblos comprendidos, orientados y hábilmente dirigidos hacia el futuro de su destino […] La historia tiene un rumbo. La historia universal sigue un camino, un sendero. Este cami-no, este sendero es el que conduce día a día a mayor libertad, a mayor justicia, a mayor grandeza del hombre individual, de todos los hombres individuales, a la justicia para todos y con todos […] Y el pueblo ecuatoriano ha tenido la intuición profunda de lo que es la libertad, de lo que es la justicia y ha tenido la bondad de confiar en mí que nunca le he engañado y juntos hemos luchado por la libertad156.

Velasco continuó con su alocución, haciendo un breve recuento de los diversos velasquismos y sus obras, poniendo de relieve el apoyo permanente que tuvo por parte de la masa velasquista, habiendo sido las mujeres el motor principal del triunfo en su quinto período presidencial. Velasco concluyó apre-miando a todos sus partidarios a mantenerse unidos a costa de todo sacrificio, por el futuro de la patria. Un futuro que Velasco ilusamente creía promisorio.

Empero, la crisis social y política se agudizó en los últimos meses, y el cau-dillo, el líder de los desamparados, el profeta, fue derrocado la noche del 15 de febrero de 1972 por parte de las Fuerzas Armadas, comandadas por el General Guillermo Rodríguez Lara. Una vez depuesto del poder, buscó nuevamente el apoyo de su masa para salvar su última presidencia. Fue a Guayaquil, y él mismo se dijo: “Si yo alcanzo a hablar por radio, tengo a trescientos mil guayaquileños

155 Jaime Durán Barba, “Movimientos sociales en el Ecuador”, en Daniel Camacho y Rafael Menjívar (coordinadores), Los movimientos populares en América Latina, México, Siglo Veintiuno editores, 2005, p. 255.

156 J. M. Velasco Ibarra, Obras completas: “Discursos”, Tomo XII B, op. cit., pp. 407-408.

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en la calle, ¡y no me saca el dictador de ahí, el traidor Rodríguez Lara no puede nada!”157. Velasco intentó llegar al Canal 10 para hablar por televisión, pero su esfuerzo fue inútil. Los equipos fueron desconectados y su ‘masa’ no pudo es-cuchar su último pedido de apoyo. A los pocos minutos, un piquete de marinos lo tomaron preso y lo enviaron desterrado a Panamá.

Al día siguiente Rodríguez Lara justificaba la toma del poder “en vista de la división entre ecuatorianos, del caos y de las ambiciones de los políticos”. Por su lado, Velasco declaraba en Panamá: “Todo está terminado para mí, y todo lo que deseo es ir a la Argentina para leer y descansar”158.

SUS AÑOS FINALES

Poco tiempo después Velasco llegó a Buenos Aires, donde pasó a vivir en un modesto departamento de un edificio ubicado en la esquina sureste de las calles Bulnes y Santa Fe. Vivía pobremente de su pensión de ex mandatario, así como de la venta de algunas de sus pertenencias y condecoraciones que le hicieran algunas de sus amistades en Quito. Ya no dictaba la cátedra.

Solía pasear por las calles y parques de la ciudad, escuchar misa en la Ca-tedral, y cenar religiosamente todos los domingos junto a su esposa, en el res-taurant Otto159. Algunas veces recibía en su domicilio a políticos ecuatorianos, amigos, parientes, y algunos periodistas como Pablo Cuvi, quien lo entrevistó largamente en 1975.

Hasta la caída de Rodríguez Lara, producida en enero de 1976, Velasco apenas comentaba o criticaba el ‘gobierno nacionalista revolucionario –como en la entrevista con Cuvi–; sin embargo, cuando el Triunvirato Militar anunció, en 1977, el regreso al orden constitucional, aumentaron las declaraciones de Velasco. En febrero de aquel año manifestó que “los comunistas engañan al pueblo, porque la confiscación de la propiedad privada y la eliminación de la iniciativa popular conducen a los pueblos a la bancarrota, para evitar la cual tienen que acudir a dictaduras feroces”; mientras en marzo expresó que no participaría en una nueva campaña electoral, por su avanzada edad y por sus malestares, rechazando en forma caústica la posibilidad de formar un nuevo

157 Pablo Cuvi, op. cit., p. 213.158 José María Jaramillo Palacio, op. cit., p. 261.159 Carlos Vera Rodríguez “8 horas con Velasco Ibarra: Entrevista al filo del drama”, en Ibarra

y Velasco, op. cit., p. 111.

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binomio con Carlos Julio Arosemena, porque “esos errores no se cometen sino una sola vez”. Consideró inconveniente realizar el Referéndum previsto para enero de 1978, en que se escogió una nueva Constitución para el país; y luego del triunfo de Jaime Roldós en la primera vuelta de julio de ese mismo año, Velasco manifestó que “dicha elección representa una irrupción popular que puso término a la dictadura que se proponía dominar indefinidamente al pueblo ecuatoriano”160.

El 7 de febrero de 1979 falleció su esposa Corina Parral en Buenos Aires, debido a una caída desde un autobús en movimiento. Una semana más tarde Velasco regresó a Quito trayendo el cadáver de su esposa, para sepultarlo en la cripta de la Dolorosa del Colegio San Gabriel. El famoso periodista y ensayista quiteño Raúl Andrade Moscoso le dio la bienvenida a su tierra, en un editorial de Diario El Comercio que decía:

Por sexta vez en su tempestuosa existencia, arribó ayer, después de largo exilio, el solo personaje político ecuatoriano que haya llegado a merecer el remoquete de ‘domador de multitudes’. Los balcones estaban clausurados; no regresaba ya el ilustre anciano en plan de combate, ni hacía resonar su voz metálica y encole-rizada que restallaba como un látigo sobre la piel del país. Por primera vez en su vida, regresaba agobiado por un hondo pesar, pero ni vencido ni desmoronado. Enhiesto y altivo, con la cabeza erguida y relampagueante, descendió del avión que lo trajo desde Buenos Aires tras el cadáver de su digna y enaltecida com-pañera de muchos años. Si es conmovedor oír llorar a un niño, estremece ver llorar a un anciano […] ¡Bienvenido a su tierra doctor Velasco Ibarra! Como a la sombra de un añoso roble, la luz crepuscular proyecta su figura en la emoción de un pueblo que él enseñó a caminar161.

Las últimas semanas del caudillo transcurrieron en total privacidad, falle-ciendo en la Clínica Pasteur de la capital el 30 de marzo de 1979. Pocos días antes, a propósito de una entrevista televisiva, Velasco había vuelto a hablar de libertad, de igualdad, de justicia; y también de su pueblo, de sus masas… Sin embargo, señaló que retornó a su país, solo “a meditar y a morir”.

Quito, septiembre de 2013

160 José María Jaramillo Palacio, op. cit., p. 269.161 Diario El Comercio, Quito, 17 de febrero de 1979.

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VELASCO IBARRA.TEXTOS

POLÍTICOS

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Ramiro de Maeztu y los principiosde autoridad y libertad162

EL DERECHO OBJETIVO Y LA PRIMACÍA DE LAS COSAS

Siendo placer inmenso al leer libros que, con la fuerza del razonamiento, des-hacen el modesto edificio de mis ideas, inclinadas y. . . prejuicios, y, después de algunos momentos de vacilación, duda, tristeza, me presentan un sistema nuevo, más rico, más hondo, más fecundo. Pisar terreno desconocido, pero mucho más firme que el antes habitado, divisar un horizonte más prometedor y vasto, entender conceptos ignorados que expliquen más misterios y aclaren antros terribles, es el mayor de los placeres, porque es placer intelectual, porque es satisfacción ética, porque con estos placeres nada tienen que ver el hastío, la desilusión, el cansancio.

¡Ley singular la de la humana inteligencia!... No puede la inteligencia vivir sin verdad, sin investigaciones, sin afirmaciones; pero la verdad integral, la ver-dad plena se nos escapa siempre. Acaso alcanzamos solo fragmentos mínimos de verdad, y cuando estamos alegres y seguros por la comprensión de un gran principio, un pequeña experiencia nueva, un insignificante adelanto en la vida, una conversación, un libro, destrozan, como se derrumba con un soplo un castillo de naipes, el vacilante andamiaje de nuestras opiniones, y nos impelen a creer en cosas nuevas, a simpatizar con doctrinas hasta entonces absolutamente extrañas, a encariñarnos con otros puntos de vista.

Vida de inquietud, vida de honradez es la vida intelectual, Inquietud para buscar siempre, sin dejar en el cerebro sedimentaciones inertes; honradez para desprendernos de nuestros más caros pareceres, enterrarnos, olvidarnos con tranquila tristeza, y abrazar otras normas, otras direcciones.

Cuando leí las Cuestiones políticas y los Problemas políticos de Emilio Faguet, columbré por vez primera la complejidad del problema social, del problema humano: ¡cuántas cuestiones suscita la convivencia entre hombres!... La lectura de La crisis del humanismo de Ramiro de Maeztu, no solo ha sido un nuevo co-lumbrar de mundos desconocidos e insoldables, sino un desprenderse doloroso de juicios que reputaba afirmados para siempre.

162 Tomado de: José María Velasco Ibarra, “Ramiro de Maeztu y los principios de autoridad y libertad. El derecho objetivo y la primacía de las cosas”, en Obras completas: “Estudios varios” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo III, Quito, Lexigrama, 1974, pp. 33-37.

ESTUDIOS VARIOS

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Ramiro de Maeztu, de cincuenta años completos de edad, nacido en Victo-ria, hombre de actividad y de viajes, profundo conocedor de Inglaterra, es una de las mayores honras del pensamiento español. Filósofo, en sentido intenso y extenso, publicista, jurista, renovador audaz; original y sincero de los valores recibidos en la ciencias filosóficas, políticas y jurídicas. Maeztu, Maestro por el caudal de su saber, por la penetración de sus ideas, por su exactitud, por su perspicacia, por su afán docente, desciende al terreno de la historia y de la sociología, desde las más altas y orientadoras cimas del pensar metafísico y alcanza a descubrir valles fecundos en rectificaciones de conceptos y en virtua-lidades saludables.

Para Maeztu lo que explica la vida humana son las cosas buenas que se de-ben llevar a cabo. Poder, verdad, justicia y amor, son cuatro cosas por las cuales se justifican los afanes y heroísmos de los hombres, ya en la actividad particular e individual, ya en la vida colectiva y social, Ni el santo ni el sabio ni el soldado ni el filósofo pueden ser indiferentes, puede despreciar el poder, medio para cumplir todos los fines, la verdad, la justicia y el amor. Aspectos de estas cuatro “cosas espirituales” las realiza el hombre individualmente; pero otros aspectos de estas cuatro “cosas espirituales” no puede realizarlas el hombre sino asocia-do con sus semejantes, y de aquí surge la necesidad de la sociedad, del Estado, de la Iglesia o de las Iglesias. No cabe afirmar que el hombre, en cuanto tal, tenga derechos: no hay derechos subjetivos del hombre: en cuanto tal, tenga derechos: no hay derechos subjetivos del hombre: ni del ciudadano ni de la persona. La persona carece de derechos. Lo que hay es una cosa, un valor, una “cosa espiritual” que debe ser llevada a la práctica, que debe ser amada, y el de-recho es la relación necesaria para que el hombre o los hombres realicen la cosa. El derecho emana de las cosas que se deben hacer: el hombre solo tiene una importancia instrumental –instrumento racional– para que las cosas se hagan.

Colocado en este altísimo punto, el filósofo lleva al lector a las conclusio-nes más trascendentales. Hegel partió del concepto de la evolución del ser, de la evolución de la idea, que, poco a poco, por avanzar sucesivo, va relevándose a sí misma, y de aquí llegó Hegel al Estado, suprema objetivación del ser, entidad con valor propio, sustantivo, dotado de derechos peculiares. El Estado, el “Es-tado prusiano” tiene derecho a superponerse a todos los demás, intensificando así la objetivación de la idea, que deviene. –Desde Hegel, quien cuenta también con los antecesores doctrinarios, viene la moda de considerar a la sociedad como una personalidad, con conciencia colectiva, con voluntad colectiva, dis-tintas de la conciencia y de la voluntad de los individuos que la componen–.

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Los autores de derecho político tienen un falso concepto de poder, o de lo que ellos llaman soberanía: la autoridad, según estos, está llamada a mantener el orden, tiene facultad de imponerse a los súbditos, indicando y prescribiendo todo lo que el orden exige. Los autores de derecho político así como enredan el concepto de autoridad –imposición para el orden– así, según su tempera-mento, se equivocan al hablar de la libertad. Para Stuart Mill la libertad de la persona es sagrada, intangible e inviolable, es la libertad de la persona es sagra-da, intangible e inviolable, es la libertad un estímulo al verdadero esfuerzo, al descubrimiento de verdades ignoradas. El Estado solo tiene el fin de impedir la coacción contra la libertad.

Para Maeztu todas estas opiniones son radicalmente falsas: ni la sociedad es una persona, una entidad con derechos subjetivos propios, con voluntad colec-tiva, ni la autoridad es un fenómeno especial ni la libertad merece el respeto de que la rodea Stuart Mill. –Lo único que pero no nace de aquí una personalidad aparte; hay tan solo varios individuos que se reúnen en una cosa que se debe realizar. Se trata de la defensa de una sociedad ante enemigos que pretenden arre arrebatarle su territorio: la cosa en que se unen los individuos es la defensa, pero no pasa de esto la unión: no hay una personalidad aparte. El Estado son los individuos asociados para la defensa interna y externa: nada más. Los hom-bres jamás se unen directamente de persona a persona. Los hombres se unen en una cosa, para realizar una cosa.

Como hay diversas cosas que hacer, hay también diversas sociedades. Se unen los individuos para cultivar la música, las ciencias, el deporte, para una obra de beneficencia, para aprender idiomas, protegerse entre profesionales, defenderse entre conciudadanos, sostener una fe: he aquí el fin de las socieda-des. Académicas, Sindicatos, Estados, Iglesias. Todo se reduce a la necesidad de funciones humanas para realizar cosas. La autoridad no es sino una función: función para la armonía, para la defensa; así como función es cultivar la ciencia y fomentar las obras benéficas. No demos al Estado ni la autoridad valor espe-cial. El Estado y la autoridad, dentro de su fin, tienen la misma importancia que cualquier otra sociedad que se proponga valorizar una cosa tan necesaria como el defenderse contra enemigos. Los autoritarios creen que el poder es un fin y subordinan las cosas al poder. La verdadera es que el poder se justifica solo en cuanto sirve para que las cosas se hagan. De aquí surge la licitud de la democra-cia y del socialismo: ambas doctrinas estimulan al mayor número de hombres para cooperar en las funciones de la vida. Todos los hombres deben cooperar y deben poder cooperar para alcanzar las cosas buenas. Todo derecho surge

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de una cosa, de una cosa buena. El hombre vale en cuanto hace cosas buenas.La libertad tiene valor en cuanto se opone a que los hombres sean autóma-

tas, pero en cuanto derecho para gozar egoístamente de placeres y comodida-des, la libertad es inmoral: no existe como valor racional. No hay derecho para que un individuo esté seguro y tranquilo en su casa, mientras todos los demás contribuyen, sacrificando su propiedad, para el sostenimiento de los servicios sociales.

La teoría de la libertad, entendida como lo suponen estos ejemplos, implica que el hombre es un fin en sí mismo, y ya sabemos que las “cosas” buenas son los fines, y que el hombre tiene solo valor instrumental; el hombre está obliga-do a buscar las cosas buenas, porque para estas vive, como un funcionario vive para desempeñar su función.

La obra de Maeztu tiene por objeto sostener la primacía de las cosas y el predominio del concepto de función. La sociedad se descompone en fun-ciones para cosas. Aún en el orden internacional, la nación no tiene derechos subjetivos frente a otra, para defender un territorio que ni cultiva ni mejora. La nación solo puede defender el libre ejercicio de sus funciones y las regiones en que puede desenvolver su potencialidad y aptitudes de progreso. El individuo carece de derecho subjetivo para mantenerse en una propiedad de que ni bene-ficia el ejercicio de sus funciones, es decir, el desarrollo útil, benéfico y eficaz de sus capacidades. Solo hay derecho para cumplir su deber, y el deber es realizar cosas. El niño y el idiota no tienen derechos. El uno merece amparo, porque es una energía funcional en esperanza: El otro lo merece, porque la sociedad debe ser caritativa.

Todo lo enseñado por Maeztu en La crisis del humanismo me parece la ver-dad pura, verdad valiente, acaso, pero verdad siempre. Yo también creo que nadie tiene derecho para quedarse tranquilo y ocioso, para desperdiciar rique-zas, para poseer terrenos sin cultivarlos, para restar a la sociedad los dineros que ésta necesita en los diversos aspectos de la cultura. Yo también creo que la propiedad es una función social particular: no cabe el desperdicio de las riquezas. Una sola duda tengo en el campo de la sociología. Los hombres se asocian en cosas, pero al asociarse por la intensidad con que se impone la cosa, ¿no se fusionan los sentimientos, tendencia, caracteres humanos, surgiendo una entidad nueva, una conciencia y voluntad cinéticas, no arrolladas como en Hegel, sino subordinadas también a las “cosas espirituales” perseguidas: poder, verdad, justicia, amor?

Procuraré meditar en este punto: ¡quizás el estudio disipe mis dudas!

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El sindicalismo163

L’étatisme recule devantLe syndicalisme.Gaston Morin

PARA COMENZAR

Las nuevas investigaciones sobre sociología y política han producido en estas ciencias una transformación tan grande como la ocasionada en astronomía y física por los descubrimientos de Faye y Ampére.

La interpretación de los móviles humanos, de la tendencia del instinto de los hombres, de las instituciones, trastornos, acontecimientos, creados por los individuos racionales en su afanar diario, en su inquietud de todos los días; la interpretación de la vida humana, en suma, no ha sido agotada por Aristóteles o Montesquieu ni por los redactores del Código Napoleón.

Los pensadores contemporáneos, aleccionados por la experiencia de las ge-neraciones, utilizando el esfuerzo científico de sus predecesores, aprovechando las facilidades que se presentan ahora para el saber, ven el problema del Estado y del derecho bajo luz distinta.

De hecho, el hombre ha sido y es víctima de la fuerza, de hecho, en la so-ciedad ha habido siempre opresores y oprimidos; de hecho, la forma de la or-ganización política ha variado, se ha mudado en los distintos tiempos y lugares; de hecho, el derecho romano no es el derecho egipcio, ni el Código Napoleón es el Código alemán. ¿Cambia, acaso, el ideal humano? ¿Se muda la trama interna de los instintos de los hombres? ¿Por qué? La fuerza en la sociedad ¿qué papel desempeña? ¿Se lucha por luchar? ¿Acaso solo se lucha en busca de la pacífica vida jurídica?

Estos problemas son gravísimos: tener una adecuada orientación acerca de ellos es de alta trascendencia. El empirismo y la pereza de pensar pudieron, acaso, inclinar a gobiernos y legisladores en el sentido de poner obstáculos a nuevas formas de la vida política y jurídica: más, si estas formas son necesida-des fatales, la labor gubernativa y legislativa, mal orientadas, no causaría sino

163 Tomado de: José María Velasco Ibarra, “El sindicalismo”, Partes I, II y III en Obras completas: “Estudios varios” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo III, Quito, Lexigrama, 1974, pp. 135-155.

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trastornos inútiles. Para dormir a la naturaleza es menester obedecerla, y para obedecerla es urgentísimo conocerla, y para conocerla hay que tener espíritu ágil, flexible, sereno, imparcial.

El sindicalismo es, hasta ahora, la más alta conquista jurídica: el hombre quiere, gracias a la unión de intereses idénticos, que se respete plenamente toda su dignidad. La unión de intereses idénticos entraña la disminución o el térmi-no del abuso de la fuerza; en adelante, el Estado no será ya el soberano indis-cutible, el centralizador despótico de toda actividad. En adelante, el Estado no será ya el soberano indiscutible, el centralizador despótico de toda actividad. En adelante, el poderoso capitalista no será rey absoluto en la vida económica, sino que las diversas actividades racionales se encauzarán por un sendero de positiva igualdad jurídica, sin opresores ni oprimidos.

¿Es el paraíso prometido a los de buena voluntad? No lo creo: la sociedad humana tiene virtualidades infinitas; la evolución no se detiene; después de cincuenta años se verán aparecer nuevos ideales de vida social. Pero mientras nuestros nietos se ocupen en estudiar esos lejanos ideales, démosles nosotros ejemplo de estudio; desapasionado y sereno, investigando el origen, la doctrina y las perspectivas del sindicalismo.

CAUSAS DEL SINDICALISMO

Una contemplación rápida de la historia humana es desconsoladora: asistimos a un cambio continuo merced al cual los oprimidos de ayer son los tiranos de hoy. Unos hombres explotan a otros; unos pueblos conquistan y dominan a otros: he aquí lo más notable, y, para distraerse en medio de tan funesta agita-ción, los hombres elevan oraciones al cielo y estampan en las paredes y monu-mentos sus internas imágenes estéticas.

Todos sabemos lo que fue la humanidad primitiva. “En tales condiciones”, dice D’Aguanno, predomina una especie de comunismo salvaje, originado por la insuficiencia individual. En todos los asuntos quien obraba no era el indivi-duo, sino la masa social. El individuo se reconocía incapaz para resistir por sí solo en aquella lucha cruenta contra el mundo exterior, y comprendía que su existencia dependía de la existencia misma de la sociedad”.

“Entre los salvajes”, dice el mismo autor, “los enemigos no son considera-dos como hombres, y contra ellos todo es permitido. En los tiempos prehistó-ricos como hombres, y contra ellos todo es permitido. En los tiempos prehistó-

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ricos, cuando no se daba muerte al enemigo prisionero se le considera como un animal doméstico, como una propiedad, la cual, durante cierto tiempo, debió también considerarse como propiedad colectiva”164.

Hablando de las costumbres sociales de nuestras antiguas parcialidades indí-genas, dice González Suárez: “La autoridad de los jefes era discrecional en tiempo de paz, y absoluta en tiempo de guerra. Los súbditos solían trabajar en servicio de los jefes, cultivando las tierras de ellos y ayudándoles a recoger las cosechas y fabricar las casas: para estas faenas concurrían todos los de la tribu”165.

Principiamos a ver al hombre sometido al hombre, y a ver cómo el Estado es, ante todo, la organización en la cual el hombre o la colectividad explotan al hombre más débil.

“Todo hombre”, dice Giraud Teulon, hablando del matrimonio en la an-tigüedad, “debía elegir entre desaparecer o formar parte de un grupo, el cual le hacía víctima de sus exigencias brutales”. “En la vida salvaje, un hombre débil posee muy raramente una mujer por algún tiempo: el más fuerte tiene generalmente el derecho de tomar la mujer del más débil y la opinión pública es favorable al raptor”166.

Todo es muy significativo: los hombres no hacen sino dominarse y explo-tarse. ¿Es éste el ideal humano? ¿Ha de seguirse siempre así?

Graves autores, como Jellinek, divisan a través de esta apariencia de pura lucha, de pura dominación mecánica, un orden jurídico humano: acaso se lucha en busca del complicado y difícil acomodamiento jurídico. Este acomodamien-to jurídico será, acaso, obra de la cultura, y la cultura será la lenta obra del tem-po. El tiempo no se afana, el tiempo no tiene nervios. Lentamente el tiempo va acumulando los factores de la evolución social. Pero, en fin, lo que hasta ahora presenciamos es la obra de la fuerza.

La grande, la inmortal Grecia, ostenta, entre muchísimos horrores, a “los ilotas, siervos de la gleba, que podían también enriquecerse y redimirse, mas no se perdona medio para tenerlos sujetos y aterrados167. En Atenas “los eu-pátridas, únicos propietarios del suelo, cedían sus tierras a los labradores por la sexta parte del producto, y si este tributo no se pagaba, el colono esta reducido a servidumbre y su hijos vendidos”168.

164 D’Aguanno, Génesis y evolución del derecho civil.165 González Suárez, Historia elemental de la República del Ecuador.166 Giraud-Teulon, Los orígenes del matrimonio y de la familia (traducción-española).167 Sales y Ferré, Historia general.168 Sales y Ferré, op. cit.

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Pero no olvidemos que Grecia trae al mundo el factor idea y el factor arte con una intensidad extraordinaria. Mucho se ha cambiado ya, desde la época de las primitivas tribus. Tanto en los cínicos como en los estoicos, “encuéntrense”, dice Jellinek, “claramente formulado el concepto individualista de la liberta-d”169. “En Atenas especialmente, a medida que crece la cultura, va escuchándo-se de modo efectivo la esfera de la libertad individual”.

El Estado, fuerza suprema, centralizador y vigilante indiscutible, que se introduce para legislar y oprimir en todo el orden de las actividades, tiene su génesis en Roma y en el derecho romano. “En el mundo occidental”, dice Je-llinek, “aparecen por primera vez en el imperio romano, corporalizados en una persona, el poder y la totalidad de los poderes del Estado. De aquí en adelante, toda concentración de los poderes del Estado. De aquí en adelante, toda con-centración de los poderes del príncipe se verá influida por este primitivo mode-lo romano”. “Donde quiera que se creen Estados, renacerá para servirle de tipo de construcción, la idea imperecedera romana del imperium”170. El romano hace notable en el mundo social, el factor voluntad, fuerza, potencia. El romano es un gran constructor y un generalizador magnífico. La historia de la humanidad recibe un sello particularísimo por obra de la energía romana, absorbente y ge-neralizadora. El hombre continúa absorbido y obedeciendo: ¿deberá obedecer siempre y en todo?

Por esta época aparece un hecho nuevo, que será una idea nueva y un sen-timiento desconocido. Este hecho es el cristianismo. Aquel precepto de dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios171, debió producir hondí-sima impresión en el César: estaba desafiado al absorbente poder de Roma. De la pesada mole social, se separaba, ahora el individuo, quien reclamará frente al Estado, al menos el derecho a su conciencia religiosa. “El gran hecho de los siglos tercero y cuarto, es la disminución de la idea del Estado” afirma Emilio Faguet. “El individualismo ha nacido del Cristianismo”, continúa el ilustre pen-sador. “Se desenvolverá en la Edad Media, siendo ya un dogma la idea de las dos ciudades: se renovará, y revivirá con la Reforma”172.

Hecho pedazos el imperio romano, “la historia de la Edad Media prin-cipia con formaciones políticas rudimentarias”, observa Jellinek. El imperium absorbente experimenta un largo eclipse. No faltan en esta época los pobres

169 G. Jellinck, Teoría general del Estado (traducción de Urrutia).170 Jellinck, op. cit.171 Evangelio de San Lucas XX, 21-26.172 Emilie Faguet, Propos littéraires.

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vasallos desvalidos y los señores feudales orgullosos, pero el individuo se sien-te apoyado por núcleos sociales que le rodean de manera cercana y próxima, permitiéndole el desarrollo de altas energías. Entre el vasallo y el señor median pactos de mutuos deberes y derechos.

Notemos que en los siglos once y trece, se produce un particular desarrollo económico e ideológico, a causa de una serie de factores acumulados. En lo económico, la agricultura se enriquece con nuevas plantas; el comercio se inten-sifica en el Mediterráneo; la industria revive en varios centros; se emancipan las ciudades, ganan franquicias las villas; se manumiten los siervos; los mercaderes se organizan en gildas, hansas o cofradías; los artesanos en premios, con sus maestros, oficiales y aprendices. Fúndanse las universidades de París, Oxford, Palencia, Salamanca, etc. etc.173.

La historia va, luego, a sufrir una perturbación en su evolución natural, pero las energías latentes solo esperan el tiempo para destruir todos los obs-táculos. “El poder público que tenía una estructura tan fuerte en el imperio Romano “, dice Morin, “se ha descompuesto progresivamente desde la caída de este imperio. Todo el sistema feudal es el desmembramiento del Estado, la sustitución de los poderes particulares y locales, al poder central único”, “con una habilidad y persistencia únicas, los capetos reconstituyeron poco a poco la unidad nacional y la soberanía del Estado”. “Su obra”, agrega el notable autor, “fue perfeccionada por la revolución, que marca la victoria definitiva del esta-tismo sobre la feudalidad”174.

Perfectamente; pero la sociedad en su incontenible devenir, rechaza a la larga las formas que fueron de ayer, que hoy son un esfuerzo pasajero y postizo, y utiliza el fondo de vida y robustez que todo movimiento social encierra.

La sociedad no se preocupó con lo que de inútil y caduco trajeron la Re-forma y la Revolución lo que ellas indicaron en el sentido de una más intensa afirmación de la individualidad humana contra la colectividad abusiva. Después de la Revolución, se hace más ostensible el valor de la dignidad personal. Años más tarde, intereses profesionales congregarán a estas individualidades ya defi-nidas, y el sindicalismo será otro gran movimiento jurídico.

Fijémonos un momento en la evolución económica moderna. Emilio Fa-guet estudia, en páginas verdaderamente admirables, los grandes hechos del siglo pasado, y escribe: “Existe otro gran hecho general: la plutocracia, es decir,

173 Sales y Ferré, Historia general.174 Gatón Morin, La Révolte des faits contra le Code, 1920.

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junto con la concentración territorial, la concentración de los grandes capitales. La riqueza era antes la posesión del suelo, es decir, démonos cuenta de esto, no era la riqueza; no tenía ninguna relación con lo que nosotros llamamos la rique-za en la hora en que estamos”. “La riqueza de hoy día es diferente; ella es real. La riqueza territorial es la diversión de algunos grandes señores; la verdadera riqueza es mobiliaria: consiste en tener parte en una gran empresa, o un crédito, sea sobre una gran empresa, sea sobre un Estado”175.

Esta plutocracia que se presenta ferozmente cruel con el inmenso número de obreros; esta plutocracia que tiene mucho que hacer en las oficinas guber-nativas; esta plutocracia causa de guerras civiles y de luchas entre pueblos; esta plutocracia ha llamado honradamente la atención de todos.

“Tal vez las fuerzas políticas no son tales fuerzas, sino porque estamos acostumbrados a sufrirlas. El pesado instrumental político útil para el César romano y para Napoleón, es, tal vez, innecesario en el mundo moderno in-dustrial y anheloso de paz. La organización política no es indispensable en la sociedad humana: Spencer hace observar que en los pueblos rudimentarios, de instintos suaves, fraternales en su trato, veraces y sinceros, no hay ninguna fuerza coercitiva. Y ¿Quién duda de que los civilizados podemos aprender algo de nuestros hermanos, los calificados de “salvajes”, en nuestro orgullo? Se dirá que hay una serie de servicios –sanidad, policía, justicia– que requieren órganos gubernativos. No, no: estos servicios son tal sociales y ordinarios como los indispensables para fabricar mercaderías y trabajar la tierra y negociar capitales en los Bancos. Todos deben tener una profesión, una ocupación, excepto los enfermos, los viejos y los niños. Unos se dedicarán a la medicina, otros a los llamados servicios públicos. Bien, pues: asóciense entre los que tienen la mis-ma profesión: fórmense núcleos profesionales, encargados de ser verdaderas fuerzas, de apoyar a los individuos muy cerca, de defender sus intereses como núcleos, y se verá que el poder político es inútil, a menos que se quiera seguir concibiendo a la humanidad como la han concebido Napoleón y el Kaiser”. Así entiendo yo el pensamiento sindicalista; así lo comprendo. Es resultado el sindicalismo de la desconfianza respecto del Estado, del Estado de mister Bur-guess: “omnicomprensivo, exclusivo, permanente y soberano”. “El Estado es soberano porque tiene un “poder original, absoluto, ilimitado, universal, sobre los súbditos individuales y sobre las asociaciones de súbditos”176. El misticismo

175 E. Faguet, Questions Politique.176 Juan W. Burguess, Ciencia política y desarrollo constitucional comparado.

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estatista, contra el cual se levantan los poderes económicos, púnicos verdaderos y efectivos, que deben ser encauzados, mediante la verdadera fuerza: la asocia-ción. He aquí el misticismo estatista, contra el la cual se levantan la historia, mostrándose en el Estado una máquina de guerras y opresión.

M. Hauriou escribe: “El sindicalismo es un movimiento de inmensa am-plitud, que de la misma manera que el movimiento constitucional, se presenta como una reacción contra la centralización administrativa, aunque en lucha contra otro inconveniente. El régimen constitucional se opone a la excesiva centralización de la soberanía, por la cual sufre la libertad política. El régimen sindicalista reacciona contra la extensión despedida de la vida pública, por la cual sufre la vida civil”.

“Hay, pues, de común, entre el movimiento sindicalista y el constitucio-nal, que los dos se oponen a la centralización administrativa; pero, el régimen constitucional no pretende reducir la parte total del Estado en la vida nacional, no pretende sino que la nación participe en el gobierno o la administración del Estado. El sindicalismo, al contrario, trata de disminuir la parte del Estado en la vida nacional, no pretende sino que la nación participe en el gobierno o la administración del Estado. El sindicalismo, al contrario, trata de disminuir la parte del Estado en la ida nacional, de oponerse a la extensión de la vida públi-ca, de arrancar fracciones de ésta en ventaja de la vida privada y de los cuerpos espontáneos de la nación. Los teóricos sindicalistas dicen que se trata de destruir el Estado.

“Sin embargo, el movimiento sindicalista tiene tendencias más radicales que el movimiento constitucional, puesto que ataca la vida pública, que es pro-piamente el synecismo del cual resulta el Estado, y puesto que su ideal es una especie de federalismo económico de cuerpos espontáneos”. “Podemos definir el sindicalismo”, concluye Hauriou, “un principio de organización social que tiende a poner la soberanía en la asociación, pero concebida ésta sin base terri-torial, ni distinción entre gobernantes y gobernados”177.

La revolución francesa y el sindicalismo guardan más armonía de la que se imaginan ciertos espíritus. Ambos movimientos son conquistas del ideal ju-rídico, por senderos diferentes. Primero era menester limitar el absolutismo; después precisaba detener la exagerada expansión del núcleo político de base territorial, es decir, la exagerada expansión del Estado.

177 M. Haurior, Principes de Droit Public, 1916.

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LA DOCTRINA Y LAS MANIFESTACIONES

Buscar el origen remoto del hecho y de la idea sindicalista, nos llevaría dema-siado lejos.

Recordemos solo de los gremios de la Edad Media, compuestos de maes-tros, compañeros y aprendices. Gremios que, según expresión del Padre An-toine, constituían una especie de municipio, o, mejor, de familia. “Vigilancia mutua, protección mutua, seguro mutuo: tal era la obra de los miembros de estas asociaciones. El gremio gozaba de monopolio solo los miembros que formaban parte de un gremio, podían, con exclusión de todos los otros, fabri-car o vender los objetos del comercio particular, de que el gremio tomaba el privilegio”178.

Estos gremios produjeron ventajas notables; pero llegaron a ser tantos y tales sus defectos, que tuvieron que desaparecer.

Hemos llamado la atención al inmenso desarrollo económico moderno, como una de las causas sociológicas del hecho y la idea sindicalista. El poder económico es un reto al poder político: sobre la base económica se funda una ciudad, diversa de la fundada sobre la base del poder político: la vida económica sugiere distintas ideas sociales de las sugeridas por la vida política; el fenómeno económico sacude el empirismo y la rutina y nos hace contemplar un mundo y un porvenir diversos.

Saint-Simón, ese gran señor de la vida desordenada y llena de aventuras; se impresiona profundamente por el nacimiento de una sociedad nueva, des-pués de la Revolución; sociedad en la cual las condiciones morales, políticas y materiales, aparecen bruscamente trastornadas; en la cual desaparece las ideas antiguas, sin que nada las reemplace. Como consecuencia de sus meditaciones, Saint-Simón concluye que el gobierno oficial no es indispensable, que su acción es superficial, que la sociedad pudiera prescindir de él. Al paso que, según el filósofo, la desaparición de los sabios, de los individuos, de los banqueros y ne-gociantes, dejaría a la sociedad inutilizada. El mundo en que vivimos descansa enteramente en la industria: la industria debe ser la preocupación principal de los hombres serios “Francia ha llegado a ser una gran manufactura, y la nación francesa un gran taller: el más importante trabajo en las manufacturas consiste en establecer el procedimiento de fabricación; luego, en coordinar los intereses de los empresarios con los obreros, y con los consumidores”. Lo que ahora

178 R. P. Ch. Antoine, Curso de economía social II.

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necesitamos es un gobierno de las cosas y no de los hombres. En adelante, las capacidades reemplazarán a los poderes, y la dirección de mando. Según Saint-Simón, el poder ejecutivo debe ser confiado a una Cámara de Diputados, reclutada únicamente entre los representantes de la industria, comercio y agri-cultura; Cámara encargada de rechazar o aceptar los proyectos de ley relativos a la riqueza material del país, presentados por dos Cámaras, compuestas de sabios, artistas e ingenieros179.

He aquí interpretada la gran transformación producida en la sociedad, por el industrialismo. Intensifíquese algo más la idea, impresiónense las mentes con los nuevos datos económicos; revélese más y más la quiebra del Estado político, y tendremos todas las investigaciones de León Duguit. No ya gobierno tiránico y absorbente sobre las personas: dirección, dirección de las cosas ¿Cómo? ¿De qué manera? Nos lo va a decir Prudhon.

Para Prudhon las funciones económicas son anteriores a las políticas; esas son primordiales, éstas secundarias; las funciones económicas son funciones, las políticas sub-funciones. Consecuencia de esta tesis es que la sociedad no des-cansa en la necesidad de un poder soberano y en la noción del Estado, sino en las relaciones económicas que se establecen entre los hombres y de las cuales se deriva el reglamento de todas las otras relaciones. Es lo que se llama el derecho económico.

“Prudhon quería”, dice Esmein, “que la organización política fuese relativa a la organización económica. Pero empapado en el principio federativo, lo em-pleaba, no en crear Estados con unidades más pequeñas, sino en descomponer los Estados modernos. La base de la futura organización federal, eran los gru-pos, libremente formados para la producción y el cambio, federándose entre ellos, pero libres para retirarse de la confederación. Muchas veces habla Prud-hon de la soberanía de los grupos: las verdaderas unidades del Estado federal deben ser las comunas y las provincias”180.

“Nosotros tenemos, pues”, exclama Prudhon, satisfecho, “no ya una so-beranía del pueblo en abstracto, como en la Constitución del 93 y en las que se han seguido; sino una soberanía efectiva de las masas trabajadoras, que gobier-nan en las juntas de beneficencia, en las compañías y bolsas, en los mercados, en las escuelas, en las Asambleas y Consejos de Estado”181.

179 Ch. Gide et Ch. Rist., Histoire des Doctrines Economiques, 1920.180 A. Esmein, Eléments de Droit Constitutionnel, 1914.181 A. Esmein, op. cit. Gide et Rist, op. cit.

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Si comparamos las doctrinas de Saint-Simón con las de Prudhon, veremos cuán grande es ya el desarrollo y precisión de las ideas madres del sindicalismo moderno.

Siendo extraño a las modestas proporciones de este trabajo, el estudio de las enseñanzas de Carlos Marx, uno de los fundadores del socialismo científico, verdadero teórico de la lucha de clases, creador del concepto económico de la historia –aunque, a menudo, discípulo de Prudhon–, digamos algo acerca del anarquismo.

El nombre solo de ciertas doctrinas produce en muchos aspavientos y al-haracas. Pero el aspaviento y la alharaca, si son útiles para explicar la ignorancia en que queremos, son funestos como interpretación de la realidad.

El anarquismo no es precisamente la enseñanza de Stirner: la exaltación enferma del yo individual y de la fuerza física. Al contrario, los más eminentes anarquistas –Bakounine, Kropotkine– justifican y sostienen a la sociedad. “La sociedad es anterior al hombre. El hombre no ha creado la sociedad”, dice Kropotkine. “Tan lejos como nos remontemos en la paleo-etnología de la hu-manidad”, agrega, “encontramos al hombre viviendo en sociedades”.

El anarquismo lucha contra toda clase de gobierno y contra la propiedad individual. Hay en todos los hombres un fondo de buen sentido; este buen sentido sería suficiente para que en la sociedad exista paz y solidaridad; pero los Gobiernos, al defender la propiedad, y los Gobiernos, al mandar, trastornan el orden social natural. “El bien desde el momento que es impuesto, se convierte en mal” dice Bakounine. “La propiedad y la miseria, son las grandes causas de los crímenes”, dice Grave.

¿Cuál es el remedio de estos males? El comunismo dice Kroporkine. “Es menester poner el conjunto de los recursos sociales, a disposición, del conjunto de trabajadores”182.

Tenemos con esto todos los materiales con que se ha elevado el majes-tuoso e interesantísimo sistema sindicalista. Las ideas griegas y cristianas, el movimiento económico moderno y la interpretación económica de la historia, las doctrinas federalistas y el anarquismo ruso: todo contribuye para que se comprenda mejor el sindicalismo.

Muy ilustres nombres serían citados entre los que han contribuido a de-terminar la doctrina y precisar su programa; por ejemplo: Edouard Berthe, Georges Sorel. Nos contentaremos, sin embargo, ahora, con resumir dos de las más robustas y lógicas construcciones.

182 Ch. Gide et Ch. Rist, Histoire des Doctrines Economiques.

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Admiramos, entusiastamente, la poderosa inteligencia del profesor francés, León Duguit. La causa de la honda crisis actual del Estado, es el concepto ro-mano del derecho subjetivo y de la personalidad. Todos expresamos frecuente-mente que “tenemos derechos a esto o aquello”, “tengo derecho a este pedazo de tierra”, “tengo derecho a conservar estos bienes”, “tengo derecho a ir y venir cómo y por donde quiera”; “tengo derecho a ser libre, y pensar y hablar libremente”. Pero alguna vez siquiera, ¿nos hemos puesto a considerar lo que, en el fondo, significan esas expresiones? ¿Qué quiere decir: yo tengo derecho a esto, a esa tierra, a celebrar ese contrato?... Lo que significamos con estas expre-siones es un poder frente a los demás; un algo que se impone a los demás; un algo con que incluimos a los demás. La palabra derecho nos sirve para excluir a otros, para imponer a otros nuestra persona, en tal o cual orden de vida. Ahora bien; ¿de dónde le viene al hombre el poder de excluir e imponerse al hombre? ¿Le viene de algún concepto abstracto, de carácter metafísico? Sí, así opinan los teóricos del derecho. “El derecho es un poder irrefragable conforma a la razón”, dice Taparelli. De aquí surgen todas las consecuencias que utiliza el individualismo orgulloso. Todo lo que interesa al individuo frente a la sociedad, se llamará dere-cho, es decir, poder: poder irrefragable, poder conforme a la razón. Para eludir el servicio militar obligatorio, para protestar contra las medidas en favor de los obreros, el egoísmo individualista nos hablará del derecho a la libertad, a la libre convención entre partes. Es decir, el derecho es un poder anárquico.

Ahora bien; el concepto abstracto del derecho es tanto más peligroso, cuanto más fuete es la persona que lo aprovecha. El débil tiene pocos derechos: el fuerte los tiene en cantidad. Si personificamos al Estado; si a unos cuantos hombres, armados de la mejor manera, es decir, si al Gobierno le personifica-mos y le ofrecemos la idea del derecho a que se sirva de ella, tenemos todos los males que ha producido el Estado napoleónico, intolerante absorbente; que ahora pretende ser banquero, minero, empresario de transportes, asegurador, etc., etc. “El imperium y el dominium fueron considerablemente disminuidos en el período feudal; pero la monarquía francesa y sus legistas, los han reedificado lentamente. A fines del siglo XVIII el edificio estaba reconstruido por comple-to; la Revolución y Napoleón no tenían más que penetrar en él” dice Monsieur Duguit183.

El derecho del Estado es la soberanía, o poder absoluto, ilimitado, según Burgess. Recordemos que García Moreno, en nombre del derecho del pueblo,

183 León Duguit, La transformación del Estado (traducción y estudio de Posada).

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impuso que, para ser elector y elegido se había de justificar, primero, la calidad de católico: he aquí el Estado soberano, verdadero trastornador de la paz social.

Recordemos que, según la ingenua confesión de sus admiradores, García Moreno quizo la paz, merced a la refundición de todos los ecuatorianos en un mismo molde religioso y moral: he aquí el Estado centralizador, utópico, revolucionario.

Lo único real, evidente, positivo, es que existe la sociedad; que los hombres viven en sociedad y no pueden sino vivir asociados. Lo único cierto es que los hombres dependen unos de otros; existe la interdependencia social. Todo lo que, de hecho, se opone a la interdependencia social, es malo y debe ser rechazado. He aquí la medida de toda sana norma política: conservar la interdependencia social.

La sociedad pide servicios de diversas clases: industriales, agrícolas, de po-licía, etc. Todos estos servicios tiene el mismo carácter esencial. Ninguno de ellos reviste naturaleza jurídica preponderante: tan servicio social es producir mercaderías, como cogerle a criminal y llevarle a la cárcel. Tan servicio social es el del profesor libre como el del juez que administra justicia. La soberanía es un concepto irreal, no es científico ni positivo.

La interdependencia social se aumenta con el mejor orden en los servicios, lo cual se obtiene con la mancomunidad de quienes participan en la misma profesión: el sindicalismo de empleados y funcionarios, de patrones y obreros de ingenieros y abogados, es condición de regularidad, orden, facilidad, en la vida social.

“El sindicalismo”, dice Duguit, “es la organización de esta masa amorfa de individuos: es la constitución en la sociedad de grupos fuertes y coherentes, de estructura jurídica definida y compuestos de hombres ya unidos por la comuni-dad de ocupación, de tarea social e interés profesional.

“El movimiento sindicalista”, afirma, en otra parte, Duguit, “viene tam-bién por otro camino a armonizarse con la forma nueva del Estado. Prepara, en efecto, la descentralización de los servicios públicos, mediante la formación de Sindicatos de funcionarios que necesariamente han de estar dotados de una muy amplia autonomía”. “La clase social de los funcionarios se ve llevada por el gran movimiento sindicalista. Al igual que todas las demás clases de la sociedad, tiende a adquirir una estructura jurídica definida”.

Una doctrina social de Harvard184. M. Laski, joven profesor americano, espíritu amplio y hondo, docto en historia y hábil para utilizar la experiencia, influido

184 Le Correspondant, París, 10 de enero de 1920.

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por Duguit, es el gran apóstol del sindicalismo en la Universidad Harvard. Ber-nard Fay, comentando las ideas de Laski, escribe: “He comprendido el valor, la fuerza y la trascendencia de esta doctrina, al verla penetrar, luchar, crecer o disminuir, en inteligencias en pleno desenvolvimiento”. “El porvenir que M. Laski parece prever y desear”, dice Bernard Fay, “se presenta así: sindicatos obreros, dueños de las industrias; la jerarquía industrial suprimida, y la direc-ción distribuida por los sindicatos así como las responsabilidades, entre todos. Los sindicatos utilizarán los elementos directores y técnicos del capitalismo; formarán cuerpos directores y técnicos del capitalismo; formarán cuerpos so-beranos; tratarán entre ellos y con los consumidores las cuestiones económicas y políticas que les afecten, destronando así al antiguo Estado”. “Exista o no un poder central de acción muy limitada, es en los sindicatos donde se encontrará el verdadero Estado”.

Mister Laski parte de conceptos muy reales e históricos para levantar su edificio político. El joven profesor es demócrata e individualista: la felicidad de cada hombre le parece que es el fin de la sociedad. El individuo es el verdadero control de vida racional y jurídica; para el bien del individuo ha de actuar la so-ciedad. Pero la historia nos demuestra que el Estado –en todas sus formas– es el enemigo del individuo.

El Estado somete al individuo, le exonera de indispensables responsabi-lidades, le pone obstáculos a sus iniciativas. El mal viene de que el Estado es soberano.

El Estado es uno de tantos grupos; debemos someterlo a las reglas genera-les: responsabilidad, limitación, sumisión al derecho y a las leyes que el espíritu humano descubra.

Para desarrollar, vigorizar, estimular al individuo queda a la asociación en-tre las dos profesiones idénticas. El individuo, apoyando de cerca, asociado con aquellos que participan de su vocación, gustos y esperanzas, será una fuerza, favorable a sí mismo y útil socialmente.

Tal es la doctrina; tal la interpretación que de ella hemos creído encontrar en los más generosos y lógicos expositores.

LOS HECHOS

El sindicalismo no es una utopía; la evolución hacia un Estado menos absor-bente y centralizador, no es un sueño, aunque sufra, por esta afirmación, el

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empirismo y la pereza de pensar. A este propósito, no podemos resistir a la ten-tación de copiar ciertos párrafos de un famosísimo estudio de Arturo Orzábal Quintana, titulado Hacia un nuevo derecho internacional. “El Estado, según, los pan-germanistas, es superior a todas las reglas morales, está por encima de todos los derechos; es un organismo moral y depredatorio, empeñando en sobreponer a los otros Estados mediante la fuerza”.”La guerra mundial ha revelado ante los pueblos la faz, y en lugar de ella, precipitó sobre el mundo la maldición atroz de la más cruenta guerra”.

“Mucho antes de que estallara la guerra”, continúa el autor, “El Estado se veía ya forzado a tomar en cuenta, en mil ocasiones, la poderosa realidad del hecho sindical. Si este hecho, desgraciadamente, no pudo impedir la catás-trofe, en cambio toda la obra legislativa, jurídica, económica, del Estado, ha sido influida por la comprobación constante de que la sociedad no es solo una masa de individuos, que en conjunto pasan en proporción se simples sumas numéricas –sufragio universal– sino un complejo de asociaciones, de funciones sociales, de grupos representativos de intereses, de instituciones que afirman ideales morales, estéticos, etc. Frente al Estado oficial ha venido desarrollándo-se, como consecuencia del despertar proletario, un formidable haz de organis-mos profesionales, con estructura jurídica bien definida, los cuales reivindican con energía creciente una amplia participación en el ejercicio de la soberanía.

Muy bien apreciada la verdadera composición social, tal como nos la revela los últimos acontecimientos económicos y militares; pero el sindicalismo trata, antes que de participar en el ejercicio de la soberanía, de limitar, disminuir, y, acaso extinguir la tradicional soberanía del Estado.

“Los revolucionarios de Rusia”, observa el señor Orzábal Quintana, “han lanzado el grito de guerra contra la actual forma del Estado”. “A la propagan-da y a la acción enérgica de los bolcheviques185 se debe la intensificación del saludable proceso que está removiendo universalmente las bases del Estado capitalista”186.

“La Revolución de 1789, en odio a las corporaciones que absorbían, en al-guna manera, las personas de sus miembros en la unidad del grupo, prohibió las asociaciones profesionales. Pero, pronto, con el desarrollo de la gran industria, se formaron espontáneamente, ya grupos pasajeros, ya coaliciones de obreros, ya organizaciones permanentes o asociaciones. La ley del 21 de marzo de 1884, proclamo la libertad de los sindicatos profesionales. En adelante, las personas

185 Bolshevikis en el original (nota del editor).186 Revista de Filosofía, Buenos Aires, enero de 1921, pp. 14-29.

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“que ejerzan la misma profesión, profesiones semejantes o conexas tendrán derecho de constituirse en sindicatos”.

“En las intenciones de sus autores”, dice Morin, “La ley de 1884 no impli-ca, de ninguna manera, un egreso al derecho corporativo, anterior al 89”. Sin embargo “los resultados de la ley de 1884, han sobrepasado singularmente las ideas del legislador”. “Los sindicatos se han esforzado, primero, en suprimir de hecho, la facultad de los obreros de quedar fuera del sindicato”, obligando a los patrones –bajo amenaza de huelga– a despedir a los obreros no sindi-cados187. “Después de la unión de los individuos en sindicatos patronales y obreros, la historia social contemporánea nos revela la unión, la agrupación, de los sindicatos entre ellos”, continua Monsieur Morin. Junto de la federación de construcción, al sindicato general de cueros y pieles, a la unión de sindicatos patronales de industrias textiles, al sindicato general de la producción francesa, están los sindicatos obreros, agrupados entre sí, o localmente, en la bolsas de trabajo, o, profesionalmente, en uniones de obreros de toda Francia y de una misma profesión.

“La Confederación General del Trabajo engloba, a la vez”, dice Morin, “las bolsas de trabajo y las federaciones nacionales, al mismo tiempo que los sin-dicatos aislados que no dependen ni de una bolsa ni de una federación profe-sional”. La Confederación General del Trabajo parte de 1900. En los primeros años de su existencia la Confederación fue revolucionaria; predicó la acción directa y la huelga. El programa de 1918 aceptaba una colaboración de la fuerza obrera de la fuerza patronal, para la dirección de la economía. Últimamente, vuelve la Confederación a predicar la acción directa, la expropiación capitalista, la huelga y la nacionalización en provecho de los grupos colectivos”188.

“La Confederación General del Trabajo”, dice Hauriou, “no data sino de 1900, pero es el producto del movimiento sindicalista comenzando desde 1884 y de la acción de uno de los partidos socialistas, denominado partido obrero. Constituye –La Confederación– una organización completa: tiene sus historia-dores y sus obreros”. “La fuerza del movimiento de la Confederación General del Trabajo”, agrega el sabio autor, “no es despreciable”. Sus miembros, muy numerosos, “son inteligentes y militantes”189.

Pero el sindicalismo no tiene por qué ser precisamente revolucionario: el ideal sindicalista debe –más bien– ser realizado pacíficamente y por reformas

187 Gastón Morin, La Révolte des faits contra le Code.188 G. Morin, op. cit.189 M. Hauriou, Principes de Droit Public, 1916.

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lentas, pero seguras y eficaces. “En Francia”, dice Henri Truchy, “en oposición a las tendencias revolucionarias de un gran número de sindicatos, se han funda-do sindicatos independientes, cuyo programa es el establecimiento de relacio-nes públicas con los patronos; los sindicatos revolucionarios, que se clasifican de sindicatos rojos, llaman amarillos a los independientes: la influencia de éstos parece ser poco sensible. Hay también algunos poderosos sindicatos católicos. En 1890 había 1.006 sindicatos con 133.000 adeptos: en 1914 había en Francia 4.846 sindicatos obreros con 1’026.000 adeptos. La Confederación General del Trabajo agrupaba antes de la guerra, 400.000 sindicatos, hoy agrupa 1’350.000 más o menos”190 ¿Será el sindicalismo una utopía?...

Oigamos el parecer de un escritor católico dice Gastón Tessier: “Los sin-dicatos cristianos consolidarán y extenderán sus servicios de auxilio fraterno, cuadros tutelares que envuelvan al trabajador en un ambiente de seguridad. La comunidad de los recursos individuales aún módicos, bajo una inspiración ca-ritativa, realiza maravillas. Observando una alteración temible del sentido cor-porativo, una desviación de la conciencia y una disminución de la competencia profesional, el sindicalismo cristiano, con su enseñanza técnica y sus estudios sociales, pretende crear una élite obrera”. “Los sindicatos cristianos”. Continúa Tessier, “no disputan la legitimidad del régimen del salario; pero lo creen, al menos, perfectible, capaz de ser modernizado por la introducción de primas, de participación en los beneficios, etc.”.

El Padre dominico Sertillanges –de la Academia de Ciencias Morales y Po-líticas– dice, con energía: “Lo que produce la guerra es la injusticia, y no puede haber justicia entre los pueblos si no hay, primero, entre los hombres, en lo in-terior de cada pueblo. Lo que produce la guerra son las codicias, y si las codicias se ejercen entre las clases, es fatal que los efectos internacionales se hagan sentir pronto y que las bases de la paz sean conmovidas. Es un descontento general, como se produce inevitablemente por la explotación del hombre por el hom-bre, las guerras arden como los incendios en un bosque de resinas inflamables”.

Jorge Douglas-Howard Cole, de una familia burguesa de Londres, es el teórico notable del sindicalismo en Inglaterra. Cole es el apóstol de la unión entre manuales e intelectuales: esta unión, es a sus ojos, la condición del acceso de los obreros a la dirección y al control de la producción. Cole creó –en fe-brero de 1920– una asociación de técnicos y de empleados, llamada Federación Nacional de las asociaciones profesionales, técnicas y administrativas. El “Guil Socialism”

190 H. Truchy, Cours d’Economie Politique, 1921.

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se ha preocupado, ante todo, de precisar la estructura de la sociedad hasta la cual van nuestras miradas. Dentro del “Guild Socialism” se ha preocupado, ante todo, de precisar la estructura de la sociedad hacia la cual van nuestras miradas. Dentro del “Guils Socialism” hay sindicatos de todas las doctrinas, inclusive aquellos que creen imposible transformar la sociedad, bajo el régimen del Estado capitalista.

Según Sisley, “Cole pide la descentralización, a fin de evitar los errores del estatismo”. El Estado de ahora extiende su autoridad sobre un campo dema-siado grande. El Estado no tiene derecho a la posición eminente que le han concedido los filósofos políticos191.

“En Alemania”, expone Truchy, “hay seis categorías de sindicatos: los li-bres (socialistas); los afiliados al liberalismo económico; los sindicatos cristia-nos; los sindicatos independientes; las uniones par la paz social; las uniones confesionales”192.

Jacques Morel clasifica así a los sindicatos alemanes: “sindicatos socialistas, que comprenden sindicatos socialistas obreros y sindicatos de empleados; sin-dicatos cristianos, reunidos en la confederación de sindicatos alemanes, agrupa a católicos y protestantes, “en el terreno cristiano”; sindicatos profesionales y sindicatos comunistas193.

El sindicalismo tiene, pues, su razón sociológica y jurídica; recorrerá todo el orbe, en busca de la injusticia para devolverla.

191 Revue Politique et Parlementaire, Noviembre 1920, pp. 245-259.192 H. Truchy, Cours d’Economie Politiques, 1921.193 La Democratie, 25 Juin 1921, pp. 3-4.

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¿El nombre de Dios o el espíritu de Dios?194

Se ha discutido detenidamente para saber si convenía encabezar la nueva Cons-titución que expedirá la Asamblea de 1928, invocando el nombre de Dios. No valía la pena enardecer por este asunto. Desde que el Estado se compone de ciudadanos y no de fieles o de creyentes, basta que haya una ínfima minoría de ciudadanos sin religión, para que el Estado deba ser neutral, completamente neutral, lealmente neutral. Una constitución no es un pacto de sociedad, pero sí es uno como pacto de tranquila y jurídica convivencia política.

En una constitución se ha de hacer constar el mínimum de exigencias para su convivencia política humana, racional, tranquila. Respecto a religión: hay que dejar a las religiones honradas en paz, al amparo del derecho común. No hacen falta declaraciones de fe. La fe solo merece respeto en cuanto es expresión sin-cera del anhelo individual. En asuntos de fe, la imposición de una mayoría no vale, es injusta, es inútil.

Lo que se debería procurar es que en la décima tercera Constitución del Ecuador, reine el espíritu de Dios, y, sobre todo, que en los hábitos políticos y constitucionales domine e impere el espíritu de Dios. La raza española, heroica, progresista, generosa, entre otros graves defectos, tuvo y tiene éste: gusta mu-cho de la ceremonia, del ritualismo, de la declaración verbal; se descuida, mien-tras tanto, de la adaptación de la vida a la norma religiosa. Exagerados en el ri-tualismo, los conquistadores españoles no vacilaban un instante ante la matanza y la dominación y la injusticia. Contrasta con la raza española la anglosajona. El anglosajón es menos ritualista, pero es más práctico en su vida religiosa.

El espíritu de Dios, que debe penetrar en la nueva Constitución del Ecua-dor, es un espíritu de igualdad. Los hombres son iguales todos ante el deber, ante la obligación de servir. Nada más injusto que un hombre o algunos hom-bres se eleven sobre el resto de su semejantes reclamando imperio, prerrogati-vas, la facultad de disponer de personas y de cosas, anhelosos de dominación, de majestad, de orgullo. Limite la Asamblea de 1928 el poder de los gobernan-tes; otórgueles el poder indispensable para servir y no más; organice la respon-sabilidad de los administrativos, y habrá infundido a su obra el espíritu de Dios.

194 Tomado de: José María Velasco Ibarra, “¿El nombre de Dios o el espíritu de Dios?”, en Obras completas: “Meditaciones y luchas” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo II, Quito, Lexigrama, 1974, pp. 23-27.

MEDITACIONES Y LUCHAS

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“Los príncipes de los paganos les dominan e imperan sobre ellos: entre voso-tros no sea así; el que sea mayor sirva a los demás”. He aquí el espíritu de Dios; he aquí lo que interesa. El poder ejecutivo es un servicio, un deber de servir, no es un título para distinciones, privilegios, facultades injustas.

El espíritu de Dios es un espíritu de justicia y libertad, porque es espíritu de amor. Cuando se ama y se respeta al hombre, no se le oprime, no se le fastidia, no se le desconocen sus tendencias naturales, sus afanes legítimos, sus iniciativas, sus facultades de espontaneidad, de invención. La Asamblea de 1928 garantice debidamente los derechos del hombre. No se contente con repetir su declaración; estudie la forma de hacerlos eficaces en la vida, y habrá infundido en su obra espíritu divino. Un hombre no tiene por que inclinarse ante otro hombre. El hombre solo es subordinado del Creador y solo debe sometimiento a las instituciones necesarias para cumplir el deber. La arbitrariedad, el esplendor, la suficiencia, la soberbia de Richelieu, de Luis XIV, de Bismark, de Guillermo II y de los tiranuelos de todo el mundo, son las enfermedades, las anomalías del Estado, que, de tiempo en tiempo, se descarga de eliminarlas el bisturí democrático. Sigo fiel al ideal democrático: libertad, igualdad y fraternidad.

En el proyecto de nueva Constitución –tan lleno de inconvenientes, de errores, sin alma propia, síntesis de imitaciones y recuerdos librescos– se reser-va a la Corte Suprema la facultad de decidir acerca de la inconstitucionalidad de las leyes y se le confiere el poder de anular los decretos y reglamentos incons-titucionales o ilegales. He aquí una muy buena cosa, siempre que la Asamblea determine el procedimiento para la efectividad de estas instituciones magnífi-cas. Si solo se declara el principio, nada se ha hecho y continuará la dictadura congresil –y lo que es peor– la dictadura del Ejecutivo y de los Reglamentos del Ejecutivo. La Constitución de 1907, de tan liberal espíritu, creó la injusticia de la ley y la injusticia del Reglamento.

So pretexto del bien público, de sanidad, de innovaciones, el derecho in-dividual podía ser atropellado, era atropellado por el Ejecutivo. Establezca la Asamblea de 1928, la inviolabilidad del derecho individual y su armonía con lo que impone la solidaridad, la interdependencia humana y habrá realizado obra digna de aplauso y agradecimiento.

Pero, no solo se ha de defender al individuo contra el Estado legislador y reglamentador. No solo se ha de poner al poder judicial –poder social y no po-lítico– entre los individuos y la tiranía, sino que además se ha de defender al ciu-

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dadano, al individuo contra el horrible poder administrativo, horrible cuando no existe la responsabilidad de los funcionarios, debidamente establecida. Más que de los poderes políticos, el ciudadano sufre de los tesoreros, colectores, recaudadores, agentes de orden y seguridad, empleados de toda especie, grado y condición. En Francia toda medida administrativa tomada por un funciona-rio incompetente, o tomada en contra del objetivo de la ley, puede ser acatada por exceso de poder ante el Consejo de Estado. En el Ecuador tuvimos el recurso administrativo ante el Consejo de Estado contra cualquier resolución o acto administrativo que lesionara derechos particulares. El Consejo de Estado desde 1922 estableció una muy sesuda jurisprudencia al respecto. Organice la Asamblea este recurso, de las normas del procedimiento adecuado; establezca la responsabilidad personal de los empleados cuando se trate de falta personal de ellos, cree los contrapesos necesarios para evitar los impulsos de la injusticia, del mando, de la dominación; procure que las leyes sean obra de meditación, de reposo, de sabiduría; preocúpese con el problema de la educación, con elevar la mentalidad de las gentes, su racionalidad, su productividad moral, intelectual y económica, y realizará obra laudable, obra digna de ser el contraste de un período de imposición y dictadura.

La democracia es el único gobierno verdaderamente digno de hombres, verdaderamente fuerte y duradero, porque en todos se apoya y con todos cuen-ta; verdaderamente sabio en todos se apoya y con todos cuenta; verdadera-mente sabio, porque estimula el saber de todos y tiene en cuenta el parecer de quienes puede darlo. Pero, ¿qué democracia cabe si las gentes son ignorantes, desleales, indiferentes a la verdad, hostiles a la verdad, incapaces de organizar, de emprender, de asociarse, de amar, de sacrificarse? No pensemos en preco-nizar las dictaduras mientras las gentes sean ignorantes, desleales y malas. El remedio en este momento de la historia es peor que el mal. Pero si pensemos en educar y en dejar que las gentes sean ignorantes, desleales y malas. El remedio en este momento de la historia es peor que el mal. Pero si pensemos en edu-car y en dejar que las gentes se eduquen. Recuerde la Asamblea que la escuela primaria es base de nacionalidad y columna de la patria. El maestro de escuela es el formador de las almas que amarán el derecho, que descubrirán la verdad, que favorecerán al débil, que lucharán contra la pobreza, la enfermedad y la naturaleza indolente.

Sin ánimo de contradecir las opiniones emitidas en distinto sentido, creo que si la Asamblea organiza un verdadero Estado de derecho, sometido a las normas de derecho y de justicia, y si fomenta eficientemente la educación po-

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pular, formulando iniciativas que el Gobierno debe obedecer, habrá realizado la labor impuesta por la relatividad del medio y del momento y habrá hecho bastante. Después se hará todo lo demás.

Las flores de cultura y de adelanto económico, jurídico, social, suponen una obra previa fundamental: estimular el espíritu de solidaridad, las ambicio-nes legítimas, los intereses humanos, elevando, puliendo, vigorizando por la educación. Necesitamos crear productos, crear riqueza, garantizando la libertad económica, porque, sin la iniciativa privada se aumentará muestra miseria ya pavorosa. Necesitamos crear capacidades, porque será imposible Estado so-cialista alguno sin administradores de alta perspicacia, prudencia, previsión y honradez. Creo en el socialismo reformista, en el de Macdonald y Herriot, no creo en el comunismo enervante. Pero si socialismo, ni comunismo, ni sindi-calismo, ni bolchevismo ni nada, cabe en el atraso jurídico, mental, económico en que nos debatimos. Seamos primero; seamos nacionalidad, seamos un alma colectiva; produzcamos, creemos riqueza, asociemos, amemos algo y a alguien, y, poco a poco, la misma realidad nos indicará el camino de posibles reformas: más hondas, más avanzada195.

15 de diciembre de 1928

195 La Constitución del 26 de marzo de 1929 no aceptó el recurso ante el Poder Judicial contra las leyes anticonstitucionales. Pero en honor de la verdad, estableció otras instituciones favorables al desarrollo democrático (1930).

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Libertad de pensamiento y de palabra196

Tal vez no están en lo justo quienes sostienen que la esencia del liberalismo consiste en no admitir límite ni freno alguno para el pensamiento y la voluntad. El liberalismo, se dice, es la indisciplina y la anarquía en la doctrina, y los libe-rales se reservan el derecho de oprimir y degollar cuando ocupan el poder. Lo anterior, empero, es una caricatura del liberalismo; es cuando trazado por pincel de polemista; no es una interpretación leal y concienzuda.

El liberalismo sabe muy bien –es asunto de sentido común– que se impo-ne el respeto de la disciplina social. Si se mata, si se calumnia, si se roba, si no se pagan impuestos, si no se coopera, se trasforma la sociedad y se debilita el individuo mismo. El liberalismo, que todo lo espera del individuo respeta la disciplina social como medio indispensable de educación y mejora del indivi-duo. La ley positiva común, obra del parecer general, de la razón general, en los pueblos democráticos, establece el mínimum de disciplina social para obtener la cooperación y, como término, el bien del hombre. El liberalismo no predica el sistema de desobedecer las leyes. Desea sí, la reforma gradual de las leyes, pero dicta el mismo o propone o define las normas oportunas de disciplina y orden, según lo exige el medio y lo reclama el momento.

El verdadero liberalismo tiene fe en la razón del hombre que hace las cosas, porque las conoce y las quiere, porque se persuade y las ama. El libera-lismo sabe que no hay acción fecunda sino emana de la conciencia libre, del querer, de la voluntad tranquila, respetada, no violentada, y por esto anhela que se reduzcan las coacciones simplemente externas y preconiza el libre examen, la libre discusión. El hombre no es eficaz, no es héroe, sino ama. El hombre no inventa, no reforma, no cambia, si su razón no actúa libremente, si no penetra en el por qué de las cosas, si no hace sustancia propia, elemento de su vida éste por qué. El liberalismo tiende, pues, a la autonomía del indi-viduo. Históricamente, a causa de circunstancias sicológicas, geográficas, po-líticas, la monarquía, el feudalismo, la religión, se han constituido en medios externos de disciplina y regulación. El liberalismo comprende esto, por que comprende la historia y tiene sentido común. Pero tiende sin desfallecer a que los medios de disciplina externa vayan desapareciendo, a que solo queden los indispensables, los compatibles con el medio y el momento, a que solo per-

196 Tomado de: José María Velasco Ibarra, “Libertad de pensamiento y de palabra”, en Obras completas: “Meditaciones y luchas” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo II, Quito, Lexigrama, 1974, pp. 87-91.

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sistan los urgentes para la adaptación social, a que aún éstos sean aceptados por espontáneo convencimiento.

La religión fue un día una disciplina política, un medio gubernativo. Si el individuo la combatía, el poder le castigaba. Después del renacimiento y de la revolución y del internacionalismo y del ferrocarril y del telégrafo y teléfono, la región no es, no puede ser vínculo de unión política, medio gubernativo de disciplina. Se ha efectuado un cambio. La religión queda y quedará como factor de elevación individual, de moral y pureza individual, que solo importa, que solo vale en cuanto el hombre la ama, se inspira en ella, se entrega a ella, cree en ella. La religión, en los tiempos modernos, es estímulo, horizonte, faro, aliento para los individuos que en ella creen, y, por, ende, es la religión, indirectamente, vigor de la patria y disciplina de la sociedad. Y está bien que así sea; es esto un progreso. ¿Para qué sirve una religión impuesta, si no es interiormente amada, si no es un faro del alma en la lobreguez de la vida? El liberalismo al secularizar el Estado ha hecho un gran bien a la humanidad: ha trabajado por la sinceridad, por la lealtad, por la realidad…

Si la religión ha dejado de hecho –pésame o no de ser un factor político de disciplina y orden– el liberalismo hace bien en defender la más amplia li-bertad de palabra dentro de los límites legales de indispensable disciplina y cooperación humanas. El Estado no es para que los hombres se engranen, se encuadren, se endienten en una gran empresa que avanza incontenible, dirigida por uno y sostenida por otro. El Estado es para que los hombres vivan, den de sí, hagan. Los hombres deben conocerse y dar de sí, dice Waldo Frank, el director espiritual de nuestro tiempo. Los hombres deben autorealizarse, dice Keyserling. Luego los hombres deben hablar y escribir lo que en conciencia creen que es justo y bueno para la mejora de la especie. El único deber del hombre es para con su conciencia. Nadie puede actuar con conciencia ciega, culpablemente ignorante. Todos deben actuar con conciencia escrupulosa, rec-ta. El Estado no es juez de la conciencia; un hombre una mayoría no son jueces de la conciencia ajena. Luego, la única solución posible, práctica, política, es la libre manifestación de la palabra como resultado de la expresión de las con-ciencias que anhelan dar de sí, crear, hacer. No cabe unanimidad de pareceres, luego aún en religión, aún respecto al catolicismo, aún respecto a la patria y a la familia. ¿Cuándo ha habido unanimidad de pareceres? ¿Cuándo? ¿Por qué nos enojamos contra lo que es natural, espontáneo, humano?...Vivía aún San Pablo y los judaizantes empezaron a adulterar el cristianismo. A poco vinieron Valen-tino Sabelio y Arrio y Nestorio y Eutiques, y el cristianismo tuvo que aguzar su ingenio y que trabajar y que definirse y que precisarse. En la calumniada Edad

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Media hubo luchas y dificultades y miserias y hubo los albigenses, y en definiti-va el cristianismo se amplió, se reformó; porque solo la vida intensa, el esfuerzo diario levanta y purifica. Bien está que es Estado moderno de carácter jurídico al libre movimiento, al libre examen, a la libre discusión de todos: de nacionales y de extranjeros, de frailes y de laicos, de herejes y de files. Extranjeros entre los hombres… pero, si el fraile tiene el mismo derecho que quien carece de tonsura y hábitos. ¿Dónde están los extranjeros? ¿Dónde? …Todo hombre tiene dos patrias la una allí donde están la tumba de sus padres y la cuna de sus hijos; la otra, toda la tierra donde hay hombres, donde hay un dolor que calmar, un consuelo que prodigar, una luz que avivar, algo que decir, alguna orientación que predicar… ¡Oh! sí: todos somos ciudadanos del mundo; solidarios ante la tristeza, la ignorancia, la muerte. El sol nace para buenos y malos, dijo Jesús: la lluvia se dejan limitar por nacionalismos estrechos.

El catolicismo, especialmente entre los latinos, es una energía étnica. Re-ligión admirable coherente y precisa, ha sido, en ocasiones, la única lámpara orientadora de los hombres en medio de la lóbrega tempestad de extravagancias e innovaciones caprichosas. ¿Hemos de reducir de estos que los católicos han de mostrar los puños, los palos y las piedras a quienes combaten su religión? ¿Hemos de deducir de esto que se ha de insultar y difundir groserías contra los que socavan el catolicismo? No: mil veces. El catolicismo debe saber luchar serenamente, afirmar tranquilamente, exponer, discutir sabiamente. ¿Por qué se teme la discusión si solo se busca la verdad, si se fía en el triunfo de la verdad? ¿Se requiere, acaso, proteger contra la herejía a incautos e ignorantes? Pero, por consideración a incautos e ignorantes ¿puede un país del siglo vigésimo cerrar sus puertas a Keyserling, por ejemplo, que cree que el catolicismo está definitivamente vencido, el culto de María fue una poesía de la Edad Media? Se dirá que a Keyserling no ha de confundirse con sectarios vulgares de odiosos. Exacto Convenido; pero éstos como tales merecen desprecio y como seres humanos, cultura y misericordia. No hay mejor defensa de un principio que la dignidad, la elevación, la caridad de quien la profesa. Todo lo que es insulto personal, motín, gritería, es también vulgar, odioso, inelegante. El único triunfo es el obtenido por la razón, por la virtud, por la piedad. Es por lo que triunfó y se impuso siempre el cardenal Gibbons: por su tolerancia, por su serenidad, por su caridad. No podemos exigir que las masas sean Gibbons; pero tal vez no es inútil recordar estos ejemplos en un país como el Ecuador que necesita libertad, libertad para todos, libertad siempre.

18 de enero de 1930

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Sinceridad aún en política197

Si los hombres del Ecuador no desean que el país, a pesar de todos los alardes y de todas las declaraciones olímpicas contrarias, continúe deshaciéndose, desha-ciéndose entre odios, pobreza, inmoralidad, desacierto, procuren ser sinceros y realizar una gran cruzada a favor de la sinceridad, de la sinceridad aún en políti-ca, aún en este terreno en donde todo el mundo se reserva el derecho de mentir.

Si no somos sinceros, si alguna vez no llegamos a ser sinceros, continua-remos de fanfarrones y de fastuosos; erraremos en política, en economía, en administración; seguiremos basando nuestra obra en la engañifa, en la injusti-cia, en la deslealtad, y como la mentira, el mal, la trapacería, no unen nada, no cimentan vigorosamente nada, a nadie convencen, a nadie satisfacen, continua-ran el disgusto, la revolución latente, y el orden público será efecto solo de la fuerza de los unos, de la cobardía o impotencia de los otros.

Procuremos, procuremos vivamente que el orden público sea efecto de la adhesión general del mayor número a la paz, al estado de cosas existentes, al sistema constitucional. Entonces y solo entonces viviremos vida humana, vida de sociedad civil, vida de seres racionales. Mientras la fuerza de los unos deba velar siempre, y la astucia de los otros esté alerta a cada momento, nueva vida –llamada nacional– será más bien de salvajes y de fieras: homo homini lupus…

Nadie pretende que cada etapa histórica de un país satisfaga a todos los hombres, y que la paz sea efecto de la aceptación por todos de todas las ins-tituciones políticas. Nadie pretende este absurdo. Pero cuando hay sinceridad, cuando gobernantes y gobernados, o mejor servidores y servidos, buscan sin-ceramente la verdad y la justicia en lo social, lo político, lo administrativo, acep-tan las gentes transitoriamente el Estado existente, aceptan el modificarlo por la obra lenta de la idea, por el impulso fatal de los nuevos sentimientos, sin sangre ni furias. Los fanáticos del trastorno inmediato son siempre pocos, y aun éstos disminuyen su ira ante la sinceridad, anhelosa de verdad como el río es anhelo-so de llegar a la mar, como las aguas de la mar viven inquietas por subir al cielo.

Lo que ha todos disgusta, lo que a todos exaspera, es el engaño, la fanfarro-nería en todo, la fastuosidad en finanzas, en administración, en lo internacional, sin base firme, sin cimiento sólido; lo que rompe todo equilibrio es el alarde, la vanidad, el orgullo, que no caen en cuenta de lo que están costando de dolor y

197 Tomado de: José María Velasco Ibarra, “Sinceridad aún en política”, en Obras completas: “Meditaciones y luchas”, (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo II, Quito, Lexigrama, 1974, pp. 161-167.

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de enojo al pueblo, a la sociedad pobre; lo que crispa los nervios es la deslealtad cuando se escribe, la deslealtad cuando se discute, la deslealtad cuando se habla, la deslealtad cuando se hace, la deslealtad cuando se dice que se busca la verdad, la deslealtad cuando se miente, la deslealtad siempre, la deslealtad para todo.

Seamos sinceros, prodiguemos la sinceridad, detestemos nuestras insince-ridades en lo gubernativo, en lo cívico, en lo laico, en lo religioso, en lo público, en lo privado, y, sin más que esto, el Ecuador se habrá regenerado, porque con-tará con un número de hombres sedientos de saber, de comprender; de saber para servir, de comprender para servir también.

La sinceridad es la adhesión a la verdad; la búsqueda inquieta, continua de la verdad; la exposición valiente de la verdad; la actuación heroica en confor-midad con la verdad. Quien actúa, quien piensa, quien escribe, sin preocuparse con actuar, pensar, escribir de acuerdo.

Con actuar, sinceramente buscada, sinceramente vista, es un engañador, es un farsante; quien ve la verdad, “su” verdad, quien está oyendo el grito de su conciencia en un sentido, y escribe y procede por adular, por compromisos, sin tener el valor de deducir todas las consecuencias de lo que tiene adentro, de lo que tiene en la conciencia, es también un engañador, un farsante; quien ve la verdad, “su” verdad, quien está oyendo el grito de su conciencia en su sentido y escribe y procede por adular, por compromisos, sin tener el valor de deducir todas las consecuencias de lo que tiene adentro, de lo que tiene en la conciencia, es también un engañador, un farsante. Está contribuyendo activamente, enérgi-camente al deshacimiento de la sociedad, ya que la mentira, el engaño, la injus-ticia son los factores disolventes de la sociedad de la amistad, de la vida misma.

No pretendo acusar de insinceridad solo al Estado oficial del Ecuador. No: esto no sería justo. El Estado, todo Estado es como la sociedad, a la sociedad refleja, a la sociedad revelada. Los hombres que hoy están en el Estudio oficial, ayer fueron ciudadanos particulares, ayer estuvieron envueltos por el ambiente social como lo están también ahora, ayer absorbieron los ideales de la sociedad. Creo que la insinceridad es la enfermedad por excelencia del país, de la nación, aunque, en realidad, los resultados de la insinceridad estallaren más estruendo-samente en las instituciones políticas.

Después de 1925 se nos ha metido entre ceja y ceja y nadie nos sacará de esta idea, tener un fisco rico sin relación con la evidente pobreza nacional. El presupuesto de 1928, el famoso proyecto de presupuesto para 1929, revela nuestro gusto por lo fastuoso, por lo fanfarrón, revela las pretensiones de la burocracia. La riqueza fiscal debe guardar relación con la potencialidad econó-

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mica nacional; por tomar en un momento todos los frutos del árbol, no se ha de derribar el árbol; por disponer de un ejército de burócratas, además del des-proporcionado ejercito de soldados, no ha de atemorizarse al capital privado, a la iniciativa económica, al provecho, a la ganancia particular, al trabajo libre. El porvenir del Ecuador está en el trabajo, en la producción, en la iniciativa eco-nómica e industrial. La insinceridad de nuestra política económica que busca principalmente el fácil suceso, el brillo fastuoso, el apoyo burocrático, el aplau-so por obras sonoras, corre el riesgo de agotar las fuerzas económicas libres, las únicas que lucharan más o menos eficazmente con la naturaleza para producir, para sacarnos de nuestra pobreza pavorosa.

Seamos sinceros, seamos valientes. O declarémonos socialistas marxistas, nacionalicemos las fuentes de producción y procuremos que los técnicos y hon-radísimos empleados del Estado vayan a producir en el campo, a sacrificarse en la producción dura en aras de la mejora del género humano, o, imponiendo a la propiedad las normas de la solidaridad humana, garanticemos y aseguremos su actividad legítima, mediante una política de verdad, de prudencia, de sinceridad, de buen sentido. O vayamos al impuesto con fines colectivistas, o quedémo-nos con el impuesto fiscal, estudiado y definido por la ciencia. El impuesto es una parte de la renta particular mediante la que el individuo atiende al servicio público como atiende con las demás partes de su renta a sus necesidades. Si de aquí partimos, hay que establecer la correlativa moderación en los suelos, en el número de empleados, en los compromisos sociales internacionales, en los agasajos por todo y para todo, en los favores, en las concesiones, en los automóviles para los funcionarios, en las pretensiones de toda clase. Siempre el problema de la sinceridad, siempre la necesidad de la sinceridad.

Quiera el dios de la sinceridad iluminar a todos nuestros hombres en ma-teria internacional, porque de lo contrario se le preparan a la patria graves de-rrotas morales. Nuestro país, pobre y pequeño, necesita más que ninguno de prudencia y de buen sentido; necesita colocarse dentro de la tendencia moder-na hacia la paz, hacia la reconciliación, hacia la justicia real que aspira también a que transacciones honradas, decorosas, eviten la sangre, la hecatombe y las rui-nas. No vivimos solos, no vivimos aislados en el planeta. El Ecuador tiene sus legítimos puntos de vista, pero las naciones vecinas tienen también sus puntos de vista. La voluntad unilateral del Ecuador no va a resolver, ella sola, ningún punto internacional, ni el asunto territorial ni el alcance de los tratados. Luego se impone el buen sentido, se hace indispensable la más absoluta prudencia, se

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hace urgente colocarse dentro de la tendencia internacional que hoy más se im-pone; sobre todo, ante todo, seamos, en lo internacional sinceros. Busquemos “nuestra” verdad internacional, yendo al fondo de la dificultad, sin exonerarnos de las propias responsabilidades. Como es imposible agradar a todo el mundo, es preciso saber sufrir los juicios contradictorios sin hacer esfuerzos para des-viar de su primitivo y real alcance.

La insinceridad no es propiedad exclusiva del Estado oficial del Ecuador, la insinceridad va apoderándose poco a poco de todos nosotros, va generali-zándose, intensificándose y mezclándose con miedo. ¿Queremos citar leyes e instituciones extrajeras a favor de nuestras ideas, por ejemplo a favor de citar la institución extrajera a medias, deformándola, o por ignorancia o por mala fe. Pecamos siempre de insinceros: o no estudiamos y opinamos sin estudiar, o adrede alteramos la verdad vista para que nuestro capricho triunfe.

¿Proyectamos la organización constitucional del Poder Legislativo? Pues no hacemos de estudiar modestamente nuestra pobre realidad social y política para inspirarnos en ella; sino que pretendemos una representación de acuerdo con los índices de los últimos autores de derecho constitucional extranjero y hemos de imaginarnos que hay instituciones, legal y permanente organiza-das, de trabajadores del campo, que pueden ser representadas en el Congreso. ¡Representación funcional! ¡…Ah!… ¡hay que estar a la moda! Representación funcional de los trabajadores del campo en un país en que casi no hay espíritu de asociación en las ciudades y entre gente culta: en un país en que el Estado ha absorbido de hecho a los gremios para imponer, por codicia y cesarismo, lo que de suyo no puede dar la gente; gremios libres, conscientes, coherentes; en un país en que a duras penas, viven los municipios y las desorganizadas universales, y algún centro comercial o agrícola humildemente contra los impuestos.

¡Ah nuestra ciencia libresca, falta de modestia, nuestra absoluta falta de sinceridad, en suma!… Se ha agitado últimamente la cuestión escolar y religiosa por culpa exclusiva de decretos, informes e imprudencias gubernativas o de empleados públicos. Pues los llamados liberales del Ecuador carecen del valor para decir: “no creemos en la libertad, ha fracasado la libertad, no creemos en los derechos del hombre y del ciudadano. Locke es anticuado, Montesquieu un insensato; tenemos fe, porque así nos dicta la conciencia, en Lenin; vamos al monopolio de las almas, para ir luego al de los bolsillo”. Esto no lo dicen los llamados liberales, sino que invocan el liberalismo consecuencias cesaristas me-diante una argumentación de falsía, de engañifa, de tergiversación, ¡sí, de franca tergiversación!…

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Un joven articulista, que, sin duda alguna, se ha de proclamar “liberal”, en-trada el otro día los conceptos de libertad, como autonomía personal –¿quién será personalmente autónomo en el Ecuador?– y de libertad legal, y daba a en-tender que la única argumentación a favor de las escuelas particulares ecuatoria-nas ha sido la práctica de la Europa Occidental y de los Estados Unidos… ¡No, señor, no! Sería de justicia más lealtad en la discusión. No somos pedagogos ni especialistas ni nada, pero, al fin, repitiendo “lealmente” las doctrinas de los Gabriel Monod; de los Faguet, de los Unamuno, de los Alás, de los Roosevelt, hemos dado en favor de la enseñanza legalmente libre –aunque bajo la inspec-ción moral e higiénica del Estado– otros argumentos que el sacado únicamente de una copia ridícula de Francia, Inglaterra y Estados Unido, ya que Alemania no es propiamente un país de enseñanza libre sino de enseñanza confesional. Refútese sinceramente, valientemente, la idea liberal; pero no se quiera armoni-zar cosas contradictorias.

22 de diciembre de 1928

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Los partidos políticos198

Cuando Bonaparte se convirtió en capitán de la Revolución Francesa y en la punta de su espada fue llevando los derechos del hombre y del ciudadano para derramarlos y sembrarlos en países envueltos por las densas nieblas del feuda-lismo anacrónico, cuando Bonaparte hizo de su pecho un dique para rechazar las olas del absolutismo que querían tragar a la nación luz, cuando Bonaparte se reveló verdadero soldado, es decir, hombre de audacia inteligente al servicio de la justicia y de la libertad, únicos valores de la vida, Beethoven, el gran Bee-thoven tradujo su admiración para con el guerrero invicto en la tercera sinfonía, cuyo título era: “Bonaparte… Luigi van Beethoven”. Supo, luego, Beethoven la elevación al trono imperial de su héroe, de su dios puro y desinteresado, y exclamo: “Bonaparte ha sido un alma vulgar. No escucha sino la voz de su am-bición”. Arrancó el forro de la tercera sinfonía y le dio el nombre que ha con-servado: “Sinfonía heroica, para celebrar el recuerdo de un grande hombre”, como se conserva el recuerdo de un muerto a quien se ha amado y en quien se ha creído. Cuando Napoleón murió en Santa Elena, dijo Beethoven con gran tristeza: “En la sinfonía heroica, introduje también yo una marcha fúnebre…”.

He aquí lo que se llama amar una idea, amar un principio. Beethoven se entusiasmó por Bonaparte, no con el entusiasmo inconsciente de quien en un hombre admira la bruta audacia, el cuerpo musculado, la cara ceñuda, la rapidez violenta, el ojo amenazante. Beethoven no admiró propiamente a un hombre, a un fetiche. Beethoven amó en Bonaparte los principios que Bonaparte en-carnaba: los derechos del hombre y la libertad de los pueblos que Bonapar-te representaba. Apenas el vencedor en Marengo se convirtió en Emperador, Bethoveen, triste y desilusionado, renegó del héroe, no temió contradecirse aparentemente, introdujo en su sinfonía una marcha fúnebre para enterrar su esperanza muerta, y, serenamente, no obstante las amarguras de su vida, sordo a las vulgaridades, alerta a las armonías, siguió amando lo justo y lo bello.

Grave y severa lección es esta. Los hombres y los pueblos no viven sino por las ideas que aman y persiguen. Cuando en lugar de amar ideas, clara y racionalmente vistas y entendidas, se buscan conveniencias, se persiguen perso-nales intereses, el caos y el tanteo se sustituyen a la luz y a la vida, y los hombres y los pueblos se precipitan, sin caer en la cuenta, ciegos y apasionados, en las simas de la descomposición y del odio.

198 Tomado de: José María Velasco Ibarra, “Los partidos políticos”, en Obras completas: “Medita-ciones y luchas” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo II, Quito, Lexigrama, 1974, pp. 174-179.

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¿Qué debo hacer para cumplir mi fin? ¿Cuál es mi vocación? ¿Cuál debe ser el ideal social en este momento? ¿Qué política es ahora la más justa, la más eficiente? Tales deben ser las preguntas del hombre honrado, del político sincero, y las respuestas a estas preguntas deben ser la norma, el rumbo de la acción, prescindiendo de halagar a las personas, de buscar utilidades, de fasti-diar adversarios, de conquistar satélites. Cuando así no se procede, un pueblo está en tinieblas, camina, vuela al fracaso, impera la adulación a las personas, en el fondo todos piensan lo mismo, igualados por las convivencias, por la sed de mando, por el afán de figuración, por el hambre de plata.

No creamos que jamás la plata, las conveniencias y los honores unan per-manentemente a las gentes. Los hombres que se unen por las conveniencias y por la plata, al voltear la esquina se matan por la plata y las conveniencias. El único vínculo que asocia permanentemente es la idea. En la idea, por la idea y para la idea, se juntan los hombres. La idea justa, la idea clara, va en busca de servidores, conquista soldados, sugestiona apóstoles, mantiene por sí sola la colectividad, es el alma, es la fuerza, es el nervio, es la savia, es el tallo.

Se habla en el Ecuador ahora de la necesidad de fundar un nuevo partido, del partido socialista, del partido radical. Todo esto está muy bien en el pensa-miento abstracto, en el razonamiento, en el discurso, en el libro. En la práctica, no cabe fundar ningún nuevo partido, porque debe primero regenerarse a los partidos antiguos, y sobre todo porque no hay el núcleo humano cuyas tenden-cias, sentimientos, anhelos sean sostenes de antiguos ni de nuevos partidos. Se reunirán mañana o pasado mañana en un gran salón unos cuantos señores: lee-rán discursos elocuentes, largos y más vulgares los unos que los otros; copiarán sistemáticamente los índices de los últimos tratados de los derechos, economía y política; dirán que esto es el famoso programa del partido; se separarán luego prometiéndose fidelidad heroica en la lucha por los ideales… Al otro día, todo continuará lo mismo: la misma monotonía, el mismo desconcierto, la misma mediocridad, la misma injusticia, las mismas claudicaciones. ¿Por qué? Porque por pereza no buscamos ideas; ideas justas, claras, adecuadas; porque por mal-dad no las amamos; porque nuestros únicos guías son la avaricia y la adulación por avaricia, y el odio mutuo por avaricia, y el servilismo por avaricia.

Los que como simples ciudadanos braman en defensa de la libertad, suben al poder y oprimen la libertad y clausuran periódicos y persiguen a periodistas. Los que rugen contra García Moreno, porque no respetó la libertad de concien-cia y la soberanía popular, cuando se presenta la ocasión, hacen de la función electoral un asunto de contrato misterioso, de pacto secreto entre gobernantes

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y aspirantes, y eliminan la libertad de enseñanza y mienten y adulan y siguen pavoneándose de liberales. Los que protestan contra el Estado burgués y la opresión del débil en nombre del socialismo, se inclinan hasta el polvo cuando se les ofrece un empleo y abusan del empleo y apenas pueden son los verdu-gos de la justicia. Los que no sueltan de la lengua, la religión y el nombre del Cristo, se prosternan ante la fuerza ilegal por un pingüe empleo, por un viaje, por una ventaja. Es que el gesto de Beethoven con Napoleón es para nosotros infinitamente ridículo y utópico. Es que ni tenemos principios ni nos interesan los principios. Lo único que nos mueve es la ganancia, el lucro, el anhelo de mandar, de fastidiar al que manda, de oprimir al que obedece por vanidad y por vergüenza.

Antes de fundar un nuevo partido, sería tal vez más práctico que quienes pueden enseñar con la palabra o con la pluma prediquen una cruzada de civis-mo, de moralidad, de doctrina, de principios. Antes de fundar un nuevo partido, sería mejor que los antiguos participen a cumplir sus verdaderos fines, dejándo-se de competir en cuál es el que mejor copia los índices de los más modernos libros para decir que tienen el mejor y más moderno programa. El programa de un partido no es un asunto de libros ni de intelectuales. El programa de un partido es la fiel traducción de esos pocos y prácticos anhelos que sienten los núcleos humanos respecto a las necesidades locales, momentáneas, concretas. Los programas de nuestros partidos caen en olvido al otro día de formulados, nadie los desenvuelve, nadie los sostiene, nadie los ataca; porque todos están convencidos de que son una frase, un deporte mental de unos pocos intelec-tuales; una serie de tesis que el mayor número ni ama, ni entiende, ni siente.. Procuremos ensañar sinceridad, moralidad, civismo y doctrina, y, poco a poco, se formarán verdaderos partidos conservadores, liberales radicales, socialistas y qué se yo, y dentro de cada partido aparecerán las alas derecha, centro, izquierda y todo lo que se quiera; porque donde hay idea, ésta se ramifica, se metamorfo-sea, se matiza de diversos modos. Donde hay engañifas y conveniencias, éstas se revisten con máscaras diferentes, quedando en el fondo de las mismas: en-gañifas y conveniencias.

“Dejemos las huecas palabras que se vuelven banderas de traición en la boca de los caudillos”, dijo el apóstol Vasconcelos: “Patria, democracia, revo-lución social, radicalismo vago, todo esto, en labios ignaros, esconde una sola calamidad: la barbarie. Las meras palabras: democracia, socialismo, libertad, no podrán salvarnos, si no las hacemos realidad mediante la educación de cada ciudadano. Las solas palabras vacías se volverán un conjuro peligroso en los

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labios de los fariseos y en una desilusión más para la patria”. En Francia, Marc Sangnier dijo en ocasión solemne: “No basta gritar: ¡viva la República! ¡Viva la libertad! Es necesario tener el gusto de la libertad, el valor de practicar eta virtud; pues la libertad es más bien una virtud que un derecho y pocos hombres son capaces de practicarla”.

Si hubiera sinceridad, espíritu práctico, verdadera claridad en el pensa-miento, habría en el Ecuador problemas bastantes para ocupar a los partidos políticos. Pero como de lo único de que se trata es de la captación del poder, los llamados partidos políticos se interesan solo por atraer prosélitos y buscar apoyos con programas exóticos, con tesis del libro, con enunciados sin alma. El que quisiera representar una fuerza conservadora, mucho tendría que hacer: tal vez queremos borrar, arrancar de cual e imprudentemente la tradición latina y cristiana: tal vez pretendemos dispararnos tontamente por extrañas vías; tal vez nuestro avance debe ser más reflexivo, más sensato. He aquí materias dignas de sincero estudio por parte de los elementos conservadores. El partido liberal aún no ha hecho nada; tiene que hacer casi todo. ¿No está todo oprimido en el Ecuador? ¿Dónde están la libertad del sufragio, la de palabra, la de enseñanza, la de entrar en el país y salir de él tranquilamente, la de conciencia, la de asociar-se? ¿Cómo anda en el Ecuador la dignidad humana? ¿No vivimos esperándolo todo de un hombre, de un hombre padre, educador, maestro y creador? El Partido liberal casi no ha hecho nada en el Ecuador. La intransigencia religiosa ha reemplazado con la intransigencia inconsciente y fatua de los laicos, dogmá-ticos a su modo.

Cuando en el país haya socialistas, estos tendrán mucho que hacer. Llenos de piedad para los débiles, llenos de desinterés, con mentes bastante ilustradas, estos tendrán para comprender que la sociedad debe ser una armonía, una cooperación, una disciplina dignificadora, estarán en el caso de agotar sus fa-cultades enseñando que las energías individuales han de ser funciones humanas, factores del levantamiento moral, material, sistemático de todos, que no hay dignidad en el hombre sin cierto bienestar, cierta seguridad; que la justicia exige que la sociedad se organice mejor y los individuos cumplan el deber del servir.

16 de mayo de 1929

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La democracia en la historia199

Como ya se insinuó, la democracia se basa en el carácter moral del individuo humano, en su valor, en su respetabilidad, en la necesidad de ayudarle, me-diante instituciones, para que obtenga sus fines que son los fines humanos. La democracia organizada supone, además, que los individuos se subordinan a los valores ideales: deber, justicia, belleza y que influyen en la vida para la obten-ción de estos valores.

En esta fórmula se armonizan individuos e instituciones. Ni el individuo es solo medio ni hay tampoco anarquía individualista.

En la antigüedad histórica casi no hay democracia. Si exceptuamos un perío-do de la historia griega, no hay en la antigüedad democracia ni en la doctrina ni en los hechos. En el Estado antiguo encontramos a menudo garantizada la libertad individual como resultado de la lucha entre el individuo y el Estado, como efecto de un equilibrio entre fuerzas que se contrapesan. Lo que no hay en el Estado antiguo, dice Jellinek, dependiente del individuo frente al Estado”200.

Tenemos que prescindir, respeto a prehistoria, de las novelas contadas por ciertos sociólogos acerca de la condición del hombre primitivo. Según algunos sociólogos, el hombre primitivo, falto de toda organización civil y doméstica, se agitaba en la promiscuidad sexual y en la lucha de todos contra todos: el des-potismo es un hecho primitivo. Los etnólogos modernos, especialmente los sa-cerdotes misioneros que han tomado en serio su destino civilizador, han hecho detenidas observaciones, procurando penetrar en el interior de las instituciones sociales de los primitivos. Se ha determinado ciertos grupos de hombres verda-deramente primitivos. Establecido este carácter con el mayor número posible de pruebas, se han interpretado lo más exactamente posible sus instituciones. “Así, por todo lo que atañe a la civilización material, los pigmeos son el pueblo más antiguo que conocemos. “Su civilización material es típica: es tan primitiva como se puede imaginar. No se pueden encontrar instrumentos o acciones más simples”. “Un estudio antropológico, hecho sin prejuicios teóricos, demuestra que los salvajes actuales, de hábitos, de costumbres, de creencias extravagantes, inmorales, absurdas con una mitología llena de dioses inmorales y bárbaros; con bailes obscenos, la antropofagia, la violencia, la crueldad, no son los hom-

199 Tomado de: José María Velasco Ibarra, “La democracia en la historia”, en Obras completas: “Democracia y constitucionalismo” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo I, Quito, Lexigrama, 1973, pp. 25-38.

200 Jellinek, Teoría del Estado, Tomo I, p. 363 y ss.

DEMOCRACIA Y CONSTITUCIONALISMO

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bres primitivos, sino poblaciones víctimas de degeneración, de desviación, de caída hacia el Estado salvaje. Al contrario, los pigmeos –que viene probable-mente del Asia: el más antiguo pueblo pigmeo habita el centro del África y de este proceden los pigmeos de Asia y los boschimans– tiene las costumbres, los hábitos, las creencias, las prácticas más simples que se pueden imaginar, con los caracteres más netos de infancia y de ingenuidad”. Determinando el carácter de los pigmeos, veamos cuáles son sus instituciones, especialmente sus insti-tuciones políticas que son las que ahora principalmente nos importan. “Los pigmeos ignoran las depravaciones que se encuentran en todos los pueblos. El sentimiento del pudor es, en ellos, muy pronunciado: las mujeres están siempre vestidas; los hombres también en la mayoría de las tribus. Generalmente, en los pigmeos, existe una noción elemental, pero suficientemente desenvuelta de la moral; saben distinguir el bien del mal. No hay en ellos lucha por la vida. Los pigmeos poseen la noción de la propiedad. Esta existe en ellos y se extiende a la familia, a la tribu, al individuo”. Y ¿cuáles son las instituciones políticas de los pigmeos, que son las que hoy nos interesan? “El espíritu de independencia es muy grande en los pigmeos y casi no tienen poderes políticos y sociales”. “La ley de las tribus es una ley de altruismo bastante fuerte para engendrar el sacrificio en la participación de los medios de subsistencia o en los actos que tienden a asegurar el bienestar de los individuos”201. “La familia de los pigmeos es monógama; no hay jefes supremos sino asambleas de jefes de familia. Hay ausencia completa de esclavitud y canibalismo”, dice Deffontaines, resumiendo los trabajos de la cuarta semana de etnología religiosa202.

El despotismo, la imposición salvaje del más fuerte, no son, pues, cosas realmente primitivas. “La hipótesis de Locke y de Rousseau, ha sido confirma-da por la etnografía”, dice Valentín Letelier, “en cuanto supone que a los prin-cipios las sociedades son masas completamente sin forma, sin organización y si cabeza. Es, por ejemplo, lo que atestiguan los cronistas del coloniaje respecto a los aborígenes de Chile”. “Testimonios igualmente fidedignos, dice a otra parte Letelier, “acreditan cuán general ha sido el Estado acrático entre los salvajes. De los fueguinos, dice Darwin, que sus diferentes tribus no tienen ni gobierno ni jefe. De los charrúas del Uruguay, dice Araujo que cuando se encontraron con los españoles, carecían de organización civil y política”203.

201 Gemelli, Origine de la Famille (traducción francesa), París, 1923. 202 P. Deffontaines, «Les Sciences d’observation et les Missions», en la Revue des Jeunes, París,

Diciembre, 1925. 203 Valentin Letelier, Génesis del Estado y de sus instituciones fundamentales.

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Decididamente se puede afirmar que el Estado y el despotismo no son instituciones primitivas. “El Estado acrático”, repite Letelier, “es mucho más general de los que en las obras de viaje, de historia y de etnografía aparece”. Empero, y a pesar de todo lo anterior, a pesar de la falta de esclavitud y caniba-lismo en los primitivos, ¿se puede afirmar que la democracia es una idea, una institución primitiva? No; porque el grupo primitivo no tiene conciencia del valor jurídico del individuo frente al Estado, no conoce la importancia moral insuperable del individuo. En la psicología del grupo primitivo, el individuo siente, cree y vive en función de la sociedad. No hay la tiranía de uno, de pocos, de muchos, pero hay la tiranía de los ritos y hábitos ante los que desaparece la individualidad jurídica autónoma.

“Desde que nos ponemos a observar cómo pasan las cosas fuera de las sociedades civilizadas, “dice Valentín Letelier, “encontramos que la vida cuoti-diana del hombre está minuciosamente reglamentada por un sistema, que a no-sotros nos parece insoportable, de costumbres imperativas y de prohibiciones y privilegios absurdos. La manera de descasar, la de cortar madera, la de construir canoas, la de hacer fuego, la de labrar y pulir la piedra, la de emprender una marcha, la de empezar un combate o una obra; en una palabra, la vida entera del salvaje se desarrolla sujeta a usos y costumbres cuya puntual observancia está, por lo común, garantizada con penas terribles”204.

Gemelli –entre otras cosas– recuerda las fiestas de iniciación con que se celebra la época de la pubertad de jóvenes y niñas. En los Andamenes, se priva a los jóvenes que llegan a la pubertad, de los alimentos prohibidos en la tribu. Esta privación significa que los jóvenes son ya capaces de gobernar la familia205.

A la falta de poderes políticos absorbentes y dominadores, en el primitivo hay la espontánea psicología absorbente del grupo: el rito y la costumbre social determinan todo. No hay una vida privada para el individuo, mucho menos una esfera jurídica individual. La “iniciación” es el principio de obligaciones religio-sas, morales y sociales, como nota Deffontaines.

El Estado oriental, como se sabe, solo admite para el individuo una capa-cidad de derecho limitada. “El derecho del individuo”, dice Jellinek, “no po-día hacerse valer para con el monarca. Como ocurre en todos los Estados en quienes la plenitud del poder reside en un órgano sin restricción alguna, solo pueden encontrarse las garantías para la conservación del orden jurídico en la

204 Valentin Letelier, op. cit., p. 312 y ss.205 Genelli, Origine de la Famille.

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naturaleza contingente de las personas que detectan el poder. Lo mismo sucede a una parte del pueblo respecto a la capacidad para el derecho público, puesto que la pertenencia a una determinada clase o casta es lo que da una calificación pública para que le sea otorgada una función u oficio”206. He aquí la opinión que se formó del Estado de Persia, de Egipto, de Babilonia, el sabio juris-ta, en Babilonia hubo “instituciones jurídicas bastante perfeccionadas que no concuerdan con las representaciones que sabemos tener cerca del despotismo oriental”. En Fenicia y en Cartago, Baal recibía en sus inflamados brazos a los niños y se veía a hombres arrojarse en las hogueras encendidas para que el cielo fuera propicio a la patria207. Imagen viviente ésta del nacionalismo moderno que inmota el individuo al prestigio y fuerza de la patria.

En la famosa Roma, tenemos que distinguir con León Homo, diversas épo-cas de organización política. Cuando el nacimiento del Estado romano, los “titanos etruscos no debieron su poder más que a la fuerza de las armas. Una realeza militar pujante, que concentra en sus manos el conjunto del poder eje-cutivo: administración general, mando militar, religión, una asamblea popular por curias destinada a una misión puramente consultiva; un Consejo de An-cianos, el Senado, compuesto de jefes de gentes romanas o etruscas represen-tación permanente junto al rey, de los vencedores y de los vencidos. La plebe, excluida de la ciudad, nada tiene de común con la ciudad, ni desde el punto de vista político, ni civil, ni aún religioso, hecho que se traduce en la práctica por la ausencia de derechos políticos y civiles”. En suma: en el nacimiento del Estado romano, tiene derecho el que puede imponerlo con la fuerza. Ni un átomo se encuentra, entonces, de democracia, porque no hay la conciencia del calor moral del individuo.

En el año 509, la reacción nacional latina expulsa a los reyes etruscos y establece la aristocracia política. La Constitución republicana y aristocrática de Roma –Asamblea cural, Senado, consulado– es exclusivamente patricia y “el régimen aparece como un monopolio patricio completo”.

En los siglos V, IV y III, aumentada la plebe desde el punto de vista nu-mérico, desenvuelto el comercio, la plebe termina por conquistar la igualdad política. Los plebeyos tienen derecho de acceso a los cargos y magistraturas. Pero, no obstante de las “grandes reformas constitucionales del siglo III”. “La reforma de los comicios centuriales no tuvo por consecuencia hacer absolu-

206 G. Jellinek: Teoría general del Estado I, p. 366.207 Drioux, Historia antigua de oriente.

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tamente democrática la composición de esta Asamblea: exclúyase de ella, de hecho, a todos los que no poseían el mínimo de censo (50.000 ases) exigido para la tercera clase, y, por consecuencia, se dejó la mayoría en manos de los ricos y de las clases medias”.

A pesar de los triunfos de la plebe urbana, a pesar de los éxitos posteriores de la plebe rural, Roma es el Estado de la desigualdad. Los derechos adqui-ridos por las clases no son efecto del reconocimiento del valor moral de los hombres, sino equilibrios, transacciones, contrapesos producidos por la lucha entre clases. Hay siempre lucha latente entre las clases. El equilibrio mecánico establecido en la ciudad, está amenazado a cada instante como consecuencia del aumento o disminución de potencial en cada grupo. En Roma hay que dis-tinguir a los ciudadanos completos de los incompletos.

Oigamos a León Homo caracterizar esta manera constitucional de Roma: “Como la oligarquía, paralelamente a ella –y por las mismas razones– el poder militar, a favor de la segunda guerra púnica, progresa a pasos agigantados y ya se perfilan en lontanaza amenazas de dictadura”. “La marcha hacia la oligar-quía, comenzaba a fines del siglo III y precipitada por la segunda guerra púnica, continuó implacable. La intervención popular no se ejerce ya más que a saltos y casi en forma revolucionaria”. Por fuera y por dentro, escribe Salustio, todo se arreglaba a gusto de un pequeño número de hombres. De ellos eran, continúa, el tesoro, las provincias, las magistraturas, los honores y los triunfos. Por otra de su psicología política, después de un período de incompleto equilibrio mecáni-co, el romano pasó a la oligarquía para encaminarse al cesarismo.

“El imperio romano”, dice el sabio especialista León Homo, “lo mismo que la antigüedad, en su conjunto, no ha conocido jamás el régimen representa-tivo, que, por la asociación íntima de las poblaciones en el gobierno de la cosa pública, habría podido ser para él, en cualquier tiempo, un potente elemento de vitalidad”. “El imperio romano, desde el siglo III después de Jesucristo, se ha trocado en una monarquía a la oriental, con sus costumbres sanguinarias y sus intrigas palaciegas”208.

No debemos engañarnos por la distancia de los tiempos. La democracia romana del siglo III no es la democracia jurídica que conocemos ahora. La psicología política del romano se distingue por la importancia de la voluntad y de la fuerza. La historia de Roma es la de la lucha de clases al impulso de la vo-luntad de la fuerza y dominación y al choque con la voluntad de conservación

208 León Homo, Las instituciones políticas romanas (traducción castellana).

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y de imperio. En el siglo III antes de Jesucristo ha simplemente un equilibrio inestable de fuerzas iguales. No hay en Roma el predominio interno del princi-pio ético de igualdad jurídica entre hombres ni hubo nunca verdadera igualdad política; triunfó la fuerza del origen, o la fuerza del dinero, o ambas fuerzas en proporciones variables, según su intensidad transitoria. Hubo siempre ciudada-nos completos. El individuo, como tal, careció de valor en el Estado: importó únicamente la clase como elemento de fuerza. Por esto fue desconocido el sistema representativo. “La democracia”, dice Homo, “no ha podido arraigar jamás en Roma”.

Cuando se habla de la antigua democracia es menester tener en cuenta que la ciudad era la reunión de unos pocos ciudadanos, aristócratas, que imperaba sobre una masa de esclavos y se servía de los esclavos. ¿Cómo puede haber verdadera democracia donde no existe aún la verdadera noción del hombre?

Grecia principia por la monarquía, concentrando en el rey el cargo de sacerdote, juez, administrador, jefe del ejército, y pasa, luego, a un gobierno aristocrático “muy cerrado, muy autoritario, y, en resumen, muy duro”, afirma Croiset209.

En Esparta, a los ilotas se les daba todos los años cierto número de lati-gazos para recordarles su servidumbre y cuando estos hombres informados se multiplicaban demasiado, se les cazaba como a fieras210. La ciudad antigua – cuando no la tiranía de un hombre o de un grupo– absorbía y anulaba los derechos del individuo. Licurgo quiso que los ciudadanos fuesen hombres vi-gorosos, valientes, diestros, anhelosos de gloria y a fin de obtener este ideal, partiendo del principio de que los niños pertenecen al Estado y no a la familia, se les separaba a los siete años de sus familias para confiarles a maestros pú-blicos. Licurgo ordenó que todo el mundo fuese guerrero. El comer, el beber es vestir, el hablar y todos los demás actos de la vida se hallaban, en Esparta, previstos y determinados por reglamentos. Licurgo fue, sin embargo, uno de los más sabios legisladores de la antigüedad recorrió la India, el Egipto y todas las regiones de Grecia. En el Estado antiguo, el individuo es un elemento de la comunidad y para la comunidad.

Las reformas de Solón y, luego, la actuación y leyes de Pisistrato y Clístenes establecieron, al parecer, una verdadera democracia, con separación de poderes y derechos individuales, en Atenas. “La liberación política de los pobres”, dice

209 A. Croiset, Las democracias antiguas (traducción castellana).210 Drioux, Historia de Grecia.

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Croiset, “deseaba y decretada por Solón, fue una realidad”. La soberanía en Atenas pertenece al mayor número. “A pesar de los privilegios teóricos conce-didos a los ricos, éstos soportan más cargas que los pobres: una fiera igualdad reina en todo”, dice Croiset. “Cuando se examinan sin prejuicio los hechos”, escribe este historiador, “es preciso reconocer que la democracia ateniense fue una de las grandes creaciones del genio griego. Ha concebido un ideal de vida colectiva nobilísimo, en la cual la norma suprema de las acciones fuera la ley, es decir, la razón común, y en la que el individuo, sin embargo, tendría amplio espacio para moverse libremente y desarrollar todas sus fuerzas”.

Atenas, según Croiset, es una excepción, en la antigüedad. La enseñanza es libre. No le tritura al individuo la exigencia de la colectividad ni le ahogan las castas como en la Indica. Sin embargo, si, sin embargo, monsieur Croiset, inge-nuo admirador de Atenas, lo reconoce: “la existencia de los esclavos reducía el número de ciudadanos pobres, haciendo así de más fácil solución el problema del proletariado. Los esclavos, mantenidos por sus señores, provistos del mí-nimum indispensable para la vida, no aumentan las filas de los pobres y están fuera de la ciudad”211.

Marius André, historiador muy documentado, refutando a Alfredo Croiset, cita lo siguiente de Laserre: “La antigüedad no ha conocido nada que, bajo el nombre de democracia, pueda compararse con lo que entendemos hoy por soberanía del pueblo. Entre los antiguos, con el nombre de democracia, se desenvolvieron dos Estados políticos diferentes que iban alternando con fre-cuencia, y de los cuales el uno venía a ser una reacción más o menos violenta contra el otro: primero, una aristocracia fundada en las riquezas, que quería ser también aristocracia militar, que es la que había venido a sustituir a la anti-gua aristocracia de casta –Constitución de Solón–; luego, un régimen cesarista fundado sobre la popularidad o el terror, y que se llamaba tiranía. Los tiranos nacieron de las revueltas del pueblo contra la oligarquía de los ricos; así como éstos sucumbieron por las conspiraciones de estos últimos. Lo que no hubo jamás fue un gobierno efectivo de multitudes. La multitud pedía un tirano, un César, una dictadura. La tiranía ocupó el puesto que Croiset asigna a la plena expansión de la democracia212. “En suma, queda confirmada esta tesis, sea cua-les fueren las exageraciones extremas de Pedro Laserre y de Alfredo Croiset: la antigua ignoró la verdadera naturaleza del hombre y la prueba de esto está en

211 Croiset, Las democracias antiguas (traducción española), pp. 73-74.212 M. André, Bolívar y la democracia (traducción española), p. 136.

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las castas y sobre todo en la esclavitud; la antigüedad ignoró el valor jurídico del individuo, átomo integrante de las clases en lucha, de la comunidad puesta en paz por los tiranos populares.

Un historiador mucho más profundo y penetrante que Alfredo Croiset, Fustel de Coulanges aprecia así la democracia griega: “Los griegos no poseían una idea clara de la libertad; los derechos individuales carecían siempre de ga-rantías entre ellos”. “En las Asambleas podían hablar todos, sin distinción de fortuna ni de profesión, siempre que hubiese acreditado que gozaban de los derechos políticos, que no eran deudores del Estado, que eran puras sus cos-tumbres, que estaban unidos en legítimo matrimonio, que poseían tierras en el Atica, que habían cumplido todos los deberes con sus padres, que habían arrojado su escudo en ningún combate”213. Estas afirmaciones de pluma tan docta respecto a la democracia de Atenas, revelan que la esfera jurídica libre del individuo era desconocida por los atenienses. El Estado era un centro de moralización, de reglamentación, de disciplina desesperante, de absorción, en suma, de la vida privada. Cuando no hay individuos libre, autónomos, con su vida privada, independiente del Estado, no hay verdadera democracia. Cuando las instituciones no son hechas para el servicio del individuo, no hay democra-cia. Cuando el individuo no es medio para el vigor y brillo colectivo, no hay tampoco democracia. El individuo es servidor de los valores morales: deber, justicia, belleza; las instituciones son auxilios del individuo. Nada de esto cono-cía la ciudad antigua. “El Estado”, dice Fustel de Coulanges, “no permitía que un hombre fuese indiferente a sus intereses: el filósofo, el hombre de estudio no tenían derecho de vivir aparate”. “El Estado no toleraba que sus ciudadanos fuesen contrahechos o disformes. En consecuencia, ordenaba al padre a quien naciese un hijo disforme, que le hiciera morir. Esta ley se encontraba en los antiguos códigos de Esparta y de Roma”. “El Estado consideraba el cuerpo y el alma de cada ciudadano como de su pertenencia”.

Podemos descansar en estas afirmaciones de Fustel de Coulanges, porque el sabio autor se basa en las más seguras, directas y variadas fuentes y porque a nadie puede rivalizar con él en la facultad de análisis y de penetración.

Y el Estado antiguo no podía ser de otro modo. Nadie aún había enseñado con claridad y unción el fin de la vida, el fundamento de la moral, la naturale-za del hombre, el valor del sacrificio, el término de la actividad, el origen del Universo. Había habido filósofos para enredar y obscurecer; no había habido,

213 Fustel de Coulanges, La ciudad antigua.

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como dice Bossuet, quien “determine” las mentes de los hombres. En el famo-so Código de Hammurabi es interesante comparar el detalle y la exactitud en la reglamentación científica del trabajo, de pobreza de sus más delicadas dispo-siciones morales: relativas al matrimonio, a la esclavitud, a la pena del talión214.

En Platón la actividad individual, las funciones de los ciudadanos, las fa-milias, todo se subordina a la necesidad de conservar y desenvolver la ciudad. Hay que reglamentar la actividad de los ciudadanos de tal manera que cada uno cuide tan solo de una función. La comunidad de mujeres, de hijos y de bienes, es, según Platón, la manera de unir a los guardianes de la ciudad. Los niños mantenidos, por la reglamentación de los asilos públicos, en la ignoran-cia de los lazos naturales de filiación, tendrán, respeto a todos, los sentimien-tos de un hijo215.

Aristóteles, la inteligencia más amplia y más honda, más elevada y más firme, escribió en el libro primero de La política lo siguiente: “Hay en la especie humana individuos tan inferiores a los demás como el cuerpo al alma, como la bestia al hombre: son aquellos de los que el mejor partido que se puede sacar es el empleo de las fuerzas corporales. Partiendo de los principios que hemos sentado, esos individuos son los destinados, por la naturaleza a la esclavitud, pues no hay para ellos nada mejor que obedecer. Es esclavo por naturaleza el que puede pertenecer a otro (y, en efecto, a otro pertenece), y cuya razón ape-nas llega al grado necesario para experimentar un vago sentimiento sin tener la plenitud de la razón. Los demás animales, enteramente desprovistos de la razón, obedecen a las impresiones exteriores. Por lo demás, la utilidad de los esclavos y de los animales domésticos es casi la misma: unos y otros nos ayudan igualmente a satisfacer las necesidades primordiales de la vida”216. Esta manera de pensar de Aristóteles, nos da una idea clara del concepto que la antigüedad tenía del hombre. Solo era hombre el que podía imponer este carácter por me-dio de alguna fuerza: el origen, el dinero, la revolución triunfante.

En el libro quinto de La política, reclamando el monopolio de la enseñanza, escribe Aristóteles: No debe creerse que cada ciudadano se pertenece a sí mis-mo, sino que todos pertenecen a la ciudad”217.

214 G. Maspero, Histoire Ancienne des Peuples de L’Orient.215 Emlie Bréhier, Histoire de la Philosophie (una de las obras que más honra a la actual ciencia

francesa).216 Aristóteles, La política (traducción de Estébanez), pp. 11-12.217 Aristóteles, La política, pp. 208.

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Este principio de Aristóteles excluye toda democracia verdadera y erige el despotismo de la colectividad sobre los individuos, so pretexto de que estos no se pertenecen.

Antes de Hobbes, Rousseau y los demás cesaristas y metafísicos de la polí-tica moderna, ya Aristóteles creyó que el Estado era un ser colectivo, con valor propio, con valor superior al del individuo. “En el orden de la naturaleza”, dice, “el Estado es antes que la familia y antes que cada individuo, pues el todo debe ser antes que la parte. Suprimid el todo; no quedará ni pie ni mano, como no sea nominalmente, porque una mano separada del tronco no será mano más que de nombre”. En esta concepción, ¿cómo pueden caber derechos del hombre y del ciudadano? ¿No es el individuo respecto al Estado como la mano respecto al cuerpo? El fin del individuo es ser ciudadano, el fin del ciudadano es procurar el bienestar del Estado. Las virtudes políticas predicadas por Aristóteles son tan poco elevadas, tan propicias, que desespera estudiar La política y no encontrar en ella idealismo alguno, que eleve el alma y vigorice la voluntad, “La ciudad modelo no admitirá nunca”, dice textualmente, “el artesano en el número de los ciudadanos”. ¿Por qué? Porque la virtud política consiste en saber obedecer y mandar; el artesano no puede ejercitar la virtud, porque es artesano, porque necesita trabajar para vivir. Toda la política es un tratado de desigualdad, de trabazones mecánicas entre ciudadanos para el bienestar de la ciudad. No hay en La política ni libertad, ni igualdad.

“Dos errores fundamentales”, dice Janet “el absolutismo del Estado y la esclavitud, comunes a Platón y Aristóteles, y exagerados por ambos, corrom-pían hasta la misma fuente, su moral y su política”218. El progreso de la filosofía antigua la condujo al estoicismo, cuya moral no podía tener eficacia para el establecimiento del régimen político democrático, porque el estoicismo no es moral para la múltiples sino para seres selectos, porque el estoicismo no es moral para las multitudes sino para seres selectos”. “El rasgo más saliente del estoicismo”, dice Janet, “es la fortaleza, la energía, la violencia contra sí mismo: el desprecio del dolor, del placer, de la muerte y de todos los accidentes de la humanidad. Su modelo es Hércules: dios de los cínicos. Los grandes ciudada-nos de la antigüedad sabiéndolo o no fueron estoicos”219. El estoicismo pudo romper el anillo despótico del Estado de Aristóteles y enseñar que aún el escla-vo, si es capaz de libertad interior, es hombre y ciudadano del mundo. Pero del

218 Aristóteles, La política.219 Janet, Historia de la ciencia política.

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estoicismo ¿pueden brotar los derechos de los humildes, de los débiles, de los faltos de energía interior?

Según los estoicos, solo el sabio, el hombre liberado interiormente, poseerá la riqueza, la realeza, la belleza, conocerá a los dioses y será el sacerdote ver-dadero220. Es decir, que la filosofía moral antigua, al progresar, termina por un inhumano orgullo.

Los grandes jurisconsultos del imperio romano –Gayo, Pablo, Papiano, Ulpiano, Modesto– discípulos del estoicismo, reformadores del derecho civil, consagraron el triunfo del absolutismo en el derecho público, como prueba patente de que el sentimiento de amor al pueblo humilde, no sale ni puede salir de la filosofía de la liberación interior. “El capricho del príncipe, esa es la ley”, decía Ulpiano, Quiquid principi Placuit, legishabet vigorem.

Para justificar el absolutismo, Ulpiano inventó la teoría irreal de la delega-ción popular. “Es el pueblo quien por la ley regia ha transmitido al príncipe el soberano poder”221. Ni en Ulpiano ni más tarde en Hobes apuntará el rayo del derecho inalienable del individuo humano.

220 Bréhier, Histoire de la Philosophie (obra de información y ciencia admirables).221 Janet, Historia de la ciencia política I, pp. 262-287.

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El pensador y el político: las divergencias222

Gentes ordinarias encuentran contradicción imperdonable entre la mentalidad del pensador y la actitud del político. Cuando un pensador llega a ser político y maneja a los hombres con criterio político, se levanta la grita vulgar para acusar al político de contradecir al pensador. De aquí se concluye que no hay en el mundo moralidad ni principios. Que lo único que hay es el interés inmediato, el éxito transitorio. Se declara que el filósofo y el pensador, cuando miran alto y se sitúan en planos elevados, no son sino utopistas o declamadores insinceros. Lo único real, el cálculo. Lo único positivo. El dominio de un hombre por otro más fuerte. Odio, utilidad, dominación: he aquí el credo de la vulgaridad, de la gente ordinaria, de los entendimientos romos.

La verdad es distinta. Entre el filósofo o el pensador, de un lado, y el po-lítico, de otro, hay divergencias, pero no esencial contradicción. Por caminos distintos, el pensador y el político están destinados a juntarse en el futuro de la idealidad, si acaso los vocablos que enuncian cosas altas no se reducen a pura farsa, a hipocresía mezquina.

El filósofo contempla la verdad dentro del marco de las leyes lógicas. El pensador ve las nociones llamadas a purificar la humanidad y enaltecer la vida. En medio de la gritería pasional, que lo entenebrece todo, el filósofo indica el horizonte a que debe tender la barca. Por encima de los sofismas, angustias y dolores, que lo amargan todo, el pensador alquitara la sustancia de verdad que lo tonifica todo, descubre la belleza que pinta emociones en rostros contraídos por el pesimismo.

Quien piense que Don Quijote puede tener éxito en todos los momentos, peca por lo alto y está condenado al fracaso, aunque el fracaso noble, a la desilu-sión digna del hombre. Quien piense que solo son realidades las concupiscen-cias y los inmediatos éxitos, peca por lo bajo, está condenado al fracaso, pero al fracaso propio de los viles, al fracaso del canalla que no tiene otro consuelo que la ignominia de la horca.

Hemos dicho que el filósofo y el pensador estudian la norma lógica, la ver-dad que orienta, la belleza que eleva por intensidad sentimental, el espíritu hu-mano. En todo esto hay realidad, valor positivo. Pero, si el horizonte remoto es verdad positiva, no es, sin embargo, el sendero que ha de ser pasado para llegar a la distancia prometedora. Si el futuro es nuestra gran tendencia, el presente

222 Tomado de: “El pensador y el político: las divergencias”, en Obras completas: “Conciencia o barbarie” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo V, Quito, Lexigrama, 1974, pp. 23-28.

CONCIENCIA O BARBARIE

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es nuestra forzada preocupación. El futuro es el vasto campo de la perfección, o por lo menos, de la esperanza de encontrar lo perfecto. El presente es lo in-mediato, lo cercano, con todas sus pequeñeces y con todas sus miserias, pero, cuando se lo contempla con profundidad, es también campo vasto llamado a recibir la calidad de la acción humana, calidad inmortal si sabe ser intensa y creadora.

De un modo, se contempla el futuro. De otro, se maneja el presente. Una, la ley lógica del conocer. Otra, la ley práctica para preparar el terreno en que vivirán los que se destinen al conocimiento. Una, la moralidad cristiana, la más perfecta que ha concebido la humana mente. Otra, la moralidad política, des-tinada a defender la moralidad cristiana, y sobre todo, a trabajar el campo en que algún día producirá frutos óptimos el mandato de perdón, de solidaridad, y de amor.

Política y pensamiento; político y pensador; autor de libros y político; teo-rizante y administrador: actitudes humanas todas, labores humanas todas, téc-nicas discrepantes; posiciones divergentes. Pero, para quien cale hondo, no hay contradicciones en estas actitudes, labores, discrepancias. Al fin, a condición de que haya recta intención, se encontrará la armonía, se llegará a la unidad, se vislumbrará lo absoluto.

El político tiene su técnica propia. Ve a los hombres y ve las cosas muy de cerca. Tiene que conducirlos, tiene que manejarlas inmediatamente, rápi-damente, tomándolos y recibiéndolas tales como ellos y ellas son. El político no está llamado a escribir tratados ni largas tesis. No hay tiempo para esto. El crimen y el desorden campearían, si el político se entregara a razonamientos y a divagación. La norma del político es la intuición rápida, la mirada escrutado-ra y certera, el valor, la acción audaz. El matemático está es su deber, cuando desenvuelve teoremas y deduce leyes. El santo llena su misión, si es ejemplo de propio vencimiento, de pureza, de cristiano amor. El político, que quiera inspirarse en el ejemplo de los santos, es un cobarde y, tal vez, un canalla. Se le presenta al político la dificultad. Él ha de intuir la norma que exija la realidad, la regla que inspire lo vital, lo armónico, lo creador. Y ha de aplicar esta norma y ha de infundir esta regla con denuedo, con arrogancia, a fin de excitar los ánimos y levantar las buenas voluntades de cooperación. La regla del político no puede ser otra que la eficacia, la creación, el triunfo de lo armónico sobre lo desordenado; la preponderancia de lo vital sobre lo mortal de las concupiscen-cias y de las pasiones disolventes. Por lo armónico inmediato, por lo vital, por la eficacia, por el triunfo biológico actual, el político se pone en armonía con el

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pensamiento puro que flota allá arriba, en el cielo del ideal, así como el noble labrador que empapa el surco con el líquido que comprimidamente brota de su frente, está en perfecta armonía con todos los grandes constructores de la cultura humana: astrónomos, sabios, artistas. Caminos discrepantes, nada más. Concordancia fundamental como término supremo.

Ante todo, se le da al político una masa humana con determinada tradición étnica. Por raza, unos hombres son capaces de generalizar, otros son artistas, o amantes del arte. Los de acá gustan de la fuerza; los de allá dan preponderancia a la razón. Al concepto justiciero. Por raza, hay hombres que se engolfan en teorías, en discusiones estériles; y hay hombres que prefieren la acción creadora y olvidan las verdades que orientan. Hay razas en que prevalecen las inclinacio-nes malas, ya razas con aptitudes mayores para las cosas buenas. Ya sabemos que la especie humana es una, y que en todos los grupos humanos hay virtuali-dades para todo: para lo estético y para lo feo; para lo noble y para lo ruin. Esto no quita un hecho indiscutible: cada raza tiene especiales cualidades y especiales defectos. El germano adora la fuerza. El romano fue el hombre del derecho. El griego fue el hombre del pensamiento y del arte. El francés gusta de los valores racionales armónicos. Al inglés, por regla general, le satisface la ordinariez más o menos pulida que obtiene lo útil, agradable e higiénico.

¿Cómo exigir que el político, por rendir homenaje al pensamiento abstrac-to, malamente comprendido, no tenga en cuenta los caracteres raciales del gru-po humano que debe manejar? ¿Cómo sostener que el político, en acatamiento a la lógica pura, se desentienda de las peculiaridades étnicas de los hombres cuya unidad y cuyo progreso tiene que encontrar?

Pero no solo hállase el político embarazado por las características étnicas, lentamente formadas y acumuladas por la historia, sino por los defectos transi-torios, circunstanciales, que adquieren los pueblos. El medio geográfico, el frío o el calor, las distancias y multitud de influjos externos, actúan en la mentalidad y sentimentalidad humanas, como lo vio con tanta perspicacia el ilustre Caldas antes que los sociólogos de escuela, más o menos pretensioso.

os y miopes en asuntos del espíritu. Pueblos hay que, perteneciendo a una raza religiosa y noble, se entregan, sin embargo, en brazos de un utilitarismo su-perficial y calculador. Descuídese, por inercia gubernativa, la educación popular en momentos en que todos hablan del triunfo de la técnica y de la necesidad de la ganancia, y fácilmente el pueblo pierde la conciencia moral, olvida las excel-sas responsabilidades. Que un acontecimiento cualquiera rompa una tradición ética y que esta tradición no sea remplazada por algún valor espiritual, y la so-

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ciedad, separada de su fuente inspiradora, puede perder el sentimiento íntimo de la obligación, del sacrificio, del esfuerzo abnegado. Grande es la responsabi-lidad de quienes, al conducir a los pueblos, no tienen en cuenta la complejidad y delicadeza espiritual de ellos. Un pueblo es, ante todo, un espíritu que se forma, se desenvuelve. Pero el espíritu de un pueblo es tan delicado como el alma de un niño, como el pudor de una mujer. ¡Cuidado con escandalizarlo!... ¡Cuidado con hacerle perder el escrúpulo vivificador! Lánzase, entonces, por los más arriesgados senderos del cálculo, la irreflexión y la astucia.

El alma nacional no solamente es alterada por malas tendencias étnicas, por accidentes históricos, sino que muchas veces corre peligro de pervertirse por explotaciones de políticos sin conciencia. Para gobernar tranquilos, para disfru-tar en paz de todas las ventajas del poder, hay políticos que intencionalmente pervierten a los pueblos, o consisten en su desmoralización. El individuo, en un pueblo desmoralizado, ignora los frenos éticos. Anhela, entonces, satisfacer su ambición económica y su vanidad personal. Para esto intriga, calumnia, fo-menta el caos. Cuando se rompen los frenos éticos, es una casa de orates la vida social. Unos se enfurecen, porque se les recuerda que existe el deber. Otros se resbalan, porque se proclama el imperativo de la conciencia humana. Alborotan los de aquí, en nombre de un arribismo que desea triunfar sin esfuerzo y sin fatiga. Claman los de más allá, porque se les impide el éxito fácil, porque, al esti-mular reacciones sociales de carácter moral, pierden el campo de explotaciones sin escrúpulo.

Al político se le plantea con frecuencia este atroz problema: el de encauzar gentes sin conciencia, individuos que no respetan tradiciones, ciudadanos que para medrar con facilidad proclaman la rebelión, contra toda norma de razón y de moral.

El político tiene que dominar las insurrecciones de intereses creados, de aspiraciones desordenadas, que toman como bandera nobles ideales, pero que en el fondo obedecen a instintos animales de vida simplemente vegetativa, de afanes únicamente nutritivos. El político, o sacrifica la totalidad nacional, la unidad, el futuro del grupo, la armonía aconsejada, impuesta por la razón, por la historia, o se ve obligado a aplastar concupiscencias, a poner en orden a re-beldes que buscan lucros, a dominar pasiones que carecen de la nobleza, de la pasión sedienta de cosas más nobles y más bellas, y tienen todo el peligro y toda la fealdad de la pasión bestial, miope en materia de idealidad, vehemente como impulso simplemente orgánico. El político tiene un deber más sublime que el del pensador o el del filósofo. Tiene el deber sublime de emplear energía espi-

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ritual, en iluminar cosas aparentemente menudas, sin trascendencia. Tiene que encender los faros del alma para proyectar claridades en pequeñas, en diminutas sinuosidades. Tiene el político que gastar energías anímicas en orientar lo cer-cano, lo aparentemente detallista, chico, sin futuro. Este es el deber del hombre de Estado, deber augusto, honrado por pocos, porque todos buscan la pronta satisfacción de sus aspiraciones, y pocos se detienen a meditar en el sacrificio de todos los días, de todas las horas, del verdadero político. Ansia de hacer el bien y ver que las cosas se purifican muy despacio. Anhelo de servir al pueblo y contemplar que cuatro integrantes, con falacias engañadoras, se oponen a la pronta, a la espontánea realización del derecho. Afán de realizar magnas obras y exponer amplias teorías, y ver todo detenido por la necesidad de separar un estorbo infamemente colocado al paso, y de reprimir una voluntad que, enojada por mezquina desilusión, empéñase en fastidiar, en desorientar a las gentes, en alarmar las conciencias.

Cosas concretas, elementos inmediatos, dificultades cercanas, se le presen-tan al político. Este, si tiene hombría, ha de recogerlas, ha de impulsarlas y, cuando es preciso, ha de hacerlas crujir en sus manos para facilitar el posterior trabajo de las generaciones y de los pueblos y para que algún día flamee la bandera de la libertad y de la igualdad humanas sobre las cimas levantadas por el esfuerzo modesto, meticuloso y perseverante de quienes aceptan la trascen-dental y dolorosa función de cooperar como abnegados y, a veces, odiados y calumniados artífices en la materia del género humano.

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El pensador y el político: las convergencias223

La moral del político es relativa y se inspira en la biología. El político tiene que salvar la especie y emplear todos los medios conducentes para el salvamento de la especie. Que a nadie alarme este principio. Todos los políticos eficaces y honrados lo aplican. Por desgracia, pocos tienen el valor de proclamarlo. La especie humana está amenazada por los revolucionarios sin programa, que bus-can el caos para aprovecharse de él. Está amenazada por ladrones y rateros, que engendran la desconfianza en la sociedad, que producen el desorden, impiden el trabajo y corrompen la administración pública si el robo y la ratería se con-suman en fondos destinados al servicio público. Está amenazada por quienes predican doctrinas cuyo único fin es la actual violenta subversión, con radical quebranto de la disciplina de las inteligencias y la rectitud de los sentimientos. Está amenazada por los calumniantes, por los incendiarios, por todos aquellos a quienes castigan los códigos penal y de policía. El político tiene que emplear la fuerza para mantener la humana armonía. Su punto de vista es relativo. Su aspiración, la vida vigorosa y el desenvolvimiento de la especie.

El liberalismo precisó sus fórmulas en el siglo XVIII. La conquista libe-ral, como la conquista cristiana, es definitiva. Ambas conquistas pueden ser precisadas y desenvueltas. Pero, ni en el orden jurídico nadie ha enriquecido sustancialmente la proclamación de los derechos del hombre y del ciudadano, hecha por Francia en el siglo XVIII; ni, en el orden moral, nadie ha enriquecido sustancialmente las normas éticas enseñadas por Cristo hace veinte siglos.

El liberalismo y la declaración de los derechos del hombre y del ciudada-no, que es su consecuencia, aspiran a esto: elevar en todo sentido la condición moral y económica, intelectual y estética, del individuo humano. El individuo lo crea todo y es la base de todo en la sociedad. El individuo trabaja y el indivi-duo obedece. Elévese al individuo y se elevará todo. Degenérese el individuo, y decaerá todo. El socialismo, considerado por los superficiales como la tumba del liberalismo, no es, cuando quiere ser positivo, sino la aplicación al orden económico de los principios genuinos del liberalismo, profunda y éticamente comprendido. Interviene el Estado en los asuntos económicos para poner en salvo al individuo débil y con razón. He aquí todo el socialismo positivo y prac-ticable. He aquí cómo el socialismo no es sino el natural desenvolvimiento que imponen las épocas del liberalismo.

223 Tomado de: José María Velasco Ibarra, “El pensador y el político: las convergencias”, en Obras completas: “Conciencia o barbarie” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo V, Quito, Lexigrama, 1974, pp. 29-33.

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Pero, si la especie se descompone y perece, el individuo perece más pronto que la especie misma. El primero que sufre las consecuencias de la subversión caótica y del crimen, es el individuo. El hombre de Estado, que no debe ocupar el tiempo en escribir tratados de disquisiciones lógicas, ha de poner la fuerza al servicio de la especie, con el fin de salvar al individuo humano.

La moral de lo político es, pues, biológica y relativa. No tiene tiempo, el político, para las grandes abstracciones éticas.

Es relativa la moral del político. Allí en donde hay conciencia cívica, en donde se respeta la patria, se honra la dignidad nacional, se busca concienzu-damente el triunfo del derecho; por ejemplo, en Francia, en Inglaterra, en Co-lombia, la defensa de los intereses de la especie exige determinada actitud de los hombres de gobierno. Las fórmulas representativas, pueden ser aplicadas con toda la amplitud que el ambiente moral lo permite. En países en donde inspira el odio y flota la desmoralización más desenfrenada, al extremo de que por odio a un hombre puede sacrificarse el honor nacional y la vida del pueblo, la actitud de los hombres de gobierno tiene que inspirarse en un criterio más severo de convivencia humana. La fuerza tendrá que reprimir acciones perversas, disfra-zadas con la careta de libertades, pero que, en el fondo, ante la reflexión serena, no son sino anormalidades estrafalarias y viciosas, cuyo desate ensangrienta patrias y derrumba gobiernos, con baldón eterno para quien no supo intuir la acción represiva conveniente, que inspiraba la necesidad biológica del grupo.

No es que la democracia ha fracasado. La democracia no solamente no ha fracasado, sino que todo la confirma y la desenvuelve. Hasta las juventudes de-rechistas españolas de Acción Popular proclamaron que no es posible prescin-dir del Parlamento; que es preciso modificarlo, pero que debe ser conservado. Todo, a la verdad, desarrolla más y más la democracia. Una escuela popular que se abra, una carretera que termine, la radio que transmita a los más desolados lugares, captando ondas misteriosas, ideas, emociones y sentimientos de todo el mundo, despiertan la conciencia de los individuos, los impulsa a intervenir en todos los asuntos y robustecen la democracia. Ni la democracia ni el liberalismo morirán. Son adquisiciones definitivas en la historia.

Pero hay que organizar la democracia; y de un modo se la organizará en un país donde imperan valores de conciencia, y de otro modo se la organizará en un país donde preponderan valores de concupiscencia.

La moral biológica, intuida por el político, por la necesidad de conservar la especie, le inspirará una conducta frente a los hombres honrados, y otra con-ducta frente a individuos indecentes y saturados de aversiones.

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La razón debe inspirarlo todo. Pero es urgente que la fuerza, al servicio de la razón, rompa definitivamente los obstáculos que se oponen al desenvolvi-miento jurídico de los pueblos.

Esta teoría no nos lleva tampoco a declarar fenecidas las libertades. Hay que comprender sinceramente lo que son libertades. Dejémonos de jacobinis-mos y de conclusiones tan vehementes como superficiales.

Las libertades son energías humanas que enriquecen lo humano. Las li-bertades son virtualidades, son originalidades con las que cada individuo cons-ciente de su destino, coopera a la prosperidad de la especie. Las libertades son actuaciones de riquezas peculiares que cada individuo guarda en su persona-lidad. Las libertades, en suma, son valores, aportaciones positivas, elementos constructivos. Está bien que un individuo sea católico y propague su religión; que otro individuo sea socialista y difunda su parecer; que otro individuo sea discípulo de Buda y precise y enseñe su credo. Todo esto crea. Todo esto pre-senta puntos de vista. Todo esto produce la gran claridad de las almas. El anti-guo e inteligente Balmes224 insistió ya en que el frote de los diversos pareceres, produce la luz del saber. Los católicos admiten la libertad de conciencia a título de hipótesis: para evitar mayores males. Los liberales admiten la libertad de conciencia como único medio para que se vaya gradualmente resolviendo el gran problema del mundo y de la vida, gracias a las aportaciones ideológicas de todos los hombres.

Pero la calumnia es cosa negativa, opuesta a la vida, provocadora de reac-ciones cuya consecuencia lógica puede ser la lucha, la muerte. El robo es una actitud que se traduce en negación, en disminución de vida, en posibilidad de muerte. La subversión, sin plan creador, es la suma de actitudes mortales. Nada de esto es la libertad, ni tiene los atributos de la libertad, ni merece la conside-ración que la libertad merece. Por tanto, la ley severa que, procurando la rapidez y el acierto, reprime el crimen, no es la ley que reprime libertades. Y el hombre de Estado que aplasta calumniantes, rateros y sediciosos, no es el dictador ni el déspota que se va contra las adquisiciones definitivas del liberalismo y de la democracia.

La moral política es moral biológica, moral de razón, en todo caso; pero intuitiva, con procedimientos fuertes, con actuaciones rápidas, orientadoras, relativas al medio y al momento.

224 Jaime Luciano Antonio Balmes y Urpiá (en catalán: Jaume Llucià Antoni Balmes i Urpià) (Vich, Barcelona, 28 de agosto de 1810 - ibídem, 9 de julio de 1848), conocido habitualmente como Jai-me Balmes, fue un filósofo, teólogo, apologista, sociólogo y tratadista político español.

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El tiempo actual es el tiempo de la legalidad. Todo el mundo reclama leyes, reglamentos ordenanzas, que indiquen lo que se debe hacer y que a cada cual asignen su tarea. Pero las leyes, reglamentos y ordenanzas han de inspirarse en las normas biológicas favorables al grupo y a la especie. Una ley que impida la estabilidad gubernativa; una ley que autorice todo el desenfreno de una de-magogia necia y criminal; una ley que permita a los pasquines más insolentes acabar con el honor de las familias, sin que haya forma jurídica de reprimirlos oportunamente, es una ley contra razón, contra moral, contra las normas de la vida. Debe ser cambiada lo más pronto posible, para adquirir la relatividad que hace viable a norma jurídica. Y el político que ante un conflicto de hecho entre la ley y en vigor moral y biológico del grupo, viola la lay por salvar al grupo, no es un político arbitrario no contradice al pensador que pudo haber en él en anteriores épocas, sino que es simplemente un político realista, cumplidor de su misión, valiente y humano.

Periodistas superficiales van a declarar que la moral metafísica, la de Cristo, de Buda, de un Kant, han fracasado, que no pueden tener aplicación en la vida. Nada, sin embargo, más falso. Si el político se propone un gran fin, si quiere llegar a la justicia fundamental, eleva sus medidas violentas a la categoría moral y éstas convergirán un día con las normas divinas y con los imperativos de la más metafísica e idealista de las morales.

Por cambios distintos, ¿no hay convergencia entre el labrador humilde y el encumbrado matemático, entre el comerciante honrado y el poeta excelso, entre el economista que calcula y el religioso que ora? Todas estas actividades, ¿no se unifican en la gran obra de mejorar la humanidad, enriquecer la vida y acercar los seres relativos al Ser absoluto? Indudablemente, sí. Los diversos torrentes, por diversos caminos, con diversa solemnidad, unos cruzando fan-gosos terrenos y otros preciosas playas, todos concurren al océano inmenso. Entre el pensador que orienta en grande y el político que actúa en pequeño, cuando actúa honradamente, prodúcese la gran convergencia: el ennobleci-miento de la humanidad. El pensador y el filósofo penetran, es verdad, al cielo del ideal absoluto. Pero el político hace posible las lucubraciones del pensador y del filósofo, y, sobre todo, la existencia de los hombres que aprenderán del pensador y del filósofo.

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Partidos políticos ecuatorianos225

Concedamos por un momento que haya en el Ecuador partidos políticos. Y para el efecto de mi estudio, voy a tratar del Partido Conservador, del Partido Liberal, del Partido Socialista, del Partido Comunista, y del pueblo ecuatoriano, como agrupación política, única fuerza pura, único elemento vigoroso y noble.

El Partido Conservador tiene notable tradición histórica. Uno de sus anhe-los ha sido siempre la conservación de la religión y de su influjo en la totalidad de la vida nacional. Lo que ha especificado al Partido Conservador ecuatoriano, es la fe religiosa y el deseo de que esta fe influya en la política. En este sentido existió el Partido Conservador antes del gobierno de García Moreno226. Este gobernante, como lo declaró en una interesante carta política, no necesitó de partido alguno. De él necesitaron grupos y partidos. García Moreno era fuerza única, sola indiscutible. Su hegemonía personal, lo único posible dondequiera que él se encontrase. Él, porque lo concibió dentro de su conciencia, dio la base filosófica y científica a la preponderancia de la religión en la política. Lo que antes de él fue una tradición sin verdadera base mental, con él adquiere precisión y claridad. Para García Moreno lo primero es el alma nacional, el alma unitaria nacional. Rotos los vínculos con España, se quedó la América española sin tradición que la guiara. García Moreno hizo de la religión un elemento cons-titucional de política. Su Constitución de 1869 declaró que para ser ciudadano era preciso ser católico. El que no era católico, no tenía derecho de sufragio, no podía intervenir en la actuación de la soberanía política, estaba al margen de la vida del Estado. No conocen media palabra de la psicología de García Moreno quienes candorosamente creen que él fue un fanático del Papa, de los jesuitas, de la religión. El formidable presidente no reconoció jamás poder superior al suyo. Si él encontraba un estorbo, lo eliminaba, aunque este estorbo fuese un delegado pontificio. Él impuso la política religiosa por propia resolución suya. El doctor Carlos R. Tobar227 comprendió muy bien la psicología de García Mo-reno al describirle como fuerza sabia y dominadora, aplastante y única.

225 Tomado de: José María Velasco Ibarra, “Partidos políticos ecuatorianos”, en Obras completas: “Conciencia o barbarie” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo V, Quito, Lexigrama, 1974, pp. 47-54.

226 Gabriel García Moreno, (Guayaquil, 24 de diciembre de 1821 - Quito, 6 de agos-to de 1875), fue un estadista, abogado, político y escritor ecuatoriano, dos veces presidente constitu-cional de Ecuador.

227 Dr. Carlos R. Tobar, (Quito, 4 de noviembre de 1853 - Barcelona, 19 de abril de 1920), escritor ecuatoriano.

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Muerto García Moreno, el Partido Conservador definió poco a poco su programa orgánico. Contó con hombres notables, aptos para comprender el va-lor integral de las cosas políticas, hombres concienzudos –como Don Juan León Mera228– a quienes no interesaba captar popularidad y prestigio para llegar al po-der, sino guiar conciencias y educar mentalidades. Cayó en 1895 el Partido Con-servador, porque se entregó a divisiones internas; porque no supo ser en el poder, honrado y eficaz. Lejos de aceptar notablemente la caída y reconstruir su alma, los conservadores, desoyendo las advertencias del Obispo González Suárez229, se desgastaron en absurdas guerras contra el general Alfaro230, vigoroso por la novedad que simbolizaba. Al fin los conservadores se rindieron, cansados, más divididos aún, desorientados por la acción caótica. En los últimos tiempos han hecho diversos ensayos de reorganización, han formulado programas. Pero im-peraba ya en el país la falta de conciencia. Los conservadores han querido hacerse simpáticos con el fin de captar el poder. Sus programas son enunciados sobre la reforma económico-social, combinados con principios tradicionales de política religiosa. No ha habido unidad y realismo sincero en los programas del Partido Conservador Ecuatoriano. El conservadorismo, para proceder sinceramente, tie-ne que ser, ante todo, defensor de sus propias tradiciones, aceptando lo moderno, lo que sea consecuencia lógica de la virtualidad pasada.

El Partido Liberal tiene en el Ecuador tradiciones de purificación. Los ven-cidos, cuando son rebeldes, los reformistas cuando son sinceros, son siempre heroicos y purificadores. Las raíces del Partido Liberal hispanoamericano lle-gan a la Revolución Francesa. En el Ecuador, el coronel Hall, recomendado por Bentham231 a Bolívar232, creó el Partido Nacional para combatir la tiranía

228 Juan León Mera Martínez (Ambato, 28 de junio de 1832 - Ambato, 13 de diciembre de 1894), fue un ensayista, novelista, político, y pintor ecuatoriano. Entre sus obras más destacadas se encuentra la letra del Himno Nacional del Ecuador y la novela Cumandá (1879). Además, en su vida política fue partidario del presidente Gabriel García Moreno.

229 Federico González Suárez (Quito, Ecuador, 13 de abril de 1844 -1ro de diciembre de 1917) fue un eclesiástico, historiador y arqueólogo ecuatoriano.

230 José Eloy Alfaro Delgado (Montecristi, Ecuador, 25 de junio de 1842 - Quito, Ecuador, 28 de enero de 1912) fue Presidente de la República del Ecuador en dos ocasiones en períodos que com-prenden entre 1897 a 1901 y 1906 a 1911, general de División del Ejército del Ecuador desde 1895 y líder de la revolución liberal ecuatoriana (1895 - 1924).

231 Jeremy Bentham (Londres, 26 de febrero de 1748 - Londres, 6 de junio de 1832) fue un pensador inglés, padre del utilitarismo.

232 Simón Bolívar, (Caracas, Capitanía General de Venezuela, 24 de julio de 1783 - Santa Marta, Gran Colombia, 17 de diciembre de 1830) fue un militar y político venezolano de la época pre-re-publicana de la Capitanía General de Venezuela; fundador de la Gran Colombia y una de las figuras más destacadas de la emancipación americana frente al Imperio español. Contribuyó de manera decisiva a la independencia de las actuales Bolivia, Colombia, Ecuador, Panamá, Perú y Venezuela.

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de Juan José Flores233 y fue un liberal inglés en toda la extensión de la palabra. La formidable generación colombiana de 1840, influyó en los políticos ecua-torianos, encabezados por Urbina234. En la Convención de 1845 se abogó por la eliminación por la Carta fundamental de todo artículo sobre religión. Don Manuel Gómez de la Torre235 en 1849 hizo una exposición política que fue mirada como extraña y escandalosa. En la Convención de 1852 se volvió a pro-poner que se suprimiera el artículo sobre religión, y el doctor Francisco Javier Aguirre236 demostró que las genuinas ideas liberales piden la tolerancia para todos los hombres. Actualmente, practicar en el Ecuador la tolerancia, equivale a dar pruebas de ultramontanismo y tradición clerical. ¡Cómo se pervierte la ciencia cuando se pierde la conciencia!... El doctor Manuel Ancizar237, enviado por el gobierno granadino, adquirió enorme influencia entre los jóvenes ecuatorianos, haciendo doctrinario, sistemático, el liberalismo. Caído García Moreno, contra su régimen excesivamente fuerte, reaccionan en progresión geométrica ascen-dente los liberales. Cuentan con hombres verdaderamente honorables y serios. La gloria del partido Liberal es que su real jefe fue Rocafuerte; su incomparable vocero, Juan Montalvo238, y que ha tenido soldados concienzudos. El general Alfaro no es el autor del 5 de junio de 1895. Fue la opinión libertaria la que arrojó del poder al progresismo conservador, la que llamó al general Alfaro, y la que se propuso emancipar y desenvolver la conciencia nacional. Sabemos ya suficientemente cómo se corrompió el movimiento liberal. Hoy no hay libe-rales en el Ecuador, José Rafael Bustamante239 y dos o tres más, a pesar de su

233 Juan José Flores Aramburu (Puerto Cabello, Venezuela, 19 de junio de 1799 - Isla Puná, Ecuador, 1 de octubre de 1864) fue militar, político y el primer presidente de la República del Ecuador, en tres ocasiones: de 1830 a 1834, de 1839 a 1843 y de 1843 a1845.

234 José María Mariano Segundo de Urbina y Viteri (19 de marzo de 1808 - 4 de septiem-bre de 1891). Presidente de Ecuador, desde el 13 de julio de 1851 hasta el 16 de octubre de 1856. Fue el pionero en la abolición de la esclavitud en Ecuador.

235 Don Manuel Gómez de la Torre, político quiteño que tuvo importante participación en la vida pública del país durante los primeros años de la República.

236 Francisco Javier Aguirre Abad (Baba –provincia del Guayas–, 17 de abril de 1808 - Guaya-quil, 24 de diciembre de 1882), repúblico, jurisconsulto e historiador ecuatoriano.

237 Manuel Ancízar Basterra (25 de diciembre de 1812 - 21 de mayo de 1882), fue un escri-tor, político, profesor y periodista colombiano.

238 Juan María Montalvo Fiallos (Ambato, Ecuador, 13 de abril de 1832 - París, Francia, 17 de enero de 1889) fue un ensayista y novelista ecuatoriano. Escritor ecuatoriano cuyo pensamiento libe-ral estaba fuertemente marcado por el anticlericalismo y la oposición a los dictadores Gabriel García Moreno e Ignacio de Veintemilla.

239 Dr. José Rafael Bustamante (Quito, 19 de agosto de 1881 - Quito, 14 de abril de 1961), político y escritor ecuatoriano.

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calidad insigne, no significan prácticamente nada, en medio de la brutal masa de pasiones. Todo saltimbanqui de la política y de las ideas que quiere medrar y tener éxitos vanidosos, se llama hoy en el Ecuador izquierdista, y, según los días y el humor, se especifica como liberal. Como socialista o como comunista; y hay algunos tan ridículos que se llaman liberales-socialistas-comunistas. Con esto se queda bien con todo el mundo y se puede mendigar la protección de cualquiera que tenga influencias políticas. Nada más ridículo que las asambleas y programas del Partido Liberal Radical Ecuatoriano. Pelean entre ellos porque no se ponen de acuerdo para saber cuál será el presidente o el portero y termi-nan formulando un programa que no es sino la copia de los índices de algún libro moderno, traído de Europa, en que se trate de los problemas políticos o sociales más novedosos.

No existe realmente, en el Ecuador, el Partido Socialista. Claro que hay mu-chos que se llaman socialistas y que se dicen miembros del Partido Socialista. Pero no hay realmente socialismo. Hace poco, un gobierno burgués, absoluta-mente burgués y corrompido con todas las mañas de la burguesía capitalista, ofreció un empleo de diplomático al famoso secretario del Partido Socialista. Naturalmente el secretario aceptó el empleo inmediatamente, y con gran grati-tud y se preparó para tomar su paseo diplomático. Los llamados miembros del Partido Socialista, por envidia, expulsaron del Partido al secretario claudicante. Éste, ofendido, les contestó: “¿con qué cara me censuran ustedes, cuando to-dos ustedes o son empleados o están buscando la manera de serlo?”. Este es el Partido Socialista Ecuatoriano. Discursos para insultar al clero, a los ultramon-tanos, a los latifundistas. Formidable habilidad para admitir empleos, buscarlos y hacerse ricos apenas se puede. El socialismo en el Ecuador es un caos por una razón sencilla: no es socialista el que quiere, sino el que puede. El socialismo es una idea o un sentimiento. Como idea supone muy hondos estudios de historia, de economía, de sociología. La historia del movimiento obrero, de las reivin-dicaciones proletarias, del fundamento jurídico de éstas, es algo complicado y arduo. El socialismo, se debate entre la urgente necesidad de integral justicia y la apremiante necesidad de no ahogar las iniciativas particulares, a fin de que no sucumban todos en el letargo económico y en la pobreza universal. Pero sobre todo, el socialismo es un sentimiento, un sentimiento de piedad, de amor, de generosidad, de desprendimiento. Y no cabe que sean socialistas cuatro hom-bres sin conciencia ni sincero desinterés económico.

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Lo único que hay en el Ecuador, son unos cuantos individuos comunistas. Ninguno de ellos ha meditado hondamente el enorme libro de Carlos Marx240, tan confuso, tan cansador a ratos. Pero todos ellos hablan de Marx, y de prole-tariado, y de infraestructura, y de superestructura, y del hacendado acaparador, y de la banca criminal, y del industrialismo absorbente. Ninguno de ellos ignora la jerga comunista. El comunista ecuatoriano es insolente y malcriado. Gusta del ultraje a la persona, de la individualización tendenciosa y mal sonante. Un día averigüé cómo había progresado tanto en el orden económico uno de estos comunistas ecuatorianos –hombre repugnante por su insolencia, su grosería, hasta su aspecto físico– y me contestaron que ese comunista había aprovecha-do para sus negocios del auxilio e influencia de los bancos. Así anda en el Ecua-dor el único Partido izquierdista que existe. Existe el comunismo, no como una agrupación con alma propia, fruto del afán violento de borrar infamias y encargarse de los infames en bien de las clases proletarias, no como fenómeno doctrinario de reacción nacional, sino como suma de cuanto furioso e inescru-puloso pretende sacar provecho de la actual política ecuatoriana, haciendo uso de la fraseología marxista.

En todas partes hay insinceros, hay insolentes, hay mala gente. Pero sin excepción alguna, en todas partes, junto a un caudal de mentira, se abre paso el torrente de verdad, de buena fe, de humanas aspiraciones. Este torrente va de-jando en todas partes –Rusia, México, Francia, Colombia– sedimentos de cla-ridad y de justicia sobre los que se edifica gradualmente, el templo de la cultura y de la comprensión humana, y en todas partes, con mayor o menor velocidad, el torrente de verdad y de bien arrastra hacia las simas de la ignominia, la farsa, la ilógica y la concupiscencia utilitarista.

Lo que es grande en el Ecuador es el pueblo ecuatoriano. Pero todo el mundo entiende que es el pueblo ecuatoriano frente a los politicastros de cual-quier denominación. El artesano, el hombre medio, el que trabaja modesta-mente para ganarse el pan, las clases humildes, la familia respetuosa del honor: todos estos elementos forman el pueblo ecuatoriano. El obrero, sobre todo, el obrero humilde, que solo pide que se le deje trabajar en paz y que se practique la justicia. El pueblo ecuatoriano es el más intuitivo y sensible de los pueblos americanos. Conozco bastante Colombia. Comprendo perfectamente la supe-rioridad absoluta del hombre de letras y saber colombiano, sobre el intelectua-

240 Karl Heinrich Marx (Tréveris, Prusia, 5 de mayo de 1818 - Londres, Reino Unido, 14 de marzo de 1883), filósofo, político e intelectual alemán, fundador la doctrina del comunismo científico.

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loide ecuatoriano. Pero, si se trata de la masa popular, con la gratitud y respeto que tengo para con el pueblo colombiano, tengo, sin embargo, que declarar que en intuición, sensibilidad, rapidez e inteligencia, nada he encontrado que iguale al obrero, al hombre medio del Ecuador. Pueblo heroico, se deja matar, se deja asesinar, combatiendo días enteros por abrirse paso hacia el ideal democrático. Busca sus hombres, busca sus valores representativos, colócalos con afanes inauditos en los elevados cargos, y les pide solo que realicen la justicia para to-dos. Si la economía sigue caprichosa y el hombre en quien el pueblo confía no acierta a derramar el bienestar, el pueblo ecuatoriano no se desanima, no exige, comprende la dificultad y continúa sosteniendo a quien cree que en día remoto plantará definitivamente el árbol de la reivindicación humana. Eminentemente espiritual, no está tranquilo hasta no comprender la explicación del fenómeno. Lo comprende, se aquieta inmediatamente y se ingenia por cooperar y buscar la resolución. Huelgas amenazantes se han apaciguado sin más explicación sen-cilla de la causa del malestar y la promesa honrada de ir rectificando los males. Eminentemente liberal, estalla en aplausos cuando se proclama la soberanía popular y la libertad de la conciencia, y no se deja enseñar jamás, de quienes predicando el liberalismo y realizan, con esa máscara, la alianza de los vientres. Sin guía, sin maestro, sin jefes de partido, viene el pueblo ecuatoriano luchando incansable por encontrar el equilibrio de la razón y de la armonía. Aplaude lo bueno apenas se presenta, y con una malicia genial divisa a la distancia el acto de felonía, el acto de traición. Aspiró a elevar el mando al doctor Carlos R. Tobar en homenaje al verdadero mérito y en busca de honradez republicana. Se presentó la fuerza brutal y abatió los ideales populares. El ansia de bien, simbolizó más tarde Juan Manuel Lasso241. En este caso no importaba el hom-bre. Pero, por contraste con la imposición electoral, el señor Lasso significaba la libertad de sufragio. El pueblo se fue en pos de él. Se interpuso la fuerza y quedó burlado el pueblo ecuatoriano. Haciendo sacrificios indecibles, levantó más tarde e hizo triunfar en elecciones libres la candidatura a la presidencia del señor Neftalí Bonifaz242. Una mayoría de diputados sin conciencia, mediante

241 Juan Manuel Lasso Ascásubi, (Consulado del Ecuador en París, 29 de diciembre de 1874 - Quito, 2 de diciembre de 1949), político, militar, filántropo.

242 Neptalí Bonifaz (Quito el 29 de diciembre de 1870 - Quito el 23 de agosto de 1953), político ecuatoriano. “El 22 de agosto de 1932, pese a su triunfo electoral legítimamente obtenido, el Congreso Nacional lo declaró: “No apto para ejercer la Presidencia de la República”. Se habría acusado a Bonifaz de ser ciudadano peruano, puesto que su padre, además, fue un diplomático de ese país. Por otra parte, se defendió Bonifaz apelando a que habría asumido dicha nacionalidad para defender las propiedades familiares en tiempo de Alfaro.

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una sola moción farisaica, burló una elección ya consumada, y quedó burlado el pueblo ecuatoriano. Y son estos intelectualoides funestos de 1932, que así piso-tean, apoyados en la fuerza, a todo un pueblo que paga impuestos, que sostiene sueldos y mantiene el Estado, quienes predican ahora socialismo y reivindica-ción popular. ¡Menguados!... Yo obtuve por la bondad del pueblo ecuatoriano rotundo triunfo electoral para la presidencia de la República de 1934 a 1938. No fui burlado como el señor Bonifaz. No había ni asomo de pretexto para hacerlo. Pero, al otro día de mi ascenso al mando se desencadenó la calumnia periodística, la intriga de todas las horas, la traición y felonía de todos los minu-tos, y caí, y quedó burlado el pueblo ecuatoriano.

Pero, adelante pueblo ecuatoriano. Tú llevas en tu interioridad el estan-darte de la justicia y de la gloria, valores que no sucumben nunca: y como los torrentes descienden de las cimas nevadas, con timidez al principio, débiles al comienzo, terminando por destrozar los flancos graníticos de las más enormes montañas y lanzarse al mar inmenso, así tú. La llaga que en tu pecho llevas, se cargará con toda la intensidad de tu querer eléctrico. Y el afán de política sincera y de democracia libre enardecerá todos los corazones, y el torrente lu-minoso será incontenible un día. Y la fuerza abandonará sus armas y saludará el paso triunfante de tu dirección sublime, hacia el insondable mar de lo bello, de lo integralmente justo, y de lo profundamente humano. Nadie contendrá tu anhelo, nadie contuvo el ideal francés de 1789, ni la fe de Bolívar fue detenida por la mezquindad arribista y fanática, ni tu anhelo revolucionario de 1845, de 1895, tuvo valla ni encontró dique que lo contuviera. Sigue, pues. Avanza poco a poco. Haz la revolución. No te importe el estar desarmado. Tus armas son tu pasión y tu rebeldía; tus capitanes, los obreros sedientos de razón; tu estrategia, el derecho, el derecho únicamente. Las revoluciones jamás son apagadas. Se puede dominar la sedición, el querer caótico. Nadie domina una revolución; porque la esencia de la revolución, es la pasión humana por más claridad, más virtud. Y las pasiones se subliman, pero no se matan.

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La actitud política243

Determinaré mi actitud política.Por temperamento y estudios, he sido y soy liberal. Es decir, mi actitud

humana es respetar la conciencia del hombre y la personalidad del hombre. A esto se reduce el liberalismo y tiene el liberalismo bastante con esto. La libertad de conciencia, la libertad de opinión proclamaron, contra el despotismo mo-nárquico, los revolucionarios franceses de 1789. Insistieron en que nadie podría ser molestado a causa de sus creencias. Cuando García Moreno proclamó en el Ecuador, que para ser ciudadanos era preciso ser católico, provocó la reacción de todos los hombres con temperamento liberal. Se dijo, con razón, que una cosa era la religión y otra la política. Que el derecho de sufragio no dependía del parecer religioso, sino del hecho de haber nacido en un territorio determi-nado y saber leer y escribir. Tiranía oprimir a los liberales y tiranía negar a los liberales el derecho de sufragio. Tiranía también oprimir a católicos y conser-vadores, y tiranía inconsecuente, que liberales nieguen la ciudadanía con todas sus consecuencias, a conservadores y católicos. El liberalismo se fundó para la liberación de los oprimidos. Hay que tener el valor de proclamarlo, y sobre todo, de practicarlo.

Justo que el Partido Liberal anhele subir al poder. Pero si pretende quedar-se en él siempre, mediante la fuerza o la astucia, conviértese el Partido Liberal en inicua oligarquía. El Parido Liberal debe luchar por la captación del poder, y por quedarse en él para desarrollar su programa de libertad y total justicia en bien de cada individuo. Pero la más rudimentaria lealtad ideológica, exige que el Partido Liberal –como cualquiera otro partido– vaya al mando por medios civilizados. ¡Cómo proclamar derechos en los papeles, si ya se sabe que en el momento práctico de las elecciones, han de decidir el fraude o la violencia!... Farsa llamar a elecciones, si desde antes se conoce cuáles son los candidatos que fatalmente han de triunfar por el patrocinio gubernativo.

Se corrompe el partido que se acostumbra a mantenerse en el poder por medios indignos. Un partido de esta clase no trabaja, no se afana por la admi-nistración, por renovar sus métodos, por conquistar simpatías.

Cuando un partido se mantiene a toda costa en el mando, no hay objeto en que los ciudadanos organicen el triunfo electoral por la confianza de las muche-dumbres. Triunfará el designado por el gobierno.

243 Tomado de: Tomado de: José María Velasco Ibarra, “La actitud política”, en Obras completas: “Conciencia o barbarie” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo V, Quito, Lexigrama, 1974, pp. 63-70.

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Puede llamarse liberal y perseguir al clero, un partido que mediante la fuer-za o la infamia no abandona el mando, y convierte el país en un inocuo señorío feudal. A la humanidad no le interesan los nombres, aunque sean los nombres reivindicadores. A la humanidad le interesan las realidades de justicia.

Cuando en un país impera el señorío feudal, pierden los hombres el fervor y pierde energías. La gente honrada se aparta con asco de la política y se dedica a sus intereses particulares en los que haya estímulos y cierta tranquilidad. El feudalismo amortigua el trabajo y empobrece las naciones.

Los seudoliberales y seudoizquierdistas del Ecuador, me socavaron el po-der con todo género de calumnias, insidias y cobardes conspiraciones, por esto: porque yo les quité la máscara y proclamé que el liberalismo era para practicar lealmente las libertades; que por obra del liberalismo, el Ecuador se convertiría en una cooperación culta de todos los ecuatorianos, y que por obra del libera-lismo ocuparía el mando quien trabajara con más eficacia y quien orientara a las multitudes con más talento. Proclamé que el fin del liberalismo ecuatoriano, no era la quietud ociosa y provechosa de unos figurones sino el trabajo y la com-petencia honorable de gentes concienzudas en beneficio del pueblo y para dar el triunfo a generosos anhelos.

El liberalismo profesa el dogma de la soberanía popular. Los pueblos mo-dernos no tienen tutores. Los infalibles quédense en sus casas y sus haciendas. No se den el título de infalibles para pretender la utilidad del imperio sobre las gentes. Los pueblos quieren vivir espontáneamente, sinceramente, guiados por sus instituciones, por sus tendencias y por los jefes con que la palabra y la plu-ma sean capaces de influir en ellos. Ser ineptos para dirigir a la multitud y exigir triunfos con el nombre liberal, es la audacia farisea de la impotencia.

Los anteriores principios aterran a los seudoliberales y a los seudoizquier-distas en el Ecuador. El perpetuo estribillo de ellos es que cuando no ocupan los principales cargos, ricamente remunerados por el tesoro público, el pueblo ecuatoriano corre peligro de caer en manos de gente religiosa. He aquí el es-tribillo.

Alguna vez los seudoizquierdistas ecuatorianos pretendieron que mi libe-ralismo era el liberalismo del siglo décimo octavo: individualista y contrario a la intervención del Estado en nombre de la justicia social. Es la única tesis que tímidamente sostuvieron contra mí.

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Yo les hice observar que una cosa es el individualismo político del siglo décimo octavo y otra muy distinta, la doctrina liberal de Bastiat244 aplicada a la economía política. Los liberales económicos, creyentes en la armonía económi-ca espontánea, se levantaron contra la intervención del estado en los asuntos económicos y económico-sociales. Pero los liberales políticos de 1789 junto con la proclamación de los derechos del individuo, practicaron la intervención del Estado para defender los derechos de estos mismos individuos contra los abusos de la fuerza. La doctrina de los derechos del hombre se enriquece con los tiempos y desenvuelve su contenido según los tiempos. En nombre de los derechos del hombre, intervino el Estado para reprimir los abusos de la noble-za y del clero. En nombre de los derechos del hombre, debe hoy intervenir el Estado para reprimir los abusos del capitalismo y hacer práctica en realidad la libertad individual. Esta libertad nunca existe cuando no se eleva la condición económica del hombre. Estas verdades las repetí mil veces. Los seudoizquier-distas ecuatorianos callaban ordinariamente y, a veces, sofisticaban. Lo que ellos anhelaban es, a fuerza de calumnias, intrigas y conspiraciones de palabra (en especial de las conspiraciones de hecho), mantener en el país la intranquilidad, la desorientación y el caos.

Desalojé a ciertas gentes del mando. Temieron quedar desalojados para mucho tiempo. Por esto se me hizo la guerra más cruda. Me negaban capacida-des políticas, porque, se decía, que iba a entregar yo el país a los conservadores. Para ser políticamente capaz en el Ecuador, el método es muy sencillo, según la doctrina de los politicastros ecuatorianos; por medio de la fuerza o de la mentira, o, de la astucia, se oprime a todo aquel que reniegue de las oligarquías habilidosas. Si se hace esto, se es político eminentísimo.

Nunca se me combatió con tesis firmes. En mis declaraciones retaba a la discusión ideológica. Jamás se me aceptó el reto. Pero, lectores nacionales y extranjeros podían leer en los periódicos, todos los días, cosas como éstas: “El gobierno va a entregar el país a los conservadores. Son los conservadores quienes se encuentran en el mando. A poco los clérigos dictarán sus órdenes desde el Palacio. Velasco Ibarra es un traidor al Partido Liberal. Es un hombre que todos los días dice y se contradice. No tiene lógica. Nunca ha sido liberal: es un conservador oculto y disfrazado. Hay que reivindicar el poder. Deben los liberales prepararse para esto”.

244 Claude Frédéric Bastiat (Bayona, 30 de junio de 1801 - Roma, 24 de diciembre de 1850) fue un escritor, legislador y economista francés al que se considera uno de los mejores divulgadores del libe-ralismo de la historia. Fue parte de la Escuela liberal francesa. Conocido también como el Cobden francés, fue un entusiasta del libre comercio y del pacifismo.

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Para las grandes mediocridades mentales, se contradice quien ve los diver-sos aspectos de las cosas con sus diversos matices, para las grandes mediocri-dades mentales, lo complejo no existe. Existe solo lo simplista. Para las grandes pequeñeces morales es locura todo fervor. Es locura todo lo que sale de la vulgaridad, de la mezquindad corriente. También a Sarmiento245 le trataron de “loco” las mediocridades de hace setenta años.

La Constitución liberal radical de 1929, en alarde de insincera vanidad, con-cedió a las mujeres el derecho de sufragio. La Constitución liberal radical de 1929 –como todas las demás constituciones del Ecuador– garantizó la libertad electoral. El gobierno instaurado el 1° de septiembre de 1934, para merecer el nombre de liberal, tenías que continuar las antiguas y criminales farsas. Tenía que despreciar el derecho cívico de las mujeres y suplir la inercia de los llamados libe-rales, determinando, mediante la mentira, en los Consejos cantonales, el triunfo de los figurones consabidos, disfrazados con la careta liberal o izquierdista.

En todas partes hay tendencia a burlar los derechos concebidos por las leyes. Pero en todo pueblo civilizado sin excepción; en todo pueblo no acoqui-nado por brutales tiranías, los grupos de hombres realmente liberales y radi-cales, proclaman la razón y se esfuerzan porque ésta triunfe en la realidad. En el Ecuador todos los que se llaman liberales o izquierdistas –con excepciones verdaderamente contadas– piden el derecho en los escritos y piden la consu-mación de infamias en la práctica. Hablan de sinceridad y de reivindicaciones populares en conferencias efectistas. Y se enfurecen cuando no se realizan en la vida el engaño y la mentira.

No había peligro alguno de que cayera el Partido Liberal a causa de mis procedimientos gubernativos. Jamás puede caer un partido si es fiel a sí mismo, mientras prestigia en la práctica una doctrina, mientras conquista simpatías por la veracidad, la justicia y la lealtad. Las principales llaves de la política, las puse siempre en manos liberales: el Ministerio de lo Interior, el de Guerra y el de la Educación Pública. El Gobernador de la Provincia del Guayas fue siempre un liberal. Hubo pocos gobernadores conservadores. Pero estos gobernado-res conservadores eran de mi absoluta confianza; porque, aunque se llamaban conservadores, su lealtad personal para conmigo era absoluta y simpatizaban

245 Domingo Faustino Sarmiento (San Juan, Provincias Unidas del Río de la Plata, 15 de febre-ro de 1811 - Asunción, Paraguay, 11 de septiembre de 1888) fue un político, escritor, docente, periodis-ta, militar y estadista argentino; gobernador de la provincia de San Juan entre 1862 y 1864, presidente de la nación argentina entre 1868 y 1874, Senador Nacional por su provincia entre 1874 y 1879 y Ministro del Interior de Argentina en 1879.

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con toda sinceridad con los principios políticos que yo les había explicado e inculcado. Me parecía seguro el triunfo de los liberales en la lucha presidencial futura, si se mantenía mi popularidad mediante mi trabajo gubernativo hon-rado, y, sobre todo, el Partido Liberal, en lugar de insultarme a toda hora, se organizaba fuertemente, se acercaba al pueblo y esperaba con ecuanimidad el momento del esfuerzo. Las multitudes ecuatorianas, en su mayoría distinguen con honda sutileza la religión de la política, y, quedando religiosas, prefieren en política todo lo que significa generosa reivindicación humana.

Las multitudes ecuatorianas dieron el triunfo a un conservador honorable en competencia con un izquierdista sin dignidad y ladrón. Pero en esto tienen las multitudes razón. Deber de los liberales, deber de los izquierdistas es pre-parar sus hombres y presentarse a las luchas electorales con gente decente. De otro modo, su tiranía es la más insoportable de las tiranías.

El llamado Partido Liberal ecuatoriano, se horroriza de encontrarse frente a las multitudes, si yo continuaba en el poder. Esta fue una de las causas de su lucha constante y feroz contra mí, moviendo todos los periódicos para atacar-me. En Inglaterra, el candidato da una especie de examen ante sus partidarios pocos días antes de las elecciones, mediante los discursos con que expone su programa. El candidato inepto para desarrollar sus tesis clara, concisa y sincera-mente, no merece otra cosa en Inglaterra, que la burla de los electores. Este sis-tema se ha generalizado por todas partes. Los hombres políticos, los hombres de Estado se ven obligados a hablar para infundir unidad en la multitud y guiar las inteligencias. A esta prueba se han sentido incapaces de resistir los llamados izquierdistas del Ecuador. Casi ninguno es orador; casi ninguno puede conden-sar hondamente sus pensamientos en un discurso corto. Era urgente destrozar un régimen político dentro del cual solo hubieran triunfado el pensamiento y la palabra. Son más cómodos los regímenes en donde se triunfa con dinero y con la ayuda de los agentes de policía.

El liberalismo ecuatoriano no comprendió cómo podía el gobierno de 1934 combinar liberalismo y garantías para todos. Sin embargo, liberalismo y garantías son una sola cosa. Y desenvolver la política nacional es el afán de todo hombre civilizado. Política nacional, es decir, con cooperación nacional y en bien de la nación, tiene que buscar el partido Conservador. Política nacional tienen que buscar los socialistas. Pero solo el Partido Liberal puede realizar la verdadera política nacional. Eran, no obstante, tan divergentes los puntos de vista entre el gobierno de 1934 y el llamado izquierdismo ecuatoriano, que el duelo era a muerte.

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Natural que en el combate sucumbiera el gobierno; porque todo conspira-ba contra él. Con excepción del periódico La prensa de Guayaquil, el gobierno no contó con un solo periódico que lo apoyara constante, inteligente y valien-temente. Toda la prensa, con mayor o menor energía, con tales o cuales opor-tunidades, no hacía otra cosa que socavar el gobierno. Y, para aumentar la des-gracia del gobierno, La prensa, hidalgo diario, cuyo desinterés merece gratitud, era periódico vespertino. Y ni en Guayaquil ni en Quito tienen gran influjo los periódicos vespertinos. Las plumas llamadas a influir insultaban o tergiversaban todos los actos del gobierno, en los diarios matutinos.

El gobierno de 1934 cayó, porque se lo combatió sin cesar. Porque tuvo muy pocos colaboradores: si los unos traicionaban, los otros no entendían. Si los unos eran activos, los otros pretendían erigirse como norma, particulares puntos de vista sin conexión con el plan gubernativo. Hubo hombres que tra-bajaron y a los que el pueblo ecuatoriano debe agradecimiento. Pero, en verdad, eran contados los colaboradores realmente eficaces.

El gobierno de 1934 cayó, porque en masa se levantaron los politicastros para ponerle todo género de obstáculos y dificultades. Desde el poder Judicial, hasta hipócritas empleados de la burocracia gubernativa creaban toda clase de estorbos. Y los ministros no siempre tuvieron perspicacia y carácter para ir limpiando las dependencias administrativas de los traidores en ellas introduci-dos. Como lo dijo bien el Presidente de México, General Lázaro Cárdenas, no cabe ninguna administración, si los primeros sediciosos son los empleados del gobierno.

Cayó el gobierno de 1934 por obra de los mismos amigos. Lejos de com-prender la labor administrativa en su conjunto, perdonar los humanos errores, indicarlos y sostener la causa fundamental ante los enemigos coaligados, los muchos amigos no se ocupaban sino en exagerar la censura pública de las equi-vocaciones, como si cupieran gobiernos perfectos. Como si cupiera gobierno perfecto en un país sin conciencia. Otros amigos se mantenían indiferentes, encerrados en su egoísmo y en sus cálculos. No se le ayudó al gobierno a robustecer la moral. Y sin moral, sin conciencia moral, tiene que derrumbar-se el presidente que pretende con energía establecerla. Incomprensión, apatía, pesadez, maldad, conspiración contra el gobierno a quien las multitudes casi unánimemente constituyeron, con el incomparable esfuerzo político desplega-do de 1933 a 1934.

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Relaciones con los conservadores246

Los llamados liberales e izquierdistas ecuatorianos daban una prueba conclu-yente de mi traición al liberalismo: el presidente –decían– es acre con los libera-les, les insulta apenas se le presenta la ocasión; en cambio, se manifiesta cortés y sumamente deferente, con los conservadores.

Merece estudio amplio la sofística argumentación que acabo de transcribir.El problema del conservadorismo ecuatoriano en sus relaciones conmigo,

es bastante complejo. Hay que distinguir debidamente entre los hombres de “El Debate” de Quito y los demás conservadores.

Los liberales del Ecuador ven conservadores donde quiera que sus preten-siones a la oligarquía política son rechazadas. Con este criterio, supongamos que la gran mayoría del país deba ser llamada conservadora. Es evidente –entonces– que el conservadorismo me apoyó y simpatizó conmigo. El fenómeno no es un misterio sino para los ciegos por mala fe o tontería. Gentes que durante muchos años habían sido consideradas como leprosos morales, al margen de la vida del Estado; gentes que, pagando impuestos y siendo una mayoría, habían visto atro-pelladas sus creencias, conculcada la libertad de enseñanza, amenazando o ul-trajando al clero extranjero, al que debe el país muchos bienes, era justo y lógico que apoyaran mi franco programa de libertad y respeto a todas las creencias. Yo no creo que la mayoría del país sea conservadora. Pero aparto de esta hipótesis, para refutar en debida forma la falacia de los llamados izquierdistas.

Si ellos no tenían otra cosa en los labios y en la práctica, que el odio y el fu-ror contra las creencias populares, ¿no era justo que el pueblo ecuatoriano y los conservadores simpatizaran conmigo, que les ofrecía sinceramente libertades y respetos? ¿De qué me acusaban, a la verdad, los liberales ecuatorianos?

Si los izquierdistas ecuatorianos quieren contar con las simpatías populares, prometan sinceramente respetar el parecer ajeno, es decir: sean liberales real-mente, liberales en el simple y claro sentido de la palabra.

Hay que dejar los eufemismos. Entre el conservadorismo y mi manera de pensar, había divergencias momentáneas y discrepancias fundamentales. Libe-ral sincero, creo que las libertades todas son una tesis. Mantengo que siempre y en todas partes las libertades son vida, energía, movimiento. Los conservadores creen en las libertades solo a título de hipótesis. Los teólogos católicos razonan

246 Tomado de: José María Velasco Ibarra, “Relaciones con los conservadores”, en Obras comple-tas: “Conciencia o barbarie” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo V, Quito, Lexigrama, 1974, pp. 71-78.

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así: “no hay más libertad que para el bien y la verdad. El catolicismo es el único bien y la única verdad en materia religiosa. Luego, en estricta lógica y en tesis, no hay más libertad que para propagar el catolicismo. Las libertades modernas son –en concepto de los teólogos católicos– un error, una herejía. Pero, gente inteligente, los teólogos católicos comprenden que de hecho se imponen en el mundo las libertades modernas. Comprenden que la facilidad de comunica-ciones y de informaciones no solo no tienden a matar las libertades modernas, sino que tienden a aumentarlas, Temerosos, entonces, de desencadenar guerras civiles, los teólogos declaran que: dada la hipótesis de las libertades modernas que de hecho se imponen, hay que tolerarlas para evitar mayores males. Tesis católica y conservadora: “la única libertad legítima consiste en la facultad de practicar la religión verdadera y lo que esta religión autorice. Hipótesis católica: supuesto el mal de los tiempos, es decir, las libertades, hay que tolerarlas para evitar mayores males”. He aquí la doctrina del más grande de los pontífices modernos, el Papa León XIII247.

Como se ve, había diferencia fundamental entre el ideal de los conserva-dores ecuatorianos y el ideal de mi gobierno. Pero como a nadie le gusta que le atormenten y le desprecien, como a nadie le gusta la esclavitud como todo el mundo quiere un poco de bienestar, vida activa, cooperar en algo, realizar algo, lógico que los conservadores se hayan entusiasmado con mi programa y lo hayan apoyado. Si en el Ecuador hubiera habido verdadero liberalismo, debía yo merecer el aplauso liberal por haber sabido conquistar el apoyo conserva-dor, y jamás pude ser acreedor al odio liberal, por haber hecho yo amable el liberalismo.

Los liberales inauguraron su labor frente a mi gobierno con el insulto y la calumnia. No hay sino que leer sus periódicos y consultar las actas del Con-greso. Tuve a la larga que defenderme. Pero ellos, que para insultarme no me trataban como a presidente sino como a un átomo despreciable. Me exigían, cuando yo les respondía, que me condujera como el más circunspecto de los presidentes, es decir, que o no dijera nada y me dejara insultar vilmente, o que a lo más, hiciera uno que otro reparo previa venia del Director liberal de Gua-yaquil, colección de leguleyos y de médicos mediocres, mil veces fracasados en sus actuaciones políticas anteriores.

247 León XIII, de nombre secular Vincenzo Gioacchino Raffaele Luigi Pecci (Carpineto Ro-mano, Estados Pontificios, actual Italia, 2 de marzo de1810 - Roma, Reino de Italia, 20 de julio de 1903), fue el Papa Nº 256 de la Iglesia católica. Su pontificado se desarrolló entre 1878 y 1903 (25 años) siendo uno de los más largos de la historia.

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¿Por qué iba yo a insultar a los conservadores, si éstos me apoyaban y me guardaban miramientos, no porque yo hubiese traicionado al liberalismo, sino, al contrario, porque sabían que yo estaba dispuesto a practicar lealmente el liberalismo, es decir, a respetar lealmente las libertades? Para los conservadores era yo un menor mal. Por esto me apoyaban. Tal vez dentro de su conciencia se reservaban la facultad de procurar el triunfo integral de sus doctrinas. Esta-ban en su derecho. Lo sorprendente, que los liberales ecuatorianos, proclamen reivindicaciones y la libertad de pensamiento y se enfurezcan hasta por los anhelos internos que ellos adivinan en otros.

Los liberales ecuatorianos querían ser ellos mis enemigos y que yo, por mi parte, creara toda clase de adversarios. No querían que yo tuviera ni siquiera el instinto de defensa.

El caso de ciertas gentes de “El Debate” es distinto. Creo que casi nunca “El Debate” escribió un artículo francamente favorable al gobierno. Lo que hacía “El Debate” es subrayar los errores, los abusos, las ineficacias que él pretendía encontrar en el gobierno. Recuerdo lo que me decía un conservador de una enorme provincia: “entre que usted gobierne el país, y que gobierne Arroyo del Río, prefiero que gobierne usted”. Y, como yo protestara contra ese menosprecio a mi gobierno, después que hacía todo lo posible para trabajar por la nación y servir al pueblo, descubrí que la verdadera causa del enojo de ese conservador, sin conciencia, era que en algunas oficinas de ínfima importancia de la enorme provincia, había empleados que no le agradaban al buen hombre. Entonces, en un gesto de debilidad de mi parte y con el ánimo de hacer lo po-sible para evitar choques con el Congreso, le ofrecí al conservador y diputado, destituir a esos empleados y poner a hombres de su gusto. Inmediatamente el buen hombre se entusiasmó por mi gobierno y declaró que, no solo no era un mal menor, sino uno de los mejores gobiernos que había tenido el país. He aquí el ambiente de los politicastros ecuatorianos: un mismo fondo de corrupción; carátulas diferentes.

El espíritu del conservador de mi anécdota, era el espíritu de ciertos hom-bres de “El Debate”. Nunca fueron capaces de apreciar la situación en su conjunto; nunca pesaron debidamente las dificultades, los estorbos, la falta de hombres y de cosas. Siempre exagerando las equivocaciones, subrayando los errores, y considerando a mi gobierno como un simple medio para que más tarde ascendiera al poder el conservadorismo.

La más absoluta libertad de enseñanza es para mí un axioma político. La libertad de enseñanza es consecuencia lógica de la libertad de pensamiento y de

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palabra; la libertad de enseñanza es excelente método pedagógico, porque per-mite flexibilidad en los métodos, iniciativas en los planes, acercamiento afectivo al alma del niño; la libertad de enseñanza permite la más eficaz colaboración de la gente honrada, el progreso del país. Por la libertad de enseñanza ha pro-gresado la pedagogía. No hay más que recorrer la historia de la pedagogía para convencerse de esto. En el Ecuador, respetar la libertad de enseñanza es de sentido común, es de interés nacional. Gobierno pobre, incapacitado para re-coger a todos los que necesitan de la enseñanza, requiere la ayuda de las buenas voluntades docentes para formatear la cultura nacional. Insensato imaginar que solo el Ministro de Educación y sus secuaces conozcan la técnica pedagógica. También pueden conocerla otros que no sean empleados del gobierno. Los Hermanos de las escuelas cristianas han sido los verdaderos maestros del obre-ro ecuatoriano. Han educado miles de niños, y los hechos de muestran que los han educado para una vida de nobles aspiraciones. Si se teme que la enseñanza libre en el Ecuador mantenga la hegemonía del pensamiento religioso, toca a los liberales fundar las escuelas libres en donde, por amor a la razón, se enseñe y difunda el racionalismo, materialismo, positivismo y todo lo que se quiera. Pero quien pretende triunfar en las luchas ideológicas por medio de la tiranía y del sable, no merece ni el título de hombre, ni mucho menos el de liberal. La mane-ra de contrarrestar la enseñanza libre es vaciar el tesoro público en la enseñanza oficial; pero en una enseñanza oficial honorable y digna, moralizadora y efi-ciente, laica, esencialmente seglar y laica, pero respetuosa de todo lo honrado.

Por amor a la verdad y lealtad con mis principios, di la más absoluta libertad de enseñanza. Los liberales me insultaron, porque puse en práctica uno de los credos liberales. Y “El Debate” ultrajó a mi gobierno porque mantuvo la ense-ñanza laica, al margen de supersticiones interesadas y de anhelos de hegemo-nías sin base moral ni nobles propósitos. ¡Qué conducta la de “El Debate” por haber confiado yo la asesoría técnica de la enseñanza primaria al colombiano Luis Enrique Osorio!...

El señor Osorio, hombre sumamente delicado, jamás enseñó nada doctri-nario a los niños de las escuelas ni estableció la escuela mixta, ni la enseñanza sexual. Pero los conservadores de “El Debate” escribieron artículos enteros para insultarle al señor Osorio, por extranjero, por colombiano, por ladrón, por corruptor, por demagogo, por enemigo de Bolívar, por ignorante, etc., etc., etc. Delante de uno de los jefes del conservadorismo, demostré a un redactor de “El Debate” que en un solo artículo había estampado veinticuatro calumnias contra el señor Osorio. He aquí a lo que se reduce la religión para muchas

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gentes que hacen profesión de buscar su triunfo: a calumniar, cuando la reli-gión está mandando que se ame prácticamente al prójimo; a echar en cara una nacionalidad extranjera, cuando la religión es un vínculo universal entre todos los hombres del planeta. A los fariseos les decía con frecuencia Cristo: muchos vendrán de Oriente y de Occidente a ocupar vuestros puestos. Era la represión de Cristo al nacionalismo fariseo de los doctores de Israel, para quienes la reli-gión no era un símbolo sagrado, sino una explotación pasional. Y no digamos nada de la insensatez de, para descalificar a un hombre, recordarle que es co-lombiano como si Colombia no fuera una inmensa nación hispanoamericana, amiga y vecina del Ecuador, acreedora a todo nuestro afecto, sede jurídica y civil de nuestra emancipación políticas, patria de hombres de talla continental, mundial como el sabio Caldas, el héroe y general José María Córdoba.

Caído yo el 20 de agosto, los conservadores de “El Debate” sabían muy bien que en mí no hubo ambición de ninguna especie cuando firmé el decreto convocado a Asamblea Constituyente para antes de dos meses, para el 12 de octubre de 1935. Y, sin embargo, por quedar bien entre los militares que ocasio-naron mi caída, desautorizaban supuestos proyectos dictatoriales míos y hasta se permitieron aludir a ambiciones injustas de mi parte. He aquí los vínculos que me han unido con los conservadores verdaderamente militantes. Ya tendré ocasión de tratar de la manera cómo se portó el conservadorismo, cuando mis planes de restauración económica.

Los liberales e izquierdistas ecuatorianos carecen de virtudes humanas. El hombre debe simpatizar con el hombre, sentirse solidario con el hombre, querer el bien del hombre, dolerse de las aflicciones del hombre. He aquí las virtudes humanas. Estas virtudes deben flotar por encima de toda discrepancia ideológica, unificando la especie e inspirando sentimientos generales de solida-ridad. Los diversos partidos e ideologías, jamás pueden proponerse establecer vallas de furiosa pugna entre las gentes. Al contrario, los diversos partidos e ideologías no son sino los diversos medios que conciben los políticos para llegar más pronto al bien del hombre. Es el bien, es la solidaridad entre todos, lo que estimula y mueve o debe estimular y mover a los diversos partidos e ideologías. Absurdo exigir que el título legítimo de la afiliación a un partido sea el odio al resto del género humano.

Los eventos que inquietan a la humanidad son tan espantosos, los dolores que afligen a la especie son tan hondos, que en los momentos difíciles de un pueblo, todas las personas honradas y capacitadas reconocen que hay una ac-tuación salvadora y rodean y sostienen a quien sinceramente quieren desarrollar

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esa labor salvadora. Se comprende bien lo que es el izquierdismo, el conserva-dorismo, el socialismo, el radicalismo. Pero nada más arbitrario que encasillar de un modo fatal e inexorable a determinadas personas en determinadas casi-llas. Los matices ideológicos son tantos, las exigencias de la realidad sobre las conciencias honorables son tantas, que, sobre todo en momentos difíciles, es absurdo declarar: “usted pertenece a determinada casilla; guerra inexorable, por tanto, para usted”.

En Francia, en más de una ocasión. Desde 19214, se ha proclamado la unión sagrada, como único medio de salud. En Inglaterra, la exigencia de la realidad casi ha producido la desaparición del Partido Liberal. Hay que salvar las tenden-cias espirituales e ideales. Pero solo a la insinceridad de la mayor parte de los iz-quierdistas ecuatorianos, se les ocurre que los hombres pueden ser clasificados con determinados caracteres, a la manera de rebaños.

A mí no se me podía exigir otra cosa que el poner en cobro los ideales y tendencias: Estado separado de la Iglesia, laico y neutral; enseñanza oficial laica y neutral: administración justiciera para todos, pero principalmente propicia para obreros y débiles, para indios y campesinos; respeto absoluto a la sobe-ranía democrática; honradez estricta; trabajo constante, de todas las horas, a favor de la patria. Esto se me debió exigir en nombre del liberalismo. Si a esto faltaba, era preciso hacer la revolución; porque el liberalismo no reconoce el derecho divino del poder. Si esto cumplía, se me debió sostener por honra del liberalismo. Pero, mantener la desorientación pública en nombre de unos cuantos figurones que perdieron sus empleos o temían perderlos, era convertir el augusto templo de la oración humana e ideológica en cueva de mercaderes como hicieron los fariseos a quienes Cristo despidió de la casa de su Padre.

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El Estado del porvenir248

Para Augusto Comte el fin de la ciencia es saber prever, a fin de proveer. La ciencia entraña la previsión. A medida que los fenómenos se complican, la pre-visión se hace más difícil. Por ejemplo, sin dificultad se prevé que una barra de hierro se dilatará sometiéndola a una determinada intensidad de calor. Pero, si se trata de prever un fenómeno biológico la cuestión es más difícil. El médico no puede siempre prever el fenómeno de manera exacta, como el físico o el matemático la dilatación de la barra de hierro. En todo caso, la ciencia aspira a proveer por la previsión.

Cuando se trata de la sociedad humana interviene el factor libertad creado-ra que hace la previsión mucho más delicada. Podrá discutirse en la metafísica si existe o no la libertad; pero lo indiscutible es que el hombre es capaz de produ-cir actos que nadie sabía que los iba a realizar, actos originales, desconcertantes.

La ciencia social prevé con más dificultad que la biología, y ésta prevé con más dificultad que la física. Pero en todo caso, se puede prever. La raza es una determinada manera de sentir la vida y comprenderla. La raza se adapta al medio geográfico y físico. Tiene valor como fuerza psicológica. La figura del cráneo, no sirve para distinguir las razas. Es la psicología la que puede caracteri-zarlas. El pueblo romano fue jurista, y el griego, artista y filósofo. Se puede co-nocer las necesidades geográficas y circunstanciales. Sabemos la manera cómo el hombre procede ordinariamente en sus intereses. Estas bases constituyen el fundamento de nuestras previsiones. La libertad es obstáculo para la previsión exacta. Sin embargo, algo se puede prever. La economía política es previsión, en la mayoría de sus principios. En derecho político, dentro de prudentes lími-tes, se puede predecir un poco el porvenir. Podemos antever la orientación que seguirá el derecho y la organización política de la humanidad. No necesitamos sino saber cómo se presenta la tendencia humana en materia política, deducién-dola de la manera cómo se ha presentado, por ejemplo, en una serie de siglos de la historia de la raza occidental. Si descubrimos la línea algo sinuosa, pero con tendencia determinada; si esta línea está garantizada por los siglos y por los sucesos que se han inclinado en una manera determinada; no habrá profecía mística sino enunciados perfectamente científicos, que nos descubrirán el Esta-

248 Tomado de: José María Velasco Ibarra, “El Estado del porvenir”, en Obras completas: “Estu-dios de derecho constitucional” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo XIV, Quito, Editorial Santo Domingo, s. f. [1974], pp. 97-104.

ESTUDIOS DE DERECHO CONSTITUCIONAL

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do del porvenir. Y, entonces, es menester continuar, como lo dice Comte: “sa-ber para prever “a fin de proveer”. ¿Podemos prever cuál será la dirección del Estado y la organización política de la humanidad? Tenemos entonces que pro-veer. Desde que el hombre renuncia a proveer, la sociedad está en peligro. La sociedad no vive sino en cuento es plebiscito incesante, como lo dice Renán249. Desde que el hombre renuncia a proveer en materia moral, el individuo se descompone por dentro y la sociedad principia a disolverse. Hay que proveer, sobre todo ciertos pueblos, sin verdadera alma nacional. Desde que se llega al hombre la acción es factor indispensable de vida humana. Proveer es actuar. Veamos cuál es la tendencia que encontramos en la historia política. Principie-mos por separar radicalmente algunas teorías. Niegan a Spencer250 la calidad de gran filósofo. Admito que su fuerza creadora sea discutida; pero fue un erudito inmenso, un hombre muy inteligente. Es innegable. Podemos tomarlo como el tipo del pensador de un momento dado en la historia. Spencer en su libro El individuo contra el Estado no tiene suficientes vocablos para maldecir que el Estado invada la esfera individual. El Estado que organiza la beneficencia, hace ferrocarriles y caminos, enseña, le parece un Estado abominable. Lo justo, que el individuo viva su vida. Pero, al vivir el individuo su vida, va a chocar contra otro que también vive la suya. El Estado lo único que debe hacer es impedir este choque, armonizar estas vidas. Los individuos crearán, inventarán, orga-nizarán. El Estado no sabe servir, lo único que sabe es fomentar burocracias estupenda, y gastar la mayor parte del dinero en suelos: los empleados no tra-bajan bien porque no lo hacen en interés propio; porque saben que les pagan a fin del mes el sueldo, y no son suficientemente morales para poner el alma en la obra administrativa. Spencer para maldecir del Estado burocrático, no acierta a encontrar frases exactas.

El pensamiento político de Spencer me parece que está totalmente des-autorizado por la historia de antes y después de él. Cuando en la vida algo se impone siempre, es porque tiene razón de ser. De aquí que la filosofía es una rama absolutamente necesaria para todo estudio. Partiendo del dato positivo, explica la razón honda de las cosas.

Spencer se diría positivista, pero al explicar y plantear su teoría política partió de algo completamente antipositivo.

249 Joseph Ernest Renan (Tréguier, 27 de febrero de 1823 - París, 2 de octubre de 1892) fue un escritor, filólogo, filósofo e historiador francés.

250 Herbert Spencer (Derby, Reino Unido, 27 de abril de 1820 - Brighton, Reino Unido, 8 de diciembre de 1903) fue un naturalista, filósofo, psicólogo, antropólogo y sociólogo británico.

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Toda la vida, el Estado ha tendido a enseñar, a hacer caminos, obras de be-neficencia, etc., y los teóricos del Estado (el mismo Platón quería el comunismo integral) han exigido de éste todo. En el tiempo contemporáneo la teoría de Spencer no puede defenderse. Es absurdo pretender que el Estado desmonte su maquinaria. Hoy el Estado quiere hacer todo. La intensidad y la extensión del Estado son indiscutibles.

Pasemos al otro extremo. ¿Declaramos, entonces, como lo hacen ciertas prácticas políticas y ciertas tendencias filosóficas, que la vida del individuo es débil, desordenada y caótica; que es necio respetar al individuo por sus ca-prichos perpetuos y a los partidos políticos con sus inclinaciones anárquicas, siempre preocupados con pequeños intereses? Estos intereses no coinciden con los de la vida social ni con los valores nacionales. El individuo busca todo para sí y para su partido [...]

La escuela a que me estoy refiriendo, no puede ser despreciada desde que se impone en muchas partes. Parte de una teoría del conocimiento muy particular. La simple lógica exige que las cosas queden como son. Una planta debe ser una planta; un animal, un animal. Si así no sucediera, el animal y la planta perece-rían. Lo mismo en la vida social. Si no se realiza la forma social, los individuos sufren y mueren. Lo lógico es, pues, fomentar la vida social. El entusiasmo partidista por tales o cuales ideologías que no son sino perspectivas caóticas, engendra el desorden. Es menester que el individuo se reglamente dentro de la gran máquina social a fin de que sea fuerte.

Esta teoría absorbe, anula al individuo como tal. Es un punto de vista ma-terialista, como los de ciertos escritores del siglo XVIII.

Lo que le interesa a la teoría es que en esta vida temporal la sociedad, sea fuerte. Por ejemplo, que todo el mundo sea sano, que haya producción abun-dante, caminos; que la sociedad sea pujante y se imponga dentro y fuera. Lo ético individual no cuenta, es un absurdo, una ociosidad. La medicina no tiene porqué respetar al individuo. Ha de inspirarse solo en el interés de la raza fuerte, de la nación fuerte.

Indudablemente, tiene el Estado tendencia a absorberlo todo. Esto sucedió en el Estado incaico. También lo reglamentó todo el Estado colonial español. La teoría tiene, pues, antecedentes históricos. ¿Entonces, será éste el Estado del porvenir? Creo que no, por la sencilla razón de que no puede convertirse al individuo en engranaje de la gran maquinaria estatal. Es una concepción mate-rialista de la vida, y estoy convencido de que toda concepción materialista de la vida es incapaz de explicar al hombre, y, por consiguiente, no puede explicar el

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derecho político práctico, ni la vida práctica. Cuando se defienden ideas, suele imputarse a utopía la actitud del idealista. Pues, bien, devuelvo el argumento en la misma forma. Todo aquel que quiere explicar la humanidad por motivos temporales limitados: la salud, que no haya huelgas, que se produzca mucho, es el menos práctico de los hombres. El Estado futuro no será absorbente, limitado, preocupado solo con lo temporal. El Estado futuro será personalista. Tal vez no seremos testigos de esto. De manera que no podremos convencer a nadie positivamente y hacer que este Estado merezca positiva confianza. Pero, si implica la ciencia el prever con la historia el auto análisis psicológico bien llevado, podemos llegar a la conclusión, dentro de la prudencia que exige la complejidad social, de que el Estado del porvenir será un Estado personalista, una Federación de personas.

Explicaré lo que quiere decir “Estado personalista”. Entre el individuo y la persona existen diferencias muy grandes. Muchas veces empleamos estas palabras como sinónimas, y está bien que así se empleen, porque no siempre se puede usar de una técnica que haría el lenguaje hablado hasta pasado. Pero es preciso que distingamos bien, entre el individuo y la persona. El individuo es el producto racional que surge en un momento dado de la evolución de las cosas. Es superior especialmente al animal, desde que pueda hacer estatuas, como las de Miguel Ángel. Pero espontáneamente el individuo surge como un ser díscolo, caprichoso, con tendencia a la crueldad y al egoísmo. La educación de la familia y la rudimentaria de la escuela no la modifican grandemente. Es cierto que la familia va sembrando gérmenes de personalidad al menos cuando sabe cumplir con su deber. La racionalidad del individuo le sirve a menudo para el cálculo egoísta. Por la ociosidad desea aprovecharse al máximo del prójimo. Este es el individuo.

La persona es diferente al individuo. La persona es el individuo en cuan-to siente la necesidad de irse superando. Hasta cierto punto la persona es el individuo solitario. El hombre que siempre goza en sociedad, no pasa de ser individuo. En el retiro el hombre cae dentro de sí mismo. Hay que tener el valor de caer dentro de sí mismo; no todos tienen este valor. Cuando uno cae dentro de sí mismo, siente la necesidad de superación; la necesidad de rechazar odios y venganzas, y de tener la elegancia de olvidar a los enemigos. La soledad excita la necesidad de enriquecer la vida haciendo alguna obra.

La evolución del individuo hacia la personalidad que la soledad favorece, es una tendencia a la que nadie puede renunciar. Es un hecho positivo. La gente vulgar no puede estar sola. Se aturde con el ruido a todas horas, a fin de no

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encontrarse. Siente la necesidad de salir de sí, divertirse. Sin embargo, en tales o cuales aspectos, el ansia de vivir valores personales es incontenible.

Si estudiamos un libro de historia, observaremos que desde el hombre de las cavernas hasta nuestros tiempos, el anhelo es éste: ser más y más persona.

Las multitudes intranquilas, que reclaman derechos que repelen la injusticia y aplauden la justicia, ¿qué hacen? Acercarse desde la individualidad, moral-mente informe, a la personalidad, moralmente definida. Unos dicen que es menester perdonar. Otros trabajar. Estos dicen que se debe formar buenas familias. Aquellos se afanan por ser buenos estudiantes. ¿Pero, por qué tantos anhelos, prescripciones, normas? Porque todos sienten una cosa superior que les atrae y les impone. El profesor cree que por razón y por justicia, debe prepa-rar bien sus clases. Hay, pues, algún valor que la razón descubre y que le impone al profesor un deber.

Analizándonos profundamente no podremos menos que reconocer la ten-dencia a ser persona y lo somos en cuando nos sometemos a valores superiores.

Si preguntáramos a un teórico de la tendencia totalitaria el por qué de la propaganda de este régimen, nos contestaría que por ser el régimen totalitario justo y razonable. Luego se reconoce un valor: los justo y lo razonable.

Si le hubiéramos preguntado a Spencer por qué quería que se redujera el Estado a impedir el choque de los individuos, nos habría contestado que por considerar razonable su teoría. Nos sometemos, queramos o no, a ciertos valo-res que no se los ve, ni se los pesa, ni se los mide. Nos sometemos a lo razona-ble, a lo que se conforma con algo que se cree verdadero.

De lo dicho, concluimos que el Estado, en estricto rigor, no es un medio para el individuo, ni este un medio para el Estado. El Estado y el individuo son agentes de los valores morales, que exigen que el individuo sea cada vez más y más persona. Estado e individuo sea cada vez más y más persona. Estado e in-dividuo son agentes de valores superiores para hacer que el individuo sea cada vez más persona. En efecto, cuando un Estado adopta una medida fuerte, a fin de evitar, por ejemplo, que la falta de higiene ataque a la salud del hombre, la sociedad aplaude tal medida. Cuando se pone la fuerza al servicio de los valores morales, aplaudimos el acto de fuerza. Cuando la fuerza se pone contra los valores morales, protestamos.

Cuando escuchamos sinceramente los sentimientos de justicia, éstos deben distinguir perfectamente cuál es la medida estatal fuerte, inspirada en sinceridad y amor a la humanidad y cuál es la medida de fuerza, inspirada en el capricho. El Estado es, pues, un instrumento llamado a emplear la coacción para hacer respetar los valores humanos, y cuando emplea la coacción para que la justicia,

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el bien y la belleza sean servidas, todos aplaudimos al Estado. En caso contrario todos nos resistimos.

El individuo y el Estado son, como vasos comunicantes. A veces, es me-nester una mayor actividad del Estado a fin de que los valores morales triunfen. Otras veces, para que triunfen, hay que disminuir esa actividad. En ocasiones, es el individuo libre quien da eficacia a los valores morales; en otras oportuni-dades es la disciplina estatal indispensable: es decir, hay que tener en cuenta las circunstancias. En Inglaterra, el Estado, para que imperen los valores morales, tendrá que desplegar una energía distinta a la que hará funcionar Colombia para llegar a tal fin. En unas partes una libertad es legítima, en otras puede ser ilegítima, dadas las condiciones ambientes. La masa humana que en esto es in-tuitiva y casi infalible, distingue cuando hay sinceridad y cuando no la hay, y, si se aparenta imponer valores morales, persiguiendo en el fondo la dominación egoísta, se producen la tiranía y el desorden.

Si esta teoría de los valores morales es verdadera, veamos un poco la curva de la historia.

Los sistemas totalitarios, racistas, nacionalistas o proletarios, están conde-nados al fracaso. Es muy posible que no veamos esta derrota, pero tengo fe en ella. Me apoyo en que el hombre es un ser poseído de la inquietud por los valores morales. El valor moral es algo que exige más y más. No se satisface con solo la salud, con la producción abundante, los caminos cómodos, las ins-tituciones técnicas. El hombre aspira y aspira más cada día la superación moral. Ningún Estado totalitario llena la totalidad del anhelo ético. La libertad política da la flexibilidad indispensable al hombre para acercarse más y más a los valo-res morales. Jamás la disciplina puede llegar a ahogar la libertad indispensable para que el hombre sea factor consciente de su propia vida. Desde las cavernas, desde la ciudad romana, desde el Estado inca, la historia es el esfuerzo de los hombres por el derecho, por la armonía, por la libertad, por la vida sincera. El siglo XVI, el XVIII, el XIX han sido nobles siglos revolucionarios que han proclamado la libertad de conciencia, la razón, las autonomías regionales, el de-recho de los trabajadores. El Estado del porvenir, será, sin duda, una asociación de actividades libres de hombres, grupos y regiones. El Estado extenderá su acción en cierta esfera sin prejuicio de las autonomías individuales y colectivas; ya que la esfera estatal comprenderá servicios necesarios precisamente para el vigor del individuo y de la colectividad autónoma. Más allá del Estado nacional se extenderá el Estado humano cuyo germen son la Liga de las Naciones, el Panamericanismo.

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La humanidad exige que subsista la Liga de las Naciones, y que ésta no esté supeditada a los intereses pecuniarios de Inglaterra, sino que sea institución universal para bien de todos, aun cuando Inglaterra pierda algo de dinero con ello, pérdida que al resto del mundo no le importa.

Si consultamos a cualquier hombre medio, de las calles de Buenos Aires, veremos que sabe sentir el interés de la humanidad, y nos dirá en un lenguaje sin términos jurídicos, pero que podemos traducir, sus aspiraciones fundamen-tales respecto a la Sociedad de las Naciones. El sentimiento de justicia habla en todos los labios.

Cuando se estableció la Liga de las Naciones, Estados Unidos proclamó que no podía intervenir en ella, porque Washington les había aconsejado, hace un siglo, que se quedasen al margen de los problemas del Viejo Mundo. Egoís-mo e incomprensión reprensibles y funestos. Pero pasan los años, el Japón es una posible amenaza a los intereses de los Estados Unidos, entonces Roosvelt protesta contra la epidemia de ilegalidad, ofrece su colaboración internacional, y pide que se ponga en cuarentena a los imperialismos. He aquí el triunfo de los valores morales. Hasta para defender intereses, hay que hablar el lenguaje de la justicia, de la verdad, del desinterés.

Los hombres y los pueblos se rinden ante los valores morales. Para con-vencer y apaciguar a los hombres hay que hablarle en el lenguaje de la paz y de la justicia. Si cínicamente se habla el lenguaje de la paz y de la justicia. Si cíni-camente se habla el lenguaje del interés para defender el interés, la humanidad contesta con el desprecio.

La única forma posible de convivencia humana en el Estado político futu-ro, será reconocer la autonomía de las personas. El Estado actuará e interven-drá poderosamente para procurar que cada individuo sea persona. Las multi-tudes aplaudirán que el Estado intervenga para procurar la vida armónica, sin mengua de la autonomía de las almas.

El Estado que en el mundo tendrá éxito será el dotado de elasticidad, fle-xibilidad. Cada medida política tendrá que ser reflexionada desde el punto de vista del aumento o disminución de la personalidad.

El Estado del futuro será federativo: federación de autonomías. La crisis entre Buenos Aires y las provincias argentinas se reveló por el equilibrio de autonomías. No convenía que el Código Civil sustantivo fuera obra de cada provincia, para no entorpecer la vida civil de los argentinos. El Código Civil argentino debía ser Código Nacional. No convenía, por otra parte, que desde Buenos Aires se resolvieran todos los problemas como quería Rivadavia, por-

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que en muchos aspectos era urgente la autonomía para que la nación pudiera vi-vir. Para ciertas medidas administrativas, la federación; para otras, el unitarismo.

Lo que pasó en la Argentina después de un proceso trágico, acaeció con más espontaneidad en los Estados Unidos. En los Estados centralistas, como Inglaterra, los municipios poco a poco han ido conquistando poderes. Hay un movimiento federativo universal.

No es fácil precisar la diferencia entre Estado federal y Estado unitario, con autonomía municipal y provincial. Los tratadistas de la materia, hasta ahora estudian la naturaleza de estos dos sistemas. Pero sea como fuere, el Estado federal es una reunión de autonomías y el unitario tiende a descomponerse en autonomías. El individuo también reclama para sí, la autonomía, el ser persona, poder escribir y pensar, enseñar y trabajar. Estos reclamos responden al deseo de aumentar en la personalidad efectos de los momentos de soledad. La sole-dad es un factor en la política. El Estado equilibrado será aquel que encuentre la armonía entre la disciplina nacional y la autonomía correspondiente al impulso personal interior del hombre. La federación de autonomías tiene una tendencia de mayor trascendencia: la tendencia hacia los Estados unidos de la humanidad. Asociación de personas autónomas, municipios autónomos, regiones autóno-mas, Estados autónomos.

La asociación de personas autónomas, no ahogará a la persona individuo, según los planes del Estado corporativo. Para éste solo tienen importancia las funciones que el hombre realiza (ciencia, industria, agricultura, etc.), y quieren asociar las funciones, matando la sustantividad del hombre. El Estado del fu-turo respetará la misma sustantividad del hombre y federará asociaciones en círculos más y más amplios hasta comprender a la humanidad entera.

Las Conferencias Panamericanas de la Paz, Ginebra, el imperialismo del Japón: todo lleva a los Estados unidos de la humanidad.

Que la Argentina, que, con tanta sabiduría, constituyó en 1853 sus Estados unidos, federados y equilibrados, impulse la Federación de los Estados Ameri-canos. Que ésta sea tipo de los Estados federados del mundo.

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Introducción251

CRISIS DE LA CULTURA Y DEBERES DE SUDAMÉRICA

Vivimos tiempos de tinieblas y de muy pocas esperanzas.Odios e incomprensiones, maquiavelismos y orgullos, bombarderos y ca-

ñones reducen a polvo los elementos creados por esfuerzos seculares para que la vida humana tenga sentido racional y ascendente.

Abismo insondable amaga toda la civilización de Occidente. Alemania, por un motivo, y Francia, por otro; Inglaterra y América, toda nuestra civilización en suma, ha sido víctima de decadencia y descomposición, y, acaso los países de Oc-cidente no volverán a ser focos de fundamentales creaciones espirituales y éticas.

Pasada la guerra, tornarán las ambiciones y perspectivas miserables. La ver-dadera organización jurídica de la humanidad –a base de pueblos moralmente iguales y respetados, en generosa cooperación– continuará siendo un sueño, blanco de torpes irrisiones o doloridas quejas.

En Sudamérica no es todo justicia en la vida interna e internacional de sus pueblos. Hay atentados contra las leyes y, sobre todo, contra su espíritu; hay amenazas e hipocresías, despotismos y recelos.

El problema humano es resuelto siempre por minorías moral y espiri-tualmente selectas. Las minorías dan eficacia a las virtualidades de las masas y definen las aspiraciones de las gentes. En los pueblos están las potencias; en las minorías, en los grandes hombres, las actualizaciones purificadoras. En el inmenso campo de la historia hay el hombre de presa, que tiende al ataque y al dominio, a conquistar y vencer. Hay el hombre de placer, que ansía descanso y esparcimiento, satisfacción sensual y lucro. Hay el hombre del espíritu, cuya preocupación primera es superarse interiormente e influir moralidad en la vida, conocer y contemplar.

El fin de la historia: que el mayor número posible de gentes llegue al plano del espíritu. Pero la dificultad reside en que, entre el hombre de presa y el del espíritu, se interpone necesariamente el hombre de placer que apenas la fatiga en el esfuerzo o la técnica excitan al descanso, la ganancia la satisfacción sen-sual. El esfuerzo del hombre de placer se reduce a lucrar para que la vanidad, el goce, la avaricia, se hallen satisfechos.

251 Tomado de: José María Velasco Ibarra, “Introducción”, en Obras completas: “Expresión política hispanoamericana” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo VI, Quito, s. e. [Editorial Santo Domingo], s. f. [1974], pp. 5-9.

EXPRESIÓN POLÍTICA HISPANOAMERICANA

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En cierto instante de la evolución, disminuida la violenta frecuencia de ataques y conquistas, y establecido cierto equilibrio entre fuerzas, el hombre, de presa acepta la disciplina del Estado, que se apoya entonces en una humanidad con vital tendencia al ascenso. Y las minorías moral y espiritualmente selectas producen el siglo de Pericles252, o el derecho romano, o el siglo de Napoleón y Pasteur253. El hombre de presa es capaz de admitir la tensión fecunda, la acti-vidad creadora.

Pero el hombre de placer disuelve, enerva, diluye las creaciones del espíri-tu; socava los Estados y se traga a las mismas minorías, abriendo puertas de la barbarie, que, en este caso, no es un momento de la evolución, sino anárquico y bestial furor de dominar por dominar, de despojar por despojar, y ser cruel por la satisfacción sensual de contemplar el sufrimiento y la angustia. Así pasó con Grecia, con Roma; así está pasando con la Europa de 1920 a 1940.

Francia sucumbió. Inglaterra y toda América estuvieron a punto de sucum-bir, si el mar no hubiese dado a Inglaterra y Estados Unidos un plazo para la reacción.

En cada etapa de la historia la cultura ha perecido al pasar por el hombre de placer. El mundo occidental moderno tampoco ha podido llegar al hombre del espíritu. El placer ha sido tan amplio y exigente. El hombre de placer nada ve en grande, detesta el esfuerzo desinteresado, aspira a los simplista, remplaza la patria con facciones, sustituye la lucha con el juego y la playa, con el relaja-miento de costumbres, la desnudez y la derrota. Hemos vivido tres días feos: de mujeres desgreñadas, sin medias y fumadoras.

Dudo que la actual guerra abra la etapa occidental del hombre del espíritu. Pero es preciso confiar hasta el último momento. Hay deber de confiar. No se nos piden éxitos; se nos demanda trabajo. Y, en Sudamérica, empeñémonos porque el mundo nuevo reflexione, por fin, en sus destinos y ponga los medios para cumplirlos.

252 Pericles (495 a. C.- 429 a. C.) fue un importante e influyente político y orador ateniense en los momentos de la edad de oro de la ciudad (en concreto, entre las Guerras Médicas y las del Pelo-poneso). Su madre se llamaba Agarista, y descendía de la familia de los Alcmeónidas. Fue el principal estratega de Grecia. Gran dirigente, hombre honesto y virtuoso. Llamado el Olímpico, por su imponente voz y por sus excepcionales dotes de orador.

253 Louis Pasteur (Dôle, Francia el 27 de diciembre de 1822 - Marnes-la-Coquette, Francia el 28 de septiembre de 1895) fue un químico francés cuyos descubrimientos tuvieron enorme importancia en diversos campos de las ciencias naturales, sobre todo en la química y microbiología. A él se debe la técnica conocida como pasteurización.

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Cierto que el problema americano es ante todo de ética, de pedagogía y de maestros. Pero no es dable negar que las instituciones jurídicas puedan ayudar en la obra de las buenas costumbres o pueden fomentar malos y des-tructores hábitos.

Indispensable buscar las instituciones políticas adecuadas a Sudamérica que cooperen en el esfuerzo creador de la pedagogía y de la ética. Los sudame-ricanos estamos ya cansados y somos viciosos, sin haber dado nada al mundo, excepto sediciones, caudillos sin trascendencia moral, y la vulgaridad de una existencia que reedita lo por otros ensayado.

Ezequiel Martínez Estrada254, el más profundo pensador de Sudamérica en estos días, llega a conclusiones pesimistas al tomar con conciencia austera la radiografía de la Pampa. Soportamos pesos terribles. Individualismo caótico y desidia; verbalismo y fatuidad; lo negativo del negro y del indio, porque no he-mos descubierto lo positivo que haya en ellos; tradiciones de ciego fanatismo, inobjetividad, concupiscencias iracundas.

Pero el hombre es flexible. Está dormitado, acaso, el hombre de Sudamé-rica. Raza nueva; progenitores audaces y caballerosos los unos; intuitivos de la naturaleza, frescos, los otros. Tierra amplia, espacio, posibilidades geográficas de trabajo, justicia, cooperación internacional.

El hombre da, cuando le imponen las circunstancias, lo que de él no se esperaba. Lo demuestra el actual heroísmo de anglos y rusos con su extraor-dinaria capacidad de reacción, que en pocos meses les dio potencialidad para enfrentar y vencer a quienes se prepararon largos años con el fin de poner el mundo a sus plantas. Lo demuestran los hombres de la Francia combatiente que, sin anonadarse ante la más espantosa y triste capitulación, enarbolaron en los campos civiles y militares el estandarte glorioso y eterno: libertad, igualdad y fraternidad.

El hombre es flexible, adaptable y elástico. Hay que conocer sincera, serena y profundamente al hombre americano. Quizá pueda dar. Ayudar modestamen-te en este conocimiento y esperanza, es el fin de este libro.

No nos empeñemos en matar nuestra democracia. No somos alemanes, italianos ni españoles. Somos hispanoamericanos. La democracia, efecto del es-

254 Ezequiel Martínez Estrada, (San José de la Esquina, Santa Fe, Argentina, 14 de septiem-bre de 1895 - Bahía Blanca, Buenos Aires, Argentina, 4 de noviembre de 1964), escritor, poeta, ensa-yista, crítico literario y biógrafo argentino. Recibió dos veces el Premio Nacional de Literatura, en 1933 por su obra poética y en 1937 por el ensayo “Radiografía de la Pampa”. Fue presidente de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) de 1933 a 1934 y de 1942 a 1946.

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fuerzo gradual de los siglos, impuesta ya en parte por las asambleas del pueblo en Grecia y por los levantamientos de los plebeyos en Roma, por las comunas de la Edad Media y por la gran revolución de 1789, por la independencia de América y por el fuego modelador de Bolívar, Sarmiento, Montalvo, es el régi-men político que nos conviene.

Pero pongamos las instituciones democráticas en consonancia con las exi-gencias modernas: rapidez y acierto, eficacia y responsabilidad.

Sin democracia, estaríamos más corrompidos y decaídos. La libre crítica democrática nos ha salvado de muchos males y nos ha proporcionado ciertos bienes: la legislación social de Chile, la ley electoral Sáenz Peña de Argentina, la restauración cívica del Uruguay, el mejoramiento jurídico en Venezuela, y algunos otros.

Que América del Sur sea la escuela jurídica del Estado personalista. Si se salva el mundo de la posguerra, inclinará esfuerzos para cimentar la edad de la persona, es decir, del individuo moralizado. Que la persona interiormente fuerte y buena exteriormente creadora y benéfica llegue al individuo ignorante y pobre, enfermo y desidioso; que la familia sea un foco de personas; que los municipios busquen las comodidad, la estética, para todos los individuos desti-nados a llegar a las personalidad; que el Estado sea una comunidad de entidades federadas, para fomentar la personalidad con todos los recursos espirituales y económicos; que el mundo sea por iniciativa de América una Sociedad de Na-ciones, para la cooperación universal entre personas individuales y colectivas.

Lo dice Lin Yutang255: “en lugar de hombres, tenemos miembros de una clase; en lugar de ideas y prejuicios e idiosincrasia personales, tenemos ideo-logías o pensamiento de clase; en lugar de personalidades, tenemos fuerzas ciegas; en lugar de individuos, tenemos una dialéctica marxista que controla y prevé todas las actividades humanas con infalible precisión. Todos progresa-mos feliz y entusiastamente hacia el mundo de las hormigas”.

Que el derecho constitucional hispanoamericano ayude para que los indivi-duos de nuestro mundo lleguen todos a ser más y más intensa y extensamente personas. El individuo es obra de la naturaleza; la persona, obra del espíritu. Que el Estado acabe con toda injusticia y egoísmo. Pero que no ahogue a la persona. Debe ayudarla. No hay derecho ni libertad para que el hombre explote al hombre. El derecho y la libertad son valores morales. Lo económico para

255 Lin Yutang (Xiamen, Fujian, 10 de octubre de 1895 - Yangmingshan, Taiwán, 26 de mar-zo de 1976) fue un escritor chino. Sus obras y traducciones de textos clásicos chinos fueron muy popu-lares en Occidente.

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el hombre y no el hombre para las cosas o para los caprichos de individuos fuertes.

Pero que, siendo el Estado fiel a su deber regulador y coordinador, respete la revelación y vitalidad éticas de las personas.

Respetuoso de todos los grandes maestros sudamericanos, aspiro solo a que mis reflexiones despierten en el alma de los jóvenes, de los estudiantes, una duda, una perplejidad, un esfuerzo que les lleven por sus propias iniciativas mentales al descubrimiento de un puerto de esperanza para los hombres de América y del mundo.

Santiago de Chile, 1 de marzo de 1943

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Política hispanoamericanadurante la Colonia256

Se trata de estudiar si existe un derecho constitucional hispanoamericano con carácter autóctono, es decir, si el derecho constitucional universal debe tener en Sudamérica una expresión propia.

Cuando se quiere explicar las instituciones constitucionales positivas se acude en Sudamérica a los comentarios y enseñanzas de los escritorios euro-peos o norteamericanos, a los estudios sobre la democracia griega o romana o sobre la organización del Estado en las tribus primitivas.

Útil es el método anterior, porque estamos obligados a beneficiarnos con la ciencia europea y norteamericana y porque lo humano nos vincula con la experiencia de todos los hombres. Pero la ciencia política sudamericana, redu-cida a la repetición de enseñanzas extranjeras o a la exposición de instituciones históricas, nos impide comprender lo particular, lo local, es decir, la fuente de donde ha de brotar un régimen institucional adecuado al espíritu de nuestros distintos países hispanoamericanos, que no son europeos ni son indios. Tres siglos de coloniaje nos han dado fisonomía propia.

Cuando se trata de crear instituciones positivas, se parte en Sudamérica de conceptos abstractos y generales. Las nociones abstractas y generales sobre democracia o régimen autoritario, organización corporativa o parlamentarismo, reforma económica o lucha de clases, han inspirado nuestras creaciones polí-ticas y nuestras leyes de derecho público. No ha habido verdadera objetividad; no hemos sido ilustrados por las exigencias geografías y las imposiciones psico-lógicas de los pueblos. Es menester transformar el derecho público mediante la aplicación efectiva de la psicología de los pueblos a las creaciones jurídicas.

Tal es el propósito de esta obra, y, para principiar, consideramos lo que significó la Colonia para nuestro actual derecho constitucional.

La pasión moderna va destruyendo la historia. La pasión ha invadido toda la historia y con pasión se discute la obra colonial de España.

Para los unos, España hizo por América todo lo que pudo, y lo que pudo fue grande y justo en todos los órdenes. Se multiplican ahora las defensas del régimen colonial, inspiradas en un pretendido sistema positivo y anhelo hispa-

256 Tomado de: José María Velasco Ibarra, “Política hispanoamericana durante la Colonia”, en Obras completas: “Expresión política hispanoamericana” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo VI, Quito, s. e. [Editorial Santo Domingo], s. f. [1974], pp. 1-4.

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nista resueltamente favorable a España, y adverso en el mismo grado al influjo de Estados Unidos y de Francia. Para los otros, el régimen colonial español significa fanatismo, tiranía y atraso.

Ambas posiciones son contrarias a la ciencia histórica. Donde hay prejui-cios no hay historia. La historia es la resurrección, por una objetiva y penetrante intuición, del alma de los hechos pasados.

¿Qué ejemplos, qué preparación recibió para la política constitucional el criollo sudamericano? Como lo dice Justo Sierra257, el contacto con la civiliza-ción europea fue profundamente transformador en sentido progresivo para el Continente Americano. La introducción de los grandes cuadrúpedos, de los más importantes cultivos vegetales, de la técnica europea en general, constituyó un adelanto indiscutible, un avance en el dominio del hombre sobre la natura-leza. La labor de los misioneros y de ciertos eminentes educadores religiosos merece sincero reconocimiento. El español formó un mundo nuevo, y hemos de partir de la obra española si no queremos divagar en aspiraciones utópicas. El español redimió al Continente del sistema de los sacrificios humanos.

Las leyes de Indias se inspiraban en el absolutismo real; todo quedaba por ellas regulado en lo privado y en lo público; pretendían establecer una uni-formidad incompatible con las diversas zonas, localidades y costumbres. El individuo estaba encerrando en un rígido marco reglamentario. El Estado -dice el pensador argentino Afirmado lo anterior, se debe reconocer también que el régimen colonial español no fue una preparación política adecuada para la libertad republicana. En el inmenso fárrago de las Leyes de Indias hay dispo-siciones humanas y sabias; pero la vida real fue completamente diferente de lo que esas disposiciones prescribían.

Alejandro Korn lo absorbía todo y a todos anulaba. Con suspicacia mez-quina no dejaba lugar ni a un esfuerzo ni a un pensamiento espontáneo –agrega Korn–. Dentro de su sistema no cabía una iniciativa individual”. La voluntad quedaba inmolada ante la razón suprema expresada en la ley de acuerdo con la tendencia general de la escolástica.

Las más elevadas funciones públicas fueron reservadas para los españoles. Los cargos en los Cabildos –destinado tradicionalmente a ser una auténtica expresión democrática– pronto llegaron a convertirse en fuentes de ingresos fiscales para sostener las guerras europeas de la monarquía; se vendían los em-

257 Justo Sierra Méndez (nacido en Campeche, Campeche, hoy San Francisco de Campeche, el 26 de enero de 1848; fallecido en Madrid, el 13 de septiembre de 1912) fue un escritor, historiador, periodista, poeta y político mexicano.

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pleos municipales al mejor postor. Imperaban la lentitud y la corrupción ad-ministrativa, la confusión y disputas entre los poderes de la Iglesia y los de la autoridad secular. Dos ingenieros españoles, Jorge Juan258 y Antonio Ulloa259 dejaron constancia del despotismo de los virreyes, de su nepotismo, de su ad-ministración corrompida.

De 170 virreyes –observa Barros Arana260–, solo 4 fueron criollos, de 602 presidentes o capitanes generales, solo 14 fueron criollos; solo 105 obispos criollos hubo entre 706. El criollo no tuvo, pues, preparación para el ejercicio de la vida política y administrativa. Dato que sebe ser recogido en el estudio del derecho constitucional sudamericano. El criollo almacenaba resentimiento, sedición, protesta.

En el orden cultural prevalecieron el frenesí de rito religioso, la supersti-ción, las historias de milagros y apariciones. Pocos los sacerdotes evangélicos. Dice Monseñor Crescente Errázuriz261: “El predicador iba con el ejército; y el indígena apenas podía distinguirlo del conquistador que, diciéndose también apóstol del cristianismo, presentaba sus empresas con carácter casi exclusiva-mente religioso y quería cubrir con el velo hermoso de la fe la desmedida ambi-ción, la avaricia, la crueldad de su corazón y los desórdenes de sus costumbres”.

Socialmente, la encomienda, aunque cédula de la vida colonial y elemento necesario de trabajo, se convirtió en abuso sistemático de la raza fuerte y explo-tadora contra el trabajador débil y explotado. Los repartimientos, la mita, eran fuente de desvergonzados atropellos Indios entregados a la avaricia insaciable de mercaderes sin humanidad. Indios obligados, por ejemplo, a comprar a los corregidores navajas de afeitar, a pesar de ser lampiños por raza. El trabajo forzado, el castigo cruel, destruyeron a la raza vencida, y los sobrevivientes se hicieron malévolos, suspicaces, rencorosos. Los indios, en la práctica, eran es-

258 Jorge Juan y Santacilia (Monforte del Cid, Alicante, España, 5 de enero de 1713 - Ma-drid, 21 de junio de 1773) fue un humanista, ingeniero naval y científico español. Midió la longitud del meridiano terrestre demostrando que la Tierra está achatada en los polos. Reformó el modelo naval español.

259 Antonio de Ulloa y de la Torre-Giralt (Sevilla, 12 de enero de 1716 - Isla de León, 5 de julio de 1795) fue un naturalista, militar y escritor español.

260 Diego Jacinto Agustín Barros Arana (Santiago, 16 de agosto de 1830 - Santiago, 4 de noviembre de 1907) fue un pedagogo, diplomático e historiador chileno, considerado uno de los inte-lectuales liberales más importantes del siglo XIX. Su obra cumbre fue la monumental Historia General de Chile.

261 Monseñor Crescente José de los Dolores de María Santísima Errázuriz Valdivieso (San-tiago, Chile, 28 de noviembre de 1839 - Santiago, 5 de junio de 1931), religioso chileno, Arzobispo de Santiago.

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clavos, y las mismas Leyes de Indias permitieron su esclavitud en ciertos casos. El español debió mejorar en lo posible al indio, sin destruir su organización autóctona. Había campo para más de una cultura.

Económicamente, imperaba el monopolio comercial, las trabas para la cir-culación de los productos, aún entre las distintas colonias del Continente, los impuestos abusivos. Ciertas libertades concedidas en la segunda mitad del siglo decimoctavo ni fueron suficientes ni pudieron producir efecto saludable. El mismo padre Mariano Cuevas, tan ferviente por la hispanidad y el régimen colonial español, confiesa que “la extracción y envío de nuestras riquezas fue durante todo el tiempo de la dominación española, uno de los fines principa-les de los monarcas y la más absorbente ocupación de sus virreyes, y como éstos tenía que bajar a detalles mínimos en la cobranza, algo perdían de su autoridad”. “Las colonias hispanoamericanas” –dice José M. Ots Capdequi262–, “desde el punto de vista comercial, fueron consideradas como simple mercado complementario de la economía peninsular, reservado exclusivamente a los co-merciantes de la Metrópoli”.

Todos estos defectos provocaron movimientos de revolución auténtica-mente sudamericanos, por causas sudamericanas, por impulsos biológicos au-tóctonos, como la famosa revolución del Socorro en Nueva Granada, de 16 de marzo de 1781. El pueblo desconoció a las autoridades, que aumentaban las contribuciones para llenar penurias del tesoro español. El movimiento fue seguido por Tunja, Pamplona, Casanare, y se extendió a Venezuela, y estuvo a punto de vencer a las autoridades del Virrey. No fue menos importante la sedición en el Perú, de Tupac-Amaru263, que se decía descendiente de los anti-guos emperadores del Perú. Estos movimientos fracasaron por falta de un plan ideológico amplio y orientador.

En suma, el espíritu general de la Colonia fue el desconocimiento del valor ético individual y la fe en la sociedad jerarquizada, dirigida y ritualista. El criollo desarrollo su resentimiento, pero no su experiencia administrativa ni su prepa-ración intelectual.

262 José María Ots Capdequí (Valencia, 1893 - Benimodo (Valencia), 20 de septiembre de 1975), historiador del Derecho, especialmente del Derecho colonial en América, también denomina-do Derecho Indiano.

263 José Gabriel Condorcanqui Noguera, Marqués de Oropesa llamado igualmente José Gabriel Túpac Amaru (Surimana, Canas,Virreinato del Perú, 19 de marzo de 1738 - Cuzco, 18 de mayo de 1781), conocido posteriormente como Túpac Amaru II, fue un caudillo indígena líder de la mayor rebelión anticolonial que se dio en América durante el siglo XVIII.

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Psicología del criollo americano264

Por la cultura se afanan las distintas épocas históricas y los distintos procedi-mientos de los diferentes pueblos y razas de una misma época. La cultura es una. Consiste en la conciencia que tiene la sociedad del puesto que al hombre le corresponde en el cosmos. Hay cultura verdadera cuando se eleva la perso-nalidad ética del individuo humano y se le procuran, para este fin, todas las condiciones económicas, biológicas y espirituales. La cultura así definida es el fin de la historia. A ella tienden en el fondo, a pesar de la variedad de esfuerzos y banderas, se han de emplear procedimientos adecuados. De un modo fue elaborada la Edad Media, y de otro el siglo decimonoveno. Por un sendero va a la cultura Inglaterra, y por otro han de ir Alemania, Venezuela, Chile.

Para encontrar el procedimiento adecuado, a fin de obtener la cultura, han de considerarse debidamente las exigencias geográficas y sociales y, sobre todo, la psicología del pueblo.

Hay que buscar la raíz psicológica de los pueblos sudamericanos. Está en la tierra de los aborígenes y en el suelo español, como afirma Justo Sierra.

Los distintos grupos étnicos aborígenes tuvieron distinta psicología. Los hubo que se distinguieron por su tendencia sanguinaria; otros revelaron valor indomable; los de allí tuvieron tendencias a la meditación. Pero, en todos ellos, el individuo estuvo pasivamente subordinado a la comunidad.

En un sentido amplio, hubo cultura en los aborígenes; pero no la cultura realmente humana, que tiende a poner al hombre en el puesto que le corres-ponde en el cosmos.

A pesar de sus estadísticas y de su magnífica red de caminos, la masa de la población incaica, por ejemplo, no tenía otras necesidades ni aspiraciones que las relativas a la vestimenta, la vivienda y poco más. Luis Baudin265, perfecta-mente documentado, escribe: “El indio no tenía derecho a variar su alimenta-ción ni su indumentaria, a llevar sandalias u otras prendas, a tener asientos en su habitación, porque estas cosas se consideraban favores reservados a quienes el inca, excepcionalmente, consideraba dignos de tenerlos. Un control riguroso aseguraba la observancia estricta de esas disposiciones. Las puertas debían

264 José María Velasco Ibarra, “Psicología del criollo americano”, en Obras completas: “Expresión política hispanoamericana” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo VI, Quito, s. e. [Editorial Santo Domin-go], s. f. [1974], pp. 5-8.

265 Louis Baudin (Bruselas, 2 de mayo 1887 - París, 1964), economista francés.

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permanecer siempre abiertas durante las comidas, a fin de permitir la entrada de los inspectores en cualquier momento. La menor infracción se castiga con severidad”. Esta, la cultura incaica. Ninguna virtualidad para una cultura verda-dera. Poner al hombre en el puesto ético que le corresponde.

Sobre los grupos indígenas, abatidos por el despotismo de la comunidad, se injertó la estirpe española. El español es individualista y localista, valiente y aventurero, dominador e incomprensivo. El español es capaz de sacrificarlo todo por el triunfo en la empresa o la sensualidad del lucro. El español decayó en el Continente. Le hizo mal la separación de la familia y de la patria. La raza es función del suelo donde se desenvuelve el viviente. El mestizaje creó una raza nueva con abigarrados caracteres psicológicos –suspicacia y audacia, servilismo y rebeldía, localismo y fantasía–, que solo una adecuada educación pudo mode-lar favorablemente para la cultura.

En los Estados Unidos, los antiguos buscaron la libertad religiosa y prac-ticaron la vida política en las legislaturas coloniales. Meditaban en las sublimes enseñanzas morales de la Biblia. Si no hubo al principio libertad de conciencia individual en algunas colonias, obedecía a que el pequeño núcleo colonial era formado por gentes que tenían comunidad de aspiraciones religiosas. Pero el habeas corpus –seguridad personal– se generalizó desde los primeros años, y en Providence, en 1636, se conoció ya la separación de la Iglesia y del Estado. Los colonos ingleses, en proporción considerable, fueron personas de elevadas aspiraciones morales.

En Sudamérica no se le permite al criollo la práctica de la libertad política en ninguna forma. A los Cabildo van los criollos que tienen más dinero para comprar los cargos. Hay funcionarios españoles beneméritos; pero, por regla general, los empleos en América están destinados a los españoles fracasados en Europa.

El criollo se entrega al lujo, al Fausto, a la vanidad, falto de estímulos po-líticos y culturales. “Padre mercader, hijo caballero, nieto pordiosero”: era el sendero de la vanidad y decadencia del criollo. Aman las fatuidades, son genea-logistas. Los mestizos son iguales a los criollos ante la ley. En la práctica sufren de miseria e ignorancia. Son imprevisores, suspicaces, desidiosos, por falta de industrias, dice Manuel de Salas.

La religión no insiste, como en los Estados Unidos, en el aspecto mo-ral, sino en el sitio fastuoso. La Iglesia española –a pesar de ciertos religiosos eminentes– educa a la gran colectividad muchos menos que las comunidades protestantes de los Estados Unidos. Todo se va en posesiones, novenas, roga-

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tivas, incontables días de fiesta, además de los domingos. Abundan los santos protectores: uno contra las avenidas de los ríos; otro contra las sequías; el de más allá contra los terremotos. El obispo reglamenta cuanto puede: hasta los trajes de las mujeres. Los sucesos de la vida de los conventos preocupan pro-fundamente a la sociedad.

Se preparaban así personalidades vacías, superficiales, preocupadas con la exterioridad de las cosas y no con el sentido austero, profundo y transcenden-tal de la religión y de la moral. Y la enseñanza contribuyo poco a orientar los espíritus.

La filosofía no fue la explicación de la vida, ni siquiera la exposición atinada del tomismo. Se redujo a nociones abstractas, sin sentido alguno práctico ni pedagógico para el estudiante, a disputas absurdas sobre el acto y la potencia, la materia y la forma. El estudiante repetía esto sin saber en absoluto a dónde le conducían tantas reglas y principios. Se buscaba, observa Korn, la solución de los problemas cósmicos y físicos en Aristóteles o en una especulación pura, desprovista de bases empíricas. El historiador ecuatoriano, arzobispo de Quito, González Suárez266, escribe: “En la vanidosa orientación de uno mero título, al cual no correspondía saber ninguno, debemos reconocer una de la flaquezas de la sociedad colonial, tan prendada de la sola apariencia de las cosas. En religión, el culto externo sin la sólida virtud cristiana; en las letras, un título huero de doctor”.

Cierto que alrededor de 1770 la Universidad de Santa Fe de Bogotá progre-só en el orden científico. La Expedición Botánica de Bogotá honra a la Nueva Granada. Más tarde la Universidad de México superó a la de Bogotá por la va-riedad e importancia de sus preocupaciones científicas. Pero la masa americana no aprovechó, por falta de tiempo, de ese florecimiento cultural tardío, y a los defectos propios de la raza se añadieron las consecuencias de una educación verbosa y con pretensiones máximas.

No atendió España con igualdad al desarrollo intelectual de las distintas colonias. Si en México y en Lima hubo institutos universitarios desde 1551, en Chile la Universidad principia a funcionar en 1758, y en Buenos Aires se inau-gura el 12 de agosto de 1821. Hasta 1789 no se había establecido en el Ecuador una cátedra de matemáticas ni de física, ni siquiera de geografía. Las bibliotecas en algunas colonias, por ejemplo en Quito, eran inmensas; pero la mayoría de

266 Federico González Suárez (Quito, Ecuador, 13 de abril de 1844 -1ro de diciembre de 1917) fue un eclesiástico, historiador y arqueólogo ecuatoriano.

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los libros se componían de tratados de teología, filosofía escolástica de derecho canónico, algo de legislación. El rey Carlos IV declaró: “Leer es una habilidad de la que pueden prescindir los habitantes de la América española”.

La Colonia preparó un ambiente general de desdén por lo objetivo. El criollo y el mestizo desprecian la objetividad, arrullándose con discursos gran-dilocuentes y silogismos bien formados. Más tarde, cada criollo, cada mestizo afortunado, será un Presidente de la República. El general, victorioso en una refriega local, pretenderá ser único en todo el país, acaso un congreso soberano dispuesto a dictar toda medida legislativa, sin preocupación alguna por las con-secuencias prácticas. Cada localidad será un Estado Soberano e Independiente, aunque carezca de habitantes, recursos económicos y bases geográficas.

Este cuadro de la psicología colonial ha sido descuidado casi por todos los que se han preocupado con el derecho constitucional sudamericano o con es-tablecer leyes e instituciones de derecho público en América. El ilustre Alberdi estudió bastante las tradiciones históricas argentinas antes de presentar las ba-ses constitucionales de 1853. Oliveira Vianna, en el Brasil, ha hecho un estudio profundo de la psicología y antecedentes del pueblo brasilero, pero sin propó-sito de deducciones jurídicas positivas. Muy pocos, en suma, han comprendido a conciencia que la política sudamericana debe ser expresión autóctona de la tierra y de la raza sudamericana. Las ciencias jurídicas –como enseña Alejandro Álvarez– han de renovarse, incorporado entre sus elementos la psicología de los pueblos.

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Preparación política de los criollos267

La cultura, en el sentido estricto que se da a esta palabra, implica precisamente la libertad del hombre. La libertad principia por ser una energía psicológica creadora y original, y se expresa, luego, legalmente: libertad de conciencia, de palabra, de acción. A la liberad tienden siempre, en el fondo, los movimientos y doctrinas que van triunfando y durando en el mundo occidental. Con el transcurso de los años, hasta en el Oriente se agrietará la masa comunitaria para permitir el paso de la energía individual libre, creadora. A la libertad, pues, se encamina la América del Sud desde 1810.

Al principiar el siglo decimonoveno, las masas americanas carecen de for-ma. Sudamérica fue, como se ha dicho, el valle de Josafat268 de los vivientes. Españoles nacidos en Europa; españoles – criollos- nacidos en América; indios, negros, mestizos, mulatos. Accidentes geográficos crean poblaciones con sus propios subcaracteres: llaneros de Venezuela, gauchos argentinos, cholos de las montañas peruanas, rotos de Chile; costeños, serranos. Cada grupo, casa casta, tiene psicología particular.

En la Nueva España, hacia 1.804, había alrededor de 70.000 europeos; 1’000.000 de criollos; 2 millones de indios; 2’685.000 entre mestizos y mulatos; y 1.000 negros. En Chile, hacia la misma época, sobre una base de 900.000 habitantes, había alrededor de 15.000 españoles, 150.000 criollos, 95.000 indios no sometidos; de 10 a 12.000 negros y 79 extranjeros.

Una revolución exige un impulso biológico –no solo económico– y una orientación ideológica. Esta cosiste en el plan de ideas que descubra un ho-rizonte constructivo y penetre en los sentimientos, enardeciéndolo. Puede el impulso ser local y el plan sugerido por el extranjero, ya que la verdad y el bien son universales. Pero, si el plan es sugerido por el extranjero, es urgente que se adapte a las circunstancias locales, que lo particular asimile lo universal. Cuando esto pasa, la revolución local tiene su propio carácter y se desarrolla eficazmente.

267 José María Velasco Ibarra, “Preparación política de los Criollos”, en Obras completas: “Ex-presión política hispanoamericana” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo VI, Quito, s. e. [Editorial Santo Domingo], s. f. [1974], pp. 9-12.

268 Josafat fue el sucesor de Asa, rey de Judá y de Azubá, hija de Silhí. Fue el sexto rey de la casa de David y el cuarto del Reino de Judá. Ascendió al trono con 35 años y reinó 25 (c 873-c 849 a. C.). Su reinado fue contemporáneo de los de Ajab, Ocozías y Joram, reyes de Israel.

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Francia asimiló los ideales de las revoluciones inglesas y las doctrinas de Locke269, y produjo su espléndido y universal siglo decimoctavo. En cambio, como observa Alejandro Korn, España no pudo asimilar el siglo decimocta-vo francés, y la revolución liberal se ha convertido en España en el constante desequilibrio de más de un siglo: monarquistas que fusilan a rojos, y rojos que expulsan a frailes y queman sus iglesias.

Sudamérica, como lo recordamos, tuvo sus propios impulsos biológicos y locales revolucionarios: revolución de las alcabalas, en Quito; la famosa revolu-ción de los comuneros, en Nueva Granada; el levantamiento de Tupac-Amaru, y algunos otros con virtualidad continental. Estos movimientos fracasaron por falta de perspectiva ideológica. Las masas sudamericanas no tuvieron ni latente ni actualizada una clara y definida forma ideológica. Tampoco tuvieron capa-cidad para asimilar las ideas sugeridas por el extranjero. La revolución ameri-cana será el encuentro ocasional de un impulso biológico local, pesadamente expresado por los pueblos, y de un ideal universal, sugerido por el extranjero y formulado por una reducida minoría de generosos conductores. Difícilmen-te desarrollará su fuerza la revolución americana de 1810, por la arduidad de ensamblar el impulso propio y el ideal ajeno. Y, pasada la urgencia de la lucha, el plan ideológico será diseñado, y solo impulsos biológicos, sin ideal objetivo que los espiritualice y enmarque, se expresarán en revoluciones sangrientas, dictaduras despóticas, instituciones inadecuadas.

No hubo preparación ninguna en las masas americanas para forjar el pro-pio ideal o para asimilar el sugerido por otros. Sin educación popular, no hay ideal. Y España se negó a educar a las masas americanas, como creemos haber-lo demostrado. Los libros del siglo decimoctavo, los tratados realmente cientí-ficos, se introdujeron subrepticiamente, como consta, por ejemplo, en la carta escrita desde París, en 1787, por el ilustre patricio chileno Antonio Rojas270.

Era natural, supuesto lo anterior, que los conductores se Sudamérica se apasionaran por las generosas ideas de la Revolución Francesa y por las ins-tituciones de los Estados Unidos. Aquellas tenían tal fuego, poder persuasivo y clara lógica, que se impusieron en todo el mundo. Las instituciones nortea-

269 John Locke (Wrington, 29 de agosto de 1632 - Essex, 28 de octubre de 1704) fue un pensa-dor inglés considerado el padre del empirismo y del liberalismo moderno.

270 José Antonio de Rojas y Ortuguren (Santiago de Chile, 1732 - Valparaíso, 1816), criollo y patriota chileno que luchó contra el dominio español durante el siglo XVIII e inicios del XIX. Pertene-ciente a una rica y poderosa familia, fue parte de la fallida y utópica Conspiración de los tres Antonios y fue preso político durante gran parte del proceso emancipador chileno.

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mericanas estaban dando pruebas de conducir un país a un régimen de eficaz organización, fuente de cultura nueva.

Lorenzo Zavala271, en México, admira ilimitadamente a los Estados Unidos de Norteamérica, cuyas instituciones califica de obra clásica y única, análoga, por su trascendencia, al descubrimiento de la brújula. Espejo272, en Quito, di-funde con consumada habilidad las ideas liberales de la Enciclopedia.

Francisco Miranda273, nació en Caracas en 1750, es el precursor por anto-nomasia. Niño, sale de su patria, pero siempre piensa en ella. Lucha en Estados Unidos y en Europa. Recorre Inglaterra, Alemania, Turquía y Rusia. Se labra una posición notable en las Cortes. Conoce a fondo la Enciclopedia. Partici-pa en movimientos libertarios de mundial importancia. Quiere la libertad para Sudamérica. Es maestro de todos los grandes militares y publicistas de la in-dependencia. Padre de la mayor parte de las grandes teorías que otros aplicarán a los problemas sudamericanos. Comprende la necesidad de su patria; pero no siente las pobrezas reales del ambiente olvidado. Llega a Venezuela. Caracas es un pobre villorio. Nada tiene de París o de Londres. Los mestizos y mulatos son ignorantes y desgreñados. Los frailes anuncian que se debe pedir perdón a Dios por el encuentro realizado para honrar al mañón propagandista de la Enciclope-dia impía. Miranda se desorienta. Pierde la fe. Su ideal no se ensambla con el im-pulso biológico local. Y pudiendo aún luchar, capitula ante el cruel y traicionero Monteverde274. Principia la gran tragedia de las revoluciones sudamericanas.

271 Manuel Lorenzo Justiniano de Zavala y Sáenz (Tecoh, Yucatán, 3 de octubre de 1788 - Chan-nelview, Texas, 16 de noviembre de 1836) fue un político mexicano protagonista de la guerra de inde-pendencia y más tarde de la independencia de Texas. Fue uno de los sanjuanistas más importantes.

272 Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz y Espejo (n. Quito, Real Audiencia de Quito, ac-tual Ecuador, 21 de febrero de 1747 - Real Audiencia de Quito, 27 de diciembre de 1795), investiga-dor, científico, médico, escritor, abogado, periodista, pensador, quiteño ideólogo, político y prócer de la independencia de Ecuador.

273 Sebastián Francisco de Miranda y Rodríguez (Caracas, 28 de marzo de 1750 - San Fernan-do, Cádiz, 14 de julio de 1816) conocido como Francisco de Miranda, fue un político, militar, diplomá-tico, escritor, humanista e ideólogo venezolano.

Considerado «El Precursor de la Emancipación Americana» contra el Imperio español. Conocido como «El Primer Venezolano Universal» y «El Americano más Universal» , fue partícipe de la Independen-cia de los Estados Unidos, de la Revolución Francesa y posteriormente de la Independencia de Vene-zuela, siendo líder del «Bando Patriota» y gobernante de la Primera República de Venezuela durante esta última, en calidad de Dictador Plenipotenciario y Jefe Supremo de los Estados de Venezuela.

274 Juan Domingo de Monteverde y Rivas (San Cristóbal de La Laguna, Tenerife, 1773 - San Fernando, Cádiz, 1832) fue un reconocido militar, político y administrador colonial español que, defen-diendo los intereses de la Corona de España, combatió la causa revolucionaria independentista ameri-cana durante los años 1812 y 1813 en Venezuela, asumiendo el liderazgo del Ejército Realista en dicho país y convirtiéndose en el principal promotor político de la causa imperial en el mismo.

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Mariano Moreno275, en Buenos Aires, pone un prólogo elocuente en la reimpresión castellana de “El Contrato Social”, de Rousseau. Pero la oligar-quía de Buenos Aires no desea ideas liberales; necesita solo la independencia para poder comerciar libremente, sin las trabas del monopolio impuesto por España. Moreno alarma con su propaganda cultural y su actividad civilizadora. Mientras más le aman la juventud y el pueblo, más se asusta la oligarquía criolla, y Moreno es desterrado y muere sombríamente.

Antonio Nariño276 establece en su casa solariega de la plazuela de San Fran-cisco de Santa Fe de Bobotá una verdadera academia de enseñanza y difusión de las doctrinas del siglo decimoctavo, y termina por inflamar a todo el Con-tinente con la traducción al castellano de los “Derechos del Hombre y del Ciudadano”, hecha de la obra de Salart de Montjoie, sobre la Asamblea Consti-tuyente, llegada al “Virrey y facilitada a Nariño por un oficial español amigo del prócer. Lanza Nariño su ideal; pero su existencia será una continuada soledad dolorosa, en medio de masas incomprensivas y politicastros envidiosos y lle-nos de concupiscencia.

No pudimos elaborar nuestro propio ideal para definir nuestro impulso; no pudimos asimilar el ideal ajeno y vivimos de tanteos, a veces sangrientos. Si esta incapacidad continuase, contados quedarían los días de América.

275 Mariano Moreno (Buenos Aires, Virreinato del Río de la Plata, 23 de septiembre de 1778 - alta mar, 4 de marzo de 1811), fue un abogado, periodista y político de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Tuvo una participación importante en los hechos que condujeron a la Revolución de Mayo y una actuación decisiva como secretario de la Primera Junta, resultante de la misma. Moreno fue el ideólogo de esa revolución, abogado defensor de los derechos de los indios.

276 Antonio Amador José de Nariño y Álvarez del Casal (Santafé, 9 de abril de 1765 - Villa de Leyva, 13 de diciembre de 1823) fue un periodista, político y militar neogranadino de destacada ac-tuación en los albores de la independencia del Virreinato de Nueva Granada. Junto a Pedro Fermín de Vargas, Francisco de Miranda, José Cortés de Madariaga y Eugenio Espejo se le considera precursor de la emancipación de las colonias americanas del Imperio español.

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Los políticos realistas277

Difícil determinar de modo general qué modalidades institucionales gubernati-vas han de tener los diversos países hispanoamericanos. Las tradiciones locales y los caracteres psicológicos varían en las diversas regiones. Pero podemos principiar negativamente, es decir, indicando qué formas de gobierno no con-vienen en absoluto a Hispanoamérica.

Destruido el espíritu monárquico por la facilidad de comunicaciones e in-formaciones, por la instrucción popular moderna y por la ruptura radical con la monarquía española, que superpuso una parte de sus costumbres y hábitos en este Continente, el problema político para América, desde el Río Grande del Norte hasta el Cabo de Hornos, se reduce en lo esencial a las siguientes exigencias: primero, que el poder público realice una obra eficiente –seguridad personal y social, instrucción y caminos, higiene y justicia, etc.-; segundo, que esta obra no sea don arbitrario o paternalista de un hombre, de un déspota, sino servicio público, sometido al ideal de justicia, según lo exprese la conciencia nacional. Para esto es preciso que funcione ampliamente el sufragio popular en todo lo que signifique rumbo fundamental orientador, y con la frecuencia necesaria para traducir los cambios de rumbo de la conciencia pública, y no más; tercero, el poder público debe ser responsable ante la conciencia nacional, no solo por la jurisdicción penal, sino también políticamente, en períodos o circunstancias determinadas con prudencia, para no obstar la marcha regular del gobierno. Interpelar a un ministro individualmente, previas condiciones que garanticen la seriedad en el procedimiento y darle un voto de confianza o de censura, es poder indispensable al cuerpo legislativo; cuarto, hay que prevenir, por equilibrios y contrapesos de poder, el peligro de los hechos consumado de arbitrariedad irremediable.

Hacer vivir estas cuatro exigencias, según la psicología y moralidad, cultura y necesidades de los pueblos, es el problema del gobierno moderno. Francia, Inglaterra, Estados Unidos, Suiza, lo han resuelto a su modo: parlamentarismo, referéndum, federalismos, determinadas formas de separación de funciones y equilibrios de poderes.

277 José María Velasco Ibarra, “Los políticos realistas”, en Obras completas: “Expresión política hispanoamericana” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo VI, Quito, s. e. [Editorial Santo Domingo], s. f. [1974], pp. 13-18.

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Ordinariamente se llama democracia a la manera empírica con que los paí-ses citados han equilibrado sus instituciones políticas. Y se hace una abstrac-ción vacía, absurda, fuente de trastornos y desilusiones, al pretender que en América del Sur, en nombre de esa democracia, se aplique a nuestros pueblos la solución política empírica de Suiza, Inglaterra Estados Unidos, o, si se quiere, de la Gracia o de la Roma democráticas antiguas.

La democracia tiene un fin, y encuentra medios para realizarlo. Lo esencial, el fin. Lo variable, según las circunstancias, los medios. En una parte, el parla-mentarismo es bueno; en otra, el presidencialismo es imperiosa exigencia. En Estados Unidos, el Poder Judicial tiene determinadas facultades legislativas. En otros países no se ha admitido esa institución norteamericana. El fin esencial de la democracia es distribuir las fuerzas políticas y sociales en forma tal de conservar y fomentar la plena personalidad integral del individuo humano.

La Constitución de Venezuela, de 21 de diciembre de 1811, en el momento más terrible de la lucha contra España, y con clases sociales levantiscas, abiga-rradas e incultas, quiso resolver el problema del gobierno por la federación de las siete provincias de la antigua Capitanía, convertidas en cuerpos políticos soberanos, por un Ejecutivo plural, y traduciendo a cada paso el espíritu de Rousseau y Montesquieu. El resultado fue la entrega de la patria en pocos días a las feroces venganzas de Monteverde.

Lo hermoso en el papel es, con frecuencia, feo en la realidad porque carece de enjundia y raíz.

Ha habido en América políticos realistas, que han propuesto planes de organización constitucional teniendo en cuenta las objetividades del medio y del momento. Debemos conocer las cosas en las cosas mismas, dice Bergson278.

Bolívar es el mayor hombre de América en el pensamiento y la acción. Como ahora no hay en América historia, sino pasión y vanidad. Se pretende en algunas partes rebajar aún con medios innobles la figura de Bolívar. Tres momentos cumbres en su pensamiento.

Primero, el rechazo de la monarquía. El 25 de mayo de 1826 escribe: “Véase la naturaleza salvaje de este Continente, que expele por sí sola el orden monárquico: los desiertos convidan a la independencia; aquí no hay grandes nobles, grandes eclesiásticos”. Lo mismo le expresó en 1822, en Guayaquil, a San Martín, en la histórica conferencia en que no se trató de otra cosa que de

278 Henri-Louis Bergson o Henri Bergson (París, 18 de octubre de 1859 - Auteuil, 4 de ene-ro de 1941) fue un filósofo francés, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1927.

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la forma de gobierno adecuada para Sudamérica, de los límites entre Colombia y el Perú y de las quejas de San Martin contra sus compañeros en el Perú.

Segundo, la adecuación del gobierno a la composición social americana: “Un gobierno republicano ha sido, es y debe ser el de Venezuela. Sus bases deben ser la soberanía del pueblo, la división de los poderes, la libertad civil, la proscripción de la esclavitud, la abolición de la monarquía y de los privilegios. Necesitamos de la igualdad para refundir, digamos así, en un todo la especie de los hombres, las opiniones políticas y las costumbres públicas”.

El pensamiento es claro y terminante. Y agregó: “Que la historia nos sirva de guía. Tengamos presente que nuestro pueblo no es el europeo ni el america-no del Norte; que más bien es un compuesto de África y de América, que una emanación de Europa, pues que hasta la España misma deja de ser europea por su sangre africana, por sus instituciones y por su carácter”.

“No aspiremos a lo imposible: no sea que por elevarnos sobre la región de la libertad descendamos a la región de la tiranía. De la libertad absoluta se desciende siempre al poder absoluto, y el medio entre estos dos términos es la suprema libertad social”. He aquí la objetividad del incomparable pensador: lo que resuelve el problema de la libertad y de la disciplinas, sin duda alguna, la suprema liberad social, sin asesinatos ni esclavos, sin profundas angustias, sin sediciones ni autómatas.

Tercero, Bolívar desea que el representante del Poder Ejecutivo, en lugar de dudar en sus funciones dos, cuatro, seis años, dure por toda su vida, con el objeto de tener un centro estable de referencia alrededor del cual funcionasen las corrientes políticas por el sufragio, elevado en el pensamiento bolivariano a cuarto poder del Estad. Quiso también que el Senado fuese hereditario, a fin de dar satisfacción a las ambiciones de los poderosos caudillos americanos, que se preparaban a destruir su patria con guerras civiles por concupiscencia del poder. Estos deseos, sin ser monárquicos, como imaginó sin meditación suficiente el General Mitre279, fueron un error. En todo caso, significaron una sugestión para que se buscase algo nuevo para América.

El Presidente Rocafuerte, que gobernó el Ecuador de 1835 a 1839, pro-pugnó una política realista y creadora, en que se tuviesen en cuenta los defectos sociales del país: “Una población variada entre castas y colores; ya mayor parte, sujeta al tributo bajo un vergonzoso feudalismo, vive en la miseria y la desnu-

279 Bartolomé Mitre (Ciudad de Buenos Aires, 26 de junio de 1821 - 19 de enero de 1906) fue un político, militar, historiador, escritor, periodista y estadista argentino; gobernador de la Provincia de Buenos Aires y Presidente de la Nación Argentina entre 1862 y 1868.

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dez, destituida de conocimientos útiles. No existe la pura moral de la que nace el espíritu público. Los ricos propietarios y los hombres públicos son, en gene-ral, obscurantistas por educación, usos y hábitos arraigados. Entre la avaricia, el servilismo y la indolencia de los ricos, y la nulidad y la ignorancia y atraso de las masas populares, se encuentra una clase de doctorzuelos, de empíricos y de estudiantes proletarios, que la torpeza y los vicios repelen del santuario de la sabiduría”.

Así hablaba Rocafuerte280 en 1835, y pedía una ley fundamental, sencilla y clara, breve y enérgica, que contuviese las facciones, asegurase la independencia nacional y la unión, promoviese la paz y seguridad doméstica y el imperio de la justicia, protegiese la propiedad y los derechos del hombre, y que, además, estableciese los altos poderes y las garantías sociales.

Nadie hizo caso de estas indicaciones. El Ecuador ha tenido todo género de Constituciones: la de 1869, teocrática al máximum; la de 1929, recopilación de los enunciados de los textos políticos europeos. Hasta la raza indígena tuvo representación en el famoso Senado funcional de 1929. Pero nadie abogaba por ella, sino por las propias concupiscencias de dinero y vanidad.

El Ministro chileno Diego Portales281 tiene significación eminente para el derecho constitucional sudamericano. Si se le juzga con criterio abstracto, pue-de aparecer tirano y repugnante. Pero, si se le comprende según las exigencias históricas que lo envolvieron, es un ejemplo de realizador político. No es pro-piamente un tirano, a pesar de haberse excedido en ocasiones en el rigor del castigo. El ejemplo de Portales revela que no es lo principal el texto escrito de una ley, sino el espíritu del hombre de acción, la disposición del ánimo, el carác-ter, la honradez, la capacidad de prever.

Desde la caída de O’Higgins282, en 1823, hasta la victoria de Lircay, el 17 de abril de 1830, Chile permanece en el caos; ensayo de toda clase de

280 Vicente Rocafuerte y Rodríguez de Bejarano (Guayaquil, 1 de mayo de 1783 - Lima 16 de mayo de 1847). Fue el segundo presidente del Ecuador y uno de las principales figuras de dicho país. Rocafuerte fue uno de los propulsores de la independencia de Hispanoamérica y uno de los más impor-tantes protagonistas de los cambios políticos dentro de la era conocida como floreanismo. Fue conocido por sus ideales republicanos y liberales, y por su participación en varias movilizaciones en contra de Juan José Flores.

281 Diego José Pedro Víctor Portales Palazuelos (Santiago, 16 de junio de 1793 - Valparaíso, 6 de junio de 1837) fue un político chileno, comerciante y ministro de Estado, una de las figuras funda-mentales de la organización política de su país. Personaje controvertido, es visto por muchos como el Organizador de la República y por otros, como un dictador tiránico.

282 Bernardo O’Higgins Riquelme (Chillán, 20 de agosto de 1778 - Lima, 24 de octubre de 1842) fue un político y militar chileno.

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constituciones y luchas religiosas, federalismo e incesantes pronunciamientos militares.

El 6 de abril de 1830, José Tomás Ovalle283, Vicepresidente de la República, llama a Portales al Ministerio del Interior, Relaciones Exteriores y Guerra, y el Ministro despliega energía incontrastable y consagración decidida a la salud nacional. Reprime el militarismo; separa de las funciones públicas, sin transac-ción de ninguna especie, a quienes no inspiran confianza; establece la Guardia Cívica, para contrarrestar el Ejército; funda la Academia Militar, para que se formen soldados sanos y técnicos; establece en la hacienda pública la severidad y la honradez; los empleados son pagados puntualmente.

El Ministerio carece de toda ambición personal. No recibe ni siquiera su sueldo, y se separa del mando a mediados de 1831, para dedicarse a sus trabajos comerciales. Sigue patrióticamente el rumbo de la política. En septiembre de 1835 es nombrado para Ministro de Guerra. Con magnífica visión, sostiene que Chile debe mantener un puesto de honor en el Pacífico, y exige que el Perú respete la independencia de Bolivia y Ecuador. Muere cruelmente asesinado en una insurrección militar. Pero Chile sabe ya que las instituciones deben ser respetadas.

El último ejemplo de político realista que, entre otros, elijo, es el del sabio publicista argentino Juan Butista Alberdi. Destruida la dictadura de Rosas284, el 3 de febrero de 1852, Alberdi, desde Valparaíso, escribe sus BASES para la organización de la República Argentina y el proyecto de Constitución, que, con modificaciones, es hoy la Constitución argentina. Los principios más importan-tes de Alberdi son éstos:

“Todo el derecho constitucional de la América antes española es incom-pleto y vicioso. En su redacción, nuestras constituciones imitaban las de la Re-pública Francesa y de la República de Norteamérica. El problema de gobierno posible en la América no tiene más que una solución sensata: elevar nuestros pueblos a la altura de la forma de gobierno que nos ha impuesto la necesidad; darles la aptitud que les falta para ser republicanos. La instrucción, para ser

283 José Tomás Ovalle Bezanilla (Santiago, 21 de diciembre de 1787 - Santiago, 21 de mar-zo de 1831) fue un abogado, político y Presidente Provisional de Chile que gobernó el país des-de 1829 a 1830 y de 1830 a 1831, fue la primera persona en ostentar el título de Presidente de la Repú-blica en fallecer en el cargo.

284 Juan Manuel de Rosas (Buenos Aires; 30 de marzo de 1793 - Southampton, Hampshire; 14 de marzo de 1877) fue un militar y político argentino. En 1829, tras derrotar al general Juan Lavalle, accedió al gobierno de la provincia de Buenos Aires. Logró constituirse en el principal dirigente de la denominada Confederación Argentina (1835-1852).

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fecunda, ha de contraerse a ciencias y artes de aplicación, a cosas prácticas, a lenguas vivas, a conocimientos de utilidad material e inmediata. Hay que ven-cer el desierto de nuestros territorios, el atraso materia. De la constitución del Poder Ejecutivo especialmente depende la suerte de laos Estados de la América del Sur. Dad al Poder Ejecutivo todo el poder posible, pero dadlo por medio de una Constitución”.

Alberdi pide que se fomente la inmigración extranjera, por medio de la tolerancia religiosa y de las garantías para los extranjeros.

Lamentable que Alberdi no insistiese en que la instrucción moral tiene papel preponderante en las nacionalidades. Hay que superar a Alberdi, dirá más tarde Alejandro Korn, al contemplar el espíritu mercantil y la desidia de muchos círculos sociales de su ilustre patria. Pero es preciso admitir que el ac-tual desarrollo de la Argentina obedece, entre otros factores, a las enseñanzas e indicaciones de Alberdi.

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El indio y la política sudamericana285

Si la política hispanoamericana desea salir de su estado anémico y ser algo más que el discurso insustancial y la combinación de intereses sin transcendencia, ha de considerar con objetividad el problema del indio e incorporar a éste a la nacionalidad y al Estado.

Gobernar es poner en acto las energías latentes de la patria. Gobernar no es satisfacer anhelos momentáneos de grupo oligarcas y desparramar fuerzas humanas por valles y montañas.

El hombre es el primer elemento de la nación y es también el fin de la historia. El hombre es medio como única fuerza impulsiva, y es fin, porque la cultura consiste en liberar más y más su espíritu. En México y Ecuador, Perú y Bolivia y, general, en todos los países sudamericanos, existen las riquezas inmensas, dormidas, originales del campesino. El campesino, el obrero rural, permanecen al margen de toda política sudamericana. Clase social asesinada en las revoluciones, explotada en nombre del catolicismo y explotada en nombre de la revolución proletaria, reducida a veces a confines inhospitalarios.

El doctor Alfredo Palacios286 ha descubierto el infortunio, la depresión, las enfermedades de las poblaciones rurales de la mayoría de las provincias de la Argentina. La Argentina no es Buenos Aires. O cuida de sus reservas, que están en sus provincias del Norte, o se agotará en plazo relativamente corto. “La desastrosa situación de los trabajadores agrícolas chilenos”, -dice el doctor Salvador Allende287 –insistentemente expuesta por los diputados de izquierda, ha sido corroborada por el diputado conservador Manuel José Irarrázabal288, en un discurso pronunciado con motivo de la presentación de un proyecto de salario mínimo para el campesinado. El obrero de la industria y del comercio habla y obtiene. El campesinado yace en el abandono y la miseria.

El indio, en contacto franco y espontáneo con la tierra y la naturaleza, es un valor fresco, lozano, dispuesto a intensificarse, a darse. El indio es el más

285 José María Velasco Ibarra, “El indio y la política hispanoamericana”, en Obras Completas: “Expresión política hispanoamericana” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo VI, Quito, s. e. [Editorial Santo Domingo], s. f. [1974], pp. 51-56.

286 Alfredo Lorenzo Palacios o Alfredro Lorenzo Román Palacios, (Buenos Aires, 10 de agos-to de 1878 - 20 de abril de 1965) fue un abogado, legislador, político y profesor argentino socialista.

287 Salvador Guillermo Allende Gossens (Santiago, 26 de junio de 1908 – ibídem, 11 de sep-tiembre de 1973) fue un médico cirujano y político socialista chileno, presidente de Chile entre el 4 de noviembre de 1970 y el día de su muerte, 11 de septiembre de 1973.

288 Manuel José Irarrázaval Larraín (n. Santiago, 22 de junio de 1912 - Santiago, 16 de noviem-bre de 1995).

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prometedor de los trabajadores rurales. Es una fuerza primitiva sin los vicios hipócritas de una semicivilización.

La democracia hispanoamericana se reduce al cabildeo urbano, a intrigar en las ciudades principales por dinero y empleos, vanidades e influencias.

Si queremos cumplir en América misión original, incorporemos el indio a la cultura humana. La cultura, como se dijo, es una sola. Tiende a dar al hombre el puesto que en el cosmos le corresponde, mediante el acrecentamiento de la conciencia y responsabilidad ética. Dar cultura al indio no es facilitarle su vuelta al estado en que se encontraba en tiempo de los aborígenes. No se retrocede en historia. Se avanza. El indio tiene que ir de la inconsciente sociedad comunitaria –a pesar de todas las técnicas de la clase privilegiada aborigen– al personalismo ético, responsable, consciente.

Han fracasado hasta ahora los ensayos para obtener la cultura de los indios. Erraron los jesuitas, quienes, a pesar de la sabia administración de sus reduc-ciones, de sus misiones, creyeron que el indio había ya comprendido y sentido dos dogmas y la moral católicos, solo porque aceptada la disciplina externa establecida por los padres. Expulsados los jesuitas de los dominios españoles, los indios se desparramaron y tornaron a la barbarie. La educación de los indios supone esfuerzos seculares y consumada habilidad psicológica.

¿Qué decir de la manera como se ha adoctrinado durante la República –por ejemplo, en el Ecuador– a los indios de los fundos rurales? Sé que nunca faltan en los campos curas desinteresados y apostólicos. Conozco personalmente a algunos y saben que les aprecio. Son la excepción. Lo que sufren ordinaria-mente los indios es el sermón vulgar, sin idealismo; es el rezo dirigido a veces por un capataz analfabeto, rezo sin sentido. Se explica que el indio no tenga otro consuelo que la borrachera, las orgías. Casi desnudos, con su alimentación monótona, sucumben en infames tugurios, míseras chozas. La ley que en 1918 abolió en el Ecuador la prisión por deudas, fue un principio de redención del indio, que espera aún la obra de la educación adecuada, la vivienda higiénica, la instrucción técnica.

Y cosa digna de ser observada: la abolición de la prisión por deudas en el Ecuador se debió a la inspiración y a la defensa jurídica irrebatible de un con-servador humano y docto: Víctor Manuel Peñaherrera289. Demostración ésta de que la reforma social supone, ante todo, amor al prójimo.

289 Dr. Víctor Manuel Peñaherrera (Ibarra, 6 de octubre de 1864 – Guayaquil, 14 de abril de 1930), educador y jurista ecuatoriano.

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Un miembro de la Sociedad de Americanistas de París, Toussaint Bertrand, muy bien informado ordinariamente, clasifica así la etnografía del Ecuador: blancos puros, 8%; indios puros, 48%; mestizos, 30%; negros o mulatos, 14%.

El legislador ecuatoriano se ocupó en tomar medidas favorables a los in-dios en los Congresos de 1833, 1835 y 1837. Toda la atención se entregó luego a los problemas llamados de política, a los religiosos y de orden jurídico general. Rojos y azules hablan de que el indio es un peso muerto, incapaz de mejora-miento; sostienen que pensar educarlos es utopía. Olvidan que el indio, con su trabajo, alimenta a todo el Ecuador. Y olvidan en su vida práctica y en sus conversaciones ordinarias lo que algunos de ellos sostienen pomposamente en los discursos para conquistar aplausos e influencias.

En México, después de haber asesinado a los indios en guerras civiles o por efecto de monopolios extranjeros, se ha despertado vehemente preocupación por ellos. Los mexicanos no se avergüenzan del indio. Se proclaman indios y quieren revelar de lo que son capaces desarrollando una cultura propia. Se han creado escuelas rurales, escuelas centrales agrícolas, escuelas normales rurales, misiones culturales, universidad rural. Desgraciadamente, desde que principió el esfuerzo revolucionario, no ha presidido una orientación fija.

Silvio A. Zavala290 cita cinco o seis conceptos básicos y distintos, que han alternado en la revolución agraria mexicana. Se han oscilado entre la pequeña propiedad, el concepto jurídico del ejido, la manera práctica de explotar el ejido, la aplicación del concepto social de la propiedad, establecido en el artículo 27 de la Constitución de 1917.

Emiliano Zapata291, el 28 de noviembre de 1911, ofreció que los terrenos, montes y aguas que hubieran usurpado los hacendados, “científicos” o caci-ques, se devolverían a los pueblos o ciudadanos que tuviesen título a esas pro-piedades. Carranza, el 12 de diciembre de 1914 avanzó más: ofreció favorecer la pequeña propiedad, disolver los latifundios y restituir a los pueblos las tierras de que injustamente hubiesen sido privados. El autor da la ley agraria de 23 de

290 Silvio Arturo Zavala Vallado (Mérida, Yucatán; 7 de febrero de 1909) es un historiador, diplomático y erudito mexicano.

291 Emiliano Zapata Salazar (Anenecuilco, Morelos, 8 de agosto de 1879-Chinameca, More-los, 10 de abril de 1919) fue uno de los líderes militares y campesinos más importantes de la Revolución mexicana y un símbolo de la resistencia campesina en México. Como parte del movimiento revoluciona-rio, estuvo al mando del Ejército Libertador del Sur. También fue conocido como el «Caudillo del Sur».

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abril de 1927, Narciso Bassols292, afirmó que en los doce años anteriores había existido desorden y falta de armonía en las formas jurídicas agrarias.

El plan sexenal de 1934 a 1939 respeta la propiedad privada y desea libertad a los campesinos, convirtiéndoles en agricultores libres, dueños de la tierra. El Partido de la Revolución Mexicana, el 30 de marzo de 1938, aboga por la explo-tación colectiva del ejido y por la proscripción del sistema de individualización de las parcelas. El Presidente Cárdenas, el 30 de noviembre de 1936, afirmo que en el pasado se dieron a los grupos de campesinos pedazos de tierra sin valor, sin instrumentos ni créditos; que el sistema del ejido es distinto: sistema social para hacer libre al campesino, impedir la absorción por los latifundios o la degeneración en propiedades individuales tan pequeñas que no cumplan los fines deseados.

Siempre en Sudamérica fracasan en parte los buenos propósitos, por la improvisación, la falta de planes serenos y meditados. La Revolución Mexicana pudo producir mucho mejores resultados y con menos dolores, si hubiese habi-do programas debidamente consultados, sin la obsesión de imitar los métodos y tendencias marxistas y leninistas.

La población económicamente activa, consagrada a la agricultura y a la ga-nadería, es de 5’165.803 habitantes. Hasta 1938 se dieron 22’343.501 hectáreas a 1’570.507 campesinas. “No todas las promesas se han convertido en reali-dad” –dice Zavala–. “Los jornales en el campo han aumentado nominalmen-te”. La producción agrícola en 1935 fue semejante a la de las postrimerías de la dictadura. De 1927 a 1933 hay alguna disminución de los productos básicos, comparados con la cantidad de éstos de 1901 a 1907. Se fundó la Escuela del Estudiante Indígena en tiempo de Calles. Los indios aprendían bien; pero era difícil que volviesen a sus pueblos. La escuela se extinguió.

No obstante las observaciones documentadas de Silvio A. Zavala a los pla-nes y resultados de la Revolución Mexicana293, merece aplauso la preocupación de los políticos de México por la generación de los campesinos. Vale esto más que las miserables intrigas de que se alimenta la política en Hispanoamérica. Lo que me parece grave error es el plan de educación rural ideado por Lom-

292 Narciso Bassols García, (Tenango del Valle, Estado de México; 1897 - Ciudad de Méxi-co, Distrito Federal; 24 de julio de 1959), fue un abogado, político e ideólogo mexicano de la época pos-trevolucionaria, ocupó los cargos de Secretario de Gobernación y Educación Pública, gran partidario del laicismo y la educación socialista.

293 La Revolución mexicana fue un conflicto armado que tuvo lugar en México, dando inicio el 20 de noviembre de 1910. Históricamente, suele ser referido como el acontecimiento político y social más importante del siglo XX en México.

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bardo Toledano294. La educación debe obedecer en su tendencia orientadora al maxismo científico. El marxismo científico ha de ser expuesto dogmáticamen-te, imperativamente. La ley de 13 de diciembre de 1934 aclara los propósitos de los educadores oficiales de México. La educación del Estado además de excluir toda doctrina religiosa, combatirá el fanatismo y organizara sus enseñanzas y actividades en forma tal, que permita crear en la juventud un concepto racional y exacto del universo y de la vida social.

Ni Pasteur ni Einstein llegaron a un concepto racional y exacto del uni-verso. Probablemente los educadores mexicanos no superarán a los grandes sabios del mundo. El misterio de la existencia es indescifrable. Cada cual debe resolverlo según su conciencia honrada. Unas tantas nociones científicas que hoy parecen exactas y mañana quedan derrumbadas por una nueva hipótesis o un descubrimiento inesperado, no reemplazan a la moral religiosa, moral emotiva que penetra en el alma y le inspira justicia y honestidad. El Estado no puede propagar el ateísmo ni menos imponerlo, así como no puede propagar ni imponer una religión determinada.

En 1930 había en México 6’962.517 habitantes que no sabían leer ni escri-bir. La vida científica de México, dice Zavala, sigue padeciendo las limitaciones de que se quejaron los sabios de la era de Díaz. Se aguardan los progresos del extranjero, sin ambición de contribuir a ellos.

El aprismo peruano llama severamente la atención sobre la necesidad de modificar radicalmente la política americana. Merel Dulanto escribe: “El Es-tado tiene toda la fisonomía del feudalismo y es el refugio de una minoría de latifundistas, barnizada de una terminología democrática y ampulosa que solo sirve para poner un velo sobre la tiranía o los despotismos”. El Perú es un país agrominero. En la sierra y la región oriental impera el señor feudal, dueño de grandes extensiones, explotando y despojando a los indígenas. El aprismo pide la pequeña propiedad, la expropiación de los latifundios, las cooperativas, las haciendas colectivas. La regeneración de la enfermedad peruana será, según Merel Dulanto, el aprismo, que “no es marxismo puro, sino su interpretación de acuerdo con el módulo latinoamericano”. Haya de la Torre desea “un par-tido que reúna en sus filas a todas las clases amenazadas por el imperialismo y que las organice científicamente, no bajo los postulados de la democracia funcional o económica”. Las clases han de estar representadas de acuerdo con

294 Vicente Lombardo Toledano (Teziutlán, Puebla, 16 de julio de 1894 - Ciudad de México, 16 de noviembre de 1968) fue un sindicalista, político y filósofo mexicano de tendencia marxista.

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su papel en la producción. Hay que dar preeminencia a la clase campesina, productora de la tierra; luego ha de venir la clase obrera industrial, y después la clase media.

Pero mientras se realice una revolución tan radical como el aprismo pide, el indio sigue ignorante y explotado en Sudamérica. Las resistencias para un cambio como el aprismo desea son muy grandes, y para la marcha de la nueva sociedad no tienen ni el Perú ni los demás países sudamericanos hombres con la preparación adecuada. Lo único real es partir de lo actual, y por una obra de reforma constante, decidida y sincera, ir levantando el nivel del indio, ir impo-niendo a los hacendados, con inexorabilidad y prudencia, el cumplimientos de los deberes humanos; ir realizando la reforma social posible y desertando en las conciencias el sentimiento de la justicia y de la solidaridad, sin sembrar oficios ni asustar a las gentes con planes fantásticos, autóctonos aparentemente, y, en el fondo, nueva repetición entusiasta. Ayer se repitió a Renan y hoy se repite a Marx.

Se debe tomar al indio tal como es y conducirle gradualmente por el cami-no de la cultura. Principiar por la mejora de su vivienda, alimentación y vestido; procurarle salarios justos y protegerle mediante el seguro social contra todo accidente, fomentar la pequeña propiedad; fomentar las haciendas colectivas, si la experiencia demuestra su posibilidad; procurar con planes bien meditados la división de los latifundios. Solo gradualmente se le puede educar al indio: hay que enseñarle la higiene, los deberes elementales de familia y de civismo, el co-nocimiento de la naturaleza, y dejarle que tranquilamente vaya él planteándose con sinceridad de pensamiento el misterio de su vida. No es posible que el indio comprenda bruscamente las verdades abstractas de la religión cristiana. Pero se deben emplear los mejores métodos para presentarle en momento oportuno estas verdades, sin que ninguna violencia perturbe la conciencia. Urge enseñarle a utilizar la técnica, y reconocerle, apenas su educación lo permita, todos sus derechos de ciudadano activo.

Oliveira Vianna observa que el blanco cultiva ciertas aspiraciones, se mue-ve según ciertas predilecciones y tiende a ciertos objetos superiores, que no pueden en modo alguno constituir motivos determinantes de la actividad social del negro, y que el poder ascensional del indio es muy inferior al del negro.

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Divina libertad295

La fenomenología existencial nos demuestra que el hombre es ante todo fiera peligrosa. La codicia, la ambición, el apetito sexual, la envidian lo agitan, lo perturban, lo precipitan. Necesita una disciplina, una fuerza -gobierno, Esta-do– que lo reprima, lo adapte a la comunidad.

Pero, también se descubren en el hombre, apenas se tranquiliza o es amorda-zada la fiera, aptitudes espontáneas de sociabilidad. La conciencia de la especie, como dicen los sociólogos, le inspira sentimientos de vulgar simpatía y ayuda mutua, de filantropía y cooperación. Es la existencia ordinaria, el rumbo de la vida diaria; aquello de que viven todas las gentes, excepto en los momentos en que se imponen los intereses egoístas y tornan los individuos a la lucha furiosa.

El interior del hombre es sin embargo, algo más: impulso hacia lo alto; vo-cación latente que escucha la voz del cielo que le llama. El hombre es inquietud, interrogación, búsqueda, movimiento.

Cuando no ruge la fiera, cuando la vulgar convivencia le permite la vida, al estímulo exterior de los sucesos, surge la necesidad de descubrir, de entender, de volar por encima de los planos ordinarios, de creer, de orar, de enfrentarse con la altura, de despejar las brumas de la tarde, de descifrar el misterio.

El ser humano es animal complejísimo: del fango a la luz, de las auroras de la mañana a los arreboles de la tarde; de la selva sanguinaria al observatorio astronómico, al templo de Dios.

Ni esto le basta al hombre. El entender, el orar no le son suficientes, no le aquietan. Necesita sufrir, sacrificarse, amar hasta el sacrificio. Sin el sacrificio, sin el poder de sacrificio se siente vencido, derrotado. El aviador pundoroso que no puede por circunstancias externas salir al combate, a desafiar la muerte, siéntese interiormente vencido, derrotado. La hermana de la caridad ha de estar junto al tuberculoso, al paralítico, para que su conciencia no le remuerda.

Es la gran complejidad del corazón. Necesidad de lo indefinido, del miste-rio, de lo infinito. Teresa de Jesús, Vicente de Paúl, Newton, Pasteur.

El mismo hombre, esclavo de las circunstancias y consagrado a las supers-ticiones y sacrificios humanos, es capaz, pulido por el tiempo, arrebatado por el impulso interior, de llegar a la caridad y sentir a Dios cara a cara.

295 José María Velasco Ibarra, “Divina libertad”, en Obras Completas: “Tragedia humana y cristianis-mo” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo IX, Quito, Lexigrama, 1974, pp. 45-50.

TRAGEDIA HUMANA Y CRISTIANISMO

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Y es aquí donde surge el problema de la libertad. No busquemos la libertad en el individuo fiera, que mata y codicia. No la busquemos en el individuo vul-gar que siente la utilidad de ayudar y ser ayudado, de practicar la filantropía para que otros la practiquen también con él. La libertad no es floración de la bestia ni irradiación del vulgar, del individuo mediocre y chato.

Libertad no es furia, ni guapeza, ni capricho, ni insolencia, ni utilidad, ni cálculo.

La mayor parte de los hombres son autómatas, pasan casi toda su vida de autómatas. Se creen libres, se ufanan de libres; se enfurecen, si no se les reco-noce como libres por excelencia, y son simplemente autómatas: autómatas de sus codicias, de sus rencores, de sus prejuicios; prejuicios de clase, de hábitos, de nacionalidad.

Libre es el hombre que rompe el plano de vulgaridad y se descubre a sí mis-mo. Libre es el hombre que frente a los hábitos y prejuicios sociales, se siente solo, se reconoce persona, alumbra su conciencia, encuentra sus capacidades interiores y resuelve ponerlas en acato.

La libertad es vigor interior y expresión de este vigor interior en forma personal, es decir, original.

La libertad es conciencia de la riqueza espiritual propia de cada individuo, que varía siempre de un individuo a otro. Uno nació para santo y otro nació para héroe. A éste le seduce lo estético, a éste le apasiona lo ético. Hay hombres con temperamento católico y los hay con vocación individualista, protestante.

A la libertad no se llega sino buscando en uno mismo, zabullendo en uno mismo para saber con qué fin se ha nacido, qué es lo que se puede hacer en la vida, para qué se ha llegado a la tierra.

La libertad expresa toda la persona en sus actos profundos, como dice Bergson. La libertad brota ante todo de la voluntad. La libertad supone limpie-za interior. La libertad es divina, es cosa de Dios. Por ella el hombre participa de la naturaleza de Dios. Dios respeta escrupulosamente la libertad del hombre. La libertad es síntesis indivisible de inteligencia y voluntad enriquecidas sub-conscientemente.

La libertad es la suprema riqueza social. Todo el progreso es obra o de la libertad como ambiente social, que permite se expresen hombres libres, o, al menos, de actos individuales de libertad a pesar del ambiente vulgar y misera-ble. El Partenón y la escolástica, y el descubrimiento de América, y el mismo Marx, y la medicina moderna y todo cuanto han innovado, roto la inercia, dig-nificado, son, en definitiva, libertades, actos de libertad.

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País que ahoga las libertades, resuelve reducirse a lóbrega y obscura ma-quinaria sostenida por engranajes cuyo destino es el roce inerte y rutinario. La coacción debe tener por fin salvar la libertad del desorden y el tumulto.

La fiera debe ser dominada; los apetitos regulados; los espíritus, libérri-mos. Sin esto no hay vida humana duradera. El hombre como fiera, dominado; como apetito vulgar, como interés vulgar, regulado, reglamentado; como espí-ritu, libre, libérrimo.

Ir contra esto es impedir la obra de la historia, destruir el fin de la crea-ción, profanar la obra de Dios. El fin de la historia es la libertad; la libertad individual.

Judíos y arios, liberales y socialistas, laicos y religiosos, orientales y occiden-tales, poetas e industriales, toda real expresión humana, toda auténtica manifes-tación de la aptitud de la naturaleza, son riquezas llamadas a regenerar la sangre para que el aliento suba hasta la divinidad.

He dicho que la libertad no se halla en el hombre fiera ni en el hombre vulgar. Cierto. Pero, en ellos también está latente, esperando el pulimento por las instituciones y por experiencia dolorosa para estallar vehemente, revolucio-naria, purificadora. La comunidad humana ha de apresurarse a preparar a los hombres para la libertad.

Por esto, absurdo resulta sostener que la libertad es la simple capacidad física de cualquier indecente de hacer, decir o escribir lo que le dé la gana

Tergiversar la verdad, se dice que es otro uso de la libertad. Fomentar la guerra entre pueblos, el odio de razas, el desplome de gobiernos legítimos, res-petuosos de las leyes y realizadores de los profundos anhelos populares, se dice también que es consecuencia del derecho a la libertad.

Con su ingenuidad característica los buenos señores norteamericanos sostie-nen en Congresos Internacionales el irrestricto poder de los corresponsales de la prensa mundial para transmitir cualquier noticia sin que el gobierno calumniado tenga derecho a exigir la rectificación necesaria en nombre de la verdad.

Para los ingenuos norteamericanos la libertad es un valor desconectado. Vale por sí, como simple capacidad física de actuar, de escribir. No es la liber-tad una forma de la verdad para la verdad total.

Y esto se aprueba por toda una Organización de Naciones cuando el mun-do es víctima de la mentira y de la tergiversación de la verdad.

Mienten las tiranías brutales del Oriente europeo en nombre de la demo-cracia popular, y mienten las oligarquías del Occidente en nombre de la demo-cracia liberal. Mienten en América, y mienten en Europa y mienten en Asia. Y

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las victimas de tanta tergiversación son las personas humanas, los verdaderos derechos individuales, la justicia, la libertad. He aquí las víctimas de un mundo de mediocres y fanáticos, de locos y anticristianos.

Cuanto más profundo fue el concepto de San Anselmo296 tenía de la liber-tad: “Poder de conservar la rectitud de la voluntad: Protestas servandi rectitudinem volunta-tis”. Y, más tarde Montesquieu lo expresó sabiamente también: “La libertad es el poder de hacer lo que se debe querer”.

Concepto de fondo, de substancia, de valor. La humanidad no ha derrama-do sangre para que un periodista ignorante y sin conciencia, víctima de sus pre-juicios, pueda calumniar, ni menos para que el dinero o el terror propaguen por el mundo lo que sus caprichos les inspiren comprando o aterrando conciencias.

La sangre derramada por la libertad es el precio del valor infinito de ser persona integral, persona en la profundidad y en la expresión de esta profundi-dad, con la capacidad y en la expresión de esta profundidad, con la capacidad consiguiente de cooperar en la obra creadora con la sinceridad de la propia conducta y la sinceridad de la propia palabra al servicio de lo que se cree ho-nestamente justo, ennoblecedor. Tienen razón los existencialistas cuando dicen que la existencia es una posibilidad infinita. Es la grandeza de la persona, del hombre existente. Sus posibilidades son infinitas hasta poder, como los místi-cos, experimentar a Dios mismo.

El fin temporal de la historia, lo repito, es la Libertad, las libertades indi-viduales, los derechos del hombre y del ciudadano. La disciplina social vale en cuanto es condición adecuada, según el medio y el momento, para la libertad. A la Libertad le matan lo mismo la tiranía, el Estado totalitario, el Estado corpo-rativo, que la anarquía, el tumulto ciego y ambicioso. La calumnia anarquizante de la demagogia.

296 San Anselmo de Canterbury O.S.B. (Aosta, 1033 - Canterbury, 1109). Se le conoce también como Anselmo de Aosta, por el lugar donde nació, o Anselmo de Bec, si se atiende a la población donde estaba enclavado el monasterio del cual llegó a ser prior. Fue un monje benedictino que fungió como arzobispo de Canterbury durante el periodo 1093-1109. Destacó como teólogo y filósofo es-colástico. Doctor de la Iglesia. Como teólogo, fue un gran defensor de la Inmaculada Concepción de María y como filósofo se le recuerda, además de por su célebre argumento ontológico, por ser padre de la escolástica. Fue canonizado en 1494 y proclamado Doctor de la Iglesia en 1720.

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La política primero297

Hace pocos años se discutió con vehemencia en Europa entre Charles Mau-rras298 y sus adversarios respecto a la primacía o no de la política en el mejora-miento integral de las condiciones humanas. Discusión bizantina y equívoca, porque cualquiera de los adversarios pudo adjudicarse la victoria, según el pun-to de vista que se hubiese adoptado.

La moral es lo primero, sin duda alguna, porque, si el hombre que maneja la política no tiene conciencia recta, una política perversa corrompería todas las expresiones sociales. Pero, también es verdad que por nobles que fuesen los afanes, nada se podría en bien de la humanidad, si las instituciones políticas creasen toda serie de invencibles obstáculos. Si el poder carece de eficacia; si los poderes no están bien equilibrados; si en las distintas esferas administrativas faltan los medios necesarios para que sean efectivos los buenos propósitos; si fuerzas peligrosas, abandonando el ámbito de sus deberes astrictos, irrumpen contra los canales naturales del mando interrumpiendo su normal funciona-miento, es evidente que por excelentes que sean los afanes de las gentes, nada se obtendrá y la vida desembocará en el caos. En este sentido, Maurras tenía perfecta razón. La cuarta República fue en Francia tan miope y palabrera, tan inestable y vacua que casi sucumbe en la ignominia o, tal vez, en el definitivo fracaso la patria de Descartes y Bossuet299, de las Cruzadas y de la Revolución de 1789, si un gran político y un hombre de fuerza como De Gaulle no la hu-biese salvado.

Cada nación está obligada ante todo a plantearse su propio problema po-lítico. ¿Qué se propone obtener políticamente una nación dado su medio de-terminado y su determinado momento como diría el olvidado y austero Tai-

297 José María Velasco Ibarra, “La política primero”, en Obras Completas: “Caos político en el mundo contemporáneo” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo X, Quito, Lexigrama, 1974, pp. 137-148.

298 Charles Maurras (Martigues (Bouches-du-Rhône), Francia, 20 de abril de 1868 - Tours, Fran-cia, 16 de noviembre de 1952) fue un político de extrema derecha, poeta y escritor francés, principal fundador e ideólogo de Action Française (Acción Francesa).

299 Jacques Bénigne Bossuet (Dijon, 27 de septiembre de 1627 - París, 12 de abril de 1704) fue un destacado clérigo, predicador e intelectual francés. Defensor de la teoría del origen divino del poder para justificar el absolutismo de Luis XIV. Actuó decisivamente en la Asamblea del Clero Francés de 1682 que sustentó la doctrina del predominio del rey sobre la Iglesia católica en Francia, llamado galicanismo. Se le considera como uno de los historiadores más influyentes de la corrien-te providencialista.

CAOS POLÍTICO EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO

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ne300? ¿Cómo hay que organizar el poder teniendo en cuenta el carácter de los ciudadanos, la tradición espiritual e histórica del pueblo? He aquí los grandes problemas; lo que debía ser materia de detenida y austera meditación.

Digo: “Debería ser”, porque la política de estos días principalmente la sud-americana está absolutamente ciega y corrompida. La generación actual está obseída por satisfacer pasiones de dominación, de lucro y de venganza; este campo se llama la política, y la generación actual se ha entregado a ella ciega frente al aspecto profundo de finalidades y medios, vehemente respecto a la captación del poder, a la propaganda y a los medios para llegar a él y conser-varlo. No se estudian las cosas básicas; no hay teorías serias y hondas respecto a nada, falta austeridad de conciencia para considerar los fines y los medios.

La política es hoy una febril y corrompida agitación para destruir o do-minar al adversario utilizando como propaganda reivindicaciones populares y patrióticas en las que se cree seriamente. ¿Cómo destruir un gobierno? ¿Cómo reemplazarlo por otro? He aquí lo único que a la generación política actual interesa en casi todos los países sudamericanos. Esta intriga destructora no se siente en los Estados Unidos, porque las inmensas empresas económicas y el Pentágono han impuesto otras tendencias, que pueden estudiarse en libros nor-teamericanos serios, que, sin dejar de preocuparse con los legítimos intereses de los Estados Unidos, consideran también las normas universales de justicia y los altos intereses de la especie humana.

Esta febril, o mejor febricitante agitación es, en el fondo, infinitamente vacía y sin objeto. La destrucción, el odio destructor, el rumor y la calumnia destructoras, la dominación destructora, son cosas vacías, sin objeto; sin obje-to humano, atrayente, creador. Ésta la razón por qué la política en Sudamérica, en casi todos sus países, está confiada, está en manos de unos tantos audaces, sin escrúpulos de ninguna naturaleza, que, con la misma facilidad aclaman el conservadorismo o la revolución popular, a Dios o al Diablo, sin sinceridad, sin buena fe, sin honor y sin civismo. Todo, todo se inspira en el afán de poder y de dominación, de venganza y de lucro. Política significa hoy convulsión social enferma al impulso de la vanidad, del odio y del interés.

Un candidato a la Vicepresidencia de un país sudamericano que esperaba subir al poder gracias única y exclusivamente a la popularidad del candidato a la Presidencia, se preguntaba con iracundo despecho, que no le impedía continuar

300 Hippolyte Adolphe Taine (Vouziers, Ardenas, 21 de abril de 1828 - París, 5 de mar-zo de 1893) fue un filósofo, crítico e historiador francés; es considerado uno de los principales teóricos del naturalismo.

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de candidato, cuál sería su actividad durante cuatro años, porque, según las leyes su actividad durante cuatro años, porque, según las leyes de ese país, la función de Vicepresidente es principalmente pasiva y directora de corporaciones. Claro que el tal candidato a la Vicepresidencia se preparaba para la tradición contra el personaje a quien adulaba y en quien se apoyaba. Y, pasados pocos meses después del triunfo, la infamia se produjo. El Vicepresidente, que fue a visitar Rusia de la manera más impolítica y solo con fines tendenciosos, se convirtió a su regreso en caudillo de tumultos demagógicos y comunistoides. Obtuvo su fin auxiliado directamente por las Fuerzas Militares y por la cáfila de políti-cos envidiosos y vulgares de izquierda y derecha a quienes el merito auténtico produce odio. Su éxito miserable mediante el trastorno de las instituciones, fue saludado por eclesiásticos, por católicos y liberales. El Vicepresidente, traidor y beneficiario del tumulto, se quedó en el mando cambiando todos los días de ministros y aceptando presiones militares en actos que determinan el honor internacional de un Estado. Y, cuando ciertos elementos dignos del Congreso le amenazaron con severa sanción por sus desórdenes, el Usurpador conminó con lanzar una parte del país contra la otra, con incendiarlo todo y con desco-nocer la bandera nacional, y el Congreso se le rindió y le dio un nuevo triunfo. El Usurpador ha infamado la dignidad presidencial arrastrada en acontecimien-tos escandalosos. Un Melgarejo en 1962, menos en el valor de la fuerza. Y a todo esto se llama legalidad, mundo libre por políticos desorientados sin el menor sentimiento jurídico.

Este hombre que ocupó y ocupa el poder haciendo burla de la voluntad soberana del pueblo, fue invitado a visitar un país ilustre por un Presidente que, por el afán de conservar su cargo, propuso una verdadera y peligrosa interven-ción internacional en los países en que se produjesen revoluciones militares. No hay, pues, moralidad ni lógica. Los políticos se mueven atraídos por pers-pectivas interesadas y por ambiciones que nada tienen que ver con las normas dignificadoras de la Patria.

El Derecho Constitucional escrito nació y se propagó después de la Revo-lución Francesa para proteger y estimular los derechos del hombre y del ciu-dadano. El Derecho Constitucional fue un freno contra el poder, una garantía para el individuo. Pero, llegó el memento en ciertos países de crear instituciones constitucionales en beneficio personal de un gobernante y para reprimir con medios inmorales la libre situación de los ciudadanos. Hay Constitución Nacio-nal en que en un artículo se prohíbe absolutamente la pena de extrañamiento del territorio y en las Disposiciones Transitorias de esa Constitución Nacional se reconoce la validez jurídica de las medidas de extrañamiento durante el pe-

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ríodo constitucional del Gobernante al que se ha querido favorecer creando toda una institución en beneficio de él.

Lejos de que el derecho positivo progrese satisfaciendo con más amplitud y más profundidad las necesidades humanas, asimismo a un verdadero retroceso escandaloso en beneficio de la ambición desencadenada, de la rivalidad inmo-ral, de la fuerza que se acepta para seguir aprovechando económicamente de situaciones que debieron y pudieron ser destruidas en beneficio de la dignidad cívica, del verdadero equilibrio entre los hombres y de la justicia, elementos únicos para que la especie se dirija a su destino.

Así, así es hoy día la política. Unos rugen contra el comunismo, y no caen en cuenta de que la inmoralidad, la subversión, la anarquía son el más rápido y fácil sendero para el comunismo. Otros gritan contra el imperialismo de los Estados Unidos, y olvidan que, dadas la desmoralización internacional y el po-derío creciente de Estados Unidos en su lucha a muerte con Rusia, la anarquía y la indignidad o el vicio de los gobiernos, son los mejores factores del neo-colonialismo, del coloniaje hipócrita, querido y aún reclamado por oligarquías miserables y ciegas.

Una política así tan corrupta, corruptora e insustancial, aleja de ella a la gente de bien. Esta gente de bien, pacata y tranquila, que se espanta y huye ante las responsabilidades, se encierra en bibliotecas y museos, salas de lectura y de conferencias, dejando que los insolentes y los alocados por la ambición, echen suerte sobre la túnica de la justicia y de la patria. Platón dijo que los filósofos deben gobernar los Estados. No previó que en alguna edad ser filósofo equi-valdría a buscar la tranquilidad en el ejercicio de la erudición y en el consabido aplauso de las academias.

El hombre de conciencia, que respete a Dios y sienta el deber por vocación austera de ser político, tendrá que plantearse, ante todo, el vital, el básico pro-blema de la finalidad de la política, y de los medios para alcanzar esa finalidad.

Cada cual debe sentirse responsable de lo que hoy pasa en el campo polí-tico. El egoísmo, la cobardía, la superficialidad de cada uno contribuye a este absurdo delictuoso de la vida política de estos días en que, por un lado, se proclaman los derechos internacionales del hombre, y, por otro, se mantiene en cautividad indefinida a personajes eminentes sin juicio, sin sentencia so pre-texto de mantener la paz, olvidando que no hay paz en el resentimiento y en la protesta silenciosa que por medio de la represalias no pueden expresarse. Se vive en la hipocresía y se tolera hipócritamente la tiranía con una insensibilidad moral digna del Medioevo bárbaro.

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Con razón el escritor norteamericano Thomas Merton301, hablando de su patria y del mundo, escribe: “Debemos estar precavidos contra nosotros mismos cuando lo peor del hombre se exterioriza en sociedad, se lo aprueba, aclama y endiosa. Cuando el odio se convierte en patriotismo y el asesinato en deber sagrado, cuando el espionaje y la declaración son amor a la verdad”.

Nos preciamos de vivir en el mundo libre, y en estos mismos días se han producido los escándalos afrentosos en el Estado de Misisipi en que el Go-bernador se empeña en mantener la segregación racial para los negros. Las palabras citadas de Merton traducen, pues, con absoluta fidelidad la moralidad e hipocresía contemporáneas.

¿Tiene alguna finalidad la política? Es lo primero que tendrá que pregun-tarse quien se inspire en conciencia verdaderamente religiosa y cristiana, y se sienta responsable ante Dios, ante sí mismo, ante la humanidad.

Mantener y mejorar la vida del hombre, del hombre individuo: he aquí en última y suprema instancia del fin de la política. Hacer de las instituciones y actividades del Estado, elementos de ambición, odio y venganza, es un crimen, es desequilibrar el mundo y, por tanto, correr al abismo.

La tribu, la ciudad antigua ignoraban al hombre-individuo. Buscaban el desarrollo y el triunfo de la colectividad. Difundido y vigorizado el cristianismo para quien el hombre es el valor supremo en la tierra; proclamados por la Re-volución Francesa los derechos del hombre y del ciudadano, el fin único de la política civilizada y humana, es el hombre, el hombre como individuo y como componente de la nación y de las entidades sociales.

Como la libertad es la esencia del hombre, el fin principal de la política es procurar que el hombre sea realmente libre, que sienta su libertad, que admita las responsabilidades y consecuencias de su liberad, que la libertad sea defendi-da contra los enemigos de ella, sean éstos de dentro de la nación, o de afuera.

Así como el mundo cósmico empleó millones y millones de años y desper-dició energías infinitas e hizo incontables ensayos para llegar por fin a la vida y a la conciencia, así la comunidad humana ha necesitado muchos miles de años y desperdiciado energía en toda clase de luchas y de guerras, y ensayando varia-dos sistemas –el de la tribu, el de los municipios, el de las ciudades y Estados nacionales, federaciones y confederaciones de Estados –para aclarar el sentido de la libertad, definirla, hacerla efectiva, defenderla.

301 Thomas Merton (Prades, Francia, 1915 - Bangkok, 1968), monje trapense, poeta y pensa-dor estadounidense. Está considerado como uno de los escritores sobre espiritualidad más influyentes del siglo XX.

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Reflexiónese detenidamente y se encontrará que, en una u otra forma, la comunidad política llevada por fuerzas interiores o instintivas, lo que ha per-seguido en la libertad, su defensa y perfección. Los esclavos se emanciparon; los siervos se liberaron; los derechos de los ciudadanos se proclamaron, hoy se busca redimir al hombre de la alineación que sobre él pesa por la carencia de recursos económicos, por la tiránica dependencia económica, por la total falta de seguridad económica. La enfermedad, la ignorancia, la privación de trabajo, las condiciones duras de éste quitan al hombre toda seguridad y le privan de toda libertad.

Hemos demostrado que la libertad es una fuerza interna del espíritu; es la espontaneidad, la decisión con que el espíritu reconoce y busca sus valores: el conocimiento, el ideal, la virtud, el sacrificio. Hay que garantizar esta libertad dentro y fuera del hombre. Para esto la educación, para esto el orden mediante los elementos de seguridad: policía, fuerzas armadas; para esto las instituciones de salud, de asistencia con todas sus indefinidas y complicadas consecuencias. Procurar la libertad científica, pues, considerar al hombre integral, con todos sus anhelos internos y sus exigencias exteriores y empeñarse en crear, mante-ner y perfeccionar todas las instituciones necesarias para que el hombre sea integralmente atendido. Por esto, es inmortal el lema revolucionario: Libertad, igualdad y fraternidad.

Un tiempo se creyó que la política cumplía su función con procurar el or-den jurídico y se dijo que el Estado era una institución para el derecho. El genio de Napoleón comprendió que la política no podía prescindir de la educación del ciudadano. El hombre se despierta a la vida, se conoce, ve y ama el bien y lo bello, adquiere carácter y abnegación, se convierte en fuerza de impulso y efi-ciencia por la educación. El Estado tiene que educar o fomentar la educación. Y la educación es factor esencial de la libertad, La Universidad imperial tan calumniada y desconocida en lo que hizo y en lo que hábil y prudencialmente dejo que se hiciera, señala una nueva actividad de la política en su deber de intensificar la libertad.

Desde el siglo XV viene desarrollándose la ciencia aplicada y con ella han aparecido los innumerables elementos del bienestar humano: hospicios y hos-pitales, ferrocarriles y automóviles, correos y telecomunicaciones.

El socialismo comprendió muy bien que el Estado debía modificar su orga-nización para que todos, ricos y pobres, aprovechasen las ventajas de la ciencia aplicada. Era un gran paso hacia la libertad. La libertad, lo repetiremos aún, no consiste en escribir lo que se quiera en los periódicos, aunque sean insultos y

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calumnias, sino en que se exprese ampliamente la originalidad interna de cada hombre. Los elementos de bienestar, obtenidos por la técnica, aumentan la personalidad, favorecen directamente a la libertad.

El Estado moderno es el de los sindicatos, de las asociaciones, de los ser-vicios administrativos y técnicos. Un ilustre jurista francés Duguit302 concibió el porvenir del Estado moderno como una descentralización por servicios pú-blicos. La principal función del Estado moderno para ese publicista y para los que lo han seguido sería atender a todas las necesidades prácticas de la especie humana mediante los servicios públicos: educación, alimentación, salubridad, previsión social, transporte, comunicaciones, etc., etc. Satisfechas estas necesi-dades por los servicios técnicos del Estado, éste no tendría otra función que coordinar sindicatos y servicios organizados. La humanidad quedaría atendida y satisfecha.

Desde este elevado punto de vista se puede comprender mejor la vaciedad, la miseria de la actual política, reducida a las odiosas luchas de bajos intereses de dominación, lucro y venganza. La política de hábiles maniobras es el ultraje más grande y profundo dolor de la humanidad contemporánea.

Los políticos actuales han apostado no solo de Dios sino de todo orden moral. El hombre nuevo deberá considerar la actividad política desde el punto de vista del servicio teniendo en cuenta, por cierto (y aquí está la habilidad del estadista) las variadas circunstancias de lugar y de tiempo. Es absurdo pro-clamar que la política nada tiene que ver con la moral. La razón del Estado, el estado de necesidad no autorizan el asesinato, la calumnia, el tormento, la cautividad de los hombres.

¿Cuál es la necesidad nacional más angustiosa y vehemente en un momento dado de un determinado país? ¿Qué medios morales, políticos, económicos, diplomáticos se deben emplear para satisfacer esa necesidad angustiosa y ve-hemente? He aquí las dos preguntas que a conciencia han de plantearse los políticos; he aquí las dos preguntas cuya comprensión y resolución constituyen el verdadero hombre de Estado. Se debe distinguir la labor del político de la que corresponde al técnico, que, desde luego, ha de quedar subordinado siempre a las orientaciones fundamentales del político. El político, el estadista verdadero

302 Pierre Marie Nicolas Léon Duguit (Libourne, 1859 - Burdeos, 1928) fue un jurista francés especializado en Derecho Público. Colega de Émile Durkheim, se convirtió en profesor de Derecho Público y Decano de la Universidad de Burdeos. Su trabajo jurídico se caracteriza por la crítica a las teorías entonces existentes de Derecho y por su establecimiento de la noción de Servicio Público como fundamento y límite del Estado.

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adivina, intuye, siente la necesidad nacional. El político, el estadista verdadero comulga con el pueblo; con la palabra o con la pluma le expresa sus propósi-tos y convicciones, y el pueblo, siempre intuitivo y angustiado, encuentra en el lenguaje del político y del estadista cristalizados sus propios anhelos. El pueblo espera y confía. Esta relación de popularidad entre un hombre y una multitud no encierra peligro alguno en sí misma como creen los intelectuales de la polí-tica aún en países tan cultos como Italia o como Francia. El hombre de Estado –si lo es verdaderamente– sabe que su obra debe perdurar y desenvolverse y solo perdura y se desenvuelve aquel que respeta los equilibrios legítimos y no atropella los derechos del hombre y del ciudadano.

Lo que sí ha de caracterizar al verdadero estadista por la fe que debe tener en sí mismo, en el pueblo y en el resultado de su obra, es la entereza de carácter, la energía de la voluntad para romper todos los obstáculos injustos y todos los intereses menguados que se opongan al ideal nacional.

Subordinados al político, al estadista, al que tiene la responsabilidad del conjunto, deben los técnicos estudiar y planear los servicios indispensables al bienestar general que el momento exige: económicos, fiscales, asistenciales, via-jes, pedagógicos, etc. Hay una tendencia a la dictadura de los técnicos. Sería la descomposición de los gobiernos. Los servicios técnicos son para la Nación y Nación que es un alma, un plebiscito incesante como decía Renán, está repre-sentada por los poderes políticos que coordinan y sintetizan.

Los demagogos lanzan rayos y centellas contra lo que llaman caudillos y caudillismo. Hombres resentidos y vehementes, a menudo saturados de envi-dia y que se sienten ineficaces, no meditan en el problema que plantean a los gobiernos las masas y las multitudes contemporáneas que en todo intervienen y que tienen para todo el recurso de la huelga. La única manera de dirigir a las multitudes modernas es comprenderlas, influir en ellas por la exactitud en el conocimiento de los problemas, la claridad para expresarlos, la sinceridad en el esfuerzo y la capacidad de persuasión.

En esta época de periodismo, conferencia y propaganda es muy fácil destruir gobiernos con insistentes rumores que se insinúan por calles, plazas y salones para desautorizarlos moralmente. Pero, una cosa es la fácil crítica y la calumnia irresponsable; otra, muy distinta, la labor de quien tiene que ver el conjunto na-cional con todos sus elementos y con todos los factores que chocan y se contra-dicen y para los cuales hay que buscar un equilibrio so pena de desastre.

¿Cuál es la mejor forma de gobierno? Pues aquella que de hecho y práctica-mente defienda y fomente mejor la libertad y el progreso del hombre. Hoy nos

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subyugan, nos esclavizan las palabras. En Occidente todo se resuelve cuando de política se trata con la palabra “democracia”. La palabra “democracia” se ha enseñoreado de la mentalidad occidental y le impide el análisis y el razonamien-to. Con la palabra “democracia” creemos rendir homenaje a todos los valores convencionales, sean o no efectivos. Con la palabra “democracia” expresamos, además, la aversión al comunismo y la simpatía hacia Estados Unidos. Sin em-bargo, en muchos países en que se habla de democracia, se atropellan crimi-nalmente las instituciones republicanas y se violan descaradamente las liberta-des. Y mientras mayores son los atropellos –personajes desterrados o cautivos, edificios privados saqueados e incendiados, periódicos clausurados, sindicatos disueltos, Congresos impedidos en su funcionamiento o amenazados con in-cendios y catástrofes en caso de que adopten sanciones políticas contra algún Melgarejo303 contemporáneo– más se habla de democracia y de respeto a la libertad. La farsa nos está engullendo y el abismo nos espera.

Si de hecho no se respeta la conciencia y la personalidad; si de hecho el mi-litarismo se erige en uno de los poderes del Estado y se atribuye la facultad de ser tribunal de garantías y orientación constitucional en última instancia; si de hecho los movimientos populares y todo cuanto tenga asomo de comunismo están sujetos a proscripción y castigo; si de hecho es la autoridad la que indica lo que los ciudadanos han de pensar, enseñar y difundir, hay tiranía disolvente, aunque todo sea cubierto con la palabra “democracia”.

El hombre tiene derecho a ser ateo o religioso, protestante o católico, con-servador o comunista. Nadie tiene facultad para poner límites al conocimiento y a la aspiración del hombre. La libertad política es la personalidad original que se expresa y que con su originalidad, enriquece la vida. La libertad es vigor de la nación. La tiranía la empobrece y la disuelve.

Solo lo que intrínsecamente se opone a la convivencia de los seres huma-nos debe ser firmemente prohibido. La conciencia de las gentes siente, capta muy bien lo que es realmente criminal y lo que es lícito. La opinión pública, “el querer general” de Rousseau aciertan en la determinación de lo políticamente

303 Referencia a: Manuel Mariano Melgarejo Valencia (13 de abril, Tarata, Cochabamba, Boli-via,1820 - Lima, Perú, 1871) fue un militar y político, presidente de Bolivia desde el 28 de diciembre de 1864 al 15 de enero de 1871, asumiendo el poder mediante un golpe de Estado al derrocar al general José María de Achá. De personalidad controvertida, su dictadura se recuerda por su mala administración y abusos contra la población indígena. Fue derrocado en 1871 por el Comandante en Jefe del Ejército, general Agustín Morales, y murió asesinado en Lima, donde se había autoexiliado. El escritor e historia-dor Alcides Arguedas lo incluye en su libro Los caudillos bárbaros (1929) como un tirano irrespetuoso de las leyes.

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lícito y de lo políticamente delictuoso. Y esta es la gran ventaja de la democracia cuando se la respeta y no se la usa como bandera.

La democracia es el resultado del despertar de los pueblos; de la educación pública; de la facilidad de comunicaciones e informaciones; de la prensa, la ra-dio, la televisión. Poco a poco, pero clara y firmemente se pronuncia la opinión pública, síntesis de tan variadas y distintas opiniones. Y, si se la oye y respeta, los códigos que determinan lo lícito y lo prohibido, garantizan la convivencia sin mengua de la libertad.

No hay democracia sin predominio del elemento civil que interprete la opinión pública. El militar, por efecto de la institución a que pertenece, por la naturaleza de su profesión, es rígido, manda y obedece, no puede considerar con flexibilidad todas las complejidades de un problema político o social.

Existe y tiene que existir la división social del trabajo con la diversidad de mentalidades y aptitudes que esta división del trabajo implica e impone para su eficiencia. Hay el sacerdocio con sus propias características y el sacerdote tiene o llega a tener su propia mentalidad sacerdotal. Hay los jueces, los agricultores, los obreros. Distintas clases sociales con sus propias aptitudes. Hay, asimismo, la clase militar que por la trascendental misión que tiene y los elementos de que dispone para hacerla efectiva, obligada queda a respetar la más estricta orga-nización jerárquica de mando y de obediencia. Esta no es preparación –como sabiamente lo dijo Simón Bolívar– para manejar los amplios y complicados problemas de un Estado. Napoleón fue estadista no en cuanto militar, sino por su genio político propio.

No hay democracia sin equilibrio entre poderes: legislativo, ejecutivo, judi-cial. El poder ejecutivo en las democracias modernas en que de un memento a otro surgen cuestiones vitales y difíciles, debe estar dotado de fuerza, de fa-cultades suficientes para resolver y mantener el orden. Toca al Congreso, en su debida oportunidad, hacer efectivas las responsabilidades del poder ejecutivo. Y esto no se hace en el momento actual de cobardes transacciones. Por no perder emolumentos, por no afrontar una dificultad, por no ir al fondo de los problemas, hay Congresos que toleran atentados verdaderos contra la unidad nacional, contra la dignidad de la bandera, contra los derechos fundamentales de individuos y regiones.

No hay democracia sin poder judicial austero, dispuesto a aplicar la ley sin aceptación de personas. La renovación de la democracia exige una verdadera y auténtica educación de los jueces: formar hombres para que sean jueces, si-guiendo una idea del ilustre presidente ecuatoriano don Vicente Rocafuerte.

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Hay institutos para formar sacerdotes, biólogos, matemáticos. Debe haberlos para formar jueces.

El hombre nuevo, inspirado en conciencia religiosa, que trate de renovar la vida política moderna, tendrá que enseñar a los llamados partidos respeto a la nación, seriedad, sometimiento al honor y al ideal. Los partidos de toda Améri-ca tienen que principiar por plantearse teóricamente las cuestiones que afectan a la vida moderna. Sin teorías amplias y seria, imposible la práctica saludable y progresista. Con harta frecuencia los partidos son coaliciones de bajos intereses alrededor de una o de muy pocas personas para satisfacer mediante todos los medios el ansia de llegar al poder.

Se le acusa, y con razón, al comunismo de usar todos los medios para ob-tener su finalidad; la ruina del capitalismo. Pues, en este Occidente, que todos los días se precia de liberal y cristiano, hacen lo mismo los partidos. Partido ca-tólico, cuyos miembros públicamente practican la religión, con harta frecuencia pactan con demagogos desenfrenados a fin de destruir gobiernos legítimos. Y los liberales pactan con los totalitarios; y, si la política es lo primero en la vida social humana, lo primero dentro de la política es la conciencia moral de los políticos, el respeto al deber, el comprender que el Estado tiene un fin y que el hombre es responsable de cómo vive y cómo prepara “su propia muerte” con sus actos.

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PRIMERA PRESIDENCIA(1934-1935)

Transmisión de mando304

Discurso inaugural y programa político

Quito, 1 de septiembre de 1934

Señor Presidente del Congreso Nacional;Señor encargado del Poder Ejecutivo:

En este augusto momento de nuestra vida republicana, cuando la nación aspira a gobernarse por sus influjos propios, rompiendo las trabas de oligarquías sin visión y sin conciencia, me vienen en la mente las admirables expresiones del Presidente Piérola305: “Para un pueblo que tiene fe y resolución de salvarse, no hay jamás situación que pueda llamarse desesperada. Los hombres de corazón solo sucumben luchando. Una transformación pública, radical, es inevitable, si el país ha de salvarse”.

Es ley de la Historia que sucesos se rinden ante el concepto claro y que los eventos se inclinan ante la voluntad heroica. Jamás hubo en la historia momen-tos más angustiosos y dificultades más encrespadas que las de 1814 para el pue-blo venezolano. Sin embargo, la inteligencia, la voluntad y la táctica, después de poco tiempo de constantes esfuerzos, hicieron nacer para la vida libre todo un Continente. No volvamos los ojos al pasado de nuestra política para compla-cernos en la crítica pesimista. Miremos los sucesos realizados para estimularnos y hacernos capaces de dominarlos. Y los dominaremos, si en un arranque de sublimidad, renunciamos los ecuatorianos a las aversiones personalistas y a las

304 Tomado de: José María Velasco Ibarra, “Discursos en la transmisión de mando” (Quito, 1 de septiembre de 1934), en Obras completas: “Mensajes presidenciales” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo XIII A, Quito, s. e. [Editorial Santo Domingo], s. f. [1974], pp. 3-22.

305 José Nicolás Baltazar Fernández de Piérola y Villena (Arequipa, Perú, 5 de enero de 1839 - Lima, 23 de junio de 1913), apodado El Califa, fue un político peruano, que ocupó la Presidencia del Perú en dos oportunidades: la primera, de facto, de 1879 a 1881; y la segunda, de jure, de 1895 a 1899. Según la opinión de algunos historiadores, es el más notable presidente peruano del siglo XIX, junto con Ramón Castilla.

MENSAJES Y DISCURSOS

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a las aspiraciones menguadas, y juramos concurrir con nuestra actuación, nues-tras iniciativas, nuestras opiniones, nuestros afanes a la única, gloriosa y tras-cendental obra: vigorizar por el bien a la patria ecuatoriana y hacer de América Hispana el campo de una humanidad más justa.

Indudable el desconcierto de la República. Indudable el enervamiento na-cional. ¿La causa? La falta de justicia. La falta de eficacia. Las oligarquías per-sonalistas. Se ha gobernado para determinadas personas y contados intereses y no se ha puesto decisión resuelta al servicio del afán ético del pueblo. Los Gobiernos desvinculados de las masas populares temen los oleajes de las mu-chedumbres. Cuando se gobierna para pocos, el clamor de la justicia produce situaciones de inestabilidad, desconfianza y desconcierto. Tenemos que cam-biarlo todo. Hagamos del Gobierno un desinteresado servicio nacional. Que el Gobierno viva conectado con la intuición y el sentimiento populares y que los clarifique. Les imprima adecuada técnica y les realice en la acción. Dejémonos de las vanas denominaciones y de las banderas sin ideal. Sirvamos a la Repúbli-ca. Sirvamos a las aspiraciones del bien indefinido y tendremos con esto lo bas-tante. Un jurisconsulto alemán habló hace poco, en Chile, de la juventud eterna del derecho. El mundo es constante aspiración, en verdad. Combatamos todos los días contra lo malo y lo vil que va quedando y, tengamos fe en el triunfo del pensamiento humano.

Hagamos práctica en el Ecuador la libertad humana. El maquinismo y las tendencias bolchevizantes viven planeando métodos para ahogar la libertad humana. Pero la conclusión es siempre la misma: sin libertad, la humanidad fracasa. La libertad es creación, iniciativa, invento, reforma. El esclavo se abate. No innova. Si queremos patria fuerte, formemos individuos libres. Libre la conciencia, libre el pensamiento, libre la palabra, libres los partidos, y veremos cómo surgen energías, se presentan puntos de vista, y brotan del suelo nacional actividades y eficacia.

Las libertades son fuentes de espontaneidad originales que enriquecen el cauce de la vida. El delito, la calumnia, el asesinato son anormalidades que enervan, desorientan, agotan. He aquí la diferencia entre libertad y libertinaje. La una, enriquecimiento. El otro, pobreza. Y he aquí cómo puede armonizarse perfectamente en un Gobierno el liberalismo y la disciplina. Libertad para lo que es creación y claridad. Energía inexorable para reprimir la subversión caó-tica, el latrocinio, la calumnia.

Mundo el moderno en que todos quieren saber y todos quieren explicarse. En que nada queda oculto y en que las gentes intervienen con pasión y acti-

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tudes amenazantes. Mundo el moderno de ideas y programas. Para dar a los programas e ideas coordinación y trascendencia práctica, existen los partidos políticos. Si no hay partidos políticos, reina la desorientación. Si los partidos políticos son sistemáticamente dejados, cesa la vitalidad nacional. Quiero ga-rantizar ampliamente la libertad de los partidos políticos. Deben ellos aspirar al Mando, y el modo para llegar a él: conquistar el fervor de las multitudes. Y la prueba que señala el partido político más eficiente: la libertad sincera y leal del sufragio. También contra el sufragio popular se han levantado las oligarquías de una parte, los anhelos bolchevizantes, del otro. El resultado, el mismo: donde no se respeta el sufragio popular, reina la intranquilidad, y se produce la rebelión. Países sólidamente constituidos: los que descansan en el sufragio popular libre.

No hay dogmas en política y administración. Ningún partido tiene derecho a decir: yo mandaré siempre, porque soy la absoluta verdad. Nadie sabe lo que es la verdad absoluta en política. La historia es un ensayo de verdades relativas con sed interna de llegar a la verdad absoluta. La historia es un cambio de ensayos. Los hombres que pagan impuestos y que, con su trabajo, sostienen el Estado, tienen perfecto derecho a que, desde el Gobierno, se pongan a prue-ba los diversos modos de concebir el humano problema. Cuando se respeta lealmente el sufragio, ningún partido puede eternizarse en el Mando. El Poder desgasta siempre todo partido. Los gobernantes pueden realizar todo lo que prometen. Y se produce la crítica, y viene la discusión. En cambio, en la masa ciudadana van surgiendo conceptos nuevos e idearios renovadores. La nove-lería estimula. El afán por lo desconocido entusiasma. Y, mediante el sufragio popular lealmente practicado, se garantiza de modo infalible la alternabilidad de los partidos en el Poder.

Inconvenientes graves para la práctica leal del sufragio popular son la ig-norancia y la pobreza. El ignorante se deja engañar. El pobre vende su voto. Pero estos inconvenientes son universales. Están llamados a desaparecer gra-dualmente por la generalización del bienestar y la cultura. Mediante una ley prudente consultada, exijamos que uno de los requisitos para ejercer el sufragio sea el certificado de estudios primarios. En todo caso, ventaja máxima del su-fragio popular es recoger las intuiciones espontáneas y certeras de las gentes. Y jamás debe justificarse que la fuerza pública, pagada por todos para amparar el derecho, y el Poder Público, órgano de legalidad, aplaste arbitrariamente a unos ciudadanos o los corrompan con el engaño. Hay que reconocer los defectos de las cosas e ir gradualmente disminuyéndolos.

Manteniendo el estricto laicismo de la enseñanza pública, sostenida me-diante impuestos, un Gobierno liberal ha de respetar y aun mirar con bene-

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volencia la libertad de enseñanza. En todos los países se respeta la libertad de enseñanza. En Inglaterra y en Chile; en Holanda y en Colombia; en Francia y en la Argentina. Esta libertad es particularmente útil al Estado, porque aumen-ta el número de personas que luchan contra el analfabetismo. Esta libertad es una de las más preciosas, porque sistematiza la de hablar y de pensar, y porque arranca del amor a las ideas y del anhelo de infundirlas. Esta libertad es la más natural. Si el padre se comunica con sus hijos y los dirige, tiene derecho a buscar para ellos la mejor escuela. La enseñanza y la educación, cuando son realmente bienhechoras, son efecto del amor, arrancan del sentimiento. El Estado no es fuente de amor. El Estado carece de sentimiento. El Estado debe difundir por todas partes la enseñanza oficial, aunque sea seca; y reemplazar la emoción que empapa la enseñanza libre con una decencia sinceramente cívica y realmente técnica. Yo miraré con benevolencia la libertad de enseñanza.

En la enseñanza pública, el laicismo será criterio imperante. El Estado mo-derno, sustentado por todos los ciudadanos, ha de ser neutral en medio de las luchas de conciencia. Tiranía, imponer por parte del Estado un dogma cual-quiera, religioso o socialista. Plenas garantías para los actuales profesores de los establecimientos públicos. Pero, si abandonando sus deberes profesionales y técnicos, quieren desarrollar proselitismo, dejen las filas del magisterio oficial y funden establecimientos particulares en donde, a condición de respetar las leyes de orden público, plenamente garantizados serán por el Gobierno.

El Gobierno tratará de difundir la enseñanza en toda la medida de las posi-bilidades económicas. Constituye necesidad particular la escuela rural destinada a levantar la capacidad técnica y, sobre todo, la conciencia del campesino. Se procurará desterrar de los establecimientos de instrucción pública el programa recargado, el concepto libresco, el trabajo agotador, y se harán esfuerzos para desenvolver gradualmente la personalidad del educando en todos los sentidos, ayudándole a ponerse de frente de sí mismo y en frente de las cosas para que aprenda a regirse a sí mismo y a regir las cosas.

Os pido que, confiriendo al Estado el monopolio de otorgar certificados de instrucción primaria y títulos académicos, reforméis ciertas disposiciones vigentes, permitiendo que las escuelas y colegios libres determinen con auto-nomía sus planes y horarios, ensayando así libremente métodos pedagógicos. El progreso pedagógico supone la libertad para ensayar métodos.

Dignaos fomentar la enseñanza profesional. Sin ella el hombre hispanoa-mericano no podrá llenar la misión que le incumbe. ¿De qué nos aprovechan las cosas sin el hombre que les da sentido? Formemos el hombre. Lo demás vendrá de suyo. El hombre, mediante la técnica, sorprende el egoísmo de la mina; mediante el vuelo del pensamiento domina cordilleras y mares.

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El país exige una nueva era que se singularice por la disciplina y moraliza-ción. Hay que reprimir la subversión caótica, la calumnia, los fondos públicos, el robo, la ratería. Es preciso impedir esas bárbaras indelicadezas con los fon-dos públicos, esos gestos inútiles de los dineros del Estado, esos paseos al exte-rior con múltiples pretextos y sin finalidad de servicio sincero. La diplomacia ha de ser considerada, no como ocasión de paseos y premios sin base, sino como el moderno, civilizado y humano método de batalla. La diplomacia es la técnica de las fuerzas psicológicas internacionales.

Matador el indeferentismo ante la patria y las causas de la humanidad. Vital recordar a los ciudadanos sus obligaciones respecto al bien público, inspirán-doles la conciencia de la responsabilidad como miembros de la sociedad huma-na. El Estado no es profesor de moral. Obedeciendo el bien y practicándolo inexorablemente es un factor de moralización. La orientación moral de un país es necesariamente influida por la actitud ética del Gobierno y por el espíritu que irradia de la administración. Cuando cada funcionario ocupe su puesto y cumpla su deber con lealtad, la sociedad aprovechará de la tendencia que emane de las esferas oficiales.

El más angustioso problema es ahora el económico. La defensa nacional, las leyes de protección obrera, la asistencia y la escuela: todo supone dinero, todo depende de la restauración económica del país. Si acusa a los Congresos de incapacidad para afrontar los modernos problemas políticos y sociales. No creo en la acusación. Los Parlamentos que han colaborado en la de Doumer-gue306, de Roosevelt307, demuestran que, cuando hay patriotismo, decisión y es-píritu de sacrificio, las Asambleas representativas son muy aptas para resolver dificultades y vencer inconvenientes. No todos los miembros de las Asambleas representativas son técnicos ni pueden convertirse en técnicos. Pero es supre-ma sabiduría conocer la propia limitación y saber quién puede superarla. Es su-prema acción sostener moralmente la labor del capacitado. Es suprema virtud intuir el saber ajeno y permitirle que se desenvuelva.

Olvidemos las antipatías personales y los prejuicios de todo orden, y con-sideremos solo la necesidad de vigorizar la patria y de prestigiar la obra de los

306 Pierre-Paul-Henri-Gaston Doumergue (Aigues-Vives (Gard), 1 de agosto de 1863 - Ai-gues-Vives (Gard), 18 de junio de 1937) fue Primer Ministro de Francia entre 1913 y 1914 Presidente de Francia entre 1924 y 1931.

307 Franklin Delano Roosevelt (Hyde Park (Nueva York), 30 de enero de 1882 - Warm Springs (Georgia), 12 de abril de 1945) fue un político, diplomático y abogado estadounidense, que alcanzó a ejercer como el trigésimo segundo presidente de Estados Unidos y ha sido el único en ganar cuatro elecciones presidenciales en esa nación: la 1ª en 1932, la 2ª en 1936, la 3ª en 1940 y la 4ª en 1944.

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Congresos ante los pueblos modernos. El mejor remedio contra toda tendencia dictatorial contemporánea, la labor eficaz de los Parlamentos que les conquista la fe de las multitudes. Tengo seguridad que vosotros, muy Honorables Repre-sentantes de la Patria, expediréis las leyes indispensables para dominar el caos económico en que nos hallamos, caos que está comprometiendo la vida nacio-nal y el futuro de nuestro pueblo.

Me veo obligado, para que se aquilate debidamente el mal y se aprecie la necesidad del esfuerzo que debemos emplear, a recordar el origen del fracaso económico y fiscal. En un prestigioso diario liberal de Quito, en “El Día” de 14 de marzo de 1931, se leen las apreciaciones siguientes: Sabemos muy bien que el Poder Ejecutivo, desde que fue de hecho hasta hoy, no ha sufrido de otra cosa que por el Estado fiscal. Creyó reconstruir a la República abrumándola de contribuciones en tal forma que alguien con fino acierto se imaginó al Go-bierno con un microscopio, descubriendo hasta los microbios para gravarlos. Esto en los precisos instantes en que se precipitaba el cacao en la runa de las pestes y cuando en el mundo se esbozaba la caída de los precios, y cuando es-pecialmente, la economía ecuatoriana, afectada en su primera riqueza, agobiada por los cracks bancarios y desnuda en su impotencia, no había aún merecido, como no lo merece hasta hoy, el apoyo inteligentemente sistematizado que la levantará de su edad primitiva. Porque la economía no le ha interesado a este Gobierno, calificaba de insidiosos y malévolos a quienes le señalaban el error de su política, y en solemnes documentos oficiales afirmaban riqueza suficiente para llevarse a las Cajas, sin averiguar por cierto, si era renta o si era capital lo que afluía al tonel codicioso y sin fondo de ese imperio pintoresco. Absorbió las rentas, a título de reajustar el Presupuesto el valor legal de la nueva moneda, sin reparar en que ese valor era el comercial efectivo, ya ajustado en la práctica, y después echó mano de los capitales consumiéndolos en gran medida. Cuando vino Kemmerer308 en 1926 encontró que el país tenía potencialidad. En 1931

308 “16 de octubre de 1926: La Misión Kemmerer llegó al Ecuador para modernizar el Estado y reestructurar el sistema bancario del país. Esta fue una de las metas del presidente Isidro Ayora, al asumir el gobierno en abril de ese año. La propuesta del grupo, presidido por el profesor de Prince-ton, Edwin Walter Kemmerer, consistía en corregir las deficiencias administrativas en el manejo de las finanzas, en un nuevo diseño económico, que lo pusiera a la altura de otros países del continente y del mundo. Tras un período de análisis de la situación, una de las primeras acciones consistió en fundar el Banco Central del Ecuador que, a partir de ese entonces, fue el único organismo que emitió legalmente billetes y monedas. Se aprobaron leyes bancarias, aduaneras y fiscales; se creó la Contraloría General de la República, la Superintendencia de Bancos, la Dirección General del Tesoro y la Dirección General del Presupuesto, entre otras entidades, y se reguló la nueva estructura de la moneda. La mayoría de las acciones del gobierno, a partir de los informes de la Misión Kemmerer, fueron provechosas para sanear las finanzas del país” (Fuente: Diario Hoy).

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que regresó, no tuvo más que exclamar: el Ecuador no tiene capital. En qué gastó el Gobierno los montones de oro con que ofrecía rescatar, como al infeliz emperador Atahualpa309, a la nación de su retraso, será cuestión que se revele algún día; porque la ficción de las obras públicas y de fomento económico no ha dejado sino débiles arañazos en las cordilleras, repartidos, eso sí, política-mente para engaño de los pueblos. Lo anotamos simplemente ahora, porque agotadas las rentas, consumidos los capitales y mendicante el país, el Gobierno participa, al fin, de esa situación, pierde los bríos ante la verdad de los hechos y se limita todavía a acusar al Congreso que él mismo inspirara como culpable de la crisis fiscal. Es el Presupuesto desequilibrado lo que le duele y le preocupa; la restricción de gastos no empezó sino desde que se produjeron las fallas de las recaudaciones; la afiebrada busca de la cooperación, de los consejos y de las iniciativas de fuera del estrecho círculo oficial, se advierte ahora, cuando la víctima no tiene más sangre.

He aquí las causas del desastre: falta de planes administrativos, ausencia de obras públicas reproductivas, búsqueda de popularidad barata, falta de escru-pulosidad financiera, ninguna visión del porvenir de las generaciones.

Hace dos años y medio el valor actual. La política de crédito basada en la emisión de billetes para necesidades fiscales en gran parte, ha desvalorizado la moneda en forma nunca producida en nuestra historia. El Presupuesto nacio-nal, en los últimos años, se ha llenado mediante préstamos exigidos al Banco Central y consentidos luego por éste. La deuda nacional, en dos años, ha pa-sado de ocho a veintiocho millones. Leyes inconexas, llamadas de emergencia, han producido la desconfianza y el acoquinamiento del capital, cuando no la fuga desesperada de éste. El sistema bancario está desorganizado y debilitado. Tenemos un pequeño ejército de desocupados y de necesidades insatisfechas, y, al mismo, tiempo, carencia normal de brazos. La inversión fiduciaria no ha sido utilizada debidamente. Los precios, inciertos. Impera una desconcertante falta de protección a la vida, bienes y trabajo. Alarma la incertidumbre legal en deudas y créditos. Los mercados de importación, clausurados. La importación, creciente, como efecto de la política de crédito y de la tendencia del Fisco a llenar sus Presupuestos con billetes de banco. Existe cierta holgura para la industria y el comercio; pero hay tribulación y ahogo para el asalariado y para el dependiente de sueldos y jornales percibidos en moneda depreciada. Espan-

309 Atahualpa fue el decimotercer inca y, pese a que tuvo sucesores nombrados por los españo-les, está considerado como el último gobernante del Imperio incaico.

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toso el desequilibrio entre importaciones y exportaciones. Con abundancia se importa lo superfluo. El número de aparatos de recreo, es relativamente fabu-loso. En el primer semestre de este año, por 115 camiones se han importado 92 automóviles.

De 1926 a 1931 agotamos los recursos económicos del país. Desde 1932 vamos a la deriva en el océano de decretos de emergencia. Ante el desastre, hemos renunciado a la lucha coordinada. Hemos vivido en el abandono, preo-cupado cada cual de su interés personal y momentáneo.

Dignaos, Honorables Legisladores, olvidar aversiones y perjuicios y hacer el esfuerzo heroico de salvamento. Necesitamos economías. Eficaz administra-ción de los fondos públicos, un Presupuesto equilibrado. Consejo consabido de todo economista para vencer las angustias fiscales: economías y Presupuesto equilibrado. Recordad las dos normas fundamentales aprobadas en la Confe-rencia de Bancos Centrales sudamericanos, realizada en Lima, hace tres años. “Siendo la cuantía del medio circulante factor fundamental en el valor de la mo-neda, es de capital importancia. : 10 Asegurar el equilibrio del presupuesto para evitar que el Gobierno se vea en el caso de recurrir al Banco Central, en de-manda de créditos que se traducen en inflación del medio circulante. ; 20 Dejar exclusivamente en manos del Banco Central la regulación del medio circulante, por medio del descuento y redescuento de documentos que provengan de ope-raciones agrícolas, industriales o comerciales, en los términos específicamente determinados en las leyes orgánicas de los Bancos Centrales”.

Vosotros, auxiliados por los datos del Ministerio de Hacienda, estáis en el caso de expedir una de las supremas leyes de salud nacional: un presupuesto equilibrado. Aumentad los sueldos de los empleados de jerarquía administrativa inferior. Elevad la condición de los profesores del campo. Aumentad el número de agentes de Policía y elevad su condición económica. Pero suprimid cargos inútiles y disminuid los sueldos que pasan por determinado valor sin considera-ción de la jerarquía del funcionario. No hay economía pequeña, porque siempre hay necesidades insatisfechas.

El movimiento político que triunfó en las elecciones populares del 14 y 15 de diciembre de 1933 ofreció al país proyectos legislativos de reconstrucción fiscal, económica y social. En estas materias, singularmente en lo económico y fiscal, la buena voluntad de trabajar, la honradez no son suficientes para im-primir adecuado rumbo. Asuntos de moneda, de Bancos, de crédito, requieren conocimientos teóricos y versación práctica. Después de la Gran Guerra el problema económico presenta asuntos de suma novedad. Puede decirse que ha

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nacido una nueva ciencia monetaria. El estadista financiero ha de tener visión amplísima. Fenómenos económicos, separados entre sí, aparentemente, produ-cen repercusiones impensadas. Un impuesto es capaz de influir en todo el sis-tema bancario, en la agricultura y en la industria, en la situación de los obreros, en los movimientos políticos.

Dada la gravedad del asunto económico y lo hondo de su carácter, me afané por buscar la cooperación del señor Víctor Emilio Estrada310, uno de los pocos economistas verdaderamente doctos con que cuenta el país, autor de obras fundamentales, y que, a la técnica, une dotes de administrador. El señor Estrada, después de meditar maduramente, resolvió dedicar su capacidad al ser-vicio de la República. En la carta en que se dignó manifiestamente su patriótica resolución, me dice: “Cumpliendo con mi ofrecimiento de estudiar y preparar para Ud. un plan de reconstrucción económica nacional, practicable en el Go-bierno que presidirá, me permito enviarle el resultado de mi trabajo...” “El Plan que ofrezco a su estudio y al de las personas que Ud. considere útil consultar está desarrollado en forma integral por lo que se refiere a los aspectos funda-mentales del problema económico nacional, y, naturalmente, no comprende ningún asunto de importancia secundaria, de detalle o superficial”. “Ni círculo, ni bancocracia. Si voy a servir en su Gabinete al país, voy SOLO. Durante la etapa decisiva de mi vida he luchado solo y he vencido solo”.

La actitud y las palabras del señor Estrada espero que os inspiren confian-za. Sus capacidades técnicas fueron juzgadas de la manera más satisfactoria por el sabio maestro Guillermo Subercaseaux311, Presidente del Banco Central de Chile y autor de obras de valor universal.

Os ruego que estudiéis el plan del señor Estrada con fervor patriótico. Re-formad lo que deba ser reformado, pero dad al Gobierno las normas indispen-sables para el restablecimiento económico nacional y mejorar la condición de trabajadores y desocupados. Os recomiendo especialmente el proyecto de ley sobre movilización del esfuerzo agrícola del país y su organización provisional de la moneda y cancelación de la deuda del Estado al Banco Central. Si no fo-mentamos la creación de riqueza, la ruina fiscal será definitiva, a plazo corto. Si carecemos de una medida de valores, que nos dé base para el esfuerzo económico necesario, a fin de ir mejorando la balanza de pagos, el trabajo creador es impo-

310 Se refiere al banquero guayaquileño Víctor Emilio Estrada Sciacaluga, hijo del ex presidente de la República Emilio Estrada Carmona.

311 Ramón Guillermo del Carmen Subercaseaux (Santiago, 14 de abril de 1872 - Santiago, 6 de marzo de 1959), ingeniero civil y economista chileno.

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sible. Nadie sabe lo que debe ni lo que le deben. Si bien que la estabilización sin esfuerzo económico creador, producirá una nueva desvalorización. Pero estamos resueltos al esfuerzo económico creador. Y éste es imposible sin una medida monetaria de valores. Pueblo que ante las dificultades no hace sino ponderar y exagerar los inconvenientes que para todo se presentan, es pueblo a desaparición pronta condenado. No nos detengamos únicamente ante el análisis. Hagamos la síntesis. No nos contentemos con negar. Afirmemos. No nos reduzcamos a desconfiar. Confiemos. Demos poder. Pero, a tiempo debido, seamos inexorables en exigir el máximun de responsabilidad. Hay que combinar la eficacia con la de-mocracia. Hemos presentado nuestro plan. En vuestras manos el hacerlo eficaz. Más tarde volveremos a tomar la responsabilidad de ejecutarlo.

De acuerdo con los estudios del señor Estrada, os ruego que suprimáis el Estanco de Tabaco, y que ordenéis los estudios preparatorios para la supresión del Estanco de Aguardientes. La justificación del sistema de Estancos es su-perficial y, en definitiva, parte de la idea de que es imposible asegurar la eficaz recaudación de los impuestos al aguardiente y al tabaco. Pero no es todo recau-dar abundantes impuestos. Se debe ver el problema en todos sus aspectos. Hay también que respetar la libertad de los productores y pequeños propietarios y no se puede impedir arbitrariamente el desenvolvimiento del trabajo sin ultrajar la libertad y extinguir energías creadoras. Nada más tiránico que el modo como se hace efectiva la ley sobre el Estanco de Alcoholes, Aguardientes, Tabaco. Quien ha comprado una pequeña propiedad por el rendimiento especial que de ella esperaba, se ve obligado por obra de una orden arbitraria a no cultivar sino determinados sitios y a dejar incultos fecundos terrenos. Otras veces la ar-bitrariedad y las preferencias se efectúan en la compra de los productos. Todos confiesan que el sistema de los Estancos ha producido graves quebrantos en la agricultura. Son los pueblos –y no un político– los que claman por la supresión de los Estancos. Buscad un método que armonice el rendimiento impositivo y la libertad del productor. Para defender al pequeño propietario no hay que acoquinar a todos, sino desarrollar las instrucciones admirables que estudia la Economía moderna. Algunos pretenden justificar los Estancos como un ensa-yo de socialismo. Pero, en fin, el socialismo aspira a ser un sistema coherente y no una suma de absorbencias inconexas y arbitrarias.

El Estanco de Aguardientes y Alcoholes no disminuye el alcoholismo. El alcoholismo no se disminuye tendiendo a fomentarlo para cobrar más impues-tos. Contra el alcoholismo, la educación, la propaganda de la sobriedad, de la energía y de la higiene.

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La buena administración de las obras públicas es indispensable para el bienestar económico y financiero. Por amor a la patria no desperdiciemos la poca cantidad de dinero destinada a obras públicas en una serie de trabajos de importancia local que no se acaban nunca, porque la módica suma disponible para cada uno de ellos queda casi absorbida por Ingenieros, Ayudantes, Topó-grafos, capataces, obreros, etc. El Ecuador es una unidad. El progreso de ésta se traducirá en beneficio de las provincias. Ninguna provincia, debilitada la uni-dad ecuatoriana, se desarrollará vigorosamente. Realicemos las obras públicas siguiendo un orden de importancia. Atendamos, primero, a las más trascenden-tales y fructuosas. Expliquemos el plan de obras públicas a los pueblos y no encontraremos oposición. Los pueblos son comprensivos. Los hombres de Estado han de preocuparse con lo fundamental, con lo que prepara el porvenir.

Las carreteras Quito-Esmeraldas, Quito-Manabí, Cuenca-Loja-Piedras formarán la unidad geográfica y económica del país, y resolverán el problema de nuestro mercado interno. Tenemos la unidad política del país. Hemos des-cuidado de crear la unidad geográfica y comercial. Y nos quejamos de nuestro atraso... La producción no sirve para nada sin el transporte y el consumo. Pro-ducción, transporte y consumo internos significan menos importación y esti-mulan la exportación. Con estas condiciones, la balanza económica mejora. La moneda convalece, y, en nuestro caso, la Ley de Estabilización Monetaria será el prólogo de un posible y futuro bienestar. Una parte de la diferencia resultante de la valorización de las reservas del Banco Central, prevista en el proyecto de Ley de estabilización, puede servirnos para la obra magna de unificar geográfi-ca y comercialmente la República mediante la obra que os he propuesto. Como en todas las desvalorizaciones modernas, por ejemplo, las de Francia y Bélgica, después de la guerra, la valorización sobre la existencia de oro en los Estados Unidos se adjudicó al Tesoro Nacional para obras de vital importancia, ya que, pensar en empréstitos, en el actual momento, sería eminentemente descabe-llado. Terminar el saneamiento de Guayaquil es obra de utilidad general y de decoro patrio. El gran puerto en que nació Rocafuerte y en donde el impulso generoso tiene su cuna, debe dar seguridades para la vida y relativa comodidad a los que en él viven o a quienes quieran visitarlo. Necesitamos impulsar decidi-damente el sistema de comunicación fácil, rápido y seguro que una Ibarra con San Lorenzo, cumpliendo así un imperativo de la historia y haciendo honor a los que fundaron la romántica urbe vecina del Lago incomparable.

¿Cómo no hacer esfuerzos para comenzar la construcción del edificio para el Colegio Vicente Rocafuerte de Guayaquil y para posibilitar la construcción del Palacio Legislativo en Quito?

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He aquí un cuadro de obras fundamentales. No lo perdáis de vista. Aten-dedlo, según la precedencia que vuestra sabiduría os dicte.

Pensar en el federalismo, me parece un atentado contra la patria. Tres o cuatro Presidentes autónomos, elegidos por sufragio popular; tres o cuatro sistemas de Asamblea Legislativa serían un desperdicio de fuerza y una dismi-nución de coherencia nacional. Descentralizar los recursos fiscales y volver al sistema de Juntas para la realización de obras de carácter nacional o fiscal, sería matar la noción unitaria y vigorosa del Gobierno. La Carta Fundamental orde-na que todos los ingresos ordinarios constituyan un solo fondo, denominado “Fondo General del Tesoro” y destinado a todos los egresos ordinarios. Pero es urgente organizar con prudencia la descentralización administrativa en su sentido técnico y profundo. Así como el Municipio tiene autonomía y dispone de sus fondos para las obras municipales. Así la provincia debería disponer con libertad de los fondos indispensables para los servicios provinciales. En suma, despertemos la vida provincial. Por acucioso que sea un Ministro, es imposible que imprima rumbo eficiente desde Quito a los servicios locales de Loja, o de El Oro, o del Carchi. La provincia interesada directamente en sus caminos, industrias, agricultura, comercio, ríos, campos, colonización de éstos, es la lla-mada a administrarlos. Produciríase así un ahorro para el Fisco y se aumentaría la bondad administrativa. Los trabajos serían vigilados directamente por los in-teresados en ellos. Se aumentaría el patriotismo. Se ama una patria comprensiva y liberal. Se tiene resentimiento contra una patria cuyo centro progresa y cuya periferia yace en el abandono. Los Municipios de las capitales de provincias con ciertas modificaciones orgánicas, podrán recibir atribuciones provinciales. El progreso material se desenvolvería así armónicamente, y tengo seguridad, que aún el adelanto mental del país adquiriría impulso.

Os pido que adoptéis las medidas necesarias para que tengamos pronto Códigos de procedimiento en consonancia con la vida moderna: justiciera, in-dustrial, dinámica. Necesitamos de jueces virtuosos para tener justicia impar-cial, y, como consecuencia, seguridad en las relaciones íntimas y fundamentales de la vida. La justicia civil es lo más cercano al individuo, sin ella vaciedad resulta el aparato lejano y externo del progreso administrativo. Nuestro gran Rocafuerte, que todo lo antevió lo dijo en 1839: “La imparcial administración de justicia, que pone la vida y los bienes del ciudadano al abrigo de todo insulto, es el gran fin de la sociedad civil, y el verdadero mérito de toda organización judicial consiste en asegurar una perfecta imparcialidad en el juez, prefiriendo esta cualidad aun a la ciencia misma. No puede haber imparcialidad sin inde-

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pendencia en el modo de vivir, y sin las cualidades morales, que son el resultado de una buena educación religiosa, política y literaria”.- Dad eficacia por medio de la ley a las sentencias de uno de los más sabios estadistas americanos. Así como se requieren ciertas condiciones para ser Ingeniero, Médico o Abogado, para ser juez, se debería llenar ciertos requisitos intelectuales y éticos. No hay democracia sincera donde no hay administración de justicia pronta y acertada.

Iberoamérica constituye una nación en varios Estados dividida. Si los más profundos anhelos humanos ahora hacia la solidaridad y la paz activa desti-nada a vencer la ignorancia, el infortunio y la pobreza, nuestro privilegiado Continente dispone de todos los elementos sociológicos, base y fundamento de cooperación y unidad. El mismo idioma, la misma tradición e idéntico ho-rizonte jurídico. La misma cultura. Análogos defectos. Cualidades parecidas o complementarias. Lo que Briand312, ese francés admirable, quinta esencia de su raza, tanto extraño en Europa, en Iberoamérica lo tenemos dado por la historia y por la naturaleza. Y sin embargo acentuamos las pequeñas discrepancias, y no queremos entendernos amigablemente para resolver las dificultades fronte-rizas, y tenemos desconfianzas injustificadas y las fomentamos, y estallan odios y la guerra destroza nuestras patrias.

Levántense contra tanta miopía las juventudes iberoamericanas. Para extin-guir la guerra prediquen la Justicia. Reemplacen con los arreglos pacíficos, con el arbitraje universal y obligatorio los asesinatos colectivos. Y fíjense que en el Continente nuevo está planteándose nuevamente el problema del hombre. El individualismo mecánico y el socialismo mecánico, son dos modalidades del fracaso de la cuestión del hombre. Tradiciones constitucionales que todos las conocéis, predispones a Iberoamérica para dar saludable solución al complejo asunto de la organización humana. Armonizar la disciplina social con la fina-lidad del individuo; procurar que libertad y autoridad hagan a cada individuo más consciente, más fuerte, más autónomo, más sociable: he aquí la meta. Si las naciones iberoamericanas continúan divididas, fracasa la misión histórica de Iberoamérica. En mi última gira comprobé la unidad de nuestras Repúblicas.

312 Aristide Briand (Nantes, 28 de marzo de 1862 - París, 7 de marzo de 1932), político fran-cés considerado uno de los precursores de la unidad europea. En 1930 elaboró el Memorando Briand, una propuesta generalizada de integración política que advocaba por la unión intergubernamental con infraestructuras institucionales propias al interior de la Sociedad de Naciones.

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En la patria de Caldas313 y de Nariño314 –inmensos genios de la raza, mártires, sabios y maestros–, en la de Unánue315 y Gonzales Prada316, en la de Murillo317 y Santacruz, en la de O’Higgins318 y Lastarria319, en la de Alberdi y Sarmiento, las multitudes se entusiasman al escuchar las palabras justicia integral, democracia, cooperación económica. Nuestros pueblos quieren que se rompan las barreras aduaneras y que se establezca el mercado Iberoamericano. Estímulo para la gran producción iberoamericana, para que se desarrolle económicamente el Continente y para que leyes sociales justicieras tengan cómo establecer la mejo-ra material y moral del obrero. No hay razón para desconfiar de la potencialidad de nuestra raza. La solidez democrática de Colombia, los establecimientos de

313 Francisco José de Caldas y Tenorio (Popayán, octubre de 1768 - Santafé, octubre de 1816), científico, militar, geógrafo, botánico,astrónomo, naturalista, periodista, prócer y mártir colombiano. Por su erudición y vastos conocimientos sobre tantas disciplinas fue conocido entre sus contemporáneos como El Sabio, epíteto con el cual pasó a la historia de Colombia.

314 Antonio Amador José de Nariño y Álvarez del Casal (Santafé, 9 de abril de 1765 - Villa de Leyva, 13 de diciembre de 1823) fue un periodista, político y militar neogranadino de destacada ac-tuación en los albores de la independencia del Virreinato de Nueva Granada. Junto a Pedro Fermín de Vargas, Francisco de Miranda, José Cortés de Madariaga y Eugenio Espejo, se le considera precursor de la emancipación de las colonias americanas del Imperio español.

315 José Hipólito Unanue y Pavón, (Arica, Virreinato del Perú, 13 de agosto de 1755 - Cañe-te, 15 de julio de 1833), fue médico, naturalista, meteorólogo, catedrático universitario, político, pre-cursor peruano de la independencia, reformador de la medicina y fundador de la escuela de medicina de San Fernando, actualmente facultad de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Destacó tam-bién como miembro de la Sociedad de Amantes del País y colaborador del Mercurio Peruano, publicación ésta que tanta importancia tuvo para el fortalecimiento de la idea de la patria peruana en las postrimerías de la colonia. Como político colaboró con los últimos virreyes del Perú, y luego con los libertadores José de San Martín y Simón Bolívar, actitud que no debe ser interpretada como acomodaticia, sino como un loa-ble deseo de servir al país en el que nació, aportando su talento. Fue ministro de Hacienda (1821-1822 y 1824-1825), ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores (1824 y 1825) y presidente del Consejo de Gobierno (1825-1826), cargo éste último que correspondía a la más alta función ejecutiva de la nación. También fue diputado y presidente del primer Congreso Constituyente del Perú (1822-1823).

316 José Manuel de los Reyes González de Prada y Álvarez de Ulloa, conocido como Manuel González Prada (Lima, 6 de enero de 1844 - Lima, 22 de julio de 1918), fue un ensayista, pensador anar-quista y poeta peruano. Fue la figura más discutida e influyente en las letras y la política del Perú en el último tercio del siglo XIX. Como ensayista es considerado uno de los mejores de su patria, destacando por sus feroces críticas sociales y políticas, tendencia que se acentuaría después de la Guerra del Pacífico, la mayor catástrofe bélica de la historia republicana peruana. Ejerció también como Director de la Bi-blioteca Nacional del Perú (1912-1914 y 1915-1918).

317 Pedro Domingo Murillo, (1757 - 1810), patriota del Alto Perú, considerado precursor de la independencia de Bolivia.

318 Bernardo O’Higgins Riquelme (Chillán, 20 de agosto de 1778 - Lima, 24 de octubre de 1842) fue un político y militar chileno.

319 José Victorino Lastarria Santander (Rancagua, 23 de marzo de 1817 - Santiago, 14 de ju-nio de 1888), escritor, político y revolucionario chileno.

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beneficencia pública del Perú, los esfuerzos austeros de la democracia bolivia-na, la tradición cívica y el vigor industrial de Chile, el desarrollo económico y mental de la Argentina inspiran confianza en los destinos del Continente, patria magna de Andrés Bello320, de Montalvo y de Rodó321.

Quiero hablar con toda franqueza de la dificultad limítrofe que tenemos con el Perú, nuestra hermana del Sur. Cuando tuve a honra visitar la nación del Virreinato encontré en las muchedumbres, en representantes de la intelectua-lidad y en el Excmo. Presidente General Benavides322, buena voluntad para un arreglo rápido y equitativo con el Ecuador. La preocupación por toda obra de asistencia me manifestó que los hombres de Estado peruanos desean aplicar en su política los principios de la justicia integral. Lo que ha faltado entre nuestros pueblos iberoamericanos es la recíproca comprensión.

La comprensión es resultado de las explicaciones francas y de la exposi-ción sincera de los puntos de vista. Espera fundadamente que el Ecuador y el Perú, haciendo que las cuestiones internacionales floten sobre los eventos de la política interna, lleguen a una transacción pronta, amigable y equitativa, en la que se consulten los intereses vitales de ambos Estados y se reconozca a cada país las zonas indispensables para su desarrollo económico y comercial. En un continente con vastísimas tierras, resultan absurdas las discrepancias por causas territoriales. Cualquier sacrificio razonable en una transacción estaría más que compensado en un futuro de solidaridad económica y jurídica. Ya lo dijo una presente figura del Perú contemporáneo, Javier Prado323, en 1905: “Si hoy más que nunca el interés general de los pueblos es alcanzar su engrandecimiento por el camino del orden, de la paz y del progreso, ello es aun más imperioso en

320 Andrés de Jesús María y José Bello López (Caracas, 29 de noviembre de 1781 - Santiago, 15 de octubre de 1865) fue un filósofo, poeta,traductor, filólogo, ensayista, educador, político y jurista venezola-no-chileno de la época pre-republicana de la Capitanía General de Venezuela. Considerado como uno de los humanistas más importantes de América, contribuyó en innumerables campos del conocimiento.

321 José Enrique Camilo Rodó Piñeyro (Montevideo, Uruguay, 15 de julio de 1871 - Palermo, Ita-lia, 1 de mayo de 1917) escritor y político uruguayo. Era un intelectual, activo en la política de su país y ensayista uruguayo cuyas obras señalaron el malestar finisecular hispanoamericano con un estilo refinado y poético, típico del modernismo. Sus ideas fueron basadas en un aprecio de la tradición greco-latina.

322 Óscar Raimundo Benavides Larrea (Lima, 15 de marzo de 1876 - Lima, 2 de julio de 1945), fue un militar y político peruano, Presidente Provisorio del Perú en dos ocasiones, de 1914 a 1915 y de 1933 a 1939. En 1940, el Congreso de la República le confirió el rango de Gran Mariscal.

323 Max Javier Prado y Ugarteche (Lima, 3 de diciembre de 1871 - Lima, 25 de junio de 1921), fue un historiador, filósofo y abogado peruano. Ocupó el rectorado de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos desde 1915 a 1920. Asimismo ejerció cargos políticos en su país, siendo senador por Lima, Canciller, Ministro de Gobierno, Primer Ministro, ministro plenipotenciario en Argentina y Vocal de la Corte Suprema de la República del Perú.

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los países americanos, que necesitan el esfuerzo laborioso y perseverante, la po-blación, el capital, la tranquilidad, y el prestigio duraderos para desarrollar sus elementos de vida y de progreso, aún embrionarios, y para labrar su felicidad. Si estos países pierden la orientación del objetivo de su porvenir, para tomar el oscuro y peligroso camino de la enemistad y de la discordia, agotarán en él sus energías y arrastrarán una existencia convulsionada y estéril”.

Y en el Palacio de Pizarro, hace un mes, el actual ilustre Jefe de la Nación Peruana expresó con sabiduría: “Hoy para satisfacción nuestra, las mejores orientaciones de la sociabilidad internacional han hecho ver que las cuestiones de límites es preciso contemplarlas y resolverlas con un estudio atento de la rea-lidad de la vida y de las complejidades que ella encierra... Afortunadamente, el convenio que debe normar el arreglo de nuestra diferencia limítrofe contempla la fórmula mixta por negociación directa o por fallo arbitral. Las conferencias que se han iniciado, aunque momentáneamente retardadas, por circunstancias insuperables, y la cordialidad de nuestras recíprocas relaciones, permiten es-perar con serenidad su resultado que vendrá a afirmar la brillante situación de adelanto que alcanzarán el Perú y el Ecuador, mediante una solución en que im-peren normas de derecho, justicia y equidad, a satisfacción de ambas naciones”.

No puede plantearse con más profundidad nuestro problema limítrofe. El criterio del ilustre Mandatario peruano es el único que satisface plenamente la conciencia americana sedienta de paz y de justicia. Por esto el Ecuador que, para dar base a un avenimiento decoroso invoca como títulos jurídicos Cé-dulas de erección, esfuerzos colonizadores y un Tratado vigente con sentido clarísimo a la luz de la hermenéutica jurídica, desea inspirarse para el arreglo en anhelos ampliamente americanistas. Sin pretensiones extremas, sin prejuicios ni desconfianzas, deseamos un entendimiento que ahuyente toda sombra de intranquilidad y mancomune nuestros esfuerzos jurídicos y económicos con perspectivas hacia la amplia solidaridad bolivariana y la más amplia asociación iberoamericana.

Creo en la inmutabilidad profunda del derecho. Pero éste rige la vida adop-tando modalidades distintas, según los distintos hechos que informa. Ésta la causa para la existencia de un derecho especial internacional iberoamericano. Sin culturas diversas en constante desafío. La Sociedad de Naciones324, el arbi-traje universal y obligatorio, la codificación del derecho internacional público

324 La Sociedad de Naciones (SDN) fue un organismo internacional creado por el Tratado de Versalles, el 28 de junio de 1919. Se proponía establecer las bases para la paz y la reorganización de las relaciones internacionales una vez finalizada la Primera Guerra Mundial.

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y privado, la Doctrina Tobar325 relativa al reconocimiento de los Gobiernos de hecho, y la Doctrina Drago326 respecto a las deudas públicas de los Estados, encuentran en el Continente nuestro un ambiente propicio y fecundo.

El fervor iberoamericano no ha de impedirnos nunca las relaciones con los demás continentes, especialmente, con Europa, muestra de la cultura moderna, y cuna doctrinal y emotiva de los derechos del hombre y del ciudadano. Que el Ecuador ocupe la primera fila en todo esfuerzo moral por la mejora de los hombres. De una manera especial os pido que aprobéis el ingreso del Ecuador en la Sociedad de las Naciones. El Ecuador es miembro originario de la Socie-dad como signatario del Tratado de Versalles327 y para convertirse en miembro activo no necesita de las formalidades estatuidas en el artículo 10 del Pacto. El ingreso durante la Asamblea se inicia el 10 del presente y termina a fines de este mes, se revestiría de imponente solemnidad y trascendencia. Personalidades eminentes como los Delegados de Venezuela y Colombia, señores Zumera y Nieto Caballero328 instan al Ecuador para que se haga presente en la Liga de las Naciones a fin de completar el grupo bolivariano.

En efecto: podrá decirse que los afanes de la Liga no han tenido rápida eficacia coactiva para dar rumbo a los asuntos internacionales. Pero la fuerza de la Sociedad de las Naciones está precisamente en su desarme material y en su importancia espiritual y ética. Si la Liga hubiera pretendido imponer algo por la coacción, ha tiempo que hubiera desaparecido barrida por la pujanza de po-tencias incontrastables. Como la Liga invoca solo la razón y la justicia, día a día

325 “Se llama así a la exhortación hecha en 1907 por el canciller del Ecuador, doctor Carlos R. Tobar, en defensa de la legitimidad democrática, para que los gobiernos de América Latina se abstu-vieran, “por su buen nombre y crédito”, de reconocer a los regímenes de facto surgidos de acciones de fuerza” (Diccionario de la Política, Rodrigo Borja Cevallos.)

326 La Doctrina Drago fue anunciada en 1902 por el Ministro de relaciones exteriores argenti-no, Luis María Drago, en respuesta a la renuncia de los Estados Unidos a ejecutar la Doctrina Monroe durante el bloqueo naval contra Venezuela. Establece esta doctrina jurídica que ningún Estado extranje-ro puede utilizar la fuerza contra una nación americana con la finalidad de cobrar una deuda financiera.

327 El Tratado de Versalles fue un tratado de paz firmado al final de la Primera Guerra Mun-dial que oficialmente puso fin al estado de guerra entre Alemania y los Países Aliados. Fue firma-do el 28 de junio de 1919 en el Salón de los Espejos del Palacio de Versalles, exactamente cinco años después del asesinato del archiduque Francisco Fernando, uno de los principales acontecimientos que habían desencadenado la guerra. A pesar de que el armisticio fue firmado meses antes (11 de noviem-bre de 1918) para poner fin a los combates en el campo de batalla, se necesitaron seis meses de negocia-ciones en la Conferencia de Paz de París para concluir el tratado de paz. El Tratado de Versalles entró en vigor el 10 de enero de 1920.

328 Agustín Nieto Caballero (Bogotá, 17 de agosto de 1889 - Bogotá, 3 de noviembre de 1975),es-critor, educador, psicólogo, filósofo y abogado colombiano, fundador de los colegios Gimnasio Moder-no en 1914 y Gimnasio Femenino en 1927, en Bogotá.

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adquiere ascendiente moral, permite que los países en disputa traten y alivien sus enojos, y poco a poco va sentando precedentes de paz y regulación jurídica. En todo caso, la Liga es una gran tribuna para sostener argumentos y presentar puntos de vista. El Ecuador, por lo mismo que con acierto repugna el odio y la violencia, necesita defender sus causas ante la conciencia mundial. Esto no es pretender que las diversas naciones presionen a favor de la causa ecuatoriana. Es simplemente conquistar la simpatía moral de los pueblos, elemento psico-lógico indispensable para la claridad de todo problema. No hay un solo pueblo que no haga la propaganda de su tesis, cuando se halla en dificultades interna-cionales de cualquier índole.

El Gobierno que se inicia atenderá con todo fervor al problema social, es decir, hablando en términos concretos, tratará de mejorar las condiciones de las clases trabajadoras: de las del campo y de las de la ciudad. Dejemos las deno-minaciones, tras de las cuales se oculta con frecuencia la hipocresía. El fondo de la cuestión social es éste: el trabajo es un deber, el trabajo es fuente de toda cultura, todos los que trabajan tienen derecho a disponer de los medios para la existencia cómoda y digna, por solidaridad humana el Estado debe ayuda a las gentes débiles. Si no me equivoco, éste el verdadero planteamiento de la cuestión social. En otro tiempo eran las primacías para cierta clase de trabajos: el intelectual, el político, el forense, el artístico. El trabajo manual condenado estaba a desdén. Tarea de esclavos y de gentes inferiores era el trabajo manual. Con el avance de la técnica y del derecho han desaparecido las diferencias en-tre trabajos manuales y trabajos privilegiados, entre obreros serviles y señores empeñados en afanes preeminentes. Todo bien proviene del trabajo. Todos son por igual trabajadores, desde el Ministro de Estado hasta el artesano, todos tienen derecho a las condiciones de vida y dignidad, aunque éstas se gradúen respecto al máximun de medios por la trascendencia y responsabilidad del ser-vicio y por la suma de preparación que éste requiera.

Como los recursos no son siempre suficientes, como holgazán y el trabaja-dor, el inteligente y el necio los manejan de distinta manera, surge la ardua cues-tión de saber mediante qué procedimientos técnicos se ha de ir disminuyendo la desigualdad económica entre los hombres. Se ha predicado la dictadura del proletariado y el odio entre las clases. El odio produce el caos. La dictadura del proletariado desconoce las relaciones violentas del anhelo liberal y las dificulta-des en que tropieza el estatismo cuando quiere administrar las variadas y capri-chosas sinuosidades económicas de todo un inmenso país. Se ha pretendido re-glamentar a los individuos convirtiéndolos en engranajes de la máquina social.

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Pero desde que se matan las iniciativas individuales, se producen la postración y decadencia productivas. Por esto, venciendo el individualismo mecánico y las dictaduras marxistas, tienden ahora las Constituciones Políticas modernas a los Estados corporativos y a las reformas jurídicas, serenas e innovadoras. Con una Política que garantice verdaderamente las personas y las cosas, protejamos los derechos del indio y del montubio. Mediante la escuela, levantemos la persona-lidad de nuestros trabajadores de la ciudad y del campo. Elevemos los salarios para reparar la miserable condición en que por la depredación monetaria se encuentra el trabajador. Tanto el señor Estrada como distinguidos Legisladores, soldados éstos beneméritos del movimiento político que triunfó en el último mes de diciembre, han puesto a vuestro estudio proyectos relativos al salario, a la colonización de tierras ocultas, al robustecimiento eficaz de la Caja de Pen-siones, al seguro de vida, al paro obrero. La ley sobre paro obrero y oficinas de colocación reviste importancia extraordinaria. Es la consagración de la justicia mínima que la sociedad debe al obrero. No cabe que muera de angustia y ham-bre un trabajador que, muy a su pesar, no encuentra trabajo.

Fomentemos el trabajo, si queremos nación rica. Los países con precios altos son países fuertes, cuando hay leyes sociales justas y cuando los precios altos son consecuencia del desenvolvimiento normal de la economía. Fomen-temos el espíritu de asociación de corporación. El Estado únicamente corpora-tivo me parece un error. El individuo es la célula y el individuo es la finalidad. Pero conviene que los Estados modernos tengan también carácter corporativo y que la legislación organice las corporaciones.

Motivo de fundada esperanza en la restauración moral de la República es para mí que las ideas de heroísmo, de culto a la bandera, de sacrificio por los altos valores, de aceptación de la incomodidad y de la muerte cuando el honor lo exija, sean cultivadas por el Ejército ecuatoriano y religiosamente enseña-das en nuestra Escuela Militar. Vigoricemos y dignifiquemos cada día más al soldado de la patria, brazo de la justicia y coraza del derecho. Para nada sirven los nobles conceptos si carecen de eficiencia en la vida. La obediencia sublime del militar permite que la libertad y el orden sean realidades humanas. En los países cultos y complejos en que el trabajo social se divide es preciso que unos se especialicen en la definición del derecho y otros en la defensa del derecho.

El soldado lo defiende. La gloria del militar no consiste en no deliberar, consiste en que deliberando y opinando como individuo, calla y obedece como militar en homenaje a la organización jurídica y a la división de los servicios. El Ejecutivo es la fuerza con sentido humano. Para tenerla es urgente conciencia

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moral y vigor físico, audacia y sentido del límite, dominio sobre naturaleza y dominio sobre los internos impulsos, energía en el mando y docilidad en la obe-diencia, generosidad en el alma y precisión en los movimientos corporales. Tan hermosa es la función del soldado y su preparación, que todos los ciudadanos de un país deben ser soldados y someterse a la educación militar. Tipo de solda-do el General Sucre329: modesto y bravo, valiente y romántico, filósofo y héroe.

El Ejército ecuatoriano ha adquirido elevada conciencia cívica. Ha sabido proteger los ideales hondos y definidos del pueblo ecuatoriano y ha desterrado para siempre de la República el caudillismo vacío de ideales sin más normas que concupiscencias mezquinas. En los días lúgubres de Quito, no ha mucho tiempo, luchó en contrapuestos campos en busca de una legalidad que oscuras brumas presentaba con aspectos contradictorios, y, ni vencedores ni vencidos se marcharon con sangre traidoramente derramada ni con bienes ilícitamente expoliados.

El Gobierno es sostenido por todos los ciudadanos y debe hacer justicia a todos. Nadie tema del Gobierno la opresión. Esperen todos las garantías más amplias. El Gobierno tiene derecho a defenderse de los que todo subvierten, se rebelan contra las instituciones, incitan al trastorno, injurian y calumnian. Pero ciudadanos y funcionarios respetuosos de la ley gozarán de todas las garantías sean cuales fueren sus pareceres políticos o personales simpatías. El Gobierno respetará toda religión honrada, considerándola como factor de educación de masas. El cientismo en sus pretensiones absolutas ha fracasado en el mundo. En todas las naciones de Europa y América –salvo excepciones rarísimas– la Iglesia y el Estado, en sus respectivas esferas, sin confundirse ni atropellar-se, manteniendo relaciones de cortesía, desenvuelven su actividad cultural. La hegemonía del punto de vista clerical en la política se llama clericalismo, pro-duce malhadadas consecuencias y debe ser inexorablemente reprimido. Pero un gobierno justo no ha de corregir un vicio estableciendo una opresión sino purificándolo todo mediante el derecho. La religión no es asunto de Estado. La religión es cosa de la patria; porque la patria funde las almas de los hombres y porque la religión arranca de las profundas intuiciones de las almas anhelosas

329 Antonio José Francisco de Sucre y Alcalá, (Cumaná, C. G. de Venezuela, Imperio Español (actual Estado Sucre, Venezuela), 3 de febrero de 1795 - Montañas de Berruecos, Arboleda, Colom-bia, 4 de junio de 1830), fue un político, estadista y militar venezolano, prócer de la independencia ame-ricana, así como presidente de Bolivia, Gobernador de Perú, General en Jefe del Ejército de la Gran Colombia y Comandante del Ejército del Sur. Era hijo de una familia acomodada de tradición militar, siendo su padre coronel del Ejército Patriota. Es considerado como uno de los militares más completos entre los próceres de la independencia sudamericana.

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de entender el sentido de la vida. El instinto biológico conduce, en verdad, a conclusiones morales. Pero la elevación y amplitud morales arrancan siempre de un concepto religioso.

Los señores Alberto Ordeñana Cortez, Anastasio Zaldumbide, Antonio Parra330, Manuel Sotomayor y Luna331, Víctor Emilio Estrada y Jorge Montero Vela constituirán el Gabinete y se dirigirán, por servir a la patria, compartir conmigo las responsabilidades del Gobierno. Los ciudadanos todos reconocen en los caballeros nombrados las cualidades de honradez, civismo y talento. Los rumbos doctrinarios del Estado serán dirigidos, durante mi administración, por hombres afiliados a la escuela liberal. Los cargos que, por su naturaleza, exigen la continuidad de la labor administrativa y técnica, los confiaré a ciudadanos lea-les y capacitados sin inquietarme por sus ideas políticas o religiosas. No olvide-mos, como indicación general, que el verdadero liberal, el verdadero socialista, no es siempre el que se dice tal, sino el que procede como tal, siente como tal y promete actuar como tal.

Que queden vibrando en nuestros oídos las siguientes palabras de Luis López de Mesa332: “La liberación económica, la liberación ideológica, paz por todos los afectos y por todos los ideales, fue el primitivo mensaje americano para atraer nuevos pobladores. Llegaron razas de los varios rumbos del planeta y hallaron en la amplitud del horizonte una grande emoción de libertad. Con la blenda de la sangre surgió el tercer tributo de América al espíritu, la universidad de la cultura todavía en fermentación confusa, en rebeldía y caos. De la fusión de todos los anhelos emanará la síntesis profunda para la nueva creación. Cuan-do el lento proceso de asimilaciones y eliminaciones se haya cumplido, lejana resultante aún, el hombre americano hallará en su alma y en sus obras, sin este afán prematuro de expresar lo que hoy le aqueja, y que es solo la conciencia oscura de su misión, la fórmula precisa del hombre nuevo. Porque la libera-ción, la paz y la universidad fueron donativos espontáneos de la naturaleza. Vi-viéndolos espiritualmente, incubando a su benéfica temperatura la perdurable elevación del alma surgirá, y solo así, la obra nueva del hombre americano, la etapa americana de la humanidad. En la esperanza y en la expectativa de aquel advenimiento acojámonos a la bella palabra de Marco Aurelio, tan grave de

330 Antonio Parra Velasco (Guayaquil, 17 de Diciembre de 1900 - 28 de Octubre de 1994) fue un pensador, diplomático e internacionalista ecuatoriano.

331 Manuel Sotomayor y Luna (1884 - 1949).332 Luis López de Mesa (Donmatías, Antioquia, 12 de octubre de 1884 - Medellín, 18 de octu-

bre de 1967) fue un científico colombiano.

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pensamiento y tan dulce: Sé fiel a lo mejor que haya en ti mismo. Me permito agregar: tengamos conciencia de la responsabilidad de nuestra vida como ecuatorianos, como hispanoamericanos. Adentrémonos en nosotros mismos. Buceemos en nosotros mismos. Descubramos, estimulemos y desarrollemos nuestras virtua-lidades americanistas.

Basta la tarea, arduo el trabajo. Pero también inmensa la gloria que os es-pera, Honorables Legisladores. Estableced un Gobierno de principios y de rec-titud. La violación del principio es el caos. Nadie sabe qué suerte le depara el capricho personalista de la autoridad; la práctica del principio es la tranquilidad. Todos saben el rumbo que conduce a la seguridad. Estableced un Gobierno de servicios: de servicios al pueblo, al trabajador, al ciudadano, sin actitudes transaccionales.

La gloria es el resultado del trabajo, del optimismo y del valor. Que todos los ecuatorianos aspiren a la gloria, a la gloria que, según Bolívar, el mayor de los maestros iberoamericanos, consiste en ser grande y ser útil.

J. M. Velasco Ibarra10 de septiembre de 1934

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SEGUNDA PRESIDENCIA(1944-1947)

Resumen del discurso al recibir el mando333

31 DE MAYO DE 1944

El señor doctor José María Velasco Ibarra, al asumir el Mando de la República, pronunció el siguiente discurso, que fue difundido por Radio Quito y Radio Bolívar:

Pueblo del Ecuador, heroico pueblo de Quito. Quito, gloria de América.Cuán magnífica, cuán gloriosa es esta manifestación. Grandiosa como la

progenitud de vuestros sentimientos. Esta fecha quedará grabada en la historia de la patria. Os habéis constituido en verdadero; pero pueblo no es un simple conglomerado de individuos, sino una gravedad valorizante, que sabe desear la libertad y destruir el despotismo (Aplausos).

Me da pena tener que hablaros bajo este aguacero y estas dificultades; pero vosotros sois soldados. Sabéis resistir el frío y el calor, cuando se trata de poner en alto vuestros ideales.

Esta gran manifestación ecuatoriana, esta magnífica manifestación de vuestro civismo ha sido preparada por todas las fuerzas vivas de la patria, por el pueblo, por el pueblo ecuatoriano, que lleva siempre el anhelo de justicia, el an-helo de democracia y rectitud. Ha sido preparada por la juventud universitaria, sobre todo, siempre sedienta de lo grande, siempre deseando algo más justo y más libre para la vida de los hombres. Ha sido preparada por la juventud ecua-toriana, por esta juventud de militares que sabe poner la fuerza al servicio del territorio nacional y que representa al pueblo armado, defendiendo al pueblo desarmado (Aplausos).

Las magníficas manifestaciones que he recibido desde Tulcán me revelan que este extraordinario acontecimiento nacional ha sido preparado aun por más fuerzas religiosas de la patria. Ha habido sacerdotes patriotas que han sa-

333 Tomado de: José María Velasco Ibarra, “Resumen del discurso al recibir el mando” (Quito, 31 de mayo de 1944), en Obras completas: “Discursos” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo XII A, Quito, s. e. [Editorial Santo Domingo], s. f. [1974], pp. 27-32. Este resumen fue realizado por un cronista de diario El Comercio. Los comentarios del cronista están entre paréntesis y en cursiva (nota del editor).

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lido al encuentro y han hablado con elocuencia sobre lo corrupto de la patria, sobre el despotismo que profana el derecho de los hombres y las libertades de los pueblos (Aplausos).

Yo me siento, señoras y señores, profundamente quebrantado por estas responsabilidades que sobre mí gravitan. Muy pocos hombres se habrán dado cuenta de que es una responsabilidad tan grande. Todo un pueblo, todas sus instituciones, todos sus esfuerzos, y... ¿Qué voy a hacer? ¿Podré estar al nivel de los ideales de la revolución popular? ¿Podré estar en todo con las exigencias del Ejército? Con el apoyo decidido del pueblo ecuatoriano, hemos de triunfar. Mi deber no es si voy a fracasar o no. Mi deber es entregarme a la tarea de salvar a la patria ecuatoriana. No es posible, señores, ni un momento más de vacilación (Aplausos).

Esta revolución popular no puede tener un instante más de vacilación, por-que, si comienza a vacilar, comenzará a fracasar. No podemos gastar vuestra emoción. Por consiguiente, bajo mi responsabilidad y en cumplimiento de un deber, sin temor de fracaso, en cumplimiento de un deber de varón y de patriota, asumo ante vosotros, ante la juventud de mi patria, ante los universitarios, ante el Ejército, ante las masas trabajadoras, la Presidencia de la República, a la cual he sido elevado por sucesos que no he provocado, por acontecimientos de hechos que tenían que surgir para que el país resucite para que se liberte de la más cruel de las tiranías y despotismos, que ha sufrido la República (Prolongados aplausos).

Después de pocas horas nombraré a mis colaboradores; en esta noche misma; mañana mismo nos pondremos a trabajar, porque la revolución debe trabajar, si no quiere desacreditarse. Habéis hecho, ecuatorianos, una gran re-volución: revolución cargada de trascendencias, de consecuencias, y, meditando en ella, no la dejéis perecer. Yo tampoco la dejaré perecer. Podéis estar seguros que yo estoy al frente y creo, por la sinceridad de mi alma, que estaré al nivel de lo que el Ejército y la juventud, y el pueblo y los trabajadores exigen ahora. No creáis, universitarios, trabajadores de la República, distintos partidos po-líticos que habéis formado esta síntesis revolucionaria, que vayamos a perder tiempo en salvar la dignidad de la República en el exterior. No creáis que voy a hacer una dictadura, que es la teoría corruptora de los pueblos. La dictadura acostumbran los pueblos, casi siempre manejados por el poder gobiernista. La dictadura quita al pueblo el orgullo y la iniciativa. La dictadura es siempre un temor, un espanto. Los trabajadores, el pueblo, la juventud, que han hecho esta revolución con determinadas exigencias de purificar a la nación, no podrían consentirla (Aplausos).

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Yo, en dos meses, pondré en despacho las bases para que estas exigencias sean una realidad y entregaré la patria a la Asamblea Constituyente, para que tome poder, que es el pueblo, que solo pertenece al pueblo y corresponde a quien el pueblo se lo ceda voluntariamente y no a cañonazos. (Aplausos).

Vosotros, ecuatorianos, tenéis la orientación y el plan. Si por desgracia, por mi desgracia, yo faltare al cumplimiento de mis deberes, no me toleréis, echadme del poder. No toleréis jamás en el Ecuador tiranos, no los toleréis, porque si siguieres tolerando, la patria desaparecerá por inanición, por corrup-ción (Aplausos.)

Mirad, ecuatorianos, vale la pena que nos mojemos un poco más y salir estilando de aquí334. Vale la pena que nos mojemos algo más para trazar una orientación nacional. Lo que me propongo, quiteños, y yo os ruego que me ayudéis, porque a vosotros os corresponde ayudarme, es establecer un sistema de gobierno, una doctrina política, que permita que nuestra patria se desenvuel-va y progrese en la sucesión de los tiempos, sin necesidad del hombre necesario, porque ningún hombre es necesario en la vida de los pueblos. Solo las Institu-ciones son las necesarias (Aplausos).

Mirad, por ejemplo, esto del sufragio popular libre. Vosotros debéis esta-blecerlo, pero con seriedad, pero con heroísmo, para que en adelante el Ecua-dor no sufra el despotismo e imponga el sufragio libre (Aplausos). Porque desde que haya el sufragio popular libre, ningún hombre es necesario. No veis que si hay sufragio libre, lleváis al Congreso, a las Cámaras Legislativas y a la Presiden-cia de la República alternativamente, de tiempo en tiempo, a aquellos hombres que cristalizan vuestros ideales. ¡Oh, ecuatorianos!, ¡oh, quiteños!, compatriotas míos, a quienes os amo, en adelante destruid la vida del primero que intente el poder por la corruptora trampa del fraude electoral (Aplausos).

Esta fecha es de acontecimientos tan grandes, como el 9 de octubre, el 10 de agosto, el 24 de mayo, y si nuestro Calderón se hizo despedazar por las libertades de nuestra patria, nosotros mejorémonos para orientar nuestra vida interna y salvar al país de este caos.

Otra directiva que debéis tener en cuenta y que juega gran papel en la vida de los pueblos es el problema de la moralidad. Si no hay moralidad, continuará el negociado; si no hay moralidad, continuará el cinismo. Los funcionarios seguirán con sus indelicadezas en el manejo de los fondos públicos; continuará la inicua explotación económica que tanto daño ha hecho al país y al gobierno (Aplausos).

334 Continuaba lloviendo, y el pueblo le escuchaba a pesar del aguacero (cronista).

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Queréis funcionarios honorables, queréis un Ejército seguro, tened en cuenta esto de la moralidad, porque la moralidad cívica, la moralidad nacional, la moralidad política, es la que se requiere para salvar la existencia de la nación.

Bien podría, señores, detenerme en otros problemas, en el problema eco-nómico, en el problema fiscal, pero esto lo haré en otro día, que será más oportuno. Ahora les diré otro: nosotros creemos en la democracia, creemos en ella, no porque sea una palabra que se preste para pronunciar insinceridades, discursos inútiles e insensatos. Nosotros creemos en la democracia, porque para nosotros democracia es respetar a la persona, respetar al individuo, res-petar al pueblo, respetar a los ciudadanos, ya que la conexión de individuos, de ciudadanos y de pueblo, es la que tiene derecho a influir en el gobierno; y éste tiene la obligación de dar garantías adecuadas a la dignidad humana (Aplausos).

Lucharemos en compañía de las Naciones Unidas, colaboraremos con las necesidades de la democracia, para que en esta patria libre no invada la ola co-rruptora de las razas superiores.

Señores, sin prejuicio de nuestra colaboración con la democracia, no des-cuidaremos de conseguir la dignificación de la raza hispanoamericana. No sola-mente sois ecuatorianos. Sois también hispanoamericanos. Hemos de dignificar la raza hispanoamericana, hemos de formar una política especialmente hispanoa-mericanista, hemos de formar una política grancolombianista (Grandes aplausos). He-mos de procurar hablar al mundo entero un lenguaje de justicia, porque donde no hay justicia internacional, no hay paz. Busquemos la justicia internacional, para obtener la paz americana. La paz y la justicia para la paz.

Antes de terminar debo agradecer, primero, a vosotros, noble pueblo de Quito, soldados ecuatorianos, juventud, trabajadores, que, sintiendo dolor, sin-tiendo la opresión de cuatro lúgubres años, habéis sabido tener fe en que algún día la verdad estalla en el mundo y la justicia se imponga en la nación. Vues-tra insistencia, vuestra intransigencia, vuestra sed de justicia fue la que en un momento dado despertó y fue la que estalló en las faldas del Pichincha este incidente que trituró a la tiranía de cuatro fenecidos años menos unos cuantos días (Aplausos).

Debo agradecer, en segundo lugar, a ese glorioso pueblo guayaquileño (aplausos), a esos esforzados soldados de Guayaquil, que dieron el ejemplo de acabar con la fuerza de la ignominia, que se complacía con su crueldad y salva-jismo con el pueblo. Guayaquil tiene un gran corazón, tiene una gran emotivi-dad, como es grande el río Guayas y como son profundas, poderosas y omni-potentes sus corrientes. Así son las ideas, como los ríos. Al principio, tímidas,

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adquieren después fuerza y gravedad. Nadie mata la idea, la idea de dignidad, cuando trata de derrumbar el despotismo (Aplausos).

Por último, tengo que agradecer a Alianza Democrática Ecuatoriana, a la Directiva de Alianza, quien despertó en el pueblo ecuatoriano la libertad de los principios y supo mantener orientado. Yo os agradezco, señores, a todos voso-tros y pido un acto de gratitud para Alianza Democrática y para su Directiva Política (Aplausos).

Quiero también que así como habéis sido originales para establecer esta síntesis doctrinaria, que ha hecho la revolución actual, al unirse comunistas, conservadores, liberales, socialistas en una síntesis con un solo pueblo osten-sivo, inteligente y viril, seáis también originales en tener vuestros partidos po-líticos. Discutid libremente. Yo, por mi parte, quiero decirles que las libertades públicas serán absolutamente garantizadas (Aplausos). Ya no tenéis por qué temer, de que si habláis algo, hay un esbirro, un hipócrita que os está escu-chando (Aplausos prolongados). Nosotros no haremos componendas, no vamos a corromper. Hablad libremente, discutid, vivid tranquilos.

Ya no habrá despotismo. Ya no habrá detectives matones, ya no hay sica-rios (Aplausos frenéticos.) Vosotros con razón queréis saber si hoy también va a haber la impunidad de siempre. No habrá los famosos duchos de la patria, que en el momento en que caen se ocultan y que después, poco a poco, aparecen y resultan en un cargo secundario, y luego después en un cargo superior y por último en la Corte Suprema (Aplausos.)

(En esos momentos el pueblo se encuentra delirante y prorrumpe en gritos de «Viva Velasco Ibarra», y «Viva la República»).

Continúa el doctor Velasco Ibarra:Permaneced tranquilos, sin venganzas, sin odio, sin estar mirando atrás;

mirad solo al porvenir y veréis que habrá una institución que castigue a los que han ultrajado al pueblo, a los que han ultrajado a la soberanía nacional (Estruen-dosos aplausos).

Mantened, por tanto, este sereno comportamiento vuestro, de dignidad; no manchéis vuestro triunfo, no lo manchéis. Continuad con vuestra empresa. Toda la América os está contemplando. Este problema es un problema conti-nental. Es un problema grancolombano. Os contempla Chile. Os contempla Co-lombia. Os contempla toda la América. Mantened vuestro reposo. El Gobierno actual constituido por vosotros sabrá hacer justicia con los manchadores y po-ner las bases, nada más que las bases de la restauración nacional. No vamos a poder hacer milagros. Hay hambre. No podemos creer que vendrá en seguida

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la abundancia. Pero sí podéis saber, que lucharemos juntos, que sufriremos con vosotros y que este esfuerzo mancomunado nos dará la meta para acabar con la miseria en el tiempo necesario (Prolongados aplausos y ovaciones).

(El enorme público, luego de escuchar las palabras del Primer Magistrado, se retiró en el mayor orden y la debida corrección).

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TERCERA PRESIDENCIA(1952-1956)

Un gobierno responsable y honrado335

Discurso pronunciado ante la Asamblea popular organizada por la Federación Nacional Velasquista, en Guayaquil, el 27 de enero de 1954336

Señor Gobernador de la Provincia,Señor Alcalde de la Ciudad,Distinguidas Autoridades,Ilustre Pueblo de Guayaquil:

Yo no sé cómo agradeceros por vuestro idealismo generoso. Vosotros, aquí, en Guayaquil, constutuís una verdadera constatación de idealismo siem-pre animador, siempre creciente, siempre alentador. Yo os agradezco con toda el alma, porque las ocupaciones transitorias de la vida administrativa, las ocupa-ciones vulgares y corrientes de la vida administrativa hacen que el ánimo decai-ga, pero el ánimo mío se levanta y se anima cuando me veo sumergido en esta verdadera masa guayaquileña que es la fragua idealista, purificadora, forjadora y engrandecedora de la patria.

Sería interesante que todos los políticos ecuatorianos, llenándose un mo-mento de austeridad y de imparcialidad, meditasen lo que representa para el Ecuador esta magnífica reunión popular. La mayor parte de los que aquí me escuchan no han recibido ventajas, y sin embargo de no haber recibido ventajas ni canonjías337 ni empleos, aquí están presentes aclamando la restauración de la patria, la dignidad nacional, la verdadera libertad, la verdadera democracia.

335 Tomado de: José María Velasco Ibarra, “Un gobierno responsable y honrado” (Discurso ante la Asamblea popular organizada por la Federación Nacional Velasquista. Guayaquil, 27 de enero de 1954), en Obras doctrinaria y práctica del gobierno ecuatoriano, Tomo I, Quito, Talleres Gráficos Nacionales, 1956, pp. 225-232.

336 De la publicación “Homenaje de los pueblos del Guayas” al Jefe de Estado, del 7 de febrero de 1954.

337 Prebendas, gangas, empleos.

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ES NORMA LIBERAL LA SOBERANÍA POPULAR

Cuando me hablan y me echan en cara que el liberalismo y las libertades han recibido heridas de mi gobierno, yo pregunto: ¿No es norma del liberalismo la soberanía popular? ¿No es norma del liberalismo el acercamiento a las multitu-des generosas? Mi gobierno, ¿alguna vez se ha alejado de las multitudes genero-sas? Ahí la multitud de Guayaquil. Ahí está el pueblo de Guayaquil aplaudiendo generosamente los esfuerzos sanos y desinteresados que hace el gobierno por mantener la restauración nacional, por atacar las oligarquías y por llevar al país por un sentido de dignidad y de grandeza que es lo que ansía el pueblo de Guayaquil.

Desde que yo aparecí en la escena política, vosotros, guayaquileños, que con tanta lealtad me habéis sostenido, que con tanta pasión os expresáis en estas magnas reuniones, me habéis ayudado a transformar la mentalidad ideo-lógica política del Ecuador y yo os agradezco con toda la efusión de mi alma.

HEMOS TRANSFORMADO LA IDEOLOGÍA HIPÓCRITADE LOS PARTIDOS

A un absurdo concepto liberal que consistía en hacer el fraude electoral en nombre del liberalismo, habéis sustituido con la verdadera noción del sufragio libre y de liberalismo sincero. Os decía y quiero subrayar esto porque para mí tiene una trascendencia fundamental: por obra del pueblo de Guayaquil, de su lealtad para conmigo, hemos transformado la ideología hipócrita de los partidos políticos ecuatorianos por realidades efectivas. Conservadorismo, liberalismo, socialismo, en la práctica de la vida se han reducido a una sola gran hipocresía explotadora del pueblo, engañadora del pueblo. Se ha invocado la religión por obtener aplausos que puedan llevar a las urnas electorales el triunfo. Se ha in-vocado el socialismo como elemento de popularidad con fines electorales. En la práctica, las transacciones inmorales; en la práctica el temor al pueblo; en la práctica el divorcio con el pueblo. Somos nosotros, guayaquileños, perdonadme que os diga, soy yo acompañado por vosotros, soy yo inspirado por vosotros, son los actuales Ministros del Gabinete inspirados por el pueblo ecuatoriano los que sentimos que la única verdadera doctrina política es la que vigoriza a la patria, la que vigoriza a las fuerzas nacionales, la que trata de redimir a los pueblos de la miseria, la que hace carreteras, la que hace escuelas, la que hace

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viviendas, la que pone todo su afán, todo su esfuerzo en servir honestamente todas las horas de la patria ecuatoriana.

Cuánto me complace estar hablando aquí ante esta inmensa masa guayaqui-leña; esta masa, esta multitud, mejor dicho este conjunto de ciudadanos ilustres por su corazón y por su idealismo que no se deja engañar por cuatro políticos mendicantes de votos electorales a los cuales hasta ahora la patria ecuatoriana no debe un solo servicio práctico y efectivo. Yo quiero dar a vosotros un ejem-plo patente, de estos días, de lo que es la doctrina liberal en labios de furiosos.

Fijaos bien. Yo someto a vuestro juicio imparcial: una simple opinión jurí-dica del Consejo de Estado –simple opinión del Consejo de Estado- bastó para que se me pidiera la destitución del señor Ministro de Gobierno, para que se le quisiera declarar ciudadano ingrato a Guayaquil y para que se quisiera abrir un abismo traidor de regionalismo entre la Costa y la Sierra.

Vosotros que tenéis tanta intuición, tanto talento intuitivo, decirme si una simple opinión jurídica hace que se insulte y se ataque al Ministro, ¿no es cierto que el liberalismo de ciertos hombres es una grande y miserable hipocresía y que vosotros no debéis jamás dar vuestros votos para que hipócritas corrompan el Palacio Legislativo en donde debe imperar la sabiduría, la orientación y la paz?

ACCIÓN EN BIEN DEL PAÍS

Nosotros, vosotros y yo, vosotros y el Gabinete, vosotros y el Gobernador de la Provincia y el Alcalde de la ciudad y todas las actuales autoridades ecuato-rianas somos los que practicamos el liberalismo, somos los que respetamos la conciencia, somos los que respetamos la libertad de pensamiento, somos los que no insultamos por una simple opinión jurídica, somos los que no tomamos el nombre de pueblos ilustres para hablar por ellos sin tener mandato expreso, y somos los que en nombre del liberalismo queremos continuar despertando la conciencia libre de cada ciudadano ecuatoriano, dando bienestar a cada ciuda-dano ecuatoriano, despertando el orgullo nacional, defendiendo la frontera de la patria, ¡todo en nombre de la doctrina liberal, de la sacrosanta doctrina de los derechos del hombre y del ciudadano!

Ciertos liberales, no digo todos –de manera que no creo hacerme acree-dor a la protesta del señor Jefe Supremo del Partido Liberal, porque no digo todos–, digo ciertos liberales de mente ratonil, menos que mentalidad ratonil, me dirán ¿cómo se proclama usted liberal si tiene en la Cartera de Gobierno

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a un católico que pertenece al Partido Demócrata Cristiano? Decir esto en el momento actual de la patria es no tener visión alguna. El que esto piense y diga, jamás triunfará para la Presidencia de la República, porque el pueblo ecuato-riano es pueblo intuitivo y no va a admitir para la Presidencia a mediocres de mente y más mediocres de voluntad.

LA CALUMNIA COMO ARMA DE LUCHA

El señor Rafael Euclides Silva338 en su gran discurso de hace un rato, ha dado respuesta definitiva; ha dicho qué acto, cítese un solo acto del señor doctor Camilo Ponce Enríquez339 que viole el credo liberal, la doctrina liberal o la constitucionalidad. Que se me cite un solo acto de este género.

Nadie podría citarlo.Calumniar, mentir, mantener a la patria en perpetua zozobra, emplear el

sofisma como método de lucha política, cebarse en que todo un pueblo esté en la inquietud y en la intranquilidad, eso no es liberalismo, y si el doctor Ponce Enríquez ha reprimido la calumnia, la insidia y la maldad, pues yo, liberal, de-lante de vosotros y de la historia, le aplaudo con todo el corazón.

¿Qué hubierais dicho vosotros, guayaquileños, que me disteis el triunfo del año 1952 con vuestro esfuerzo, con vuestra sangre, inmolando días de trabajo; qué hubierais dicho vosotros si por respetar una ley oscura hubiera yo per-mitido que caiga el actual Gobierno víctima del desasosiego constante en que noticias falsas mantenían al país?

Vosotros, juzgando mi conducta habríais tenido tal vez en vuestro corazón un noble gesto de amistad; pero es cierto que habríais tenido también una nota irónica de reproche contra quien no supo ser hombre para mantener las con-quistas del pueblo soberano del Ecuador, fuente única del liberalismo, fuente única del Poder Público.

No repugna que quienes informen de este discurso o quienes lo estén oyendo digan que el Ministro de Gobierno, al señor Silva, al Presidente Velasco Ibarra, les ha cabido el malhadado honor de alterar la paz que últimamente existía en la República del Ecuador. No. Nosotros no la hemos alterado. En

338 Rafael Euclides Silva Orquera (Machachi, 28 de noviembre de 1915-Guayaquil, 28 de mayo de 2008), historiador ecuatoriano y fervoroso velasquista.

339 Camilo Ponce Enríquez (31 de enero de 1912 - 13 de septiembre de 1976) jurista y destaca-da figura política del Ecuador. Fue Presidente Constitucional de la República desde 1956 a 1960.

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estos últimos días ha habido paz. Quienes han alterado esta paz son ciertos miembros de la Junta Liberal de Guayaquil, y son ciertos miembros del libe-ralismo quiteño que por falta de tolerancia, por espíritu tendencioso, por so-fistas y autoritarios han pretendido hacer toda una gran cuestión política de intransigencia e insultos una simple opinión jurídica del Consejo de Estado. Ellos y no nosotros son los que han alterado la paz de la República. Nosotros queremos edificar escuelas, vigorizar al Ejército; ellos son muy poca cosa, y la paz continuará inalterable y la tranquilidad continuará inalterable porque en la sana opinión pública vuestra, en la sana opinión pública del pueblo ecuatoriano no encuentra eco el fariseísmo.

Quienes quieran obtener los votos del pueblo ecuatoriano, límpiese el alma, límpiense la cara y la mente, sientan los anhelos populares, interprételos, sean sinceros, conduélanse del país. Éstos y solo éstos triunfarán en las elecciones; los demás no conmoverán el alma de la patria ecuatoriana.

EL ORIENTE NO ES UN MITO

Los que proclamaron que el Oriente es un mito, los que proclamaron que un ejército pequeño no tiene objeto, los que proclamaron que el Ejército es impro-ductivo, ésos pueden quedarse tranquilos en sus casas. El pueblo ecuatoriano no confiará el Poder Ejecutivo y las riendas soberanas del Gobierno a quienes no crean que el Oriente es porvenir de la patria y que un Ejército fuerte, de-fensivo y técnico es la mejor columna que puede tener una nacionalidad que pretenda representar papel en el conflicto internacional moderno.

Yo, que en esta noche he tenido que rechazar un oficio insolente que se me dirigió hace dos días; yo, que en esta noche he tenido que rechazar el oscurantismo de ciertos liberales, el totalitarismo necio de ciertos liberales, la falta de tolerancia para el pensamiento de ciertos liberales, vuelvo a hacer votos para que estos malos liberales vuelvan a la conciencia y si no son aptos para ganar elecciones, si no son aptos para hacer lucir a un pueblo libre, por lo menos se contienen con el puesto que les incumbe: ser ciudadanos ho-nestos, admirables del Gobierno y del pueblo que quieren forjar una nueva patria, que quieren recuperar el tiempo perdido levantando el Ecuador a la gloria a que está destinado.

Y no me digan esos buenos políticos que estoy consumando una obra de fatuidad al elogiar el Gobierno que presido. Tengo derecho para manifestar al

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pueblo la obra hecha. Recordad que yo recibí un Ejército desnudo, débil, des-armado y mirad que hoy principiamos a tener no un Ejército agresivo, porque nosotros mantendremos el respeto al Derecho Internacional y a la paz ameri-cana, pero sí un Ejército equipado, vestido, orgulloso de su responsabilidad, orgulloso de su patria y resuelto a no retroceder y a dejarse matar en defensa de la bandera ecuatoriana.

LOS LIBERALES NO PUEDEN NEGARLA OBRA DEL GOBIERNO

Si me negáis, el pueblo de Quito, el pueblo de Guayaquil, el pueblo de Cuen-ca, os desmentirán. No podéis negarme al mirar esta obra que vosotros no pudisteis poner en vuestras manos. ¿Podéis negar, podéis de buena fe negar que el Ministro de Educación Pública está sembrando todo el país con mag-níficos, con espléndidos locales escolares? ¿Podéis negar que las doce escuelas de Guayaquil son verdaderos palacios de higiene, de confort, para que el niño aprenda en un ambiente de sanidad, de alegría y de luz? Si me negáis, el pueblo se burlará de vosotros; si no me lo negáis, debéis admirar una obra que vosotros fuisteis incapaces de hacerla. ¿Podéis negar la grandeza de nuestro Plan Vial, podéis negar que la carretera Durán-Tambo está terminada, que la carretera Girón-Pasaje, principiada en mi primer Gobierno, está al terminarse? ¡Podéis negar que no os habéis dado el trabajo de ir por las montañas y las selvas para ver cómo están esas carreteras?

Ansiáis hacer política solo a base de discurso delante de cien personas in-sultando a altos magistrados de la patria; si lo negáis, el pueblo se burlará de vosotros; si no lo negáis, admirad y dejad trabajar al pueblo que quiere conti-nuar con la obra.

Yo no quiero ya fastidiaros. Podría enumerar toda la gran obra que ha he-cho mi gran amigo Jaime Nebot Velasco. Jamás, como decía muy bien el señor Silva, ningún Ministro de Economía ecuatoriano ha contemplado con tanta amplitud, con tanta fuerza todo el panorama de la economía nacional para ponerla en marcha inmediatamente. Hace pocos días hubo una reunión en el Palacio Presidencial. Ahí había miembros de la Agricultura, de la Industria; ahí estaba el Ministro Nebot. Cuando esperaba una discusión agria, todos a una proclamaron que era la primera vez que había un Ministro de Economía férreo contra los oligarcas de la importación injusta, fecundo para hacer de la patria,

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con el tiempo, una patria productora que produzca por rebote el bien perma-nente de los consumidores.

La misma Ley Arancelaria de Aduanas que ha sido motivo de tanta discu-sión pero que ayer fue aclamada por todos aquellos a quienes yo convoqué para que la conocieran, es una prueba evidente de que mi Gobierno es un Gobierno de honradez, un Gobierno de responsabilidad, un Gobierno que está resuelto a que el comerciante haga su comercio por la vía honrada y no por la vía criminal y miserable del fraude, del contrabando, de las entregas provisionales, y el que se vaya por ese camino recibirá toda la sanción inexorable del Poder Ejecutivo.

DARÍA GUSTOSO NO SOLO LA VIDA QUE TENGO

¡Ya veis vosotros cuan admirables y cuan grandes sois! Os reunisteis aquí en número inmenso y habéis soportado un discurso tan largo entre aplausos, entre alegrías, entre hosannas a la patria, pueblo de Guayaquil, en cuyo suelo se for-tifica el idealismo, en cuyo ambiente encuentra fuerza mi cerebro para pensar y mi corazón para amar a la República, pueblo de Guayaquil, gracias, mil veces gracias!

Si yo, pueblo de Guayaquil, si yo he mencionado algo de mis obras o las obras o la obras de mis Ministros, que son obras de ellos y no mías, es para refutar a los fariseos que perpetuamente intranquilizan a la República; pero si debo hablar sinceramente delante de vosotros, yo declaro que no he hecho nada por el bien de la patria, ya que el deseo de mi alma será la grandeza infinita del pueblo ecuatoriano, tal como el pueblo ecuatoriano lo merece. Y mi obra es ante ese deseo y ante vuestra grandeza tan pequeña, que debo confesar hu-mildemente que nada he hecho, pero que vuestro corazón generoso intuye mi honradez y por eso me absolvéis, por eso me perdonáis, y por eso me honráis con vuestros aplausos en este mitin.

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REUNIÓN DE PRESIDENTESAMERICANOS EN PANAMÁ(1956)

Bolívar, expresión de todas las virtudes de la raza hispanoamericana340

En la sesión solemne de la Sociedad Bolivariana de Panamá, el 21 de junio de 1956.

Señor Presidente de la Sociedad Bolivariana, Señor Presidente y Señor Vicepresidente de la OEA,Distinguidas señoras y señores: A pesar de que estoy conformado con la bondad del señor Presidente de

la OEA y del señor Presidente de la Sociedad Bolivariana de Panamá que han tenido la bondad de pedirme que hable de una manera improvisada, debo con-fesaros que me siento turbado y confuso, ya por la calidad de las personas ante las cuales debo hablar, ya por el tema que en este momento conmueve a la ciudad de Panamá, ya por este cuarto, por esta sala venerable en la cual hace más de cien años se reunió por primera vez ese Congreso que debía vincular el esfuerzo de las distintas naciones hispanoamericanas, antes colonias españolas, como lo dijo Bolívar, para mantener sus principios nacionales y dar fuerza a sus anhelos.

No quiero, señores Presidente de la Sociedad Bolivariana, Presidente de la OEA, ahondar este momento bajo ningún aspecto en lo que significa el Congreso de Panamá del año 1826, ya porque el señor Vicepresidente de la So-ciedad Bolivariana lo ha expresado magníficamente, lo mismo que el Vicepre-sidente de la OEA, ya porque es probable que mañana tenga que decir algunas palabras al respecto. Vuestra bondad me permitirá que para corresponder sim-

340 Tomado de: José María Velasco Ibarra, “Bolívar, expresión de todas las virtudes de la raza hispanoamericana”, (Discurso en la sesión solemne de la Sociedad Bolivariana. Panamá, 21 de julio de 1956), en Obras completas: “Discursos” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo XII A, Quito, s. e. [Editorial Santo Domingo], s. f. [1974], pp. 209-220.

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plemente a la generosidad con que se me ha pedido decir unas palabras, felicite ante todo a los miembros de la Sociedad Bolivariana de Panamá por mantener esta Sociedad Bolivariana, por vigorizarla y por estudiar en ella, cada vez más, el nombre del Libertador y la obra del Libertador.

La obra vuestra, señores miembros de la Sociedad Bolivariana, es verdade-ramente grande y merece la gratitud de todos los pueblos de América, porque no sacamos nada con aplaudir a Bolívar, con elogiar a Bolívar, si no nos compe-netramos de su pensamiento, de su acción y su obra, si no nos compenetramos de todo lo que ese grande hombre representó para la América toda y lo que él continúa en el momento actual representando.

Debo declarar, y me perdonaréis en vuestra generosidad, que temo que no siempre la América del Sur haya sido fiel a lo que fue Bolívar, a lo que repre-sentó en el fondo Bolívar. En algunos Estados sudamericanos somos un poco superficiales. Este calificativo jamás corresponde a Panamá, por cierto. Pero es verdad que en el Sur, en algunos Estados sudamericanos, somos superficiales y nos contentamos en ciertas fechas con elogiar a Bolívar y aplaudir su obra, pero no queremos penetrar a fondo en lo que nosotros los latinoamericanos signifi-camos y en lo que debería significar también el Panamericanismo moderno, y al hacerlo trataríamos de poner en acto nuestras capacidades, nuestras virtualida-des de hispanoamericanos, de latinoamericanos, y preguntaríamos si la América Latina, si Hispanoamérica ha cumplido en parte siquiera el papel histórico que debió desempeñar en el mundo y para el cual trató de formarla Bolívar y para el cual se convocó el Congreso de Panamá.

Me permitiréis manifestaros que, en mi concepto, Bolívar es la expresión individual encarnada en todas las potencialidades, de todas las virtudes profun-das de la raza hispanoamericana. El continente hispanoamericano, este conti-nente parte indio, parte español, espiritualmente formado por España, al cual España dio su orientación espiritual e incorporó a la civilización cristiana, este continente rodeado de selvas, envuelto por mares y por abismos tenía una vir-tualidad interna, una potencialidad de expresión libre; pero para que esta vir-tualidad interna, se expresara y para que esta potencialidad de expresión libre se manifestara era menester librar una lucha gigantesca no solo de carácter militar sino sobre todo de carácter mental, de carácter emocional y nuestro continente no estaba preparado para hacerlo, nuestro continente no había tenido el ejerci-cio de la libertad. Respeto y amo a España, creo que España dio a América la huella de personalidad civilizada cristiana, pero la colonia no nos educó para la plenitud de la libertad y teníamos que ser libres y teníamos toda serie de obs-

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táculos para serlo y teníamos la selva y teníamos la ignorancia de los pueblos y teníamos la poca preparación de los hombres dirigentes para encauzar mo-vimientos semejantes. Entonces, empleando una expresión de ciertos autores modernos, podríamos decir que la teología de la historia, –no la filosofía de la historia– preparó un hombre que fuese él, en su individualidad, una encarna-ción, una intensificación de esa profunda potencialidad de la América del Sur, de esas profundas virtualidades de la América del Sur para que concretadas en él, puestas en acto en él estas potencialidades, estas latencias, estas virtualidades, reemplazase él, con su genio, con su fuerza, con su grandeza moral, mental y material lo que la América toda no podía dar. Bolívar es una expresión total de las virtualidades, de las latencias de toda la América del Sur. Por eso vemos en él esa complejidad extraordinaria de cualidades que unas se complementan con otras; que unas, aparentemente contradictorias, son sin embargo perfectamente armonizables con otras. Una mirada superficial o vulgar puede encontrarlas contradictorias. A Bolívar es menester comprenderlo en su profundidad y es menester saber que es él el maestro que debe seguir dirigiendo nuestros des-tinos, pero para que seamos dirigidos según lo que él quiso y según lo que él concibió, necesitamos estudiar hondamente su personalidad y su obra, y por esto encuentro, señores de la Sociedad Bolivariana de Panamá, digna de todo aplauso, de todo encomio vuestra obra sabia, profunda, de mantener esta So-ciedad Bolivariana para cada día estudiar los distintos capítulos de la obra, del pensamiento y de la acción de Bolívar, única forma de que la América entera, del Norte y del Sur, y de que los latinoamericanos especialmente, logren decir al mundo la palabra original de libertad y de verdad para la cual estuvieron destinados por la historia, palabra que pronto, pronto, debemos decirla en este mundo de caos, de confusión, de lucha, de intereses oligárquicos, de unos con-tra otros, que están creando en el ambiente las tinieblas y la confusión.

En muchos hombres célebres de la historia notamos cómo el que nació para pensador no es calificado para la acción, el que nació para poeta no es calificado para sociología, el que nació para político no es calificado para el pensamiento universal, el que tiene un temperamento apacible no es apto para vencer dificultades. En Bolívar todas las características del hombre se funden, se encuentran, se complementan y actúan según las diversas circunstancias en que el Libertador le tocó actuar. De aquí es que los que no le comprenden ven en él un hombre cruel y no entienden que fue profundamente piadoso para la humanidad; ven en él un dictador y no entienden cómo fue el padre, el único fundador, el único director de la democracia sudamericana. Necesitamos hacer

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un esfuerzo mental intenso para ver cómo en Bolívar, por una obra providen-cial, se encuentran, se complementan y se funden características aparentemente contradictorias que en realidad no son sino capacidades de este hombre según las distintas circunstancias en que él actuó.

Sé que vosotros conocéis estos problemas magníficamente, pero para res-ponder a quienes se han dignado honrarme sobremanera brindándome esta tribuna quisiera explicar brevemente cuál es mi pensamiento o cómo aclaro mi pensamiento a este respecto.

Principia Bolívar por ser un pensador, un verdadero filósofo. Así como hay libros de Los Pensamientos de Pascal341, podría haber libros sobre Los Pensa-mientos de Bolívar, y así como sin más que sus pensamientos resulta Pascal uno de los filósofos grandes en la historia de la filosofía, así Bolívar, sin más que sus pensamientos, resultaría un gran pensador en la historia del pensamiento humano. Principia en ver claro lo que es la vida humana. Principia por ver claro lo que es el hombre en la vida humana, y una vez que ve claro lo que es el hombre y lo que es la vida humana y cuál es el deber del hombre en la vida humana y qué es lo que representa la vida humana, se despliega en él el gran político, el gran guerrero, el gran militar, el gran constructor, el gran conductor de los pueblos. Parece increíble, pero resultan insondables los pensamientos del Libertador Bolívar. La comprensión de sus pensamientos contiene en latencia toda su labor, toda su acción. En una carta a Bentham le decía: “Hacer el bien y comprender la verdad es el verdadero beneficio que la Providencia ha hecho a los hombres”. ¡Hacer el bien y comprender la verdad! La vida del hombre se reduce a eso: entender el cosmos, la geografía, la sociedad; encontrar que en ella hay males, que el cosmos es una cosa misteriosa, que la naturaleza necesita ser dominada, y, como consecuencia, entender la verdad, hacer el bien.

En una carta a uno de sus mejores amigos decía el Libertador: “El mando me repugna en el mismo grado en que amo la gloria, pero la gloria no consiste en mandar, sino en practicar las virtudes”. ¡Practicar las virtudes! En otra carta a un amigo decía: “Mientras más subo, más hondo veo el abismo”. ¡Qué pen-samiento más profundo! Mientras el Libertador subía más, mientras más com-

341 Blaise Pascal (Clermont-Ferrand, 19 de junio 1623 - París, 19 de agosto de 1662) fue un ma-temático, físico, filósofo cristiano y escritor francés. Sus contribuciones a las matemáticas y las ciencias naturales incluyen el diseño y construcción de calculadoras mecánicas, aportes a la teoría de la proba-bilidad, investigaciones sobre los fluidos y la aclaración de conceptos tales como la presión y el vacío. Después de una experiencia religiosa profunda en 1654, Pascal abandonó las matemáticas y la física para dedicarse a la filosofía y a la teología.

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prendía la grandeza de su obra sudamericana, veía más los obstáculos que se oponían a la obra, las dificultades por las ambiciones a los caudillos, los graves problemas de la raza, la impreparación del continente, las envidias, los odios que le socavaban, que le destruían la base de sustentación. “¡Mientras más subo, más hondo contemplo el abismo!”.

En otro escrito el Libertador dice: “Mis tristezas provienen de mi filosofía y mi filosofía se intensifica más en la prosperidad que en las amarguras”. He aquí un pensador verdaderamente luminoso. Ante la vida sentía tristeza, pesa-dumbre. Dudaba de los destinos americanos. Veía levantarse, por todas pates la demagogia. Veía que su obra emancipadora no iba a darnos la regularidad, la unión, el amor al derecho que concibió, y esto le producía tristeza, y esa tristeza, era más abundante en él cuando era más próspero. Comprendía que la prospe-ridad humana es una cuestión fugaz y que solo fatuos descansan tranquilos en la prosperidad, olvidando que la prosperidad es un instante pasajero de la vida humana que no hace sino continuar preparando mayores y mayores sinsabores, porque la ley del hombre no es buscar la prosperidad ni estar en el reposo; la ley del hombre es luchar, vencer para volver a ser derrotado, para volver a encon-trar obstáculos y para volver a triunfar. De esta manera, con esta mentalidad, me permitiréis, señoras y señores, que con el respeto que os debo insista en esa personalidad compleja y militar del Libertador Bolívar.

En este hombre guiado con tales pensamientos, su acción se desenvuelve en multitud de fases. Según las circunstancias, él es un hombre lleno de cle-mencia y de compasión, o en otras circunstancias, o en otras circunstancias es un hombre lleno de dureza, de ímpetu y de poder dominador. Recuerdo que respecto de la viuda de Camilo Torres342 se lamentaba Bolívar de que la esposa del gran colombiano estuviera en la miseria, y ordenaba que le entregaran a ella una parte de su sueldo. ¡Cuánta piedad –me diréis vosotros–, cuánto espíritu humano! Se dio tiempo, en medio de sus batallas, en medio de sus preocupa-ciones, para pensar que había una mujer viuda de un hombre ilustre, que con él no tuviera más vínculo que la admiración que sentía por la grandeza, y ordenó que se le diera una parte de sus sueldos. Pero al mismo tiempo este hombre de compasión, este hombre de corazón fue bastante fuerte y bastante vigoroso para decretar la guerra a muerte. Los factores que determinaron la declaración de la guerra a muerte desde la ciudad de Trujillo eran tales que, o eran vencidos

342 Camilo Torres Tenorio (Popayán, 22 de noviembre de 1766-5 de julio de 1816), político colombiano.

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mediante la voluntad heroica de dominar cueste lo que costare o la indepen-dencia americana no podía hacerse, o tenía que hacerse en un plazo que no podemos ni imaginar. Eran tales las reacciones contra la obra de Bolívar, tal la resistencia del mismo continente, tan feroces los caudillos que con sus ambicio-nes se oponían a la obra de la independencia americana que el Libertador, este hombre compasivo, este hombre de corazón, en un momento dado cree que es menester declarar la guerra a muerte para dividir la sociedad americana deseosa de libertad, de la sociedad americana deseosa de mantener el despotismo espa-ñol, y no vacila. Ante la urgencia de salvar definitivamente la libertad aceptando todas las responsabilidades por la autonomía del continente americano, declara la guerra a muerte. He aquí aparentemente dos cosas contradictorias que no son sino una armonía, atentas las distintas circunstancias que componen toda la riqueza y toda la grandeza profunda de este hombre que en sí encarnó poten-cialmente todas las virtualidades que necesitaba tener la América Hispana para expresarse, para ser libre, luchando con obstáculos verdaderamente terribles que costaron quince años de sangre y de exterminio.

Hombre modesto, hombre que no vacila en reconocer el mérito ajeno, que reconoce sus faltas, sin embargo, el momento que necesita desplegar un máxi-mum de energía no vacila un instante. “Parta usted” –dice a Santander– “parta usted a cooperar en la emancipación venezolana, porque si no, o usted me fusila a mí o yo le fusilo positivamente a usted”. He aquí el hombre de corazón, he aquí el hombre de acción impetuosa, de acción terminante, de aquella que es menester desplegar y que tenemos los americanos que desplegar cada vez que tengamos obstáculos para que la raza hispanoamericana cumpla su destino de libertad, de democracia y de justicia integral (Aplausos).

Si por una parte su moralidad, su inteligencia se elevan al máximum, por otra, hace uso de una potencialidad física extraordinaria que le sirva para hacer-se respetar de los terribles llaneros, de los terribles soldados que le acompañan en las batallas. Recordad cómo se ata por encima de dos caballos puesto uno en pos de otro y si no le resulta bien el primer salto ni siquiera da una sola señal de dolor sino que repite el salto y lo hace con tanta ventaja que queda consagrado jefe formidable de los formidables hombres que luchaban entonces por la in-dependencia sudamericana.

Multitud de aspectos en él se concentran armónicamente, porque la inde-pendencia sudamericana no podía cumplirse sino a través de una coordinación de toda clase de potencialidades, de toda clase de acciones eficaces que en él se encarnan y se individualizan. Comprende cuál es el panorama hispanoamerica-no, que la América Hispana fue educada y formada por obra de la religión, del

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misionero, del clero católico; pero, por otra parte, comprende que supuesta la independencia, supuesto ese gran momento, esa gran transición de un mundo viejo a un mundo nuevo, era menester sembrar las ideas revolucionarias ade-cuadas a este nuevo mundo y que debían orientar este mundo nuevo. Por un lado, sin más, que la carta de un verdadero teólogo, amansa al Arzobispo de Popayán, le hace comprender que él no puede partir a España, le hace com-prender que la Iglesia tiene una función superior a la de los partidos, a las de las convulsiones simplemente políticas, que aquí habían un rebaño espiritual que él no puede dejar en la orfandad no obstante las vicisitudes temporales de la po-lítica, y el Arzobispo se inclina y se rinde. Pero, por otra parte, aceptando todo lo esencial de la Iglesia católica, aceptando su intervención fundamental en la orientación de la vida hispanoamericana, enseña que los revolucionarios tienen una tea que está destruyendo los tronos y los altares y que es menester que los tronos se conviertan en asientos republicanos y que los altares se conviertan en luces de auténtica y genuina piedad para poder así perdurar y honrar a las generaciones republicanas y democráticas de la América por venir. Por un lado, el hombre religioso que siempre lo fue; por otro, el revolucionario que siente que en la hora moderna la religión y la revolución deben armonizarse en forma distinta a la que vivieron en tiempos del despotismo (Aplausos).

Señoras y señores, en un momento como el actual de tanta solemnidad histórica en que a través de un siglo vuelve Panamá a congregar a toda la Amé-rica del Sur y a la América del Norte alrededor de este santuario bolivariano, en este momento que tanto os honra, de profundidad inagotable, no significa gran cosa la presencia física nuestra, de los presidentes de la América, alrededor de vuestro santuario; lo que importa es pensar con las fuerzas profundas de la humanidad que nos han traído acá, en la presión de la opinión pública que nos ha traído acá (Aplausos).

En este momento excelso vemos cómo una gran idea, la del año 1824, del año 1826 que pensadores vulgares pudieron creer que había desaparecido, penetró en las entrañas de las gentes y ha vivido durante un siglo y medio y se ha enriquecido adentro como se enriquece el agua dentro de la roca y brota con mucha mayor riqueza, con mucha mayor trascendencia. En este instante que tanto os honra y que después de u n siglo será recordado con vibrantes emociones, permitidme que os diga con toda la sinceridad de mi alma que la América latina ha sufrido mucho en estos ciento treinta años, pero ha sufrido porque se olvidó de su maestro y conductor, porque lo miró como uno de tan-tos guerreros, porque lo miró como uno de tantos jefes de estado, y porque no lo miró como un hombre integral , expresión sintética de todas las virtualida-des, y virtudes de la raza, expresión sintética de este mundo continental nuevo

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que debía desafiar al universo nuevo y expresar en este universo nuevo nuevas ideas, nuevos anhelos y nuevas esperanzas.

No es lo más grande en el Libertador su poder militar. Tenemos que acep-tar que la batalla de Boyacá, por ejemplo, es una espléndida obra de arte y de sabiduría, y su modestia fue tal que por no haberse nombrado a sí mismo en el parte de la batalla ha habido historiadores que han afirmado que no fue Bolívar quien la dirigió. No podemos ignorar que la campaña del Perú, la campaña del Pichincha, a pesar de que él no estuvo en Ayacucho n en Pichincha, revelan la genialidad del formidable militar. La tomad e Caracas del año 1813 es una de las enseñanzas de guerra para desgastar el poder español, para probar que los americanos podían vencer las huestes españolas, a las huestes que defendían el absolutismo español. No podemos negar que todas esas hazañas del militar y del soldado hacen de Bolívar uno de los militares más grandes de la historia universal, un militar improvisado al principio y que por su propia cuenta y por su genio va adquiriendo todo el arte y pericia de la vida militar. Record aquella recomendación al General Sucre acerca de la batalla de Pichincha: “Pórtese us-ted con la mayor audacia aparente y con la mayor prudencia real”. Expresiones que nos hacen ver todo lo que como militar: “Pórtese usted, condúzcase usted con la mayor audacia aparente real”. Pero el militar en Bolívar es el medio, el militar en Bolívar es la fuerza al servicio del ideal y él se encargó de aconsejar-nos cuál debía ser la manera de organizar nuestra vida sudamericana a fin de que esta vida sudamericana sea menos dolorosa de lo que ha sido.

Estoy convencido, señores miembros de la Sociedad Bolivariana de Pana-má, que la persistencia de esta Sociedad, los estudios de esta Sociedad haga, van a servir admirablemente a la América para que, aun cuando un poco tarde, re-cuerde las normas teóricas de la política y de la sociología que dio el Libertador para obtener que la América ascienda a la democracia que le había impuesta la naturaleza de las cosas. América no podía ser monárquica. ¿Qué sería un mo-narca en América? preguntaba Bolívar. El desierto, decía, excluye el privilegio, el título nobiliario. Tenemos, pues, que ser aquello que la naturaleza nos ha impuesto. Tenemos que ser lo contrario de monárquicos, lo contrario de auto-ritarios, tenemos que ser demócratas y respetar los derechos del hombre y del ciudadano; pero para serlo, decía Bolívar es su carta de Jamaica tan oportuna-mente citada por uno de los notables oradores hace un momento, decía Bolívar en su discurso de Angostura, decía Bolívar en su discurso cuando presentó la Constitución de Bolivia, tenemos que reconocer y aceptar las fuerzas que esta-mos manejando y crear aquellos instituciones que garantizando la separación de poderes y los derechos del hombre guarden armonía, se adapten, estén de acuerdo, sean expresión de nuestras modalidades sociales y geográficas. Diver-

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sidad de razas, la mezcla todavía no terminaba, los campos dilatados, la falta de cultura, los caudillos bravos y terribles. Es menester in creando aquellas instituciones que poco a poco conduzcan a la América a la democracia ideal. No principiemos –decía– por copiar el Código de Washington, no principie-mos por tener por modelo a Norteamérica; adaptemos nuestras instituciones políticas a nuestra geografía, a nuestra raza, a nuestro ambiente para que poco a poco, principiando por la democracia, por una democracia nuestra, por una democracia latinoamericana, por una democracia autóctona, vayamos ascen-diendo a instituciones más perfectas y más perfectas que siempre serán propias nuestras puesto que los pueblos de la América del Sur nunca serán la América del Norte, ni Francia, ni Suiza. Ni siquiera cabe de Bolivia sea Chile, ni que Ecuador sea Argentina. De suerte que teniendo un fondo común, por dicha, que es el que nos vincula y nos asocia: el fondo común hispanoamericano, lati-noamericano; hay sin embargo aún dentro de estos países una serie de matices que deben hacer que las instituciones vayan adaptándose a la costumbre y poco a poco produciendo la educación de la América hacia la libertad completa. La Libertad –decía citando a Rousseau– es un alimento suculento pero de difí-cil digestión, y decía que nuestro débiles conciudadanos tendrían que educar mucho su personalidad para irse adaptando, para ir viviendo plenamente esta libertad que no es indispensable, esta libertad sin la cual América sería la nego-ciación de sí misma.

No nació América para repetir los despotismos europeos, para repetir la Santa Alianza europea. América nació para decir la palabra de verdad al hom-bre y al ciudadano, para los valores morales de justicia integral, de libertad in-tegral, y para llegar a ello nuestros débiles conciudadanos tendrán que educarse gradualmente para la plenitud de libertad, plenitud de democracia que en todo caso ha de ser propia de nuestras selvas, de nuestros campos, de nuestra raza.

Me temo, señoras y señores, que todos los dolores que la América hispana ha sufrido y que sufre, sean fruto de que nos hemos olvidado del maestro. El maestro, Bolívar, en muchas partes es materia de elogios, pero no comulgamos con él, no comulgamos con su espíritu para ver qué es lo que nos inspira. Mucho le elogiamos, poco lo vivimos. Lo que interesa en la vida humana no es tanto la intelección abstracta sino convertir la intelección abstracta en ver-dades vivencia humana, en verdadera vivencia individual y social. Cuando el Libertador hablo alguna vez de presidentes vitalicios, cuando alguna vez hablo de senadores hereditarios, se levantaron los teóricos contra él. ¡Cómo hablar de presidente vitalicio cuando la democracia, los autores excluyen la presidencia vitalicia! ¡Cómo hablar de senado hereditario cuando la democracia, según los autores de Suiza, de Estados Unidos de Francia, excluye el senado hereditario!

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Pero es que Bolívar cuando hablaba de presidente vitalicio o de senado here-ditario lo único que quería esta buscar algo propio, alguna forma que permita que la democracia nuestra, la democracia naciente sudamericana vaya desarro-llándose sin violentos trastornos, sin revoluciones de caudillos. En Bolívar hay que ver sobre todo el espíritu.

No se ha querido ver en Bolívar lo que a él le preocupaba cuando hablaba de presidencia vitalicia, no se ha querido ver en él lo que a él le preocupaba cuando hablaba de senado hereditario. Se la tomó al pie de la letra. No se qui-so ver que eran tanteos, que eran ideas que sugería, que eran modalidades para ver cómo constituir estas democracias sudamericanas que no podían ser sino democracias, pero democracias adaptadas a los hombres.

[...] que acababan de salir a la independencia, a los hombres que tenían tales hábitos, tales costumbres, tal mezcla racial, tal modalidad. Esa fue la obra de Bolívar, eso fue aquello que le llamó la atención. Expresó con mucha razón: “Un islote de libertad es asaltado por dos monstruos que trata de devorarlo: la tiranía y la anarquía”. Esto es lo que había que armonizar. Vencer a la tiranía, vencer a la anarquía. ¿Cómo hacer para que desaparezcan la tiranía y la anar-quía? ¿Cómo hacer para armonizar la libertad y la autoridad? ¿Cómo hacer para que los americanos comprendan que libertad y autoridad son expresión de un solo fenómeno? ¡Organizar la vida humana para la civilización y la cul-tura! (Aplausos).

El que quiera organizar la vida humana tiene que organizarla para la civi-lización y para la cultura, para permitir que cada hombre dé su potencialidad al máximun y para que cada pueblo dé su capacidad colectiva al máximun. El fin de la historia es el hombre, el fin de la política es el hombre, el fin de la ci-vilización el hombre, hacer que el hombre individual, no el hombre colectivo, que el hombre individual sea hombre al máximun, que el hombre individual tenga todos los elementos económicos, biológicos, políticos que le permitan ser hombre al máximun; hacer que los pueblos expresen sus características al máximun, que Venezuela dé al máximun su potencialidad, que Panamá dé al máximun sus magníficas y nobles virtualidades, que el Ecuador, que Chile, que la Argentina den al máximun sus posibilidades para que todo esto desemboque en el continente sudamericano llamado a representar algún papel en la historia de la civilización, en la historia de los hombres. Armonizar la libertad y la auto-ridad, no contraponerlas. Eliminad la autoridad y la ley y veréis que el asesino y el ratero y el demagogo arrasan con los hombres libres. Eliminad la libertad y veréis que el hombre pierde la esencia de su naturaleza. El hombre es libertad,

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el hombre no es otra cosa que libertad. Eliminad la libertad y convertiréis a la especie humana en una grey, en un rebaño, paciendo, como decía Bolívar, bajo la dirección de los pastores. Así decía en su Discurso de Angostura. Cuando ve-mos el panorama de la historia humana no vemos sino pueblos que pacen, que pacen bajo el mando del pastor; hay que procurar que las colectividades tengan por único fin concretar todas sus capacidades para que el hombre sea hombre al máximun y para que los pueblos expresen su riqueza integral al máximun.

Este fue el esfuerzo de Bolívar. Se le ha calificado de autoritario por unos, de anarquizante por otros, de anticatólico por unos, de retrógrado por otros. Es menester que reaccionemos contra todos estos puntos de vista, que reco-nozcamos que así como los comunistas tienen en Marx su biblia, su conductor, su inspirador, así los hispanoamericanos, si queremos salvarnos, si los hispa-noamericanos no queremos fracasar, si queremos cumplir en la historia y en el tiempo nuestros destinos y hacer honor a los héroes que nos libertaron, es menester que tengamos a Bolívar como maestro. Que se establezca una cáte-dra no para estudiar las batallas de Bolívar por importantes que sean, no para saber en dónde estuvo Bolívar en el año de 1820, sino para tomar la Carta de Jamaica, para tomar el Discurso de Angostura, el discurso con el que presentó la Constitución Boliviana, y hacer que nuestros jóvenes se compenetren de esos discursos, que nuestros jóvenes se despierten al pensamiento original y hacer que la América Latina empiece a ser una sustantividad original. América Latina no puede ser miserable repetición de otras partes, conglomerado humano repi-tiendo otro conglomerado humano. Es menester que despierte su originalidad espiritual, su propia personalidad espiritual. Es lo único que nos puede salvar.

Yo creo, señores de Panamá, que si de esta ceremonia solemne en que los Presidentes de todas las Repúblicas han acudido a este santuario, a este con-vento, a esta sala donde estoy hablando ahora lleno de turbación en mi espíritu, lleno de respeto al pasado que tiene la majestad de la historia, la resolución, la gran obra que podéis hacer es el estudio asiduo, permanente y constante de la obra bolivariana; entonces sí Bolívar ya no será solo un guerrero, ya no será solo un maestro; ya será para nosotros un héroe, es decir el hombre que acompañó a la generación pasada y que sigue acompañando a las generaciones presentes dándoles ejemplo (Aplausos).

Agradezco vuestra gran benevolencia, señora y señores. No creáis que fuis-teis privilegiados por Bolívar arbitrariamente, no creáis que habéis sido ahora privilegiados arbitrariamente. Bolívar os eligió para que fuerais el centro de una rebeldía, del pueblo panameño, de los panameños y de las panameñas, y

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esta rebeldía subterránea hoy se ha convertido en orgullo nacional panameño, y el orgullo nacional panameño ha impuesto a todas las naciones de América, desde Estados Unidos hasta el Paraguay, que vengan aquí a rendir homenaje en esta pequeña sala a la más extraordinaria voz de espiritualidad que ha estallado jamás tal vez en la historia, sobre todo en la historia contemporánea. ¿Cuál fue el espíritu de 1826? ¿Cómo debemos hacer para que ese espíritu inspire a todos los americanos, para que cooperen todos los del Norte con generosidad y no-bleza levantando la condición industrial y económica de los países sudamerica-nos, y a los del Sur para que impere en ellos la solidaridad para que se destierre de Sudamérica todo imperialismo territorial, todo exclusivismo...? (Aplausos. Se oyen voces de: «¡Muy bien, muy bien!»). Es cierto que hay que respetar los Tratados, es cierto; es norma civilizada respetar los Tratados, pero es justo también que los Tratados respeten la justicia (Aplausos).

Seguid panameños, seguid panameñas, señoras y señores, la obra de vues-tros hombres continentales. Por ahí un hombre panameño haciendo la revolu-ción en el Paraguay. Por ahí un Obispo de Panamá repartiendo fe por todas las Diócesis sudamericanas. Por ahí un ilustre panameño haciendo esclarecida la Escuela de Quito con sus cuadros que se conservan en la Compañía de Jesús. Vosotros habéis sido hombres continentales, vosotros, decía Bolívar, práctica-mente veis por un lado África y Europa, y por otro lado veis Asia y vosotros unís a Norteamérica con Sudamérica; dentro de nuestra raza hispanoamericana estamos vinculados por todos los ideales hispánicos de libertad y de justicia, de personalidad, sembrados en este continente. Para unir a América tenemos un lazo que es un lazo suficiente: el tratar de defender en el mundo la libertad contra la barbarie stalinista –(aplausos)– o de cualquiera que pretenda convertir a los hombres en rebaño. América vive para el hombre en cuanto hombre y para el pueblo en cuanto pueblo.

Que estos ideales vuestros se intensifiquen más de lo que están intensi-ficados, que vuestros hombres continúen siendo continentales; que los pen-samientos vuestros, que los pensamientos de estos días se repartan por todo el continente, por el Norte y por el Sur, y entonces seréis acreedores a los privilegios de que os ha colmado la naturaleza y a los privilegios con que con justicia quiso engrandeceros más, enalteceros más, colmaros más y poneros en el plano más elevado el héroe y maestro americano Simón Bolívar, Libertador de América (Aplausos).

(Versión de J. Augusto Murgueytio)

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CUARTA PRESIDENCIA(1960-1961)

¡Querida chusma!343

En la manifestación realizada en la ciudad de Quito, el 31 de mayo de 1960, en la Plaza de San Francisco.

Señor Presidente de la Federación Nacional Velasquista344 y Candidato a la Vicepresidencia de la República,

Distinguidas Autoridades del Velasquismo Regional y Provincial,Señoras y señores:

Siento profundamente que, ya los defectos técnicos inevitables de esta transmisión, ya la inmensa, generosa e impulsiva aglomeración de personas reunidas en esta histórica plaza, me impiden dirigiros la palabra con la calma y la serenidad que quisiera, para exponeros tantas ideas que se me vienen a la mente al contemplar este esfuerzo magnífico del pueblo de Quito y al ver cómo esta ciudad merece una vez más ser llamada Luz de América, por vuestros sa-crificios, por vuestro heroísmo, por el valor con que desafiáis a la tiranía, por la constancia en el esfuerzo, por la manera de llevar a cabo vuestros propósitos, por la manera de esperar el día del triunfo. Hoy, después de esta estupenda ma-nifestación del 31 de mayo de 1960, por obra vuestra, por obra de Guayaquil, por obra del pueblo ecuatoriano, este mismo pueblo se abre paso definitiva-mente a una nueva era, a una nueva vida de justicia integral, a una vida de po-lítica seria, austera y concienzuda, tal como corresponde a vuestros sacrificios, a vuestra grandeza, a la esplendidez de vuestra alma, nobles hombres de Quito (Aplausos).

343 Tomado de: José María Velasco Ibarra, “Querida chusma” (Discurso en la Plaza de San Francisco, Quito, 31 de mayo de 1960), en Obras completas: “Discursos” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo XII B, Quito, s. e. [Editorial Santo Domingo], s. f. [1974], pp. 245-254.

344 Se refiere el Dr. Velasco Ibarra al Dr. Carlos Julio Arosemena Monroy (Guayaquil, 24 de agosto de 1919 - Guayaquil, 5 de marzo de 2004), destacado político ecuatoriano, jurista guayaqui-leño, diputado por la Provincia del Guayas, fue vicepresidente como binomio de José María Velasco Ibarra y posteriormente fue Presidente de la República del Ecuador, al igual que su padre el Sr. Julio Arosemena Tola.

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SERES DE CARNE Y HUESO

Vosotros que sois seres de carne y hueso, de alma y de espíritu grande, y no fantasmas, estáis manifestando aquí vuestro patriotismo y vuestros anhelos. Yo quisiera que una persona imparcial, un gran poeta, un gran psicólogo o un historiador presencie lo que estáis haciendo este instante, presencie la inmensi-dad de esta multitud, conozca la historia de vuestros sacrificios de cuatro años, de tres años, de meses enteros de esfuerzo y de abnegación y diga si esto no responde, por un lado, a la grandeza del ideal a la patria, a la nobleza de espí-ritu del pueblo, a la salud vuestra, y, por otra, la conciencia austera con que el velasquismo ha sabido tomar siempre el servicio de la República. Unas veces con equivocaciones, otras veces sin ellas, el velasquismo ha sido siempre un sistema de lucha, un enamoramiento de la justicia; una sed de redimir al pobre, un anhelo de prestigiar al Ecuador, una confianza en las fuerzas de la República, en las fuerzas de las clases pobres, en las fuerzas de las clases altas. El pueblo ecuatoriano, como entidad colectiva, ha sido la finalidad del esfuerzo, del amor y de la fe del velasquismo durante treinta años... (Aplausos).

¡Sí, señores, si amigos de Quito, sí héroes del 2 de agosto de 1810, yo con-templo ahora este mar humano que me rodea, veo este ir y venir del mar huma-no, este movimiento del mar humano y no hago sino sentirme cada momento más pequeño! ¿Podré corresponder a vuestros afanes, podre corresponder a vuestra confianza, seré digno de la grandeza vuestra, hombres de Quito, hom-bres del Ecuador? (Aplausos).

DIFÍCIL SER BUEN PRESIDENTE

Muchas veces en esta campaña he dicho que es muy fácil llegar a ser Presidente, pero es muy difícil ser buen Presidente y hoy me ratifico en ello. Contando con el heroísmo de los quiteños, con la pujanza de Guayaquil, con las virtudes del pueblo ecuatoriano, es muy fácil llegar a la Presidencia de la República cuando se tiene honradez, cuando se tiene amor al pueblo, cuando se ha sido leal al ideal durante treinta años; lo difícil, lo tremendamente difícil es llenar las res-ponsabilidades que yo tengo ante vuestras necesidades, ante vuestras angustias; vosotros esperáis de mí, y yo tiemblo sintiéndome tan débil y no puedo menos que repetir lo que decía el 3 de mayo: ¡Dios proveerá para que pueda yo de al-

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guna manera ser digno de la grandeza moral, de la grandeza política del pueblo de Quito, del pueblo del Ecuador! (Aplausos).

GAMONALISMO ESTRECHO Y MISERABLE

A una persona muy distinguida de la clase adinerada y pudiente del Ecuador consagrada hoy a ayudar al velasquismo, que ha comprendido los dolores del pueblo, que ha comprendido que el pueblo necesita una auténtica re-generación económica y biológica, elementos de una oligarquía miserable y estrecha le decían hace pocos días: “Hasta usted está metido con la chusma velasquista”. Vosotros, los hombres que estáis aquí; vosotros, los fuertes brazos que ya lo quisiera para sí don Galo Plaza345, el momento que sois velasquistas, la despreciable chusma velasquista, pero os diré lo que el presidente Alessandri346, un grande hombre de Chile, decía en ocasión análoga: ¡Queri-da chusma, con vosotros cuento para levantar la grandeza internacional del pueblo...! (Aplausos).

Solamente insolencia: “chusma, chusma”. En esta chusma hay artesanos beneméritos, de gran corazón y noble espíritu; en esta chusma hay mujeres abnegadas que sacrifican su existencia para salvar a sus hijos de la pobreza, por educarlos, por redimirlos, por darlos a la patria; en esta chusma hay campesi-nos que siembran, cosechan y dan la vida práctica que el pueblo tiene: la vida agrícola; en esta chusma hay brazos esforzados, grandes almas, nobles espíritus, hombres que saben morir por su ideal, hombres que saben luchar y vencer por dar al país la libertad electoral; sí, ¡esta chusma es el alma de la patria, esta chusma es la que redime a la República de la corrupción, del estancamiento egoísta, calculador y corrompido en que hoy está; sí, esta chusma es la que nos purifica, nos da fuerza y nos levanta! ¡Pobres señores de gamonalismo estrecho y miserable! (Aplausos).

345 Galo Plaza Lasso, fue presidente entre el 1 de septiembre de 1948 y el 31 de agosto de 1952. También fue Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA) desde 1968 a 1975. Fue embajador del Ecuador en los Estados Unidos de 1944 a 1946 y firmó la carta de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1945.

346 Arturo Fortunato Alessandri Palma (Hacienda de Longaví, Provincia de Linares, Chile, 20 de diciembre de 1868 - Santiago de Chile, Chile, 24 de agosto de 1950) fue un abogado y político chile-no, patriarca de la Familia Alessandri. Presidente de la República entre 1920 y 1925 y entre 1932 y 1938. Es considerado uno de los políticos más influyentes en el Chile del siglo XX, entre otras cosas por una serie de reformas -incluida la Constitución de 1925- que marcaron el fin del régimen parlamentario en Chile e instauración del presidencialismo.

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VOSOTROS QUE AMÁIS A LA CHUSMA

Y vosotros, los hombres de la clase alta que tenéis ahora el honor de com-prender a la chusma, a la querida chusma del gran Presidente Alessandri, a esta chusma que es el alma de la patria, vosotros que la comprendéis y que estáis trabajando por ella y que sabéis que necesita una reforma agraria bien meditada, hecha con sinceridad, no hecha por un gamonal que no busca sino el dinero y el prestigio y el lustre electorero, sino por hombres de corazón que amen al campesino, que amen al hombre pobre; vosotros los que compren-déis que el pueblo necesita mejorar su vivienda, salir del tugurio; vosotras, las que comprendéis que el niño ecuatoriano de las clases pobres necesita redi-mirse para ser ellos, por su número, por su esfuerzo, los brazos futuros del Ecuador; vosotros los que creéis que es menester irrigar los campos, dar agua potable a las poblaciones; vosotros los que acompañáis al velasquismo actual-mente en su programa de realizaciones constructivas para que el Ecuador se levante en el orden cultural, en el orden biológico, en el orden económico, felicitaos; por vosotras y por vosotros, las clases llamadas altas se salvarán ante la historia de la maldición que el pueblo ecuatoriano lanzaría contra ellas si aquí no hubiera sino egoísmo y preponderancia de los que aprovechan del pueblo y desprecian al pueblo, piden el voto del pueblo y lo llaman chusma. Vosotras, vosotros que comprendéis a la chusma, alegraos de tener esa dicha de practicar el primero de los Mandamientos: Amar a Dios sobre todas las cosas y respetar al hombre, porque el hombre es el fin de la historia, el hom-bre es el fin de la civilización! (Aplausos).

Esas señoras, esos señores que hablan del pueblo que trabaja, del pueblo que siembra y que cosecha, del pueblo que construye casas, del pueblo que hace puentes, del pueblo que hace carreteras, esos señores que os llaman chusma son, sin embargo, hombres y mujeres que asisten a todas las novenas, oyen todas las misas y creen que se van al infierno si votan por Velasco Ibarra y no votan por Gonzalo Cordero Crespo. Esas gentes asisten a todas las novenas y esos hombres van a todas la novenas y asisten a todas la misas del domingo, pero se olvidan de aquel pasaje estupendo del Evangelio cuando Cristo multiplicó los panes para dar a la muchedumbre hambrienta que le oía. Los fariseos le dijeron: despídelos, que no incomoden aquí, y Cristo dijo: han perseverado, dejadlos, no quiero que se vayan sin alimento, no sea que desfallezcan en el camino; y cinco panes se con-virtieron en un número infinito de panes para que coma la muchedumbre. ¡Cristo no llamó chusma a la muchedumbre amada por Él! (Aplausos).

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TRABAJEMOS SIN TREGUA

Es indudable, es absolutamente cierto que soy ya Presidente del Ecuador y esto lo sabe todo el país. El señor doctor Carlos Julio Arosemena es ya Vice-presidente de la República y Presidente del Congreso Nacional. ¿Qué puedo yo ofreceros? Vosotros habéis oído mi ansia de redimir a la patria redimiendo a su pueblo, tratando de redimir a la patria en el orden económico, en el orden biológico, tratando de multiplicar las escuelas técnicas en este tiempo de técni-ca, pero yo comprendo las dificultades que voy a encontrar, yo comprendo que voy a encontrar algo así como ochocientos millones de deuda interna; yo tengo presente aquella polémica destructora para el gobierno actual para el señor Enrique Arízaga Toral y el doctor Camilo Ponce Enríquez, en la que el señor Arízaga Toral manifestó cuál era la situación económica de la República, cuál ha sido la manera como el Gobierno del Ecuador ha manejado la economía nacional; yo comprendo las dificultades, cuánto tiempo pasará para que sintáis alivio. ¿Cómo haremos para redimirnos pronto? No lo puedo decir; lo que sí os aseguro, hombres y mujeres que me escucháis, es que desde el primer día de mi Presidencia, yo y los que conmigo colaboren emplearemos toda nuestra energía, todo nuestro ardor, toda nuestra fe, todo lo que sepamos, en trabajar sin tregua ni descanso por el pueblo ecuatoriano (Aplausos).

YO PUEDO SER PRESIDENTE

En “El Telégrafo” de esta mañana se dice que yo he demostrado hasta la sa-ciedad por qué determinado caballero no podía ser Presidente del Ecuador, pero que no he determinado por qué yo sí podía ser Presidente. Yo puedo ser Presidente del Ecuador porque lo primero que hice es creer en la dignidad internacional de la patria, vigoricé desde mi primer periodo a las Fuerzas Ar-madas para que sepan ellas sucumbir, si es menester, pero sucumbir con honor y poner a salvo la dignidad de la bandera ecuatoriana; y se hicieron cuarteles y se compraron buques y se levantó la Aviación y se mejoró el rancho y el vestido de la tropa y se dignificó al Ejército, a la Marina, a la Aviación, en todo sentido; yo puedo merecer ser Presidente de la República porque no quise hacer de las Fuerzas Armadas una simple policía de seguridad partiendo de la base de que el Oriente no sirve para nada y que es menester abandonar lo que otros insensata-mente señalaron como disparate; yo puedo reclamar al pueblo ecuatoriano ser

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Presidente, o, mejor dicho, yo no reclamo al pueblo ecuatoriano porque él tuvo la bondad de llamarme; hoy estoy haciendo propaganda para que se afirme ese llamamiento; puedo hacerla porque no dejé desde la primera administración de construir escuelas, colegios, universidades, sin cesar un solo minuto en el trabajo, moviéndome por todas partes, averiguando dónde había un dolor en el pueblo para hacerme presente y ayudarle a salir del dolor y del quebranto, como lo pueden comprobar las poblaciones de Loja, las poblaciones de Tulcán, las de El Oro, todas las poblaciones ecuatorianas. ¿Cómo no voy a poder servir nuevamente al pueblo desde la Presidencia? (Aplausos).

Vosotros recordáis que apenas subí en la primera administración se cons-truyó la Aduana de Guayaquil, el Colegio de Señoritas “Guayaquil”, el Colegio “Vicente Rocafuerte”, el establecimiento en que hoy funciona la Escuela Mili-tar, en Quito, y se hicieron caminos para todas partes. Vosotros comprendéis la transformación mortal que el velasquismo ha hecho. El velasquismo rom-pió construcciones pero no puso a los pobres asambleístas del año 38 en la Penitenciaría sin ninguna finalidad patriótica, sino que el velasquismo rompió constituciones para dejar establecido el respeto al pueblo mediante el sufragio popular y libre; y nosotros hemos combatido, nosotros hemos hecho crujir la realidad ecuatoriana en nuestras manos, nosotros acabamos con el sectarismo político, establecimos la libertad de conciencia, la libertad de religión, acaba-mos con la hipócrita Ley de Cultos y establecimos el liberalismo genuino en el Palacio de Gobierno, sin mengua de la laicidad del Estado, manteniendo el liberalismo, dando garantías a todos los ecuatorianos para el ejercicio de todas sus creencias y opiniones (Aplausos).

NO PERMITÁIS EL ULTRAJE

Voy a dirigirme a las Fuerzas Armadas para, con todo el respeto que a ellas debo, rogarles por la amistad que yo he tenido para con ellas, y por la amistad que ellas un día me manifestaron, que no permitan que cuatro jefes corrom-pidos de la Política atormenten al pueblo de Quito (Aplausos). Soldados de la patria: yo siempre respeté el honor de vuestra función, yo siempre os quise grandes y poderosos para la defensa de la bandera ecuatoriana en el mundo internacional, ¡os ruego, por ese respeto que os tengo, que no permitáis que a este grande e ilustre pueblo se lo atropelle!

El señor Galo Plaza Lasso resuelve conquistar Quito con una muy graciosa forma de propaganda electoral, y se asesina a este pueblo de Quito por el sim-

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ple hecho de que el pueblo soberano no quiere la candidatura del señor Plaza, en uso de su soberanía, sino que por inmensa mayoría quiere la candidatura de vuestro servidor Velasco Ibarra (Aplausos).

Porque Radio Tarqui informa, con justicia verdadera que no favorece a la entrada del señor Galo Plaza Lasso, el Jefe de Pesquisas entra en Radio Tarqui, invade una casa particular, ultraja a la señora del propietario de Radio Tarqui, atropella a los empleados y es menester que el pueblo de Quito acuda en de-fensa para que esos atropelladores injustos solidarizados con el señor Galo Plaza, no ataquen Radio Tarqui. ¿En qué país vivimos, cuáles son las libertades que ofrece el señor doctor Ponce Enríquez como Presidente de la República? (Aplausos).

TIRANOS Y ASESINOS

Porque unos jóvenes en tiempo de elecciones gritan VIVA VELASCO IBA-RRA, ABAJO PLAZA, por este crimen una bomba de gases lacrimógenos es-talla en la cara de un joven, y lo tenemos ahora en las puertas de la muerte. Esto se llama doctor Ponce, si usted me permite en su majestad de Excelentísimo Presidente del Ecuador, ser tirano del pueblo ecuatoriano (Aplausos).

Dice el gobierno que a él no le gusta las piedras, ni las heridas, ni las ame-nazas, pero le gustó el 19 de marzo de 1960 en que el pueblo de Quito fue ase-sinado por la espalda, muriendo seis velasquistas y siendo heridos veinticinco velasquistas solo por el crimen de congregarse el pueblo a oír mi discurso y a hacer una manifestación cívica imponente. Este asesinato denunciado por el señor Leonidas Plaza Lasso, Embajador del mismo doctor Ponce Enríquez, hermano de don Galo Plaza; este asesinato puntualizado por el Embajador dejó al gobierno tranquilo, el Jefe de Policía, Serrano, hasta ahora no es casti-gado, el Intendente continúa en su cargo, pero sí protesta porque el pueblo de Quito en presencia del señor Galo Plaza no puede contener su espontaneidad y grita Viva Velasco Ibarra (Aplausos).

El velasquismo no empezó con amenazas, ni con piedras, ni con grose-rías; el velasquismo ha sido víctima de toda clase de insultos, de toda clase de atropellos; los asesinos del velasquismo se han introducido hasta en mi vida privada: ahí está el inverecundo escritor Juan sin Cielo347, ahí está todo el séqui-to de pobres y superficiales intelectuales que rodean al señor Galo Plaza Lasso.

347 Se refiere Velasco Ibarra al periodista y escritor Alejandro Carrión.

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El velasquismo no principio, el velasquismo fue víctima, pero el velasquismo estuvo resuelto a defenderse; él no buscará nunca lanzar la primera piedra, pero si alguien le echa a él la primera piedra, hará muy bien en echar doce piedras porque es el representante genuino de la soberanía nacional (Aplausos).

INSULSOS Y COBARDES CALUMNIADORES

¿Quién no recuerda esa serie enorme de calumnias? Un día escribí a un Pre-sidente de la República recogiendo todo el ambiente de ese momento en el exterior: “Muchos piensan que usted fomentó el ataque al Perú, que por eso la voz del estadista ecuatoriano no ha sido oída con respeto”. Oigan bien lo que le dije: “En el exterior muchos piensan que usted fomentó el ataque”. ¿Sabéis cómo cambiaron los intelectualoides y calumniadores del Ecuador? ¿Sabéis como cambiaron este texto claro y evidente? Cambiaron así: que yo he dicho que el Ecuador fue el agresor, y con esta calumnia miserable han pretendido quitarme vuestro afecto durante cuatro años. ¿Creéis vosotros, pobres intelec-tualoides amargados y superficiales que con vuestra calumnia audaz y ruin vais a arrebatarme el amor de un pueblo intuitivo y que sabe entender y compren-der? (Aplausos).

Y no creáis, pueblo admirable de Quito, no creáis que mi carta fue ja-más discutida en una asamblea internacional; si hubiera sido discutida en una asamblea internacional, por necio que el diplomático ecuatoriano hubiese sido, hubiera hecho leer la carta, hubiera hecho que se comprenda la carta. Jamás fue leída mi carta en una asamblea internacional, sino que allá, en Río de Janeiro, los hombres de la diplomacia que vosotros arrojasteis con la Revolución del 28 de Mayo, los hombres que hoy rodean al señor Galo Plaza Lasso fueron incapaces de levantar la voz, fueron incapaces de levantarse a la tribuna y desafiar a toda Sudamérica declarando que no arreglaríamos mientras el Perú mantenga su invasión en la Provincia de El Oro. Fueron incapaces, fallaron, ahí estupefactos y mudos y después vienen aquí a decir que porque yo he dicho una palabra por eso ha perdido el Ecuador el Oriente. ¡Mirad qué torpes, que insulsos y qué infames son! (Aplausos).

FALTA DE SENSIBILIDAD

La causa única de esta nerviosidad, de esta perturbación de los ánimos es la falta de sensibilidad democrática del señor don Galo Plaza Lasso. El señor

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don Galo Plaza Lasso no debe ser Presidente del Ecuador y no debe ser por las causas internacionales que apunté en Guayaquil y porque tiene un espíritu esencialmente antidemocrático, le falta sensibilidad democrática, no capta las emociones populares, no capta el sentir de las mayorías. Sabiendo que Quito en su mayoría no acepta su candidatura, sabiendo que Guayaquil no acepta, sabiendo que Ambato no acepta, Machala no acepta, Loja no acepta, el señor Galo Plaza resuelve conquistar Quito; ¿qué pasa entonces? El pueblo soberano, el pueblo altivo se revela porque tiene derecho a revelarse. No hay forma de im-poner al pueblo algo que el pueblo no quiere aceptar; de esto no tiene la culpa el velasquismo, de esto no tienen la culpa los velasquistas presos y enjuiciados; de esto tiene la culpa la intensidad, la fuerza emotiva con que el pueblo ha tomado el fenómeno velasquista, un fenómeno sociológico, como decía un Senador, un fenómeno psicológico de tal manera vibrante que si se le quiere imponer con las bayonetas otro candidato, este pueblo sería recio en la protesta, y las conse-cuencias podrían ser lamentables por obra de la falta de espíritu democrático del señor don Galo Plaza Lasso.

UNA ERA DE BIEN

En esta noche, la más grande y grata para mí, quiero invitaros, nobles amigos míos, a un gobierno de trabajo, a un gobierno de patriotismo, a un gobierno de justicia para todos, a un gobierno de libertad para todos, a un gobierno de ga-rantía para todos; que todos, desde el 10 de septiembre, se sientan garantizados en nuestra patria, que por el hecho de ser habitantes de la República del Ecua-dor ampare a todos por igual la ley, la justicia, el derecho; que todas las opinio-nes, toda asociación honrada, toda agrupación honrada se sientan garantizadas. Hagamos votos por que alguna vez en el Ecuador haya un verdadero Poder Judicial, garantía de la seguridad, del honor, de la vida de todos los hombres; Comisarios honrados que no pierdan los procesos, Intendentes honrados que no sean ellos también asesinos del pueblo, Jueces honrados, Cortes honradas, ricos que cumplan su deber, ricos que recuerden que todo lo deben al pueblo y que su gran deber es producir más, hacer que la patria progrese, hacer que el pueblo progrese y dar al pueblo lo que el pueblo necesita urgentemente para su vida; burócratas, Ministros, Jefes de Sección, consagrados todos ellos, día y noche, dentro de su función técnica, dentro de su función específica y servir al pueblo ecuatoriano, a hacer adelantar al pueblo ecuatoriano empleando las ocho horas reglamentarias en un trabajo asiduo, contante, de iniciativas; necesi-

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tamos dar al pueblo ejemplo de trabajo; a los obreros, mis amigos, yo les pido que con su trabajo me ayuden a levantar la producción de la patria; a los pobres, a las llamadas clases humildes, que para mí merecen el mayor respeto porque son las fuentes de las grandes virtudes de la patria, les pido que confían en mí; yo no podré hacer todo de golpe, dedicaremos muchos años pero sin cesar, yo trabajaré para vosotros, por vosotras; el Palacio de Gobierno estará siempre abierto para recibir vuestros reclamos, vuestros pedimentos (Aplausos).

FRENTE A LOS RIESGOS

A los dirigentes del velasquismo les pido que se sientan ellos también respon-sables de esta hora solemne. Yo soy responsable, soy el primer responsable; pero, sintamos todos la responsabilidad de hacer algo por el pueblo. Vosotras, mujeres ecuatorianas que estáis escuchando, vosotros, hombres y mujeres de todas las clases sociales, ayudadme a aliviar la condición de los pobres, tomad vuestra iniciativa por la vivienda, por el niño, por las madres abandonadas; levantemos todos al pueblo, consideremos que hoy en el mundo internacional tan dinámico, son los pueblos, los pueblos junto con las Fuerzas Armadas y con una diplomacia sabia, los únicos baluartes de las naciones fuertes, y así el Ecua-dor será una verdadera fuerza en el mundo internacional hispanoamericano, así seremos nación amazónica.

A nosotros no nos disgustan los riesgos internacionales, señores del entre-guismo, señores del Tratado Herrera García348, señores de Río de Janeiro349; a nosotros no nos disgustan los riesgos internacionales; nosotros sabemos que los riesgos y las dificultades forjan a los grandes pueblos, nosotros seremos grandes en el riesgo internacional, seremos grandes respaldando la historia de nuestra patria y forjando una nación tal cual quisieron los padres que fundaron esta República con su sangre y con su espada (Aplausos).

¡Homenaje a vuestros grandes corazones, señoras que me escucháis tan en-tusiasmadas; homenaje a vuestros grandes corazones, amigos míos; homenaje a la nobleza de los pobres en esta patria ecuatoriana, homenaje a sus sacrificios, a

348 Tratado Herrera García, redactado el 2 de mayo de 1890 (Conflicto limítrofe entre Ecuador y Perú, 1887 - 1893).

349 El gobierno ecuatoriano de Arroyo del Río suscribió el Protocolo de Paz, Amistad y Límites de Río de Janeiro (o Protocolo de Río de Janeiro), el 29 de enero de 1942. Lo hizo representado por el canciller Julio Tobar Donoso.

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su constancia en defensa de los grandes ideales! Treinta años me habéis acom-pañado: os rindo mi homenaje, mi respeto, mi afecto, mi gratitud, pero nada de esto importa porque lo que a vosotros os importa es que vuestros votos, vuestros esfuerzos, vuestro heroísmo suban hacia el cielo para que la omnipo-tencia de Dios los recoja y los convierta en una lluvia caudalosa y benéfica de grandeza para vosotros mismos y de gloria e inmortalidad para la patria ecua-toriana (Aplausos).

(Versión de J. Augusto Murgueytio D.)

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QUINTA PRESIDENCIA

En marcha la revolución velasquista: fuerza y vitalidad interna; fuerza y prestigio en la vida internacional350

Discurso pronunciado por el Presidente Constitucional de la República, Dr. José María Velasco Ibarra, en la concentración velasquista celebrada en la Plaza de la Independencia, el 7 de marzo de 1969.

Vuestra presencia arrolladora y entusiasta, después de seis meses de gobierno, es la prueba más grande de vuestra confianza en que el Gobierno que yo presi-do es un Gobierno de honradez, es un Gobierno de honor, es un Gobierno de transformación nacional. (Os voy a rogar que me dejéis hablar y que vosotros estéis tranquilos, porque más importante que vuestros aplausos, a pesar de lo grandes que son para mí, es que vosotros os dignéis oír lo que yo tengo que deciros hoy a vosotros). Habéis acudido a esta histórica Plaza de Quito, a esta Plaza de la Independencia de Quito, para manifestar vuestra decisión absoluta, total y firme de que no daréis un paso atrás en la nueva revolución, de la jus-ticia integral, la revolución de la justicia integral y completa para cada uno de los habitantes de la tierra ecuatoriana, para cada uno de los ciudadanos de la República del Ecuador.

Todos los pueblos de la tierra, sin excepción de uno solo, todos los pueblos de la tierra que con su dolor, con su intuición, con su sentimiento, han estado haciendo la historia durante miles y miles de años, hoy tienen la plena concien-cia de que a los individuos que componen las masas populares del mundo les cabe el perfecto derecho a tener un mínimo de digna vida, un mínimo de vida tranquila, un mínimo de cultura, un mínimo de bienestar y tras esta reivindi-cación humana por el derecho individual a una vida justa, a una vida digna, están puestos de pie todos los pueblos del mundo y estáis vosotros de pie ayudándome a mí, confiando en el Gobierno, resueltos a luchar contra todos

350 Tomado de: José María Velasco Ibarra, “En marcha la revolución velasquista” (Discurso en la Plaza de la Independencia. Quito, 7 de marzo de 1969), en Obras Completas: “Discursos” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo XII B, Quito, s. e. [Editorial Santo Domingo], s. f. [1974], pp. 321-332.

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los obstáculos, contra todas las dificultades que se opongan a la justicia integral para cada uno de los habitantes del Ecuador, para cada uno de los habitantes de la patria ecuatoriana.

Yo os agradezco, agradezco y pido el mismo silencio para lo que os voy a decir; nuestra revolución ecuatoriana, es una revolución evidentemente original, nuestra revolución no amenaza atropellar a nadie, violar los derechos legítimos de nadie, impedir las iniciativas de nadie; nuestra revolución no ha renegado de la moral, no ha renegado de los altos valores morales; nuestra revolución está enmarcada dentro de la libertad, dentro de los valores morales, dentro del res-peto a la persona humana. Pero exigimos de una manera perentoria y absoluta, que todos los ecuatorianos, especialmente la gente rica, especialmente la gente que tiene en sus manos las palancas de la producción, exigimos que todos los ecuatorianos ricos y pobres contribuyamos con el esfuerzo, con su trabajo y con su persona a procurar la práctica de la justicia para cada uno de los trabaja-dores del Ecuador, para cada una de las personas pobres del Ecuador, para cada uno de los ciudadanos de la República del Ecuador.

Quiero que vosotros os compenetréis de lo que el Gobierno quiere, de lo que el Gobierno ha hecho y de lo que el Gobierno pretende hacer; no es exacto, señoras y señores, que no hayan sino dos formas de Estado: o el Estado totali-tario, el estatismo como se dice, o al otro extremo, la libertad individual econó-mica, la libertad de iniciativa, al margen por completo de las normas del Estado; no hay tal. Vivimos hoy un mundo enteramente nuevo, es menester que la gente rica, los cultivadores en grande, los propietarios, los hombres del lujo y el orgu-llo, los monopolizadores de la explotación comprendan que hoy la humanidad vive una etapa completamente nueva; el Art. 32 de la nueva Constitución de Co-lombia sintetiza esta etapa, amigos míos, declara ese Art. 32 de la Constitución de Colombia que se garantiza la propiedad, que se garantiza la libre iniciativa, pero en el mismo artículo se le impone al Estado la obligación de regular la pro-ducción, el comercio, el movimiento de la riqueza, a fin de que la riqueza no sea un factor anárquico en beneficio del lucro, esplendor y lujo de unos pocos, sino para que la riqueza, fruto del trabajo, fruto de la iniciativa, se convierta en home-naje a los trabajadores que también hacen la riqueza, en beneficio para redimir a todos los hombres de la angustia de la pobreza, de la angustia de la enfermedad, de la angustia de la incultura, de la angustia de la inseguridad; quiero que se me entienda bien, vivimos un tiempo completamente nuevo: iniciativa popular, pro-piedad privada en mancomún con la actividad del Estado, el cual se encarga de regular y dirigirla producción y la riqueza en beneficio del pueblo en general, del pueblo ecuatoriano en este momento de la patria.

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VIEJA Y NUEVA POLÍTICA

Yo espero de vuestra comprensión, que hayáis captado bien la idea, no somos opuestos a la iniciativa libre y la fomentaremos y la ayudaremos; no somos opuestos a la propiedad, la respetamos; pero, la iniciativa libre y la propiedad tendrán que rendirse a tener moral y ser humanas y cooperar para el bienestar de cada uno de los individuos del pueblo ecuatoriano, porque nosotros quere-mos una nación fuerte, una patria grande, una patria que cumpla su deber his-tórico en la América del Sur. ¿Cómo ha de haber patria fuerte, si el pueblo está en la miseria? ¿Cómo ha de haber patria fuerte, si el pueblo no tiene elementos de salud, si no hay hospitales, si no hay casas cunas? ¿Cómo ha de haber patria fuerte, si el pueblo vive en el tugurio? ¿Cómo ha de haber patria fuerte, si es que el pequeño productor no tiene derecho a explotar su banano en condiciones de igualdad con el gran exportador? ¿Cómo ha de haber patria fuerte con la felonía de los intermediarios? ¿Cómo ha de haber patria fuerte con los monopolios infames de unos pocos; aunque la patria llora, y el pueblo sucumbe?

Vosotros sabéis que la oligarquía no tiene entrañas humanas y yo me per-mito rogar a la oligarquía ecuatoriana que cuanto antes adquiera entrañas hu-manas, porque nosotros estamos dispuestos a respetar el derecho de las perso-nas, estamos dispuestos a respetar la iniciativa, pero, si es menester aplastar a la oligarquía para que triunfe la razón, la justicia y el derecho, no vacilaremos en aplastarla; nosotros respetamos la sociedad, respetamos al individuo, respeta-mos a los hombres, pero si se permiten ultrajarnos porque nosotros queremos la justicia para con el pueblo ecuatoriano, nosotros tendremos mano fuerte para imponer en la práctica la razón y la justicia.

Yo quiero que me escuchéis con calma, porque es uno de los puntos fun-damentales de nuestra política. Antiguamente la política, sobre todo en el Ecua-dor, olvidada, desdeñaba el dolor popular, desdeñaba y olvidaba la angustia popular; la política era sobre todo –oídmelo bien, todos–, una vulgar disputa y era olvido total al clamor popular. Ordinariamente la política ha consistido, y para algunos consiste, en los acuerdos entre caballeros de la política: acordar ventajas, darse las manos entre políticos, apoyarse entre políticos; llamar a la colaboración a tales o cuales políticos, tener jefaturas políticas, tenencias políti-cas, embajadas, representaciones en las famosas corporaciones autónomas. ¡He aquí la gran política, la gran preocupación! Para apoyar a un Gobierno, hay que ver si ha dado o no ha dado representaciones políticas, si ha dado o no ha dado jefaturas políticas; si no ha dado jefaturas políticas, oposición a muerte, guerra

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a muerte; para nosotros eso es un absurdo, para nosotros eso pudo caber hace 100 años, hace 50 años. Para el Gobierno actual los pactos, los acuerdos, los abrazos entre políticos, las concesiones entre políticos, para nosotros eso no existe como preocupación fundamental, para nosotros la preocupación actual es el dolor del pueblo ecuatoriano, para nosotros la preocupación es que haya hospitales para que el pueblo ecuatoriano siquiera tenga derecho a enfermarse, para nosotros la preocupación es la escuela, la carrera, el regadío; esa es la pre-ocupación para nosotros, fomentar el turismo en la patria, levantar el alma de los ecuatorianos, dar orgullo cívico al ecuatoriano, fortificar a las FF. AA. a fin de que la patria, a fin de que la nación sea una totalidad, una totalidad moral, una totalidad cívica, una totalidad económica, una totalidad militar, una totali-dad dispuesta a cumplir sus deberes en la tierra, a hacer respetar el territorio, a cumplir sus deberes históricos y a cooperar con la América Latina para que el hombre latino y el hombre hispanoamericano expresen su personalidad en este mundo de convulsión de anarquía y desmoralización.

EL VALOR DEL PETRÓLEO

Señores velasquistas y no velasquistas, entiendo que en este instante estamos apoyados por velasquistas y no velasquistas que saben sentir el valor de la pa-tria, que saben sentir el deber moral de ser caballeros para con la patria; para nosotros la gran preocupación son las cosas profundas de la patria, los anhelos profundos económicos, técnicos, culturales de la República del Ecuador; mirad, por ejemplo, el problema del petróleo que con tanto valor, con tanto talento ha sabido plantear ante el Ecuador y ante la América entera, mi gran amigo Galo Martínez Merchán, Ministro de Industria y Comercio. Yo pido nuestra calma, para que entendáis cuál es nuestra política, tan diferente de la política que nos quieren imponer los hombres de los abrazos entre políticos y de las amistades y los cargos entre políticos; ahí tenéis el petróleo, el petróleo del Oriente, el pe-tróleo descubierto en nuestro Oriente; en esta materia gris, pesada, pegajosa; en esta materia llamada petróleo, que las compañías sacan de las naciones y sobre todo de los países pobres, pagando algunos derechos llamados regalías, pagan-do algunos derechos, en esta materia, amigos míos, oídmelo bien, se encierran más de dos mil industrias modernas, se encierran en esa materia gris, pegajosa, por la que se paga dizqué una regalía. Esa materia sale al exterior y se convierte en más de dos mil industrias con las que se inunda el mundo entero; esa materia

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tan rica es una materia agotable, a la larga va disminuyendo, a la larga puede agotarse; ¿qué hace el país con la miserable regalía? Es menester que esos que explotan el petróleo y que tienen derecho a hacerlo y que nosotros no vamos a cerrarle la puerta, porque nosotros vamos a respetar sus iniciativas... Pero esos señores tienen que dejar en el país las compensaciones necesarias. Esa riqueza ecuatoriana, ese maravilloso descubrimiento en el Oriente puede ser la transformación de nuestra patria, la trasformación de nuestras viviendas, la transformación de nuestra población; con esas compensaciones que deben ser equitativas, que deben corresponder a los millones que significa la explotación del petróleo y de las industrias petroleras, con esas compensaciones podemos nosotros penetrar con grandes carreteras al gran Oriente ecuatoriano y resolver todo el problema de la demografía ecuatoriana. Un día visitaba yo la población de Guamote, hablaba con el Consejo Municipal y alguien decía, viendo tanto niño que me escuchaba, tanto niño en la pobreza, me decía: Doctor ¿qué vamos a hacer con esos niños que le están escuchando? Me decía con dolor, me decía viendo la pobreza de los niños y una voz, por allá dijo: ¿qué vamos a hacer con estos niños?

Vosotros, en vuestro amor, en vuestro fervor, tal vez no comprendéis el dolor actual del pueblo ecuatoriano. Ese petróleo que nos conquistará con cua-tro, cinco, seis carreteras el Oriente ecuatoriano y que resolverá todo el pue-blo ecuatoriano, tiene que resolvernos las grandes energías hidroeléctricas que necesita la patria; el Proyecto de Pisayambo, el Proyecto de Cola de San Pablo y tantos otros proyectos que levantarán la industria, la fuerza, las poblaciones ecuatorianas, el Oriente; tiene que resolver eso, por obra de la energía, de la honradez con que el actual Gobierno Ecuatoriano está tratando el problema del petróleo ecuatoriano.

¿QUERÉIS REVOLUCIÓN? HACEDLA PRIMERO EN VUESTRAS ALMAS

Vosotros, aquí abajo, estáis diciendo: revolución, revolución; la palabra revolución, amigos míos, es una palabra fácil de emplear, pero muy difícil de ejecutar. Tene-mos que vencer, oídmelo bien; no podemos, no debemos trastornar cruelmen-te y tontamente el país; sería peor la falta de trabajo, el caos, sería mil veces peor que los problemas que tiene la República; tenemos que ir todos los días refor-mando una cosa, cambiando otra, si cesar: cambio profundo, obras profundas,

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diariamente, todos los días. ¿Queréis revolución? ¡Hacedla primero dentro de vuestras almas! El amor a la humanidad, el amor a la patria, el saber luchar, el saber hacer sacrificios todos los días, sin amilanarse, eso es la revolución: amor al progreso y a la justicia, de todos los días, venciendo todos los obstáculos y todos los trabajos. Cuánto hemos tenido que hacer en estos seis meses, amigos míos, rodeados de dificultades, rodeados de pobreza, en una bancarrota fiscal que no tiene límites, hemos estado trabajando día a día, momento a momento, vamos, poco a poco, saliendo de las dificultades; hagamos la revolución, pero hagámosla primero dentro de nuestras almas, por amor a la patria, sabiendo lu-char todos los días, sin desalentarnos por todo, sin enojarnos por todo, sabien-do sacrificarlo todo por la República del Ecuador, por la justicia para el pueblo ecuatoriano. Fue una revolución, hasta cierto punto fue una revolución, fue un cambio de estructuras, lo que pasó con el azúcar. Vosotros sabéis: los EE.UU. conceden una cuota de azúcar, obligan al pueblo norteamericano a pagar por el azúcar que va de ciertos países sudamericanos, un valor más grande que el que pagara el pueblo norteamericano en el mercado común, esto es lo que llaman “la cuota de azúcar”; pues, sabéis vosotros lo que pasaba: esa cuota de azúcar concedida a los países sudamericanos, concedida al Ecuador para su desarrollo, para aumentar sus industrias, se la aceptaban dos o tres firmas en beneficio personal de ellas. El gobierno rompió ese monopolio injusto, el gobierno hizo que esa cuota sea para el pueblo ecuatoriano, sea para el Ecuador. Vosotros su-pisteis todo lo que pasó, vosotros supisteis la insolencia con que fue tratado el gobierno, las injurias de que fue víctima el gobierno; la oligarquía, cómo podía aceptar que se le obligue a entregar en beneficio del pueblo ecuatoriano lo que se apropiaron dos o tres firmas injustamente.

TRIUNFAREMOS CON LA JUSTICIA QUE NOS ASISTE

El Gobierno triunfó; el Gobierno seguirá triunfando. En todo este problema económico, en todo este esfuerzo por cambiar estructuras, triunfaremos con el apoyo del pueblo ecuatoriano, triunfaremos con la justicia que nos asiste; no-sotros queremos el diálogo con oligarcas y con ricos, pero ese diálogo no tiene que ser palabras que se las lleva el viento; tiene que ser sacrificio de oligarcas y de ricos, y esfuerzos del gobierno y del pueblo, para que desemboque en la grandeza y en el prestigio del pueblo ecuatoriano. El pueblo no tiene por qué ser el único que haga sacrificios. ¿Cómo vive el pueblo del Ecuador? ¿Cómo

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están las escuelas populares del Ecuador? ¿Cómo son los hospitales en el Ecua-dor? ¿Cómo son las drogas y la medicinas para el pueblo en el Ecuador? ¿Cómo educa la mujer pobre a los hijos en el Ecuador? ¿Cómo vive el artesano pobre en el Ecuador? Más aún, ¿cómo vive el policía en el Ecuador; en qué cuarteles vive el policía en el Ecuador; cuál es el sueldo, oídme bien, del soldado raso en el Ecuador? ¿Cómo son las camas y la cocina del soldado raso en el Ecuador? ¿Cómo funciona la penitenciaría de Quito? ¿Cómo funciona la cárcel? ¿Sabéis ustedes cuántos policías cuidan de la Provincia de Imbabura? Treinta policías. ¡Treinta policías cuidan toda la Provincia de Imbabura! ¿Sabéis vosotros cuánto necesita el Ministerio de Educación Pública para el sueldo de los pobres pro-fesores, para aumentar los profesores en proporción con el aumento enorme de la población ecuatoriana, sobre todo en ciertas zonas como Quevedo, como Santo Domingo? Necesitan por lo menos 170 millones, y tiene el Ministro para gastos extraordinarios del Ministerio mil sucres. ¿Qué les parece?

Vivimos en la pobreza y en la miseria y tenemos necesidad de un esfuerzo profundo para sacar a la patria de la miseria, para sacar a la patria de la angustia; por eso yo no puedo menos que sentir indignación, cuando me dicen: Mire, señor, es menester que usted acepte dar empleo al caballero tal, para que ese caballero esté con usted. Ese caballero lo que debe hacer es saber si los actos de gobierno son o no son actos que tienden al bien del pueblo ecuatoriano. Ese caballero está obligado a aplaudir y a cooperar. Si no lo son, está obligado a demostrar que no lo son para bien de la patria y para cumplir con el deber de su conciencia.

CONCEPTO DE POLÍTICA

Para mí, la política, señoras y señores, es una cosa muy distinta. Para, mí, la po-lítica, sobre todo, es una gran concepción moral practicada por un gran pueblo; una gran concepción moral, una gran concepción patriótica, una gran concep-ción cívica practicada por un gran pueblo. Para mí, la política es servicio al pue-blo, justicia para con el pueblo, igualdad ante el deber de todo ciudadano. Hace pocos días estaba yo abrumado; no quiero que crean que nadie me ha aplasta-do: mientras yo esté con vosotros y la justicia que nos mancomuna, a mí no me va a aplastar nadie en el mundo; pero, sin embargo, asistía yo a la pugna entre grupos obreros. Los obreros ecuatorianos, en vez de reunirse todos, de formar sindicatos fuertes, justos, objetivos en sus propósitos, desgraciadamente, se di-

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viden los mismos obreros; muchas veces hay que defender a los obreros contra los obreros, muchas veces hay obreros que defienden a los oligarcas; el otro día yo realmente estaba aplastado viendo obreros que debían unirse y juntarse para ayudarme a mí a hacer justicia contra los monopolizadores, pero peleaban entre ellos, los obreros. Yo salí aplastado de esa sesión, y me llevaron a otra, a otra sala; era una sala vecina, aquí mismo en la Presidencia, y encontré que estaba ahí lo más selecto de la población de la Provincia de Los Ríos, encontré que estaba lo más selecto de la población de Bolívar y que iban a presenciar la firma de siete carreteras vitales para esas provincias y para la patria; carrete-ras hechas por el Ministro de Obras Públicas, señor Salem. ¡Qué consuelo tan grande, amigos míos! Para mí, esa es la política. Siete carreteras que revivan a la Provincia de Bolívar, siete carreteras que acerquen las provincias australes a las provincias de la costa; siete carreteras que den producción, que estabilicen, que aumenten los productos de la tierra; siete carreteras por las cuales circulen maestros, materiales de construcción; siete carreteras, esto es política. Yo no conozco ni quiero conocer otra política.

Yo quiero, señoras y señores, con cosas prácticas, explicar cómo concibo yo la política. Pero con cosas prácticas. Ayer tuve el consuelo de ver al Ministro de Educación Pública en el Colegio Manuela Cañizares, y allí en ese colegio cons-truido por el segundo velasquismo, que tiene programas realistas, señores po-líticos; tenemos problemas realistas, señores políticos; allí, en ese colegio cons-truido por el segundo velasquismo, he sido testigo, de la firma de una escritura para construir otro gran edificio, adjuntado al Colegio Manuela Cañizares, para educación de la mujer ecuatoriana, la más firme esperanza de que un día se purificará la política del Ecuador. Así concibo la política, señores. Y cuando el Ministro Parra edifica hospitales en todas partes, y cuando tenemos la honra de mandar a los misioneros del Oriente –esos hombres abnegados y nobles, que están conquistando y conservando el Oriente para nosotros–, cuando tenemos el honor de mandar una fuerte cooperación económica para la gran escuela de agricultura para los colonos, que están construyendo los misioneros en El Coca. Lo que hacemos es obra práctica. Cuando el Ministro de Agricultura hace todos sus programas de regadío. Cuando hacemos esas cosas para bien de la patria, que fortifiquen el civismo, que den al pueblo esperanza y aliento. Eso, es política. Yo no quiero hacer otra política. El que así me apoye, que me apoye; el que no está de acuerdo –no necesito ese apoyo-, tanto peor para él.

Nosotros no tenemos seis meses de Gobierno, y a decir verdad en solo seis meses de Gobierno no es fácil presentar un programa enorme de obras,

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pero nosotros estamos presentando algo que vale mucho más que las obras materiales, estamos presentando una concepción política. Vosotros, todos los que estáis aquí, tenéis ya una concepción política social sobre los deberes de la economía para con el pueblo ecuatoriano; esto me basta a mí, es más importan-te que todas las carreteras. Lo principal es la orientación del pueblo en el orden moral, económico-social; que sepáis vosotros, vuestra fuerza, vuestros dere-chos, vuestros deberes, vuestras facultades, vuestras obligaciones. Lo que tenéis es que obligar, que exigir de todos los políticos y de todos los poderes del Esta-do; porque vosotros sois los soberanos. Vosotros, con vuestras contribuciones, con vuestro trabajo, con vuestro esfuerzo, sostenéis a los políticos. Vosotros ya sabéis lo que debéis exigir en adelante a todos los políticos que vengan: trabajar sin descanso por la mayor justicia para con el pueblo ecuatoriano, por el mayor vigor para con la patria ecuatoriana, en lo internacional y en lo interno.

Para mí esa obra ha sido ardua. El Estado ecuatoriano, el año 1961, tenía determinados poderes; había una constitución que le daba determinados po-deres. Vosotros sabéis cómo yo respeto a las Fuerzas Armadas ecuatorianas. Desde muchacho, al margen de todo interés, yo defendí a las Fuerzas Armadas del Ecuador, porque son el fuerte de la patria, son la actividad de la bandera, son la posibilidad de nuestra vida diplomática, dignas de apoyo. Hay soldados muy buenos. Yo he visto el otro día a los paracaidistas, yo he visto a esos hom-bres heroicos ante el abismo. Hay soldados heroicos que no requieren sino del apoyo del pueblo para convertirse en héroes en defensa de la bandera y defen-sores de la patria.

HAN DESARTICULADO LA REPÚBLICA

Iba a deciros que la Dictadura Militar del Ecuador, la Dictadura Civil y la Asam-blea Constituyente, desarticularon al Estado ecuatoriano, destruyeron al Esta-do ecuatoriano, le negaron todo poder al Estado ecuatoriano; y hemos tenido que vencer tanta y tanta dificultad, tanto y tanto informe, tanto y tanto técnico, tanta y tanta autonomía. Lo hemos vencido todo para servir al pueblo ecua-toriano. Oídmelo bien. Nadie creería ese absurdo, nadie creería que dictadores que debieron tratar de fortificar a la República hayan destruido a la República, hayan puesto a la patria en peligro de muerte creando la anarquía, el descon-cierto, la falta de jerarquía, la falta de disciplina, sacrificando la República en servicio de los oligarcas, de un lado, y de los famosos burócratas, de otro lado.

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¿Sabéis vosotros cuánto gana un burócrata en la corporación autónoma, una corporación autónoma que no tiene ni siquiera drogas para los niños peque-ños? Gana cuatrocientos ochenta y siete mil sucres, quinientos y pico de mil sucres por año; un gran burócrata. Y no hay plata para comprar drogas para los niños. Y el burócrata se pone cuarenta mil sucres por mes. ¡Esto es una inmoralidad! El Gobierno no tiene derecho ni siquiera a poner presos a los sediciosos; si los pone presos es con permiso de los Alcaldes del Ecuador o de los Presidentes de los Consejos, porque si no, les sacan a las veinticuatro horas. El Gobierno no tiene cómo destruir al los empleados que no cumplen con sus deberes, porque la Ley de Carrera Administrativa lo impide hacer. Cuando no actúa la Ley de Carera Administrativa, actúa la Ley de Defensa Profesional. Un Ministro serio, encuentra en plena falta a un abogado; lo destruye para que haya servicio público; el empleado demanda al Ministro por cien mil sucres de indemnización. Cuando no encontramos esto, encontramos a las corpora-ciones autónomas. Cuando no encontramos esto, encontramos los contratos colectivos de trabajo. El gran burócrata, que gana miles de sucres diarios, para el efecto de defender su sueldo, se convierte en obrero, y tenemos el contrato colectivo de trabajo. He aquí la serie de monstruosidades que van destruyendo, que van desarticulando, descomponiendo a la República del Ecuador. El Esta-do ecuatoriano no tiene autoridad, no puede mandar; tiene que esperar un mes, dos meses, seis meses, como me decía el Ministro Salem, para que presenten un informe y poder hacer una carretera; todo es espera, todo es informe, todas son autonomías, nada de eficacia, nada de rapidez; he aquí las enormes dificul-tades con que hemos tenido que luchar. Y yo continuaré luchando, por amor al pueblo ecuatoriano.

EL INSTITUTO DE REFORMA AGRARIA Y COLONIZACIÓN (IERAC)

Yo os agradezco ese grito. Si los velasquistas hubieran permanecido unidos, cuántos bienes hubiéramos podido hacer en el Ecuador. La falta de unión de los velasquistas, cuántos males nos ha causado, cuántos temores nos está cau-sando. Señoras y señores, yo seguiré luchando. Quiera Dios que el Congreso de la República, consciente de sus deberes, consciente de la deuda que tiene para con el pueblo ecuatoriano, consciente de sus deberes para con la nación y con el futuro de la patria, poco a poco reforme esas instituciones anárquicas,

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antipatrióticas y criminales, que un día u otro pueden causar a la patria inmen-sos males. El pueblo ecuatoriano, un día u otro, juzgará al actual Gobierno por la reforma agraria; el instituto popular no puede comprender que el actual Gobierno no haga la reforma agraria. Pues bien, el Gobierno actual no puede hacer la reforma agraria, porque una ley absurda, una ley insensata, ha creado una inmensa República autónoma con un pequeño directorio en donde apenas toma parte el Gobierno, con una multitud de empleados repartidos en todo el territorio de la patria; unos tienen un criterio comunista, otros un criterio socialista, casi todos un criterio mercantilista, porque ante la paga, el dinero, muchas veces se doblan hasta los comunistas y no digamos los que no lo son. El Gobierno actual, el Gobierno que yo presido, no podrá hacerse responsable de la reforma agraria sino cuando se componga la ley y tenga el Ministro de Agricultura atribuciones para imprimir un rumbo a la reforma agraria, para emplear los métodos necesarios, para que la reforma agraria sea una realidad y para que todos los empleados de la reforma agraria cumplan con su deber so pena de destitución.

El pueblo ecuatoriano no trabaja en los campos, en las minas y en las fá-bricas, para enriquecer un presupuesto en beneficio de los burócratas, muchos de ellos ociosos, muchos de ellos incapaces de trabajar. Algunos de ellos se constituyen en verdaderos vendepatrias, algunos de ellos desde el Ministerio de Finanzas perjudican al país en setecientos millones de sucres por su falta de honradez. No puede el pueblo ecuatoriano pagar impuestos en beneficio del burócrata deshonesto, ocioso. El pueblo ecuatoriano paga empleados para que los empleados sirvan con honradez.

La Dictadura Militar, La Dictadura Civil y la Constituyente, imaginaron que el pueblo ecuatoriano era un rebaño al servicio de intereses particulares; beneficio de oligarcas, beneficio de burócratas, beneficio de Juan y de Pedro; olvido completo del pueblo ecuatoriano. Hoy nomás, un señor rico pero ca-ballero, me decía: mire usted, hay una fábrica que monopoliza los fertilizantes; no permite esa fábrica que entren fertilizantes de buena calidad, tenemos que usar los fertilizantes que esta fábrica nos impone y están destruyéndose en la tierra ecuatoriana las cosechas, los sembríos, por obra de fertilizantes de mala calidad. Y el pueblo ecuatoriano al servicio de una fábrica de monopolizadores de fertilizantes. He aquí la necesidad de la revolución moral como consecuencia de la transformación fiscal de la patria.

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YO NO QUIERO SER CAUDILLO

Vuelvo a agradeceros, amigos míos, la atención con que me habéis escuchado. ¡Cuánta es vuestra grandeza moral, ecuatorianos; cuán grande es vuestro cora-zón, hombres del pueblo ecuatoriano! Creedme que yo sé bien que vosotros no dirigís vuestro docto civismo en beneficio de un hombre, en homenaje de un hombre. Yo no quiero ser caudillo. Vuestros esfuerzos de esta noche, vuestro sacrificio de esta noche, vuestra abnegación en el viaje que habéis hecho desde distintas provincias para escuchar mis modestas palabras, no son sino el eco de vuestro corazón, eco del alma nacional; eco del alma de la patria por un futuro grande para la República del Ecuador, libertada por la espada de Sucre, consagrada por el amor que el Libertador Bolívar tuvo a esta tierra nuestra. Ali-mentad, amigos, cada día más, vuestro orgullo cívico; alimentad la grandeza, la admiración de vuestros corazones. Trabajemos todos los días, no por nuestros mismos: trabajemos por las generaciones que vendrán; la grandeza del hombre consiste en considerar la gloria día a día, peldaño a peldaño, con el dolor, con el sacrificio, con el valor; nuestra vida no es noble cuando cosechamos inme-diatamente un poco de pan, un poco de bienestar, una temporalidad que hoy es y mañana se convierte en lágrimas; nuestra vida es feliz y dichosa cuando nuestra conciencia nos dice que somos soldados impertérritos de un gran ideal y de una gran fe y de una gran emoción nacional. Nosotros estamos resueltos a trabajar estos cuatro años por la grandeza de la República, dentro del respeto a la ley; nosotros estamos dispuestos a trabajar por el bien de la patria en lo interno y en lo internacional. Vosotros sabéis cuál es la política del Canciller Valdivieso; vosotros sabéis cuál es la política del Ministro Martínez: fuerza y vi-talidad interna, fuerza y prestigio en la vida internacional. Nosotros estaremos siempre en defensa del honor de todos los países hispanoamericanos; nosotros estamos con todos los pueblos de la tierra, con nuestra defensa y nuestro amor por las causas de los países pequeños, de aquellos países que pueden ser atro-pellados por la violencia y la injusticia. Nosotros queremos la mancomunidad hispanoamericana; queremos también que se practique fielmente el derecho internacional hispanoamericano.

Amigos míos, hombres y mujeres de la patria, tened confianza en que no os traicionaremos. ¡Viva la patria ecuatoriana!

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Proclama pronunciada alasumir los plenos poderes351

(22 de junio de 1970)

PUEBLO ECUATORIANO

Me elevasteis bondadosamente al Poder el 10 de septiembre de 1968 con el mandato expreso de que trabajase por la restauración moral y económica de la República, de que procurase el imperio de la justicia, la seguridad para todos y el prestigio internacional de la patria. A todos consta que me he dedicado por completo a obedecer vuestros deseos. He respetados todas las libertades y aún los abusos que se han consumado contra el Gobierno en nombre de ellas. Pedí repetidas veces el reencuentro nacional y la cooperación activa de los hombres de bien.

Por desgracia, políticos ambiciosos y amargados, llenos de odio y vengan-za, no han cesado de fomentar la subversión y el escándalo, sintiéndose impo-tentes para doblegar la lealtad admirable y ejemplar de la Fuerzas Armadas y de la Policía. A esta subversión perenne y a las escenas escandalosas en las Cáma-ras Legislativas, se han unido los incesantes planes terroristas y, últimamente, la conspiración oligárquica contra los Derechos Ejecutivos del 12 de mayo de este año, que obligan a los monopolizadores del dinero a contribuir estricta justicia para los gastos del Estado sin los cuales éste no puede subsistir.

El terrorismo ha convertido a la Universidades en fortines de perturbación constante. Asalto a Instituciones Culturales y a casas particulares; frecuente perturbación del tránsito en las calles al extremo de infundir espanto a los habitantes de barrios vecinos; ataques con piedras y dinamita a vehículos del servicio público; letreros con insultos abominables en los frontispicios univer-sitarios. La gran mayoría de universitarios que desean obtener sus profesiones, se encuentran impedidos por las constantes y escandalosas asonadas y huel-gas. Algunos centros de estudio se han convertido en reductos de delincuencia que han producido ya criminales asesinatos de policías modestos, oficiales que

351 Tomado de: José María Velasco Ibarra, “Proclama al asumir los plenos poderes” (Quito, 22 de junio de 1970), en Obras completas: “Mensajes presidenciales” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo XIII B, Quito, s. e. [Editorial Santo Domingo], s. f. [1974], pp. 597-599.

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cumplían su deber.Se va haciendo hábito el insulto, la calumnia contra las Fuerzas Armadas y

la Policía. En estos días se preparó la criminal confabulación de la destrucción de una imprenta dentro de la Universidad que se atribuyó a individuos del Gobierno, de los ultrajes escandalosos al Ejército con motivo de una audien-cia judicial y de proyectos para desautorizar el Ejecutivo invalidando decretos fundamentales para la administración pública y la moralidad fiscal. Se están aplicando los métodos de la llamada revolución nihilista, que pretende cambiar estructuras sacándolas del caos de odios, secuestros y asesinatos y con los te-rroristas se han aliado últimamente los grandes oligarcas en su empeño de no pagar lo que deben al Estado y de mantener a éste como despojo a favor de la oligarquía y de ciertos burócratas sin conciencia.

Para corregir estos males el Gobierno se encontraba legalmente desarma-do. En los últimos años se desarticuló al Estado con el pretexto de defender la democracia y la libertad y con la única finalidad real de convertirlo en un despojo. Imperaban por todos lados las autonomías y leyes que impedían por completo el normal ejercicio de la autoridad. Ni siquiera se podía nombrar libremente a los comisarios de policía. Por todos lados las autonomías se mo-faban de un Fisco pobre y de un Estado impotente que servía solo para cobrar impuestos y entregárselos a ellas.

Ante tamaña circunstancia, no puedo permitir que la República sucumba. Sería un cobarde, un indigno de vuestra confianza, si así lo hiciera. Habéis confiado en mí durante treinta años. Quiero continuar digno de vuestra con-fianza librando al país de su inevitable descomposición, si continúa situación semejante. He resuelto asumir la plenitud de poderes para regularizar la vida del Estado y cumplir vuestro mandato de poner bases de justicia social y vigor nacional. La absurda Constitución de 1967 que destruyó el Poder Ejecutivo, amputó las facultades del Senado, quitó la autoridad a la Policía, descoyuntó el organismo administrativo, queda abolida para siempre. El Gobierno inspirará sus actos en la Constitución de 1946 en cuanto no se oponga directamente a los móviles fundamentales de la nueva situación asumida. Las resoluciones de la soberanía popular en las últimas elecciones, serán respetadas en lo que se re-fiere a municipios y provincias, a sus Alcaldes, Prefectos y más autoridades. El Gobierno dará plenas garantías al capital extranjero y fomentará las iniciativas libres que se preocupen del progreso del país y de cumplir los deberes que la moral impone a todo ciudadano. Todas las libertades serán respetadas. Solo los

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sediciosos terroristas y los fomentadores directos de sedición, sentirán el brazo del Poder Público. Las Universidades serán reabiertas para la educación moral y científica de la juventud sobre bases de neutralidad política y austero fomento de la cultura y del civismo.

El Gobierno actual entregará sus poderes el 10 de septiembre de 1972 a las autoridades que legalmente resulten elegidas por el voto popular después de someter a plebiscito la Constitución de 1946 con determinadas reformas impuestas por la vida moderna.

Ecuatorianos de cualquier ideología, que sintáis el deber de salvar al Ecua-dor, ayudadme. Pueblo Ecuatoriano, confiad en mí. No os he engañado. No os engañaré.

J. M. Velasco Ibarra

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Referencias

ESTUDIOS VARIOS

José María Velasco Ibarra, “Ramiro de Maeztu y los principios de autoridad y libertad. El Derecho objetivo y la primacía de las cosas”, en Obras completas: “Estudios varios” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo III, Quito, Lexigrama, 1974, pp. 33-37.

José María Velasco Ibarra, “El Sindicalismo”, Partes I, II y III, en Obras comple-tas: “Estudios varios” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo III, Quito, Lexigra-ma, 1974, pp. 135-155.

MEDITACIONES Y LUCHAS

José María Velasco Ibarra, “¿El nombre de Dios o el Espíritu de Dios?”, en Obras completas: “Meditaciones y luchas” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo II, Quito, Lexigrama, 1974, pp. 23-27.

José María Velasco Ibarra, “Libertad de pensamiento y de palabra”, en Obras completas: “Meditaciones y luchas” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo II, Qui-to, Lexigrama, 1974, pp. 87-91.

José María Velasco Ibarra, “Sinceridad aún en política”, en Obras completas: “Meditaciones y luchas” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo II, Quito, Lexi-grama, 1974, pp. 161-167.

José María Velasco Ibarra, “Los partidos políticos”, en Obras completas: “Medi-taciones y luchas” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo II, Quito, Lexigrama, 1974, pp. 174-179.

DEMOCRACIA Y CONSTITUCIONALISMO

José María Velasco Ibarra, “La democracia en la historia”, en Obras completas: “Democracia y constitucionalismo” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo I, Quito, Lexigrama, 1973, pp. 25-38.

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CONCIENCIA O BARBARIE

José María Velasco Ibarra, “El pensador y el político: las divergencias”, en Obras completas: “Conciencia o barbarie” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo V, Quito, Lexigrama, 1974, pp. 23-28.

José María Velasco Ibarra, “El pensador y el político: las convergencias”, en Obras completas: “Conciencia o barbarie” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo V, Quito, Lexigrama, 1974, pp. 29-33.

José María Velasco Ibarra, “Partidos políticos ecuatorianos”, en Obras completas: “Conciencia o barbarie” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo V, Quito, Lexigra-ma, 1974, pp. 47-54.

José María Velasco Ibarra, “La actitud política”, en Obras completas: “Conciencia o barbarie” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo V, Quito, Lexigrama, 1974, pp. 63-70.

José María Velasco Ibarra, “Relaciones con los conservadores”, en Obras com-pletas: “Conciencia o barbarie” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo V, Quito, Lexigrama, 1974, pp. 71-78.

ESTUDIOS DE DERECHO CONSTITUCIONAL

José María Velasco Ibarra, “El Estado del porvenir”, en Obras completas: “Estu-dios de Derecho Constitucional” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo XIV, Quito, Editorial Santo Domingo, s. f. [1974], pp. 97-104.

EXPRESIÓN POLÍTICA HISPANOAMERICANA

José María Velasco Ibarra, “Introducción”, en Obras completas: “Expresión política hispanoamericana” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo VI, Quito, s. e. [Edito-rial Santo Domingo], s. f. [1974], pp. V-IX.

José María Velasco Ibarra, “Política hispanoamericana durante la Colonia”, en Obras completas: “Expresión política hispanoamericana” (Juan Velasco Espinosa, edi-tor), Tomo VI, Quito, s. e. [Editorial Santo Domingo], s. f. [1974], pp. 1-4.

José María Velasco Ibarra, “Psicología del criollo americano”, en Obras comple-tas: “Expresión política hispanoamericana” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo VI, Quito, s. e. [Editorial Santo Domingo], s. f. [1974], pp. 5-8.

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José María Velasco Ibarra, “Preparación política de los criollos”, en Obras com-pletas: “Expresión política hispanoamericana” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo VI, Quito, s. e. [Editorial Santo Domingo], s. f. [1974], pp. 9-12.

José María Velasco Ibarra, “Los políticos realistas”, en Obras completas: “Expre-sión política hispanoamericana” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo VI, Quito, s. e. [Editorial Santo Domingo], s. f. [1974], pp. 13-18.

José María Velasco Ibarra, “El indio y la política sudamericana”, en Obras com-pletas: “Expresión política hispanoamericana” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo VI, Quito, s. e. [Editorial Santo Domingo], s. f. [1974], pp. 51-56.

TRAGEDIA HUMANA Y CRISTIANISMO

José María Velasco Ibarra, “Divina Libertad”, en Obras completas: “Tragedia huma-na y cristianismo” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo IX, Quito, Lexigrama, 1973, pp. 45-50.

CAOS POLÍTICO EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO

José María Velasco Ibarra, “La política primero” en Obras completas: “Caos político en el mundo contemporáneo” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo X, Quito, Le-xigrama, 1974, p. 137-148.

MENSAJES Y DISCURSOS

PRIMERA PRESIDENCIA

José María Velasco Ibarra, “Discurso en la transmisión de mando” (Quito, 1 de septiembre de 1934), en Obras completas: “Mensajes presidenciales” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo XIII A, Quito, s. e. [Editorial Santo Domingo], s. f. [1974], pp. 3-22.

SEGUNDA PRESIDENCIA

José María Velasco Ibarra, “Resumen del discurso al asumir el mando” (Quito, 31 de mayo de 1944), en Obras completas: “Discursos” (Juan Velasco Espinosa, edi-tor), Tomo XII A, Quito, s. e. [Editorial Santo Domingo], s. f. [1974], pp. 27-32.

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TERCERA PRESIDENCIA

José María Velasco Ibarra, “Un gobierno responsable y honrado” (Discurso ante la Asamblea popular organizada por la Federación Nacional Velasquista. Quito, 27 de enero de 1954), en Obra doctrinaria y práctica del gobierno ecuatoriano, Tomo I, Quito, Talleres Gráficos Nacionales, 1956, pp. 225-232.

REUNIÓN DE PRESIDENTES AMERICANOS EN PANAMÁ - 1956

José María Velasco Ibarra, “Bolívar, expresión de todas las virtualidades de la raza hispanoamericana” (Discurso en la sesión solemne de la Sociedad Bo-livariana. Panamá, 21 de julio de 1956), en Obras Completas: “Discursos” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo XII A, Quito, s. e. [Editorial Santo Domingo], s. f. [1974], pp. 209-220.

CUARTA PRESIDENCIA

José María Velasco Ibarra, “Querida chusma” (Discurso en la Plaza de San Francisco. Quito, 31 de mayo de 1960), en Obras completas: “Discursos” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo XII B, Quito, s. e. [Editorial Santo Domingo], s. f. [1974], pp. 245-254.

QUINTA PRESIDENCIA

José María Velasco Ibarra, “En marcha la revolución velasquista” (Discurso en la Plaza de la Independencia. Quito, 7 de marzo de 1969), en Obras completas: “Discursos” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo XII B, Quito, s. e. [Editorial Santo Domingo], s. f. [1974], pp. 321-332.

José María Velasco Ibarra, “Proclama al asumir los plenos poderes” (Quito, 22 de junio de 1970), en Obras completas: “Mensajes presidenciales” (Juan Velasco Espinosa, editor), Tomo XIII B, Quito, s. e. [Editorial Santo Domingo], s. f. [1974], pp. 597-599.

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junio 2014