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UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA.
FACULTAD DE BELLAS ARTES.
Programa de retención de Recursos Humanos formados por la UNLP. Beca de la Secretaría
de Ciencia y Técnica. Año 2010.
Becario: Magister Diseñador Industrial Ibar Anderson.
Director: Arquitecto Fernando Gandolfi.
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Cultura material doméstica de la burguesía nacional. Argentina:
1860-1914.
Introducción:
Quizás lo más conveniente sea comenzar con una ubicación en el espacio y el tiempo de la
Argentina del período 1880-1914. En todo caso la pregunta sería: ¿por qué comenzar el
estudio en ese período histórico? Habida cuenta de que la respuesta a la pregunta: ¿por qué el
estudio de la Argentina? No merece respuesta debido a su obviedad, pero: ¿por qué el año
1880? ¿Por qué esta fecha histórica?
Dicho de otro modo: ¿Por qué la Generación del 1880?
La respuesta consiste en que en esos años que van del 1870 al 1880 queda la impronta de
todos los elementos que van a caracterizar a la Argentina moderna, con sus ciudades, y el
ingreso en los “años dorados de comienzo del siglo” (siglo XX), como lo describió Jorge Sábato
en La clase dominante en la Argentina Moderna. Formación y características. Y en tanto
ello sucedió, se conformó el hogar doméstico moderno también con todos sus muebles,
artefactos y otros objetos.
En esta fecha, la ciudad de Buenos Aires verdadero paradigma, dejó de ser la “Gran Aldea”
para transformarse en una urbe cosmopolita de carácter, como ya dijimos, europeizante. La
existencia de tiendas como Gath y Chaves, El Louvre bonaerense, la ciudad de Londres, con
“las vitrinas a la moda europea”, otras tiendas lujosas en la calle Florida, el Hipódromo, los
jardines de Palermo, y las nuevas avenidas, completaban el aspecto de la ciudad de Buenos
Aires en el año 1882, explica Graciela Elena Caprio en Consecuencias culturales del
proceso de urbanización, Buenos Aires 1880-1910.
Las imágenes ( 1 ) y ( 2 ) que a continuación se muestran ilustran un poco esta situación. En la
foto de arriba, se observa un recorrido de la época por la Avenida de Alvear; y, en la otra foto
de la página siguiente (foto de abajo), se muestra al Parque de Palermo (Jardines de Palermo),
como un enorme salón al aire libre, su encanto era fruto de la combinación de un gran manejo
de las escalas, la osadía en la combinación de especies de varios continentes y las amenas
facilidades para los paseantes.
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Imagen ( 3 ): Revista Fray Mocho. Década de 1910. Publicidad de la casa “Gath y Chaves”, el
Louvre bonaerense exponiendo su lencería al igual que las vitrinas a la moda europea de la
casa Romero Hnos., a la derecha.
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Imagen ( 4 ): Revista Fray Mocho. Década de 1910. En la casa “Gath & Chaves”, los estilos
europeos podían verse como en esta araña eléctrica de estilo Luis XVI de ocho luces en
bronces fundido y tulipas de cristal, a la izquierda.
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Imagen ( 5 ): Revista Fray Mocho. Década de 1910. Juegos de comedor de la casa “A la
Ciudad de Londres” y “Gath & Chaves Ld.”
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Imagen ( 6 ): Sede central Art Nouveau de la tienda Gath & Chaves emulaba los grandes
recintos de las Galerías Lafayette y Printemps, aunando pompa y practicidad (F. Fleury
Tronquoy, 1908).
En este período clave se produjo el proceso de estructuración de la Gran Aldea de Buenos
Aires, como explica David Kullock en Ciudad, vivienda y sociedad. Apuntes para un
enfoque integral. Esta fase clave de la historia, que abarca desde 1852 hasta 1914, se
corresponde con el vertiginoso proceso de crecimiento, denominado período de Organización
Nacional o el “proyecto del „80”, sostiene el autor. Lo mismo argumenta Graciela Elena Caprio
en Consecuencias culturales del proceso de urbanización, Buenos Aires 1880-1910.
El proyecto de la generación del ´80 es quizás el más completo para reordenar y modificar
desde sus bases la sociedad argentina. Una generación de ideas liberales, europeísta, seudo-
culta (pseudo-civilizada), ansiosa por dejar atrás un pasado catalogado por algunos de sus
ideólogos (Domingo Faustino Sarmiento) como “bárbaro” y que, sin embargo, no puedo romper
con al antiguo soporte de la economía, que es la tierra (símbolo de la barbarie de Sarmiento).
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No pudo instalar la “civilización” (de Sarmiento) urbano-mecánica, que estaban llevando
adelantes los anglosajones; lo que para algunos autores (como Sábato) retrasó al país.
Otros autores coinciden en que este período está ligado a la formación del Estado Moderno
Argentino y a la inmigración masiva (de donde nacería posteriormente la clase media argentina
y con ella sus necesidades habitacionales hogareñas y toda una cultura material doméstica de
las masas), responde María Isabel Hernández Llosas en La dimensión social del patrimonio.
Tomo II. En este sentido, es importante crecimiento de los centros urbanos y, en particular, de
la Ciudad de Buenos Aires, sostienen Leandro Gutiérrez y Juan Suriano en Vivienda, política
y condiciones de vida de los sectores populares, Buenos Aires 1880-1930.
Muchas veces se ha dicho que 1880 representa el fin de la Argentina “épica” y el comienzo de
la Argentina “moderna”, sin embargo la frase es válida sólo en un determinado sentido: las
guerras y los levantamientos de caudillos fueron dejado atrás y es cierto que nacieron los
partidos políticos y los debates parlamentarios, pero también nacieron nuevos problemas y
enfrentamientos (especialmente con la inmigración y sus consecuencias habitacionales).
Los hombres que vivieron alrededor del eje cronológico del año 1880 se los llamó “generación
del ‟80”. Esta generación se caracterizó por un grupo de hombres que en la política, la
enseñanza y la literatura dieron un nuevo signo a su tiempo: práctico, ejecutivo y programático,
con tinte europeo pero a la vez con sello nacional. Tinte calificado como porteño-afrancesado
por Fabio Grementieri en Grandes Residencias de Buenos Aires. La influencia francesa.
De aquí que lo mas apropiado sea hablar de “sincretismo material doméstico criollo-francés”.
Cultura del habitar criollo como bien se podía encontrar en la biblioteca del hogar de un
propietario ganadero de la época de 1880-1930; donde un mueble escritorio o mesa escritorio
de caoba, ébano u otros árboles frutales se encontraba apoyado en el piso sobre un cuero de
vaca curtido, símbolo de la ganadería agroexportadora de esta época. Pues algunos rasgos
fueron franceses y otros fueron propiamente criollos, eso puede ser observado claramente en
los muebles de la residencia de campo – Estancia del Palacio San José - del General Urquiza,
Concepción del Uruguay, Provincia de Entre Ríos (combina muy bien aspectos de la cultura
gaucha-criolla, haciendo honor de lo debía ser un buen caudillo federal, con aspectos
afrancesados importados de Europa se su época).
Uno de los grandes hitos de la historia de la arquitectura en nuestro país fue la construcción de
la residencia del general Urquiza que demandó nueve años (entre 1848 y 1857) y fue por
siempre una de las obras de mayor suntuosidad. Tuvo el privilegio de ser la primera casa del
país que contara con agua corriente y de ser iluminada con gas acetileno; esto la transforma en
un caso paradigmático para su estudio.
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Imagen ( 7 ): Edificio según óleo de Juan Manuel Blanes (1), (foto Circa, 1856). Fuente: archivo
del museo del Palacio San José.
Imagen ( 8 ): Vista del edificio, jardines y quintas, según grabado impreso en Lemercier, París
y reproducido en la obra La Confederación Argentina de Alfred M. du Graty (2) editada en
París en 1858. Fuente: archivo del museo del Palacio San José.
1 Juan Manuel Blanes: Destacado artista uruguayo. Llegó al Palacio San José en 1856, convirtiéndose en el pintor de
cámara de urquiza. En noviembre de ese año realizó un apunte a juzgar por las palabras del encargado del negocio mercantil: “el señor Blanes creo debe venir para sacar la vista del edificio”, aunque la presencia de la cúpula de la capilla, construida con posterioridad, hace presumir que el óleo se concretó más adelante. Pertenece al patrimonio del Museo Histórico Nacional de la República Oriental del Uruguay. 2 El barón Alfred Marbais du Graty: pertenecía a una aristocrática familia belga. Llegó a nuestro país en 1850. Ofreció
sus servicios militares a Urquiza y éste lo incorporó al ejército entrerriano. En tal condición intervino en la batalla de Caseros y la campaña previa a la Banda Oriental. Desde 1854 hasta 1857 fue director del Museo de Ciencias naturales
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Imagen ( 9 ): El Palacio San José según Thomas J. Page (3), La Confederación Argentina y
El Paraguay, Londres, 1859. Es la imagen más antigua que se conoce; figura sólo el primer
cuerpo del edificio y las torres presentan forma octogonal. Además de este error, la descripción
adolece de otros como el material empleado en la construcción y la cantidad de habitaciones.
Fuente: archivo del museo del Palacio San José.
creado en Paraná. Emprendió largos viajes por el interior del país en busca de ejemplares de la producción mineral, vegetal y derivados de la ganadería que, en parte, fueron enviados a la exposición internacional de París para la que Graty fue designado comisionado por el gobierno nacional. También fue diputado nacional y le cupo destacada y, a la vez, controvertida actuación. Ejerció funciones periodísticas y publicó diversas obras, entre ellas La Confederación Argentina que tuvo por objeto difundir en Europa el potencial económico de la región para lograr la radicación de pobladores y capitales. 3 Thomas J. Page: Marino norteamericano que realizó estudios científicos en la cuenca del Plata y sus zonas
aledañas, además de observaciones meteorológicas y astronómicas. La primera exploración comenzó en 1853 y la segunda en 1859. En su primer viaje conoció a Urquiza, estuvo en el Palacio San José y en Concepción del Uruguay en cuyo Colegio –fundado por el Organizador- ingresó uno de sus hijos de doce años. Prodigó los mayores elogios a este establecimiento al punto de afirmar que otorgaba “una sólida educación inglesa” muy similar a algunos institutos de su país. El uniforme de Thomas Page que, según tradición, pertenece a su participación en la guerra de secesión de EE.UU., se exhibe en la sala dedicada a la educación y promoción de la cultura.
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Imagen ( 10 ): Croquis del edificio y soldados de Urquiza realizado por Juan León Pallière (4),
(foto Circa, 1860). Fuente: archivo del museo del Palacio San José.
Imagen ( 11 ): Frente principal. La imagen pertenece al Álbum descriptivo pintoresco en
Imagen de la Provincia de Entre-Ríos, Concepción del Uruguay (Circa,1870). Fuente: archivo
del museo del Palacio San José.
4 Juan Leon Palliere: pintor de origen francés, nació en Río de janeiro pero estudió en Francia. En 1860 visitó la
provincia de Entre Ríos y probablemente el croquis que representa a soldados de Urquiza y como fondo al Palacio San José, pertenezca a esta época. Se cree que en 1864 haya visitado nuevamente Entre Ríos.
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Imagen ( 12 ): Entrada posterior de San José. Se la utilizó habitualmente en la época de
Urquiza como acceso principal. Por aquí ingresaron los encargados de consumar su asesinato
la noche del 11 de abril de 1870. Fuente: archivo del museo del Palacio San José.
Imagen ( 13 ): Patio del parral, quintas y al fondo el lago artificial con su templete. La única
Imagen que se conoce sobre el lago. Fuente: archivo del museo del Palacio San José.
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Imagen ( 14 ): Muro y reja perimetrales al frente. Pueden apreciarse árboles, que aún
perduran, como las araucarias. Fuente: archivo del museo del Palacio San José.
Imagen ( 15 ): Frente del edificio, comedor y salón de los espejos según Imagens reproducidas
en el Número Único El Colegio Nacional del Uruguay en el 75º aniversario de su fundación,
1924. Fuente: archivo del museo del Palacio San José.
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Imágenes ( 16 ) y ( 17 ): Imagenes del interior, 1870. Fuente: archivo del museo del Palacio
San José.
El proyecto de la generación del ochenta, es quizás el más completo intento de reordenar y
modificar desde sus bases la sociedad argentina (en lo económico, en lo social, en lo político y
en lo cultural), aunque no nos atañe en este análisis discutir esos aspectos (dado que no es
nuestro objetivo de investigación). La historia no volvería a registrar otra coyuntura en la cual la
elite dirigente tenga un tan completo acuerdo sobre lo que deseaba hacer con este territorio.
La ubicación de la Argentina en el mundo estaba condicionada, pues, tanto por su situación
americana como por sus relaciones con la Europa dominante. En ese clima internacional y
regional habría de actuar una generación decisiva, polémica y eficaz. La generación del ‟80 fue,
en ese sentido, el nombre de una encrucijada, reconocida como tal por cierta historiografía y
como punto de partida de una envidiable aventura política, social y cultural según otras
perspectivas.
En 1880 año importante para la historia Argentina, la denominada generación del ´80 estaba
constituida por un conjunto de intelectuales y dirigentes, una elite que culmino la obra
denominada “organización nacional". Aparece la Oligarquía Nacional (heredera de los patricios
o “padres de la Patria”) y se crea el Moderno Estado Argentino (recordemos que casi una
centuria atrás en el tiempo, para fines del Siglo XVIII, se habían producido en el viejo
continente europeo, lo que el historiador inglés Eric Hobsbawn llamó como la “doble revolución
burguesa”: Industrial y Francesa, lo que significó para nuestra cultura occidental el ingreso a la
Modernidad).
Conjuntamente con los Estados Modernos, la entrada en la modernidad implicaría la
urbanización, con ella las formas de vida (públicas y privadas) se verían afectadas y
arrastradas por las poderosas fuerzas que se habían puesto en movimiento (organizando en
nuestro caso argentino: desde la política a la economía, hasta el urbanismo y la tecnología
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industrial, pasando por las modificaciones en el vasto y amplio campo de la cultura y las
relaciones sociales). Desde donde se desprenderá nuestro interés arquitectónico y urbanístico,
de arte y diseño, de los movimientos estéticos-artísticos que influenciaron y de las implicancias
socio-económicas y culturales.
Porque en este período se modernizó al país, se construyeron nuevos sistemas de
comunicación y transporte (tales como puentes, caminos, rutas, puertos, ferrocarriles,
telégrafos, teléfonos y otros con capitales extranjeros, sobretodo de Inglaterra).
Por eso es necesario discutir los vínculos y desacuerdos entre modernidad, modernización y
modernismo, dicho por Néstor García Canclini en Culturas híbridas. Estrategias para entrar
y salir de la modernidad.
La entrada de la modernidad, en su doble concepto sentido: cultural (ideas, valores y visiones
agrupados bajo la denominación de “modernismo”) y económico-material (industrialización y
urbanización bajo la denominación de “modernización”), entró en Latinoamérica en general y
Argentina en particular con problemas y desajustes estructurales, según Marshall Berman en
Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad.
Por lo cual podemos asegurar que la “modernidad” llegó a la Argentina de 1880, mas en forma
de dominación capitalista/científico/tecnológica - por efecto del “imperialismo” dominante en la
época, según Eric Hobsbawn en La era del imperio 1875-1914 - que en forma de desarrollo
capitalista-científico-tecnológico nacional (autónomo e independiente). El contexto socio-
histórico no implicaría el desarrollo de la modernidad tecnológica-industrial nacional (en su
aspecto económico y material), aunque sí teórico-científico (en su aspecto intelectual, como
hija de la Revolución Francesa que le dio origen, como parte de la ideología del mundo
moderno). Por eso es fácil explicar la penetración científica, modernizadora de las civilizaciones
(latinoamericanas en general y Argentina en particular), pero con un tono europeo (no nacional)
y de bajo contenido tecnológico (recordemos que ciencia y tecnología se relacionan pero no
son lo mismo). Por lo cual aseguramos – es evidente - Argentina es un país muy científico,
pero poco tecnológico (desde sus orígenes), si lo comparamos con las naciones desarrolladas.
Lo que llevó a asegurar, que la experiencia moderna latinoamericana ha sido una frustración, a
Goran Therborn en Peripecias de la modernidad. Vías a través de la modernidad.
Se produce en la Argentina un proceso de “modernización” (económica y material) impulsado
por las fuerzas capitalistas del mercado internacional (de fuerte influencia europea), que afectó
los procesos sociales en nuestro país. Con fuerte penetración de los descubrimientos en el
campo de las ciencias en general, con una industrialización de la producción (que quedaba en
los países europeos y no en Argentina, que solo proveía materia prima en el período 1880-
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1930), con crecimiento urbano (pensemos en Buenos Aires y sus alrededores). Todo ello
inmerso dentro de un mercado capitalista conduciendo a las personas e instituciones dentro del
fortalecimiento del Estado burocrático.
En su otra cara de la misma moneda, el “modernismo” (ideal, intelectual, cultural y simbólico)
alcanzaría elevados niveles y se instalaría mucho mas fuertemente que la “modernización”
(que fue material, física, tecnológica, urbanizadora e industrializadora) por no requerir
desembolsos económicos (que la urbanización, industrialización, construcción de caminos y
puentes si requería); por ser intangible e inmaterial y trabajar en el plano de los valores, la
cultura y la ideología.
Pues fue una modernidad tecnológica-industrial europea o inglesa la que llegó (lo que, en
palabras de Marshal Berman, debilitó la “modernización” del aparato económico-productivo
nacional, porque no hubo industria nacional desde ese punto de vista). Por eso, tuvimos un
“modernismo exuberante” con una “modernización deficiente”, según García Canclini en
Culturas híbridas: estrategias para entrar y salir de la modernidad.
Motivo por el cual Carlos Fuentes en Valiente mundo nuevo sostiene entre otras cuestiones
que es nuestra incapacidad para hacer pasar toda la dramática complejidad de nuestra
sociedad, economía y política actuales (tan confusa y contradictoria a veces), por la crítica de
la cultura uno de los grandes problemas. Señala el autor la contradicción entre modernismo
(cultural) y modernización (socio-económica y política).
La modernidad en su diferentes apariciones (como Ilustración de Voltaire; Revolución
Francesa; romanticismo de Jean-Jacques Rousseau; liberalismo de Thomas Hobbes, John
Locke, John Stuart Mill, Adam Smith y David Ricardo; positivismo de Auguste Comte, David
Hume, Immanuel Kant, Herbert Spencer, Ludwig Wittgenstein y Bertrand Russell y otros), niega
lo que no puede ver: la “policultura” indo-afro-iberoamericana presente en el territorio
americano, según Carlos Fuentes.
Policultura presente en la lengua, el sincretismo católico, étnico y cultural que definieron
nuestra identidad iberoamericana, como sostiene Cristina E. Vitalote en La dimensión social
del patrimonio. Tomo III.
Define a la “policultura” o diversidad cultural como “multicultura”, María Isabel Hernández
Llosas en La dimensión social del patrimonio. Tomo II. En este sentido, la supuesta
“multicultura bárbara” (de nuestro pasado americano) fue negada por los guardianes del
presente y el porvenir de la nación, tal como lo expreso Carlos Fuentes. Domingo Faustino
Sarmiento expreso también esa negación al pasado americano por considerarlo “bárbaro”.
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Por otro lado, y para ir construyendo una teoría (Marco Teórico explicativo) que de cuenta de
nuestra realidad, es prioritario ir ensamblando autores como Marshall Berman, Carl Marx y
García Canclini. Y esta es una razón por la cual deberemos empezar por revisar los conceptos
de “estructura” y “superestructura” desde Marx y Gramsci y sus relaciones con la denominada
“sociedad civil”. Previamente tomamos las referencias de las diferencias en la definición de
“sociedad civil”, presentes en Marx como en Gramsci, que hace Hugues Portelli en Gramsci y
el Bloque Histórico.
Asimismo, Marshall Berman señala sobre el dualismo del pensamiento moderno
“modernización-modernismo” y sus relaciones con Carl Marx. Para Berman el Manifiesto
Comunista es la primera gran obra de arte modernista (modernismo cultural y artístico, hasta
en su estilo literario).
Ahora bien, si la “superestructura” (Ueberbau marxista) será vista por el mismo Marx como una
continuación de la “estructura” socio-económica o infraestructura (Unterbau marxista); es
porque la burguesía controla los medios de producción de la cultura (todo el que quiera crear –
incluso ciencia - deberá trabajar en la órbita de su poder).
Viviana Hanono en Dossier Gramsciano lo confirma: para Carl Marx por sobre la “estructura”
económica (relaciones de producción) se levanta la “superestructura” (con su sistema jurídico-
político, con la educación, la religión, etc.) que refleja el poder dominante. El mismo Marx
identifica la “sociedad civil” con la “estructura” y lo expresa en Introducción general a la
Crítica de la Economía Política.
Por eso, Hugues Portelli dice que para Marx la “sociedad civil” es el conjunto de la “estructura”
socio-económica que en un período determinado incluye el complejo de las relaciones
económicas y la formación de las clases sociales (burgueses y proletariado), mientras que la
“superestructura” (político-ideológica) está subordinada a la “estructura” socio-económica.
Pero si para Marx la “sociedad civil” es el complejo de la vida comercial e industrial donde se
desarrollan las fuerzas productivas (estructura), para Gramsci –dice Portelli- la “sociedad civil”
es mucho más amplia y no pertenece solo a la “estructura” (complejo de las relaciones
materiales, comerciales e industriales) sino a la “superestructura” (complejo de la relaciones
ideológico-culturales, de la vida intelectual).
La estructura, como el conjunto de las relaciones sociales en las cuales se mueven y obran los
hombres reales, es decripta por Juan Carlos Portantiero en Los usos de Gramsci. En cuanto
a la superestructura, es donde los hombres toman conciencia, sostiene Viviana Hanono.
Gramsci entiende, dice Portelli, el carácter dialéctico y orgánico de la relación entre la
estructura y la superestructura del bloque histórico.
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Gramsci ve a la superestructura como la ecuación: Superestructura = sociedad política +
sociedad civil (dos aspectos de la hegemonía de la clase dominante, dos funciones o dos
momentos de la superestructura: una ideológica y otra política) dice Hugues Portelli. Para
Gramsci el Estado es el conjunto de órganos superestructurales mediante los cuales el grupo
dominante (hegemónico) ejerce su dominación sobre el resto de las clases sociales, por ello lo
podemos expresar en forma de ecuación: Estado = dominación política (“coerción”) +
hegemonía ideológica-moral (“consenso” ejercido por las organizaciones privadas).
Recordemos la relación estrecha entre “Estado” y “superestructura” según Gramsci.
Siendo la “coerción” ejercida por el aparato de represión estatal (policía, militares, gendarmes y
otras fuerzas especiales), es el “consenso” ejercido por las llamadas organizaciones privada
(iglesias con sus ideologías; el sistema educativo en sus niveles pre-escolares, primarios,
secundarios, terciarios y universidades; bibliotecas con sus libros y revistas científicas,
políticas, económica, etc.; museos de todo tipo, círculos culturales, clubes; los medios de
prensa y editoriales como los periódicos y revistas de consumo general; los medios
audiovisuales de comunicación social y todos los instrumentos que permiten influir sobre la
opinión pública: radio, televisión, cine, teatro y otros).
Y aunque no describiremos a la “sociedad política” y sus implicancias (porque aquí no nos
interesan), si describiremos a la “sociedad civil”, la que nos interesa a los fines de esta
investigación (dado que la ideología gramsciana en los Estados Modernos se corresponde con
lo que anteriormente se describió como: las ideas, valores y visiones agrupados bajo la
denominación de “modernismo” de Marshall Berman, que utilizaremos mas adelante para
seguir construyendo conceptos y argumentos explicativos; también para la construcción de
hipótesis de análisis de la sociedad civil, donde encontramos inserto a la institución familiar y el
complejo estructural del habitar doméstico diario, fruto de la vida cotidiana).
Retornando a la concepción gramsciana de la “sociedad civil”, diremos que está formada por el
conjunto de los organismos vulgarmente llamados privados, que corresponden a la función de
“hegemonía” ideológica-cultural (desde el arte hasta la ciencia, pasando por la economía y el
derecho, en todas las manifestaciones de la vida intelectual y colectiva) que el grupo dominante
ejerce en toda la sociedad por medios de sus “organizaciones privadas-culturales” u “órganos
de la superestructura” que dirigen la sociedad civil y logran su consenso. A las “organizaciones
privadas” u “organizaciones culturales” les corresponde la función de hegemonía que el grupo
dominante (burguesía) ejerce sobre la sociedad.
Del análisis de esta dialéctica sociológica (estructura-superestructura) marxista retomada por
Gramsci. Aunque Marx le de fundamental importancia a la “estructura” socio-económica,
Gramsci le da igual importancia a la “estructura” socio-económica y a la “superestructura”
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política y civil. Es entonces, con Gramsci, que la “sociedad civil” puede ser analizada
plenamente como formando dos momentos: estructura y superestructura.
Y haciendo algunas relaciones con la dialéctica de la modernidad (modernismo-modernización)
según García Canclini, Marshall Berman y Goran Therborn es por lo que podemos determinar
lo siguiente. Es decir, estableciendo los vínculos estrechos entre: modernización-estructural y
modernismo-superestructural es como construimos las siguientes hipótesis interpretativas
(obtenidas del marco teórico de estudio, con fuerte influencia cualitativa).
Ahora bien, si pasamos a la construcción de la siguiente hipótesis de análisis (para lo cual nos
valdremos de los anteriores análisis cualitativos, rápidamente revisados, pero no por ello
superficialmente elaborados):
-En primer lugar: podemos interpretar el “modernismo exuberante” de García Canclini como el
sinónimo de las “ideas y visiones” tal cual lo expresa Marshall Berman, y la “modernización
deficiente” de G. Canclini como el sinónimo de “producción / urbanización / industrialización” e
introducción del capitalismo industrial descripto por M. Berman.
-En segundo lugar: podemos hacer corresponder el “modernismo” de M. Berman con la
“superestructura” marxista, en tanto la “modernización” de M. Berman se corresponde con la
“estructura” marxista.
-En tercer lugar: si hacemos corresponder el “modernismo” de Canclini con la “superestructura”
según Carl Marx y la “modernización” de G. Canclini con la “estructura” de Carl Marx.
Así es que podemos conjeturar a partir del Marco Teórico la construcción de la siguiente
hipótesis que orienta esta investigación ayudando a comprender mejor la realidad histórico-
política-ideológica gestada por la burguesía de aquel período de nuestro país (articulando los
conceptos teóricos de M. Berman, Gramsci, K. Marx, G. Canclini y G. Therborn que
anteriormente hemos descripto de modo acotado): hemos tenido una modernidad, introducida
por la burguesía Argentina de 1880, como modernismo / civil / superestructural / exuberante en
el plano de la cultura e igualmente como modernización / civil / estructural / deficitaria en el
plano de la industria y el comercio (causada por el modelo agrícola-ganadero proveedor de
materias primas sin valor agregado). Y fue desde el plano de lo “simbólico” (superestructural)
que la burguesía nacional no escatimó en transferir recursos económicos para la construcción
“material” de sus formas de vida y habitar doméstico (arquitectura, muebles, objetos, artefactos
y otros enseres domésticos); sin importar que desde lo científico y tecnológico (economía
industrial) eran muy perezosos. A pesar de sus afanes culturales avanzados/afrancesados, no
eran plenamente franceses ni en lo político (dado que eran oligárquico/aristocráticos) ni en lo
científico (dado que no les interesaba verdaderamente la ciencia); tampoco eran plenamente
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ingleses (en el sentido de la Revolución Industrial), dado que eran mas feudales que urbano-
industriales (su poder radicaba en la tierra y el campo y no en la máquina de vapor de Watt).
Es que inicialmente (y principalmente en 1880) tuvimos un “modernismo” fructífero con una
“modernización” deficiente (que nos ayudó a consolidarnos como país subdesarrollado y
económicamente dependiente). Por ello el período 1880, como punto de inicio es
fundamentalmente crítico. Pues para esta generación que construyó una importante parte de la
historia de nuestro país y sus efectos (para bien o para mal) llegan hasta el presente.
Desde lo político, se creó un régimen que identificamos como el resultado de la "alianza de los
notables" y que se tradujo en una república aristocrática con un orden conservador, logrando
consolidar "un sistema de poder". Los hombres de la conocida “generación del ´80” dieron esas
respuestas, no extrañas a la óptica normativa de la constitución nacional: la república
aristocrática era una forma política en funcionamiento.
Y aunque no es nuestra intención escribir sobre esta conocida “generación del ´80”, porque
abunda el material histórico (y no es nuestro objetivo de la investigación escribir sobre los
aspectos socio-históricos, políticos y económicos de este período), insistimos en que si es
necesario refrescar un poco las ideas de esa época de nuestra historia nacional para entender
el ¿por qué? del inicio de nuestros estudios en este período (para luego entender mejor como
vivía la sociedad, desde lo público a lo privado especialmente, que en definitiva es lo que si nos
interesa).
Por lo cual insistimos en este marco teórico, en refrescar algunos conceptos, que creemos
hacen a un mejor entendimiento de lo que estamos estudiando. De aquí su importancia para
entender no solo la ideología de esta época, sino sus formas de influir en la vida pública y
privada de la sociedad argentina moderna y naciente.
La oligarquía argentina (elite “única y natural” o elite nativa) era un grupo social modernizador.
El proyecto de transformación nacional puesto en marcha a partir de 1880 se proponía
introducir "la civilización europea" en el país de los querandíes (grupo aborigen que habitó la
región litoral alrededor de la ciudad de Buenos Aires). Liberal y cosmopolita, la elite establecida
ejercía sobre el país una dominación ilustrada. Defendía ferozmente sus privilegios de clase
social acomodada, pero se apoyaban en la razón: animadora del progreso, su conservadurismo
se teñía de una filosofía positivista. Una mezcla criolla conveniente a sus intereses
económicos.
La palabra “progreso” se convirtió en el leit motiv de la época, nos cuenta Hugo Biagini en La
generación del ochenta.
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Ya, previamente a la “generación del ´80”, el Presidente de la Argentina, Nicolás Avellaneda
(quien gobernó el período: 1874-1880), uno de los padres de los cimientos de la Argentina
Moderna (junto con Sarmiento) pretendió la integración económica del territorio argentino, al
tiempo que se extendía el control estatal sobre el mismo; y la literatura de la generación del ´80
retomaría como leit motiv de la época (luego de la presidencia de Avellaneda, con la asunción
del Gral. Julio Roca cuya Presidencia duró los períodos: 1880-1886 y 1898-1904).
Para asegurar la ansiada meta del “progreso”, los distintos sectores le atribuían a la educación
(técnica incluso) una relevancia singular, señala Biagini. Pero, la contradicción de esta época
estaba en que, en tanto el “leit motiv” era el progreso y la tecnificación (como “modernismo”
artístico, cultural y científico), el hecho es que poco se le dio importancia a la educación técnica
(lo cual arrastraría sobre la “modernización” del aparato científico-tecnológico, efectos nefastos
para el desarrollo autónomo de un capitalismo industrial nacional posterior).
En tanto se educaba en “colegios con plantel de nobles-docentes” (intelectuales al servicio de
una educación aristocrática, que planteaban las clases superiores), que para lo único que los
preparaba era para entrar en el mando político y los círculos dirigentes (donde se evidenciaba
la natural desigualdad de los hombres).
Este era una educación teórica-científica academicista y humanista (no técnica), que preferiría
en la práctica instrumentar una política económica contra-tecnológica a pesar de tener como
leit motiv a la máquina (cuyo gran emblema de la época era la locomotora) muestra las
contradicciones ideológicas de esta clase social acomodada. Esto significaba una contradicción
de base como se ve claramente explicado cuando conjeturamos la hipótesis interpretativa de la
realidad (articulando los conceptos teóricos de M. Berman, Gramsci, K. Marx, G. Canclini y G.
Therborn), por lo que hemos tenido una modernidad como modernismo / civil / superestructural
/ exuberante e igualmente como modernización / civil / estructural / deficitaria (consolidado a
partir de la generación de 1880) como ya hemos detallado con anterioridad.
Esta mística progresista (de la boca para afuera), como lo señala Biagini, no logró romper el
status quo en materia político-económica-tecnológica-dependiente (dogma de la época) que
manteníamos con los países europeos, en nuestra condición de país forzosamente pastoril. Por
lo cual se prefería un modelo agrícola-ganadero dependiente, antes que un modelo de
desarrollo científico-tecnológico (como si se estaba dando efectivamente en Europa).
Modernización epidérmica que no produjo un desarrollo integral del país, que lo condenó al
subdesarrollo en estas etapas iniciales. El credo en el “progreso” (fe progresista) no fue
suficiente para sacar al país del “atraso”, dado que comúnmente el crecimiento económico y
material se lograba mediante el ingreso de capitales extranjeros europeos y productos
manufacturados (con elevado valor agregado) también extranjeros y esto significaba el
21
subdesarrollo nacional (para la industria manufacturera local inexistente para la época hasta el
período de las guerras mundiales).
Ya hemos indicado que la identificación entre progreso y tecnificación fue el leit motiv en la
generación que nos atañe, pero como “modernismo cultural” según Marshall Berman (en el
sentido de ser individuos “cultos”, desde una visión humanista) y no como “modernización
tecnológica” según Berman; pues dieron poca importancia a la educación técnico-tecnológica
(es decir: para conformar una burguesía industrial, si en cambio afianzaron una burguesía
agrícola-ganadera nefasta según algunos autores para la construcción de un capitalismo
industrial nacional que nos desarrollara, como los países europeos avanzados y EE.UU. en su
época lo estaban haciendo y que por otro lado tanto admiraba Sarmiento).
La generación del ´80, plenamente convencida llevó adelante una tarea del progreso indefinido,
pero con la condición humillante de subordinarnos ante los intereses capitalistas extranjeros
(principalmente ingleses).
Recordemos que la “oligarquía” es la forma de gobierno de unos pocos que pertenecen a una
misma clase social privilegiada también identificada como “aristocrática”, y que en la Argentina
de 1880 correspondía a unas aproximadamente 400 familias que conformaban la burguesía
terrateniente o elite dominante de la Argentina moderna (de las cuales en Buenos Aires vivían
aproximadamente 100 familias). Esta era la elite porteña formada por las familias mas
adineradas, de apellidos importante como los “Anchorena”, propietarios de todos los grandes
territorios de la provincia, y que crecían económicamente gracias a la exportación de los
productos agrícolas que eran sembrados en sus propias estancias y dueños de casi todo el
poder político. Como burgueses estaban encargados de la conducción económica del país.
Esta oligarquía fue importante en aquel momento de nuestra historia, para motorizar la
economía. Pues, la Argentina entre 1880 y las vísperas de la 1º Guerra Mundial, comparada
consigo misma o con el resto del mundo exhibía índices de crecimiento económico
impresionantes (orientándose hacia las exportaciones agropecuarias).
La oligarquía-aristocrática argentina condujo al país a la prosperidad y lo reveló al mundo,
consideraban que tenían derecho de manejar el destino del país; en efecto, el inmigrante sólo
sería un visitante, debía saber conservar su lugar y aceptar la suerte que tuviera. Por eso, a
medida que se constituía ese impreciso sector de inmigrantes e hijos de inmigrantes, la clase
dirigente criolla comenzó a considerarse como una aristocracia, a hablar de su estirpe y a
acrecentar los privilegios que la prosperidad le otorgaba sin mucho esfuerzo. Despreció al
humilde inmigrante que venía de los países pobres de Europa, precisamente cuando se
sometía sin vacilaciones a la influencia de los países europeos más ricos.
22
La oligarquía fue una clase que tuvo el manejo político y gozó del bienestar económico de
modo exclusivo y excluyente. En este sentido pudo disfrutar de una buena posición económica
por su enriquecimiento como clase latifundista poseedora de la propiedad de la tierra.
Asimismo, ejerció el poder político en tanto y en cuanto no permitía la participación política del
resto de la sociedad (económicamente pobre), situación que se prolonga hasta la sanción de la
Ley Sáenz Peña de 1912.
Imagen ( 18 ): La pompa y circunstancia de una república aristocrática durante una gala en la
Casa Rosada. El presidente Roque Sáenz Peña rodeado de señoras de alta sociedad porteña.
El eclecticismo a la moda, que mezclaba estilos de todos los tiempos, influía también en
ajuares y atuendos.
Todos estos hombres de la clase dirigentes (oligarquía aristocrática) eran positivistas, es decir:
estaban convencidos que el “progreso” (aunque no la desarrollaran desde adentro, si estaban
abiertos a su influencia desde afuera, principalmente inglesa y francesa) estaban directamente
relacionados con el avance de las ciencias. Pensemos como la tecnología de aquella época
cambio la vida de todos los ciudadanos: el teléfono, telégrafo, ferrocarril, molinos de viento,
maquina agrícolas, luz eléctrica, etc. (esto serían un buen caldo de cultivo para el ingreso al
país de la “modernidad” científico-tecnológica que se estaba dando en el mundo capitalista
occidental avanzado, lo cual no significaba que se diera del mismo modo desde nuestro lugar
Sudamericano en general y Argentino en particular). Pero igualmente fue una clase que
23
favoreció el ingreso de la modernidad, aunque solo lo hiciera como modernización tecnológica-
dependiente de Europa. Respetaban el progreso europeo.
La aristocracia-oligárquica era un conjunto de hombres que devotamente creía en el progreso
(pero un progreso mal entendido para el desarrollo de la industria nacional que permitiera
independizarnos productivamente y no depender en tan gran medida de los productos
manufacturados fuera del país con elevado valor agregado, que por otro lado fomentaban el
capitalismo industrial no-argentino y sustentaba a una burguesía industrial no-nacional o
burguesía industrial británica, tal como Jorge Sábato lo explicó).
Estos hombres dirigentes, encargados de conducir al país política y económicamente
pertenecían en su mayoría a una elite tradicional (heredera de la tierra y el poder político y
económico del país) de familias criollas, con culturas y vida social muy similares y con gran
poder económico, que se vinculaban según sus intereses comunes respecto a la exportación y
el comercio exterior de los productos que ellos producían (defensores del “liberalismo
económico ortodoxo” pero no del “liberalismo político”, o sea que eran “capitalistas
dependientes” de Europa y “poco democráticos” porque no les convenía).
Eric Hobsbawn en La era del imperio 1875-1914 describió la situación de la Argentina dentro
del concierto mundial de la música capitalista-imperialista, podemos agregar la metáfora en que
Argentina –para aquellas épocas- tocaba los platillos bajo una dirección de orquesta que
ejecutaba las mas dulces melodías económico-inglesas. Según el mismo Eric Hobsbawn en
Historia del siglo XX, a países como Argentina, de principios del Siglo XX, se les reservaba un
papel secundario (dependiente de los países avanzados para su época) dentro de la economía
mundial. De todos modos, señala Hobsbawn, tiempo mas tarde con lo que el autor denomina
“El Fin de los Imperios”, esta situación se empezaría a revertir en épocas de la 1º Guerra
Mundial (aunque en Argentina se alargó hasta la década de 1930).
La ideología imperialista que había penetrado en la Argentina desde 1880 persistiría hasta
1930 en la Argentina (fecha en comienza a instalarse la industrialización nacional). Desde 1880
hasta 1936 el país sería “agrícola-ganadero” y luego de 1936 “industrial”.
Es imposible explicarse la historia política Argentina sin referencia a este marco económico,
pues el país estaba en la etapa de organización y consolidación como Estado, y su clase
dirigente decidió que había que insertarse en el mercado europeo, cuyas necesidades eran
esencialmente que se los proveyera de materias primas, como la lana, carne, cereales y otras
materias primas. La Argentina comenzaba a adentrarse en los avatares del mercado capitalista
mundial.
24
Para el crecimiento del país era necesario que se integre cuanto antes al mercado internacional
como productor de materia prima. Las fábricas de las grandes potencias mundiales
necesitaban materiales, tales como: cuero, lanas, sebo, carnes, cereales. Argentina podía
producir todo eso, pero para ello, hacia falta capitales (ingleses), tecnología (europea) y mano
de obra (inmigrantes). La imagen institucional de Argentina en el exterior era buena, y países
como Inglaterra apuntó sus capitales para esta región del planeta.
En un país donde predomina una estructura agro-exportadora (modelo agro-exportador 1850-
1930), se entiende que ello implica un escaso desarrollo de las actividades industriales. Todos
estos desarrollos agro-exportadores tienen por causa esencial el acelerado desarrollo industrial
moderno que comenzó en Gran Bretaña y se articuló – como ya se dijo - con efectos nefatos
para nuestra industria nacional.
Para aclarar un poco las cosas, la oligarquía-aristocrática nacional de la denominada
“generación del ´80” aunque defendiera la ciencia (y en consecuencia la tecnología industrial
derivada del fruto de esa ciencia aplicada), lo defendían desde un punto de vista europeo (no
nacional) lo que no beneficiaba a la industria local (porque compraban y fomentaban la compra
de productos manufacturados con alto valor agregado, afuera del país)
La Revolución Industrial europea (iniciada aproximadamente hacía 100 años atrás en el
tiempo) estaba produciendo un brusco crecimiento de la población como un no menos
espectacular desarrollo de actividades que requerían enormes masas de materias primas,
produciendo una creciente demanda (de comida entre otras necesidades), que es la que
induce el desarrollo de actividades agro-exportadoras en muchas zonas del mundo (como
Argentina). Las elites nacionales vieron en ello una oportunidad, mas que para el país, para su
situación de clases sociales gobernantes (y para mejorar y sostener su poder).
El período de la economía agro-exportadora (1850-1930) de la pampa húmeda estaba
distribuida entre la agricultura (especialmente cereales, trigo y maíz) y ganado vacuno. La
agricultura dio un nuevo impulso a la demanda de mano de obra (agricultura, ganadería,
ferrocarriles, frigoríficos en materia de carne, silos y molinos en materia de cereales) y con ello
el aumento de la población. Así es como se entenderá luego el proceso inmigratorio. Esta
sociedad agro-exportadora nacional sería la responsable de una verdadera importación de
mano de obra, mediante un masivo proceso inmigratorio proveniente principalmente de España
e Italia.
La transformación demográfica del país respondía a los intensos cambios producidos desde
que comenzaron a refinarse los ganados vacunos y ovinos y a extenderse las áreas de cultivo
de cereales. En 1883 se instalaron los primeros frigoríficos argentinos, que al cabo de poco
tiempo fueron sobrepasados por los que se crearon con capitales británicos y norteamericanos
25
para servir a la demanda del mercado inglés. Quedaron en su poder los dos grandes sistemas
industriales de carácter “moderno” que se habían organizado hasta entonces: los ferrocarriles y
los frigoríficos.
A partir de esto se comienzan a advertir las consecuencias de los cambios provocados por la
política económica-social que habían adoptado las minorías dirigentes. El naciente proletariado
industrial que se inicia en esta época comenzaba a exigir mejoras y manifestaba su actitud a
través de las huelgas. Eran generalmente obreros extranjeros (inmigrantes) quienes la
desencadenarían, y la política comenzaría a variar el contenido gracias a las ideas y al
lenguaje que introdujeron esos inmigrantes urbanos, que habían adquirido en sus países de
origen (conquistando espacios sociales, económicos y en menor medida políticos).
Por otro lado, es preciso destacar que la Argentina no nació con la inmigración. Los recién
llegados descubrieron un país que poseía una cultura, una organización política, antiguas
estructuras sociales y sobre todo un grupo dirigente emprendedor que apelaba a la inmigración
para servir a sus propios intereses. La yuxtaposición de rasgos culturales criollos y extranjeros
constituyó la principal característica de esta "sociedad en transición".
En resumen, desde lo económico se importaba la mayor parte de los productos elaborados que
se consumían en el mercado interno; en lo social se trataba de cambiar usos nativos a través
de la inmigración de mano de obra y tratando de europeizar nuestras costumbres (salvo que no
llegaron europeos del norte –ingleses alemanes-, como Sarmiento deseaba, sino del sur:
italianos, españoles). Por otra parte Europa tenía necesidad de colocar un excedente de
producción y de población europea, que en parte vendrían a parar a la Argentina.
La segunda mitad del Siglo XIX trae el triunfo del capitalismo industrial mundial y con ello el
aumento de la demanda de materias primas. La mejora en los transportes permiten el traslado
de millones de inmigrantes que van a satisfacer la creciente demanda de mayor producción.
Si bien, es prematuro hablar de “clases sociales” según Carl Marx, en la Argentina de la
primera mitad del siglo XIX, la existencia de grupos sociales no es discutible. En líneas
generales pueden percibirse que el grupo dominante (de poderosas “familias tradicionales”) es
el eje de la sociedad Argentina de 1880, las alienaciones sociales se ordenan en función de
sus normas y valores (modernismo cultural).
Estos tres grupos eran: la "gente distinguida" en la cúspide (la oligarquía-aristocrática-
terrateniente) que formarían las clase alta, debajo de todo estaba el "populacho" indistinto (la
chusma de mestizos, criollos nativos, autóctonos gauchos) que formarían las clase baja, y
entre los dos una población entremezclada, bulliciosa, que a veces se calificaba
peyorativamente como "medio pelo" que darían lugar a las clase media (pero que se
26
consolidarían como tales con la llegada de los inmigrantes obreros que pasaron a engordar las
filas del proletariado).
La importancia del estudio de la alta burguesía consiste en que impuso patrones (estéticos y
funcionales) a ser imitados por lo menos pudientes (clase media en ascenso). Algunas
hipótesis como estas pueden ser verificadas según ciertos autores como el caso que cuenta
Sebreli sobre los “departamentos” (de propiedad vertical) que reemplazarían a las lujosas
mansiones aristocráticas – tiempo mas tarde - es para los de clase media que no tienen “casa
propia” (propiedad horizontal), puede ser brevemente confirmada (Andrés Carretero, 2000). En
contraste con la hipótesis de Sebreli, la hipótesis de Jauretche es que se está jugando el status
del “medio pelo” y se estaría pasando de la “casa de barrio” (que le queda chica) al
“departamento céntrico” (como fachada de su posición social de clase media o pequeño-
burguesa ascendente, sin llegar a ser clase alta o lo que es lo mismo –parafraseando a
Jauretche: “ni chicha (ni clase baja) ni limonada (ni clase alta)” (Cecilia Arizaga, 2004). El
mismo Andrés Carretero parece confirmar dicha hipótesis de Jauretche.
Lo mas lógico de pensar es que la hipótesis de Sebreli fue válida solo hasta cuando la clase
alta adoptó el departamento como parte de sus estilo de vida, y solo entonces la clase media
siguió esta tendencia, y es cuando cobra valor la hipótesis de Jauretche.
Ya fue dicho, pero no está de más repetirlo, una mayor complejidad social se manifiesto
cuantitativamente en el aumento de la población (con la llegada de los inmigrantes). Hacia falta
mano de obra, ya sea por que había pocos habitantes o por que los indígenas no eran
adecuados para el trabajo disciplinado y organizado (como pensaban la aristocracia-
oligárquica), por lo tanto alentaron la inmigración. Una gran masa de trabajadores inmigrantes
con algún oficio como ser: sombrereros, costureros, zapateos, sastres, panaderos, relojeros,
ebanistas, carpinteros, albañiles (también estaban los estibadores y changarines del puerto)
pasarían a ser la clase obrera (o proletariado); también trabajaban en los frigoríficos y los
ferrocarriles.
Mientras algunos aplaudieron la llegada de los inmigrantes otros más conservadores la
rechazaron completamente. La sociedad argentina pronto quedó dividida en dos: los oligarcas-
aristócratas-terratenientes del grupo dominante de poderosas “familias tradicionales” por un
lado, y los inmigrantes que junto a los mestizos y criollos autóctonos de nativos formarían el
“populacho” por el otro.
Si bien Karl Marx versó sobre las dos clases contrapuestas (burgués-proletario), lo cierto es
que Marx, analizando la Inglaterra de la Revolución Industrial se refería al burgués-industrial;
que para la Argentina subdesarrollada de 1880 implicaba su equivalente burgués-terrateniente
(no industrial), dado que al país solo le cabía su lugar - dentro de la economía capitalista
27
imperialista - como productor de “materias primas” (agrícola-ganadero) sustentada en la clase
alta (no industrial) o clase oligárquico-aristocrática-terrateniente-latifundista (cuyo poder
económico Moderno se basaba en un concepto Premoderno de la posesión de la tierra, una
forma de feudalismo moderno). En este sentido la burguesía-argentina a diferencia de la
burguesía-inglesa del período 1880, radicaba en que la Gran Bretaña era un país “industrial”
(de fuerte predominancia urbana) y la Argentina era un país “no industrial” (de fuerte
predominancia rural), a pesar de que la clase alta viviera en cosmopolita-capitalista Gran
Ciudad de Buenos Aires.
Si en Inglaterra de 1880 los “medios de producción” descriptos por Karl Marx eran las “fábricas”
(productoras de bienes manufacturados), en la Argentina eran los “campos” (productores de
materia prima). Por lo que no se produjo un nuevo sistema de dominación de clases, lo que
describe Anthony Giddens en La estructura de clases en las sociedades avanzadas.
Si bien en Inglaterra de 1880 operaba el modelo productivo moderno-desarrollado (pasaje de la
producción de la “tierra” al capital “industrial” independiente), en la Argentina de la misma
época el modelo productivo moderno-subdesarrollado representaba una mixtura entre el
concepto de producción moderno-subdesarrollado (capitalismo dependiente) sustentado en el
factor “tierra” (y no en el factor “industria” nacional argentina). Para Argentina esta era una
mixtura entre el concepto moderno (del “capital”) y el concepto premoderno (sustentado en el
factor “tierra”).
La clase alta en el año 1880 era básicamente una elite porteña, que estaba conformada por
aproximadamente 400 familias acaudaladas y terratenientes llamada considerada como la
“gran burguesía” agrícola-ganadera; eran liberales en lo económico, pero conservadoras en lo
político. Vivían en Buenos Aires, la ciudad más moderna del año 1900, según Carlos Fuentes
en Valiente Mundo Nuevo.
Las pretensiones eurocentristas de la ilustración dieciochesca presente en esta elite se
corresponden con el discurso imperialista de la modernidad occidental entraba a la Argentina
de la mano de nuestra oligarquía aristocrática terrateniente (invasor porque el designio
universalizante de “progreso”, “modernidad”, “racionalidad” y “desarrollo” introdujo e implantó
esas prácticas en una amplia constelación de países periféricos como la Argentina de aquella
época).
Ese propósito universalizante se fundamentó en una visión binaria del mundo que postulaba la
existencia de “pueblos con historia” y otros sin ella (distinción hegeliana) o de “naciones
civilizadas” en oposición a “naciones bárbaras”, y la difusión del sentido de misión iba unida a
la convicción de que todos los pueblos se beneficiarían con la propagación de la civilización de
Occidente (traída a tierra Argentina por la oligarquía aristocrática de cuño nacional). Porque la
28
civilización europea se entendía a si misma como la más desarrollada y la superior, y este
ethos de supremacía la inducía a civilizar, elevar y educar a las civilizaciones y culturas más
primitivas, bárbaras y subdesarrolladas. La senda para alcanzar tal progreso y desarrollo debía
ser la misma que siguió Europa en su propia historia (idea que compartía Sarmiento).
Surgió esta clase dominante, a la luz de la historia, como una clase “heroica civilizadora”, que
le confería a sus víctimas (la clase obrera-proletaria y la incipiente clase media que nacería
posteriormente) el carácter de participantes de un proceso de sacrificio redentor (en el sentido
metafórico y literal, dado que ayudo fuertemente al proceso el cristianismo). Recordemos los
inexorable lazos entre capitalismo y cristianismo (de hecho la residencia del General Urquiza,
declarado museo, se llama Palacio San José y posee una capilla cristiana). Por consiguiente,
desde el punto de vista de la modernidad occidental, el primitivo o bárbaro (inmigrante, gaucho,
criollo, mulato y otro) está en un estado de culpa por resistirse al proceso civilizador; y eso le
permite entonces a los portadores de la modernidad (oligarquía aristocrática argentina de 1880)
presentarse a sí mismos como los emancipadores o redentores de las víctimas de su propia
culpa.
Por desgracia, estas clases fueron muy ágiles en copiar los modos de consumo occidentales,
pero muy morosas en adaptarse a los modos de producción europeos y norteamericanos,
sostiene Carlos Fuentes en Valiente Mundo Nuevo. Creando sus propios ámbitos según los
estilos europeos, lo que representaba una modernización, argumenta Graciela Elena Caprio en
Consecuencias culturales del proceso de urbanización, Buenos Aires 1880-1910.
El fin de los líderes de la oligarquía liberal, sería identificado en las figuras de: Mitre y Pellegrini
en 1906, Juárez Célman, Mansilla y Eduardo Wilde en 1913 y Roca en 1914, por David Viñas
en Argentina: ejército y oligarquía.
Está de más decir que la base del poder social de ésta clase social alta (terrateniente u
oligárquica-aristocrática) era la propiedad de la tierra. Es verdad que en los orígenes de las
grandes "familias tradicionales" se encuentra frecuentemente al comercio y a las finanzas, pero
la posesión de tierra pone los verdaderos cimientos del prestigio oligárquico.
Esta clase social alta impuso, en términos marxistas, su ideología, en su propio beneficio,
entendido según Anthony Giddens en La estructura de clases en las sociedades
avanzadas. Dado que esta clase oligárquica y aristocrática de la generación de 1880 disponía
– en los mismos términos marxistas - de los medios de producción “materiales” (tierra,
agricultura, ganadería) y de los medios de producción “intelectuales” (arte, cultura, literatura,
ciencias, universidades retrógradas para la época anterior a la Reforma Universitaria).
29
Sea como fuere, la oligarquía tenía su centro geográfico: su círculo interno estaba formado por
los más grandes ganaderos de la provincia de Buenos Aires. Esos estancieros pertenecían a la
famosa Sociedad Rural Argentina, que formaba con el Jockey Club y con el Club del Progreso
los tres bastiones tradicionales de la oligarquía triunfante.
Una minoría enriquecida controlaba el poder de la ciudad desde una zona porteña
completamente modernizada (Recoleta) donde se instalaron los aristócratas en mansiones de
lujo. La riqueza generada se derrocharía en la construcción de palacios, monumentos y lujo a
la europea. Crearon un nuevo estilo de vida, con viviendas suntuosas, gozando de todos los
lujos.
La elite del ‟80, una especie de casta moderna, buscó en sus distintas manifestaciones al aire
libre y bajo techo, público y privado (y otras como: ocio, vivienda, vestimenta y actividades
deportivas) diferenciarse como una clase con "conciencia de sí" y supuestamente mejor que
otras clases sociales en tanto detentadora del poder económico y político (y de la conducción
del país).
Específicamente podemos decir que la “vida cotidiana” pública (no privada) y ociosa de la
oligarquía-aristocrática (elite dirigente) Argentina entre 1880-1916 y de la ciudad de Buenos
Aires empleó de un modo particular su tiempo libre en actividades como: deportes hípicos al
aire libre, fiestas, moda, paseos, veraneos y clubes exclusivos como el Jockey Club de Buenos
Aires y el Club del Progreso (lugares de diversión y reunión política simultáneamente), el
Teatro Colón, la Sociedad Rural Argentina, los Hipódromos (Argentino y de Palermo) y la
Facultad de Derecho. Estos lugares tuvieron una fundamental importancia como centros de
reunión de los sectores poderosos vinculados a la política.
30
Imagen ( 19 ): La ajetreada vida social porteña de la Belle Époque se desplegaba en diversos
escenarios arquitectónicos y urbanos. Imagen del Hipódromo de Palermo.
Con paseos en carruajes donde rivalizaban los landeau, las victorias y los coupés, fabricados
con detalles principescos en Londres o París y que tirados por troncos de caballos de las
mejores razas del mundo transportaban a las mujeres de la clase alta lujosamente ataviadas.
Por otro lado se visitaban las confiterías de moda. En este sentido el uso del tiempo libre en
actividades superfluas estaba sujeto en el caso de la oligarquía a un complicado ritual, que
tenía por objetivo la ostentación de las riquezas.
31
El viaje a Europa constituía uno de los indicadores de la posición social de la aristocracia. En
este sentido se agrega al proceso de “aristocratización” y de refinamiento de los estancieros
enriquecidos. De esta manera el viaje, de manera especial a Francia, se transforma en una
verdadera fiebre (el viaje a Europa se divulgaba por medio de la prensa periódica).
La afinidad de los argentinos con Francia comienza con un fenómeno cultural que precedió a
los negocios y a la política. Se hablaba y se amaba el idioma francés y, a través de éste, se
apreciaba el sentido estético de la vida y el arte. La literatura francesa era la lectura obligada
que, desde mediados del siglo XIX, deleitaba a muchos e inspiraba a escritores argentinos. En
el campo del arte los argentinos comienzan a coleccionar cuadros de Renoir, Degas, Monet y
Toulouse-Lautrec en otros; así como bronces y mármoles de Rodin, Bourdelle, Coutan y otros.
La riqueza promovió y reforzó aún más la vinculación de la elite con Europa, ya que además de
permitir el acceso a bienes importados de lujo, periódicos, revistas y libros, posibilitó los viajes
al antiguo continente. Con este contacto directo con Europa la elite aceleró su proceso de
“europeización” a través del cual los bienes importados como la vajilla, guardarropas, adornos,
muebles, colecciones de arte y otros fueron incorporados al “patrimonio cultural” de esta clase
alta y considerados como propios, argumenta Graciela Elena Caprio en Consecuencias
culturales del proceso de urbanización, Buenos Aires 1880-1910.
La europeización puede ser observada en las siguientes publicidades, desde muebles,
pasando por lencería, hasta los enseres domésticos como la platería. En todos los casos se
encuentra presente en el imaginario de la sociedad, las ciudades de Londres y París (como
focos de luz imperialista europea – francesa en inglesa - que irradian su cultura al resto del
mundo occidental, Argentina incluida).
32
Imagen ( 20 ): Revista Fray Mocho. Década de 1910. Casa “A la Ciudad de Londres”,
exhibiendo su mobiliario.
33
Imagen ( 21 ): Revista Fray Mocho. Década de 1910. Muebles, cortinados, alfombras y
tapicería para salas, comedores y dormitorios; de la casa “La Gran Bretaña” (la ciudad de
Londres en Buenos Aires).
34
Imagen ( 22 ): Revista Fray Mocho. Década de 1910. Publicidades de la casa “Gath & Chaves
Ld.” Y mueblería “La Gran Bretaña”.
35
Imagen ( 23 ): Revista Fray Mocho. Década de 1910. A la izquierda, publicidad de la casa
“Gath y Chaves”, el Louvre bonaerense exponiendo su lencería al igual que las vitrinas a la
moda europea de la casa Romero Hnos., a la derecha.
36
Imagen ( 24 ): Revista Fray Mocho. Década de 1910. Orfebrería de la casa “Anezin”, juego de
té en plata, a la izquierda. Plata inglesa sellada de la casa “Mappins & Webb”, a la derecha;
37
una casa de moda -al mejor estilo inglés- que se jactaba de sus regalos finos (para la alta
sociedad).
Imagen ( 25 ): Revista El Hogar. Década de 1920. El mueble francés para salas y living,
todavía perduraba como una moda impuesta en las clases altas de 1880.
38
Para lo cual es necesario efectuar algunas consideraciones sobre el concepto de Patrimonio
Cultural y sus implicancias con esta investigación (la arquitectura y el mobiliario). Habida
cuenta de que los organismos responsables del Patrimonio Cultural a nivel mundial son
variados y complejos, también lo son las definiciones (aunque en general hay acuerdos
internacionales pre-establecidos que nos hablan de una cierta uniformidad de la teoría y una
tendencia hacia la consolidación cada vez mayor), lo cual – por otro lado - nos somete a una
lógica y necesaria delimitación de los conceptos de Patrimonio Cultural. Hasta el desarrollo del
concepto de conservación de los “bienes culturales” y la tutela actual conjuntamente con la
cooperación internacional.
Comenta, María Isabel Tello Fernández en La dimensión social del patrimonio. Tomo III,
que los Documentos Internacionales (desde fines del siglo XIX y hasta principios del siglo XX)
serán la base de las políticas para la protección del Patrimonio Cultural “inmueble” en el ámbito
internacional. Pero en este trabajo necesitaremos avanzar hacia el Patrimonio Cultural
“mueble” incluso, para dar respuesta a nuestro tema de investigación.
En principio se ha estudiado un grupo importante de cartas, normas, resoluciones y
declaraciones internacionales; que no son las únicas, pero son las que hemos investigado con
especial importancia para nuestros fines.
Por lo cual adoptamos la teoría de la Carta de Nara, Japón (1994) (5), concebido en el espíritu
de la Carta de Venecia, Italia (1964) (se fundamenta en ella y la amplía, en respuesta al
creciente interés y responsabilidad que en el mundo ocupa el Patrimonio Cultural). Y como el
preámbulo de la Carta de Nara, Japón (1994) lo señala, cuestiona el pensamiento tradicional
en materia de conservación del Patrimonio Cultural y discute puntos de vista y medios de
ampliar el horizonte para asegurar un mayor respeto por la diversidad de culturas y patrimonios
(en su amplia variedad).
Debemos remitirnos al concepto de “identidad cultural” que quedó planteada en la Carta de
Nara, Japón (1994) que nos provee el estudio de los museos de 1880-1914 (circa), con sus
muebles y objetos:
“ (…) forma y diseño, materiales y substancia, uso y función, tradiciones y técnicas, la
localización y contexto, espíritu (…), y otros factores (…) El uso de estas fuentes permite
5 Del 1º al 5 de noviembre, cuarenta y cinco expertos provenientes de veintiocho países fueron invitados a Nara por las
autoridades japonesas. La conferencia permitió analizar en profundidad el concepto de autenticidad en función de las diversidades culturales y las diferentes categorías de bienes. Se adoptó la Declaración de Nara, que refleja el espíritu general de los debates. Esta conferencia es un hito en los proyectos de largo alcance del ICOMOS. Sus antecedentes fueron preparados en los seminarios de Bergen (enero de 1994) y de Nápoles (septiembre de 1994), organizada en conjunto con ICCROM, con el apoyo de las autoridades de Canadá, Noruega e Italia y con el auspicio del Centro de Patrimonio Mundial de UNESCO. La presidencia fue confiada a Roland Silva, presidente del ICOMOS y la tarea de relatores conjuntamente a los profesores R. Lemaire y H. Stovel, lo que permitió al ICOMOS desplegar su rol de reflexión vinculado a la doctrina de la conservación.
39
elaborar la dimensión artística, histórica, social y científica específica del patrimonio cultural en
examen.” (6).
Para Alberto De Paula en La dimensión social del patrimonio. Tomo I, el patrimonio cultural
de una comunidad está integrado por el conjunto de “valores culturales abstractos” (intangibles)
y “objetos culturales concretos” (tangibles) que significan identidades culturales en la vida
cotidiana de cada sociedad.
La “autenticidad” fue retomado, en una visión Americana, posteriormente por La Carta de
Brasilia, Brasil (1995) y La Declaración de San Antonio, EE.UU. (1996). Conformando el
punto de inicio para la justificación de la “identidad” de nuestra cultura (criollo-francesa) como
Patrimonio Cultural de los argentinos.
Para concluir esta profundización histórica hemos relevado las mas destacadas “cartas
internacionales”, habida cuenta del profuso crecimiento que las mismas vienen teniendo hace
aproximadamente siete décadas y media; con una referencia a la legislación internacional
vigente y otros documentos varios para la gestión y preservación del patrimonio, como los
documentos de la UNESCO.
Para lo cual asumimos, en principio, el concepto de Patrimonio Cultural que la UNESCO en su
conferencia mundial sobre políticas culturales llevada a cabo en México en 1982 estableció
como:
“El patrimonio cultural de un pueblo comprende las obras (…) materiales (…)”. Que pueden ser
de dos tipos: inmuebles (arquitectura) y muebles (mobiliario).
Pues, un concepto moderno de Patrimonio Cultural incluye tanto el patrimonio “tangible o
material” (como pueden ser los inmuebles de la Arquitectura y los muebles como los muebles,
objetos y artefactos contenidos), aquello que corresponde a los monumentos y manifestaciones
del pasado (obras diversas del Arte y Arquitectura) como sitios y objetos arqueológicos,
arquitectura colonial e histórica, documentos históricos, obras de arte, máquinas técnicas y/o
tecnológicas; como también lo que se llama patrimonio “intangible o inmaterial” que suele ser
conocido como “patrimonio vivo” o “patrimonio etnográfico”.
Para que se cumpla lo que Montaño, Reyna, Labaque, Santucho, Murialdo, Pesci en La
Dimensión social del patrimonio. Tomo II, definen como Patrimonio Cultural, como lo
material más lo inmaterial, el cual deviene:
6 Artículo Nº 13, Valores y Autenticidad, Documento de Nara, Japón, 1994.
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“Del latin patrimonium: lo que se hereda, incluye una pluralidad de bienes que en conjunto dan
forma a la identidad de los pueblos. Es más que una reunión de objetos muebles e inmuebles
es un conjunto de bienes materiales e inmateriales de una comunidad con referencia a un
territorio.” (7).
Por otro lado para Antonio Donini en La Dimensión social del patrimonio. Tomo I, lo material
(tangible) e inmaterial (intangible), forman un todo (material y simbólico), o lo que denomina
como “bienes culturales”. Es por eso que el Patrimonio Cultural, expresa su valor simbólico, en
el total de los bienes materiales (tangibles) más los bienes inmateriales (intangibles).
El Patrimonio Cultural de una comunidad está integrado por el conjunto de valores abstractos
(intangibles) y objetos concretos (tangibles), según Alberto De Paula en La dimensión social
del patrimonio. Tomo I. Lo que ahora analizaremos, en esta sección, son los “bienes
culturales materiales”, o “bienes culturales muebles”, o “Patrimonio Cultural mueble”; elementos
tangibles como muebles, objetos, artefactos y utensilios entre otros.
Dado que el lCOMOS (Consejo Internacional de Monumentos y Sitios) no desarrolla una labor
vinculada propiamente con los “bienes culturales muebles”, sino un trabajo ligado a los
monumentos y sitios. Dentro de UNESCO es el ICOM (Consejo Internacional de Museos) la
unidad con mayor vinculación con los temas del manejo del Patrimonio Cultural mueble. Y la
Recomendación sobre la protección de los bienes culturales muebles, Francia (1978), en
su Preámbulo relaciona a los “bienes culturales muebles” con el “patrimonio”. También
sostiene que a la definición de Patrimonio Cultural contribuyen los objetos muebles, Montaño,
Reyna, Labaque, Santucho, Murialdo, Pesci en la Dimensión social del patrimonio. Tomo I.
Asimismo la Recomendación sobre la protección de los bienes culturales muebles,
Francia (1978), que completa y extiende el alcance de los principios y normas formulados a
este respecto por la Convención sobre la protección del Patrimonio Mundial, Cultural y
Natural (1972), explica que los denominados “bienes culturales muebles” son: los objetos
antiguos, mobiliarios y otros artefactos con valor histórico:
“A efectos de la presente Recomendación, se entiende por:
"Bienes culturales muebles", todos los bienes movibles que son la expresión o el testimonio de
la creación humana (…) y que tienen un valor (…), histórico, artístico, científico o técnico, en
particular los que corresponden a las categorías siguientes:
7 Clara Rosa García Montaño, Santiago Reyna, Teresa Reyna, Estela Reyna, Maria Labaque, Pedro Santucho, Raquel
Murialdo, Hugo Pesci. “Tajamares jesuíticos de Alta Gracia y Santa Catarina: Valorización, conservación y recuperación”, en La dimensión social del patrimonio. Tomo Enfoques/Teoría, Intervenciones/Técnicas, Artes, Patrimonio inmaterial. VIII Congreso Internacional de Rehabilitación del Patrimonio Arquitectónico y Edificación. Buenos Aires – Salta. 2006. (pp. 480).
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(…) ii) Los objetos antiguos tales como instrumentos, alfarería, inscripciones, monedas, sellos,
joyas, armas (…); x) El mobiliario, los tapices, las alfombras, (…)”
Rastreando sobre los “bienes muebles”, si bien se dice muy poco y nada sobre la protección
patrimonial de los mismos; se puede concluir de todos modos su importancia. Como lo señala
la Carta de Conservación y Restauración de los objetos de Arte y Cultura (1987), en cuyo
artículo 1º se establecen las consideraciones e instrucciones, pretendiendo renovar, integrar y
sustancialmente sustituir la Carta del Restauro, Italia (1972) que especifican que la protección
Patrimonial también corresponderá ser aplicada a:
“(…) todos los objetos de toda época y área geográfica que revistan de manera significativa
interés artístico, histórico y en general cultural (…)”
No están de más algunas aclaraciones iniciales sobre: ¿Qué se entiende por objetos,
artefactos y/o productos de diseño? Que son parte del usual mobiliario doméstico y que
asimismo puedan ampliar esta definición de “Patrimonio Cultural mueble” (que es nuestro
objetivo a alcanzar y motivo del trazado metodológico aquí propuesto).
Específicamente en la revista Arte e Investigación Nº 3, SCyT, FBA, UNLP. Como los autores
Fernando Gandolfi y Rosario Bernatene lo señalan la relación del “objeto” con el “sujeto”, se
complementa con la diferencia entre objeto, producto, artefacto y mercancía. Las relaciones
entre “objeto” y “sujeto” son tan importantes como la función que cumple, para Karl Marx, en la
definición dialéctica de su materialismo histórico; argumento presentado por Anthony Giddens
en El capitalismo y la moderna teoría social.
Los objetos, asimismo son “productos culturales”, según Carlos Fuentes en Valiente mundo
nuevo. Por otro lado, para Eunice Ribeiro Durham, en el artículo publicado en la revista
Alteridades Nº 8, la producción de objetos no es tan sólo un instrumento de satisfacción de
una necesidad elemental sino también un vehículo de relaciones sociales y de elaboraciones
estético-simbólicas.
Esto es importante porque la “apropiación cultural” esta asociada a los usos simbólicos y
rituales del patrimonio, según Ciro Caraballo Perichi en La dimensión social del patrimonio.
Tomo III.
Definir cuales de esos objetos, productos, artefactos, muebles y otros enseres domésticos (que
forman en el interior doméstico un “crisol de formas de habitar”) posee desde lo patrimonial, un
fuerte “valor simbólico” y es una de las tareas a realizar (Mathieu Dormaels y Verónica Zúñiga
Salas, 2006). Dado que el Patrimonio es la capacidad de representar simbólicamente una
identidad (Antonio Donini, 2006), dicho de otro modo, el patrimonio obedece a la importancia
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simbólica para la identificación de un grupo (Olaia Fontal Merillas, s/f). Entonces, la identidad
cultural, que definió a estos grupos de elite, puede ser encontrada en el patrimonio doméstico
(Hugo Daniel Peschiutta y María Isabel Hernández Llosas, 2006), ya que los objetos materiales
(artefactos, utensilios, muebles y otros) pueden ser estudiados a la luz de la semiótica y el
estudio de los símbolos Anthony Giddens, 2000).
Si la noción común de cultura, consiste en el carácter atribuido a los bienes culturales,
podríamos tal vez concluir que reside en el reconocimiento de una excelencia técnica, una
riqueza formal o una complejidad simbólica de esos productos que impregna a su producción,
uso, disfrute y consumo. El hombre construye, a través de sistemas simbólicos, un ambiente
artificial en el cual vive (y el cual transforma continuamente); el reconocimiento de la
importancia de la “dimensión simbólica” remite en un doble sentido a: la producción material
(pinturas, objetos, edificios, monumentos, etcétera) y a la manipulación del lenguaje (obras
literarias, teorías científicas, sistemas religiosos, códigos jurídicos). Recordemos que Pierre
Bourdieu, llama “capital cultural” a los procesos simbólicos en la vida cotidiana (Néstor García
Canclini, 1989).
Existe una variada opinión de autores que apuntan a darle una fundamental importancia al
“modelo simbólico-social”, uno de los cuatro modelos que señala como importante (dentro del
modelo instrumental, mediacionista, historicista y simbólico-social), en la construcción de
procesos simbólicos que contribuyen a configurar nuestra identidad (Olaia Fontal Merillas, s/f).
Por lo cual, el problema central de la concepción de la cultura es la cuestión de la significación,
donde se privilegia la dimensión “simbólica” de la producción “material” (Eunice Ribeiro Dirham,
1998).
La antropóloga Eunice Ribeiro Durham, explica las implicancias sociológicas de las distintas
clases sociales en la producción cultural, siendo que la producción material es parte de la
producción cultural (por extensión en la construcción del “patrimonio cultural” y en su posterior
uso y consumo). Por lo cual el acceso de grupos y clases sociales al patrimonio es diferencial,
el hecho de que las relaciones sociales están cruzadas por el poder significa que ciertos grupos
logren, hasta cierto punto, imponer sus gustos y patrones – como parte de la producción
erudita (Pierre Bourdieu, s/f, citado por Philippe Ariès y Georges Duby, 1989) -; decidir lo que
es mejor para los otros o, inversamente, impedir a segmentos dominados tener acceso a
bienes culturales altamente privilegiados. En cierto modo, las clases dominantes dirigen la
producción “material” y “cultural” colectiva de la cual se adueñan privilegiadamente.
Eso quiere decir que los bienes culturales a disposición de los sectores “dominantes” no son
solamente diferentes, sino con frecuencia son mejores (por disponer de mayores recursos) y
más elaborados que los bienes de los “dominados”. El componente elitista de la noción de
cultura en el sentido común también tiene una base de verdad en la medida en que las clases
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dominantes son privilegiadas no solo porque poseen los recursos suficientes, sino también el
tiempo, el ocio y el entrenamiento necesarios para poder apropiarse de los bienes culturales
más elaborados (Eunice Ribeiro Dirham, 1998). Aquí se presenta una idea análoga a lo
Domingo. F. Sarmiento de “dominantes = cultos” y “dominados = incultos”, idea instalada en la
sociedad y argumentada por diversos autores que relacionan el Patrimonio Cultural con las
desigualdades sociales (Néstor García Canclini, 1993), (Eunice Ribeiro Dirham, 1998) y
(Alejandro Grimson, 2003).
El “significado” o el valor que poseen los objetos, instrumentos, artefactos, utensilios, muebles
y productos de la cultura material es que son símbolos de la identidad nacional, afirma Antonio
Donini en La Dimensión social del patrimonio. Tomo II. Nos permite relacionar a los “objetos
culturales” u objetos concretos (significativos, para la memoria) con la “identidad”, según María
Isabel Hernández Llosas, en La dimensión social del patrimonio. Tomo II. Por lo cual los
bienes patrimoniales son entendidos como vehículos portadores y transmisores de
determinados significados y valores culturales, argumenta María Eugenia Costa en La
dimensión social del patrimonio. Tomo II.
Es por eso necesario llevar tanto a los objetos, como los artefactos, productos, muebles (en
general y otros) a la categoría de “documentos históricos”, como si de un documento escrito se
tratara, es lo que María del Rosario Bernatene y Pablo Ungaro destacan coincidentemente con
lo que opina María Isabel Tello Fernández en La dimensión social del patrimonio. Tomo III.
Pero cuya materialidad difiere en la expresión de la ideas. Pues, las ideas, expresada con
palabras escritas (en un documento histórico) ahora se encuentran expresadas en formas,
materiales, colores, texturas, tecnologías, conceptos, morfologías, situaciones de uso y otras
cuestiones; con un sentido (el brindado por su creador: artista, arquitecto, artesano, diseñador
o proyectista) y capaces de producir semiosis o sentido.
Asimismo entienden que los objetos como “documentos” deben formar parte del Patrimonio
Cultural, Fernando Gandolfi y Roxana Garbarini en Valor de Uso. Acerca de la restauración
de objetos industriales del S. XX.
Por lo que parafraseando a Gandolfi / Bernatene / Ungaro / Garbarini, podemos sostener que la
organización de los datos exige una metodología centrada en el “objeto físico” (utensilio,
producto y otros), por lo que se constituye a los ámbitos domésticos (cocina, living, comedor) y
a sus artefactos y mobiliarios en “objetos teóricos”. Y si los “objetos físicos” pueden ser
analizados como “bienes culturales” (muebles), lo que se necesita es convertir a dichos “bienes
culturales” en objeto de investigación, según Ciro Caraballo Perichi en La dimensión social
del patrimonio. Tomo III.
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Y es asi, finalmente, como hemos arribado desde la arquitectura al objeto / mueble / artefacto /
utensilio.
Un lugar habitado por la misma persona durante un cierto tiempo, dice mucho de la persona a
partir de los objetos y muebles que allí se encuentran, para Michael De Certeau en co-autoría
con Luce Girad y Pierre Mayol en La invención de lo cotidiano. Tomo II.
Define al mueble y al entorno del hombre del siglo XIX, Siegfried Giedion en La mecanización
toma el mando. Sosteniendo que la historia del gusto imperante en Europa del siglo XIX,
estuvo fuertemente influenciada por el mobiliario de Francia e Inglaterra. Pero ese espíritu del
Rococó imperante en Europa de la época, hizo su aparición en nuestro país, en los salones de
las clases sociales de la alta burguesía (con sus típicas sillas bergères, por citar un caso).
Para continuar con el mismo caso, en la pequeña-burguesía también se observaría una
proliferación de butacas tapizadas llamadas “confortables” que ya habían tomado el lugar de
las sillas “bergères” en Europa en el año 1880 aproximadamente. Estas sillas “confortables”,
símbolos del gusto imperante de las masas del siglo XIX en Europa, serían muy exitosas en los
ambientes de clase alta y media entrado el siglo XX en Argentina (una serie de muebles que
hemos conocido aquí simplificadamente en los hogares como juego de “sofá de rincón”).
Toda una serie de muebles que en el siglo XIX eran un medio para completar los ambientes
interiores; dado que, como Giedion bien lo expresó citando a Percier y Fontaine (los
fundadores del estilo Imperio): “Este período, impulsado por su horror al vacío, llena el espacio
central de una habitación”. Lo que la arquitectura afrancesada de la burguesía oligárquico-
aristocrática de la Generación de 1880 supo hacer muy bien.
Esto es importante en el sentido que el “proceso de europeización” comenzó por afectar a la
cultura material primero, pero trascendió en otros valores de la cultura promoviendo nuevos
cambios, construyendo un nuevo ámbito físico –inspirado en un modelo anglo-francés- y
creando una nueva experiencia de vida no sólo para la nueva elite (burguesía aristocrática)
sino también para los grupos que estaban bajo su dominio (Graciela Elena Caprio, 1985). No
olvidemos, por otro lado, que el proceso de “europeización” había afectado en doble sentido a
la Argentina de 1880 porque no incidió sobre las clase alta únicamente, sino sobre las medias y
bajas, debido a la inmigración masiva de europeos que ingresaron al país (hasta 1914, había
en Capital Federal más extranjeros que argentinos).
Los veraneos representan otra de las formas propias de la intimidad social de los sectores
dominantes. Además en las quintas, próximas a Buenos Aires y trazadas por los llamados
"paisajistas" europeos, durante las mañanas y en los atardeceres grupos de hombres y mujeres
practicaban el críquet (juego de origen inglés que durante años fue uno de los pasatiempos
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favoritos de la aristocracia porteña). También se agregaban las playas de Montevideo y a partir
de 1888 las de Mar del Plata. Por lo que el veraneo era otra actividad simbólica de la clase alta
(oligárquica) pues los sectores medios y bajos no concurrían a dichas ciudades balnearias,
bien lo cita Andrés Carretero en Vida cotidiana en Buenos Aires. Tomo III..
Además del críquet se practicaba el tenis, el golf, el polo y el yatching como actividades
deportivas y recreativas al aire libre.
También se debe a la influencia británica, francesa y norteamericana, el arraigo de juegos de
naipes como el poker, el bridge, el baccarat y el rumnie, que desplazaron a los juegos de
origen español o criollo en las preferencias de los jugadores de la clase alta.
Las fiestas de la época comenzaban y concluían temprano. Los dueños de casa se esforzaban
por brindar un buen rato de esparcimiento a sus relaciones. Además de los bailes en casas
particulares las fiestas más famosas tenían lugar en el Club del Progreso y en el Club del Plata.
Podemos decir que el estilo de la indumentaria representaba otro de los símbolos que
indicaban la posición y el poder de la clase social dominante. Si consideramos a la moda como
una manifestación de la “clase dominante argentina” dentro de una sociedad clasista, la
oligarquía del „80 mostró predilección por la elegancia entendida como el culto por las cosas
antiguas y todo aquello que estuviera relacionado con el gusto europeo (línea francesa e
inglesa), dado que la “verdadera clase dominante” no se encontraba dentro de la Argentina
sino fuera de ella (“clase dominante europea” que controlaba ideológica-política y
económicamente a la “clase dominante argentina” que también controlaba del mismo modo al
resto del pueblo argentino); esta apreciación es brindada por Jorge Sábato en La clase
dominante en la Argentina moderna. En este sentido, ya en la década del 1860 tanto los
periódicos como las revistas informan a los lectores sobre la moda europea a través del
sistema de catálogos que permitía a las mujeres del interior del país estar al tanto de los
avatares de la moda europea. De esta manera, la elite dirigente encargaba su vestuario a los
mejores sastres de Inglaterra y Francia en sus frecuentes viajes.
Respecto de la “vida cotidiana” privada, el papel simbólico, escenográfico de las nuevas
viviendas va acompañado por su cerrazón hacia el exterior, para convertirse en un espacio
más privado, señalan Fernando Devoto y Marta Madero (Editores) en Historia de la vida
privada en la Argentina. Tomo II. Cobra importancia el sistema simbólico de los elementos
arquitectónicos, sostiene Cristina E. Vitalote en La dimensión social del patrimonio. Tomo
III. Además de mudarse a ciertos lugares de la ciudad, las estructuras de sus casas estaban
desarrolladas especialmente en Francia.
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Respecto del consumo de bienes suntuarios o lujosos como la vajilla, platería y los buenos
modales serían el ámbito subsiguiente donde se lucharía por establecer las diferencias y las
pertenencias. Pero este no sería el único lugar donde se malgastaría una importante cantidad
del excedente de dinero apropiado, pues la vida privada, cotidiana y doméstica estaba repleta
de consumo ostentoso, suntuario e improductivo (Sábato, 1991). Conjuntamente con la
“respetabilidad” social (además de ser un requisito en la intimidad), era aquella familia “bien
constituida” (burguesa a la manera europea del siglo XIX) el modelo de esta clase social.
Si los veraneos representan otra de las formas propias de la intimidad social de los sectores
dominantes, los mismos ponían en contacto a las familias (permitiendo la posibilidad de un
noviazgo, cuestión que finalmente se vería destruida con la llegada del fin de la Primera Guerra
Mundial). Los noviazgos que se producían, con el consentimiento de los padres, poseían una
tendencia neolocal (establecer un hogar independiente) con una fuerte forma patriarcal
relacionada al poder económico de las familias que daba una estructura monolítica y autoritaria
(en el caso de las clase media mas pudientes o mejor acomodadas, la tendencia con sus
variantes sería análoga por cultura al de las clase alta; en cambio en las clase baja se daría
esta forma “patriarcal” por necesidad y no por elección cultural muy distinta a la forma patriarcal
de las clase alta-medias anterior a la Primera Guerra Mundial).
Los hombres encabezaban la familia, o en su defecto las mujeres viudas. Los hogares de la
elite señorial estaban constituidos por la familia, con el agregado de la servidumbre (ya fueran
familias de elite rural o urbana). Lo cual era indistinto dado que esas familias de elite rural, eran
terratenientes (poseedores de los campos, grandes estancieros) y vivían tanto en la ciudad
como en el campo simultáneamente (dado que el campo era su negocio burgués agrícola-
ganadero), de hecho estas familias adineradas de la ciudad eran las dueñas de los campos
más importantes y poseían importantes cascos de estancias.
En el período que va desde el fin de la Primera Guerra Mundial, hasta el principio de la
Segunda Guerra Mundial (1918-1939), la clase alta argentina recuperó su ritmo de vida
sosegado y sus más frívolas costumbres. Los hombres todavía conservaban viejas costumbres
que había impuesto la aristocracia de la generación de 1880 (practicar deportes al aire libre
como el críquet, bowling, golf, rugby, tenis, esgrima, polo, pato, remo, natación, hipismo y
pesas, siempre en clubes exclusivos. Jugar póker por la tarde con los amigos y billar o ruleta
por la noche; intercambiando opiniones de política y economía). Veraneaban en el Nahuel
Huapi, la Cumbre, Tandil, Necochea, Mar del Plata, en quintas cercanas a la capital o en los
campos de la provincia de Buenos Aires; en otros casos directamente lo hacían en Europa (esa
vieja costumbre de las clase alta, con circuitos turísticos que incluían las playas mediterráneas
y las pistas de ski suizas o austríacas, se efectuaban compras de mobiliarios extranjeros en
París o Londres). Todo esto solo hacía poner más en evidencia la dependencia de la clase alta
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argentina de la economía (inglesa) y la cultura (francesa) del viejo continente, como sostiene
Andrés Carretero en Vida cotidiana en Buenos Aires. Tomo III.
En el año 1930 la clase alta argentina y sus afanes culturales, como vivían y habitaban los
espacios domésticos, fue narrado por Victoria Ocampo (1890-1979), ensayista argentina, quien
escribió inmejorablemente, la vida de estas clases desde adentro, en su libro autobiográfico. Su
casa de Buenos Aires estaba situada en la calle Florida, casi Viamonte.
En los años treinta, los salones de Victoria Ocampo se transformaron en el centro de la cultura
francesa en Latinoamérica.
La escritora Alicia Jurado, no menos importante que Victoria Ocampo, ha realizado aportes con
respecto a la clase alta. La casa de su abuela, donde vivió siendo niña, estaba situada en
Juncal 1223. Otros ejemplos de vida suntuosas y de recibir educación europea pueden
encontrarse en las familias Bunge, Uriburu, Justo, Roca y en la mayoría de los hombres que
participaron de la política y economía de la década de 1920, así como los que figuran en las
listas de socios del Jockey Club, de la Sociedad Rural Argentina y del Círculo de Armas.
Recordemos que antes de la vida suntuosa de la clase alta de Buenos Aires, esta
antiguamente habitaba la zona sur de la Plaza de Mayo de la ciudad (donde predominaban las
casas de patios, también conocidas como “casas chorizo”); y que luego se trasladó al norte por
causa de las enfermedades del sur (como la epidemia de cólera del año 1867 y fiebre amarilla
de 1871). Por lo que las clases más pudientes de la época abandonaron el barrio sur (el más
castigado por la epidemia) y construyeron su nuevo hábitat en el barrio norte.
A medida que se desplazaban hacia la zona norte de la calle Rivadavia, iban creando un nuevo
paisaje arquitectónico con nuevos ambientes; construyendo sus mansiones, abandonando los
antiguos estilos de vida en las “casonas coloniales españolas” o “casas patriarcales” que
respondían a una organización familiar extensa. Estas antiguas casas de varios patios (casas
chorizo), donde ocurrió – por ejemplo - la infancia de Victoria Ocampo, se transformaron luego
en conventillos u hoteles al ser dejadas en el sur por estas familias adineradas, para irse a vivir
al norte. Hasta 1880 aproximadamente, la casa patriarcal (casa chorizo), siguió siendo un
modelo para la clase trabajadora (proletariado inmigrante) al mismo tiempo que la burguesía la
abandonó, sostiene Rafael E. J. Iglesia en La vivienda opulenta en Buenos Aires: 1880-
1900. Hechos y testimonios.
Ya no serían las casas de una sola planta organizadas en torno a patios (antiguas casonas
patriarcales, de herencia colonial), que estas clases mas altas poseían, el estilo dominante
para sus nuevos hogares domésticos; sino las residencias de varias plantas, de organización
compacta, realizadas con materiales importados y en estilos europeos (generalmente
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franceses) en franca aceptación de las pautas culturales de los países rectores que eran
nuestros socios comerciales (ingleses en lo económico y franceses en lo arquitectónico,
artístico y cultural).
En tanto, las casonas dejadas en el barrio sur, de varias habitaciones, que habían pertenecido
a esta clase alta, pasarían a transformarse en los conventillos que alojarían a los inmigrantes
europeos. El resto de la población de clase baja y media-baja se asentaría en los barrios que
crecían hacia el sur de la ciudad, hacia Boca y Barracas. En tanto la clase media-alta lo harían
hacia Belgrano por el norte. Y las clase media-media hacia Flores por el oeste. Esto
paulatinamente daría forma a la ciudad de Buenos Aires que se conserva, con sus variantes,
bastante intacta hasta el presente. Su crecimiento se realiza con una acentuación de la
estratificación social, también a nivel habitacional y urbano.
Los efectos de este re-acomodamiento (por causa del cólera y la fiebre amarilla) determino que
se armara el escenario diferenciado y complejo de la vida privada de los sectores más
acomodados según principios sucesivos de higiene, sofisticación, gracia, coquetería y
frivolidad. Lo cual significaba que la higiene-doméstica, en principio, era parte del proyecto
socio-económico de su época, como lo describió Jorge Salessi en Médicos, maleantes y
maricas.
La disciplina de la “higiene” se inscribía en el proyecto científico humanista de la salud (además
del político, económico y cultural) que la generación de 1880 llevaba adelante. El agua
corriente, un servicio que se inicia en 1887 para el caso de la ciudad de Rosario y que se
desarrolla de forma desacompasada con el de cloacas representaba la entrada del moderno
servicio que se mezclaba con la persistencia del método tradicional (dado que el consumo de
agua de pozo todavía mantenía a ese bien como mercancía mediante la cual lucraba el
aguatero o especulaba el encargado del conventillo, y algunos inquilinatos tenían un solo pozo
de agua donde debían abastecerse por medio de sogas y baldes y en muchos casos solo para
beber y cocinar y si sobra algo para lavar ropa, etc.).
En 1870, en Buenos Aires el Ingeniero Bateman planificó el saneamiento de la ciudad. Hasta
1880 el agua se obtenía de cisternas, pozos y aguateros ambulantes. Ninguno de estos
métodos era higiénico. Entre 1885 y 1895 se instala un sistema de provisión de agua. En 1887
de un total de 36900 casas aproximadamente, 2500 no tenían agua y otras 26000
aproximadamente se surtían de aljibes o pozo y unas 8500 tenían instalada agua corriente (de
las cuales 5800 estaban en la zona antigua, o zona sur y las restantes 2700 estaban en la zona
nueva o zona norte). Para 1904 el 57% de las casas contaban con un servicio de agua
corriente, un 40% tenía pozos mientras un 1,2% seguía con aljibes y aún quedaban algunos
aguateros.
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Entre 1892 y 1898 la Argentina buscaba atraer inmigrantes con la imagen de un país salubre,
por lo que en 1892 la cantidad de casas provistas de agua corriente y dispositivos cloacales
eficientes aumentó en 150% con respecto al número del año anterior, lo cual significó una
verdadera revolución urbana en la ciudad de Buenos Aires. En 1910 la red cloacal ya estaba
bastante extendida.
Pero igualmente debemos señalar que los pozos negros fueron centro de atención durante el
período 1871-1914, en que se desarrollaron las tácticas político-higienistas, dado que se temía
que fueran origen del mal que se comunicaba (cólera), de las aguas servidas al agua de pozo
utilizada para beber.
Por lo que la separación del agua contaminada del agua potable sería un tema central para la
época porque tenía mucha importancia para la salud e higiene (ya sea por el uso del agua para
beber, preparar los alimentos, higienizarse y lavar la vajilla u otros enseres); pues en 1887 sólo
el 14% de las viviendas de la ciudad de Buenos Aires contaba con agua potable distribuida por
red, extendiéndose ésta a un 53% en 1910.
Salessi relacionó a Esteban Echeverría en El Matadero (de 1871) y su paradigma
Salubre/Insalubre, con el paradigma de Civilización/Barbarie de Domingo Faustino Sarmiento
en su texto Facundo (de 1845). En tanto “lo salubre” era identificado con lo “civilizado”, “lo
insalubre” era relacionado con la “barbarie”.
Incluso entre las relaciones políticas y los enfrentamientos entre Federales/Unitarios, otra de
las conexiones que se podían establecer estaba la del “Bárbaro = Insalubre = Federales” y la
del “Civilizado = Salubre = Unitarios”, que no nos detendremos a analizar.
Sobre esto es interesante la anécdota del 3 de febrero de 1870, entre el General Urquiza
(Caudillo Federal, supuestamente un sucio carnicero matarife, como lo hubiera descripto la
literatura de Echeverría) y Sarmiento, un representante de la civilización que tanto pregonaba.
Anecdótica es la historia que se relata cuando Sarmiento visitó la residencia de Urquiza (hoy
sede del museo: Palacio San José en la provincia de Entre Ríos). La cual cuenta como Urquiza
(un Federal) no tenía nada de “bárbaro” (e incluso nada de “sucio” matarife como lo suele
narrar la historia desde la visión unitaria); pues, el mismo Urquiza le hizo colocar una canilla
(con agua corriente) en el dormitorio donde se alojaría Sarmiento (para demostrarle que a
pesar de ser Federal era mas “limpio” y “civilizado” que los propios Unitarios porteños-
afrancesados). Pues su hogar fue la primera residencia de la argentina en contar con el
moderno y civilizado servicio de agua corriente por cañerías, un dato no menor para la
arquitectura argentina de la época.
50
Si el período de estudio comienza en el año 1880, la casa moderna como dispositivo social
tiene sus orígenes en 1870, argumenta Anahí Ballent en Historia de la vida privada en la
Argentina. Tomo III. Asimismo el hogar será un claro ejemplo de cómo se organizó la
“modernidad”, combatiéndose a la “barbarie” e imponiendo dispositivos civilizatorios (de higiene
doméstica entre otros), como lo sostienen Fernando Devoto y Marta Madero en Historia de la
vida privada en la Argentina. Tomo II.
Si el esquema Civilización/Barbarie se evidenció en los espacios interiores de los hogares de la
ciudad, esto también fue aplicable a los espacios exteriores de la ciudad y todo cuanto se
relacionó con los procesos de urbanización, dice Cristina E. Vitalote en La dimensión social
del patrimonio. Tomo III.
También los adelantos tecnológicos - como la luz eléctrica - combinados con el estilismo de la
cultura afrancesada de la época eran sinónimos de civilización y progreso. Ejemplos de las
publicidades siguientes de la época ilustran estos conceptos.
51
Imagen ( 26 ): Revista Fray Mocho. Década de 1910. La casa “Azareto Hnos.”
52
Imagen ( 27 ): Revista Fray Mocho. Década de 1910. La casa “Azareto Hnos.”
53
Imagen ( 28 ): Revista Fray Mocho. Década de 1910.
54
En 1880 coexistían mansiones de lujo de la clase alta (civilización/salubre) con conventillos
para la clase obrera (barbarie/insalubre) y algunas casas de vecindad de una clase media
(todavía muy pequeña y en formación). En tanto la clase alta adoptó como formas de habitar:
las mansiones, los palacios y/o palacetes y el petit-hotel (afrancesados), La clase obrera había
adoptado: el conventillo, la vivienda unifamiliar de material precaria, la casilla de madera y
chapa y el rancho.
Dentro de la ciudad, principalmente en el caso paradigmático de la ciudad de Buenos Aires
entre 1880 y 1900, si la vivienda es cobijo, territorio de ciertas actividades, signo y símbolo,
gasto; todo esto es arquitectura, sostiene Rafael E. J. Iglesia. En las viviendas opulentas,
argumenta el autor, que todas esas funciones se pudieron cumplir sin retaceos, para que la
misma sea considerada más o menos explícitamente como Arte de acuerdo con su función
simbólica (mientras que en las viviendas de los pobres, el gasto mínimo sólo les había permitió
acceder a un precario cobijo, las viviendas de la escasez sólo eran “construcciones”, pero no
“el arte de la arquitectura”).
Finalmente reflexiona Rafael E. J. Iglesia, que debido a la convergencia de ciertos hechos:
políticos (organización y manejo del gobierno, nacional y municipal); económicos (la
explotación de la riqueza ganadera por parte de muy pocos familias, menos de cien en la
ciudad de Buenos Aires y no mas de 400 en todo el país; la transformación de los bienes
inmobiliarios de bienes de uso a bienes de cambio, el centro del sistema crediticio hipotecario,
el lucro basado en el déficit habitacional producido por la inmigración); demográficos (el rápido
aumento de la población urbana); sociológicos (mayoría de extranjeros en la ciudad de Buenos
Aires, el acceso de comerciantes recién llegados a la aristocracia oligárquica, cuando aún la
oligarquía vernácula no se había consolidado como “aristocracia”); ideológicos (la vigencia del
progresismo como enemigo de la tradición, la adopción acrítica de la cultura europea); creó las
condiciones de existencia de la arquitectura doméstica de los ricos. Estos tuvieron grandes
posibilidades para satisfacer sus necesidades habitacionales.
A partir de 1880, las mansiones fueron una necesidad de la oligarquía y de la burguesía
adinerada. A principios de siglo se distinguen claramente tres tipos: el “palacio”, con jardines al
frente y al fondo, tal como se los veía en la avenida Alvear, el “hotel particuliére” en plena
ciudad y por último el “petit hotel” (solución para economías más medidas). En todos los casos
el espacio predominante es el gran salón, lugar de las recepciones y espejo del “status” de la
familia, de poco uso diario pero de fuerte valor iconogenético, argumenta Rafael E. J. Iglesia.
También la zona norte empezaba a recibir mejoras en los servicios. Primero las grandes
familias se trasladaron a la calle Florida y al barrio de la Merced, como señala Galarce, lo
recuerda Victoria Ocampo y lo memora Lucio V. Masilla. Historiando a la familia de los
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Anchorena, Sebrelli relata las mudanzas y las construcciones de los Palacios de los
Anchorena, ubicados en la Plaza San Martín , verdaderos “hoteles particulares” (Grand Hôtel
Particulier, petits hoteles y el hôtel privé francés) inspirados en los palacios franceses de la
época de Luis XV y Luis XVI explica J. Iglesia en La vivienda opulenta en Buenos Aires:
1880-1900. Hechos y testimonios con motivo de las 1º Jornadas de Historia de la Ciudad de
Buenos Aires organizada por el Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires.
Rafael E. J. Iglesia señala los casos de las viviendas construidas entre 1870 y 1911 en la
ciudad de Buenos Aires. Como el “Palacio Alvear”, en Cerrito y Juncal, obra del arquitecto Juan
Buschiazzo (demolido). Otras dos casas del mismo arquitecto: las de Carlos Casares Ocampo,
en Arroyo y Cerrito y de María Unzué de Alvear, Avenida Alvear 29/85 (ambas demolidas).
Otros palacios excepcionales como el de los Pereyra Iraola del arquitecto Ernesto Bunge
(demolido). También la casa de la familia Barrenechea, en Avenida Callao y Vicente López y de
la familia Legarreta, ambas del arquitecto Juan Buschiazzo (demolidas). Otros ejemplos, del
que quizás fue el arquitecto mas famosos: Alejandro Christophersen (el antiguo “Hôtel
Particulier” de Antonio Lelor, hoy Circolo Italiano en Libertad 1270 y el Palacio de la familia
Anchorena, hoy Palacio San Martín, sede del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto). Mas
ejemplos lo conforman la expropiedad de la familia Paz, hoy Círculo Militar, en Plaza San
Martín; proyectado por el arquitecto Louis Sortais. El palacio Ortiz Basualdo (hoy embajada de
Francia), en Arroyo y Cerrito, obra del arquitecto Pablo Pater. El palacio de la señora Inés Ortiz
Basualdo de Peña sobre Plaza San martín de Buenos Aires, obra del arquitecto Jules Dormal
(hoy demolido). El “Hôtel Privé” de la condesa de Sena, en Montevideo 1572. Buenos Aires,
obra de los arquitectos Lanas y Hary (hoy demolido). Fuera de la ciudad de Buenos Aires y en
el mismo período, el autor señala la importancia de las residencias de campo y casas-quintas
como ser la casa de campo en la provincia de Buenos Aires de la familia Tornquist – en Sierra
de la Ventana -, obra de C. Nordmann; y el casco de la estancia Huetel, de Carlos María
Casares, obra del arquitecto Jacques Dunant. Las dos casas-quintas tradicionales como la
residencia “El Talar” de la familia Pacheco Anchorena en General Pacheco – Tigre -; y el
Palacio Miraflores de la familia Ortiz Basualdo en el barrio de Flores. La villa Ortiz Basualdo en
Mar del Plata, obra de los arquitectos Luis Dubois y Pablo pater.
Cuando la gran burguesía adoptó el hotel y el palacete, los territorios interiores se demarcaron
con rigor, hasta que se impuso el modelo francés (nuestros ejemplos más sensacionales son
del siglo XX, como la residencia del matrimonio Errázuriz Alvear, entre otros), con un subsuelo
de servicio, una planta noble de recepción, con gran hall de escalera, salas de recepción,
comedor, saloncitos, jardín de invierno; una planta para los dormitorios principales y recibo
íntimo y un ático o buhardillas (detrás de la mansarda) con habitaciones de servicio. Existen
otros relatos que así lo confirman. Algunos palacios excepcionales, como el de los Pereyra
Iraola en Esmeralda y Arenales (hoy demolido) son buenos ejemplos de los espacios
necesarios para que la alta burguesía practicara las nuevas costumbres y demostrara que
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“estaba en la cosa” adoptando modos europeos, fuente de todo prestigio, señala Rafael E. J.
Iglesia. Cabía cualquier estilo (desde el Renacimiento hasta el borbónico), aunque en
Argentina, hasta fines del siglo XIX hay que relativizar eso del “gusto personal del arquitecto”,
sostiene al autor; en realidad, aquí, la decisión estilística (cosmética) está en manos del
comitente “ilustrado”.
Ya entrado el siglo XX las preferencias, tanto de comitentes como de arquitectos se deciden
por los borbones franceses y el eclecticismo acostumbrado pierde algo de la libertad que tenía
cuando era menos erudito, menos formal, más ignorante. Entonces se gesta el academicismo
(sin academia local) que los ricos prefirieron hasta casi 1930, cuyo mejor exponente fue el
Arquitecto Alejandro Christophersen.
Estas grandes casas (palacios y pequeños hoteles), ya ubicadas en zona norte, constaban de
dos o tres niveles, con jardín al frente o junto a las medianeras y en la parte posterior. En la
zona cercana a la calle estaban las salas, el comedor, a veces la biblioteca. Como la vida
social había adquirido un gran desarrollo, la casa tenía espacios “particularizados” según el tipo
de visita y la hora en que se recibía: cuartos espaciosos sólo para descansar, zona de
recepción para las grandes reuniones o sala para tomar el té. En el primer piso estaban los
dormitorios, con baño instalado, guardarropas y lencería.
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Imagen ( 29 ): Revista Fray Mocho. Década de 1920. Publicidades de galletitas “Bagley”.
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Imagen ( 30 ): Revista Fray Mocho. Década de 1920. Publicidades de galletitas “Bagley”.
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Imagen ( 31 ): Revista Fray Mocho. Década de 1920. Publicidades de galletitas “Bagley”.
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Imagen ( 32 ): Revista Fray Mocho. Década de 1920. Publicidades de galletitas “Bagley”.
Respecto de los demás ambientes, cada uno tiene su función estrictamente asignada, ejemplo:
luego de la cena, los caballeros pasan al fumoir (las damas no, porque no fumaban en esa
época); ellas van al “petit salón”, a conversar de cuestiones femeninas; si hay baile o concierto,
más tarde damas y caballeros vuelven a reunirse en el salón.
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Todo acompañado por una creciente imitación de costumbres europeas, transculturación y
emigración mediante. Todo estos cambios, convergieron en una resemantización de la
vivienda, a la condición de “objeto de uso” de la casa (antigua casona de herencia colonial
española o casas patriarcales), se le agregó la de “signo” de su situación social (la casa y sus
ambientes como símbolo de clase social, prestigio y status socio-económico y cultural).
Cuenta Sebrelli, que Tomás Manuel de Anchorena (perteneciente al viejo patriarcado) no
deseaba en su casona premoderna de Cangallo 97, donde había vivido, ni lujo ni aparato (solo
la casa como un objeto para ser usado, de estilo sencillo, citado por Rafael E. J. Iglesia). Estas
tipologías de “casas chorizo” (tipología premoderna, de patio lateral y cuartos en ristra) con
galería (del viejo estilo colonial) llegaban a tener en algunos casos hasta 17 habitaciones, 2
cocinas, 2 cuartos de baño, 3 patios (con puerta de hierro en el 2do. y el 3er. patio), 2 aljibes,
aguas corrientes, y otras comodidades para la época (que nos hablan de sus dimensiones y
capacidades de albergar personas).
Pero sus descendientes, como Aarón de Anchorena, buscarían de sus hogares el lujo, brillo y
confort (valor simbólico de clase social, prestigio, status socio-económico y cultural como ya se
aclaró), explica Napoleón Baccino de Ponce León en Aarón de Anchorena. Una vida
privilegiada.
La exhibición del rango social, a través de la ostentación de riquezas se hizo presente en la
nueva arquitectura ecléctica; dado que las nuevas generaciones de elite necesitan ser
reconocidos nuevamente y donde los recién llegados a la cima también necesitan ser
reconocidos rápidamente (como Aarón de Anchorena). Así las grandes mansiones
afrancesadas tuvieron sobre todo una función predicativa, señalar que el propietario era “gente
bien”; función ausente en la casa patriarcal, donde el apellido bastaba (como el de Tomás
Manuel de Anchorena). Así, estos palacios de herencia francesa Luis XV y XVI (como objeto de
símbolo de status), además de servir para vivir, servía para ostentar el prestigio socio-
económico y cultural de quien lo habitaba.
En estos palacetes, pequeños hoteles u hoteles particulares, asume una función semántica
muy fuerte (en las antiguas casonas coloniales alguna vez se usaron los blasones o escudos
de armas de cada linaje, que se colocaba sobre la portada, y era un antiguo signo hispánico).
Pero el mensaje que emite el “hôtel privé” o el palacio no se refiere sólo a un estilo, o a un país;
estas denotaciones son rápidamente superadas, lo que importa es la situación social que
connota su presencia. Es una manera de mediatizar el conocimiento de la realidad inmediata;
antes, la situación social se conocía directamente porque se conocía el origen (el apellido), la
trayectoria y el comportamiento de cada uno (como la Atenas clásica), argumenta Rafael E. J.
Iglesia. La mansión opulenta sustituye ese conocimiento cara a cara (posible en la Gran Aldea,
pero imposible en una ciudad que en 1900 llegó al millón de habitantes), el signo predica: “casa
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suntuosa igual ciudadano importante” (Rafael E. J. Iglesia, 1985). El tamaño y la cosmética,
fueron resultado de esa necesidad predicativa.
En esta mezclas de los palacetes (lo nuevo europeo, de origen francés) con la tradición
patriarcal (lo viejo europeo, de origen español); se produce una mixtura donde los patios, muy
disminuidos, siguen alineados según un eje perpendicular a la línea de fachada, los dormitorios
se ubican en la planta alta y aparecen nuevas habitaciones con nuevas funciones: la gran sala
de recepción y sus espacios sirvientes (vestíbulo, antesala, saloncitos y hall de escalera) y el
comedor.
En ellas se introdujeron ambientes suntuosamente ornamentados y provistos de lujo y confort
como todavía no los tenían en Europa, argumenta Elisa Radovanovic y Alicia Busso en La
vivienda obrera en Buenos Aires en la década de 1880.
Comenzó así una mutación que habría de culminar en una extensa diafragmación de los
espacios interiores, cuyos centros son la sala de fiestas y el comedor, a los que se accede a
través de pequeños espacios sirvientes enhebrados como un rosario y con funciones (a veces
arbitrariamente) diferenciadas: fumar, charlar, tomar, café, etc. Estas nuevas “formas de
habitar” requerían boato, ostentación, formalidad e individualidad; puede que, como dice Ortiz,
sostiene Rafael E. J. Iglesia, esto sea una evidencia más (arquitectónica) del individualismo
imperante en la época. Tal como la vida privada de la oligarquía lo necesitaba (basta recordar
la vida de la niña Victoria Ocampo, que transcurría de institutriz en institutriz, de maestra de
inglés, a maestro de piano y de ahí a maestra de francés y de español, y nuevamente de
catecismo a cuantas otras actividades más; una vida llena de formalismos e individualismos,
señala el autor). El viejo grupo familiar ligado por lazos de afecto y sangre, fue reemplazado
por un conjunto donde los intereses individuales estaban mantenidos por la fortuna común.
Quizás la ostentación y el eclecticismo se unieron con significativa fuerza en el mobiliario. En
1887 en el remate del moblaje del exMinistro de Hacienda de la Provincia de Buenos Aires,
Eulogio Enciso, Ballini, Muro y Cía., describieron los estilos: desde el Renacimiento francés
hasta una sala japonesa, sin faltar los luises XIV y XV. En la casa de Montefiori (como en la de
los Alvear-Elortondo) las obras de arte eran signos de “educación y de gusto artístico”, lo que a
su vez refería a “aristocracia”, sostiene el autor (porque el arte, más que un bien de uso, de
contemplación y goce, era un signo de situación social).
Entonces el habitar, ya no fue un habitar “en familia”, sino un habitar “individual” en medio de
una familia unida por lazos legales y económicos. Los rituales familiares asignaban a cada uno
un rol determinado (e inflexible). La figura del padre es autoritaria pero ausente. La función
protectora de la casa pierde la calidez de la casa patriarcal y sus espacios son recordados
63
como “muy altos”, “oscuros” e “inaccesibles” (Silvina Ocampo, s/f, citado por Rafael E. J.
Iglesia, 1985).
Las mujeres se daban cita para la hora del té en el Plaza Hotel para celebrar el regreso de
Europa de alguna amiga o en las frecuentes fiestas de beneficiencia. Por su parte los hombres
se encontraban en algún club masculino (en Buenos Aires los más importantes eran el Círculo
de Armas, El Progreso y el Jockey Club). Todo esto lugares componían el ámbito de la elite
que copiaba de Europa todo aquello que simbolizara bienestar y refinamiento. Este
asemejarse, emular a Europa, constituía un modo de expresar la riqueza y el poder y sobre
todo una manera de identificarse con “un mundo civilizado” (Graciela Elena Caprio, 1985).
También debemos señalar que el ámbito de la elite excedía los límites de la ciudad, ya que
incluía también las “quintas” y las “estancias” (como la “Quinta Jovita” de Don Rufino de la
Torre Haedo y Doña María Cipriana Soler Otálora, decretada Museo Histórico de Zárate y la
llamada “Estancia Candelaria” de Don Orestes Piñeiro y Candelaria del Mármol).
En la ciudad, en la quinta o en la estancia de campo una constante caracterizó a estos palacios
franceses (pequeños castillos en algunos casos); todos fueron residencias, casas u hogares de
la alta burguesía argentina del período analizado.
Entonces: ¿Como definir adecuadamente aquello que denominamos como hogar o casa de
residencia doméstica, lugar que habitamos, arquitectura, refugio, resguardo? Realizaremos a
continuación varias definiciones, desde distintos enfoques teóricos, que nos aproximan.
Para lo cual inicialmente se ha partido de los estudios sobre la cultura y la vida cotidiana, de
autores extranjeros (Berger y Luckmann, 1978), (Philippe Ariès y Georges Duby, 1989),
(Michael de Certeau, 1996/99) y (Pierre Bourdieu y Eagleton, 2003); y luego se ha seguido con
autores nacionales referidos a las formas de habitar doméstico (Leandro Gutiérrez, 1985), (J.
Sebreli, 1986), (Diego Armus y Jorge Enrique Hardoy, 1990) y (Andrés Carretero, 2000).
Ya sea que la casa o el hogar doméstico se analice como “dispositivo social” (Anahi Ballent,
1999) o como “dispositivo arquitectónico” (Pancho Liernur y Fernando Aliata, 1999), o como “un
constructo” (u objeto simbólicamente construido por cada sociedad) de una emoción más o
menos intensa (Roger Silverstone, s/f. Citado por Gonzalo Aguilar, 1999); no deja de ser una
entidad compleja de análisis (que evidencia la necesidad de la interdisciplinariedad). Pues el
hogar es mucho mas que su arquitectura o construcción edilicia, es un lugar social (de clases
en el sentido sociológico), es un refugio (no solo físico, sino psicológico). También es uno de
los elementos significativos de todo proceso de conformación y estructuración urbana (David
Kullock, 1985).
64
El hombre crea “cultura” cuando construye su vivienda (Antonio Donini, 2006), la vivienda es
aquel centro espacial de la vida cotidiana (Agnes Heller, 2000).
La cultura y la vida cotidiana, viene siendo tema de estudio desde hace varios años por
diversos autores extranjeros, de los cuales podemos citar a quien quizás fue uno de los mas
importantes: Michael de Certeau en La invención de lo cotidiano. Tomos I – II. Quien a partir
de 1980 ha escrito sobre estas cuestiones, con un nivel de investigación realmente notable. En
1987, otros franceses, Philippe Ariès y Georges Duby en Historia de la vida privada. Tomos I
– X realizaron un estudio con carácter panorámico (que abarcaba el período comprendido
desde el Imperio romano hasta el Siglo XX).
Por otro lado, Pierre Bourdieu ha escrito sobre el tema en el artículo: “Doxa y vida cotidiana:
una entrevista” (8); donde establece lo que llama “estructuras sociales incorporadas”, que
refieren al mundo de sentido común a partir del “habitus” (lo cual cito en su obra La distinción).
En esta perspectiva, la “doxa” implica un conocimiento práctico del mundo social (Bourdieu y
Eagleton, 2003).
¿Hasta donde podemos decir que son útiles los estudios de autores franceses a nuestra
realidad argentina? Nos atrevemos a decir que mucho, dado que (desde el período 1880 donde
hemos iniciado nuestros estudios), la sociedad argentina, en especial la alta burguesía, ha
estado “culturalmente” dependiente de los franceses (autores nacionales como Victoria
Ocampo así lo ratifican en sus escritos). Esto ayudo, desde las altas esferas de poder, a
consolidar un patrón o un modelo “deseado” de vida cotidiana (doméstica y privada). Que se
vio entrecruzado por otros modelos europeos (de menor capital económico en su producción
simbólica, pero no de menor valor cultural), la de los españoles e italianos inmigrantes. Ello
trastocó nuestra realidad profunda del pasado siglo XX, y formó los cimientos o bases de
nuestra cultura doméstica y de lo que podríamos definir como parte de la “identidad” Argentina.
Desde un punto de vista nacional encontramos el trabajo de Andrés Carretero en Vida
cotidiana en Buenos Aires. Tomos I - II - III quien desde 1810 hasta 1970 investiga la vida
cotidiana en la Buenos Aires, paradigma de la urbanización nacional; aunque
sorprendentemente sus apreciaciones refieren más a la “vida cotidiana pública” que a la “vida
cotidiana privada”. Pero no fue el único, pues años antes, Ricardo Rodríguez Molas en Vida
cotidiana de la oligarquía argentina (1880-1890) ya había comenzado a escribir lo que sería
parte del Tomo II de Andrés Carretero. Esto bien podemos complementarlo con un análisis mas
sociológico, que lo podemos encontrar en Sebreli, J. en Buenos Aires, vida cotidiana y
alineación.
8 Bourdieu, P. y Eagleton. “Doxa y vida cotidiana: una entrevista”, en Zizek, S. (Comp.). Ideología. Un mapa de la
cuestión. Editorial FCE. Buenos Aires. 2003.
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Otros ejemplos de autores que hacen referencia a la vida cotidiana, ligada a la cultura del
habitar doméstico y la vida cotidiana material (desde una concepción arquitectónica) es Diego
Armus y Jorge Enrique Hardoy en Conventillos, ranchos y casa propia en el mundo urbano
del novecientos. Otro caso es el de Diego Armus en un Un balance tentativo y dos
interrogantes sobre la vivienda popular en Buenos Aires entre fines del siglo XIX y
comienzos del XX. También Gutiérrez L. escribe en Vivienda, política y condiciones de vida
de los sectores populares, Buenos Aires 1880-1930. Por citar solo algunos ejemplos.
Pero si lo que queremos es el estudiar la “vida cotidiana” ligada a los objetos (artefactos o
productos industriales) en un plano histórico-internacional, tránsito obligado es Siegfried
Giedion en La mecanización toma el mando:
“han conmovido nuestro modo de vivir hasta sus mismas raíces. Son cosas modestas de la
vida cotidiana” (9). Esta obra es muy útil para establecer paralelismos con Argentina del período
estudiado.
Todo esto, nos habla de la importancia social de estos estudios y sus relaciones con la vida
cotidiana y la cultura material doméstica tangible (casa, hogar, mobiliario, artefactos, objetos,
utensilios y otros productos).
Ingresamos al “dispositivo social” (elemento humano) desde el Marco Teórico de Gandolfi /
Bernatene / Ungaro / Garbarini (1997-2000) del Proyecto acreditado (B-098) de la Secretaría
de Ciencia y Técnica, Facultad de Bellas Artes, Universidad Nacional de La Plata: "Objetos de
Uso Cotidiano en el ámbito doméstico de la Argentina 1940-1990 (II)”. Debemos observar
aquí todo cuanto refiere a la construcción de la subjetividad que el usuario realiza sobre los
objetos, utensilios, artefactos, productos, muebles, electrodomésticos y otros.
Asimismo los autores Berger y Luckmann en La construcción social de la realidad sostienen
– desde la sociología - que el análisis fenomenológico es el método más conveniente para
trabajar sobre la vida cotidiana. Pero es quizás Michael de Certeau – ya citado - uno de los
grandes innovadores metodológicos y pionero en las investigaciones del conocimiento de la
vida cotidiana, haciendo las veces de: historiador de la sociedad, teólogo, lingüista,
psicoanalista lacaniano, estadígrafo, antropólogo, sociólogo, discípulo de varios intelectuales
(Freud, Foucault y Bourdieu por citar los más importantes en su trayectoria). Aunque para el
(Tomo II), participaron en su elaboración Luce Girad y Pierre Mayol (por razones de simplicidad
lo hemos llamado simplemente Michael de Certeau (Tomo II)).
Michael de Certeau (Tomo I) contribuiría positivamente con las “ciencias humanas” (sociología,
etnología, historia y antropología cultural) en el conocimiento de la “cultura ordinaria”, para lo
9 Siegfried Giedion. La mecanización toma el mando. Editorial Gustavo Gili. Barcelona. 1978. (pp. 18).
66
cual se basó en la etnografía entre otras teorías como el psicoanálisis. Por eso, por el abanico
de sus intereses en el campo del conocimiento, el entrecruzamiento de los métodos de análisis
que practica sin encerrarse en ninguno de ellos – pese a la fuerte presencia de la etnología -, el
autor se ha visto en sus estudios posicionado en el centro de varias disciplinas.
Como señala Luce Girad en la Presentación a su libro, Michael de Certeau (Tomo I) pone el
acento en la cultura común y cotidiana y su apropiación (o “manera de hacer” de la vida social).
Michael de Certeau (Tomo I) habla de las prácticas del caminar, cocinar y otras (dormir,
comer), lo que el mismo define como un arte de utilizar o “artes de hacer”; o lo que es lo mismo,
llama a estas “prácticas cotidianas” (cocinar y comer, por ejemplo) como “maneras de hacer” o
“maneras de utilizar” los objetos, utensilios, artefactos y otros muebles en general. El autor
llama a las “prácticas cotidianas” (en su abundancia inventiva) como “procedimientos” de sus
consumidores.
Pero si de “prácticas cotidianas” – y valga la redundancia – de la “vida cotidiana” se trataba,
podemos referenciar a M. de Certeau, parafraseando a los autores Fabio Grementieri y Xavier
Verstraeten en Grandes Residencias de Buenos Aires. La influencia francesa cuando
sostiene que: “También hubo otra faz, brillante, que nadie recuerda hoy y que se extendía a la
vida cotidiana y social. Había días de “recibo” con fecha predeterminada para los que no se
necesitaba invitación, pues estaba sobreentendido que sólo acudían los amigos” (10
).
Para M. De Certeau (Tomo II) las “maneras de hacer” son asimismo un “capital simbólico”. Lo
que M. De Certeau (Tomo I) dice sobre los usuarios de dichos dispositivos tecnológicos, es que
los simbolismos que les son impuestos son objeto de manipulaciones por parte de los
practicantes (que no son sus fabricantes), lo cual bien podríamos denominarlo como el
nacimiento de un saber sometido de la gente, según Michael Foucault en Microfísica del
Poder.
Pareciera ser que estos “saberes de la gente” de Foucault son los “saberes cotidianos”, como
señalan Rosario Bernatene y Fernando Gandolfi (saberes que no desarrollan teoría o
episteme).
Bien podríamos llamar a la metodología del estudio del “dispositivo social” como “genealogía
(en honor a Foucault) etnológica (en honor a M. de Certeau) de la vida privada, cotidiana y
doméstica”.
Es por ello que usando lo que denominamos como la “genealogía (Foucault) de la masas (M.
De Certeau)” es como accedemos a los usos (maneras de emplear la cultura “tangible” e
10
Fabio Grementieri y Xavier Verstraeten en Grandes Residencias de Buenos Aires. La influencia francesa. Ediciones Larivière. Buenos Aires. 2008. (pp. 17).
67
“intangible” producida por la elite) que debe ser estudiada a la luz de la arqueología de
Foucault en las “prácticas reales y efectivas” (Foucault), o “prácticas efectivas” (M. De Certeau),
lo que es el equivalente de los “actos de uso” para Rosario Bernatene y Fernando Gandolfi en
La insoportable densidad de las cosas. Artefactos y paisaje doméstico en la Argentina
del siglo XX.
Entonces ahora hablamos de las “prácticas reales” de Foucault o “prácticas efectivas” de M. De
Certeau o “historia de las apropiaciones” de Bernatene / Gandolfi.
Estas prácticas reales y efectivas son “partes”, fragmentos de un “todo” mucho mas basto, rico
y profundo. Encontramos tanto en Foucault y en M. De Certeau (Tomo I) la unión de esos
“fragmentos” del rompecabezas. Lo que M. De Certeau describe siguiendo a Bourdieu. Y que
nosotros intentamos, como ello, hacerle el honor a Philippe Ariès y Georges Duby en Historia
de la vida privada. Tomo IX. Recomponiendo los fragmentos del “todo casa”, su arquitectura y
sus restante “todo” (objetos, productos, mobiliario y artefactos), como lo describiera Siegfried
Giedion en La mecanización toma el mando.
Los “fragmentos” del habitar doméstico lo podemos encontrar en la producción teórica
autónoma, local, en la idea de Foucault (una forma de conocimiento cotidiano presente en las
prácticas u artes cotidianas de la cocina, la limpieza, o la costura).
Ya sea porque la casa u hogar adonde se lleva adelante la vida privada es un “constructo
simbólico” (producto antropológico), o porque es un lugar intangible del “imaginario social” de
las clases (producto sociológico), no menos real que el espacio tangible o físico (producto
arquitectónico). A la vez de un lugar que cumple funciones materiales de “abrigo físico”
(resguardo climático) y de “guardado de objetos” (artefactos, productos, muebles, arte y demás
objetos), como funciones inmateriales (psicológicas y del imaginario social) en las que cada
cultura escoge sus símbolos según sus cánones históricos (por lo cual su significado varía de
una a otra sociedad, sujeto a los cambios de los patrones culturales), sostiene Jorge Francisco
Liernur en Casas y jardines. La construcción del dispositivo doméstico moderno (1870-
1930).
También es cierto que la vida privada misma no es una realidad natural que nos venga dada
desde el origen de los tiempos, sino más bien una realidad histórica construida de manera
diferente por determinada sociedades (Antoine Prost, 1989).
Señalan que en este lugar protegido, espacio privado, territorio personal, es donde se inventan
“maneras de hacer”, Michael De Certeau en co-autoría con Luce Girad y Pierre Mayol en La
invención de lo cotidiano. Tomo II.
68
La vida privada se construye con la intimidad, como el índice de la vida moderna, Gonzalo
Aguilar explica - a partir de Hannah Arendt - en Historia de la vida privada en la Argentina.
Tomo III.
Asimismo, Antonio Donini en La Dimensión social del patrimonio. Tomo II, sostiene que el
hombre “crea” cultura cuando construye su vivienda, centro espacial de la vida cotidiana según
Agnes Heller en Sociología de la Vida Cotidiana.
El hombre construye su cultura, sostienen Berger y Luckmann en La construcción social de
la realidad; del mismo modo que la categoría “ciudad” (por ende el hogar doméstico) pasa a
ser un objeto construido, sostiene Carlos Herrán en La ciudad como objeto antropológico.
Por otro lado, podemos asegurar que la noción de vivienda popular es una construcción teórica
socio-cultural para Liernur, donde se combinan avances técnicos con la transformación de los
modos de vida doméstica según Anahi Ballent. Desde una perspectiva antropológica, podemos
considerar el proceso de urbanización de la ciudad de Buenos Aires, a fines del siglo XIX y
comienzos del XX, como un cambio profundo y trascendental que provocó las consiguientes
respuestas de adaptación cultural en los grupos que habitaban la ciudad, analiza Graciela
Elena Caprio en Consecuencias culturales del proceso de urbanización, Buenos Aires
1880-1910.
El hogar, como construcción “material” y “simbólica” es un emblema de la cultura, de ciertas
clases sociales (en el interior del habitar doméstico), para María Isabel Tello Fernández en La
dimensión social del patrimonio. Tomo III. En tanto es importante el conjunto o sistema
simbólico y expresivo de elementos urbanos-arquitectónicos (exteriores del habitar doméstico),
para Cristina E. Vitalote en La dimensión social del patrimonio. Tomo III.
En el domus (casa familiar) se define el hábitat humano, para Alberto de Paula en La
dimensión social del patrimonio. Tomo I. La casa es “forma” pero no “contenido”, sostiene
Michael De Certeau en La invención de lo cotidiano. Tomo I. Su contenido se lo dan las
personas que en ella habitan.
Por eso podemos decir que las funciones de la “casa” (Liernur y Aliata, 1999) no son las
mismas que las del “hogar” (Ballent, Silverstone, 1999), aunque algunas se superpongan,
como: resguardo físico y material del entorno natural (geográfico-climático) y protección
psicológica del entorno artificial (social-humano) donde se lleva adelante la vida privada.
La casa representa la acción de “abrigo” (extensión cultural del tejido o textil) y “guardado”
(extensión cultural del cofre). En este sentido la casa es culturalmente lo mismo que otros usos
sociales establecido (pero con ampliación de escala), argumenta J. F. Liernur.
69
Y en este sentido con el tema de investigación aquí propuesto el concepto de “paisaje” (lugar
donde la cultura se despliega) definido como “constructo cultural” el que se adapta a la categoría
de “paisaje cultural” (no natural, sino artificial) y permite ampliar el estudio del paisaje de objetos,
artefactos y productos del mobiliario doméstico, a la categoría de Patrimonio Cultural (por sus
implicancias simbólicas), según María Isabel Hernández Llosas, en La dimensión social del
patrimonio. Tomo II.
Argumenta Daniele Baroni en el artículo “Arquitectura interior” de la revista Summa Nº 194, que
Mario Praz, parafraseando a Swedenborg, sostiene que la casa es la proyección del cuerpo de
quien la habita; el ambiente “es, más bien, un potenciamiento del alma, (…) El ambiente se
convierte en un museo del alma, en un archivo de sus experiencias” (11
). Esta expresión del
“alma” de Praz, traída a colación por Daniele Baroni, es usada nuevamente por Piera Scuri en
otro artículo sobre “Arquitectura interior”, pero esta vez de Summa Nº 198 (12
).
En el hogar co-habitan paralelamente dos dimensiones distintas de la vida privada: las
funciones materiales o tangibles de una casa (como espacio “físico” tridimensional) y las
funciones inmateriales o intangibles del hogar (como un lugar más allá de lo físico, un lugar al
cual se accede: cultural, simbólica y psicológicamente). En este ultimo sentido, este lugar
protegido, espacio privado, territorio personal, es donde se inventan “maneras de hacer”
(Michael De Certeau y Luce Girad y Pierre Mayol, 1999).
Para el mismo Michael De Certeau en La invención de lo cotidiano. Tomo II sostiene que el
indicador hogareño de la casa es: su ubicación geográfica en la ciudad (microcentro, suburbio,
etc.), la arquitectura de la edificación y el estado de conservación, la disposición de los
ambientes, piezas y habitaciones (en cuanto cantidad y tamaño), el equipamiento de
comodidades en cuanto cantidad y calidad de los mismos (tipologías, diseños, estilos y
materiales de los objetos, artefactos, productos y muebles), etc.; son todos “indicadores”
(económicos, de status social, etc.) de sus ocupantes.
Sostienen Fabio Grementieri y Xavier Verstraeten en Grandes Residencias de Buenos Aires.
La influencia francesa que cuando los argentinos de la Generación de 1880 viajaban a
Europa a fin del Siglo XIX, ya fuera por razones políticas o turísticas, llevaba en el recuerdo la
austeridad de sus modestas casas coloniales de doble patio y techos de tejas; y, como único
lujo, el esplendor y los dorados del interior de las iglesias. A su regreso de Europa, en especial
a comienzos del Siglo XX, trajeron inicialmente muebles pesados, con mucha ornamentación,
11
Daniele, Baroni. “Interiores”, en revista Summa. Nº 194. Buenos Aires. 1984. (pps. 23-28). 12
“Praz habla como “cultor” de la casa y él mismo revela, por experiencia directa, qué relaciones íntimas pueden ligar al hombre con su casa. Aparte del carácter idealista de su escrito, en el que aparece a menudo el término “alma”, recordemos que en este sentido ha tenido intuiciones justas.” Scuri, Piera. “El espejo rococó”, en revista Summa. Nº 198. Buenos Aires. 1984. (pps. 50-56).
70
neorrenacentistas italianos y españoles, victorianos, y posteriormente muebles franceses del
desde el siglo XIX inspirados en el Siglo XVII, voluminosos y recargados.
Esto nos remite a considerar que la burguesía se apoderó del eclecticismo estilístico que
variaba desde los neoLuises XIV, XV y XVI hasta terminar en el neoImperio (13
). A estas
13
Luis XIV [1643 hasta 1715]: Fue un estilo potente, suntuoso y masculino, propiamente Barroco. En épocas de las cortesías, las grandes ceremonias, y el esplendor de la corte. Del Rey Sol, que irradiaba esplendor, a partir de este concepto se generaron muebles muy suntuosos; generalmente más anchos que los de la corte de «Luis XIII» (con el objetivo de ser capaces de albergar los voluminosos trajes de la época). El Rey fue la encarnación del Poder en la tierra, adquiriendo la realeza el aspecto de Gracia Divina de lo Sobrenatural. La potencia, como criterio estético. Previamente se produjo el estilo Berain (mezcla extraordinaria de motivos fantásticos, vegetales y animales). Con el Luis XIV, la envergadura y suntuosidad de la vida cortesana, proporcionaban un generoso mecenazgo a artistas y maestros-artesanos, que culminó con la creación de manufacturas financiadas y controladas por la corona; la más famosa fue la de Los Gobelinos, fundada en 1667, donde trabajaban ebanistas y orfebres. Charles le Brun, el principal ebanista de la corte de Luis XIV, director de la manufactura de Los Gobelinos (trabajó con un equipo de artistas, decoradores y grabadores). Al Caer el sistema absolutista, bajo el impacto de la Revolución Francesa (1789-1799), las antiguas manufacturas reales que sobrevivieron, hubieron de adaptarse a la competencia comercial (al tiempo que sus diseñadores dejaban de ser funcionarios de la corte, para convertirse en empleados independientes). El mobiliario «Luis XIV», presentó un predominio de la curva S o doble C, con patas cabriolé sujetas por chambranas en H y X-serpenteada, terminadas en forma de garra de león, con un pequeño simil estípite y hojas talladas en la rodilla. Los apoya brazos en voluta, profusamente tallados, con las ya conocidas hojas de acanto y de olivo. Los respaldos suelen terminar en su parte superior en un frontón tallado. Algunos modelos acolchados, ya no presentan chambranas (anticipando al «Luis XV»), con un frente de asiento decorativo. Otros modelos tapizados, eran de respaldos rectos. Fue un estilo pesado, de género curvo-masculino (a diferencia del «Luis XV» que era de género curvo-femenino y del «Luis XVI» que era de género recto-femenino). Como vemos existen diferencias sustanciales, mientras el «Luis XIII», era del género recto-masculino. Por eso decimos que el «Luis XIV», fue morfológicamente pesado, curvo-masculino. En este período se introduce el «sofá» que no analizamos porque representa más un mueble para semi-sentarse, semi-recostarse que exclusivamente para sentarse. Al igual, el «canapé», son una clase de sofá que poseen en el respaldo indicado el número de plazas. La conocida «chaise-longue» (o silla-larga), era la suma de una bergere + butaca (del tipo evolucionado a partir del «escabel»). La «marquise» (marquesa), que era la «duchesse» (duquesa) de 1760, en 1800 se transformará en la «psyche» (o sofá canguro norteamericano); origen de la futura «chaise-longue basculante» de Le Corbusier-Perriand. Solo nos interesa en este caso la evolución de la chaise-longue (es una silla + butaca para los pies), que conserva más las características de la silla. Luis XV [1723 hasta 1774]: Fue un estilo refinado y elegante, propiamente fue Rococó. La evolución de la Rocaille o Rocalla, con gran variedad de doble C o S, fue la típica forma vegetal (de una rama de árbol). La ornamentación escondía las uniones. La pata cabriolé, estirada en forma de S estilizada es el elemento más característico de este estilo, representa el dinamismo y movimiento. Por eso decimos que el «Luis XV», fue morfológicamente liviano, curvo-femenino. Aquí desaparecerá la chambrana, por necesidad estética, como característica principal. Todo es igual que el «Luis XIV», pero asimismo, todo es más delicado y fino; convirtiéndolo en uno de los logros más rotundos de este período. En los respaldos es frecuente la concavidad, para hacerlos más cómodos. Hubo una multiplicación de «sofás», cuyas variedades son originarias de las «bergeres», «duchesses» (reservadas únicamente a la nobleza) y «canapés»; todos con pequeñas patas cabriolé.
Luis XVI [1774 hasta 1793]: Fue un estilo aristocrático y rescatado. Asimismo el «Luis XVI», fue morfológicamente liviano, recto y femenino. Perteneciente al reinado de Luis XVI y María Antonieta. Las formas austeras y simétricas, con predominio de la línea recta; equilibrio y proporción (poseían ensambles complicados, que se ocultaban con el decorado). Las acanaladuras en las patas rectas, con las ya mencionadas hojas de acanto y de laurel, manejadas con gusto y sobriedad refinada, le daban al fuste cónico, con terminación en estípite. Mucha gracia y elegancia. Este estilo, realizado en caoba y nogal preferentemente, con incrustaciones y marquetería. Los respaldos en forma variada (rectangular-oval), con brazos cortos, algunos respaldos de madera calada (en forma de celosías), explayaban dibujos originales; como en el caso de las sillas de «María Antonieta» (con su monograma). Las de respaldo de lira, llamadas «voyeuse», calada a lo «Fontainebleau», o la denominada de «ballon» (con un globo aerostático, elevado por los hermanos Montgolfier en 1783). Todas eran livianas en comparación a las tapizadas. Directorio [1793 hasta 1799]: Este fue un estilo de transición al Imperio, pertenece a lo que hemos decidido llamar como 2º estadio neoclásico. Morfológicamente, los asientos, se realizaban en madera tallada con motivos egipcios, las patas cónicas y de bronce, conocidos como a la antigua; las patas delanteras, solían ser distintas de las traseras. Los respaldos en forma de voluta (idea iniciada en el Luis XVI), eran generalmente anchos, otros de forma cóncava se denominaban de góndola. Con una mezcla de palas-aldabas, que nos hacen pensar en Inglaterra del Siglo XVIII, por su cierto control prudente de los elementos decorativos. Básicamente los muebles, no son tan finos como el Luis XVI, ni tan pesados, como el Imperio.
Imperio [1799 hasta 1815]: El 10 de noviembre de 1799, Napoleón derroca al Directorio mediante un golpe de Estado y empieza a correr una nueva historia. Esta es el 3º estadio neoclásico, un estilo, que fue producto de las victorias militares, el que se considera masculino (semi-austero, semi-decorado), se copia del arte Romano y Egipcio. Presentaba columnas dóricas y corintias, con capiteles y bases de bronce, las patas traseras se curvan hacia afuera. Las ya conocidas hojas de acanto, se repiten junto con helechos, palmetas, águilas imperiales romanas, cisnes, temas decorativos ovales, etc. Se utilizaron coronas de laureles, como en los templos griegos, pero se devaluó los símbolos al utilizarlos en exceso. El laurel, será la marca de fábrica del estilo Imperio (con su elemento más destacado, la «N»
71
adquisiciones se sumaban muebles coloniales españoles y luso-brasileños, platería colonial e
imágenes y pinturas religiosas.
En el campo del diseño de interiores y las artes decorativas, los aportes franceses son también
muy amplios y decisivos. A partir del último cuarto del siglo XIX, se importaron toda clase de
objetos, materiales y componentes para la ambientación interior. Siguen las sucesivas
tendencias de la moda en este rubro: barroquismos estilo 2º imperio, el eclecticismo
consagrado por la Exposición Universal de París de 1889, el Art Nouveau en sus distintas
variantes, y la recreación de los estilos clásicos franceses que, con sus distintas adaptaciones,
tienen vigencia durante varias décadas. Inicialmente, los mismos clientes argentinos, en sus
frecuentes viajes a París, los eligen y adquieren para adornar sus residencias. Hacia 1900, esta
demanda creciente lleva a prestigiosas casas de decoración –como Carlhian-Beaumetz o
Jansen- a establecer sucursales en Buenos Aires. El gusto por los estilos franceses es tan
difundido que firmas de otros orígenes deben satisfacerlo. La británica Thompson adapta su
producción a estos requerimientos.
En la cúspide de esta pasión por las artes decorativas francesas se ubica la conformación de
colecciones de objetos de arte de los siglos XVII y XVIII. Entre las excelentes y numerosas
reunidas por argentinos, deben nombrarse la legendaria colección Penard Fernández y
Errázuriz Alvear (que hoy podemos encontrar en el Museo Nacional de Arte Decorativo).
El estilo arquitectónico de la estética proveniente de la mas liberal Academia de Bellas Artes -
Académie des Beaux Arts - fue útil para imponer un gran poder simbólico; como lo fue el estilo
revival de los estilos clásicos franceses (Luis XIII y XIV).
inicial orlada en una guirnalda de laurel, posiblemente lo más destacadamente prudente, en su utilización). Las «sillas romanas en forma de X», se utilizaron mucho, con los representativos sables de Napoleón, así como los taburetes-tambores militares. Básicamente, los brazos de los sillones, estaban soportados por las figuras de animales fabulosos, que fue un tema recurrente. Las maderas, más utilizadas fueron caoba, ébano y árboles frutales.
72
Imagen ( 33 ): Innumerables versiones de los “Luises” estaban presentes en los ambientes de
la arquitectura eclecticista-historicista.
73
En el campo del arte, la concurrencia a los salones parisienses y el contacto con artistas
consagrados llevaron a que, en general, se prefirieran la pintura y escultura académicas
francesas, italianas y españolas.
El arte rodeaba todos los aspectos de la vida, desde la residencia, pasando por el mobiliario
hasta la vestimenta de las damas. Ejemplos de ello abundan; igualmente podemos citar que no
solo encontramos mobiliario de estilo 1º (como la cama en forma de góndola “lit bateau”, de
madera de roble enchapado en tejo con bronce cincelado y dorado de la residencia Errázuriz
Alvear) sino enormes vestidos inspirados en la añoranza del opulento 2º Imperio como
performance social de las mujeres del año 1900, tal como muestra las siguientes fotos.
Imagen ( 34 ): El sello de la emperatriz Eugenia y el despliegue de los atuendos de Worth
parecían emblemas de un apropiado entendimiento hispanofrancés y recuerdan la vestimenta
del estilo 2º Imperio.
74
Imagen ( 35 ): Alcoba 1º Imperio (Napoleón I). Cama “lit bateau”, con mesa cilíndrica adelante
(adornada por tres columnas con capiteles y bases de bronce. En el friso y sobre cada una de
las columnas, una roseta igualmente de bronce cincelado y dorado.
Si De Certeau, citando a Merleau-Ponty, habla de un “espacio antropológico” (intangible del
“dispositivo social” o elemento humano, antropológico, sociológico o de clases); también cita
otra especialidad que llama “espacio geométrico” (tangible del “dispositivo arquitectónico”, del
elemento casa y sus ambientes interiores, estudio arquitectónico de la vida privada y sus
tipologías constructivas, ambientes y estéticas). El espacio geométrico o dispositivo
arquitectónico, para Hugues Portelli en Gramsci y el Bloque Histórico es un producto
ideológico.
Pero ya sea porque la casa u hogar adonde se lleva adelante la vida privada es un “constructo
simbólico” (producto antropológico), o porque es un lugar intangible del “imaginario social” de
las clases (producto sociológico), no menos real que el espacio tangible o físico (producto
arquitectónico) que le da forma tridimensional a su ambiente doméstico. Ámbito viene del verbo
latino “ambire” que quiere decir rodear, en nuestra lengua designa al contorno de un espacio,
aquello comprendido dentro de ciertos límites e incluye no sólo el ámbito físico sino también al
conjunto de condiciones e influencias externas que afectan la vida y al desarrollo de la vida
humana. Desde una perspectiva de las ciencias antropológicas la reacción del ámbito es la
75
condición necesaria y suficiente para comenzar la adaptación cultural (Graciela Elena Caprio,
1985).
A la vez de un lugar que cumple funciones materiales de “abrigo físico” (resguardo climático) y
de “guardado de objetos” (artefactos, productos, muebles, arte y demás cosas), como
funciones inmateriales (psicológicas y del imaginario social) en las que cada cultura escoge sus
símbolos según sus cánones históricos (por lo cual su significado varía de una a otra sociedad,
sujeto a los cambios de los patrones culturales).
También es cierto que la vida privada misma no es una realidad natural que nos venga dada
desde el origen de los tiempos, sino más bien una realidad histórica construida de manera
diferente por determinada sociedades (Antoine Prost, 1989). En todo momento nos estamos
refiriendo a ese concepto “constructo” (material y simbólico), que representa el hogar (casa,
vivienda) con todos sus muebles, objetos y artefactos.
Podríamos anexar que la casa, el hogar doméstico, lugar de la vida ordinaria, de la inteligencia
concreta, de las prácticas cotidianas es el lugar de un tipo de “capital cultural” según Pierre
Bourdieu y García Canclini, o de un tipo de “capital simbólico” según Llorenç Prats y Michel De
Certeau, como así también de un tipo de “capital social” según Ciro Caraballo Perichi.
El hogar es donde nos convocamos para efectuar nuestros ritos domésticos culturalmente
considerados como “sagrados”, siendo el hogar doméstico el “santuario”, según Leandro
Gutiérrez y Juan Suriano en Vivienda, política y condiciones de vida de los sectores
populares, Buenos Aires 1880-1930. Así también, tanto la ciudad como las casas son
sagradas y por extensión los ritos domésticos que se llevan adelante en su interior, sostiene
Alberto de Paula en La dimensión social del patrimonio. Tomo I.
Las grandes residencias de la ciudad de Buenos Aires, de influencia francesa, de estilo
eclecticista-historicista, como el Museo Nacional de Arte Decorativo (exresidencia Errázuriz-
Alvear); se encontraban – cuando estaban habitados – como hoy en día, fuertemente
decorados.
Si bien, en un tiempo se lo llamó indistintamente - y hasta vulgarmente - como “decoración de
interiores”; hoy, aunque aquella denominación persiste, recibe también los nombres (mas
profesionales) de “ambientación de interiores” o “diseño de interiores” (terminologías muy
usadas por la arquitectura), “equipamiento de interiores” (denominación muy usada por el
diseño industrial académico) y hasta “paisajismo” (concepto devenido de la arquitectura).
Podemos sostener que el la “decoración de interiores” o el “diseño de interiores” o el “paisaje
de interiores”, es la actividad que se ejerce (de una forma especializada o no, según quien la
76
ejerza) en función de adecuar los espacios al uso funcional y a la gratificación sensorial. No
quita, que su estudio profesional deba discriminar que el análisis debe ser abordado por
“especializados” (arquitectos, diseñadores, licenciados y otros); por fuera de los análisis “no
especializados”. Dado que esta temática afecta la calidad de vida de las personas (y ello lo
eleva a que sea de importancia académica para su estudio en las universidades).
La “calidad de vida doméstica” en el mundo en general y en la Argentina en particular, se ha
visto afectada porque arquitectos / diseñadores / decoradores, ambientando los espacios de
terceros o sus propias moradas y, en grado abrumadoramente mayor, simples usuarios (con
estudios o no, en actitud silvestre o más o menos informada), decorando sus viviendas;
construyen y renuevan permanentemente esos micro-paisajes o “paisajes interiores
domésticos” que se alojan dentro de las casas, departamentos, hogares, que millones de
personas habitan. Sin importar su clase social (recursos materiales, culturales y económicos).
Queda su importancia plasmada, para las masas en crecimiento al inicio del siglo XX, en las
revistas de la época.
77
Imagen ( 36 ): Revista PBT. Década de 1910. Mobiliario, alfombras y cortinas para decoración
de salas de estar y living, de la casa “Thompson”.
78
Imagen ( 37 ): Revista PBT. Década de 1910. Mobiliario, alfombras y cortinas para decoración
de salas (de buen gusto y elegancia), de la casa “Thompson
79
Imagen ( 38 ): Revista PBT. Década de 1910. Decoración del dormitorio.
Si bien los edificios y las construcciones – arquitectónicas (lo cual es concebido por
especialistas en el tema) o no (viviendas sencillas, precarias y otras autoconstrucciones) -
configuran buena parte del entorno artificial, de ese paisaje cultural construido por el hombre.
La envolvente de cada uno de ellos establece la frontera entre “paisaje externo” (pura
80
naturaleza algunas veces, sólo edificios en otras y combinación de ambos en ciertas
ocasiones) y el “paisaje interno”. Fluctuaciones ideológicas (funcionales o estéticas), razones
climáticas o de estilo, consideraciones subjetivas, moda, etc., hacen que en determinadas
épocas o circunstancias los espacios interiores busquen fundirse con el espacio externo o se
vuelquen sobre sí mismos limitando o controlando ese contacto, se resuelvan con elaborado
alarde técnico o con “modestia brutalista”, pongan el énfasis en su arquitectura o en su
equipamiento interior.
Pero existe una constante y es que a pesar de las fluctuaciones más arriba citadas, el “arte” y
su creatividad humana (en mayor o menor medida, con más o menos recursos materiales),
siempre ha estado presente de algún modo sin distinción de clases sociales (y según las
adaptaciones regionales, temporales y culturales), esto ha podido verificarse en la variedad de
casos analizados. Desde una modesta construcción - no considerada arquitectura - como ser
una vivienda del “humilde pero digno” barrio de laboriosos inmigrantes de Berisso o La Boca,
hasta una lujosa vivienda – verdadera arquitectura francesa - de barrio norte en la ciudad de
Buenos Aires, ambos de fin de siglo XIX.
La pobreza, otra constante histórica (y sin necesidad de definirla) siempre ha lucido sus
desgracias históricas; y en lo que respecta a la “cultura material doméstica”, los conventillos
(“insalubridad” heredera de la “barbarie” de Sarmiento), las necesidades de todo tipo y color
han estado presentes (en cuanto a su forma de habitar doméstico). En tanto en la vivienda de
los mas pudientes (los cambios operados en su arquitectura de fin de siglo XIX y fin de siglo
XX: desde los “hoteles particulares” de barrio norte en la ciudad de Buenos Aires, “Grand Hôtel
Particulier”, “petits hoteles” y el “hôtel privé francés”, inspirados en los palacios franceses de la
época de Luis XV y Luis XVI), supo bien autodefinirse como la “salubridad-moderna” (heredera
de la “civilización” de Sarmiento).
La actividad proyectual de arquitectura y diseño “exterior” e “interior” doméstico como servicio
profesional (brindado a sí o a terceros), ha sido un hecho didáctico. Informando e instruyendo a
colegas y usuarios acerca de los nuevos renovadores o tradicionales (pero probados) modos
de interpretar y resolver un problema de decoración o ambientación. De manera que en las
publicaciones como la Revista de Arquitectura de la SCA (Sociedad Central de Arquitectos)
se incluía “Arte Decorativo” y/o “decoración de interiores” junto con la arquitectura.
De manera que aunque muchos de los ejemplos iconográficos (fotografías, dibujos
arquitectónicos y de diseño, representaciones artísticas y decorativas, ilustraciones de
propagandas y publicidades, así como gráficos caricaturescos y/o humorísticos) citados en los
distintos pasajes de este trabajo de investigación, se hace referencia a las revistas
profesionales como: La arquitectura de hoy, Nuestra Arquitectura, Revista de Arquitectura,
Summa y Construcciones. Hay que aclarar que también se buscó información iconográfica en
81
revistas de divulgación general y pública (no erudita) como: Casas y Jardines, Plus Ultra, El
Hogar, Fray Mocho, PBT y Caras y Caretas. Han constituidos en muchas oportunidades
(especialmente en algunas ambientaciones de living, comedores, cocinas, baños o dormitorios
mostrados en las páginas de dichas revistas), casos “únicos” por la dificultad de transferir sus
soluciones –con espíritu generalizador-, al común de las viviendas urbanas; asimismo, han
representado, sin embargo, un valiosos aporte al tema de la ambientación (porque muchas de
las soluciones practicadas al principio solamente por las clases mas pudientes y con mas
recursos, fueron luego adoptadas por un público mucho mas basto). Cuando el “gusto” se
masificó y los “costos” así lo hicieron posible para el grueso de la población, principalmente de
clase media; dichas soluciones (ambientaciones) practicadas con anterioridad de un modo
paradigmático como situaciones “ejemplificadotas”, fueron rápidamente asimiladas por los
estratos socio-económicos inferiores. Y por ello han representado un valioso aporte al tema de
la ambientación, y por eso lo hemos traído desde la historia.
Análoga metodología de este trabajo de investigación, pero con anterioridad, han seguido
Jorge Liernur y Graciela Silvestre en El umbral de la metrópoli. Transformaciones técnicas
y cultura en la modernización de Buenos Aires (1870-1930); analizando la publicidades de
las revistas populares del período como PBT, Caras y Caretas y Para Ti. Esto confirma lo
oportuno de la metodología utilizada en esta investigación.
Entonces, no es casual, que la vivienda de los propios autores de los artículos de las revistas
(arquitectos en muchos casos), autores especializados en el tema (historiadores) y otros
conocedores del tema de la creación de “paisajes interiores”, hallan mostrado sus propias
ambientaciones (que gozan de la misma propiedad intelectual que cualquier obra, dado que
estamos hablando de creaciones como si de obras artísticas u otro proyecto de diseño se
tratara). Paisajes costosos (en algunos casos), reales (o potencialmente reales en otros),
distintos, pero destacables en su capacidad de informar, y por lo tanto de enriquecer el
importante capítulo del “diseño de interiores”.
En algunos casos el “interior” (mobiliario o que se mueve) se ha desarrollado respecto del
“exterior” (arquitectura o inmueble, que no se mueve) con relativa autonomía perceptible. En
otros casos no (ver la relación directa entre mobiliario y arquitectura de la exresidencia de
Matías Errázuriz-Alvear, hoy sede del Museo Nacional de Arte Decorativo, ubicado en Avenida
Libertador al 1902, Capital Federal; paradigma de unión entre el arte, la arquitectura y el
mueble decorativo de estilo. Edificado y ambientado en 1917).
El tema de la ambientación puede ser rastreado desde principios del siglo XVIII. Es entonces
que las denominadas “artes decorativas” se elevan a niveles de perfección no conocidos antes.
La ebanistería, la tapicería, la herrería artística, la pintura decorativa, las manufacturas de la
porcelana y el cristal, florecían bajo el patrocinio de los reyes de Francia (Luis XIV, Luis XV y
82
Luis XVI) y el de algunas de sus favoritas, especialmente Madame de Pompadour. La actitud
sería pronto imitada por el resto de los monarcas europeos de la época.
Era en la Inglaterra de los Adam y en la Francia de la época de Luis XVI donde el
amoblamiento se convertía en la fiel expresión de un “espíritu nuevo”, de un esprit iluminista. Y
en estos años se inventan numerosos muebles que contribuirían a hacer aún más íntimo el
ambiente, tales como: el aparador, la cómoda, la biblioteca, los innumerables ejemplos de
mesitas, los sillones con nombres fantasiosos (la bergère, la turquoise, la veilleuse, la
marquise, la duchesse).
Pero las “artes decorativas” solo incorporarían sus propuestas en materia de mobiliario
después de sufrir una influencia sin pretensiones teóricas: el Art Decó. La célebre “Exposición
de Artes Decorativas de 1925”, en parís, la consagraría internacionalmente y, al mismo tiempo,
la dotaría de un nombre.
Entonces, el hogar también es el lugar que ambientamos y decoramos para hacerlo lo mas
adecuado a nuestras aspiraciones y deseos; un lugar que tratamos de hacerlo lo mas
confortable posible. Siendo las casas (hogares) un lugar de estudio necesario para entender
una época y una sociedad ya que funciona como su “espejo”, sostiene Andrés Carretero en
Vida cotidiana en Buenos Aires. Tomo III.
Piera Sauri en revista Summa. Nº 198, sostenía que los muebles, los interiores, pueden revelar
los “secretos de la época” que los ha creado; la casa y su interior es un “espejo” que refleja el
carácter, los deseos, las aspiraciones de quien los vive o de quien los ha vivido, dice Scuri -
que sostiene Mario Praz en su libro dedicado a la Filosofía dell´arredamento -. Textualmente:
“(…), el mobiliario revela el espíritu de una época, (…)” (14
). Idea trabajada por Sigfried Giedion
en La mecanización toma el mando.
Observamos un ejemplo cuando Piera Sauri discute -parafraseando a Praz- que el Rococó
daba una lección de decoración (en el mueble); de línea sinuosa, característico del estilo
rocaille, en el que el significado funcional (o uso funcional, como ser “sentarse” en la silla) se
fundía o fusionaba con lo estilístico. A diferencia de ello, las sillas Chippendale daban una
lección de cordura y equilibrio; pues, ninguna tentativa de encubrir el fin práctico del mueble
(como si sucedía en el Rococó), asegurado por las simples patas rectilíneas del estilo
Chippendale (aunque debemos admitir que dentro de este estilo existió la curva, no
pronunciada ni usada hasta el hartazgo como en el Rococó). La respuesta es mas profunda,
pues el “alma” sostiene Praz, debe buscarse en el mobiliario Chippendale, en que era: “(…)
Perfecto espejo, esa silla, del alma burguesa, positiva y práctica” (15
), como era la incipiente
14
Scuri, Piera. Ibid. (pp. 56). 15
Sauri, Piera. Ibid. (pp. 52).
83
burguesía inglesa de esa época victoriana (correspondiente al reinado de Victoria I que
gobernó el período: 1837-1901).
Pero si de relacionar la casa con el hombre, y sus ambientes con el “alma” de quien la habita
se trata, dentro de una concepción idealista; también sería interesante referirse a uno de los
más grandes cultores del “espíritu de la época” como lo es Giedion.
Por lo que si partimos de Giedion, uno de los trabajos más interesantes e importantes sobre el
denominado “espíritu de la época” u: “orientación del período, (…) ideas rectoras y generales
de una época” (16
); en el diseño, producción y usos de artefactos, mobiliario y otros objetos.
Asimismo podemos confrontarlo con otros autores y obtener resultados interesantes.
Pues, observaremos que Rosario Bernatene, en: El tiempo interno de los objetos, dice:
“...Desde esta perspectiva “el tiempo interior de cada historia individual (objeto, artefacto,
utensilio, producto, mueble y otros enseres) es quien organiza la historia”. Esto no debe verse
como una contradicción respecto al “espíritu de la época” expresado en el arte y la producción
de objetos de un cierto período. Sino que podemos hablar de una correspondencia entre el
“tiempo interno” de los objetos y “el espíritu de la época”...” (17
). Que lleva a Bernatene a
asegurar que el “espíritu de la época” al cual ya se refería Giedion, significa: “contenidos
significativos comunes a las obras de un cierto período”.
Sorprende que la afirmación de Mario Praz (1981) -citada por Scuri y Baroni (1984)-, es
coincidente con la afirmación que efectuara Giedion (1978) y las relaciones establecidas
posteriormente por Bernatene (1996). Por lo cual, se afirma que es variada y profusa las
afirmaciones de los estudiosos que confirman esta línea de investigación y trabajo aquí
seguida.
Por lo cual, si reconectáramos teóricamente el ejemplo de la silla Chippendale, citado por Praz,
con el “espíritu de la época” de Giedion y “el tiempo interno de los objetos” de Bernatene;
deberíamos decir que el “alma” del usuario del mueble burgués inglés de estilo Chippendale
era de un “espíritu burgués ilustrado decimonónico, positivo –positivista- y práctico, iluminista”,
en el sentido de su admiración por el progreso y la ciencia engendrados por la filosofía
positivista que impregnó los círculos de la elite (en un estilo de vida propio de la Inglaterra de la
época), alejado del “espíritu cortesano” presente en el mobiliario Rococó (poniéndose en
evidencia este enmascaramiento de las funciones perpetrado por dicho estilo Rococó).
16
Siegfried Giedion. La mecanización toma el mando. Editorial Gustavo Gili. Barcelona. 1978. (pp. 18). 17
Bernatene, María del Rosario. “EL TIEMPO INTERNO DE LOS OBJETOS. Problemas teóricos en la organización de la narración histórica del diseño de objetos (Parte I)”, en revista científica Arte e Investigación Nº 1, Facultad de Bellas Artes, Universidad Nacional de La Plata. La Plata. 1996. (pp. 4).
84
Así por oposición al Chippendale, el Rococó poseía un “espíritu de la época” que expresa los
ideales aristocráticos de la nobleza (opuestos a los ideales de la naciente burguesía), aunque
la monarquía ya había empezado a entrar en crisis (a pesar de ello las formas se vuelven mas
exquisitas y lujosas). Pues, el Rococó del Luis XV no expresaba pretensiones grandiosas
(como si lo había hecho el “espíritu barroco” del Luis XIV); meramente, trataba de proporcionar
confort y cumplimentar lo requerido, siendo el más productivamente apropiado para el interior
doméstico (esto no implicaba que no lo hiciera con formas bellísimas que remitían a un
contenido simbólico preciso, pues representaba el carisma de la realeza y de la nobleza; casi
una fagocitación, por parte de la decoración, de las funciones, de los elementos prácticos como
ser: una silla sirve mas “para ser vista” que “para sentarse”), con una pérdida de la función de
uso de los objetos y muebles, y una sobreabundancia decorativa. El Rococó, surgió en los
palacios de los nobles franceses (nobles aristócratas). Su meta era el interior, y una sociedad
refinada y spirituelle, que disfrutaba de la vida hasta el punto de la corrupción, sostiene
Siegfried Giedion.
Curioso y contradictorio resulta ser que el Rococó (propio del Luis XV), desarrollado en Europa
por una clase social noble y aristocrática que esperaría en las sensaciones placenteras de
dicho estilo de “arte interior” (arte de un mundo privado y exclusivo reservado a los pocos
privilegiados que podían acceder a él) su trágico fin en manos de la burguesía (luego de la
Revolución francesa). En la Argentina finisecular del Centenario (fin de siglo XIX y principios
del siglo XX), halla sido resucitado como estilo de la clase “burguesa” dominante constituida
por la oligarquía aristocrática y terrateniente, agrícola-ganadera, como lo era la familia
Errázuriz-Alvear; que poseía en uno de sus ambientes de su residencia, la “Sala de Baile” de
estilo Regencia (propio del estilo “cortesano”). Igualmente, habiendo sido creado en el siglo
XVIII en Europa, el Rococó que en el siglo XIX se instalo en las residencias burguesas y
aristocráticas en Argentina fue solo para el consumo de la “alta burguesía” (a la que
pertenecían los Errázuriz Alvear).
Y si pensamos que mejor hubiera sido un estilo Chippendale, contemporáneo al Regencia y
Rococó del Luis XV (y por otro lado, más acorde al “espíritu” de esta alta burguesía nacional
naciente en la Argentina), su inclinación al mueble cortesano -tipo Barroco del Luix XIV o
Rococó del Luis XV- no estaba del todo fuera de sintonía con los lazos feudales que
conservaba; pues, esta clase oligárquico-aristocrática-terrateniente-latifundista (cuyo poder
económico moderno se basaba en un concepto premoderno de la riqueza sustentada en la
posesión de la tierra, una forma de feudalismo moderno con cierta añoranza por los mismos
medios de producción del Señor feudal), como clase latifundista no pudo romper con al antiguo
soporte de la economía, que era la tierra (símbolo de la barbarie de Sarmiento), defensores del
liberalismo económico (pero no del liberalismo económico industrial como si había sucedido en
Inglaterra); aunque dependientes de Europa, eran capitalistas al fin de cuenta y por eso tenían
un pie en el mundo premoderno y otro en el moderno (a medio camino entre ambos mundos).
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Por ello los podríamos definir como semi-modernos (“ni chicha ni limonada” diría Jauretche, ni
“bárbaros” ni “civilizados” a la europea, mejor dicho civilizados a la sudamericana; un modo
bastante particular de entender la “civilización” de acuerdo a lo que les convenía o no como
clase social acomodada, perezosa para el verdadero mundo industrial desarrollado y
auténticamente civilizado como los países del norte Europeo de su época). Ello explicaría
también –y en parte-, porqué el espíritu del Regencia y Rococó del Luis XV imperante en la
Europa del Setecientos, hizo su aparición en nuestra Argentina, en los salones de las clases
sociales de la alta burguesía (un ejemplo de ello lo constituyen la evidencia empírica de las
“bergères”, que acompañan el sofá "corbeille" y los cuatro sillones de transición del estilo Luis
XV al Luis XVI, presentes en el “Salon de Baile” de la exresidencia Errázuriz-Alvear).
De este modo no resulta tan paradójico, comprobar empíricamente que la burguesía nacional
de la Argentina de fines del Ochocientos y principios del Novecientos; aunque prendidos al
positivismo aburguesado, civilizado y capitalizado a la europea, nunca dejaron de ser nobles
patricios, aristócratas, que desde su situación oligárquica se asemejaban al porte y presencia
del Seño Feudal (terrateniente), recordenos como ejemplo al General J. José de Urquiza en la
provincia de Entre Ríos (habitando su Palacio San José). Los blasones (o escudos de armas
de cada linaje, que se colocaban sobre la portada, era un antiguo signo hispánico que lo
confirma, como el que tenía la exresidencia de la familia Errázuriz-Alvear), es otro dato que
confirma que vivían en dos mundos, uno avanzado y otro retrógrado (por eso cabalgaban en
dos mundos, uno premoderno y otro moderno; en este sentido eran semi-europeos, una
apología de las malas copias para la famosa ensayista argentina Victoria Ocampo). Aunque
también hay que ser honestos en reconocer sus aportes criollos, auténticamente nacionales.
Quizás la definición mas apropiadas sería la de creadores de una cultura porteño-francesa,
como lo explica Fabio Grementieri en Grandes Residencias de Buenos Aires. La influencia
francesa.
Estas familias pertenecientes a una generación de ideas liberales, europeísta, semi-culta,
ansiosa por dejar atrás un pasado catalogado por algunos de sus ideólogos (Domingo Faustino
Sarmiento) como “bárbaro” y que, sin embargo, no pudo romper con al antiguo soporte de la
economía, que era la tierra agrícola-ganadera (símbolo de la barbarie de Sarmiento). No pudo
instalar la “civilización” (de Sarmiento) urbano-mecánica, que estaban llevando adelantes los
anglosajones, por ejemplo. Habría que esperar al año 1930 para que (por efecto de las Guerras
Mundiales) la balanza argentina se inclinara del capitalismo agroexportador dependiente de los
capitales ingleses (como era hata ese momento) hacia el capitalismo industrial extranjero
primero y luego hacia el capitalismo industrial nacional luego (época que coincidiría con el
proyecto de gobierno de Juan Domingo Perón).
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Esto explica porque para la clase dominante, siendo burgueses, el “espíritu de la época del
Centenario” había bien recibido formas de habitar a la antigua; en palabras de Praz diríamos
que poseían algo del “alma de la nueva sociedad burguesa, equilibrada y positivista” (del nuevo
mundo post doble revoluciones burguesas, francesa e industrial, pues los franceses eran el
ejemplo de la cultura para esta clase social y los ingleses eran sus aliados económicos en el
período que nacía con la Generación de 1880) y también poseían algo del “alma de la antigua
sociedad cortesana, noble y aristocrática” (del antiguo mundo, que remitían a un contenido
simbólico preciso e intentaban representar el carisma de la nobleza, en el Barroco del Luis XIV
y el Rococó del Luis XV –Regencia mediante- que expresaba los ideales y valores de una
aristocracia perdedora e incapaz de adecuarse a la realidad de Europa de su tiempo).
Casualmente en la Argentina, dicha burguesía nacional encontraría su fin en la 1º Guerra
mundial; pero en tanto el Barroco-Regencia-Rococó brilló en Europa en su época del
Setecientos, enmascarando las funciones, el lujo encubría (la riqueza era utilizada para
disfrazar la pérdida del poder de la monarquía), en Argentina también brilló en el fin del
Ochocientos y principio del Novecientos (el lujo y la riqueza, a la inversa de Europa que fue
usado por quienes “perdían” poder, en Argentina fue usado por quienes “ganaban” poder,
aunque el mismo no les duraría más allá de la primera gran guerra mundial).
Aunque algunos autores como Eric Hobsbawn en La era del imperio 1875-1914 sostienen que
el imperialismo mundial de las superpotencias finaliza con el inicio de la 1º Guerra Mundial
(1914); en la Argentina podemos asegurar que el modelo económico (agrícola-ganadero) de la
Generación de 1880 se propagó un poco mas allá en el tiempo y fue un proceso que en la
década de 1930 se agotó por completo llegando a su fin.
El imperialismo trajo a la Argentina de 1880 la arquitectura ecléctica y afrancesada de la alta
burguesía porteña como lo explica Fabio Grementieri en Grandes Residencias de Buenos
Aires. La influencia francesa. Tema central de esta investigación que abarca el período
aproximado de: 1880-1914. Lo que significó una evolución de la denominada “casa chorizo” de
patio lateral con cuartos en ristra (típica de los conventillos); la arquitectura que le seguiría
posteriormente a la arquitectura ecléctica-afrancesada sería el modelo moderno de tipología
“casa cajón”, sostiene Diego Armus en Un balance tentativo y dos interrogantes sobre la
vivienda popular en Buenos Aires entre fines del siglo XIX y comienzos del XX. Aquí solo
nos concentraremos en la arquitectura ecléctica-afrancesada.
Entre los palacios ubicados en la ciudad de Buenos Aires en 1930, es preciso mencionar el que
perteneció a la familia Ortiz Basualdo, en Cerrito y Arroyo. En la manzana de Arenales,
Esmeralda, Juncal y Basabilbaso, se destaca la propiedad de Mercedes Castellanos de
Anchorena (llamada palacio San Martín, sede del Ministerio de Relaciones exteriores y Culto)
casa correspondiente a la que fuera una de las familias más viejas y poderosas de la
Argentina. Entre Esmeralda y Arenales, se encuentra la propiedad de Inés Ortiz Basualdo de
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Peña. Sobre Charcas, casi Florida, se localiza la propiedad de Ignacio Sánchez. El “barrio de
las residencias”, dicho por Graciela Elena Caprio, ubicado hacia el norte de la ciudad, alrededor
de la Plaza San Martín (hacia el norte a la Recoleta y la Avenida Alvear); aquí se alzaban las
suntuosas moradas de los Alvear, Barcy Anchorena, Cobo, Cáseres, Unzué, Quintana y
Pereyra. Por citar algunos ejemplos.
Las residencias mezclaban estilos italianizantes y franceses. Por ejemplo, el presidente Julio
Roca vivía en un petit-hotel neoclásico y su cuñado, el ex presidente Miguel Juárez Celman, en
un palacete neorrenacentista a pocos pasos de aquel. Ernesto Bosch habitaba también en la
vecindad y recibía asiduamente en su casa a sus invitados, con mucamos que vestían peluca,
calzón corto, medias blancas y zapatos negros con hebillas plateadas.
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Imagen ( 39 ): Revista Summa Nº 252, Década de 1980. Esta casa perteneció a la familia
Chas, estaba en la calle Florida de Buenos Aires y fue construida en 1874. Representa, de la
manera más cabal, a la modalidad italianizante de tratamiento de las fachadas. Esta manera
está arraigada en un Clasicismo de factura sencilla, en que se conjugan aportes renacentistas
y pompeyanos.
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Imagen ( 40 ): Revista Summa Nº 252, Década 1980. Exponente del lo que se dio en llamar el
Eclecticismo historicista, lo cual correspondió al proceso de asimilación de la arquitectura
europea en la Argentina.
A principios del siglo XX la preferencia era construir las casas en áreas próximas a Retiro y
Recoleta. El estilo predilecto, el clasicismo francés de los siglos XVII y XVIII, daba
homogeneidad al barrio que va desde la Plaza Carlos Pellegrini hasta el palacio de Ernesto
Bosch (hoy residencia del embajador de Estados Unidos). Estas casas ocupaban terrenos con
jardines a la calle o hacia atrás, y estaban puestas por célebres decoradores franceses,
especialmente Jansen; albergaban objetos de buena calidad, aunque no de colección, salvo
raras excepciones. Había refinamiento en los detalles, no sólo en el decorado de los salones
de recepción sino también en los apartamentos internos de los palacetes, con abundancia de
baños y espaciosas cocinas.
Las familias elegantes no sólo edificaron palacios y petit-hoteles en la ciudad de Buenos Aires,
que les servían de residencia de invierno, sino que también levantaron lujosas casonas, villas o
palacios, desde Olivos hasta el Tigre, en la cima de las barrancas, en medio de jardines, con
vista a la costa del Río de la Plata. Esas quintas se utilizaban como lugares de recreo entre las
visitas a la estancia y a Mar del Plata o para cambiar de aire en medio de la semana.
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El Tigre también formaba parte de esa cadena de viviendas de la sociedad argentina. Se puso
de moda y, de tal manera, fueron construidos el Tigre Hotel, donde se organizaban bailes
benéficos para mantener el hospital local, y el Tigre Club, en el que funcionaba un casino con
salas de juego. La gente joven fundó el Tigre Yacht Club y el Buenos Aires Rowing Club, así
como hicieron lo propio las colectividades extranjeras, que no eran sólo entidades deportivas
sino también sociales.
A esta sociedad de la pura apariencia, hoy se la recuerda por haber poseído cierto grado de
frivolidad. El nuevo diseño urbano que se estaba evidenciando, señalaba su europeización
como parte esencial del proyecto de la clase gobernante de fines del siglo XIX.
Entre las edificaciones que se pueden visitar hoy en día, esta el Museo Metropolitano de
Buenos Aires que es un brillante exponente situado en el Palacio Anchorena, el cual fue
construido en 1906 por el arquitecto Alejandro Cristophersen (1866-1946).
Conforma un conjunto único de tres residencias particulares, cuya construcción estuvo
inspirada en la arquitectura francesa del siglo XVIII. Originalmente pertenecieron a la familia
Anchorena, erigiéndose en la esquina de Arenales y Basavilbaso, pleno corazón de la zona
mas residencial y elegante de la Capital Federal, en el entorno de la Plaza San Martín.
En el año 1936, el Estado Nacional adquirió una de las residencias para sede del Ministerio de
Relaciones Exteriores y Culto.
Es importante señalar que el material original del enlucido de la fachada del Palacio fue el
revoque símil piedra, técnica importada por los inmigrantes italianos, que contribuyó a hacer de
la imagen de Buenos Aires la de "París de América del Sur". Fabio Grementieri y Xavier
Verstraeten en Grandes Residencias de Buenos Aires. La influencia francesa sostienen
que en la década de 1880 comenzó el acelerado desarrollo de Buenos Aires y el inicio de los
esfuerzo para embellecer la capital de Argentina, convirtiéndola en la más importante de
Sudamérica de su tiempo. Viviendo en París, la florenciente burguesía nacional aprende a
ponderar la cultura arquitectónica francesa que la Escuela de Bellas Artes de París había
consagrado. Estas clases acomodadas reproducirían la Belle Époque en nuestro territorio (del
francés «Época Bella», con un matiz, además de estético, de pujanza económica y satisfacción
social; es una expresión nacida tras la 1º Guerra Mundial para designar el periodo de la historia
de Europa comprendido entre la última década del siglo XIX y el estallido de la Gran Guerra de
1914).
Esta designación respondía en parte a una realidad recién descubierta que imponía nuevos
valores a las sociedades europeas (expansión del imperialismo, fomento del capitalismo,
enorme fe en la ciencia y el progreso como benefactores de la humanidad); también describe a
una época donde las transformaciones económicas y culturales que generaba la tecnología
influían en todas las capas de la población (desde la burguesía hasta el proletariado), y
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también este nombre responde en parte a una visión nostálgica que tendía a embellecer el
pasado europeo anterior a 1914 como un paraíso perdido tras el salvaje trauma de la 1º Guerra
Mundial.
Con Buenos Aires convertida en capital (1880), se inicia el período en el cual la arquitectura y
las Bellas Artes, el diseño urbano y el paisajismo, el mobiliario y la decoración interior, se
transforman en patrimonio casi exclusivo de la influencia de Francia, que en éste, como en
otros campos de la cultura, provoca la admiración de la dirigencia argentina. En coincidencia
con el capitalismo liberal a escala internacional, y bajo la inspiración del positivismo, el
cientificismo y la cosmopolitización de su sociedad, la Argentina crece a un ritmo acelerado y
precisa de modelos consagrados para dar forma e imagen a ese desarrollo. Es así como
asimila de manera inédita la irradiación de la cultura arquitectónica francesa que alcanza hacia
1900 el cenit de su prestigio y difusión mundial.
En el ámbito del urbanismo, con la apertura de la Avenida de Mayo, tan amplia como los
mejores bulevares parisinos. El afán por mejorar el funcionamiento y la imagen de la capital,
que crece inusitadamente, lleva a que las autoridades municipales contraten, hacia la época
del Centenario al entonces director general de servicios de arquitectura de la ciudad de París;
quien, en su corta estadía, prepara un plan de sistematización urbana sobre la base de una
extensa red de bulevares y avenidas (concretado parcialmente con la apertura de las
diagonales Norte y Sur).
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Imagen ( 41 ): La Avenida de Mayo, inaugurada a poco de comenzado el Siglo XX, se
transformó en el eje cívico y social de la Nación; como una gran ciudad de Europa (capital de
un imperio imaginario).