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0 UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA. FACULTAD DE BELLAS ARTES. Programa de retención de Recursos Humanos formados por la UNLP. Beca de la Secretaría de Ciencia y Técnica. Año 2010. Becario: Magister Diseñador Industrial Ibar Anderson. Director: Arquitecto Fernando Gandolfi.

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UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA.

FACULTAD DE BELLAS ARTES.

Programa de retención de Recursos Humanos formados por la UNLP. Beca de la Secretaría

de Ciencia y Técnica. Año 2010.

Becario: Magister Diseñador Industrial Ibar Anderson.

Director: Arquitecto Fernando Gandolfi.

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Cultura material doméstica de la burguesía nacional. Argentina:

1860-1914.

Introducción:

Quizás lo más conveniente sea comenzar con una ubicación en el espacio y el tiempo de la

Argentina del período 1880-1914. En todo caso la pregunta sería: ¿por qué comenzar el

estudio en ese período histórico? Habida cuenta de que la respuesta a la pregunta: ¿por qué el

estudio de la Argentina? No merece respuesta debido a su obviedad, pero: ¿por qué el año

1880? ¿Por qué esta fecha histórica?

Dicho de otro modo: ¿Por qué la Generación del 1880?

La respuesta consiste en que en esos años que van del 1870 al 1880 queda la impronta de

todos los elementos que van a caracterizar a la Argentina moderna, con sus ciudades, y el

ingreso en los “años dorados de comienzo del siglo” (siglo XX), como lo describió Jorge Sábato

en La clase dominante en la Argentina Moderna. Formación y características. Y en tanto

ello sucedió, se conformó el hogar doméstico moderno también con todos sus muebles,

artefactos y otros objetos.

En esta fecha, la ciudad de Buenos Aires verdadero paradigma, dejó de ser la “Gran Aldea”

para transformarse en una urbe cosmopolita de carácter, como ya dijimos, europeizante. La

existencia de tiendas como Gath y Chaves, El Louvre bonaerense, la ciudad de Londres, con

“las vitrinas a la moda europea”, otras tiendas lujosas en la calle Florida, el Hipódromo, los

jardines de Palermo, y las nuevas avenidas, completaban el aspecto de la ciudad de Buenos

Aires en el año 1882, explica Graciela Elena Caprio en Consecuencias culturales del

proceso de urbanización, Buenos Aires 1880-1910.

Las imágenes ( 1 ) y ( 2 ) que a continuación se muestran ilustran un poco esta situación. En la

foto de arriba, se observa un recorrido de la época por la Avenida de Alvear; y, en la otra foto

de la página siguiente (foto de abajo), se muestra al Parque de Palermo (Jardines de Palermo),

como un enorme salón al aire libre, su encanto era fruto de la combinación de un gran manejo

de las escalas, la osadía en la combinación de especies de varios continentes y las amenas

facilidades para los paseantes.

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Imagen ( 3 ): Revista Fray Mocho. Década de 1910. Publicidad de la casa “Gath y Chaves”, el

Louvre bonaerense exponiendo su lencería al igual que las vitrinas a la moda europea de la

casa Romero Hnos., a la derecha.

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Imagen ( 4 ): Revista Fray Mocho. Década de 1910. En la casa “Gath & Chaves”, los estilos

europeos podían verse como en esta araña eléctrica de estilo Luis XVI de ocho luces en

bronces fundido y tulipas de cristal, a la izquierda.

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Imagen ( 5 ): Revista Fray Mocho. Década de 1910. Juegos de comedor de la casa “A la

Ciudad de Londres” y “Gath & Chaves Ld.”

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Imagen ( 6 ): Sede central Art Nouveau de la tienda Gath & Chaves emulaba los grandes

recintos de las Galerías Lafayette y Printemps, aunando pompa y practicidad (F. Fleury

Tronquoy, 1908).

En este período clave se produjo el proceso de estructuración de la Gran Aldea de Buenos

Aires, como explica David Kullock en Ciudad, vivienda y sociedad. Apuntes para un

enfoque integral. Esta fase clave de la historia, que abarca desde 1852 hasta 1914, se

corresponde con el vertiginoso proceso de crecimiento, denominado período de Organización

Nacional o el “proyecto del „80”, sostiene el autor. Lo mismo argumenta Graciela Elena Caprio

en Consecuencias culturales del proceso de urbanización, Buenos Aires 1880-1910.

El proyecto de la generación del ´80 es quizás el más completo para reordenar y modificar

desde sus bases la sociedad argentina. Una generación de ideas liberales, europeísta, seudo-

culta (pseudo-civilizada), ansiosa por dejar atrás un pasado catalogado por algunos de sus

ideólogos (Domingo Faustino Sarmiento) como “bárbaro” y que, sin embargo, no puedo romper

con al antiguo soporte de la economía, que es la tierra (símbolo de la barbarie de Sarmiento).

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No pudo instalar la “civilización” (de Sarmiento) urbano-mecánica, que estaban llevando

adelantes los anglosajones; lo que para algunos autores (como Sábato) retrasó al país.

Otros autores coinciden en que este período está ligado a la formación del Estado Moderno

Argentino y a la inmigración masiva (de donde nacería posteriormente la clase media argentina

y con ella sus necesidades habitacionales hogareñas y toda una cultura material doméstica de

las masas), responde María Isabel Hernández Llosas en La dimensión social del patrimonio.

Tomo II. En este sentido, es importante crecimiento de los centros urbanos y, en particular, de

la Ciudad de Buenos Aires, sostienen Leandro Gutiérrez y Juan Suriano en Vivienda, política

y condiciones de vida de los sectores populares, Buenos Aires 1880-1930.

Muchas veces se ha dicho que 1880 representa el fin de la Argentina “épica” y el comienzo de

la Argentina “moderna”, sin embargo la frase es válida sólo en un determinado sentido: las

guerras y los levantamientos de caudillos fueron dejado atrás y es cierto que nacieron los

partidos políticos y los debates parlamentarios, pero también nacieron nuevos problemas y

enfrentamientos (especialmente con la inmigración y sus consecuencias habitacionales).

Los hombres que vivieron alrededor del eje cronológico del año 1880 se los llamó “generación

del ‟80”. Esta generación se caracterizó por un grupo de hombres que en la política, la

enseñanza y la literatura dieron un nuevo signo a su tiempo: práctico, ejecutivo y programático,

con tinte europeo pero a la vez con sello nacional. Tinte calificado como porteño-afrancesado

por Fabio Grementieri en Grandes Residencias de Buenos Aires. La influencia francesa.

De aquí que lo mas apropiado sea hablar de “sincretismo material doméstico criollo-francés”.

Cultura del habitar criollo como bien se podía encontrar en la biblioteca del hogar de un

propietario ganadero de la época de 1880-1930; donde un mueble escritorio o mesa escritorio

de caoba, ébano u otros árboles frutales se encontraba apoyado en el piso sobre un cuero de

vaca curtido, símbolo de la ganadería agroexportadora de esta época. Pues algunos rasgos

fueron franceses y otros fueron propiamente criollos, eso puede ser observado claramente en

los muebles de la residencia de campo – Estancia del Palacio San José - del General Urquiza,

Concepción del Uruguay, Provincia de Entre Ríos (combina muy bien aspectos de la cultura

gaucha-criolla, haciendo honor de lo debía ser un buen caudillo federal, con aspectos

afrancesados importados de Europa se su época).

Uno de los grandes hitos de la historia de la arquitectura en nuestro país fue la construcción de

la residencia del general Urquiza que demandó nueve años (entre 1848 y 1857) y fue por

siempre una de las obras de mayor suntuosidad. Tuvo el privilegio de ser la primera casa del

país que contara con agua corriente y de ser iluminada con gas acetileno; esto la transforma en

un caso paradigmático para su estudio.

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Imagen ( 7 ): Edificio según óleo de Juan Manuel Blanes (1), (foto Circa, 1856). Fuente: archivo

del museo del Palacio San José.

Imagen ( 8 ): Vista del edificio, jardines y quintas, según grabado impreso en Lemercier, París

y reproducido en la obra La Confederación Argentina de Alfred M. du Graty (2) editada en

París en 1858. Fuente: archivo del museo del Palacio San José.

1 Juan Manuel Blanes: Destacado artista uruguayo. Llegó al Palacio San José en 1856, convirtiéndose en el pintor de

cámara de urquiza. En noviembre de ese año realizó un apunte a juzgar por las palabras del encargado del negocio mercantil: “el señor Blanes creo debe venir para sacar la vista del edificio”, aunque la presencia de la cúpula de la capilla, construida con posterioridad, hace presumir que el óleo se concretó más adelante. Pertenece al patrimonio del Museo Histórico Nacional de la República Oriental del Uruguay. 2 El barón Alfred Marbais du Graty: pertenecía a una aristocrática familia belga. Llegó a nuestro país en 1850. Ofreció

sus servicios militares a Urquiza y éste lo incorporó al ejército entrerriano. En tal condición intervino en la batalla de Caseros y la campaña previa a la Banda Oriental. Desde 1854 hasta 1857 fue director del Museo de Ciencias naturales

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Imagen ( 9 ): El Palacio San José según Thomas J. Page (3), La Confederación Argentina y

El Paraguay, Londres, 1859. Es la imagen más antigua que se conoce; figura sólo el primer

cuerpo del edificio y las torres presentan forma octogonal. Además de este error, la descripción

adolece de otros como el material empleado en la construcción y la cantidad de habitaciones.

Fuente: archivo del museo del Palacio San José.

creado en Paraná. Emprendió largos viajes por el interior del país en busca de ejemplares de la producción mineral, vegetal y derivados de la ganadería que, en parte, fueron enviados a la exposición internacional de París para la que Graty fue designado comisionado por el gobierno nacional. También fue diputado nacional y le cupo destacada y, a la vez, controvertida actuación. Ejerció funciones periodísticas y publicó diversas obras, entre ellas La Confederación Argentina que tuvo por objeto difundir en Europa el potencial económico de la región para lograr la radicación de pobladores y capitales. 3 Thomas J. Page: Marino norteamericano que realizó estudios científicos en la cuenca del Plata y sus zonas

aledañas, además de observaciones meteorológicas y astronómicas. La primera exploración comenzó en 1853 y la segunda en 1859. En su primer viaje conoció a Urquiza, estuvo en el Palacio San José y en Concepción del Uruguay en cuyo Colegio –fundado por el Organizador- ingresó uno de sus hijos de doce años. Prodigó los mayores elogios a este establecimiento al punto de afirmar que otorgaba “una sólida educación inglesa” muy similar a algunos institutos de su país. El uniforme de Thomas Page que, según tradición, pertenece a su participación en la guerra de secesión de EE.UU., se exhibe en la sala dedicada a la educación y promoción de la cultura.

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Imagen ( 10 ): Croquis del edificio y soldados de Urquiza realizado por Juan León Pallière (4),

(foto Circa, 1860). Fuente: archivo del museo del Palacio San José.

Imagen ( 11 ): Frente principal. La imagen pertenece al Álbum descriptivo pintoresco en

Imagen de la Provincia de Entre-Ríos, Concepción del Uruguay (Circa,1870). Fuente: archivo

del museo del Palacio San José.

4 Juan Leon Palliere: pintor de origen francés, nació en Río de janeiro pero estudió en Francia. En 1860 visitó la

provincia de Entre Ríos y probablemente el croquis que representa a soldados de Urquiza y como fondo al Palacio San José, pertenezca a esta época. Se cree que en 1864 haya visitado nuevamente Entre Ríos.

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Imagen ( 12 ): Entrada posterior de San José. Se la utilizó habitualmente en la época de

Urquiza como acceso principal. Por aquí ingresaron los encargados de consumar su asesinato

la noche del 11 de abril de 1870. Fuente: archivo del museo del Palacio San José.

Imagen ( 13 ): Patio del parral, quintas y al fondo el lago artificial con su templete. La única

Imagen que se conoce sobre el lago. Fuente: archivo del museo del Palacio San José.

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Imagen ( 14 ): Muro y reja perimetrales al frente. Pueden apreciarse árboles, que aún

perduran, como las araucarias. Fuente: archivo del museo del Palacio San José.

Imagen ( 15 ): Frente del edificio, comedor y salón de los espejos según Imagens reproducidas

en el Número Único El Colegio Nacional del Uruguay en el 75º aniversario de su fundación,

1924. Fuente: archivo del museo del Palacio San José.

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Imágenes ( 16 ) y ( 17 ): Imagenes del interior, 1870. Fuente: archivo del museo del Palacio

San José.

El proyecto de la generación del ochenta, es quizás el más completo intento de reordenar y

modificar desde sus bases la sociedad argentina (en lo económico, en lo social, en lo político y

en lo cultural), aunque no nos atañe en este análisis discutir esos aspectos (dado que no es

nuestro objetivo de investigación). La historia no volvería a registrar otra coyuntura en la cual la

elite dirigente tenga un tan completo acuerdo sobre lo que deseaba hacer con este territorio.

La ubicación de la Argentina en el mundo estaba condicionada, pues, tanto por su situación

americana como por sus relaciones con la Europa dominante. En ese clima internacional y

regional habría de actuar una generación decisiva, polémica y eficaz. La generación del ‟80 fue,

en ese sentido, el nombre de una encrucijada, reconocida como tal por cierta historiografía y

como punto de partida de una envidiable aventura política, social y cultural según otras

perspectivas.

En 1880 año importante para la historia Argentina, la denominada generación del ´80 estaba

constituida por un conjunto de intelectuales y dirigentes, una elite que culmino la obra

denominada “organización nacional". Aparece la Oligarquía Nacional (heredera de los patricios

o “padres de la Patria”) y se crea el Moderno Estado Argentino (recordemos que casi una

centuria atrás en el tiempo, para fines del Siglo XVIII, se habían producido en el viejo

continente europeo, lo que el historiador inglés Eric Hobsbawn llamó como la “doble revolución

burguesa”: Industrial y Francesa, lo que significó para nuestra cultura occidental el ingreso a la

Modernidad).

Conjuntamente con los Estados Modernos, la entrada en la modernidad implicaría la

urbanización, con ella las formas de vida (públicas y privadas) se verían afectadas y

arrastradas por las poderosas fuerzas que se habían puesto en movimiento (organizando en

nuestro caso argentino: desde la política a la economía, hasta el urbanismo y la tecnología

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industrial, pasando por las modificaciones en el vasto y amplio campo de la cultura y las

relaciones sociales). Desde donde se desprenderá nuestro interés arquitectónico y urbanístico,

de arte y diseño, de los movimientos estéticos-artísticos que influenciaron y de las implicancias

socio-económicas y culturales.

Porque en este período se modernizó al país, se construyeron nuevos sistemas de

comunicación y transporte (tales como puentes, caminos, rutas, puertos, ferrocarriles,

telégrafos, teléfonos y otros con capitales extranjeros, sobretodo de Inglaterra).

Por eso es necesario discutir los vínculos y desacuerdos entre modernidad, modernización y

modernismo, dicho por Néstor García Canclini en Culturas híbridas. Estrategias para entrar

y salir de la modernidad.

La entrada de la modernidad, en su doble concepto sentido: cultural (ideas, valores y visiones

agrupados bajo la denominación de “modernismo”) y económico-material (industrialización y

urbanización bajo la denominación de “modernización”), entró en Latinoamérica en general y

Argentina en particular con problemas y desajustes estructurales, según Marshall Berman en

Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad.

Por lo cual podemos asegurar que la “modernidad” llegó a la Argentina de 1880, mas en forma

de dominación capitalista/científico/tecnológica - por efecto del “imperialismo” dominante en la

época, según Eric Hobsbawn en La era del imperio 1875-1914 - que en forma de desarrollo

capitalista-científico-tecnológico nacional (autónomo e independiente). El contexto socio-

histórico no implicaría el desarrollo de la modernidad tecnológica-industrial nacional (en su

aspecto económico y material), aunque sí teórico-científico (en su aspecto intelectual, como

hija de la Revolución Francesa que le dio origen, como parte de la ideología del mundo

moderno). Por eso es fácil explicar la penetración científica, modernizadora de las civilizaciones

(latinoamericanas en general y Argentina en particular), pero con un tono europeo (no nacional)

y de bajo contenido tecnológico (recordemos que ciencia y tecnología se relacionan pero no

son lo mismo). Por lo cual aseguramos – es evidente - Argentina es un país muy científico,

pero poco tecnológico (desde sus orígenes), si lo comparamos con las naciones desarrolladas.

Lo que llevó a asegurar, que la experiencia moderna latinoamericana ha sido una frustración, a

Goran Therborn en Peripecias de la modernidad. Vías a través de la modernidad.

Se produce en la Argentina un proceso de “modernización” (económica y material) impulsado

por las fuerzas capitalistas del mercado internacional (de fuerte influencia europea), que afectó

los procesos sociales en nuestro país. Con fuerte penetración de los descubrimientos en el

campo de las ciencias en general, con una industrialización de la producción (que quedaba en

los países europeos y no en Argentina, que solo proveía materia prima en el período 1880-

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1930), con crecimiento urbano (pensemos en Buenos Aires y sus alrededores). Todo ello

inmerso dentro de un mercado capitalista conduciendo a las personas e instituciones dentro del

fortalecimiento del Estado burocrático.

En su otra cara de la misma moneda, el “modernismo” (ideal, intelectual, cultural y simbólico)

alcanzaría elevados niveles y se instalaría mucho mas fuertemente que la “modernización”

(que fue material, física, tecnológica, urbanizadora e industrializadora) por no requerir

desembolsos económicos (que la urbanización, industrialización, construcción de caminos y

puentes si requería); por ser intangible e inmaterial y trabajar en el plano de los valores, la

cultura y la ideología.

Pues fue una modernidad tecnológica-industrial europea o inglesa la que llegó (lo que, en

palabras de Marshal Berman, debilitó la “modernización” del aparato económico-productivo

nacional, porque no hubo industria nacional desde ese punto de vista). Por eso, tuvimos un

“modernismo exuberante” con una “modernización deficiente”, según García Canclini en

Culturas híbridas: estrategias para entrar y salir de la modernidad.

Motivo por el cual Carlos Fuentes en Valiente mundo nuevo sostiene entre otras cuestiones

que es nuestra incapacidad para hacer pasar toda la dramática complejidad de nuestra

sociedad, economía y política actuales (tan confusa y contradictoria a veces), por la crítica de

la cultura uno de los grandes problemas. Señala el autor la contradicción entre modernismo

(cultural) y modernización (socio-económica y política).

La modernidad en su diferentes apariciones (como Ilustración de Voltaire; Revolución

Francesa; romanticismo de Jean-Jacques Rousseau; liberalismo de Thomas Hobbes, John

Locke, John Stuart Mill, Adam Smith y David Ricardo; positivismo de Auguste Comte, David

Hume, Immanuel Kant, Herbert Spencer, Ludwig Wittgenstein y Bertrand Russell y otros), niega

lo que no puede ver: la “policultura” indo-afro-iberoamericana presente en el territorio

americano, según Carlos Fuentes.

Policultura presente en la lengua, el sincretismo católico, étnico y cultural que definieron

nuestra identidad iberoamericana, como sostiene Cristina E. Vitalote en La dimensión social

del patrimonio. Tomo III.

Define a la “policultura” o diversidad cultural como “multicultura”, María Isabel Hernández

Llosas en La dimensión social del patrimonio. Tomo II. En este sentido, la supuesta

“multicultura bárbara” (de nuestro pasado americano) fue negada por los guardianes del

presente y el porvenir de la nación, tal como lo expreso Carlos Fuentes. Domingo Faustino

Sarmiento expreso también esa negación al pasado americano por considerarlo “bárbaro”.

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Por otro lado, y para ir construyendo una teoría (Marco Teórico explicativo) que de cuenta de

nuestra realidad, es prioritario ir ensamblando autores como Marshall Berman, Carl Marx y

García Canclini. Y esta es una razón por la cual deberemos empezar por revisar los conceptos

de “estructura” y “superestructura” desde Marx y Gramsci y sus relaciones con la denominada

“sociedad civil”. Previamente tomamos las referencias de las diferencias en la definición de

“sociedad civil”, presentes en Marx como en Gramsci, que hace Hugues Portelli en Gramsci y

el Bloque Histórico.

Asimismo, Marshall Berman señala sobre el dualismo del pensamiento moderno

“modernización-modernismo” y sus relaciones con Carl Marx. Para Berman el Manifiesto

Comunista es la primera gran obra de arte modernista (modernismo cultural y artístico, hasta

en su estilo literario).

Ahora bien, si la “superestructura” (Ueberbau marxista) será vista por el mismo Marx como una

continuación de la “estructura” socio-económica o infraestructura (Unterbau marxista); es

porque la burguesía controla los medios de producción de la cultura (todo el que quiera crear –

incluso ciencia - deberá trabajar en la órbita de su poder).

Viviana Hanono en Dossier Gramsciano lo confirma: para Carl Marx por sobre la “estructura”

económica (relaciones de producción) se levanta la “superestructura” (con su sistema jurídico-

político, con la educación, la religión, etc.) que refleja el poder dominante. El mismo Marx

identifica la “sociedad civil” con la “estructura” y lo expresa en Introducción general a la

Crítica de la Economía Política.

Por eso, Hugues Portelli dice que para Marx la “sociedad civil” es el conjunto de la “estructura”

socio-económica que en un período determinado incluye el complejo de las relaciones

económicas y la formación de las clases sociales (burgueses y proletariado), mientras que la

“superestructura” (político-ideológica) está subordinada a la “estructura” socio-económica.

Pero si para Marx la “sociedad civil” es el complejo de la vida comercial e industrial donde se

desarrollan las fuerzas productivas (estructura), para Gramsci –dice Portelli- la “sociedad civil”

es mucho más amplia y no pertenece solo a la “estructura” (complejo de las relaciones

materiales, comerciales e industriales) sino a la “superestructura” (complejo de la relaciones

ideológico-culturales, de la vida intelectual).

La estructura, como el conjunto de las relaciones sociales en las cuales se mueven y obran los

hombres reales, es decripta por Juan Carlos Portantiero en Los usos de Gramsci. En cuanto

a la superestructura, es donde los hombres toman conciencia, sostiene Viviana Hanono.

Gramsci entiende, dice Portelli, el carácter dialéctico y orgánico de la relación entre la

estructura y la superestructura del bloque histórico.

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Gramsci ve a la superestructura como la ecuación: Superestructura = sociedad política +

sociedad civil (dos aspectos de la hegemonía de la clase dominante, dos funciones o dos

momentos de la superestructura: una ideológica y otra política) dice Hugues Portelli. Para

Gramsci el Estado es el conjunto de órganos superestructurales mediante los cuales el grupo

dominante (hegemónico) ejerce su dominación sobre el resto de las clases sociales, por ello lo

podemos expresar en forma de ecuación: Estado = dominación política (“coerción”) +

hegemonía ideológica-moral (“consenso” ejercido por las organizaciones privadas).

Recordemos la relación estrecha entre “Estado” y “superestructura” según Gramsci.

Siendo la “coerción” ejercida por el aparato de represión estatal (policía, militares, gendarmes y

otras fuerzas especiales), es el “consenso” ejercido por las llamadas organizaciones privada

(iglesias con sus ideologías; el sistema educativo en sus niveles pre-escolares, primarios,

secundarios, terciarios y universidades; bibliotecas con sus libros y revistas científicas,

políticas, económica, etc.; museos de todo tipo, círculos culturales, clubes; los medios de

prensa y editoriales como los periódicos y revistas de consumo general; los medios

audiovisuales de comunicación social y todos los instrumentos que permiten influir sobre la

opinión pública: radio, televisión, cine, teatro y otros).

Y aunque no describiremos a la “sociedad política” y sus implicancias (porque aquí no nos

interesan), si describiremos a la “sociedad civil”, la que nos interesa a los fines de esta

investigación (dado que la ideología gramsciana en los Estados Modernos se corresponde con

lo que anteriormente se describió como: las ideas, valores y visiones agrupados bajo la

denominación de “modernismo” de Marshall Berman, que utilizaremos mas adelante para

seguir construyendo conceptos y argumentos explicativos; también para la construcción de

hipótesis de análisis de la sociedad civil, donde encontramos inserto a la institución familiar y el

complejo estructural del habitar doméstico diario, fruto de la vida cotidiana).

Retornando a la concepción gramsciana de la “sociedad civil”, diremos que está formada por el

conjunto de los organismos vulgarmente llamados privados, que corresponden a la función de

“hegemonía” ideológica-cultural (desde el arte hasta la ciencia, pasando por la economía y el

derecho, en todas las manifestaciones de la vida intelectual y colectiva) que el grupo dominante

ejerce en toda la sociedad por medios de sus “organizaciones privadas-culturales” u “órganos

de la superestructura” que dirigen la sociedad civil y logran su consenso. A las “organizaciones

privadas” u “organizaciones culturales” les corresponde la función de hegemonía que el grupo

dominante (burguesía) ejerce sobre la sociedad.

Del análisis de esta dialéctica sociológica (estructura-superestructura) marxista retomada por

Gramsci. Aunque Marx le de fundamental importancia a la “estructura” socio-económica,

Gramsci le da igual importancia a la “estructura” socio-económica y a la “superestructura”

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política y civil. Es entonces, con Gramsci, que la “sociedad civil” puede ser analizada

plenamente como formando dos momentos: estructura y superestructura.

Y haciendo algunas relaciones con la dialéctica de la modernidad (modernismo-modernización)

según García Canclini, Marshall Berman y Goran Therborn es por lo que podemos determinar

lo siguiente. Es decir, estableciendo los vínculos estrechos entre: modernización-estructural y

modernismo-superestructural es como construimos las siguientes hipótesis interpretativas

(obtenidas del marco teórico de estudio, con fuerte influencia cualitativa).

Ahora bien, si pasamos a la construcción de la siguiente hipótesis de análisis (para lo cual nos

valdremos de los anteriores análisis cualitativos, rápidamente revisados, pero no por ello

superficialmente elaborados):

-En primer lugar: podemos interpretar el “modernismo exuberante” de García Canclini como el

sinónimo de las “ideas y visiones” tal cual lo expresa Marshall Berman, y la “modernización

deficiente” de G. Canclini como el sinónimo de “producción / urbanización / industrialización” e

introducción del capitalismo industrial descripto por M. Berman.

-En segundo lugar: podemos hacer corresponder el “modernismo” de M. Berman con la

“superestructura” marxista, en tanto la “modernización” de M. Berman se corresponde con la

“estructura” marxista.

-En tercer lugar: si hacemos corresponder el “modernismo” de Canclini con la “superestructura”

según Carl Marx y la “modernización” de G. Canclini con la “estructura” de Carl Marx.

Así es que podemos conjeturar a partir del Marco Teórico la construcción de la siguiente

hipótesis que orienta esta investigación ayudando a comprender mejor la realidad histórico-

política-ideológica gestada por la burguesía de aquel período de nuestro país (articulando los

conceptos teóricos de M. Berman, Gramsci, K. Marx, G. Canclini y G. Therborn que

anteriormente hemos descripto de modo acotado): hemos tenido una modernidad, introducida

por la burguesía Argentina de 1880, como modernismo / civil / superestructural / exuberante en

el plano de la cultura e igualmente como modernización / civil / estructural / deficitaria en el

plano de la industria y el comercio (causada por el modelo agrícola-ganadero proveedor de

materias primas sin valor agregado). Y fue desde el plano de lo “simbólico” (superestructural)

que la burguesía nacional no escatimó en transferir recursos económicos para la construcción

“material” de sus formas de vida y habitar doméstico (arquitectura, muebles, objetos, artefactos

y otros enseres domésticos); sin importar que desde lo científico y tecnológico (economía

industrial) eran muy perezosos. A pesar de sus afanes culturales avanzados/afrancesados, no

eran plenamente franceses ni en lo político (dado que eran oligárquico/aristocráticos) ni en lo

científico (dado que no les interesaba verdaderamente la ciencia); tampoco eran plenamente

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ingleses (en el sentido de la Revolución Industrial), dado que eran mas feudales que urbano-

industriales (su poder radicaba en la tierra y el campo y no en la máquina de vapor de Watt).

Es que inicialmente (y principalmente en 1880) tuvimos un “modernismo” fructífero con una

“modernización” deficiente (que nos ayudó a consolidarnos como país subdesarrollado y

económicamente dependiente). Por ello el período 1880, como punto de inicio es

fundamentalmente crítico. Pues para esta generación que construyó una importante parte de la

historia de nuestro país y sus efectos (para bien o para mal) llegan hasta el presente.

Desde lo político, se creó un régimen que identificamos como el resultado de la "alianza de los

notables" y que se tradujo en una república aristocrática con un orden conservador, logrando

consolidar "un sistema de poder". Los hombres de la conocida “generación del ´80” dieron esas

respuestas, no extrañas a la óptica normativa de la constitución nacional: la república

aristocrática era una forma política en funcionamiento.

Y aunque no es nuestra intención escribir sobre esta conocida “generación del ´80”, porque

abunda el material histórico (y no es nuestro objetivo de la investigación escribir sobre los

aspectos socio-históricos, políticos y económicos de este período), insistimos en que si es

necesario refrescar un poco las ideas de esa época de nuestra historia nacional para entender

el ¿por qué? del inicio de nuestros estudios en este período (para luego entender mejor como

vivía la sociedad, desde lo público a lo privado especialmente, que en definitiva es lo que si nos

interesa).

Por lo cual insistimos en este marco teórico, en refrescar algunos conceptos, que creemos

hacen a un mejor entendimiento de lo que estamos estudiando. De aquí su importancia para

entender no solo la ideología de esta época, sino sus formas de influir en la vida pública y

privada de la sociedad argentina moderna y naciente.

La oligarquía argentina (elite “única y natural” o elite nativa) era un grupo social modernizador.

El proyecto de transformación nacional puesto en marcha a partir de 1880 se proponía

introducir "la civilización europea" en el país de los querandíes (grupo aborigen que habitó la

región litoral alrededor de la ciudad de Buenos Aires). Liberal y cosmopolita, la elite establecida

ejercía sobre el país una dominación ilustrada. Defendía ferozmente sus privilegios de clase

social acomodada, pero se apoyaban en la razón: animadora del progreso, su conservadurismo

se teñía de una filosofía positivista. Una mezcla criolla conveniente a sus intereses

económicos.

La palabra “progreso” se convirtió en el leit motiv de la época, nos cuenta Hugo Biagini en La

generación del ochenta.

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Ya, previamente a la “generación del ´80”, el Presidente de la Argentina, Nicolás Avellaneda

(quien gobernó el período: 1874-1880), uno de los padres de los cimientos de la Argentina

Moderna (junto con Sarmiento) pretendió la integración económica del territorio argentino, al

tiempo que se extendía el control estatal sobre el mismo; y la literatura de la generación del ´80

retomaría como leit motiv de la época (luego de la presidencia de Avellaneda, con la asunción

del Gral. Julio Roca cuya Presidencia duró los períodos: 1880-1886 y 1898-1904).

Para asegurar la ansiada meta del “progreso”, los distintos sectores le atribuían a la educación

(técnica incluso) una relevancia singular, señala Biagini. Pero, la contradicción de esta época

estaba en que, en tanto el “leit motiv” era el progreso y la tecnificación (como “modernismo”

artístico, cultural y científico), el hecho es que poco se le dio importancia a la educación técnica

(lo cual arrastraría sobre la “modernización” del aparato científico-tecnológico, efectos nefastos

para el desarrollo autónomo de un capitalismo industrial nacional posterior).

En tanto se educaba en “colegios con plantel de nobles-docentes” (intelectuales al servicio de

una educación aristocrática, que planteaban las clases superiores), que para lo único que los

preparaba era para entrar en el mando político y los círculos dirigentes (donde se evidenciaba

la natural desigualdad de los hombres).

Este era una educación teórica-científica academicista y humanista (no técnica), que preferiría

en la práctica instrumentar una política económica contra-tecnológica a pesar de tener como

leit motiv a la máquina (cuyo gran emblema de la época era la locomotora) muestra las

contradicciones ideológicas de esta clase social acomodada. Esto significaba una contradicción

de base como se ve claramente explicado cuando conjeturamos la hipótesis interpretativa de la

realidad (articulando los conceptos teóricos de M. Berman, Gramsci, K. Marx, G. Canclini y G.

Therborn), por lo que hemos tenido una modernidad como modernismo / civil / superestructural

/ exuberante e igualmente como modernización / civil / estructural / deficitaria (consolidado a

partir de la generación de 1880) como ya hemos detallado con anterioridad.

Esta mística progresista (de la boca para afuera), como lo señala Biagini, no logró romper el

status quo en materia político-económica-tecnológica-dependiente (dogma de la época) que

manteníamos con los países europeos, en nuestra condición de país forzosamente pastoril. Por

lo cual se prefería un modelo agrícola-ganadero dependiente, antes que un modelo de

desarrollo científico-tecnológico (como si se estaba dando efectivamente en Europa).

Modernización epidérmica que no produjo un desarrollo integral del país, que lo condenó al

subdesarrollo en estas etapas iniciales. El credo en el “progreso” (fe progresista) no fue

suficiente para sacar al país del “atraso”, dado que comúnmente el crecimiento económico y

material se lograba mediante el ingreso de capitales extranjeros europeos y productos

manufacturados (con elevado valor agregado) también extranjeros y esto significaba el

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subdesarrollo nacional (para la industria manufacturera local inexistente para la época hasta el

período de las guerras mundiales).

Ya hemos indicado que la identificación entre progreso y tecnificación fue el leit motiv en la

generación que nos atañe, pero como “modernismo cultural” según Marshall Berman (en el

sentido de ser individuos “cultos”, desde una visión humanista) y no como “modernización

tecnológica” según Berman; pues dieron poca importancia a la educación técnico-tecnológica

(es decir: para conformar una burguesía industrial, si en cambio afianzaron una burguesía

agrícola-ganadera nefasta según algunos autores para la construcción de un capitalismo

industrial nacional que nos desarrollara, como los países europeos avanzados y EE.UU. en su

época lo estaban haciendo y que por otro lado tanto admiraba Sarmiento).

La generación del ´80, plenamente convencida llevó adelante una tarea del progreso indefinido,

pero con la condición humillante de subordinarnos ante los intereses capitalistas extranjeros

(principalmente ingleses).

Recordemos que la “oligarquía” es la forma de gobierno de unos pocos que pertenecen a una

misma clase social privilegiada también identificada como “aristocrática”, y que en la Argentina

de 1880 correspondía a unas aproximadamente 400 familias que conformaban la burguesía

terrateniente o elite dominante de la Argentina moderna (de las cuales en Buenos Aires vivían

aproximadamente 100 familias). Esta era la elite porteña formada por las familias mas

adineradas, de apellidos importante como los “Anchorena”, propietarios de todos los grandes

territorios de la provincia, y que crecían económicamente gracias a la exportación de los

productos agrícolas que eran sembrados en sus propias estancias y dueños de casi todo el

poder político. Como burgueses estaban encargados de la conducción económica del país.

Esta oligarquía fue importante en aquel momento de nuestra historia, para motorizar la

economía. Pues, la Argentina entre 1880 y las vísperas de la 1º Guerra Mundial, comparada

consigo misma o con el resto del mundo exhibía índices de crecimiento económico

impresionantes (orientándose hacia las exportaciones agropecuarias).

La oligarquía-aristocrática argentina condujo al país a la prosperidad y lo reveló al mundo,

consideraban que tenían derecho de manejar el destino del país; en efecto, el inmigrante sólo

sería un visitante, debía saber conservar su lugar y aceptar la suerte que tuviera. Por eso, a

medida que se constituía ese impreciso sector de inmigrantes e hijos de inmigrantes, la clase

dirigente criolla comenzó a considerarse como una aristocracia, a hablar de su estirpe y a

acrecentar los privilegios que la prosperidad le otorgaba sin mucho esfuerzo. Despreció al

humilde inmigrante que venía de los países pobres de Europa, precisamente cuando se

sometía sin vacilaciones a la influencia de los países europeos más ricos.

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La oligarquía fue una clase que tuvo el manejo político y gozó del bienestar económico de

modo exclusivo y excluyente. En este sentido pudo disfrutar de una buena posición económica

por su enriquecimiento como clase latifundista poseedora de la propiedad de la tierra.

Asimismo, ejerció el poder político en tanto y en cuanto no permitía la participación política del

resto de la sociedad (económicamente pobre), situación que se prolonga hasta la sanción de la

Ley Sáenz Peña de 1912.

Imagen ( 18 ): La pompa y circunstancia de una república aristocrática durante una gala en la

Casa Rosada. El presidente Roque Sáenz Peña rodeado de señoras de alta sociedad porteña.

El eclecticismo a la moda, que mezclaba estilos de todos los tiempos, influía también en

ajuares y atuendos.

Todos estos hombres de la clase dirigentes (oligarquía aristocrática) eran positivistas, es decir:

estaban convencidos que el “progreso” (aunque no la desarrollaran desde adentro, si estaban

abiertos a su influencia desde afuera, principalmente inglesa y francesa) estaban directamente

relacionados con el avance de las ciencias. Pensemos como la tecnología de aquella época

cambio la vida de todos los ciudadanos: el teléfono, telégrafo, ferrocarril, molinos de viento,

maquina agrícolas, luz eléctrica, etc. (esto serían un buen caldo de cultivo para el ingreso al

país de la “modernidad” científico-tecnológica que se estaba dando en el mundo capitalista

occidental avanzado, lo cual no significaba que se diera del mismo modo desde nuestro lugar

Sudamericano en general y Argentino en particular). Pero igualmente fue una clase que

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favoreció el ingreso de la modernidad, aunque solo lo hiciera como modernización tecnológica-

dependiente de Europa. Respetaban el progreso europeo.

La aristocracia-oligárquica era un conjunto de hombres que devotamente creía en el progreso

(pero un progreso mal entendido para el desarrollo de la industria nacional que permitiera

independizarnos productivamente y no depender en tan gran medida de los productos

manufacturados fuera del país con elevado valor agregado, que por otro lado fomentaban el

capitalismo industrial no-argentino y sustentaba a una burguesía industrial no-nacional o

burguesía industrial británica, tal como Jorge Sábato lo explicó).

Estos hombres dirigentes, encargados de conducir al país política y económicamente

pertenecían en su mayoría a una elite tradicional (heredera de la tierra y el poder político y

económico del país) de familias criollas, con culturas y vida social muy similares y con gran

poder económico, que se vinculaban según sus intereses comunes respecto a la exportación y

el comercio exterior de los productos que ellos producían (defensores del “liberalismo

económico ortodoxo” pero no del “liberalismo político”, o sea que eran “capitalistas

dependientes” de Europa y “poco democráticos” porque no les convenía).

Eric Hobsbawn en La era del imperio 1875-1914 describió la situación de la Argentina dentro

del concierto mundial de la música capitalista-imperialista, podemos agregar la metáfora en que

Argentina –para aquellas épocas- tocaba los platillos bajo una dirección de orquesta que

ejecutaba las mas dulces melodías económico-inglesas. Según el mismo Eric Hobsbawn en

Historia del siglo XX, a países como Argentina, de principios del Siglo XX, se les reservaba un

papel secundario (dependiente de los países avanzados para su época) dentro de la economía

mundial. De todos modos, señala Hobsbawn, tiempo mas tarde con lo que el autor denomina

“El Fin de los Imperios”, esta situación se empezaría a revertir en épocas de la 1º Guerra

Mundial (aunque en Argentina se alargó hasta la década de 1930).

La ideología imperialista que había penetrado en la Argentina desde 1880 persistiría hasta

1930 en la Argentina (fecha en comienza a instalarse la industrialización nacional). Desde 1880

hasta 1936 el país sería “agrícola-ganadero” y luego de 1936 “industrial”.

Es imposible explicarse la historia política Argentina sin referencia a este marco económico,

pues el país estaba en la etapa de organización y consolidación como Estado, y su clase

dirigente decidió que había que insertarse en el mercado europeo, cuyas necesidades eran

esencialmente que se los proveyera de materias primas, como la lana, carne, cereales y otras

materias primas. La Argentina comenzaba a adentrarse en los avatares del mercado capitalista

mundial.

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Para el crecimiento del país era necesario que se integre cuanto antes al mercado internacional

como productor de materia prima. Las fábricas de las grandes potencias mundiales

necesitaban materiales, tales como: cuero, lanas, sebo, carnes, cereales. Argentina podía

producir todo eso, pero para ello, hacia falta capitales (ingleses), tecnología (europea) y mano

de obra (inmigrantes). La imagen institucional de Argentina en el exterior era buena, y países

como Inglaterra apuntó sus capitales para esta región del planeta.

En un país donde predomina una estructura agro-exportadora (modelo agro-exportador 1850-

1930), se entiende que ello implica un escaso desarrollo de las actividades industriales. Todos

estos desarrollos agro-exportadores tienen por causa esencial el acelerado desarrollo industrial

moderno que comenzó en Gran Bretaña y se articuló – como ya se dijo - con efectos nefatos

para nuestra industria nacional.

Para aclarar un poco las cosas, la oligarquía-aristocrática nacional de la denominada

“generación del ´80” aunque defendiera la ciencia (y en consecuencia la tecnología industrial

derivada del fruto de esa ciencia aplicada), lo defendían desde un punto de vista europeo (no

nacional) lo que no beneficiaba a la industria local (porque compraban y fomentaban la compra

de productos manufacturados con alto valor agregado, afuera del país)

La Revolución Industrial europea (iniciada aproximadamente hacía 100 años atrás en el

tiempo) estaba produciendo un brusco crecimiento de la población como un no menos

espectacular desarrollo de actividades que requerían enormes masas de materias primas,

produciendo una creciente demanda (de comida entre otras necesidades), que es la que

induce el desarrollo de actividades agro-exportadoras en muchas zonas del mundo (como

Argentina). Las elites nacionales vieron en ello una oportunidad, mas que para el país, para su

situación de clases sociales gobernantes (y para mejorar y sostener su poder).

El período de la economía agro-exportadora (1850-1930) de la pampa húmeda estaba

distribuida entre la agricultura (especialmente cereales, trigo y maíz) y ganado vacuno. La

agricultura dio un nuevo impulso a la demanda de mano de obra (agricultura, ganadería,

ferrocarriles, frigoríficos en materia de carne, silos y molinos en materia de cereales) y con ello

el aumento de la población. Así es como se entenderá luego el proceso inmigratorio. Esta

sociedad agro-exportadora nacional sería la responsable de una verdadera importación de

mano de obra, mediante un masivo proceso inmigratorio proveniente principalmente de España

e Italia.

La transformación demográfica del país respondía a los intensos cambios producidos desde

que comenzaron a refinarse los ganados vacunos y ovinos y a extenderse las áreas de cultivo

de cereales. En 1883 se instalaron los primeros frigoríficos argentinos, que al cabo de poco

tiempo fueron sobrepasados por los que se crearon con capitales británicos y norteamericanos

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para servir a la demanda del mercado inglés. Quedaron en su poder los dos grandes sistemas

industriales de carácter “moderno” que se habían organizado hasta entonces: los ferrocarriles y

los frigoríficos.

A partir de esto se comienzan a advertir las consecuencias de los cambios provocados por la

política económica-social que habían adoptado las minorías dirigentes. El naciente proletariado

industrial que se inicia en esta época comenzaba a exigir mejoras y manifestaba su actitud a

través de las huelgas. Eran generalmente obreros extranjeros (inmigrantes) quienes la

desencadenarían, y la política comenzaría a variar el contenido gracias a las ideas y al

lenguaje que introdujeron esos inmigrantes urbanos, que habían adquirido en sus países de

origen (conquistando espacios sociales, económicos y en menor medida políticos).

Por otro lado, es preciso destacar que la Argentina no nació con la inmigración. Los recién

llegados descubrieron un país que poseía una cultura, una organización política, antiguas

estructuras sociales y sobre todo un grupo dirigente emprendedor que apelaba a la inmigración

para servir a sus propios intereses. La yuxtaposición de rasgos culturales criollos y extranjeros

constituyó la principal característica de esta "sociedad en transición".

En resumen, desde lo económico se importaba la mayor parte de los productos elaborados que

se consumían en el mercado interno; en lo social se trataba de cambiar usos nativos a través

de la inmigración de mano de obra y tratando de europeizar nuestras costumbres (salvo que no

llegaron europeos del norte –ingleses alemanes-, como Sarmiento deseaba, sino del sur:

italianos, españoles). Por otra parte Europa tenía necesidad de colocar un excedente de

producción y de población europea, que en parte vendrían a parar a la Argentina.

La segunda mitad del Siglo XIX trae el triunfo del capitalismo industrial mundial y con ello el

aumento de la demanda de materias primas. La mejora en los transportes permiten el traslado

de millones de inmigrantes que van a satisfacer la creciente demanda de mayor producción.

Si bien, es prematuro hablar de “clases sociales” según Carl Marx, en la Argentina de la

primera mitad del siglo XIX, la existencia de grupos sociales no es discutible. En líneas

generales pueden percibirse que el grupo dominante (de poderosas “familias tradicionales”) es

el eje de la sociedad Argentina de 1880, las alienaciones sociales se ordenan en función de

sus normas y valores (modernismo cultural).

Estos tres grupos eran: la "gente distinguida" en la cúspide (la oligarquía-aristocrática-

terrateniente) que formarían las clase alta, debajo de todo estaba el "populacho" indistinto (la

chusma de mestizos, criollos nativos, autóctonos gauchos) que formarían las clase baja, y

entre los dos una población entremezclada, bulliciosa, que a veces se calificaba

peyorativamente como "medio pelo" que darían lugar a las clase media (pero que se

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consolidarían como tales con la llegada de los inmigrantes obreros que pasaron a engordar las

filas del proletariado).

La importancia del estudio de la alta burguesía consiste en que impuso patrones (estéticos y

funcionales) a ser imitados por lo menos pudientes (clase media en ascenso). Algunas

hipótesis como estas pueden ser verificadas según ciertos autores como el caso que cuenta

Sebreli sobre los “departamentos” (de propiedad vertical) que reemplazarían a las lujosas

mansiones aristocráticas – tiempo mas tarde - es para los de clase media que no tienen “casa

propia” (propiedad horizontal), puede ser brevemente confirmada (Andrés Carretero, 2000). En

contraste con la hipótesis de Sebreli, la hipótesis de Jauretche es que se está jugando el status

del “medio pelo” y se estaría pasando de la “casa de barrio” (que le queda chica) al

“departamento céntrico” (como fachada de su posición social de clase media o pequeño-

burguesa ascendente, sin llegar a ser clase alta o lo que es lo mismo –parafraseando a

Jauretche: “ni chicha (ni clase baja) ni limonada (ni clase alta)” (Cecilia Arizaga, 2004). El

mismo Andrés Carretero parece confirmar dicha hipótesis de Jauretche.

Lo mas lógico de pensar es que la hipótesis de Sebreli fue válida solo hasta cuando la clase

alta adoptó el departamento como parte de sus estilo de vida, y solo entonces la clase media

siguió esta tendencia, y es cuando cobra valor la hipótesis de Jauretche.

Ya fue dicho, pero no está de más repetirlo, una mayor complejidad social se manifiesto

cuantitativamente en el aumento de la población (con la llegada de los inmigrantes). Hacia falta

mano de obra, ya sea por que había pocos habitantes o por que los indígenas no eran

adecuados para el trabajo disciplinado y organizado (como pensaban la aristocracia-

oligárquica), por lo tanto alentaron la inmigración. Una gran masa de trabajadores inmigrantes

con algún oficio como ser: sombrereros, costureros, zapateos, sastres, panaderos, relojeros,

ebanistas, carpinteros, albañiles (también estaban los estibadores y changarines del puerto)

pasarían a ser la clase obrera (o proletariado); también trabajaban en los frigoríficos y los

ferrocarriles.

Mientras algunos aplaudieron la llegada de los inmigrantes otros más conservadores la

rechazaron completamente. La sociedad argentina pronto quedó dividida en dos: los oligarcas-

aristócratas-terratenientes del grupo dominante de poderosas “familias tradicionales” por un

lado, y los inmigrantes que junto a los mestizos y criollos autóctonos de nativos formarían el

“populacho” por el otro.

Si bien Karl Marx versó sobre las dos clases contrapuestas (burgués-proletario), lo cierto es

que Marx, analizando la Inglaterra de la Revolución Industrial se refería al burgués-industrial;

que para la Argentina subdesarrollada de 1880 implicaba su equivalente burgués-terrateniente

(no industrial), dado que al país solo le cabía su lugar - dentro de la economía capitalista

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imperialista - como productor de “materias primas” (agrícola-ganadero) sustentada en la clase

alta (no industrial) o clase oligárquico-aristocrática-terrateniente-latifundista (cuyo poder

económico Moderno se basaba en un concepto Premoderno de la posesión de la tierra, una

forma de feudalismo moderno). En este sentido la burguesía-argentina a diferencia de la

burguesía-inglesa del período 1880, radicaba en que la Gran Bretaña era un país “industrial”

(de fuerte predominancia urbana) y la Argentina era un país “no industrial” (de fuerte

predominancia rural), a pesar de que la clase alta viviera en cosmopolita-capitalista Gran

Ciudad de Buenos Aires.

Si en Inglaterra de 1880 los “medios de producción” descriptos por Karl Marx eran las “fábricas”

(productoras de bienes manufacturados), en la Argentina eran los “campos” (productores de

materia prima). Por lo que no se produjo un nuevo sistema de dominación de clases, lo que

describe Anthony Giddens en La estructura de clases en las sociedades avanzadas.

Si bien en Inglaterra de 1880 operaba el modelo productivo moderno-desarrollado (pasaje de la

producción de la “tierra” al capital “industrial” independiente), en la Argentina de la misma

época el modelo productivo moderno-subdesarrollado representaba una mixtura entre el

concepto de producción moderno-subdesarrollado (capitalismo dependiente) sustentado en el

factor “tierra” (y no en el factor “industria” nacional argentina). Para Argentina esta era una

mixtura entre el concepto moderno (del “capital”) y el concepto premoderno (sustentado en el

factor “tierra”).

La clase alta en el año 1880 era básicamente una elite porteña, que estaba conformada por

aproximadamente 400 familias acaudaladas y terratenientes llamada considerada como la

“gran burguesía” agrícola-ganadera; eran liberales en lo económico, pero conservadoras en lo

político. Vivían en Buenos Aires, la ciudad más moderna del año 1900, según Carlos Fuentes

en Valiente Mundo Nuevo.

Las pretensiones eurocentristas de la ilustración dieciochesca presente en esta elite se

corresponden con el discurso imperialista de la modernidad occidental entraba a la Argentina

de la mano de nuestra oligarquía aristocrática terrateniente (invasor porque el designio

universalizante de “progreso”, “modernidad”, “racionalidad” y “desarrollo” introdujo e implantó

esas prácticas en una amplia constelación de países periféricos como la Argentina de aquella

época).

Ese propósito universalizante se fundamentó en una visión binaria del mundo que postulaba la

existencia de “pueblos con historia” y otros sin ella (distinción hegeliana) o de “naciones

civilizadas” en oposición a “naciones bárbaras”, y la difusión del sentido de misión iba unida a

la convicción de que todos los pueblos se beneficiarían con la propagación de la civilización de

Occidente (traída a tierra Argentina por la oligarquía aristocrática de cuño nacional). Porque la

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civilización europea se entendía a si misma como la más desarrollada y la superior, y este

ethos de supremacía la inducía a civilizar, elevar y educar a las civilizaciones y culturas más

primitivas, bárbaras y subdesarrolladas. La senda para alcanzar tal progreso y desarrollo debía

ser la misma que siguió Europa en su propia historia (idea que compartía Sarmiento).

Surgió esta clase dominante, a la luz de la historia, como una clase “heroica civilizadora”, que

le confería a sus víctimas (la clase obrera-proletaria y la incipiente clase media que nacería

posteriormente) el carácter de participantes de un proceso de sacrificio redentor (en el sentido

metafórico y literal, dado que ayudo fuertemente al proceso el cristianismo). Recordemos los

inexorable lazos entre capitalismo y cristianismo (de hecho la residencia del General Urquiza,

declarado museo, se llama Palacio San José y posee una capilla cristiana). Por consiguiente,

desde el punto de vista de la modernidad occidental, el primitivo o bárbaro (inmigrante, gaucho,

criollo, mulato y otro) está en un estado de culpa por resistirse al proceso civilizador; y eso le

permite entonces a los portadores de la modernidad (oligarquía aristocrática argentina de 1880)

presentarse a sí mismos como los emancipadores o redentores de las víctimas de su propia

culpa.

Por desgracia, estas clases fueron muy ágiles en copiar los modos de consumo occidentales,

pero muy morosas en adaptarse a los modos de producción europeos y norteamericanos,

sostiene Carlos Fuentes en Valiente Mundo Nuevo. Creando sus propios ámbitos según los

estilos europeos, lo que representaba una modernización, argumenta Graciela Elena Caprio en

Consecuencias culturales del proceso de urbanización, Buenos Aires 1880-1910.

El fin de los líderes de la oligarquía liberal, sería identificado en las figuras de: Mitre y Pellegrini

en 1906, Juárez Célman, Mansilla y Eduardo Wilde en 1913 y Roca en 1914, por David Viñas

en Argentina: ejército y oligarquía.

Está de más decir que la base del poder social de ésta clase social alta (terrateniente u

oligárquica-aristocrática) era la propiedad de la tierra. Es verdad que en los orígenes de las

grandes "familias tradicionales" se encuentra frecuentemente al comercio y a las finanzas, pero

la posesión de tierra pone los verdaderos cimientos del prestigio oligárquico.

Esta clase social alta impuso, en términos marxistas, su ideología, en su propio beneficio,

entendido según Anthony Giddens en La estructura de clases en las sociedades

avanzadas. Dado que esta clase oligárquica y aristocrática de la generación de 1880 disponía

– en los mismos términos marxistas - de los medios de producción “materiales” (tierra,

agricultura, ganadería) y de los medios de producción “intelectuales” (arte, cultura, literatura,

ciencias, universidades retrógradas para la época anterior a la Reforma Universitaria).

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Sea como fuere, la oligarquía tenía su centro geográfico: su círculo interno estaba formado por

los más grandes ganaderos de la provincia de Buenos Aires. Esos estancieros pertenecían a la

famosa Sociedad Rural Argentina, que formaba con el Jockey Club y con el Club del Progreso

los tres bastiones tradicionales de la oligarquía triunfante.

Una minoría enriquecida controlaba el poder de la ciudad desde una zona porteña

completamente modernizada (Recoleta) donde se instalaron los aristócratas en mansiones de

lujo. La riqueza generada se derrocharía en la construcción de palacios, monumentos y lujo a

la europea. Crearon un nuevo estilo de vida, con viviendas suntuosas, gozando de todos los

lujos.

La elite del ‟80, una especie de casta moderna, buscó en sus distintas manifestaciones al aire

libre y bajo techo, público y privado (y otras como: ocio, vivienda, vestimenta y actividades

deportivas) diferenciarse como una clase con "conciencia de sí" y supuestamente mejor que

otras clases sociales en tanto detentadora del poder económico y político (y de la conducción

del país).

Específicamente podemos decir que la “vida cotidiana” pública (no privada) y ociosa de la

oligarquía-aristocrática (elite dirigente) Argentina entre 1880-1916 y de la ciudad de Buenos

Aires empleó de un modo particular su tiempo libre en actividades como: deportes hípicos al

aire libre, fiestas, moda, paseos, veraneos y clubes exclusivos como el Jockey Club de Buenos

Aires y el Club del Progreso (lugares de diversión y reunión política simultáneamente), el

Teatro Colón, la Sociedad Rural Argentina, los Hipódromos (Argentino y de Palermo) y la

Facultad de Derecho. Estos lugares tuvieron una fundamental importancia como centros de

reunión de los sectores poderosos vinculados a la política.

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Imagen ( 19 ): La ajetreada vida social porteña de la Belle Époque se desplegaba en diversos

escenarios arquitectónicos y urbanos. Imagen del Hipódromo de Palermo.

Con paseos en carruajes donde rivalizaban los landeau, las victorias y los coupés, fabricados

con detalles principescos en Londres o París y que tirados por troncos de caballos de las

mejores razas del mundo transportaban a las mujeres de la clase alta lujosamente ataviadas.

Por otro lado se visitaban las confiterías de moda. En este sentido el uso del tiempo libre en

actividades superfluas estaba sujeto en el caso de la oligarquía a un complicado ritual, que

tenía por objetivo la ostentación de las riquezas.

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El viaje a Europa constituía uno de los indicadores de la posición social de la aristocracia. En

este sentido se agrega al proceso de “aristocratización” y de refinamiento de los estancieros

enriquecidos. De esta manera el viaje, de manera especial a Francia, se transforma en una

verdadera fiebre (el viaje a Europa se divulgaba por medio de la prensa periódica).

La afinidad de los argentinos con Francia comienza con un fenómeno cultural que precedió a

los negocios y a la política. Se hablaba y se amaba el idioma francés y, a través de éste, se

apreciaba el sentido estético de la vida y el arte. La literatura francesa era la lectura obligada

que, desde mediados del siglo XIX, deleitaba a muchos e inspiraba a escritores argentinos. En

el campo del arte los argentinos comienzan a coleccionar cuadros de Renoir, Degas, Monet y

Toulouse-Lautrec en otros; así como bronces y mármoles de Rodin, Bourdelle, Coutan y otros.

La riqueza promovió y reforzó aún más la vinculación de la elite con Europa, ya que además de

permitir el acceso a bienes importados de lujo, periódicos, revistas y libros, posibilitó los viajes

al antiguo continente. Con este contacto directo con Europa la elite aceleró su proceso de

“europeización” a través del cual los bienes importados como la vajilla, guardarropas, adornos,

muebles, colecciones de arte y otros fueron incorporados al “patrimonio cultural” de esta clase

alta y considerados como propios, argumenta Graciela Elena Caprio en Consecuencias

culturales del proceso de urbanización, Buenos Aires 1880-1910.

La europeización puede ser observada en las siguientes publicidades, desde muebles,

pasando por lencería, hasta los enseres domésticos como la platería. En todos los casos se

encuentra presente en el imaginario de la sociedad, las ciudades de Londres y París (como

focos de luz imperialista europea – francesa en inglesa - que irradian su cultura al resto del

mundo occidental, Argentina incluida).

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Imagen ( 20 ): Revista Fray Mocho. Década de 1910. Casa “A la Ciudad de Londres”,

exhibiendo su mobiliario.

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Imagen ( 21 ): Revista Fray Mocho. Década de 1910. Muebles, cortinados, alfombras y

tapicería para salas, comedores y dormitorios; de la casa “La Gran Bretaña” (la ciudad de

Londres en Buenos Aires).

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Imagen ( 22 ): Revista Fray Mocho. Década de 1910. Publicidades de la casa “Gath & Chaves

Ld.” Y mueblería “La Gran Bretaña”.

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Imagen ( 23 ): Revista Fray Mocho. Década de 1910. A la izquierda, publicidad de la casa

“Gath y Chaves”, el Louvre bonaerense exponiendo su lencería al igual que las vitrinas a la

moda europea de la casa Romero Hnos., a la derecha.

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Imagen ( 24 ): Revista Fray Mocho. Década de 1910. Orfebrería de la casa “Anezin”, juego de

té en plata, a la izquierda. Plata inglesa sellada de la casa “Mappins & Webb”, a la derecha;

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una casa de moda -al mejor estilo inglés- que se jactaba de sus regalos finos (para la alta

sociedad).

Imagen ( 25 ): Revista El Hogar. Década de 1920. El mueble francés para salas y living,

todavía perduraba como una moda impuesta en las clases altas de 1880.

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Para lo cual es necesario efectuar algunas consideraciones sobre el concepto de Patrimonio

Cultural y sus implicancias con esta investigación (la arquitectura y el mobiliario). Habida

cuenta de que los organismos responsables del Patrimonio Cultural a nivel mundial son

variados y complejos, también lo son las definiciones (aunque en general hay acuerdos

internacionales pre-establecidos que nos hablan de una cierta uniformidad de la teoría y una

tendencia hacia la consolidación cada vez mayor), lo cual – por otro lado - nos somete a una

lógica y necesaria delimitación de los conceptos de Patrimonio Cultural. Hasta el desarrollo del

concepto de conservación de los “bienes culturales” y la tutela actual conjuntamente con la

cooperación internacional.

Comenta, María Isabel Tello Fernández en La dimensión social del patrimonio. Tomo III,

que los Documentos Internacionales (desde fines del siglo XIX y hasta principios del siglo XX)

serán la base de las políticas para la protección del Patrimonio Cultural “inmueble” en el ámbito

internacional. Pero en este trabajo necesitaremos avanzar hacia el Patrimonio Cultural

“mueble” incluso, para dar respuesta a nuestro tema de investigación.

En principio se ha estudiado un grupo importante de cartas, normas, resoluciones y

declaraciones internacionales; que no son las únicas, pero son las que hemos investigado con

especial importancia para nuestros fines.

Por lo cual adoptamos la teoría de la Carta de Nara, Japón (1994) (5), concebido en el espíritu

de la Carta de Venecia, Italia (1964) (se fundamenta en ella y la amplía, en respuesta al

creciente interés y responsabilidad que en el mundo ocupa el Patrimonio Cultural). Y como el

preámbulo de la Carta de Nara, Japón (1994) lo señala, cuestiona el pensamiento tradicional

en materia de conservación del Patrimonio Cultural y discute puntos de vista y medios de

ampliar el horizonte para asegurar un mayor respeto por la diversidad de culturas y patrimonios

(en su amplia variedad).

Debemos remitirnos al concepto de “identidad cultural” que quedó planteada en la Carta de

Nara, Japón (1994) que nos provee el estudio de los museos de 1880-1914 (circa), con sus

muebles y objetos:

“ (…) forma y diseño, materiales y substancia, uso y función, tradiciones y técnicas, la

localización y contexto, espíritu (…), y otros factores (…) El uso de estas fuentes permite

5 Del 1º al 5 de noviembre, cuarenta y cinco expertos provenientes de veintiocho países fueron invitados a Nara por las

autoridades japonesas. La conferencia permitió analizar en profundidad el concepto de autenticidad en función de las diversidades culturales y las diferentes categorías de bienes. Se adoptó la Declaración de Nara, que refleja el espíritu general de los debates. Esta conferencia es un hito en los proyectos de largo alcance del ICOMOS. Sus antecedentes fueron preparados en los seminarios de Bergen (enero de 1994) y de Nápoles (septiembre de 1994), organizada en conjunto con ICCROM, con el apoyo de las autoridades de Canadá, Noruega e Italia y con el auspicio del Centro de Patrimonio Mundial de UNESCO. La presidencia fue confiada a Roland Silva, presidente del ICOMOS y la tarea de relatores conjuntamente a los profesores R. Lemaire y H. Stovel, lo que permitió al ICOMOS desplegar su rol de reflexión vinculado a la doctrina de la conservación.

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elaborar la dimensión artística, histórica, social y científica específica del patrimonio cultural en

examen.” (6).

Para Alberto De Paula en La dimensión social del patrimonio. Tomo I, el patrimonio cultural

de una comunidad está integrado por el conjunto de “valores culturales abstractos” (intangibles)

y “objetos culturales concretos” (tangibles) que significan identidades culturales en la vida

cotidiana de cada sociedad.

La “autenticidad” fue retomado, en una visión Americana, posteriormente por La Carta de

Brasilia, Brasil (1995) y La Declaración de San Antonio, EE.UU. (1996). Conformando el

punto de inicio para la justificación de la “identidad” de nuestra cultura (criollo-francesa) como

Patrimonio Cultural de los argentinos.

Para concluir esta profundización histórica hemos relevado las mas destacadas “cartas

internacionales”, habida cuenta del profuso crecimiento que las mismas vienen teniendo hace

aproximadamente siete décadas y media; con una referencia a la legislación internacional

vigente y otros documentos varios para la gestión y preservación del patrimonio, como los

documentos de la UNESCO.

Para lo cual asumimos, en principio, el concepto de Patrimonio Cultural que la UNESCO en su

conferencia mundial sobre políticas culturales llevada a cabo en México en 1982 estableció

como:

“El patrimonio cultural de un pueblo comprende las obras (…) materiales (…)”. Que pueden ser

de dos tipos: inmuebles (arquitectura) y muebles (mobiliario).

Pues, un concepto moderno de Patrimonio Cultural incluye tanto el patrimonio “tangible o

material” (como pueden ser los inmuebles de la Arquitectura y los muebles como los muebles,

objetos y artefactos contenidos), aquello que corresponde a los monumentos y manifestaciones

del pasado (obras diversas del Arte y Arquitectura) como sitios y objetos arqueológicos,

arquitectura colonial e histórica, documentos históricos, obras de arte, máquinas técnicas y/o

tecnológicas; como también lo que se llama patrimonio “intangible o inmaterial” que suele ser

conocido como “patrimonio vivo” o “patrimonio etnográfico”.

Para que se cumpla lo que Montaño, Reyna, Labaque, Santucho, Murialdo, Pesci en La

Dimensión social del patrimonio. Tomo II, definen como Patrimonio Cultural, como lo

material más lo inmaterial, el cual deviene:

6 Artículo Nº 13, Valores y Autenticidad, Documento de Nara, Japón, 1994.

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“Del latin patrimonium: lo que se hereda, incluye una pluralidad de bienes que en conjunto dan

forma a la identidad de los pueblos. Es más que una reunión de objetos muebles e inmuebles

es un conjunto de bienes materiales e inmateriales de una comunidad con referencia a un

territorio.” (7).

Por otro lado para Antonio Donini en La Dimensión social del patrimonio. Tomo I, lo material

(tangible) e inmaterial (intangible), forman un todo (material y simbólico), o lo que denomina

como “bienes culturales”. Es por eso que el Patrimonio Cultural, expresa su valor simbólico, en

el total de los bienes materiales (tangibles) más los bienes inmateriales (intangibles).

El Patrimonio Cultural de una comunidad está integrado por el conjunto de valores abstractos

(intangibles) y objetos concretos (tangibles), según Alberto De Paula en La dimensión social

del patrimonio. Tomo I. Lo que ahora analizaremos, en esta sección, son los “bienes

culturales materiales”, o “bienes culturales muebles”, o “Patrimonio Cultural mueble”; elementos

tangibles como muebles, objetos, artefactos y utensilios entre otros.

Dado que el lCOMOS (Consejo Internacional de Monumentos y Sitios) no desarrolla una labor

vinculada propiamente con los “bienes culturales muebles”, sino un trabajo ligado a los

monumentos y sitios. Dentro de UNESCO es el ICOM (Consejo Internacional de Museos) la

unidad con mayor vinculación con los temas del manejo del Patrimonio Cultural mueble. Y la

Recomendación sobre la protección de los bienes culturales muebles, Francia (1978), en

su Preámbulo relaciona a los “bienes culturales muebles” con el “patrimonio”. También

sostiene que a la definición de Patrimonio Cultural contribuyen los objetos muebles, Montaño,

Reyna, Labaque, Santucho, Murialdo, Pesci en la Dimensión social del patrimonio. Tomo I.

Asimismo la Recomendación sobre la protección de los bienes culturales muebles,

Francia (1978), que completa y extiende el alcance de los principios y normas formulados a

este respecto por la Convención sobre la protección del Patrimonio Mundial, Cultural y

Natural (1972), explica que los denominados “bienes culturales muebles” son: los objetos

antiguos, mobiliarios y otros artefactos con valor histórico:

“A efectos de la presente Recomendación, se entiende por:

"Bienes culturales muebles", todos los bienes movibles que son la expresión o el testimonio de

la creación humana (…) y que tienen un valor (…), histórico, artístico, científico o técnico, en

particular los que corresponden a las categorías siguientes:

7 Clara Rosa García Montaño, Santiago Reyna, Teresa Reyna, Estela Reyna, Maria Labaque, Pedro Santucho, Raquel

Murialdo, Hugo Pesci. “Tajamares jesuíticos de Alta Gracia y Santa Catarina: Valorización, conservación y recuperación”, en La dimensión social del patrimonio. Tomo Enfoques/Teoría, Intervenciones/Técnicas, Artes, Patrimonio inmaterial. VIII Congreso Internacional de Rehabilitación del Patrimonio Arquitectónico y Edificación. Buenos Aires – Salta. 2006. (pp. 480).

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(…) ii) Los objetos antiguos tales como instrumentos, alfarería, inscripciones, monedas, sellos,

joyas, armas (…); x) El mobiliario, los tapices, las alfombras, (…)”

Rastreando sobre los “bienes muebles”, si bien se dice muy poco y nada sobre la protección

patrimonial de los mismos; se puede concluir de todos modos su importancia. Como lo señala

la Carta de Conservación y Restauración de los objetos de Arte y Cultura (1987), en cuyo

artículo 1º se establecen las consideraciones e instrucciones, pretendiendo renovar, integrar y

sustancialmente sustituir la Carta del Restauro, Italia (1972) que especifican que la protección

Patrimonial también corresponderá ser aplicada a:

“(…) todos los objetos de toda época y área geográfica que revistan de manera significativa

interés artístico, histórico y en general cultural (…)”

No están de más algunas aclaraciones iniciales sobre: ¿Qué se entiende por objetos,

artefactos y/o productos de diseño? Que son parte del usual mobiliario doméstico y que

asimismo puedan ampliar esta definición de “Patrimonio Cultural mueble” (que es nuestro

objetivo a alcanzar y motivo del trazado metodológico aquí propuesto).

Específicamente en la revista Arte e Investigación Nº 3, SCyT, FBA, UNLP. Como los autores

Fernando Gandolfi y Rosario Bernatene lo señalan la relación del “objeto” con el “sujeto”, se

complementa con la diferencia entre objeto, producto, artefacto y mercancía. Las relaciones

entre “objeto” y “sujeto” son tan importantes como la función que cumple, para Karl Marx, en la

definición dialéctica de su materialismo histórico; argumento presentado por Anthony Giddens

en El capitalismo y la moderna teoría social.

Los objetos, asimismo son “productos culturales”, según Carlos Fuentes en Valiente mundo

nuevo. Por otro lado, para Eunice Ribeiro Durham, en el artículo publicado en la revista

Alteridades Nº 8, la producción de objetos no es tan sólo un instrumento de satisfacción de

una necesidad elemental sino también un vehículo de relaciones sociales y de elaboraciones

estético-simbólicas.

Esto es importante porque la “apropiación cultural” esta asociada a los usos simbólicos y

rituales del patrimonio, según Ciro Caraballo Perichi en La dimensión social del patrimonio.

Tomo III.

Definir cuales de esos objetos, productos, artefactos, muebles y otros enseres domésticos (que

forman en el interior doméstico un “crisol de formas de habitar”) posee desde lo patrimonial, un

fuerte “valor simbólico” y es una de las tareas a realizar (Mathieu Dormaels y Verónica Zúñiga

Salas, 2006). Dado que el Patrimonio es la capacidad de representar simbólicamente una

identidad (Antonio Donini, 2006), dicho de otro modo, el patrimonio obedece a la importancia

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simbólica para la identificación de un grupo (Olaia Fontal Merillas, s/f). Entonces, la identidad

cultural, que definió a estos grupos de elite, puede ser encontrada en el patrimonio doméstico

(Hugo Daniel Peschiutta y María Isabel Hernández Llosas, 2006), ya que los objetos materiales

(artefactos, utensilios, muebles y otros) pueden ser estudiados a la luz de la semiótica y el

estudio de los símbolos Anthony Giddens, 2000).

Si la noción común de cultura, consiste en el carácter atribuido a los bienes culturales,

podríamos tal vez concluir que reside en el reconocimiento de una excelencia técnica, una

riqueza formal o una complejidad simbólica de esos productos que impregna a su producción,

uso, disfrute y consumo. El hombre construye, a través de sistemas simbólicos, un ambiente

artificial en el cual vive (y el cual transforma continuamente); el reconocimiento de la

importancia de la “dimensión simbólica” remite en un doble sentido a: la producción material

(pinturas, objetos, edificios, monumentos, etcétera) y a la manipulación del lenguaje (obras

literarias, teorías científicas, sistemas religiosos, códigos jurídicos). Recordemos que Pierre

Bourdieu, llama “capital cultural” a los procesos simbólicos en la vida cotidiana (Néstor García

Canclini, 1989).

Existe una variada opinión de autores que apuntan a darle una fundamental importancia al

“modelo simbólico-social”, uno de los cuatro modelos que señala como importante (dentro del

modelo instrumental, mediacionista, historicista y simbólico-social), en la construcción de

procesos simbólicos que contribuyen a configurar nuestra identidad (Olaia Fontal Merillas, s/f).

Por lo cual, el problema central de la concepción de la cultura es la cuestión de la significación,

donde se privilegia la dimensión “simbólica” de la producción “material” (Eunice Ribeiro Dirham,

1998).

La antropóloga Eunice Ribeiro Durham, explica las implicancias sociológicas de las distintas

clases sociales en la producción cultural, siendo que la producción material es parte de la

producción cultural (por extensión en la construcción del “patrimonio cultural” y en su posterior

uso y consumo). Por lo cual el acceso de grupos y clases sociales al patrimonio es diferencial,

el hecho de que las relaciones sociales están cruzadas por el poder significa que ciertos grupos

logren, hasta cierto punto, imponer sus gustos y patrones – como parte de la producción

erudita (Pierre Bourdieu, s/f, citado por Philippe Ariès y Georges Duby, 1989) -; decidir lo que

es mejor para los otros o, inversamente, impedir a segmentos dominados tener acceso a

bienes culturales altamente privilegiados. En cierto modo, las clases dominantes dirigen la

producción “material” y “cultural” colectiva de la cual se adueñan privilegiadamente.

Eso quiere decir que los bienes culturales a disposición de los sectores “dominantes” no son

solamente diferentes, sino con frecuencia son mejores (por disponer de mayores recursos) y

más elaborados que los bienes de los “dominados”. El componente elitista de la noción de

cultura en el sentido común también tiene una base de verdad en la medida en que las clases

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dominantes son privilegiadas no solo porque poseen los recursos suficientes, sino también el

tiempo, el ocio y el entrenamiento necesarios para poder apropiarse de los bienes culturales

más elaborados (Eunice Ribeiro Dirham, 1998). Aquí se presenta una idea análoga a lo

Domingo. F. Sarmiento de “dominantes = cultos” y “dominados = incultos”, idea instalada en la

sociedad y argumentada por diversos autores que relacionan el Patrimonio Cultural con las

desigualdades sociales (Néstor García Canclini, 1993), (Eunice Ribeiro Dirham, 1998) y

(Alejandro Grimson, 2003).

El “significado” o el valor que poseen los objetos, instrumentos, artefactos, utensilios, muebles

y productos de la cultura material es que son símbolos de la identidad nacional, afirma Antonio

Donini en La Dimensión social del patrimonio. Tomo II. Nos permite relacionar a los “objetos

culturales” u objetos concretos (significativos, para la memoria) con la “identidad”, según María

Isabel Hernández Llosas, en La dimensión social del patrimonio. Tomo II. Por lo cual los

bienes patrimoniales son entendidos como vehículos portadores y transmisores de

determinados significados y valores culturales, argumenta María Eugenia Costa en La

dimensión social del patrimonio. Tomo II.

Es por eso necesario llevar tanto a los objetos, como los artefactos, productos, muebles (en

general y otros) a la categoría de “documentos históricos”, como si de un documento escrito se

tratara, es lo que María del Rosario Bernatene y Pablo Ungaro destacan coincidentemente con

lo que opina María Isabel Tello Fernández en La dimensión social del patrimonio. Tomo III.

Pero cuya materialidad difiere en la expresión de la ideas. Pues, las ideas, expresada con

palabras escritas (en un documento histórico) ahora se encuentran expresadas en formas,

materiales, colores, texturas, tecnologías, conceptos, morfologías, situaciones de uso y otras

cuestiones; con un sentido (el brindado por su creador: artista, arquitecto, artesano, diseñador

o proyectista) y capaces de producir semiosis o sentido.

Asimismo entienden que los objetos como “documentos” deben formar parte del Patrimonio

Cultural, Fernando Gandolfi y Roxana Garbarini en Valor de Uso. Acerca de la restauración

de objetos industriales del S. XX.

Por lo que parafraseando a Gandolfi / Bernatene / Ungaro / Garbarini, podemos sostener que la

organización de los datos exige una metodología centrada en el “objeto físico” (utensilio,

producto y otros), por lo que se constituye a los ámbitos domésticos (cocina, living, comedor) y

a sus artefactos y mobiliarios en “objetos teóricos”. Y si los “objetos físicos” pueden ser

analizados como “bienes culturales” (muebles), lo que se necesita es convertir a dichos “bienes

culturales” en objeto de investigación, según Ciro Caraballo Perichi en La dimensión social

del patrimonio. Tomo III.

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Y es asi, finalmente, como hemos arribado desde la arquitectura al objeto / mueble / artefacto /

utensilio.

Un lugar habitado por la misma persona durante un cierto tiempo, dice mucho de la persona a

partir de los objetos y muebles que allí se encuentran, para Michael De Certeau en co-autoría

con Luce Girad y Pierre Mayol en La invención de lo cotidiano. Tomo II.

Define al mueble y al entorno del hombre del siglo XIX, Siegfried Giedion en La mecanización

toma el mando. Sosteniendo que la historia del gusto imperante en Europa del siglo XIX,

estuvo fuertemente influenciada por el mobiliario de Francia e Inglaterra. Pero ese espíritu del

Rococó imperante en Europa de la época, hizo su aparición en nuestro país, en los salones de

las clases sociales de la alta burguesía (con sus típicas sillas bergères, por citar un caso).

Para continuar con el mismo caso, en la pequeña-burguesía también se observaría una

proliferación de butacas tapizadas llamadas “confortables” que ya habían tomado el lugar de

las sillas “bergères” en Europa en el año 1880 aproximadamente. Estas sillas “confortables”,

símbolos del gusto imperante de las masas del siglo XIX en Europa, serían muy exitosas en los

ambientes de clase alta y media entrado el siglo XX en Argentina (una serie de muebles que

hemos conocido aquí simplificadamente en los hogares como juego de “sofá de rincón”).

Toda una serie de muebles que en el siglo XIX eran un medio para completar los ambientes

interiores; dado que, como Giedion bien lo expresó citando a Percier y Fontaine (los

fundadores del estilo Imperio): “Este período, impulsado por su horror al vacío, llena el espacio

central de una habitación”. Lo que la arquitectura afrancesada de la burguesía oligárquico-

aristocrática de la Generación de 1880 supo hacer muy bien.

Esto es importante en el sentido que el “proceso de europeización” comenzó por afectar a la

cultura material primero, pero trascendió en otros valores de la cultura promoviendo nuevos

cambios, construyendo un nuevo ámbito físico –inspirado en un modelo anglo-francés- y

creando una nueva experiencia de vida no sólo para la nueva elite (burguesía aristocrática)

sino también para los grupos que estaban bajo su dominio (Graciela Elena Caprio, 1985). No

olvidemos, por otro lado, que el proceso de “europeización” había afectado en doble sentido a

la Argentina de 1880 porque no incidió sobre las clase alta únicamente, sino sobre las medias y

bajas, debido a la inmigración masiva de europeos que ingresaron al país (hasta 1914, había

en Capital Federal más extranjeros que argentinos).

Los veraneos representan otra de las formas propias de la intimidad social de los sectores

dominantes. Además en las quintas, próximas a Buenos Aires y trazadas por los llamados

"paisajistas" europeos, durante las mañanas y en los atardeceres grupos de hombres y mujeres

practicaban el críquet (juego de origen inglés que durante años fue uno de los pasatiempos

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favoritos de la aristocracia porteña). También se agregaban las playas de Montevideo y a partir

de 1888 las de Mar del Plata. Por lo que el veraneo era otra actividad simbólica de la clase alta

(oligárquica) pues los sectores medios y bajos no concurrían a dichas ciudades balnearias,

bien lo cita Andrés Carretero en Vida cotidiana en Buenos Aires. Tomo III..

Además del críquet se practicaba el tenis, el golf, el polo y el yatching como actividades

deportivas y recreativas al aire libre.

También se debe a la influencia británica, francesa y norteamericana, el arraigo de juegos de

naipes como el poker, el bridge, el baccarat y el rumnie, que desplazaron a los juegos de

origen español o criollo en las preferencias de los jugadores de la clase alta.

Las fiestas de la época comenzaban y concluían temprano. Los dueños de casa se esforzaban

por brindar un buen rato de esparcimiento a sus relaciones. Además de los bailes en casas

particulares las fiestas más famosas tenían lugar en el Club del Progreso y en el Club del Plata.

Podemos decir que el estilo de la indumentaria representaba otro de los símbolos que

indicaban la posición y el poder de la clase social dominante. Si consideramos a la moda como

una manifestación de la “clase dominante argentina” dentro de una sociedad clasista, la

oligarquía del „80 mostró predilección por la elegancia entendida como el culto por las cosas

antiguas y todo aquello que estuviera relacionado con el gusto europeo (línea francesa e

inglesa), dado que la “verdadera clase dominante” no se encontraba dentro de la Argentina

sino fuera de ella (“clase dominante europea” que controlaba ideológica-política y

económicamente a la “clase dominante argentina” que también controlaba del mismo modo al

resto del pueblo argentino); esta apreciación es brindada por Jorge Sábato en La clase

dominante en la Argentina moderna. En este sentido, ya en la década del 1860 tanto los

periódicos como las revistas informan a los lectores sobre la moda europea a través del

sistema de catálogos que permitía a las mujeres del interior del país estar al tanto de los

avatares de la moda europea. De esta manera, la elite dirigente encargaba su vestuario a los

mejores sastres de Inglaterra y Francia en sus frecuentes viajes.

Respecto de la “vida cotidiana” privada, el papel simbólico, escenográfico de las nuevas

viviendas va acompañado por su cerrazón hacia el exterior, para convertirse en un espacio

más privado, señalan Fernando Devoto y Marta Madero (Editores) en Historia de la vida

privada en la Argentina. Tomo II. Cobra importancia el sistema simbólico de los elementos

arquitectónicos, sostiene Cristina E. Vitalote en La dimensión social del patrimonio. Tomo

III. Además de mudarse a ciertos lugares de la ciudad, las estructuras de sus casas estaban

desarrolladas especialmente en Francia.

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Respecto del consumo de bienes suntuarios o lujosos como la vajilla, platería y los buenos

modales serían el ámbito subsiguiente donde se lucharía por establecer las diferencias y las

pertenencias. Pero este no sería el único lugar donde se malgastaría una importante cantidad

del excedente de dinero apropiado, pues la vida privada, cotidiana y doméstica estaba repleta

de consumo ostentoso, suntuario e improductivo (Sábato, 1991). Conjuntamente con la

“respetabilidad” social (además de ser un requisito en la intimidad), era aquella familia “bien

constituida” (burguesa a la manera europea del siglo XIX) el modelo de esta clase social.

Si los veraneos representan otra de las formas propias de la intimidad social de los sectores

dominantes, los mismos ponían en contacto a las familias (permitiendo la posibilidad de un

noviazgo, cuestión que finalmente se vería destruida con la llegada del fin de la Primera Guerra

Mundial). Los noviazgos que se producían, con el consentimiento de los padres, poseían una

tendencia neolocal (establecer un hogar independiente) con una fuerte forma patriarcal

relacionada al poder económico de las familias que daba una estructura monolítica y autoritaria

(en el caso de las clase media mas pudientes o mejor acomodadas, la tendencia con sus

variantes sería análoga por cultura al de las clase alta; en cambio en las clase baja se daría

esta forma “patriarcal” por necesidad y no por elección cultural muy distinta a la forma patriarcal

de las clase alta-medias anterior a la Primera Guerra Mundial).

Los hombres encabezaban la familia, o en su defecto las mujeres viudas. Los hogares de la

elite señorial estaban constituidos por la familia, con el agregado de la servidumbre (ya fueran

familias de elite rural o urbana). Lo cual era indistinto dado que esas familias de elite rural, eran

terratenientes (poseedores de los campos, grandes estancieros) y vivían tanto en la ciudad

como en el campo simultáneamente (dado que el campo era su negocio burgués agrícola-

ganadero), de hecho estas familias adineradas de la ciudad eran las dueñas de los campos

más importantes y poseían importantes cascos de estancias.

En el período que va desde el fin de la Primera Guerra Mundial, hasta el principio de la

Segunda Guerra Mundial (1918-1939), la clase alta argentina recuperó su ritmo de vida

sosegado y sus más frívolas costumbres. Los hombres todavía conservaban viejas costumbres

que había impuesto la aristocracia de la generación de 1880 (practicar deportes al aire libre

como el críquet, bowling, golf, rugby, tenis, esgrima, polo, pato, remo, natación, hipismo y

pesas, siempre en clubes exclusivos. Jugar póker por la tarde con los amigos y billar o ruleta

por la noche; intercambiando opiniones de política y economía). Veraneaban en el Nahuel

Huapi, la Cumbre, Tandil, Necochea, Mar del Plata, en quintas cercanas a la capital o en los

campos de la provincia de Buenos Aires; en otros casos directamente lo hacían en Europa (esa

vieja costumbre de las clase alta, con circuitos turísticos que incluían las playas mediterráneas

y las pistas de ski suizas o austríacas, se efectuaban compras de mobiliarios extranjeros en

París o Londres). Todo esto solo hacía poner más en evidencia la dependencia de la clase alta

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argentina de la economía (inglesa) y la cultura (francesa) del viejo continente, como sostiene

Andrés Carretero en Vida cotidiana en Buenos Aires. Tomo III.

En el año 1930 la clase alta argentina y sus afanes culturales, como vivían y habitaban los

espacios domésticos, fue narrado por Victoria Ocampo (1890-1979), ensayista argentina, quien

escribió inmejorablemente, la vida de estas clases desde adentro, en su libro autobiográfico. Su

casa de Buenos Aires estaba situada en la calle Florida, casi Viamonte.

En los años treinta, los salones de Victoria Ocampo se transformaron en el centro de la cultura

francesa en Latinoamérica.

La escritora Alicia Jurado, no menos importante que Victoria Ocampo, ha realizado aportes con

respecto a la clase alta. La casa de su abuela, donde vivió siendo niña, estaba situada en

Juncal 1223. Otros ejemplos de vida suntuosas y de recibir educación europea pueden

encontrarse en las familias Bunge, Uriburu, Justo, Roca y en la mayoría de los hombres que

participaron de la política y economía de la década de 1920, así como los que figuran en las

listas de socios del Jockey Club, de la Sociedad Rural Argentina y del Círculo de Armas.

Recordemos que antes de la vida suntuosa de la clase alta de Buenos Aires, esta

antiguamente habitaba la zona sur de la Plaza de Mayo de la ciudad (donde predominaban las

casas de patios, también conocidas como “casas chorizo”); y que luego se trasladó al norte por

causa de las enfermedades del sur (como la epidemia de cólera del año 1867 y fiebre amarilla

de 1871). Por lo que las clases más pudientes de la época abandonaron el barrio sur (el más

castigado por la epidemia) y construyeron su nuevo hábitat en el barrio norte.

A medida que se desplazaban hacia la zona norte de la calle Rivadavia, iban creando un nuevo

paisaje arquitectónico con nuevos ambientes; construyendo sus mansiones, abandonando los

antiguos estilos de vida en las “casonas coloniales españolas” o “casas patriarcales” que

respondían a una organización familiar extensa. Estas antiguas casas de varios patios (casas

chorizo), donde ocurrió – por ejemplo - la infancia de Victoria Ocampo, se transformaron luego

en conventillos u hoteles al ser dejadas en el sur por estas familias adineradas, para irse a vivir

al norte. Hasta 1880 aproximadamente, la casa patriarcal (casa chorizo), siguió siendo un

modelo para la clase trabajadora (proletariado inmigrante) al mismo tiempo que la burguesía la

abandonó, sostiene Rafael E. J. Iglesia en La vivienda opulenta en Buenos Aires: 1880-

1900. Hechos y testimonios.

Ya no serían las casas de una sola planta organizadas en torno a patios (antiguas casonas

patriarcales, de herencia colonial), que estas clases mas altas poseían, el estilo dominante

para sus nuevos hogares domésticos; sino las residencias de varias plantas, de organización

compacta, realizadas con materiales importados y en estilos europeos (generalmente

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franceses) en franca aceptación de las pautas culturales de los países rectores que eran

nuestros socios comerciales (ingleses en lo económico y franceses en lo arquitectónico,

artístico y cultural).

En tanto, las casonas dejadas en el barrio sur, de varias habitaciones, que habían pertenecido

a esta clase alta, pasarían a transformarse en los conventillos que alojarían a los inmigrantes

europeos. El resto de la población de clase baja y media-baja se asentaría en los barrios que

crecían hacia el sur de la ciudad, hacia Boca y Barracas. En tanto la clase media-alta lo harían

hacia Belgrano por el norte. Y las clase media-media hacia Flores por el oeste. Esto

paulatinamente daría forma a la ciudad de Buenos Aires que se conserva, con sus variantes,

bastante intacta hasta el presente. Su crecimiento se realiza con una acentuación de la

estratificación social, también a nivel habitacional y urbano.

Los efectos de este re-acomodamiento (por causa del cólera y la fiebre amarilla) determino que

se armara el escenario diferenciado y complejo de la vida privada de los sectores más

acomodados según principios sucesivos de higiene, sofisticación, gracia, coquetería y

frivolidad. Lo cual significaba que la higiene-doméstica, en principio, era parte del proyecto

socio-económico de su época, como lo describió Jorge Salessi en Médicos, maleantes y

maricas.

La disciplina de la “higiene” se inscribía en el proyecto científico humanista de la salud (además

del político, económico y cultural) que la generación de 1880 llevaba adelante. El agua

corriente, un servicio que se inicia en 1887 para el caso de la ciudad de Rosario y que se

desarrolla de forma desacompasada con el de cloacas representaba la entrada del moderno

servicio que se mezclaba con la persistencia del método tradicional (dado que el consumo de

agua de pozo todavía mantenía a ese bien como mercancía mediante la cual lucraba el

aguatero o especulaba el encargado del conventillo, y algunos inquilinatos tenían un solo pozo

de agua donde debían abastecerse por medio de sogas y baldes y en muchos casos solo para

beber y cocinar y si sobra algo para lavar ropa, etc.).

En 1870, en Buenos Aires el Ingeniero Bateman planificó el saneamiento de la ciudad. Hasta

1880 el agua se obtenía de cisternas, pozos y aguateros ambulantes. Ninguno de estos

métodos era higiénico. Entre 1885 y 1895 se instala un sistema de provisión de agua. En 1887

de un total de 36900 casas aproximadamente, 2500 no tenían agua y otras 26000

aproximadamente se surtían de aljibes o pozo y unas 8500 tenían instalada agua corriente (de

las cuales 5800 estaban en la zona antigua, o zona sur y las restantes 2700 estaban en la zona

nueva o zona norte). Para 1904 el 57% de las casas contaban con un servicio de agua

corriente, un 40% tenía pozos mientras un 1,2% seguía con aljibes y aún quedaban algunos

aguateros.

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Entre 1892 y 1898 la Argentina buscaba atraer inmigrantes con la imagen de un país salubre,

por lo que en 1892 la cantidad de casas provistas de agua corriente y dispositivos cloacales

eficientes aumentó en 150% con respecto al número del año anterior, lo cual significó una

verdadera revolución urbana en la ciudad de Buenos Aires. En 1910 la red cloacal ya estaba

bastante extendida.

Pero igualmente debemos señalar que los pozos negros fueron centro de atención durante el

período 1871-1914, en que se desarrollaron las tácticas político-higienistas, dado que se temía

que fueran origen del mal que se comunicaba (cólera), de las aguas servidas al agua de pozo

utilizada para beber.

Por lo que la separación del agua contaminada del agua potable sería un tema central para la

época porque tenía mucha importancia para la salud e higiene (ya sea por el uso del agua para

beber, preparar los alimentos, higienizarse y lavar la vajilla u otros enseres); pues en 1887 sólo

el 14% de las viviendas de la ciudad de Buenos Aires contaba con agua potable distribuida por

red, extendiéndose ésta a un 53% en 1910.

Salessi relacionó a Esteban Echeverría en El Matadero (de 1871) y su paradigma

Salubre/Insalubre, con el paradigma de Civilización/Barbarie de Domingo Faustino Sarmiento

en su texto Facundo (de 1845). En tanto “lo salubre” era identificado con lo “civilizado”, “lo

insalubre” era relacionado con la “barbarie”.

Incluso entre las relaciones políticas y los enfrentamientos entre Federales/Unitarios, otra de

las conexiones que se podían establecer estaba la del “Bárbaro = Insalubre = Federales” y la

del “Civilizado = Salubre = Unitarios”, que no nos detendremos a analizar.

Sobre esto es interesante la anécdota del 3 de febrero de 1870, entre el General Urquiza

(Caudillo Federal, supuestamente un sucio carnicero matarife, como lo hubiera descripto la

literatura de Echeverría) y Sarmiento, un representante de la civilización que tanto pregonaba.

Anecdótica es la historia que se relata cuando Sarmiento visitó la residencia de Urquiza (hoy

sede del museo: Palacio San José en la provincia de Entre Ríos). La cual cuenta como Urquiza

(un Federal) no tenía nada de “bárbaro” (e incluso nada de “sucio” matarife como lo suele

narrar la historia desde la visión unitaria); pues, el mismo Urquiza le hizo colocar una canilla

(con agua corriente) en el dormitorio donde se alojaría Sarmiento (para demostrarle que a

pesar de ser Federal era mas “limpio” y “civilizado” que los propios Unitarios porteños-

afrancesados). Pues su hogar fue la primera residencia de la argentina en contar con el

moderno y civilizado servicio de agua corriente por cañerías, un dato no menor para la

arquitectura argentina de la época.

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Si el período de estudio comienza en el año 1880, la casa moderna como dispositivo social

tiene sus orígenes en 1870, argumenta Anahí Ballent en Historia de la vida privada en la

Argentina. Tomo III. Asimismo el hogar será un claro ejemplo de cómo se organizó la

“modernidad”, combatiéndose a la “barbarie” e imponiendo dispositivos civilizatorios (de higiene

doméstica entre otros), como lo sostienen Fernando Devoto y Marta Madero en Historia de la

vida privada en la Argentina. Tomo II.

Si el esquema Civilización/Barbarie se evidenció en los espacios interiores de los hogares de la

ciudad, esto también fue aplicable a los espacios exteriores de la ciudad y todo cuanto se

relacionó con los procesos de urbanización, dice Cristina E. Vitalote en La dimensión social

del patrimonio. Tomo III.

También los adelantos tecnológicos - como la luz eléctrica - combinados con el estilismo de la

cultura afrancesada de la época eran sinónimos de civilización y progreso. Ejemplos de las

publicidades siguientes de la época ilustran estos conceptos.

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Imagen ( 26 ): Revista Fray Mocho. Década de 1910. La casa “Azareto Hnos.”

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Imagen ( 27 ): Revista Fray Mocho. Década de 1910. La casa “Azareto Hnos.”

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Imagen ( 28 ): Revista Fray Mocho. Década de 1910.

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En 1880 coexistían mansiones de lujo de la clase alta (civilización/salubre) con conventillos

para la clase obrera (barbarie/insalubre) y algunas casas de vecindad de una clase media

(todavía muy pequeña y en formación). En tanto la clase alta adoptó como formas de habitar:

las mansiones, los palacios y/o palacetes y el petit-hotel (afrancesados), La clase obrera había

adoptado: el conventillo, la vivienda unifamiliar de material precaria, la casilla de madera y

chapa y el rancho.

Dentro de la ciudad, principalmente en el caso paradigmático de la ciudad de Buenos Aires

entre 1880 y 1900, si la vivienda es cobijo, territorio de ciertas actividades, signo y símbolo,

gasto; todo esto es arquitectura, sostiene Rafael E. J. Iglesia. En las viviendas opulentas,

argumenta el autor, que todas esas funciones se pudieron cumplir sin retaceos, para que la

misma sea considerada más o menos explícitamente como Arte de acuerdo con su función

simbólica (mientras que en las viviendas de los pobres, el gasto mínimo sólo les había permitió

acceder a un precario cobijo, las viviendas de la escasez sólo eran “construcciones”, pero no

“el arte de la arquitectura”).

Finalmente reflexiona Rafael E. J. Iglesia, que debido a la convergencia de ciertos hechos:

políticos (organización y manejo del gobierno, nacional y municipal); económicos (la

explotación de la riqueza ganadera por parte de muy pocos familias, menos de cien en la

ciudad de Buenos Aires y no mas de 400 en todo el país; la transformación de los bienes

inmobiliarios de bienes de uso a bienes de cambio, el centro del sistema crediticio hipotecario,

el lucro basado en el déficit habitacional producido por la inmigración); demográficos (el rápido

aumento de la población urbana); sociológicos (mayoría de extranjeros en la ciudad de Buenos

Aires, el acceso de comerciantes recién llegados a la aristocracia oligárquica, cuando aún la

oligarquía vernácula no se había consolidado como “aristocracia”); ideológicos (la vigencia del

progresismo como enemigo de la tradición, la adopción acrítica de la cultura europea); creó las

condiciones de existencia de la arquitectura doméstica de los ricos. Estos tuvieron grandes

posibilidades para satisfacer sus necesidades habitacionales.

A partir de 1880, las mansiones fueron una necesidad de la oligarquía y de la burguesía

adinerada. A principios de siglo se distinguen claramente tres tipos: el “palacio”, con jardines al

frente y al fondo, tal como se los veía en la avenida Alvear, el “hotel particuliére” en plena

ciudad y por último el “petit hotel” (solución para economías más medidas). En todos los casos

el espacio predominante es el gran salón, lugar de las recepciones y espejo del “status” de la

familia, de poco uso diario pero de fuerte valor iconogenético, argumenta Rafael E. J. Iglesia.

También la zona norte empezaba a recibir mejoras en los servicios. Primero las grandes

familias se trasladaron a la calle Florida y al barrio de la Merced, como señala Galarce, lo

recuerda Victoria Ocampo y lo memora Lucio V. Masilla. Historiando a la familia de los

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Anchorena, Sebrelli relata las mudanzas y las construcciones de los Palacios de los

Anchorena, ubicados en la Plaza San Martín , verdaderos “hoteles particulares” (Grand Hôtel

Particulier, petits hoteles y el hôtel privé francés) inspirados en los palacios franceses de la

época de Luis XV y Luis XVI explica J. Iglesia en La vivienda opulenta en Buenos Aires:

1880-1900. Hechos y testimonios con motivo de las 1º Jornadas de Historia de la Ciudad de

Buenos Aires organizada por el Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires.

Rafael E. J. Iglesia señala los casos de las viviendas construidas entre 1870 y 1911 en la

ciudad de Buenos Aires. Como el “Palacio Alvear”, en Cerrito y Juncal, obra del arquitecto Juan

Buschiazzo (demolido). Otras dos casas del mismo arquitecto: las de Carlos Casares Ocampo,

en Arroyo y Cerrito y de María Unzué de Alvear, Avenida Alvear 29/85 (ambas demolidas).

Otros palacios excepcionales como el de los Pereyra Iraola del arquitecto Ernesto Bunge

(demolido). También la casa de la familia Barrenechea, en Avenida Callao y Vicente López y de

la familia Legarreta, ambas del arquitecto Juan Buschiazzo (demolidas). Otros ejemplos, del

que quizás fue el arquitecto mas famosos: Alejandro Christophersen (el antiguo “Hôtel

Particulier” de Antonio Lelor, hoy Circolo Italiano en Libertad 1270 y el Palacio de la familia

Anchorena, hoy Palacio San Martín, sede del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto). Mas

ejemplos lo conforman la expropiedad de la familia Paz, hoy Círculo Militar, en Plaza San

Martín; proyectado por el arquitecto Louis Sortais. El palacio Ortiz Basualdo (hoy embajada de

Francia), en Arroyo y Cerrito, obra del arquitecto Pablo Pater. El palacio de la señora Inés Ortiz

Basualdo de Peña sobre Plaza San martín de Buenos Aires, obra del arquitecto Jules Dormal

(hoy demolido). El “Hôtel Privé” de la condesa de Sena, en Montevideo 1572. Buenos Aires,

obra de los arquitectos Lanas y Hary (hoy demolido). Fuera de la ciudad de Buenos Aires y en

el mismo período, el autor señala la importancia de las residencias de campo y casas-quintas

como ser la casa de campo en la provincia de Buenos Aires de la familia Tornquist – en Sierra

de la Ventana -, obra de C. Nordmann; y el casco de la estancia Huetel, de Carlos María

Casares, obra del arquitecto Jacques Dunant. Las dos casas-quintas tradicionales como la

residencia “El Talar” de la familia Pacheco Anchorena en General Pacheco – Tigre -; y el

Palacio Miraflores de la familia Ortiz Basualdo en el barrio de Flores. La villa Ortiz Basualdo en

Mar del Plata, obra de los arquitectos Luis Dubois y Pablo pater.

Cuando la gran burguesía adoptó el hotel y el palacete, los territorios interiores se demarcaron

con rigor, hasta que se impuso el modelo francés (nuestros ejemplos más sensacionales son

del siglo XX, como la residencia del matrimonio Errázuriz Alvear, entre otros), con un subsuelo

de servicio, una planta noble de recepción, con gran hall de escalera, salas de recepción,

comedor, saloncitos, jardín de invierno; una planta para los dormitorios principales y recibo

íntimo y un ático o buhardillas (detrás de la mansarda) con habitaciones de servicio. Existen

otros relatos que así lo confirman. Algunos palacios excepcionales, como el de los Pereyra

Iraola en Esmeralda y Arenales (hoy demolido) son buenos ejemplos de los espacios

necesarios para que la alta burguesía practicara las nuevas costumbres y demostrara que

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“estaba en la cosa” adoptando modos europeos, fuente de todo prestigio, señala Rafael E. J.

Iglesia. Cabía cualquier estilo (desde el Renacimiento hasta el borbónico), aunque en

Argentina, hasta fines del siglo XIX hay que relativizar eso del “gusto personal del arquitecto”,

sostiene al autor; en realidad, aquí, la decisión estilística (cosmética) está en manos del

comitente “ilustrado”.

Ya entrado el siglo XX las preferencias, tanto de comitentes como de arquitectos se deciden

por los borbones franceses y el eclecticismo acostumbrado pierde algo de la libertad que tenía

cuando era menos erudito, menos formal, más ignorante. Entonces se gesta el academicismo

(sin academia local) que los ricos prefirieron hasta casi 1930, cuyo mejor exponente fue el

Arquitecto Alejandro Christophersen.

Estas grandes casas (palacios y pequeños hoteles), ya ubicadas en zona norte, constaban de

dos o tres niveles, con jardín al frente o junto a las medianeras y en la parte posterior. En la

zona cercana a la calle estaban las salas, el comedor, a veces la biblioteca. Como la vida

social había adquirido un gran desarrollo, la casa tenía espacios “particularizados” según el tipo

de visita y la hora en que se recibía: cuartos espaciosos sólo para descansar, zona de

recepción para las grandes reuniones o sala para tomar el té. En el primer piso estaban los

dormitorios, con baño instalado, guardarropas y lencería.

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Imagen ( 29 ): Revista Fray Mocho. Década de 1920. Publicidades de galletitas “Bagley”.

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Imagen ( 30 ): Revista Fray Mocho. Década de 1920. Publicidades de galletitas “Bagley”.

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Imagen ( 31 ): Revista Fray Mocho. Década de 1920. Publicidades de galletitas “Bagley”.

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Imagen ( 32 ): Revista Fray Mocho. Década de 1920. Publicidades de galletitas “Bagley”.

Respecto de los demás ambientes, cada uno tiene su función estrictamente asignada, ejemplo:

luego de la cena, los caballeros pasan al fumoir (las damas no, porque no fumaban en esa

época); ellas van al “petit salón”, a conversar de cuestiones femeninas; si hay baile o concierto,

más tarde damas y caballeros vuelven a reunirse en el salón.

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Todo acompañado por una creciente imitación de costumbres europeas, transculturación y

emigración mediante. Todo estos cambios, convergieron en una resemantización de la

vivienda, a la condición de “objeto de uso” de la casa (antigua casona de herencia colonial

española o casas patriarcales), se le agregó la de “signo” de su situación social (la casa y sus

ambientes como símbolo de clase social, prestigio y status socio-económico y cultural).

Cuenta Sebrelli, que Tomás Manuel de Anchorena (perteneciente al viejo patriarcado) no

deseaba en su casona premoderna de Cangallo 97, donde había vivido, ni lujo ni aparato (solo

la casa como un objeto para ser usado, de estilo sencillo, citado por Rafael E. J. Iglesia). Estas

tipologías de “casas chorizo” (tipología premoderna, de patio lateral y cuartos en ristra) con

galería (del viejo estilo colonial) llegaban a tener en algunos casos hasta 17 habitaciones, 2

cocinas, 2 cuartos de baño, 3 patios (con puerta de hierro en el 2do. y el 3er. patio), 2 aljibes,

aguas corrientes, y otras comodidades para la época (que nos hablan de sus dimensiones y

capacidades de albergar personas).

Pero sus descendientes, como Aarón de Anchorena, buscarían de sus hogares el lujo, brillo y

confort (valor simbólico de clase social, prestigio, status socio-económico y cultural como ya se

aclaró), explica Napoleón Baccino de Ponce León en Aarón de Anchorena. Una vida

privilegiada.

La exhibición del rango social, a través de la ostentación de riquezas se hizo presente en la

nueva arquitectura ecléctica; dado que las nuevas generaciones de elite necesitan ser

reconocidos nuevamente y donde los recién llegados a la cima también necesitan ser

reconocidos rápidamente (como Aarón de Anchorena). Así las grandes mansiones

afrancesadas tuvieron sobre todo una función predicativa, señalar que el propietario era “gente

bien”; función ausente en la casa patriarcal, donde el apellido bastaba (como el de Tomás

Manuel de Anchorena). Así, estos palacios de herencia francesa Luis XV y XVI (como objeto de

símbolo de status), además de servir para vivir, servía para ostentar el prestigio socio-

económico y cultural de quien lo habitaba.

En estos palacetes, pequeños hoteles u hoteles particulares, asume una función semántica

muy fuerte (en las antiguas casonas coloniales alguna vez se usaron los blasones o escudos

de armas de cada linaje, que se colocaba sobre la portada, y era un antiguo signo hispánico).

Pero el mensaje que emite el “hôtel privé” o el palacio no se refiere sólo a un estilo, o a un país;

estas denotaciones son rápidamente superadas, lo que importa es la situación social que

connota su presencia. Es una manera de mediatizar el conocimiento de la realidad inmediata;

antes, la situación social se conocía directamente porque se conocía el origen (el apellido), la

trayectoria y el comportamiento de cada uno (como la Atenas clásica), argumenta Rafael E. J.

Iglesia. La mansión opulenta sustituye ese conocimiento cara a cara (posible en la Gran Aldea,

pero imposible en una ciudad que en 1900 llegó al millón de habitantes), el signo predica: “casa

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suntuosa igual ciudadano importante” (Rafael E. J. Iglesia, 1985). El tamaño y la cosmética,

fueron resultado de esa necesidad predicativa.

En esta mezclas de los palacetes (lo nuevo europeo, de origen francés) con la tradición

patriarcal (lo viejo europeo, de origen español); se produce una mixtura donde los patios, muy

disminuidos, siguen alineados según un eje perpendicular a la línea de fachada, los dormitorios

se ubican en la planta alta y aparecen nuevas habitaciones con nuevas funciones: la gran sala

de recepción y sus espacios sirvientes (vestíbulo, antesala, saloncitos y hall de escalera) y el

comedor.

En ellas se introdujeron ambientes suntuosamente ornamentados y provistos de lujo y confort

como todavía no los tenían en Europa, argumenta Elisa Radovanovic y Alicia Busso en La

vivienda obrera en Buenos Aires en la década de 1880.

Comenzó así una mutación que habría de culminar en una extensa diafragmación de los

espacios interiores, cuyos centros son la sala de fiestas y el comedor, a los que se accede a

través de pequeños espacios sirvientes enhebrados como un rosario y con funciones (a veces

arbitrariamente) diferenciadas: fumar, charlar, tomar, café, etc. Estas nuevas “formas de

habitar” requerían boato, ostentación, formalidad e individualidad; puede que, como dice Ortiz,

sostiene Rafael E. J. Iglesia, esto sea una evidencia más (arquitectónica) del individualismo

imperante en la época. Tal como la vida privada de la oligarquía lo necesitaba (basta recordar

la vida de la niña Victoria Ocampo, que transcurría de institutriz en institutriz, de maestra de

inglés, a maestro de piano y de ahí a maestra de francés y de español, y nuevamente de

catecismo a cuantas otras actividades más; una vida llena de formalismos e individualismos,

señala el autor). El viejo grupo familiar ligado por lazos de afecto y sangre, fue reemplazado

por un conjunto donde los intereses individuales estaban mantenidos por la fortuna común.

Quizás la ostentación y el eclecticismo se unieron con significativa fuerza en el mobiliario. En

1887 en el remate del moblaje del exMinistro de Hacienda de la Provincia de Buenos Aires,

Eulogio Enciso, Ballini, Muro y Cía., describieron los estilos: desde el Renacimiento francés

hasta una sala japonesa, sin faltar los luises XIV y XV. En la casa de Montefiori (como en la de

los Alvear-Elortondo) las obras de arte eran signos de “educación y de gusto artístico”, lo que a

su vez refería a “aristocracia”, sostiene el autor (porque el arte, más que un bien de uso, de

contemplación y goce, era un signo de situación social).

Entonces el habitar, ya no fue un habitar “en familia”, sino un habitar “individual” en medio de

una familia unida por lazos legales y económicos. Los rituales familiares asignaban a cada uno

un rol determinado (e inflexible). La figura del padre es autoritaria pero ausente. La función

protectora de la casa pierde la calidez de la casa patriarcal y sus espacios son recordados

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como “muy altos”, “oscuros” e “inaccesibles” (Silvina Ocampo, s/f, citado por Rafael E. J.

Iglesia, 1985).

Las mujeres se daban cita para la hora del té en el Plaza Hotel para celebrar el regreso de

Europa de alguna amiga o en las frecuentes fiestas de beneficiencia. Por su parte los hombres

se encontraban en algún club masculino (en Buenos Aires los más importantes eran el Círculo

de Armas, El Progreso y el Jockey Club). Todo esto lugares componían el ámbito de la elite

que copiaba de Europa todo aquello que simbolizara bienestar y refinamiento. Este

asemejarse, emular a Europa, constituía un modo de expresar la riqueza y el poder y sobre

todo una manera de identificarse con “un mundo civilizado” (Graciela Elena Caprio, 1985).

También debemos señalar que el ámbito de la elite excedía los límites de la ciudad, ya que

incluía también las “quintas” y las “estancias” (como la “Quinta Jovita” de Don Rufino de la

Torre Haedo y Doña María Cipriana Soler Otálora, decretada Museo Histórico de Zárate y la

llamada “Estancia Candelaria” de Don Orestes Piñeiro y Candelaria del Mármol).

En la ciudad, en la quinta o en la estancia de campo una constante caracterizó a estos palacios

franceses (pequeños castillos en algunos casos); todos fueron residencias, casas u hogares de

la alta burguesía argentina del período analizado.

Entonces: ¿Como definir adecuadamente aquello que denominamos como hogar o casa de

residencia doméstica, lugar que habitamos, arquitectura, refugio, resguardo? Realizaremos a

continuación varias definiciones, desde distintos enfoques teóricos, que nos aproximan.

Para lo cual inicialmente se ha partido de los estudios sobre la cultura y la vida cotidiana, de

autores extranjeros (Berger y Luckmann, 1978), (Philippe Ariès y Georges Duby, 1989),

(Michael de Certeau, 1996/99) y (Pierre Bourdieu y Eagleton, 2003); y luego se ha seguido con

autores nacionales referidos a las formas de habitar doméstico (Leandro Gutiérrez, 1985), (J.

Sebreli, 1986), (Diego Armus y Jorge Enrique Hardoy, 1990) y (Andrés Carretero, 2000).

Ya sea que la casa o el hogar doméstico se analice como “dispositivo social” (Anahi Ballent,

1999) o como “dispositivo arquitectónico” (Pancho Liernur y Fernando Aliata, 1999), o como “un

constructo” (u objeto simbólicamente construido por cada sociedad) de una emoción más o

menos intensa (Roger Silverstone, s/f. Citado por Gonzalo Aguilar, 1999); no deja de ser una

entidad compleja de análisis (que evidencia la necesidad de la interdisciplinariedad). Pues el

hogar es mucho mas que su arquitectura o construcción edilicia, es un lugar social (de clases

en el sentido sociológico), es un refugio (no solo físico, sino psicológico). También es uno de

los elementos significativos de todo proceso de conformación y estructuración urbana (David

Kullock, 1985).

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El hombre crea “cultura” cuando construye su vivienda (Antonio Donini, 2006), la vivienda es

aquel centro espacial de la vida cotidiana (Agnes Heller, 2000).

La cultura y la vida cotidiana, viene siendo tema de estudio desde hace varios años por

diversos autores extranjeros, de los cuales podemos citar a quien quizás fue uno de los mas

importantes: Michael de Certeau en La invención de lo cotidiano. Tomos I – II. Quien a partir

de 1980 ha escrito sobre estas cuestiones, con un nivel de investigación realmente notable. En

1987, otros franceses, Philippe Ariès y Georges Duby en Historia de la vida privada. Tomos I

– X realizaron un estudio con carácter panorámico (que abarcaba el período comprendido

desde el Imperio romano hasta el Siglo XX).

Por otro lado, Pierre Bourdieu ha escrito sobre el tema en el artículo: “Doxa y vida cotidiana:

una entrevista” (8); donde establece lo que llama “estructuras sociales incorporadas”, que

refieren al mundo de sentido común a partir del “habitus” (lo cual cito en su obra La distinción).

En esta perspectiva, la “doxa” implica un conocimiento práctico del mundo social (Bourdieu y

Eagleton, 2003).

¿Hasta donde podemos decir que son útiles los estudios de autores franceses a nuestra

realidad argentina? Nos atrevemos a decir que mucho, dado que (desde el período 1880 donde

hemos iniciado nuestros estudios), la sociedad argentina, en especial la alta burguesía, ha

estado “culturalmente” dependiente de los franceses (autores nacionales como Victoria

Ocampo así lo ratifican en sus escritos). Esto ayudo, desde las altas esferas de poder, a

consolidar un patrón o un modelo “deseado” de vida cotidiana (doméstica y privada). Que se

vio entrecruzado por otros modelos europeos (de menor capital económico en su producción

simbólica, pero no de menor valor cultural), la de los españoles e italianos inmigrantes. Ello

trastocó nuestra realidad profunda del pasado siglo XX, y formó los cimientos o bases de

nuestra cultura doméstica y de lo que podríamos definir como parte de la “identidad” Argentina.

Desde un punto de vista nacional encontramos el trabajo de Andrés Carretero en Vida

cotidiana en Buenos Aires. Tomos I - II - III quien desde 1810 hasta 1970 investiga la vida

cotidiana en la Buenos Aires, paradigma de la urbanización nacional; aunque

sorprendentemente sus apreciaciones refieren más a la “vida cotidiana pública” que a la “vida

cotidiana privada”. Pero no fue el único, pues años antes, Ricardo Rodríguez Molas en Vida

cotidiana de la oligarquía argentina (1880-1890) ya había comenzado a escribir lo que sería

parte del Tomo II de Andrés Carretero. Esto bien podemos complementarlo con un análisis mas

sociológico, que lo podemos encontrar en Sebreli, J. en Buenos Aires, vida cotidiana y

alineación.

8 Bourdieu, P. y Eagleton. “Doxa y vida cotidiana: una entrevista”, en Zizek, S. (Comp.). Ideología. Un mapa de la

cuestión. Editorial FCE. Buenos Aires. 2003.

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Otros ejemplos de autores que hacen referencia a la vida cotidiana, ligada a la cultura del

habitar doméstico y la vida cotidiana material (desde una concepción arquitectónica) es Diego

Armus y Jorge Enrique Hardoy en Conventillos, ranchos y casa propia en el mundo urbano

del novecientos. Otro caso es el de Diego Armus en un Un balance tentativo y dos

interrogantes sobre la vivienda popular en Buenos Aires entre fines del siglo XIX y

comienzos del XX. También Gutiérrez L. escribe en Vivienda, política y condiciones de vida

de los sectores populares, Buenos Aires 1880-1930. Por citar solo algunos ejemplos.

Pero si lo que queremos es el estudiar la “vida cotidiana” ligada a los objetos (artefactos o

productos industriales) en un plano histórico-internacional, tránsito obligado es Siegfried

Giedion en La mecanización toma el mando:

“han conmovido nuestro modo de vivir hasta sus mismas raíces. Son cosas modestas de la

vida cotidiana” (9). Esta obra es muy útil para establecer paralelismos con Argentina del período

estudiado.

Todo esto, nos habla de la importancia social de estos estudios y sus relaciones con la vida

cotidiana y la cultura material doméstica tangible (casa, hogar, mobiliario, artefactos, objetos,

utensilios y otros productos).

Ingresamos al “dispositivo social” (elemento humano) desde el Marco Teórico de Gandolfi /

Bernatene / Ungaro / Garbarini (1997-2000) del Proyecto acreditado (B-098) de la Secretaría

de Ciencia y Técnica, Facultad de Bellas Artes, Universidad Nacional de La Plata: "Objetos de

Uso Cotidiano en el ámbito doméstico de la Argentina 1940-1990 (II)”. Debemos observar

aquí todo cuanto refiere a la construcción de la subjetividad que el usuario realiza sobre los

objetos, utensilios, artefactos, productos, muebles, electrodomésticos y otros.

Asimismo los autores Berger y Luckmann en La construcción social de la realidad sostienen

– desde la sociología - que el análisis fenomenológico es el método más conveniente para

trabajar sobre la vida cotidiana. Pero es quizás Michael de Certeau – ya citado - uno de los

grandes innovadores metodológicos y pionero en las investigaciones del conocimiento de la

vida cotidiana, haciendo las veces de: historiador de la sociedad, teólogo, lingüista,

psicoanalista lacaniano, estadígrafo, antropólogo, sociólogo, discípulo de varios intelectuales

(Freud, Foucault y Bourdieu por citar los más importantes en su trayectoria). Aunque para el

(Tomo II), participaron en su elaboración Luce Girad y Pierre Mayol (por razones de simplicidad

lo hemos llamado simplemente Michael de Certeau (Tomo II)).

Michael de Certeau (Tomo I) contribuiría positivamente con las “ciencias humanas” (sociología,

etnología, historia y antropología cultural) en el conocimiento de la “cultura ordinaria”, para lo

9 Siegfried Giedion. La mecanización toma el mando. Editorial Gustavo Gili. Barcelona. 1978. (pp. 18).

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cual se basó en la etnografía entre otras teorías como el psicoanálisis. Por eso, por el abanico

de sus intereses en el campo del conocimiento, el entrecruzamiento de los métodos de análisis

que practica sin encerrarse en ninguno de ellos – pese a la fuerte presencia de la etnología -, el

autor se ha visto en sus estudios posicionado en el centro de varias disciplinas.

Como señala Luce Girad en la Presentación a su libro, Michael de Certeau (Tomo I) pone el

acento en la cultura común y cotidiana y su apropiación (o “manera de hacer” de la vida social).

Michael de Certeau (Tomo I) habla de las prácticas del caminar, cocinar y otras (dormir,

comer), lo que el mismo define como un arte de utilizar o “artes de hacer”; o lo que es lo mismo,

llama a estas “prácticas cotidianas” (cocinar y comer, por ejemplo) como “maneras de hacer” o

“maneras de utilizar” los objetos, utensilios, artefactos y otros muebles en general. El autor

llama a las “prácticas cotidianas” (en su abundancia inventiva) como “procedimientos” de sus

consumidores.

Pero si de “prácticas cotidianas” – y valga la redundancia – de la “vida cotidiana” se trataba,

podemos referenciar a M. de Certeau, parafraseando a los autores Fabio Grementieri y Xavier

Verstraeten en Grandes Residencias de Buenos Aires. La influencia francesa cuando

sostiene que: “También hubo otra faz, brillante, que nadie recuerda hoy y que se extendía a la

vida cotidiana y social. Había días de “recibo” con fecha predeterminada para los que no se

necesitaba invitación, pues estaba sobreentendido que sólo acudían los amigos” (10

).

Para M. De Certeau (Tomo II) las “maneras de hacer” son asimismo un “capital simbólico”. Lo

que M. De Certeau (Tomo I) dice sobre los usuarios de dichos dispositivos tecnológicos, es que

los simbolismos que les son impuestos son objeto de manipulaciones por parte de los

practicantes (que no son sus fabricantes), lo cual bien podríamos denominarlo como el

nacimiento de un saber sometido de la gente, según Michael Foucault en Microfísica del

Poder.

Pareciera ser que estos “saberes de la gente” de Foucault son los “saberes cotidianos”, como

señalan Rosario Bernatene y Fernando Gandolfi (saberes que no desarrollan teoría o

episteme).

Bien podríamos llamar a la metodología del estudio del “dispositivo social” como “genealogía

(en honor a Foucault) etnológica (en honor a M. de Certeau) de la vida privada, cotidiana y

doméstica”.

Es por ello que usando lo que denominamos como la “genealogía (Foucault) de la masas (M.

De Certeau)” es como accedemos a los usos (maneras de emplear la cultura “tangible” e

10

Fabio Grementieri y Xavier Verstraeten en Grandes Residencias de Buenos Aires. La influencia francesa. Ediciones Larivière. Buenos Aires. 2008. (pp. 17).

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“intangible” producida por la elite) que debe ser estudiada a la luz de la arqueología de

Foucault en las “prácticas reales y efectivas” (Foucault), o “prácticas efectivas” (M. De Certeau),

lo que es el equivalente de los “actos de uso” para Rosario Bernatene y Fernando Gandolfi en

La insoportable densidad de las cosas. Artefactos y paisaje doméstico en la Argentina

del siglo XX.

Entonces ahora hablamos de las “prácticas reales” de Foucault o “prácticas efectivas” de M. De

Certeau o “historia de las apropiaciones” de Bernatene / Gandolfi.

Estas prácticas reales y efectivas son “partes”, fragmentos de un “todo” mucho mas basto, rico

y profundo. Encontramos tanto en Foucault y en M. De Certeau (Tomo I) la unión de esos

“fragmentos” del rompecabezas. Lo que M. De Certeau describe siguiendo a Bourdieu. Y que

nosotros intentamos, como ello, hacerle el honor a Philippe Ariès y Georges Duby en Historia

de la vida privada. Tomo IX. Recomponiendo los fragmentos del “todo casa”, su arquitectura y

sus restante “todo” (objetos, productos, mobiliario y artefactos), como lo describiera Siegfried

Giedion en La mecanización toma el mando.

Los “fragmentos” del habitar doméstico lo podemos encontrar en la producción teórica

autónoma, local, en la idea de Foucault (una forma de conocimiento cotidiano presente en las

prácticas u artes cotidianas de la cocina, la limpieza, o la costura).

Ya sea porque la casa u hogar adonde se lleva adelante la vida privada es un “constructo

simbólico” (producto antropológico), o porque es un lugar intangible del “imaginario social” de

las clases (producto sociológico), no menos real que el espacio tangible o físico (producto

arquitectónico). A la vez de un lugar que cumple funciones materiales de “abrigo físico”

(resguardo climático) y de “guardado de objetos” (artefactos, productos, muebles, arte y demás

objetos), como funciones inmateriales (psicológicas y del imaginario social) en las que cada

cultura escoge sus símbolos según sus cánones históricos (por lo cual su significado varía de

una a otra sociedad, sujeto a los cambios de los patrones culturales), sostiene Jorge Francisco

Liernur en Casas y jardines. La construcción del dispositivo doméstico moderno (1870-

1930).

También es cierto que la vida privada misma no es una realidad natural que nos venga dada

desde el origen de los tiempos, sino más bien una realidad histórica construida de manera

diferente por determinada sociedades (Antoine Prost, 1989).

Señalan que en este lugar protegido, espacio privado, territorio personal, es donde se inventan

“maneras de hacer”, Michael De Certeau en co-autoría con Luce Girad y Pierre Mayol en La

invención de lo cotidiano. Tomo II.

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La vida privada se construye con la intimidad, como el índice de la vida moderna, Gonzalo

Aguilar explica - a partir de Hannah Arendt - en Historia de la vida privada en la Argentina.

Tomo III.

Asimismo, Antonio Donini en La Dimensión social del patrimonio. Tomo II, sostiene que el

hombre “crea” cultura cuando construye su vivienda, centro espacial de la vida cotidiana según

Agnes Heller en Sociología de la Vida Cotidiana.

El hombre construye su cultura, sostienen Berger y Luckmann en La construcción social de

la realidad; del mismo modo que la categoría “ciudad” (por ende el hogar doméstico) pasa a

ser un objeto construido, sostiene Carlos Herrán en La ciudad como objeto antropológico.

Por otro lado, podemos asegurar que la noción de vivienda popular es una construcción teórica

socio-cultural para Liernur, donde se combinan avances técnicos con la transformación de los

modos de vida doméstica según Anahi Ballent. Desde una perspectiva antropológica, podemos

considerar el proceso de urbanización de la ciudad de Buenos Aires, a fines del siglo XIX y

comienzos del XX, como un cambio profundo y trascendental que provocó las consiguientes

respuestas de adaptación cultural en los grupos que habitaban la ciudad, analiza Graciela

Elena Caprio en Consecuencias culturales del proceso de urbanización, Buenos Aires

1880-1910.

El hogar, como construcción “material” y “simbólica” es un emblema de la cultura, de ciertas

clases sociales (en el interior del habitar doméstico), para María Isabel Tello Fernández en La

dimensión social del patrimonio. Tomo III. En tanto es importante el conjunto o sistema

simbólico y expresivo de elementos urbanos-arquitectónicos (exteriores del habitar doméstico),

para Cristina E. Vitalote en La dimensión social del patrimonio. Tomo III.

En el domus (casa familiar) se define el hábitat humano, para Alberto de Paula en La

dimensión social del patrimonio. Tomo I. La casa es “forma” pero no “contenido”, sostiene

Michael De Certeau en La invención de lo cotidiano. Tomo I. Su contenido se lo dan las

personas que en ella habitan.

Por eso podemos decir que las funciones de la “casa” (Liernur y Aliata, 1999) no son las

mismas que las del “hogar” (Ballent, Silverstone, 1999), aunque algunas se superpongan,

como: resguardo físico y material del entorno natural (geográfico-climático) y protección

psicológica del entorno artificial (social-humano) donde se lleva adelante la vida privada.

La casa representa la acción de “abrigo” (extensión cultural del tejido o textil) y “guardado”

(extensión cultural del cofre). En este sentido la casa es culturalmente lo mismo que otros usos

sociales establecido (pero con ampliación de escala), argumenta J. F. Liernur.

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Y en este sentido con el tema de investigación aquí propuesto el concepto de “paisaje” (lugar

donde la cultura se despliega) definido como “constructo cultural” el que se adapta a la categoría

de “paisaje cultural” (no natural, sino artificial) y permite ampliar el estudio del paisaje de objetos,

artefactos y productos del mobiliario doméstico, a la categoría de Patrimonio Cultural (por sus

implicancias simbólicas), según María Isabel Hernández Llosas, en La dimensión social del

patrimonio. Tomo II.

Argumenta Daniele Baroni en el artículo “Arquitectura interior” de la revista Summa Nº 194, que

Mario Praz, parafraseando a Swedenborg, sostiene que la casa es la proyección del cuerpo de

quien la habita; el ambiente “es, más bien, un potenciamiento del alma, (…) El ambiente se

convierte en un museo del alma, en un archivo de sus experiencias” (11

). Esta expresión del

“alma” de Praz, traída a colación por Daniele Baroni, es usada nuevamente por Piera Scuri en

otro artículo sobre “Arquitectura interior”, pero esta vez de Summa Nº 198 (12

).

En el hogar co-habitan paralelamente dos dimensiones distintas de la vida privada: las

funciones materiales o tangibles de una casa (como espacio “físico” tridimensional) y las

funciones inmateriales o intangibles del hogar (como un lugar más allá de lo físico, un lugar al

cual se accede: cultural, simbólica y psicológicamente). En este ultimo sentido, este lugar

protegido, espacio privado, territorio personal, es donde se inventan “maneras de hacer”

(Michael De Certeau y Luce Girad y Pierre Mayol, 1999).

Para el mismo Michael De Certeau en La invención de lo cotidiano. Tomo II sostiene que el

indicador hogareño de la casa es: su ubicación geográfica en la ciudad (microcentro, suburbio,

etc.), la arquitectura de la edificación y el estado de conservación, la disposición de los

ambientes, piezas y habitaciones (en cuanto cantidad y tamaño), el equipamiento de

comodidades en cuanto cantidad y calidad de los mismos (tipologías, diseños, estilos y

materiales de los objetos, artefactos, productos y muebles), etc.; son todos “indicadores”

(económicos, de status social, etc.) de sus ocupantes.

Sostienen Fabio Grementieri y Xavier Verstraeten en Grandes Residencias de Buenos Aires.

La influencia francesa que cuando los argentinos de la Generación de 1880 viajaban a

Europa a fin del Siglo XIX, ya fuera por razones políticas o turísticas, llevaba en el recuerdo la

austeridad de sus modestas casas coloniales de doble patio y techos de tejas; y, como único

lujo, el esplendor y los dorados del interior de las iglesias. A su regreso de Europa, en especial

a comienzos del Siglo XX, trajeron inicialmente muebles pesados, con mucha ornamentación,

11

Daniele, Baroni. “Interiores”, en revista Summa. Nº 194. Buenos Aires. 1984. (pps. 23-28). 12

“Praz habla como “cultor” de la casa y él mismo revela, por experiencia directa, qué relaciones íntimas pueden ligar al hombre con su casa. Aparte del carácter idealista de su escrito, en el que aparece a menudo el término “alma”, recordemos que en este sentido ha tenido intuiciones justas.” Scuri, Piera. “El espejo rococó”, en revista Summa. Nº 198. Buenos Aires. 1984. (pps. 50-56).

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neorrenacentistas italianos y españoles, victorianos, y posteriormente muebles franceses del

desde el siglo XIX inspirados en el Siglo XVII, voluminosos y recargados.

Esto nos remite a considerar que la burguesía se apoderó del eclecticismo estilístico que

variaba desde los neoLuises XIV, XV y XVI hasta terminar en el neoImperio (13

). A estas

13

Luis XIV [1643 hasta 1715]: Fue un estilo potente, suntuoso y masculino, propiamente Barroco. En épocas de las cortesías, las grandes ceremonias, y el esplendor de la corte. Del Rey Sol, que irradiaba esplendor, a partir de este concepto se generaron muebles muy suntuosos; generalmente más anchos que los de la corte de «Luis XIII» (con el objetivo de ser capaces de albergar los voluminosos trajes de la época). El Rey fue la encarnación del Poder en la tierra, adquiriendo la realeza el aspecto de Gracia Divina de lo Sobrenatural. La potencia, como criterio estético. Previamente se produjo el estilo Berain (mezcla extraordinaria de motivos fantásticos, vegetales y animales). Con el Luis XIV, la envergadura y suntuosidad de la vida cortesana, proporcionaban un generoso mecenazgo a artistas y maestros-artesanos, que culminó con la creación de manufacturas financiadas y controladas por la corona; la más famosa fue la de Los Gobelinos, fundada en 1667, donde trabajaban ebanistas y orfebres. Charles le Brun, el principal ebanista de la corte de Luis XIV, director de la manufactura de Los Gobelinos (trabajó con un equipo de artistas, decoradores y grabadores). Al Caer el sistema absolutista, bajo el impacto de la Revolución Francesa (1789-1799), las antiguas manufacturas reales que sobrevivieron, hubieron de adaptarse a la competencia comercial (al tiempo que sus diseñadores dejaban de ser funcionarios de la corte, para convertirse en empleados independientes). El mobiliario «Luis XIV», presentó un predominio de la curva S o doble C, con patas cabriolé sujetas por chambranas en H y X-serpenteada, terminadas en forma de garra de león, con un pequeño simil estípite y hojas talladas en la rodilla. Los apoya brazos en voluta, profusamente tallados, con las ya conocidas hojas de acanto y de olivo. Los respaldos suelen terminar en su parte superior en un frontón tallado. Algunos modelos acolchados, ya no presentan chambranas (anticipando al «Luis XV»), con un frente de asiento decorativo. Otros modelos tapizados, eran de respaldos rectos. Fue un estilo pesado, de género curvo-masculino (a diferencia del «Luis XV» que era de género curvo-femenino y del «Luis XVI» que era de género recto-femenino). Como vemos existen diferencias sustanciales, mientras el «Luis XIII», era del género recto-masculino. Por eso decimos que el «Luis XIV», fue morfológicamente pesado, curvo-masculino. En este período se introduce el «sofá» que no analizamos porque representa más un mueble para semi-sentarse, semi-recostarse que exclusivamente para sentarse. Al igual, el «canapé», son una clase de sofá que poseen en el respaldo indicado el número de plazas. La conocida «chaise-longue» (o silla-larga), era la suma de una bergere + butaca (del tipo evolucionado a partir del «escabel»). La «marquise» (marquesa), que era la «duchesse» (duquesa) de 1760, en 1800 se transformará en la «psyche» (o sofá canguro norteamericano); origen de la futura «chaise-longue basculante» de Le Corbusier-Perriand. Solo nos interesa en este caso la evolución de la chaise-longue (es una silla + butaca para los pies), que conserva más las características de la silla. Luis XV [1723 hasta 1774]: Fue un estilo refinado y elegante, propiamente fue Rococó. La evolución de la Rocaille o Rocalla, con gran variedad de doble C o S, fue la típica forma vegetal (de una rama de árbol). La ornamentación escondía las uniones. La pata cabriolé, estirada en forma de S estilizada es el elemento más característico de este estilo, representa el dinamismo y movimiento. Por eso decimos que el «Luis XV», fue morfológicamente liviano, curvo-femenino. Aquí desaparecerá la chambrana, por necesidad estética, como característica principal. Todo es igual que el «Luis XIV», pero asimismo, todo es más delicado y fino; convirtiéndolo en uno de los logros más rotundos de este período. En los respaldos es frecuente la concavidad, para hacerlos más cómodos. Hubo una multiplicación de «sofás», cuyas variedades son originarias de las «bergeres», «duchesses» (reservadas únicamente a la nobleza) y «canapés»; todos con pequeñas patas cabriolé.

Luis XVI [1774 hasta 1793]: Fue un estilo aristocrático y rescatado. Asimismo el «Luis XVI», fue morfológicamente liviano, recto y femenino. Perteneciente al reinado de Luis XVI y María Antonieta. Las formas austeras y simétricas, con predominio de la línea recta; equilibrio y proporción (poseían ensambles complicados, que se ocultaban con el decorado). Las acanaladuras en las patas rectas, con las ya mencionadas hojas de acanto y de laurel, manejadas con gusto y sobriedad refinada, le daban al fuste cónico, con terminación en estípite. Mucha gracia y elegancia. Este estilo, realizado en caoba y nogal preferentemente, con incrustaciones y marquetería. Los respaldos en forma variada (rectangular-oval), con brazos cortos, algunos respaldos de madera calada (en forma de celosías), explayaban dibujos originales; como en el caso de las sillas de «María Antonieta» (con su monograma). Las de respaldo de lira, llamadas «voyeuse», calada a lo «Fontainebleau», o la denominada de «ballon» (con un globo aerostático, elevado por los hermanos Montgolfier en 1783). Todas eran livianas en comparación a las tapizadas. Directorio [1793 hasta 1799]: Este fue un estilo de transición al Imperio, pertenece a lo que hemos decidido llamar como 2º estadio neoclásico. Morfológicamente, los asientos, se realizaban en madera tallada con motivos egipcios, las patas cónicas y de bronce, conocidos como a la antigua; las patas delanteras, solían ser distintas de las traseras. Los respaldos en forma de voluta (idea iniciada en el Luis XVI), eran generalmente anchos, otros de forma cóncava se denominaban de góndola. Con una mezcla de palas-aldabas, que nos hacen pensar en Inglaterra del Siglo XVIII, por su cierto control prudente de los elementos decorativos. Básicamente los muebles, no son tan finos como el Luis XVI, ni tan pesados, como el Imperio.

Imperio [1799 hasta 1815]: El 10 de noviembre de 1799, Napoleón derroca al Directorio mediante un golpe de Estado y empieza a correr una nueva historia. Esta es el 3º estadio neoclásico, un estilo, que fue producto de las victorias militares, el que se considera masculino (semi-austero, semi-decorado), se copia del arte Romano y Egipcio. Presentaba columnas dóricas y corintias, con capiteles y bases de bronce, las patas traseras se curvan hacia afuera. Las ya conocidas hojas de acanto, se repiten junto con helechos, palmetas, águilas imperiales romanas, cisnes, temas decorativos ovales, etc. Se utilizaron coronas de laureles, como en los templos griegos, pero se devaluó los símbolos al utilizarlos en exceso. El laurel, será la marca de fábrica del estilo Imperio (con su elemento más destacado, la «N»

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adquisiciones se sumaban muebles coloniales españoles y luso-brasileños, platería colonial e

imágenes y pinturas religiosas.

En el campo del diseño de interiores y las artes decorativas, los aportes franceses son también

muy amplios y decisivos. A partir del último cuarto del siglo XIX, se importaron toda clase de

objetos, materiales y componentes para la ambientación interior. Siguen las sucesivas

tendencias de la moda en este rubro: barroquismos estilo 2º imperio, el eclecticismo

consagrado por la Exposición Universal de París de 1889, el Art Nouveau en sus distintas

variantes, y la recreación de los estilos clásicos franceses que, con sus distintas adaptaciones,

tienen vigencia durante varias décadas. Inicialmente, los mismos clientes argentinos, en sus

frecuentes viajes a París, los eligen y adquieren para adornar sus residencias. Hacia 1900, esta

demanda creciente lleva a prestigiosas casas de decoración –como Carlhian-Beaumetz o

Jansen- a establecer sucursales en Buenos Aires. El gusto por los estilos franceses es tan

difundido que firmas de otros orígenes deben satisfacerlo. La británica Thompson adapta su

producción a estos requerimientos.

En la cúspide de esta pasión por las artes decorativas francesas se ubica la conformación de

colecciones de objetos de arte de los siglos XVII y XVIII. Entre las excelentes y numerosas

reunidas por argentinos, deben nombrarse la legendaria colección Penard Fernández y

Errázuriz Alvear (que hoy podemos encontrar en el Museo Nacional de Arte Decorativo).

El estilo arquitectónico de la estética proveniente de la mas liberal Academia de Bellas Artes -

Académie des Beaux Arts - fue útil para imponer un gran poder simbólico; como lo fue el estilo

revival de los estilos clásicos franceses (Luis XIII y XIV).

inicial orlada en una guirnalda de laurel, posiblemente lo más destacadamente prudente, en su utilización). Las «sillas romanas en forma de X», se utilizaron mucho, con los representativos sables de Napoleón, así como los taburetes-tambores militares. Básicamente, los brazos de los sillones, estaban soportados por las figuras de animales fabulosos, que fue un tema recurrente. Las maderas, más utilizadas fueron caoba, ébano y árboles frutales.

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Imagen ( 33 ): Innumerables versiones de los “Luises” estaban presentes en los ambientes de

la arquitectura eclecticista-historicista.

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En el campo del arte, la concurrencia a los salones parisienses y el contacto con artistas

consagrados llevaron a que, en general, se prefirieran la pintura y escultura académicas

francesas, italianas y españolas.

El arte rodeaba todos los aspectos de la vida, desde la residencia, pasando por el mobiliario

hasta la vestimenta de las damas. Ejemplos de ello abundan; igualmente podemos citar que no

solo encontramos mobiliario de estilo 1º (como la cama en forma de góndola “lit bateau”, de

madera de roble enchapado en tejo con bronce cincelado y dorado de la residencia Errázuriz

Alvear) sino enormes vestidos inspirados en la añoranza del opulento 2º Imperio como

performance social de las mujeres del año 1900, tal como muestra las siguientes fotos.

Imagen ( 34 ): El sello de la emperatriz Eugenia y el despliegue de los atuendos de Worth

parecían emblemas de un apropiado entendimiento hispanofrancés y recuerdan la vestimenta

del estilo 2º Imperio.

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Imagen ( 35 ): Alcoba 1º Imperio (Napoleón I). Cama “lit bateau”, con mesa cilíndrica adelante

(adornada por tres columnas con capiteles y bases de bronce. En el friso y sobre cada una de

las columnas, una roseta igualmente de bronce cincelado y dorado.

Si De Certeau, citando a Merleau-Ponty, habla de un “espacio antropológico” (intangible del

“dispositivo social” o elemento humano, antropológico, sociológico o de clases); también cita

otra especialidad que llama “espacio geométrico” (tangible del “dispositivo arquitectónico”, del

elemento casa y sus ambientes interiores, estudio arquitectónico de la vida privada y sus

tipologías constructivas, ambientes y estéticas). El espacio geométrico o dispositivo

arquitectónico, para Hugues Portelli en Gramsci y el Bloque Histórico es un producto

ideológico.

Pero ya sea porque la casa u hogar adonde se lleva adelante la vida privada es un “constructo

simbólico” (producto antropológico), o porque es un lugar intangible del “imaginario social” de

las clases (producto sociológico), no menos real que el espacio tangible o físico (producto

arquitectónico) que le da forma tridimensional a su ambiente doméstico. Ámbito viene del verbo

latino “ambire” que quiere decir rodear, en nuestra lengua designa al contorno de un espacio,

aquello comprendido dentro de ciertos límites e incluye no sólo el ámbito físico sino también al

conjunto de condiciones e influencias externas que afectan la vida y al desarrollo de la vida

humana. Desde una perspectiva de las ciencias antropológicas la reacción del ámbito es la

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condición necesaria y suficiente para comenzar la adaptación cultural (Graciela Elena Caprio,

1985).

A la vez de un lugar que cumple funciones materiales de “abrigo físico” (resguardo climático) y

de “guardado de objetos” (artefactos, productos, muebles, arte y demás cosas), como

funciones inmateriales (psicológicas y del imaginario social) en las que cada cultura escoge sus

símbolos según sus cánones históricos (por lo cual su significado varía de una a otra sociedad,

sujeto a los cambios de los patrones culturales).

También es cierto que la vida privada misma no es una realidad natural que nos venga dada

desde el origen de los tiempos, sino más bien una realidad histórica construida de manera

diferente por determinada sociedades (Antoine Prost, 1989). En todo momento nos estamos

refiriendo a ese concepto “constructo” (material y simbólico), que representa el hogar (casa,

vivienda) con todos sus muebles, objetos y artefactos.

Podríamos anexar que la casa, el hogar doméstico, lugar de la vida ordinaria, de la inteligencia

concreta, de las prácticas cotidianas es el lugar de un tipo de “capital cultural” según Pierre

Bourdieu y García Canclini, o de un tipo de “capital simbólico” según Llorenç Prats y Michel De

Certeau, como así también de un tipo de “capital social” según Ciro Caraballo Perichi.

El hogar es donde nos convocamos para efectuar nuestros ritos domésticos culturalmente

considerados como “sagrados”, siendo el hogar doméstico el “santuario”, según Leandro

Gutiérrez y Juan Suriano en Vivienda, política y condiciones de vida de los sectores

populares, Buenos Aires 1880-1930. Así también, tanto la ciudad como las casas son

sagradas y por extensión los ritos domésticos que se llevan adelante en su interior, sostiene

Alberto de Paula en La dimensión social del patrimonio. Tomo I.

Las grandes residencias de la ciudad de Buenos Aires, de influencia francesa, de estilo

eclecticista-historicista, como el Museo Nacional de Arte Decorativo (exresidencia Errázuriz-

Alvear); se encontraban – cuando estaban habitados – como hoy en día, fuertemente

decorados.

Si bien, en un tiempo se lo llamó indistintamente - y hasta vulgarmente - como “decoración de

interiores”; hoy, aunque aquella denominación persiste, recibe también los nombres (mas

profesionales) de “ambientación de interiores” o “diseño de interiores” (terminologías muy

usadas por la arquitectura), “equipamiento de interiores” (denominación muy usada por el

diseño industrial académico) y hasta “paisajismo” (concepto devenido de la arquitectura).

Podemos sostener que el la “decoración de interiores” o el “diseño de interiores” o el “paisaje

de interiores”, es la actividad que se ejerce (de una forma especializada o no, según quien la

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ejerza) en función de adecuar los espacios al uso funcional y a la gratificación sensorial. No

quita, que su estudio profesional deba discriminar que el análisis debe ser abordado por

“especializados” (arquitectos, diseñadores, licenciados y otros); por fuera de los análisis “no

especializados”. Dado que esta temática afecta la calidad de vida de las personas (y ello lo

eleva a que sea de importancia académica para su estudio en las universidades).

La “calidad de vida doméstica” en el mundo en general y en la Argentina en particular, se ha

visto afectada porque arquitectos / diseñadores / decoradores, ambientando los espacios de

terceros o sus propias moradas y, en grado abrumadoramente mayor, simples usuarios (con

estudios o no, en actitud silvestre o más o menos informada), decorando sus viviendas;

construyen y renuevan permanentemente esos micro-paisajes o “paisajes interiores

domésticos” que se alojan dentro de las casas, departamentos, hogares, que millones de

personas habitan. Sin importar su clase social (recursos materiales, culturales y económicos).

Queda su importancia plasmada, para las masas en crecimiento al inicio del siglo XX, en las

revistas de la época.

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Imagen ( 36 ): Revista PBT. Década de 1910. Mobiliario, alfombras y cortinas para decoración

de salas de estar y living, de la casa “Thompson”.

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Imagen ( 37 ): Revista PBT. Década de 1910. Mobiliario, alfombras y cortinas para decoración

de salas (de buen gusto y elegancia), de la casa “Thompson

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Imagen ( 38 ): Revista PBT. Década de 1910. Decoración del dormitorio.

Si bien los edificios y las construcciones – arquitectónicas (lo cual es concebido por

especialistas en el tema) o no (viviendas sencillas, precarias y otras autoconstrucciones) -

configuran buena parte del entorno artificial, de ese paisaje cultural construido por el hombre.

La envolvente de cada uno de ellos establece la frontera entre “paisaje externo” (pura

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naturaleza algunas veces, sólo edificios en otras y combinación de ambos en ciertas

ocasiones) y el “paisaje interno”. Fluctuaciones ideológicas (funcionales o estéticas), razones

climáticas o de estilo, consideraciones subjetivas, moda, etc., hacen que en determinadas

épocas o circunstancias los espacios interiores busquen fundirse con el espacio externo o se

vuelquen sobre sí mismos limitando o controlando ese contacto, se resuelvan con elaborado

alarde técnico o con “modestia brutalista”, pongan el énfasis en su arquitectura o en su

equipamiento interior.

Pero existe una constante y es que a pesar de las fluctuaciones más arriba citadas, el “arte” y

su creatividad humana (en mayor o menor medida, con más o menos recursos materiales),

siempre ha estado presente de algún modo sin distinción de clases sociales (y según las

adaptaciones regionales, temporales y culturales), esto ha podido verificarse en la variedad de

casos analizados. Desde una modesta construcción - no considerada arquitectura - como ser

una vivienda del “humilde pero digno” barrio de laboriosos inmigrantes de Berisso o La Boca,

hasta una lujosa vivienda – verdadera arquitectura francesa - de barrio norte en la ciudad de

Buenos Aires, ambos de fin de siglo XIX.

La pobreza, otra constante histórica (y sin necesidad de definirla) siempre ha lucido sus

desgracias históricas; y en lo que respecta a la “cultura material doméstica”, los conventillos

(“insalubridad” heredera de la “barbarie” de Sarmiento), las necesidades de todo tipo y color

han estado presentes (en cuanto a su forma de habitar doméstico). En tanto en la vivienda de

los mas pudientes (los cambios operados en su arquitectura de fin de siglo XIX y fin de siglo

XX: desde los “hoteles particulares” de barrio norte en la ciudad de Buenos Aires, “Grand Hôtel

Particulier”, “petits hoteles” y el “hôtel privé francés”, inspirados en los palacios franceses de la

época de Luis XV y Luis XVI), supo bien autodefinirse como la “salubridad-moderna” (heredera

de la “civilización” de Sarmiento).

La actividad proyectual de arquitectura y diseño “exterior” e “interior” doméstico como servicio

profesional (brindado a sí o a terceros), ha sido un hecho didáctico. Informando e instruyendo a

colegas y usuarios acerca de los nuevos renovadores o tradicionales (pero probados) modos

de interpretar y resolver un problema de decoración o ambientación. De manera que en las

publicaciones como la Revista de Arquitectura de la SCA (Sociedad Central de Arquitectos)

se incluía “Arte Decorativo” y/o “decoración de interiores” junto con la arquitectura.

De manera que aunque muchos de los ejemplos iconográficos (fotografías, dibujos

arquitectónicos y de diseño, representaciones artísticas y decorativas, ilustraciones de

propagandas y publicidades, así como gráficos caricaturescos y/o humorísticos) citados en los

distintos pasajes de este trabajo de investigación, se hace referencia a las revistas

profesionales como: La arquitectura de hoy, Nuestra Arquitectura, Revista de Arquitectura,

Summa y Construcciones. Hay que aclarar que también se buscó información iconográfica en

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revistas de divulgación general y pública (no erudita) como: Casas y Jardines, Plus Ultra, El

Hogar, Fray Mocho, PBT y Caras y Caretas. Han constituidos en muchas oportunidades

(especialmente en algunas ambientaciones de living, comedores, cocinas, baños o dormitorios

mostrados en las páginas de dichas revistas), casos “únicos” por la dificultad de transferir sus

soluciones –con espíritu generalizador-, al común de las viviendas urbanas; asimismo, han

representado, sin embargo, un valiosos aporte al tema de la ambientación (porque muchas de

las soluciones practicadas al principio solamente por las clases mas pudientes y con mas

recursos, fueron luego adoptadas por un público mucho mas basto). Cuando el “gusto” se

masificó y los “costos” así lo hicieron posible para el grueso de la población, principalmente de

clase media; dichas soluciones (ambientaciones) practicadas con anterioridad de un modo

paradigmático como situaciones “ejemplificadotas”, fueron rápidamente asimiladas por los

estratos socio-económicos inferiores. Y por ello han representado un valioso aporte al tema de

la ambientación, y por eso lo hemos traído desde la historia.

Análoga metodología de este trabajo de investigación, pero con anterioridad, han seguido

Jorge Liernur y Graciela Silvestre en El umbral de la metrópoli. Transformaciones técnicas

y cultura en la modernización de Buenos Aires (1870-1930); analizando la publicidades de

las revistas populares del período como PBT, Caras y Caretas y Para Ti. Esto confirma lo

oportuno de la metodología utilizada en esta investigación.

Entonces, no es casual, que la vivienda de los propios autores de los artículos de las revistas

(arquitectos en muchos casos), autores especializados en el tema (historiadores) y otros

conocedores del tema de la creación de “paisajes interiores”, hallan mostrado sus propias

ambientaciones (que gozan de la misma propiedad intelectual que cualquier obra, dado que

estamos hablando de creaciones como si de obras artísticas u otro proyecto de diseño se

tratara). Paisajes costosos (en algunos casos), reales (o potencialmente reales en otros),

distintos, pero destacables en su capacidad de informar, y por lo tanto de enriquecer el

importante capítulo del “diseño de interiores”.

En algunos casos el “interior” (mobiliario o que se mueve) se ha desarrollado respecto del

“exterior” (arquitectura o inmueble, que no se mueve) con relativa autonomía perceptible. En

otros casos no (ver la relación directa entre mobiliario y arquitectura de la exresidencia de

Matías Errázuriz-Alvear, hoy sede del Museo Nacional de Arte Decorativo, ubicado en Avenida

Libertador al 1902, Capital Federal; paradigma de unión entre el arte, la arquitectura y el

mueble decorativo de estilo. Edificado y ambientado en 1917).

El tema de la ambientación puede ser rastreado desde principios del siglo XVIII. Es entonces

que las denominadas “artes decorativas” se elevan a niveles de perfección no conocidos antes.

La ebanistería, la tapicería, la herrería artística, la pintura decorativa, las manufacturas de la

porcelana y el cristal, florecían bajo el patrocinio de los reyes de Francia (Luis XIV, Luis XV y

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Luis XVI) y el de algunas de sus favoritas, especialmente Madame de Pompadour. La actitud

sería pronto imitada por el resto de los monarcas europeos de la época.

Era en la Inglaterra de los Adam y en la Francia de la época de Luis XVI donde el

amoblamiento se convertía en la fiel expresión de un “espíritu nuevo”, de un esprit iluminista. Y

en estos años se inventan numerosos muebles que contribuirían a hacer aún más íntimo el

ambiente, tales como: el aparador, la cómoda, la biblioteca, los innumerables ejemplos de

mesitas, los sillones con nombres fantasiosos (la bergère, la turquoise, la veilleuse, la

marquise, la duchesse).

Pero las “artes decorativas” solo incorporarían sus propuestas en materia de mobiliario

después de sufrir una influencia sin pretensiones teóricas: el Art Decó. La célebre “Exposición

de Artes Decorativas de 1925”, en parís, la consagraría internacionalmente y, al mismo tiempo,

la dotaría de un nombre.

Entonces, el hogar también es el lugar que ambientamos y decoramos para hacerlo lo mas

adecuado a nuestras aspiraciones y deseos; un lugar que tratamos de hacerlo lo mas

confortable posible. Siendo las casas (hogares) un lugar de estudio necesario para entender

una época y una sociedad ya que funciona como su “espejo”, sostiene Andrés Carretero en

Vida cotidiana en Buenos Aires. Tomo III.

Piera Sauri en revista Summa. Nº 198, sostenía que los muebles, los interiores, pueden revelar

los “secretos de la época” que los ha creado; la casa y su interior es un “espejo” que refleja el

carácter, los deseos, las aspiraciones de quien los vive o de quien los ha vivido, dice Scuri -

que sostiene Mario Praz en su libro dedicado a la Filosofía dell´arredamento -. Textualmente:

“(…), el mobiliario revela el espíritu de una época, (…)” (14

). Idea trabajada por Sigfried Giedion

en La mecanización toma el mando.

Observamos un ejemplo cuando Piera Sauri discute -parafraseando a Praz- que el Rococó

daba una lección de decoración (en el mueble); de línea sinuosa, característico del estilo

rocaille, en el que el significado funcional (o uso funcional, como ser “sentarse” en la silla) se

fundía o fusionaba con lo estilístico. A diferencia de ello, las sillas Chippendale daban una

lección de cordura y equilibrio; pues, ninguna tentativa de encubrir el fin práctico del mueble

(como si sucedía en el Rococó), asegurado por las simples patas rectilíneas del estilo

Chippendale (aunque debemos admitir que dentro de este estilo existió la curva, no

pronunciada ni usada hasta el hartazgo como en el Rococó). La respuesta es mas profunda,

pues el “alma” sostiene Praz, debe buscarse en el mobiliario Chippendale, en que era: “(…)

Perfecto espejo, esa silla, del alma burguesa, positiva y práctica” (15

), como era la incipiente

14

Scuri, Piera. Ibid. (pp. 56). 15

Sauri, Piera. Ibid. (pp. 52).

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burguesía inglesa de esa época victoriana (correspondiente al reinado de Victoria I que

gobernó el período: 1837-1901).

Pero si de relacionar la casa con el hombre, y sus ambientes con el “alma” de quien la habita

se trata, dentro de una concepción idealista; también sería interesante referirse a uno de los

más grandes cultores del “espíritu de la época” como lo es Giedion.

Por lo que si partimos de Giedion, uno de los trabajos más interesantes e importantes sobre el

denominado “espíritu de la época” u: “orientación del período, (…) ideas rectoras y generales

de una época” (16

); en el diseño, producción y usos de artefactos, mobiliario y otros objetos.

Asimismo podemos confrontarlo con otros autores y obtener resultados interesantes.

Pues, observaremos que Rosario Bernatene, en: El tiempo interno de los objetos, dice:

“...Desde esta perspectiva “el tiempo interior de cada historia individual (objeto, artefacto,

utensilio, producto, mueble y otros enseres) es quien organiza la historia”. Esto no debe verse

como una contradicción respecto al “espíritu de la época” expresado en el arte y la producción

de objetos de un cierto período. Sino que podemos hablar de una correspondencia entre el

“tiempo interno” de los objetos y “el espíritu de la época”...” (17

). Que lleva a Bernatene a

asegurar que el “espíritu de la época” al cual ya se refería Giedion, significa: “contenidos

significativos comunes a las obras de un cierto período”.

Sorprende que la afirmación de Mario Praz (1981) -citada por Scuri y Baroni (1984)-, es

coincidente con la afirmación que efectuara Giedion (1978) y las relaciones establecidas

posteriormente por Bernatene (1996). Por lo cual, se afirma que es variada y profusa las

afirmaciones de los estudiosos que confirman esta línea de investigación y trabajo aquí

seguida.

Por lo cual, si reconectáramos teóricamente el ejemplo de la silla Chippendale, citado por Praz,

con el “espíritu de la época” de Giedion y “el tiempo interno de los objetos” de Bernatene;

deberíamos decir que el “alma” del usuario del mueble burgués inglés de estilo Chippendale

era de un “espíritu burgués ilustrado decimonónico, positivo –positivista- y práctico, iluminista”,

en el sentido de su admiración por el progreso y la ciencia engendrados por la filosofía

positivista que impregnó los círculos de la elite (en un estilo de vida propio de la Inglaterra de la

época), alejado del “espíritu cortesano” presente en el mobiliario Rococó (poniéndose en

evidencia este enmascaramiento de las funciones perpetrado por dicho estilo Rococó).

16

Siegfried Giedion. La mecanización toma el mando. Editorial Gustavo Gili. Barcelona. 1978. (pp. 18). 17

Bernatene, María del Rosario. “EL TIEMPO INTERNO DE LOS OBJETOS. Problemas teóricos en la organización de la narración histórica del diseño de objetos (Parte I)”, en revista científica Arte e Investigación Nº 1, Facultad de Bellas Artes, Universidad Nacional de La Plata. La Plata. 1996. (pp. 4).

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Así por oposición al Chippendale, el Rococó poseía un “espíritu de la época” que expresa los

ideales aristocráticos de la nobleza (opuestos a los ideales de la naciente burguesía), aunque

la monarquía ya había empezado a entrar en crisis (a pesar de ello las formas se vuelven mas

exquisitas y lujosas). Pues, el Rococó del Luis XV no expresaba pretensiones grandiosas

(como si lo había hecho el “espíritu barroco” del Luis XIV); meramente, trataba de proporcionar

confort y cumplimentar lo requerido, siendo el más productivamente apropiado para el interior

doméstico (esto no implicaba que no lo hiciera con formas bellísimas que remitían a un

contenido simbólico preciso, pues representaba el carisma de la realeza y de la nobleza; casi

una fagocitación, por parte de la decoración, de las funciones, de los elementos prácticos como

ser: una silla sirve mas “para ser vista” que “para sentarse”), con una pérdida de la función de

uso de los objetos y muebles, y una sobreabundancia decorativa. El Rococó, surgió en los

palacios de los nobles franceses (nobles aristócratas). Su meta era el interior, y una sociedad

refinada y spirituelle, que disfrutaba de la vida hasta el punto de la corrupción, sostiene

Siegfried Giedion.

Curioso y contradictorio resulta ser que el Rococó (propio del Luis XV), desarrollado en Europa

por una clase social noble y aristocrática que esperaría en las sensaciones placenteras de

dicho estilo de “arte interior” (arte de un mundo privado y exclusivo reservado a los pocos

privilegiados que podían acceder a él) su trágico fin en manos de la burguesía (luego de la

Revolución francesa). En la Argentina finisecular del Centenario (fin de siglo XIX y principios

del siglo XX), halla sido resucitado como estilo de la clase “burguesa” dominante constituida

por la oligarquía aristocrática y terrateniente, agrícola-ganadera, como lo era la familia

Errázuriz-Alvear; que poseía en uno de sus ambientes de su residencia, la “Sala de Baile” de

estilo Regencia (propio del estilo “cortesano”). Igualmente, habiendo sido creado en el siglo

XVIII en Europa, el Rococó que en el siglo XIX se instalo en las residencias burguesas y

aristocráticas en Argentina fue solo para el consumo de la “alta burguesía” (a la que

pertenecían los Errázuriz Alvear).

Y si pensamos que mejor hubiera sido un estilo Chippendale, contemporáneo al Regencia y

Rococó del Luis XV (y por otro lado, más acorde al “espíritu” de esta alta burguesía nacional

naciente en la Argentina), su inclinación al mueble cortesano -tipo Barroco del Luix XIV o

Rococó del Luis XV- no estaba del todo fuera de sintonía con los lazos feudales que

conservaba; pues, esta clase oligárquico-aristocrática-terrateniente-latifundista (cuyo poder

económico moderno se basaba en un concepto premoderno de la riqueza sustentada en la

posesión de la tierra, una forma de feudalismo moderno con cierta añoranza por los mismos

medios de producción del Señor feudal), como clase latifundista no pudo romper con al antiguo

soporte de la economía, que era la tierra (símbolo de la barbarie de Sarmiento), defensores del

liberalismo económico (pero no del liberalismo económico industrial como si había sucedido en

Inglaterra); aunque dependientes de Europa, eran capitalistas al fin de cuenta y por eso tenían

un pie en el mundo premoderno y otro en el moderno (a medio camino entre ambos mundos).

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Por ello los podríamos definir como semi-modernos (“ni chicha ni limonada” diría Jauretche, ni

“bárbaros” ni “civilizados” a la europea, mejor dicho civilizados a la sudamericana; un modo

bastante particular de entender la “civilización” de acuerdo a lo que les convenía o no como

clase social acomodada, perezosa para el verdadero mundo industrial desarrollado y

auténticamente civilizado como los países del norte Europeo de su época). Ello explicaría

también –y en parte-, porqué el espíritu del Regencia y Rococó del Luis XV imperante en la

Europa del Setecientos, hizo su aparición en nuestra Argentina, en los salones de las clases

sociales de la alta burguesía (un ejemplo de ello lo constituyen la evidencia empírica de las

“bergères”, que acompañan el sofá "corbeille" y los cuatro sillones de transición del estilo Luis

XV al Luis XVI, presentes en el “Salon de Baile” de la exresidencia Errázuriz-Alvear).

De este modo no resulta tan paradójico, comprobar empíricamente que la burguesía nacional

de la Argentina de fines del Ochocientos y principios del Novecientos; aunque prendidos al

positivismo aburguesado, civilizado y capitalizado a la europea, nunca dejaron de ser nobles

patricios, aristócratas, que desde su situación oligárquica se asemejaban al porte y presencia

del Seño Feudal (terrateniente), recordenos como ejemplo al General J. José de Urquiza en la

provincia de Entre Ríos (habitando su Palacio San José). Los blasones (o escudos de armas

de cada linaje, que se colocaban sobre la portada, era un antiguo signo hispánico que lo

confirma, como el que tenía la exresidencia de la familia Errázuriz-Alvear), es otro dato que

confirma que vivían en dos mundos, uno avanzado y otro retrógrado (por eso cabalgaban en

dos mundos, uno premoderno y otro moderno; en este sentido eran semi-europeos, una

apología de las malas copias para la famosa ensayista argentina Victoria Ocampo). Aunque

también hay que ser honestos en reconocer sus aportes criollos, auténticamente nacionales.

Quizás la definición mas apropiadas sería la de creadores de una cultura porteño-francesa,

como lo explica Fabio Grementieri en Grandes Residencias de Buenos Aires. La influencia

francesa.

Estas familias pertenecientes a una generación de ideas liberales, europeísta, semi-culta,

ansiosa por dejar atrás un pasado catalogado por algunos de sus ideólogos (Domingo Faustino

Sarmiento) como “bárbaro” y que, sin embargo, no pudo romper con al antiguo soporte de la

economía, que era la tierra agrícola-ganadera (símbolo de la barbarie de Sarmiento). No pudo

instalar la “civilización” (de Sarmiento) urbano-mecánica, que estaban llevando adelantes los

anglosajones, por ejemplo. Habría que esperar al año 1930 para que (por efecto de las Guerras

Mundiales) la balanza argentina se inclinara del capitalismo agroexportador dependiente de los

capitales ingleses (como era hata ese momento) hacia el capitalismo industrial extranjero

primero y luego hacia el capitalismo industrial nacional luego (época que coincidiría con el

proyecto de gobierno de Juan Domingo Perón).

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Esto explica porque para la clase dominante, siendo burgueses, el “espíritu de la época del

Centenario” había bien recibido formas de habitar a la antigua; en palabras de Praz diríamos

que poseían algo del “alma de la nueva sociedad burguesa, equilibrada y positivista” (del nuevo

mundo post doble revoluciones burguesas, francesa e industrial, pues los franceses eran el

ejemplo de la cultura para esta clase social y los ingleses eran sus aliados económicos en el

período que nacía con la Generación de 1880) y también poseían algo del “alma de la antigua

sociedad cortesana, noble y aristocrática” (del antiguo mundo, que remitían a un contenido

simbólico preciso e intentaban representar el carisma de la nobleza, en el Barroco del Luis XIV

y el Rococó del Luis XV –Regencia mediante- que expresaba los ideales y valores de una

aristocracia perdedora e incapaz de adecuarse a la realidad de Europa de su tiempo).

Casualmente en la Argentina, dicha burguesía nacional encontraría su fin en la 1º Guerra

mundial; pero en tanto el Barroco-Regencia-Rococó brilló en Europa en su época del

Setecientos, enmascarando las funciones, el lujo encubría (la riqueza era utilizada para

disfrazar la pérdida del poder de la monarquía), en Argentina también brilló en el fin del

Ochocientos y principio del Novecientos (el lujo y la riqueza, a la inversa de Europa que fue

usado por quienes “perdían” poder, en Argentina fue usado por quienes “ganaban” poder,

aunque el mismo no les duraría más allá de la primera gran guerra mundial).

Aunque algunos autores como Eric Hobsbawn en La era del imperio 1875-1914 sostienen que

el imperialismo mundial de las superpotencias finaliza con el inicio de la 1º Guerra Mundial

(1914); en la Argentina podemos asegurar que el modelo económico (agrícola-ganadero) de la

Generación de 1880 se propagó un poco mas allá en el tiempo y fue un proceso que en la

década de 1930 se agotó por completo llegando a su fin.

El imperialismo trajo a la Argentina de 1880 la arquitectura ecléctica y afrancesada de la alta

burguesía porteña como lo explica Fabio Grementieri en Grandes Residencias de Buenos

Aires. La influencia francesa. Tema central de esta investigación que abarca el período

aproximado de: 1880-1914. Lo que significó una evolución de la denominada “casa chorizo” de

patio lateral con cuartos en ristra (típica de los conventillos); la arquitectura que le seguiría

posteriormente a la arquitectura ecléctica-afrancesada sería el modelo moderno de tipología

“casa cajón”, sostiene Diego Armus en Un balance tentativo y dos interrogantes sobre la

vivienda popular en Buenos Aires entre fines del siglo XIX y comienzos del XX. Aquí solo

nos concentraremos en la arquitectura ecléctica-afrancesada.

Entre los palacios ubicados en la ciudad de Buenos Aires en 1930, es preciso mencionar el que

perteneció a la familia Ortiz Basualdo, en Cerrito y Arroyo. En la manzana de Arenales,

Esmeralda, Juncal y Basabilbaso, se destaca la propiedad de Mercedes Castellanos de

Anchorena (llamada palacio San Martín, sede del Ministerio de Relaciones exteriores y Culto)

casa correspondiente a la que fuera una de las familias más viejas y poderosas de la

Argentina. Entre Esmeralda y Arenales, se encuentra la propiedad de Inés Ortiz Basualdo de

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Peña. Sobre Charcas, casi Florida, se localiza la propiedad de Ignacio Sánchez. El “barrio de

las residencias”, dicho por Graciela Elena Caprio, ubicado hacia el norte de la ciudad, alrededor

de la Plaza San Martín (hacia el norte a la Recoleta y la Avenida Alvear); aquí se alzaban las

suntuosas moradas de los Alvear, Barcy Anchorena, Cobo, Cáseres, Unzué, Quintana y

Pereyra. Por citar algunos ejemplos.

Las residencias mezclaban estilos italianizantes y franceses. Por ejemplo, el presidente Julio

Roca vivía en un petit-hotel neoclásico y su cuñado, el ex presidente Miguel Juárez Celman, en

un palacete neorrenacentista a pocos pasos de aquel. Ernesto Bosch habitaba también en la

vecindad y recibía asiduamente en su casa a sus invitados, con mucamos que vestían peluca,

calzón corto, medias blancas y zapatos negros con hebillas plateadas.

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Imagen ( 39 ): Revista Summa Nº 252, Década de 1980. Esta casa perteneció a la familia

Chas, estaba en la calle Florida de Buenos Aires y fue construida en 1874. Representa, de la

manera más cabal, a la modalidad italianizante de tratamiento de las fachadas. Esta manera

está arraigada en un Clasicismo de factura sencilla, en que se conjugan aportes renacentistas

y pompeyanos.

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Imagen ( 40 ): Revista Summa Nº 252, Década 1980. Exponente del lo que se dio en llamar el

Eclecticismo historicista, lo cual correspondió al proceso de asimilación de la arquitectura

europea en la Argentina.

A principios del siglo XX la preferencia era construir las casas en áreas próximas a Retiro y

Recoleta. El estilo predilecto, el clasicismo francés de los siglos XVII y XVIII, daba

homogeneidad al barrio que va desde la Plaza Carlos Pellegrini hasta el palacio de Ernesto

Bosch (hoy residencia del embajador de Estados Unidos). Estas casas ocupaban terrenos con

jardines a la calle o hacia atrás, y estaban puestas por célebres decoradores franceses,

especialmente Jansen; albergaban objetos de buena calidad, aunque no de colección, salvo

raras excepciones. Había refinamiento en los detalles, no sólo en el decorado de los salones

de recepción sino también en los apartamentos internos de los palacetes, con abundancia de

baños y espaciosas cocinas.

Las familias elegantes no sólo edificaron palacios y petit-hoteles en la ciudad de Buenos Aires,

que les servían de residencia de invierno, sino que también levantaron lujosas casonas, villas o

palacios, desde Olivos hasta el Tigre, en la cima de las barrancas, en medio de jardines, con

vista a la costa del Río de la Plata. Esas quintas se utilizaban como lugares de recreo entre las

visitas a la estancia y a Mar del Plata o para cambiar de aire en medio de la semana.

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El Tigre también formaba parte de esa cadena de viviendas de la sociedad argentina. Se puso

de moda y, de tal manera, fueron construidos el Tigre Hotel, donde se organizaban bailes

benéficos para mantener el hospital local, y el Tigre Club, en el que funcionaba un casino con

salas de juego. La gente joven fundó el Tigre Yacht Club y el Buenos Aires Rowing Club, así

como hicieron lo propio las colectividades extranjeras, que no eran sólo entidades deportivas

sino también sociales.

A esta sociedad de la pura apariencia, hoy se la recuerda por haber poseído cierto grado de

frivolidad. El nuevo diseño urbano que se estaba evidenciando, señalaba su europeización

como parte esencial del proyecto de la clase gobernante de fines del siglo XIX.

Entre las edificaciones que se pueden visitar hoy en día, esta el Museo Metropolitano de

Buenos Aires que es un brillante exponente situado en el Palacio Anchorena, el cual fue

construido en 1906 por el arquitecto Alejandro Cristophersen (1866-1946).

Conforma un conjunto único de tres residencias particulares, cuya construcción estuvo

inspirada en la arquitectura francesa del siglo XVIII. Originalmente pertenecieron a la familia

Anchorena, erigiéndose en la esquina de Arenales y Basavilbaso, pleno corazón de la zona

mas residencial y elegante de la Capital Federal, en el entorno de la Plaza San Martín.

En el año 1936, el Estado Nacional adquirió una de las residencias para sede del Ministerio de

Relaciones Exteriores y Culto.

Es importante señalar que el material original del enlucido de la fachada del Palacio fue el

revoque símil piedra, técnica importada por los inmigrantes italianos, que contribuyó a hacer de

la imagen de Buenos Aires la de "París de América del Sur". Fabio Grementieri y Xavier

Verstraeten en Grandes Residencias de Buenos Aires. La influencia francesa sostienen

que en la década de 1880 comenzó el acelerado desarrollo de Buenos Aires y el inicio de los

esfuerzo para embellecer la capital de Argentina, convirtiéndola en la más importante de

Sudamérica de su tiempo. Viviendo en París, la florenciente burguesía nacional aprende a

ponderar la cultura arquitectónica francesa que la Escuela de Bellas Artes de París había

consagrado. Estas clases acomodadas reproducirían la Belle Époque en nuestro territorio (del

francés «Época Bella», con un matiz, además de estético, de pujanza económica y satisfacción

social; es una expresión nacida tras la 1º Guerra Mundial para designar el periodo de la historia

de Europa comprendido entre la última década del siglo XIX y el estallido de la Gran Guerra de

1914).

Esta designación respondía en parte a una realidad recién descubierta que imponía nuevos

valores a las sociedades europeas (expansión del imperialismo, fomento del capitalismo,

enorme fe en la ciencia y el progreso como benefactores de la humanidad); también describe a

una época donde las transformaciones económicas y culturales que generaba la tecnología

influían en todas las capas de la población (desde la burguesía hasta el proletariado), y

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también este nombre responde en parte a una visión nostálgica que tendía a embellecer el

pasado europeo anterior a 1914 como un paraíso perdido tras el salvaje trauma de la 1º Guerra

Mundial.

Con Buenos Aires convertida en capital (1880), se inicia el período en el cual la arquitectura y

las Bellas Artes, el diseño urbano y el paisajismo, el mobiliario y la decoración interior, se

transforman en patrimonio casi exclusivo de la influencia de Francia, que en éste, como en

otros campos de la cultura, provoca la admiración de la dirigencia argentina. En coincidencia

con el capitalismo liberal a escala internacional, y bajo la inspiración del positivismo, el

cientificismo y la cosmopolitización de su sociedad, la Argentina crece a un ritmo acelerado y

precisa de modelos consagrados para dar forma e imagen a ese desarrollo. Es así como

asimila de manera inédita la irradiación de la cultura arquitectónica francesa que alcanza hacia

1900 el cenit de su prestigio y difusión mundial.

En el ámbito del urbanismo, con la apertura de la Avenida de Mayo, tan amplia como los

mejores bulevares parisinos. El afán por mejorar el funcionamiento y la imagen de la capital,

que crece inusitadamente, lleva a que las autoridades municipales contraten, hacia la época

del Centenario al entonces director general de servicios de arquitectura de la ciudad de París;

quien, en su corta estadía, prepara un plan de sistematización urbana sobre la base de una

extensa red de bulevares y avenidas (concretado parcialmente con la apertura de las

diagonales Norte y Sur).

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Imagen ( 41 ): La Avenida de Mayo, inaugurada a poco de comenzado el Siglo XX, se

transformó en el eje cívico y social de la Nación; como una gran ciudad de Europa (capital de

un imperio imaginario).