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Universidad de Granada FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS Departamento de Lingüística General y Teoría de la Literatura EL ÁRBOL DE LA LITERATURA. POÉTICA EN LOS ENSAYOS LITERARIOS DE JUAN GOYTISOLO. Tesis Doctoral Doctorando: Juan Fernando Taborda Sánchez Director: Dr. Antonio Chicharro Chamorro Granada, 2009

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Universidad de Granada

FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS Departamento de Lingüística General y Teoría de la Literatura

EL ÁRBOL DE LA LITERATURA. POÉTICA EN LOS ENSAYOS LITERARIOS DE JUAN GOYTISOLO.

Tesis Doctoral

Doctorando: Juan Fernando Taborda Sánchez

Director: Dr. Antonio Chicharro Chamorro

Granada, 2009

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Editor: Editorial de la Universidad de GranadaAutor: Juan Fernando Taborda SánchezD.L.: GR 3916-2009ISBN: 978-84-692-7865-9

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A María Teresa.

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Un novelista no se parece nada a Adán: no es

aquel que, como imaginó el poeta romántico, despertó y

fue nombrando las cosas, haciendo palabras vírgenes

para las cosas vírgenes. El novelista existe dentro de

una literatura; si hablamos, en abstracto, diríamos que

nace dentro de ella, en ella se forma y desarrolla, con

ella y contra ella hace su creación. Y por lo mismo, es

heredero de una tradición y creador de tradiciones.

Ángel Rama

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Índice general

Introducción……………………………………………………………… 9

Capítulo 1. El centauro y sus dominios. Delimitación del corpus

ensayístico………………………………………………………………… 19

Capítulo 2. Inicios polémicos, por una motivación social de la literatura.

Problemas de la novela (1959)………………….………………………… 43

2.1. Aspectos preliminares………………………………………… 43

2.2. “Problemas de la novela”……………………………………….. 46

2.3. “Los límites de la novela”………………………………………. 52

2.4. “Novela francesa, novela americana”. “La nueva piscología”.

“El caso Robbe-Grillet”. “La novela italiana”……………………… 61

2.5. “Ortega y la novela”. “Para una literatura nacional y popular”… 69

2.6. “La Picaresca, ejemplo nacional” y “Herencia de la picaresca”.

Ausencia de una perspectiva histórica.………………….…….. 81

Capítulo 3. Del examen de conciencia a la desmitificación creadora.

El furgón de cola (1967): La afirmación de una poética……………….. 97

3.1. “El furgón de cola” y la secular lamentación hispánica.…….. 99

3.2 “La actualidad de Larra”……………………………………… 108

3.3. “Escribir en España” y “La literatura perseguida por la política”.. 125

3.4. Afirmación de una poética, ruptura con el realismo.

“Literatura y eutanasia”…………………………………………. 141

3.5. Crítica literaria y crítica cultural……………………………… 157

3.5.1. “Estebanillo González, hombre de buen humor”. Primer

contacto con Marcel Bataillon y Américo Castro ………… 158

3.5.2. Contra el conformismo intelectual de la posguerra.………….. 165

3.5.3. Cernuda, la libertad de conciencia………………………….. 168

3.5.3.1 Cernuda, crítico literario……………………………………. 169

3.5.3.2 La vigencia de Cernuda…………………………………….. 175

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3.5.4. La crítica como responsabilidad intelectual, contra la autoridad

de Menéndez Pidal. Elaboración de la interpretación histórica

de Américo Castro…………....................................................... 181

3.5.5. El interés hacia la lingüística. La preocupación por el lenguaje

como centro de la creación literaria y de la atención del

crítico ………………………………………………………….. 191

3.6. Dilema entre la responsabilidad ética del intelectual y la visión

estética del escritor. “Examen de conciencia” y “Tierras del

sur”………………………….…………………………………….. 200

Capítulo 4. Contra el mito de la España Sagrada y conciencia de otra

tradición crítica. Respuesta a la secular lamentación hispánica………… 227

4.1. Valoración de la occidentalidad matizada de España. Bien

está que fuera tu tierra…………………………………………. 227

4.2. Construcción de una tradición crítica. Rehabilitación

de José María Blanco White. La madurez ensayística de

Juan Goytisolo…………………………………………………… 247

Capítulo 5. El cuerpo y la escritura. Transgresión erótica y subversión

literaria. Disidencias (1977)………………………………………………… 273

5.1. La teoría literaria, la historiografía y una perspectiva

interpretativa desde la óptica del presente como soporte teórico

y metodológico de los ensayos literarios de Juan Goytisolo…… 273

5.2. La impronta de La Celestina en la poética ensayística de

Goytisolo…………………………………………………………. 281

5.3. Variantes a una concepción performativa de la literatura.

“Notas sobre La Lozana Andaluza”……………………………… 302

5.4. El realismo como fómula y la importancia de la sexualidad

femenina en las novelas de María de Zayas……………………… 311

5.5. La represión del sexo en la cultura hispánica: “Quevedo: la

obsesión excremental”……………………………………………. 317

5.6. El cuerpo y la escritura en la literatura hispanoamericana………. 322

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5.6.1. El lenguaje del cuerpo, Octavio Paz……………………………. 322

5.6.2. La sensualidad de la palabra. Lezama Lima y la herencia de

Góngora……………………………………………………….. 323

5.7. Ampliación de la crítica del realismo de la generación del medio

siglo: “La novela española contemporánea”…………………… 325

5.8. La herencia de Cervantes, las lecciones de Américo Castro y

diálogos con Francisco Márquez Villanueva…………………….. 333

5.8.1. “Lectura cervantina de Tres tristes tigres”..……………………. 333

5.8.2. “Terra nostra” y “Supervivencias tribales en el medio cultural

español”…………………………………………………………. 345

Capítulo 6. Mudejarismo y mitopoiesis. El Otro, alteridad constituyente.

Crónicas sarracinas (1981) …………………………………………………… 355

6.1. El estilo como política…………………………………………..... 355

6.2. Culminación de una empresa de desmitificación: el orientalismo.. 360

Capítulo 7. Crítica filológica y hermenéutica……………………………….. 377

7.1. “De la España de Franco a la de Pedro Almodóvar”.

Consideraciones sobre el trasfondo histórico de los ensayos de

Juan Goytisolo…………………………..………………………. 377

7.2. Crítica filológica radical y hermenéutica integral………………… 392

Capítulo 8. El Árbol de la literatura hispanoamericano…………………….. 423

8.1. ¿Es moderna la literatura hispanoamericana?.................................. 437

A manera de conclusión………………………………………………………. 459

Bibliografía y Referencia bibliográfica……………………………………… 467

1. Referencia bibliográfica de Juan Goytisolo …………………….. 467

2. Bibliografía de Juan Goytisolo….………………………………… 470

3. Bibliografía general……………………………………………….. 471

4. Referencia bibliográfica sobre Juan Goytisolo………………….. 483

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INTRODUCCIÓN

El objeto de la presente tesis doctoral es analizar los ensayos literarios de Juan

Goytisolo con el fin de derivar una poética de su pensamiento literario. Partimos del

siguiente supuesto: su obra novelística ha sido muy estudiada en los últimos años tanto

por la crítica especializada y los historiadores de la literatura española contemporánea,

como por los especialistas e investigadores que en los círculos académicos se ocupan

del campo de la teoría literaria; en cambio, su obra ensayística lo ha sido menos, a pesar

de ser una parte imprescindible del conjunto de su obra, al punto de contener una

reflexión relevante sobre el significado de la especificidad del hecho literario y de sus

relaciones con la cultura y la sociedad; porque esclarece su propio proceso creador para

brindar a sus lectores una mejor comprensión de sus novelas; y, también, porque

configura en ella una tradición crítica en la cultura hispánica moderna y resalta la

importancia y vigencia de esta tradición como una alternativa de un hondo sentido

humanista frente a las vicisitudes del mundo actual y su creciente proceso de

deshumanización. La hipótesis de partida de nuestro estudio es la siguiente: en la

concepción amplia de la literatura de Goytisolo, asumida dentro del marco de una

modernidad literaria, no se pueden desligar los ensayos literarios de la obra novelística.

La primera es tan vasta, rica y compleja como la segunda. En su caso, se trata de dos

manifestaciones de una misma actividad, unidas dentro de un mismo proyecto creador,

inventivo e intelectual; y por lo tanto, el estudio de su obra crítica es primordial para

conocer de una manera cabal su concepción de la literatura.

Si se pretende derivar una poética a través de sus ensayos, supone que nos

ocuparemos de lo que entiende el autor en su reflexión crítica por literatura, cuál es el

sentido que le otorga a esta práctica discursiva dentro del marco de la cultura

contemporánea. Así, derivar la poética de su pensamiento literario comprende, en un

sentido general, acercarnos tanto a su noción de la novela como del ensayo. De esta

manera, este sentido general implica, de un lado, ahondar en el análisis de todos

aquellos aspectos relacionados con su concepción de la novela –y por extensión de la

literatura– tratados desde sus ensayos literarios; observar cómo evoluciona en su

pensamiento literario su idea de la misma –por ejemplo, de los ensayos contenidos en

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Problemas de la novela (1959) a El furgón de cola (1967) y de éste a Crónicas

sarracinas (1981)–; significa también abarcar los puntos más importantes de su

reflexión sobre el proceso de comunicación literaria, sus observaciones sobre la

presencia del autor y la importancia del lector en su concepción de la novela; detenernos

en sus consideraciones sobre la idea de género, en la importancia que en su caso le

confiere al proceso de la enunciación literaria y su ruptura con un realismo llano;

examinar el privilegio que le concede, como veremos, a una estética de ruptura frente a

una estética de identidad, en el sentido que a estos dos conceptos le ha dado el estudio

semiótico del texto artístico o literario; y, de igual manera, entraña explorar la

importancia que le otorga a la especificidad o autonomía del hecho literario y a las

relaciones que cada obra guarda corpus de la literatura general, como la base de lo que

denomina el árbol de la literatura (Cfr. Goytisolo, 1995a: 13). Y, de otro lado, este

sentido general, requiere profundizar en las características inherentes a su concepción

del ensayo desde la especificidad que lo distingue de los otros géneros literarios,

comprende de esta manera el estudio de la poética o teoría del ensayo en tanto parte

fundamental de la obra literaria de Juan Goytisolo, entendida de forma global bajo la

dinámica entre la crítica y la creación; demanda indagar en los elementos que

configuran o conforman la estructura semántica de sus ensayos, observar cuáles se

manifiestan como invariantes en su pensamiento literario o se transforman a lo largo de

su trayectoria; e implica extender así el análisis a su concepción de la crítica literaria y a

sus relaciones con la teoría literaria, en tanto disciplina que sustenta dicha reflexión.

Ahora bien, en un sentido específico y ya no general, nuestro trabajo sobre la

poética del pensamiento literario de Juan Goytisolo incluye el análisis y explicación de

la reflexión crítica del autor sobre el problema de la hispanidad como parte fundamental

de toda su obra literaria –narrativa y ensayística–. En este sentido, nuestro estudio

entraña indagar sobre su sustrato ideológico, sus relaciones con el pasado histórico

español y su valoración de las diferentes culturas que configuraron la identidad

colectiva hispánica; examinar asimismo las repercusiones de su pensamiento crítico

frente a un proyecto vigente de modernidad cultural en el ámbito hispánico, y ampliar

su reflexión, por ser un tema crucial para el autor de estas líneas, a la pregunta por la

identidad difusa del ser hispanoamericano. En consecuencia, supone trazar el perfil del

sujeto de la enunciación que emerge en su obra ensayística y el estudio de sus

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enunciados, latentes y manifiestos, en tanto perteneciente a una comunidad ideológica

concreta, a una tradición intelectual en la cultura hispánica moderna.

Precisar este aspecto de su poética ensayística nos permite, además, establecer

relaciones entre su obra novelística y su obra crítica, observar la manera cómo enfrenta

los mismos temas en ambas actividades –el cuestionamiento de una identidad española

cerrada y excluyente, la deconstrucción de sus mitos, las relaciones con la alteridad en

la cultura occidental, el problema del Otro en el mundo contemporáneo, siempre en un

ámbito intertextual, desde su tratamiento literario, en el diálogo con la tradición

literaria–, en un caso, a través el discurso lógico, racional, nítido y con la voluntad de

estilo que requiere el ensayo, afirmando un pensamiento humanista y libertario; y en el

otro, asumiendo las ambigüedades y contradicciones que entraña la creación novelística,

profundizando sin piedad en las zonas oscuras, motivaciones secretas, pulsiones

reprimidas de la condición humana, de su propia condición como parte de una

comunidad lingüística y cultural anclada en la historia, y a través de la cual surgen las

voces narrativas de sus novelas, pero siempre con una aguda conciencia de la

especificidad de la literatura, de la función poética del lenguaje literario. El contraste

entre la obra narrativa y los ensayos permite corroborar la intención del autor de servirse

de su obra ensayística para que el lector profundice en la comprensión de su universo

ficcional.

Para ahondar en la poética de Juan Goytisolo a través de su obra crítica, en los

dos sentidos mencionados, procedemos, como un primer paso, analizando sus ensayos

literarios detenida y detalladamente de manera exegética, con un criterio filológico

amplio de respeto al texto, y con la intención de acotar los argumentos centrales de cada

uno de ellos; para desentrañar, luego, los enunciados teóricos o formaciones discursivas

que soportan su estructura semántica, principalmente, los provenientes de la teoría

literaria, según los desarrollos alcanzados a lo largo del siglo XX, que le posibilita

definir su noción de la literatura desde la especificidad del texto literario, y los

provenientes, asimismo, de un conocimiento historiográfico, que le permite precisar el

vínculo de la literatura con la cultura y la sociedad, y brindar una interpretación crítica

de la cultura hispánica; y, además, para relacionar su reflexión con las grandes

corrientes argumentativas de la época, en torno a la literatura y sus implicaciones. Así,

cronológicamente, comprenderemos sus ensayos literarios, desde su primer libro

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Problemas de la novela (1959) hasta el último al momento del presente estudio Contra

las sagradas formas (2007). Nuestra intención metodológica, en este sentido, es

mantener una mirada analítica con una pretensión de exhaustividad en la exposición de

las temáticas de sus libros de ensayos, precisando el alcance de su estructura semántica,

buscando contrastar, a su vez, la temática propuesta en los ensayos y su argumentación

con otros puntos de vista del medio intelectual hispánico. Comprendiendo en el análisis,

además, el estudio formal del textos ensayístico, del modo de enunciación en su nivel

dispositivo-sintáctico y, asimismo, de las relaciones entre los sujetos participantes en la

comunicación ensayística, en la construcción textual del sujeto de la enunciación y del

lector implicado, la proyección ideal de éste para que el texto argumental cumpla su

cometido de persuadir o convencer al lector por medio de las ideas expuestas. Se

mantiene, igualmente, una perspectiva crítica, prestando atención no sólo a los

argumentos centrales o líneas temáticas principales de cada texto, sino también a la

evolución de su pensamiento literario a lo largo del transcurso de su obra ensayística,

interesados en los cambios que, en relación con su poética, se presentan en los textos a

la luz de esta mirada crítica global. Se mantiene también, en nuestra exposición, una

mirada metacrítica en relación con nuestro objeto de estudio, que permita desplegar y

exponer de manera detallada la exploración teórica y temática que se va adoptando en

cada momento del análisis y que permite controlar, a su vez, los juicios de valor en los

que se incurre en nuestro proceso de interpretación paralelo al discurrir analítico.

Sobra advertir, por ser un hecho notorio, que Juan Goytisolo es uno de los

novelistas más importantes y prolíficos del panorama de la literatura española actual. En

consecuencia su obra se ha caracterizado por entrañar una búsqueda permanente de la

expresión literaria, un esfuerzo decidido de alcanzar a expresar aquello que sólo puede

decirse a través de la literatura, mediante la palabra escrita; ha implicado una

exploración constante acerca de las virtualidades o posibilidades del lenguaje que se

traduce en la propuesta novedosa que comporta cada una de sus novelas. A la vez, es

uno de los escritores que, con su vasta obra ensayística, ha reflexionado más sobre las

implicaciones del hecho literario, sobre qué entiende por literatura y por precisar sus

relaciones con el conjunto de cultura y la sociedad, sin las cuales aquella no tendría

sentido. Insistiendo, de manera enfática, en la importancia para el mundo actual –ya que

permite una comprensión de la experiencia de lo humano en su irreductibilidad– de

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conservar viva la tradición cultural que soporta la singularidad artística y literaria de

España, a partir de sus escritores medievales, renacentistas y del Siglo de Oro. De esta

manera, su obra reviste un interés especial en el ámbito hispánico, con mayor razón para

el lector hispanoamericano –como el autor del presente trabajo– porque a través de ella

encuentra un puente propicio para acceder a la comprensión, desde la perspectiva del

presente, de esa tradición de la literatura española. Además, porque Goytisolo

reinterpreta la tradición no sólo a partir de su propio trabajo novelístico y de la lectura

específica de ellos consignada sus ensayos, sino también a la luz de las obras de los

escritores hispanoamericanos contemporáneos, propiciando una reconciliación con un

pasado común mediante la lengua y la literatura. Y al hacerlo, al reflexionar sobre la

importancia de la literatura y su historia, brinda su propia concepción de lo que para él

es la literatura.

En nuestro interés de establecer una poética a través de sus ensayos literarios se

mantendrá siempre la perspectiva de definir lo que en cada momento de su trayectoria

intelectual entiende por “el árbol de la literatura” o “el bosque de las letras”, conceptos

con las cuales define su noción y alcance del hecho literario. En este orden de ideas, el

presente trabajo comprende varias fases. En la primera, que es una ampliación de ésta

introducción, con el título “El centauro y sus dominios. Delimitación del corpus

ensayístico”, se demarca el alcance de su obra ensayística, tomando como base la

definición teórica del ensayo como género híbrido, mezcla de creación literaria y de

afán expositivo, teórico –filosófico, literario o científico– según el tema elegido, donde

se manifiesta singularmente la personalidad de su autor, su voluntad de estilo, como una

tentativa no concluyente de aproximarse al asunto tratado; definición en la que a

grandes rasgos coinciden autores como Alfonso Reyes (1959: 400-403), Aullón de Haro

(2005: 14); Cerezo Galán (2002: 1-32); Arenas Cruz (1997: 49-100). Así, los dos

grandes ejes temáticos de la obra ensayística son la crítica literaria y los ensayos de

temas exclusivamente políticos o de crítica cultural. Para ésta delimitación inicial del

corpus de nuestro interés, se tuvo como hilo conductor el ensayo El lucernario, la

pasión crítica de Manuel Azaña (2004), donde Goytisolo se ocupa del examen de la

obra literaria del último presidente de la Segunda República española, a partir de la

dificultad que entraña distinguir entre la faceta literaria de Azaña y una faceta política,

entre el intelectual y el gobernante, que en él están inextricablemente unidas. De manera

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similar, enfrentados a la obra ensayística de Goytisolo, es complejo distinguir entre esos

aspectos que atañen sólo al compromiso ético del intelectual y aquellos que se refieren

sólo a temas literarios, porque su crítica, en el más amplio sentido del término, es

política: ejercicio de la libertad de conciencia y expresión en los asuntos de la vida

pública –por eso, en un capítulo posterior de esta tesis, titulado “Mudejarismo y

mitopoiesis”, hemos empleado la expresión deleuziana del estilo como política,

expresión aplicada a su vez por Goytisolo en el análisis de la obra de Fernando de

Rojas, a su propia obra literaria, tanto a la narrativa como al conjunto de su ensayística–.

Así, en ese primer capítulo se profundiza en el carácter ideológico y polémico de sus

ensayos dedicados a asuntos políticos y de crítica cultural, pero como el interés

principal del trabajo es derivar una poética de su concepción de la literatura, se delimitó

el objeto de estudio a sus ensayos literarios, de crítica literaria, privilegiando, en este

sentido, los siguientes libros: Problemas de la novela (1959), El furgón de cola (1967),

España y los españoles (1969), “Prólogo a la Obra inglesa de José María Blanco White

(1972), Disidencias (1977), Libertad, libertad, libertad (1978), Crónicas sarracinas

(1981), Contracorrientes (1985), El bosque de las letras (1995), Cogitus interruptus

(1999), El lucernario, la pasión crítica de Manuel Azaña (2004), Contra las sagradas

formas (2007)1. Para concluir, en esta primera fase, afirmando que su obra ensayística

no es incidental dentro del conjunto de su obra literaria, que a través de ella se explica

su proceso creador, la evolución de su pensamiento literario e intelectual.

En una segunda fase del trabajo, que es el centro de la tesis, conformada por los

capítulos “Inicios polémicos, por una motivación social de la literatura. Problemas de la

novela (1959)”, “Del examen de conciencia a la desmitificación creadora. El furgón de

cola (1967): hacia la afirmación de una poética”, “Contra el mito de la España Sagrada

1 No obstante delimitar para nuestro interés el corpus de los ensayos literarios de Juan Goytisolo primordialmente a estos libros, también tendremos en cuenta a lo largo de este trabajo otros ensayos literarios no recogidos en libros y publicados en la sección cultural de periódicos o de revistas (v. gr. Babelia, el suplemento cultural de El País o en su “tribuna” de opinión en este mismo diario, o en las revistas Ínsula, Cuadernos de Ruedo Ibérico, Triunfo, El viejo topo, Quimera, Claves de la razón práctica, Vuelta, Letras libres etc.). Así, como también tendremos presente en nuestro trabajo sus otros libros de ensayos, de memorias y de viajes, en lo que hace referencia a la literatura o a temas culturales o artísticos relevantes para la construcción de su poética (v. gr. Estambul otomano (1989), Aproximaciones a Gaudí en Capadocia (1990), De la Ceca a la Meca (1997), Pájaro que ensucia su propio nido (2001) –que si bien es un libro que reúne ensayos periodísticos de actualidad política a lo largo de su actividad intelectual, tiene ensayos de interés para efectos de plantear las relaciones entre literatura y la política– así, como el libro España y sus ejidos (2003), y sus memorias Coto vedado (1985) y En los reinos de taifa (1986).

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y conciencia de una tradición cultural. Respuesta a la secular lamentación hispánica”,

“El cuerpo y la escritura. Transgresión erótica y subversión literaria. Disidencias

(1977)” y “Mudejarismo y mitopoiesis. El Otro alteridad constituyente. Crónicas

sarracinas (1981)”, se analiza detenidamente su obra ensayística desde su primer libro

de ensayos del año 1959, en el que defendía una estética realista de la novela, hasta el

libro Crónicas sarracinas (1981), donde consideramos culmina su empresa de

desmitificación de la cultura hispánica y de sus relaciones con la alteridad que

representa el mundo islámico, y donde esclarece su propio proyecto novelístico, su

noción de la novela, definiendo claramente su idea del “árbol de la literatura”.

Advirtiendo que hasta su último libro de ensayos Contra las sagradas formas (2007),

Goytisolo conserva un espíritu mitoclasta frente a las verdades establecidas de una vez y

para siempre en el campo de la historia y la literatura, pero como empresa totalizadora

su proyecto de desmitificación creadora, planteado en el libro El furgón de cola (1967),

alcanza su punto de inflexión en Crónicas sarracinas (1981), al extender su crítica

inicial de los mitos de la tradición hispánica y su tratamiento literario a la totalidad de la

cultura occidental.

En una tercera fase, titulada “Crítica filológica y hermenéutica”, se determina el

trasfondo histórico del conjunto de su obra ensayística, su contexto histórico-social a

partir de la temática brindada por los mismo textos, esas coordenadas espacio-

temporales que él mismo ha denominado en uno de sus libros, Pájaro que ensucia su

propio nido (2003), en el que recoge artículos periodísticos desde el año 1975 a finales

de los noventa, de “La España de Franco a la de Pedro Almodóvar”. Ésta

contextualización se hace en un sentido tanto sincrónico como diacrónico, para

comprender la temática tratada en sus ensayos: el complejo proceso de configuración de

la identidad española a través de su literatura y su cuestionamiento, y para comprender

su esfuerzo de constituir y trazar las líneas de pertenencia a una tradición crítica en un

proyecto de modernidad postergado. De esta manera, se hace una aproximación a sus

ensayos literarios bajo la perspectiva de ser, en un sentido amplio, una crítica filológica

radical y una propuesta de hermenéutica cultural, que busca integrar la mirada del otro

como parte fundamental del conocimiento de la propia realidad histórica, en la certeza

de que la cultura es la suma de influencias provenientes de distintos ámbitos culturales.

Para esta conceptualización de sus ensayos literarios como crítica filológica radical se

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exploró la influencia en su ensayística de la teoría literaria y de los desarrollos de la

lingüística durante el siglo XX, en la línea de los formalistas rusos y del estructuralismo

francés, que soporta su definición de la literatura como un sistema de valores en

conexión e interrelación, en el que cada obra guarda relación con el corpus de la

literatura de su tiempo y de su tradición, pero también en el que se manifiesta como

signo diferencial; esta noción es el fundamento de una poética que privilegia la

especificidad de la obra literaria, sin negar su vínculo con la cultura y la sociedad. En

este sentido, la teorización de Mijail Bajtin (2003: 349-350) sobre el gran tiempo de la

cultura es básica en el pensamiento literario de Goytisolo para establecer esa relación

del fenómeno literario con la historia de la cultura. Como también es fundamental la

historiografía de Américo Castro y su interpretación del pasado español, confiriéndole

plena importancia a la coexistencia medieval intercastiza y al drama que supuso en la

historia de España y en su conciencia colectiva la expulsión de los judíos y los

moriscos, con el triunfo de los Reyes Católicos, para señalar, además, las

particularidades históricas y culturales de España frente al mundo europeo y para

mostrar también su discontinuidad histórica, en un proyecto truncado de modernidad.

Es necesario puntualizar que la expresión crítica filológica radical para definir

los ensayos literarios de Juan Goytisolo debe entenderse, como se comprende, como un

concepto no reducido a una metodología única, ni a un discurso teórico específico o

sumamente especializado, sino en un sentido temáticamente amplio y

metodológicamente flexible, la mirada de un escritor, anclado en su tiempo, consciente

de la importancia que una tradición crítica desempeña en el contexto de una modernidad

ilustrada y defendiendo los valores humanistas que su concepción de la literatura

comporta.

Y en una última fase, como un capítulo culminante, se abordó la lectura que

Goytisolo hace de la de literatura hispanoamericana contemporánea, a través de la cual

expone su concepción de la literatura, del “árbol de la literatura” como un sistema de

correspondencias, un tejido de obras en las que unas son consecuencias –y réplicas de

las otras– y a partir del cual cada obra, para su estudio, no puede ser considerada

aisladamente, como si fuera una creación de la nada, sino vinculada y en

correspondencia, en una perspectiva dialógica, con el conjunto de la tradición en la que

está inscrita. En este último capítulo se hizo una relación de los ensayos de Juan

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Goytisolo –autores y tendencias– dedicados al tema hispanoamericano, en especial al

conjunto de autores a los que vuelve una y otra vez a lo largo de su obra ensayística, un

círculo reducido a las obras de Octavio Paz, Carlos Fuentes, José Lezama Lima,

Guillermo Cabrera Infante y Severo Sarduy. Para ello, se tuvo como hilo conductor

principal los ensayos dedicados a estos autores en el libro Disidencias (1977), en los

que valora la riqueza idiomática de sus textos, el placer de las imaginaciones

inverosímiles, en términos de Blanco White (Cfr. Goytisolo, 1972: 60-63), que

caracteriza sus obras; la interpretación de la historia de América Latina, en sus procesos

de definición de las conciencias nacionales vinculado a la historia de España, que ellos

plantean; la lectura reinterpretativa que hacen de los clásicos españoles desde un nivel

creativo o mitopoiético; y la respuesta que brindan a la pregunta de sí es moderna la

literatura hispanoamericana en su relación con la consolidación de un pensamiento

crítico, como característica fundamental una modernidad permanentemente aplazada.

Es conveniente mencionar, asimismo, que se hizo una lectura exegética y

exhaustiva de los ensayos, contrastando los ensayos entre sí, atentos a la evolución del

pensamiento literario del autor y confrontando su lectura con las obras en ellos

analizadas. Como marco teórico nos apoyamos, en primer lugar, en las definiciones del

ensayo de Alfonso Reyes, Pedro Aullón de Haro, Pedro Cerezo Galán y María Elena

Arenas Cruz, arriba aludidas; en la definición del gran tiempo de la cultura de Bajtin, y

en la concepción de la literatura como un sistema de los formalistas rusos, para

comprender qué entiende Juan Goytisolo por literatura; en la acepción de filología de

Francisco Márquez Villanueva, para quien el primer paso que debe observar el

investigador de la literatura en un afán de objetividad está relacionado con el lenguaje

utilizado, llamando las cosas por sus nombres, yendo al grano, sin circunloquios ni

pedantería y tratando la obra sometida a análisis con la mayor fidelidad posible, porque

ella “representa (…) el ‘documento’ integral y definitivo que es preciso desentrañar en

su plenitud de significado” (Márquez Villanueva, 2005: 19); e igualmente, en la

valoración que en diferentes momentos de su obra Márquez Villanueva hace de historia

de Américo Castro y de sus aportes al estudio de la literatura española, visón que

sustenta, sin lugar a dudas, la obra crítica de Goytisolo. Y en este orden de ideas,

también nos hemos apoyado en la teoría crítica del hispanismo de Eduardo Subirats,

expuesta, principalmente, en su libro Memoria y exilio (2003), donde hace una revisión

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completa de las culturas hispánicas y su conflictivo proceso de modernidad e

ilustración, a través del cual se entiende en toda su dimensión la crítica literaria de Juan

Goytisolo, enmarcada dentro del proyecto historiográfico de Américo Castro, y se

comprende, asimismo, su singularidad, afirmada a través de su poética o concepción de

la literatura.

Por último sea esta la oportunidad para expresar mi agradecimiento a todos

aquellas personas que me han ayudado a lo largo del proceso de investigación y

escritura de esta tesis doctoral, y en especial a: Antonio Chicharro Chamorro, mi

director, por sus oportunos consejos y franca generosidad; Annie Bussière-Perrin, Inger

Enkvist y Luis Vicente de Aguinaga, por ofrecerme amablemente sus textos sobre la

obra de Juan Goytisolo; Edwin Carvajal, Augusto Escobar, Consuelo Posada, Nora

Londoño, Andrés Vergara, por su amistad y apoyo constante; Ricardo Rojas, por

escucharme pacientemente en los momentos de duda y acoso; a mis padres, por todo lo

que ellos significan, y a María Teresa, mi compañera, por su paciencia, amor y

comprensión.

Asimismo, quiero expresar mi agradecimiento a las siguientes instituciones: la

Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá, sin cuyos recursos bibliográficos no hubiera

podido hacer esta tesis desde Colombia, y a la Universidad de Antioquia y las directivas

de la Facultad de Comunicaciones, por concederme una comisión de estudios para

realizar mis estudios doctorales.

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Capítulo 1.

EL CENTAURO Y SUS DOMINIOS. DELIMITACIÓN DEL

CORPUS ENSAYÍSTICO2.

En el ensayo El lucernario, la pasión crítica de Manuel Azaña (2004), al abordar

el análisis de la obra literaria del último presidente de la Segunda República española,

obra en la que la política y la literatura están inextricablemente unidas3, su autor se

plantea la siguiente pregunta: “¿Qué es la novela?” (Goytisolo, 2004a: 75). Reiterativa,

sostiene, en el ámbito de la crítica y la creación literarias desde fines del siglo XIX. Sin

embargo, implicado en su condición de escritor, elude dar una definición concluyente

para afirmar mejor la libertad del género; su resistencia a dejarse encasillar en la vieja

camisa de fuerza constrictiva de la preceptiva clásica o en un marco teórico trazado con

regla y compás y precisión cientificista. La pregunta no es una inocua y si bien está

formulada para inquirir por la naturaleza del texto narrativo con la intención de ahondar

en el pensamiento literario de Manuel Azaña su alcance es extensible al dominio de la

novelística actual, a la pregunta por el sentido de la literatura y sus conexiones con la

esfera de la cultura y la sociedad; a la pregunta por la responsabilidad del escritor frente

a su actividad, la sociedad y la época a la que pertenece. El hecho de evitar una

respuesta precisa no agota sin embargo la importancia de la reflexión. Su juicio, en este

caso, es crítico y valorativo a la vez. Por un lado fustiga la intransigencia de un sector

de la cultura española que, preocupado por el afán normativo de dilucidar que es o no es

literatura, desconoce las obras más innovadoras del género novelístico o incurre en una

ceguera histórica protuberante al apreciar la verdadera dimensión de algunas obras del 2 Utilizamos el término “Centauro” aludiendo a la definición metafórica que Alfonso Reyes da del ensayo literario como género híbrido, “el centauro de los géneros literarios”, mezcla de creación literaria y de afán expositivo, teórico –filosófico o científico- según el tema, permaneciendo en un espacio fronterizo en donde halla su especificidad. (Cfr. Reyes, 1959: 400-403). Asimismo, Pedro Aullón de Haro define el ensayo como un “texto no dominantemente artístico ni de ficción ni tampoco científico ni teorético sino que se encuentra en el espacio intermedio entre uno y otro extremo estando destinado reflexivamente a la crítica o a la presentación de ideas” (Aullón de Haro, 2005: 14). Véase también para una definición del ensayo como género híbrido: “El espíritu del ensayo” de Pedro Cerezo Galán (2002). 3 Andrés Zamora en el ensayo “El jardín de los frailes: Azaña y la guerra simbólica”, en Hispanic Review, 2003 afirma: “es difícil distinguir entre una faceta literaria de Azaña y otra política, entre el intelectual y el gobernante, pues ambas cosas están inextricablemente unidas, si no son lo mismo, en su esquema conceptual”, (Apud Juan Goytisolo, El lucernario, 2004a: 93).

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pasado, textos al margen del canon literario a los que no se les ha prestado la atención

debida para reconocer su vigencia a través del tiempo4. Por otro lado, el ensayista valora

la dimensión intelectual de Azaña, el escritor, a quien con el paso del tiempo, luego de

aclararse el panorama cultural de la censura franquista y sus secuelas –la desorientación

e inercia intelectual presentes aún en la transición democrática- considera como un

predecesor ilustre de Américo Castro en su esfuerzo de rescatar el Quijote del panteón

nacionalista en donde se hallaba sumido desde finales del siglo XIX, y situarlo en un

contexto vital, el de su modernidad, como fuente seminal de la creación novelística

ulterior.

Reflexionar sobre la novela a partir de la obra literaria de Manuel Azaña y de

manera principal al hilo de su ensayo “Cervantes y la invención del Quijote” (1930), le

permite a Goytisolo distinguir entre dos concepciones distintas de la creación novelesca.

La primera representada por quienes piensan, como E. M. Forster (1983), que la novela

tiene unas reglas precisas a las que los escritores deben someterse y respetar para no

caer en un limbo difuso e incierto que lleve a la desnaturalización del género y al

fracaso irremediable de su esfuerzo creativo. Es una concepción próxima, resalta, a la

sostenida en su momento por Ortega y Gasset, para quien “la novela exige que se la

perciba como tal novela, que no se vea el telón y las tablas del escenario… con la

novela no se puede jugar: impone un decálogo inexorable de imperativos y

prohibiciones” (apud Goytisolo: 2004, 78). Sin desconocer la relevancia intelectual de

Ortega y la influencia de su pensamiento filosófico y estético en algunos de los

escritores más importantes del panorama literario español del siglo XX que crecieron

bajo el magisterio de sus ideas –sólo para mencionar un par de nombres sobresalen el de

Rosa Chacel y Francisco Ayala– para Goytisolo, el autor de La deshumanización del

arte (1925) no vislumbró las corrientes innovadoras de la novela durante la primera

mitad del siglo XX, principalmente, a partir de Joyce; y entre ellas, aquellas obras que

reflexionan sobre su propio proceso creador, que son a la vez novela y crítica de la

novela, que de manera explícita muestran el telón y las tablas del escenario y las

cavilaciones del tramoyista; que paradójicamente, según Goytisolo (2004: 77),

utilizando un neologismo acuñado con anterioridad en sus ensayos de Disidencias

4 En este sentido Goytisolo pone de ejemplo y crítica de manera especial a Marcelino Menéndez Pelayo, por su incapacidad de reconocer el valor literario de La Lozana Andaluza de Francisco Delicado, “prisionero de sus apriorismos y de su rigidez moral” (Goytisolo, 2004a: 75).

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(1977), “cervantean”, para afirmar así su filiación a la obra inaugural del género en la

modernidad. Para Goytisolo, el horizonte de expectativas generado por obras

fundamentales del contexto europeo y latinoamericano del siglo XIX al XX, se ha

encargado de sobrepasar y desmentir de manera radical esta concepción clásica de la

novela, con obras como las de Biely, Joyce, Gadda, Arno Schimidt o Machado de Assis,

Guimaraes Rosa, Lezama Lima (Cfr. Goytisolo 2004: 76). La experiencia creativa de

estos escritores por fuera de los márgenes trazados por el pensamiento estético de

Ortega o Foster, es tan sugestiva o más en la historia de la novela que las obras de los

escritores que respetan y se acomodan a los límites de los códigos establecidos.

Mostrando, de esta manera que para él es más importante una estética de ruptura que

una estética obsecuente con una preceptiva normativa y tradicional.

Esta concepción innovadora de la novela, más profunda y amplia en términos del

autor de El lucernario, es la formulada en sus reflexiones teóricas por Mijail Bajtin, a

través de la lectura de algunas obras perteneciente a la cultura medieval que ignoraron la

poética aristotélica –por su origen popular– y se configuraron sin la prescripción

normativa de una preceptiva dominante, para desembocar posteriormente en la

innegable modernidad de las obras de Rabelais y Cervantes (Cfr. Goytisolo, 2004a: 77).

En este contexto, Goytisolo expone la idea de una “temporalidad más vasta” (Goytisolo,

2004a: 77), para referirse al concepto del gran tiempo de la cultura de Bajtin, como una

de las herramientas más pertinentes a la hora de analizar cualquier producción artística,

sin las coerciones reductivas de una preceptiva estricta o a un determinismo social; y

para tener en cuenta, en cambio, a la hora de valorar las obras, sus vínculos con la

historia de la cultura en general. Las obras se configuran a través de grandes períodos de

tiempo y no pueden ser comprendidas por fuera del contexto cultural en el cual surgen,

como afirma Bajtin: “una obra no puede ser comprendida por los siglos anteriores sino

se impregnó de alguna manera de los siglos anteriores” (Bajtin, 2003: 349). Es en ésta

noción de una temporalidad más vasta donde reside el carácter, para Goytisolo (2004a:

77), de un libro clásico como el Quijote, porque a través de ella llega a un lector actual

como si fuera una novela contemporánea suya, y no a la manera de una obra a la que es

preciso guardar un respeto reverencial porque pertenece a una época anterior. Este gran

tiempo de la cultura, en términos de Bajtin y en la acepción de Goytisolo llamándolo

temporalidad más vasta no riñe, con la relación que toda obra gurda con el contexto

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social donde surge y tampoco puede entenderse como una concepción esencialista de la

literatura o el arte; significa que el horizonte de sentido –donde residen sus vínculos con

la cultura y la sociedad– que brinda una novela innovadora y de importancia trasciende

la lógica temporal y un determinismo inmediatista, y que es en su relación con su

pasado y con la posteridad cuando se enriquece con una serie de significados nuevos5.

Para Goytisolo, la visión de Bajtin coincide con la de Azaña plasmada en “Cervantes y

la invención del Quijote (1930), en la valoración sobre la vigencia de las obras del

pasado, y ayuda a comprender la naturaleza e importancia de la literatura y el arte,

desde una perspectiva amplia, alejada de un concepto de género coercitivo o de una

ideología ligada a una época determinada. Tanto Bajtin y Azaña coinciden, para

Goytisolo, en que es en la posteridad donde se descubre la magnitud de una obra, y que

es la misma obra –a través de sus significados latentes, de la riqueza potencial de su

estructura semántica, de sus vínculos con la cultura y la sociedad– según sea su fértil

dimensión, la que engendra su propia posteridad y su horizonte de expectativas; ya sea

por su profundidad en la percepción del mundo, por su incidencia en la sensibilidad de

los futuros lectores y por la respuesta que brinda a las generaciones futuras acerca de la

condición humana (Cfr. Goytisolo, 2004a: 78-79). El autor de El lucernario. La pasión

crítica de Manuel Azaña (2004), se apoya en una cita de Bajtin –sin citar su fuente

bibliográfica, pero entresacada del artículo “Respuesta a la pregunta hecha por la

Revista Novy Mir” (2003: 349)– para respaldar esa idea que afirma la modernidad de las

obras al pertenecer al gran tiempo de la cultura: “una creación literaria no puede vivir

en los siglos venideros si no se alimenta de los siglos del pasado, pues cuanto pertenece

tan sólo al presente muere con él.” (apud Goytisolo, 2004a: 79).

El análisis que hace Goytisolo en El lucernario de la obra literaria de Azaña y su

concepción de la literatura no pretende, sobra aclararlo, comparar la dimensión de los

estudios literarios del teórico ruso con la crítica del escritor y estadista español, pero si

resaltar, apoyado en Bajtin, la lucidez de Azaña y la pertinencia de sus juicios, y

constatar las reflexiones de éste sobre la novela con figuras tan relevantes de la historia

intelectual y cultural españolas como son don Marcelino Menéndez y Pelayo y Ortega y

5 Esta idea la expone Bajtin en su “Respuesta a la pregunta hecha por la Revista Novy Mir, de la siguiente manera: Los fenómenos semánticos pueden existir de una manera latente, potencialmente, y manifestarse únicamente en los contextos culturales de las épocas posteriores favorables para tal manifestación” (Bajtin, 2003: 349-350)

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Gasset o con los juicios de una crítica literaria tradicionalista. Las consideraciones de

Azaña acerca de la novela y la posteridad de la obra literaria, sobre la diferencia entre lo

que es actual y contemporáneo en el campo del arte, sus observaciones al distinguir lo

que es literatura y lo que es vida literaria, su distinción entre la obra y el producto

editorial, parten de una concepción análoga del arte y la literatura a la de Bajtin y sirven,

además, para que el propio Goytisolo exprese su propia concepción de la literatura en

un ensayo –El lucernario– que entraña la decantación de toda una vida dedicada a la

creación y a la reflexión acerca de las implicaciones sociales y culturales de la literatura.

Para Azaña, como para Bajtin y para Goytisolo, la modernidad de una obra es distinta

de su actualidad y en un sentido es incompatible con ella. El escritor que busca a través

de su obra estar a tono con lo actual suele marearse en los laberintos, los espejismos y

las múltiples direcciones, a veces contradictorias, de la época; en contraste, el escritor

que busca el diálogo con una “temporalidad más vasta” (Goytisolo, 2004a: 85), que

percibe en el pasado la perspectiva del futuro, pretende llegar a un lector que está

implicado de manera latente en la misma obra, gracias a la dimensión y hondura de su

propuesta (Cfr. Goytisolo, 2004a: 75-86). Esta certeza le permite a todo escritor

distinguir su condición modesta del arribismo de las modas de la vida literaria, y

diferenciar el texto artístico del producto editorial, sometido a las leyes del mercado.

Preferir, a su vez, al lector comprometido con una idea seria y consistente de la

literatura del lector trivial y consumista, forjado en la sociedad de la cultura como

espectáculo. La contemporaneidad de una obra artística y literaria, su modernidad,

circula a través de la historia y permite el diálogo con la posteridad que ella misma

funda, sin perder por ello sus raíces con el contexto vital e histórico donde surge. Para

Juan Goytisolo, luego de leer a Azaña apoyado en las reflexiones de Bajtin, esta

temporalidad más vasta –el gran tiempo de la historia de la cultura– se extiende por más

de cinco mil años de existencia humana y es hacia ella, y no hacia la actualidad, a donde

el escritor debe mirar, para asumir la responsabilidad y compromiso que su actividad

exige, y es el referente para un estudio de la literatura, también exigente, sin una visión

inmediatista y coercitiva de los diferentes fenómenos sometidos a su reflexión.

Sobre los conceptos iniciales que se desprenden de la lectura del ensayo El

lucernario, la pasión crítica de Manuel Azaña (2004), acerca del carácter de la novela,

del gran tiempo de la cultura, del compromiso y responsabilidad del escritor,

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volveremos posteriormente a lo largo del desarrollo del presente trabajo dedicado a los

ensayos literarios de Juan Goytisolo, con la pretensión de derivar, a partir de ellos, una

poética de su concepción de la literatura. Pero, de manera preliminar, hay un segundo

aspecto en El lucernario que es preciso mencionar para ir delimitando el alcance de su

obra ensayística en conjunto. A pesar de la advertencia inicial de centrar su análisis sólo

en la obra literaria de Azaña, la dimensión política del último presidente de la Segunda

República española está presente como trasfondo de su mismo análisis. Es cierto que no

ahonda en el estudio histórico de la actividad del estadista, pero la imposibilidad de

separar estos dos ámbitos es lo que despierta su atención. A Goytisolo le atrae tanto

Azaña escritor como el político; le interesa señalar el compromiso ético que está

presente en toda su obra intelectual, tanto literaria como la de su acción política. Así su

obra es, en términos generales: “un lucernario por el que se cuela un tenue rayo de luz”

(Goytisolo, 2004a: 8), que reside en su fe decidida en la honradez y la verdad como

valores fundamentales del hombre en sociedad. Una ventana de claridad en el panorama

político y cultural de la España contemporánea que se traduce en la convicción de la

vigencia de los valores de la Modernidad ilustrada en el ámbito de lo político, mediante

la confianza en la razón, el libre examen, la libertad de conciencia y de expresión. Para

Goytisolo, la concepción ética de la política de Azaña es una especie de “santidad en un

orden puramente laico” (Goytisolo, 2004a: 141). Y es a través de ésta, de una ética laica

y universal, como se concreta la acción política y es posible, además, enfrentar el

desafío que implica el devenir de la historia para incluso variarla, para lograr superar

sus obstáculos, mediante un acuerdo pragmático con las fuerzas que la frenan éste

devenir. La supremacía de una ética laica permite establecer asimismo los límites de

libertad y justicia para una humanidad en permanente crisis dado su carácter histórico.

Así, la acción política, bajo este postulad ético, es concebida por Azaña como “un

movimiento defensivo de la inteligencia, oponiéndose al dominio del error” (Goytisolo,

2004a: 141), y obrará sobre una comunidad, sobre un pueblo como “una herencia

histórica corregida por la razón” (apud Goytisolo, 2004a: 141).

Hija de la Ilustración, sustentando los valores que funda la Modernidad en el

ámbito de lo político, la razón es para Goytisolo, en este ensayo, la facultad

imprescindible para reconocer los derechos del Otro y actuar en defensa de los propios,

para obrar en el marco de unas instituciones legales y democráticas que garanticen la

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eficacia de la acción política (Cfr. Goytisolo, 2004a: 135-140). Así, al igual que

acontece con las consideraciones sobre el sentido de la literatura, Goytisolo se

reconocerá en el ideario político de Azaña y, expuesto de una manera más precisa,

reconocerá la deuda moral e intelectual que tiene tanto él como los españoles que

nacieron durante y después de la guerra civil de 1936 con Azaña, de la que El

lucernario es un tributo. De esta manera, el ensayo le permitirá a su autor expresar

también sus propias reflexiones sobre la política española contemporánea, sin desligarla

del curso de la historia europea y mundial, y leer la obra de Azaña e interpretar su

conducta política, bajo la luz de los problemas del presente: los mitos nacionalistas, la

exclusión del Otro, las guerras de limpieza étnica, la imposición hegemónica de un solo

orden mundial, la transformación de la cultura en un mercado global en detrimento de

los valores más preciados de la humanidad. Así, la confianza en la fuerza de la razón

que tenía Azaña para reformar el curso de la historia, es también la apelación de

Goytisolo para enfrentar el reino de las arbitrariedades del mundo contemporáneo:

El laicismo defendido por Azaña llega hasta nosotros sin arrugas ni canas. Sus

racionamientos no han caducado: se revitalizan, muy al contrario, a la luz de muchos

acontecimientos y doctrinas que se ciernen amenazadoramente sobre nosotros en el

vestíbulo del tercer milenio. El mandato divino o de los ancestros excusa toda clase de

crímenes contra los que sólo cabe oponerse con las normas de la democracia y la fuerza

de la inteligencia (Goytisolo, 2004a, 45).

Esta referencia inicial que hacemos de El lucernario, la pasión crítica de

Manuel Azaña (2004), es el vértice que hemos elegido para delimitar, en una primera

aproximación, el ámbito de la obra ensayística de Juan Goytisolo, para señalar los dos

grandes ejes de tensión que rigen el pensamiento expresado en ella. El primero, su

reflexión constante acerca del hecho literario y sus particularidades: sobre la novela;

sobre la función primordial de la literatura en el orden de lo humano; sobre la

importancia que en su concepción de la literatura tiene una estética de ruptura; sobre la

relevancia de de la crítica literaria en el contexto de la modernidad; sobre la importancia

que tiene para una mejor comprensión de las obra una lectura atenta al contexto social y

cultural donde surgen; sobre las relaciones de cada escritor con la tradición y la

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comunidad lingüística a las que pertenece, y sobre sus responsabilidades con la

preservación de esta tradición y con la cultura de su comunidad lingüística.

Y, el otro eje, su preocupación en los asuntos que, en un sentido general,

podemos denominar como políticos, vistos desde un compromiso ético e intelectual que

asume como testigo de los acontecimientos históricos de su época. Con una solidaridad

abierta hacia los más débiles o hacia quienes permanecen al margen de los poderes

dominantes, políticos y económicos, y son víctimas de sus efectos. Preocupación que

asume en su obra ensayística con la independencia adquirida a través del ejercicio de la

actividad creativa y la libertad de expresión que le permite y brinda su relación franca

con el lenguaje.

Así, este compromiso ético que jalona su reflexión política implica una actitud

crítica, independiente, lejos de los devaneos del poder. Pero hace que, como en el caso

de Azaña, deslindar en su obra crítica, política y literatura entrañe una suerte de

desnaturalización de su pensamiento. En otras palabras, la relación inextricable entre

política y literatura que hay en la obra del último presidente de la Segunda República

española, en la obra ensayística de Juan Goytisolo se da entre literatura y crítica; crítica

que en el más amplio sentido del término es política: ejercicio de la libertad de

conciencia y de la libertad de expresión en los asuntos de la vida pública, afán de

participar con las propias razones en los problemas de interés general que involucran la

suerte de toda la humanidad, sin sobredimensionar el grado de su incidencia, pero sin

renunciar al libre derecho de opinar en defensa de la libertad y la justicia6. En este

sentido, su reflexión abarca el cuestionamiento de las mistificaciones de la cultura

hispánica que la inmovilizan y aíslan en un ideal casticista excluyente, la crítica de las

relaciones con la alteridad en la cultura occidental, la denuncia de la discriminación

social y racial, y llega hasta su crítica de las consecuencias negativas de la globalización

económica actual, del fanatismo tecnocientificista y de los nacionalismo de todo orden,

de las guerras de pureza étnica y magnicidios que asolan a la humanidad con sus

correspondientes memoricidios7, de los cuales él ha sido testigo presencial.

6 Annie Bussière ha definido este sentido amplio de la política en Goytisolo, así: “…dans le contexte d’un engagement civique, l’image d’un écrivain profondément ancré dans ce qu’on peut appeler la vie de la cité”. En: Imprévue 2001-1,2, pág. 7. 7 En el libro Cuaderno de Sarajevo, anotaciones de un viaje a la barbarie (1993), Juan Goytisolo denomina memoricidio a la devastación programada de monumentos y edificios a fin de crear espacios vacuos sobre los que erigir otra historia, como la destrucción ocurrida con la biblioteca de Sarajevo, en

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Como todo texto, sus ensayos, en esta vertiente política –igual acontece con los

que tienen como tema la literatura, pero en ellos nos detendremos luego al ser el objeto

del presente trabajo– no están exentos de unos elementos propios que los caracterizan:

de una retórica, un estilo, una fuerte presencia autorial; de un conjunto de rasgos

formales que le permiten expresar su pensamiento con claridad y convicción, para

persuadir al lector. Así como de una cosmovisión, una percepción del mundo, una

perspectiva de la historia y las sociedades, expresadas mediante esos elementos

formales. Participa de esta manera de una comunidad de ideas, de una ideología, que

aflora en el espíritu de su época, de una filiación ideológica, por más que el autor se

muestre reacio a aceptar el término ideología en relación con su pensamiento, cuando la

acepción de ésta se refiere únicamente a la doctrina de un sistema que pretende abarcar

y explicar la totalidad de la existencia del hombre y el mundo, y que en el ámbito de la

política se convierte en un disfraz para el ejercicio del poder de forma monolítica y

autoritaria, y que, en la mayoría de los casos, utiliza la literatura como un vehículo de

transmisión doctrinal, de un conjunto de ideas que sustentan dicho sistema (Cfr.

Goytisolo, 2005a: 607-608); pero que, en términos generales, es imposible negar su

existencia como manera de estar, pensar y actuar en el mundo. Así, una fuerte

ideologización del discurso ensayístico de Goytisolo ha sido percibido, por ejemplo, por

Inger Enkvist, estudiosa y crítica de su obra literaria, en el libro Los múltiples yos de

Juan Goytisolo. Un estudio interdisciplinar (2000), al insistir precisamente en la carga

“ideológica” y en los procedimientos retóricos utilizados en ella, y al hacerlo extensivos

a sus ensayos (Cfr. Enkvist, 2000: 85-121). Aunque en el presente trabajo nos alejamos

de las conclusiones de la hispanista sueca, por considerar que si bien está fundamentada

en una metodología seria y rigurosa, fuerza su interpretación de acuerdo con su propia

visión de mundo eurocéntrica; así sucede, por ejemplo, cuando al comparar la

dimensión intelectual del escritor español con otros escritores del idioma castellano –

caso concreto con Mario Vargas Llosa– tiene a estos como paradigmas de la

racionalidad, de lo políticamente correcto y de la excelsitud literaria y a Goytisolo como

modelo de pensamiento irracional, de incorrección política y confusión estilística.

agosto de 1992, por los ultranacionalistas serbios con el fin de destruir “obras de historia, geografía y viajes; teología, filosofía y sufismo; ciencias naturales, astrología y matemáticas; diccionarios, gramáticas y poemarios; tratados de ajedrez y de música … [Es decir, J.F.T] la barbarie programada cuyo fin era barrer la sustancia histórica de una tierra para montar sobre ella un edificio compuesto de patrañas, leyendas y olvidos (1993: 56-57).”

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Consideraciones éstas que, a pesar de estar respaldadas en un enfoque teórico

concienzudo e interdisciplinar, no dejan de ser discutibles; y, además, por no ocuparse

en su estudio de la poética de la obra de Goytisolo desde su especificidad literaria,

preguntándose por su concepción de la literatura y lo que esta involucra, que será el

objeto de este trabajo.

Ahora bien, desde la perspectiva política e ideológica en mención, el

pensamiento de Juan Goytisolo no se ha manifestado de manera uniforme a lo largo de

su trayectoria ensayística, aunque siempre y a pesar de las contradicciones propias de

una actividad intelectual progresiva ha buscado ser coherente con una visión ética y

estética de la vida, de la sociedad y de la literatura. En este sentido, de una primera fase

de influencia marxista –como parte imprescindible de la cultura contemporánea, interés

que se mantiene vigente con una actitud crítica hasta sus último ensayos, del que es

muestra también su novela La saga de los Marx (1993)– y de la lectura atenta de

Lukács en los primeros años de su actividad literaria, que se podría denominar etapa de

formación, correspondiente a la década de los años cincuenta del siglo anterior, pasa a

una concepción filosófica ácrata de la actividad política, en consonancia con una idea de

la literatura como crítica cultural, bajo la influencia y lecturas de autores como Fourier,

Bakunin, Stirner, Gramsci, Rosa Luxemburg, Marcuse, Chomski y los teóricos del

estructuralismo y posestructuralismo francés (Cfr. Goytisolo, 2005a: 608-609), en una

época ya de madurez, que en su obra ensayística comienza con el libro El Furgón de

cola (1967) y alcanza un punto culminante con Disidencias (1977). Lecturas e

influencias que no riñen con la independencia intelectual que caracteriza toda su obra y

a las que hay que sumar el legado de los españoles José María Blanco White, el

intelectual liberal del siglo XIX exiliado en Inglaterra, crítico radical de la cultura

hispánica, y de Américo Castro, el historiador que, en pleno siglo XX, renovó la

interpretación del pasado español con su valoración del aporte semita en la

configuración de la compleja identidad española (Cfr. Goytisolo, 1977: 137-149)8; así

como su afinidad posterior con las ideas Edward Said, en respuesta al orientalismo en

tanto visión reductiva del Otro en las relaciones históricas entre Occidente y Oriente. El

interés por la cultura oriental, por el mundo árabe, a la luz de las ideas de Said, está

presente con un énfasis singular en el libro Crónicas sarracinas (1981). Tampoco, en 8 Para la relación de Goytisolo con la obra de Edward Said, véase especialmente su presentación “Un intelectual libre” al libro Orientalismo (Said, 2004: 11-13)

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esta trayectoria intelectual, es incompatible su pensamiento ácrata y antiautoritario con

el reconocimiento de la relevancia de la razón para enfrentar, desde la acción política, el

curso de la historia y las arbitrariedades del poder, como se aprecia en el libro arriba

mencionado, dedicado a Manuel Azaña, El lucernario, la pasión crítica (2004).

En síntesis, el ideario político presente en los ensayos de Juan Goytisolo, así

obedezca a una comunidad de ideas, desde una perspectiva socialista y libertaria, se

cuida de caer en los lugares comunes de una retórica de izquierdas acrítica, de espaldas

a la realidad y al reconocimiento de sus propias falencias, antes bien, está caracterizado

por un profundo examen de conciencia y de voluntad autocrítica. Si como todo discurso

recurre a unos mecanismos de persuasión para comunicar su pensamiento con claridad,

y a la exposición de ideas sugestivas en el terreno de lo político, dada su independencia

e inconformismo, sus consideraciones al respecto están soportadas en una posición

moral sólida y personal, como se desprende de la lectura de sus memorias consignadas

en los libros Coto vedado (1985) y En los reinos de taifa (1986), y en su profunda

convicción de la capacidad desalienante del lenguaje para minar los mecanismos de

control ideológico que operan en la cultura y la sociedad. Negar la validez de sus

ensayos políticos implicaría desconocer las realidades a las que alude: los mitos

esencialistas de los nacionalismos, las guerras de pureza étnica y sus consecuencias

nefastas, las políticas hegemónicas en el mundo actual, el imperio de los fanatismos que

acrecientan las diferencias entre culturas y civilizaciones; significaría negar la

sacralización imperante del mercantilismo en mundo actual y la trivialización de la

cultura en la sociedad de la imagen y del espectáculo. Y aún, si no se estuviera de

acuerdo con la percepción de estas realidades y su manera de referirse a ellas, sería

imposible negar la libertad de conciencia y de expresión del ensayista; la manera nítida

y voluntad de estilo de sus ensayos para dar a conocer su pensamiento; la lucha interna

por resolver el conflicto entre una actitud moral y una visión estética de la vida, y la

independencia asumida en su labor intelectual. Independencia expresada de manera

ejemplar, como punto primordial de su actividad de ensayista, en “Fe de erratas” –título

que dio a sus palabras de agradecimiento al recibir el premio Juan Rulfo, en noviembre

del 2004– así: “Mejor equivocarme por mi cuenta que tener razón por rutina o

consigna” (Goytisolo, 2006).

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No pretende entonces Goytisolo con su obra ensayística alcanzar una verdad

absoluta establecida de una vez y para siempre, sino denunciar los hechos que según su

propia percepción de la historia le parecen cuestionables de acuerdo con su visión del

mundo, y provocar a los lectores con el carácter intempestivo de sus ideas para suscitar

su reflexión en torno a los asuntos tratados, sin temor a la sanción social, ni a mostrar

los conflictos, las ambigüedades y las contradicciones en que incurre en su reflexión, al

ser hijo de su época.

A pesar de la diversidad de temas que comprenden sus ensayos, es pertinente

aclarar que ellos pertenecen al ámbito del ensayo literario, como género argumentativo

propio de la modernidad. Nacen del dominio que le brinda su experiencia creativa y son

parte de ella. No son tratados ni estudios científicos, ni pretenden una objetividad

absoluta, están soportados en una cosmovisión particular de los fenómenos sociales y

como todo ensayo literario son la manifestación de un “yo” autorial , de una voluntad de

estilo, en la que se revela la personalidad del autor, su manera de ser y de pensar; son

una tentativa no concluyente de aproximarse al tema tratado, una aproximación no

absoluta ni fundada en autoridades, sino asimilada desde la perspectiva de un

pensamiento independiente (Cfr. Pozuelo Yvancos, 2005: 179-191). Tanto es así, que al

término de uno de sus ensayos más relevantes, “La presentación crítica de J. M. Blanco

White”, que sirve de prólogo a la Obra inglesa del escritor sevillano, en donde no sólo

reconoce la tentativa inconclusa del ensayo –“(…) la única conclusión posible de un

hombre dotado de espíritu crítico es que no puede llegar honestamente a ninguna

conclusión” (Goytisolo, 1972: 20)– sino también en donde pone de manifiesto en su

obra ensayística un tema tan relevante como es la presencia de una censura interiorizada

en los mecanismos mentales de los españoles, por el predominio de una tradición de

intolerancia e intransigencia política, social y cultural, por el papel contrarreformador de

la Iglesia católica a lo largo de su historia y por las limitaciones de la Ilustración

española, afirme:

Acabo ya y solo ahora advierto que al hablar de Blanco White no he cesado de

hablar de mí mismo. Si algún lector me lo echa en cara y me acusa de haber arrimado el

ascua a mi sardina, no tendré más remedio que admitir que la he asado por completo.

Pero añadiré a mi descargo que resulta difícil, a quien tan poco identificado se siente

con los valores oficiales y patrios, calar en una obra virulenta e insólita sin caer en la

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tentación de compenetrarse con ella y asumirla, por decirlo así, como resultado de su

propia experiencia (Goytisolo, 1972: 98).

En este sentido, desvirtuar la crítica política y cultural de la ensayística de

Goytisolo por considerar que obedece más al plano de la subjetividad que a un texto

objetivo, por ser más un lenguaje emocional que fruto de una argumentación lógica, por

no estar soportada en una ética, un ethos, sino en el sentimiento, el pathos, como hace

Inger Enkvist (2001: 229), es pedirle al ensayo literario que sea aquello que por su

misma naturaleza no es, un tratado científico o filosófico.

Más adelante, cuando abordemos el análisis de sus ensayos dedicados a la crítica

literaria nos detendremos en la eficacia de su crítica cultural, por el momento señalemos

que Goytisolo concibe la literatura –y en ella su reflexión ensayística– como una forma

de disidencia o como lo expresa en uno de sus ensayos de Contracorrientes (1985)

como una delincuencia (Cfr. Goytisolo, 2005a: 569-575), con mayor razón sus ensayos

políticos, entendido éste término en el más amplio sentido, son una forma de disidencia

que obedece a un pensamiento libertario. Pero también hay que aclarar que estos

ensayos políticos, que en un estricto sentido son una crítica de la cultura, están

respaldados por una perspectiva hermenéutica que pretende una visión integral de lo

humano (Cfr. Goytisolo, 1995a: 12), despejando así el sentido de su provocación, de sus

procedimientos persuasivos y del peso de su argumentación.

Ahora bien, la importancia que tiene la política en su obra ensayística y literaria

–que le permite insistir en un momento de su trayectoria sobre la validez y necesidad de

una lectura política de sus novelas (Cfr. Goytisolo, 2005a: 621)– no significa que, en su

caso, no se pueda establecer una diferencia clara entre el texto propiamente literario –la

novela– y el discurso político, que conforma una parte importante de su actividad

ensayística. Una diferencia si se quiere entre la función poética, propia del texto

literario, y una función que se podría denominar retórica, persuasiva, comunicativa, en

última instancia denotativa, propia del ensayo político o de crítica social o cultural, para

hacer comprensible al lector aquello que se quiere transmitir y combatir, a través de las

ideas expuestas. La obra novelística –Goytisolo lo sabe bien desde su experiencia

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creadora e insiste en ello9– disfruta de un estatuto propio, con unas características

irreductibles al discurso político, por estar inscrita en el sistema de la literatura, por

guardar una relación con el corpus de una tradición a la que pertenece y con la que

establece un diálogo constante; tradición que la obra prolonga o modifica y dentro de la

que se manifiesta ella misma como signo diferencial (Cfr. Goytisolo, 1995a: 28). Esta

es una distinción fundamental, a tener en cuenta cuando se aborda el análisis de toda su

obra en conjunto y en relación con su actividad crítica, para no caer en un

reduccionismo entre lo político y lo literario, y en la confusión de considerar la

literatura como un instrumento para alcanzar un fin práctico, como un medio

propagandístico, de comunicación de unas ideas al servicio de una causa política o

ideológica.

Así, entonces, en una primera aproximación y en orden cronológico, la relación

de la obra ensayística de Goytisolo abarca los siguientes libros: Problema de la novela

(1959); Pueblo en marcha (1963); El furgón de cola (1967); España y los españoles

(1969); “Presentación crítica de J. M. Blanco White”, prólogo a la Obra inglesa de D.

José María Blanco White (1972); Disidencias (1977); Libertad, libertad, libertad

(1978); El problema del Sahara (1979); Crónicas sarracinas (1981); Contracorrientes

(1985); El bosque de las letras (1995); De la ceca a la Meca (1997); Cogitus

interruptus (1999); El peaje de la vida, integración y rechazo de la emigración en

España (2000) –escrito en colaboración con Sami Naïr–; Pájaro que ensucia su propio

nido (2001); España y sus ejidos (2003); El lucernario. La pasión crítica de Manuel

Azaña (2004); Contra las sagradas formas (2007). Además, es necesario mencionar

dentro del conjunto de su obra ensayística los libros de testimonio Campos de Níjar

(1960); La Chanca, Barcelona (1962); Cuaderno de Sarajevo (1993); Argelia en el

vendaval (1994); Paisaje de guerra con Chechenia al fondo (1996) y los libros de

relatos de viajes Estambul otomano (1989) y Aproximaciones a Gaudí en Capadocia

(1990). Sin embargo, es conveniente advertirlo, hay que incluir en ésta relación la

cantidad de artículos –no recogidos en estos libros– publicados en revistas y diarios del

mundo hispánico en ambas orillas del Atlántico, entre los que se destaca su

9 En el artículo “Sobre literatura y vida literaria”, publicado en el número monográfico de la revista Anthropos, núm. 60-61 (Abril-mayo, 1986), dedicado a su obra, afirma: “En mis ensayos y artículos expreso opiniones e ideas. Pero mi obra literaria (…) parte de supuestos muy diferentes: su “verdad” es una verdad puramente poética” (Goytisolo, 1986a: 49).

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colaboración en las revistas Destino, Triunfo, Cuadernos de Ruedo Ibérico, El viejo

topo, Quimera, Vuelta, así como sus artículos de opinión en el diario El País de manera

regular desde 1977 y en su sección cultural. Pero en la mayoría de los casos los artículos

periodísticos de opinión o sus artículos en revistas culturales, bien sobre crítica política

o cultural o sobre crítica literaria han sido recogidos en los libros de ensayos acabados

de mencionar.

Como se puede apreciar a partir de esta relación, los dos ejes que se han

mencionado como puntos centrales de su actividad ensayística, la crítica literaria y la

crítica político-social (Cfr. Carrasquer, 1980: 51-68), no agotan de manera excluyente el

objeto de la misma. Los viajes y su interés por el mundo islámico, son otros tantos

asuntos que aborda por lo general en sus ensayos. Sólo que es imposible desligar la

crítica cultural asumida por él, que está presente además en sus crónicas y libros de

viajes de la tensión entre su reflexión literaria y política, en el sentido amplio del

término arriba aludido, como participación en la vida de la ciudad (Cfr. Bussière, 2001:

7).

El presente trabajo, que pretende deducir una poética de su obra ensayística, es

decir, que pretende dilucidar la concepción de la literatura de Juan Goytisolo a través de

los ensayos literarios, se centrará entonces con un énfasis mayor en los libros que

recogen sus reflexiones sobre la literatura y que permiten ver la evolución de su

pensamiento al respecto; sin descartar, claro está, el conjunto de su obra, así como las

entrevistas concedidas por el autor a lo largo de su actividad literaria e intelectual, con

el objeto de precisar de la manera más completa este propósito. Lo que hace necesario

mantener una perspectiva que comprenda la totalidad de su obra al momento de precisar

su concepción de la literatura.

Teniendo en cuanta la anterior aclaración y con el fin de delimitar sus ensayos

políticos de su crítica literaria y establecer por ende el campo donde mejor está expuesta

su poética, se privilegiará, para nuestro interés, los siguientes libros de ensayos:

Problemas de la novela (1959), El furgón de cola (1967), España y los españoles

(1969), “Presentación crítica”: prólogo a la Obra inglesa de D. José María Blanco

White (1972), Disidencias (1977), Crónicas sarracinas (1981), Contracorrientes

(1985), El bosque de las letras (1995), Cogitus interruptus (1999), El lucernario, la

pasión crítica de Manuel Azaña (2004) y Contra las sagradas formas (2007). Libros

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que, por lo demás, como se ha venido afirmando, permiten ver la trayectoria de su

concepción de la literatura, que ha sufrido cambios a lo largo del tiempo, como los ha

sufrido la concepción de mundo que guía sus reflexiones políticas y su compromiso

intelectual. Si se resalta esta transformación de su poética, se aprecia cómo Problemas

de la novela (1959), su primer libro de ensayos, conformado por nueve textos escritos

entre 1956 y 1957, y aparecidos inicialmente en la revista barcelonesa Destino (Cfr.

Lázaro, 1982: 43-46) y el apéndice, “Para una literatura nacional y popular” (Goytisolo,

2005b: 905), que publicó por primera vez en la revista Ínsula, en el número 146, de

enero de 1959, corresponde a las reflexiones de un joven escritor menor de treinta años,

en el comienzo de su carrera, que siente la obligación de discurrir sobre la creación

literaria desde sus motivaciones sociales –pero en este caso más bajo la influencia de las

tendencias literarias del momento –la nouveau roman francesa y la novela

norteamericana, con sus métodos objetivos y behavoristas en contraposición a la novela

psicológica considerada entonces como burguesa– y a la luz de lecturas y opiniones

ajenas –Lukács, los teóricos marxistas franceses, escritores como Gaetan Picón, Claude-

Edmonde Magny, autora de L’âge du roman américain y Nathalie Sarraute (Cfr.

Goytisolo, 2005b: 15-16)– que como fruto de un pensamiento ligado a su propia

experiencia creativa; o sea, su reflexión se guiaba más por los lugares comunes sobre la

literatura, vigentes al momento de escribir estos ensayos, que como una experiencia

directa y personal. Sin embargo, es precisamente este aspecto, la necesidad de una

reflexión sobre el oficio, aunado al hecho de enfrentarse a la autoridad de reconocidas

figuras del ámbito cultural español, como Unamuno –a quien critica, en el primer

ensayo “Problemas de la novela”, por su concepción de la novela como un simple

“medio para la expresión de ideas” (Goytisolo, 1959: 11), que desconoce los problemas

materiales, sociales, del hombre concreto– o a Ortega y Gasset –al que Goytisolo

considera, en el ensayo “Ortega y la novela”, como un defensor de una concepción

esteticista y aristocrática del arte, manifiesta en la Deshumanización del arte e ideas

sobre la novela (1925), y en sus apreciaciones sobre la muerte del género novelístico

(Cfr. Goytisolo, 1959: 79-86–; es decir, manteniendo ya desde sus primeros ensayos una

actitud crítica y polémica que caracterizará toda su obra futura, lo que le da relevancia a

este libro, de un escritor al comienzo de su carrera literaria. Además, hay en el libro dos

ensayos dedicados a la picaresca: “La picaresca, ejemplo nacional” y “La herencia de la

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picaresca”, que revelan el esfuerzo del autor por enlazar sus ideas de la literatura con

una tradición sólida del panorama español, interés que caracterizará toda su obra

posterior. En su crítica de Unamuno y Ortega, Goytisolo consideraba, para entonces,

como un punto primordial, la unión entre el novelista y la sociedad a través de una

función didáctica de la novela, que permitiría transformar la sociedad por medio de la

literatura, pero sin renunciar al rigor estilístico y al conocimiento y manejo del lenguaje

literario necesarios para diferenciar la obra de la demagogia o del panfleto (Cfr.

Goytisolo, 1959: 9-27). Así, las reflexiones contenidas en Problemas de la novela

(1959) están estrechamente relacionadas con una etapa de su producción novelística de

un fuerte compromiso social y basada en una estética realista, que sucede a su primeras

novelas Juego de manos (1954), Duelo en el paraíso (1955) y que comprende la trilogía

El mañana efímero: El circo (1957), Fiestas (1958) y La resaca (1958). Esta

concepción de la literatura la ha definido el mismo autor de la siguiente manera:

Después de una etapa inicial (la de Juego de manos, Duelo en el paraíso y

Fiestas) en la que de un modo bastante oscuro, incluso para mí intenté exponer mis

obsesiones y angustias personales, mi propia visión del mundo (oprimido como me

sentía, por una educación rígida y unos valores tradicionales caducos), mi toma de

conciencia política, el descubrimiento de las injusticias brutales de la sociedad en la que

me había criado, me condujo durante unos años a expresar como muchos otros

escritores de mi generación, el apremio y necesidad del cambio político-social del país y

adoptar la forma literaria adecuada a los propósitos revolucionarios-didácticos que

guiaban mi pluma (novela de tesis social: La resaca; reportajes: Campos de Níjar, La

Chanca, Pueblo en marcha; relato destinado al cine de masas: La isla; artículos

políticos, etc.). Esta etapa “comprometida” duró tanto cuanto la realidad pareció

plegarse a la medida de nuestros deseos y creíamos la revolución al alcance de la mano

(Goytisolo, 1977: 298).

Si bien no menciona de manera explícita en la anterior cita el libro Problemas de

la novela (1959), el compromiso revolucionario de sus primeras novelas, relatos,

reportajes y artículos políticos, estaba presente también en estos ensayos, especialmente

en el apéndice “Para una literatura nacional popular”, en el que defendía el papel del

escritor como un agente transformador en la sociedad, y el sentido crítico que debía

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asumir el escritor frente a la realidad y sus conflictos, como el referente obligado de la

novela social que predominaba en aquel entonces. En este sentido, Goytisolo

consideraba que el escritor debía responder a los sentimientos y aspiraciones del

“pueblo”, estableciendo una comunicación directa con él y atento a sus intereses; sólo

así podría crear una literatura nacional y popular que superara, liberándola, el proceso

de colonización cultural al que estaba sometida la España de la posguerra a raíz la

dictadura franquista (Cfr. Goytisolo, 2005b: 905-916).

En el prólogo a sus obras completas editado por Galaxia Gutenberg y el Círculo

de Lectores, en al año 2005, al establecer los criterios de selección de los textos que

integran éstas, Goytisolo, consciente de la evolución de su pensamiento literario, juzga

de manera severa los ensayos de Problemas de la novela (1959). Los encontrará

perentorios y presuntuosos, y manifiesta que adolecen de las contradicciones estéticas e

ideológicas de aquel momento. De igual manera juzga severamente el conjunto de su

creación novelística de aquel entonces. Pero en el mismo prólogo matiza sus posiciones

críticas contenida en estos ensayos, especialmente en relación con Unamuno, al

considerar que la obra de un autor relevante no puede reducirse a esquemas definitivos

sin ser sometido a una violencia doctrinal y totalitaria. Rectifica así su visión sobre la

obra novelística de Unamuno, y expone, además, una definición del alcance de la

literatura que muestra tanto la transformación de su pensamiento como una postura de

madurez intelectual:

Si Unamuno “se sirve de la novela para expresar sus ideas”, ello no basta para

deslegitimar creaciones literarias como Abel Sánchez y Niebla, que se integran en una

concepción filosófica o existencial de la novela de honda raigambre histórica, tanto en

España como fuera de ella. La casa de la literatura tiene aposentos diversos y podemos

preferir unos a otros sin desahuciar a nadie (Goytisolo, 2005b: 15).

El último Goytisolo, consciente más que nunca del legado de Cervantes, sin

abandonar la radicalidad de su posición crítica que lo caracteriza desde su primera

época, se alejará de las fórmulas preestablecidas, estéticas y doctrinarias, sobre la

creación literaria y artística. Con mayor razón tomará distancia del dogmatismo

nacionalista exhibido en el apéndice “Para una literatura nacional y popular” y de la

creencia de que la misión del artista es ser un factor de transformación de la sociedad,

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según la cual la obra es un medio para lograr un fin político inmediato. Posiciones de las

que se aleja en su obra posterior, desde su ruptura con el realismo literario a partir de la

novela Señas de identidad (1966), a partir del período que ha sido denominado por él

mismo su época de madurez literaria, en la que asume la responsabilidad de los méritos

e insuficiencias de su obra (Cfr. Goytisolo, 2005b: 12). Este período de ruptura con su

concepción inicial de la novela y de la creación literaria, está reflejado, igualmente, en

los ensayos posteriores a Problemas de la novela (1959). Así, es posible trazar un

paralelo entre los ensayos y la creación novelística existente entre El furgón de cola y

Señas de identidad, entre los ensayos de España y los españoles (1969) y “Presentación

crítica”, el prólogo a la Obra inglesa de D. José María Blanco White (1972) y la novela

Reivindicación del Conde don Julián (1970), entre los ensayos de Disidencias (1977) y

la novela Juan sin tierra (1975). Un paralelo por supuesto no reduccionista, ni

esquemático, sino amplio, atendiendo su posición crítica frente al tradicionalismo

español-castellanista, frente a una interpretación histórica esencialista del pasado

español y frente a las censuras y olvidos voluntarios de la historiografía literaria

conservadora. De esta manera, es posible establecer, entonces, una relación que abarque

todo este período en conjunto, como la consolidación de una visión de mundo y una

forma de entender la literatura. De la misma manera que es posible trazar un paralelo

posterior, enfatizando esta perspectiva amplia, entre Crónicas sarracinas (1981),

Contracorrientes (1985), El bosque de las letras (1995), Cogitus interruptus (1999),

con la novelística emprendida por el autor desde Makbara (1980), Paisajes después de

la batalla (1982), Las virtudes del pájaro solitario (1988), y las subsiguientes novelas.

Por esta razón no estamos de acuerdo con Francisco Carrasquer, quien se ha

ocupado del análisis de su obra ensayística, cuando sostiene que si bien los ensayos del

autor de Don Julián (1970) son la “cara y cruz de una misma moneda literaria (…) no

corren, en verdad, paralelamente la novela y el ensayo en Juan Goytisolo” (Cfr.

Carrasquer, 1986: 52); es decir negando la existencia de dicho paralelo. Al contrario,

para el autor de El bosque de las letras (1995), cada ensayo explica lo que va

escribiendo en un momento dado, considerándose así participe de una concepción de la

literatura afín a la del poeta y ensayista mexicano Octavio Paz, para quien sus poemas

no existirían sin sus ensayos (Cfr. Rojo, 2005c: 43). El ataque al canon de la literatura

española que entraña Don Julián (1970) se perfila desde El furgón de cola (1967) y está

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expuesto tanto en España y los españoles (1969) como en el Prólogo a la Obra inglesa

de D. José María Blanco White (1972). La relación estrecha de Makbara (1980), en un

diálogo intertextual con el Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita, se aclara a partir

del concepto de mudejarismo, explicado en los ensayos de Crónicas sarracinas (1981);

Las virtudes del pájaro solitario (1988) y su correlación con la poesía de San Juan de la

Cruz, se manifiesta, se entreteje, en diferentes ensayos de El bosque de las letras (1995)

y de Cogitus interruptus (1999) y, especialmente, en los dedicados a la poesía espiritual

de José Ángel Valente y la poesía mística de Ibn Arabi de Murcia (1164-1240). Sus

últimas novelas, La saga de los Marx (1992), El sitio de los sitios (1993), Las semanas

del jardín (1997), son formas de cervantizar, establecen un diálogo con la novela

cervantina, interés que aparece en su ensayística desde el libro Disidencias (1977).

Carajicomedia (2000), guarda una relación con el Cancionero de obras de burla

provocantes a risa (1519), libro del que se ocupa en uno de los ensayos recogido en

Cogitus interruptus (1999); y, como en el caso de su interés por Cervantes, su penúltima

novela Telón de boca (2003) establece un diálogo intertextual con La Celestina, obra

presente en su reflexión ensayística desde España y los españoles (1969) y Disidencias

(1977), como uno de los referentes más importantes de su reflexión sobre la literatura

tanto desde un punto de vista formal como temático –por el espíritu crítico de la

tragicomedia de Fernando de Rojas, por su interrogación a la sociedad de su tiempo y su

crítica de la religión, por reflejar el drama de una edad conflictiva, según la

denominación de Américo Castro (1961), por su tratamiento del tema erótico y el aporte

enriquecedor al lenguaje de la literatura que hay en ella (Cfr. Rojo, 2005: 43)–,

elementos comunes a la propia concepción de la literatura de Juan Goytisolo.

El discurrir de su pensamiento literario, con los conflictos y contradicciones

propios de una trayectoria de más de medio siglo de actividad intelectual, que

comprende un marcado compromiso político inicial, revolucionario, en la pretendida

intención de transformar la sociedad a través de la literatura, que incluye su

enfrentamiento ideológico con el régimen franquista y engloba, luego, su crítica del

tradicionalismo español, su ataque al canon de la literatura hispana basado en una fuerte

tendencia castellanista, que comprende su empresa de desmitificación de una supuesta

esencia española a prueba de la historia, su cuestionamiento de todas las formas de

mitificación del pasado español y de sus representaciones en la literatura, que incluye su

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ruptura con el realismo y su posterior crítica de la relación de Occidente con la alteridad

que representa el mundo islámico, que abarca su crítica subsiguiente, una vez

consolidada su empresa desmitificadora, a los procesos de deshumanización surgidos en

la modernidad, a la instrumentalización cientificista y tecnocrática, a la trivialización de

la cultura y a la globalización económica, se caracteriza, asimismo, por una búsqueda de

coherencia a lo largo de su trayectoria que se manifiesta en su intento de consolidar una

tradición intelectual crítica en la cultura hispánica, y en su empeño de resaltar el papel

desalienador de la literatura y subrayar sus valores humanistas.

Así, conscientes de las transformaciones de su pensamiento literario y de la

valoración que hace de la singularidad artística y cultural de la cultura española por el

aporte de elementos semitas, y conscientes de esta relación intrincada que existe entre

su novelística y sus ensayos literarios, se aprecia, como un punto de partida de nuestro

trabajo, que su obra ensayística no es incidental dentro del conjunto global de su obra,

tal como se podría pensar de una lectura ligera de la recensión de algunos críticos que se

han ocupado de su ensayística; tal como podría pensarse de las consideraciones acerca

de su obra literaria formuladas por Francisco Carrasquer, a partir del análisis de su obra

ensayística, cuando sostiene:

Ahora bien, lo que nos intriga un poco es que, en sus ensayos, no haya

experimentado su estilo esa elaboración formal, ese clímax de tono que su obra de

creación nos ha ido revelando. Desde su primero hasta su último ensayo se ha

mantenido siempre ecuánime, esa es la palabra, y ha usado un estilo bastante

monocromo, liso (…) En resumen, que por sus ensayos no diríamos que es una “buena

pluma”, sino un pensador recto, audaz, concienzudo y generoso. Así como en sus cuatro

o cinco novelas últimas se le reconoce en el acto, en sus ensayos no, hasta adentrarse en

el campo abierto de sus ideas (Carrasquer, 1986: 66-67).

Aunque Carrasquer privilegia la fuerza de sus argumentos a la voluntad de estilo

del ensayista, no creemos que sus ensayos ocupen un lugar accesorio en el conjunto de

su obra literaria, no creemos que sean irrelevantes frente a la contundencia de su

novelística. Tal vez resulte probable que el mismo Goytisolo produzca este tipo de

malentendidos cuando hace unos años, en una de sus entrevistas, manifestó:

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La escritura se ha vuelto para mí terriblemente difícil, me exige un esfuerzo de

concentración imposible de mantener largo tiempo. Cuando trabajaba sobre una

superficie lingüísticamente plana escribía mis novelas en unos pocos meses. Ahora me

toma bastantes años de trabajo y el cansancio me obliga a interrumpirlas para viajar,

mantener una relación viva con las personas que quiero, interesarme por experiencias

literarias y áreas culturales para mí desconocidas. El ensayo o artículo periodístico son

entonces un medio de distensión, que mantiene en forma y no absorbe la totalidad de las

energías (Goytisolo, 1986a: 49).

Pero no se puede tomar esta declaración del autor con ligereza. Si la creación

novelística entraña, por la manera de concebir la literatura y su relación desalienante

con el lenguaje, un esfuerzo total, no menor importancia tiene dentro de su pensamiento

literario la obra ensayística: “Toda exploración creadora va indisolublemente ligada al

ejercicio de un pensamiento crítico” (Goytisolo, 1977: 295), sostiene igualmente el

autor en Disidencias (1977). Y los ensayos son parte determinante de su exploración

creadora, son el medio por el cual manifiesta el ejercicio de la actividad crítica.

Matizando a Carrasquer se podría afirmar entonces que los ensayos de Goytisolo son “la

cara y cruz” de una misma moneda literaria y corren paralelamente con sus novelas, se

complementan, ellos explicitan la creación literaria, delimitan el lugar y alcance de su

concepción y práctica de la escritura y ayudan a consolidar esa tradición crítica

fundamental en la cultura hispánica moderna, tan necesitada de ella.

A continuación procederemos al análisis detallado de los ensayos literarios de

Juan Goytisolo, desarrollando los puntos que se han expuesto de manera general en este

capítulo y en aras de inferir su poética o concepción de la literatura; atendiendo

principalmente a la evolución de su pensamiento literario; a la consolidación de su

empresa de desmitificación de la cultura hispánica tradicionalista; a la delimitación de

los enunciados teóricos que soportan su obra crítica, los que provienen de la teoría

literaria para la especificación del hecho literario y los provenientes de la historiografía

renovadora de Américo Castro para la interpretación de la cultura hispánica valorando

su pasado semita; y, también, precisando la manera cómo construye una tradición

intelectual moderna, al rescatar autores primordiales de su tradición que han sido

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relegados a un plano secundario o han sido olvidados por una crítica literaria

conservadora.

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Capítulo 2. INICIOS POLÉMICOS, POR UNA MOTIVACIÓN SOCIAL DE LA

LITERATURA. PROBLEMAS DE LA NOVELA (1959).

2.1. Aspectos preliminares.

El libro Problemas de la novela (1959) reúne nueve ensayos publicados

inicialmente en el semanario Destino, entre el año 1956 y 195810. La primera edición de

Seix Barral, contiene además un apéndice conformado por una serie de fragmentos o

extractos de textos teóricos y literarios traducidos del francés por el autor, entre los que

se encuentran: “Novela y cine” de André Malraux, “La falsa vanguardia” de Georges

Lukács, “Novela y realidad” de Bernard Pingaud, “Las sutilezas del escritor” de Bertold

Brecht, un aparte de la novela Coloquio en Sicilia de Elio Vittorini, y “La batalla de

Norilinguen”, fragmento del libro I, capítulo VI, de Vida y hechos de Estebanillo

González, hombre de buen humor, compuesto por él mismo (Cfr. Goytisolo, 1959: 109-

141). Textos que, como se verá más adelante, vienen a reforzar e ilustrar los argumentos

expuestos en los ensayos que conforman este volumen. El libro contiene también una

bibliografía de las principales obras mencionadas en los ensayos, como una guía al

lector, y llama la atención el hecho de que, a excepción del libro La hora del lector

(1956) de José María Castellet y de los ensayos de Ortega y Gasset, La

deshumanización del arte (1925) e Ideas sobre la novela (1925), todas las demás

referencias son a escritores franceses contemporáneos, trazando una línea de filiación

cultural con este país –hecho explicable porque a partir del año 1956 Goytisolo se

traslada a la capital francesa, en lo que él mismo ha denominado una especie de exilio

voluntario ante la estrechez de la vida cultural de la Dictadura– y en donde, por su

trabajo como asesor literario de la editorial Gallimard, entra en contacto estrecho con un

10 La revista Destino ocupó un lugar preponderante en la vida cultural española del siglo XX, a partir de la Guerra Civil; esta importancia ha sido ampliamente analizada por Isabel de Cabo en su libro La resistencia cultural bajo el franquismo: en torno a la revista “Destino” (1957-1961) (2001). De una primera etapa falangista en su fundación, en marzo de 1937, se convirtió durante el franquismo, desde 1957, en un referente de conexión con la cultura europea, de la memoria de la intelectualidad española en el exilio y en una fuente de rescate de la cultura catalana. Y entre otros importantes escritores, en los que cabe mencionar la presencia de Josep Pla, acogió las primeras reflexiones críticas de Juan Goytisolo.

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sector de la intelectualidad francesa de izquierdas de entonces (Cfr. Goytisolo, 1977:

340; y 1997: 7-84). Es de anotar que el libro Problemas de la novela no se reeditará

hasta las Obras completas del año 2005, que fija el propio autor para la editorial

Galaxia Gutenberg/ Círculo de lectores, en la que los ensayos que conforman este libro

aparecen publicados junto con un apéndice, “Para una literatura nacional y popular” –

ensayo o declaración de principios literarios, publicado inicialmente en la revista Ínsula,

en el número 146, de enero de 1959–. En esta última edición se descartan las

traducciones que acompañan la primera edición como soporte de su argumentación. La

decisión de no reeditar Problemas de la novela (1959) por un período mayor de

cuarenta años es relevante, muestra la inconformidad posterior del autor frente a las

ideas expuestas en estos breves ensayos, revela un cambio sustancial en la manera de

concebir la literatura en relación con su primera época. Incluso, en la edición de un

primer intento de reunir sus obras completas emprendido por la editorial Aguilar en el

año 1977, tras la muerte de Franco, y cuando le fue posible volver a publicar su obra en

España, una vez superados los problemas que tuvo con la censura a comienzos de la

década de los sesenta, no incluyó este primer libro de ensayos, ni el anexo posterior que

acompaña la edición referida del año 2005.

En general, los ensayos que conforman el volumen Problemas de la novela

(1959) tienen una línea argumental directriz señalada por el propio autor en el epígrafe,

que conviene citar en extenso dada su importancia, para poder adentrarnos en el análisis

de los mismos:

Los ensayos reunidos en el presente volumen (…) fueron escritos, al azar de

discusiones y lecturas, con una intención crítica o polémica. Su único denominador

común radica en el propósito de abordar los diferentes aspectos y problemas de la

creación literaria desde el punto de vista –tan importante como olvidado de su

motivación social. El lector no hallará, por lo tanto, en ellos, ninguna teoría de la

Novela, ni nada que se le parezca (Goytisolo, 1959: 7).

Es pertinente, en un comienzo, detenernos en esta nota introductoria para

profundizar tanto en la declaración de motivos –la perspectiva social como eje central

de su argumentación– como en la advertencia de lo que no pretendía ser su reflexión,

una teoría de la novela. Porque a pesar de esta aclaración, y yendo un paso más allá del

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carácter fragmentario y poco detallado de estos primeros ensayos, sí encontramos los

esbozos de una concepción relevante acerca del género novelístico y sus implicaciones.

Sí hay una pretensión teórica en estas primeras reflexiones críticas del autor, que hacen

que este libro tenga una importancia fundamental para el estudio y conocimiento de la

evolución de su pensamiento literario, para comprender sus inquietudes iniciales acerca

de la práctica del oficio de escritor, que muestran, además, la necesidad proclamada por

el ensayista de tener un criterio sólido frente a la actividad, acorde con una visión de

mundo; que revelan la importancia que el autor le concede a la relación que cada

novelista debe establecer con el corpus de la literatura de su época y con la tradición en

la que se fundamenta; y la preponderancia de asumir una posición intelectual, cívica,

que, en su opinión, debe acompañar la actividad literaria. Puntos que, planteados con

determinación aunque de manera incipiente en este primer libro de ensayos, estarán

presentes a lo largo de toda su obra literaria.

Pero, asimismo, hay que tener en cuenta que para el momento de la publicación

de este primer libro de ensayos, estas reflexiones trascienden un interés y una búsqueda

personal y comprenden además las interrogaciones de toda una generación o grupo de

escritores, que estaba consolidándose en el panorama de la literatura española de

mediados de la década de los años cincuenta del siglo pasado, con una manera propia de

concebir la literatura11; o sea, con un criterio estético diferente de las generaciones

precedentes. Y así Juan Goytisolo, a partir del proceso de ruptura que trae consigo la

escritura de su novela Señas de identidad (1966), se aleje de la concepción de la

literatura expuesta en Problemas de la novela (1959) y no se interese por la reedición

del libro, en un afán de desconocer o minimizar estos ensayos iniciales (Cfr. Goytisolo,

2005a: 105-106), la importancia de ellos ha sido reconocida por la crítica que se ha

ocupado de este período, como un libro que en su génesis, y dentro de los límites de la

censura del régimen franquista, lleva implícito el auge inusitado de la actividad

intelectual de un grupo de escritores y artistas en clara oposición al régimen, que

concebían el arte y la literatura como un medio de transformación social y política; y,

por lo tanto, obraban con el convencimiento de que los escritores tenían una

responsabilidad social determinante, como agentes activos de esa transformación

11 José María Castellet (1955) identificó a este grupo de escritores, en los que incluye a Ana María Matute, Mario Lacruz, Jesús Fernández Santos, Ignacio Aldecoa, Rafael Sánchez Ferlosio y al propio Juan Goytisolo, como la “Generación del medio siglo”.

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anhelada de la sociedad española de aquel momento (Cfr. Bozal, 1981: 40). Por esta

razón, no es de extrañar, entonces, la declaración del epígrafe, afirmando que el hilo

conductor de los ensayos era ocuparse de los aspectos de la creación literaria desde el

punto de vista de su motivación social, que a la fecha, su autor consideraba como un

elemento relegado dentro de la cultura española de la posguerra. Y es por esta misma

razón que, inicialmente, poco importa si este proyecto fracasó o si la contundencia de

los hechos posteriores descubrieron las falencias de esta concepción de la literatura;

importa, en cambio, resaltar que esta forma de concebir la creación literaria era genuina

para la época y motivó a toda una generación de escritores y que el vacío que

pretendieron llenar, fundando la creación literaria en unas bases sociales, era necesaria;

ya que, como ha sido reconocido por la crítica, una corriente considerable de escritores

precedentes, integrantes de la generación de los modernistas y de la dictadura y de la

llamada generación del 36, se distanciaron de las preocupaciones sociales, se

desentendieron de la cultura popular y se plantearon los problemas de la creación

artística y literaria en un orden meramente intelectual, espiritual, distantes de una

realidad tangible y dentro de un idealismo sentimental, sin el propósito directo de

fortalecer una conciencia nacional de la cultura (Cfr. Gullón, 1969: 162-174); en una

especie de desencanto del realismo decimonónico, y en la mayoría de los casos con una

afán vanguardista y cosmopolitismo, asumiendo de una manera muy literal las teorías

de Ortega y Gasset expuestas en La deshumanización del arte (1925) y en sus

reflexiones complementarias “Ideas sobre la novela” (1925), como veremos más

adelante.

Detengámonos, ahora, en los ensayos, para resaltar sus principales líneas

temáticas, siguiendo los lineamientos planteados al principio de este capítulo:

2.2. Problemas de la novela:

El argumento central de este primer ensayo que le da nombre al libro y que

apareció originalmente publicado en la revista Destino, en el año 1956, es la afirmación

que hace Goytisolo sobre la continuidad y transformación de la novela a lo largo del

transcurso de su historia y de acuerdo con las distintas corrientes renovadoras surgidas

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en España para la época de la escritura del mismo. Señala este carácter dinámico del

género novelístico en contraposición al juicio de Ortega y Gasset sobre la muerte de la

novela, del pretendido agotamiento de la materia novelable, de su decadencia posterior a

su esplendor decimonónico, expuesto por el filósofo madrileño en el ensayo “Ideas

sobre la novela” (1925) –“En suma, creo que el género novela, si no está

irremediablemente agotado, se halla, de cierto, en su período último y parece una tal

penuria de temas posibles (…)” (Ortega, 1960: 145)–. La intención particular de

Goytisolo en este ensayo es valorar y resaltar las creaciones novelísticas de algunos de

los escritores más representativos contemporáneos suyos: Camilo José Cela con La

Colmena (1951), Jesús Fernández Santos con Los bravos (1954) y de manera particular

Rafael Sánchez Ferlosio con El Jarama (1955). Defender estas obras de la

incomprensión de cierto sector de la crítica española que alegaba la carencia de un

desarrollo argumental, el escaso “análisis psicológico de los personajes”, la “chatura o

pobreza de sus ideas” (Cfr. Goytisolo, 1959: 13-14); de una crítica confundida e incapaz

de apreciar las modernas técnicas narrativas que implementaba esta novelística. Por el

contrario, Goytisolo ve en ellas la intención de superar el legado de una época anterior y

la voluntad de renovar la literatura de su tiempo, tanto desde un punto de vista temático

como formal. En ellas, encuentra una preocupación explícita por representar sectores de

la sociedad que la gran novela psicológica del siglo XIX, del salón burgués y del

análisis introspectivo de los personajes o de la transmisión de las grandes ideas de un

autor-protagónico, había olvidado; se trata, para Goytisolo, de una nueva novelística,

fuerte y vital, no decadente, con un claro interés social y que adopta, para ello, unas

nuevas formas literarias que permiten reflejar la vida tal cual es, en su cotidianidad y en

su dura realidad (Cfr, Goytisolo, 1959: 14).

Para explicar las diferentes actitudes que pueden asumir los novelistas frente a

las posibilidades que brinda el género novelístico y las distintas técnicas a utilizar para

cada caso, y para resaltar, así, la vigencia del género, el ensayo comienza con un

exordio donde Goytisolo expone lo que denomina las dos vertientes de la obra literaria,

ejemplificadas a través de las figuras de Unamuno y Pío Baroja. Las cuales se pueden

sintetizar así: Hay novelas que no pretenden ser otra cosa que un objeto literario, el

autor está al servicio de la obra y una vez culminada ésta deja al lector en entera libertad

de juzgar los resultados obtenidos, su alcance está determinado por el tratamiento

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literario; la obra no es un medio, es un fin en sí misma. Por el contrario, existen otras

novelas cuya razón de ser está por fuera del ámbito de la literatura, son un vehículo de

expresión de las ideas sobre los interrogantes del hombre contemporáneo que obseden a

su autor, éstas restringen la libertad de juicio del lector por la injerencia del autor; no

muestran ni sugieren, a través del tratamiento artístico de los personajes y situaciones,

describen, especulan (Cfr. Goytisolo, 1959: 13-15). Sintetizando un poco más la

interpretación y sin traicionar el sentido de lo expresado por Goytisolo, ésta distinción

es la misma que sumariamente se podría trazar entre la literatura y la filosofía, si la

distinción se pudiera dar en puridad. La novela patentiza sus situaciones a través del

lenguaje literario que se actualiza a través de la imaginación del lector, la filosofía logra

su cometido a través de un lenguaje conceptual. Baroja sería el ejemplo de la primera

tendencia; Unamuno, en cambio, utiliza, según la interpretación de Goytisolo, la

literatura como un medio de expresión filosófica, trasciende una original intención

literaria, su novelística se convierte en un vehículo de expresión de sus ideas. En el

primer caso, el autor se esconde tras la obra, que es el objeto de la contemplación

estética; en el segundo, el autor se impone a la obra a través del peso y la validez de su

pensamiento12. Por lo tanto, para Goytisolo (1959: 14) –sin emitir un juicio de valor,

pero sí insinuando que en tanto novelista está más cerca de la postura de Baroja–, ambas

actitudes no pueden juzgarse con raseros iguales, sino que necesitan criterios diferentes

de apreciación.

Este exordio le sirve para pasar a la exposición del problema central del ensayo,

refutar la crítica que aducía en su momento la falta de un análisis psicológico en la

novela El Jarama (1954) de Sánchez Ferlosio, con la intención de condenarla

estéticamente –y, por extensión, desvirtuar las obras de sus contemporáneos Fernández

Santos y Camilo José Cela–. En el fondo de éste tipo de crítica –y como su sustento

ideológico–, Goytisolo (1959: 14-15) encuentra las mencionadas ideas de Ortega y

Gasset sobre la muerte de la novela. Entiende que Ortega, con la afirmación de la

decadencia del género, aludía a la novela psicológica, la cual alcanzó su punto más alto

12 En Unamuno, el autor obra como un Deus ex machina, al punto que en Niebla (1914), es el autor quien decide explícitamente la suerte final del protagonista Augusto Pérez, su suicidio cuando este despierta a su conciencia existencial (Cfr. Ribbans, 1990: 1071-1072). En este sentido, la concepción novelística de Unamuno se caracterizará por la equiparación entre el narrador y el autor y marcará una clara diferencia de la instancia del autor con los personajes –así estos últimos pretendan revelarse contra aquel, en lo que no deja de ser sólo un recurso literario–.

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en la gran tradición de la novela europea decimonónica, la inglesa, la francesa y rusa,

que según el criterio del autor de La deshumanización del arte (1925) culminó con la

obra de Proust. Pero, para el autor de Problemas de la novela (1959), ésta sólo

corresponde a una etapa en la evolución histórica del género novelístico. Opina que el

cine y la novela norteamericana –con Faulkner, Dos Passos, Hemingway, Hamett, etc.–

transformaron la creación novelística en el siglo XX; y por el contrario, antes de

agotarse, considera que la novela se renovó tanto en relación con las técnicas narrativas

como temáticamente, según los nuevos temas que surgen de la vivencia del hombre

contemporáneo. Lo que plantea Goytisolo es la evolución histórica del género novela,

que no se agota en las diferentes etapas de su desarrollo histórico, sino que desde su

surgimiento ha acompaña al hombre como un medio artístico que, en la modernidad,

expresa su devenir histórico.

La crítica que puede hacerse de la postura de Goytisolo, en este ensayo, es que

cae, por la vehemencia y el carácter perentorio de sus juicios, en el mismo determinismo

que cuestiona de Ortega y Gasset. Para defender la nueva novela española, aquella que

en su momento adoptaba una objetividad heredada de las transformaciones que trajo

consigo e cine y heredada también del auge de la novelística norteamericana, como un

primer eslabón en esta cadena de influencias, Goytisolo invalida en este ensayo la

existencia de la novela de introspección psicológica, como si fuera un eslabón ya

superado en su fase de evolución. Por lo tanto, su concepción de la evolución del género

al momento de la escritura del ensayo es evidentemente lineal; en su reflexión resuena

el eco del materialismo histórico de Lukács que ve en el realismo un proceso de

culminación de la evolución de la novela –influencia confirmada en el anexo con la

incorporación de un texto del propio Lukács, “La falsa vanguardia”, que acompaña la

primera edición de este libro (Goytisolo, 1959: 113-117)13– y, además, resuena el eco

13 La influencia de Lukács –y el marxismo- en este fase de la trayectoria literaria de Juan Goytisolo la confirma el mismo autor en la entrevista con Ernesto Parra incluida en el libro Contracorrientes (1985), bajo el título “Ni Dios, ni amo”: “Mi descubrimiento del marxismo fue bastante temprano, si se tiene en cuenta el medio del que provenía y lo que era España en 1950 (…). Luego, en París, empecé a leer al propio Marx, Engels y, sobre todo, Lukács que fue desdichadamente, por espacio de cuatro o cinco años, mi inseparable mentor.” (2005a: 608-609). También en el primer tomo de sus memorias, Coto vedado (1985), confirma la influencia de Lukács y, además, de Sartre, para conformar su visión de la literatura que subyace en los ensayos de Problemas de la novela (1959), resaltando la vía del realismo y de la novela social: “Los pinitos teóricos de mi acercamiento a Lukács y Sartre cuajarían en cambio en una reflexiones que en vez de ser fruto de mi experiencia de lector y escritor, reflejaría más bien, como la mayoría de mis colegas novadores de la época, una penosa indigestión de lecturas. Como boas de portentosa energía absorbente (…) nos tragábamos los bueyes procesionales de la reciente estética

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de las reflexiones de Sartre en ¿Qué es la literatura? (1948), de tanta vigencia en aquel

entonces. Sartre, como Lukács, sostenía perentoriamente que la novela debía apartarse

del esteticismo y del juego lingüístico, y ser, en cambio, fruto de un compromiso social

y político, como una alternativa primordial de la función social de la literatura (Cfr.

Culler, 1983: 28). La concepción que subyace en “Problemas de la novela”, por lo

demás, está en contra vía de la visión y práctica de la novela asumida en su época de

madurez y de ruptura de ésta primera etapa, a partir de Señas de identidad (1966), como

veremos más adelante, y de los principios estéticos defendidos en su ensayística

subsiguiente con el libro El furgón de cola (1967). Y riñe también, esta concepción

inicial, con su noción posterior de la literatura como un “bosque de las letras” que le

permite comprender el fenómeno literario como el espacio donde se dan cabida una

pluralidad de corrientes que, en vez de excluirse, enriquecen esta manifestación cultural,

siempre y cuando se asuman con la responsabilidad estética y moral que la literatura

exige (Cfr. Goytisolo, 1995a: 9-13).

Pero no nos adelantemos, a mediados de los años cincuenta del siglo pasado, el

“método objetivo del comportamiento externo” (Goytisolo, 1959: 19), que considera

solamente como real en la vida psicológica de un ser humano lo que puede percibir un

observador externo, conocido en el ámbito francés con el término de “behavorismo”, a

partir de Los monederos falsos (1925) de André Gide, y explorado con posterioridad por

los novelistas norteamericanos de la primera mitad del siglo XX, viene, según su

argumentación (Goytisolo, 1959: 19), a perfeccionar el proceso histórico del desarrollo

de las técnicas novelísticas. Es un proceso que va de la indispensable presencia del

autor, en una primera época, hasta la autonomía de los personajes y de una injerencia

autorial mínima en la acción descrita. Incluso, este último estadio era uno de los

postulados de la teoría de Ortega y Gasset en sus “Ideas sobre la novela” (1925), con el

que Goytisolo estaba de acuerdo. Expuesto en el pasaje titulado “No definir” de sus

reflexione, Ortega afirmaba: “Es, pues, menester que veamos las figuras novelescas y

que se evite referírnosla. Toda referencia, relación, narración, no hace sino subrayar la

ausencia de lo que se refiere, relata, narra. Donde las cosas están huelga contarlas”

(Ortega, 1925: 391; apud Goytisolo, 1959: 20). Este método objetivo, entendido como

una nueva técnica heredada del cine –la objetividad de la cámara cinematográfica– marxista y permanecíamos quietos, pasivos, abotagados, eructando la enorme y amazacotada presa hasta su eventual deglución.” (Goytisolo, 1995b: 221).

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permitiría a los escritores, según el autor de Campos de Níjar (1960), incluir en sus

novelas a sectores de la sociedad que era antes imposible “representar”, a través de un

método analítico o introspectivo. Y es en la aplicación de este método donde, señala,

reside el logro fundamental de obras como El Jarama (1955), Los bravos (1954) y La

Colmena (1951).

Existe en estas primeras reflexiones de Goytisolo sobre las modernas técnicas

literarias un interés naciente por lo que, sin duda, puede denominarse una poética de la

novela, atracción que años más tarde se hará perceptible en la influencia explícita del

formalismo ruso, el estructuralismo y las teorías de Bajtin sobre la literatura y la cultura,

tanto en su obra crítica como novelística (Cfr. Goytisolo, 2005b: 22); pero que, al

momento de este ensayo, se manifiesta en su intención de explicar en qué consiste el

método de narración objetivo o behavorista, a la luz de la lectura de ciertos teóricos y

escritores franceses que captaron los cambios traídos a la literatura por el cine –Gaetan

Picon, Nathalie Sarruate, Claude Edmonde Magny, Camus– citados en el ensayo para

demostrar, con ellos, el carácter moderno de las novelas de Sánchez Ferlosio, Cela y

Fernández Santos. Así, Goytisolo considera que el gran mérito de El Jarama consiste en

la uniformidad de su narración, de conformidad al punto de vista o enfoque elegido en

la descripción objetiva de las situaciones y en el tratamiento literario de los diálogos,

captando de manera fiel, como si se tratara de una trascripción, las formas de expresión

de los juventud española de entonces; de los jóvenes involucrados en la historia, sin

ninguna injerencia del autor a través de sus comentarios, manejando los hilos de la

narración sin hacerse perceptible, con la mayor objetividad posible (Cfr. Goytisolo,

1959: 23). En este sentido, retomando lo dicho sobre las dos vertientes de la literatura,

Sánchez Ferlosio renovaba la herencia de Baroja para la novela y se alejaba de la

Unamuno; y comprendía, en su tratamiento literario, a un sector de la sociedad vedado a

la novela psicológica burguesa.

La importancia de este ensayo de Goytisolo, radica en la visión que aporta de la

técnica literaria como base de su concepción sobre la evolución histórica de la novela, y

es el sólido argumento que contrapone a las ideas de Ortega sobre el agotamiento de la

materia novelable. La técnica literaria de El Jarama (1955) no es sólo una innovación

formal en un género extinto, no es un procedimiento anodino; es, en palabras del joven

escritor: “La expresión de una concepción inédita del hombre y del mundo” (Goytisolo,

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1959: 26). A partir de sus innovaciones formales novelas como La Colmena (1951), Los

bravos (1954) y El Jarama (1955), brindan una visión del mundo y de la sociedad

española de la posguerra. Su objetivismo narrativo no obedece a una carencia temática,

ni inventiva ni de contenidos. No es un simple realismo ingenuo o mecánico, está

cargado de intención. La reelaboración de la realidad descrita, la recreación del mundo

transfigurado en novela, se da por la técnica utilizada; el recurso de la objetividad

literaria no es indiferente a la compleja realidad del mundo descrito.

En un estilo claro y sencillo, con una argumentación poco exhaustiva, ya que no

profundiza detenidamente en el análisis de las novelas relacionadas, ni establece

demarcaciones entre ellas, quedándose en planteamientos generales, con un propósito

didáctico, de orientación, Goytisolo logra el cometido de persuadir al lector respecto al

equívoco de un sector importante de la crítica española de la posguerra, incapaz de

apreciar las distintas manifestaciones de la literatura contemporánea y de vislumbrar la

renovación temática y formal de la novela española de los años cincuenta, de acuerdo

con las grandes corrientes de la literatura occidental del siglo XX. Si bien, al enfatizar la

fórmula del realismo, con un tono polémico y crítico, cae en posiciones excluyentes y

deterministas acerca de la literatura, como el señalado rechazo de la novela de análisis

introspectivo o de contenidos filosóficos, tiene el gran mérito de enfrentarse en su

primer libro de ensayos, con un criterio propio, a figuras de tanto peso intelectual en el

ámbito cultural español como Unamuno y Ortega.

2.3. Los límites de la novela:

¿Cómo resolver los problemas que planteaban los nuevos procedimientos

narrativos, las nuevas técnicas novelísticas –objetivismo, behavorismo– en su intento de

captar la compleja realidad del mundo moderno? Y, en este sentido ¿cómo reflejar las

estructuras mentales de los españoles a mediados del siglo XX, cuando se debatían entre

las contradicciones propias de los mecanismos de coerción de la dictadura franquista y

de las transformaciones sociales, los cambios que traía un ya creciente proceso de

industrialización y modernización a finales de la segunda mitad del siglo XX? y ¿cuál es

la verdad que aportaría la literatura al intentar plasmar “la presentación desnuda de los

hechos” (Goytisolo, 1959: 31), la vida tal cual es, de la sociedad española de entonces?

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Estas peguntas que se infieren del siguiente ensayo, “Los límites de la novela”,

publicado originalmente en 1957, en el semanario Destino, nos servirán de base para

ahondar en su análisis y resaltar los puntos más importantes de su argumentación,

siempre desde una perspectiva que abarque tanto una mirada integradora, estableciendo

aquellos puntos comunes dentro de los ensayos, que permiten el desarrollo coherente de

su pensamiento, como una mirada atenta a los cambios que permitan apreciar la

evolución y complejidad del mismo, tal cual se manifiesta en su obra ensayística.

En este texto, Goytisolo retoma el hilo de las reflexiones del primer ensayo, a

partir de un nuevo enfoque de lo que en el anterior denominó las dos vertientes de la

literatura. La de Unamuno, que implicaba “la abstracción de un pensamiento superior

del que el argumento o trama novelesca es el vehículo o medio de expresión literaria”

(Goytisolo, 1959: 31); y la de Baroja, en el que la obra literaria es un fin en sí misma, en

la que el autor consciente de este fin, se escondía tras los hechos expuestos y en el que

la obra, como objeto de contemplación estética, se ofrecía libremente al juicio del lector.

Como en el anterior ensayo, o hace con un lenguaje claro, directo, separando los puntos

de su argumentación en párrafos cortos para facilitar su exposición. Retoma su reflexión

para ahondar en ella, para darle continuidad a sus razonamientos que expuestos de

manera ensayística y no sistemática se presentan fragmentados, interrumpidos,

parciales, poco exhaustivos; lo hace para abarcar y puntualizar los asuntos expuestos en

primer ensayo. El simple hecho de volver sobre sus ideas anteriores de forma explícita,

muestra ya un elemento característico del modo de enunciación del conjunto de la obra

ensayística de Goytisolo, su fuerte presencia autorial en el texto, a través de una

perspectiva personal y la persistencia de los temas que en un momento dado le

interesan. En el caso de este ensayo su intención es más analítica que orientadora, no

trata de valorar la nueva novelística a los ojos del lector, sino de analizar los efectos de

los cambios ocasionados por las nuevas técnicas narrativas en la vertiente de la novela

intelectual –la vertiente ejemplificada por Unamuno–, y proceder a una crítica general

de la misma, dentro de los límites y contradicciones presentes en la novela de su tiempo.

Dirigiéndose a un destinatario general, el lector implícito al que expone los

puntos de su argumentación en un tono dialogal, Goytisolo antepone en “Los límites de

la novela”, otro destinatario particular que motiva su reflexión, la escritora catalana

Paulina Crusat (1980-1981), en este caso concreto, a partir de la crítica que ella le

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formuló a su primer ensayo, en un artículo titulado “Las dos vertientes”, publicado en

Destino, el 10 de noviembre de 1956, (Cfr. Goytisolo, 1959: 34). Es importante resaltar

la presencia de esta destinataria y el hecho de que sus reflexiones surjan a partir de un

cuestionamiento que se le hace, porque revela la forma cómo se construye o configura

dialécticamente el pensamiento literario plasmado en la obra ensayística de Juan

Goytisolo. Nace del diálogo y la confrontación de ideas con otros sectores de la crítica

literaria y cultural; surgen de cuestionar los lugares comunes en que incurre la crítica

tradicional, de lo que considera fruto de una alienación ideológica; de señalar los

silencios de una interpretación oficial de la historia o sus mitificaciones, siempre con

una intención mitoclasta y de valoración de una tradición heterodoxa, pretermitida por

esta crítica tradicional. Aunque, en este ensayo, expone las ideas con respecto a la

novela y enfrenta “las amables objeciones” (Goytisolo, 1959: 32) de Paulina Crusat, con

un tono conciliador y aclaratorio.

La crítica hecha por Crusat a “Problemas de la novela” comprende varios

aspectos. Poner en duda el pretendido privilegio de la técnica sobre el contenido

temático de la novela, como podría desprenderse de las reflexiones de Goytisolo;

mostrar que así el novelista utilice un método objetivo o behavorista para tratar de

hacerse invisible y resaltar la presentación desnuda de los hechos, este hecho no pasa de

ser un recurso literario más porque siempre el autor estará presente y controlará la

narración; señalar la vigencia continua en la modernidad de la novela analítica o

intelectual, a pesar de la importancia que para la época alcanzaba la novelística objetiva;

y, por último, cuestionar el énfasis en que, según esta crítica barcelonesa, incurre

Goytisolo al señalar de un modo negativo la parcialidad autorial en la novela

psicológica o analítica, por la fuerte presencia coercitiva del autor al restringir la

participación del lector (Cfr. Goytisolo, 1959: 32).

La primera puntualización de Goytisolo (1959: 32-33), frente a estas objeciones,

consiste en aclarar que la “técnica” y el cuerpo de la novela, no son elementos aislados,

sino que obedecen a una relación indisoluble en el texto literario entre forma y

contenido y, en esta relación, en última instancia, es el tema el que deberá determinar

tanto la forma como la técnica a utilizar. Goytisolo manifiesta en este aspecto tener una

visión de la literatura con una perspectiva histórica y concebir de la obra literaria como

una producción social. Su argumento central, al respecto, es reiterativo y reafirma su

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cuestionamiento a las ideas de Ortega sobre la muerte de la novela: un procedimiento

narrativo alcanza su perfección cuando es inseparable del tema y se convierte en una

visión del hombre y del mundo; la novela, en tanto actividad social, está arraigada en el

tiempo, en la historia y responde a la sensibilidad de una época, y esta sensibilidad se

manifiesta a través de los procedimientos narrativos. En otras palabras, la época está

presente a través de los lenguajes que el arte necesita para expresar sus contenidos, que

también están insertos en el tiempo histórico. El lenguaje adoptado implica, por este

sólo hecho, en las obras más representativas, una visión de mundo acorde con su

momento histórico. Así, entonces, en la contemporaneidad, los nuevos procedimientos

narrativos –tanto como los contenidos temáticos– dan cuenta del desarrollo o evolución

del género novelístico (Cfr. Goytisolo, 1959: 33).

La segunda aclaración de Goytisolo consiste en reconocer, como también lo

hace por su parte la crítica Paulina Crusat, que la tentativa de los nuevos novelistas de

hacerse invisibles frente a la acción expuesta, de borrar sus propias huellas, es un

artificio literario porque el “escritor existe siempre detrás de la técnica” (Goytisolo,

1959: 34). El autor debe ejercer un control sobre los medios expresivos si tiene

intenciones artísticas, si pretende que su texto pertenezca a los dominios de la obra de

arte. No ahondaremos en profundidad, por ahora, en la compleja concepción sobre el

“autor” que hay en el pensamiento literario de Juan Goytisolo, tal como se presentará

más adelante en la evolución de su obra literaria y ensayística; cómo deconstruye este

concepto al interior de su propia obra, de acuerdo con los distintos desarrollos de la

novela contemporánea, ni estableceremos, inicialmente, relaciones directas con las ideas

que se desprenden del desarrollo que en Francia tuvo la novela behavorista en la

vertiente del nouveau roman, y con la importancia que el concepto de la muerte del

autor alcanzó con el posestructuralismo y su resonancia en el debate intelectual de la

posmodernidad; este será un punto culminante del presente estudio y volveremos sobre

él a lo largo del mismo, cuando abordemos los ensayos en que se ocupa de su propia

obra, cuando salgan a relucir las influencias de las poéticas y las teorías literarias del

siglo XX, o cuando se establezcan los vínculos con una concepción autorial derivada de

la tradición cervantina y su idea del mudejarismo en la novela (Cfr. Martín Morán,

2001: 97-127). Pero sí es necesario señalar que, en estos primeros ensayos, sí hay un

serio cuestionamiento de la idea clásica de un autor en el sentido decimonónico, de un

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todopoderoso con una facultad de proferir juicios inapelables que, en cierto sentido,

para finales de los años cincuenta, en el contexto del panorama literario español, y a

partir de su análisis de la novela El Jarama de Sánchez Ferlosio, prefiguran lo que será

el debate alrededor del tema de la muerte del autor unos años más tarde, del autor como

garante del sentido único y de la verdad de la obra. Aunque también es necesario

precisar el contexto de esta reflexión inicial de Juan Goytisolo. Cuando él hace

referencia a los recursos literarios, a los procedimientos técnicos por medio de los

cuales el autor intenta hacerse invisible –tentativa imposible porque el autor siempre

está detrás de la técnica, nos dice (Cfr. Goytisolo, 1959: 34)– lo que pretende resaltar es

la evolución, para la época, de un tipo de narración objetiva que privilegia y manifiesta

un respeto pleno hacia el lector, al que considera como un participante activo en el

proceso de comunicación literaria; lector al que no es posible engañar con la

intervención constante y la proliferación de juicios de un autor implícito, que coarta la

autonomía de aquel, para sacar sus propias conclusiones; además, estas nuevas técnicas,

como el objetivismo o behavorismo, buscaban, mediante la reelaboración artística,

lograr una visión más completa de la experiencia del hombre contemporáneo.

En tercer lugar, Goytisolo (1959: 35-36) vuelve a plantear el tema de la

influencia del cine en la literatura y el cambio que suscita en el lenguaje formal de la

novela. Pero lo hace en un sentido contrario a las reflexiones de su primer ensayo, en el

que sostenía que la técnica objetiva o behavorista era consecuencia directa del campo

abierto por la focalización cinematográfica. Ahora, muestra cómo la vigencia del cine

genera, por reacción, la necesidad de explorar con un mayor cuidado y detenimieto en

las posibilidades del lenguaje literario. Se apoya en una cita entresacada del libro

Entretiens avec le professeur Y (1956) de L.F. Céline:

Los escritores actuales parecen ignorar que el cine existe y que ha vuelto

ridícula e inútil su manera de escribir… Mientras que los impresionistas reaccionan

frente a la invención de la fotografía, los escritores no han reaccionado ante el

cinematógrafo… Fingen no darse cuenta (Apud Goytisolo, 1959: 35).

A partir de esta referencia, Goytisolo sugiere que los nuevos novelistas deben

tomar conciencia de las fronteras que existen entre las dos artes y de la nueva situación

a la que se enfrentan, para contrarrestar la influencia del cine. Considera, por ejemplo,

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que el monólogo interior, tal como lo emplearon en sus novelas Joyce y Faulkner, es el

resultado del fenómeno señalado por Céline y de la exigencia a la novela, para mantener

su vigencia, de preservar el valor literario del lenguaje verbal y de establecer sus

diferencias con el lenguaje cinematográfico (Cfr. Goytisolo, 1959: 36). Este punto de

las reflexiones del primer Goytisolo, preocupado originalmente por la novela social y

las técnicas behavoristas como base de una renovación de realismo, son muy interesante

porque así su concepción de la literatura y particularmente de la novela evolucione

posteriormente en otro sentido, muestra la importancia que el lenguaje literario –el

énfasis en lo que se puede denominar la función poética de este lenguaje, o en el

proceso de enunciación literaria, no como dogma sino realzando al máximo su

capacidad expresiva y su disposición de construir mundos posibles– siempre ha tenido

en la obra del autor, aun desde estas primeras reflexiones iniciales. Esta consideración

sobre el cine y la literatura prefigura al futuro autor que defenderá la necesidad de

preservar el conocimiento que se obtiene mediante la imaginación literaria y que

rechazará la idea de la calidad de la obra novelística, del juicio sobre el valor estético de

un texto literario, supeditado a su realización o adaptación cinematográfica, de la novela

como un medio para acceder al cine, aclarando enfáticamente las consecuencias

perversas que para el escritor pueden derivarse de la dependencia a las leyes

comerciales que acompañan la industria cinematográfica (Cfr. Goytisolo, 2004a: 81).

Pero en este ensayo no sólo replantea su posición frente al cine y su influencia

en la literatura a través de los nuevos procedimientos narrativos, expuestos en el anterior

ensayo, acepta, también, y en esto está de acuerdo con la crítica formulada por Paulina

Crusat (Goytisolo, 1959: 36), la pervivencia de la novela intelectual –como la

ejemplificada por la obra Unamuno– que implica la abstracción de un pensamiento

dominante en el que el argumento o trama es sólo un medio de expresión literaria. En

este sentido, el auge de las nuevas técnicas narrativas, del predominio del objetivismo

para abarcar nuevas realidades, no conlleva necesariamente el agotamiento de esta clase

de tendencia. Cita los ejemplos de Kafka, Camus, Beckett, Blanchot, Buzatti, Jünger,

como representantes de esta corriente intelectual, cuyas novelas tienen la intención de

analizar los problemas de índole filosófica o metafísica de tiempos reciente. Pero

sostiene Goytisolo (1959: 37) que no en todos los casos esta intelectualización del

género se resuelve de un modo favorable para los intereses literarios, y crítica,

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duramente, esa corriente filosófica o idealistas, en cabeza de los epígonos de los autores

mencionados; en muchos casos la tentación alegórica que entraña la novela intelectual –

la acción novelesca como medio de comunicación de un mensaje– sólo sirve para

esconder una pobre capacidad inventiva, imaginativa o poéticamente débil. A través de

un lenguaje intelectual, didáctico, los novelistas, en estos casos, se sirven de los

personajes y situaciones para la transmisión de sus ideas. Esta clase de escritores

renuncian a tener un contacto con la realidad en nombre de una abstracción superior y

como consecuencia sus obras pierden la vitalidad. Por eso argumenta que, ante las

dificultades del género –los nuevos procedimientos técnicos, la influencia del cine y el

desafío que entraña para lenguaje novelístico, el surgimiento de unas nuevas realidades

que reclaman ser nombradas, el descaecimiento de la gran novela psicológica

decimonónica– los escritores deben tomar conciencia de sus límites y tomar partido de

cuál camino elegir entre las dos grandes vertientes novelísticas mencionadas, entre la

novela de ideas y la novela de presentación desnuda de los hechos. Esta conciencia les

permitiría a los escritores (Cfr. Goytisolo, 1959: 38), escapar de una atmósfera

intelectual reductiva, y evitar volver sobre formas narrativas trilladas, abarcando un

campo de experiencias mayor: “hacer oír la voz de los que, hasta el momento, habían

permanecido en silencio (o cuya palabra había sido deformada)” (Goytisolo, 1959: 38).

Esta conciencia les permitiría a los escritores constatar que el lenguaje es el instrumento

básico de la obra literaria, en contraposición a los medios cinematográficos; aceptar que

para la novela es de mayor interés presentar los hechos en vez de referirlos, sugerirlos

en lugar de explicarlos; comprender que el método behavorista les permitirá establecer

una nueva relación con un lector activo en plena libertad de emitir sus propios juicios

sobre la realidad representada (Cfr. Goytisolo, 1959: 38-39)

Y por último, Goytisolo refuta la insinuación que le hace Paulina Crusat de

atacar a los novelistas clásicos por la parcialidad de éstos –por su propensión a emitir

juicios subjetivos en sus narraciones–. En este sentido, por el contrario, aclara, que su

reproche hacia ellos era por la tendencia de disfrazar sus visiones parciales de

imparcialidad, como si estas fueran certezas irrefutables. Para él, en la novela moderna,

como en toda obra de arte, no hay juicios inapelables, ni verdades absolutas, sino

“parcialidad, ambigüedad, relativismo (…) pluralidad de versiones” (Goytisolo, 1959:

40). Así, en su criterio de entonces, el método objetivo exigía una diversidad de ángulos

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para lograr una presentación más completa de la realidad descrita, diferentes puntos de

focalización, y en este aspecto particular, el cine le había servido técnicamente a la

novela para pasar de una visión unívoca de los hechos a una visión plural y relativa de

los mismos; relativismo que exige la colaboración activa del lector para restablecer una

comprensión de conjunto. Por eso se apoya, también, en José María Castellet para

afirmar que el tiempo del método objetivo es, asimismo, “el tiempo del lector”

(Goytisolo, 1959: 41).

En resumen, el argumento central del ensayo es la conciencia de los propios

límites que tiene el novelista para la época en que en ensayo fue escrito. Por más que

intente desaparecer tras la realidad descrita, el autor siempre está presente no sólo por la

técnica utilizada, sino por la selección que de ella hace. Esta conciencia implica la

comprensión de que el realismo absoluto es imposible, que el punto de vista del autor,

su intención, siempre están manifiestas en la configuración de la obra. Con la

advertencia que, en su criterio (Cfr. Goytisolo, 1959, 42), el escritor es tributario de la

realidad, testigo de su época, pero no está sometido de manera ciega a ella. Su labor

consiste en afrontarla, moldearla, transfigurarla en términos literarios; lograr una

síntesis entre la poesía que entraña su visión artística del mundo y la realidad. Esta

síntesis, nos dice, es la que se propusieron autores como Sánchez Ferlosio, Cela,

Delibes y él mismo en la novela Duelo en el Paraíso (1955) –pero, en una declaración

de modestia en su caso, “sin lograrla” (Goytisolo, 1959, 43)–. Por eso, volviendo a las

preguntas iniciales: ¿Cómo resolver los problemas planteados por la técnica, por el

método objetivo, para comprender la complejidad del mundo moderno? La respuesta

primera que brinda Goytisolo es aceptar la parcialidad de la visión de cada escritor,

concebir la literatura como un hecho histórico en la que éste es tributario de su tiempo

pero no su esclavo, ya que encara la realidad y la recrea. Y, a la otra pregunta formulada

a raíz de la lectura del ensayo, ¿cuál es la verdad que aporta la literatura en su intento de

plasmar la realidad desnuda de los hechos, por ejemplo, en el caso concreto de la

sociedad española de la posguerra? Nos aventuramos a responder, siguiendo su

reflexión, que es lograr una síntesis poética entre la visión del mundo del autor y la

realidad descrita, visión que precisa de la colaboración activa del lector para restaurar la

complejidad de sus sentidos que emanan de esa realidad, cuyas claves descansan en los

textos mismos. Así, La colmena (1951) y Mister Caldwell habla con su hijo (1953) de

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Cela, El camino (1950) y Mi idolatrado hijo Sisí (1953) de Delibes, El Jarama (1954)

de Sánchez Ferlosio y Duelo en El Paraíso (1955) de Juan Goytisolo, configuran un

retablo de la sociedad española de su tiempo, donde está presente la problemática de su

vivencia y su representación artística. Cuadro que incluye la miseria material y moral de

España durante el largo período de la posguerra, la lucha despiadada por la subsistencia,

el conservadurismo ideológico y la inmovilidad social, la frustración de varias

generaciones de jóvenes que postergaron sus ideales, y el drama trágico de la guerra

fratricida a través de la experiencia de la infancia. Y, no está demás, el empeño de una

generación de escritores –la denominada generación del medio siglo, por Castellet

(1955)– de renovar el lenguaje literario para la consecución de tal fin.

Sólo que el esfuerzo comprensivo y argumentativo de Juan Goytisolo en este

ensayo, “Los límites de la novela”, para resolver el problema que entraña abarcar la

complejidad del mundo moderno y sus contradicciones a través de la literatura, así

reconozca la parcialidad y el relativismo de cada mirada y la imposibilidad de un

realismo absoluto, se ve truncado por su concepción excluyente en relación con una de

las que define como las dos vertientes de la literatura; por el rechazo de la novela

intelectual o introspectiva por su defensa de la novela social y objetiva. Con una visión

del problema como un fenómeno de larga duración, se observa que, al querer dar cuenta

de la complejidad del mundo moderno, con sus desfases temporales al interior de la

sociedad española de la posguerra frente al mundo europeo, por ejemplo, no se podía

renunciar del todo a las manifestaciones literarias que trataban sobre el drama de la

emergencia de la subjetividad en este contexto, o invalidar las propuestas que desde la

literatura y el arte buscaban encontrar un sentido filosófico o existencial a la experiencia

del hombre moderno, o legitimar por si sola esta tentativa. El mismo Goytisolo lo

reconocerá así años más tarde, cuando decida reeditar “Problemas de la novela” y

afirme la validez de la novela de ideas de honda raigambre histórica en el contexto

europeo, como Abel Sánchez o Niebla de Miguel de Unamuno (Cfr. Goytisolo, 2005b:

15). Pero una vez señalando esta concepción inicial excluyente y perentoria de la

literatura, hay que resaltar la originalidad de las reflexiones de este ensayo, por sentar

las bases, aún incipientes, de lo que luego será su concepción amplia de la literatura, al

admitir que, en la novela moderna, no hay juicios inapelables ni verdades absolutas,

sino una pluralidad de visiones; al concederle una importancia trascendental al lenguaje

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literario en la búsqueda formal para comprender un campo mayor de lo que constituye

la experiencia humana en su presente; al señalar la necesidad de la participación activa

del lector en la literatura actual, de aquel momento; al exponer su idea de la literatura

como un hecho histórico que responde a la sensibilidad de cada época; y, señalar, el

valor del elemento añadido que la literatura otorga a la realidad descrita, en una síntesis

poética: “Tributario de la realidad pero no esclavo de ella, el novelista la afronta, la

moldea, la corrige” (Goytisolo, 1959: 42).

2. 4. Novela francesa. Novela americana. La nueva psicología. El caso

Robbe-Grillet. La novela italiana

Con una visión de conjunto, los siguientes cuatro ensayos del libro “Problemas de la

novela”, escritos entre los años 1957 y 1958, añaden muy pocos elementos a la

discusión iniciada al exponer las “las dos vertientes de la literatura”, como eje

argumental en los dos primeros textos de este volumen. En ellos, se limita a ahondar en

las posiciones dicotómicas entre la novela psicológica, de análisis introspectivo,

intelectual, y la novela behavorista, social, de reflejo del comportamiento externo, en la

línea que abre a los jóvenes novelistas españoles, integrantes de la generación del medio

siglo, la novela objetiva norteamericana. Desaparece en éstos, además, el tono

conciliatorio de su segundo ensayo, cuando reconocía la parcialidad del objetivismo, a

raíz de la crítica que le formulara Paulina Crusat. Extrema sus posiciones al rechazar

cualquier otra opción que no esté de acuerdo con los postulados de la novela social; no

expone sus ideas como si fueran fruto de una larga meditación sobre las dificultades del

género, sino como una reflexión circunstancial que en vez de brindar una aclaración

suficiente y una distinción precisa del fenómeno examinado, se presta, en muchos

puntos, a la confusión; en especial, al introducir escritores y tendencias disímiles en uno

u otro grupo de las dos vertientes de la literatura y perder los matices que enriquecen

una reflexión ponderada –por ejemplo, considera a Francoise Sagan, Beckett o

Blanchot, dentro de una misma tendencia, e incluye a la novela intelectual o alegórica,

prediciendo además su desaparición como una moda pasajera (Cfr. Goytisolo, 1959: 48

y 65); o, en el otro lado, relaciona autores tan distintos como Cela y Sánchez Ferlosio,

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como parte de una misma corriente (Cfr. Goytisolo, 2005b: 16)–. Cae así, como ya se

advirtió, con este tipo de reduccionismos, en la perentoriedad que pretende criticar

cuando cuestiona las ideas sobre la muerte de la novela de Ortega. En su caso, vaticinar

el descaecimiento de la introspección y la subjetividad en la literatura, la perdida de

vigencia de la novela que recrea la complejidad de la vivencia del individuo en

sociedad, que muestra la disolución de la conciencia al enfrentarse al mundo. No

alcanza a vislumbrar la senda que abrirá para las letras hispánicas –y para su misma

obra novelística– un par de años más tarde, la novela Tiempo de silencio (1961) de Luis

Martín Santos. Por dicotómica, entonces, su argumentación, en estos ensayos, es en

ocasiones simplista (Cfr. Goytisolo, 2005b: 15), aunque ello no implique la ausencia de

planteamientos relevantes de acuerdo con el contexto histórico en que fueron

formuladas, como se verá a continuación.

En el ensayo “Novela francesa. Novela americana” (1957), parte de una

polémica publicada, para la época, en un “seminario parisiense” (Goytisolo, 1959: 47),

entre quienes preferían “la novela a la francesa” y quienes manifestaban su predilección

por la novela americana –en este caso Goytisolo se refiere a la novelística de América

del Norte y, específicamente, a la tendencia que va desde el naturalismo de finales del

siglo XIX (Stephen Crane) a la llamada generación perdida de la primera mitad del siglo

XX (Dos Passos, Faulkner, Steinbeck, etc.)– polémica en la que primaba, afirma, más el

gusto personal que la exposición de unas razones de peso para distinguir dos

concepciones contrarias del género novelístico (Cfr. Goytisolo, 1959: 47). En su

criterio, quienes participaron de la discusión no analizaron las características y

diferencias que existen entre estas dos maneras de entender la literatura que, en última

instancia, obedece a otra de las variantes de lo que él denomina “las dos vertientes de la

obra literaria”. Una oposición tan vieja, afirma, “como el mismo arte de narrar”

(Goytisolo, 1959: 53). Para terciar en la polémica, define la novela francesa a partir de

una tradición que remonta a Madame Lafayette (1634-1693), cuyas novelas, clasificadas

dentro del auge del folletín, han sido consideradas por la crítica como preciosistas, en

donde el análisis psicológico es aplicado a una materia noble y grave –obras cortesanas,

de salón–, “de manera delicada e incluso sutil” (Thoorens, 1971: 123) tradición que

culmina, según Goytisolo, para la fecha del ensayo, con Francoise Sagan (1935), que,

para una crítica general y en el contexto de la posguerra europea, se aparta de la crudeza

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de la vida, del testimonio y del compromiso, y a través de un relato “clásico”, desde un

punto de vista formal, se interesa por grupos humanos que se evaden de los conflictos

sociales y se desenvuelven en ambientes donde predomina el lujo, la riqueza y una

frívola sofisticación (Cfr. Thoorens, 1971: 401). Así, para Goytisolo, la novela

psicológica francesa es esencialmente burguesa e intelectual en un sentido peyorativo –

la cultura como promoción, adorno, distinción social–; en cambio, en su criterio (Cfr.

Goytisolo, 1959: 54), la novela norteamericana, se ocupa de sectores marginados y

pobres de la sociedad, inmersos en una lucha por la subsistencia. La razón de ser de esta

diferencia la encuentra Goytisolo en la condición del escritor dentro de la sociedad,

profesionales unos, desclasados los otros. El escritor en Francia pertenece

tradicionalmente a una elite culta, en Norteamérica se ubica por fuera de los límites

elitistas de los sectores privilegiados y, por lo general, debe ejercer oficios comunes,

corrientes antes de alcanzar celebridad alguna, pero sin llegar, por ello, a considerarse

como pertenecientes a un grupo profesional de la literatura.

Dentro del abierto compromiso de Goytisolo para la época de éstos ensayos, y

por consiguiente, entendiendo que el escritor tiene una función como agente

transformador de la sociedad (Cfr. Goytisolo, 1977: 298), resalta la importancia de la

novela americana sobre la novela francesa y considera que ésta concepción del género,

la novela “a la americana”, no es ajena a la historia cultural de España. Ya que, para él,

su más rica tradición literaria es la Picaresca: “un ejemplo de novela directa y viva:

inteligente, no intelectual” (Goytisolo, 1959: 52), por lo tanto, la novela norteamericana

con una preocupación social es una concepción afín al ámbito histórico y cultural

español, a través de su tradición picaresca. En síntesis, se puede afirmar que Goytisolo

en este ensayo concibe la novela psicológica francesa como una proyección sentimental

de la mentalidad romántica burguesa en el contexto europeo de la posguerra, que por

evasiva –concepción anacrónica del género como entretenimiento y distracción– no

alcanzaba a dar cuenta de las profundas transformaciones de las estructuras sociales,

como sí lograba hacerlo la novela norteamericana, con obras que eran testimonio,

conocimiento y reflejo de los profundos problemas humanos.

El ensayo “La nueva psicología” de 1957, es una continuación de su crítica de la

novela psicológica francesa. Trata el cambio que produjo en el panorama literario

francés las obras de Robbe-Grillet, M. Butor y M. Duras (Goytisolo, 1959: 57) –lo que

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se conocerá como la nouveau roman, a partir de la recensión crítica que hace Roland

Barthes (1967: 35-47)–; señala, de nuevo, el abandono paulatino en la historia literaria

reciente del método psicológico decimonónico, fundado en presuntas verdades de orden

psíquico, como el amor, el odio, la envidia, los celos; muestra la vigencia de las nuevas

técnicas narrativas surgidas como consecuencia de la influencia del cine –lograr en la

literatura la objetividad de la cámara cinematográfica, la primacía de la descripción de

los objetos, privados de cualquier espesura psicológica– y la asimilación en la literatura

de los presupuestos filosóficos y científicos paradigmáticos a lo largo del siglo XX,

como el psicoanálisis freudiano con su cuestionamiento de la univocidad del “yo”, su

teoría de la falsa conciencia y de la existencia de las pulsiones inconscientes, y la

filosofía de la percepción de Merleau-Ponty (1908-1961), fundada en un análisis

fenomenológico, con su rechazo de la noción clásica de sujeto, de una metafísica de la

conciencia de estirpe cartesiana, quien define la percepción, por el contrario, como una

síntesis más práctica que intelectual, en la que no hay verdades absolutas ni

intemporales y donde el lenguaje es el instrumento para expresar la inserción de la

conciencia en el mundo (Cfr. Merleau-Ponty, 1984: 108-110).

Goytisolo insiste, reiterativamente, en su crítica de la presencia de la psicología

clásica en la literatura. Esta vez con el fin de orientar al lector español del momento

hacia unas nuevas realidades culturales, porque todavía encontraba un fuerte sector de la

crítica literaria del país empeñado en demostrar la inutilidad, falacia o superficialidad de

la descripción objetiva de las conductas humanas, en situaciones demasiado prosaicas

de la vida frente a realidades “superiores”, como la existencia de los “filones secretos

del alma” (Goytisolo, 1959, 60). Cuestionamientos utilizados por esta clase de crítica

para invalidar las propuestas estéticas de la nueva novelística española –cita al respecto

la reseña que Gutiérrez Palacio hace de la novela La familia de Pascual Duarte (1942)

de Cela, criticándola por el hecho de centrarse en “pequeños problemitas”, “diminutos y

triviales”, “insulsos”, al punto de no merecer ser objeto de una obra literaria (Goytisolo,

1959: 60); por el contrario, lo esencial, para este sector de la crítica, sería los estados

anímicos o del alma donde el hombre esconde su verdad–. Así, para Goytisolo, esta

concepción burguesa de la literatura, que considera que ella debe expresar las verdades

esenciales del alma, incurre no sólo en una mala fe, al hacer pasar por eternos y

universales unos valores ligados a una estructura histórica y social precisa, sino en una

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visión egoísta de la sociedad, en tanto sus verdades justifican la evasión y el escapismo

de la realidad apremiante; y, asimismo, incurre en una fuerte dosis de “astucia”

(Goytisolo, 1959: 62), en cuanto la supuesta existencia de realidades de orden psíquico

son argucias para evadir la crítica y para entender cabalmente una nueva forma de

concebir la novela, aquella que buscaba alcanzar una mejor y mayor expresión de la

experiencia humana y una apreciación sintética y real de la conducta del hombre, “como

el único medio eficaz de novelar de nuestro tiempo” (Goytisolo, 1959: 62).

Sin embargo, pese a la claridad de sus argumentos, y a su rechazo decidido de

otras formas de concebir la literatura por fuera de la novela social behavorista, este

ensayo permite afirmar de nuevo el carácter fragmentario o inconcluso de su reflexión a

lo largo de todos los textos que conforman este volumen. Sus explicaciones, así

conlleven una unidad de propósitos en torno a la novela social, son parciales. Razón por

la cual en cada nuevo ensayo debe retomar puntos del anterior para profundizar en lo ya

expuesto; como sucede con el siguiente, “El caso Robbe-Grillet”, escrito en 1958, en el

que aborda aspectos dejados de largo en “La nueva psicología”, cuando pretendió

ahondar en la relación entre la novela analítica decimonónica francesa y el nouveau

roman. En este nuevo ensayo trata de justificar el surgimiento de esta tendencia, del

llamado “realismo objetivo” (Goytisolo, 1959: 66) y especialmente de la obra de Alain

Robbe-Grillet, como consecuencia de la inconsistencia epigonal de la novela

psicológica para dar cuenta de la compleja realidad de la época. Pero, para Goytisolo, el

autor de La doble muerte del profesor Dupont (1953), El mirón (1954), La celosía

(1957), no logra la síntesis estético-moral que él buscaba entonces con su defensa de la

novela behavorista; síntesis que, desde este primer libro de ensayos, se convierte en uno

de los ejes de la dialéctica que impulsa su pensamiento literario. La obra del escritor

francés, cabeza visible para la época de una escuela literaria, con imitadores y teóricos,

de todo un “boom” de la novela europea de la segunda mitad del siglo XX, se convierte

así en blanco de su crítica y estimulo para su reflexión. Procede al igual que en los

anteriores ensayos ubicando la existencia del fenómeno o del hecho observable –en este

caso concreto la obra de Robbe-Grillet–, su impacto en el mundo cultural, pero

sosteniendo que la percepción del hecho mismo por sí sola, por más detallada que sea,

no es suficiente para dilucidar sus implicaciones; por lo tanto, asumiendo

implícitamente la necesidad del ensayo literario como el medio propicio para el

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ejercicio de una función intelectual del escritor: orientar al lector para formarse un

criterio propio en el conflicto ideológico que entraña la literatura en tanto actividad

social motivada.

A partir de la lectura atenta de sus novelas y de su obra teórica, Goytisolo,

paradójicamente, ve en el realismo objetivo de Robbe-Grillet, el resurgimiento de un

tipo de formalismo y de la teoría del arte por el arte, de la novela como juego, que, en su

criterio (Goytisolo, 1959: 66), viene a confirmar las ideas de Ortega y Gasset sobre la

deshumanización del arte, como una etapa de su evolución última y que es, como se ha

advertido, el trasfondo teórico contra el que despliega la propuesta crítica de Problemas

de la novela. En la concepción de la literatura de Robbe-Grillet, tal como la interpreta

Goytisolo en aquel momento, la novela debe deshacerse de toda pretensión de

trascendencia, ya sea filosófica, social o religiosa, y alcanzar una autonomía soberana,

“convertirse en un fin en sí” (apud Goytisolo, 1959: 66), pero no con una visión

equilibrada del hecho estético, a criterio de Goytisolo, sino esteticista.

En este contexto, entonces, el análisis de este ensayo es importante por dos

razones; primero, porque muestra una faceta relevante de la actividad crítica de Juan

Goytisolo, desde su primera época: la necesidad del conocimiento profundo de la obra

estudiada, aunque no se esté de acuerdo con la propuesta estética que encierra. La

obligación de conocer a plenitud aquello que se crítica, privilegiando la lectura

exhaustiva de la obra a su conocimiento indirecto, bien por la recepción crítica de

terceras personas o por las opiniones que el mismo autor vierta sobre su obra. En este

caso no desestima –por el contrario, insiste en su necesidad– la lectura de las novelas de

Robbe-Grillet, en aras de las teorías que el mismo autor brinda acerca de su obra y de su

concepción de la literatura en general. En segundo lugar, porque ubica la obra analizada

dentro de un contexto histórico y no como un producto aislado que surge por generación

espontánea. La obra del escritor francés, con un cuidado minucioso de la forma, de los

procedimientos narrativos, viene a remediar no sólo la falta de rigor y desconocimiento

técnico de los novelistas sociales, sino también la evasión de la novela burguesa

francesa de la primera mitad del siglo XX, para reflejar las estructuras sociales y la

ineficacia del método psicológico-analítico en su intento de expresar la veracidad de la

existencia del hombre en el mundo (Cfr. Goytisolo, 1959: 67). Pero encuentra, en

contraposición de las consideraciones mismas del autor, que la preocupación técnica de

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Robbe-Grillet no puede defenderse como un fin en sí, porque sólo es un medio para

expresar la complejidad de la vivencia de su época; y, por más que haya logrado

revitalizar la novelística francesa del momento, su obra no alcanza, en su criterio, la

unidad entre forma y contenido, la intención a la vez estética y social que, para el

pensamiento literario del primer Goytisolo (1959: 70), constituye el valor de una obra

de arte y le da su realce universal. Considera que este cometido, más aún que Robbe-

Grillet, lo alcanzó la escritora contemporánea M. Duras, cuyas novelas logran reflejar la

realidad de su tiempo y transfigurarla: “mantener su contacto con el suelo, como Anteo,

y de aspirar, no obstante, a la poesía” (Goytisolo, 1959: 69).

En el siguiente ensayo, “La novela en Italia”, escrito en 1958, igualmente con la

intención de orientar al lector español sobre una realidad que en su criterio había tenido

poca divulgación en el ámbito cultural peninsular, su argumentación, persiguiendo esa

síntesis estético-social en la novelística europea de entonces, y dando un paso más allá

en su reflexión sobre la novela behavorista, se enfoca sobre un tema espinoso para su

concepción posterior de la literatura, pero que, en aquel momento, vislumbraba con

claridad bajo la perspectiva de vincular la creación literaria a un proyecto cultural

nacional. Y lo encuentra plenamente representado en la novelística italiana de la

posguerra, en las obras de Carlo Levi, Cesare Pavese y Elio Vittorini; novelística que

estaba articulada a otras manifestaciones artísticas con un reconocible carácter nacional,

como la poesía, el teatro y el cine, a través del neorrealismo de De Sicca, Visconti,

Rossellini. Según Goytisolo (1959: 74) esta tendencia surgió como contraposición a una

estética literaria sofisticada y retórica, cosmopolita, como la de D’Annuzio y Pappini,

respaldada en la filosofía de Croce, deshumanizada, en tanto el escritor conservaba su

libertad creativa, siempre y cuando permaneciera encerrado en una torre de marfil,

alejado de la vida y la sociedad de su tiempo, sin imposiciones externas ni morales: “La

estética de D’Annuzio, la filosofía de Croce habían creado, en el terreno de la novela,

una tendencia cosmopolita y asexuada, falsamente cínica a veces, ajena a la

problemática nacional contemporánea” (Goytisolo, 1959: 74)

Llama la atención en este ensayo no sólo la referencia a la estética de D’Annuzio

y Croce con los calificativos de sofisticada, retórica y cosmopolita que en él hace, sino,

también, la utilización de las expresiones “falsamente cínica” y “asexuada”, para

desvirtuarla. El calificativo de “cínica” lo entendemos en el mismo sentido de “mala fe”

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y “egoísmo” que utilizó para aludir a la novela psicológica en el ensayo “La nueva

psicología”, es decir, en tanto esta concepción de la novela hace pasar unos valores

ligados a una estructura histórica y social como eternos y universales, además de

considerarla evasiva y escapista en relación con una realidad circundante (Cfr.

Goytisolo, 1959: 58-60). Pero es más difícil entender, si mantenemos una visión global

de la obra y del autor desde la perspectiva del presente, la ambigüedad del adjetivo

“asexuada”, que fácilmente puede remitir en este pasaje a una literatura afeminada,

porque muestra la actitud dogmática y reductiva del autor de Problemas de la novela

(1959), quien paradójicamente vivirá una intensa crisis de identidad sexual que se

traducirá de manera decisiva en su obra (Cfr. Goytisolo, 1997a: 210-235) y que,

además, a partir de un momento dado de su actividad creativa, concebirá la novela

soportada en los conceptos de autorreferencialidad y literalidad. Aunque es

comprensible que el término “asexuada” lo utilice refiriéndose a una estética decadente,

esteticista, sin vigor que afirma el valor del arte por el arte, que, a su vez, pretende

rechazar los valores de la sociedad burguesa, pero que sólo encuentra su justificación en

esta misma sociedad.

Para Goytisolo, la tendencia aristocrática y nihilista de D’Annuzio y Croce,

cerró las puertas a la creación literaria de los jóvenes escritores de la anteguerra y la

posguerra italiana; como reacción, y para salir de la situación de aislamiento en que se

encontraron y tomando como modelo la novela behavorista norteamericana, decidieron

entonces encarar la realidad como el único medio posible de crear una literatura

representativa que elevara a una dimensión universal su visión particular de la vida, del

hombre y de sus relaciones con el mundo. Su proyecto fue “crear una literatura

nacional abierta a los problemas reales de su sociedad y de su país” (Goytisolo, 1959:

75), una literatura inmersa en la historia.

Así, la intención argumentativa del ensayo “La novela en Italia”, era propender

por la universalización de la novela social española de mediados del siglo XX,

sirviéndose del ejemplo del realismo italiano en la literatura que lograba transfigurar la

realidad de lo particular a lo general. A su criterio, seguir tal ejemplo, se justificaba no

sólo por las afinidades históricas, sociales y culturales entre los dos países, sino porque

en todo caso, y esta era la conclusión de su análisis, la novela italiana ponía de

manifiesto la estrecha relación existente entre las estructuras históricas de una sociedad

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y la forma literaria. A semejanza del ejemplo italiano, la situación española de la

posguerra exigía también a la literatura el enfoque realista behavorista para un proyecto

nacional de transformación social y cultural; para lograrlo, consideraba entonces

Goytisolo que era indispensable retomar la tradición de la picaresca y del realismo de

Pérez Galdós y Baroja: “Solamente así, podrá el novelista abordar el rico y complejo

material de su tiempo, con un valor, un criterio verdaderamente universales” (Goytisolo,

1959: 78). Y se puede apreciar que la intención programática de concretar este proyecto

va más allá de los ensayos reunidos en Problemas de la novela y se traduce también en

su obra narrativa. La síntesis estético-moral para transfigurar la realidad por medio de la

literatura es el proyecto que guía los libros Campos de Níjar (1960) y La Chanca

(1962). Crónicas sobre la dureza de la vida almeriense a finales de la década del

cincuenta del siglo pasado, donde se revela la fascinación del autor por sus gentes, su

habla y su hábitat; en las que la literatura, en palabras de Pavese, se manifiesta como

una defensa contra las ofensas de la vida (Cfr. Goytisolo, 1959: 76).

2.5. Ortega y la novela. Para una literatura nacional y popular:

Es un hecho evidente la unidad temática que existe en Problemas de la novela

(1959), no sólo porque el autor analiza, en estos cortos ensayos escritos a lo largo de un

período de tres años de su naciente labor intelectual, de 1956 a 1959, la creación

literaria desde la perspectiva de la motivación social, como era su intención manifiesta

en el epígrafe, sino porque va exponiendo su reflexión de manera consecutiva de un

texto a otro texto, retomando lo planteado en un primer momento y ahondando en su

argumentación en el subsiguiente ensayo. Su asunto general, como se ha advertido, es la

narrativa española del momento, su relación con el pasado inmediato y sus perspectivas

hacia el futuro. Su incidencia como vehículo de transformación social, confiando en una

función performativa del texto literario frente a las dificultades de una realidad que no

se nombra de manera directa en ninguno de los ensayos, pero que subyace en ellos

jalonado su pensamiento crítico: la situación social de la España de la posguerra, de la

dictadura y la censura franquista. Es este descontento frente a la situación histórica del

momento lo que le llevará a afirmar sobre la necesidad de una novelística social basada

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en las técnicas del realismo, como el medio adecuado para transfigurarla artísticamente

esa situación y alcanzar una síntesis poética que comprenda la experiencia del hombre

contemporáneo, enfrentado a los problemas de su vivencia. Parte, en su análisis, de un

hecho dado, la consolidación de la nueva narrativa de la llamada “generación del medio

siglo” (Castellet, 1955) –grupo de escritores a la que él mismo perteneció en sus

comienzos literarios, con las novelas Juego de manos (1954) y Duelo en El Paraíso

(1955)14–, y lo hace, con el fin de explicar las innovaciones de esta literatura al lector

español de la época, para señalar los nuevos intereses formales y temáticos y contrastar

su producción con las principales corrientes novelísticas de entonces, la novela

behavorista norteamericana y francesa, la novela neorrealista italiana.

Luego de extender su análisis comparativo por esos ámbitos culturales

mencionados, para respaldar su idea sobre la literatura de entonces, vuelve en el ensayo

“Ortega y la novela” (1958) a centrar su reflexión en la situación de la novela española.

La intención de este ensayo es hacer un balance desapasionado, con la perspectiva que

permite el transcurso del tiempo, de las ideas literarias de Ortega y Gasset; su influencia

en la generación de escritores de la anteguerra –los modernistas y los de la dictadura15–,

la relación con la novelística de Eugenio D’Ors (1881-1954) y Benjamín Jarnés (1888-

1950), por un lado y con Ramón Pérez de Ayala (1880-1962), Ramón Gómez de la

Serna (1888-1963) y Gabriel Miró (1879-1930), por el otro. Le interesa demostrar que

las ideas sobre el arte y la literatura de Ortega, consignada en los ensayos La

deshumanización del arte (1925) e “Ideas sobre la novela” (1925), son la expresión

ideológica de una determinada estructura histórica (Cfr. Goytisolo, 1959: 82).

La noción del arte y la literatura de Ortega, expuestas en el contexto de las

vanguardias de principios del siglo XX y como una variante más de la idea de la muerte

del arte de Hegel –de la condición pretérita del Arte, de su pérdida de significados en

los tiempo modernos, en este caso en la sociedad de masas, si se atiende el carácter

religante que tenía el arte en la antigüedad clásica–, según la interpretación crítica de

Goytisolo (1959: 83) –a su vez influido por La teoría de la novela de Lukács y la 14 Entre estos mismos años en que escribe Problemas de la novela (1959), Goytisolo publica también las novelas que integran La trilogía del mañana efímero: El circo (1957), Fiestas (1958) y La resaca (1959), en las que subyace la intención de hacer una crítica de la sociedad española bajo la fórmula del realismo (Cfr. Goytisolo, 1977: 298). 15 En este sentido la “generación de la Dictadura” comprende el período histórico que va desde el golpe militar de Miguel Primo de Rivera en 1923 y el gobierno del Directorio Militar hasta 1925, y el Gobierno dictatorial de civiles, desde 1925 hasta 1930 (Cfr. Seco Serrano, 1990: 1033).

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valoración del “realismo” como la forma más idónea para representar la totalidad de la

vida humana– es concebir la práctica artística como un juego gratuito, pulcro, artificioso

e incluso impopular, incontaminado por los hechos vulgares de la vida corriente; propio

de una aristocracia de artistas, de una elite especial, la comunidad de los mejores, que se

dirige con sus obras sólo a una minoría capaz de entenderlas. Recordemos que Ortega

en La deshumanización del arte (1925) diagnostica en el arte lo erróneo de una

purificación paulatina de la creación artística, cuando afirma:

Esta tendencia llevará a una eliminación progresiva de elementos humanos,

demasiado humanos, que dominaban en la producción romántica y naturalista. Y en este

proceso se llegará a un punto en el que el contenido humano de la obra sea tan escaso

que casi no se le vea. Entonces tendremos un objeto que sólo puede ser percibido por

quien posea ese don peculiar de la sensibilidad artística. Será un arte para artistas, y no

para las masas de los hombres; será un arte de casta, y no demótico (Ortega, 1957: 359).

Esa deshumanización del arte expuesta por Ortega es la que cuestiona duramente

Goytisolo en cuanto hace relación con la novela. Y si bien su pretensión era hacer un

análisis imparcial de las tesis de Ortega, tomando distancia de la negación radical o la

apología ciega que, al respecto, dominó el medio cultural español durante largo tiempo

(Cfr. Castro Flórez, 1990: 221-222) y sin la intención de profundizar en su obra

filosófica, este ensayo de Problemas de la novela (1959) sí es claramente un ajuste de

cuentas contra las ideas literarias del filósofo madrileño y de su influencia en la

novelística española de la primera mitad del siglo XX. Pero es importante anotar que

Goytisolo (1959: 83), al entender la teoría aristocrática y minoritaria del arte como

expresión ideológica de una determinada estructura histórica, encuentra que esta

concepción de Ortega, que algunos estudiosos valoran como un aporte original a la

reflexión estética del siglo XX (Cfr. Castro, 1990; Enkvist, 2005), porque señala la

incapacidad de las masas de comprender el lenguaje del arte moderno, de la vanguardia,

no aparece aislada del contexto histórico europeo de la época. En este sentido,

Goytisolo en su ensayo invierte las ideas estéticas de Ortega. Ve en ellas no la

constatación del rechazo del público hacia el arte en una sociedad masificada por la

dinámica de la industrialización del capitalismo, sino la reacción de las elites ante un

arte popular, y en el fondo el temor a las expresiones artísticas en consonancia con la

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participación de las masas en la vida política. Si se comprende la explicación de la

deshumanización del arte que hace Ortega dentro del contexto de una filosofía de la

cultura que pretende trasladar la responsabilidad del enajenamiento y decadencia

cultural a los movimientos populares y de masas y propugna por su regeneración en

nombre de la inteligencia y del espíritu (Cfr. Hausser, 1978: 267), se entiende mejor los

“los encarnizados ataques” que señala Goytisolo, en la Europa de los “felices años

veinte”, a “la novela como testimonio o propuesta de una determinada realidad”

(Goytisolo, 1959: 83), ataques provenientes de los círculos literarios que veían el

realismo como algo ya superado, como cosa del pasado. Es por esta razón que, en tanto

expresión ideológica de una determinada estructura histórica en el ámbito europeo,

Goytisolo va a relacionar las ideas de Ortega con la estética idealista de Benedetto

Croce (1866-1952), quien, con un proyecto restaurador y una defensa del clasicismo,

negaba la importancia para el arte de los problemas cotidianos y concretos de la vida,

que tenía por “destructivos” y “antiartísticos” (Cfr. Givone, 1990: 141), y las va a

relacionar, además, con la novelística intelectual, refinada, preciosista de un Valery,

Giradoux o Morand en el ámbito francés. Pero si bien la idea de la deshumanización del

arte no es específicamente orteguiana, ya que surgió en el contexto europeo de principio

del siglo XX, si es necesario reconocer que Ortega fue el teórico que la formuló con una

mayor claridad (Cfr. Goytisolo, 2005b: 910).

El resultado del balance que hace Goytisolo (1959: 84) sobre la influencia de la

teoría literaria de Ortega en la literatura española de la primera mitad del siglo pasado,

con la perspectiva comparativista de lo que sucedía en el ámbito europeo, es, en su

criterio, el surgimiento de una literatura esteticista, egocéntrica y cosmopolita, ajena a

los problemas de la realidad contemporánea de entonces, que provoca, por esta misma

razón, un divorcio entre el novelista y la sociedad. Este divorcio es, en su opinión, a

todas luces inconveniente para la novela, porque con él se pierde el sentido de una

literatura nacional en donde radica, para la concepción que tenía entonces, el carácter

universal del arte y la literatura, y donde el público lector podría ampliamente

reconocerse.

Así, la propuesta literaria de Goytisolo era lukacsiana y puede sintetizarse de la

siguiente manera: la literatura refleja la realidad total que está en su base (la

singularidad social nacional) y, reflejándola, la organiza, la traduce, la expone como una

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mirada sobre la historia (Cfr. Givone, 1990: 121). La mirada sobre lo particular se

universaliza a través del tratamiento literario. De ahí, también, su defensa del realismo

behavorista y su rechazo de una prosa elaborada e ingeniosa como negación de lo real,

que cultivaron en el panorama de las letras españolas los seguidores de Ortega.

El juicio de Goytisolo sobre La deshumanización del arte e “Ideas sobre la

novela” (1925) de Ortega, y sobre su magisterio posterior a través de la Revista de

Occidente, es contundente. Niega la concepción del arte esteticista sustentada en una

autonomía soberana de éste, que no problematiza la relación de la obra con la realidad

que le sirve de referente, una realidad que está en su base. Y, por lo tanto, desconoce o

tiene en muy poco valor el aporte a la literatura de la generación de D’Ors y Jarnés, de

Gómez de la Serna, Pérez de Ayala y Miró. En ellos, según su criterio de entonces, la

literatura se convierte en mero juego ingenioso, que enfatiza el decadentismo de fines

del siglo XIX y principios del XX: “La consecuencia –difícilmente habrá quien me

contradiga– es un común denominador de vaciedad, amaneramiento, hermetismo y

monotonía” (Goytisolo, 1959: 84). Según su opinión, la gran novelística española en la

línea trazada por Pérez Galdós concluye con Baroja, “el último novelista español que

mantuvo un contacto con su público” (Goytisolo, 1959: 85). Y sostiene que el divorcio

posterior entre el escritor y la sociedad, durante la época de la influencia de Ortega, se

prolonga gracias al fenómeno de la Guerra Civil y la Posguerra y a las consecuencias

que trajo consigo, el conservadurismo de la crítica y la ignorancia del público por la

cerrazón cultural impuesta por el régimen. Percibe así, que el panorama abierto para la

novelística española después de Baroja es muy limitado. Por un lado la novela

intelectual, esteticista, la “novela-greguería”, que implica su contrapartida en el

franquismo, “la novela folletinesca, popular, demagógica, embrutecedora” (Goytisolo,

1959: 85), una novelística folletinesca que alcanza un alto grado de popularidad, pero

que no logra universalizar la problemática de la realidad descrita a través de la

mediación del tratamiento literario: “El refinamiento de Jarnés, de un Pérez de Ayala,

trae consigo la pornografía barata de un Insúa, un Pedro Mata, un Felipe Trigo”

(Goytisolo, 1959: 85).

La conclusión de Goytisolo, para la época de la escritura de este ensayo y a más

de un cuarto de siglo en que originariamente fuera formulada la teoría de la

deshumanización del arte de Ortega, era que la literatura debía por el contrario

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“humanizarse”, para alcanzar una verdad revolucionaria y universal. Proponía entonces

una revisión total de la idea predominante de la literatura; en vez de un afán

cosmopolita, pretendía la españolización de la novela, para dar cuenta de la realidad del

hombre español contemporáneo y restablecer la unidad perdida entre los escritores y el

público lector y, recoger así, lo mejor de su tradición literaria: la herencia de la

picaresca, la novela realista en la línea trazada por Pérez Galdós y Baroja. En su criterio,

la literatura debía privilegiar el cuestionamiento de la realidad circundante, fiel a su

tradición, antes que europeizarse con un vano afán cosmopolita (Cfr. Goytisolo, 1959:

86).

Vemos entonces lo paradójico que resulta su argumentación sobre la

españolización de la novela en este ensayo, si se aprecia el desarrollo de su pensamiento

crítico, en conjunto, desde la perspectiva actual. Porque sus afirmaciones van a ser

desmentidas por la evolución de su propia actividad novelística a partir de Señas de

identidad (1966) y Reivindicación del Conde Don Julián (1970) y del concepto de

cultura que va a afirmar posteriormente, donde el elemento fundamental de ella va a ser

su apertura a las influencias externas. Cuando alcance su madurez artística, la cultura

será una suma o crisol de varias manifestaciones artísticas provenientes de distintos

ámbitos, como afirma en uno de sus últimos libros de ensayos, Cogitus interruptus

(1999) (Cfr. Goytisolo, 1999: 143-149). Pero, al ser paradójicas éstas afirmaciones

iniciales de su ensayística, son también reveladoras, muestra la complejidad de la

reflexión sobre la literatura que siempre ha acompañado al novelista, debatiéndose en

una tensión dialéctica entre un impulso disidente, crítico –en este caso concreto contra

el cosmopolitismo de las vanguardias y el pensamiento de la deshumanización del arte–

y una defensa de la tradición que, a su vez, sustenta y define el proceso de la creación

literaria y de la idea misma de cultura.

Los argumentos expuestos en el ensayo “Ortega y la novela” sobre la necesidad

de nacionalizar la novela y sobre la importancia del realismo en el horizonte abierto por

la Picaresca y recogido por Galdós y Baroja, como la base para restablecer el diálogo

entre los escritores y el público, se van a comprender mejor, no sólo en cuanto a las

influencias y filiaciones teóricas del Goytisolo de entonces, sino también en relación

con su explicación de cuáles son las tendencias literarias que desde distintos ángulos se

desentendían del lector y que predominaban en el medio literario español de entonces, si

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se analizan a la luz de un ensayo posterior, “Para una literatura nacional y popular”.

Ensayo que apareció publicado en el año 1959, en el número 146 de la revista Ínsula, y

que causó una gran polémica, especialmente a partir de la respuesta del crítico

Guillermo de Torre, que defendió las ideas literarias de Ortega, el concepto de la

autonomía de la literatura y la importancia histórica de las vanguardias, en un artículo

titulado “Los puntos sobre algunas ‘íes’ novelísticas (Réplica a Juan Goytisolo)”,

publicado en el número 150, de mayo de 1959, de la misma revista. Como ya se

advirtió, “Para una literatura nacional y popular” originalmente no formó parte del libro

Problemas de la novela (1959), pero en la reedición que hace el autor dentro del

proyecto de sus Obras compelas, para la editorial Galaxia Gutenberg/ Círculo de

Lectores en el año 2005, lo incluye como un anexo a su primer libro de ensayos. El

ensayo está divido en tres partes, en la primera, que se puede tomar como el exordio y la

presentación del asunto objeto de la argumentación, Goytisolo (2005b: 905-908) señala

el hecho singular de un resurgimiento de la novela en el panorama cultural español,

hacia mediados de la década de los cincuenta del siglo pasado, con el aporte de un

nuevo grupo de escritores, que se vieron favorecidos por la creación de un mercado

editorial interior, y apoyados, entre otras circunstancias, por la proliferación de los

concursos literarios y la promoción de los diarios y revistas nacionales y extranjeras.

Para explicar este resurgimiento aborda, brevemente, el análisis de la situación anterior,

las causas de la pérdida de interés del público lector de la posguerra en la producción

novelística del país, y señala los principales obstáculos que se oponen a un diálogo

pleno entre los novelistas y los lectores en aquel momento. Estos obstáculos, como ya

se mencionó, no eran otros que la vigencia de las ideas estéticas de Ortega sobre la

deshumanización del arte y la tendencia, como contrapartida de estas, de una literatura

nacionalista empobrecedora, con sus diferentes variantes. Desarrolla su argumentación a

este respecto en la segunda parte del ensayo, donde transcribe el ensayo de “Ortega y la

novela”, ampliándolo con citas completas, extractadas de los textos La

deshumanización del arte e “Ideas sobre la novela”; y, la tercera parte, la dedica al

problema de la literatura nacionalista que tuvo su mayor auge en la posguerra, como una

consecuencia de la guerra civil, distinguiendo, este nacionalismo, de una literatura

nacional basada en un realismo que universaliza el entorno y las condiciones de la

sociedad española del momento y que, por esta razón, logra, según su criterio, producir

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una reconciliación entre los escritores y sus lectores (Cfr. Goytisolo, 2005b: 906-916).

Esta división del ensayo en tres partes, por otro lado, nos permite percibir como el

pensamiento crítico de Juan Goytisolo, para la fecha de este ensayo, procedía de una

manera dialéctica, exponiendo la tesis del nuevo interés hacia la novela, indicando de

manera dicotómica los obstáculos a los que se enfrentaban los novelistas –la

deshumanización del arte o el nacionalismo– y propugnando por una síntesis a través de

una novelística nacional que diera respuesta a las inquietudes del lector español de la

época.

Ahora bien, este ensayo es interesante entre otros aspectos porque permite

apreciar las influencias teóricas de Juan Goytisolo y su concepción de la literatura para

entonces. No sólo la autoridad de Lukács le servía de apoyo teórico, con su defensa del

realismo literario y la idea de la novela como reflejo de una realidad históricamente

determinada (Cfr. Garrido Gallardo, 1996: 115-129), para fundamentar su crítica de los

juicios de Ortega sobre la deshumanización del arte –que Goytisolo considera como una

visión mistificadora y ahistórica de origen burgués, que le niega al arte la facultad de

ocuparse de los problemas de una sociedad– juicios que, por lo demás, al ser analizados

desde un punto de vista ideológico, son factible de interpretarse como parte de una

teoría alienante de la cultura, por concebir la experiencia artística alejada de las

realidades políticas y sociales, marginada de la historia, como un escapismo esteticista

(Cfr. Soldevila, 2001: 298). Pero, asimismo, es factible vislumbrar tras la

argumentación de Goytisolo que buscaba resaltar la importancia de una literatura

nacional, para restaurar el diálogo entre los escritores y el público, las reflexiones de

Antonio Gramsci, en su obra Literatura y vita nazionale (1950), en donde aborda las

consecuencias negativas que ocasiona la hegemonía intelectual y moral que logra

ejercer un país sobre otro, a través de la expresiones artísticas y culturales, en un

determinado momento de la historia; y acerca de la responsabilidad que los escritores,

los artistas y los intelectual debían asumir a este respecto, para que la literatura lograra

ser obra de la propia comunidad nacional y no dependiera de una cultura foránea. Para

Goytisolo, en la España de la posguerra, y como consecuencia directa de la guerra civil,

se vivió una colonización cultural a través de otras literaturas, como la francesa, la

inglesa, la alemana o la norteamericana, en cuyas obras y autores los lectores españoles

de la primera mitad del siglo XX fueron a buscar “la satisfacción de sus necesidades

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sentimentales y morales, la respuesta a sus preguntas y sus dudas” (Goytisolo, 2005b:

906), porque no las encontraban en las obras de sus propios autores. Lo particular de su

reflexión es que no analiza este hecho como una consecuencia del afán cosmopolita de

algunos lectores, o la falta de educación y sensibilidad del público como consecuencia

del largo tiempo estéril de cerrazón del régimen franquista, sino que lo analiza a partir

de la incapacidad de los propios escritores para abordar los problemas del país y

responder a las necesidades y aspiraciones del lector español de la época; quienes se

encerraron, en muchas ocasiones, en una concepción literaria clasista y egocéntrica. Así,

siguiendo a Gramsci, a quien cita de manera explícita (Cfr. Goytisolo, 2005b: 906), la

colonización cultural que afirma se vivió en la España de la posguerra se dio por el

divorcio entre los escritores y el público, al renunciar aquéllos a sus deberes frente al

lector de darles voz a sus sentimientos y proporcionar respuestas a sus preguntas y

aspiraciones16. Sin embargo, llama la atención que, en este punto sobre la

responsabilidad del escritor frente al público lector para restablecer una diálogo común,

el joven autor de este ensayo, que para la época de su escritura se hallaba afincado en

Francia en una especie de autoexilio espiritual, como él mismo lo nombra (Cfr.

Goytisolo, 2005a: 535), no alcance a analizar e integrar en su reflexión la producción de

la novelística del exilio español de las posguerra, a revisar las obras de autores como

Ramón J. Sender (1902-1982), Max Aub (1903-1972), Arturo Barea (1897-1957),

Francisco Ayala (1906) o Rosa Chacel (1898-1994), entre otros, para corroborar o no la

validez de sus asertos, para comprender en su análisis las respuestas que brindaron los

16 En el libro Historia de la novela española (1936-2000), Ignacio Soldevila Durante (2001: 235-383) explica otros hechos que pueden relacionarse a las causas del aludido divorcio entre los escritores y los lectores españoles durante la primera mitad del siglo XX y, específicamente, a partir de la guerra civil y la posguerra, que Goytisolo en su crítica de Ortega, de un lado, y al nacionalismo, del otro, sólo analiza desde el punto de vista de la responsabilidad de los escritores. Además del hecho de la ruptura social en bandos irreconciliables que desencadenaron el conflicto bélico y del control y la represión de tipo político durante la dictadura, como aspectos negativos para la creación artística y literaria, Soldevila, señala la falta del ocio necesario para la lectura y de los medios económicos suficientes para la adquisición de novelas, a raíz de la guerra, “cuando todo era insuficiente para conseguir los elementos mínimos de subsistencia” (Soldevila, 2001: 243), hecho que incide directamente sobre la existencia de un lector potencial; y las causas relativas al negocio editorial, como son la carencia y carestía del papel durante la guerra y primeros años del franquismo y la actitud de los editores que, ante el aislamiento del país con respecto a los países aliados y a las condiciones de la mundialización del conflicto, “sacaron evidente provecho en la edición de novelas extranjeras, por las que no pagaban derechos de autor” (Soldevila, 2001: 247), es decir, la precariedad y desestimulo con que operaba un mercado editorial nacional. Condiciones que variaron significativamente a finales de la década de los cincuenta y comienzos de los sesenta cuando, dentro del contexto del proceso de industrialización del país, se da un renacer del mercado editorial, de los premios literarios y de la joven novela española e iberoamericana.

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escritores en el exilio al “drama de España”, según la expresión de María Zambrano

(1986: 27-51), y revisar las posiciones que asumieron ellos en el destierro frente a la

dictadura y la problemática política y social del país, su compromiso entre la misión

intelectual y la actividad literaria; pero que, por razones obvias, debidas a la

discontinuidad cultural y ruptura social que se vivió en el ámbito peninsular a causa de

la guerra civil y a la subsiguiente censura y políticas del régimen franquista, sólo

pudieron llegar a ser conocidas y analizadas, con una visión de conjunto, años más

tarde.

En síntesis, retomando el asunto de la influencia de Lukács y su defensa de la

realismo en la novela, y de las ideas de Gramsci acerca del valor de un proyecto de

cultura nacional y de la responsabilidad del escritor en la consolidación de este

proyecto, se puede afirmar entonces que Goytisolo (2005b: 906-907) concibe la

literatura para esta época como una respuesta del arte a los problemas sociales y

políticos de una realidad histórica determinada, en la que el escritor desempeña una

actividad fundamental marcada por su compromiso, manifestado a través de la obra, que

trasciende un ámbito estético hacia un ámbito político y que implica la respuesta a las

preguntas que surgen de la vivencia del lector inmerso en la complejidad de la realidad

social y la satisfacción a sus aspiraciones, a sus necesidades sentimentales y morales. En

este sentido, Goytisolo no establece ninguna distinción entre la responsabilidad social

del intelectual, políticamente comprometido y la praxis artística, entre el escritor y el

ciudadano, que en su reflexión de entonces se confunden.

Pero si bien en esta primera época de su reflexión crítica no distingue entre estas

dos actividades, como lo hará más tarde en el transcurso de la consolidación de su obra,

por ejemplo, a partir del libro de ensayos El Furgón de cola (1967), en donde examina

esta relación entre el intelectual y el escritor bajo las figuras de Larra y Cernuda –

aunque en su caso personal así varíe la manera de entender esta relación no abandone el

ejercicio de las mismas, la actividad del escritor, que reconocerá unos años más tarde la

especificidad e independencia de la obra literaria, y la labor del intelectual sensible a los

problemas de su tiempo– si es necesario ahondar en la diferencia que en este ensayo

establece entre una concepción de la literatura nacionalista, con una fuerte presencia en

el panorama literario de la posguerra española (la que considera, junto con las ideas de

Ortega sobre deshumanización del arte, como las dos concepciones de la literatura que

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en su criterio incidieron negativamente y de un modo más decisivo en el divorcio entre

el novelista y la sociedad, allanando el camino de una colonización cultural), y la

literatura que él denomina, fiel a las teorías de Lukács y Gramsci, como

“verdaderamente nacional y popular” (Goytisolo, 2005b: 916); en esa síntesis que

buscaba para la novelística de su tiempo, en donde, al contrario de las dos concepciones

anteriores, se debía efectuar la reconciliación entre el escritor y los lectores.

En este sentido, para Goytisolo (2005b: 913-914), el fenómeno de la guerra civil

profundizó aun más la separación entre los novelistas y la sociedad. De un lado,

considera que el ciclo histórico de las ideas estéticas de Ortega hubiera terminado

plausiblemente en la época de los años de la República de no haber mediado el conflicto

bélico. Para corroborar esta afirmación sostiene que la vigencia de la teoría de la

deshumanización del arte, de la literatura pura, alcanzó su mayor influencia durante los

años veinte, en el período de la dictadura de Primo de Rivera, con el predominio de una

literatura estrictamente lírica –la poesía– sobre la narrativa, de contenido social o

humano, pero a finales de los años veinte y a partir de la década siguiente, esta relación

se invierte y toma cada vez más fuerza la tendencia en la que predomina los valores

sociales y humanos sobre los fundamentalmente líricos, con un resurgimiento del

género épico narrativo y aún con el auge de la poesía comprometida o testimonial (Cfr.

Goytisolo, 2005b: 914). Y, de otro lado, afirma que es en este contexto histórico, abierto

a partir de la guerra civil, donde surge una literatura con un marcado cariz nacionalista,

opuesta a las ideas de Ortega, pero que, asimismo, es preciso distinguir de una

concepción de la literatura con una visión nacional y universal –universalización de lo

particular en el sentido del realismo de Lukács– que: “aborda, sin perjuicios de ninguna

clase, la problemática del hombre contemporáneo y trata de recoger y reflejar sus

sentimientos y aspiraciones mediante una espontánea confrontación con la realidad”

(Goytisolo, 2005b: 914). En su criterio, a la tendencia nacionalista de la literatura no le

interesaba plantear una confrontación seria con la realidad y obedecía, más bien, a una

selección arbitraria y excluyente de los valores nacionales o de su sentido histórico. Así,

los rasgos fundamentales que, según su opinión, caracterizaban a la concepción

nacionalista de la literatura de la posguerra, eran: la explotación de temas del pasado,

por lo general hitos históricos, pero con una visión inmutable y esencialista de la

historia, por ejemplo, definir la imagen de un supuesto carácter español a partir de un

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imagen derivada de los clásicos del Siglo de Oro, con términos a los que se les confería

un valor definitivo, como espiritual, místico, quijotesco, gallardo, etc. (Cfr. Goytisolo,

2005b: 915); y el hecho de enfrentar el presente con un esquema previo y reducido,

fragmentando la realidad, sin confrontarla, en una concepción anquilosada del pasado.

Pero asimismo advierte que la vertiente de la literatura nacionalista surgida a

partir de la guerra civil, que se prolongó durante los primeros años de la posguerra, no

estaba guiada en todos los casos por una visión patriótica o pretendiendo enaltecer una

supuesta superioridad de un espíritu español casticista. Muestra cómo en muchas

ocasiones el arte nacionalista recorrió caminos distintos a los de estos propósitos

enaltecedores, bien por la línea del tremendismo, del costumbrismo o del folklorismo,

en los que a una visión optimista e idealizada de la historia de España sucedía otra

fatalista y negra, aunque siendo, en sus distintos tópicos, de manera general, una

falsificación reductiva de la dimensión universal de la realidad a través de la literatura.

Así, con una intención programática, el ensayo “Para una literatura nacional y

popular”, venía a corroborar que la noción de una literatura pura, cosmopolita, derivada

de las ideas estéticas de Ortega, en donde el escritor deliberadamente daba la espalda a

la sociedad, no se logró combatir eficazmente por una la literatura nacionalista, ya en su

vertiente castiza o ya en base a la pretendida “impureza” de un nacionalismo

tremendista o costumbrista, porque la imagen de la realidad nacional, que ambas

aportaban, era en todos los casos limitada, cuando no abiertamente obscena o

empobrecedora (Cfr. Goytisolo, 2005b: 915-916). Su conclusión entonces era que, sólo

al confrontar críticamente la realidad, sin esquemas preestablecidos, sin mistificaciones

o explotaciones insidiosas, podría el escritor propiciar un intercambio fructífero con la

sociedad, motivado, asimismo, con su deseo de modificarla y transformarla; y

“únicamente” (Goytisolo, 2005b: 916) de esta manera respondería el escritor a los

sentimientos y aspiraciones de su comunidad, y restablecería los lazos de unión con el

lector español, liberándolo del proceso de colonización cultural sufrido durante la

primera mitad del siglo XX.

En suma, y aunque Goytisolo no lo dice explícitamente, podemos interpretar la

noción que propugna de una literatura “verdaderamente” nacional, como la definición y

reconfiguración, a través de la palabra escrita, de la estructura histórica de una

conciencia colectiva, que comprende creencias, valores y modelos simbólicos bajo los

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que se organiza históricamente su realidad o sus formas de vida (Cfr. Subirats, 2003:

157); estructura histórica de la que se desentendía la concepción sobre la

deshumanización del arte de Ortega y sus seguidores, o cuya dimensión se mistificaba,

fragmentaba o empobrecía a través de la tendencia nacionalista. Sólo que, para esta

época, debido a su radicalidad ideológica, el autor de “Para una literatura nacional y

popular” (1959) no alcanzaba a integrar en esta concepción de la literatura nacional, la

complejidad de una serie de cortes, fisuras e hibridaciones entre los elementos étnicos,

religiosos y lingüísticos que, en esta estructura histórica de lo español, se habían

sucedido a lo largo del tiempo, como si lo hará más tarde, a partir de El furgón de cola

(1967), bajo la influencia que ejercerá en su obra la revisión crítica e historiográfica de

Américo Castro.

2.6. La Picaresca, ejemplo nacional y La herencia de la picaresca.

Ausencia de una perspectiva histórica.

En la misma tónica de una defensa del realismo en la literatura que permita

ahondar y cuestionar los problemas de la sociedad española y del hombre

contemporáneo, estos dos textos, escritos en el año 1957, es decir, con anterioridad a

“Ortega y la novela” y “Para una literatura nacional y popular”, cierran el conjunto de

ensayos que conforman el libro Problemas de la novela (1959). Y en un mismo sentido

temático, y dentro del objetivo general de buscar consolidar una cultura nacional, su

argumentación está dirigida a propugnar por una renovación de la narrativa de aquella

época, en la dirección que estaban asumiendo los jóvenes escritores de la llamada

generación del medio siglo. Para alcanzar esta renovación, Goytisolo considerara que es

necesario rescatar, como un modelo a seguir, la tradición de la novela picaresca, con su

visión crítica y despiadada de la realidad descrita, y rechazar, por el contrario, el patrón

de una literatura fundada en los valores de un ideal espíritu casticista. En opinión del

autor, este casticismo, incurre en una interpretación engañosa de la realidad, al basarse

en una concepción metafísica del mundo y no en una concepción “social y real”

(Goytisolo, 1959: 91) de su devenir histórico. En el primero de estos ensayos, “La

picaresca, ejemplo nacional”, su argumentación tiene como objetivo específico refutar

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los malentendidos de lo que denomina la crítica literaria oficial, una crítica

conservadora con visos nacionalistas. El ensayo es así una respuesta a los

planteamientos de un sector de la crítica ideológicamente ubicada en un polo opuesto al

suyo. Hecho que constituye un rasgo común al modo de enunciación que caracteriza la

mayoría de los textos que conforman su obra ensayística, dándole un carácter polémico

y controvertido a los mismos. En este sentido, en “La picaresca, ejemplo nacional”

polemiza con dos ejemplos de esa crítica tradicionalista de la literatura española de

entonces. La de José Miguel Naveros, consignada en un artículo titulado “La Picaresca,

un mal ejemplo nacional”, publicado en la revista Destino, el 5 de octubre de 1957; en

la que, como su título lo indica, el crítico sostiene la tesis que la picaresca “daña a la

sociedad española en lo más profundo de su alma” (apud Goytisolo, 1959: 89), y

destruye la imagen de la identidad del hombre español fundada en un ideal quijotesco, o

en los valores sólidos que se derivan de la literatura mística. Asimismo, se enfrenta a la

recensión crítica que Rafael Manzano hace de la novela El Jarama (1955) de Sánchez

Ferlosio, quien menosprecia la novela ganadora del Premio de la Crítica de 1956, por

las vulgaridades y mediocridades del mundo descrito y por privilegiar, en la

caracterización de los personajes, unos antihéroes sin gallardía que atentan contra “el

ser caballeresco de Occidente” (apud Goytisolo, 1959: 90), en su lucha por alcanzar un

ideal moral, como el valor supremo que debe guiar a la literatura.

Goytisolo se detiene a hacer un análisis semántico de ambas críticas, rastreando

el significado de las palabras claves utilizadas en éstas, para demostrar cómo ellas están

basadas en oposiciones terminológicas dicotómicas. Procede así, por un lado, a separar

los términos quijotismo, heroísmo, gallardía, mística, utilizados para definir los valores

que se pretenden erigir como un ideal de la literatura; y, por el otro, los términos

vulgaridad, mediocridad, realismo, como conceptos que, según este tipo de críticas, es

preciso evitar para no atentar contra el espíritu enaltecedor de la cultura, que busca

reflejar la imagen que mejor defina la identidad española. Y a continuación, en su

reflexión, procediendo dialécticamente, invierte los términos de dicha oposición, que es

en el fondo ideológica, para cuestionar la idea de una literatura nacionalista basada en

una mistificación de la historia; y valorara, en cambio, la herencia de la picaresca como

ejemplo de una literatura comprometida que da cuenta de una manera crítica de la

realidad social e histórica de España (Cfr, Goytisolo, 1959: 90-94).

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En su argumentación contra los juicios que cuestionan la importancia de la

picaresca, expone la idea de lo que, según su criterio, debía ser la novela de aquel

momento, partiendo de la conocida definición de Stendhal, quien la concibe como un

espejo a lo largo del camino. En este sentido, para Goytisolo (1959: 91), el escritor debe

esforzarse en reflejar la sociedad de su tiempo y dar conciencia de sus imperfecciones y

límites, contribuyendo de este modo a purificarla. Así, Goytisolo hace una distinción

sutil acerca de las condiciones de la literatura como “reflejo” de la realidad. La literatura

da cuenta de la realidad tal cual es y no tal cual cree ser; parte de lo real, no de una

realidad sustitutiva, de un artificio. En su argumentación, sostiene que el espejo puede

ser, en un mayor o menor grado, deformante, dependiendo de la óptica de cada escritor,

de su libertad inalienable (Cfr. Goytisolo, 1959: 91). El objetivo de la literatura,

entonces, no consiste en la reproducción mecánica de la realidad –advierte que ni la

mejor fotografía lo hace–, sino en moldearla, recrearla, a través del uso poético de la

palabra escrita. Este límite en el tratamiento literario de la realidad es el que distingue a

una concepción que considera válida de la literatura, así sea superficial, y la impostura

de los fabricantes de mundos ideales, tan proclives al nacionalismo. En este orden de

ideas, para Goytisolo, la gran lección de la novelas picaresca es ofrecer una visión

certera –“con un coraje y una valentía inhabituales” (Goytisolo, 1959: 92)– de la

sociedad española de los siglos XVI, XVII y XVIII, del anónimo autor del Lazarillo de

Tormes a Torres de Villaroel; por despiadada y cruel que ésta mirada pueda ser. Una

visión abierta que se convierte en una fuente germinal de la literatura posterior y opera

incluso como fuente de la historia; como un documento historiográfico incluso más

enriquecedor y fiel que cualquier tratado de la misma. Y concluye exponiendo un

argumento incontrovertible frente a la crítica de José Miguel Naveros, que ve en la

picaresca un mal ejemplo nacional, causante de un daño profundo en la sociedad

española a lo largo de su historia, ya que, para Goytisolo, éste crítico confunde el efecto

con la causa:

Si está de acuerdo [Naveros, J.F.T] en reconocer que la Novela Picaresca es un

reflejo, deberá admitir que no es ella la que crea el mal; que el pícaro y la sociedad que

lo origina, existen; que Quevedo y Torres de Villaroel (o Baroja y Cela) se limitan a

retratarlos (…). Personalmente, creo que se requiere más valor para hablar de las cosas

y hechos de la vida corriente, que para embriagarse en la evocación de empresas

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sublimes y nobles (…). La verdad debe revelarse siempre por dura que sea.

Escamotearla no me parece empresa digna de escritores (Goytisolo, 1959: 94).

La reflexión de Goytisolo tiende a subrayar una concepción de la literatura

ligada a la búsqueda de la verdad del hombre inmerso en una realidad social

determinada –como en su opinión dio cuenta la picaresca de la España de los siglos XVI

y XVII–; y, además, pretende cuestionar los valores ideales que definirían una supuesta

identidad española. Pero, independiente de lo anterior, si hacemos un análisis

terminológico de los enunciados de Goytisolo, como él mismo lo hace con las críticas

de Naveros y Manzano, y contrastamos, por un lado, su definición de la novela como un

“espejo a lo largo del camino”, que “refleja la sociedad de su tiempo” “tal cual es” y no

“tal cual cree ser”, y contribuye a “purificarla” (Goytisolo, 1959: 91), con los términos y

expresiones utilizadas por el autor, tales como “la verdad debe revelarse siempre por

dura que sea” (Goytisolo, 1959: 94), “con un coraje y valentía inhabituales” (Goytisolo,

1959: 92), para dar cuenta de los valores de la Picaresca; y del otro lado, las expresiones

“artificio” (Goytisolo, 1959: 91), “impostores” (Goytisolo, 1959: 92), embriaguez en la

evocación de “empresas sublimes y nobles”, “sueños gloriosos (o místicos)” (Goytisolo,

1959: 93), búsqueda del ideal, con los que define la idea de la literatura que privilegian

las críticas de los dos autores mencionados, vemos que en el fondo de su argumentación

subyace una noción de la literatura ligada al concepto de mimesis, que nos impone, en

nuestro análisis, hacer un parangón con la Poética de Aristóteles. Aunque es necesario

advertir que en la argumentación de Goytisolo, influido por los postulados teóricos de

Lukács sobre la importancia del realismo para la novela (Cfr. Goytisolo, 2005b: 14),

hay una diferencia grande –en su idea de la literatura como reflejo de la sociedad y en la

“purificación” (Cfr. Goytisolo, 1959: 91) consiguiente, a través de ella, de los

problemas sociales– con los postulados de la Poética aristotélica, y con su concepción

de la verosimilitud; cuya preceptiva se ajusta más bien al “ideal alto”, perseguido por

Naveros y Manzano, como representantes de la crítica oficial de la literatura17.

A partir de la reflexión y los términos utilizados por Goytisolo se deduce

entonces que la novela, así como la tragedia para Aristóteles (1987: 34-35), es la

17 Es posible advertir que Naveros y Manzano desconocen que la novela española moderna, en sus orígenes, a través de la picaresca, había deconstruido el concepto de verosimilitud en términos aristotélicos (Cfr. Cros, 2007)

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creación de tipos universales, a través de los cuales la representación literaria se

convierte en una forma de conocimiento, pero a diferencia de la tragedia griega donde la

obra del poeta es más filosófica que la historia, según el pensamiento aristotélico, la

novela para Goytisolo no es la imitación de seres más grandes o mejores, representados

en su idealidad, y distintos de los tipos humanos bajos y vulgares. No es una mimesis

correctora o desnaturalizada de lo real, como sí lo sería el ideal de literatura que

defiende Naveros en el ensayo en cuestión (Cfr. Goytisolo, 1959: 89).

Los “universales” que recrea el poeta para Aristóteles son modelos o arquetipos

privados de realidad histórica. Recordemos al respecto el texto que inaugura la reflexión

de la teoría del arte y la literatura en la tradición occidental:

Puesto que la tragedia es imitación de hombres mejores que nosotros, hay que

imitar a los buenos retratistas: éstos, si bien reproducen la forma particular del original y

buscan el parecido, lo pintan, con todo, más hermoso. Igualmente el poeta, cuando imita

a seres iracundos, a indolentes o a otros que ofrecen rasgos análogos de carácter, debe

representarlos así, pero excelentes, como el Aquiles de Agatón y de Homero

(Aristóteles, 1987: 47).

En un mismo sentido se expresa el crítico Rafael Manzano en su

cuestionamiento de El Jarama de Sánchez Ferlosio. En lugar de convertirse en voceros

“de una generación sin gallardía, en Homeros de la canalla, nuestros escritores debería

esforzarse en ser Homeros para Héctor y Aquiles” (apud Goytisolo, 1959: 91). Así, para

la poética aristotélica a la que permanecen fiel estos críticos, los tipos universales de la

literatura son esencias, formas paradigmáticas, niveles del “poder ser” o del “deber ser”,

representaciones, en último caso de una “sociedad tal cual cree ser” (Goytisolo, 1959:

91). En cambio, la novela social, según la define el autor de Problemas de la novela

(1959), se basa en una idea distinta de la verosimilitud, que fundamenta el mundo

posible de la ficción, una idea distinta de los posibles aristotélicos. Se trata de pintar al

hombre y la sociedad “tal cual es”, sin mejorarlos y partiendo no de esencias o modelos

arquetípicos, sino de su cruda realidad. Así, la universalidad de lo particular se alcanza

precisamente por la dimensión literaria que la óptica del escritor le confiere a esta

realidad prosaica, y la novela le confiere una dimensión significativa a la Historia, de

donde sin embargo emerge (Cfr. Cros, 2007).

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Asimismo, “la purificación” –a la que se refiere Goytisolo (1959: 91)– que se

logra o pretende lograrse a través de la obra literaria, al reflejar la sociedad de su tiempo

y darle conciencia de sus imperfecciones y límites, no es una catarsis individual como

se concibe en el texto aristotélico:

La tragedia es, pues, la imitación de una acción elevada y completa, de cierta

amplitud, realizada por medio de un lenguaje agradable, llena de belleza de una especie

particular, según sus diversas partes, imitación que ha sido hecha o lo es por personajes

en acción y no por medio de una narración, la cual, moviendo a compasión y temor,

obra en el espectador la purificación (catarsis) propia de estos estados emotivos

(Aristóteles, 1987: 29).

Si no que, en el planteamiento de Goytisolo, es una purificación colectiva, para

contribuir a la transformación del mundo que le sirve de referente al texto literario,

sustentada en la responsabilidad que guía el trabajo creativo del escritor y en la toma de

conciencia del lector al entrar en contacto con la obra. Así, la “purificación”,

consiguiente a la experiencia estética, estaría fundamentada en la capacidad de la

literatura de servir de autoconciencia de la humanidad dentro del contexto de una utopía

revolucionaria que pretende reformar la sociedad; idea que guiaba el pensamiento

literario de Juan Goytisolo para el momento de la redacción de los ensayos que

conforman Problemas de la novela (1959) y que era la actividad programática de la

generación del medio siglo a la cual él pertenecía.

Pero hay un punto más, en esta breve reflexión de Goytisolo sobre la picaresca y

nuestra relación con las teorías aristotélicas del arte, que es conveniente mencionar, y en

donde encontramos no se distancia tanto del filósofo griego, como lo hará luego en su

novelística de madurez. Si es factible interpretar la idea de mimesis que brinda

Aristóteles en su Poética como una forma de conocimiento, en tanto es imitación de una

acción de carácter elevado, de tipos generales, arquetípicos –el universal como

universalización de lo particular– que permite su comprensión cognoscitiva y, en sus

términos, le confiere a la obra del poeta una dimensión más filosófica que la historia.

Para Goytisolo, siguiendo en este sentido la teoría de la novela de Lukács18, la imitación

18 No hay que olvidar que para Lukács, lo típico, el proceso de universalización de lo particular es inherente a toda obra literaria y, en este sentido, los postulados del teórico marxista están directamente

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novelesca también se constituye en una forma de conocimiento. Al reflejar

miméticamente los fenómenos en su singularidad, recoge lo que en ellos hay de más

esencial y universal, pero esta universalidad no es de esencias o arquetipos ideales,

desnaturalizados de lo real sino, por el contrario, de realidades históricas, del hombre

inmerso en su vivencia: en el contexto de una estructura política y social dada, en el

tiempo y en el espacio. Y es este, según su criterio, el aspecto que debe resaltarse del

horizonte abierto por la novela picaresca para las letras españolas:

La gran lección de los clásicos de nuestra picaresca es la de ofrecernos, con un

coraje y una valentía inhabituales, una imagen cruel, certera, de la sociedad de los siglos

XVI, XVII y XVIII. Hojeando las páginas del Lazarillo y de Guzmán de Alfarache, la

Pícara Justina y del Buscón nos empapamos más de la vida española de la época del

Imperio, que recurriendo a la lectura de cualquier tratado de Historia (Goytisolo, 1959:

92).

Más allá del hecho estético –pero también en un sentido, sólo gracias a él,

porque a través de este hecho es que se va a garantizar la permanencia de la obra en el

tiempo– la picaresca es la demostración tangible de la riqueza de la función

cognoscitiva que entraña el texto literario, la de servir para la comprensión del hombre y

su mundo, en tanto realidades históricas, según la reflexión de Goytisolo.

Vemos, entonces, que es factible interpretar las reflexiones de Goytisolo sobre la

picaresca en relación con la Poética de Aristóteles, sin forzar su argumentación. Por

otro lado, confirma el hecho de que también es posible derivar una teoría de la novela

de sus reflexiones iniciales, a pesar de la negación de este propósito en la declaración de

motivos, contenida en el epígrafe de Problemas de la novela (1959) (Cfr. Goytisolo,

1959: 7). Asimismo, establecer esta relación, aunque sea de manera sumaria, permite

para los efectos de este trabajo mantener una mirada atenta a la forma cómo su

pensamiento literario va elaborando, cuestionando y paulatinamente alejándose de una

tradición poética occidental clásica (Cfr. Márquez Villanueva, 2001: 68)

El último ensayo de Problemas de la novela (1959), “La herencia de la

picaresca”, escrito en el año 1957, se caracteriza, desde un punto de vista formal, por

influenciados por la concepción de los “universales” aristotélicos en relación de la configuración de los caracteres o personajes (Cfr. García Berrio, 1990: 15-14).

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un modo de enunciación dialogístico –en el que expone su argumentación a través de

una serie de preguntas y respuestas. Es una continuación de los planteamientos del

anterior, “La picaresca, ejemplo nacional”, con el propósito de ahondar en el análisis de

las repercusiones de este género clásico en la posteridad. Parte de la siguiente pregunta:

“Para nosotros lectores del siglo XX, ¿qué valor tiene Guzmán de Alfarache, el Buscón,

el Lazarillo?” (Goytisolo, 1959: 97). Y formula ésta pregunta ubicándola en el contexto

amplio de una revisión crítica de los términos cultura, tradición, clasicismo en el

panorama de la literatura española (Cfr. Goytisolo, 1959: 97). Una interrogación que

pretende cuestionar la manipulación ideológica de una visión oficial de la historia y la

cultura, por la crítica nacionalista y conservadora, empeñada en afirmar una definición

unívoca de esos mismos términos. Además, con la intención de enfatizar una noción de

la literatura y de la crítica literaria que afirme su capacidad de poner en tela de juicio la

escala de valores y los códigos establecidos, pero lejos del propósito de establecer un

determinado canon estético o un modo de definir lo que es, o no es, la identidad

nacional; con la intensión de cuestionar una crítica empeñada en determinar una escala

de valores morales y sociales, desde un punto de vista didáctico y edificante –propósito

bien pensante del que, desde sus inicios, siempre ha permanecido alejado el ensayista–.

Fiel a una idea crítica de la de la literatura, Goytisolo insiste en el carácter complejo,

polisémico, de los términos que definen lo qué es una obra clásica y de cuáles son los

valores culturales que configuran una tradición, del carácter complejo de ese espacio

conflictivo donde la idea misma de literatura adquiere sentido.

Para Goytisolo (1959: 98), en este ensayo, la condición clásica de una obra

literaria no la da lo que podríamos denominar, siguiendo su reflexión, su carácter

arqueológico (en un sentido reductivo); la condición temporal de ser una pieza cuya

producción se remonta a la noche de los tiempos y adquiere por lo tanto el valor de una

reliquia histórica, una antigualla, con un interés sólo museográfico o archivístico, sino

que depende de su vigencia a través del transcurso del tiempo, de su incidencia en la

cultura, “como una obra viva, interesante, actual, contemporánea” (Goytisolo, 1959:

98). En otras palabras, como una obra abierta al presente continuo y cambiante de la

historia de la humanidad. Así, en un sentido general –y sintetizando en uno solo todos

los aspectos de la reflexión– su explicación de la importancia de un texto clásico parte

de lo que en un punto determinado de la argumentación denomina su “valor

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eminentemente catártico” (Goytisolo, 1959: 101). Es decir, para el autor de Problemas

de la novela (1955), en el contexto histórico que José Mª. Castellet (1956) definió como

“la hora del lector”, un texto clásico, y su pertenencia a una tradición digna de

resaltarse, su valor cultural, está fundamentado en los elementos inherentes a su

recepción, elementos que cobran vida, se actualizan, con el paso del tiempo, en su

lectura futura. Y sin necesidad de recurrir a una terminología especializada, sino a

través de un lenguaje directo y explícito, Goytisolo basa ese valor catártico, en la

respuesta que brindan las obras literarias a los interrogantes y preguntas de los lectores,

en la manera especial en que les “ayudan a vivir” y les sirven de “estimulo y ejemplo”,

por encontrar en el texto “una solución a sus problemas actuales” (Goytisolo, 1959: 99).

La tradición no sería así un valioso bien inerte sino la transmisión viva de las obras que

actualizan, para su vivencia, los lectores a lo largo del tiempo. Con la salvedad de que

en este caso, cuando Goytisolo habla del lector, no se está refiriendo a un lector

especializado, al historiador o erudito, sino al lector en general, a un lector común, pero,

también, incluye en esta categoría al escritor en tanto lector. El estímulo y ejemplo, la

herencia cultural de los clásicos, abarca tanto a los lectores reales, al lector medio, como

a los escritores a quienes la tradición les sirven de modelo y guía (Cfr. Goytisolo, 1959:

105). Así viene a explicar cómo se traduce, en el caso específico de un género de novela

como la picaresca, su ejemplaridad, de qué modo este tipo de obras “ayudan a vivir” a

un lector actual; resaltando, para ello, tres puntos estrechamente ligados entre sí.

Primero, considera que el legado más importante de la picaresca es haberse constituido

en una lección de sinceridad y de verdad en el arte. Para demostrarlo se apoya en un par

de citas de Mateo Luján y de Mateo Alemán, que revelan claramente que sus obras

fueron una crítica y un retrato feroz de la sociedad de su tiempo, y que, por lo tanto,

ejercieron una función de observación y denuncia, en la que reside la franqueza que

Goytisolo resalta (Cfr. Goytisolo, 1959: 101). Se apoya, además, en la autoridad del

libro La novela picaresca española (1946), de Ángel Valbuena (1900-1977), donde su

autor sostiene que la picaresca, con su realismo penetrante, con su expresión sencilla y

familiar, marca un derrotero distinto de verdad y valentía ante el predominio de una

literatura que, en sus diversas modalidades, tenía al idealismo como el único posible

común denominador (Cfr. Goytisolo, 1959: 102); y se apoya, además, en los

argumentos de Bertold Bretch acerca del carácter directo de la verdad, expuestos en el

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texto “Las cinco dificultases de escribir la verdad”, en el que Bretch refuta la idea de

considerar la verdad como algo abstracto, elevado o sublime (Cfr. Goytisolo, 1959:

102). Con este tipo de respaldos teóricos, Goytisolo señala que la manifestación de una

verdad simple, cotidiana, real, humana, como los hechos descritos en las novelas

picarescas, es la herencia cultural que para el lector contemporáneo brindan los clásicos

(Cfr. Goytisolo, 1959: 102).

El segundo punto a través del cual se manifiesta la herencia de la picaresca,

Goytisolo lo plantea en relación directa con la actividad del escritor. Para los escritores

venideros, para el escritor futuro, la picaresca es un modelo a seguir de la vocación y del

compromiso que debe observar el escritor. Aun en un plano vital, en el desafío que

entrañó para cada uno de ellos las dificultades de sus épocas, las vidas de Mateo

Alemán, Cervantes, Quevedo son el testimonio de esa vocación y compromiso (Cfr.

Goytisolo, 1959: 103). Ni en sus vidas, ni en sus obras, evadieron la problemática de su

época para refugiarse en el idealismo, la ensoñación o el bucolismo; antes bien,

considera que sus obras son la constatación de una manera ejemplar de asumir la

realidad. Y el tercero y último punto que menciona, para destacar la vigencia de la

picaresca, lo plantea a partir de la relación directa que sostuvieron los clásicos con sus

lectores. Sostiene que el apego a la verdad y el coraje no bastarían por si solos para

configurar la escala de valores inherentes al género, sino estuviesen acompañados por

una aguda lección de inteligencia. La cual define como la capacidad, la habilidad y el

ingenio necesarios de los clásicos “para hacer llegar su voz al público” (Goytisolo,

1959: 105). Es preciso notar, como ya se hizo mención, que Goytisolo se está refiriendo

a un lector medio, no especializado, al que considera una instancia real dentro del

proceso de la comunicación literaria –para él, los clásicos de la picaresca, con el ingenio

suficiente para cautivarlo, sabían muy bien a que lector se dirigían– y no una instancia

considerada bajo la abstracción que implica el término posteridad o la palabra pueblo o

la imagen de un escritor que niega la entidad del lector y concibe su oficio como una

ejercicio de egolatría:

El escritor no trabaja para la posteridad ni para él mismo, como mentirosamente

se ha pretendido, sino que se dirige siempre a un público: el de sus contemporáneos que

saben leer y disponen de los medios necesarios para adquirir sus libros. (Siempre me ha

parecido absurda la pretensión de algunos colegas, de escribir “para el pueblo”. Hoy por

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hoy, el pueblo no lee los libros de poesía. Hablar del lector virtual al lector real es la

posición más lógica (Goytisolo, 1959: 104).

La inteligencia e ingenio de los clásicos consistió, por consiguiente, en saber

llegar a ese lector real. Y así como Goytisolo resume el interés de la picaresca en su

valor eminentemente catártico, en la capacidad del género para brindar respuestas a los

problemas e inquietudes del lector medio, y, a la vez, por servir de estimulo y ejemplo a

los escritores futuros, la conclusión que da en esta reflexión sobre los clásicos –cuya

inquietud lo acompañará a lo largo de toda su obra crítica, paralela a su actividad

novelística– es proporcionar una definición de la misión del escritor, de su compromiso

acorde con la idea de la literatura que él descubre en la picaresca, y en la que, según su

criterio, este género se adelantó aun a la filosofía moderna de la praxis, al mostrar que el

destino del hombre es el hombre, al transformar el destino en conciencia y al insistir

enfáticamente que es en esto que consiste la misión del artista (Cfr. Goytisolo, 1959:

106). Es decir, bajo la óptica de su acercamiento al marxismo de entonces, con la

influencia de Gramsci y Lukács (Cfr. Goytisolo, 2005b: 26), hace una valoración de la

picaresca dentro del contexto de una noción de la literatura como una actividad humana

que incide en la transformación de la sociedad y del hombre.

Ahora bien, es innegable el valor y la importancia que para el análisis de la obra

de Juan Goytisolo, en conjunto, tienen estas breves reflexiones sobre los clásicos en su

primer libro de ensayos. Son el germen de una indagación que lo acompañará a lo largo

de toda su obra literaria, en la que fundamenta su concepción de la literatura y la

importancia de ella dentro de un horizonte humanista, horizonte que es necesario

preservar de las continuas amenazas a las que se encuentra sometido por la mentalidad

tecnocrática e instrumental de la cultura contemporánea; además, porque para ser una

reflexión inicial, estos ensayos sobre la picaresca están pensados desde la perspectiva de

una revisión crítica de lo que significa la tradición y la cultura española, y, por lo tanto,

de un cuestionamiento de los tópicos establecidos en que incurre una crítica oficial

tradicionalista frente al pasado histórico. Así, la actitud inicial de Goytisolo, por si sola,

no deja de tener relevancia al tratar de ubicarse dentro de la perspectiva crítica abierta

por la modernidad. Pero una vez hecha esta aclaración, es necesario reconocer también

que, en su reflexión inicial sobre la picaresca, incurre en un marcado anacronismo,

cayendo, por lo tanto, en una serie de inconsistencias. Entre ellas, las generalizaciones

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propias de una postura marxista que, a pesar de aducir el carácter histórico del

fenómeno literario, no profundiza o establece relaciones con las causas que dieron

origen a la novela picaresca; con las preguntas de cómo y porqué fue posible esta

literatura, cuya vigencia a través de una serie de valores que denomina “verdad”,

“coraje”, “inteligencia”, “compromiso” (Goytisolo, 1959: 101-104), pretende resaltar.

Es decir, su intención de enfatizar el ejemplo de la picaresca como un modelo de

literatura que en su criterio ayuda a la transformación de la sociedad, omite o no ahonda

en una indagación, con una base historiográfica, que le hubiera permitido aun en su

argumentación sumaria esclarecer la importancia de los clásicos dentro de la cultura

hispánica, más allá de una generalización programática. Su anacronismo consiste, por

consiguiente, en equiparar la picaresca a lo que para la época del ensayo se entendía

como literatura comprometida o literatura de protesta –su “función de observación y

denuncia” (Goytisolo, 1959: 101)– como si fueran exactamente iguales –y no lo son

(Cfr. Márquez Villanueva, 1998: 34)–, o como si pudiera equipararse la picaresca a una

filosofía de la praxis en el sentido marxista. Aunque las precarias condiciones de la vida

en la posguerra española hicieran comprensible la necesidad de una justificación de la

novela social del medio siglo, basada en la herencia de la picaresca y aunque, además,

sea entendible su pretensión de encontrar un parentesco con una historia común de

violencia, intolerancia y censura, para establecer este paralelo entre dos momentos

distintos de la historia de la literatura española, tal hecho no atenúa las generalizaciones

en que incurre en su reflexión. No tiene en cuenta los rasgos sociohistóricos que

caracterizan la novela picaresca, vitales para una comprensión cabal de su génesis; que,

por lo demás, en el contexto de esta reflexión, hubieran enriquecido la comparación con

la literatura comprometida del medio siglo; en relación, por ejemplo, con la condición

social y la actitud de los autores, en cada caso concreto; en la supuesta necesidad de una

codificación de los lenguajes utilizados –en tiempos difíciles de la limpieza de sangre,

de una Edad Conflictiva, en términos de Américo Castro (1960), para la picaresca, y de

la censura, para la novela social en el franquismo–; y la importancia del lector ante las

problemáticas de cada una de las épocas en cuestión. En una perspectiva historiográfica,

el vasto problema de los judeoconversos y de la limpieza de sangre en la España del

siglo XVI, son fundamentales para entender el lenguaje cifrado de la picaresca y la

relación con el lector, tanto con el vulgo, “la silueta del futuro ‘gran público’” (Cfr.

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Cros, 2007), que se dibujaba ya detrás de la consolidación de la imprenta, como con el

“discreto lector”, distinto al lector medio al que se refiere Goytisolo, cuando alude a la

inteligencia como la sutil lección de la picaresca. “Discreto lector” que comprende, en

cambio, “ese grupo minoritario de ingenios a la altura de una comunicación

privilegiada” (Cfr. Márquez Villanueva, 1998: 36), a los que se dirigían, con un

lenguaje de una ambigüedad discursiva muy amplia, los clásicos de la picaresca, para no

enmudecer ante la realidad acuciante vivida por los conversos, y que eran todo, menos

receptores pasivos, ingenuos o perezosos (Cfr. Márquez Villanueva, 1998: 36).

Asimismo, una base historiográfica en su reflexión por fuera de las

generalizaciones programáticas, hace posible comprender, en este mismo contexto, la

importancia de la cultura morisca, del espiritualismo oriental, del estatuto mudéjar y del

humanismo hispano-semítico en la configuración de la identidad histórica española; lo

que le hubiera evitado a Goytisolo, en aquel momento, caer en una simplificación

notoria frente a la literatura mística, a la que devalúa como abstracta e ideal frente al

realismo de la picaresca (Cfr. Goytisolo, 1959: 104). Y para comprender, cabalmente,

porqué las obras principales de la literatura mística, con la influencia de la espiritualidad

oriental, se produjeron en unas condiciones de semi-clandestinidad; estuvieron

prohibidas por la inquisición, y a pesar de su espíritu religioso –“abstracto e ideal”

(Goytisolo, 1959: 104)– calaron hondamente en la realidad humana, subvirtiendo el

orden religioso inquisidor oficial del momento hacia un ecumenismo mayor (Cfr.

Márquez Villanueva, 1998). En otros términos, el ejemplo “de sinceridad, de vocación”,

de “compromiso” (Goytisolo, 1959: 103) que Goytisolo resalta de la picaresca, para

afirmar su vigencia, puede aducirse con igual determinación de la literatura mística,

frente a la cual, en sus primeros ensayos, se manifiesta abiertamente crítico.

Pero hay que ser justos con la evolución del pensamiento literario de Juan

Goytisolo. Es gracias a la incorporación de la historiografía a los estudios literarios,

resaltando la singularidad artística de España por la presencia semita, que su reflexión

sobre los clásicos alcanzará un punto central en su poética posterior. Sólo que, para la

época de Problemas de la novela (1959) –así se infiere de su lectura–, no había

profundizado en esta visión histórica del pasado colectivo que será fundamental en su

propia evolución literaria. Es poco probable que para el año de 1957, en el que fueron

escritos los primeros ensayos sobre la picaresca, Goytisolo hubiera entrado ya en

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contacto con las obras de Marcel Bataillon y Américo Castro y sus interpretaciones de

la historia y la cultura española. Haya calado en las obras de estos dos autores que

inauguran la renovación de los estudios historiográficos con la valoración de la

importancia de los elementos orientales. El libro de Américo Castro, España en su

historia. Cristianos, moros y judíos, fue publicado en Buenos Aires, en su exilio, por la

editorial Losada en 1948, y el libro de M. Bataillon Erasmo y España, aunque fue

publicado en su versión francesa original en el año de 1937, sólo aparece traducido por

Antonio Alatorre, en la editorial mejicana Fondo de Cultura Económica, en el año 1950.

Pero la difusión e influencia de ambas obras en un primer momento no fue considerable,

debido tanto a las condiciones culturales de las posguerras, al largo “tiempo de silencio”

determinado por el impacto de la guerra civil y mundial (Cfr. Márquez Villanueva,

1992: 42, y 1998: 38), como por la discontinuidad histórica de España, señalada por

Vicente Llorens en su libro Liberales y románticos (1968: 421), discontinuidad que ha

obstaculizado, en muchos casos, y hasta fechas muy recientes, la comprensión cabal de

la propia historia y de las interpretaciones en contravía de una ortodoxia religiosa y

dogmática en la visión de la historia. La apropiación por parte de Juan Goytisolo de las

tesis de Américo Castro y Marcel Bataillon sobre la importancia del pasado semita, que

modificarán de manera sustancial su lectura de los clásicos y su propia interpretación de

la historia y la cultura de España, y se convertirá en el tema central de su obra

novelística y ensayística posterior, no será perceptible en su obra crítica hasta mediados

de los años sesenta, con la publicación de su libro El furgón de cola (1967).19 Y esta

incorporación de la historiografía a su obra literaria –crítica y novelística–, en este

sentido renovador, es lo que le permitirá superar las generalizaciones programáticas y la

equiparación de la picaresca a una filosofía de la praxis, expuesta en estos dos ensayos

iniciales sobre el género que inaugurara el Lazarillo de Tormes.

19 Como señala J. Escudero Rodríguez (1997: 41) en el prólogo a El epistolario (1968-1972). Cartas de Américo Castro a Juan Goytisolo, la primera alusión a la obra de Castro aparece en el capítulo II de la novela Señas de identidad (1966) –cuando Álvaro Mendiola, el protagonista de la novela visite a su profesor de derecho Ayuso: “En el piso había viejos muebles, cortinas oscuras, una biblioteca que se prolongaba a lo largo de un corredor estrecho (…). Su escritorio estaba cubierto de carpetas y libros y en un ángulo de la mesa había una fotografía antigua de Américo Castro con una afectuosa dedicatoria” (Goytisolo, 1984: 66). Aunque Escudero (1997: 42) es claro en señalar también que así Goytisolo empiece a familiarizarse con las ideas de A. Castro a partir de Señas de identidad y El furgón de cola (1967), un conocimiento más profundo de sus ideas e incorporación de ellas a sus obras se verá reflejado sólo posteriormente, a partir de España y los españoles (1969) en su ensayística y Don Julián (1970) en sus novelas.

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Luego del análisis de los ensayos que cierran Problemas de la novela (1959)

sobre la vigencia de los clásicos y su relación con la narrativa contemporánea, se puede

afirmar, a manera de conclusión, que así este libro haya sido relegado a la inexistencia

por un “olvido” voluntario de su autor durante un largo período, y así contenga una

visión de la literatura de la que él se distanciará diametralmente –la obsesión de

españolizar la novela, las consideraciones dogmáticas, perentorias y excluyentes con

una intención más programática que literaria, las influencias teóricas fraguadas más al

calor ideológico de una época que por una búsqueda personal o derivadas de una

experiencia creativa propia (Cfr. Goytisolo, 2005b: 15)–, es un libro fundamental para

entender su pensamiento literario de sus inicios y la dimensión e importancia que

alcanza el mundo hispánico con su evolución posterior. Su insistencia en considerar la

literatura como una práctica social inmersa en la historia; la necesidad de conocer la

historia reciente, literaria, social y política de España, para explicar el alcance de la

novela social cultivada por la llamada generación del “medio siglo” y la de sus

predecesores; su interés por establecer una visión comparativa de las literaturas

europeas, para la época en que fueron escritos estos ensayos; su énfasis en la necesidad

de relacionar el proceso de la creación literaria con una tradición que le da origen, con

implicaciones más profundas que un simple juego posmoderno basado en un concepto

reducido de intertextualidad; la importancia que le concede al escritor, en tanto

intelectual, para producir una obra crítica, respaldada en el pensamiento y la idea de la

literatura acorde con el horizonte abierto por la modernidad, son, por si solos, los

aspectos relevantes de esta primera obra ensayística, que demuestra la originalidad de

sus reflexiones y prefiguran el rumbo temático que adoptará en su obra posterior.

Veamos ahora cómo las preguntas formuladas en Problemas de la novela,

acerca de la narrativa española contemporánea y sobre la vigencia de la tradición, la

importancia de los clásicos, se convierte en una indagación que imanta toda su obra

literaria ulterior, tanto su novelística como su obra ensayística.

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Capítulo 3. III. DEL EXAMEN DE CONCIENCIA A LA DESMITIFICACIÓN

CREADORA, EL FURGÓN DE COLA (1967): LA AFIRMACIÓN DE

UNA POÉTICA. (…) deja constancia al menos de este tiempo no olvides cuanto

ocurrió en él no te calles (…)

algunos comprenderán quizá mucho más tarde (…)

qué orden intentaste forzar y cuál fue tu crimen.

(Goytisolo, 1966: 334)

El realismo (…) no puede ser la copia de las cosas, sino el conocimiento del lenguaje; la obra

más “realista” no será la que “pinte” la realidad, sino la que, sirviéndose del mundo como

contenido (…) explorará lo más profundamente la realidad irreal del lenguaje.

(Barthes, 1977: 198).

Las anteriores citas, extractada la primera de Señas de identidad (1966), novela

que inaugura la época de madurez y ruptura en la novelística de Juan Goytisolo, y la

segunda, del libro Los ensayos críticos (1967) de Roland Barthes, en donde el teórico

estructuralista se detiene a explicar el viraje ocurrido en relación con el objeto de la

literatura hacia la segunda mitad del siglo XX, indican el dilema que se plantea

Goytisolo a través de los ensayos reunidos en El furgón de cola (1967). La alternativa

de privilegiar, bien el papel del intelectual, consciente de su función social, o bien, la

actividad del escritor en tanto artista y atender sólo sus exigencias al respecto; la opción

entre una concepción de la literatura testimonial, en una sociedad política y socialmente

problematizada o la elección de una literatura basada en la exploración formal con la

intención de renovar el lenguaje literario de las fórmulas preestablecidas; la disyuntiva

frente el compromiso político, la preocupación por el lugar que el escritor ocupa en la

sociedad –la sociedad franquista de entonces– o el desafío que implica asumir a

cabalidad su oficio desde un punto de vista artístico; de privilegiar, frente aquel, el

compromiso con el arte. Cada uno de los textos allí reunidos, independiente del tema

elegido o precisamente a partir del mismo, giran en torno a este asunto y dan cuenta de

la manera particular con que el autor resuelve este dilema, su forma de compaginar unos

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principios estéticos adoptados desde el momento en que paulatinamente toma distancia

de una poética realista que caracterizó su primeras novelas, de Juego de manos (1954) a

La resaca (1959), afirmada en el libro de ensayos Problemas de la novela (1959) y en el

ensayo posterior “Para un literatura nacional y popular” (1959), con la responsabilidad

social del intelectual; su manera de conciliar una poética centrada en la exploración de

las virtualidades del lenguaje y conquista de nuevos ámbitos expresivos (Cfr. Goytisolo,

1997a: 112)20, con unos imperativos morales en relación con la sociedad y el ámbito

cultural al que pertenece, que se planteará a lo largo de su trayectoria intelectual.

El libro El furgón de cola (1967), está integrado por trece ensayos escritos entre

1960 y 1967, de los cuales cinco, junto con la introducción, fueron publicados por

primera vez en la revista Cuadernos de Ruedo Ibérico, así: “La herencia del Noventa y

Ocho o la literatura considerada como una promoción social”, en el número 3,

octubre/noviembre de 1965, páginas 45-48; “Cernuda y la crítica literaria española”, en

el número 5, febrero/marzo de 1966, páginas 54-62; “Lenguaje, realidad ideal y realidad

efectiva”, en el número 6, abril/mayo de 1966, páginas 87-97; “Estebanillo González,

hombre de buen humor”, en el número 8, agosto/septiembre de 1966, páginas 78-86;

“Menéndez Pidal y el padre Las Casas”, en el número 12, abril/mayo de 1967, páginas

69-80; y la introducción, con el título de “El furgón de cola”, en el número 16,

diciembre/enero de 1968, páginas 71-75. Para dar cuenta de la importancia del proyecto

cultural Cuadernos de Ruedo ibérico es necesario mencionar que se trató de una revista

política, tribuna de discusión de una izquierda antidogmática, que sirvió de preservación

de la memoria histórica dentro de una cultura de oposición al régimen franquista y a la

difusión del pensamiento en el exilio. En ella, se dio cabida a las más diversas

manifestaciones culturales y literarias del momento (Cfr. Sarria Buil, 2003). Creada en

París en 1965, publicó su último número en España en 1979, cuando, a partir de la

muerte de Franco y el inicio de la transición hacia la democracia, trasladó su sede de la

capital francesa a territorio español. La revista estaba adscrita a la editorial Ruedo

Ibérico constituida en el año 1961 por un grupo de intelectuales españoles en el exilio

20 En el ensayo “Los escritores españoles frente al toro de la censura”, que hace parte del presente volumen, Goytisolo se apoya en la mencionada cita de Barthes para replantear el tema del compromiso del escritor y afirmar un compromiso con la literatura (Cfr. Goytisolo, 2005a: 46).

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liderados por José Martínez; editorial donde Juan Goytisolo publicó, además de El

furgón de Cola (1967), otro libro de ensayos, Crónicas Sarracinas (1982)21.

De los otros ensayos que conforman El furgón de cola (1967) se tiene

conocimiento que “La actualidad de Larra” se publicó originalmente en francés como

“L’actualité de Larra” en L’express el 10 de marzo de 1961; “La literatura perseguida

por la política”, se publicó como “Literatura y política” en la Revista Cero, número 5/6

en 1966 (Cfr. Ruiz Lagos, 1993: 100); “Examen de conciencia”, es una reelaboración

del artículo “On ne meurt plus à Madrid”, publicado en L’Express de París, el 2 de abril

de 1964 (Cfr. Goytisolo, 1997a: 74-76; y Ridao, 2000: 9-10); “Tierras del sur”, se

publicó originalmente en 1962, como introducción a la edición italiana de libro Campos

de Níjar (1960) (Cfr. Goytisolo, 2005a: 294).

3.1. “El furgón de cola” y la secular lamentación hispánica.

A la manera de la declaración de motivos que precede a su primer libro de

ensayos, Problemas de la novela (1959), en donde el autor manifiesta el propósito de

abordar los diferentes aspectos y dificultades de la creación literaria desde la perspectiva

de su motivación social (Cfr. Goytisolo, 1959: 7), los ensayos de El furgón de cola

(1967) están precedidos por una introducción que lleva el mismo título del libro,

publicada separadamente, como ya se anotó, en el número 16 de Cuadernos de Ruedo

ibérico, correspondiente a los meses de diciembre/enero de 1968; introducción en la que

el autor se detiene a explicar los motivos que guían su reflexión, la finalidad que

persigue y que aúna la variedad de asuntos tratados en los textos que conforman este

volumen. El significado inicial de la expresión “furgón de cola”, está tomada de un

21 Desde su columna de opinión en el diario El País, a partir del año 1977, Goytisolo ha publicado tres artículo dedicados a resaltar la importancia cultural de lo que significó en los últimos años del franquismo la revista Cuadernos de Ruedo ibérico; más que un simple homenaje, trata de preservar la memoria histórica de este proyecto intelectual y cultural. Estos artículo son: “Ruedo Ibérico, al fin, en España” de mayo 6 de 1978; “Ser de Sansueña”, del 15 de marzo de 1986; y “Homenaje a Ruedo Ibérico”, del 6 de noviembre de 2007. En el segundo de ellos afirma: “las reflexiones políticas, económicas y sociales se barajaban en sus páginas con textos literarios prohibidos en España y reseñas críticas destinadas a mantener al lector al tanto de cuanto ocurría en el mundo. Paralelamente, la editorial Ruedo Ibérico publicó por espacio de 15 años una serie de obras fundamentales al conocimiento cabal de la España del siglo XX, cuyas ideas innovadoras, ruptura de tabúes y amplitud de miras contribuirían de forma decisiva a la formación de dos generaciones de demócratas” (Goytisolo, 1986b).

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artículo de Antonio Machado22, que alude a la situación cultural de España a principios

del siglo XX frente a la modernidad europea. La afirmación de Machado: “Seguimos

guardando fieles a nuestras tradiciones, nuestro puesto de furgón de cola” (apud

Goytisolo, 2005a: 11)23 le sirve de base a Goytisolo para analizar la situación del

intelectual progresista, en la que él mismo se incluye, ante los cambios vividos en la

sociedad española a comienzos de los años sesenta. El desarrollo económico

incontrolado, la adopción de un modelo industrial y financiero acorde con la

modernidad capitalista en el orbe occidental, las reformas en la estructura económica

adoptadas por los nuevos tecnócratas del régimen franquista, el auge del turismo

extranjero, la emigración de trabajadores –del campo a la ciudad, a las provincias más

industrializadas y a la Europa transpirenaica (Cfr. Mainer, 1980: 5-13)–, provocaron

unos cambios profundos en la sociedad española de aquel momento que hicieron

necesario replantear la situación del intelectual con el ánimo de asimilar las

consecuencias morales y culturales que dichos cambios traían consigo, evitando

sucumbir al inhibidor malestar de “la secular lamentación hispánica” (Marichal, 1984:

183).

La introducción va a poner de presente tanto el objetivo intelectual que persigue

el autor en estos ensayos como el propósito general que le dará una coherencia interna a

su pensamiento crítico a partir de este libro; empeño que se mantendrá vigente a lo largo

de toda su actividad ensayística y que constituirá, además, un elemento fundamental de

su actividad intelectual y literaria: la pretensión de desmitificar las interpretaciones

históricas establecidas de una vez y para siempre (con carácter mítico) predominantes

en el ámbito del hispanismo o de la cultura moderna, y la reelaboración literaria de las

mismas, con una amplia conciencia de la especificidad del hecho literario, para

cuestionarlas, develarlas, acentuar su precariedad, su provisionalidad, resaltar su

decidido carácter histórico (Cfr. Goytisolo, 2007: 7). En este caso particular, su

intención, a partir de la cita de Machado, es controvertir el tema de la decadencia

nacional como un lugar común entre los escritores españoles cuando quieren referirse,

en diferentes momentos de la historia, a una crisis de identidad nacional. El tema, para

22 El artículo con el título de “La reacción”, hace parte de sus Divagaciones y apuntes sobre la cultura, del 12 de julio de 1916 (Cfr. Goytisolo, 2005a: 11). 23 En nuestro análisis utilizaremos la edición de El furgón de cola recogida en el libro Los ensayos del año 2005, publicado por editorial Península, que contiene además Crónicas sarracinas y Contracorrientes; asimismo cuando abordemos el análisis de los ensayos de estos libros no basaremos en dicha edición.

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Goytisolo, se remonta a una tradición castiza nacida desde el siglo XVII –menciona el

poema de Cervantes sobre ‘la sola y desdichada España’” (Goytisolo, 2005a: 11), como

ejemplo de ello–, atraviesa la historia española moderna, el despotismo ilustrado, los

afrancesados de 1800, la corriente pesimista del pensamiento liberal español, repercute

en las principales figuras de la generación del 98, en la intelectualidad española de la

posguerra en el siglo XX y aún en los escritores que surgieron a mediados de la década

de los años cincuenta del siglo pasado. Para Goytisolo, el asunto de la decadencia

española se había convertido en un tópico, en una fórmula estereotipada –“me duele

España”, “españahogándose”, “queremos a España porque no nos gusta” (Cfr.

Goytisolo, 2005a: 11)–, que evidenciaba un divorcio grande entre una realidad concreta

y unos esquemas mentales preestablecidos y resultaba ineficaz como premisa intelectual

para analizar una situación histórica determinada; en cambio, había servido como

fundamento para descubrir resentimientos y complejos profundos e incluso para motivar

cruzadas salvadoras, que llegaron hasta el extremo de desencadenar una conflagración

bélica, como la guerra civil de 1936. El punto central de su planteamiento en esta

introducción es la necesidad latente para el intelectual progresista de aquella época de

realizar un análisis serio sobre las consecuencias de la alteración de la conciencia social

e individual en el proceso de adaptación de España a la moderna civilización industrial,

sin caer en el pesimismo de esa secular lamentación sobre el ser de España, sustentada

en una idea inamovible –“anacrónica” (Goytisolo, 2005a: 12)– de la sociedad española,

que no se correspondía ya con la evolución económica del país y su progresiva

incorporación a la órbita internacional, tras un largo aislamiento; la necesidad de un

análisis que, además, replanteara la situación del intelectual en este contexto histórico,

no sólo para establecer a través de un examen de conciencia un nuevo tipo de

compromiso, acorde con los cambios de la estructura económica sino, también, que

pretendiera sanear la atmósfera cultural de las mistificaciones y de la “saña vieja

retenida” (Goytisolo, 2005a: 16). Para lo cual habría que adoptar un lenguaje libre de

lugares comunes, de esquemas mentales anquilosados; un lenguaje que permitiera a los

intelectuales y escritores nombrar esa nueva realidad con una mayor precisión y lograr

una comprensión más cabal de su complejidad. La respuesta de Goytisolo, entonces, al

desafío planteado de elaborar tal análisis concienzudo, es el objetivo de los ensayos

reunidos en el Furgón de cola (1967).

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Este examen de conciencia, expuesto de manera sucinta en la introducción,

entrañó de manera explícita una crítica de su generación y al marxismo dogmático y en

boga de la época, pero sin renunciar –lector atento de Marx (Cfr. 2007b: 23-26)– a su

conceptualización teórica. El progreso económico y social vivido en España de los años

sesenta, los profundos cambios estructurales acaecidos, se operaron “bajo la

inmovilidad de la superestructura política” (Goytisolo, 2005a: 14). Asumir las

consecuencias de ese desajuste no fue una tarea fácil, porque no bastaba sólo con las

buenas intenciones. Los referentes culturales, sociales, políticos cambiaron

sustancialmente en el horizonte de reflexión intelectual. La transformación estructural

en la España de aquellos años no provino de una revolución social y política anhelada

por la izquierda, heredera de la tradición que despuntó durante la Segunda República

sino que ocurrió al interior del régimen franquista y obedeció, aunque con retraso, al

proceso de modernidad vivida por obra del capital monopolista en los demás países

europeos. Así, los intelectuales no conformistas se enfrentaron con un panorama

desconocido hasta ese momento, el de la moderna civilización industrial dominada por

el capital y la técnica, que a la vez de traer un progreso económico creciente a la

sociedad, dejaba las secuelas preocupantes de un proceso paulatino de deshumanización

que reñía con el inmovilismo de la dictadura; un conjunto de implicaciones morales y

culturales contradictorias para el idealismo del intelectual progresista. En la nueva

sociedad de empresarios y técnicos ya no era reconocido el papel de una élite

desinteresada dedicada al bien público y el progreso, que desde el siglo XVIII venían

desempeñando los intelectuales en el mundo occidental (Cfr. Goytisolo, 2005a: 15).

Incluso la noción de pueblo, caracterizado con unas virtudes como nobleza, lealtad,

desinterés, que distinguieron a la sociedad española del pasado, del pueblo como un

ideal cuya reivindicación y emancipación justificaba el compromiso del intelectual

progresista, se disolvía en el concepto de masa organizada dentro de esta civilización

neocapitalista (Cfr. Goytisolo, 2005a: 14). Enfrentado entonces a las frustraciones de

una anhelada revolución que nunca tuvo lugar, buscando asumir una responsabilidad

histórica pretermitida por la dictadura franquista y ante los cambios de referentes para

una praxis intelectual, en un mundo incierto dominado por un materialismo

incontrolado y la nueva religión industrial y técnica, el intelectual se encontraba ante el

dilema de seguir, bien la senda de un individualismo romántico, de un escepticismo

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político, social y moral, o bien, de tratar de establecer un nuevo tipo de compromiso,

más científico y menos moral, pero enmarcado dentro de la actividad de los partidos

políticos que pretendían actuar en nombre del pueblo (Cfr. Goytisolo, 2005a: 13). Para

Goytisolo era claro que si el intelectual escogía la senda de una rebeldía romántica

individual se condenaba a una ineficacia total, y si se convertía en un funcionario

organizador, en el intelectual orgánico del que hablara Gramsci, renunciaba con ello a

su libertad e independencia necesaria para su actividad crítica.

Goytisolo no sobrestima el papel del intelectual frente al progreso económico de

las sociedades modernas y las consecuencias negativas que trae consigo el proceso

creciente de deshumanización, ligado a la idea de progreso. Si bien es consciente de que

el intelectual puede hacer muy poco ante la alternativa planteada en sociedades regidas

cada vez más por el imperio del capital y la técnica –se pregunta: “¿Qué puede un

intelectual en el marco de la moderna sociedad capitalista?” y responde: “Poco o muy

poco” (Goytisolo, 2005a: 14)– considera que, en el caso concreto de la situación

histórica de España de aquel momento, la conjugación de dos actitudes intelectuales

distintas pero ejemplares, la de Mariano José de Larra y Luis Cernuda, eran aún válidas

y vigentes para el examen de conciencia que necesitaba una praxis intelectual acorde

con la nueva realidad vivida. Cernuda, con la lucidez de su conciencia crítica, expuesta

en su singular obra poética y en sus ensayos literarios, y con su actitud de

independencia moral en el exilio. Según el criterio de Goytisolo (2005a: 14), el autor de

La realidad y el deseo (1958), fue el primero entre los españoles en comprender la

severidad de la alternativa que se le planteaba al intelectual ante el naufragio moral de la

época contemporánea. Y Larra, por haber defendido en sus sátiras de costumbres y

políticas, que captaron con singular agudeza la sociedad de su época, un compromiso

político fundado por una tradición liberal y progresista perdurable a lo largo de la

historia española reciente; tradición que enalteció a la intelectualidad de la posguerra,

pero que era preciso replantear para enfrentar los profundos cambios estructurales que

se estaban viviendo. Larra y Cernuda van a ser así las dos conciencias intelectuales de la

historia española moderna y contemporánea que le sirven de referente a Goytisolo para

realizar a través de los ensayos de El furgón de cola (1967) el examen de conciencia

profundo sobre la situación del intelectual ante la transformación de la sociedad

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española de comienzo de los años sesenta del siglo pasado, todavía bajo la vigencia del

franquismo.

Es preciso anotar que en un plano no ensayístico sino en el de la creación

novelística, dentro del ámbito de la especificidad de la obra de ficción tal como la

entiende el autor, punto central de su poética que se abordará más adelante, el examen

de conciencia sobre el papel del intelectual y el escritor en las últimas fases del

franquismo, planteado en El furgón de cola (1966), es paralelo y está integrado a la

misma empresa intelectual emprendida por el autor con su novela Señas de identidad

(1966)24. Novela que inaugura lo que se ha definido por la crítica (Cfr. Sanz Villanueva,

1986: 94) como la etapa de ruptura del autor en relación con su obra anterior, pero que

va más allá en su afán reconstructivo. Esta nueva fase se caracteriza por una

desmitificación y subversión de los valores que configuran la identidad española,

entendida como el largo proceso de construcción de una imagen dominante de nación

con la que se identifican los españoles en cada época particular (Cfr. Nuño, 2002: 8-9).

Ese objetivo común a su obra novelística y ensayística de entonces, lo expone el

mismo autor en una entrevista con Emir Rodríguez Monegal del año 1967: “Álvaro [el

narrador protagonista de Señas de identidad, J.F.T.] (…) regresa a España y se da

cuenta de que España ha evolucionado de una forma que no había previsto, y ello

provoca en él una crisis que le lleva a realizar un examen de conciencia, verdadero tema

de la novela.” (Rodríguez Monegal, 2005: 1060). La consecuencias de este mirarse a sí

mismo en busca de su identidad, en el más amplio sentido de la expresión –intelectual,

sexual, cultural, religiosa– es lo que va a producir en la evolución del narrador alter-ego

del autor su ruptura con una idea cerrada, castiza, tradicionalista de la identidad

española, tal como lo manifiesta en su monólogo en segunda persona: “Familia, clase

social, comunidad, tierra: tu vida no podía ser otra cosa (lo supiste luego) que un lento y

difícil camino de ruptura y desposesión” (Goytisolo, 1984: 45).

Proceso de ruptura, de desmitificación –paralelo en el plano ensayístico al de El

furgón de cola– que el autor corrobora en la misma entrevista con Emir Rodríguez

Monegal, al sostener:

24 En este sentido no hay que olvidar que dos de las citas que sirven de epígrafes a la novela (Cfr. Goytisolo, 1966), –paratexto autorial, cuya posible función debe entenderse como un comentario al texto que precisa o subraya indirectamente su significación (Cfr. Genette, 1997: 33-34)– son de Larra y Cernuda, las dos figuras modélicas para la reflexión sobre el lugar del intelectual en El furgón de cola.

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Vivimos rodeados de mitos, mitos del 36, mitos del 98; estamos asfixiados por

estos mitos y mi libro [Señas de identidad, J.F.T.] es un intento de hacer tabla rasa, de

saber dónde estamos, porque mientras no sepamos dónde estamos no podemos crear una

novela, no podemos hacer un arte válido. En este aspecto mi novela es un esfuerzo

desmitificador, un esfuerzo de situar el problema en términos actuales (Rodríguez

Monegal, 2006: 1066).

La aproximación comparativa a las dos facetas de su creación literaria, la

ensayística y la novelística, permite percibir con claridad esa evolución ocurrida en su

concepción de la literatura desde las primeras novelas y ensayos hasta ese momento. De

una primera etapa que va de Juego de manos (1954) a La resaca (1958) en la que

predomina una visión behavorista o conductista de la novela, obedeciendo a la

tendencia del realismo social común a los autores de la llamada generación del medio

siglo, guiados por un compromiso ético que pretendía contribuir con una literatura

testimonial a la transformación del país (Cfr. Sanz Villanueva, 1986: 94) y que en el

ensayo tiene su correlato programático en Problemas de la novela (1959), pasa a una

segunda fase de ruptura y subversión literaria con Señas de identidad (1966) y El furgón

de cola (1967), donde el autor no sólo alcanza su madurez expresiva y la independencia

frente a su grupo generacional, sino que subvierte, formal y temáticamente, la idea de

una literatura aferrada a los esquemas realistas y a la exaltación del casticismo como

modelos literarios. Aunque es preciso señalar que algunos críticos dividen la primera

etapa en dos fases. Un primer período propiamente dicho de interpretación poética de la

realidad, conformado por sus dos novelas iniciales Juego de manos (1954) y Duelo en

El Paraíso (1955) y una segunda de postura crítica-social, conformado por la trilogía

novelística de El mañana efímero –El circo (1957), Fiestas (1958), La resaca (1958)–,

los libros de relatos Para vivir aquí (1960) y Fin de fiesta (1962) y los libros de viajes

Campos de Níjar (1960), La Chanca (1962) y Pueblo en marcha (1962). Y la última

fase de respuesta global al ser de España, al problema de la conciencia histórica

nacional, que inicia el proceso de desmitificación y ruptura mencionado, con Señas de

identidad y El furgón de cola y culmina con las novelas Don Julián (1970) y Juan sin

tierra (1975) y los libros de ensayos: España y los españoles (1969), “Presentación

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crítica de J.M. Blanco White (1972) y Disidencias (1977) (Cfr. Sanz Villanueva, 1980:

336-337)25.

A este respecto, atendiendo la evolución literaria del autor hasta Señas de

identidad (1966) y El furgón de cola (1967), es importante relacionar lo que afirma el

crítico Ricardo Senabre:

El Goytisolo juvenil que por los años cincuenta pedía ‘una nacionalización de

nuestra novela, un retorno a la tradición realista de Baroja, Galdós y Alemán’,

reflexiona diez años más tarde –en El furgón de cola– acerca del resultado de aquella

apasionada postura, y lo hace con una lucidez implacable que el futuro historiador de la

literatura debería tener muy en cuenta (…). Las reflexiones de Goytisolo implican un

cambio profundo de ideas. Para expresarse de ese modo, el novelista ha debido

replantarse todos sus fundamentos teóricos anteriores acerca de la literatura y su función

de la misión del escritor en una sociedad y hasta de las posibilidades reales de una

acción política (Senabre, 1980: 458-459).

El crítico se refiere en particular a los argumentos planteados por el autor de El

furgón de cola (1967) en el ensayo “Literatura y eutanasia” (Goytisolo, 2005a: 56-71),

en donde éste hace un balance de su generación, la del medio siglo, y una crítica del

objetivismo de la época y a la convicción de que la literatura testimonial era un medio

adecuado para lograr la transformación hacia una sociedad más justa. Pero lo

fundamental, por ahora, es señalar que el examen de conciencia, que lleva a la

desmitificación del ser de España, como una necesidad intelectual del autor ante los

profundos cambios que se estaban produciendo en el país con el proceso de

modernización de los años sesenta del siglo pasado, examen común a la novela y al

libro de ensayos, entrañará, asimismo, un cambio radical en su poética. Un

replanteamiento de su concepción de la práctica y fines de la creación literaria, como se

verá cuando se aborde el análisis de los ensayos de este volumen, en particular del

ensayo mencionado “Literatura y eutanasia”. 25 Por su parte Stanley Black en el libro Juan Goytisolo and the Poetics of Contagion (2001), apoyándose en R. Buckley (1973), J.F. Cirre (1996) y Martínez Cachero (1964), divide la primera etapa novelística de Goytisolo en tres fases: “Goytisolo’s pre-Señas production is usually divided into three periods: an inicial that incluides Juego de manos (1954) and Duelo en el Paraíso (1955); the more politically committed, social realist period of the triology comprising Fiestas (1958), El circo (1957), La resaca (1958); and, finally, the attempt at a more objective realism in the work comprising Para vivir aquí (1960), Campos de Níjar (1959), La isla (1961), Fin de fiesta (1962) and La Chanca (1962) (Black, 2001: 38)”.

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Pero retomando lo afirmado anteriormente, es preciso señalar que, bajo el común

denominador de la pregunta por el papel del intelectual en la sociedad española de

entonces, con los modelos aún vigentes de Larra y Cernuda, los trece ensayos que

conforman El furgón de cola abordan una variedad amplia de asuntos: el compromiso

del escritor y la relación entre literatura y política; la situación del escritor frente a la

institución de la censura en la España franquista; el lugar de la crítica literaria en el

panorama cultural español; la importancia del conocimiento y revalorización de la

tradición de la literatura clásica española; la necesidad de cuestionar las interpretaciones

históricas transmitidas como verdades reveladas de una vez y para siempre, a través de

los tiempos; la importancia fundamental para la literatura del estudio del lenguaje

atendiendo los desarrollos de la lingüística, y el dilema entre una visión estética y una

posición moral, para el escritor con una sensibilidad social, ante la contradicción que

supone desear alcanzar un progreso económico dentro de una modernidad plena y la

deshumanización del nuevo mundo que se propugna alcanzar (Cfr. Lazaro, 1982: 45 y

Goytisolo, 2005a:198).

A continuación abordaremos el análisis de cada uno de los ensayos que

conforman este volumen, atendiendo principalmente a nuestro interés de derivar a partir

de ellos la poética expuesta por el autor: cuál es la concepción de la literatura que se

expone en los mismo, sus principios, estética y cómo concibe, de acuerdo con esta

poética, la compleja relación entre el escritor y la sociedad; cuál es su postura frente al

dilema entre los desafíos éticos y estéticos que plantea la modernidad y el creciente

proceso de deshumanización del mundo moderno. Y, en nuestro análisis, inquiriremos

si su argumentación, el radical examen de conciencia propuesto, si logra superar el tema

de la decadencia nacional como un obstáculo para la autocomprensión del ser de España

o si, por el contrario, su visión crítica del hispanismo, “su españolidad problemática”

(Sobejano, 1975: 25), es sólo una variante más de la secular lamentación hispánica que

no logra manifestarse como una respuesta válida a los problemas planteados.

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3.2. La actualidad de Larra:

Que El furgón de cola (1967), el primer libro de ensayos reconocido por el autor

de su obra de madurez, aquella a partir de la cual asume la responsabilidad de sus faltas

y sus méritos (Cfr. Goytisolo, 2005b: 12)26, comience –o este organizado desde un

punto de vista editorial– con un ensayo dedicado a resaltar la dimensión intelectual de

Mariano José de Larra, es un hecho bastante significativo y no debe pasar

desapercibido. Y lo es porque Larra representa, en el panorama literario español

moderno, al intelectual liberal progresista y reformista, plenamente convencido de que

el liberalismo integral, aquel que abarca la totalidad de las actividades sociales, tanto

materiales como intelectuales, es la única posibilidad de contribuir al progreso del país y

a elevar el grado de civilización de España en todos los órdenes, en el plano político,

social, cultural. Heredero de la tradición intelectual que abrieran los ilustrados Feijoo y

Jovellanos, Larra transita por esa senda del liberalismo doctrinal que, como sostiene

Vicente Llorens (1980: 367), recorrerá un siglo más tarde Manuel Azaña, el último

presidente de la Segunda República española. No es de extrañar entonces que Goytisolo,

despuntando en la última fase del franquismo como un intelectual en la oposición,

pretenda con El furgón de cola (1967) realizar un examen de conciencia riguroso de la

situación del escritor en España, ubicándose en esa tradición del liberalismo español

cuyas ideas defendiera Larra; afirmando la primacía del principio de la libertad

individual frente a los absolutismos del poder y los dogmatismos ideológicos;

propugnando por la autonomía del individuo para seguir reglas racionales; abogando

por la secularización de la sociedad, por una ética laicista, y confiando en el papel

subversivo y civilizador de la literatura y el arte. Y tampoco es de extrañar que,

posteriormente, a comienzos del siglo XXI, ya consolidada la transición democrática en

España, e intentando cancelar una deuda moral contraída con anterioridad por la

generación de escritores nacidos durante y después de la Guerra Civil de 1936 (Cfr.

Goytisolo, 2004a: 8), dedique un libro de ensayos, El lucernario. La pasión crítica de

Manuel Azaña (2004), a analizar la obra literaria y resaltar la figura intelectual del autor 26 No hay que olvidar que por muchos años Goytisolo desconoció Problemas de la novela al considerarlo un libro juvenil y presuntuoso, lleno de contradicciones estéticas e ideológicas (Cfr. Goytisolo, 2005b: 15), y sólo consentirá volver a publicarlo en el año 2005, dentro de sus obras completas en la editorial Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, casi medio siglo después de haberlo dado originalmente a la imprenta.

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de El jardín de los frailes (1927). Larra y Azaña, a ambos extremos cronológicos de su

obra ensayística, constituyen el horizonte intelectual liberal afín al pensamiento de Juan

Goytisolo.

Como el título lo indica, en “La actualidad de Larra” Goytisolo (2005a: 17)

expone las razones que a su criterio obran para que los incisivos análisis acerca de la

sociedad y la política española hechos por Larra, en la primera mitad del siglo XIX, se

hubieran mantenido vigentes hacia mediados de los años sesenta del siglo pasado, y su

figura, hubiera ejercido una influencia permanente en las generaciones que renovaron el

pensamiento intelectual español a lo largo del siglo XX; generaciones de jóvenes ante

quienes el autor de “Días de difuntos de 1836”, a pesar del tiempo transcurrido, se

erigió como un precursor de épocas futuras y un auténtico director de conciencia (Cfr.

Goytisolo, 2005a: 17). Para Goytisolo, la presencia de Larra en la vida cultural española

no fue un fenómeno incidental y pasajero, muestra cómo este hecho obedeció tanto a

causas inherentes a la calidad de su obra, a la agudeza e inteligencia de la visión sobre la

sociedad que llevaron después de medio siglo de una inicial indiferencia a acogerlo por

la generación del 98 como símbolo de su oposición literaria y política frente a los

responsables de la decadencia española –aunque para el autor de El furgón de cola

(1967), Larra no sólo estuvo por encima de su época sino que trascendió incluso a

aquellos escritores del 98 que pretendieron aparecer como sus continuadores, a quienes,

según su sentir, superó en la fuerza de sus convicciones y en la certeza de sus análisis

sobre los males y soluciones a los problemas de España (Cfr. Goytisolo, 2005a: 17-18)–

y muestra cómo la trascendencia de Larra, obedeció, también, a causas extrínsecas a su

misma obra. Y en este punto Goytisolo hace un énfasis especial, afirma que la vigencia

de Larra en la vida intelectual del país se debe no sólo a la innegable calidad de sus

escritos periodísticos sino al inmovilismo que históricamente ha caracterizado a la

sociedad española, como el mismo Larra lo percibió en sus artículos satíricos. Aquellos

tan relevantes de su visión de la sociedad del que son muestra “El castellano viejo”,

“Vuelva usted mañana”, o ese diagnóstico incisivo que es “Ventajas de las cosas a

medio hacer” (Larra, 2008); artículos que trascendieron las fronteras de la península y

repercutieron en todo el ámbito hispánico; que tanto efecto causaron, por ejemplo, en el

escritor argentino Domingo Faustino Sarmiento (1993: 128), para apoyar su crítica de la

ausencia de un proyecto ilustrado moderno en España y sus colonias, y defender un

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programa civilizador de las jóvenes naciones independientes del continente americano.

Este inmovilismo, como uno de los males de la cultura hispánica, está cifrado en las

conocidas líneas de Fígaro:

Siempre que yo me paro a mirar con reflexión nuestra España suelo dirigirle

mentalmente aquel cumplimiento tan usual entre gentes que se ven de tarde en tarde:

‘Hombre, por usted no pasan días’. Por nuestra patria, efectivamente, no pasan días,

bien es verdad que por ella no pasa nada; ella es por el contrario, la que pasa por todo

(Larra, 2008).

Así, para Goytisolo las causas extrínsecas del interés permanente que despierta

la obra de Larra se debe al hecho de que en muchos aspectos, la sociedad fustigada por

él en sus sátiras políticas y de costumbres, continuaba siendo la misma en 1960 que en

1836. Y para enfatizar la importancia de Larra y su obra, hace en este ensayo una breve

semblanza de él, resaltando las circunstancias históricas que rodearon su vida;

comprendiendo en ella los principales acontecimientos políticos de la época, desde su

nacimiento en plena guerra de independencia hasta su suicidio en 1837, durante la

primera guerra carlista. Traza, de esta manera, un boceto sucinto de una época llena de

claroscuros, definida por Pierre Vilar, como “un encadenamiento de intrigas, comedias

y dramas” (apud Goytisolo, 2005a: 18), con Fernando VII y María Cristina como

figuras de fondo; señala los hitos de este período histórico: la Constitución de 1812,

redactada por las Cortes de Cádiz, Carta Magna de la democracia española; la

disolución de las Cortes por Fernando VII, la emancipación de América y la

restauración de la inquisición, con sus purgas de liberales; las esperanzas abiertas por el

trienio liberal (1820-1823), con la promulgación de la libertad de imprenta y la

secularización de la sociedad, interrumpida por el restablecimiento del absolutismo del

rey; la ominosa década, con su represión contra los liberales, que inauguró los períodos

cíclicos de terror –los cuales, junto al exilio y la persecución de los intelectuales,

constituye, para Goytisolo (2005a: 19), uno de los rasgos más característicos de la

historia contemporánea de España–; el gobierno de la regente María Cristina y la

rebelión carlista; la primera guerra civil, período en que Larra inicia su colaboración en

los periódicos obsesionado por el conflicto bélico, primero, de manera irónica, viendo al

carlismo como un fenómeno anacrónico (Cfr. Llorens, 1980: 372), luego, de manera

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trágica, cuando descubre la amenaza real que entraña este fenómeno contra el

liberalismo, momento en que con sus escritos fustiga la tibieza de algunos liberales por

su falta de empuje, de fe en la democracia y el progreso y por su incomprensión de las

nuevas doctrinas sociales, a quienes responsabiliza del incremento de la fuerza de la

sublevación carlista. Con la breve semblanza de Larra unida a las circunstancias

históricas que rodearon su vida, Goytisolo quiere demostrar un hecho fundamental,

Larra fue con su estilo mordaz e irónico y con su amarga visión de la sociedad, un

hombre de su siglo, un liberal con una vocación patriótica, preocupado por regeneración

de España, un escritor “históricamente situado” (Goytisolo, 2005a: 21), comprometido

con los problemas y el destino de su país.

El hilo conductor de estas reflexiones sobre la vigencia de Larra, en las que

resalta el valor de su postura intelectual y su aguda visión de España, son los

comentarios e interpretaciones que hace Goytisolo, acorde con el espíritu de la época en

que el ensayo fue escrito, de los artículos de Larra, dedicados a exponer su concepción

de la literatura; en especial el artículo “Literatura. Rápida ojeada sobre la historia e

índole nuestra. Su estado actual. Su porvenir. Su profesión de fe”, publicado en El

español. Diario de las Doctrinas y los Intereses Sociales, el 18 de enero de 1836, donde

están sintetizadas de la manera más completa y clara (Cfr. Llorens, 1980: 355) las ideas

literarias de Fígaro. Aunque Goytisolo no precisa esta fuente, sólo menciona “su

brillante análisis de la literatura española” (Goytisolo, 2005a: 23), es preciso contrastar

este texto con su ensayo para una mejor comprensión del sentido que pretende darle a su

argumentación. Y este sentido no es otro que una lectura sartreiana de las ideas literarias

de Larra desde el punto de vista de la literatura engagée, del compromiso del escritor.

Es preciso detenerse brevemente en el artículo “Literatura” de Larra para

explicar la lectura que de este texto hace Goytisolo. Larra tuvo una visión muy amplia

de lo que implica la literatura, integrada a todas las manifestaciones que conforman la

cultura de un país en una época determinada. Para él, en el artículo en mención, la

creación literaria es “la expresión, el termómetro verdadero del estado de civilización de

un pueblo” (Larra, 2008b); partiendo de esta premisa, Larra establece un panorama de

las principales características de la literatura española en el pasado, y expone el

programa de lo que a su juicio debía ser la literatura si quería superar la decadencia de

los periodos anteriores y alcanzar, de nuevo, un apogeo. En una breve síntesis señala los

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principales hechos que confirieron a la literatura española un sello particular. Para Larra

la ausencia de la Reforma del siglo XVI, del espíritu filosófico ilustrado y la reacción

hacia ella, a través de la intolerancia religiosa y la tiranía política, no permitió el

surgimiento de una literatura de pensamiento en suelo español. En el Siglo de Oro,

afirma, fueron muy pocos los filósofos e investigadores, a excepción de los teólogos,

místicos y tratadistas morales, que descollaron. Ni siquiera en el campo de la historia se

contó con escritores sobresalientes. Sólo la novela –“hija de toda imaginación, se vio

mejor representada entre nosotros, y en una época en que no era sospechado siquiera el

género en el resto de Europa” (Larra, 2008b)– sobresalió con una fuerza singular en el

contexto de una naciente modernidad: “El ingenioso Hidalgo, último esfuerzo del

ingenio humano, bastaría para adjudicarnos la palma, aunque no tuviéramos otras que

presentar en lugar privilegiado, si no tan eminente” (Larra, 2008b). Pero la época del

auge de la novela fue para Larra de corta duración, después de Quevedo la prosa

literaria volvió al olvido del que momentáneamente la habían sacado unos pocos y la

literatura pasó a refugiarse en el teatro. Tras una larga discontinuidad cultural la

corriente de los afrancesados en el siglo XVIII, pretendió restaurar el valor de la

literatura, introduciendo el gusto francés y su espíritu filosófico, pero sólo fueron unos

pocos imitadores que trataron de revestir las nuevas ideas foráneas con un lenguaje ya

caído en desuso: “quisieron salvar de nuestro antiguo naufragio la expresión; es decir,

que al adoptar las ideas francesas del siglo XVIII, quisieron representarlas con nuestra

lengua del siglo XVI.” (Larra, 2008b). Así, el autor de “Día de difuntos de 1936”,

equipara el panorama de la literatura española al atraso del país y a su discontinuidad

histórica y cultural en relación con el avance de Europa: “La España estaba más lejana

del foco de las ideas nuevas; las que en otros países caducaban ya eran nuevas todavía

para ella.” (Larra, 2008b). Si para Larra la literatura es la expresión del progreso de un

pueblo, la española había dado la espalda a los tiempos modernos; y, en su criterio, sólo

podría salir de ese estancamiento si alcanzaba a convertirse en la expresión de una

nueva sociedad, captando el espíritu de la nueva época, que no era otro distinto, para él,

al espíritu de la libertad. Los lineamentos del programa de lo que a su juicio debía ser la

literatura del momento merecen citarse en extenso:

(…) esperamos que dentro de poco podamos echar los cimientos de una

literatura nueva, expresión de la sociedad nueva que componemos, toda de verdad,

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como de verdad es nuestra sociedad, sin más reglas que esa verdad misma, sin más

maestros que la naturaleza, joven, en fin, como la España que constituimos. Libertad en

la literatura, como en las artes, como en la industria, como en el comercio, como en la

conciencia (…). // Rehusamos, pues, lo que se llama en el día literatura entre nosotros;

no queremos esa literatura reducida a las galas del decir, al son de la rima, a entonar

sonetos y odas de circunstancias, que concede todo a la expresión y nada a la idea, sino

una literatura hija de la experiencia y de la historia y faro, por tanto, del provenir;

estudiosa, analizadora, filosófica, profunda, pensándolo todo, diciéndolo todo en prosa,

en verso (…); enseñando verdades aquellos a quienes interesa saberlas, mostrando al

hombre no como debe ser, sino como es, para conocerle; literatura, en fin, expresión

toda de la ciencia de la época, del progreso intelectual del siglo (Larra, 2008b).

Para Larra, la literatura del presente no era otra que la romántica y era ella la que

encarnaba la literatura de la modernidad (Cfr. Llorens, 1980: 357). España, por un largo

tiempo, había ignorado esos vientos de modernidad y había desconocido las

manifestaciones literarias acordes con ellos, y había mantenido, en su discontinuidad

con el espíritu de la época, la pretensión de una expresión literaria pura y anacrónica;

para ser moderna, por el contrario, la literatura debía renovar su lenguaje y hacerlo apto

como expresión del mundo presente. Los artículos periodísticos de Larra, sus sátiras de

costumbres y políticas, fueron la respuesta a este llamado de una nueva época.

En “La actualidad de Larra” Goytisolo estima en toda su dimensión las ideas

literarias de Fígaro, y señala su anticipación a la concepción de littérature engagée de

Sartre. Para él, sus ideas respondieron a su manera a las preguntas “¿Qué escribir?, ¿Por

qué escribir?, ¿Para quién se escribe?”, que se formulara Sartre en el libro ¿Qué es la

literatura? (1948); preguntas acerca de lo que entraña el acto de escribir, la

responsabilidad social del escritor y la relación del escritor y la obra con el público. Así,

sus respuestas a estas preguntas se pueden deducir a partir de una de las certezas de

Larra sobre la creación literaria, expuesta en la crítica de la obra teatral “Margarita de

Borgoña, drama nuevo en cinco actos” de Alejandro Dumas, en la que sostiene: “la

literatura no puede ser nunca sino la expresión de la época” (Larra, 2008c) –que

guardando las distancias será una de las tesis centrales de Sartre, cuando afirme: “Para

nosotros el escritor no es Vestal ni Ariel; corre un riesgo, haga lo que haga; está

marcado, comprometido hasta su más lejano retiro. (…) está en situación dentro de su

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época; cada una de sus palabras tiene resonancias” (Sartre, 1981: 9)–, Goytisolo, en este

ensayo, va a distinguir dos categorías de escritores con la intención de ubicar a Fígaro

como un escritor comprometido (Cfr. Goytisolo, 2005a: 21). En una primera categoría,

sitúa a los escritores “intemporales”, que se dirigen al hombre eterno, inmutable,

desvinculado del tiempo y de la sociedad en la que viven. Categoría de escritores común

a todas las literaturas nacionales pero que en España, según su opinión de entonces –que

cambiará radicalmente de acuerdo con la evolución de su pensamiento literario bajo la

influencia de los estudios historiográficos de Américo Castro y Marcel Bataillon, como

se verá más adelante– estaría representada por una línea que va “desde Santa Teresa a

Calderón, desde San Juan de la Cruz a J.R. Jiménez” (Goytisolo, 2005a: 21), autores en

cuyas obras la espiritualidad alcanza perfecta expresión verbal. Línea en la que

Goytisolo ubica de manera crítica, y estableciendo un abierto contraste con Larra, a

Unamuno, para quien, según su criterio, la realidad ineludible de la condición humana,

sin ninguna referencia al aquí y al ahora, es la soledad que lo condena eternamente a la

angustia (Cfr., Goytisolo, 2005a: 22). Comparación que le sirve de ejemplo para

demostrar la actitud distinta hacia la literatura y la vida de los dos escritores, que

representan cada una de las categorías que expone. En su criterio, a pesar de que Larra

padeció el sentimiento de soledad y angustia que Unamuno describe en su obra como la

condición trágica de lo humano, no sucumbió a este sentimiento como una aceptación

ciega y sumisa de un pathos. Por el contrario (Cfr. Goytisolo (2005a: 23), Larra luchó

con todas sus fuerzas y sucumbió tras un duro combate; en este sentido, su suicidio fue

el resultado de una serie de circunstancias históricas, sociales y personales, no fruto de

la soledad radical del hombre que describiera Unamuno. Coincide de esta manera con

una opinión extendida acerca de la muerte de Larra que ve en él, en términos de Artaud,

al suicidado de la sociedad. Así, para Antonio Machado, el suicidio de Larra fue “un

acto maduro de voluntad y conciencia (…) se mató porque no pudo encontrar la España

que buscaba, y cuando hubo perdido toda esperanza de encontrarla” (apud Escobar,

2008) y, en igual sentido, para Eduardo Haro Tecglen a Larra “le mató la sociedad”

(apud Escobar, 2008).

Para Goytisolo (2005a: 22), Fígaro pertenece, al contrario, a otra línea de

escritores opuesta a aquellos “intemporales” que persiguen un absoluto desvinculado

del curso de la historia, a una línea de la tradición literaria española en la que ubica al

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autor anónimo del Lazarillo y a Quevedo, a Fernando de Rojas y a Cervantes; escritores

comprometidos con su época, que buscan proporcionar una imagen del hombre siempre

concreta, situada dentro de una perspectiva histórica y ligada inextricablemente al

medio social (Cfr. Goytisolo, 2005a: 22); escritores que describen, en palabras del

propio Larra, al hombre “no como debe ser, si no como es, para conocerle” (Larra,

2008). En el ensayo arriba mencionado sobre la literatura española, el mismo Larra

expone su reconocimiento hacia las obras de Cervantes y Quevedo, y formula una

crítica de la literatura mística del Siglo de Oro, por su afán de eternidad y absoluto, por

dirigirse a un hombre en general y no al hombre inmerso en la sociedad en la que vive

(Cfr. Larra, 2008b). Crítica aceptada, en una primera época, por Goytisolo, tanto en sus

reflexiones iniciales de Problemas de la novela (1959), en donde, no lo olvidemos, para

valorar la herencia de la picaresca y encomiar el realismo como ejemplo de literatura

nacional –acorde con el programa de la novela social que caracterizó la generación del

medio siglo– condena el idealismo y la abstracción de la literatura mística (Cfr.

Goytisolo, 1959: 89-94). Al igual, en este ensayo sobre Larra, al insistir, influenciado

por las ideas de Sartre, que el escritor se debe a su sociedad y a su tiempo, y debe

escribir sólo para sus contemporáneos consciente de su contingencia (Cfr. Goytisolo,

2005a: 23), y asimismo influenciado por las propias ideas de Larra en el artículo

mencionado, subestima una vertiente de la literatura española que incluye los nombres

de Fray Luís de León, Santa Teresa y San Juan de la Cruz, apreciación que cambiará en

su ensayística posterior.

Aunque es preciso señalar que la fidelidad a la época pregonada por Goytisolo

en sus reflexiones, que cada escritor debe observar si quiere cuidarse de no caer en una

actitud escapista, como una característica de la literatura comprometida, no implica la

conformidad con la época o, mejor, una aceptación ciega y pasiva de ella. El propósito

de Goytisolo en este ensayo, hay que insistir, es resaltar la dimensión intelectual de

Larra, su actitud liberal y progresista, para afirmar la necesidad de una responsabilidad

del escritor frente a la sociedad, con un sentido crítico e independiente, y es en este

aspecto que le interesa establecer los rasgos que son comunes tanto a la época de Larra

como a los últimos años del franquismo. Por lo tanto, es claro en señalar que Larra fue

un español del siglo XIX, que se dirigió siempre a sus contemporáneos, que no estuvo

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de acuerdo con la realidad española que le correspondió vivir y que “la describió

crudamente, para transformarla (Goytisolo, 2005a: 22).

La lectura sartreiana de las ideas literarias de Larra, considerándolo un escritor

históricamente situado, comprometido con la sociedad y la época, le va a servir a

Goytisolo para profundizar en la relación de Larra con el público; señalando cómo Larra

escribió para sus contemporáneos, promoviendo una cultura nacional frente a las

corrientes foráneas. Fue el mismo Larra quien sostuvo la idea de que cada sociedad

desarrolla una literatura que la expresa, en correspondencia con el grado de civilización

en que se encuentre; para Fígaro, en aras de solucionar los problemas propios de una

sociedad determinada y de su expresión literaria, no tenía ningún sentido adoptar

fórmulas extranjeras (Cfr. Goytisolo, 2005a: 23-24).

Goytisolo muestra, además, cómo Larra se enfrentó a la censura de su época con

un valor, una fe y una responsabilidad inusitadas. De manera franca, a través de la

sátira, y de manera disimulada, para burlarla, a través de su ironía. En este punto, con

una intención didáctica que pretende acercar a Larra a un lector contemporáneo,

establece una analogía con Bertold Brecht (Cfr. Goytisolo, 2005a: 25), en especial a

partir del ensayo de éste “Las cinco dificultades para quien escribe la verdad”, que, en

criterio de Goytisolo, es la ilustración viva de la obra emprendida por Larra. Bretch, en

este texto señala que el escritor que se enfrenta a unas fuerzas coercitivas y represivas

en la sociedad que le corresponde vivir, necesita valerse de toda su astucia para poder

dar cuenta de la verdad sin que sea censurado. Larra, subraya Goytisolo, adelantándose

a Bretch, fue un maestro en el empleo de la ironía, “burlona a trechos, y a trechos

amarga” (Goytisolo, 2005a: 26), así como en el empleo de la sátira; estaba convencido

de que la sátira, por más negativa o maligna que parezca la actitud del escritor satírico,

era el medio idóneo para criticar los abusos en la sociedad. Lo que viene a corroborar la

afirmación anterior de Goytisolo de que Larra describe crudamente la realidad con el

ánimo de transformarla. Como señala Vicente Llorens, Larra creía en la “perfectibilidad

del hombre y, por lo tanto, en la marcha progresiva del género humano” (Llorens, 1980,

362) y consideraba que la literatura era un medio idóneo para ello. Goytisolo en este

ensayo indica, asimismo, que la sátira es a la vez el recurso que emplea Fígaro para

emprender, a pesar de su corta existencia, una obra de desmitificación de una realidad

idealizada por un tradicionalismo a ultranza, con el fin de “restituir su verdadero valor a

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los nombres como a los hechos o a las palabras” (Goytisolo, 2005a: 26). Resalta esa

labor desmitificadora de Larra, con la cual se identifica plenamente, porque está seguro

de que la crítica y la denuncia de un sistema intelectualmente opresor, “comienza

necesariamente con la negación de su estructura semántica” (Goytisolo, 2005a: 26). La

obra literaria y ensayística de Goytisolo a partir de este momento, con Señas de

identidad (1966) y El furgón de Cola (1967), confirmará esta intención de deshacer

desde la literatura de las interpretaciones fabulosas y rancias de la historia y la cultura

española, teniendo como uno de sus referentes intelectuales la mordacidad de Fígaro.

La lectura que hace Goytisolo de la obra de Larra le sirve también para aclarar el

malentendido de algunos historiadores que han interpretado la obra satírica de éste

como la faceta más propia de un escritor incrédulo y cínico, fatalista y catastrófico (Cfr.

Goytisolo, 2005a: 27). Insiste en señalar, por el contrario, la fe en la humanidad

presente en los escritos de Larra, quien entendió “la lucha política como el auténtico

campo de aplicación moral” (Goytisolo, 2005a: 27), con una concepción profunda, nada

ingenua, del devenir histórico de la humanidad. Prueba de esa confianza en la

perfectibilidad del destino humano lo es asimismo la idea de la literatura enfatizando su

carácter útil y progresivo dentro del espíritu de la modernidad, como cause expresivo

del progreso humano. Este concepto útil y progresivo de la obra literaria, a pesar de

entrañar el compromiso del escritor, su responsabilidad con la sociedad y la época a la

que pertenece, no puede confundirse con la idea de una literatura dirigida, que surge

cuando se trata de infundir una motivación sectaria a la creación literaria, poniéndola

como bandera a favor de intenciones ajenas a su especificidad, como un medio

instrumental al servicio de una causa política, sino que implica, como afirma Larra, el

carácter de una literatura: “hija de la experiencia y de la historia y faro, por tanto del

porvenir; estudiosa, analizadora, profunda” (Larra, 2008b). Pero para Goytisolo la

concepción moderna de la literatura profesada por Larra, lejos de todo dirigismo, sí

implica la necesidad de anteponer a la visión estética una actitud ética cuando, frente a

una situación determinada, estos dos términos entran en conflicto. Por ejemplo, cuando

el progreso económico y moral de una sociedad trae consigo dejar de lado ciertos

valores que el arte y la literatura se empeñan en resaltar, muchas veces de manera

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costumbrista o folclórica27. Lo cual significa que las repercusiones de la desmitificación

emprendida por Larra, renovada como proyecto intelectual por el autor de El furgón de

cola, se dirige no sólo contra el inmovilismo de un tradicionalismo ortodoxo, apoyado

en la creencia que los españoles poseen un destino particular privilegiado por fuera del

devenir histórico, social y económico sino, también, contra los romanticismos de

izquierda que, desde una orilla ideológica contraria, se empeñan en defender unos

valores como la honra, el pundonor, el desinterés, el orgullo del pueblo español

presentes en sus manifestaciones culturales, en su folclor, en sus costumbres, y que,

para la época de este ensayo, eran reivindicados sobre todo por la visión vitalista de una

intelectualidad progresista europea, en contacto con España por el auge del turismo, que

veía en ellos las virtudes del alma de un pueblo, perdidas ya en el Viejo Continente por

el ritmo acelerado de la industrialización. Para Goytisolo (2005: 29) esta concepción de

los hechos maquillaba con una retórica humanista una visión profundamente

reaccionaria. Así, el carácter moderno de la literatura profesado por Larra y defendido a

comienzos de los años sesenta por Goytisolo, resaltando el compromiso político del

escritor –en unas circunstancias históricas que más adelante se precisarán cuando

abordemos el ensayo “La literatura perseguida por la política”, que hace parte de este

mismo volumen– anteponía, con un criterio ético, el progreso social, en el sentido

ilustrado del término, a cualquier tipismo estético, folclórico o costumbrista, esteticista

o cosmopolita, de izquierdas o de derechas.

Para concluir su reflexión sobre la vigencia de Larra en el contexto de la

sociedad española de la última fase del franquismo, Goytisolo (2005a: 30-31) se detiene

a explicar la relación que existe, según su criterio, entre el pesimismo de Larra y la

sociedad de su tiempo, estableciendo una relación de causalidad entre la melancolía que

le llevó al suicidio y el mundo que le rodeaba; melancolía cifrada en las demoledoras

palabras de Fígaro en el artículo “Horas de invierno”, publicado poco antes de su

muerte:

27 Goytisolo ejemplifica así este dilema a partir de las corridas de toros: “si la belleza de la corrida supone un régimen de latifundio responsable de la miseria del brasero andaluz; si el brillo del sol sirve de justificación a nuestra pereza, en buena hora desaparezcan sol y toros. Los españoles debemos aprender a prescindir de ellos. Dejemos a otros guardianes y cicerones el privilegio de vivir de sus ruinas y ocupémonos nosotros en despejar nuestro mañana” (Goytisolo, 2005a: 28-29).

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Escribir en Madrid es llorar, es buscar voz sin encontrarla, como en una

pesadilla abrumadora y violenta. Porque no escribe uno siquiera para los suyos.

¿Quiénes son los suyos? ¿Quién oye aquí? ¿Son las academias, son los círculos

literarios, son los corrillos noticieros de la Puerta del Sol, son las mesas de los cafés, son

las divisiones expedicionarias, son las pandillas de Gómez, son los que despojan, o son

los despojados? (Larra, 2008d)

Relación causal entre la actitud pesimista del intelectual y la sociedad que, para

alguien como Goytisolo –nacido en 1931, cuya infancia transcurrió en el espacio hostil

de la guerra civil y se formó intelectualmente en la adversidad de la cerrazón de espíritu

de la dictadura de Franco– no resultaba extraño establecer, debido a la similitud

histórica que encontraba entre su propia época y el tiempo conflictivo que le

correspondió en suerte al autor de “Días de difuntos de 1936”. La conclusión de

Goytisolo (2005a: 30-31) es contundente: a lo largo de la historia, la sociedad española,

se ha caracterizado por su intolerancia hacia los intelectuales, a quienes condena de

tanto en tanto al silencio o al exilio, privándolos, a veces, de patria y otras de libertad, y

casi siempre estableciendo obstáculos para el ejercicio digno de su actividad (Cfr.

Goytisolo, 2005a: 30). Esta intolerancia hacia el pensamiento crítico produce, por lo

general, un divorcio entre el intelectual y la realidad que percibe, entre su visión de los

hechos y la visión oficial, entre la fachada y la realidad profunda de los acontecimientos

y lo lleva, en muchos casos, a perder la confianza en sí mismo y a doblegarse ante la

presión vivida:

El problema que se le plantea a un intelectual español dotado de sensibilidad

social como Larra es, pura y simplemente, el de no enloquecer. Un día habrá que

estudiar bajo este aspecto la vida de algunos de nuestros hombres más ilustres y

descubriremos que muchos gestos, en apariencia inexplicables, resultan claros cuando

los consideramos como reacciones de defensa o abandono frente a la invasión de la

locura (Goytisolo, 2005a: 30).

Sin embargo, a pesar del pesimismo de Larra y de su suicidio temprano,

Goytisolo, a comienzos de los años sesenta, encuentra en la obra de aquel un ejemplo de

actitud intelectual frente a la sociedad y un ejemplo de fe y esperanza de un futuro

mejor, por utópica que esta expectativa pueda resultar a los ojos de un intelectual de la

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segunda mitad del siglo XX. Así termina su ensayo, insistiendo en la necesidad de

relevar a Larra en el proyecto intelectual, con base en un pensamiento crítico, de

contribuir a construir una España mejor (Cfr. Goytisolo, 2005a: 31).

Ahora bien, luego de dar cuenta de los principales aspectos de la reflexión del

autor de El furgón de Cola sobre la vigencia intelectual de Mariano José de Larra, es

preciso resaltar dos puntos de esta reflexión, en nuestro interés de derivar una poética de

su obra ensayística, tanto para apreciar los cambios sustanciales hacia ciertos fenómenos

literarios conforme el paso del tiempo y conforme va profundizando en el conocimiento

histórico de los mismos –y la manera en que los va integrando en su reflexión teórico-

ensayística y en provecho de su creación novelística– como para llamar la atención

sobre los logros ya alcanzados en su concepción literaria de entonces, que se

mantendrán como una invariante de su visión de la literatura a lo largo de toda su

trayectoria. El primer punto, con una mirada global a la evolución de su pensamiento

literario, consiste en señalar las limitaciones e insuficiencias de su crítica de aquel

momento de la literatura mística, por considerarla desligada de los imperativos del aquí

y del ahora, de la necesaria relación de la obra literaria con su época, proclamados,

básicamente, por la teoría sartreiana de la literatura comprometida. En este sentido el

ensayo está influenciado todavía por aquellas consideraciones perentorias y

programáticas dominantes en su primer libro de ensayos, Problemas de la novela

(1959), a las que ya hicimos mención cuando nos ocupamos de los ensayos “La

picaresca, ejemplo nacional” y “La herencia de la picaresca”, que hacen parte de este

volumen. No se trata ahora de volver a insistir en que su crítica carece de un apoyo

historiográfico que le hubiera permitido esclarecer la importancia de la literatura

mística, más allá de las opiniones generalizadas y apriorísticas de un primer momento, y

para entender cómo la presencia del espiritualismo oriental y del humanismo hispano-

semita, elementos fundamentales de la configuración de la identidad cultural española,

incidieron para que esta literatura calara profundamente en la realidad humana de su

época y subvirtiera, a su manera, un orden religioso asfixiante, abriéndolo hacia un

ecumenismo mayor (Cfr. Márquez Villanueva, 1998: 32-41). Este conocimiento sólo lo

alcanzará el autor más tarde, al entrar contacto con los estudios historiográficos de

Américo Castro, que serán vitales para en su propio proyecto desmitificador de la

supuesta identidad española basada en una esencia ahistórica, y cuando realce, por el

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contrario, la singularidad artística y literaria de España a partir del aporte cristiano,

musulmán y judío (Cfr. Goytisolo, 1995a: 269-275); tal crítica sería injusta con los

logros alcanzados en la trayectoria literaria e intelectual por el mismo Goytisolo. En esta

oportunidad pretendemos sólo subrayar que, la crítica de Larra a la tradición espiritual

de la literatura española, bajo la certeza de que “la literatura no puede ser nunca sino la

expresión de la época” (Larra, 2008c), y aquélla –la literatura mística– en su afán de

dirigirse al hombre eterno e inmutable, no lo era, cuestionamiento que asume Goytisolo

con el fin de distinguir y privilegiar a los escritores comprometidos de los que no lo son,

e incluir dentro de estos últimos una línea de la literatura española infravalorada por él,

para entonces, que va de Santa Teresa a Calderón, de San Juan de la Cruz a Juan Ramón

Jiménez, línea a la que pertenecería Unamuno (Cfr. Goytisolo, 2005a: 21-22), obedece a

un período de fuerte politización de la literatura y de sobredimensión de su función

social –propio de la llamada generación del medio siglo (Cfr. Sanz Villanueva, 1980:

331-337)– y en un ámbito de secularización de la sociedad abierto por la modernidad

occidental. Pero, esta crítica de la literatura mística, adolece además de una visión

reducida de lo que significa la experiencia literaria como “expresión de una época”.

Desconoce uno de los aspectos que precisamente más enriquecerán la reflexión literaria

de Juan Goytisolo con posterioridad, como es la vinculación de la obra literaria al

concepto del gran tiempo de la cultura, siguiendo la reflexión teórica al respecto de

Mijail Bajtin (2003: 346-353).

En la “Respuesta a la pregunta hecha por la revista Novy mir” de 1970, el gran

teórico ruso, con una visión muy clara de los estudios literarios y una extraordinaria

capacidad de síntesis, plantea la necesidad de establecer una relación directa y estrecha

entre la ciencia literaria y la historia de la cultura, ya que el fenómeno literario es parte

inalienable de ésta y no puede ser comprendido “por fuera del contexto de toda la

cultura de una época dada” (Cfr. Bajtin, 2003: 347). Y, en este sentido, sostiene que, en

el estudio de la literatura, debe privilegiarse esa relación con la historia de la cultura y

evitar los acercamientos estrechos que desconocen la unidad cultural global de la época

donde la obra nace a la vida. Acercamientos que en muchas oportunidades incurren, o

bien en un estrecho sociologismo, que al resaltar los determinismos socioeconómicos

separa el texto literario del resto de la cultura, sin considerar que los factores

socioeconómicos inciden en la totalidad de la cultura y a través de ella en la obra

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literaria; o bien, en un tratamiento demasiado específico del fenómeno literario,

formalista, aislando el texto de sus relaciones y dependencias mutuas con otras zonas de

la cultura. Pero Bajtin advierte además que los procesos de formación cultural, a los que

la obra literaria pertenece y de los que es su resultado, son complejos y de largo alcance,

se consolidan a través del paso del tiempo, y comprenden tanto los aportes de la cultura

popular como de los aportes de las formas discursivas vivas más elaboradas –géneros

literarios, formas de pensamiento, etc.– que se transmiten a lo largo del tiempo. Por eso,

para el autor de La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento (1987), es

imposible estudiar la literatura de manera separada de toda la cultura de la época, pero

es incluso más perjudicial reducir el fenómeno literario a la única época de su creación.

Y este es el punto a subrayar para controvertir la crítica de Larra a la literatura mística y

la lectura que de ella hace Goytisolo en su defensa de la literatura comprometida.

Distante de la posición que sostiene que la literatura no es sino la expresión de una

época, Bajtin afirma: “Una obra literaria (…) se manifiesta ante todo en la unidad

diferenciada de la cultura de su época de creación, pero no se puede encerrarla en esta

época: su plenitud se manifiesta tan sólo dentro del gran tiempo.” (Bajtin, 2003: 348).

Este tiempo es el de la cultura –“el proceso único (aunque no lineal) de formación de la

cultura de la humanidad” (Bajtin, 2003: 351)– conformado por unidades diferenciadas,

no cerradas ni plenamente consumadas sino abiertas, en interrelación dialógica con las

demás, que son cada uno de los determinados periodos históricos. Este gran tiempo

implica que las grandes obras literarias se configuran a través de los siglos, a través de

un largo y complejo proceso de maduración que tienen sus raíces en el pasado y que no

se agota en la actualidad donde la obra nace a la vida, sino que se proyecta al futuro de

la humanidad. Al nacer al tiempo de la cultura, con cada nueva época, las obras

literarias adquieren nuevos significados que en un principio permanecían latentes dentro

de su estructura semántica, y que son descubiertos con las diferentes lecturas que de ella

hace la posteridad. Bajtin (2003: 350), sin embargo, aclara que estudiar la obra literaria

desde su pertenencia al gran tiempo de la cultura no significa que la época

contemporánea del autor deba subestimarse, ella conserva toda su importancia, en

muchos casos decisiva, pero sólo alcanza su plenitud de sentidos dentro de la

perspectiva del gran tiempo.

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El concepto del gran tiempo será la raíz o el terreno abonado de lo que más tarde

Goytisolo (1995a: 11) llamará el “Árbol de la literatura”, imagen con la que busca

definir el contenido de lo que, luego de recapitular sobre su oficio a través de largos

años de permanente exploración, entiende por literatura, y le permite establecer sus

conexiones con la cultura y la sociedad, como más adelante se verá. Pero ahora, una vez

esclarecida la pertenencia de la obra literaria al gran tiempo de la cultura, según la

reflexión teórica de Bajtin, nos interesa señalar que la crítica de Goytisolo a la literatura

mística, en la primera época de su formación literaria e intelectual, así pretendiera

afirmar el compromiso social del escritor por encima de cualquier concepción

metafísica del arte como una consecuencia del proceso de secularización de la sociedad

y de la cultura en la modernidad, revelaba la falta de un contacto directo, de un

conocimiento de primera mano de los clásicos de la literatura mística del Siglo de Oro.

Goytisolo, a finales de los años cincuenta y comienzos de los años sesenta del siglo

pasado, como se corrobora en Problemas de la novela (1959) y en este ensayo sobre

Larra, ignoraba que la literatura mística no sólo era expresión de su época sino que

estaba anclada en el gran tiempo de la cultura, conocimiento que sólo podría brindar el

contacto directo con ella. Su crítica desconocía el hondo problema humano que

encerraba esta expresión literaria nacida en una “edad conflictiva”, según términos de

Américo Castro (1961), y no alcanzaba a percibir que ella fue, en muchos casos, una

actitud humana de protección y refugio ante una férrea ortodoxia eclesiástica y estatal;

el cauce de expresión apropiado que encontró un cristianismo sincero frente al drama de

los conversos, la limpieza de sangre y la persecución inquisitorial, en la compleja

sociedad hispánica de aquel momento28; era la expresión literaria de una manera distinta

de entender la vida religiosa, como amor evangélico y aventura interior, siguiendo la

senda del erasmismo y no como férula social y mental (Cfr. Laín Entralgo, 1971: 14-

15). Y desconocía además que, esta literatura mística, fue el resultado de un largo

período de sedimentación en el gran tiempo de la cultura, de un complejo proceso de

mestizaje cultural a través del tiempo, en el que confluyeron elementos de la poesía

latina y castellana, de la tradición religiosa europea y de la tradición literaria semita en

28 Así, en el caso concreto de Santa Teresa, tal vez resulte difícil alegar una relación de causalidad entre su misticismo y su conciencia de pertenecer a una familia de conversos pero, como sostiene Américo Castro (1961: 191-192), si es factible considerar que la pasión espiritual con la que se entregó a Dios y a su defensa le sirvieron de resguardo frente al ataque indiscriminado e injusto de aquellos que buscaban huellas de judaísmo en quienes eran ejemplo de cristiandad.

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la doble vertiente bíblica y musulmana, con el espiritualismo oriental de la mística sufí

y el humanismo hispano-hebreo. Al configurarse en el gran tiempo de la cultura, la

literatura mística enriqueció el lenguaje literario de su época con una profusión grande

de imágenes e innovaciones retóricas y estilísticas, e incorporó también al léxico

literario vocablos procedentes del lenguaje cotidiano, a causa del origen humilde de

muchos de sus cultores (Cfr. Thompson, 1977). Sin embargo, en este punto, es

necesario de nuevo advertir que la posición inicial de Juan Goytisolo en relación con la

literatura mística será revalorada completamente y, por el contrario, su familiaridad

posterior con esta vertiente de la literatura española, el profundo conocimiento que de

ella alcance, estrechando sus vínculos con la cultura islámica, la apropiación de su

legado con fines creativos en su obra novelística, serán hechos fundamentales en la

configuración ulterior de su poética y de su definición de la literatura como una morada

de múltiples aposentos en la que se puede “preferir unos a otros sin desahuciar a nadie”

(Goytisolo, 2005b: 15).

Pero en nuestro interés de establecer una poética del autor que dé cuenta de la

evolución de su obra ensayística, es necesario anotar también que, ligado a lo anterior,

hay un aspecto que debe considerarse como el logro mayor de este ensayo. Las falencias

señaladas en su crítica inicial a la literatura mística, falencias que, por otro lado,

subsanará a partir del conocimiento directo de los escritores del Siglo de Oro en cuyas

obras la espiritualidad “alcanza perfecta expresión verbal” (Goytisolo, 2005a: 22), y de

su familiaridad con los estudios historiográficos de Américo Castro, que restauran el

nicho vital de esa expresión literaria, no tienen un peso argumental suficiente dentro del

ensayo para descartar la importancia de la concepción moderna de la literatura allí

expuesta. Noción que Goytisolo descubre en la obra de Larra y hace suya al señalar su

vigencia y al insistir en la necesidad de mantener la continuidad de su proyecto

intelectual. Idea de la literatura que Larra vislumbró y exigió como expresión del mundo

moderno y definió, recordemos, así:

(…) una literatura hija de la experiencia y de la historia y faro, por tanto del porvenir,

diciéndolo todo en prosa, en verso, al alcance de la multitud ignorante aún (…); enseñando

verdades a aquellos a quienes interese saberlas, mostrando al hombre no como debe ser,

sino como es, para conocerle; literatura, en fin, expresión toda de la ciencia de la época, del

progreso intelectual del siglo (Larra, 2008b).

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Tal concepción de la literatura dentro del proyecto moderno de una reforma

civilizatoria, se apoya en la función cognoscitiva y, a la vez, en la capacidad crítica de la

obra literaria: mostrar al hombre como es, para conocerle, sin eludir en sus más altas

tentativas el imperativo de ser expresión del progreso intelectual y de la riqueza cultural

de una época. Larra comprendió la función crítica de la literatura dentro del proyecto de

una renovación intelectual de la España de su tiempo y la ejerció, con valor y entereza, a

través de la sátira y la ironía que hay en sus escritos. Goytisolo, en su afán de relevarlo

en su empresa intelectual, se ubica dentro de la vertiente crítica de la literatura española

contemporánea que tiene en Larra a uno de sus modelos. Así, volviendo al tema

anterior, para culminar el análisis de este ensayo, las insuficiencias del cuestionamiento

a la literatura mística del Siglo de Oro, desligada de su contexto vital, debe entenderse

más que a las obras mismas y a sus escritores, a la utilización que de ellas se ha hecho

por parte de una tradición intelectual conservadora con una idea metafísica de la

literatura y la historia, que soporta la identidad de España en unos supuestos valores

esencialistas y católicos. Es decir, la crítica de Larra que recoge Goytisolo obedecía al

proyecto desmitificador de una visión tradicionalista, cerrada de la historia y la cultura

de España.

3.3. Escribir en España. Los escritores españoles frente al toro de la

censura. La literatura perseguida por la política.

Los siguientes tres ensayos de El furgón de cola (1967), “Escribir en España”, “Los

escritores españoles bajo el toro de la censura” y “La literatura perseguida por la

política”, tienen el común denominador de ser un diagnóstico de la situación del escritor

español en la década de los años sesenta del siglo pasado, sometido a los mecanismos

de control del franquismo. Hecho que permite analizarlos desde una perspectiva

unitaria.

De Problemas de la novela (1959) al Furgón de cola (1967) la escritura ensayística

de Juan Goytisolo se ha enriquecido de manera evidente. Sus reflexiones son ahora más

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extensas, con una mayor profusión de ideas y un tratamiento más exhaustivo de los

asuntos tratados. Si bien sus textos se han vuelto más complejos, no pierde por ello la

claridad expresiva que caracteriza su fidelidad a una voluntad de estilo. Un ejemplo de

ello es el ensayo “Escribir en España” en donde, con un tono decididamente irónico y

un alto grado de ingenio literario, expone las “ventajas” del franquismo para los

escritores españoles de la posguerra (Cfr. Goytisolo, 2005a: 33); afirmando lo

provechoso que puede resultar tanto para la creación artística como para la definición de

una vocación literaria sólida, el hecho de que los escritores se vean obligados a afrontar

y superar los mecanismos de control social estatuidos por el régimen. El ensayo es, así,

una crítica cáustica, con constantes referencias a Mariano José de Larra, de la situación

del escritor en el franquismo cuando, al contrario de la libertad que gozaban los

escritores en las sociedades modernas y democráticas de los demás países europeos, les

tocaba enfrentarse a la censura previa del Ministerio de Información y Turismo; a la

dificultad de tratar con una prensa controlada y dirigida por el régimen y a la adversidad

de vivir en una sociedad inflexible, anquilosada en el tiempo.

Goytisolo comienza el ensayo con dos citas previas. La primera, le sirve de

epígrafe e indica de manera indirecta el sentido irónico en el que quiere enmarcar su

reflexión. Es del Abate Marchena (1768-1821), el complejo liberal ilustrado español,

traductor de Rousseau y Voltaire, que en su tiempo atribuyó las causas de la decadencia

nacional a la responsabilidad del poder civil y eclesiástico, y a quien don Marcelino

Menéndez y Pelayo distinguió con un capítulo de su Historia de los heterodoxos

españoles (1883-1884). La cita está extraída del Manual de inquisidores (1819) y alude

de manera sarcástica a las “utilidades” que implicó el Santo Oficio en la historia

española (Cfr. Goytisolo, 2005a: 32). La segunda cita es la transcripción de la opinión

de un escritor francés, a quien deja en el anonimato, quien expresa un punto de vista

polémico que le sirve a Goytisolo –a la manera de recurso dialógico, entendido como el

enunciado que permite una respuesta o réplica (Cfr. Bubnova, 1996: 17)– para sustentar

el sentido de su argumentación: la crítica, a través de la ironía, de los mecanismos de

control del régimen sobre la creación literaria. Al contrario de un razonamiento fundado

en una sana lógica, el escritor francés aludía a las ya mencionadas ventajas de la censura

para la creación literaria, ayudando a definir vocaciones sólidas y a formar espíritus

rebeldes y audaces. Esta opinión, en una primera instancia, es rechazada de plano por

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Goytisolo (2005: 32-33) por su inconsistencia, pero, luego, le permite desplegar su

ingenio para reparar sobre las posibles verdades que encerraría si se analizara desde un

punto de vista irónico. Como el señalado por el Abate Marchena o por Larra con su

visión aguda y satírica de la sociedad y los gobernantes de su época.

El tono irónico utilizado por Goytisolo para describir la situación del escritor en

el régimen franquista con la vigencia de la censura previa, la injerencia de una prensa

controlada y el enfrentamiento con una sociedad hostil, está expresado de manera

singular en el siguiente pasaje:

Si la existencia de la censura varias veces centenaria y admirablemente

adaptada a las exigencias de nuestro tiempo, si el imperio de una prensa en la que lo que

“no se debe decir” no se puede decir, si el contacto con la sociedad más intolerante del

mundo con sus intelectuales y sus escritores son elementos provechosos y útiles para el

desenvolvimiento de la creación artística, no cabe la menor duda de que los españoles

gozamos no sólo de una situación privilegiada sino, añadiría yo, verdaderamente única.

Pocos países, en efecto, pueden ofrecer tales ventajas (Goytisolo, 2005a: 33)

Sin embargo a pesar de la ironía que recorre toda su argumentación, el ensayo

expresa también unas cuantas verdades amargas. Así, sostiene que si bien los españoles

no se pueden enorgullecer de sus instituciones políticas y de las estructuras económicas,

en cambio, sí lo pueden hacer de la eficiencia de sus policías y censores (Cfr. Goytisolo,

2005a: 33). No es difícil advertir entonces que Goytisolo utiliza el recurso de la ironía

en el mismo sentido recomendado por Bertold Brecht en “Las cinco dificultades para

quien escribe la verdad”, texto al que se hizo mención en el ensayo anterior, cuando el

mismo lo relacionó con la obra de Larra y que le permitió concluir: “Como diría Brecht,

Fígaro condena la libertad y el espíritu crítico, pero los condena mal…” (Goytisolo,

2005a: 25). Tal afirmación puede aplicársele al mismo Goytisolo en este ensayo.

Su sátira del franquismo, al describir la situación del escritor para mostrar

irónicamente lo que significó escribir en España, está soportada en tres puntos

estrechamente relacionados entre sí. Primero, la continuidad del sistema de la censura a

través de la historia española. De Torquemada al Departamento de Orientación y

Consulta del Ministerio de Información y Turismo; de la quema de escritores en la plaza

pública (siglo XVI, XVII, y XVIII) y sus obras (siglo XIX) a la censura previa del

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franquismo, la institución censora no perdió su vigencia; se adaptó a las complejidades

de la nueva época, haciéndose más sutil y menos sangrienta, pero sin perder su eficacia

(Cfr. Goytisolo, 2005a: 33-34). En este punto describe el modus operandi del control

ejercido por el Ministerio de Información y Turismo frente a las obras literarias. Su

composición, principios rectores y materia de aplicación (la “improcedencia” del

erotismo, los amores ilícitos, las ironías a la religión y las críticas al orden existente). El

objetivo rector de velar por el cumplimiento de la moral católica y la defensa de los

intereses del Estado, y de persuadir a los escritores para elegir temas correspondientes a

la observancia de los intereses custodiados, privilegiando siempre un estilo realista (Cfr.

Goytisolo, 2005a: 34). El segundo punto, se refiere a la participación de la prensa en la

vida cultural. Su falta de independencia y sometimiento al régimen. La manera cómo a

través de las revistas culturales subvencionadas por el Estado, la prensa colaboró con la

censura en una labor de “saneamiento” (Goytisolo, 2005a: 35) moral y cultural. Su

actitud ambivalente frente a los escritores según se tratara de autores adaptados a las

exigencias morales y sociales del franquismo o de autores críticos y disidentes –frente a

los primeros imperó el halago indiscriminado, frente a los segundos el silencio y la

indiferencia, el ninguneo y el ostracismo–. Actitud de la prensa que, en última instancia,

se traducía en la estabilidad o inestabilidad material de los escritores, dependiendo de su

reconocimiento y promoción social o de su rechazo y marginalidad (Cfr. Goytisolo,

2005a: 36-37). Y el último punto de esta crítica mordaz se extiende a la sociedad

española de aquel momento. Para él, la censura y la docilidad de la prensa sólo eran el

resultado de esta sociedad. Denuncia así, la intolerancia de la sociedad en el franquismo

frente a la creación literaria y artística y a cualquier actividad intelectual. Expone cómo

se llegó al extremo de dividir a los escritores entre socialmente “sanos” o “enfermos”

dependiendo de su adaptación o inadaptación al régimen. La vieja e inmutable sociedad

para la que no pasan días, que no logra describir sin remitirse, de nuevo, a las palabras

de Larra. (Cfr. Goytisolo, 2005a: 37). Para demostrar el rechazo de la sociedad española

hacia los escritores inconformes, alude al sacrificio y exilio de los más grandes poetas

del siglo XX. A la muerte de Lorca y Miguel Hernández, al drama del exilio de

Machado, Salinas, Cernuda, de Alberti, Guillén, Bergamín. Y al hecho paradójico de

que una sociedad hostil con los poetas vivos, rinda honores generosos a los poetas

muertos, cuyas obras pretende luego oficializar. De nuevo, Lorca y Hernández,

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Machado, Juan Ramón Jiménez y Cernuda le sirven de ejemplo (Cfr. Goytisolo, 2005a:

38). El ensayo termina con una identificación personal con los escritores enfermos. Se

llama así mismo un escritor crónico e incurable (Cfr. Goytisolo, 2005a: 39). Y lleva su

ironía al límite del sarcasmo al sostener que en la España franquista, la mejor posición

que puede asumir un escritor, es aspirar a la gloria y al reconocimiento y callarse. Con

su ironía sin embargo estaba afirmando lo contrario, la necesidad de preservar el espíritu

crítico, intelectual y artístico, para colaborar así al progreso social, a la consolidación de

una sociedad moderna.

El siguiente ensayo, “Los escritores españoles frente al toro de la censura”, es la

contraparte seria, sin la ironía que caracteriza el anterior, de su crítica del sistema de la

censura previa durante el franquismo. A pesar de ser un ensayo circunstancial, referido

a una situación histórica concreta –examinar sí el nombramiento de Manuel Fraga

Iribarne como nuevo Ministro de Información y Turismo produjo un cambio real en la

política censoria–, el ensayo tiene un interés general que trasciende el marco de su

época como ejemplo de reflexión sobre las relaciones de la literatura con el poder; y un

interés especial, para nuestros propósitos, porque permite constatar los esbozos de una

transformación significativa en la concepción literaria de Juan Goytisolo. Que se

traducirá tanto en su obra ensayística como novelística. Al ser un análisis coyuntural es

fácil inferir que su escritura se remonta al año de 1963 –Manuel Fraga asumió el

Ministerio de Información y Turismo en julio de 1962– y, por lo tanto, es anterior a la

Ley de Prensa e Imprenta de 1966, que si bien decretó la desaparición de la censura

previa, continúo, no obstante, con las limitaciones a la libertad de expresión a través de

un complejo entramado jurídico, bajo la figura de la protección a las Leyes

Fundamentales del Estado (Cfr. Abellán, 1990: 30).

En el ensayo Goytisolo (2005a: 40) hace un recuento de las circunstancias que

rodearon el cambio de actitud en el fenómeno censorio de la época de Arias Salgado,

quien estuvo a cargo del Ministerio de Información y Turismo de 1951 a 1962, con una

política claramente coercitiva, inhibidora y represiva (Cfr. Abellán, 1990: 29), a un

política de una mayor apertura pero igualmente restrictiva con Fraga Iribarne. Así,

describe cómo desde 1960 un grupo de intelectuales españoles con Menéndez Pidal a la

cabeza, en su condición de presidente de la Real Academia de la Lengua, exteriorizaron

públicamente sus preocupaciones por la precariedad de las condiciones de la cultura en

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España, por la “zozobra próxima a la exasperación” (Menéndez Pidal, apud Goytisolo,

2006a: 53) ante el sistema de la censura previa. En ese momento, este grupo de

intelectuales, alegó que la censura, tal como se concebía y practicaba en España, era la

causa del exilio forzoso de muchos escritores, investigadores y científicos, que buscaron

la acogida, el reconocimiento y la libertad que sus labores exigían en el extranjero. El

exilio constituyó una pérdida intelectual irremediable para el país y sumado a la

emigración forzosa de épocas anteriores ha sido la causa de la discontinuidad histórica y

cultural que ha caracterizado la historia moderna de España (Cfr. Llorens, 1968: 420-

421). La presión de este grupo de intelectuales relevantes en el ámbito cultural y

científico, al interior del país, coadyuvo al cambio de las políticas del régimen en

relación con la censura previa.

Pero a pesar de los “buenos propósitos” (Goytisolo, 2005a: 41) de Fraga, el

ensayo pretende cuestionar su gestión en el Ministerio de Información y Turismo al

momento de su escritura, y mostrar cómo a comienzos de los años sesenta del siglo

pasado, seguían existiendo unos temas vedados para la literatura y el arte, en cuanto se

consideraban lesivos contra la moral católica y los principios rectores del estado. Se

mantenía vigente una triple censura, política, moral y religiosa, con cambios más

aparentes que reales, más sutiles, pero igualmente arbitrarios, durante el mandato de

Fraga Iribarne:

Desde entonces ha transcurrido un año entero y, pese a los buenos propósitos

del ministro, la realidad sigue siendo, aproximadamente, la misma de antes. La censura

de libros funciona con la única diferencia que el Ministerio ‘explica’ las razones de la

prohibición o las conveniencias de los cortes (Goytisolo, 2005a: 41).

En este punto, la reflexión de Goytisolo sobre de la censura y los nuevos

cambios acaecidos durante el mandato de Fraga, presenta una dificultad para su

comprensión, porque va a sostener que el engranaje de la censura, montado por el

régimen franquista desde sus inicios, arruinaba los proyectos reformistas de Fraga, pero,

al mismo tiempo, aduce que el sistema de la censura previa, a pesar de conservar su

vigencia, se había tornado para esta época en un sistema anacrónico e ineficaz (Cfr.

Goytisolo, 2005a: 42). La dificultad estriba en poder conciliar estos dos eventos: la

vigencia del régimen censorio y la pérdida de eficacia del sistema de la censura previa.

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Pero es una dificultad sólo en apariencia. La censura continuaba vigente, estaba

enquistada en la sociedad española de aquel momento hasta el extremo de manifestarse

bajo formas de autocensura. Así lo considera Manuel L. Abellán en su estudio sobre la

censura en el franquismo, cuando afirma:

Sobre la sutileza de este cúmulo de manipulaciones [la censura franquista,

J.F.T.] se puede discrepar. En muchas ocasiones –las menos– los medios empleados son

tan burdos y patentes que no falta la reacción de las propias víctimas aunque, ésta, casi

siempre esté desprovista de efectos prácticos. En la inmensa mayoría de casos ocurre

todo lo contrario en virtud del principio de la mínima resistencia: la autocensura se

convierte en un hábito natural y reflejo, lográndose de este modo que la sumisión y el

avasallamiento general se produzca a un coste realmente mínimo. A todo ello hay que

añadir el más trascendental de cuantos efectos ha tenido la manipulación ideológica a

través de la institución censoria, a saber, su imperceptibilidad (Abellán, 1990: 27).

Goytisolo es consciente quizá como ningún otro intelectual del momento de los

mecanismos ideológicos que se traducen en una práctica autocensora –su obra es un

ejemplo de desenmascaramiento de ellos y puede estudiarse desde esta perspectiva– sin

embargo, en este ensayo, le interesa atacar al sistema de la censura previa ejercida por el

Ministerio de Información y Turismo de manera franca y directa. No desde la

imperceptibilidad de sus formas, sino en tanto su eficacia como institución. Buscaba

con ello participar en el proyecto de desaparición del régimen censorio en que se

hallaban empeñados un grupo de intelectuales disidentes desde distintos ámbitos29. Para

entender mejor la posición de Goytisolo de rechazo a la política censoria del régimen

por ineficaz y las tensiones que se estaban produciendo entre los intelectuales y el

poder, es conveniente remitirse, como una buena muestra de ello, a un capítulo de la

historia intelectual y cultural de España de comienzos de los años sesenta del siglo

pasado. A la polémica que se dio en el campo de la dramaturgia, trascendiendo a otras

29 La presión intelectual al régimen, ejercida dentro del contexto de unas nuevas circunstancias históricas donde se destaca la transformación económica de la sociedad española de aquellos años, su incorporación a la órbita internacional, junto al desarrollo de la industria editorial que propició el auge de la economía y que impuso unas condiciones de rentabilidad sobre la política censoria, deben, en conjunto, considerarse las principales causas para la flexibilización de la censura durante el mandato de Fraga (Cfr. Sanz Villanueva, 1980: 332).

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formas de expresión artística, entre quienes se llamaron “posibilistas”, representados por

Antonio Buero Vallejo y los llamados “imposibilistas”, representados por Alfonso

Sastre. Polémica que involucró no sólo dos concepciones filosóficas distintas del teatro,

por ejemplo, acerca de lo que era o no era tragedia, sino que también comprendió dos

maneras diferentes de utilización de los medios técnicos que, en un momento dado,

podrían adoptar los dramaturgos para eludir la censura y dar cuenta de la crítica realidad

vivida en el franquismo (Schwartz, 1968: 436-441). Los posibilistas proclamaban la

necesidad de firmar un pacto con el sistema, para poder luego, dentro de él, atacarlo;

logrando así un margen de acción en el estrecho marco impuesto por el régimen, por

ello hablaron de un teatro “posible”. Los “imposibilistas”, por el contrario, sostuvieron

que firmar tal pacto significaba entrar en un camino de conformismo irreversible, entre

otras cosas, porque la censura no tenía una estructura determinada, operaba

arbitrariamente, y aceptar sus reglas conllevaba el riego de caer en la autocensura como

una práctica corriente. Los imposibilistas, para develar los mecanismos opresores del

régimen, defendieron una idea del teatro que pretendía abrogarse un máximo de

libertad, sólo que ésta, en tales condiciones fácticas, no era posible (Cfr. Sastre, 2008).

Con diferentes medios ambas posiciones pretendieron la liquidación del régimen

franquista y la restauración de la libertad de expresión, pese a las posturas más o menos

conformistas de un lado, y más radicales y en la práctica inoperantes, del otro.

Goytisolo (2005a: 44) menciona de paso esta polémica en su reflexión y toma partido a

favor de los imposibilistas, sosteniendo que la discusión se saldó a favor de ellos:

Los autores hemos aprendido también la lección a este respecto y –después de

largos años de resignación bochornosa, durante los que la resistencia nos parecía

imposible– comprendimos, al fin, que nos equivocábamos. La polémica entre

‘posibilistas’ –ante quienes la censura aparecía como un muro contra el que era inútil

dar cabezadas– e “imposibilistas” –según los cuales, para que las cosas sean posibles un

día, hay que reivindicarlas antes, cuando todavía son utópicas–, se saldó con la victoria

de éstos (Goytisolo, 2005a: 44).

En ese contexto de unas nuevas relaciones de tensión entre los intelectuales, los

artistas y el poder, el autor de El furgón de cola (1967), condenará el sistema de la

censura previa ejercido por el Ministerio de Información y Turismo por ineficaz;

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afirmando que en el fondo, y a través de los años, aquello que la censura trató de

impedir se convirtió, a la postre, en una práctica predominante. La censura, tutelando

los intereses del estado y de la iglesia, pretendió imponer un arte que defendiera sus

dogmas, una literatura neutra y no comprometida y terminó propiciando indirectamente

la existencia un arte social, politizado, comprometido. Así, para corroborar su

afirmación, Goytisolo hace un breve análisis de sus resultados de la censura previa con

una inversión de términos, no a partir de los libros prohibidos –los más de tres mil

títulos que el régimen no permitió circular– sino a partir de la literatura que

indirectamente ésta originó; para concluir que, la literatura surgida en aquellos años, se

sitúo en el extremo contrario de los lineamientos artísticos que el régimen trató de

privilegiar (Cfr. Goytisolo, 2005a: 42). La censura se convierte así, según su criterio, en

un “índice situacional” de la literatura que se produjo en España bajo su vigencia.

Estudiando el fenómeno censorio se comprenderá la manera cómo los escritores

españoles adoptaron las técnicas necesarias para burlarla y para introducir entre líneas

las ideologías o las temáticas prohibidas en sus obras. El predominio del realismo en

una vertiente objetivista, behavorista, la despersonalización del autor, por ejemplo, se

explican como formas de eludir el control de la censura por parte de los novelistas (Cfr.

Goytisolo, 2005a: 42). Los escritores españoles enfrentaron así el sistema de la censura

previa a través del desarrollo y despliegue de los recursos técnicos adecuados para

burlarla. Es en este sentido por lo que Goytisolo utiliza una analogía tomada de Michel

Leiris para relacionar la literatura con el arte de la tauromaquia, a la que alude en el

titulo del ensayo: los escritores españoles frente al toro de la censura. Pero si el autor

francés utiliza esta analogía para describir una forma de compromiso total de la

literatura con la vida, que implica asumir el riesgo de “introducir por lo menos la

sombra de un cuerno de toro en una obra literaria” (Leiris, 1976: 10), Goytisolo utiliza

esta comparación para describir la relación del escritor español con la censura: “Escribir

en España es practicar un arte parecido a la lidia: hay que capear al toro dentro de un

campo fijo, conforme a ciertas reglas” (Goytisolo, 2005a: 45). Con esta analogía

muestra cómo los escritores españoles de aquellos años, en el camino abierto por la

generación del medio siglo, se metieron en los terrenos antes vedados de la censura y,

una vez allí, revelaron con sus obras lo anacrónico que resultaba el control previo

ejercido por el Ministerio de Información y Turismo, en cuanto pretendía fijar con

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criterios de eternidad unos valores y dogmas que la evolución de la sociedad y los

cambios de costumbres volvían añejos (Cfr. Goytisolo, 2005a: 45).

Lo relevante de la situación descrita por Goytisolo, y de su interpretación de los

hechos, es la tesis de que la política censoria del franquismo afectó decisivamente el

desarrollo de la literatura española, pero no en los términos que el régimen pretendió

tutelar sino, al contrario, propiciando involuntariamente el auge de una literatura que

bajo la vertiente realista, objetivista, y una temática atenta a los condicionamientos

sociohistóricos del individuo (Cfr. Sanz Villanueva, 1980: 331), resultaba fuertemente

comprometida y politizada. Este hecho en apariencia contradictorio y sus

consecuencias, los explica Goytisolo desde dos perspectivas estrechamente relacionadas

entre sí. Primero el franquismo, para mantener su control social y asegurar su

permanencia, despolitizó la vida de la sociedad; el sistema de la censura previa era un

mecanismo para ello, para impedir la participación activa y crítica de los individuos, y

por ende de los escritores y artistas, en los asuntos de la vida pública; al negar la vida

ciudadana, el ágora, las relacionas humanas se vaciaron de contenido, se tornaron

irreales; era una realidad ficticia, forzada, un espejismo que despojaba a los escritores

de su experiencia vital. En estas circunstancias de profundo desarraigo los escritores se

vieron obligados a adoptar el realismo para restaurar la realidad negada. Por eso

Goytisolo, frente a la alienación del régimen, habla del realismo como una necesidad,

habla del anhelo furioso de realidad de los escritores españoles y de la realidad como la

única evasión que se podían permitir escritores. Hecho que explica porque en España,

con un régimen reaccionario se produjo la literatura más realista y comprometida de

aquel momento en comparación con los demás países europeos (Cfr. Goytisolo, 2005a:

45-46). Y, segundo, el anhelo de realidad también involucró a los lectores. Ante la

coerción general y la manipulación o negación de los hechos; ante los espejismos

oficiales y una prensa controlada, los lectores necesitaban otros medios de información

que les permitiera darse cuenta de los problemas sociales que atravesaba el país. La

literatura vino a desempeñar entonces una función testimonial y a informar de las

realidades que los medios de comunicación de la época ocultaban, e incluso, dentro del

contexto del índice situacional que implicó la censura para la literatura, ésta, al sentir de

Goytisolo (2005a: 46), puede tomarse como fuente fidedigna de la historia para

reconstruir las condiciones de la vida cotidiana durante el régimen franquista. Sobre esta

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función testimonial de la literatura y la responsabilidad del escritor en un régimen

totalitario, el escritor se extenderá en el ensayo siguiente “La literatura perseguida por la

política”.

Pero además develar el fracaso del sistema de la censura previa por ineficaz y

anacrónico; de mostrar cómo el régimen, fiscalizando todos los órdenes de la vida

cultural del país y tratando de despolitizar la literatura, volvía, por el contrario, político

y subversivo cualquier poema, ensayo o novela inconformista (Cfr. Goytisolo, 2005a:

47); de resaltar las posiciones de confrontación de los intelectuales frente a la censura en

aquel momento y de proclamar él mismo una actitud abierta de rechazo al régimen, este

ensayo tiene un interés especial porque va a señalar un cambio en la poética de

Goytisolo; una transformación relevante de la concepción de la literatura expuesta en

Problemas de la novela (1959). Ahora no sólo es necesario adoptar un método

behavorista para describir al hombre tal cual es, subrayando una posición ética que

minimiza cualquier preocupación estética y donde la literatura es sólo un medio para

alcanzar un fin altruista, la transformación de la sociedad, como proclamaba en sus

primeros ensayos. El dilema se ha vuelto para él más complejo. En dos pies de páginas

del ensayo consigna este cambio de su concepción de la literatura. En el primero (Cfr.

Goytisolo, 2005a: 45), al sustentar la idea que escribir en España es practicar un arte

parecido a la tauromaquia, que, como en la lidia, es necesario asumir un compromiso

político y arriesgar en los terrenos conflictivos del poder establecido, afirma que el valor

y la intensidad de ese compromiso no son suficientes para configurar por si solos una

obra literaria. El compromiso social, no basta. Es necesario escribir bien:

(…) el peligro no basta para consagrar al escritor. Esto tarde algún tiempo en

comprenderlo. Obsesionado por la idea de enfrentarme al toro, no advertí hasta más

tarde que el coraje del escritor –como el del espada– es tan sólo un requisito –

importante sin duda– pero que exige, a su vez un valor más elevado. En otras palabras:

que no es suficiente lidiar al toro, sino que hay que lidiarlo bien. Conjugar belleza y

riesgo (moral, ya que no físico) constituye desde entonces para mí el objetivo primordial

de la creación literaria. (Goytisolo, 2005a: 45).

Lo cual revela que a partir de Señas de identidad (1966) y El furgón de cola

(1967), Goytisolo asume de una manera más compleja el dilema ético y estético que

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involucra bajo su concepción la creación literaria. No hay una renuncia ni un

desconocimiento ni una minimización de la función social y política del escritor en

tanto intelectual pero, a partir de esta época, el interés por configurar una obra sólida

desde un punto de vista estético, el de su especificidad literaria, en la relación con el uso

del lenguaje y el trabajo formal de la escritura, alcanza una mayor relevancia dentro de

su pensamiento. El valor estético de la literatura irá a la par con una visión ética de la

vida y la sociedad, sin llegar a excluirse. Al asumir las consecuencias que entraña el

dilema entre una posición ética y una visión estética de la literatura comienza así a

apartarse paulatinamente de los demás miembros de su generación y de aquellos

escritores que conciben la obra desde la perspectiva estrecha del realismo fotográfico.

Reconoce los logros de la generación del medio siglo al enfrentarse a la censura

franquista y la importancia del testimonio para suplir el vacío de una realidad negada y

falseada por el régimen pero, ahora, se plantea el compromiso del escritor en un triple

plano: social, personal y técnico (Cfr. Goytisolo, 2005a: 46). Este compromiso con la

literatura se va a volver más intenso a partir del contacto que para entonces establece

con la teoría literaria de los formalistas rusos y la poética estructuralista, como dejará

sentado en un ensayo central de este volumen titulado “Literatura y eutanasia”, donde

ahonda en esta transformación de su visión de la literatura y en la crítica de los

escritores de su generación. El contacto con las teorías estructuralistas le permite

precisar este pacto literario en los términos que utiliza Roland Barthes para referirse al

realismo: “la obra más ‘realista’ no será la que ‘pinta’ la realidad, sino la que

sirviéndose del mundo como contenido (…) explora lo más profundamente posible la

realidad irreal del lenguaje.” (Apud Goytisolo, 2005a: 46). Sin embargo, el autor se

cuida de caer en una posición esteticista y trata de mantener un equilibrio entre su

búsqueda de una exploración formal con el lenguaje en los términos planteados por

Barthes y la función social del escritor en tanto intelectual.

Antes de ahondar en la transformación de su poética, como dejará sentando en

“Literatura y eutanasia”, es preciso profundizar un poco más en la relación del escritor

con el medio social, en la importancia que le concede al compromiso político y a la

valoración de la literatura de testimonio. Puntos que aborda en el siguiente ensayo de

este volumen, “La literatura perseguida por la política”.

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Al igual que el anterior, este ensayo es una reflexión unida a unas circunstancias

históricas concretas, y es fruto del espíritu de la época, pero asimismo, por coyuntural

que sea, no deja de tener un interés general que trasciende su situación particular y que

se convalida en un tiempo y un espacio mayor, como un razonamiento dentro del

contexto –o su búsqueda- de la modernidad literaria. El texto es, además, un ejemplo de

una argumentación ensayística que se sitúa siempre en el centro de una encrucijada

conflictiva. En este caso, el complejo tema de las relaciones entre la literatura y la

política. Y discurre a través de un tratamiento dialéctico del asunto: plantea el objeto de

reflexión, expone un punto de vista extremo al respecto de un contradictor notable,

enfoca tal posición desde diferentes ángulos, tratando de situarla en un contexto

histórico determinado y, luego de ahondar en la materia guiado por su voluntad de

estilo, fija su posición individual en el contraste de la cuestión debatida.

Así, en “La literatura perseguida por la política”, Goytisolo (2005a: 48) se

enfrenta a la pregunta acerca de si la literatura tiene o no una función social; si la obra

literaria encuentra su justificación en su propia autonomía como hecho estético o, como

hecho social, que también es, encuentra su justificación en causas extra artísticas. La

discusión sobre las relaciones entre política y literatura, de arte fin en sí o arte al

servicio de una causa, eran un tema obligado en el debate intelectual europeo de

comienzos de los años sesenta del siglo pasado. Para Goytisolo esta discusión planteada

en términos absolutos e irreductibles no resuelve el problema sino que lo escamotea, y

como es un tema álgido para la llamada generación del medio siglo, y para una

concepción social de la literatura que involucra, además, los problemas referentes al

contenido de la obra literaria y a sus técnicas, decide replantear el asunto en un espacio

más amplio que el meramente esquemático. Parte para ello de un ensayo de Robbe-

Grillet que lleva el mismo título de éste, “La literatura perseguida por la política”, en

donde el principal representante del nouveau roman cuestiona la politización de la obra

de arte; Robbe-Grillet considera no auténtica la posición del escritor que se escuda en el

compromiso político, distingue entre el artista y el ciudadano, y afirma de manera

contundente que la literatura no es un medio al servicio de alguna causa distinta de ella

misma, por lo tanto, el único compromiso del artista es con la obra de arte y con los

problemas técnicos inherentes a su configuración o creación, un compromiso, si se

quiere, casi exclusivamente artesanal (Cfr. Goytisolo, 2005a: 48-49). Si bien el autor de

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El furgón de Cola (1967), encuentra pertinentes las afirmaciones del escritor francés,

cree que es necesario situarlas, para su comprensión, dentro de un contexto histórico

preciso, “como expresión concreta de las aspiraciones del escritor en el marco de una

sociedad determinada” (Goytisolo, 2005a: 49) y, de acuerdo con esta contextualización,

procede entonces a valorarlas haciendo ciertas aclaraciones. Establece así una distinción

entre las relaciones de la literatura y la política, la situación del escritor y su

compromiso social en un país como Francia y en otros como España o los países de

América Latina; en sociedades desarrolladas donde están garantizados los derechos

civiles y la libertad de expresión o en sociedades con problemas sociales y económicos

evidentes en donde están coartadas las mínimas libertades ciudadanas. La

responsabilidad social del escritor no es la misma por consiguiente en ambas latitudes.

Según esta distinción el escritor en el marco de una sociedad avanzada y democrática,

tiende a desentenderse de su labor intelectual y a pasar “del plano de la consolación, de

la dirección de conciencia” (Goytisolo, 2005a: 49), al plano de la exploración y

búsqueda formal y estética; por el contrario, en sociedades totalitarias o en fases

problemáticas e inciertas de un desarrollo social y económico –como lo era la España

franquista, al momento del ensayo– la literatura tiende a reflejar la realidad política y

social. El escritor, en el último caso, se enfrenta así, para Goytisolo, a una álgida

disyuntiva. Si con un afán esteticista olvida las exigencias de su propia realidad, las

circunstancias históricas que le rodean, tenderá por lo general a crear una obra falsa, que

se inscribe de manera mimética en el corpus de una literatura exógena, a la cual no

pertenece; al pretender ubicarse dentro en una tradición diferente, desconoce su propia

realidad. Pero si olvida que la obra de arte implica un conocimiento y una exploración

en el lenguaje y una construcción formal acorde a la expresión de los contenidos

elegidos –su factura técnica en tanto obra de arte– corre el riesgo de enfrentarse a la

realidad con unos esquemas viejos y fórmulas gastadas que la hacen anodina, simple

cliché. En este sentido, la preocupación de Robbe-Grillet por la importancia del aspecto

formal de la obra de arte está fundada para la literatura en general pero, para Goytisolo

(2005a: 50), el escritor francés peca de una visión eurocéntrica cuando confunde su

tradición literaria con la literatura a secas y pasa por alto los diferentes factores

socioeconómicos y culturales que, en un primer momento, inciden para que una

expresión literaria de un país o una cultura sea distinta en su motivación a la de otros

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ámbitos; lugares donde la literatura entra a desempeñar, “por la situación particular del

artista dentro de la sociedad (…) y en razón de las exigencias (…) de su público”

(Goytisolo, 2005a: 51), una función social y política que se traduce, en la mayoría de

los casos, en una literatura testimonial. En este último, caso la obra literaria se

convierte, según la expresión utilizada por Pavese, “en una defensa contra las ofensas de

la vida” (Apud Goytisolo, 2005a: 53). Así, entonces, en las sociedades avanzadas el

compromiso político del escritor es una elección libre y puede dedicarse al desarrollo de

su arte en tanto técnica sin ninguna vinculación con la realidad que lo circunda,

mientras que en sociedades totalitarias o en países subdesarrollados el escritor, a causa

de las condiciones sociopolíticas, tiene una exigencia más acuciante, como es la de dar

testimonio de su época y circunstancias históricas.

En otros términos, Goytisolo no solamente está relativizando la autonomía

estética del hecho literario entendida de una manera soberana, sino que está haciendo

una distinción fundamental, nada trivial, ni demagógica de la situación del escritor en el

contexto de la modernidad y en correspondencia con el lugar que la sociedad y la

cultura a la cual el escritor pertenece ocupa dentro del horizonte abierto en la época

moderna. En sociedades donde no hay libertades civiles ni políticas el desdoblamiento

entre el escritor y el ciudadano desaparece (Cfr. Goytisolo, 2005a: 53). En ellas, la

literatura de testimonio encuentra un sentido, y en lugar de restringir, inhibir y anular

burdamente la libertad estética, la amplia e inspira.

La reflexión de Goytisolo es relevante porque se aleja de las posiciones

esquemáticas en relación con el compromiso del escritor. Si bien en este caso es

consciente de una distinción del fenómeno literario como hecho social, para responder a

las necesidades de cada sociedad y cultura, también es cierto que es consciente del

compromiso con la palabra, con el lenguaje que cada escritor debe asumir; de la

necesidad intrínseca a su arte de crear formas y usarlas de manera novedosa. Sólo que

para Goytisolo estas dos maneras de concebir la literatura no son incompatibles, la

función intelectual del escritor no riñe con una literatura de exploración y tanteo.

Es posible que para la época del ensayo, la posición defendida por Robbe-Grillet

acerca del de la despolitización del arte y la respuesta de Goytisolo cayeran en una

visión lineal del desarrollo de la literatura. A mayor evolución social, mayor autonomía

del hecho estético y una mayor preocupación por los medios técnicos de la literatura; en

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caso contrario, una relación más estrecha entre la literatura y la política –relación que

sólo se disolvería en el supuesto de que cada sociedad llegara a conquistar las libertades

públicas (Cfr. Goytisolo, 2005a: 54) en el marco de una modernidad plenamente

asumida–. Pero la diferencia entre ambas posiciones es la concepción acrítica de la

literatura de Robbe-Grillet frente a una posición decididamente crítica de Goytisolo.

Aun bajo ese supuesto de una modernidad plena, que permitiera en un futuro la

consagración total a una literatura de búsqueda formal, para Goytisolo la literatura no se

desprendería fácilmente de ese objetivo crítico. Si antes, de acuerdo con la necesidad,

estaba guiada por una función social y política y pretendía reivindicaciones concretas,

en el momento de alcanzar ese ideal utópico reflejaría “los múltiples aspectos de la

enajenación del hombre-objeto, simple eslabón del gigantesco engranaje de

organización industrial, de planificación omnímoda” (Goytisolo, 2005a: 54). En este

sentido, la exigencia primordial para la literatura de exploración y tanteo sería no

excluir la exigencia opuesta de una literatura crítica. Conciliar estos dos aspectos que

involucran tanto una actitud ética como una visión estética es, también, el objetivo

primordial del pensamiento literario de Juan Goytisolo desde su época de ruptura hasta

la definición clara de la idea del “árbol de la literatura”; del lugar de la literatura en el

ámbito universal de lo humano, como se verá más adelante cuando nos ocupemos de su

obra ensayística posterior a la muerte de Franco y en la transición hacia la democracia,

con los texos, Crónicas sarracinas (1981), Contracorrientes (1985), El bosque de las

letras (1995), Cogitus interruptus (1999), El lucernario, la pasión crítica de Manuel

Azaña (2004) y Contra las sagradas formas (2007). Sin embargo, el conflicto y las

tensiones entre la literatura y la política, entre el compromiso del intelectual y la

fidelidad a la literatura del escritor, entre las preocupaciones del ciudadano y las

exigencias del artista en relación con su obra, se mantendrán vigentes a lo largo de toda

su trayectoria, así tenga que encontrar nuevas formas de plantear este asunto para salirse

de los esquematismos y lugares comunes en los que suele caer el lenguaje desgastado

por un abuso demagógico en relación con la función social de la literatura.

Si en “La literatura perseguida por la política” explora el alcance del

compromiso político del escritor, atendiendo el grado de desarrollo y las problemáticas

en que se encuentra inmersa cada sociedad, para justificar la vigencia de la literatura

testimonial, en el siguiente ensayo, que tendrá una importancia central en nuestro interés

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de derivar una poética de su obra ensayística, vuelve, de manera reiterativa, a este

asunto, revelando la trascendencia que tiene en su pensamiento literario y la presencia

que, para entonces, tenía en el espíritu de la época; pero en esta ocasión lo hará para

reafirmar la preponderancia del compromiso literario más allá de las circunstancias

políticas; del conocimiento profundo, compromiso con la literatura y audacia creativa

que lleva implícitas la actividad literaria, y, al hacerlo, señalará, también, el valor de la

literatura en el ámbito de la cultura, valor no menor al que entraña la motivación política

de pretender forjar un mundo mejor, mediante la transformación de las actuales

condiciones.

3. 4. Afirmación de una poética, ruptura con el realismo. Literatura y

eutanasia.

Este ensayo de mediados de la década de los años sesenta del siglo pasado tiene

una característica especial, es al mismo tiempo una combinación de crítica literaria y de

manifestación poética, si entendemos éste último término, en un sentido amplio, como

la reflexión, teoría y concepción de la literatura que va exponiendo el autor a lo largo de

su obra ensayística, como correlato discursivo, argumentativo de su práctica novelística.

En tanto crítica literaria, su intención es hacer un primer balance, a diez años de

existencia, de “la generación del medio siglo”, denominada así por el crítico José María

Castellet (1955), para referirse al grupo de novelistas, poetas, dramaturgos y ensayistas

que comenzaron a publicar sus obras a mediados de los años cincuenta –es la misma

generación a la que pertenece Goytisolo, quien publicó su primera novela Juego de

manos en el año 1954–. Más que un juicio acerca de las obras en concreto, se trata de

una aproximación crítica de esta generación como colectividad para señalar lo que, a

criterio del autor, fueron sus errores e insuficiencias iniciales, teniendo en cuenta que al

momento de la escritura de este ensayo la llamada generación del medio siglo ya se

había consolidado con una autonomía propia en el panorama de la literatura española

del siglo XX. Y aunque Goytisolo (2005a: 56-57) descree del concepto de generación

porque considera que en el ámbito de la cultura hispánica se ha utilizado abusivamente,

más con fines de promoción editorial que para definir una realidad cultural concreta,

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reconoce, sin embargo, la pertinencia del término para dar cuenta, como un común

denominador, de una serie de actitudes similares de un grupo de escritores coetáneos,

frente a influjos de carácter externo en el campo social, político, moral y estético30. En

este sentido, señala que la generación del medio siglo tuvo un elemento unificador y

catalizador: la oposición decidida de sus miembros al régimen franquista, que se tradujo

en un inconformismo manifiesto en cada uno de los campos mencionados –social,

político, moral–, con una sola excepción, como se verá, la del plano artístico (Cfr.

Goytisolo, 2005a: 57).

El primer paso metodológico para hacer el balance de su propia generación que,

por consiguiente, entraña una voluntad autocrítica y la intención de hacer “un minucioso

examen de conciencia” (Goytisolo, 2005a: 61) sobre el papel del escritor en la sociedad

española de aquel momento, consiste en contrastar la visión de mundo y los propósitos

artísticos de la generación del medio siglo con el grupo literario anterior, la denominada

por él generación de la posguerra, designación con la cual busca abarcar en una sola

corriente a los novelistas de los años cuarenta (Cfr. Martínez Cachero, 1980: 321-331).

Así, define la generación de la posguerra como aquella integrada por el grupo de

escritores que comenzó a publicar al término de la guerra civil y que, de alguna manera,

sus miembros estuvieron involucrados directamente en el desarrollo de este

acontecimiento histórico determinante en la historia reciente de España o, al menos,

fueron testigos directos del mismo. Si bien en su análisis señala el carácter provisional y

relativo inherente su valoración crítica, máxime por tratarse de autores y obras que al

momento de la escritura del ensayo no habían, en muchos casos, terminado su ciclo

vital y evolutivo, fija los rasgos distintivos de la generación de la posguerra a partir de

la actitud política y social, la relación con la religión oficial y la postura estética de sus

integrantes. Delimita el objeto de su examen al terreno de la novela31 y excluye a los

escritores en el exilio. Para Goytisolo (2005a: 59-60), el común denominador de casi

todos los miembros de esta generación fue su conservadurismo y apego a la tradición

histórica, religiosa y literaria nacional; el conformismo en todos los ámbitos y la 30 En este punto Goytisolo se apoya en Dámaso Alonso, quien en Poetas españoles contemporáneos (1958), relaciona las condiciones mínimas de lo que entiende por generación: “Coetanidad, compañerismo, intercambio, reacción similar ante excitantes externos” (apud Goytisolo, 2005a: 57). 31 Aunque es conveniente advertir que en la crítica sumaria a la generación de la posguerra, Goytisolo (2005a: 60) encuentra actitudes similares entre poetas como Panero, Vivanco y Rosales con la mayoría de los novelistas, por su tradicionalismo y espíritu conservador y sólo valora positivamente, entre los poetas, las obras inconformistas de Celaya, Hierro, Nora, Otero y Buero Vallejo, entre otras cuantas excepciones.

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ausencia de espíritu crítico y de renovación artística. Afirma que éstos sólo pretendieron

restaurar la continuidad con el mundo cultural de la anteguerra, pero carecieron incluso

de la fuerza, penetración e impacto de las primeras obras de la generación del 98, con la

que, en muchos sentidos, se sintieron identificados (Cfr. Goytisolo, 2005a: 60). Su

juicio hacia ellos es contundente en todos los ámbitos. En el plano social y moral los

fustiga por su identificación con los valores de la burguesía y su afán de alcanzar un

reconocimiento y un estatus oficial dentro del régimen, y, además, por el respeto

excesivo hacia el catolicismo imperante en la cerrada sociedad española de entonces. En

el plano estético, los considera prisioneros del lenguaje y formas heredadas de un

casticismo anacrónico para su momento y, por lo tanto, por haber sido incapaces de

captar la complejidad y novedad del mundo moderno. En su valoración sólo rescata,

entre las novelas de la generación de la posguerra, unas cuantas excepciones: La familia

de Pascual Duarte (1942) y La colmena (1951) de Cela y Nada (1945) de Carmen

Laforet.

Una vez delimitado el campo de análisis y establecidos los criterios del mismo,

compara la generación de la posguerra con la generación del medio siglo (Cfr.

Goytisolo, 2005a: 60-61). Señala que contrario al conservadurismo y conformismo

político y social de los novelistas de la posguerra, los de la generación del medio siglo

se caracterizaron por una actitud social inconformista y rebelde, fuertemente influidos

por la ideología marxista. En el plano religioso (paradoja en un país que durante el

franquismo estuvo bajo la tutela de la Iglesia católica) la norma general fue la

indiferencia y agnosticismo de sus miembros, opuesta al sentimiento de respeto del

grupo generacional anterior. Pero encuentra que en el plano estético el inconformismo y

rebeldía del grupo no encontró un cauce adecuado de expresión y, en términos

generales, su poética neorrealista fue más tradicional que innovadora, a pesar del

esfuerzo generacional por romper con el pasado literario. Reconoce que a los escritores

del grupo los motivó un compromiso político y el anhelo de influir a través de las obras

en la transformación del país pero, al igual que la generación de la posguerra,

estuvieron, en un primer momento, presos por el respeto excesivo a una tradición que

reñía con su espíritu inconformista. Así, el análisis comparativo entre estos dos grupos

de escritores, le permite afirmar que los errores e insuficiencias de las primeras obras de

la generación del medio siglo se debieron a dos hechos fundamentales: en primer lugar,

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al respeto excesivo de la tradición literaria española y a su lenguaje anquilosado y, en

segundo lugar, a la confusión generalizada de sus miembros entre lo que entendía por

política y literatura, entre el compromiso político y la praxis literaria. En su criterio

(Cfr. Goytisolo, 2005a: 62), la noción de compromiso de los integrantes de la

generación del medio siglo, fue externa y ajena a la especificidad de la obra literaria.

Cabe anotar entonces que en el examen de conciencia emprendido por el autor

en este ensayo32, con una intención autocrítica de alcance generacional, se aparta de la

estética neorrealista y objetivista de la novela –definida perentoriamente bajo el influjo

de Lukács y Sartre en Problemas de la novela (1959) como “el único medio eficaz de

novelar de nuestro tiempo” (Goytisolo, 1959: 62)– y de la idea del compromiso político

del escritor por fuera de los márgenes de la creación literaria; dándole, por el contrario,

una connotación más amplia y compleja a esta noción, pretendiendo abarcar un

compromiso total, individual y artístico que trascendiera una concepción instrumental

de la literatura.

Se detiene así, en “Literatura y eutanasia”, a explicar los dos puntos principales

de su crítica de la generación del medio siglo. La concepción estrecha de compromiso y

el conservadurismo estético. En relación con el primero, despeja las inconsistencias de

lo que considera una confusión generalizada de sus miembros entre política y literatura;

entre lo que implicaba la eficacia política y la eficacia literaria o artística. Para

Goytisolo la acción política tiene un efecto inmediato y busca resolver una problemática

real concreta, mientras el arte y la literatura actúan de un modo más profundo, en la

conciencia del hombre (Cfr. Goytisolo, 2005a: 62). Explica cómo la situación histórica

del momento, con los eventos que se estaban viviendo tanto a un nivel internacional, “el

fin de la guerra fría, el deshielo ideológico en campo socialista” (Goytisolo, 2005a: 63),

y a un nivel interno, la apertura hacia Europa acompañada de un creciente desarrollo

económico, hicieron pensar a los jóvenes escritores de los años cincuenta del siglo

pasado que la transformación radical de la sociedad española, el deseado fin del

franquismo, estaba al alcance de la mano a través de una revolución política y, por lo

tanto, consideraron que la literatura era un medio idóneo para alcanzar este objetivo.

Creyeron así, identificando la vida con la literatura, que las obras tenían el valor de un

32 Goytisolo hace la salvedad que sus apreciaciones críticas no se refieren a la totalidad de los escritores de la generación del medios siglo, ni a examinar la obra de cada uno de ellos, sino en señalar las limitaciones iniciales que coartaban la libertad creativa del grupo como colectividad.

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acto e incidían de manera directa en el destino político y social del país. Pero la

confusión no duró mucho tiempo y ya hacía finales de la década de años cincuenta el

espejismo de la revolución se despejo. Pronto se dieron cuenta de que las obras no

habían hecho avanzar la revolución y que el progreso inmediato y la marcha del mundo

no dependían de la literatura. Por lo tanto, al confundir el compromiso político con la

literatura, los escritores de la generación del medio siglo estaban haciendo, según su

criterio, obras políticamente ineficaces y literariamente mediocres (Cfr. Goytisolo,

2005a: 64). Para el autor de El furgón de cola (1959) esta confusión se debía a una

concepción restringida, superficial y mecánica del término compromiso. Recuérdese

que ya en un ensayo anterior, “Los escritores españoles bajo el toro de la censura”,

Goytisolo (2005: 46) había definido la noción de compromiso del escritor

comprendiendo un triple plano, tanto social, como personal y técnico. El primero,

involucra la sensibilidad social y responsabilidad del escritor con el mundo que le rodea

y su decisión de contribuir en un proyecto civilizador con su obra; el segundo, entraña

una confrontación interior y el ahondamiento en la propia subjetividad, en un proceso de

autoconocimiento, para ampliar el campo de la experiencia personal y enfrentarse a los

contenidos ideológicos de la cultura, que se traducen en formas de alienación y

autocensura del individuo, y comprometen la personalidad y libertad del artista –punto

de vital importancia en la poética de Goytisolo, en quien se puede rastrear ésta

confrontación interior a través del registro autobiográfico que caracteriza toda su

novelística de madurez, desde Señas de identidad (1966) a Telón de boca (2003), que

está basado, a su vez, en complejos procesos de enunciación en los que se destaca la

combinación de la primera persona del singular, con un característico monólogo interior

en segunda persona, y que en cada uno de los textos le permite al lector constatar una

alteridad dialógica en el proceso de enunciación, entre las voces narrativas y la

confrontación con el mundo en el lenguaje–; y, la tercera forma de compromiso,

estrechamente ligada a la anterior, consiste en la búsqueda y exploración del lenguaje

para responder a las exigencias artísticas del mundo moderno (Cfr. Goytisolo, 2005a:

137), es el compromiso con la literatura. En su caso se manifiesta, a partir de este

momento que inaugura su época de ruptura, con la primacía que empieza a otorgarle a la

función poética del lenguaje literario frente a la función referencial, centrando su

atención en la autorreferencialidad del texto literario y en su alcance intertextual, por

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encima de una concepción mimética o representativa –en un sentido reducido– de la

literatura. Esta preocupación por la dimensión estética de la literatura –el compromiso

artístico– no implica, en su caso, incurrir en el solipsismo, a pesar de la dificultad de sus

textos, ni excluye la responsabilidad ética con el devenir del mundo moderno en el cual

el escritor está implicado. Es decir, la literatura para Goytisolo a partir de Señas de

identidad (1966) y El furgón de cola (1967), a través de los tres aspectos mencionados,

el plano social, personal y técnico, le exige al escritor más que un compromiso político

un compromiso total. Se identifica así con lo afirmado por Michel Leiris en ensayo

L’age d’homme: “Il s’agissait moins là de ce qu’il est convenu d’appeler ‘litterature

engagée’ que d’une littérature dans laquelle j’essayais de méngager tout entier” (apud

Goytisolo, 2005a; 64-65).

Desde una perspectiva teórica diferente, esta idea del compromiso como

totalidad que involucra la experiencia individual del escritor, comprendiendo los tres

planos mencionados puede equipararse, haciendo ciertas salvedades, con el primer

esbozo de una filosofía del acto ético promulgada por Mijail Bajtin en su breve pero

fecundo artículo “Arte y responsabilidad” de 1919. Para el teórico ruso, las distintas

áreas de la cultura humana –la ciencia, el arte, la vida– permanecen aisladas entre sí, en

una relación meramente mecánica y externa, sino no existe una vivencia personal que

les confiera una unidad interior de sentido, sino existe una personalidad humana que las

haga “participar en su unidad” (Bajtin, 2003: 11). Así, por ejemplo, en la relación entre

el arte y la vida, el vínculo se vuelve mecánico y externo, lo que para Bajtin sucede en

la mayoría de los casos, cuando el hombre y el artista se escinden y éste se retira a su

torre de marfil, queriendo evadirse del espectáculo del mundo por confuso para confiar

sólo en la claridad de su inspiración. El resultado de este empeño es de sobra conocido,

obras de un esteticismo patético sin la savia vivificadora de lo humano, desligadas del

mundo y de la vida. Si bien para Bajtin, el arte y la vida no son lo mismo –“cuando el

hombre se encuentra en el arte, no está en la vida, y al revés” (Bajtin, 2003: 11)– sí

deben articularse en una experiencia unitaria, tanto a través del rigor y la ética que debe

observar el artista, como del rigor y la ética que deben acompañar al lector o espectador.

La mutua responsabilidad garantiza el nexo que debe existir entre ambas para que la

obra de arte y la experiencia estética alcancen su cuota civilizadora. Sólo a través de la

responsabilidad de una personalidad humana se logra esa unidad necesaria entre el arte

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y la vida. Bajtin lo expone con suma claridad: “Yo debo responder con mi vida por

aquello que he vivido y comprendido en el arte, para que lo vivido y comprendido no

permanezcan sin acción en la vida” (Bajtin, 2003: 11). Por lo tanto, si el artista no

asume su experiencia con el rigor y la ética necesarias trivializa la vida y si el “hombre

de la vida” (Bajtin, 2003: 11) carece de la exigencia y seriedad necesarios para enfrentar

sus problemas existenciales, será entonces culpable de la esterilidad del arte.

La reflexión del gran teórico de la cultura nos sirve para comprender en un

sentido muy específico la crítica de Goytisolo a la generación del medio siglo. El artista

debe ser responsable con la vida para no trivializarla y debe estar comprometido con el

arte para dotar a la obra de una unidad interior de sentido relevante en el ámbito de la

cultura, y no hacer de él una actividad estéril y mecánica. Es hacia este último punto

donde se dirige el cuestionamiento a los novelistas de su generación. El error inicial e

inconsistencia de ellos, señala (Cfr. Goytisolo, 2005a: 64), consistió en darle a la noción

de compromiso un sentido esquemático, reducido sólo al ámbito de lo político. Si

recurrimos a la terminología de Bajtin, la inconsistencia se presenta cuando el “hombre

de la vida” y el artista se disocian y éste renuncia, en su afán de denunciar la opresión,

la violencia y las injusticias del mundo, al rigor que su actividad artística requiere con el

fin de crear obras significativas desde un punto de vista estético. Según Goytisolo

(2005a: 65), la literatura pierde su razón de ser y su especificidad, si se reduce la noción

de compromiso del escritor sólo al ámbito de inmediatez de lo político. Es esta

concepción estrecha del compromiso, motivada por el espejismo de alcanzar un objetivo

político inmediato a través de la literatura, lo que llevó a los escritores de esta

generación a producir obras en serie que, soportadas en un realismo meramente formal,

sustituían la experiencia personal, “que es única e irrepetible” (Goytisolo, 2005a: 65). El

compromiso político de los escritores de la generación del medio siglo fue entonces,

según la reflexión del autor de El furgón de cola (1967), meramente formal y

demagógico. Sus obras –la novela social de los años cincuenta– estaban exentas de una

confrontación personal de hondura del escritor con el medio y con la literatura en tanto

actividad estética;33 de una confrontación personal que se hubiera reflejado en las obras

33 De esta manera su crítica se dirige también a la izquierda española que, en los años sesenta del siglo pasado, seguía enarbolando la idea de una revolución desligada de las condiciones históricas que se estaban viviendo, desconociendo las transformaciones de una sociedad que pasaba de la autocracia y aislamiento de las décadas anteriores a una civilización neo-capitalista industrial de empresarios y técnicos, a un horizonte distinto de progreso y apertura económica con las implicaciones morales que

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a través de “una visión doble del hombre y del mundo” (Goytisolo, 2005a: 65) y del

debate de conciencia del escritor ante una realidad conflictiva, entre su posición ética y

su visión estética. En su esquematismo, la novela social del medio siglo, suplantó esta

visión doble del hombre y el mundo, y el debate de conciencia del escritor, por el plano

dramatismo del realismo fotográfico, reduciendo la complejidad de la existencia a un

mero tópico.

Pero Goytisolo no se queda simplemente en una formulación crítica, muestra

cómo esta visión doble del hombre y del mundo, la visión conflictiva entre las ideas y

los hechos, entre el ser y el deber ser del mundo, necesitan en su tratamiento literario de

una mirada irónica y no sólo del retrato de su cara más dramática. Así, manifiesta su

extrañeza por el hecho de que la novela social de los años cincuenta, incluyendo sus

primeras novelas, hubiera olvidado este recurso literario indispensable –la ironía– para

mostrar la complejidad del mundo descrito, máxime teniendo en cuenta que la

perspectiva sobre el universo referencial que ella brinda había sido para la literatura

española de Cervantes a Larra, de Quevedo y la picaresca a la crítica de Menéndez y

Pelayo, uno de sus mayores logros. En vez de rescatar ésta tradición aguda y satírica, la

novelística de los años cincuenta curiosamente se alineaba con la corriente de seriedad

política y agobio metafísico que inauguraba la generación del 98, y se extendía

precisamente hasta los años cincuenta del siglo pasado, sólo con contadas excepciones

(Cfr. Goytisolo, 2005a: 66). Anotemos que en el ensayo “La actualidad de Larra” del

Furgón de cola (1967), como ya vimos, su autor ahonda en el proceso desmitificador de

la realidad española emprendido por Fígaro a través de la sátira y la ironía, y en otros

ensayos de este libro, Goytisolo recurre a la ironía para ahondar de manera incisiva en

las temáticas propuestas. En “Escribir en España”, por ejemplo, como lo pudimos

apreciar, señala irónicamente las ventajas de la censura franquista para el escritor

español de aquel momento, y en los ensayos “La herencia del 98 o la literatura

considerada como una promoción social”, “Cernuda y la crítica literaria española” y

tales transformaciones traían consigo, como lo expone en la introducción de El furgón de cola y más ampliamente en el ensayo “Examen de conciencia” (Cfr. Goytisolo, 2005a: 11-16 y 188-209). Stanley Black describe la crítica de Goytisolo a los intelectuales de izquierda en este contexto, así: “El furgón de cola targets those intellectuals on the left who continued harbour the same revolutionary ideals in the neo-capitalist, consumer oriented Spain of the 1960s as they had in the autocratic, isolationist Spain of the 1950s. In his view, the social realist novel was not only passé, it could be seen to have failed in its aim to transform reality and could not even stand on its artistic merits because it had none to speak of, the aesthetic dimension having been disdained and subordinated to the political (Black, 2001: 20-21).

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“Menéndez Pidal y el padre Las Casas”, la ironía le sirve para ahondar en su proyecto

desmitificador de la tradición cultural española. Y en Señas de identidad (1966), novela

que es el resultado de este compromiso total del escritor –social, personal y técnico–,

señalado en “Literatura y eutanasia”, recurre constantemente a la ironía para dar cuenta

de la complejidad de la realidad descrita y cuestionar los valores tradicionales de la

sociedad española (Cfr. González Ortega, 1999: 87-99).

Esta visión doble del hombre y del mundo, a la vez dramática e irónica, que debe

buscarse como un propósito de la literatura, el autor la va a enmarcar dentro del

contexto de una reflexión más general sobre la verdad del arte. Una verdad que debe ser

el resultado de un debate interior en el proceso de configuración de la obra por parte del

escritor –y del lector a través de su experiencia estética–; debate por medio del cual se

trata de conciliar o fusionar dos ideas distintas y a veces contradictorias. Esa verdad,

común al arte y la literatura, es la que permite ampliar los límites de la conciencia y de

la percepción, alumbrar zonas oscuras de la realidad descrita o aludida, y es la que

permite hablar de la capacidad cognoscitiva de la literatura y el arte, intrínseca a la

actividad estética:

En la novela, como en la poesía, el autor debe proponerse la fusión en un mismo

campo de experiencia personal de dos emociones o ideas distantes, provocando a su

contacto el chispazo o tensión necesarios que alumbran una nueva realidad que no sea

copia muerta ni simple prolongación de dichas emociones o ideas, sino verdad evidente

e indemostrable para quien la comunica y para quien la recibe, cualitativamente distinta,

por tanto de los dos términos de la ecuación que la origina. Toda verdad poética o

novelesca es el resultado de esta dinámica interna, de esta tensión dolorosa (Goytisolo,

2005a: 66-67).

Ese debate interior es crucial dentro de la praxis de la literatura de Juan

Goytisolo, tanto en el proceso de configuración de la obra como de su recepción; y se

traduce, entre otras cosas, en el conflicto entre la responsabilidad ética –política y

social– del escritor y su visión estética, enmarcada siempre dentro de un horizonte de

máxima libertad. Para hacer más comprensible esta idea el autor se apoya en la

observación general consignada en El Crack-Up (1945) del escritor norteamericano

Scott Fitzgerald: “nuestra inteligencia (…) debe poder fijarse en dos ideas

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contradictorias sin perder por ello la posibilidad de funcionar” (apud Goytisolo, 2005a:

67); y la ejemplifica, en su caso, con una argumentación alrededor de lo que denomina

la “estética de la pobreza”: la fascinación que despierta en un escritor comprometido la

autenticidad y sencillez del mundo de los pobres. De manera sucinta este dilema se

puede explicar así: a finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta del siglo

pasado Goytisolo descubre la belleza del paisaje y de las gentes del sur de España, de

sus costumbres y hábitos, ligados a las condición de atraso social y pobreza, al margen

del progreso industrial del mundo europeo y en contraste con la transformación

económica que ya empezaba a vivirse en el país por el auge del turismo y el capitalismo

de Estado. La fascinación hacia este entorno geográfico y social, cuya belleza había sido

captada con anterioridad por el inglés Gerald Brenan en el libro Al sur de Granada

(1957), que Goytisolo se esfuerza en demostrar que no se parece en nada, ni puede

compararse, al “misticismo egocéntrico del 98 por la Meseta Castellana” (Goytisolo,

2005a: 68), quedó ejemplarmente registrada, con una aguda sensibilidad social y

claridad testimonial, en sus relatos de viaje por la provincia de Almería, Campos de

Níjar (1960) y La Chanca (1962). Sin embargo, la fascinación por este mundo

elemental y de escasos recursos económicos, pero con grandes cualidades humanas

como el desinterés y la solidaridad de sus habitantes, entraña para el escritor enfrentarse

a un dilema irresoluble. O bien, combatir en tanto intelectual progresista por alcanzar la

transformación de sus condiciones de vida, afín de lograr una mayor justicia social y

bienestar colectivo, con los medios que brinda el modelo de desarrollo industrial

capitalista, y asumiendo, bajo la premisa de que el fin justifica los medios, la carga de

deshumanización que esta transformación trae consigo; o bien, tratar de preservar,

jalonado por esa belleza que descubre en la pobreza y las virtudes de sus gentes, un

mundo y unos valores que al paso acelerado del progreso se vuelven anacrónicos.

Para Goytisolo (2005a: 68), es este tipo de dilemas los que debe enfrentar el

escritor con sus obras. Así, para él, la obra literaria nace de un conflicto –en su caso

personal frente a la sociedad, la historia y sus mistificaciones, los condicionamientos

ideológicos que se manifiestan a través del lenguaje, etc.– y el escritor no puede de

ninguna manera evadir éste conflicto, por el contrario, debe asumirlo íntegramente en su

experiencia vital. Y es ésta, también, la razón por la que identifica en este ensayo a la

literatura, en tanto encarna ese tipo de antagonismos, de lucha interior, de problemas

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morales y desafíos éticos, con la figura del derecho penal conocida con el nombre de

eutanasia o crimen piadoso. La literatura implicaría así, según él la entiende, un debate

de conciencia, de sacrificio, de destrucción, mediante el cual se manifiesta la

complejidad de la existencia y es por esta vía que actúa sobre la conciencia del hombre,

amplía su percepción y entraña una función cognoscitiva:

La tensión, el debate moral que justifica individualmente la eutanasia tiene a mí

entender un paralelo y correspondencia en el ámbito de la creación literaria cuando el

autor se enfrenta a la ecuación planteada por la presencia de dos ideas, realidades o

emociones distintas y debe decir sobre ella. Suprimir la tensión, el debate, y dictaminar

a priori la eliminación de los enfermos (o, demos por caso, de las cualidades primitivas

de nuestra sociedad preindustrial) equivale a dar carácter general y legal a un acto cuya

única caución moral (léase: estética) radica precisamente en su singularidad única e

irremplazable (o, en nuestro caso, a reducir la experiencia al tópico) (Goytisolo, 2005a:

68-69).

Con la analogía entre literatura y eutanasia el autor quiere finiquitar su crítica de

la generación del medio siglo y a la noción de compromiso del escritor reducida sólo al

ámbito de la actividad política. En su criterio, la mayoría de las obras que caracterizaron

la novela social española de los años cincuenta del siglo pasado, con la fórmula del

realismo, pretermitieron ese debate o tensión interior, ya que evadían de manera

deliberada uno de los términos de la antítesis del conflicto. El anhelo de sus miembros

de transformar la sociedad como una tarea primordial del escritor era políticamente

encomiable, pero sus obras no fueron fruto de la tensión o violencia interna de lo que

dicho anhelo implicaba como vivencia personal; no fueron el fruto de una experiencia

individual, que es única e irrepetible, sino fruto del legado no contrastado a fondo de las

ideas recibidas. Su compromiso, entonces, fue más formal, más doctrinario que

vivencial. Así, Goytisolo reafirma un nuevo postulado estético a partir de una noción

amplia de compromiso, e insiste en señalar que el objetivo de la literatura y el arte es

evitar los lugares comunes que la inercia mental impone al escritor y al artista; entiende

de esta manera que, frente a la experiencia inicial de su propia generación, marcada por

la estética del realismo, al suprimirse el debate –la confrontación interior del artista, con

el mundo y con el lenguaje–, se suprime el arte (Cfr. Goytisolo, 2005a: 69).

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Finalmente, para cerrar la aproximación crítica de la generación del medio siglo

–y a pesar del carácter provisional de ésta señalado por el propio autor no sólo por el

hecho de estar implicado como juez y parte, sino por el poco tiempo transcurrido desde

los inicios del grupo y la fecha de este análisis para una consolidación y recepción cabal

de las obras– Goytisolo (2005a: 69-71) se detiene, de manera breve, a resaltar el

segundo aspecto de su crítica, el conservadurismo estético del grupo, su apego excesivo

a las formas de la tradición literaria española. Para él, ese conservadurismo reñía con la

rebeldía política y moral asumida por sus integrantes. No obstante algunos esbozos de

querer liberarse del lastre de la tradición, encuentra que solo un escritor, Luis Martín

Santos, con su novela Tiempo de silencio (1962), asumió el riesgo que implicaba en un

medio cultural tan cerrado llevar la exploración del lenguaje literario hasta las últimas

consecuencias expresivas, de acuerdo con una concepción moderna de la literatura; los

demás miembros del grupo generacional, incluido él mismo, con las novelas publicadas

hasta la primera mitad de la década de los años sesenta, permanecieron encerrados

dentro de los límites convencionales del naturalismo. En este sentido, señala que el

realismo meramente formal fue la causa del fracaso artístico de su novela La resaca

(1959) y de otros ejemplos de la novela social española de los años cincuenta. Equipara

de esta manera el inconformismo estético del grupo a la instrumentalización de la

novela por un mal entendido compromiso político, mediante el cual se reducía la

complejidad de la experiencia al tópico. En su sentir, la época, caracterizada por la

precariedad cultural del franquismo, necesitaba una literatura revulsiva: “En el vasto y

sobrecargado almacén de antigüedades de nuestra lengua sólo podemos crear

destruyendo: una destrucción que sea a la vez creación; una creación a la par

destructiva” (Goytisolo, 2005a: 70).

Así, observamos que los nuevos lineamientos de su poética, distante ya de las

consideraciones de Problemas de la novela (1959), se rigen por los objetivos literarios

fijados por Martín Santos bajo la fórmula de “destruir, destruir, destruir” (apud

Goytisolo, 2005a: 70), aplicada a un exagerado casticismo y al apego excesivo a las

formas de la tradición literaria española. Sin embargo, desde ya el autor advierte que no

se trata de renegar de esta tradición sino de liberarse de una sujeción servil a sus formas

(Cfr. Goytisolo, 2005a: 70). Este objetivo literario destructivo es afín al afirmado, si

bien con otros términos menos efectistas, por el poeta y ensayista mejicano Octavio Paz

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–cuyas reflexiones sobre la literatura y sus relaciones con la cultura moderna se

convertirán a partir de este momento en un apoyo recurrente de las ideas literarias

expresadas por Juan Goytisolo en sus ensayos– para quien el estilo literario pertenece al

fondo común de cada época, siendo el verdadero quehacer del escritor su afán de

trascenderlo (Cfr. Goytisolo, 2005a: 59). No es extraño, entonces, que Goytisolo

descubra ese ánimo innovador, sin temor reverencial hacia la tradición y explorando al

máximo las posibilidades latentes del lenguaje, en la literatura hispanoamericana de

entonces, en las obras del mismo Paz, Borges, Lezama Lima y del llamado boom

latinoamericano:

Menos ligados que nosotros por un culto esterilizador hacia las grandes

creaciones del pasado, los novelistas americanos de habla castellana prueban desde hace

algún tiempo la existencia de grandes riquezas latentes en las entrañas de nuestro

idioma. En lugar de decorar la superficie calan en el interior de él, extraen un material

virgen que expresa y reproduce con fidelidad mayor la realidad de nuestra época.

Ninguna disociación en ellos entre fondo y forma (Goytisolo, 2005a: 70).

Bajo los postulados estéticos que implica desprenderse de las formas castizas de

la tradición de la literatura española, de un “anquilosado lenguaje castellanista”

(Goytisolo, 2005a: 70), aun de manera violenta, con un afán incluso destructivo, el autor

vislumbra para entonces el futuro inmediato de la narrativa española en aquellas obras

que más audazmente lograran cortar con el pesado lastre de la tradición y sus formas.

Sin tener en cuenta la novela española en el exilio, la mencionada novela de Martín

Santos y el proyecto novelístico del mismo Goytisolo a partir de Señas de identidad

(1966), tal empresa renovadora lo encontramos ya en la novelística que en los años

sesenta publicaron autores como Miguel Delibes –Cinco horas con Mario (1966)– y

Juan Benet –Volverás a Región (1967)–, por solo mencionar un par de ejemplos

cimeros (Cfr. Rey, 1975: 181-203 y Gullón, 1973: 3-10).

En conclusión, como ya se manifestó al principio de este análisis, “Literatura y

eutanasia” es un claro ejemplo del ejercicio de crítica literaria de Juan Goytisolo y de

afirmación de su poética; de exposición de los principios estéticos que van a guiar su

concepción de la literatura a partir de este momento –mediados de la década de los años

sesenta del siglo pasado–, marcando una ruptura con su poética anterior e inaugurando

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una nueva fase en su trayectoria literaria que, desde ahora, va a estar caracterizada por

el cuestionamiento radical de la cultura hispánica tradicional, su casticismo y

mistificaciones históricas. En este sentido, el ensayo es una buena muestra del empeño

del autor por alcanzar un lugar excéntrico, su lugar, en el ámbito de la literatura

española contemporánea, tanto en el terreno de la creación novelística como de la crítica

literaria. Un lugar excéntrico, con un afán de singularidad, en relación con su propio

grupo generacional. A través de ésta crítica y la declaración de una nueva poética toma

distancia, se aparta de la generación del medio siglo, de la novela social y de la estética

del realismo y, también, de aquellos intelectuales de izquierda aferrados

demagógicamente a los ideales revolucionarios que desconocían las transformaciones

ocurridas ante sus ojos en la España de los años sesenta. Excéntrico, porque su actitud

es polémica y revulsiva, su ánimo provocador. La aproximación crítica de su generación

no se detiene en autores y obras concretas, es más bien hacia unos postulados generales,

comunes, y el autor se implica en el análisis mediante la autocrítica de su obra anterior –

aquella que participa de tales postulados comunes–. El ensayo y su argumentación

tienen así un marcado carácter personal. Excéntrico, porque equipara la creación

literaria con un crimen piadoso, mediante el cual el escritor debe sacrificar sus creencias

profundas como resultado de un intenso y necesario debate interior; y, con un crimen,

en el pleno sentido de la palabra, sin atenuantes, cuando el escritor –tal es su caso–

emprende un combate de desmitificación contra los dogmas y verdades establecidos de

una vez y para siempre en el ámbito de la cultura a la que pertenece y contra las formas

anquilosadas de la tradición. Excéntrico, además, porque en el afán de singularidad

frente a su grupo generacional va a entablar un diálogo, enriquecedor para su propia

obra, con la literatura en lengua española de la otra orilla del Atlántico, alejada del

centro, irreverente e innovadora; y porque al concebir el compromiso del escritor como

un compromiso total, que involucra la experiencia personal, va a elegir la periferia, las

tierras del sur, con su “estética de la pobreza”, como referente de sus inquietudes y

dilemas éticos. Excéntrico porque, en vez de establecer los lazos de pertenencia con la

cultura hispánica y sus señas de identidad, busca afirmar la diferencia o el lugar –

marginal– del Otro en el ámbito de la propia cultura.

Por último, es preciso relacionar la transformación estética e ideológica de la

concepción de la literatura de Juan Goytisolo con las teorías literarias imperantes en

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aquel momento; con la reflexión sobre el fenómeno literario que, desde el ámbito de la

crítica y la teoría, estaban al orden del día en el espíritu de la época. Sobre todo, en el

contexto francés de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, el medio intelectual

más próximo al autor desde el momento en que decide residir en París para “huir del

régimen franquista y su vida intelectual miserable” (Goytisolo, 2005a: 535), buscando

tener contacto con una sociedad más abierta. Si en Problemas de la novela (1959),

reiteremos, su concepción la literatura está influenciada por las ideas de Lukács,

Gramsci y los marxistas franceses de la época (Cfr. Goytisolo, 2005b: 17), en

“Literatura y eutanasia”, así como en la mayoría de los ensayos de El furgón de cola

(1967), es perceptible la influencia de las ideas de la lingüística y el estructuralismo

francés sobre la literariedad y la importancia de una práctica de la literatura consciente

de sí misma y experimental (Cfr. Goytisolo, 2005b: 22). Esta transformación –que

comprende el problema del compromiso del escritor– puede apreciarse mejor a partir de

las diferencias existentes en la idea de literatura de dos teóricos tan importantes como

Sartre y Barthes (Cfr. Culler, 1987: 27-36). El primero, en Qu’est-ce que la littérature?

(1948), responde a esta interrogación afirmando que la literatura es, en esencia, una

toma de posición; por lo tanto, el escritor debe apartarse de todo esteticismo y prurito

experimental para lograr un compromiso político y social. Su tarea será así, representar

el mundo tal como es, con un lenguaje transparente y sin ambigüedades, y dar

testimonio de él:

La función del escritor es llamar al pan pan y vino al vino. Si las palabras están

enfermas, a nosotros toca curarlas. En lugar de esto, muchos viven de esta enfermedad.

En muchos casos, la literatura moderna es un cáncer de las palabras (…) En especial,

nada hay más nefasto que el ejercicio literario llamado, según creo, prosa poética,

consistente en utilizar las palabras por los oscuros armónicos que resuenan a su

alrededor y que están hechos de sentidos vagos en contradicción con el significado claro (Sartre, 1981: 233).

Tal es la visión de la literatura que subyace en Problemas de la novela (1959),

cuando su autor expone: “La novela objetiva, basada en una apreciación sintética y real

de la conducta humana, se ha convertido, gústele o no a los escritores y críticos, en el

único medio eficaz de novelar de nuestro tiempo” (Goytisolo, 1959: 62).

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Barthes, en su reflexiones sobre la historia del concepto de literatura como

institución en la época contemporánea, plasmadas hasta el momento de la escritura del

ensayo de Goytisolo en los libros Le Degré zéro de l’escriture (1953), Essais critiques

(1964), comparte, en términos generales, la convicción de Sartre de que la literatura

debe tener una relación vital con la historia y la sociedad (Cfr. Culler, 1987: 30), pero

rechaza, atento al desarrollo de la novela que va de Flaubert al Nouveau romman, la

noción sartreana del compromiso del escritor, noción que ve en la literatura consciente

de sí misma y modernista una aberración amoral. Barthes no cree que el lenguaje

literario políticamente efectivo, aquel que vincularía a la obra con su época de una

manera vital, sea el de una prosa directa, transparente y literal, ya que, para él, ninguna

prosa es transparente. Así, ni el realismo ni el objetivismo son naturales o neutrales, son

formas de relacionarse con la institución de la literatura que de Balzac a Flaubert, de

Proust a Robbe-Grillet ha sufrido grandes transformaciones, pasando de una escritura

clásica –confiada en la función referencial de la literatura– a una escritura propia de

“escrivans” (Barthes, 1977: 177-183), es decir, de autores involucrados en una

exploración del lenguaje, quienes conciben literatura como una forma de reflexión sobre

su actividad en tanto escritura, para quienes escribir es lidiar conscientemente con la

literatura. Barthes traslada, de esta manera, el compromiso explícito del escritor a un

compromiso con el lenguaje literario, que, por este hecho, no deja de ser histórico y

político; un compromiso si se quiere de orden estético, asumido en el contexto de la

literatura como institución. Según este compromiso, histórico y político del lenguaje

literario, la significación política de la escritura se manifiesta en la relación de la obra

con la forma en que la cultura ordena literariamente el mundo. Es por esta razón que

llega a afirmar:

La literatura (…) dista mucho de ser una copia analógica de lo real, ya que la

literatura es, por el contrario, la conciencia misma de lo irreal del lenguaje: la literatura

más ‘verdadera’ es la que se sabe más irreal, en la medida en que se sabe esencialmente

lenguaje (…) la obra más ‘realista’ no será la que pinte la ‘realidad’, sino la que

sirviéndose del mundo como contenido (…) explorará lo más profundamente posible la

realidad irreal del lenguaje (Barthes, 1977: 197-198).

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A partir de Señas de identidad (1966) y El furgón de Cola (1967), Juan

Goytisolo comienza a ser consciente de que la significación política de la escritura no es

simplemente un asunto del contenido de las obras, a través de un realismo mimético o

de un proselitismo directo del escritor. El contacto con la teoría literaria de los

formalistas rusos, la lingüística estructural y su percepción de la literalidad, con la

nouvelle critique francesa, reafirmará una poética en la que la reflexión sobre la

escritura –y la impronta de la función poética en su estructura verbal (Cfr. Jakobson,

1970: 7)– será primordial. Una reflexión sobre el lenguaje de la literatura que

comprende sus implicaciones sociales, políticas y estéticas, para cuestionar e interrogar

con ella las formas y códigos heredados de la tradición, en su caso, del excesivo

castellanismo la cultura hispánica. Este proyecto se radicalizará en la medida en que

profundice en él –con una nueva manera de concebir la narración– a través de las

novelas Reivindicación del conde Don Julián (1970) –ahora simplemente Don Julián

(Cfr. Goytisolo, 2004b)– y Juan sin tierra (1975), y a través de los ensayos que integran

su libro Disidencias (1977).

3. 5. Crítica literaria y cultural: Los cambios ocurridos en la poética de Juan Goytisolo a partir de la novela

Señas de identidad (1966), expuestos en cuanto a sus propósitos generales en el ensayo

“Literatura y eutanasia”, por medio de los cuales comienza a romper con una estética

realista –que caracterizó su obra anterior, de Juego de manos (1954) a La resaca

(1959)34–, y se aleja de los preceptos de la generación del medio siglo, de su

conformismo estético y de la idea de un compromiso en literatura reducido sólo al

ámbito de lo político, también son perceptible en los demás ensayos de crítica literaria y

cultural que integran El furgón de cola (1967).

34 Es necesario subrayar que esta ruptura sólo se consolidará a partir de Reivindicación del Conde don Julián (1970). En Señas de identidad (1966) hay todavía una combinación de la novela tradicional y referencial y el relato como objeto literario autónomo (Cfr. Perrin y Zmantar, 1981: 33).

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3.5.1. “Estebanillo González, hombre de buen humor”.

En “Estebanillo González, hombre de buen humor”, este viraje en su concepción

de la literatura –que coincide, como se ha afirmado, con la entrada del autor en una

etapa de madurez, es decir, de un mayor grado de conocimiento y reflexión sobre las

implicaciones de su oficio, producto de una amplitud, variedad y asimilación de

lecturas, tanto teóricas como del ámbito de la literatura universal; de la definición de sus

afinidades electivas, personales y estéticas; de su trasegar en la exploración directa de

las posibilidades del lenguaje a través de la escritura (Cfr. Goytisolo, 2005b: 12-22)–, se

manifiesta en una crítica de la interpretación clásica de la categoría de realismo como

simple copia de la realidad, cuando no se consideran las implicaciones que el concepto

tiene en tanto procedimiento literario, como fórmula narrativa. Y en un sentido

específico, su cuestionamiento va dirigido contra las ideas comunes de un sector de la

crítica española y extranjera que ve en el realismo, en los valores pintorescos y locales,

la “cumbre del arte”, y en la capacidad para describir y dar cuenta de la realidad, la nota

distintiva del espíritu artístico y literario español (Cfr. Goytisolo, 2005a: 72-73).

En términos generales, la lectura y análisis que Goytisolo hace de la novela Vida

y hechos de Estebanillo González, hombre de buen humor, compuesta por el mesmo

(Amberes, 1646) es la corroboración de que la poética expuesta en su obra ensayística,

los principios estéticos que fundamentan su concepción de la literatura a partir de su

reflexión teórica, comprende la interrogación crítica por el presente de la literatura, en

especial en el mundo hispánico, la desmitificación de unos valores tenidos como

absolutos en la interpretación de la tradición literaria y de las formas como ella se

manifiesta, y la revaloración y reinterpretación, desde la perspectiva del presente, de

corrientes divergentes, no oficiales de esta misma tradición.

Para apreciar mejor la evolución del pensamiento literario del autor es

conveniente contrastar su acercamiento al realismo de la picaresca en “Estebanillo

González, hombre de buen humor”, con su anterior aproximación en Problemas de la

novela (1959). En los ensayos “La picaresca, ejemplo nacional” y “La herencia de la

picaresca” de este último libro, Goytisolo sostenía que el gran aporte del género que

inaugura el Lazarillo de Tormes a la literatura española era la manera lograda cómo

describía la realidad de su tiempo. La verdad “histórica” de la sociedad española de los

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siglos XVI, XVII y XVIII, brindada por la picaresca: “Hojeando las páginas del

Lazarillo y de Guzmán de Alfarache, de la Pícara Justina y del Buscón nos empapamos

más de la vida española de la época del Imperio, que recurriendo a la lectura de

cualquier tratado de Historia” (Goytisolo, 1959: 92). Bajo aquella óptica, la picaresca se

convertía en un buen pretexto para justificar el programa y los fines de la novela social

de los años cincuenta –y apoyar su idea de la necesidad de configurar una literatura

nacional y popular–. Lo que para entonces le permitía definir la literatura, siguiendo una

conocida fórmula de Stendhal, como un espejo a lo largo del camino que refleja la

sociedad de su tiempo y posibilita la conciencia de sus imperfecciones y límites,

contribuyendo a purificarla (Cfr. Goytisolo, 2005a: 91). Para él, en aquel momento, si

un escritor desconocía la capacidad especular de la novela y se empeñaba en fabricar un

sustituto de la realidad se convertía no solo en un fabricante de mundos artificiosos sino,

“novelísticamente hablando” (Goytisolo, 1959: 92), en un impostor. Así, el gran legado

de la picaresca, según su interpretación de entonces, consistía en haber abierto el

camino a la novela para dar cuenta de una realidad social y contribuir mediante su

tratamiento a la solución de sus problemas; con un procedimiento simple por parte del

escritor, la observación y la denuncia, para reflejar la sociedad tal cual es y no tal cual

cree ser (Cfr. Goytisolo, 1959: 101). En su reflexión de aquella primera época el

compromiso político y la literatura se confundían bajo la única fórmula del realismo –

legado de la picaresca–; tendía, de esta manera, a equiparar la verdad literaria con la

verdad histórica, bajo la influencia de las teorías marxista de Lukács y Sartre (Cfr.

Goytisolo, 2005b: 14).

En “Estebanillo González, hombre del buen humor”, su mirada al respecto se ha

vuelto más compleja y obedece a una percepción distinta de la novela. Las relaciones

entre el relato realista y la historia –en el caso de la picaresca– son cuestionadas a partir

de los aportes de la teoría literaria de los formalistas rusos y de los estudios

historiográficos y literarios de Marcel Bataillon y Américo Castro. Con la ayuda de los

primeros va a entender que es necesario someter a un examen crítico y semántico

conceptos que en un momento dado pueden tornarse vagos en relación con la literatura

como “realidad”, “real”, “realismo” (Cfr. Goytisolo, 2005a: 72); y, con el aporte de los

segundos, va a cuidarse de incurrir no sólo en posiciones interpretativas esquemáticas e

ingenuas –la novela como reflejo fiel de la vida– sino en el anacronismo de aplicar la

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acepción contemporánea de una categoría literaria a una obra trescientos o cuatrocientos

años anterior.

La teoría de los formalistas rusos le permitirá comprender el hecho literario

como una sucesión dialéctica de formas que aparecen, como sostenía Shklovski, no para

expresar un contenido nuevo, sino para sustituir una antigua forma ya caída en desuso; y

para entender además que, cuando la vida invade el texto literario, se transforma en

literatura, siendo fundamental apreciarla como tal, según lo expresara Tinianov (Cfr.

Goytisolo, 2005a: 72-73). Su acercamiento a la teoría y metodología de los formalistas,

a partir de este ensayo y de los otros ensayos de crítica literaria de El furgón de cola

(1967), será vital en la configuración de una poética que considera primordial centrar su

atención en el análisis de la estructura interna del texto literario, en los elementos que la

componen y sus respectivas funciones; en la relación del texto con las obras del mismo

género o de géneros diferentes; en la determinación del lugar que ocupa la obra dentro

de la literatura considerada como un sistema y en su correlación con otras

manifestaciones culturales. Clarificará así con este instrumental teórico que no se trata,

cuando se analiza los textos de la picaresca –o de la novela en general–, de negar los

lazos de unión entre la vida y la literatura sino, por el contrario, de afirmarlos;

distinguiendo en el texto la presencia de los elementos tomados de la realidad de los

procedimientos retóricos, la importancia e implicaciones de la mediación del lenguaje

en su uso artístico para comprender que, a lo largo de la evolución del género picaresco,

la realidad no siempre es un asunto de contenido sino que se convierte en un elemento

formal, “en simple motivación o pretexto artístico” (Goytisolo, 2005a: 73).

Sin embargo, como se puede apreciar, los modelos teóricos que influyen en el

pensamiento ensayístico de Juan Goytisolo sobre la literatura a partir de El furgón de

cola (1967) no se agotan sólo en aquellos que enfatizan el aspecto formal del texto

literario, ni se refieren sólo a aquellas teorías que pretenden aislar la obra de su contexto

histórico, social y cultural y analizarlas en su inmanencia. La atención a la especificidad

de la obra literaria que adopta del formalismo ruso la va a combinar con los estudios

historiográficos de la literatura española, en especial en la vertiente metodológica

abierta por Marcel Bataillon y Américo Castro. Esta combinación es fundamental para

comprender su poética y en ella reside en gran parte la importancia de su reflexión, la

singularidad de su propuesta interpretativa y la formulación de una hermenéutica

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integral que, comprendiendo estos dos aspectos enunciados, profundiza en el

conocimiento del complejo proceso de configuración de la conciencia colectiva y

cultural de España y su lugar el mundo moderno35. En el caso de su análisis de la

picaresca a través de la lectura que hace de La vida y hechos de Estebanillo González,

hombre de buen humor, los estudios de Bataillon y Castro le van a permitir exponer,

con una gran capacidad de síntesis, las principales característica del desarrollo de la

novela picaresca desde El Lazarillo de Tormes en el siglo XVI, hasta su agotamiento

con las novelas de Torres Villarroel en el siglo XVIII. Mostrar cómo la vida irrumpe en

la primera obra en oposición formal al modelo literario dominante de los libros de

caballería (Cfr. Goytisolo, 2005a: 73-74), y cómo la virulencia de este realismo, por

diferentes circunstancias históricas, se transforma paulatinamente en mero

procedimiento narrativo. Le permiten señalar, con una argumentación sólida, la

importancia y el lugar del Estebanillo en el desarrollo de la picaresca, y afirmar:

“Estebanillo representa no sólo la culminación del género desde el punto de vista de su

primitivo designio (…); es, asimismo, la mejor novela española escrita en el siglo XVII

(si exceptuamos, claro está, el Quijote)” (Goytisolo, 2005a: 78).

En un sentido más amplio, las obras de Marcel Bataillon y Américo Castro serán

una herramienta fundamental en la crítica de una visión tradicionalista de la cultura

hispánica y en el proceso de desmitificación de la historia española, emprendido por

Goytisolo con su novela Señas de identidad (1966) y los ensayos recogidos en El furgón

de cola (1967); le posibilitan profundizar en el conocimiento y comprensión de la

construcción de la conciencia colectiva española, en la importancia que en ella tuvo el

contacto con el mundo oriental, árabe y judío, –en su presencia real, presente en su

cultura y en su minimización a través de las mistificaciones de un proyecto nacional-

católico, con una visión unitaria y excluyente de la vida colectiva–; ahondar en las

conexiones existentes entre la historia social, política y religiosa en este proceso de

configuración de la identidad histórica. Asimismo, las investigaciones de Bataillon y

Castro le permitirán revaluar también la visión inicial acerca de la literatura espiritual 35 El puente entre la teoría de los formalistas rusos y los estudios historiográficos de Bataillon y Castro, que enriquecen la poética de Goytisolo, es posible establecerlo a partir de la teoría del gran tiempo de la cultura formulada por Mijail Bajtin (1983: 346-353), y que es adoptada posteriormente por el autor, precisamente como un instrumento para comprender el fenómeno literario dentro de su propia tradición cultural, con todas las dimensiones e implicaciones que tiene frente al mundo contemporáneo. Ya en el ensayo “La actualidad de Larra” nos ocupamos den la noción de gran tiempo de Bajtin, como lo haremos a lo largo de éste trabajo, para precisar su aplicación en el pensamiento literario de Juan Goytisolo.

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frente a la cual había sido tan crítico en los ensayos relacionados sobre la picaresca de

Problemas de la novela (1959), y aun en el primer ensayo de El furgón de cola,

dedicado a resaltar la vigencia intelectual de Mariano José de Larra; a profundizar en el

conocimiento del fenómeno erasmista, a distinguir entre dos modos de entender la vida

religiosa –como férula social y mental o como amor evangélico y aventura mística

interior (Cfr. Laín Entralgo, 1971: 15); a decodificar el legado de una tradición literaria

en la que la expresión directa de las cosas no fue posible por la fuerte presencia del

fenómeno inquisitorial y en la que los escritores tuvieron que desarrollar las más

complejas estrategias y coartadas narrativas para, con un sentido encubierto, llegar a sus

lectores (Cfr. Márquez Villanueva, 1992: 16). En síntesis, los estudios historiográficos

de Bataillon y Castro, le permiten profundizar en el conocimiento de una “edad

conflictiva”, para utilizar la expresión del mismo Américo Castro (1961), que se

extiende en múltiples formas a lo largo de toda la historia moderna de España hasta

tiempos recientes, como el mismo Goytisolo lo expone en este ensayo dedicado al

Estebanillo: “Como observa con sutileza Gerald Brenan ‘bajo la apariencia de una

personalidad del siglo XIX (y, añadiría yo, del siglo XX) cabe advertir frecuentemente

en los españoles modernos la huella de la Contrarreforma” (Goytisolo, 2005a: 89).

El proyecto desmitificador de una identidad cerrada y estática, monolítica y

excluyente de lo que significa el ser de España y de su imagen en la literatura –que para

los años sesenta del siglo pasado y dentro del contexto político y social del régimen

franquista asumía Goytisolo con su obra novelística y ensayística, tanto frente a una

visión nacional-católica como frente a las mistificaciones de una intelectualidad

progresista de izquierdas36– encontraba también en la lectura de la novela Vida y hechos

de Estabanillo González, hombre de buen humor, con las herramientas teóricas y

metodológicas mencionadas, un modelo y una justificación. Si en la primera parte de su

ensayo se detien replantear el concepto de realismo en la picaresca, a distinguir la

presencia de los elementos tomados de la estructura del mundo referencial de los

procedimientos estilísticos, a analizar la evolución del género y el lugar de la novela de

Estebanillo, en esa evolución, en la segunda parte muestra la fuerza subversiva de esta

36 No olvidemos que dentro de los propósitos generales de los ensayos reunidos en El furgón de cola (1967), está preguntarse por el lugar del intelectual progresista en la España finisecular a través de un profundo examen de conciencia frente a los cambios sociales y económicos acaecidos por el desarrollo industrial y frente a la transformación de los valores idiosincrásicos y culturales que caracterizaban la sociedad española preindustrial (Cfr. Goytisolo, 2005a: 13)

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obra frente a un ideal caballeresco y las virtudes concomitantes ligadas a una moral

cristiana que caracterizaría la visión tradicionalista de una conciencia colectiva española

a partir de los Reyes Católicos. La inversión de valores que plantea la novela, la

sinceridad autobiográfica extrema, su independencia moral, el humor y la sátira, la

apertura sexual de su protagonista, el posible origen sefardí del autor con marcas

vedadas en el texto a través de la ironía, deconstruyen –o someten a cuestión– a criterio

de Goytisolo, los valores tradicionales de una supuesta esencia española afincada en

conceptos como el heroísmo, la hidalguía, la pureza de sangre, la honra, el honor, la

integridad cristiana, el casticismo, etc. Inversión de valores que interpreta de esta

manera:

La historia de un país no se compone sólo de acciones gloriosas y hechos

sublimes: la cobardía, la vileza, la abyección forman parte igualmente de ella, son la

urdimbre por entre la que pasa la trama elevada y noble para integrar el dibujo aleatorio

del tapiz. Al reivindicar la cobardía y la vileza como necesarios ingredientes humanos

Estebanillo nos rinde un servicio a todos. Conociéndole a él nos conocemos mejor a

nosotros mismos (…) La risa, el desprecio nuestro configuran su ser moral y, de

rechazo, nos definen a nosotros toda vez que el mal que él encarna anida igualmente en

nuestro fuero interno y sólo la hipocresía y consideraciones mundanas nos impiden

confesarlo (Goytisolo, 2005a: 84).

Goytisolo ahonda en la novela para contrastar la moral individual del personaje

Estebanillo con el conjunto de valores que configurarían una supuesta identidad

casticista española por fuera de los condicionantes históricos. Su lectura está enmarcada

dentro del proyecto crítico de una destrucción creadora expuesto en el anterior ensayo

“Literatura y eutanasia” (Cfr. Goytisolo, 2005a: 70), que implica un conocimiento

profundo de la historia y la cultura del país para mostrar otra cara de ese complejo

proceso de definición de una identidad nacional. Otra cara, la que exhibe los elementos

perturbadores de una visión uniforme y excluyente y expone una visión multicultural

más abierta. Por esta razón, ahondar en la tradición literaria presente en este ensayo

sobre Estebanillo González y en los otros ensayos de crítica literaria de El furgón de

cola (1967), trasciende el conocimiento que cada escritor debe tener sobre la historia y

la cultura de su propia comunidad lingüística para crear una obra consistente. Es verdad

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que en él existe una atracción manifiesta hacia la tradición literaria española que

respalda su propio proceso creativo a partir de la novela Señas de identidad (1966), un

conocimiento inherente al oficio de escritor, sin embargo, en su caso, este interés va

más allá y se convierte en tema de su obra, tanto de su novelística, como de su

ensayística. Se convierte, por lo tanto, en un elemento esencial de su poética.

Si a partir de lo expuesto hasta ahora, en especial desde el ensayo “Literatura y

eutanasia”, podemos definir la poética contenida en los ensayos de Juan Goytisolo como

la teorización sobre la literatura que en líneas generales comprende: la reflexión crítica

acerca del fenómeno literario para definir su propia concepción de la literatura;

enfatizando, en su visión, la especificidad del texto literario, el valor de la función

poética en la estructura verbal, la exploración de las “virtualidades del lenguaje”

(Goytisolo, 1997a: 112) en oposición a una estética realista que privilegia el universo

referencial. Si comprende, además, establecer las relaciones que cada obra guarda con el

sistema de la literatura, tanto de su propia comunidad lingüística como del sistema de la

literatura en general, para buscar afirmar su singularidad, para “decir lo aún no dicho

(…), lanzarse a la conquista de nuevos ámbitos expresivos” (Goytisolo, 1997a: 112) y

entender la obra como parte de este sistema perteneciente al gran tiempo de la cultura.

Si, asimismo, su poética, que se define en una dialéctica de destrucción y creación,

implica la crítica de los valores establecidos como categorías absolutas en las

interpretaciones de la tradición literaria y de las formas como ella se manifiesta. Crítica

que va unida a una actividad hermenéutica de renovación y revaloración, desde la

perspectiva del presente, de obras olvidadas o, en su criterio, subestimadas de esta

misma tradición o de corrientes divergentes de ella, en el empeño de resaltar su

importancia y vigencia, sus conexiones con el tiempo presente, según una filiación

intelectual humanista de fuerte presencia en el ámbito hispánico a lo largo de su historia

y que ha sido rescatada por los estudios historiográficos y filológicos de los aludidos

Américo Castro y Marcel Bataillon (Cfr. Subirats, 2003: 49-56). Si en términos

generales podemos aproximarnos al pensamiento literario de Juan Goytisolo a partir de

los anteriores lineamientos, es preciso manifestar también que, en el caso concreto de su

labor ensayística, hay un componente pragmático de singular importancia, relativo al

ámbito de la comunicación literaria, de la finalidad y función pretendida por el autor

con el ensayo literario (Cfr. Albaladejo, 1997: 13-14), elemento sobre el cual está

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soportada la poiesis ensayística de Juan Goytisolo, como puede apreciarse en

“Estebanillo González, hombre de buen humor”. Este componente pragmático es la

función didáctica, orientadora perseguida por el autor en su obra ensayística. En el

ensayo literario Goytisolo pone los elementos de la construcción textual, del tratamiento

del universo referencial, de su reflexión y argumentación, al servicio de esta finalidad

didáctica, orientadora, que pretende alcanzar. Así, la crítica de la tradición casticista, a

sus formas y preceptivas, la revisión hermenéutica propuesta de otra vertiente de la

tradición literaria española –como la representada por Estebanillo González, la de los

“españoles al margen”, en términos de Américo Castro (1975)–, su reflexión sobre el

fenómeno literario y su impacto en la vida cultural en el mundo contemporáneo, y sobre

las relaciones que cada obra individual guarda con el sistema de la literatura en general,

está apoyada en esta función orientadora que pretende convencer y persuadir al lector,

con su argumentación, de la necesidad de plantear y continuar una tradición crítica en el

contexto moderno de la cultura hispánica.

3.5.2. Contra el conformismo intelectual de la posguerra.

El siguiente ensayo “La herencia del 98 o la literatura considerada como una

promoción social”, se ubica, asimismo, dentro de la dialéctica de desmitificación y

creación, señalada como un elemento central de la poética ensayística de Goytisolo. El

ensayo es un duro cuestionamiento, con un tono polémico e iconoclasta, al dogmatismo

y conformismo del medio intelectual español durante el franquismo, lo que considera

como una consecuencia directa de la cerrazón política y cultural del régimen (Cfr.

Goytisolo, 2005a: 93). Más que una crítica de las obras de los escritores agrupados en

torno a la denominada generación del 98, es una crítica del culto reverencial hacia ellos

durante la posguerra y a una tarea artificial de continuidad histórica y cultural frente al

vacío causado por la guerra civil de 1936-1939. El ensayo es, además, un diagnóstico

del panorama cultural al que se enfrentaron los escritores surgidos a mediados de los

años cincuenta del siglo pasado, la llamada generación del medio siglo, a la que el autor

perteneció.

Para Goytisolo este culto generalizado creó una situación anómala de parálisis e

inhibición por ausencia de una perspectiva de análisis crítico, que es un elemento

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fundamental para la afirmación de las nuevas generaciones de escritores que nacen con

motivaciones y visiones de mundo distintas de las de sus precedentes. Y dejó como

secuelas, en su criterio, el empobrecimiento del ensayo español durante ese período; la

pérdida de originalidad e innovación de la crítica literaria e intelectual que, apoyada en

el culto a la personalidad, olvidó el legado de Larra y cayó en el lugar común de la

apología, la explicación y la glosa, sin la convicción necesaria para aventurarse con

planteamientos audaces por los terrenos desconocidos que las nuevas situaciones y

circunstancias históricas exigían (Cfr. Goytisolo, 2005a: 97). Y hace extensiva su

crítica, en principio dirigida a los sectores liberales de la cultura española de entonces, a

los intelectuales marxistas que también incurren en la misma inhibición y conformismo

intelectual, al aceptar los textos clásicos del materialismo históricos sin confrontarlos

mediante una lectura y reflexión crítica, y al aplicar sus tesis, de manera mecánica y

esquemática, a situaciones históricas y sociales diferentes de las que inicialmente

surgieron (Cfr. Goytisolo, 2005a: 98).

En este ensayo el autor explica cómo el proyecto de restauración de una

continuidad intelectual con el 98, en sus inicios loable para llenar el vacío creado por la

expatriación de la mayor parte de los intelectuales forjados durante la Dictadura de

Primo de Rivera y la Segunda República a raíz del desenlace de la guerra civil, y como

una reacción oportuna, necesaria y justa de un sector liberal frente a los ataques de la

derecha española hacia las principales figuras del 98, se convirtió en un culto castrador

para las generaciones futuras. Discurre así, dentro del complejo y sensible contexto de

revaloración de las obras de aquel importante grupo de escritores que se plantearon el

problema de la identidad histórica de España ante la pérdida de la última colonia de

ultramar (Cfr. Subirats, 1988: 55). Diagnostica que la valoración del 98 pasó de ser un

puente obligado para restablecer la continuidad cultural rota por las armas, a ser un

culto con tintes de sacralización; situación que se hizo perceptible en el momento en que

los escritores del medio siglo hicieron sus críticas a aquellos y sin embargo se interpretó

su actitud como un acto de sacrilegio y barbarie, no como un ejercicio de libertad y

afirmación de una juventud irreverente. Insiste que las críticas de su generación al 98 o

a algunas figuras destacadas del panorama intelectual español, como a Ortega y Gasset,

no estuvieron motivadas por ningún propósito sórdido o avieso, ni tenían el ánimo de

hacer “tabla rasa” de la cultura precedente, sino de asimilar el pasado cultural y

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reinterpretarlo de acuerdo con una nueva óptica (Cfr. Goytisolo, 2005a: 95-96). Al

convertir el respeto a una tradición, que no excluye el análisis crítico de las obras, en

culto, el lazo de continuidad que los jóvenes escritores necesitaban para dialogar y

controvertir el pasado y asimilar su herencia intelectual, se convirtió en un obstáculo:

La reacción que suscitaron nuestras críticas está en la memoria de todos (…).

Con el pretexto de resguardar la herencia del 98 se disfrazaba una operación de medro

personal: la herencia se había metamorfoseado en culto. Cuando la venda nos cayó de

los ojos descubrimos, atónitos, el juego de prestidigitación de algunos de los

continuadores: su obra de continuidad con lo pasado se había transformado

imperceptiblemente en ruptura con lo provenir. Les pedíamos un puente para salvar el

vacío y nos habían edificado una muralla (Goytisolo, 2005a: 96).

Lo relevante de este ensayo de Goytisolo, más que el tono polémico e

iconoclasta para despertar el interés del lector en el proceso de desmitificación y

reinterpretación de la cultura hispánica, es la importancia que en este contexto le

concede al asunto de la discontinuidad histórica y cultural de España. Su planteamiento

del tema como un elemento decisivo para comprender el drama intelectual de los

españoles durante el siglo XX, a raíz de la guerra civil y sus terribles consecuencias37.

Así, el problema y las dificultades de los continuadores que pretendieron establecer un

lazo de unión con el 98 durante la posguerra, tal como lo expone Goytisolo, está inscrito

en el problema mayor de las interrupciones y vacíos culturales a lo largo de la historia

moderna de España, que genera lo que él denomina “la reactualización un tanto artificial

de las figuras del 98” (Goytisolo, 2005a: 94). Porque este puente, inicialmente necesario

y justo en oposición a la desertización cultural y barbarie del régimen, se transformó

37 El concepto de discontinuidad de la cultura española ha sido utilizado por el historiador Vicente Llorens (1906-1979) para interpretar la constante trágica que encierra la historia de España desde la intolerancia inquisitorial en tiempos de los Reyes Católicos al franquismo; le sirve para definir el drama del exilio y sus implicaciones frente a la historia intelectual española, comprendiendo desde la expulsión de los judíos en 1492 al exilio republicano de 1939 (Cfr. Aznar Soler, 2006). Este concepto es central en la obra ensayística de Goytisolo, en su revisión, reinterpretación y rescate de la memoria de una tradición de españoles al margen o como él los llama “del reino de las excepciones geniales” (Goytisolo, 1995a: 193). Si bien en este ensayo no existe una referencia directa Llorens para plantear las consecuencias de esta discontinuidad, en el siguiente, dedicado a resaltar la importancia de la obra crítica de Luis Cernuda, ya hay una alusión al historiador valenciano que indica un primer contacto con su obra, contacto que será fundamental a partir de su ensayo “Presentación crítica de J. M. Blanco White” (Goytisolo, 1972), dedicado, precisamente, a Vicente Llorens, a quien a lo largo de los años reconocerá, al igual que a Américo Castro, como uno de sus maestro (Cfr. Goytisolo, 1999: 69).

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luego en un culto dogmático y conformista, por falta de una perspectiva de análisis

crítico. Es esta constante de discontinuidades la que entre otras razones de fondo no

permitió establecer oportunamente un diálogo con las generaciones intelectuales

intermedias obligadas al exilio, quienes, como herederos directos del 98 ya habían

tomado una distancia crítica en relación con sus obras; un grupo de escritores

destacados donde se encontraban figuras tan relevantes como José Bergamín, Max Aub,

Ramón J. Sender, Luis Cernuda y Francisco Ayala, quien precisamente llamó la

atención sobre el nacionalismo tardío del 98 y su visión castellanista de la cultura

hispánica (Cfr. Goytisolo, 2005a: 94-95; y 1999: 64-65). Es posible afirmar entonces,

siguiendo la reflexión de Goytisolo, que el culto reverencial hacia la generación del 98

se dio por la falta de una tradición crítica como una de las consecuencias de la

discontinuidad cultural española.

La intención de Goytisolo no es sólo señalar el vacío crítico en el ámbito cultural

español durante el franquismo, su dogmatismo y conformismo, sino proponer una

solución a esta situación, apoyado en la necesidad de defender una autonomía e

independencia crítica dentro de un proyecto amplio de revisión de la historia cultural e

intelectual que ya despuntaba en los ensayos reunidos en El furgón de cola (1967):

El remedio a esta situación no puede venir sino de nosotros mismos: fuera de las

capillas y sectas que hoy pululan por nuestra confederación de Reinos de Taifas;

despojándonos del caparazón de invulnerabilidad con que pretendemos cubrirnos;

aceptando la posibilidad del error generoso y de la equivocación fructífera; caminando

por nuestro propio pie, sin muletas ni ayudas; actuando con la libertad soberana del

francotirador y del paria, huyendo como huyeron nuestro maestros, de las asechanzas y

redes de una respetabilidad dudosa (Goytisolo, 2005a: 99).

3.5.3. Cernuda y la libertad de conciencia.

En ese propósito general de constituir y consolidar una tradición crítica, que

subyace en su obra ensayística para enfrentar el problema de la discontinuidad cultural

de España, Goytisolo rescata la libertad de conciencia de algunos de aquellos españoles

disidentes y expatriados cuyas obras fueron silenciadas como consecuencia directa del

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respeto excesivo a los valores del 98. Entre ellos, de manera particular, a Luis Cernuda.

Su cuestionamiento al 98, parte de la crítica que ya había realizado Cernuda a los poetas

y prosistas del Modernismo y a la generación del 98 en sus Estudios sobre poesía

española contemporánea de 1957. Por esta razón, también, resulta comprensible que los

dos ensayos subsiguientes estén dedicados a resaltar la obra crítica y poética de

Cernuda, como parte de ese proyecto de desmitificación que implica, en contra partida,

la revisión y rescate de una memoria de la heterodoxia (Cfr. Ridao, 2000)38.

3.5.3.1. Cernuda, crítico literario.

En el ensayo “Cernuda y la crítica literaria española”, el autor contrapone el

ejemplo de la concepción y práctica de la crítica literaria de Cernuda –fundamentada en

su independencia de criterio, su espíritu inconformista y rebelde, el conocimiento

consistente de la literatura– a lo que él considera los males de la crítica literaria

española: su dogmatismo y conformismo, los criterios tribales y domésticos con que

opera, el apego a los juicios y opiniones del pasado con criterios de eternidad según la

autoridad que los formule, los prestigios ganados no por las dimensiones de una obra

realizada sino por la destreza social de los críticos. Males coetáneos no sólo al árido

panorama intelectual que se vivió durante el régimen franquista, sino a una tradición

que teniendo su origen histórico en una corriente contrarreformista desconoce los

fundamentos de lo que representa el análisis crítico para la consolidación de una cultura

moderna (Cfr. Goytisolo, 2005a: 100-113).

Pero Goytisolo no sólo contrapone la obra crítica de Cernuda como un ejemplo a

seguir frente lo que él considera la aberrante situación de la crítica literaria española, a

pesar de ser este el blanco directo de su cuestionamiento. Parte de un contexto más

38 Luis Cernuda (1902-1962) vivió casi la mitad de su vida en el exilio. Durante los años de la posguerra su obra no gozó en suelo español del reconocimiento que tiene hoy en día, cuando a través de numerosos estudios y trabajos críticos y a través de la influencia que su obra ha dejado en las generaciones futuras su importancia es indiscutida. Los ensayos de Goytisolo son posteriores a su muerte y están incluidos dentro de una tendencia amplia de revaloración de la obra del poeta sevillano. Como ya lo señalará Octavio Paz (1983: 129), en su ensayo “La palabra edificante”, lo escrito por el propio Cernuda en 1961, a raíz de la muerte de Pierre Reverdy, puede aplicarse plenamente a él, ya que España en este aspecto no es la excepción del comportamiento de las culturas oficiales en relación con sus poetas: “¿qué país sobrelleva a gusto a sus poetas? A sus poetas vivos, quiero decir, pues a los muertos, ya sabemos que no hay país que no adore a los suyos. Si el mayor defecto de un poeta es estar vivo, ése es defecto que el tiempo siempre repara” (Cernuda, 1975: 1086).

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amplio. Describe sumariamente el panorama de la vida literaria francesa de mediados de

los años sesenta en torno al debate que tuvo lugar entre la denominada crítica

universitaria y la crítica ideológica, como uno de los múltiples aspectos en los que se

manifestaba la célebre polémica que involucró a una Nouvelle critique, representada por

Roland Barthes y a una crítica tradicional, representada por Raymond Picard39.

Goytisolo, sin profundizar en los meandros de esta polémica, anota simplemente que la

crítica ideológica acusaba a los “universitarios” de conservadurismo y parcialidad, al

estudiar la creación literaria sin preguntarse nunca ni cuestionarse el porqué del hecho

literario; y la crítica universitaria, guardiana de un método positivista acusaba, a su vez,

a los “ideólogos” de interesarse en la obra literaria para justificar una serie de teorías de

dominios distintos de conocimiento, ajenas a la especificidad de la literatura (Cfr.

Goytisolo, 2005a: 100). Su interés es más bien trazar este amplio panorama de la crítica

francesa para señalar cómo a pesar del surgimiento de diferentes escuelas –

existencialista, marxista, psicoanalista, estructuralistas– y del hecho positivo de lo que

esto significaba para el enriquecimiento de una teoría literaria que alimentaba a la

crítica en su pretensión de comprender a cabalidad el fenómeno literario, a pesar del

aporte al conocimiento en el ámbito de las ciencias humanas que trajo consigo la

“escuela de la sospecha” –en términos de Paul Ricoeur (1985)– al recoger las

enseñanzas de Nietzsche, Marx y Freud, escuela que enriqueció las bases teóricas de las

diferentes corrientes de la crítica, a pesar de todo lo que este aire de renovación

significaba para que desde diferentes perspectivas se contribuyera a un conocimiento

más amplio de la literatura, se seguía cayendo, según su criterio, y como lo corroboraba

la polémica mencionada, en posiciones dogmáticas y excluyentes de una teoría frente a

otra, deslegitimando en ocasiones todo el esfuerzo cognitivo conjunto que tal empresa

conllevaba, porque no se trataba del conflicto dinámico y dialéctico que hace avanzar el

conocimiento, sino de actitudes autocráticas y perentorias en la tensión de fuerzas de un

crítico frente a otro. En este sentido, para él, eran más perjudiciales los esquematismos y

39 A raíz de la publicación del libro Sur Racine (1963) y Ensayos críticos (1964) de Barthes, la crítica tradicional acusó a la nueva crítica de ser una nueva impostura que abusaba de una terminología confusa, a lo que más tarde Barthes respondió con el libro Crítica y verdad (1966), donde expone los fundamentos de la nueva crítica y contraataca la visión conservadora de la crítica tradicional, fundada en los presupuestos del gusto, la objetividad, la claridad y el respeto a la autoridad como valores absolutos e inamovibles de la crítica literaria (Cfr. Barthes, 1971: 9-35).

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arbitrariedades de una crítica ideológica que el conservadurismo de una crítica

tradicional (Cfr. Goytisolo, 2005a: 102).

Así, este ensayo puede dividirse en dos partes, en la primera, Goytisolo realza la

obra crítica de Cernuda frente a los exclusivismos de la crítica ideológica del medio

cultural francés de aquel entonces y, en la segunda, a partir de la pregunta: “¿Existe una

crítica literaria en España?” (Goytisolo, 2005a: 107), se dedica a contraponer el ejemplo

de independencia crítica de Cernuda frente a las prácticas de la crítica literaria española

que aun careciendo durante la posguerra de la existencia y por lo tanto de los posibles

excesos de una crítica ideológica, incurría en los vacíos, rezagos y hábitos de una

tradición antimoderna. Reiteremos, Goytisolo no desconoce los logros de una crítica de

filiación marxista, histórica, psicoanalista, etc., cuestiona son los enfoque exclusivistas

de algunas de estas escuelas cuando confunden la parte con el todo, el fin con los

medios y desconocen la riqueza semántica de la obra literaria40. Ante la visión

excluyente y dogmática, autocrática y pretenciosa de una práctica ideológica mal

entendida o de los acercamientos reductivos de cualquier otra corriente de la crítica

literaria, contrapone los ensayos literarios de Cernuda, quien bajo la influencia T. S.

Eliot y la crítica anglosajona, de Matthew Arnold a Edmund Wilson, tenía un visión

“fluida y flexible” (Goytisolo, 2005a: 104) hacia la obra analizada sin caer en

afirmaciones perentorias, y quien reconocía, además, la historicidad y relatividad de los

juicios emitidos41. Cernuda entendía, según Goytisolo, que en el ejercicio de la crítica

40 Más adelante para su propio interés definirá lo que entiende por crítica ideológica como aquella que analiza la obra literaria desde una perspectiva única, de una manera reductiva y totalitaria (Cfr. Goytisolo, 2005a: 26). 41 Al aludir a las influencias anglosajonas en la obra crítica de Cernuda puede constatarse que éstas se refieren a la presencia en su pensamiento intelectual del New crticism (Cfr. Aguiar e Silva, 1972: 413-433). Lo cual podría demostrar una confianza excesiva para entonces de Goytisolo hacia esa corriente de crítica a través de su ensayo sobre Cernuda. En una época en la que predominaban los enfoques ideológicos más atentos al mundo referencial que a la autonomía de la literatura, retomar esta tendencia implicaba privilegiar la especificidad de la literatura y los acercamientos inmanentes, basados en una lectura atenta al texto literario –Close Reading–. No formularemos por ahora ningún cuestionamiento sobre esta tendencia anglosajona que ha sido duramente criticada, desde la perspectiva del presente, por su mirada ahistórica del hecho literario (Cfr. Eagleton, 1988: 63-72; y Said, 2006: 53-79). No lo hacemos porque Goytisolo, si bien está resaltando la concepción de la crítica literaria de Cernuda y lo útil que en aquel momento resultaba su ejemplo para un examen de conciencia del escritor en el contexto cultural de la última fase del franquismo, no está exponiendo su propia concepción de la crítica literaria; la cual expondrá a profundidad en un ensayo posterior, “Escritores, críticos y fiscales”, incluido en su libro Libertad, libertad, libertad (1978), que corresponde a una ponencia del autor presentada en un coloquio sobre “El escritor y la crítica” en el York College en abril de 1975, y que se publicó inicialmente en la Revista Triunfo, el 4 de febrero de 1976. Más adelante nos detendremos en este texto para exponer la concepción la crítica literaria de Goytisolo, basada en la poética de Jakobson y en un acercamiento interdisciplinar (Cfr. Goytisolo, 1978: 87-92), que ya se insinuaba en este ensayo sobre Cernuda, cuando

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literaria, la teoría debía adaptarse a la obra analizada y no viceversa, de manera

esquemática, como en muchas ocasiones sucede con los análisis críticos que no

ponderan en su real dimensión la polisemia el texto literario.

En la segunda parte del ensayo, el autor reconoce la existencia de una crítica

literaria en España, cuyo temas de interés giran en torno a ciertos tópicos inamovibles,

el Siglo de Oro, el espíritu nacional de Castilla, la obra de la generación del 98 (Cfr.

Goytisolo, 2005a: 107), pero siguiendo la opinión de Cernuda al respecto afirma que en

el medio cultural español hay una carencia ancestral de análisis crítico, fundamental

para esta actividad en concordancia con el espíritu de la modernidad. Aunque reconoce

la existencia de unas cuantas excepciones: Menéndez y Pelayo, la obra crítica de

algunos de los miembros de la generación del 98, Dámaso Alonso, entre otros, insiste

que ellas no hacen sino confirmar la regla. Considera que la crítica literaria en España

no se rige por la lectura concienzuda, la reflexión y la crítica humanista, sino por la

erudición, el comentario y la glosa, por el respeto reverencial y supersticioso hacia el

pasado, por los juicios forjados al calor de la capilla, la cofradía o la tertulia, como la

institución más relevante de la vida intelectual del país (Cfr. Goytisolo, 2005a: 108-

110). Y para hacer comprensible al lector de lo que él considera los logros de la

concepción de la crítica literaria de Cernuda, ante este insano panorama, la examina a

partir de los asuntos más acuciantes en el ámbito de la creación literaria para entonces –

cuestiones que Goytisolo ya se había planteado y tratado de resolver con su primer libro

de ensayos, Problemas de la novela (1959)–: el problema del compromiso del escritor y

el problema de una la literatura nacional y popular. En relación con el primer aspecto

considera que Cernuda siempre concibió una autonomía relativa del hecho literario,

pero valorando la obra sólo por el criterio decisivo de su calidad artística, como se

puede apreciar con la cita que trae a colación del autor de La realidad y el deseo:

En la literatura y en la poesía siempre ha entrado en proporción mayor o menor,

cierto elemento cambiante, ajeno a las mismas, que unas veces es religioso, otras moral,

otras social, otras político, y al cual alguna gente interesada, y sobre todo alguna gente

ajena a la literatura y a la poesía, pretende darle importancia mayor que a la calidad

reconoce la importancia de los avances de la teoría literaria en el siglo XX tanto para los escritores como para los estudiosos de la literatura.

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artística misma, que es la única que decide el valor de una obra literaria (apud

Goytisolo, 2005a: 111).

Goytisolo se apoya en Cernuda, entonces, para tratar el asunto del compromiso

del escritor, circunscribiéndolo a la perspectiva del autor en tanto creador, para sostener

que, en relación con su oficio, es primordial el compromiso de éste con la literatura, lo

cual no implica desconocer la responsabilidad social, pública del escritor. Esta última se

deriva y adquiere incluso una mayor relevancia de la responsabilidad con que asuma sus

obligaciones como escritor.

En un sentido similar al anterior, la opinión de Cernuda frente al problema de la

literatura nacional y popular y a una preocupación castellanista, sin desconocer la

importancia que implica el conocimiento de la tradición para la formación de una

conciencia nacional, consiste en afirmar que la valoración histórica no debe primar

sobre la valoración estética, y que el peso de la tradición no exime de su revisión crítica

periódica, como tampoco puede convertirse ésta en un lastre para las generaciones

futuras (Cfr. Goytisolo, 2005a: 111-112).

Goytisolo resalta, además, la independencia crítica de Cernuda frente al medio

cultural español, su integridad moral, su espíritu inconformista y rebelde y el

conocimiento profundo de las diferentes técnicas de aproximación a la obra literaria. El

poeta sevillano se convierte así en un referente imprescindible para el examen de

conciencia emprendido por el autor de El furgón de cola (1967). Con su ejemplo, se

alejará de las afirmaciones perentorias y dogmáticas, de los juicios reduccionistas de su

primer libro de ensayos, Problemas de la novela (1959), donde, recordemos,

promulgaba una literatura social, basada en el realismo y el compromiso político del

escritor, donde consideraba la obra literaria como un medio para la transformación de la

sociedad, y donde enfatizaba la necesidad de una literatura nacional y popular, de una

manera excluyente.

Dos puntos son asimismo relevantes en esta aproximación de Goytisolo a la obra

crítica de Cernuda en nuestro interés de derivar una poética de su obra ensayística. El

primero es la importancia que el autor de El furgón de cola (1967) le concede a la

crítica literaria dentro de su actividad creativa e intelectual entendida como un todo.

Concibe la crítica literaria como una praxis paralela y complementaria de su labor

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novelística, guiada por unos propósitos comunes. En su criterio, el desarrollo de la

crítica a lo largo del siglo XX y de la teoría literaria que la fundamenta, han contribuido

de manera decisiva a ampliar el conocimiento del fenómeno literario; por lo tanto,

resulta imprescindible para el crítico tener una competencia disciplinar en estos campos

si no quiere verse relegado por esta realidad cognoscitiva contemporánea y presentar

una visión limitada de la literatura, como de manera explícita lo afirma en el ensayo:

Es indudable que, en mayor o menor grado, cada una de estas escuelas (…) ha

contribuido a ensanchar nuestro conocimiento de la obra literaria. Gracias a la

antropología, a la sociología, al psicoanálisis, al estructuralismo, nuestro modo de ver la

literatura no es el mismo que el del siglo XIX o el de hace treinta años. El crítico que

pretendiera ignorar esta realidad y no tuviera en consideración los hallazgos de estas

ciencias, se descalificaría así mismo como crítico (Goytisolo, 2005a: 101)

Pero esta competencia no sólo se reduce al crítico. Desde los ensayos que

conforman El furgón de cola (1967), Goytisolo ha vislumbrando ya algo que será una

constante de su pensamiento literario, la convicción de que uno de los rasgos

característicos de la literatura contemporánea es la disolución de las fronteras entre la

crítica y la creación, entre la literatura y el discurso sobre la literatura; convicción que lo

llevará a considerar como una figura anacrónica al escritor que se niegue a profundizar

en el conocimiento del hecho literario que proporciona tanto la teoría como el desarrollo

de la crítica literaria a partir del siglo XX (Cfr. Goytisolo, 1978: 92).

Y el segundo punto que nos interesa resaltar de este ensayo, que contrasta con su

visión reductiva del hecho literario expuesta Problemas de la novela (1959), con la

fuerte carga ideológica de aquel primer libro, con sus juicios perentorios y concepción

de la obra literaria desde una perspectiva única y excluyente –la novela social dentro del

proyecto de una literatura nacional y popular–, es la afirmación que hace, así sea de

manera sumaria, sobre la riqueza y amplitud de la literatura y de la multiplicidad de

enfoques que la obra literaria permite dada su complejidad semántica. De la

multiplicidad de propuestas que permite la literatura entendida como un sistema, el

sistema de la literatura universal: la concepción universalista de todas las literaturas del

mundo como un todo sinfónico (Cfr. Said, 2006: 121). Diversidad y libertad creativa de

la literatura que en este ensayo, contra los exclusivismos de algunos acercamientos

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críticos, expresa con una breve síntesis: “En la casa de la literatura hay muchas

moradas, y Santa Teresa figura en ella con el mismo derecho que el anónimo autor del

Lazarillo” (Goytisolo, 2005a: 103). Así, no sólo cambia su visión en relación con el

primer libro de ensayos, recordemos que en su propósito de valorar la picaresca como

un ejemplo de literatura nacional condenaba a la literatura mística (Cfr. Goytisolo,

1959: 85-106), sino que traza los lineamientos de lo que luego definirá como el Árbol

de la literatura; imagen a través de la cual da cuenta de su visión amplia de la literatura

universal y de su relación con la cultura y la sociedad (Goytisolo, 1995a: 10-13).

Pero no sólo la obra crítica de Luis Cernuda le sirve de ejemplo al examen de

conciencia emprendido por Goytisolo como propósito general de los ensayos reunidos

en El furgón de cola (1966), sobre la situación del escritor y del intelectual en España

durante la última fase del franquismo; encuentra en su obra poética, motivada por el

desgarro del poeta frente a la sociedad española y el drama del exilio forzoso, una

posición de independencia moral y libertad artística encomiable para responder a las

exigencias que se le planteaban a los escritores españoles ante los cambios que se venía

operando en la realidad española de aquel momento.

3.5.3.2. La vigencia de Cernuda

En el siguiente ensayo de El furgón de cola (1967), “Homenaje a Luis Cernuda”,

Goytisolo hace una valoración de la obra poética del autor de La realidad y el deseo,

con ocasión del primer aniversario de su muerte, a quien considera: “el poeta español

más actual de la brillante generación surgida en los alrededores de 1925” (Goytisolo,

2005a). Pretende en este ensayo analizar y explicar las causas del olvido voluntario y

desconocimiento al que fue sometido el autor y su obra desde el triunfo del franquismo

hasta su muerte ocurrida en el año 1963; y de esta manera, llamar la atención del lector

sobre la importancia y vigencia de la poesía de Cernuda. Un acto, en su criterio,

modesto de justicia y reparación frente a la magnitud poética de una obra indispensable

en la literatura española del siglo XX (Cfr. Goytisolo, 2005a: 133).

A partir del conjunto de la obra poética de Cernuda recogida bajo el título de La

realidad y el deseo (1925-1962) y del texto autobiográfico “Historial de un libro”

(1958), Goytisolo traza el perfil intelectual y literario de Cernuda, resaltando la temática

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que caracteriza la evolución de toda su obra, la oposición entre el mundo interior del

artista y el mundo contingente, los dos extremos en pugna que producen un permanente

sentimiento de malestar y aislamiento del poeta y que en última instancia va a explicar

la reacción adversa que Cernuda despertó entre los suyos. El silencio que cubrió su obra

en vida del poeta, según la interpretación de Goytisolo, se debió a la magnitud de la

crítica hacia la sociedad española que hay en ella (Cfr. Goytisolo, 2005a: 114-116).

En su argumentación, Goytisolo primero establece los lazos comunes entre el

autor de La realidad y el deseo y los demás miembros de la generación del 27 (Alberti,

Aleixandre, Guillén, Salinas, García Lorca); señala la gran importancia de este grupo

generacional en la historia contemporánea de la literatura española y la manera como

ellos asimilaron la herencia del romanticismo de Bécquer, del modernismo de Rubén

Darío y la visión poética rigurosa y acendrada de Antonio Machado y Juan Ramón

Jiménez; menciona que en sus orígenes la influencia del surrealismo, las ideas de Ortega

y Gasset sobre la deshumanización del arte y el redescubrimiento de Góngora, marcó la

visión poética de los miembros de esta promoción. Sostiene que Cernuda alcanzó una

independencia temática y estilística de las otras propuestas de su generación a partir del

libro Las nubes (1940), obra central que recoge las impresiones de la guerra civil y la

experiencia inicial del exilio del poeta. A partir de este marco generacional,

posteriormente, pasa a mostrar cómo la oposición entre la realidad y el deseo, entre la

verdad individual del poeta y su relación irreconciliable con la verdad del mundo y sus

instituciones: matrimonio, familia, religión, leyes, recorre temáticamente toda su obra

(Cfr. Goytisolo, 2005a: 118-124). En sus primeros poemas, recogidos en libro Perfil del

Aire (1928), ese antagonismo está levemente insinuado sin alcanzar la hondura

existencial de su obra posterior. A partir de Los placeres prohibidos (1931), la

oposición resulta más evidente y el poeta manifiesta clara y decididamente el

desacuerdo entre su instinto amoroso con las convenciones sociales de su tiempo. Y así,

de libro en libro, Goytisolo profundiza en ese sentimiento de extrañeza y desarraigo que

se va agudizando cada vez más con los años y que el autor del ensayo corrobora con

citas tomadas de la obra del poeta sevillano. Se detiene en cada uno de sus libros

espigando los poemas que resaltan mejor el individualismo intransigente de Cernuda

frente a todas las formas de coacción social y que dan prueba de su rebeldía, incluso en

el campo religioso, al defender los placeres mundanos frente al puritanismo moral que

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caracterizaba gran parte de la sociedad española de su tiempo. Coincide, en este último

aspecto, con el poeta mexicano Octavio Paz, para quien Cernuda ha sido tal vez el

escritor menos cristiano de la lengua castellana (Cfr. Goytisolo, 2005a: 120). Luego

muestra cómo la experiencia de la guerra civil y del exilio influyó dramáticamente en la

vida y la obra de Cernuda, confiriéndole a su poesía una gran hondura existencial a la

par de los mejores poetas modernos europeos. Expone como el desarraigo interior, el

exilio moral, se acrecentará con el exilio físico y la pérdida definitiva de la patria,

anhelada con dolor patriótico en algunos poemas –“Elegía española I y II”, “Un español

habla de su tierra”– pero que al expulsarlo de su seno pasa a convertirse en una

indeseada madrastra (Cfr. Goytisolo, 2005a: 125-126). Señala que la separación del

poeta y el mundo se profundiza con el destierro físico, pero no sólo el exilio marcará la

temática de su obra poética, incide también de manera crucial en su estilística. Al

emigrar inicialmente hacia a Escocia su poesía se depura al contacto con la cultura

anglosajona. La lectura de los principales poetas ingleses de Blake a Eliot le enseñará a

liberarse del engaño sentimental, de la impresión subjetiva y de los trazos superfluos de

floritura, aspectos conocidos como pathetic fallacy y purple patch (Cfr. Goytisolo,

2005a: 125). El rigor poético forjado en su experiencia del exilio y la claridad expresiva

del verso contribuirán afirmar su voz poética y singularidad artística, a darle hondura y

concisión a los contenidos expuestos, aquellos que expresan la verdad individual del

poeta y del hombre frente al mundo, una verdad que no es mejor ni peor que la de los

otros, sino diferente, una verdad propia (Cfr. Cernuda, 1975: 937). Así, para Goytisolo,

la rebeldía de Cernuda, su independencia moral y artística, la crítica de las costumbres y

valores de la sociedad española, la dialéctica de destrucción creación que entraña su

obra42, su libertad individual y franqueza para nombrar su elección amorosa, son las

causas del ostracismo al que se vio sometido Cernuda en vida. No sólo por los

defensores del régimen sino también por los cultores de la poesía social que

encontraban en sus posiciones una actitud profundamente anti-revolucionaria. Pero

Goytisolo muestra cómo, paradójicamente, tales aspectos serán luego el germen que

42 Octavio Paz en el ensayo “La palabra edificante”, que al momento del “Homenaje a Cernuda” Goytisolo considera: “el único estudio serio consagrado a la muerte del poeta” (Goytisolo, 2005a: 115), define la dialéctica destrucción creación en la obra de Cernuda en los siguientes términos: “La poesía de Cernuda es una crítica de nuestros valores y creencias; en ella destrucción y creación son inseparables, pues aquello que afirma implica la disolución de lo que la sociedad tiene por justo, sagrado o inmutable” (Paz, 1983: 131).

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alimentará la joven poesía española que descollará en el panorama literario español al

momento de este ensayo; la de Jaime Gil de Biedma y José Ángel Valente, entre otros,

quienes se encargaron de rescatar su obra del olvido al que había sido sometida durante

el régimen franquista (Cfr. Goytisolo, 2005a: 129-130).

Hay un aspecto importante que es necesario mencionar en el análisis temático

que Goytisolo hace de la poesía de Cernuda. Se deriva del conflicto que atraviesa al

poeta entre los polos opuestos de la realidad y el deseo. Es su dualismo, la ambivalencia

que siempre caracterizó al poeta, Goytisolo (2005: 124) encuentra mejor expresado este

rasgo en el poema “Díptico Español”, que hace parte del libro Desolación de la quimera

(1962) y que describe bien los siguientes versos:

Hablan en el poeta voces varias: Escuchemos su coro concertado, Adónde la creída dominante Es tan sólo una voz entre las otras (Apud Goytisolo, 2005a: 124)

Este dualismo está presente en la voz del “yo” poético que asume los

sentimientos contradictorios producidos por el destierro, cuando, unas veces, afirme

frente a su país, “es lástima que fuera mi tierra” y otras veces, “bien está que fuera tu

tierra” (Cernuda, 1975: 165-167); este dualismo está presente en el poeta que llega a la

convicción de que el mal causante de su exilio no es sólo circunstancial, obedece a una

causas que se remontan en el tiempo, como son una fe y unos valores identitarios que no

reconoce y rechaza abiertamente, pero que, en su dualidad, también tiene la certeza de

pertenecer a una cultura que no puede negar porque está unido a ella con un vínculo

indeleble que lo expresa, el vinculo del lenguaje, su verdadera patria, y este vínculo lo

une a lo mejor de la cultura del país que rechaza, la tradición que va de Cervantes a

Galdós. Pero, además, como en Cernuda el poeta se confunde con el hombre (Cfr. Paz,

1983: 132-133), Goytisolo percibe también ésta dualidad en el autor que reflexiona en

su obra crítica acerca de temas tan variados como son el compromiso del escritor, la

poética de sus contemporáneos, las consecuencias del progreso industrial frente a la

deshumanización del mundo, como un dilema ético sobre el que debe manifestarse el

escritor en tanto intelectual, etc. (Cfr. Goytisolo, 2005a: 123). Sin embargo, la dualidad

de Cernuda no es vista por Goytisolo como una rasgo negativo, ni de su poética ni de la

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visión de mundo del autor, todo lo contrario, la apreciación doble de Cernuda,

correspondiente a dos puntos de mira diferentes y a veces opuestos de un mismo

fenómeno, es resaltado por el autor de El furgón de cola (1967) como un rasgo positivo

de una inteligencia compleja que se confronta con el mundo y que oscila creativamente,

sin dogmatismos, de una posición a otra (Cfr. Goytisolo, 2005a: 122-123).

Ahora bien, es importante resaltar, en nuestro interés de establecer una poética

de Juan Goytisolo a partir de su obra ensayística, un punto crucial de este ensayo, el

énfasis que el autor hace de esa atracción de contrarios característica de la vida y la obra

de Cernuda. Es a través de este rasgo como el autor de El furgón de cola logra

identificarse con el autor de La realidad y el deseo y valerse de su ejemplo para realizar

el examen conciencia sobre la situación del escritor en la sociedad española durante la

última fase del franquismo, propósito general de los ensayos reunidos en el volumen

que venimos analizando. Goytisolo se identifica con Cernuda de una manera tan

profunda que innegablemente su crítica de los valores y mitos de una supuesta identidad

española y su concepción de la literatura como una dialéctica de destrucción y creación

–destrucción creadora– dentro del marco del ámbito histórico-cultural hispánico, tiene

sus raíces en la posición intelectual y poética de Cernuda. En esa ambigüedad

manifiesta del poeta sevillano que rechaza violentamente la interpretación del pasado

histórico del país a través de su mistificación, pero que, al mismo tiempo, no puede

renunciar a la tradición a la que pertenece, por estar unido inexorablemente a su lengua

y su cultura. Asimismo, frente al examen de conciencia aludido, ésta visión doble de los

fenómenos propia de Cernuda es la que subraya positivamente Goytisolo como

necesaria, en aquel momento, para superar los problemas de una literatura doctrinaria y

la proliferación de fórmulas demagógicas en la poesía y la novela social de entonces;

para replantear el problema del compromiso del escritor tan en boga en la época y

descartar una visión instrumental de la literatura como medio para la transformación

social, y como una manera de alcanzar la revolución tan anhelada desde la Primera

República, pero que nunca llegó a concretarse en la práctica. Goytisolo es claro en

advertir que Cernuda no desconoce el papel revolucionario del poeta y la importancia

del factor social en el proceso de creación de la obra de arte, pero niega el compromiso

del escritor reducido sólo al ámbito de lo político, éste debe pactarse en relación con la

calidad de la obra literaria. (Cfr. Goytisolo, 2005a: 123). Sin embargo, para el autor de

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El furgón de cola (1967), en el examen de conciencia que realiza sobre la situación del

escritor español en los años sesenta del siglo pasado y en la interpretación de la actitud

artística e intelectual de Cernuda, no hay posiciones absolutas ni definidas de una vez y

para siempre. El compromiso del artista, en tanto tal, está enmarcado dentro de un

compromiso con la vida y es un problema histórico, está inmerso dentro de una

dialéctica que pone en juego una visión estética del mundo y una responsabilidad ética

por parte del escritor. Ambos términos entran en conflicto en el proceso de creación de

la obra y en el comportamiento del artista como intelectual. No se trata por lo tanto de

negar alguno de los términos en detrimento del otro, sino de asumir las consecuencias

que conlleva plantearse este conflicto; sabiendo distinguir el plano estético, donde

alcanza una verdadera eficacia la obra artística o literaria, y el plano de la ética, que se

ejerce a través de una actitud intelectual libre e independiente.

De lo tratado hasta el momento, hemos podido apreciar cómo Cernuda y Larra

son las dos figuras ejemplares de las que se sirve Goytisolo para el examen de

conciencia emprendido a través del conjunto de ensayos que conforman El furgón de

cola (1967). Larra mediante su visión crítica de la sociedad española, su pensamiento

liberal y rebeldía ante la represión y la censura política. Cernuda, al igual, por su

independencia crítica, su percepción compleja de los fenómenos para superar las

posiciones dogmáticas, y su concepción de la literatura dentro de una dialéctica de

destrucción creación, que implica el cuestionamiento de los valores y creencias de un

pretendido carácter español y, simultáneamente, por la afirmación de una cultura

fundada en las altas tradiciones literarias de la lengua que se manifiesta de manera

singular en el legado que va de Cervantes a Pérez Galdós43. Común a la labor intelectual

de Larra y Cernuda es el proyecto de Goytisolo de desmitificar la realidad histórico-

social española y de atacar de forma vehemente, con las armas de la ironía y la

provocación heredadas del primero y la virulencia del tormento de una conciencia

exiliada del segundo, las verdades establecidas de una vez y para siempre en la

43 Dentro del conjunto de sus ensayos literarios, el autor de El furgón de cola (1967) volverá a ocuparse de la figura de Cernuda en el libro Contracorrientes (1985), con el ensayo “Albanio en el Edén” (Goytisolo, 2005a: 471), donde resalta la vigencia de la obra de Cernuda por simbolizar ella las relaciones conflictivas del escritor y el artista español en general con su patria a lo largo de la historia. Este ensayo se publicó inicialmente como prólogo al libro Luis Cernuda y Sevilla (Albanio en el Edén). Notas para una introducción a la lectura de “Ocnos”, de Julio Manuel de la Rosa, publicado por Edisur, Colección Cuadernos de Cultura Popular, 1981.

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interpretación de la historia española y el culto sacralizador hacia algunas de las figuras

más prominentes de este ámbito cultural.

En ese proyecto de desmitificación se encuentran, como hemos visto, los

ensayos “La herencia del 98 o la literatura considerada como una promoción social” y

“Cernuda y la crítica literaria española”.

3.5.4. La crítica como responsabilidad intelectual, contra la autoridad

de Menéndez Pidal. Elaboración de la interpretación histórica de

Américo Castro.

Otro de los ensayos que hace parte de este volumen, “Menéndez Pidal y el padre

Las Casas”, está asimismo dentro de esta empresa de desmitificación. Este último

ensayo apareció publicado por primera vez en el número 12 de la revista Cuadernos de

Ruedo Ibérico, correspondiente a los meses de abril y mayo de 1967, y es una revisión

crítica, entendida como un ejemplo de responsabilidad intelectual, de uno de los

aspectos más importantes de la obra del destacado filólogo e historiador español: de sus

trabajos dedicados a la figura de fray Bartolomé de Las Casas. Acercarse a una obra de

las dimensiones de Ramón Menéndez Pidal a través de una perspectiva crítica entraña,

para Goytisolo (2005a: 163-164), un mayor ejemplo de honestidad intelectual que la

lectura acrítica, el culto reverente hacia el autor y la aceptación de sus opiniones y

juicios sin estimación ninguna, sólo a través del halago palaciego, el comentario

panegírico o el elogio desmedido.

Antes de abordar críticamente los trabajos de Menéndez Pidal dedicados a Las

Casas, Goytisolo (2005a: 161-162) hace una valoración de la obra y la personalidad del

filólogo gallego, autor de la indispensable obra Orígenes del español. Estado lingüístico

de la Península Ibérica hasta el siglo XI (1926). De Menéndez Pidal resalta la hondura

de sus conocimientos, su probidad, dedicación y rigor investigativo en el campo de los

saberes humanísticos, su aporte invaluable a la cultura hispánica y al estudio de la

lengua castellana, su dimensión intelectual sólo comparable con la de Menéndez Pelayo

y el padre Feijoo; asimismo subraya su responsabilidad cívica, su fuerza de carácter, su

actitud ejemplar durante la posguerra para intentar sanar mediante el uso de la razón las

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heridas abiertas entre las dos Españas (Cfr. Goytisolo, 2005a: 162).44 Pero luego de

hacer esta salvedad y manifestar su admiración y respeto hacia el gran historiador,

considera que el mayor reconocimiento que puede hacerse a su obra es asumir una

lectura crítica tendiente a una apreciación cabal y objetiva de la misma. Así, se

aproxima con una perspectiva crítica, sin excluir un tono provocador e irónico, a los tres

textos que a lo largo de su vida investigativa Menéndez Pidal dedicó a fray Bartolomé

de Las Casas.45 El primero, “¿Codicia insaciable? ¿Ilustres hazañas?”, un artículo

publicado en la revista Escorial en noviembre de 1940, donde confrontó las opiniones

de Las Casas sobre la colonización de América con las de Bernal Díaz del Castillo,

compañero de Hernán Cortés en la conquista de Nueva España. El segundo, “Vitoria y

Las Casas”, una conferencia leída en Salamanca el 19 de octubre de 1956, donde cotejó

los juicios de Las Casas con las justificaciones sobre la legalidad de la conquista y la

colonización hecha por el dominico Francisco de Vitoria, expuestas en sus tres

relaciones De Indis (1539). Y el tercero, Una “norma” anormal del padre Las Casas,

libro publicado por Espasa-Calpe, en 1958, donde analizó la personalidad en su criterio

perturbada y paranoica del autor de la Brevísima relación de la destrucción de las

Indias (1552), y su proclive tendencia a la “exageración enormizante” y a “la

difamación monstruosa” (Cfr. Goytisolo, 2005a: 166-167).

Goytisolo coincide con Menéndez Pidal en la gran importancia histórica del

descubrimiento e hispanización de América, hecho puesto fuera de toda duda por el

surgimiento, autonomía y repercusión en el mundo moderno de las dieciocho nuevas

naciones hispanoamericanas, unidas a España por su lengua, su pasado común y cultura;

pero difiere ampliamente en cuanto a la valoración de la obra de Las Casas, deformante

de la realidad y ofensiva de la dignidad histórica de su país, según el autor de La

España del Cid (1929), precursora de las doctrinas igualitarias, admitidas hoy en todo el

44 No olvidemos que en otro de los ensayos de este volumen, “Los escritores españoles frente al toro de la censura”, (Cfr. Goytisolo, 2005a: 40) alude a la posición de Menéndez Pidal hacia finales de 1960, a la cabeza de un grupo de intelectuales, elevando su voz contra el sistema de la censura imperante durante el franquismo, posición que propició un cambio en el régimen censorio que se concretó en los últimos años del régimen, de una mayor flexibilidad, lo que da una idea precisa del carácter e independencia intelectual del por muchos años presidente de la Real Academia Española. 45 Goytisolo no incluye en esta aproximación a la bibliografía lascasina de Menéndez Pidal la extensa biografía El padre Las Casas: su doble personalidad (1963), como lo advierte a pie de página (Cfr. Goytisolo, 2005a: 161). Manifiesta su intención de analizar ésta obra en otra oportunidad, pero a excepción del ensayo “A propósito de dos centenarios” incluido en el libro El bosque de las letras (1995a), donde reitera la incomprensión, los prejuicios y parcialidad de Menéndez Pidal hacia el apóstol de los indios, no vuelve en su obra ensayística a ocuparse de la biografía mencionada.

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orbe civilizado y motivo de un triste orgullo y una amarga satisfacción, para el autor de

Don Julián (1970) (Cfr. Goytisolo, 2005a: 168). No es la intención de Goytisolo en este

ensayo la de analizar la personalidad contradictoria de Las Casas; ni profundizar de

manera exhaustiva en las diferencias de sus tesis con las del padre Francisco de Vitoria,

ni profundizar en las consideraciones sobre las tesis de Vitoria, en su defensa de la

legitimidad de la conquista o sus aportes al moderno derecho de gentes. Le interesa es

demostrar el sustrato ideológico que subyace tras la argumentación de Menéndez Pidal

contra Las Casas; resaltar su anacronismo al aceptar como si fueran aún válidas, a

mediados del siglo XX, las razones que motivaron la conquista, soportadas en los

valores como la honra y el honor del soldado español, y su parcialidad al analizar la

personalidad del primer defensor de los indios en tierras americanas. Cuando Menéndez

Pidal, aduciendo la razón del progreso histórico de la empresa española en el Nuevo

Mundo, contrapone a las denuncias de las atrocidades y abusos de sus compatriotas

contra la población nativa, consignadas en la Brevísima relación de la destrucción de

las indias de Las Casas, el relato de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva

España de Bernal Díaz del Castillo, compañero en armas de Cortés, quien creía que los

españoles tenían una misión religiosa que cumplir en América y que la Corona tenía

derecho a conquistar a los indios, Goytisolo desvela unos motivos más sutiles tras los

argumentos del historiador gallego: la exaltación del deseo de gloria del soldado

español, de sus ansias de empresas, de la alabanza del honor y su honra de éste como si

fuera una característica definitiva del pueblo español. Goytisolo cuestiona el hecho de

que Menéndez Pidal hubiera hecho una férrea defensa de esos supuestos valores para

justificar el afán conquistador y que al hacerlo, de una manera anacrónica, los haya

considerado aún válidos al momento de su primer ensayo contra de Las Casas, como ya

lo había hecho al valorar los dramas de Lope, Tirso y Calderón, en un texto de 1937,

titulado “Del honor en el teatro español”, donde consideraba este tipo de virtudes como

“el precioso patrimonio (…) que anima la existencia entera de la comunidad, para vivir

su vida colectiva con elevado ánimo y virtuoso esfuerzo” (apud Goytisolo, 2005a: 163);

además cuetiona que en el acercamiento de Menéndez Pidal a Las Casas, al haber

resaltado estos valores como una caución moral de la empresa española, sin tomar en

consideración el drama de la conquista y la posterior colonización para la población

indígena, lo haya hecho enfatizando un orgulloso sentimiento de superioridad del

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soldado español, presuntamente soportando en un destino único y privilegiado, en una

esencia atemporal, como se desprende, según la interpretación de Goytisolo, de la

desigual valoración del gran historiador de la obra de Bernal Díaz del Castillo y Las

Casas (Cfr. Goytisolo, 2005a: 170-172).

A una misma conclusión llega el autor del ensayo cuando analiza la

aproximación contrastiva de las tesis Francisco de Vitoria y Las Casas sobre la

conquista y la colonización americana hecha por Menéndez Pidal, quien encontraba

totalmente modernas las razones del primero y medievales las del segundo. Mientras

Las Casas no reconocía sino un solo título justificativo de la empresa española en

América, la evangelización, que de por sí, en su criterio, no daba lugar para una guerra

justa, Vitoria, en su obra Relectio de indis (1539), exponía ocho títulos por los cuales

los indígenas podían estar bajo la potestad española y dar lugar a una guerra justa.

Goytisolo (2005a: 172:183) se detiene a sopesar los argumentos de Menéndez Pidal,

citándolos por extenso, sin entrar a desentrañar las divergencias de los dos padres

dominicos auxiliadores de los indios, su interés es examinar la actitud divergente del

historiador frente a ambas posturas. Y le llama la atención que, en las apreciaciones de

Menéndez Pidal al calificar como anticuadas y medievales las ideas de Las Casas y

perdurables y modernas las de Vitoria, incurriera en el anacronismo de validar las tesis

del último como si fueran todavía vigentes luego de más de cuatrocientos años de

promulgadas; ideas que si bien, desde un punto de vista jurídico, modernizaron el

derecho de gentes y ayudaron a reconocer al indio como una realidad humana, sin

embargo justificaban la conquista, la explotación de los recursos naturales y riquezas

del nuevo mundo, y el sometimiento y vasallaje de la población nativa; y en cambio,

cuestiona que Menéndez Pidal no hubiera reconocido, desde la perspectiva de su

presente, la vigencia de las ideas de Las Casas, las cuales fueron inspiradoras de la

campaña abolicionista de la esclavitud en todo el mundo occidental y no hubiera

reconocido tampoco su actitud humanista hacia los más débiles –fundamento filosófico

del moderno derecho internacional humanitario, al pregonar la igualdad, dignidad y

libre determinación de la población indígena–. La pregunta que se hace Goytisolo es,

entonces, ¿por qué el autor de La España del Cid (1929) tenía en un alto aprecio de

Vitoria, a quien consideraba “sabio genial, admirado y respetado por todos (…) con un

escrupuloso sentido moral-jurídico (…) un profundo espíritu de equidad cristiana”

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(apud Goytisolo, 2005a: 172), mientras consideraba a Las Casas “(…) el viborezno que

al nacer desgarra las entrañas de la madre (…) un resentido que para su odio a los

próximos busca la justificación de un amor a los extraños”? (apud Goytisolo, 2005a:

186). Y plantea como una plausible respuesta que Menéndez Pidal no reconocía el

aporte de las ideas de Las Casas al mundo civilizado porque consideraba que su obra

atentaba contra el honor de esa epopeya cimera de la historia de la humanidad que fue el

descubrimiento y conquista de América. Para Menéndez Pidal, la Brevísima relación de

la destrucción de las Indias, mancillaba las ansias de gloria, fama y espíritu de aventura

de los españoles; negaba el valor de la honra y la vivencia del honor, valores que

fundamentaban el destino singular y único de los españoles, su identidad privilegiada y

definitiva derivada de su vinculo a su lugar de origen; valores que para el historiador

fueron enaltecidos en el Poema del Cid, el Romancero, los libros de caballería, las

Sergas de Esplandián, Amadís, etc. (Cfr. Goytisolo, 2005a: 186).

Y en el análisis del último de los textos citados por Goytisolo, Una “norma”

anormal del Padre Las Casas (1958), muestra cómo el historiador Menéndez Pidal

emitió un diagnóstico sobre la personalidad de Las Casas en el que lo define como una

personalidad paranoica, reflejada, según él, en su obcecación de deslegitimar la empresa

de la conquista y contribuir con su Breve relación de la destrucción de las Indias a la

formación de una leyenda negra antiespañola (Cfr. Goytisolo, 2005a: 186), por sus

exageraciones difamatorias y su idea fija de que todo lo hecho por los españoles en

tierras americanas constituyó una empresa malvada. En la lectura crítica de esta última

aproximación, Goytisolo no rechaza que Las Casas tuviera una personalidad

contradictoria, como tampoco desmiente que, en la polémica de Las Casas contra los

desmanes de sus compatriotas en América, hubiera incurrido en ciertas exageraciones,

pero sostiene que éstas no niegan la realidad histórica de los horrores cometidos. En su

criterio (Cfr. Goytisolo, 2005a: 184-185), la veracidad de las denuncias hechas en

defensa la población aborigen por Las Casas están corroboradas con testimonios

fehacientes posteriores (además de otros documentos históricos), como los hechos por

Jorge Juan y Santacila y Antonio de Ulloa, en el informe que presentaron a Felipe V,

Noticias secretas de América (1748), donde relacionan al detalle la crueldad del

sometimiento y explotación de los indios durante la colonia. En síntesis, Goytisolo en su

crítica de Menéndez Pidal demuestra que su anacronismo de juzgar a Las Casas con

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base en conceptos tan discutibles desde un punto de vista historiográfico, como son el

honor y la honra de los españoles, no logra despejar el alcance de una leyenda negra

antiespañola, sino que su argumentación es la contra-cara de un mismo fenómeno:

La empresa española en América constituye a sus ojos [de Menéndez Pidal,

J.F.T] una de las epopeyas cimeras del espíritu humano (en eso andamos de acuerdo con

él). Por tanto, todo cuanto la empaña y desacredita merece la reprobación. (Nuestra

divergencia parte de ahí: su razonamiento coincide, en efecto, con el discutido

maniqueísmo, de signo opuesto, de Las Casas (Goytisolo, 2005a: 186).

Y las leyendas negras, con sus mixtificaciones de lado y lado, en torno a la

figura de Las Casas o en torno a la España inquisitorial, así como, en otro sentido, la

idea de una fatalidad irresoluble entre dos Españas históricamente enfrentadas, una

reaccionaria, nacionalista y católica, heredera de los valores cristianos, y otra

progresista, decidida a hacer tabla rasa de su pasado católico y a borrar más de tres

siglos de decadencia nacional, no ayuda a despejar el problema de una compleja

identidad española, punto crucial que quería defender y salvaguardar Menéndez Pidal

cuando se aproximaba a la obra y la personalidad de Las Casas; cuando pretendía

anteponer el honor y la honra del caballero cristiano –que desde los tiempos de las

Cruzadas contra el Islam configuraba el imaginario de una conciencia nacional– a

realidades históricas más profundas, originadas en una coexistencia intercastiza donde

estos valores se fueron configurando y alcanzando una incidencia en la vida de los

españoles.

A pesar del liberalismo de Menéndez Pidal, de la extensión y hondura de sus

conocimientos en relación con Las Casas, no logró, a criterio de Goytisolo, superar los

prejuicios nacionalistas y religiosos que predominan en la historiografía española desde

el siglo XIX hasta bien entrado el siglo XX, prejuicios que no le permitieron postular

una visión unitaria del pasado español (Cfr. Márquez Villanueva, 2003: 83-85). Una

visión comprehensiva y conjunta del pasado, a partir de criterios idóneos que le

hubieran otorgado a los españoles la capacidad de convivir con su propia historia y de

ponerse de acuerdo con una alteridad que también los ha constituido colectivamente

desde sus orígenes. Y, en este sentido, con esa visión unitaria, tal vez hubiera sido capaz

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de integrar y explicarse, dentro de su complejidad histórica, la actitud y la personalidad

de Las Casas.

El punto relevante de este ensayo para nuestro interés, además de la

responsabilidad intelectual manifiesta de su autor al enfrentarse desde una perspectiva

crítica a una obra de las dimensiones de Menéndez Pidal, una figura central del

panorama cultural español del siglo XX, que renovó los estudios filológicos de su

tiempo al establecer un nexo vital entre el lenguaje, la literatura, la geografía y la

historia (Cfr. Márquez Villanueva, 2003: 84), y que contribuyó de manera esencial al

conocimiento de la cultura española y de la lengua (Cfr. Goytisolo, 2005a: 164); de ser

asimismo el ensayo un modelo del ejercicio de la crítica como una actividad polémica e

iconoclasta y, por lo tanto, sugestiva para sus lectores; de exponer esta idea de la crítica

como la forma de evaluación más propicia de las obras de las principales personalidades

intelectuales del panorama cultural español, sin importar el peso de su autoridad (Cfr.

Goytisolo, 2005a: 164), es el hecho de que su autor ahonda en ese proyecto de

desmitificación y examen de conciencia, emprendido en los ensayos que conforman El

furgón de cola (1967). Y es aún más relevante el hecho de que este ensayo le haya

permitido definir de una manera clara, uno de los ejes temáticos más importantes de su

ensayística: la reflexión sobre el ser de los españoles, sobre su conciencia colectiva y, a

través de esta reflexión, del cuestionamiento radical en su ensayística de una concepción

esencialista y excluyente de la identidad española; su interés por establecer una revisión

de la memoria histórica para incluir, dentro de la conformación de esa compleja

conciencia colectiva, los elementos constituyentes fundamentales que permitan el

autoconocimiento de sí mismos desde la alteridad y la aceptación plena del pasado; y,

desde esta perspectiva, es fundamental su propósito de rescatar y revalorar una vertiente

de la historia de la literatura española imprescindible y vigente, a través de una tradición

crítica que, al ahondar en el conocimiento de esa alteridad constituyente, hace

comprensible sus expresiones literarias y permite la reconstrucción de la memoria o

memorias históricas propuestas.

En este orden de ideas, para Goytisolo no es la obra de Menéndez Pidal –en

cierto sentido anacrónica y parcializada, tal es el caso del acercamiento a Bartolomé de

Las Casas– la que permite una comprensión plena del pasado español, sino la obra de

uno de sus discípulos, Américo Castro, como explícitamente lo afirma en el ensayo

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(Cfr. 2005: 164-165). Castro tiene el mérito, en su criterio, de haber alcanzado una

comprensión más real y justa de los orígenes históricos de España y de haber rechazado,

con unos argumentos historiográficos e interpretativos sólidos, el mito de una identidad

española soportada en una esencia a prueba de milenios, según una visión tradicionalista

cristiana y castiza del pasado histórico; tiene el merito de sentar las primeras bases de la

historiografía contemporánea española, libre de tales prejuicios nacionalistas y

religiosos que han afectado la interpretación de la historia española, desde el siglo XVI

hasta fechas muy reciente; de ser quien ha desvirtuado con un mayor énfasis las ideas

imperantes, en este contexto, que vinculan el acontecer histórico a realidades naturales o

metafísicas, y de haber descartado, asimismo, la concepción positivista decimonónica

que enfatiza la primacía del clima o el paisaje en el devenir histórico sobre la conciencia

de los seres humanos que pueblan los espacios geográficos (Cfr. Goytisolo, 2005a:

165). En este sentido, es él quien ha formulado con una mayor pertinencia

hermenéutica, la visión de un origen histórico multicultural y plurirreligioso de España,

al resaltar en la conformación de su ser colectivo la presencia decisiva, junto a los

cristianos, de la población hispano-hebrea e hispano-árabe. La tesis central de Américo

Castro, que produce una renovación profunda de la historiografía española, es que la

historia de los españoles es el resultado de las consonancias y desequilibrios de la

convivencia conflictiva de las tres castas de creyentes: cristianos moros y judíos, a partir

de la llegada de los musulmanes a la Península Ibérica (Cfr. Araya, 1983: 15).

Así, “Menéndez Pidal y el Padre Las Casas” tiene el mérito de ser el primer

ensayo de Juan Goytisolo donde se apropia de las ideas de Américo Castro sobre la

configuración de carácter colectivo multicultural de España y de lo que ello significa

como un cuestionamiento radical de una interpretación esencialista, cerrada y

excluyente de la identidad española. En este caso, Goytisolo aplica las ideas de Castro

en un campo concreto de la historiografía española al cual no aludió el autor de la

España en su historia: cristianos, moros y judíos (1948), como es el de la aproximación

de Menéndez Pidal a la personalidad y la obra de Las Casas46. En la crítica de los

46 En el estudio “Fray Bartolomé de las Casas o Casus”, donde Américo Castro analiza la personalidad de clérigo a la luz de su posible origen converso para contextualizarla dentro de un problema mayor, como es la importancia del linaje en la configuración de la identidad histórica española, y así explicar la actitud de éste hacia sus congéneres, alude al diagnóstico de Menéndez Pidal sobre el estado paranoico del apóstol de los indios, pero no es su intención establecer una crítica de la obra de éste (Cfr. Castro, 1974: 202).

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historiadores que interesadamente fuerzan la historia para afirmar una esencia castiza

española a prueba de milenios, Castro nunca se refirió directamente a Menéndez Pidal,

por quien sentía una honda admiración, así sus interpretaciones sobre la realidad

histórica de España siguieran un curso diferente. Por ejemplo, Menéndez Pidal sostuvo,

en España en su historia (1947), la existencia de una rasgos caracterológicos indelebles

–la sobriedad, el estoicismo, etc.– de los españoles, vinculados al lugar de origen desde

que existen noticias de los primeros habitantes de la Península (Cfr. Araya, 1983: 49-

54), Castro cuestiona este tipo de esencialismo y sostiene que la conciencia de ser

españoles de los españoles se forjó en el período conflictivo de la convivencia

intercastiza entre cristianos, moros y judíos, pero no entra en un debate directo con su

maestro. Así, el valor del ensayo de Goytisolo es la aplicación original de las ideas de

Castro dentro de su propio proyecto desmitificador y de revisión del legado cultural

español y, en este sentido, su deducción a partir de ellas de los rasgos anacrónicos,

parcializados y el apriorismo idealista de la obra de Menéndez Pidal (Cfr. Goytisolo,

2005a: 164).

Si la primera alusión a Américo Castro en la obra literaria de Juan Goytisolo está

en la novela Señas de identidad (1966) (Cfr. Escudero, 1997: 41) y si además, dentro

del conjunto de textos que conforman El furgón de cola (1967), hay una referencia

tangencial a su obra, como hicimos mención, en el ensayo “Estebanillo González,

hombre de buen humor”, es a partir de este ensayo, “Menéndez Pidal y el padre Las

Casas”, donde se confirma el aporte inicial de las tesis de Américo Castro en el proyecto

desmitificador emprendido por Goytisolo contra la lectura de la historia de España

desde una perspectiva tradicionalista. La presencia de Américo Castro en la obra

literaria de Juan Goytisolo será, a partir de entonces, fundamental y se extenderá

durante toda la trayectoria intelectual del autor47. En la interpretación de la historia de

España hecha por Castro soportará su crítica de las mistificaciones dogmáticas del

nacional-catolicismo español durante el franquismo, donde la oposición ejercida por

47 La presencia de las ideas de Américo Castro en la obra literaria de Juan Goytisolo ha sido estudiada, entre otros, por Michael Ugarte, en “Juan Goytisolo: Unruly Disciple of Americo Castro” (1979); Linda Gould Levine, en su “Introducción” a Reivindicación del conde Don Julián (1985); Manfred Tietz, en “La búsqueda de la identidad española en la obra de Juan Goytisolo y Gonzálo Torrente Ballester” (1985); Marina Martín en “Juan Goytisolo en deuda con Américo Castro” (1989); Manuel Durán, en “Américo Castro and the Contemporary Spanish Novel”; Javier Escudero, en “Introducción”, Cartas de Américo Castro a Juan Goytisolo (1997) y Eduardo Subirats en Memoria y exilio (2003) y “Siete tesis contra el hispanismo” (2004).

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Goytisolo a través de sus ensayos y novelas cobra una real dimensión; luego, en la

transición a la democracia, basará en ella su crítica de los “subnacionalismos y los

separatismos” (Castro, 1966: 12) regionales en el interior de España y a un europeísmo

de fachada; posteriormente, le servirá de apoyo a su postura crítica frente el

resurgimiento de los mitos nacionalistas en el mundo actual, particularmente en el

corazón de Europa, y de las justificaciones de la guerra, de la exclusión de las minorías,

del rechazo de la inmigración y de supresión de las memorias históricas con fundamento

en estos tipos de nacionalismos (Cfr. Goytisolo, 2007: 51-58). Asimismo, los estudios

filológicos de Américo Castro serán primordiales en la revaloración de la literatura

clásica española emprendida por Goytisolo en su obra ensayística y a través del diálogo

intertextual que establece con ella como uno de los recursos literarios más importantes

de sus novelas48; para la redefinición y rescate de la España de las tres culturas, no

desde un punto de vista romántico ni mistificador, sino entendiéndola como una

coexistencia, crisol decisivo de su personalidad colectiva; para captar así el carácter

mudéjar, mestizo, de la literatura medieval, del Cantar del Mio Cid al Libro de Buen

Amor; esclarecer la imprescindible tradición cultural surgida del conflicto intercastizo,

conformada por los judeoconversos y su incidencia en la literatura, donde sobresalen los

nombres de Fernando de Rojas, Mateo Alemán, Luis Vives, Santa Teresa, fray Luis de

León y Cervantes (Cfr. Laín Entralgo, 1971: 11-14). En síntesis, el contacto con la obra

de Américo Castro será básico para superar el tema de la decadencia nacional como una

constante de la historia intelectual española, el cual es uno de los puntos centrales del

examen de conciencia acometido por Goytisolo mediante el conjunto de ensayos que

conforman El furgón de cola (1967). Sin menguar la vehemencia, radicalidad y el

carácter provocador de su crítica hacia una interpretación tradicional de la historia y la

cultura de su país de cuño nacional-católico, la visión unitaria del pasado español

propuesta por Américo Castro, le abre el camino para la reconciliación con la cultura

española haciendo eco del poema de Cernuda “Bien está que fuera tu tierra” (1975:

167), al propiciarle el conocimiento de la singularidad artística y literaria de España, su 48 En este sentido, en una entrevista con Javier Andrés Rojo, Goytisolo explica está tradición de la tradición que definimos como diálogo intertextual: “Don Julián supone un gran ataque al canon. Makbara tiene una estrecha relación con el Libro de Buen Amor, y Las virtudes del pájaro solitario con la poesía de San Juan de la Cruz. Mis últimas novelas tienen que ver con Cervantes y Carajicomedia con el Cancionero de burlas. En Telón de boca dialogo con una escena de La Celestina, aquella que reivindica la racionalidad y se defiende un mundo sin Dios. La creación es también diálogo con la tradición de la que formas parte” (Rojo, 2005: 43)

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occidentalidad matizada, el carácter mudéjar de su cultura; permitiéndole, además,

desde el momento en que entra en un contacto efectivo con sus tesis, perfilar su interés

hacia el mundo islámico, otro de los puntos fundamentales de su trayectoria intelectual

que se irá consolidando paulatinamente a partir de la novela Don Julián (1970)49.

3.5.5. El interés hacia la lingüística. La preocupación por el lenguaje

como centro de la creación literaria y atención del crítico.

El interés manifiesto de Juan Goytisolo hacia la filología, bien en la vertiente

abierta por la lectura inicial de los estudios de Américo Castro o en la revisión crítica de

la obras de Menéndez Pelayo y Menéndez Pidal –consideradas por él fundamentales en

la comprensión de la cultura hispánica– que le sirve para apoyar su propia empresa

creativa tanto novelística como ensayística; la necesidad de profundizar en el

conocimiento de la historia de España y su relación con la lengua y la literatura, y el

devenir de estos dos aspectos en tierras americanas, en el contexto de ese afán

filológico, también es perceptible en otro de los ensayos de este volumen, “Lenguaje,

realidad ideal y realidad efectiva”. Primer ensayo dedicado por el autor a un tema

hispanoamericano50, sin contar el relato testimonial Pueblo en marcha (1960), donde el

autor narra, a partir de sus vínculos familiares y afectivos, en una especie de exorcismo

de una culpabilidad ancestral por la condición de indianos de sus antepasados, las

experiencias de su primer viaje a Cuba en medio del fragor de la revolución socialista,

49 En los ensayos recogidos en libros, a partir de “Menéndez Pidal y el padre Las Casas”, Juan Goytisolo vuelve a abordar el pensamiento de Américo Castro en “Supervivencias tribales en el medio intelectual español” del libro Disidencias (1977); “Miradas al arabismo español” de Crónicas sarracinas (1981); “La singularidad artística y literaria de España” de El bosque de las letras (1995); “Historiadores y mitólogos”, “Historias, historietas e historia”, “Anticuarios”, “¿Quién sabe dónde?”, “El V centenario de La Celestina” de Cogitus interruptus (1999); y “Américo Castro y ‘las novelas de España’” (publicado primero con el título “Américo Castro en la España actual” en el libro de homenaje Américo Castro y la revisión de la memoria (El Islam en España) (2003), edición coordinada por Eduardo Subirats), “El ayer, hoy y mañana de Américo Castro”, en el libro Contra las sagradas formas (2007). Sin contar su influencia en el libro España y los españoles (1969), conformado por un conjunto de ensayos dedicados a la historia de España, sus mitos y su literatura (Cfr. Escudero, 1997: 43), y en el prólogo “Presentación crítica de J.M Blanco White” del libro Obra inglesa (1972). 50 Así hubiéramos analizado dentro de la coherencia impuesta a nuestro desarrollo interpretativo el ensayo “Menéndez Pidal y el padre Las Casas”, “Lenguaje, realidad ideal y realidad efectiva” es anterior a aquel. Como ya hicimos mención al comienzo de este capítulo, el primero se publicó en el número 12 de la revista Cuadernos de Ruedo ibérico, correspondiente a los meses de abril-mayo de 1967 y el segundo, en el número 6 de abril-mayo de 1966 de la misma revista.

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con la intención de consignar los cambios acaecidos en la isla, deslumbrado, como

estaba, por los logros inmediatos de la revolución en materia educativa y de salud, así

como por el mestizaje entre la cultura española y la cultura africana y la riqueza fonética

del habla que descubre allí y capta de manera singular en este texto. La relación de

Goytisolo con Cuba, el lugar donde el bisabuelo paterno forjó la fortuna familiar

mediante la explotación industrial de un ingenio azucarero, sus sentimientos

contradictorios de culpabilidad por la explotación esclavista y la fascinación que

durante su infancia despertó la leyenda familiar en tierras remotas, son recreadas

literariamente en la novela Señas de identidad (1966), en el proceso de desposesión que

asume el narrador protagonista de su familia, clase social y valores identitarios. Su

simpatía y apoyo a la revolución cubana, idealizada en Pueblo en marcha (1962),

perdurará hasta el año 1967, cuando el escritor realice el último viaje a la isla y

encuentre, independiente del bloqueo estadounidense, una situación muy distinta de la

que había conocido con anterioridad, al percatarse de la coerción de las libertades

individuales por un gobierno autoritario y burocrático, de la censura a la prensa y a los

escritores caídos en desgracia con el régimen, y la persecución ejercida hacia los

homosexuales; hechos que lo llevan a romper públicamente no sólo con la revolución

sino también con el grupo de intelectuales que en aquel momento la apoyaban, como lo

narra el libro de memorias Los reinos de taifa (Goytisolo, 1997a: 155-196).

El ensayo “Lenguaje, realidad ideal y realidad efectiva”, es una reflexión acerca

de la transformaciones de la lengua española en América y en especial en Cuba, bajo el

interrogante general de cuál debe ser la actitud de los escritores y lingüistas frente al

proceso evolutivo del idioma, bien privilegiar su realidad ideal (observancia de la

norma, corrección idiomática) y propender por defenderla; o bien, privilegiar la realidad

efectiva (la lengua viva, hablada, en su uso cotidiano) y propugnar por elevar el idioma

hablado a idioma escrito, llevarlo hasta la dignidad literaria en el caso de los escritores,

o al interés científico en el caso de los lingüistas. El ensayo puede leerse como un

estudio complementario, serio y concienzudo, de esa atención prestada en Pueblo en

marcha (1962) a la fonética del habla cubana y a la presencia de las voces, modismos y

giros de raíz africana integrados a las variedades del español en Cuba. El texto lleva un

epígrafe, con una función paratextual evidente que enmarca toda su reflexión (Cfr.

Genette, 1997: 33-34) tomado del libro de Juan de Valdés, Diálogo de la lengua (1535),

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que merece citarse porque resalta no sólo la posición del humanista español, para quien

no existían lenguas superiores ni inferiores a otras, siendo el buen uso el criterio que las

enaltece (Cfr. Bataillon, 2007: 694), sino también señalando el sentido que pretende

darle el autor del ensayo a su argumentación sobre el desarrollo del castellano en

América: “Pacheco: ¿Con qué autoridad?”/ Valdés: ¿Qué más autoridad que el uso de la

pronunciación?” (Apud Goytisolo, 2005a: 134). Con este marco paratextual, toda la

reflexión de Goytisolo discurre siguiendo el hilo conductor de los ensayos de dos

jóvenes intelectuales cubanos en aquella época. El primero, Néstor Almendros, con su

“Estudio fonético del español en Cuba”, publicado en el número 1-2, del Boletín de la

Academia Cubana de la Lengua de 1958, donde analiza el influjo complementario y

opuesto de los factores evolutivos y conservadores del idioma en el ámbito de la

sintaxis, la lexicografía y en especial de la fonética, para aplicarlo al caso de la

evolución del español hablado en la isla caribeña (Cfr. Goytisolo, 2005a: 141-142). El

segundo, Walterio Carbonell, con el ensayo “Nicolás Guillén y la literatura nacional” y

el libro Como surgió la cultura nacional (1961), en donde con un enfoque marxista

analiza la importancia de la influencia africana en la transformación de las instituciones

políticas y sociales heredadas de la época colonial en Cuba; el proceso de

transculturización entre dos culturas foráneas en tierras americanas, la española y la

africana ante el exterminio de la población aborigen; la presencia de la cultura negra en

la literatura, el arte, la música y la religión, así como el empeño secular de las élites de

“blanquear” la cultura cubana (Cfr. Goytisolo, 2005a: 147-148). Desde sus diferentes

enfoques ambos autores coinciden en afirmar el hecho de que la literatura de la isla, a lo

largo de la historia, desde la colonia hasta los albores de la revolución castrista, con

contadas excepciones –el movimiento negrista de los años veinte del siglo pasado,

Emilio Ballagas, Mariano Brull, Nicolás Guillén, en el campo de la poesía– no refleja,

ni capta de una manera plena e innovadora la realidad efectiva del lenguaje, el

fenómeno de la influencia negra en el fonetismo cubano (Cfr. Goytisolo, 2005a: 144-

160).

Varios son los aspectos a señalar de este ensayo en el propósito de derivar una

poética del autor a partir de su ensayística que, de un lado, cifre su concepción de la

literatura para la época de El furgón de cola (1967) y, del otro lado, permita

relacionarla, en una visión de conjunto, sistémica, con la totalidad de su obra. En primer

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lugar, el interés que demuestra hacia la lingüística y hacia su relación con la literatura;

la convicción de Goytisolo para entonces sobre la necesidad de profundizar en el

conocimiento lingüístico para la comprensión del hecho literario. Goytisolo (2005a:

135-139) enfoca el problema planteado de la pervivencia del español en América, del

análisis de las fuerzas complementarias y opuestas que inciden en la evolución o

estabilización del idioma, recurriendo a la ayuda teórica que al respecto le permiten los

diferentes desarrollos de la lingüística a lo largo de la historia como disciplina científica,

desde mediados del siglo XIX, cuando primaba una visión naturalista de la lengua hasta

las últimas corrientes al momento de la escritura del ensayo, dominadas por una

epistemología estructuralista. Se detiene, con una particular atención, en la división

clásica de Ferdinand de Saussure entre “lengua” –institución social y sistema de

valores– y “habla” –realidad física variable de un sujeto a otro– para subrayar la

importancia del factor social sobre el margen de creación del individuo en el proceso de

evolución del lenguaje, pero sin desconocer la presencia del último en este proceso, ya

que en la dialéctica funcional de las transformaciones del lenguaje interactúan tanto los

factores sociales como individuales (Cfr. Goytisolo, 2005a: 136); y para señalar,

también, el hecho de que el desarrollo de una lengua no marcha de manera simultánea

con las transformación de las otras instituciones sociales, tiene un ritmo más lento, una

estabilidad mayor, siendo así que en la mayoría de los casos las revoluciones políticas

se enfrentan a una resistencia estabilizadora en materia del lenguaje (Cfr. Goytisolo,

2005a: 140-141). El autor muestra cómo los descubrimientos de la lingüística a lo largo

del siglo XX permiten comprender el proceso evolutivo de un idioma –entre ellos el

castellano–, la presencia de factores complementarios y opuestos cuya acción retarda o

favorece la estabilidad o fluidez de éste, fuerzas sociales que jalonan su evolución e

instituciones dentro de la organización social que controlan su estabilidad. Sin embargo,

con esta aproximación al desarrollo de la lingüística para comprender y explicar las

evoluciones del español en América, a Goytisolo le interesa es reflexionar sobre la

actitud del escritor frente a estos procesos de transformación o de conservación del

idioma, considerando que este problema no puede serle indiferente a ningún intelectual

hispánico. Y este es uno de los aspectos más importantes de su argumentación porque

este interés sobre la lingüística y su relación con el hecho literario revela una actitud

racional, analítica, moderna, en el sentido ilustrado del término, hacia el conocimiento

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de la literatura y el lenguaje como su materia básica de expresión; actitud que lo aleja de

una concepción metafísica o impresionista al momento de explicar las relaciones del

arte literario con la lengua natural y de todas aquellas posiciones idealistas que

pretenden revestir la creación literaria y la reflexión sobre la literatura con el manto de

un misterio incognoscible, sacralizado, que resultaría imposible desvelar. En este

sentido, cuando Goytisolo plantea el problema de la evolución del español en América

como un asunto crucial para el escritor hispano, lo hace considerando la lengua y la

literatura como fenómenos que operan dentro de la historia y la sociedad y en el marco

de una tradición cultural que se ha forjado al interior de sus límites.

El segundo aspecto a resaltar, que guarda relación directa con su interés por la

lingüística y la repercusión de los cambios de la lengua natural en la creación literaria,

es su defensa de la realidad efectiva del lenguaje frente a la realidad ideal o, con una

mayor precisión, su crítica de los partidarios de la corrección idiomática, de la norma

como el criterio estético predominante en la literatura –defiende incluso en este ensayo

la “prosa descuidada” de Galdós y Baroja, más cercana al idioma llano, vivo de la

sociedad que describen, contra la tiranía de un castellanismo académico, así como en un

ensayo posterior, en este mismo sentido, defenderá la prosa de Clarín frente a la crítica

academicista (Cfr. Goytisolo, 2005a: 158 y 1995a: 17-44)–. Pero su opción por la

realidad efectiva del lenguaje no significa afirmar, como pudiera pensarse, que los

escritores deban prescindir del conocimiento de lo que constituye la materia y objeto de

su actividad creadora; todo lo contrario, su reflexión tiende a subrayar la necesidad de

ahondar en el conocimiento del lenguaje para poder captar y apropiarse plenamente de

su realidad efectiva, del idioma vivo, de la lengua coloquial, de su fonética, vocabulario,

sintaxis, y así poder darle un tratamiento literario. En el ensayo, Goytisolo examina con

detenimiento las razones expuestas por Almendros y Carbonell, cuando sostienen que

no obstante las fluctuaciones de los escritores entre una realidad ideal y una realidad

efectiva de acuerdo con las circunstancias históricas vividas, en la literatura

hispanoamericana, desde los tiempos de la independencia, siempre ha primado el

criterio de idealidad sobre la realidad efectiva. Él mismo constata cómo en el caso

cubano a pesar del movimiento negrista surgido en los años veinte del siglo pasado y de

la labor ingente de intelectuales como Fernando Ortiz para la comprensión y

consolidación de una cultura nacional, los escritores, por lo general, no agotan en toda

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su capacidad las posibilidades expresivas que brinda la realidad efectiva del lenguaje,

sobre todo en cuanto a la riqueza fonética. Analiza las obras de Emilio Ballagas –Poema

para dormir un negrito– y Nicolás Guillén –Motivos del son– y muestra que si bien

ellos captaron con extraordinaria hondura y belleza una realidad hasta entonces oculta,

la del mundo negro y su cultura, retroceden ante las fuerzas correctivas que buscan la

estabilidad del idioma, no avanzan hasta las últimas consecuencias para superar una

mirada folklórica o costumbrista y lograr una visión del mundo negro en toda su

complejidad (Cfr. Goytisolo, 2005a: 154-160); aunque, en su reflexión, alcanza a

vislumbrar un cambio innovador en este sentido, representado por las novelas de Lyda

Cabrera y Guillermo Cabrera Infante, quienes aprovecharon artísticamente la senda

abierta en el campo de la filología por los estudios sobre el léxico y la fonética antillana

y la riqueza del lenguaje popular africanizado de Fernando Ortiz, Navarro Tomás,

Amado Alonso, Pedro Henríquez Ureña. Sin embargo es necesario mencionar que

Goytisolo no somete a un escrutinio crítico las tesis de Néstor Alemendros y Walterio

Carbonell que guían su reflexión. Sin negar el fondo de las mismas, sólo estableciendo

un matiz, una mirada amplia al proceso de “autonomía literaria americana” (Cfr. Rama,

1985: 9-30) le hubiera revelado cómo a partir de la independencia política de América

Latina, se dieron hitos excepcionales en su literatura que demuestran una apropiación

plena del lenguaje popular en los procesos de mestizaje y una voluntad de des-sujetarse

de la coerción de los casticismos idiomáticos. La prosa de Sarmiento, El gaucho Martín

Fierro (1872) de José Hernández y las novelas del colombiano Tomás Carrasquilla

(1858-1940), entre otros, son un claro ejemplo de ello. Pero lo fundamental de toda esta

reflexión para la definición de su poética es la defensa que, desde una posición estética,

con criterio y “gusto artístico” (Goytisolo, 2005a: 157), hace de las tendencias

innovadoras del lenguaje. Es tan relevante este punto en el pensamiento literario del

autor que su conclusión es clara: “La oscilación del escritor entre el lenguaje ideal y el

efectivo no es, pues, un fenómeno secundario y circunstancial; (…) se sitúa en el centro

mismo de la creación artística” (Goytisolo, 2005a: 160). Y en su caso, la defensa de la

realidad efectiva del lenguaje se enmarca dentro del proyecto de la destrucción creadora

expuesto, como vimos, de manera explícita en el ensayo “Literatura y eutanasia”, en

donde manifiesta la exigencia para el escritor dentro del contexto hispánico de eludir los

lugares comunes trazados por la inercia mental y un excesivo academicismo

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castellanista, así como la necesidad del momento –no olvidemos que la obra ensayística

de Goytisolo en esta primera etapa está históricamente ubicada dentro del ámbito del

franquismo y de su cultura nacional-católica, como una forma de oposición, y,

simultáneamente, a partir de un examen de conciencia, como una revisión crítica de los

clisés de una ineficaz retórica izquierdista– de adoptar un lenguaje nuevo, virulento y

anárquico: “En el vasto y sobrecargado almacén de antigüedades de nuestra lengua sólo

podemos crear destruyendo, una destrucción que sea a la vez creación; una creación a la

par destructiva” (Goytisolo, 2005a: 69-70)–. Este proyecto crítico, desmitificador,

destructivo en términos hermenéuticos de la cultura hispánica, implica su contrapartida

dialéctica, creativa, afirmativa (Cfr. Martín, 1989: 213); y Goytisolo percibe en el realce

literario del habla popular y la cultura oral africanizada en Cuba, así como en la

apropiación literaria de los otros procesos de transculturación y mestizaje de América

Latina y de sus incidencias en la evolución y enriquecimiento del idioma, un medio para

alcanzar la afirmación creativa como contrapartida de su proyecto de desmitificación.

Así, la utilización literaria del habla popular y de la cultura oral, su defensa, es una

forma de plantear la desautomatización del lenguaje frente al canon oficial. Por eso su

reflexión tiene también un cariz político en el sentido amplio del término. Al ser el

lenguaje el código a través del cual se manifiestan las ideologías, la opción por el habla

popular y la oralidad frente a los criterios de idealidad constituye una forma de

resistencia frente a la cultura hegemónica, sus mecanismos identitarios y de exclusión.

Y la literatura, concebida desde su autonomía y especificidad, al tener como su objeto

profundizar en el conocimiento y exploración del lenguaje (Cfr. Barthes, 1977: 198),

busca la desalienación y subversión de esa cultura hegemónica, en este caso, la tradición

castellanista. El ensayo, “Lenguaje, realidad ideal y realidad efectiva”, revela así el

interés de Juan Goytisolo por la vitalidad del idioma en tanto hecho social como objeto

de la literatura, con todas sus implicaciones políticas. En síntesis, este interés por las

vicisitudes de la lengua y su uso literario se traduce en la defensa del habla popular y de

la cultura oral como forma de resistencia contra la cultura hegemónica. Este es un punto

crucial de su poética y se manifiesta a lo largo de toda su obra literaria. Desde la época

de ruptura con Señas de identidad (1966), Don Julián (1970) y Juan sin tierra (1975),

en la apropiación que hace en estas novelas del vocabulario, modismos, giros y voces

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propias de los procesos de transformación del idioma en América Latina51; y aun antes,

en sus relatos Campos de Níjar (1960) y La Chanca (1962), con la atención al habla

andaluza, reconociendo la entidad de su realidad cultural; y, asimismo, a partir de Juan

sin tierra y luego con Makbara (1980), con la defensa de la cultura oral y el habla

popular y dialectal marroquí, como patrimonio oral de la humanidad, ante la amenaza

de la globalización cultural occidental actual.

Y el último aspecto que es preciso mencionar del ensayo “Lenguaje, realidad

ideal, realidad efectiva” en relación con su poética, es que, al ser el primer ensayo

dedicado a un tema propio del universo cultural hispanoamericano, marcará el inicio de

un diálogo enriquecedor del autor de Señas de identidad (1966) con la expresión

literaria de América Latina, que se manifestará, asimismo, a lo largo de su obra

novelística y ensayística; este diálogo será fundamental en la evolución de su propia

concepción de la literatura, no sólo por la renovación de la novela que supuso el 51 Recuérdese el representativo pasaje de Don Julián, por solo citar un ejemplo entre los muchos de su vasta obra novelística, que ejemplifica la importancia del lenguaje en el proyecto de destrucción creadora:

“falta el lenguaje, Julián desde los estrados, iglesias, cátedras, púlpitos, academias, tribunas los carpetos reivindican con orgullo sus derechos de propiedad sobre el lenguaje es nuestro, nuestro, nuestro, dicen lo creamos nosotros nos pertenece somos los amos estudiosos, licenciados, vates, sabios, expertos, peritos esgrimen sus títulos de dominio, posesión, usufructo (…) Y he aquí que el coro sublime de sus voces atraviesa el océano y resuena, estentóreo, a miles y miles de kilómetros de distancia por las pulquerías de la Lagunilla en México por la bonarense calle de Corrientes por el barrio de Jesús María de la Habana y el tlaxcalteca el porteño el yoruba lo escucharán con indignado asombro y darán rienda suela a su labia

boy boy piche gachupin quiobas con el totacho abusadísimo mi cuás ya chingaste hace ratón con tu lopevega ora te chingas gachupas ora te desflemo el cuaresmeño ora que no se te frunza el cutis aquí hasta las viejas seamos machos carpeteame un cacho al coso ese y decime sino es propio un plato, ma que casuya ni castiya, ñato, estos gaita ya me tienen estufo (…) mía paeso, pero qué babbaridá compaí, que viene ette gaito cuento de limpia, fija y desplendol y tiene la caradura de desil-le aúno, a mi mimmo, asien medio de la conversadera y too que no se puée desil luse posque, muy fino el tipo, too decolorío el blanco, así que viene y me diseque no, que no se debe, asimimo, que no se debe desil luse, dice, posque eso quiere desil que yostoy hablando de la lujelétirca y que lo que tengo que desil, dice él, e, ej, no caballero silo que me da una risa (…) únete a ellos, Julián. (Goytisolo, 2004b: 285-288)

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llamado boom de la literatura latinoamericana, con la obras de Julio Cortázar, García

Márquez, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y todo un grupo de novelistas relevantes

a su alrededor, cuyas obras se han caracterizado por elevar la lengua hablada –en su

variedad argentina, colombiana, mexicana, cubana, etc.– a lengua escrita (Cfr. Vallejo,

1983: 536), que era precisamente el requerimiento del autor de este ensayo frente a la

literatura cubana –la exigencia de “elevar a la dignidad literaria el lenguaje hablado”

(Goytisolo, 2005a: 153)– sino, también, de una generación anterior de escritores,

Borges, Lezama Lima, Octavio Paz, cuyas obras creativas y críticas, renovaron, a su

vez, la lectura de los clásicos españoles:

La visión del pasado cultural de Borges, Paz, Lezama Lima ha contribuido

decisivamente a ese ‘desgarramiento de la escritura’ que caracteriza la vanguardia

literaria latinoamericana de los últimos años. A diferencia de los escritores españoles,

estos tres autores se han enfrentado a los clásicos de una manera libre y creadora, sin

ese falso ‘respeto’ que ha paralizado casi siempre la crítica peninsular, y por ello mismo

los han desenterrado del sepulcro historicista de los eruditos y han actualizado su

verdadera lección (Goytisolo, 1977: 310).

En la reflexión literaria de Juan Goytisolo, la apreciación sobre la narrativa

hispanoamericana de la segunda mitad del siglo XX, con su libertad formal, diversidad

expresiva y reinterpretación de los clásicos de la lengua (Cfr. Ortega, 1977: 292), se

entrelaza así con la interpretación historiográfica de Américo Castro sobre el pasado

español como ejes fundamentales de su poética al momento de la escritura de los

ensayos de El furgón de cola (1967), provocando una reformulación de su labor creativa

anterior. Estos dos ejes le harán tomar conciencia de pertenecer a una cultura rica,

dinámica, compleja, la de la lengua castellana en su doble vertiente, de España e

Iberoamérica (Cfr. Goytisolo, 1997a: 73).

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3. 6. Dilema entre la responsabilidad ética del intelectual y la visión

estética del escritor. Examen de conciencia y Tierras del sur:

El proyecto crítico emprendido por Juan Goytisolo a través de los ensayos

reunidos en El furgón de cola (1967) involucra de manera específica varios aspectos de

la cultura hispánica, relacionados entre sí. Primero, la literatura y la institución de la

crítica literaria española, al ser el objeto principal de atención del autor en tanto

novelista; pretendiendo cuestionar la concepción predominante de la novela de entonces

bajo la fórmula del realismo y controvertir la idea del compromiso del escritor reducido

solo al ámbito de la acción política; para proponer una concepción y práctica diferente

de la novela –acorde, por un lado, con el desarrollo de la novela europea en la senda de

experimentación lingüística abierta por Joyce (Cfr. Torres Fierro, 2007), y por Martín

Santos y la novela hispanoamericana contemporánea en el ámbito hispánico; y, por otro

lado, conforme a los desarrollos de la teoría literaria en la vertiente de los formalistas

rusos y del estructuralismo francés, teorías que enfatizan la impronta del lenguaje y la

especificidad del hecho literario52–. Para señalar, también, desde la pertinencia del

ensayista implicado en la creación literaria, los vacios, falencias y costumbres

perjudiciales de la crítica literaria española y exponer, según su criterio, otra alternativa

al ejercicio de la misma. Segundo, la historiografía española, sus mistificaciones e

interpretaciones tendenciosas, afirmadas con un trasfondo ideológico evidente por los

representantes de la cultura hegemónica como verdades absolutas y determinantes,

quienes pretendían defender la idea de una remota esencia hispana a prueba de las

vicisitudes de la historia. Tercero, resaltar la función del intelectual y del escritor en la

sociedad española de aquel momento, sometidos a la mordaza de la censura franquista,

para señalar un margen de acción en medio de esas circunstancias adversas como factor

de oposición al régimen; sin dejar de cuestionar, a su vez, los clisés, estereotipos e ideas 52 Para corroborar la relación de la poética de Goytisolo, entendida como su concepción de la literatura a partir de Señas de identidad (1966) y El furgón de cola (1967) con la teoría literaria, téngase en cuenta lo afirmado por el mismo Goytisolo en una entrevista con Claude Couffon: “Existe, en efecto, una visible coincidencia entre mi propósito artístico y la problemática actual de la “Nouvelle Critique”. Como todo un amplio sector de ésta, he sufrido en los últimos años el doble impacto de la lectura de Benveniste y del descubrimiento de los formalistas rusos.” (Couffon, 1975: 117). Por otro lado, la presencia de los formalistas rusos en la obra literaria de Juan Goytisolo ha sido estudiada por Genaro Pérez, Formalist Elements in the Novels of Juan Goytisolo (1979); Michael Ugarte, Trilogy of Treason. An Intertextual Study of Juan Goytisolo (1982); Stanley Back, Juan Goytisolo and the Poetics of Contagion (2002), entre otros.

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comunes recurrentes en el ejercicio de la actividad intelectual por una tendencia

progresista.

Dentro de estos campos de aplicación, Goytisolo asume su proyecto crítico

desde la dinámica de una dialéctica de destrucción-creación del objeto cultural blanco

de sus impugnaciones, paralelo a un examen de conciencia que entraña una reflexión

autocrítica de parte del escritor. Una destrucción creadora que tiene como fin

desmitificar los valores, las creencias y las formas a través de las cuales se transmite

tanto la tradición literaria conservadora, canónica, como la historiografía oficial; y que,

simultáneamente, presenta un correlato creativo, ficcional y hermenéutico, rescatando y

revalorando una tradición literaria al margen y proponiendo una concepción de la

novela –de la literatura en general– que, en busca de su singularidad, se reconoce como

parte integrante de esa tradición. Revaloración de la tradición sintetizada de manera

ejemplar en los conocidos versos del Díptico español de Cernuda: “(…) la que Galdós a

conocer te diese,/ como él tolerante de la lealtad contraria,/ según la tradición generosa

de Cervantes” (Cernuda, 1975: 169).

Sin embargo, este proyecto crítico que se manifiesta inicialmente en El furgón

de cola (1967) y se despliega a través de la dialéctica de destrucción-creación sobre sus

dos objetivos principales, la literatura y la historia, apoyándose en un riguroso examen

de conciencia de la actividad intelectual y del papel del escritor, tiene en el lenguaje su

dispositivo simbólico deconstructivo fundamental, por medio del cual se concretiza y

alcanza toda su eficacia. La crítica se dirige así contra el discurso canónico oficial de la

tradición literaria y de la historiografía tradicionalista y se afirma como contradiscurso.

Si tomamos el texto ensayístico, el conjunto de ensayos que conforman este libro, desde

la unidad de su proyecto crítico, puede apreciarse cómo desde el inicio de su reflexión,

con el ensayo dedicado a resaltar la vigencia de la personalidad y obra de Larra, ya

estaba planteada la importancia concedida a la estructura semántica del discurso del

régimen como el ámbito donde debía dirigirse la impugnación crítica y la importancia

concedida al contradiscurso como el medio adecuado para desmontar esa estructura

semántica. Allí el ensayista, recordemos, insinuaba que la tarea primordial del

intelectual de oposición al régimen franquista consistía en la crítica y denuncia del

lenguaje utilizado por éste, en desvelar las estructuras del edificio semántico en que se

apoyaba y controvertir su retórica, las formas de significación de los contenidos

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ideológicos de su discurso oficial. Sobre todo cuando éste era el resultado de una

mitificación de la historia para justificar su razón de ser (Cfr. Goytisolo, 2005a: 26). La

misma idea recorre los ensayos “Escribir en España”, “Los escritores españoles frente al

toro de la censura” y “La literatura perseguida por la política”, en donde se señalaba la

importancia que adquiere la exploración radical de las posibilidades del lenguaje como

la manera en que el escritor logra liberarse de los mecanismos de censura y autocensura

que restringen su labor aun de manera no consciente, no sólo por el hecho de convivir

bajo la opresión ideológica de un régimen autoritario sino, también, porque a pesar de

una posible actitud contestataria, se ha asumido la escritura respetando el lenguaje

anquilosado de la tradición literaria dominante. Idea que se reitera en los ensayos

“Lenguaje, realidad ideal y realidad efectiva” y en el ensayo central de este volumen

frente a su poética de aquel momento, “Literatura y eutanasia”, en el que afirma el

proyecto crítico de una destrucción creadora siguiendo el objetivo literario de Martín

Santos: “destruir, destruir, destruir” (apud Goytisolo, 2005a: 70). Con el fin de subvertir

el pesado lastre academicista de la tradición castellanista y de subvertir el canon

literario dominante ahondando, para ello, en el conocimiento y exploración del lenguaje

y disolviendo las fronteras en el texto literario entre forma y fondo o los

compartimentos estancos fijados por una concepción ortodoxa de género literario entre

ensayo y creación novelística (Cfr. Goytisolo, 2005a: 70-71). Pero, además, esta labor

de desmitificación que opera oponiéndose al discurso y las formas de significación de

una cultura tradicionalista desde una racionalidad y coherencia ensayística, a través de

un lenguaje claro, directo, lógico, siguiendo una línea argumental y demostrativa –así

conlleve una fuerte marca de la subjetividad del yo ensayístico a través de las

inflexiones provocadoras o de las frecuentes interpolaciones que dan cuenta de la

experiencia personal del autor en tanto escritor, en tanto intelectual comprometido, en

tanto español involucrado profundamente en los asuntos que aborda– requiere como ya

se mencionó para alcanzar esa eficacia “mitoclasta” creadora en la que se manifiesta su

proyecto crítico, de un correlato ficcional mediante el cual no sin violencia pueda

exorcizar los fantasma de las narraciones míticas que se pretenden combatir. Esa

propuesta creativa es para este momento la novela Señas de identidad (1966), con su

crítica del purismo idiomático casticista, con la deconstrucción de la formas discursivas

que sustentan una identidad española cerrada y excluyente, con la experimentación

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formal y la multiplicidad de recursos narrativos utilizados en ella –técnica de collage de

textos extraídos de archivos judiciales, de informes de prensa, de citas de otros textos

literarios, la combinación de la primera, segunda y tercera persona en la narración, el

empleo del monólogo interior, del poema en prosa, etc.– para romper con una

concepción clásica de la novela y subvertir así la preceptiva literaria al uso,

distanciándose de la idea defendida en Problemas de la novela (1959) del realismo

como la única forma válida de novelar y rompiendo con el conformismo estético que

caracterizó, a criterio del autor, la novela social del medio siglo, que era incapaz de dar

cuenta de las transformaciones ocurridas en la sociedad que pretendía describir y de

abordar con convicción la complejidad de las nuevas vivencias colectivas e individuales

producto de esas mismas transformaciones (Cfr. Goytisolo, 2005a: 69).

Ahora bien, retomando el orden que venimos exponiendo en el análisis de El

furgón de cola (1966), el siguiente ensayo, “Examen de conciencia”, también admite

una aproximación desde la perspectiva de la importancia concedida por el autor al

lenguaje y a su conocimiento para emprender una labor de desmitificación de los

valores y creencias de su ámbito cultural; en este caso, para impugnar no sólo la

estructura semántica del discurso del régimen, sino del discurso de una izquierda

antifranquista que se negaba a asumir, tanto en el interior del país como en el exilio, una

autocrítica de su propia condición. Así, el ensayo “Examen de conciencia” se relaciona

con “Literatura y eutanasia” en la afirmación de la necesidad de una actitud autocrítica.

Si bien éste último es un balance de la llamada generación literaria del medio siglo –a la

que perteneció el autor– y una crítica de su conformismo estético y “Examen de

conciencia” es un análisis de las transformaciones ocurridas en la sociedad española a

comienzos de los años sesenta del siglo pasado, por obra del plan de estabilización

económica instaurado por el régimen, por la incidencia del auge del turismo europeo y

la emigración masiva de la clase trabajadora (a Europa y a otros centros industriales del

interior de la país) que al modernizar a España produjeron cambios en la mentalidad,

comportamientos y costumbres tradicionales de los españoles. Y, por consiguiente, un

análisis crítico del papel del intelectual antifranquista en este panorama, de su

incapacidad para nombrar esa nueva realidad que se comenzaba a vivir, al permanecer

supeditado a una retórica anacrónica y a unos valores que se quedaban ya sin contenidos

que los respaldaran (Cfr. Goytisolo, 2005a: 190-191).

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En “Examen de conciencia” Goytisolo parte de la constatación de un hecho

fundamental dentro de la cultura hispánica de aquel momento y de la exposición de sus

consecuencias, la politización de los intelectuales. Explica este evento a partir de la

discontinuidad histórica y cultural de España como una constante de su historia, cuya

versión moderna más dramática fue el exilio de la gran mayoría de los intelectuales del

país, a raíz de la guerra civil y el ascenso al poder de Franco. La dictadura –con su

autoritarismo, restricción de los derechos, las libertades civiles y sindicales–, la censura

impuesta por el régimen y el vacío en la vida cultural a causa del destierro de esos

intelectuales, produjeron no sólo la despolitización del país, sino que incidieron también

en la calidad de la educación, en el desarrollo de la ciencia, en la actividad literaria y

artística en general (Cfr. Goytisolo, 2005a: 188; Llorens, 1979). Fue necesario el

transcurso de una década para que una nueva generación de intelectuales adquiriera

conciencia de la situación vivida y manifestara su inconformismo frente a los desafueros

del régimen y el aislamiento del país en relación con el mundo y la cultura europea.

Hacia 1955, en el campo de la literatura, se impuso un enfoque comprometido que

reivindicaba la responsabilidad social de los escritores, la toma de partido ante una

realidad injusta y el deseo de transformar la sociedad mediante una novela de carácter

social, un teatro y una poesía de agitación, caracterizadas, todas ellas, por una estética

realista. Si España era entonces un país despolitizado a causa de los mecanismos del

control del régimen, sus intelectuales, en cambio, abrazaron la causa del compromiso

político (Cfr. Goytisolo, 2005a: 188-189). Se pretendió así, a través de la literatura,

mostrar la sociedad en medio de sus injusticias, hacer su retrato desalmado de ella,

señalar, denunciar y combatir a los responsables directos de la inequidad y a los

opresores. Y si en un primer momento ésta literatura tuvo su razón de ser y se impuso a

una seudoliteratura alentada por la cultura oficial del régimen, si bien ella obedeció a un

movimiento cultural propio, auténtico, que buscaba llenar el vacío intelectual causado

por la guerra civil y la falta de solidez del arte de la posguerra, alcanzando incluso un

reconocimiento nacional e internacional (Cfr. Soldevila, 2001: 247-250), muy pronto,

ante la transformación paulatina económica y social del país, ocurrida a comienzos de

los años sesenta, se generalizó en una tendencia esquemática que incurría en una visión

maniquea de la realidad, dividiendo el mundo entre buenos y malos, subrayando sin

matices los rasgos negativos de los opresores –el mundo de la burguesía– y ensalzando

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la descripción de los oprimidos –las virtudes de un pueblo resistente a su desgracia

histórica–. Así, tras la fórmula del realismo de la novela social practicada por algunos

autores se escondía un nuevo tipo de idealización (Cfr. Goytisolo, 2005a: 189).

Goytisolo señala entonces cómo tras esta visión esquemática de la realidad y

esta concepción de la literatura, subyacía el deseo idealista de los escritores de propiciar

un cambio radical de la sociedad a través de una revolución, queriendo recoger la

bandera y los ideales del heroísmo del pueblo español que durante la guerra civil

enfrentó al bando nacional, en una actitud que desconocía los cambios históricos

ocurridos hasta entonces, “como si el calendario se hubiera detenido el 1º de abril de

1939” (Goytisolo, 2005a: 204). Su constatación, que es la causa que propicia la

necesidad de un examen de conciencia veraz sobre la función del intelectual, es

corroborar el hecho de que la revolución no era en aquel momento una alternativa viable

y cercana sino una aspiración sin asidero real, ya que las medidas económicas adoptadas

por el régimen habían modernizado el país provocando grandes cambios en la

mentalidad de los españoles, aun en la clase obrera, y volviendo incierta la posibilidad

de la transformación radical soñada por los intelectuales de izquierda. Además

Goytisolo confirmaba, a partir de estos hechos, la vitalidad y resistencia del régimen;

corroboraba que su fin no era inmediato y que éste duraría tanto como viviera Franco

(Cfr. Goytisolo, 2005a: 204).

El punto álgido de la reflexión de Goytisolo consiste afirmar que todas las capas

de la sociedad española –no sólo la clase alta, sino también los sectores populares– eran

responsables de los veinticinco años, para entonces, de existencia del régimen:

(…) resulta preciso admitir que el pueblo español vive de la renta de un capital

del heroísmo forjado durante los tres años de la guerra civil. Si las formas sociales que

combatió se mantienen en pie, el hecho no es un accidente cuya responsabilidad

incumbe a la inversión directa o la solapada actuación de otros Estados (…). Pues si

bien no es cierto que todos los pueblos tienen el gobierno que merecen, tampoco lo es

que un régimen político que gobierna ininterrumpidamente un país por espacio de

veinticinco años sea producto de la casualidad (Goytisolo, 2005a: 191).

Propone así, con su reflexión, la desmitificación de la idea de un pueblo acreedor

de unas virtudes intrínsecas eternas por fuera del transcurso de la historia. Idea que

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fundamentaba tanto el anhelo revolucionario de la intelectualidad de izquierdas, como

también sustentaba los tópicos de un realismo que permeaba todos los géneros literarios.

A partir del hecho tangible de la transformación de la estructura económica de la

sociedad española a comienzos de los años sesenta por las causas ya mencionadas –la

irrupción masiva del turismo, del plan de estabilización económica introducido por el

equipo de tecnócratas del régimen, la emigración de la clase trabajadora– Goytisolo

emprende un análisis del comportamiento social de los españoles en ese nuevo contexto,

alejado de la visión esquemática de los intelectuales de izquierda y de los lugares

comunes de la literatura social. Se detiene en el examen de la imagen que los españoles

se han forjado de sí mismos y del estereotipo idealizado del pueblo español, creado

tanto al interior como al exterior para fomentar, entre otras cosas, el auge del turismo.

Deconstruye la imagen del español eterno como un ser pobre, orgulloso, sincero,

desinteresado y valiente, detentador de un alma incorruptible, a partir de la nueva

realidad vivida (Cfr. Goytisolo, 2005a: 192). Muestra cómo por los cambios

económicos ocurridos la supremacía de los valores crematísticos se impusieron al

interior de la sociedad, propiciando una mutación en la manera de ser y pensar de los

españoles, que ni la Reforma luterana del siglo XVI, ni la revolución industrial del siglo

XIX habían logrado introducir. Así, la pobreza, la nobleza y el desinterés como valores

tradicionales del español “eterno”, quedaban relegados a un segundo plano al primar

otro tipo de hábitos y comportamientos, definidos, ahora, por la mercantilización de las

relaciones humanas, por un complejo de inferioridad frente al mundo europeo, por el

mimetismo y la explotación interesada de las virtudes antiguas en provecho de la

industria del turismo (Cfr. Goytisolo, 2005a: 192-203). Expone, además, las

contradicciones de esta transformación acelerada de la sociedad española por no

obedecer a un proceso de modernidad plenamente asumido, que a la par hubiera

implicado una reforma de los comportamientos individuales y colectivos a partir de una

ética ilustrada, una reforma que hubiera logrado conciliar el progreso económico con

una escala de valores en consonancia, con una moral de las costumbres. Y, por último,

traza un retrato despiadado del intelectual español en este contexto, como un ser

escindido entre sus deseos y la realidad vivida, desclasado, separado del pueblo por su

origen burgués pero unido a él por sus sentimientos, desgarrado, en permanente

conflicto entre la afirmación de sus principios éticos –en una sociedad donde ya

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empezaban a primar los valores mercantiles y la deshumanización de las relaciones

humanas– y su visión estética del mundo, en permanente conflicto con aquellos. Un

intelectual que sentía la nostalgia de un paraíso original relegado al olvido por el paso

arrollador del progreso. Retrato implacable del intelectual español moderno donde

prevalecen aún los rasgos de la figura de Larra y los signos de su desesperanza

existencial. Esbozo de la figura del intelectual que en medio de su soledad y para

asimilar una nueva realidad vivida debía imponerse un profundo examen de conciencia

(Cfr. Goytisolo, 2005a: 205-209). Para el ensayista, esta reflexión autocrítica sólo era

posible si se lograban superar los hábitos mentales que implicaban una autocensura

personal, como una secuela del sometimiento por largos años a los mecanismos de

control del régimen y, además, sólo era posible si se lograba superar los lugares clisés y

mistificaciones de un discurso demagógico de izquierdas reacio designar las cosas por

su nombre e incapaz de comprender que las virtudes y defectos de las distintas capas de

una sociedad no eran características definitivas de su manera de ser, sino fruto de las

vicisitudes de la historia (Cfr. Goytisolo, 2005a: 199).

Es importante resaltar en esta reflexión de Goytisolo sobre la transformación de

España durante el franquismo, su concepción de entonces –aunque no sin reservas– de

lo que puede denominarse una ética utilitarista o finalista del progreso (Cfr. Martínez y

Cortés, 1999); entendiendo por ésta, los imperativos morales o normas de conducta que

debe defender el intelectual para la realización del bien público o colectivo. En este

caso, la búsqueda de un bienestar general que en ocasiones incluso puede reñir con su

visión estética del mundo en tanto escritor y artista. Según esta ética utilitarista cuando

los dos planos entran en conflicto, el interés personal del artista debe sacrificarse en aras

de privilegiar su responsabilidad intelectual. Goytisolo expone esta concepción finalista

de la ética en los siguientes términos: “Nuestro placer estético no ha de prevalecer sobre

los verdaderos intereses del país. Una de las paradojas de la época, y no de las menores,

consiste en que los intelectuales y artistas peleemos por un mundo que, tal vez será

inhabitable para nosotros” (Goytisolo, 2005a: 198). Así, el autor de El furgón de cola

(1966) manifiesta un voluntarismo y un optimismo relevante frente al progreso técnico

y moral del ser humano. Cree para entonces que en algún momento del desarrollo de la

humanidad la conciencia moral del hombre logrará conciliarse con el progreso técnico.

Por lo tanto, frente a las contradicciones del proceso de modernización que España

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estaba viviendo, la actitud del intelectual progresista no debía consistir en condenar la

inhumanidad de la técnica, sino en señalar el atraso del hombre en relación con ésta:

Recuperar tal atraso, forjar un conocimiento moral del mundo de la industria –

como el que el hombre adquirió del mundo de la naturaleza– es el único expediente de

superar la crisis. La historia marcha hacia delante, no hacia atrás. El retorno hacia los

valores y mitos de una España preindustrial es una versión 1964 del escapismo de los

artistas decimonónicos hacia la bruma de la mística budista o el exotismo de los mares

del Sur (Goytisolo, 2005a: 197).

Esta afirmación muestra los conflictos y contradicciones insolubles ante a las

cuales se debate, a su vez, el autor del ensayo y jalonan no sólo su pensamiento

intelectual, sino también su concepción de la literatura. La tensión, el debate interior, la

necesidad de reconciliar los términos de una antítesis que gobierna su poética en

general. Esa unidad de contrarios rige su pensamiento ensayístico –que, por otra parte,

no sobra mencionarlo, es uno de los principios constitutivos del género ensayo como

fruto de la modernidad, en tanto es el espacio donde convergen el discurso de ideas y la

expresión artística (Cfr. Aullón de Haro, 2005: 16)–. Y es esta integración o

superposición de contrarios, el asunto específico al que el autor alude, en estos mismos

ensayos, cuando aborda la obra de Cernuda y analiza el debate del poeta sevillano entre

la realidad y el deseo.

Unidad de dos ideas contradictorias que el ensayista considera como la

condición necesaria, el germen y la resolución, de toda obra literaria si pretende ser

moderna, según lo expone, también, en “Literatura y eutanasia”, cuando ilustra la

importancia de esta superposición de contrarios, recurriendo al mismo ejemplo referido

en “Examen de conciencia”. El dilema entre su fascinación por la “estética de la

pobreza” (con sus virtudes y costumbres primarias) y su indignación moral ante el

subdesarrollo y la expectativa de alcanzar un mundo mejor gracias al avance del

progreso en la moderna sociedad industrial (Cfr. Goytisolo, 2005a: 66-67). Pero este

debate interior en la obra ensayística de Goytisolo no se resuelve de manera definitiva o

concluye a partir de la afirmación de una ética utilitarista, como la que prima, según

nuestra interpretación, en la conciencia del intelectual para la época de El furgón de

cola (1967). Permanece latente a lo largo de toda su trayectoria y, por el contrario, de un

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optimismo inicial que le permite confiar en la posibilidad de forjar un conocimiento

moral del mundo técnico-industrial, obedeciendo a una razón fundada en principios

éticos consecuencialistas (Cfr. Martínez y Cortés, 1999) –el mayor bien para el mayor

número posible de personas, la defensa de “un mundo que, tal vez, será inhabitable para

nosotros [los escritores y artistas, J.F.T]” (Goytisolo, 2005a: 198), que era su manera

particular de oponerse al atraso secular de España y a una moral cristiano vieja como

causante de éste (Cfr. Castro, 1961: 14)– pasa, con el transcurso de los años y el devenir

de la historia contemporánea, a una postura de un escepticismo radical, en la que va a

primar una valoración del lugar de la poesía sobre la confianza en la razón instrumental,

y en la que va a afirmar la preponderancia de una conciencia estética del mundo,

relegada en la presente reflexión de “Examen de conciencia” a un segundo plano. De

esa valoración de la incidencia de la literatura en el mundo contemporáneo y de la

importancia de una visión estética es prueba el ensayo “¿Un mundo sin contemplativos

ni poetas?” que hace parte del libro El bosque de las letras (1995), donde, en la antítesis

de la ética finalista de “Examen de conciencia”, afirma la necesidad de la visión integral

del hombre que brinda la poesía y el arte para sobrevivir al drama de una modernidad

incontrolada que conduce hacia la destrucción del hábitat natural y de la especie

humana en el planeta. Esta conciencia de la importancia de la visión estética es así, en la

reflexión ulterior de Goytisolo, la respuesta a la confianza ciega en un orden mundial

regido por los imperativos monetarios, cientificistas y tecnocráticos, como consecuencia

de una razón instrumental y, asimismo, ayudan a delimitar el espacio donde la literatura

establece sus conexiones reales con la cultura y la sociedad (Cfr. Goytisolo, 1995a: 103-

108).

Lo relevante de la posición de Goytisolo en El furgón de cola (1967) es,

entonces, cómo a través de las contradicciones y tensiones que lo atraviesan, del debate

interior entre dos ideas antinómicas, del conflicto entre la indignación moral y la mirada

estética del escritor, logra compaginar la responsabilidad social del intelectual –su

compromiso por los asuntos públicos y causas civiles– con una concepción de la

literatura en la que se privilegia la especificidad de la función poética del lenguaje y la

autonomía del texto literario, sin la necesidad de apoyarse en un realismo esquemático.

La manera singular cómo logra servirse de las problemáticas de su universo cultural –la

identidad española, su tradición castellanista, su modernidad insuficiente e

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históricamente postergada, la cuestión de la decadencia nacional– y convertirlas en los

temas propios de su obra mediante la exploración del lenguaje y de su tratamiento

literario. Y cómo establece unos vasos comunicantes, amplios y flexibles, entre su

actividad crítica y creativa, valiéndose de su ensayística para explicar el viraje o

evolución formal que va asumiendo en su novelística. Acotando, desde su razón

ensayística y voluntad de estilo, ese universo cultural que subyace como contenido de

su obra. Este rasgo general de su poética, la reconciliación del intelectual y del artista,

sin evadir el debate interior que implica la integración contrarios, permanece vigente a

lo largo de toda su trayectoria.

En síntesis, “Examen de conciencia” es, a través del análisis del cambio de

mentalidad de los españoles ocurrido con ocasión de su transformación económica en

los años sesenta, el cuestionamiento de los mitos, estereotipos y retórica de una

intelectualidad de izquierdas antifranquista incapaz de comprender, en aquel momento,

la nueva realidad que se desplegaba ante sus ojos. Crítica de un discurso anacrónico que

defendía unos valores e ideales que habían sucumbido al paso del progreso, del

desarrollo industrial alcanzado por España en los años sesenta. El ensayo se sitúa así

dentro del proyecto de desmitificación del autor que vertebra todos los ensayos de El

furgón de cola (1967) y que tiene, en la función analítica y crítica del lenguaje, su

bastión principal. Así lo corrobora la siguiente cita, extractada de este mismo texto, en

la que cuestiona el realismo de la novela social que caracterizó a la llamada generación

del medio siglo:

La literatura de testimonio, tal y como se practica hoy en España, desatiende, a

mi modo de ver, las raíces del mal. La destrucción de los viejos mitos de la derecha

tendría que partir de un análisis y denuncia de su lenguaje. Impugnando las palabras

sagradas impugnará simultáneamente los valores que se expresan en ellas. La tarea de

minar los fundamentos de la metafísica española exige de la crítica implacable de la

rancia prosa castellanista que es, santuario y banco de valores sublimes del Buen Decir

(Goytisolo, 2005a: 200)

“Examen de conciencia” es un paso más allá en esta empresa de desmitificación.

Su propuesta consiste no sólo en tratar de derribar los mitos de la derecha mediante la

observación y cuestionamiento de su discurso, también comprende el análisis y

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denuncia de la retórica de una intelectualidad progresista de izquierdas para señalar sus

clisés, tópicos y mixtificaciones y, de paso, comprende la formulación de una crítica de

la politización de la literatura en un sentido reductor, instrumental, como se

manifestaba, en su criterio, en la novela social de la llamada generación del medio siglo

a través de la estética del realismo.

La compaginación de las exigencias morales que debe observar el intelectual con

el compromiso del escritor, la manera singular cómo estas dos facetas se conjugan en la

obra ensayística de Juan Goytisolo, conservando su intención y sentido crítico, es

asimismo el argumento principal del último ensayo de este volumen, “Tierras del Sur”.

Ensayo escrito como introducción a la edición italiana de su libro Campos de Níjar

(1960) (Cfr. Goytisolo, 2005a: 227) y dedicado, significativamente, a Gerald Brenan

(1894-1987), el hispanista inglés autor de los libro de viajes La faz actual de España

(1950) y Al sur de Granada (1957); textos que son, a su vez, un ejemplo de la manera

cómo puede resolverse el conflicto entre una posición ética y la visión artística del

escritor, al armonizar de manera admirable la indignación moral con la mirada estética y

combinar una profunda sensibilidad social con la fascinación por el paisaje y la realidad

descrita, sin caer en un tipismo reduccionista o en un falso regodeo esteticista (Cfr.

Goytisolo, 2005a: 226)53. Gerald Brenan es el autor también del libro The Literature of

the Spanish People (1951), traducido al español como Historia de la literatura

española, publicado por la editorial Crítica, con prólogo de Gonzalo Torrente Ballester,

en el año de 1984, que revela su profundo interés por la historia y la cultura española,

con lo cual se constituye como uno de los importantes hispanistas ingleses del siglo XX.

Ahora bien, si Campos de Níjar (1960) es el relato de un viaje del autor por la

provincia de Almería hacia finales de los años cincuenta del siglo pasado, a través de un

testimonio que da cuenta de la relación del hombre con el lugar que habita –del lugar

como el espacio vital donde el hombre nace, vive y muere como hombre (Cfr.

Goytisolo, 2005a: 213)–; si en este libro describe su confrontación con la realidad y el

paisaje que se despliega ante sus ojos, cuya desnudez y violencia le arroban de manera

inmediata; si describe la calidez y la idiosincrasia de sus gentes, su pobreza extrema, y

da muestras de la fascinación que siente hacia el dialecto y rasgos propios del habla de

53 Goytisolo profundiza en este rasgo de los libros de viajes de Brenan al reseñar su libro La faz actual de España (1950) en el ensayo “Gerald Brenan analiza nuestra posguerra”, que hace parte del libro España y los españoles (1969).

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los andaluces, tratando de conciliar la mirada objetiva del viajero con sus sentimientos y

emociones que le llevan a identificarse con el mundo descrito y a elegir solidarizarse

con su suerte, en el ensayo “Tierras del sur”, como una introducción a aquel, hace un

análisis sobre el subdesarrollo de Andalucía (Cfr. Goytisolo, 2005a: 555), para explicar

desde un punto de vista económico e histórico, su atraso en relación con otras regiones

de España, y despejar los mitos que tratan de justificar su pobreza vinculándola de una

manera determinista a las condiciones geográficas o a la manera de ser de sus

habitantes; y para hacer comprensible al lector el interés personal que siente por ese

entorno.

El ensayo parte del dilema ya tratado en “Literatura y eutanasia” y “Examen de

conciencia” que, como se viene exponiendo, constituye una constante de su obra

ensayística. La dicotomía que enfrenta el escritor entre una posición progresista del

mundo –obligación moral– y la atracción estética irresistible hacia un mundo elemental

marcado, en ese entonces, por su pobreza y la fuerza de su paisaje. Dilema que el autor

de “Tierras del sur” replantea en estos términos:

En Sorbas me detuve a beber un vaso de vino en un ventorro y dije: ‘es el país

más hermoso del mundo’. El dueño trajinaba al otro lado del mostrador y me miró

encarnando las cejas. Su voz resuena todavía en mis oídos cuando repuso: ‘Para

nosotros, señor, es un país maldito’ (Goytisolo, 2005a: 211).

Así, en esta ocasión, ejemplifica el contraste de dos visiones de la realidad

exterior enfrentadas entre sí. La del artista que percibe un mundo profundamente

hermoso y conmovedor, y la de sus pobladores que lo viven desde una situación de

penuria e inmersos en la lucha por cubrir las necesidades básicas de su subsistencia; y, a

la vez, muestra la confrontación interior vivida a raíz del choque de dos formas distinta

de percibir una misma realidad.

Con el ánimo de abordar el problema en unos términos argumentativos

coherentes, como corresponde al género ensayístico, y establecer las implicaciones y

relaciones que esta antinomia puede revestir en su tratamiento literario –tal es el caso de

Campos de Níjar (1960)–, Goytisolo decide explicar en “Tierras del Sur” la cuestión del

subdesarrollo de Andalucía indagando las causas de la opresión económica y social de

sureste español. Para ello considera necesario superar los prejuicios políticos y

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culturales que mediatizan la visión del problema a ojos de un intelectual foráneo (Cfr.

Goytisolo 2005: 211). Y de esta manera, con una visión objetiva de las causas del

mismo, pretende aclarar también las relaciones de la literatura con el contexto social

dentro del cual ella surge. Asunto que en su caso, y para el momento en que el ensayo

fue escrito, tiene el mayor interés porque va a plantear la reflexión en una perspectiva

diferente a la de las teorías que defienden el realismo literario vinculando la obra a una

relación de dependencia con la estructura económica del mundo referencial; es decir,

tomando distancia de la estética realista que caracterizó la novela social cultivada por la

llamada generación del medio siglo y de las fórmulas preconcebidas de acercase a una

realidad exterior que se pretende novelar con un ánimo de denuncia y con la finalidad

última de lograr su transformación. Campos de Níjar (1960), sobra aclararlo, no es una

obra de ficción en el sentido que el autor entiende su praxis novelística a partir de

mediados de los años sesenta del siglo pasado, es un relato de viaje que guarda una

fidelidad con el universo referencial al que alude. Habría que distinguir entonces los

relatos de viajes –que el autor fomenta con una pasión decidida a lo largo de toda su

trayectoria– con sus novelas a partir de Señas de identidad (1966), independiente de las

relaciones que puedan establecerse entre ambos géneros literarios, punto éste que no es

objeto del presente estudio. Sin embargo lo que se pretende enfatizar es que cuando

Goytisolo plantea en “Tierras del sur” y en general en los ensayos de El furgón de cola

(1967), el conflicto entre la responsabilidad ética del intelectual y la visión estética del

escritor, está tratando de conciliar una concepción de la literatura que se ha desprendido

de los imperativos de un acercamiento realista en la línea Lukács o de la literatura

comprometida de Sartre –como predominaba en su primera época de novelista– y que

ha cambiado el centro de atención hacia las virtualidades del lenguaje, con la

responsabilidad social del intelectual preocupado por la realidad en la que está inmerso,

sin renunciar a ninguno de los términos del antagonismo planteado. Preservando una

sensibilidad social progresista junto a una concepción no referencial, antirealista, de la

literatura, que presta su atención a la especificidad del hecho literario y al proceso de

enunciación literaria más que al universo referencial.

¿Cómo resuelve entonces el autor éste dilema en el ensayo “Tierras del sur?

Primero es necesario advertir que su reflexión está dirigida principalmente a señalar las

causas objetivas de la pobreza y el atraso de Andalucía y sólo de manera subsecuente a

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establecer las relaciones que la literatura guarda –o debe guardar, según su criterio– con

la problemática social donde ella surge. En el primer caso, Goytisolo estudia el

subdesarrollo de las regiones del sureste español a partir del análisis de las relaciones de

producción dominantes, basándose en estudios de la economía y de la historia española

que desde el siglo XIX han abordado el problema –del Curso de economía de 1928 de

Flores Estrada a los tratados de economía política de Antonio Flores Lemus y con

referencias a la breve Historia de España (1947) de Pierre Vilar (Cfr. Goytisolo, 2005a:

221-223), entre otros–. Señala como causa principal y directa del atraso del campo

español el latifundio absentista y sus consecuencias, el secano, el desempleo y la

despoblación de las grandes extensiones de tierra a él dedicados. Asimismo menciona,

entre sus causas, las grandes contradicciones sufridas en España en el proceso de

asimilación de la modernidad, sus desfases temporales –“la diversidad de nuestro

calendario” (Goytisolo, 2005a: 221)–, la convivencia simultánea de modos de

producción antagónico y la falta de responsabilidad social de la burguesía española

como efecto de las incongruencias de este proceso. Y dentro de esta diversidad del

calendario español, menciona la explotación de la burguesía catalana, los privilegios

que obtuvo la industria de Cataluña y del País Vasco del gobierno central para preservar

su economía en detrimento de la economía de las regiones del sur; el hecho que,

aprovechando este proteccionismo, la burguesía del norte se hubiera constituido, a partir

de la pérdida de las colonias de ultramar, en un factor económico y social de opresión

del sureste español (Cfr. Goytisolo, 2005a: 219-226).

El análisis de estos factores objetivos, que inciden en la estructura económica

real de España a lo largo de su historia reciente, lleva al autor a desvirtuar el mito de la

pobreza irremediable del Sur como un fenómeno natural o “biológico”, originado por la

pereza e incapacidad de sus hombres. Mito aducido por representantes ilustres de la

intelectualidad española, entre ellos, Ortega y Gasset con su Teoría de Andalucía

(1942), quien defendió un supuesto ideal vegetativo del hombre andaluz e hizo una

apología de su holgazanería inveterada, hecho que para el autor de “Tierras del sur” no

deja de ser una forma de explicar el problema a través de un sofisma, revistiéndolo “con

el vistoso ropaje de su ceñida y elegante prosa” (Goytisolo, 2005a: 218). Incluso percibe

un racismo implícito en las reflexiones de Ortega que, tomando en conjunto de su obra,

yuxtapone a la devaluación del sur y la civilización meridional, su admiración sin

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reservas hacia el mundo germano (Cfr. Goytisolo, 2005a: 218). De igual manera

rechaza los tópicos frecuentes sobre la supuesta miseria inexorable del sur de España,

mediante los que se afirma la predisposición de los andaluces a los empleos

burocráticos y administrativos, su incapacidad para desarrollar actividades industriales y

mercantiles, o sus altos índices de natalidad como causas de la misma. Goytisolo es

enfático en afirmar que el atraso y la pobreza del Sur obedece a las circunstancias

históricas arriba mencionadas cuya responsabilidad incumbe al conjunto de la sociedad

española por ser obra exclusivamente del hombre y, en tal sentido, es el conjunto de la

sociedad española la que debe superar esta situación, por ser creación suya. Al ser un

problema histórico, obra del hombre, no se trata entonces de una fatalidad irremediable

(Cfr. Goytisolo, 2005a: 211).

Volviendo a la pregunta formulada anteriormente –cómo resuelve el autor el

conflicto entre la indignación moral ante la pobreza del sur y su visión estética del

mundo; entre la responsabilidad social del intelectual comprometido y su fascinación

por una estética de la pobreza, por la belleza de las tierras del sur– Goytisolo plantea la

necesidad de un arte y una literatura solidarios, atentos a los problemas perentorios de la

“estructura básica” (Goytisolo, 2005a: 217) de la sociedad en que ellos surgen. Y aduce

como el primer paso para alcanzar este arte solidario la necesidad de un conocimiento

directo, inmediato de la realidad en la cual el escritor está inmerso:

La España oficial –la de las grandes ciudades industriales y provincias ricas del

Norte– no es sino la cabeza flotante de un iceberg cuyas cuatro quintas partes

permanece inmersa en el mar de la intrahistoria. Zampuzar la cabeza en este mar,

embeberse en sus dolorosas verdades es una experiencia fundamental para los hombres

interesados en el porvenir y regeneración de nuestro país (Goytisolo, 2005a: 212).

El contacto directo del escritor con la realidad propia de su cultura, su

conocimiento profundo de la problemática de la realidad a la que pertenece, en modo

alguno significa, para él, desinteresarse de la cultura y problemática del mundo exterior,

de la importancia del conocimiento de las culturas foráneas, del mundo europeo, como

le ocurrió a muchos de los intelectuales españoles durante varios siglos, desde los

tiempos de la contrarreforma hasta fechas muy recientes (Cfr. Goytisolo, 2005a: 212-

213). Así, postula que el conocimiento del mundo exterior, por el contrario, enriquece la

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visión del mundo del intelectual y le ayuda a tomar la distancia necesaria para el

examen de conciencia que debe emprender en cada una de las encrucijadas históricas

vividas. No se trata de encerrarse en sus propias circunstancias desconociendo la

alteridad que proporciona un conocimiento pleno de aquellos rasgos que le son más

propios y que sólo salen a relucir en el contraste con los otros. Una mirada no excluye la

otra. Para el autor de “Tierras del sur”, este conocimiento directo de la realidad, para

fundamentar una cultura auténtica, para pintar al hombre en su entorno vital y no como

un elemento más del paisaje, sin renunciar al diálogo con la cultura universal, lo alcanzó

en la historia reciente de España Antonio Machado, al configurar una obra poética que

se nutre en su propia cultura, una obra vinculada a los problemas de su momento

histórico, que los trasciende pero sin evadirse de ellos. Machado, “en una lección de

modestia y humildad” (Goytisolo, 2005a: 213), supo compaginar la mirada hacia la

problemática interior de su país, construyendo un arte solidario, sin darle la espalda a

los movimientos filosóficos y estéticos del mundo europeo como, en cierta ocasión, lo

expuso en su correspondencia con Unamuno:

Yo no me atrevo a decir en público ciertas cosas por miedo a que me crean

defensor de la barbarie nacional (…) Yo he vivido muchos años en París y algo, aunque

poco, he aprendido allí. En seis años rodando por poblaciones de quinto orden, he

aprendido infinitamente más (apud Goytisolo, 2005a: 214).

La afirmación de la necesidad de una literatura y un arte solidarios, basados en el

conocimiento directo de la problemática de la sociedad española, que implica

desplazarse del centro a la periferia y ahondar en su intrahistoria (Cfr. Goytisolo, 2005a:

212), permite apreciar la evolución del pensamiento literario del autor hasta la fecha de

publicación de los ensayos de El furgón de cola (1967). Constatar cómo en una primera

fase, cuya reflexión está contenida en Problemas de la novela (1959) y en el polémico

ensayo del mismo año “Para una literatura nacional y popular”, Goytisolo defiende la

urgencia de un arte realista, de una literatura testimonial atenta a la problemática social

con el ánimo de modificarla y transformarla (Cfr. Goytisolo, 2005b: 916); cuestiona la

deshumanización del arte de Ortega y el cosmopolitismo en literatura, la evasión

metafísica de la literatura mística y existencial –en la línea de Unamuno, a quien critica

duramente–; pone de ejemplo a la novela picaresca, como modelo de una literatura

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nacional afincada en la problemática social, para borrar la distancia creada por un arte

vanguardista entre el autor y su público, e insiste que el realismo, dada la encrucijada

histórica de la España de la posguerra, era el único medio válido de novelar y de crear

un arte auténtico, nacional y popular. Y en una segunda fase, la de El furgón de cola

(1967), como se percibe al contrastar los ensayos “Escribir en España”, “Los escritores

españoles frente al toro de la censura”, “La literatura perseguida por la política”,

“Tierras del sur”, de un lado, y “Literatura y eutanasia” y “Examen de conciencia”, del

otro, se debate entre el dilema de una literatura testimonial, defendida sobre todo en los

primeros de estos ensayos, que encuentra justificada en la España franquista por estar

sometida la prensa a la censura del régimen, y la toma de distancia paulatina de una

concepción realista de la novela –como se aprecia en su praxis novelística a partir de

Señas de identidad (1966)– siguiendo la senda abierta en la literatura española

contemporánea por Luis Martín Santos con su novela Tiempo de silencio (1961);

emprendiendo un camino de desmitificación de las formas literarias a través de las

cuales el autor considera se transmite una tradición castellanista, para él anacrónica;

escogiendo así una vía de exploración del lenguaje literario que elude las fórmulas

preestablecidas y lugares comunes, el conformismo estético de la novela social del

medio siglo, de la cual se aleja a partir de un proceso de autocrítica, como lo expone en

“Literatura y eutanasia” y “Examen de conciencia”; escogiendo una vía que enfatiza la

función poética del lenguaje frente a la función referencial, privilegiada por una estética

realista, una nueva vía que sondea los límites del lenguaje, que privilegia el proceso de

enunciación y no la referencialidad como objeto de la literatura. Esta elección se

radicalizará hasta una ruptura total en su novela Juan sin tierra (1975) –que cierra el

ciclo de la “trilogía Mendiola” o del Tríptico del mal (Cfr. Goytisolo, 2005b: 9),

conformada por Señas de identidad (1966) y Don Julián (1970)–. La reflexión

explicativa de estos cambios los expondrá en sus libros de ensayos Disidencias (1977) y

Crónicas sarracinas (1981).

Pero lo importante de este análisis sobre la evolución de su poética es constatar

que si bien en una primera instancia defiende la creación literaria desde el punto de vista

de su motivación social, abogando por una literatura nacional y popular, al alejarse

paulatinamente del realismo va a propugnar, como lo hace en “Tierras del sur”, la

validez de un arte solidario, con el fin de configurar lo que el autor llama una cultura

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auténtica, apoyada en las circunstancias históricas y en la problemática social del medio

donde el arte y la literatura surgen a la vida. Así, de la urgencia de una literatura

nacional y popular de Problemas de la novela (1959) a la importancia de un arte

solidario, hay toda una transformación de su concepción de la literatura que

permanecerá vigente a lo largo de toda su trayectoria creativa e intelectual y se

manifestará como una forma de asumir, a través de su tratamiento literario, el conflicto

entre una visión estética del mundo circundante y la responsabilidad ética del

intelectual.

Una vez hecha esta consideración sobre la necesidad de un arte solidario

propuesta por el autor, y con el ánimo de precisar aún más su concepción de la literatura

manifiesta en los ensayos de El furgón de cola (1967), es importante señalar también la

aclaración sucinta que Goytisolo hace en “Tierras del sur” acerca de la relación entre la

obra literaria y los factores socioeconómicos vigente al momento en que ella se produce.

Es evidente que uno de los argumentos centrales del ensayo es afirmar la

importancia de un conocimiento profundo de la realidad en la que el escritor o el artista

está inmerso; conocimiento que sólo se logra, para el autor, a través del viaje y el

contacto directo con el medio cultural y social cuya realidad se pretende conocer,

desplazándose del centro a la periferia y penetrando en la intrahistoria. Sólo así se logra

describir al hombre y su entorno sin incurrir en un esteticismo idealizador o en un

tipismo folclórico que, al desconocer la realidad humana, da una imagen estereotipada

del hombre, dibujándolo como un elemento más del paisaje (Cfr. Goytisolo, 2005a:

213). Este conocimiento y contacto directo con la realidad tal como lo plantea el autor,

sobra reiterarlo, es el primer paso para la configuración de ese arte y literatura solidarios

y para la conformación de una cultura auténtica atenta a la realidad económica, social y

a las circunstancias históricas a las que está ligada. Pero este arte solidario, que implica

el reconocimiento de la obra como un hecho social, no significa –es ésta la aclaración

que hace el autor (Cfr. Goytisolo, 2005a: 214-217)– la dependencia mecánica de la obra

a los factores socioeconómicos imperantes al momento de su creación. Ni es la

vinculación expresa a estos factores, desde el punto de vista de sus contenidos o de la

fidelidad que observe o no el escritor hacia el mundo que le sirve de referente, el hecho

que determina el valor literario o artístico de la obra. Goytisolo explica este problema

refiriéndose a la definición teórica del arte y la literatura como formas de la

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superestructura de la actividad humana (Cfr. Goytisolo, 2005a: 214). La teoría de la

superestructura –en términos marxistas– explica la relación del arte y la literatura con la

base económica de la sociedad y la manera cómo esta estructura económica determina

en última instancia la creación artística. En su breve referencia, Goytisolo niega que tal

teoría fuera expuesta de manera sistemática por Marx y Engels. Valora los

acercamientos que ellos hicieron a las obras de Homero, Goethe y Balzac, como un gran

aporte a la explicación del origen y significado de la obra literaria, pero insiste que es

inútil buscar en sus reflexiones alguna especie de determinismo o de que en ellas se

hubiera supeditado de modo mecánico la literatura a las transformaciones de la

estructura económica de la sociedad (Cfr. Goytisolo, 2005a: 214). Para él, esta

interpretación es posterior a sus obras y fue hecha principalmente y de manera

dogmática por Andrei Zdanov, para justificar dentro del contexto histórico del

stalinismo un realismo socialista, más por motivos políticos que artísticos (Cfr.

Goytisolo, 2005a: 214).

Negar la aplicación dogmática de la teoría de la superestructura en relación con

el arte y la literatura le permite a Goytisolo, al margen de su reflexión, extenderla al

terreno de la crítica literaria en general para circunscribir su alcance. En este sentido el

autor es claro en afirmar que el desarrollo continuo de las ciencias humanas a partir del

siglo XX, con el aporte interdisciplinar del psicoanálisis, la antropología y la lingüística,

entre otros saberes, ha enriquecido el ámbito de la crítica literaria, y ha contribuido a

superar las explicaciones unilaterales y esquemáticas, como el mencionado

determinismo de la superestructura, complejizando el campo de los estudios de la

literatura (Cfr. Goytisolo, 2005a: 215). Este punto, de la mayor relevancia dentro de su

pensamiento literario, se mantendrá como una invariante en la evolución de su obra

ensayística. Para él, la obra literaria admite una pluralidad de interpretaciones y ninguna

teoría ha de ser excluida antes de ser evaluada concienzudamente; pero, de igual forma,

y sin incurrir en las confusiones propias de un relativismo estéril, ninguna teoría ha de

imponerse sobre las otras de manera dogmática y totalitaria. Cada disciplina, la

sociología marxista incluida, contribuye a ampliar el dominio cognoscitivo de los

estudios y la crítica literaria (Cfr. Goytisolo, 2005a: 215), por lo cual el conocimiento de

la literatura se convierte en un ejercicio interdisciplinar. Ésta concepción de la crítica

literaria se irá reafirmando en el transcurso de su obra ensayística, especialmente en los

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ensayos contenidos en el libro Disidencias (1977), que giran en torno al tema del

erotismo en la literatura española del siglo XV al XVII y del análisis de algunas obras

de la literatura hispanoamericana contemporánea; igualmente, está presente en el ensayo

“Escritores, críticos y fiscales”, recogido en el libro Libertad, libertad, libertad (1978),

texto fundamental para comprender su definición de la crítica literaria, como se verá

más adelante; asimismo, en el ensayo “El novelista: ¿crítico practicante o teorizador de

fortuna?”, del libro Contracorrientes (1985), y en el ensayo “Sor Juana: una heroína de

nuestro tiempo (notas sobre Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe, de

Octavio Paz)”, que hace parte del libro El bosque de las letras (1995), en el que

rememora su deseo, siendo profesor visitante del departamento de español de la

Universidad de Nueva York, a mediados de los años setenta del siglo pasado, de

propiciar un encuentro de especialistas que, desde diferentes enfoques críticos –

“histórico, sociológico, sicoanalítico, estructuralista, etc.” (Goytisolo, 1995a: 45)– y en

un curso dedicado a ello, abordaren el estudio de obras fundamentales como el Quijote

o La Celestina, para brindar a los estudiantes un examen más completo de las mismas.

Hecho que, aunque anecdótico, revela su interés por una crítica literaria con un enfoque

metodológico interdisciplinar, como lo reitera en el mismo ensayo (Cfr. Goytisolo,

2005a: 45-46). Crítica siempre abierta a admitir nuevos aportes, consciente de sus

límites: el carácter no conclusivo de sus acercamientos al objeto de estudio, la

pluralidad de lecturas que la obra literaria permite. En esta reflexión al margen sobre la

crítica literaria del ensayo “Tierras del sur”, con el ánimo de sentar su posición frente a

la teoría de la superestructura, Goytisolo anticipa la que será su concepción preferida de

la crítica expuesta en “Escritores, críticos y fiscales”, al afirmar su interés por el análisis

estructural del texto literario, siempre y cuando vaya “acompañado de un ‘índice

situacional’ (histórico, sociológico, psicológico, etc.) que lo complete y aclare”

(Goytisolo, 2005a: 215).

Pero además de desvirtuar las interpretaciones dogmáticas y totalitarias

fundamentadas en la teoría de la superestructura, insistiendo en que ni Marx ni Engels la

formularon con un criterio sistemático, y de sostener que el carácter polisémico de la

obra literaria exige una crítica con una complementariedad de enfoques, si quiere ser

exhaustiva, Goytisolo, en “Tierras del sur”, descarta que el valor de la obra literaria

dependa del carácter social de sus contenidos literarios. No admite que este valor se

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subordine al tratamiento literario de los factores económicos imperantes, que el vínculo

explícito de la obra con la sociedad le dé un valor estético agregado (Cfr. Goytisolo,

2005a: 215-217). Asevera que el valor de la obra literaria depende, más que del

determinismo implícito en la teoría de la superestructura, de su incidencia y

permanencia en la historia de la cultura humana. En la manera cómo la obra logra

trascender estos factores socioeconómicos inmediatos y sobrevivir a la transformación

de los mismos. Evento que explica apoyándose en unas consideraciones de T. S. Eliot

sobre las Geórgicas de Virgilio, al afirmar que tal vez el propósito inmediato del autor

latino fuera llamar la atención a los propietarios absentistas de sus obligaciones con el

Estado romano de aquel momento, pero el interés de los lectores hacia el poema

subsiste a través de los años en la cultura occidental no obstante la desaparición de las

causas sociales inmediatas que motivaron su escritura (Cfr. Goytisolo, 2005a: 216).

En síntesis, en “Tierras del sur” Goytisolo pretende defender la necesidad de un

arte solidario capaz de captar sin tipismos la realidad del Sur de España. Para ello aboga

por una literatura producida a partir de una confrontación auténtica del escritor,

mediante el contacto directo con la realidad, en la que se asuma el conflicto y las

contradicciones entre una visión estética del mundo y su responsabilidad ética. En este

empeño, expone las relaciones entre la literatura y la sociedad, reconociendo que la

literatura es un fenómeno social de carácter ideológico, pero niega el determinismo

económico-social sobre la obra literaria, la subordinación mecánica de ésta a la

estructura económica. La gran literatura trasciende para él las circunstancias históricas

de su creación, sin negarlas, sin desconocer que ella está condicionada por éstas, pero

perdura como hecho cultural a través del tiempo; así, para él, la gran literatura puede ser

solidaria o no, pero no puede existir una cultura auténtica, conformada por grandes

obras literarias, que viva ajena a los problemas de la realidad circundante:

La cultura no es producto de la estructura económico-social como sostienen

mecánicamente los deterministas. Digamos más bien que debe contar con ella y que

vive condicionada por ella. Y que si la gran literatura no es forzosamente solidaria no

puede existir gran literatura (solidaria o no) en un medio cultural que viva ajeno a los

problemas urgentes de la estructura básica (Goytisolo, 2005a: 217).

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Más que una subordinación mecánica de la obra de arte a la estructura

económica de la sociedad, el autor de El furgón de cola (1967) sostiene, en este ensayo,

que la obra literaria obedece a dos directrices: la del momento histórico de su creación y

la de su evolución en cuanto arte (Cfr. Goytisolo, 2005a: 227). Coordenadas que el

crítico interesado por la génesis de la obra literaria debe tener en cuenta, sin excluir una

en beneficio de la otra. Punto de la mayor relevancia en su poética porque está allanado

el camino de lo que será su concepción posterior del “árbol de la literatura”, imagen

mediante la cual profundiza en la segunda de las directrices mencionadas, la evolución

de la literatura en cuanto arte como parte de la historia de la cultura, estableciendo las

relaciones que guarda la obra literaria con el sistema de la literatura, con la tradición en

la que está inmersa, de la cual extrae la savia necesaria y contra la cual, a la vez, lucha

en busca de su singularidad, la de estatuirse como signo diferencial. El “árbol de la

literatura” le permitirá no sólo definir el contenido del término literatura, sino establecer

las conexiones reales del fenómeno literario con la cultura y con la sociedad (Cfr.

Goytisolo, 1995a: 9-13). Y es interesante, también, la exposición de éstas dos

coordenadas de la obra literaria, porque explicará la afinidad teórica que alcanzará el

autor, en su obra ensayística posterior, para definir el concepto de género literario y para

precisar las implicaciones de la obra en el ámbito de la cultura con Mijail Bajtin, quien

sostiene que en el campo de los estudios de la literatura debe establecerse,

primordialmente, su articulación con la historia de la cultura, porque:

La literatura es una parte inalienable de la cultura y no puede ser comprendida

fuera del contexto de toda la cultura de una época dada. Es inadmisible separarla del

resto de la cultura y, como se hace con frecuencia, relacionarla directamente, por

encima de la cultura, con los factores socioeconómicos. Estos factores influyen en la

cultura en su totalidad, y sólo a través de la cultura y junto con ella en la literatura

(Bajtin, 2003: 347).

Bajtin hace ésta reflexión en el contexto de lo que denomina el gran tiempo de la

cultura para indicar que el fenómeno literario no sólo se vincula con una época dada, la

de su creación, sino con la historia de la cultura humana como totalidad: “Las grandes

obras literarias se preparan a través de los siglos, y en la época de su creación solamente

se cosechan los frutos maduros del largo y complejo proceso de maduración” (Bajtin,

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223

2005: 348-349). Explica así cómo las obras literarias trascienden las circunstancias

históricas de un momento dado y alcanzan la plenitud de sentido en el gran tiempo de la

cultura. El concepto del “Árbol de la literatura” de Goytisolo es deudor de las

reflexiones de Bajtin en torno al concepto del gran tiempo (Cfr., Goytisolo, 2004a: 7), y

en este ensayo, “Tierras del sur”, ya estaba el germen de esa concepción del fenómeno

literario enfatizando su vinculación a la historia de la cultura. Con la salvedad que su

autor defendía, en este caso, la importancia de una cultura solidaria, en la cual la

literatura se manifiesta en su faceta más crítica, como contracultura (Cfr. Sánchez

Trigueros, 2003: 12-13), opuesta a una cultura burguesa; de una cultura cuya urgencia

en el seno de la sociedad es equiparable a la necesidad creada por el hambre, como

sostiene el ensayista al citar a Antonin Artaud, para finalizar su reflexión sobre la

solidaridad del arte:

Lo más urgente me parece no tanto defender una cultura cuya existencia no ha

salvado jamás a un hombre de la preocupación de vivir mejor y de tener hambre, como

de extraer, de lo que se llama cultura, ideas cuya fuerza viva sea idéntica a la del

hambre” (apud Goytisolo, 2005a: 227).

Un arte solidario conformando una cultura cuya de fuerza de motivación sea

equiparable a la necesidad básica del hambre y de la lucha por la sobrevivencia.

Así, dentro del contexto histórico del franquismo, con los cambios acelerados

acaecidos en la estructura económica de la sociedad española a comienzos de los años

sesenta del siglo pasado y las grandes contradicciones en su adaptación a ese proceso de

modernización: el desfase temporal y convivencia simultánea de modos y relaciones de

producción antagónicos, que no permitía un desarrollo uniforme a lo largo de todo el

territorio del país; la incapacidad de la burguesía para asumir plenamente una

responsabilidad social de acuerdo con las transformaciones sufridas; los cambios

precipitados en los hábitos mentales de los españoles de conformidad al nuevo orden

económico pero que no obedecían a una reforma profunda de las costumbres, dictada

por la asimilación de una ética secular moderna, colectiva e individual, en el sentido

ilustrado del término –como se dio en Europa tras la Reforma del protestantismo y la

revolución industrial–. En este contexto en cuyo ámbito cultural se mantenía vigente el

sistema de la censura previa establecido por el régimen como una estricta forma de

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control social y político, en el que con el transcurso de los años se había generado,

como contrapartida, un arte y una literatura fuertemente politizada, inconformista en sus

contenidos explícitos, aunque conservadora en sus medios, en sus formas de

representación, en el lenguaje utilizado; en donde los intelectuales de izquierda,

recogiendo los viejos ideales republicanos de antaño anhelaban una revolución que

cambiara en forma brusca el curso de la historia, cambios que en la práctica se venía

dando a partir de las reformas de estabilización económica introducidas por el gobierno

y el auge del turismo, ocasionando una nueva realidad que la intelectualidad progresista

se negaba a reconocer y asumir; en este contexto histórico general, los ensayos de El

furgón de cola (1967) entrañan un profundo examen de conciencia del papel del escritor

en la sociedad española, por medio del cual su autor trata de superar el tópico de la

decadencia nacional que desde finales del siglo XVI se imponía como obstáculo para la

reflexión sobre el ser de España y el carácter de los españoles.

De esta manera, para superar el “lugar común” (Goytisolo, 2005a: 11) de la

decadencia nacional y realizar un examen autocrítico del papel del escritor en la

sociedad franquista de los años sesenta, Goytisolo propone un compromiso total del

escritor, en lugar del compromiso exclusivamente político en boga por entonces entre

los miembros de la llamada generación del medio siglo, quienes basados en una estética

realista consideraban la literatura como un medio idóneo para transformar la sociedad,

pero, en la práctica, hacia mediados de la década de los sesenta del siglo pasado, ya

habían agotado sus posibilidades expresivas al caer en una serie de fórmulas

preestablecidas, en una serie de clisés y lugares comunes. Afirmando un compromiso

total del escritor, Goytisolo (2005a: 45) busca, en cambio, una revisión del papel del

intelectual mediante una introspección autocrítica y la renovación de la literatura de su

función meramente instrumental, abarcando una esfera más amplia, la del individuo en

relación consigo mismo, con la sociedad y con la actividad artística; comprendiendo,

entonces, un plano social, un plano personal y un plano técnico. Social, a través de la

búsqueda de un arte solidario, teniendo en cuenta la problemática de la sociedad

española del momento y en la necesidad de configurar una cultura auténtica de cara a la

realidad social del país. En un plano personal, al pretender que la creación literaria sea

fruto de una confrontación interior del escritor, de un profundo debate personal en el

que se pone en juego sus convicciones éticas y estéticas, que obedezca así a una

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experiencia propia, en un afán de sinceridad que cuestione y relativice los valores y

creencias –personales y colectivos– de la cultura en donde se halla inmerso;

pretendiendo que el escritor privilegie esta experiencia personal por ser única e

irreductible y la lleve hasta sus últimas consecuencias en su proceso creativo, buscando

salir de una visión reduccionista y esquemática de la realidad. Y un compromiso técnico

por considerar que la especificidad del fenómeno literario exige e implica un

conocimiento profundo de las leyes que gobiernan el arte literario y la conciencia de la

importancia del lenguaje como medio y fin de la creación literaria; compromiso técnico

que está unido en su planteamiento de manera inseparable a los otros dos, al

compromiso social y personal.

A través de este compromiso total, el autor de El furgón de cola (1967) asume

una crítica radical en un doble sentido. Contra una tradición literaria castellanista y su

mitificación de la identidad española, como una esencia milenaria por fuera de las

vicisitudes de la historia, creencia que, para Goytisolo, es la causa del encierro secular

de España a las principales corrientes del pensamiento, la ciencia y la cultura que a su

vez fundamentaron la modernidad occidental. Y contra la estética realista de la llamada

generación del medio siglo y su conformismo estético, quienes a pesar de su

inconformismo político respetaban de manera excesiva las formas de la tradición

literaria española, aún la castellanista. Para esta empresa crítica, de desmitificación del

tradicionalismo cultural y, a la vez, creativa, en su intento de renovar el lenguaje

literario de su tiempo, el autor se apoya en dos vertientes teóricas diferentes que logra

armonizar en su obra con singular eficiencia. La revisión de la historia de España a

través de los estudios historiográficos de Américo Castro y los desarrollos de la

lingüística y la teoría literaria a lo largo del siglo XX. Especialmente, en este último

caso, del formalismo ruso y el estructuralismo francés, en auge para la fecha en que

estos ensayos fueron escritos. Lo relevante de ellos es cómo logra conciliar con un

hondo sentido crítico y sin evadir las contradicciones propias de un profundo debate

interior, su visión estética del mundo y del arte con su posición ética ante la vida y la

sociedad.

Retomemos entonces un punto de esta reflexión de Goytisolo en El furgón de

cola (1967). En el ensayo “Tierras del sur”, como arriba señalábamos, su autor

manifiesta: “No se me oculta que la obra literaria (…) obedece a dos coordenadas: la del

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momento histórico en que se realiza y, asimismo, la de su evolución en cuanto arte. No

se trata de manera alguna de renunciar a una en beneficio de la otra” (Goytisolo, 2005a:

227). Indiquemos desde ya y de manera reiterativa una invariante de su poética

ensayística, de su pensamiento literario, tal como se despliega a través de su obra

crítica. Para precisar el marco de éstas dos coordenadas que definen el hecho literario, el

ensayista se vale, como acabamos de mencionar, de la historia, caso concreto de los

estudios historiográficos en la línea de Américo Castro con el objeto de concer el

contexto vital donde la obra surge –al estar referidos la mayoría de sus ensayos literarios

a la cultura hispánica–; y de la teoría literaria, para acercarse a la obra objeto de su

reflexión desde su especificidad, precisando el sistema al que pertenece y el lugar que

ocupa dentro de éste sistema, específicamente, de los desarrollos del formalismo ruso y

el estructuralismo francés. Rastrear el funcionamiento de éstas dos coordenadas en la

obra ensayística de Juan Goytisolo se convierte por lo tanto en el objeto de nuestro

examen en los capítulos que siguen a continuación.

Pero la pregunta formulada al inicio del análisis de los ensayos de El furgón de

cola (1967) continúa sin responder, ¿si logra el ensayista con el examen de conciencia

que entrañan estos ensayos superar el tema de la decadencia nacional, esa sombra que se

cierne sobre los escritores españoles cuando discurren acerca de su propia cultura? Para

responder a esta pregunta es necesario ahondar un poco más en el proyecto de

desmitificación de Goytisolo a la luz del libro España y los españoles (1969) y del

ensayo “Presentación crítica de J. M. Blanco White” (1972).

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227

Capítulo 4.

CONTRA EL MITO DE LA ESPAÑA SAGRADA Y CONCIENCIA

DE OTRA TRADICIÓN CRÍTICA.

4.1. Valoración de la occidentalidad matizada de España. Bien está que

fuera tu tierra.

Dentro de la obra ensayística de Juan Goytisolo, luego de El furgón de cola

(1967), publica España y los españoles (1969). Valga decir que éste es un libro singular

dentro de la obra crítica de Juan Goytisolo. Junto con El lucernario. La pasión crítica

de Manuel Azaña (2004), son los únicos libros de ensayos con un tema unitario, si

exceptuamos el largo ensayo “Presentación crítica de J. M. Blanco White”, prólogo al

libro Obra inglesa (1972), que reúne una selección de textos, hecha y traducida por el

mismo Goytisolo, del escritor liberal e ilustrado sevillano exiliado en Inglaterra desde

de 1810, tras huir de la tiranía del absolutismo monárquico y la política inquisitorial de

la iglesia española (Cfr. Britt, 2005, 109). España y los españoles (1969) no es, pues,

una recopilación de textos publicados previamente por el autor, como sucede con sus

otros libros de ensayos. Tal es el caso, como ya se pudo apreciar, de Problemas de la

novela (1959) y El furgón de cola (1967) –que recogen artículos publicados

inicialmente, en su gran mayoría, en las revistas Destino, Ínsula y Cuadernos de Ruedo

Ibérico–, e igual sucede con Disidencias (1977), Crónicas sarracinas (1981),

Contracorrientes (1985), El bosque de las letras (1995), Cogitus interruptus (1999) y

Contra las sagradas formas (2007), conformados por artículos y ensayos breves de

crítica literaria y cultural, publicados primero separadamente en revistas y en periódicos

de España y América Latina y después reunidos en libros, pero que de todas formas

mantienen la coherencia propia de los asuntos comunes y la voluntad de estilo que

guían su pensamiento literario a lo largo de toda su trayectoria como escritor. O de los

artículos de opinión, en su vertiente de crítica política y social (Cfr. Carrasquer, 1986:

61), labor en la que se destaca su colaboración regular en la página de opinión del el

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228

diario El País, desde 1977 hasta la actualidad, y en revistas con un contenido político

como Triunfo o El viejo topo en España o las revistas mexicanas Vuelta y Letras libres

en América Latina, entre otras. Artículos de crítica política y social que le han servido

de base para la conformación posterior de los libros Libertad, libertad, libertad (1978),

Problemas del Sahara (1979), El peaje de la vida, Integración o rechazo de la

emigración en España (2000) –escrito en colaboración con Sami Naïr-, Pájaro que

ensucia su propio nido (2001) y España y sus ejidos (2003), sin contar sus crónicas y

reportajes de guerra, publicados previamente en El País y luego recogidos en libros,

Cuaderno de Sarajevo (1993), Argelia en el vendaval (1994) y Paisaje de guerra con

Chechenia de fondo (1996), que se editaron también en un solo volumen con el título de

Paisajes de Guerra: Sarajevo, Argelia, Palestina, Chechenia (2001). Advirtiendo que

algunos de sus libros de ensayos, dentro de los que se reúnen los de crítica literaria,

combinan no sólo textos de crítica cultural, sino también de crítica política y social,

como se da en el caso de los mencionados Contracorrientes (1985), El bosque de las

letras (1995) y Cogitus interruptus (1999). Y en algunos de sus libros de crítica política

y social se incorporan ensayos de crítica literaria, como es el caso de Libertad, libertad,

libertad (1978), en el que se recogen artículos de un fuerte contenido político,

publicados en revistas y periódicos con posterioridad a la muerte de Franco y que

incluye un ensayo, “Escritores, críticos y fiscales”, fundamental al momento de definir

la poética de Juan Goytisolo, porque allí el autor expone su concepción de la crítica

literaria y sus relaciones con actividad novelística. Esta disposición de ensayos de uno y

otro orden en sus libros revela la estrecha vinculación, difícil de separar, del intelectual

preocupado por los asuntos políticos y sociales y el novelista y crítico literario; entre la

exigencia intelectual, fruto de una responsabilidad civil, propia del ciudadano atento a

los hechos de interés general de su país y del mundo contemporáneo, y la visión estética

del escritor que une de manera indisociable su labor novelística con la crítica literaria y

la reflexión sobre la literatura54.

54 En la anterior enumeración de los libros que conforman su obra ensayística no se menciona sus libros de viajes Campos de Níjar (1960), La Chanca (1962), Pueblo en marcha (1962), Estambul otomano (1989), Conversaciones con Gaudí en Capadocia (1990), De la Ceca a la Meca. Aproximaciones al mundo islámico (1997), porque a pesar de tener elementos comunes a los libros de ensayos, se pueden considerar de manera independiente a la labor de crítica literaria, que es la que se privilegia en el presente análisis.

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Si bien algunos críticos al clasificar la obra ensayística del autor no incluyen a

España y los españoles (1969), entre el conjunto de su obra de crítica literaria, sino

dentro de los libros de crítica política y social (Cfr. Carrasquer, 1986: 51-68), por ser un

libro de divulgación, con un enfoque crítico, acerca de la historia de España y los mitos

que soportan la idea de una identidad hispana, consideramos que al momento de definir

su poética, de acuerdo con el desarrollo de su pensamiento literario a lo largo de toda su

trayectoria, es importante considerar este libro dentro de sus ensayos literarios porque

no sólo está ubicado dentro del proyecto desmitificador del casticismo tradicionalista de

la cultura española y de sus manifestaciones literarias, iniciado a partir de El furgón de

cola (1967), sino porque contiene temas relacionados con aspectos exclusivamente

literarios e incluso no tratados en los ensayos que conforman El furgón de cola, como es

el hecho de señalar la relevancia de la sensualidad hispanoárabe en la literatura

medieval hispánica y las implicaciones culturales de su pérdida en los siglos posteriores

a la consolidación de la llamada Reconquista y la derrota del último de los reinos moros

por los Reyes Católicos, y, además, por abordar el tema del significado de la literatura

judeoconversa dentro de la historia de la literatura española; por plantear en sus páginas

la importancia fundamental, incluso para enfrentar el problema de la decadencia

nacional, que entraña recuperar éstas dos “grandes tradiciones literarias de su lengua”

(Cfr. Márquez Villanueva, 1990: 155) –la hispanoárabe e hispanohebrea– y definir la

singularidad artística y literaria de España frente al mundo europeo.

En su tratamiento historiográfico España y los españoles (1969) no es un libro

exhaustivo, minucioso, con una explicación pormenorizada de las temáticas abordadas.

Contiene una interpretación general, diacrónica, de la historia de España y de los mitos

en los que se funda la idea de una identidad colectiva sustancial, de un pretendido

carácter nacional inmutable y ahistórico, así como el análisis de los símbolos, formas o

leyendas mediante las cuales se materializa en el imaginario colectivo estos mitos,

señalando ciertos hitos históricos para alcanzar una comprensión global de ese proceso

de mitificación y de la realidad multiforme que oculta, al privilegiar uno sólo de los

rasgos de la configuración de una conciencia colectiva en detrimento de los otros

elementos étnicos y religiosos que ayudaron a conformarla. Pero a pesar de no ser

exhaustiva es una reflexión consistente, sólida y clara en su argumentación,

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fundamentada en los postulados y defensa de una “tradición crítica”55 que se remonta al

humanismo clásico peninsular y modernamente enlaza con los estudios historiográficos

de Américo Castro y su interpretación mitoclasta de la realidad histórica de España.

Castro, formando en la escuela filológica de Menéndez Pidal (Cfr. Márquez Villanueva,

2002: 83-85), se propuso a partir de la experiencia de la guerra civil y del exilio

intelectual ocasionado por ésta conflagración (Cfr. Subirats, 2003b: 14; Llorens, 1971:

287-302), replantear la interpretación de la historia de España –profundizando en su

configuración intercastiza, en el “trenzado de la convivencia y de la pugna de tres

castas: la de los cristianos, la de los moros y la de los judíos” (Castro, 1961: 21), como

el contexto humano e histórico a través del cual los españoles llegaron a ser españoles–

para explicar el drama de la desavenencia histórica entre los españoles y contribuir,

mediante la comprensión cabal de este fenómeno, a cerrar, de cara al futuro, las heridas

de una convivencia común:

No hay lamento en lo que escribo. Mi propósito es táctico y constructivo; para

hacer caminar al entumecido, lo primero es desentumecerlo. Los españoles no podemos

lanzarnos a saber de los demás y a liberarnos de la tutela cultural de afuera, en tanto que

permanezcamos ciegos respecto de nosotros mismos, simulando haber sido lo que no

fuimos, inmersos en la falsedad por puro e ingenuo miedo a aceptar la verdad (Castro,

1975: 13).

En su explicación de la historia española Américo Castro plantea la exigencia de

conocer el pasado como un paso indispensable para planear cualquier forma de futuro

(Cfr. Castro, 1975: XXVIII). Tal es la lección que, en España y los españoles (1969),

recoge Goytisolo de Castro con el fin de sustentar su propio proyecto de

55 Eduardo Subirats define ésta “tradición crítica” en contraposición a la corriente intelectual que defiende de una identidad hispánica homogénea y uniforme, sin fisuras, así: “Existe la otra escena. Una filiación intelectual diferente. La tradición crítica. Sus primeros hitos se cuentan a lo largo de las expulsiones y persecuciones inauguradas en 1492. Humanistas y judaizantes, alumbrados y reformadores del siglo XVI configuran su paradigma clásico. Tradición reformadora de los exilios ibéricos que se reitera por igual en el Siglo de las Luces que en el siglo XX. Que recorre las mismas ciudades de Ámsterdam y Londres a lo largo de los siglos XVIII y XIX. Y se reencuentra en las mismas capitales americanas del siglo XX, que en los siglos XVI y XVII refugiaron a los fugitivos de la Inquisición. Los nombres y los testimonios se encuentran a manos llenas, de los hermanos Valdés a Vicente León Pinelo, de Yehudá Abravanel a José María Blanco White, de Abel Sánchez a José Martí…”. A ésta tradición, en la que los nombres de Las Casas, Vives, Cervantes, Ibn Arabí, Yehuda ha-Leví, Ramón Llull (Cfr. Subirats 2003b: 21) ocupan un lugar primordial, pertenecen los nombres y las obras de Américo Castro y Juan Goytisolo.

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desmitificación, iniciado con Señas de identidad (1966) y El furgón de cola (1967).

Goytisolo integra no sólo las tesis de fondo de Castro sobre la interpretación de la

historia de España, sino también ciertas directrices acerca de los procedimientos

hermenéuticos necesarios para desentrañar y descifrar esa realidad histórica, los medios

e instrumentos interpretativos imprescindibles para abordar el conocimiento del pasado.

Así, si Castro señala que “la observación de las expresiones lingüísticas en las que se

manifiesta la posición del hombre respecto a su propia vida y el mundo en que ésta se

integra” (Castro, 1975: XXVIII) es uno de los medios insoslayables para el

conocimiento cabal de la realidad histórica de una colectividad humana, Goytisolo,

transitando por la senda abierta en su ensayo “Examen de conciencia” de El furgón de

cola (1967), donde, recordemos, afirma que la “destrucción de los viejos mitos de la

derecha tendría que partir de un análisis y denuncia de su lenguaje” (Goytisolo, 2005a:

200), y embebido asimismo por el entusiasmo renovador del estructuralismo francés, en

boga en aquel momento, en su tarea de decodificar los mitos de la cultura

contemporánea, a través de una crítica ideológica y un análisis semiológico, y

considerando que el mito es un lenguaje (Cfr. Barthes, 1980: 8), emprende en esta obra

el cuestionamiento radical de las formas de representación simbólica de la identidad

colectiva española en su vertiente más tradicional, y de los discursos que la sustenta.

España y los españoles se publicó originalmente en alemán –Spanien und die

Spanier–, por la editorial Verlag C. J. Bucher, Lucerna y Frankfurt, en el año 1969. La

edición española, en la editorial barcelonesa Lumen, apareció en el año 1979, con un

capítulo adicional, “De cara al futuro”, escrito para recibir con optimismo las grandes

transformaciones que se vislumbraban en el horizonte de la sociedad española a raíz de

la muerte de Franco. El libro, en su indagación sobre la representación quimérica del ser

de los españoles y lo que ello ha significado para su destino colectivo, respeta un orden

cronológico a través de quince breves capítulos –sin contar su “Presentación”–,

comprendiendo el largo período histórico que va desde el siglo XV, cuando con la

derrota de los moriscos y la expulsión de los judíos se consolida una forma de concebir

una identidad hispánica unívoca y uniforme –basada en el ideal castellano– hasta la

guerra civil de 1936 y la posguerra, período en el que se manifiesta aún con suficiente

fuerza la pervivencia de ésta idealización identitaria. Traza de esta manera una visión

conjunta de la historia Peninsular que, en última instancia, busca explicar los episodios

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de violencia e intolerancia vinculándolos a la formación de la conciencia de una

identidad nacional perenne y ahistórica. Se inscribe así su reflexión en una actitud

intelectual de vehemente oposición al franquismo, al rechazar su ideología nacional-

católica y al ubicar esta mistificación –el nacionalismo castellanista– como la causa

principal de los males e infortunios de la historia española moderna.

En la “Presentación”, a manera de introducción, de España y los españoles

(1969), Goytisolo define el propósito que guía su reflexión y lo engloba a lo que,

siguiendo su pensamiento, puede definirse como la praxis del escritor en el contexto de

la modernidad, su objetivo primordial: “(…) luchar sin piedad contra el mito, contra

todo lo que envejece y se convierte en mito, contra toda información que se pega a la

piel del hombre, y lo entorpece, lo petrifica, lo falsifica” (Goytisolo, 2002a: 17). Y en

esta concepción desalienante de la literatura, la labor principal del escritor español, bajo

las circunstancias históricas de aquel momento –el franquismo como una consecuencia

directa de la guerra civil, el exilio de sus intelectuales, la discontinuidad histórica y

cultural que tales hechos implican– consiste en enfrentarse al mito que encierra el

término “España”, en preguntarse nuevamente acerca del ser de los españoles, del

problema de España, de las causas de las desavenencias históricas entre ellos y del

porqué de la violencia fratricida para resolver sus conflictos de convivencia. Para

Goytisolo (2002a: 17) la palabra España no comprende las complejas y contradictorias

realidades de la Península, las diferencias entre sus regiones y sus formas de vida. Y a

pesar de la fabulación identitaria que subyace tras el término España, el mito, que no es

otro que el ideal de la casta de los cristianos viejos, fundado en unos valores esenciales

y categorías metafísicas como base de la unidad nacional, cobra vida real e incide sobre

el devenir histórico de los españoles. Así lo considera el autor en un pasaje que merece

citarse de manera completa a pesar de su extensión:

En nombre de este mito la casta militar de Castilla se impuso a las minorías

divergentes y a las zonas periféricas de la Península a finales del siglo XV. Bajo los

Reyes Católicos, el ideal castellano, religioso y guerrero, lleva sucesivamente a la

unidad nacional, a la desaparición del último reino árabe, a la expulsión de los judíos, al

descubrimiento y la conquista de América, a las guerras religiosas emprendidas en

Europa a nombre de la Contrarreforma. Es un mito que, por su poder, produce un

milagro comparable al de la victoriosa guerra santa de los árabes iluminados por la

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palabra Mahoma: durante más de un siglo la realidad parece ceder y doblegarse ante su

sola presencia, y, en los dominios españoles de Felipe II, ‘jamás se pone el sol’.

Asombroso vigor del mito, que sobrevive a la ineluctable decadencia del poder militar

español. Los españoles más clarividentes, empezando por Quevedo, comprueban la

ruina del país: ruina provocada por el mito, cierto, pero ruina gloriosa, embellecida a su

vez por el mito y sostenida por él. En medio de una cierta realidad decrepita, que se

deteriora más y más, el mito se mantiene intacto y no quiere echarse atrás. Mito sin

duda condenable (…) generador de distinciones y diferencias: abismo infranqueable

entre España y el resto del mundo, circunstancia elevada a la categoría de “esencia” (…)

y en 1936, la mitad de los españoles, se alzarán una vez más, atrincherados detrás del

mito como tras su última razón de ser (Goytisolo, 2002a: 18).

Como puede apreciarse la actitud crítica de Goytisolo frente a la mistificación de

una identidad nacional no se dirige hacia la diversa realidad de cada una de las regiones

que conforman el territorio de la Península Ibérica, sino sólo hacia la influencia

determinante que ha ejercido Castilla y la ideología castellana del cristiano viejo,

presente desde tiempos de los Reyes Católicos, sobre el conjunto de los españoles. La

que a pesar del paso del tiempo y de las transformaciones sociales acaecidas se

mantiene vigente y se manifiesta, aun en sus formas más triviales, en una serie de clisés

y de imágenes estereotipadas. En este sentido, España y los españoles (1969) es un

acercamiento focalizado en un aspecto de la realidad multiforme del país y su

tratamiento no está exento de una visión subjetiva y polémica de abordar el asunto de

acuerdo con las preferencias y antipatías del escritor, como el mismo lo reconoce en la

“Presentación”:

El autor se ha visto obligado a efectuar ciertas eliminaciones, algunos cortes

arbitrarios. De otro modo el libro no hubiera podido escribirse. Forzosamente en la

elección de los temas a tratar entran en juego un facto subjetivo, lo cual comporta unas

preferencias y unas antipatías que el lector es libre de compartir o rechazar. Una obra es

reveladora de su autor por lo que dice como por lo que calla. (Goytisolo, 2002a: 21).

Carácter parcial, polémico y subjetivo, que si bien no protege al autor de la

crítica (Cfr. Gómez-Martínez, 1970: 52) –no es ésta su intención–, tampoco invalida su

reflexión, al ser éstos rasgos generales –la subjetividad, la mirada parcial–

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característicos del ensayo en tanto género literario propio de la modernidad (Cfr. Aullón

de Haro, 2005: 13-23). Además, en materia de una hermenéutica histórica y literaria, las

interpretaciones y conclusiones sobre un asunto determinado están sometidas al libre

disenso, a la revisión constante –siempre respetando el sentido y alcance de las fuentes–

y al carácter inacabado de la labor investigadora. Y de otro lado, pero en este mismo

contexto, también es conveniente advertir que España y los españoles, y el conjunto de

la obra –novelas, ensayos– que contiene el proyecto de desmitificación de Juan

Goytisolo contra la España Sagrada, está apoyado, como se ha hecho mención, en la

interpretación historiográfica de Américo Castro y, por lo tanto, sus reflexiones se

enmarcan dentro del alcance de la polémica que las tesis de Castro suscitaron en el

ámbito intelectual español de la segunda mitad del siglo XX. Al sostener éste la

españolidad de musulmanes y judíos y su aporte fundamental a la configuración de una

conciencia colectiva. En especial, dentro de la polémica con el historiador Claudio

Sánchez Albornoz y sus seguidores. Sánchez Albornoz, autor de los libros España un

enigma histórico (1956) y El drama de los españoles ante la historia (1973), y sus

discípulos, retomando una corriente tradicionalista de interpretar el pasado español,

negaron las tesis del autor de La realidad histórica de España (1962), defendieron una

occidentalidad romano-visigoda de España y minimizaron el carácter determinante de la

influencia árabe y judía en la conformación histórica de una conciencia colectiva

hispana; que Castro, en su obra, había resaltado aun por encima de los elementos íberos,

celtas, romanos y visigodos, etc. (Cfr. Subirats, 2002b: 14-16; Márquez Villanueva,

1994: 43-47; y 2002: 90-92). En este sentido, el proyecto de una desmitificación

creadora emprendido por Juan Goytisolo es una toma partido a favor de las tesis de

Castro en la polémica que su obra suscitó al cuestionar tanto las interpretaciones

tradicionalistas de la historia de España como la idea de una identidad nacional basada

en las mistificaciones historiográficas.

A riesgo de simplificar la reflexión de Goytisolo en España y los españoles

(1969), los quince breves capítulos que dan cuenta de la manera cómo se configuró el

mito de una identidad nacional unívoca y esencialista, de su prolongación a lo largo del

tiempo y de sus consecuencias para el destino del país, puede dividirse en tres puntos

nodulares o ejes de tensión argumentativa: el origen del mito de una identidad casticista

por fuera de las vicisitudes históricas; la oposición casticista a la Ilustración; la vigencia

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de las ideas casticistas en el período de la Restauración decimonónica y su prolongación

hasta la conflagración de la Guerra Civil de 1936. En el primero –que agruparía los

primeros capítulos: “Homo hispanicus: el mito y la realidad”, “El ‘contagio’ judío”, “El

caballero cristiano”, “El pecado original de España” y “Don Quijote, don Juan y la

Celestina”–, se especifica el “contexto humano” (Goytisolo, 2002a: 29) –o la “morada

vital”, “presencia de la vividura”, en términos de Américo Castro (1975: 109-141)–,

donde surgen las costumbres y formas de vida por medio de las cuales los españoles

llegaron a ser españoles y se modeló una futura conciencia colectiva. El largo período

histórico de coexistencia de las tres castas, la cristiana, la mora y la judía, en

permanente confrontación, donde cada grupo creó sus instituciones y mitos y definió

sus rasgos propios en contraste con las instituciones y mitos de los otros, pero donde, a

pesar de su convivencia conflictiva, también se dio una coexistencia habitual que

permitió la interrelación e hibridación cultural entre ellos. Goytisolo da cuenta de éste

período de manera sucinta integrándolo al triunfo de los Reyes Católicos sobre el último

de los reinos moros y sus consecuencias, la expulsión de los judíos, la instauración de la

Inquisición, los estatutos de de limpieza de sangre, el acoso a los cristianos nuevos, la

guerra total contra la Reforma y la conquista de América como empresa evangelizadora.

Integrándolo a la afirmación de una identidad nacional uniforme y excluyente

sustentada en los valores y creencias de la casta de los cristianos viejos, y extendiendo

este eje de tensión argumentativo hasta las postrimerías del siglo XVII, al proceso de

decadencia nacional durante la monarquía de los Austrias.

En el segundo nódulo de su reflexión, conformado por los capítulos: “¿Siglo de

las Luces?”, “El mundo de Goya” y “La biblia en España”, aborda el análisis de la

sociedad española y el abandono de sus regiones durante el siglo XVIII y principios del

siglo XIX; el análisis de la incidencia de la religión entendida como una férula social y

de su primacía en todos los órdenes de la vida española; el análisis de las limitaciones y

contradicciones del proyecto de Ilustración española, de la intolerancia frente a las ideas

renovadoras, del atraso en el campo de las ciencias, el comercio y las artes, de la

represión religiosa y social hacia el sexo y la inteligencia. Mostrando cómo la

pervivencia de la mentalidad de la casta de los cristianos viejos impidió cualquier

proceso reformador ilustrado. Así, el conflicto social que vivió España durante el siglo

XV y XVI, el asedio a los cristianos nuevos, la estimación del honor y la honra a partir

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de una supuesta pureza de sangre, mantuvo su vigencia social y fue la causa de la

persecución sufrida por los pocos y precarios ilustrados españoles. En la España del

siglo XVIII, cualquiera que tuviera una opinión era considerado como un hereje,

concluye Goytisolo, citando a Bossuet, cuando se pregunta por la existencia de la

Ilustración España (Cfr. Goytisolo, 2002a: 62). Y sólo la pintura de Goya, al

compaginar sagazmente la imaginación y la razón y su propuesta crítica moderna,

representó una revitalización de la cultura española que había descaecido desde el siglo

XVII, recuperando en el arte la tradición cultural forjada durante humanismo clásico y

la picaresca. Y el último nódulo argumental, que va de la segunda mitad del siglo XIX

hasta la muerte de Franco, conformado por los capítulos: “Comienzos de la

industrialización”, “Unamuno y el paisaje de Castilla”, “Mr. Hemingway va a ver

corridas de toros”, “Caín y Abel en 1936-1939”, “Gerald Brenan analiza nuestra

posguerra”, “España ya no es diferente” y “De cara al futuro”, muestra la necesidad de

plantearse, desde un punto de vista artístico e intelectual, el problema del acercamiento

a la realidad social de las diferentes regiones españolas, con los desfases de sus

peculiares procesos de modernización y desarrollo económico, de las diversas

Españas56, a través de una confrontación ética y estética responsable, que supere los

tópicos y estereotipos de una España eterna o la mirada romántica y mistificadora hacia

su cultura popular: la exaltación complaciente de las celebraciones de la Semana Santa

o las corridas de toros. Resaltando, por el contrario, el ejemplo de algunos viajeros

extranjeros que se comprometieron hondamente con el paisaje y con el pueblo español,

como George Borrow en el primer tercio del siglo XIX o Gerald Brenan hacia mediados

del siglo XX, y criticando la valoración esencialista del paisaje español sin articularlo a

sus habitantes a través de ese conflicto moral y estético enunciado. Conflicto que

considera ausente, por ejemplo, en la obra de Unamuno57 (Cfr. Goytisolo, 2002a: 91-

56 En la correspondencia con Goytisolo, Américo Castro, a raíz de la lectura de España y los españoles, plantea la forma de armonizar su interpretación del pasado español con la de éste a partir del hecho de que: “España es muchas Españas” (Castro, 1997: 90), coincidiendo así con lo afirmado por el autor del libro en su introducción, cuando afirma: “No existe una sola España, sino varias Españas de diferentes niveles económicos, sociales y culturales: toda tentativa de reducirlas a un denominador común nos lleva a sacrificar la realidad a la arbitrariedad del método” (Goytisolo, 2002a: 19). Siendo éste el punto central para debatir el mito de una España uniforme, unida bajo el ideal de Castilla. 57 En la crítica del concepto de hispanidad Eduardo Subirats ha sintetizado la visión esencialista del paisaje español de Unamuno, en los siguientes términos: “En su ensayo En torno al casticismo, Unamuno cerró la visión introspectiva de la esencia castiza de lo español, identificándola con una espléndida exaltación heroica del paisaje castellano; visiones broncas, en las que la violencia, la dureza y el ascetismo entrecruzan sus signos ásperos con los valores de lo infinito y lo vacío, y con caracteres

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99); o cuestionando, asimismo, en el contexto de este dilema, la visión esteticista y

sobredimensionada de las corridas de toros de Ernest Hemingway, quien elude

vincularlas al problema del latifundio en las regiones del sur de España.

A través de estos tres ejes argumentales, la reflexión desmitificadora de

Goytisolo pretende cuestionar las caracterizaciones sicológicas abstractas e

intemporales sobre el ser de España o el recurso a valores sustanciales y categorías

metafísicas a la hora de definir su identidad (Cfr. Goytisolo, 2002a: 20) y resaltar, por el

contrario, su incuestionable condición histórica. Para él, las diversas formas de vida que

identifican a los españoles han sido elaboradas dentro de las vicisitudes de un largo

proceso histórico y se perfilan, modifican y transforman de acuerdo con él. En tal

sentido, al hablar de una identidad española primero habría que entenderla como un

hecho de civilización y cultura y no como una esencia por fuera de la historia. Así, en el

capítulo que abre su reflexión, “Homo hispanicus: el mito y la realidad”, expone cómo

se ha forjado la ficción de una España eterna que se habría originado desde tiempos

remotos, según la cual íberos, celtas, fenicios, griegos, romanos, visigodos, los antiguos

pobladores de la Península Ibérica (Cfr. Goytisolo, 2002a: 29), serían desde entonces y

contra toda evidencia histórica ya españoles; y, en cambio, la presencia árabe, durante

todo el período que “tópicamente” (Cfr. Laín Entralgo, 1971: 11) se ha llamado

Reconquista, sería una funesta interrupción –por espacio de ocho siglos– de la abstracta

continuidad española que desde ese pasado remoto llegaría hasta el presente. Esta

interpretación mítica del pasado, defendida en diferentes épocas y con intereses distintos

por un copioso número de escritores e historiadores peninsulares con una visión

tradicionalista casticista, ha corrido pareja con la pretensión de cifrar en una imagen

simbólica las características del español ideal, en oposición a los otros elementos que

durante el proceso de afirmación de la hispanidad han entrado en pugna y cuya

presencia en la construcción de una conciencia colectiva se han pretendido desconocer.

Una de esos símbolos del español ideal, el que mejor recoge a criterio de Goytisolo ésta humanos definidos por su simpleza, su bravura y su entereza. Son paisajes espiritualizados hasta el extremo más ascético de la abstracción; poblados por seres humanos que parecen petrificados como sustancias graníticas; elevados en su mítica soledad radical, en su dureza o en su tragedia social a una segunda naturaleza. Y precisamente como segunda naturaleza se yergue esa “voluntad muy desnuda” de su idealizado sujeto histórico frente a toda naturaleza real y frente a las leyes de la historia: el héroe, la casta, la sustancia de lo español” (Subirats, 1998: 56). Coincide así con la visión de Goytisolo en el capítulo “Unamuno y el paisaje de Castilla” de España y los españoles, al concluir que la valoración del paisaje del autor de En torno al casticismo (1895) está hecha en función de los ideales culturales y religiosos de la casta cristiano vieja (Cfr. Goytisolo, 2002a: 98).

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mitificación identitaria, es la imagen del “caballero cristiano”, formulada en tiempos

recientes por Manuel García Morente (1886-1942) (Cfr. Goytisolo, 2002a: 37-44).

Estoico, consciente de su hidalguía, del valor de su honra y con un hondo sentido de la

muerte, el caballero cristiano tiene la misión de defender la gloria de Dios, de su patria y

de sí mismo. Es la misma exaltación de una identidad excluyente que en el siglo XV

llevó a los Reyes Católicos a expulsar a los hispanojudíos de la Península, y de 1609 a

1611 a los hispanomusulmanes, en un hecho cuyo trauma histórico, a sentir del autor de

España y los españoles (1969), no ha sido posible superar (Cfr. Goytisolo, 2002a: 28); y

que, antes bien, explica la violencia y discordia que secularmente ha caracterizado las

relaciones de los españoles entre sí. Al igual que permite explicar la discontinuidad

cultural que caracteriza su historia y el atraso frente a la Ilustración europea. Sólo una

revisión de la memoria histórica y la aceptación de la importancia del legado cultural

hispanoárabe e hispanojudío en la configuración de una conciencia colectiva, el

reconocimiento de la riqueza de la arquitectura mudéjar, de la influencia árabe y hebrea

en sus artes y literatura, del valor del aporte de los elementos semíticos en el origen de

la lengua española, permitirá, a criterio de Goytisolo, superar ese trauma que ha

desangrado a los españoles a lo largo de su historia e integrar un principio de tolerancia

como la base de una posible transformación de su realidad.

Si la identidad española no es una esencia a prueba de milenios cifrada en la

imagen del caballero cristiano, se comprenderá que la reflexión de Goytisolo tiende a

afirmar que lo español es la construcción histórica de una conciencia colectiva que

integró creencias, valores y modelos simbólicos a través de los cuales se organizó

históricamente su realidad y formas de vida. Conciencia colectiva que se dio como

resultado de una serie de conflictos y mestizajes entre los diferentes elementos étnicos,

religiosos y lingüísticos que se han sucedido a lo largo de su historia, como lo ha

planteado Eduardo Subirats en el ensayo “La Península multicultural” dedicado a

exaltar la interpretación histórica del pasado español contenida en la obra de Américo

Castro (Cfr. Subirats, 2003b: 43-44).

De otro lado, hay dos puntos centrales en España y los españoles relevantes en

el afán hermenéutico de buscar precisar el pensamiento literario de Juan Goytisolo a

través de su ensayística. El primero, es la valoración de la presencia de la sensualidad

hispanoárabe en la literatura medieval española. Su tratamiento explícito del sexo y el

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significado cultural y político que para la configuración del carácter nacional español

tuvo la represión al sexo que se dio en la sociedad española desde la época de los Reyes

Católicos. Y el segundo, la importancia que tiene el conocimiento del contexto humano,

la morada vital en la que coexistieron la casta de los cristianos viejos y los conversos,

para la comprensión cabal de la literatura española de los siglos XVI y XVII, y lo que

ésta ha significado para la cultura española y occidental.

El primero, la valoración de la literatura erótica arábigo-andaluza de la Edad

Media y su influencia en la literatura castellana, lo trata en el capítulo “El pecado

original de España”. Goytisolo parte de un hecho corroborado historiográficamente, la

integración del sexo a la vida y la exaltación de la sensualidad en la cultura de Al-

Ándalus, sin tener necesidad, para ello, de incurrir en la mitificación de ésta época ni de

revestirla del halo romántico de la leyenda. Tal hecho es evidente y perceptible a través

de su arquitectura, su música, su poesía. En su criterio alcanza un verdadero realce

literario en las obras de Ibn Hazm de Córdoba o del Arcipreste de Hita (Cfr. Goytisolo,

2002a: 45). Tal exaltación de la sensualidad y su integración a la vida cotidiana de una

manera corriente, propia de la cultura musulmana de aquel momento es diametralmente

distinta, explica, a la actitud observada por la casta cristiana hacia el sexo, con quienes

coexistían, siempre atormentados por la sombra del pecado original y considerándolo

como una fuerza corruptora de la integridad del alma. La actitud abierta del la cultura

árabe hacia el sexo logró, sin embargo, influir en la literatura castellana como se puede

apreciar, siguiendo sus planteamientos, en dos de las obras más representativas del siglo

XVI. La Celestina (1502), en la que la sexualidad tiene un papel preponderante como

eje dramático y que alcanzó a divulgarse cuando la Inquisición no controlaba

completamente aún la vida de los españoles, y La lozana andaluza (1528), la última

novela erótica de importancia de aquel período, que logró publicarse significativamente

por fuera del territorio español en Italia (Cfr. Goytisolo, 2002a: 46). A partir del triunfo

de los Reyes Católicos y de la instauración del Santo Oficio no sólo declinó la literatura

arábigo-andaluza sino que el sexo despareció de la literatura castellana, como un asunto

innoble y vil. En adelante la novela pastoril, el amor idealizado, la poesía italianizante

en la línea de Petrarca, reemplazan la sensualidad característica de la literatura árabe. Ni

en la picaresca, ni en El Quijote, el sexo tiene alguna relevancia. Y un escritor de la

dimensión de Quevedo, con su aguda mirada hacia todas las manifestaciones corporales,

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pero con un desprecio profundo hacia la mujer, el sexo deviene en un asunto

escatológico (Cfr. Goytisolo, 2002a: 46-47). Para el autor de España y los españoles,

esta represión del sexo en la literatura y el arte, que a partir del siglo XVI se prolonga

durante varios siglos, tiene una repercusión profundamente negativa que se inscribe en

el contexto de la guerra total emprendida por España contra la Reforma, y que implicó

su atraso secular en los campos del saber y en su economía. Perseguir el sexo es tan

significativo, para él, como negarse al comercio y al desarrollo de la técnica y las

ciencias, es perseguir la inteligencia (Cfr. Goytisolo, 2002a: 47-48).

Goytisolo ubica la represión del sexo dentro del mito de la España Sagrada. Así

explica cómo para los cristianos viejos y el proyecto imperial e ideológico de los Reyes

Católicos el sexo era equiparable al mal. Era la causa de todos los infortunios de

España. En este sentido, la supuesta pérdida y destrucción de ésta a manos de los

musulmanes se explica como una ofensa al cielo, una ofensa que tiene un origen sexual

y nunca debió suceder. Muestra como el mito se manifestó a través de la leyenda. Según

el romancero popular, la invasión árabe se produjo como una consecuencia de la falta de

don Rodrigo, el último rey visigodo, quien enamorado de la hermosa Caba, la forzó

sexualmente, provocando la ira de su padre, el Conde don Julián. Éste en venganza

permitirá la entrada de las huestes de Tariq y Muza, los invasores árabes que derrotarán

y matarán al Rey Rodrigo. La leyenda, que alcanza el mayor realce literario en el poema

“La profecía del Tajo” de Fray Luis de León, es así, en su criterio, una variante del

pecado original y de la pérdida del paraíso (Cfr. Goytisolo, 2002a: 48-49).

En su novela Don Julián (1970), publicada originalmente con el titulo de

Reivindicación del Conde don Julián, Goytisolo invierte la dimensión del mito. El mal

no será el sexo sino, por el contrario, su represión. Su propósito es violar todos los

valores casticistas de una España Sagrada y del supuesto ideal del caballero cristiano,

ataque presente a lo largo del texto, pero que se encuentra singularmente metaforizado,

en este sentido, en la secuencia de la sodomización y muerte de Alvarito, el niño

cristiano, uno de los personajes enigmáticos y oníricos de la novela, evocación delirante

del narrador anónimo que alude a su propio pasado, y encarna todos los valores

tradicionales de la España católica (Cfr. Goytisolo, 2004b: 297-322) o en la descripción

detallada e irónica que hace el mismo narrador del sexo de Isabel la Católica –madre de

Alvarito en una de sus transformaciones actanciales (Cfr. Goytisolo, 2004b: 263-270)–.

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No sólo pretenderá liberar al sexo de la férula social y metal del catolicismo hispánico,

sino que, en su tratamiento literario, lo hará recuperando la tradición gongorina, en la

que la palabra liberada de la censura de un casticismo anquilosado, de la imposición de

la preceptiva clasicista, de las normas del buen decir, del decoro y el pudor, se

manifiesta en toda su corporeidad textual, se materializa en su sensualidad discursiva.

El segundo punto, la necesidad de conocer el conflicto entre las castas de los

cristianos viejos y los cristianos nuevos para la comprensión cabal de lo que sucedió en

la literatura durante los siglos XVI y XVII, y para valorar en toda su dimensión la

literatura hecha por los conversos y sus descendientes, lo trata en los capítulos “El

contagio ‘judaico’” y “Don Quijote, don Juan, La Celestina”. Para Goytisolo, siguiendo

la interpretación histórica de Américo Castro y el estudio sobre el humanismo español

de Marcel Bataillon, en su obra Erasmo y España (1950) (Cfr. Goytisolo, 2002a: 31),

cuando los Reyes Católicos triunfan sobre el último de los reinos moros y decretan la

expulsión de los judíos en su afán de unificar a España, con una política de unidad que

se tradujo en una fuerte tendencia política y social de querer uniformar lo que en el

ámbito del humano se manifestaba como múltiple y complejo (Cfr. Laín Entralgo, 1971:

15) –y sobre el que descansa su proceso de mitificación identitaria–, no logran

apaciguar por completo el conflicto entre los diferentes elementos étnicos y religiosos

que coexistían en el territorio peninsular. La sociedad se divide y polariza entre las

castas de los cristianos viejos y los cristianos nuevos o conversos, separados estos

últimos de aquellos por los estatutos de limpieza de sangre. Con la creación del Santo

Oficio para velar rigurosamente por el cumplimiento de la fe católica, y el predominio

de los criterios valorativos de los cristianos viejos se produce la disolución progresiva

del gran humanismo erasmista de fines del siglo XV y la decadencia paulatina de

España en todos los campos del saber y en las actividades mercantiles. Pero en el seno

de esta sociedad conflictiva surge una literatura de un hondo significado humano que se

opondrá prudentemente, pero con una mirada crítica, a la visión de mundo de la casta

mayoritaria.

Cada uno de los grupos humanos en que se divide la sociedad española a partir

de 1492, la casta de los cristianos viejos y la de los conversos, como consecuencia de

esa tendencia de convertir la unidad en uniformidad –tendencia que marcha paralela con

la conquista americana y con la guerra total contra la Reforma (Cfr. Laín Entralgo,

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2002: 15)–, va a estar representada por dos altas tradiciones culturales equiparables a las

más importantes expresiones del arte y la literatura europeos. La opinión triunfante

encontrará su expresión literaria en el romancero épico, la novela de caballería, los

dramas de honor, los autos sacramentales. Sus autores más representativos serán Lope

de Vega, Tirso de Molina, Quevedo, Calderón. Y hallará su manifestación pictórica en

la obra de El Greco y de Zurbarán, entre otros; en un lienzo tan emblemático como “El

caballero con la mano en el pecho” o la iconografía barroca de santos arrebatados, de

Cristos y dolorosas en éxtasis (Cfr. Goytisolo, 2002a: 34-35). La ideología de la casta

minoritaria, conversos por convicción íntima, por descendencia o por mentalidad, tendrá

su expresión literaria en la novela picaresca y pastoril y en la poesía mística. Dentro de

esta tradición de los conversos sobresaldrán los nombres de Fernando de Rojas, Luis

Vives, fray Luis de León, Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, Mateo Alemán,

Cervantes.

Goytisolo en su proyecto desmitificador del casticismo hispánico revaloriza ésta

vertiente literaria representativa de la ideología de los conversos en oposición a la

mentalidad y valores que caracterizan la casta de los cristianos viejos. En este sentido,

en España y los españoles (1969) esboza un primer acercamiento a la novela La

Celestina (1502), como una obra seminal en el panorama de la literatura española, con

una inversión jerárquica de valores que incidirá luego en la picaresca, transposición que

se traduce en su tratamiento abierto del sexo, sin idealización alguna y enfrentando los

puntos de vista que, sobre los sentimientos y las pasiones humanas, tiene los cristianos

nuevos y los cristianos viejos; además, reflejando el conflicto que opone el anti-

erotismo cristiano a la sensualidad musulmana, representada ésta última por la vieja

alcahueta Celestina (Cfr. Goytisolo, 2002a: 54-55). La valoración de la importancia de

ésta novela, como ejemplo de la singularidad artística y literaria de España, será un

común denominador en la obra ensayística de Goytisolo y en el diálogo intertextual que,

a través de su novelística, mantendrá con ésta tradición literaria como fundamento de su

poética. A ella dedicará sendos ensayos con un detenimiento mayor y una intención

didáctica encomiable, como son “La España de Fernando de Rojas”, en alusión al

penetrante estudio con el mismo título del hispanista Stephan Gilman, ensayo recogido

en el libro Disidencias (1977) y “El V centenario de La Celestina” que hace parte del

libro Cogitus interruptus (1999). Asimismo, en este acercamiento a la literatura hecha

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por conversos, resalta el trastrocamiento de valores de la novela picaresca y la visión

crítica de la sociedad donde surge. Novela que, al héroe religioso y guerrero del ideal

castellano, a la hidalguía y pureza de sangre, opone el antihéroe del pícaro y su

subversión de valores –la cobardía, la insolencia, el robo, la mentira, su origen

despreciado y su lucha despiadada por sobrevivir dentro de los estratos marginados de

la sociedad (Cfr. Goytisolo, 2002a: 51-52). En este punto, vuelve a valorar la novela

Estebanillo González, hombre de buen humor, novela a la que, como se analizó en el

capítulo anterior, había dedicado un concienzudo ensayo en el libro El furgón de cola

(1967). Y, por último, cabe mencionar en este contexto la referencia que hace al

Quijote, obra decisiva en la consolidación de su pensamiento literario (Cfr. Márquez

Villanueva, 1990: 149-60; Rosa Piras, 1999: 167-179); también en un primer

acercamiento que se reforzará a lo largo de su trayectoria ensayística. En este punto,

subraya la riqueza semántica, polisémica de la novela cervantina, su innovación, al ser

la obra precursora de la novela moderna en el mundo occidental, del perspectivismo

novelístico, con las diferentes visiones de mundo que contiene, su ironía polifacética, la

alteración de valores. Señalando, igualmente, las complejas relaciones que, a lo largo de

su periplo, se crean entre don Quijote y Sancho Panza, sus influencias mutuas e

interferencias; cómo la personalidad de uno y otro terminan contaminándose entre sí, en

un hecho sin precedentes en la literatura de su tiempo (Cfr. Goytisolo, 2002a: 52-54).

La alta tradición cultural de origen converso le posibilita a Goytisolo, siguiendo

el magisterio de Américo Castro, resaltar la singularidad artística y literaria de España,

su occidentalidad matizada, fruto de la coexistencia “recíprocamente impregnadora de

las tres comunidades étnico religiosas” (Goytisolo, 1995a: 271), que se extiende a través

de los conversos y sus descendientes a lo mejor de su literatura del Siglo de Oro y que

le conferirá a España una personalidad cultural privilegiada dentro del contexto

europeo. Y, en su caso particular, como novelista, esta tradición literaria le permite

explorar ampliamente el recurso de un diálogo intertextual que se concreta a partir de su

novela Don Julián (1970). Este recurso es el reconocimiento y corroboración última de

que su poética se fundamenta en una concepción de la literatura entendida como un

sistema dentro de una tradición cultural –el corpus de una tradición literaria– que él

llamará más tarde “el árbol de la literatura” (Goytisolo, 1995a: 9-13), a su vez, parte de

un territorio más amplio que es “el bosque de las letras” (Goytisolo, 1995a: 13), es

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decir, el vasto territorio de la literatura universal. Sistema, corpus, tradición en el que

cada escritor traza sus lazos de filiación, y en el cual y contra el cual busca afirmar su

propia obra. En Don Julián, a través de citas integradas discurso del narrador, bien de

manera reconocible o de forma indiferenciada, confundidas en su delirio onírico, se

revaloriza en ocasiones esa tradición minoritaria de la literatura hecha por conversos o

se parodia de manera crítica la literatura de los cristianos viejos y la tradición intelectual

de los defensores de la España Eterna, sus discursos y mitificaciones históricas; y en

especial la tendencia regeneracionista de la generación del 98 con su defensa de la

hispanidad, con escritores tan importantes dentro del ámbito hispano, pero duramente

cuestionados en la interpretación del pasado histórico de Goytisolo, como Ganivet,

Maeztu, Unamuno, Azorín, y más tarde Ortega, García Morente.

Pero, además, la reconciliación con la cultura española a través de la tradición

literaria de los conversos y sus continuadores, ilustrados, reformadores, liberales, etc., y

todos aquellos españoles forjadores de una tradición intelectual crítica a lo largo de la

historia moderna, le permitirá a Goytisolo no sólo atacar el mito de la España Eterna

sino, también, superar su contracara, el mito de la leyenda negra de España, el tópico de

la decadencia nacional o de la fatalidad irreconciliable entre dos Españas secularmente

enfrentadas.

Si la absolutización de los valores castellanos y de sus supuestas esencias a partir

del triunfo de los Reyes Católicos sobre el Islam (Cfr. Curuchet, 1975: 73) generó el

mito de la España Sagrada, cifrado emblemáticamente en el caballero cristiano,

defensor a ultranza de la fe católica, de la gloria de Dios y de su patria, portador de una

identidad perenne, metafísica, refractaria a las vicisitudes de la historia, igualmente,

desde el siglo XVIII, se fue consolidando paulatinamente la contrapartida del mito de

esa España Eterna, expresado en el tema de la decadencia nacional como un lugar

común entre los intelectuales y escritores españoles. Decadencia que ha sido definida

por Eduardo Subirats como: “(…) la conciencia del atraso moral, social y científico que

acompaña a la mayor parte de las expresiones literarias, artísticas y políticas de las

culturas ibéricas (…) a partir del siglo XVIII” (Subirats, 2003: 15). El mito de una

España negada fatalmente al Progreso, en donde el pensamiento filosófico, los avances

sociales y el desarrollo científico serían eventos imposibles. Mito de una nación inmune

a las reformas de la Europa moderna, al pluralismo religioso, a la secularización del

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pensamiento y de la vida social e individual, a una concepción del Estado no

confesional, al desarrollo de las ciencias, los adelantos técnicos, las reformas del

entendimiento basadas en los principios de racionalización y objetivación (Cfr. Laín

Entralgo, 1971: 17). Contracara del mito de la España Sagrada que produce en una

corriente de intelectuales opositores y progresista el anhelo de querer negar de manera

radical todo contacto con su patria y lo que ella significa, como si el destino de ésta

fuera permanecer eternamente en el “furgón de cola”, lamentándose de la decadencia

del país y sus males, pero sin analizar las causas históricas de ello. Porque a pesar de

toda la carga de verdad que el problema del atraso secular de España frente al mundo

europeo conlleva, de su discontinuidad histórica y cultural, de su prolongado y tortuoso

empeño para ponerse al día con el espíritu del tiempo (Cfr. Llorens, 1968: 420-421) y

las consecuencias que este hecho ha tenido en la realidad histórica del país, su

inseguridad colectiva y la idea generalizada de una marcha a contratiempo, el problema

de la leyenda negra de España hay que plantearlo en términos históricos y no como una

fatalidad eterna, que sería el equivalente de las esencias castellanas milenarias (Cfr.

Laín Entralgo, 1971: 20-21; Curuchet: 73-76).

Por el contrario, planteando el problema en términos históricos y no

esencialistas, por fuera de las mitificaciones de parte y parte, como hace Goytisolo a

partir de la interpretación histórica de Américo Castro –revalorizando la occidentalidad

matizada de España y una cultura mestiza, la riqueza de un arte y una literatura mudéjar,

fruto de la coexistencia intercastiza medieval, y señalando la pervivencia de esa alta

tradición literaria que abarca, según observa, de Juan Ruiz a Galdós (Cfr. Goytisolo,

1997b: 13)-, le permite al autor superar el tópico de la decadencia nacional y

reconciliarse, a pesar de su distanciamiento físico y moral con el país, a pesar de su

vehemente crítica de los valores casticistas, de su ataque radical a la España Sagrada

con una cultura fundada en la lengua, que ha sido exaltada de forma soberbia en el

poema “Bien está que fuera tu tierra” del “Díptico Español” de Luis Cernuda, poema

con el cual el autor expresamente se identifica (Cfr. Goytisolo, 1997b: 13-14) y que en

una de sus estrofas dice:

“Hoy, cuando tu tierra ya no necesitas, aún en estos libros te es querida y necesaria, más real y entresoñada que la otra: no ésa, más aquella que es hoy tu tierra,

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la que Galdós a conocer te diese, como él tolerante de lealtad contraria, según la tradición generosa de Cervantes, heroica viviendo, heroica luchando por el futuro que era el suyo, no el siniestro pasado donde a la otra han vuelto”

(Cernuda, 1975: 169)

El sujeto ensayístico de ésta obra crítica, que se extiende de El furgón de cola

(1967) a Contra las sagradas formas (2007), es consciente, entonces, de no pertenecer a

una cultura débil, decadente o atrasada, sino a una cultura “vasta, rica y dinámica como

lo es la castellana en su doble vertiente de España e Iberoamérica” (Goytisolo, 1997a:

73), una cultura heredera del humanismo hispano-semítico. El propósito de sus ensayos

literarios no es encerrar con celo y orgullo de anticuario los bienes que conforman esta

tradición cultural en un pasado remoto sino traerlos al presente, reconocer su vigencia,

despejando para ello las interpretaciones negativas del contexto vital donde esa alta

tradición surge y se proyecta en el tiempo histórico, sin necesidad de incurrir en

falsificaciones, encubrimientos o en forjarse una imagen ilusoria, romántica de ese

contexto vital –ya que sus interpretaciones se basan en las investigaciones

historiográficas impulsadas por las obras de Marcel Bataillon y Américo Castro y

continuadas por Domínguez Ortiz, Caro Baroja, Márquez Villanueva, entre otros-.

Además, vinculando ésta tradición cultural a las corrientes críticas que en el mundo

intelectual hispánico han cuestionado en la época moderna un concepto excluyente

cristiano y absolutista de lo español y las formas de vida hispanocatólicas.

En una reveladora aproximación al autor de España y los españoles (1969), bajo

el título de “Homenaje a Juan Goytisolo y una conclusión provisional”, Eduardo

Subirats sostiene que la actualidad e importancia de su obra radica en “constituir una

tradición crítica en una cultura hispánica moderna que carece en gran medida de ella”

(Subirats, 2002: 129). La obra literaria de Juan Goytisolo es así un eslabón

imprescindible en la continuidad de esa tradición crítica que tuvo su origen en las

grandes expresiones literarias de la lengua de origen hispanoárabe e hispanojudío.

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4.2. Construcción de una tradición intelectual. Rehabilitación de José

María Blanco White.

El ensayo de 1972 “Presentación crítica de J. M. Blanco White”, que continúa el

proceso de desmitificación del hispanismo casticista iniciado con los ensayos que

conforman El furgón de cola (1967) y España y los españoles (1969), es un ejemplo

fehaciente y modélico de cómo Goytisolo lee y reactualiza esta tradición cultural e

inscribe en ella su propio proyecto literario. Este ensayo, que se imprimió originalmente

en Buenos Aires a causa de la censura franquista, sirve de prólogo al libro Obra inglesa

(1972), una antología de textos, preparada por el autor, del escritor sevillano precursor

del liberalismo español del siglo XIX y de la corriente laica y republicana (Cfr.

Goytisolo, 2005c: 21). José María Blanco White (Sevilla, 1775– Liverpool, 1841), es

una de las figuras intelectuales más olvidadas y marginadas dentro del panorama

cultural hispano a causa no sólo de su exilio en Inglaterra a partir de 1810, adonde se

trasladó, como se mencionó al inicio de este capítulo, huyendo del absolutismo

monárquico y de la ortodoxia de la iglesia católica (Cfr. Britt, 2005: 109), no sólo

porque a casusa de su exilio moral y espiritual renunció a su lengua materna y escribió

la mayoría de su obra en inglés, sino, principalmente, por haber sido uno de los críticos

más radicales del tradicionalismo hispánico de su tiempo. La importancia de Blanco

White estriba en el hecho de haber sido tal vez el intelectual decimonónico que con

mayor fuerza construyó un concepto crítico de modernidad, entendido éste como la

búsqueda de la independencia del conocimiento de sus tutelas institucionales y

dogmáticas, a través de un cuestionamiento filosófico, teológico y moral de la cultura

hispánica, tan dependiente de éstas instituciones y dogmas (Cfr. Subirats, 2003: 254).

Blanco defendió un pensamiento ilustrado en medio de la reacción antiilustrada en la

España de comienzos del siglo XIX; asumió las ideas reformistas de la religión en una

cultura de una férrea intolerancia a todas las expresiones de reforma del cristianismo

europeo (erasmismo, reforma protestante, jansenismo); fue un testigo de excepción,

como da cuenta su obra literaria –The Life of the Rev. Joseph Blanco White, Written by

Himself (1845) y Letters from Spain (1822)– de la decadencia política y moral española

a partir del siglo XVIII; y criticó, en un acto de honestidad intelectual, el autoritarismo

del liberalismo español representado en las Cortes de Cádiz y la mentalidad hispánica

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que primó en las instituciones políticas de las nacientes repúblicas hispanoamericanas

en el período subsiguiente a su independencia, de la que fue un decidido defensor (Cfr.

Subirats, 2003: 246). La revalorización de la personalidad y la obra de Blanco White en

el contexto cultural, histórico y literario actual tanto en España como en

Hispanoamérica, señalando la importancia de su obra para el conocimiento del siglo

XIX español y las contradicciones e insuficiencias de los proyectos de modernidad

hispánicas a ambas orillas del Atlántico, su rescate y ubicación como una figura central

del pensamiento español moderno, que cada día gana más vigencia, se debe

principalmente a la obra de Mario Méndez Bejarano –Vida y obra de don José María

Blanco y Crespo (1920), de Vicente Llorens –Liberales y románticos. Una emigración

española en Inglaterra, 1823-1834 (1968)– y a Juan Goytisolo con su “Presentación

crítica de J. M. Blanco White” (1972).

El ensayo de Goytisolo es un modelo de construcción de una tradición crítica y

un ejemplo paradigmático de su poética ensayística. No de la teoría y principios

estéticos de su concepción de la literatura, sino de la concepción y práctica del ensayo

como crítica literaria y cultural. Con una enunciación conceptual y argumentativa clara,

una fuerte presencia autorial y una marcada voluntad de estilo; desplegando una

evidente libertad reflexiva, procediendo con rigor analítico y manteniendo una intención

didáctica y contrastiva –en relación con el contexto histórico del presente de la

enunciación– para abarcar y hacer comprensible al lector el universo referencial

aludido. En el ensayo Goytisolo analiza la obra de Blanco White detenidamente,

comprendiendo todos sus aspectos. Se ocupa de su autobiografía, como uno de los

documentos más sinceros y personales que haya escrito español alguno en tiempos

modernos; de sus crónicas costumbristas, como el retrato más acerado de la España

decimonónica, equiparable en su crítica moral a los grabados y la pintura de Goya; de su

angustiosa trayectoria espiritual en busca de una verdad propia, a través de sus escritos

religioso; de sus textos políticos, firmados bajo el seudónimo de “Juan Sintierra” –tan

diciente, de otro lado, en el contexto de la obra de Juan Goytisolo, cuya novela más

subversiva lleva por título éste nombre, aludiendo de manera directa a Blanco (Cfr.

Subirtas, 2005: 15-16)–, que Goytisolo analiza como un testimonio de la crisis del

mundo hispánico, textos en los que Blanco describe la precariedad del proyecto liberal,

la corrupción y autoritarismo de la restauración monárquica, la injerencia infausta de la

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Iglesia católica en los intentos de una reforma social e intelectual, y en los que además

brinda su apoyo a la Independencia de Hispanoamérica. Goytisolo se detiene, asimismo,

en los ensayos sobre literatura de Blanco White, resaltando su mirada innovadora

acorde con la nueva era de la crítica literaria debido a la influencia de las ideas del

romanticismo alemán e inglés, y en contraposición a la estética y preceptiva clasicista

que primaba en la Península. Se ocupa también de la revisión de la historia de España

que hizo Blanco White, en la que lejos de cualquier consideración romántica, como la

que dominaba en las maneras de escribir la historia de la época, y cuestionando el

autoritarismo hispanocatólico, destacó la importancia de las culturas árabes y judías

como parte integral de la cultura ibérica y el significado negativo que tuvo para el

destino de España la expulsión de los judíos y los árabes; y, finalmente, señala la

importancia de la obra de Blanco White en contraposición a la historia oficial casticista

y nacional-católica que la desconoció y relegó a un segundo plano, desvirtuando las

catalogaciones de heterodoxo y anti-patriota con las que se encasilló a su autor por

largos años.

El objetivo principal de Goytisolo en este ensayo es reivindicar la personalidad y

la obra de Blanco White dentro del panorama cultural hispánico moderno, trazando a

grandes rasgos su biografía intelectual y resaltando las notables dotes de narrador de

Blanco, su sinceridad, la confrontación moral y estética como fundamento de su

escritura y el compromiso consigo mismo (Cfr. Goytisolo, 1972: 18-19). Para una mejor

exposición, Goytisolo divide el ensayo en diez capítulos –señalados con números

arábigos– que le permiten comprender la variedad de temas que trató Blanco White

durante su trayectoria intelectual, de los cuales hemos hecho mención: crítica política,

crítica religiosa, crítica literaria, crónicas costumbristas, su autobiografía y la revisión

historiográfica del pasado español. Igualmente dedica uno de esto apartes a hacer un

balance crítico de la historia de la literatura española –la primera afirmación con la que

comienza el ensayo es contundente: “La historia de la literatura española está por hacer:

la actualmente al uso lleva la impronta de nuestra sempiterna derecha” (Goytisolo,

1972: 3) y recuerda el diagnóstico del autor sobre la precariedad de la crítica literaria

oficial expuesto en el ensayo “Cernuda y la crítica literaria española”, que hace parte de

El furgón de cola (1967)–. Otro capítulo, lo dedica a disipar la “leyenda negra” forjada

por la crítica tradicionalista, encabezada por Menéndez Pelayo, alrededor de la figura de

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Blanco, condenándolo al ostracismo por su supuesto anti-patriotismo y heterodoxia;

otro más, a hacer un paralelo entre éste y Cernuda, los dos ilustres sevillanos

expatriados y, por lo tanto, ubicando a Blanco dentro de la tradición de “desterrados”,

según el término tan significativo con que Vicente Llorens (1968: 9) da cuenta del

desarraigo y la escisión interior sufrida por tantos exiliados españoles obligados por

fuerza de las circunstancias a dejar su patria; y un último capítulo, en que el autor

enfatiza la importancia de esta tradición crítica marginal a la que pertenece Blanco

White y resalta la función crítica del escritor en general, cualquiera sea la sociedad a la

que pertenezca, y enfatiza también la importancia de la literatura como expresión del

descontento, capítulo en que el propio Goytisolo termina no sólo identificándose con

esta tradición crítica de la historia de la literatura española, sino identificándose con el

escritor expatriado: “(…) advierto que al hablar de Blanco White no he cesado de hablar

de mí mismo” (Goytisolo, 1972: 98), afirma al concluir su reflexión, desarrollando la

premisa interpretativa planteada al inicio de la misma:

El valor excepcional de su experiencia [la de Blanco White, J.F.T] radica en el

hecho de que cifra en sí la historia secreta de miles y miles de sus paisanos –una historia

no escrita jamás, encerrada bajo siete llaves en el santuario de sus conciencias– historia

de ayer, de hoy y, mucho me temo, de mañana, de todo el que ha roto con el yugo

opresor de una institución que, aliada estrechamente con el brazo secular, ha pesado

siempre como una losa sobre el destino de los hombres de la Península (Goytisolo,

1972: 21).

En la ensayística de Juan Goytisolo hay dos elementos estrechamente

relacionados entre sí que es necesario subrayar en su acercamiento a Blanco White. El

primero consiste en apoyar su hermenéutica y crítica de la cultura y la literatura, su

revisión de la historia de la literatura española, en la perspectiva que le brinda la óptica

del presente. En un ensayo posterior, “Anticuarios”, que hace parte del libro Cogitus

interruptus (1999), define este procedimiento como la “capacidad de leer

diacrónicamente textos y contextos” (Goytisolo, 1999: 83) desde el actual nivel de

conocimientos58. Es decir, implica aproximarse a los textos desde una conciencia

58 Para desarrollar este concepto Goytisolo parte de una cita de Carlos Peregrín Otero que dice textualmente: “(…) resulta evidente que la reconstrucción de los procesos históricos es sólo posible desde

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comprensiva de los avances de los saberes humanísticos y de las investigaciones

interdisciplinarias que los sustentan, con el fin de controvertir las ideas y juicios

caducos, ideologizados por prejuicios nacionalistas y religiosos, que se transmiten como

verdades absolutas de generación en generación y casi siempre manteniendo una actitud

conservadora de respeto reverencial a la autoridad que previamente los formula,

pretermitiendo esta perspectiva cotejar por el contrario fuentes, hechos y datos

empíricos que día a día se descubren o replantean en el trasegar de las ciencias

humanas. La óptica del presente, con instrumentos historiográficos adecuados, permite

revisar la memoria histórica y reinterpretar las realidades estudiadas; revisar, por

ejemplo, los juicios caducos del tradicionalismo hispánico como aquel que configuró la

leyenda negra de Blanco White, bajo los epítetos de “apóstata, infame, antipatriota,

filibustero y otras lindezas” (Goytisolo, 2005a: 20) y que propició el desconocimiento u

olvido “voluntario” a lo largo de los años de la importancia central de su pensamiento –

liberal e ilustrado– en el ámbito de la modernidad hispánica, toda vez que la autoridad

que emitió este tipo de juicios era nada menos que don Marcelino Menéndez y Pelayo

en su Historia de los heterodoxos españoles (1880-1882).

En el ensayo de 1972, Goytisolo lee a Blanco White desde la óptica del presente.

No quiere decir esto que de manera explícita y directa plantee tal procedimiento en su

argumentación, sino que este proceder está implícito en su reflexión y por ello lo

resaltamos en nuestro análisis, como enseguida se podrá apreciar. El ensayo

“Anticuarios” de 1999, corrobora esa perspectiva hermenéutica del autor, presente a lo

largo de su obra ensayística de madurez, iniciada a partir de El furgón de cola (1967).

Leer desde el acervo cognitivo alcanzado en el campo de la teoría, la crítica y la

historiografía, para despejar mitificaciones y prejuicios formados a lo largo del tiempo

o, al menos, con la conciencia de su existencia, no significa, en su caso, estar

propugnando por la necesidad de un lector especializado, ni de un lector encerrado en

un compartimento estanco de una parcela del conocimiento. Es claro que el enunciado

ensayístico de Goytisolo se dirige a un lector culto o que su propuesta ensayística busca

“una respuesta perlocutiva” (Arenas Cruz, 1997: 43) en tal sentido por parte de éste. No

se dirige a un lector inocente, pasivo, sino a un lector inquieto con la capacidad y

el mirador del presente, esto es desde el actual nivel de conocimientos (…) aunque nuestra posibilidad de ser justos tocante a los logros del pasado aumente conforme se incrementa nuestro grado de comprensión, nuestras conclusiones nunca serán absolutamente incuestionables” (apud Goytisolo, 1999: 83)

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voluntad de ahondar en el universo semántico del texto y en sus implicaciones

históricas, sociales y culturales. Por lo tanto, sus ensayos no presuponen un receptor

academicista ni desligado del curso de los acontecimientos de la vida, sino un lector

atento a incorporar sus conocimientos a la práctica de la lectura y la lectura del texto a

la vida. Así, la hermenéutica propuesta por el ensayista –puesta en práctica en su

análisis de la obra de Blanco White y explícita en el ensayo “Anticuarios”– de leer a

partir de la óptica del presente, desde el actual nivel de conocimientos –implicando a un

lector culto o en tránsito de serlo– tiene la finalidad exclusiva de integrar el texto a su

“morada vital” (Castro, 1975: 109), de leer el texto con una conciencia histórica. O

como lo afirma en el ensayo mencionado de Cogitus interruptus, insistiendo en la

“necesidad de incluir el contexto como parte integrante del texto y de pesquisar en

ciertos rasgos del último –ambigüedades, alusiones, guiños al discreto lector– elementos

indicativos de la realidad y pesantez del primero” (Goytisolo, 1999: 86).

Pero esta óptica del presente en el caso de los ensayos de Juan Goytisolo no se

agota simplemente con la restauración o la conciencia y comprensión de la morada vital

en la que los textos nacieron a la luz –hecho por lo demás de una dificultad extrema y de

un serio compromiso y exigencia por parte del lector–. Su hermenéutica entraña una

dinámica de ida y vuelta. La restauración de la morada vital repercute en el presente del

lector, extiende su resonancia y se reactualiza en la lectura ulterior, no sin

consecuencias. Para decirlo en términos de Bajtin, según su reflexión sobre el gran

tiempo de la cultura, expuesto en el breve pero fecundo ensayo sobre el futuro de los

estudios literarios conocido con el nombre de “Respuesta a la pregunta hecha por la

revista Novy Mir”, publicado en 1970, al que nos hemos referido a lo largo de estas

páginas, los contenidos semánticos latentes del texto se manifiestan en una época

posterior, la de una nueva lectura y se reactualizan en ésta, adquieren plenitud de

sentido en ella; el texto en cuestión se enriquece con significados nuevos en su diálogo

con la posteridad (Cfr. Bajtin, 2003: 346-353). El gran mérito del ensayo de Goytisolo

sobre Blanco White es haber contribuido así a la recuperación y revalorización de su

obra en el panorama intelectual español moderno y haber propuesto una lectura del

escritor sevillano en la que su obra cobra plena vigencia en el ámbito de la

contemporaneidad hispánica a ambas orillas del Atlántico. Su interpretación de la obra

de Blanco White respeta el contexto histórico donde esta surge, profundiza en el

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universo referencial específico al que ella alude para una comprensión cabal de sus

significados, pero no se agota en este contexto histórico específico. Goytisolo reformula

y reactualiza el significado de la obra de Blanco White en el contexto de la España de

finales del siglo XX y extiende su crítica a un panorama cultural más amplio todavía

hoy en día vigente (Cfr. Subirats, 2005: 15-17). Lo cual no quiere decir que

descontextualice la obra de Blanco o incurra, en su aproximación, en un anacronismo,

sino que emplaza sus contenidos referenciales en una concepción de larga duración del

tiempo histórico –longue durée, en sentido braudeliano (Cfr. Márquez Villanueva,

2003: 90)–. Las instituciones y dogmas, creencias y valores que predominaban en la

España de Blanco continúan vigentes en la España de Juan Goytisolo, por lo tanto, se

sirve de su obra para enfatizar su crítica del casticismo, del tradicionalismo y de la

política nacionalista y religiosa de la España franquista y, también, para un examen de

conciencia frente a la ortodoxia de los movimientos de izquierda y el papel del

intelectual en la sociedad española contemporánea. Los escritos políticos, religiosos,

históricos, las crónicas costumbristas, la crítica literaria de Blanco le sirve al autor de

Don Julián (1970) para hacer un diagnóstico de la ideología franquista, de la ortodoxia

e intolerancia de la Iglesia Católica, del fanatismo religioso aún imperante en la España

de la segunda mitad del siglo XX, del tradicionalismo español, de la visión

conservadora y mistificadora de la historia oficial, y de los vacíos y precariedades de la

crítica literaria; de las grandes contradicciones e insuficiencias de la modernidad

española cuyas consecuencias son perceptibles todavía en la actualidad. Además, la

identificación con el destino social e intelectual de Blanco White, la sinceridad y

singularidad de su confesión autobiográfica, sin parangón en la historia de la literatura

española moderna59, le sirve de modelo a Goytisolo para escribir sus propias memorias

–Coto vedado (1985) y En los reinos de taifa (1986)– y, como ya se mencionó, de

referente intertextual de la que se ha considerado su novela de mayor ruptura en relación

con el lenguaje utilizado por una tradición literaria casticista, Juan sin tierra (1975)

(Cfr. Goytisolo, 1977: 317). Es este el sentido primordial por el que se puede hablar de

una lectura de Blanco White desde la óptica del presente, extrapolando sus aspectos

literarios, filosóficos y políticos en un contexto cultural más amplio y como fundamento

59 Vicente Llorens se refiere a la autobiografía de Blanco, The Life of the Rev. Joseph Blanco White, Written by Himself (1845), como: “la confesión más angustiosa y personal que haya escrito un español en los tiempos modernos” (apud Goytisolo, 1972: 13)

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de la configuración de una tradición crítica, que es la intención inequívoca de la

ensayística de Goytisolo (Cfr. Subirats, 2005: 17).

Pero para poder realizar una lectura desde la óptica del presente es necesario un

análisis comparatista y contrastivo de la obra del escritor sevillano en relación con el

entorno histórico, cultural e intelectual que el autor y el lector del ensayo comparten

entre sí. Goytisolo reflexiona y argumenta estableciendo una serie de relaciones con el

universo histórico y cultural posterior al de Blanco White, que extiende hasta la

actualidad para señalar la relevancia de su obra. Y éste es el segundo aspecto que

queremos mencionar de su procedimiento hermenéutico y su intención de configurar

una tradición intelectual crítica. El ensayo es una lectura de la obra de Blanco White

desde la óptica del presente, desde el actual nivel de conocimientos, a través de un

análisis comparativo y contrastivo de la misma dentro del contexto histórico y cultural

español, hispanoamericano y europeo de la segunda mitad del siglo XX, cuya

resonancia llega hasta nuestros días. Así su análisis parte, como un primer paso, de una

crítica vehemente al tradicionalismo histórico de don Marcelino Menéndez Pelayo. Sin

dejar de desconocer la importancia de su obra, su dedicación y el carácter excepcional

de su curiosidad intelectual dentro del medio hispánico, considera que el capítulo

dedicado a Blanco White en su Historia de los heterodoxos españoles, es el causante de

los malentendidos y el repudio posterior de su obra. Las acusaciones de heterodoxia,

lujuria –“natural inclinación a la vida buscona (Cfr. apud Goytisolo, 1972: 8)–, anti-

patriotismo y juicios denigratorios hechos allí contra Blanco adolecen, para Goytisolo,

de ligereza en el tratamiento de las fuentes y de escaso rigor historiográfico.

Recurriendo a la ayuda de las investigaciones de Vicente Llorens sobre la vida del

escritor sevillano, Goytisolo despeja los señalamientos sobre la desorganización moral

de Blanco; y comparando la actitud de Menéndez Pelayo hacia el autor de las Cartas

desde España, la acusación de apátrida debido a su apoyo a la independencia de

Hispanoamérica, con la de Menéndez Pidal hacia Bartolomé de las Casas, basada en la

leyenda negra del autor de la Breve relación de la destrucción de las Indias, desvela el

sustrato ideológico, el tradicionalismo y el anacronismo de ambos acercamientos

historiográficos (Cfr. Goytisolo, 1972: 3-6)60.

60 En un ensayo posterior, “Un escritor marginado: Blanco White y la desmemoria española”, Goytisolo matiza la crítica de Menéndez Pelayo ofrecida en “La presentación crítica de J. M. Blanco White” (1972), reconociendo su deuda con éste. Aclara así que la original comparación de las Cartas desde España de

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Dentro de este mismo contexto, Goytisolo cuestiona la noción de hispanidad

expuesta por Manuel García Morente, en su libro Idea de la hispanidad (1961), quien

entiende este concepto como un lento proceso histórico de depuración, como un

continuo ejercicio ascético en busca de la perfección de su ser colectivo (Cfr. Goytisolo,

1972: 6). Esta noción de honda raíz casticista ha primado en la manera de concebir la

historia desde los tiempos de los Reyes Católicos hasta la época aún reciente del

nacional-catolicismo franquista. Un organismo colectivo que lucha para liberarse de los

elementos foráneos que amenazan su supuesta identidad privilegiada, homogénea,

uniforme, asentada en los ideales del caballero cristiano, es decir, de aquel que está en el

mundo para la defensa de la gloria de Dios, de su patria y de su propia honra. Aunque

para un lector de finales del siglo XX y principios del XXI, esta idea podría sonar

anacrónica e irrelevante es la que ha justificado una historia de exclusiones, violencia,

guerras intestinas y exilios y, en última instancia, la que ha propiciado la discontinuidad

histórica de España, su atraso secular. Esta noción de la hispanidad es la que subyace,

para Goytisolo, detrás de la concepción de la historia de Menéndez Pelayo con sus

prejuicios nacionalistas y religiosos. Y si bien es ella la que ha impuesto un férreo pero

significativo silencio sobre la obra de Blanco White, es contra ella como se erige la

tradición crítica que rescata Goytisolo y en la que está inscrita la misma obra del autor

de las Letters from Spain (1822). Una tradición que pretende revisar la memoria

colectiva para integrar precisamente esos elementos foráneos o disidentes que

constituyen la alteridad al interior de los procesos históricos de definición de

identidades plurales –la tradición de los hispanojudíos e hispanoárabes, conversos y

representantes del humanismo erasmista, los ilustrados y liberales, y todos aquellos que

han asumido un pensamiento progresista en medio de la intolerancia del tradicionalismo

hispánico–.

En el análisis que Goytisolo hace en la “Presentación crítica de J. M. Blanco

White” de la autobiografía póstuma del escritor sevillano, The Life of the Reverend

Joseph Blanco White, Written by Himself with Portions of his Correspondence (1845),

se puede apreciar, asimismo, este procedimiento comparativo en la reflexión ensayística

Blanco con la obra de Goya, es obra del santanderino, quien considera a ambas como un “archivo único en que puede buscarse la historia de aquella infeliz centuria” (Menéndez Pelayo, 2009); comparación que fue el motivo que le impulso a interesarse por la obra del escritor exiliado. Asimismo sostiene que tras los epítetos denigratorios de Menéndez Pelayo se adivina una secreta admiración por Blanco White (Cfr. Goytisolo, 2005c: 20).

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del autor, a través de las relaciones y las analogías, las oposiciones y los contrastes que

establece para sustentar su acercamiento y formulación, desde la perspectiva del

presente, de una tradición intelectual, literaria y artística extraoficial o disidente. Luego

de exponer algunas consideraciones sobre la precariedad del género autobiográfico en

España por la falta de sinceridad y compromiso consigo mismos de la mayoría de los

escritores peninsulares a lo largo del tiempo; por haber imperado en la sociedad

española, según sostiene el autor de Coto vedado (1985) y Los reinos de taifa (1986), un

sistema de disimulo, de coerción y autocensura al momento de exponer por escrito los

detalles de la vida íntima; por la actitud ambigua que despierta en los escritores unas

instituciones sociales y religiosas represivas que los lleva a oscilar entre una gazmoñería

pacata y un exhibicionismo provocador pero inane –como se da, para él, en el caso de

Dalí, Cela o Arrabal en épocas recientes (Cfr. Goytisolo, 1972: 14-15)–; luego de

sostener que la lectura de las autobiografías, memorias y confesiones de los españoles

provoca un sentimiento de engaño y frustración; luego de estas consideraciones

generales sobre el género autobiográfico en España, establece un paralelo entre las

confesiones personales angustiosas y trágicas de Blanco White en sus escritos

autobiográficos y las reflexión filosóficas existenciales de Unamuno. Un paralelo entre

los dilemas de la razón o la fe al que se enfrentaron ambos escritores, y, además, traza

un paralelo contrastivo de la relación ambivalente que ambos también mantuvieron con

España. Más allá del valor de la crítica del egotismo de Unamuno, del cuestionamiento

de si la actitud existencial de éste en realidad si fuera tan trágica como la presenta en su

obra o si tuviera algo de afectación; más allá del ataque a su casticismo, a la

consistencia de la manifestación de su dolor frente a la situación de España en la

historia, a su actitud cristiano-vieja, a su volubilidad, expuesta primero en su deseo de

europeizar a España y luego proclamando su anti-europeísmo en su deseo de

españolizar Europa; mas allá de todo esto hay que resaltar es la insistencia de Goytisolo

en mostrar, frente al destino individual y colectivo, otras alternativas vitales dentro del

panorama intelectual español que sólo las defendidas por una crítica tradicionalista,

otros modelos intelectuales, otras maneras de ser y de buscar una verdad personal y de

defender ésta frente a los condicionamientos sociales y religiosos imperantes en lo largo

de la historia española, otro tipo de búsqueda de la verdad y de compromisos que a sus

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ojos descubre más sinceros en la obra de Blanco White que en la obra del autor Del

sentimiento trágico de la vida (Cfr. Goytisolo, 1972: 15-17).

Igualmente es ejemplo de su proceder comparatista, el paralelo que establece al

analizar las Cartas desde España de Blanco con las obras literarias de los principales

representantes de la Ilustración y del pensamiento liberal en España –Feijóo, Cadalso,

Meléndez, Jovellanos, Quintana, etc.–. En este punto, señala cómo en la obra de Blanco

hay una confrontación moral y estética –análoga a la de algunos viajeros ingleses que

desde el siglo XIX han recorrido el territorio peninsular, como Borrow y Brenan, cuyas

obras Goytisolo analizó en España y los españoles (1969)–, que la singulariza y la dota

de una calidad especial de la que carecen, en su sentir, las obras de aquellos ilustrados y

liberales mencionados, con la única excepción, para él, de la figura de Larra. Goytisolo

encuentra a los principales escritores del período de la Ilustración en España más

preocupados por una literatura militante y realista, destinada a mostrar sin rodeos

estéticos las verdades del pueblo, que en buscar enfrentar con un serio compromiso

personal el dilema que atraviesa al intelectual moderno entre una visión estética y una

actitud moral, entre la acción y la contemplación, entre la comprensión y la crítica (Cfr.

Goytisolo, 1972: 26); en una posición que le recuerda, en su escaso compromiso con la

literatura, a la que caracterizó a los miembros de su propio grupo generacional, la

llamada generación del medio siglo, con la novela social (Cfr. Goytisolo, 1972: 24-27).

Igual acontece cuando examina la obra religiosa de Blanco White –sus Observaciones

sobre herejía y ortodoxia (1835)– y extiende comparativamente la crítica de Blanco a

los dogmatismos eclesiásticos –a la ortodoxia y pretensión de infalibilidad– a la actitud

de los intelectuales marxistas y de izquierdas en el contexto político español y europeo

de la segunda mitad del siglo XX, equiparando su fanatismo político al fanatismo

religioso, mostrando cómo se mantienen los viejos esquemas mentales que impulsan a

éstos a adherirse a una causa tan rígida como la que se pretende abandonar:

La historia de numerosos escritores e intelectuales de mi generación que

rompieron en su juventud con los dogmas de la religión oficial para abrazar en seguida,

con el mismo fervor y ausencia de espíritu crítico, los de las nuevas iglesias políticas

(…) muestra, con sobrada elocuencia, la persistencia y magnitud del fenómeno

(Goytisolo, 1972: 48).

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Pero no todas las comparaciones de la “Presentación crítica de J. M. Blanco

White” (1972) son negativas. Sólo cuando traza una serie de oposiciones entre la obra

de éste y el tradicionalismo intelectual español. Sin embargo, también establece

paralelos afirmativos. Ya se hizo mención de la analogía hecha por el autor entre las

Cartas desde España (1822) del escritor sevillano y los grabados y las pinturas de

Goya, de “la identidad de propósitos que guía el pincel de Goya y la pluma de Blanco”

(Goytisolo, 1972: 30). Baste decir que Goytisolo encuentra una serie de

correspondencias principalmente en la agudeza descriptiva del retrato de los monarcas

españoles del cuadro La familia real de Carlos IV de Goya –símbolo del absurdo

universal, en palabras de Malraux (Cfr. Goytisolo, 1972: 30)–, la crudeza de los

grabados Los desastres de la guerra y la denuncia acerada de las Cartas X, XII y XIII

de Blanco White, en las que éste describe un país en donde la realidad supera todo

capricho de la imaginación (Cfr. Goytisolo, 1972, 30-31)61. Ambas obras, la de Goya y

la de Blanco –y en nuestro criterio también la del mismo Goytisolo en su identificación

de propósitos con la tradición crítica a la que pertenecen el pintor y el escritor–

representan un concepto radical de Modernidad en el ámbito hispánico y de allí derivan

su singularidad. Un concepto de modernidad crítica o negativa, como ha señalado

Eduardo Subirats (2005: 14-15). No aquel espacio afirmativo donde los principios de la

Ilustración tienen cabida a la manera de la revolución epistemológica en el campo del

saber y del pensamiento científico instaurada por Bacon o de las críticas de la razón de

Kant, ni de aquel ámbito donde los postulados civilizatorios están unidos a una idea de

progreso como se da en las obras de Hegel, Comte o Marx, que llevan a pensar en la

posibilidad de un futuro mejor e insoslayable para la humanidad, sino un concepto de

modernidad negativa, de autoconciencia crítica en relación con los postulados de la

razón y de la idea de progreso, de esa conciencia autocrítica, moral, que también es

fundamental en este horizonte abierto por la Modernidad (Cfr. Subirats, 2005: 14-15).

Asimismo, al igual que hace con la obra de Goya, Goytisolo insinúa un somero paralelo

entre la aguda visión de Blanco White hacia su país natal con las impresiones del

escritor argentino Domingo Faustino Sarmiento en su viaje de 1846 por la Península.

61 En este sentido es importante notar que el paralelo establecido por Goytisolo entre la obra de Goya y la de Blanco White, señalado inicialmente por Menéndez Pelayo (Cfr. Goytisolo, 2005a: 20), allana el camino para un futuro estudio comparatista desde los postulados que brinda la investigación en literatura comparada entre las relaciones del texto literario y la pintura.

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Sarmiento diagnostica el atraso moral, económico, político y cultural de España de la

primera mitad del siglo XIX. Viaja a España predispuesto a juzgar severamente su

civilización y a corroborar sobre el terreno el legado negativo que las costumbres e

instituciones españolas dejaron en la mentalidad del las élites políticas de las jóvenes

repúblicas independientes (Cfr. Goytisolo, 1999: 188). Y en este sentido, Goytisolo

incluye al escritor argentino dentro de la misma tradición crítica de Blanco White,

ampliando los márgenes de esta tradición al conjunto de las culturas hispánicas62.

En esta relación de la metodología comparatista de Juan Goytisolo, que busca

señalar la vigencia de la obra de Blanco en el contexto de la contemporaneidad

hispánica, también es necesario mencionar el paralelo que traza con la actual –para la

época del ensayo– novelística latinoamericana. En un capítulo central de la

“Presentación crítica”, el autor se detiene a analizar la poética de Blanco White, su

teoría sobre la literatura y su concepción de la crítica literaria. Las reflexiones del

escritor sevillano en este punto abarcan múltiples aspectos y Goytisolo pondera en cada

uno de ellos subrayando su aporte a la literatura de la época, aunque es conveniente

advertir, como él mismo lo reconoce, que para ello sigue los lineamientos trazados por

Vicente Llorens en Liberales y románticos (1968), donde el historiador valenciano

define el corpus de las ideas literarias de Blanco (Cfr. Goytisolo, 1972: 56). En general,

Goytisolo muestra cómo Blanco White, influido por las ideas del romanticismo inglés y

la filosofía romántica alemana, cuestionó las ideas literarias que predominaban todavía

en la Península por su apego excesivo a la preceptiva clasicista y respeto férreo a la

doctrina de las unidades de acción, tiempo y lugar. Y resalta cuatro facetas del

pensamiento literario del escritor sevillano: sus consideraciones sobre las limitaciones y

falta de flexibilidad del lenguaje poético en castellano frente a las posibilidades que

permite el idioma inglés si se comparan los dos, y sobre la falta, según su criterio, de

libertad del pensamiento poético en España: “Los poetas castellanos, observa Blanco,

rara vez dicen lo que quieren sino lo que pueden” (Goytisolo, 1972: 59). Su defensa de

la literatura imaginativa frente al realismo que primó en la novela española con

posterioridad a Cervantes. La revalorización que hace en el campo de la crítica de las

62 En un ensayo posterior, “Viajes de Sarmiento, España, Argelia y la Pampa”, que hace parte de Cogitus interruptus (1999), Goytisolo amplia la relación de las coincidencias de la obra de Blanco White con la del político y escritor argentino y enfatiza la pertenencia de este último dentro de la tradición crítica que busca fundamentar a través de su ensayística (Cfr. Goytisolo, 1999: 187).

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obras medievales y prerrenacentistas, su análisis esclarecedor de La Celestina, modelo,

según él, de lucidez e inteligencia y obra precursora de la novela cervantina (Cfr.

Goytisolo, 1972: 68); y su elogio del teatro inglés en contraposición al teatro español de

la época. De estos cuatro aspectos, siguiendo la línea argumental elegida sobre el

proceder comparatista del autor del ensayo, sólo nos detendremos en la defensa de la

literatura imaginativa hecha por Blanco White, que Goytisolo examina “a la luz de las

creaciones más recientes de la novelística hispanoamericana” (Goytisolo, 1972: 60). En

un artículo de 1824, titulado “Sobre el placer de las imaginaciones inverosímiles”,

publicado en la revista Variedades o El Mensajero de Londres, que dirigió de 1823 a

1825, la cual estaba destinada a lectores de lengua española, Blanco expuso sin ánimo

doctrinario sus opiniones sobre la literatura española en general y manifestó su

desacuerdo con las tendencias clasicistas dominantes en España y su convicción de la

necesidad de un cambio renovador acorde con los nuevos aires que traía el

romanticismo por toda Europa (Cfr. Llorens, 1980: 36-37). En este ensayo su autor se

lamentó de que se hubiera perdido el gusto entre los lectores españoles por aquellas

ficciones extraordinarias de los libros de caballería y los relatos maravillosos de la

literatura árabe, pasándose al extremo opuesto, a una apatía de la imaginación. La

capacidad de crear mundos imaginarios era para Blanco una facultad inherente al ser

humano y no podía a arrancársele sino con violencia. Era, en su criterio, la dimensión

que expresaba con mayor amplitud el carácter humano y reflejaba la “libre expresión

del alma de un país” (Cfr. Goytisolo, 1972: 60-62). Opinaba así que la configuración de

ficciones imaginativas no fallaba por el recurso exagerado de elementos sobrenaturales

o inverosímiles en la composición de las historias, sino por la falta de coherencia interna

en la descripción de los caracteres y las situaciones narradas. Consideraba que la última

novela que desplegó una amplio registro imaginativo fue el Quijote y que si bien ésta no

fue la causa directa de la pérdida del gusto por las ficciones extravagantes de los libros

de caballería si contribuyó a la desaparición del género; manifestando sus dudas de si

este hecho fue o no beneficioso en la transformación posterior de la literatura española

(Cfr. Goytisolo, 1972: 60-61). Blanco, que consideraba al Quijote como la obra cumbre

de la literatura española, caía sin embargo en el tópico, común a un amplio sector de la

crítica a lo largo de la historia, de estimar que la novela de Cervantes incidió en ese

proceso de apatía de la imaginación en la literatura hispánica. Al analizar el

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pensamiento literario de Blanco, Goytisolo se aparta del juicio de éste sobre las

consecuencias negativas que tuvo el Quijote frente a la ficción imaginativa y las novelas

de caballería. En su criterio esta idea debe matizarse y en lugar de buscar las causas del

abandono de la dimensión imaginativa de la literatura en la novela cervantina o en las

leyes internas de la evolución del género literario, considera que es preciso comprender

el contexto histórico político y cultural donde esta transformación ocurrió:

La ausencia de dimensión imaginativa de que adolece en general la novela

española [con posterioridad a Cervantes, J.F.T.] no es consecuencia de ningún axioma o

ley interna sino de una serie de factores culturales y políticos que influyeron

poderosamente en su desarrollo (Goytisolo, 1972: 61).

Y sostiene que este hecho se debió a la injerencia del Santo Oficio y a la presión

ideológica sobre la población española que siguió al Concilio de Trento y, además, a la

expulsión de judíos y musulmanes –y de su cultura– del territorio peninsular. Hechos

éstos que no eran ajenos a la reflexión sobre la historia de la literatura española de

Blanco White, pero que, en su criterio, exageraba sobre el papel negativo desempeñado

por la novela cervantina (Cfr. Goytisolo, 1972: 61-63)63.

Pero lo importante de las reflexiones contenidas en el ensayo “Sobre el placer de

las imaginaciones inverosímiles” de Blanco, es que le permite a Goytisolo despejar el

tópico de que “el realismo es inherente a la literatura española” (Goytisolo, 1972: 61);

idea que se ha aceptado como un hecho natural a partir de la novela de Cervantes,

desconociéndose, por el contrario, que si el relato realista predominó sobre los relatos

fantásticos ello obedeció no a la definición metafísica, mítica del carácter nacional –

seres de cal y canto, según una expresión de Blanco (Cfr. Goytisolo, 1972: 61)– de la

que se deriva el concepto de realismo como propio del arte y la literatura española, sino

63 En este punto de su argumentación Goytisolo se apoya en las ideas de Mario Vargas Llosa (Cfr. Goytisolo, 1972: 61-63), quien en un análisis que hace de la novela Tirant lo Blanc de Joanot Martorell y Martí Joan de Galba, se hace una serie de preguntas para despejar el papel negativo de Cervantes a la suerte ocurrida a las novelas de caballería: “Un lugar común enseña que Cervantes las mató. ¿La solitaria mano de un manco pudo perpetrar genocidio tan numeroso? Las había condenado la Iglesia y perseguido la inquisición, muchos escritores las vituperaron y por fin la sociedad las olvidó: ¿qué temor inspiró esta conjura? He leído unos pocos libros de caballería (…) y pienso que fue el miedo del mundo oficial a la imaginación, que es la enemiga natural del dogma y el origen de toda rebelión. En un momento de apogeo de la cultura escolástica, de cerrada ortodoxia, la fantasía de los autores de caballería debió resultar insumisa, subversiva en su visión libre y sin anteojeras de la realidad (…)” (Vargas Llosa, 1969: ii)

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a un proceso histórico con hondas raíces políticas y culturales (Cfr. Goytisolo, 1972:

61). La crítica del realismo de Goytisolo hay que entenderla dirigida hacia aquella

concepción de la literatura que reduce la ficción a los límites del retrato o crítica social,

cuestionamiento que el autor ya había emprendido en su ensayística, recordemos, con El

furgón de cola (1967), especialmente en el ensayo “Literatura y eutanasia”, donde tomó

distancia de su grupo generacional, la llamada generación del medio siglo, de la novela

social que la caracterizó y de su primer libro de ensayos programático Problemas de la

novela (1959), en el que trazó los lineamiento de la poética de ésta generación. Sobra

aclarar que su crítica está orientada contra un concepto de realismo estrecho, reductivo,

contra los clisés y lugares comunes de la literatura entendida de manera llana como

mero retrato social, que excluye una confrontación personal, moral y estética, que omite

un compromiso total, amplio que, sin eliminar el ámbito de lo político y lo social,

abarcaría también un compromiso individual y técnico; compromiso total que él deriva

en este ensayo de la concepción de la literatura de Blanco White y de su defensa de las

imaginaciones inverosímiles (Cfr. Goytisolo, 1972: 61; 2005a: 69).

Para desvirtuar las teorías que conciben el realismo como una visión de mundo y

un estilo inherente a la literatura española, el autor asocia las ideas de Blanco al

desarrollo de la narrativa hispanoamericana de la segunda mitad del siglo XX, con las

ficciones de Borges y las novelas de García Márquez a la cabeza, se apoya en las

reflexiones teóricas de Mario Vargas Llosa sobre los libros de caballería y su definición

amplia de realismo, que comprende los sueños, aspiraciones e invención de mundos

posibles de los seres humanos, en una visión libre y sin restricciones de la realidad.

Vargas Llosa en el ensayo “Carta de batalla por Tirant lo Blanc” (1968) se pregunta:

“¿es menos real lo que los hombres hacen que lo que creen y sueñan? ¿Las visiones,

pesadillas y mitos existen menos que los actos?” (apud Goytisolo, 1972: 62), y

responde: “La noción de la realidad de los autores de caballería abraza en una sola

mirada varios órdenes de lo humano y en ese sentido su concepto de realismo literario

es más ancho, más completo que el de los autores posteriores” (apud Goytisolo, 1972:

62). Con estos referentes, en el análisis del pensamiento literario de Blanco White, el

autor de la “Presentación crítica” considera que los novelistas latinoamericanos de la

segunda mitad del siglo XX recogieron la herencia de Blanco, expuesta en su ensayo

“Sobre el placer de las imaginaciones inverosímiles”. Legado que al ensanchar los

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límites de una tradición cultural, incluyendo todo el orbe hispánico, es la demostración

contundente que: “ese ‘realismo’ mutilador no es inherente ni mucho menos a la

literatura de expresión castellana” (Goytisolo, 1972: 64). La narrativa de García

Márquez y Carlos Fuentes, de Borges y Cortázar, de Lezama Lima y Cabrera Infante,

concluye Goytisolo, está vinculada con la libertad imaginativa y el mundo de ficción

que abrió la novela cumbre de Cervantes y es la corroboración de que el realismo

estrecho que convierte la experiencia de lo humano transfigurada por la literatura en

unos seres de “cal y canto” no es un denominador común de la literatura castellana. Y

en esta capacidad y libertad imaginativa y expresiva de la literatura reside, para el autor

de Don Julián (1970) –lo cual es un rasgo fundamental de su pensamiento literario– no

sólo una manera poética de comprender el mundo, sino también una forma de

manifestación de la rebeldía e insatisfacción frente a todos los determinismos o

condicionamientos ideológicos que desde el campo de lo político, de la religión o desde

el tenocientificismo que predomina en el mundo contemporáneo, pretenden reducir a

una visión unívoca y simplista, la compleja experiencia de lo humano: “En el mundo

industrial de hoy (…) el poder subversivo de la imaginación resulta más necesario que

nunca y, frente a inquisidores y comisarios debe campar por sus respetos.” (Goytisolo,

1972: 64).

Y así como en el campo de la literatura, el autor establece una serie de relaciones

con el fin de demostrar la vigencia de las ideas literarias de Blanco White, en el campo

de la historiografía y del significado de su exilio intelectual, propone otras más para

subrayar el carácter precursor e importancia de su interpretación de la historia de

España y para enfatizar la necesidad que tienen las generaciones futuras de profundizar

en el conocimiento de su trayectoria intelectual si quieren comprender el sentido de la

discontinuidad histórica y cultural del país y la precariedad de su proyecto de

modernidad. Motivado por el interés de desmitificar la historia de España; de cuestionar

la idea de la hispanidad entendida como un proceso de depuración y un camino de

perfeccionamiento de su ser colectivo, según el planteamiento de García Morente (Cfr.

Goytisolo, 1972: 6); de desvelar la noción de una identidad nacional concebida como un

destino providencial, fundado en prejuicios nacionalistas y católicos; de desenmascarar

una historiografía tradicionalista empeñada en negar la importancia del pasado semita y

dignificar, en cambio, sólo la herencia visigoda y romana; guiado por esta empresa

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mitoclasta, Goytisolo espiga en la obra de Blanco White para descubrir la originalidad

de sus reflexiones históricas y el carácter precursor de su interpretación del pasado

español, adelantándose a los estudios de Américo Castro y Marcel Bataillon. Blanco es,

para Goytisolo, el crítico más vehemente de las instituciones y dogmas que rigen la

sociedad española del siglo XIX, del poder del absolutismo monárquico y de la Iglesia

inquisitorial. En su visión de la historia española ubicó las causas del espíritu fanático e

intolerante que la ha caracterizado en los largos siglos de beligerancia vividos dura la

llamada Reconquista y en la forma cómo se resolvió este conflicto, con los

acontecimientos de 1492, con el triunfo de los Reyes Católicos, la derrota de los árabes,

su posterior exclusión un siglo más tarde, y la expulsión de los judíos, por decreto real

de marzo de aquel año. Acontecimientos que abrieron una herida profunda al interior de

la sociedad, que según Blanco es el origen de la discordia secular entre los españoles.

Este es el punto de partida de la interpretación historiográfica de Blanco, acentuado por

Goytisolo y que resume con una cita del escritor sevillano, de gran significado: “Un

combate tan prolongado y fiero [la Reconquista, J.F.T] ha asociado inseparablemente en

la mente de los españoles toda idea de honor con ortodoxia y cuanto es odioso e indigno

con heterodoxia y disconformidad” (apud Goytisolo, 1972: 76). La ortodoxia, en tanto

conformidad con el dogma católico defendido por el Estado español, de cuya

observancia se deriva el concepto de honor, del probado linaje cristiano. Y la

heterodoxia, como la disconformidad con el dogma, donde la deshonra proviene de ser

de un origen no cristiano; heterodoxia que con el transcurrir de los siglos se equipará a

cualquier manifestación de un espíritu liberal.

A partir de esta perspectiva hermenéutica de Blanco sobre la historia de España,

y concebida ésta como un proceso de larga duración en el que las consecuencias de los

hechos del pasado repercuten en la vivencia del presente y se proyectan en los tiempos

venideros, Goytisolo destaca aquellos puntos de las observaciones de Blanco White en

que éste se revela como precursor de la corriente historiográfica inaugurada por los

mencionados Américo Castro y Marcel Bataillon, a la que puede sumarse los nombres

de Antonio Domínguez Ortiz y Julio Caro Baroja, entre otros; quienes coinciden con

Blanco en que los efectos de la lucha intercastiza se prolongaron en el tiempo, signando

con su virulencia el provenir de España hasta tiempos recientes (Cfr. Goytisolo, 1972:

76). Así, sin el trazo romántico que permeó la historiografía de su época, mediante el

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cual se idealizó el período árabe de la historia de España, para contrarrestar y competir

con el interés que en el resto de Europa despertaba la historia Medieval, y pretendiendo,

en cambio, ser fiel a una realidad de los hechos, la visión del pasado español de Blanco

le confiere una singular importancia a la coexistencia intercastiza de la historia medieval

española, resaltando las contribuciones de musulmanes y judíos (Cfr. Goytisolo, 1972:

73-74). Y en este sentido, en su obra contrapone la tolerancia religiosa árabe del período

de Al-Ándalus con la intolerancia y fanatismo que trajo el absolutismo unitario de los

Reyes Católicos; menciona los prejuicios nacionales sobre la “limpieza de sangre” y

demuestra –a través de sus crónicas costumbristas de la sociedad española– cómo éstos

se mantuvieron en el tiempo; examina la aversión de la casta cristiano-vieja de los

oficios y ocupaciones intelectuales que realizaban los judíos y su represión sistemática,

contrastando el ansia de conocimientos de Fernando III con la política inquisitorial

desatada por los Reyes Católicos, y señalando cómo ésta política se convirtió en la

causa del secular atraso español (Cfr. Goytisolo, 1972: 75-78). Todos estos aspectos

estudiados por Blanco son resaltados por Goytisolo para mostrar su filiación con la

corriente historiográfica que abrió de Américo Castro y así reactualizar la visión

histórica del escritor exiliado sevillano. Ubicándolo, además, dentro de los forjadores de

esa tradición crítica fundamental, incluso por su carácter excepcional, que el autor

intenta consolidar con su ensayística en el contexto de la cultura hispánica moderna.

Goytisolo cierra esta serie de comparaciones que busca dar al lector una idea de

la importancia de la obra de Blanco White, estableciendo un paralelo de una honda

significación poética y reflexiva, en el que se percibe la voluntad de estilo que

caracteriza al ensayista, entre Blanco y otro escritor exiliado sevillano, Luis Cernuda:

En el silencio denso, la mariposa nocturna ronda en torno a la lámpara: gira,

planea, describe círculos obsesivos, se aleja si la espantamos, pero vuelve enseguida,

una vez y otra y otra, hacia el fulgor que la fascina y atrae, absorta en su alucinada tarea,

hasta obligarnos a ceder por cansancio –así, desde el instante en que empuñamos la

pluma, la idea fantasmal, reiterada, surge y nos acomete, se desvanece cuando la

rechazamos, regresa tenaz y muda, con la certeza de su victoria paciente, sabedora de

nuestro cansancio. Nos resignamos, pues: la acogemos. El paralelo entre los dos

escritores se impone: ¿por qué nos resistiríamos a trazarlo? (Goytisolo, 1972: 79).

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Con la comparación entre los dos escritores, críticos acérrimos de las costumbres

y los valores de las sociedades de sus épocas, a las que se enfrentaron con total

sinceridad, Goytisolo pretende especificar la relevancia que tiene el drama del exilio en

la historia intelectual española. Realiza este contraste a partir de la autobiografía de

Blanco White y el texto Historial de un libro de Cernuda, su autobiografía intelectual,

destinada a comentar su obra poética, recogida bajo el título de La realidad y el deseo.

El paralelo entre Blanco y Cernuda, con todos los rasgos que los asemeja, su origen

común, las afinidades electivas, artísticas y políticas, el espíritu contradictorio de

ambos, la confrontación personal, moral y estética asumida en todas las facetas de sus

vidas, la búsqueda, a toda costa, de una verdad propia que les caracterizó, le permite a

Goytisolo profundizar en la condición contradictoria del desterrado, quien vive en un

estado de aislamiento angustioso, pero que al mismo tiempo suele estar en una situación

favorable para alcanzar un mayor grado de sinceridad consigo mismo y con sus

paisanos; liberándose de los esquemas mentales y mecanismos de censura y autocensura

que antes del exilio le amordazaban; y para comprender, a partir de ésta situación, que

la patria no es un pedazo de tierra, sino un conjunto de factores socioculturales e

históricos que se manifiestan, cobran sentido y ordenan a través del idioma y la escritura

(Cfr. Goytisolo, 1972: 79-92; 1977: 290). Goytisolo incluye dentro de la tradición

cultural crítica, encargada de revisar la memoria histórica en busca de un futuro más

tolerante, la obra de los numerosos exilados españoles, desde Luis de Vives a la

diáspora de 1936, desde Blanco White a Cernuda, en ese proceso de larga duración en

términos braudelianos que es la historia de España.

Las reflexiones sobre el exilio y la condición del desterrado nos permite

exponer, para terminar, un último punto de esta “Presentación crítica de J. M. Blanco

White” (1972), que es conveniente resaltar a la hora de definir la concepción de la

literatura –la poética– de Juan Goytisolo y, además, porque nos autoriza para proponer

una diferencia sustancial, que trasciende un simple matiz, entre la actitud intelectual de

Blanco y el autor del ensayo. Un aspecto que los distingue a pesar de esa identificación

planteada por Goytisolo al final de su argumentación cuando descubre, confundiendo

sus trayectorias intelectuales, que al hablar de Blanco White no ha hecho otra cosa sino

hablar de sí mismo (Cfr. Goytisolo, 1972: 98). Consiste en la relación diversa que, al

rechazar la España tradicional, al romper con las instituciones, creencias, valores y

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costumbres de la cultura hispánica, asumieron cada uno frente al idioma. Al trazarla, no

pretendemos establecer un juicio moral o valorativo acerca de la actitud diferente de

ambos, porque esta obedece a una elección vital y, por lo tanto, de sobrevivencia

espiritual ante el desafío que les planteaba su propia cultura y la decisión de

autoexiliarse, pero si señalar las consecuencias que esta postura ante el idioma, de

afirmación o rechazo, tiene en relación con el interés particular de la presente

investigación: la obra ensayística –y literaria– de Juan Goytisolo.

Todo el ensayo acerca de Blanco White lo recorre un hilo conductor, la

preocupación de Goytisolo por las limitaciones del idioma debido a la incidencia de

factores políticos a lo largo de la historia y la forma cómo se manifiesta este problema

en el pensamiento de Blanco. Las relaciones de interdependencia entre el intelectual, el

poder y la escritura, planteadas desde un punto de vista histórico; asunto de una

importancia central en la vida cultural y política de una comunidad. La manera cómo

este asunto se revela con una urgencia singular en las motivaciones que en un momento

dado llevan a un escritor a repatriarse en busca de una mayor libertad expresiva y de

pensamiento, y cómo el vínculo con la cultura propia a través de la lengua se constituye

en un motivo de reflexión ya en el exilio.

Poeta en su juventud, forjador de una academia literaria privada en Sevilla, la

Academia de Letras Humanas, que existió de 1792 a 1793, crítico agudo de la literatura

de su tiempo antes de su destierro, fundador en el exilio de una revista cultural y política

destinada a los lectores de habla castellana en Inglaterra, traductor de Shakespeare –con

“traducciones nunca hasta hoy aventajadas”, al sentir de Menéndez Pelayo (2009)– y de

los románticos ingleses, traductor de obras de la literatura española al inglés, promotor

en Inglaterra del romanticismo español (Cfr. Llorens, 1980, 33-36), Blanco tuvo una

relación ambigua con su idioma nativo, debido a las limitaciones que encontró para

expresarse con libertad en un medio condicionado por un poder absolutista y la férula

social de una iglesia inquisitorial; factores coercitivos que terminaron por consolidar

una serie de hábitos mentales que se reflejan en el uso limitado de la lengua, como el

mismo lo manifestó:

“(…) siendo el lenguaje un conjunto de signos arbitrarios y no teniendo las

palabras otra acepción sino la que les confiere el hábito mental de quienes las usan,

cualquier palabra y, todavía más, cualquier frase (pues las frases, al formar una oración,

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se hallan particularmente dotadas de una gran variedad de matices significativos) si se

repite corrientemente respecto a determinados conceptos, parecerá que rechaza todas

sus otras acepciones como consecuencia de una ley natural” (apud Goytisolo, 1972: 71).

Blanco mantuvo una relación de disconformidad con la lengua castellana, y

entre sus causas hay que considerar, confiriéndole cierta importancia a este hecho, su

ascendencia anglosajona y la posibilidad que tenía de pensar en otra lengua y establecer

comparaciones entre un idioma y otro. En consecuencia, motivado por la preocupación

acerca de la capacidad expresiva del lenguaje, que es un punto central de su poética,

Goytisolo da cuenta de esos momentos de la trayectoria intelectual de Blanco White en

los que su desacuerdo con el idioma castellano se manifiesta con una mayor relevancia.

Así, cuando lo asaltaron las primeras dudas frente a su vocación sacerdotal y frente a los

dogmas del catolicismo, antes del exilio, Blanco entró en un profundo silencio que

Goytisolo atribuye más que al temor de una represalia del Santo Oficio, a la barrera que

halló en un idioma anquilosado durante siglos por el celo de sus censores; en no haber

encontrado un espacio lingüístico para expresarse con absoluta libertad, por fuera de las

fórmulas y esquemas mentales preestablecidos (Cfr. Goytisolo, 1972: 23-24). De igual

forma al manifestar su apoyo a la independencia hispanoamericana, Blanco dudó de la

capacidad de la lengua castellana como vehículo de libertad y de unión entre las nuevas

repúblicas, debido al atraso filosófico, científico y literario que la lengua española

arrastraba consigo a lo largo de la historia moderna; hecho que es resaltado por

Goytisolo, al dar cuenta de la crítica de Blanco a las instituciones y a la mentalidad

hispánica que predominó en el período de anarquía subsiguiente a la independencia

(Cfr. Goytisolo, 1972: 38-45)64. Asimismo, frente a la crítica literaria de Blanco White y

sus apreciaciones sobre la literatura española, principalmente en el campo de la poesía,

Goytisolo relaciona los juicios de éste acerca de la escaza libertad de pensamiento

poético en español y sobre la rigidez de la poesía española del aquel momento, si se

comparaba con la flexibilidad métrica y profundidad de pensamiento poético en lengua

inglesa (Cfr. Goytisolo, 1972: 57-59). Y por último, en relación con su confesión

autobiográfica, Goytisolo no sólo contextualiza la importancia de ésta obra oponiéndola 64 La crítica de Blanco White al castellano como vínculo de libertad entre las repúblicas americanas y como medio de expresión de un pensamiento científico y filosófico modernos también ha sido subrayada por Eduardo Subirats en el análisis que hace de la obra de Blanco White, como conciencia exiliada (Cfr. Subirats, 2003: 251, 274-275)

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a un sistema de disimulo que considera ha imperado en la historia de la literatura

española moderna, en la que los mecanismos de censura y autocensura juegan un papel

trascendental, sino que resalta la crítica radical de Blanco a la lengua castellana por su

falta de rigor conceptual y abusos retóricos (Cfr. Goytisolo, 1972: 13-20). La ruptura de

Blanco White con el idioma castellano obedeció a una elección vital de sobrevivencia

intelectual en el exilio y por lo tanto, como arriba se expuso, no se trata de hacer una

valoración moral sobre la misma. Sabemos que este proceso de ruptura no fue fácil, que

a través de él se manifiesta la permanente insatisfacción y angustia que sufrió a lo largo

de su vida (Cfr. Llorens, 1980: 49)65, que el abandono de la lengua materna en los

primeros tiempos del destierro lo sumió en un “estado de absoluto mutismo, de afasia,

de muerte espiritual” (Subirats, 2003: 274); que luego adoptó el inglés para integrarse

plenamente a la sociedad inglesa –“to make myself an Englishmen” (apud Goytisolo,

1972: 46)– para reeducarse literariamente, para expresar su pensamiento en una lengua

intelectualmente válida; sabemos que con el tiempo, volver a utilizar el español se

convirtió para él en un acto tortuoso por el lastre de superstición y esclavitud religiosa

que, en su criterio, el castellano arrastraba consigo, por ser un idioma “codificado por

varios siglos de estática social” (Goytisolo, 1972: 71-72). Así pues, la ruptura

lingüística de Blanco tiene una amplia resonancia biográfica, filosófica y política. Si

bien es claro que la actitud del exiliado sevillano hacia el idioma materno obedece a una

experiencia personal e intelectual diferente a la de Juan Goytisolo, se nos impone

compararlas para resaltar un aspecto crucial de la poética del último. El autor de la

“Presentación crítica” comparte muchas de las consideraciones críticas de Blanco

respecto de la lengua, al punto que es uno de los temas recurrentes de su ensayística, así

lo corrobora este mismo ensayo en el que la preocupación por el idioma puede tomarse

como uno de los ejes centrales de su argumentación. Como Blanco, Goytisolo considera

que el castellano es un idioma ocupado por una ideología nacionalista y católica, que

65 Vicente Llorens resume la trayectoria intelectual de Blanco en la que tiene un peso específico su ruptura con la lengua castellana, así: “La vida de Blanco es la historia de una permanente insatisfacción. La insatisfacción del hombre moderno que en el tránsito de los siglos XVIII al XIX entra en una nueva crisis cuya múltiple expresión literaria denominamos romanticismo. Época de cambio e inestabilidad iniciada por la Revolución Francesa, de constante desasosiego, de contradicción y duda. Las distintas conversiones abundan. En la obra y la existencia de Blanco, cuyo espíritu (…) fue un campo de batalla, se refleja vívida y dolorosamente la angustia espiritual de su tiempo (Llorens, 1980: 49). En este sentido, la ruptura con su lengua materna y la adopción del inglés debe entenderse como una conversión lingüística de un espíritu insatisfecho y en permanente búsqueda de una mayor libertad expresiva (Cfr. Subirats, 2003: 274).

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mutila sus capacidades expresivas “ejerciendo una violencia solapada sobre sus

capacidades virtuales” (Goytisolo, 1972: 72). Como Blanco, es consciente de las

limitaciones que ha tenido el idioma español como lengua del conocimiento científico y

filosófico debido a la discontinuidad histórica y cultural de España en relación con el

proceso de ilustración europea. Como en el caso de Blanco, sus reflexiones sobre el

idioma tienen también, en su caso, unas amplias connotaciones biográficas, políticas y

literarias. Pero a diferencia de éste, su crítica culmina en un acto de afirmación y no de

rechazo, que lo acerca más a la actitud de Luis Cernuda, reflejada, como ya se ha visto,

en el poema “Díptico Español”. En la dualidad de voces que hablan en el poeta y lo

impulsan a una ruptura con su país de origen y su cultura, “Es lástima que fuera mi

tierra”, y en la escucha de una voz interior que lo lleva a reconocer que existe dentro de

esa misma cultura una filiación asertiva que lo constituye como sujeto poético, “Bien

está que fuera tu tierra”: la tradición literaria de Cervantes a Galdós (Cfr. Cernuda,

1975: 169). Goytisolo, que para la fecha de su estudio sobre la obra de Blanco White, ha

tomado distancia de su obra novelística y ensayística de una primera época, por

considerarla si bien políticamente válida apegada a los esquemas y fórmulas de una

lenguaje literario codificado, tal como lo expone en el ensayo “Literatura y eutanasia”

(Cfr. Goytisolo, 2005a: 69), había forjado ya una obra de ruptura con sus novelas Señas

de identidad (1966) y Don Julián (1970) y sus ensayos de El furgón de cola (1967), que

lo acerca a la actitud de Cernuda en el “Díptico español”. No rechaza la lengua, ahora

convertida en la verdadera patria, sino que se afirma en ella. Emprende un proceso de

desmitificación-creación ahondando en la historia de la cultura hispánica con la cual

deconstruye no sólo las mitificaciones de la identidad de un sujeto colectivo por fuera

de las vicisitudes de la historia, sino que se enfrenta a los lugares comunes y clisés de

un lenguaje anquilosado por siglos de estática social:

Al renunciar a los valores subyacentes a mi anterior literatura ‘comprometida’

lo hacía, claro está, con la conciencia de pertenecer no a una cultura débil y perseguida

sino, vasta, rica y dinámica como lo es la castellana en su doble vertiente de España e

Iberoamérica. El acto de desprenderme de unas señas de identidad opresivas y estériles,

abría el camino a un espacio literario plural, sin fronteras (…). En adelante el idioma y

sólo el idioma sería mi patria auténtica (Goytisolo, 1997a: 73).

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A partir de éste momento –Señas de identidad (1966), El furgón de cola (1967),

España y los españoles (1969), Don Julián (1970), “Presentación crítica de J. M.

Blanco White (1972)– y en ese proceso de afirmación del idioma como su verdadera

patria, con la conciencia de no pertenecer a una cultura débil, sino vasta, rica y

dinámica, el autor ahonda en las grandes tradiciones literarias del idioma –en sus

fuentes semíticas– para descubrir en ellas una vertiente crítica que concibió la literatura

como el cauce de expresión de unos discursos con unos rasgos disidentes o

extraoficiales que no tenían otras posibilidades de expresarse (Cfr. Márquez Villanueva,

1990: 156). Goytisolo ha acuñado un neologismo, “cervantizar” (Goytisolo, 1977: 194),

para denominar este proceso de afirmación de la lengua y la literatura dentro de su

concepción crítica de la cultura hispánica. Con este término, reconocido ya por la crítica

literaria que se ha ocupado de su obra (Cfr. Márquez Villanueva, 1990: 156-157), el

autor designa la actividad literaria que es simultáneamente crítica y creación, escritura e

interrogación acerca de la escritura, de las capacidades artísticas y conceptuales de la

lengua, “texto que se construye sin dejar de ponerse nunca él mismo en tela de juicio”

(Goytisolo, 1977: 194). Al cervantizar, los escritores recogen la herencia de las

tradiciones literarias de la lengua como una cultura fuerte y dinámica, la herencia crítica

de Cervantes y de la tradición de la literatura del Siglo de Oro, así como de una

tradición anterior, la del Libro de Buen Amor y La Celestina.

El propósito de los ensayos literarios de Goytisolo es reconocer está tradición

cultural que se afirma en la lengua. En la consolidación de esta tradición, a pesar de

haber sido escrita en su gran mayoría en inglés, rescata la obra literaria, histórica,

teológica y filosófica de José María Blanco White y la integra con pleno derecho dentro

del acervo artístico e intelectual de la cultura hispánica, como una obra fundamental

para el conocimiento del siglo XIX español y de las dificultades de asimilación de un

proyecto de modernidad en territorio peninsular. El ensayo de Goytisolo dedicado a

Blanco es un modelo paradigmático de crítica literaria, de afán didáctico y voluntad de

estilo; a su manera, una forma de cervantizar; de ser un hito en la historia

contemporánea de la literatura española que pretende alejarse de “la impronta

inconfundible de nuestra sempiterna derecha” (Goytisolo, 1972: 3) y de superar el lugar

común de la decadencia nacional.

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273

Capítulo 5.

EL CUERPO Y LA ESCRITURA. TRANSGRESIÓN ERÓTICA Y

SUBVERSIÓN LITERARIA. DISIDENCIAS (1977).

5.1. La teoría literaria, la historiografía y la perspectiva interpretativa

desde la óptica del presente como soporte teórico y metodológico de los

ensayos literarios de Juan Goytisolo.

Ya en España y los españoles (1969), al tratar sobre las consecuencias que para

la historia de la literatura española en general significó la pérdida del sensualismo

hispanoárabe propio de la literatura medieval arábigo-andaluza y de la castellana

influida por ella, tras el triunfo de los Reyes Católicos, la posterior expulsión de los

judíos y un siglo más tarde de los moriscos, y, asimismo, al abordar las implicaciones

renovadoras de la pintura de Goya en el horizonte de la cultura hispánica, por medio de

la cual las imágenes del inconsciente –el sistema de impulsos reprimidos– como parte

esencial de lo humano encontraron un cauce de expresión artística, Goytisolo había

afirmado en una síntesis argumentativa que perseguir el sexo, como aconteció a partir

del siglo XV por la política inquisitorial de la Iglesia católica, era perseguir la

inteligencia: “en la medida de que la auténtica libertad intelectual implica

necesariamente la libertad sexual y viceversa” (Goytisolo, 2002a: 48). Asimismo, en los

ensayos reunidos bajo el título de Disidencias (1977), que guardan relación con la

literatura española de los siglos XV, XVI y XVII y la apropiación creativa de esta

tradición por parte de la “nueva novela hispanoamericana”66, el hilo conductor es la

exploración del tema del erotismo y su represión en la historia de literatura española,

ahondando en aquella afirmación planteada ya en España y los españoles. La expresión

literaria del cuerpo en algunas de las obras más representativas de la historia de la

literatura española y del papel subversivo de la sexualidad y de su tratamiento literario

66 Utilizamos así la expresión de Carlos Fuentes para referirnos a la novelística hispanoamericana de la segunda mitad del siglo XX y evitar la denominación de “boom latinoamericano”, que tiene una mayor implicación como fenómeno editorial (Cfr. Fuentes, 1969).

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en sociedades política y culturalmente cerradas (Cfr. Goytisolo, 1977: 7; Black, 2001:

24).

Los ensayos que conforman el libro Disidencias (1977) son el resultado de su

actividad docente en las universidades norteamericanas de Nueva York y Pittsburgh,

donde dictó cursos sobre el erotismo y la represión en la literatura española, sobre la

teoría de la novela en Cervantes y sobre la vanguardia literaria cubana, así como de la

fase de investigación para la escritura de su novela Juan sin tierra (1975).

Corresponden a la labor crítica del autor durante los años de 1970 a 1976 (Cfr.

Goytisolo, 1977: 7-8). Como el conjunto principal de su obra ensayística, se trata de

ensayos que fueron primero publicados en revistas literarias y culturales del mundo

hispánico y posteriormente recogidos en forma de libro. En este caso, como lo

especifica el autor en la nota introductoria (Cfr. Goytisolo, 1977: 7-8), estos ensayos

fueron inicialmente divulgados así: en la revista Triunfo se publicaron “La España de

Fernando de Rojas”, con el título “La España de La Celestina”, en el número

correspondiente al 30 de agosto de 1975, páginas 18-23, ensayo dedicado a despejar las

dudas existentes sobre el origen converso del autor de La Celestina, al análisis de la

visión de mundo que propone esta obra y a difundir las ideas del libro de Stephen

Gilman, sobre el trasfondo intelectual y social de La Celestina, que para la fecha no

había sido traducido al español y que lleva por título el mismo del ensayo: The Spain of

Fernando de Rojas (1972); en el número 689, de octubre 4 de 1976, páginas 50-55,

“Notas sobre La Lozana andaluza”, que al igual que el anterior dedicado a Fernando de

Rojas, plantea la tesis del origen converso de su autor, en este caso Francisco Delicado

y del carácter precursor de esta novela a pesar de haber permanecido desconocida por

siglos y luego marginada por la crítica casticista; y, asimismo, “Quevedo o la obsesión

excremental”, sobre la importancia del conocimiento de la obra del autor de El Buscón

para comprender el fenómeno de la represión del cuerpo en la literatura española con

posterioridad al siglo XV, publicado en el número 710 del 4 de septiembre de 1976,

páginas 38-42. En la revista Cuadernos de Ruedo Ibérico, correspondiente al número

39-40, del mes de octubre de 1972, se publicó “El mundo erótico de María de Zayas”,

ensayo que trata sobre la expresión de la sexualidad femenina y el carácter insólito de

esta novelista en el panorama de las letras españolas del siglo XVII y donde hace una

crítica radical al concepto de realismo en literatura entendido como copia del referente y

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no como técnica literaria. En el número 2 de la revista Libre, del mes de diciembre de

1972, se publicó “La novela española contemporánea”, ensayo que es el resultado de

una conferencia pronunciada en Columbia University en el mes de noviembre de 1970,

donde Goytisolo vuelve sobre el análisis de las novelas Los bravos (195 ) de Fernández

Santos, El Jarama (1955) de Sánchez Ferlosio y Tiempo de silencio (1961) de Martín

Santos, que ya había iniciado en los ensayos “La herencia del 98 o la literatura

considerada como una promoción social” y “Literatura y eutanasia” de El furgón de

cola. En la Revista Iberoamericana de la Universidad de Pittsburgh, se publicaron los

ensayos “El lenguaje del cuerpo (sobre Octavio Paz y Severo Sarduy)”, en el número 92

de 1975, donde analiza el ensayo Conjunciones y disyunciones (1969) del poeta y

ensayista mejicano, y las novelas De dónde son los cantantes (1967) y Cobra (1972) del

novelista y poeta cubano; y “Lectura cervantina de Tres tristes tigres” sobre la novela

de Guillermo Cabrera Infante, en el número 94 de 1976. En la revista cultural Ozono,

números XIII y XIV, correspondientes a los meses de octubre y noviembre de 1976,

“Terra nostra”, dedicado a analizar y defender la propuesta literaria de la novela del

escritor mejicano Carlos Fuentes, publicada en el año 1975, emparentada en cuanto su

temática y forma con la novela Don Julián de Goytisolo. En la Revista Espiral I, del

año 1976, el ensayo “La metáfora erótica: Góngora, Joaquín Belda y Lezama Lima”.

Asimismo, el libro incluye el ensayo “Supervivencias tribales en el medio intelectual

español”, dedicado a revalorar la visión historiográfica y mitoclasta de Américo Castro

y su aporte a los estudios de la historia de la literatura española, publicado inicialmente

como parte del libro Estudios sobre la obra de Américo Castro (1971), cuya

coordinación editorial estuvo a cargo de Pedro Laín Entralgo. De esta manera,

Disidencias (1977) está dividido en tres partes, la primera trata sobre la representación

del signo “cuerpo” (Goytisolo, 1977: 28) en la literatura de los siglos XV, XVI y VII –

en La Celestina, La Lozana Andaluza, las novelas de María Zayas y en la obra de

Quevedo–; la segunda, sobre las obras de algunos de los escritores más importantes de

la literatura hispanoamericana de la segunda mitad del siglo XX y sus vínculos con la

tradición analizada en la primera parte y, principalmente con la herencia cervantina, y

una tercera, consistente en un larga entrevista realizada por el crítico peruano Julio

Ortega, donde Goytisolo expone sus opiniones, para aquel entonces, sobre la

importancia del tema del exilio en la comprensión de la historia cultural hispánica;

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sobre su valoración de la literatura hispanoamericana contemporánea; sobre el

compromiso del escritor y sobre la poética de sus novelas Señas de identidad (1966),

Don Julián (1970) y Juan sin tierra (1975). El libro conserva así un orden cronológico

en relación con los textos analizados y nuestra aproximación a él, señalando los ejes

centrales de su argumentación, se hará respetando la temática abordada por el autor

acerca del erotismo y la represión en la literatura hispánica, y la repercusión de los

clásicos de la literatura española en la literatura hispanoamericana de la segunda mitad

del siglo XX. Enfocaremos nuestra atención a la aplicación que el autor hace en sus

análisis de la teoría literaria, principalmente del formalismo ruso y del estructuralismo

francés y de la historiografía en la vertiente interpretativa propuesta por Américo

Castro. La teoría literaria y la interpretación historiográfica se constituyen de esta

forma, como hemos visto parcialmente al examinar su ensayística anterior, y como se

verá a continuación, en fundamento de la crítica literaria de Juan Goytisolo, lo que nos

permitirá sostener la tesis de que su obra crítica tiene un elemento filológico sustancial,

que es tratado desde la libertad hermenéutica y voluntad de estilo que le permite el

ensayo como género literario. Se acerca a los textos de su interés con las herramientas

analíticas que le brindan los desarrollos de la teoría literaria y reconstruye el contexto

histórico, cultural y social donde ellos surgen con los avances historiográficos y la

interpretación del pasado español que le proporcionan los estudios filológicos en la

corriente inaugurada por Américo Castro.

No obstante estas dos herramientas teóricas que fundamentan los análisis e

interpretaciones de los ensayos contenidos en Disidencias (1977), el autor obra, además,

con la metodología comparatista aplicada desde la óptica del presente que examinamos

al ocuparnos de su ensayo “Presentación crítica de J. M. Blanco White” (1972).

Goytisolo establece una serie de relaciones intertextuales, en un sentido amplio, de

oposición crítica de un lado, y de paralelos y analogías afirmativas del otro, que más

allá de la intención provocadora, al comparar obras y autores alejados en el tiempo y el

espacio para subvertir una mirada conservadora, cerrada y endogámica hacia la propia

tradición cultural o más allá de una intención didáctica hacia el lector –que existe,

aunque lejos de un didactismo tradicionalista que exalta ciegamente las bondades de la

cultura hispánica– pretende no sólo configurar una tradición crítica, sino actualizar a los

ojos del lector las obras analizadas. Por eso, frente a los fundamentos teóricos

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enunciados, la teoría literaria y la interpretación histórica del pasado español en la

vertiente de Castro, este proceder comparatista es tan importante en los ensayos de Juan

Goytisolo, porque a través de él y obrando desde la óptica del presente busca un

equilibrio entre el hermetismo, abstracción y esquematismo en la aplicación de la teoría

literaria o el excesivo historicismo en el que pudiera incurrirse en la interpretación del

texto literario –en este último caso cuando se reduce el sentido de la obra

exclusivamente a sus condiciones históricas, aprisionándolo en su época y minimizando

la dimensión humana que subyace tras el hecho literario– (Cfr. Goytisolo, 1977: 310-

313). Así, la argumentación comparatista desde la óptica del presente es el aporte

hermenéutico del ensayista a lo que aparece como ya dado, el texto al que alude y los

referentes teóricos. La aplicación que hace el autor de las enseñanzas de Américo Castro

y de ciertos conceptos básicos de la teoría literaria, según los desarrollos alcanzados a lo

largo del siglo XX.

Pero, asimismo, las relaciones establecidas por el autor desde la perspectiva del

presente, en su intención de comprensión y esclarecimiento de los textos analizados, con

el ánimo de actualizarlos a ojos del lector y consolidar una tradición crítica dentro del

ámbito hispánico, revelan la manifestación de un pensamiento radical que si bien

obedece a su vocación intelectual y voluntad de estilo, es, también, fruto de la

asimilación del espíritu de la época. Lo que permite determinar, como un primer paso,

el trasfondo histórico-social e ideológico que subyace tras los ensayos que conforman el

libro. El tema del erotismo en la literatura hispánica de los siglos XV, XVI y XVII, de

la represión de las expresiones artísticas del sexo en la cultura española y la transgresión

que implica su tratamiento literario en obras cumbres de la que se ha denominado para

comprender ese período “edad conflictiva” (Castro, 1961), la manera como aborda este

asunto el ensayista con una base historiográfica sólida y con algunos fundamentos

pertinentes de la teoría literaria, su contextualización desde la óptica del presente, es el

resultado de la asimilación de un pensamiento radical libertario propio de una vertiente

ideológica surgida en la época en que los ensayos fueron escritos, hacia finales de los

años sesenta y principio de la siguiente década. Época que ha sido definida, en el ámbito

de la historia española contemporánea, como la “pretransición” (Buckley, 1996: XII);

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caracterizada, en el contexto político interno, por el ocaso del régimen franquista67 y en

el ámbito político europeo y occidental, para el interés de esta reflexión, por los

acontecimientos del Mayo francés de 1968, la primavera de Praga y las revueltas

estudiantiles y raciales en los Estados Unidos (Cfr. Buckley, 1996: X-XII)68.

Si bien hoy en día intelectuales como Tzvetan Todorov o Eduardo Subirats,

entre muchos otros, cuestionan duramente los alcances políticos de Mayo de 1968, por

su visión quimérica de la sociedad, el papel redentor –bajo la idea de una

transformación violenta y radical de la realidad no lejos de los fanatismos ortodoxos– de

los partidos de izquierda que ocuparon el escenario político (Cfr. Todorov, 2008;

Subirats, 1995: 137-140), también señalan el hecho de que resulta imposible negar las

implicaciones sociales de ésta ideología libertaria. Que se traduce en una serie de

hechos concretos: el cambio profundo de las relaciones sociales heredadas del pasado,

el desmoronamiento de las jerarquías rígidas entre hombres y mujeres, viejos y jóvenes,

gente notable y gente del común; aligeramiento de las costumbres en el trato y

comportamiento de las personas; el derrumbe de los tabúes en las relaciones sexuales; la

liberación de la mujer –el feminismo fue la otra gran tendencia ideológica que se

acrecienta en esta época–; el papel preponderante de la imaginación en la crítica social.

Hechos que se tradujeron en cambios profundos de los valores, costumbres e

instituciones que se manifestaban ya arcaicas para el mundo Occidental (Cfr. Todorov,

2008). Si bien, desde la perspectiva actual, mayo del 68 resultó un fracaso en el campo

político, porque no logró desarticular la maquinaria del sistema, ni detener el reloj de la

historia, ni cambiar de manera radical su curso, y a sus espaldas se fue construyendo

una realidad social de signo opuesto a la deseada por las revueltas estudiantiles: la

67 Raúl Morodo, en el libro La transición política (1984), define la “pretransición” a partir de los siguientes hechos: “El año 1969 es un año políticamente clave por los acontecimientos que se produjeron… El escándalo Matesa, el estado de excepción, el cambio de gobierno y, sobre todo, la designación de don Juan Carlos como príncipe heredero, marcan el comienzo de lo que podríamos llamar la ‘pretransición’. Desde un punto de vista histórico comienza con el ocaso del régimen” (apud Buckley, 1996: XII-XIII). Y para Ramón Buckley, la “pretransición” alcanza su punto de inflexión con el asesinato del presidente del gobierno, Luis Carrero Blanco, en diciembre de 1973 y culmina con la muerte de Franco: “Es precisamente en este período de pretransición [1968-1975] cuando florece en nuestro país la utopía libertaria, lo que aquí llamamos el ‘pensamiento radical’” (Buckley, 1996: XIII). 68 Hay que recordar, para dilucidar la importancia de esta ideología libertaria en la ensayística Goytisolo, que éste se encuentra domiciliado en París, epicentro del el movimiento social e intelectual que caracteriza ésta época, desde finales de los años cincuenta y que, además, los ensayos reunidos en Disidencias (1977), son fruto de su labor docente en varias universidades norteamericanas, inmersas, para entonces, en el fragor de las revueltas estudiantiles y raciales, en donde floreció, también, éste movimiento libertario contracultural.

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regresión de los Estados totalitarios, la escalada armamentista mundial, la

intensificación de las guerras regionales en el Tercer Mundo, un desarrollo económico

regresivo y la constante amenaza de las catástrofes ecológicas (Cfr. Subirats, 1995: 139-

140), no se puede desconocer el hito importante que representó en la historia moderna y

mucho menos trivializar el alcance de esta revuelta que, como las estudiantiles y

raciales de Norteamérica y la primavera de Praga, significó el nacimiento de una nueva

conciencia crítica contracultural que pretendió trasladar el concepto de revolución en

todos los órdenes de la vida; que en la confrontación de un mundo polarizado entre la

ideología capitalista y comunista, trató de producir una revolución al interior del

pensamiento marxista, de ser a la vez crítica del capitalismo salvaje y su visión

deshumanizada del mundo y de los totalitarismos de los Estados comunistas.

Ramón Buckley, en La doble transición. Política y literatura en la España de

los años setenta (1996), libro en el que analiza la influencia del ambiente intelectual de

mayo del 68 en la sociedad y la cultura española de entonces, previene contra el afán de

trivialización mediática del Mayo francés y resalta, con una serie de preguntas, el valor

revolucionario de la perspectiva intelectual, social y cultural que desencadenó su

acontecimiento, contraponiéndolo a la falta de logros en el campo político:

Ahora bien, este aparente fracaso [político, J.F.T] no es tal si se contemplamos

lo ‘invisible’, lo ‘intangible’, el pensamiento mismo que surge en Occidente en aquellos

mismo años… ¿De qué otra manera sino de revolucionario podemos considerar el

pensamiento de Michel Foucault que comienza a triunfar, es decir, a imponerse como

‘escritura dominante’, a comienzos de los sesenta? ¿Y no inauguraba ya Althusser en

aquellos mismos años, sin que él mismo lo supiera o incluso lo admitiera, el

posmarxismo? ¿Qué hacía Marcuse sino proclamar la revolución dentro de la

revolución misma, la revolución del Eros? ¿Y no era la ‘revolución del texto’ que

proponía Derrida la más radical de todas las revoluciones? ¿No se había ‘revolucionado

la ‘galaxia Gutenberg’ en la que vivíamos con la proclama de Marshall McLuhan de que

‘el medio es el mensaje’? (Buckley, 1996: X-XI).

Y ahonda en la manera cómo los cambios de mayo del 68, con su imaginación

crítica y liberación sexual, influyeron en la sociedad española de los años de la

“pretransición” o del declive del régimen franquista, y en la forma cómo esta ideología

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libertaria que enriqueció el debate intelectual en el mundo occidental incidió, a su

manera, en la creación literaria y en el pensamiento de algunas de las figuras más

representativas de la literatura y la filosofía española de ese momento: Agustín García

Calvo, Sánchez Ferlosio, Eugenio Trias, Fernando Savater, Terenci Moix, Miguel

Espinosa, entre otros; y asimismo cómo la ideología feminista que se desarrolla a la par

en este período se reflejó en las novelas de algunas de las escritoras más destacadas de

entonces: Montserrat Roig, Carmen Martín Gaite, Esther Tusquets (Cfr. Buckley, 1996:

61-166). En este sentido resulta del mayor interés la manera como Buckley analiza la

novela Don Julián (1970) de Goytisolo e interpreta la intención de su autor de

descodificar y perturbar los códigos lingüísticos de su lengua y desmitificar la tradición

casticista de la literatura española, de sumirse en el abismo de un caos creador, a la luz

de los planteamientos filosóficos del Anti-edipo (1975) de Gilles Deleuze y Felix

Guattari (Cfr. Buckley, 1996: 83-92)69.

Con el anterior planteamiento queremos enfatizar que la obra crítica de Juan

Goytisolo no se sustrae al espíritu intelectual de la época de su producción y, antes bien,

está influido por él. La perspectiva del presente a través de la cual aborda el tema del

erotismo en los ensayos de Disidencias (1977), con alusiones teóricas de orden

psicoanalítico, literario, filosófico y político, dominantes en aquel entonces, corrobora,

como se verá, ésta afirmación. Se puede sostener entonces, parafraseando a Buckley,

que la intención de Goytisolo en estos ensayos es introducir una reivindicación del

signo cuerpo en la cultura hispana de los últimos años del franquismo, moldeada por

años por una conciencia conservadora nacional-católica, del mismo modo como Herbert

Marcuse intentó, con sus investigaciones críticas sobre el significado político de la

sexualidad, darle al eros un alcance revolucionario dentro de la reflexión marxista de la

sociedad capitalista (Cfr. Buckley, 1996: XI).

Retomando lo arriba afirmado, nuestro análisis, atendiendo la temática de la

dialéctica erotismo-represión propuesta por el autor de Disidencias (1977), se centrará 69 El planteamiento de Ramón Buckley de vincular la escritura de Juan Goytisolo a lo que podría denominarse la filosofía francesa posmoderna o, mejor, posestructuralista, en clave deleuziana, ha sido profundizado por Óscar Cornago Bernal, en los artículos “El esquizoanálisis y la teoría rizomática en las obras de Juan Goytisolo” (2000: 98-111); “Diálogos de Juan Goytisolo con el neoestructuralismo: hacia una teoría performativa del texto” (2001: 249-278) y “La escritura erótica de la posmodernidad: de la representación a la trasgresión performativa en la obra de Juan Goytisolo” (2001: 597-618). También es interesante observar cómo Brad Epps (1996: 248; 1999: 53-71) lee a Goytisolo a la luz de Foucault y Derrida, y Stanley Black (2001: 30-31) plantea, a su vez, afinidades de la novelística de Goytisolo con el pensamiento posestructuralista de Derrida.

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en las relaciones entre la historiografía, la teoría literaria y la perspectiva interpretativa

trazada desde la óptica del presente –desde el contexto cultural donde está “situado”, en

resonancia sartreiana, el ensayista–; aspectos que Goytisolo combina en su revisión

crítica de la tradición literaria española.

5.2. La impronta de La Celestina en la poética ensayística de Goytisolo.

A riesgo de simplificar la exposición de los enunciados teóricos generales que

consideramos más relevantes de la ensayística de Juan Goytisolo con un procedimiento

que a primera vista puede parecer demasiado esquemático, pero que nos permite un

acercamiento metodológico a su obra crítica, podemos apreciar cómo en el primer

ensayo de Disidencias (1977), “La España de Fernando de Rojas”, el enfoque

historiográfico le posibilita ahondar en la origen judeoconverso del autor de La

Celestina (1500), cuya vida continúa siendo un misterio para la historia de la literatura

española, y profundizar en el significado de este hecho para la interpretación cabal de la

obra. Indagar en el sentido de la misma, cotejando los estudios de Américo Castro,

María Rosa Lida y, en especial, de Stephen Gilman, a partir del libro The Spain of

Fernando de Rojas (1972), que se constituye en el referente directo de su

argumentación –de hecho, como el mismo autor lo reconoce (Cfr. Goytisolo, 1977: 33)

el ensayo puede entenderse como una serie de apostillas al libro de Gilman–; el enfoque

historiográfico le brinda solidez a su argumentación al abordar el tema del erotismo en

la tragicomedia. De igual forma, la teoría literaria, mediante los desarrollos de los

formalistas rusos y del estructuralismo francés, le da validez al proceso de integrar el

contexto histórico de la obra como parte del texto, acercarse a éste desde la

especificidad de la literatura y dilucidar las implicaciones de la doctrina de lo verosímil

en una doble vertiente, bien entendida como la adecuación a las normas del género o,

bien, como la manifestación de la ideología de un época, para sostener que La

Celestina, al ser la obra “más virulenta y subversiva de la literatura española”

(Goytisolo, 1977: 17) obedece más a una “estética de oposición” en relación con estas

dos manifestaciones de la verosimilitud, que a una “estética de la identidad” (Cfr.

Goytisolo, 1977: 18), entendida ésta última como la conformidad a la preceptiva e

ideología dominante de su tiempo. Y la perspectiva analítica desde la óptica del

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presente, “desde el actual nivel de conocimientos” (Goytisolo, 1999: 83) –que por

supuesto comprende también los anteriores enunciados teóricos– y de las relaciones

intertextuales que en este sentido establece con la intención de renovar la vigencia del

texto analizado e integrarlo al ámbito de una tradición crítica, le permite abordar el tema

del erotismo en el contexto del pensamiento libertario que afloró en el mundo occidental

durante la segunda mitad del siglo XX, y trazar así un paralelo entre la obra de

Fernando de Rojas y la del Marqués de Sade, leído, éste último, a la luz de los estudios

de Georges Bataille y Maurice Blanchot; y a través de estas relaciones concederle un

significado primordial a la sexualidad, la transgresión y la manifestación literaria del

cuerpo en el contexto de la moderna sociedad capitalista.

Pero es necesario anotar que el fin último de la exposición de estos tres

enunciados teóricos, que hemos deslindado como una constante de la estructura

semántica de la ensayística del autor, es aproximarse a los textos de su interés desde una

poética que define claramente, como veremos, el hecho literario; y, al hacerlo, allana el

camino del lector y del crítico para el análisis e interpretación del texto aludido. Por lo

tanto, cada uno de estos aspectos cumple una función hermenéutica no como

compartimentos estancos, sino integrados dentro del todo argumental con el propósito

de esclarecer el sentido y relevancia de la obra.

En el ensayo “La España de Fernando de Rojas”, Goytisolo procede de una

manera metódica, dividiendo su exposición en cuatro partes o secuencias claramente

diferenciables entre sí. En la primera, se ocupa de la figura del autor de La Celestina

para tratar de despejar los vacíos que existen sobre las circunstancias que rodearon su

vida y señalar su condición judeoconversa, glosando el estudio de Stephen Gilman al

respecto. En el segundo, aborda el sentido de la obra lejos de una interpretación

moralizante propia de la crítica tradicionalista, teniendo como base las investigaciones

de los ya mencionados Castro, Lida de Malkiel y el propio Gilman. En el tercero,

plantea el tema de la importancia del erotismo en la obra desde una perspectiva de

actualidad para enfatizar la vigencia de la misma en el contexto de la cultura

contemporánea, estableciendo un paralelo entre la obra de Fernando de Rojas y la obra

de Sade. Y en el último, trata el asunto de la complejidad estilística y semántica de la

obra, de su carácter excepcional dentro del panorama de la literatura española. En cada

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uno de estas secuencias su análisis se caracteriza por entrelazar las perspectivas teóricas

que venimos subrayando.

Así, en la primera parte, al ocuparse de la figura de Fernando de Rojas, frente a

los escasos datos que se conocen de su vida, Goytisolo pondera el procedimiento

historiográfico de Stephen Gilman, quien, al darle al texto de la tragicomedia un valor

de fuente documental e invertir el método tradicional de los críticos biográficos,

reconstruye la vida de éste a partir de lo que sugiere el propio texto, considerando que el

contexto histórico que rodeó la creación de la obra forma parte del texto. Pero es claro

en afirmar que el hispanista norteamericano no sólo atiende al texto de La Celestina,

sino que se ocupa de una serie de datos históricos, constatados en archivos de la época,

anteriores y posteriores a su creación –principalmente de las actas de los procesos

inquisitoriales de miembros de su familia–, para reconstruir de la mejor manera posible

las circunstancias y el entorno de la vida de Fernando de Rojas; es decir, no sólo

considerando que el contexto forma parte del texto, sino también que ciertos rasgos

pertenecientes a la escritura del texto “son elementos auténticos del contexto”

(Goytisolo, 1977: 14)70. Este contexto vital que está en la génesis de La Celestina, que

se revela entre las líneas del texto y que por lo tanto es necesario conocer para una

comprensión cabal del sentido de la obra y la intención del autor, es el conflicto de

castas que desgarró a la sociedad española del siglo XV tras el triunfo del los Reyes

Católicos, la expulsión de los judíos, la promulgación de los estatutos de limpieza de

sangre y la instauración de la Inquisición bajo el control de la monarquía. La condición

judeoconversa de Rojas, en medio de una sociedad hostil hacia todos aquellos que no

ostentaban la condición de cristianos viejos, descrita por el ensayista desde su

perspectiva del presente como kafkiana, al superar en horror a los regímenes totalitarios

que conoció el siglo XX (Cfr. Goytisolo, 1977: 16), acentúa su situación marginal y

conflictiva, y explica a los ojos del ensayista –siguiendo el estudio de Gilman– el 70 La afirmación de Goytisolo está sustentada en el enfoque crítico surgido a partir de las teorías de los formalistas rusos y, en especial, tal como está consignada en este y otros ensayos del autor, ha sido extractada de la comunicación pública del Primer Seminario Internacional sobre los métodos de análisis del relato, celebrado en la Universidad de Urbino en el año de 1967, hecha por Tzvetan Todorov. Contra la crítica sociológica o histórica que explican la obra en términos del contexto vital del autor, la tendencia estructuralista representada en este seminario afirmó entonces: “Une attitud différente s’est imposée aux participants du colloque d’Urbino: le contexte est de passer par le texte (et non par la série de circonstances anecdotiques que nous rapporte l’histoire): mais la relation des deux n’est pas celle de l’original avec sa copie. Il serait plus juste de dire que le contexte fait partie du texte, et que certains traits structuraux du texte son des éléments authentiques du contexte. La relation des deux est plutôt de contiguïté que de ressemblance” (Todorov, 1968: 167).

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posterior silencio del autor luego de la publicación de la tragicomedia con escasos

veintitrés años y su retiro a la provincia de Talavera. Para Goytisolo, que establece un

paralelo entre la condición marginal y el silencio enigmático de Rojas con la actitud de

Rimbaud en el seno de la sociedad burguesa moderna, La Celestina es la respuesta

personal de su autor a la despiadada agresión de la vida, a la catástrofe sin precedentes

que significó para la casta de los hispanohebreos enfrentarse al dilema de la conversión

o el exilio y al derrumbe de los valores que sustentaban su vidas (Cfr. Goytisolo, 1977:

18-19). La Celestina se erige así, para el autor del ensayo, en una obra de una audacia

sin precedentes y comportan un carácter seminal en el panorama de la literatura

española, solo comparable en importancia con el Libro de Buen Amor y el Quijote. Una

obra que rompe con las normas del género predominantes de su tiempo e instaura,

fundada en una “estética de oposición” (Cfr. Lotman, 1982: 352), la legitimidad poética

de la literatura de imaginación. Una obra de una fuerza subversiva tal que en tanto

respuesta de su autor a las ofensas del mundo que le correspondió en suerte vivir, lleva

implícitas la burla a la opinión común y la parodia de los valores consagrados de la

época. Rompiendo, en consecuencia, con la doctrina de lo verosímil entendida en su

doble acepción, de conformidad a las convenciones del género y a la ideología

dominante (Cfr. Goytisolo, 1977: 18).

Como se puede apreciar en esta primera parte del ensayo, Goytisolo para

explicar el valor del trabajo historiográfico de Gilman al reconstruir el entorno de la

vida de Fernando de Rojas y para subrayar el carácter subversivo de La Celestina en

tanto obra de un judeoconverso, recurre a la validación que le brinda la perspectiva

crítica desarrollada por la teoría literaria. A la crítica estructuralista con su atención

especial al texto para deducir las relaciones con el universo referencial al interior de su

estructura textual (Cfr. Todorov, 1968: 167) y, como bien lo ha advertido Stanley Black

(2003: 25), a la correlación de las teorías de Barthes y Lotman acerca del concepto de lo

verosímil y la equiparación de este concepto con la dialéctica entre una estética de la

identidad y una estética de la oposición en la caracterización de los textos literarios.

Para Lotman, la “estética de la oposición” define aquella clase de textos artísticos

constituidos por “sistemas cuya naturaleza de código es desconocida por el auditorio

antes de empezar la percepción artística (…). El artista opone a los métodos de

modelización de la realidad habituales para el lector su solución original que él

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considera verdadera” (Lotman, 1982: 352). Al contrario, la estética de la identidad,

fundada en unos códigos que se podría denominar verosímiles tal como lo entiende

Goytisolo, predomina en aquellos textos artísticos que se basan “en una identificación

completa de los fenómenos representados de la vida y de modelos clichés que el

auditorio ya conoce y que forman parte de un sistema de ‘reglas’” (Lotman, 1982: 349).

En un sentido afín, lo verosímil (vraisemblable) para Barthes, es la conformidad del

texto a las expectativas del público, ya en relación con la vida como universo referencial

o con reglas que rigen otros textos artísticos; y un texto inverosímil (invrasemblable)

será entonces aquel que por apartarse de las expectativas del público, se presenta como

potencialmente subversivo, bien en relación con la ideología dominante en la cultura a

la que pertenece, bien por su conformidad a los géneros comúnmente aceptados (Cfr.

Black, 2003: 40). En el proceso de asimilación de un texto tan complejo como La

Celestina, Goytisolo subraya su pertenencia a una “estética de la oposición”. De ahí

que, citando a Barthes, equipare a la tragicomedia con las obras más subversivas de la

literatura occidental, aquellas que, como en el caso de Sade, “transforman las

imposibilidades del referente [la disconformidad con el mundo circundante, J.F.T] en

posibilidades del discurso” (Goytisolo, 1977: 33). En el fondo el ensayista, en su doble

condición de novelista y crítico, se resiste a aceptar el alcance plural de un concepto de

lo verosímil como lo ha planteado una corriente estructuralista (Cfr. Culler, 1978: 197-

228), es decir, como los modelos culturales que hacen inteligible un texto artístico y le

confieren un espacio dentro de la cultura, al servirle de fuente de significado y

coherencia. El ensayista no acepta la familiaridad de una estética de identidad. Se rebela

contra toda forma de naturalización del texto literario. Considera la literatura como una

delincuencia (Cfr. Goytisolo, 2005a: 569), como un factor de perturbación en el ámbito

de la cultura moderna. Así, las obras de su interés son aquellas que ocupan un lugar

periférico, excéntrico en el sistema de la literatura, y es desde esta perspectiva que

Goytisolo lee a La Celestina.

En el segundo aparte de su ensayo, Goytisolo ahonda en el sentido de la

tragicomedia a partir de de las consideraciones de Gilman sobre el origen judeoconverso

de Fernando de Rojas. Para el hispanista norteamericano el autor de La Celestina

pertenecía al numeroso grupo de personas en la España de los siglos XIV y XV que

perdieron la fe de sus antepasados y, a pesar de su conversión obligada para evitar el

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exilio, no asumieron con sincera convicción la religión cristiana y permanecieron más

bien, en su fuero interno, ya en un limbo espiritual de un prudente agnosticismo o en

una posición abiertamente atea, negando la existencia de una Providencia divina y

convencidos, en última instancia, que el mundo solo está sometido a las leyes de la

naturaleza y que solo las pasiones humanas rigen la interrelación entre los hombres.

Leer la obra de Rojas bajo esta perspectiva no es para Goytisolo forzar su sentido

mediante de un enfoque biográfico que lo supedite a la vida del autor, sino una

interpretación apoyada en las revelaciones del mismo texto, corroborada con los

documentos sobre Rojas y su tiempo rescatados por las investigaciones historiográficas

que le conceden una importancia fundamental a la incidencia del conflicto de castas en

la historia de la literatura española de aquel tiempo. El estudio y las opiniones de

Gilman en The Spain of Fernando de Rojas (1972) y en el prólogo a la edición de La

Celestina de 1969 de la editorial Alianza, al cuidado de Dorothy S. Severin; los estudios

de Américo Castro consignados en “La Celestina” como contienda literaria: castas y

casticismos (1965) y en La realidad histórica de España (1966) y de María Rosa Lida

de Malkiel en La originalidad artística de “La Celestina” (1962), son para el autor

prueba suficiente de la pertinencia de esta interpretación. Ahora bien, el ensayista no

está planteando que el sentido de La Celestina solo esté al alcance de un lector

especializado que vaya más allá del simple texto literario –un sentido que es necesario

buscar por fuera del texto– sino subrayando la importancia de una obra que capta

singularmente la vida de su tiempo y describe con una aguda inteligencia la condición

humana a través de sus personajes. Goytisolo señala la complejidad de esta obra que es

fruto de una realidad hispanosemítica desconocida para el mundo occidental de

entonces y, de esta manera, confronta la interpretación predominante de la tragicomedia

en la historia de la literatura española, que con un sesgo casticista y religioso entiende el

drama sórdido que encierra y el desencadenamiento fatal de las acciones como la

manifestación de la intención moralizante de su autor. Para Goytisolo la obra trasciende

incluso los tópicos literarios del Medioevo y la influencia petrarquista señalada en el

prólogo de la obra; y su significado no se agota en estas las referencias librescas

relacionadas por Rojas. Así, por ejemplo, la víbora descrita en el prólogo:

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La bívora, reptilia o serpiente enconada, [que, J.F.T.] al tiempo de concebir, por

boca de la hembra metida en la cabeza del macho y ella con gran dulzor apriétale tanto

que le mata, y quedando preñada, el primer hijo rompe los yjares de la madre, por do

todos salen y ella muerta queda (Rojas, 1987: 78-79).

Esa sierpe cuya descripción hace exclamar, a continuación, al autor del prólogo

“qué mayor guerra que engendrar en su cuerpo quien coma sus entrañas”, trasciende

para Goytisolo la plausible imagen asociada con el amor y la muerte a lo largo de todo

el texto (Cfr. Severin, 1987: 79) y asume, en cambio, el significado de la representación

alegórica en una edad conflictiva signada por el litigio de castas, lo cual lleva a

preguntarse al ensayista si ella, la víbora, “¿no es acaso esta Castilla que devora a sus

hijos, esta misma Castilla ‘que faze a los omes e los gasta’”(Goytisolo, 1977: 27). A

través del prólogo de La Celestina, del análisis de los diálogos y las acciones de los

personajes, de la concepción del mundo de la vieja alcahueta, de las palabras de Melibea

a su padre a raíz de la muerte de su amante antes de su suicidio y, principalmente, del

soliloquio final de Pleberio que concluye la tragicomedia de Calisto y Melibea en una

cifra moral, Goytisolo ve la descripción de un mundo sin Dios, donde domina el caos y

la guerra constante y egoísta por la sobrevivencia personal. Ve la descripción literaria de

un mundo en una época en la que, a pesar de la injerencia de la de la religión en todos

los órdenes de la vida, de la superstición religiosa y del control eclesiástico, revela

también la existencia de una corriente de pensamiento de un lúcido racionalismo y de un

escepticismo extremo, nacido en la España de aquellos siglos; una corriente de

pensamiento a la que, para el autor del ensayo y para la corriente historiográfica en la

que busca soportar su argumentación, pertenece Fernando de Rojas y que, en cierto

sentido y sin caer en fáciles anacronismos, se anticipa al pensamiento dominante en la

modernidad (Cfr. Márquez Villanueva, 2009: 185). Esta concepción racionalista del

mundo de Rojas, sin Dios y donde prevalece el afán egoísta, la soledad, la

incomunicación y el permanente litigio, se ve compensada, para el ensayista, por el

erotismo y la rebeldía del signo “cuerpo” (Cfr. Goytisolo, 1977: 27) o, como sintetiza

Gilman, al lado de la guerra continua e implacable en la que están inmersos los

personajes, existe otro movimiento fundamental, igualmente feroz, “una impulsión

erótica… que nos reduce a una furia animal” (Apud Goytisolo, 1977: 28).

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Como se puede apreciar, entonces, no sólo la teoría literaria está en la base de la

argumentación ensayística de Goytisolo. En su proyecto de rescatar y revalorar una

tradición literaria crítica en el contexto de la cultura hispánica, la tendencia

historiográfica que acentúa la importancia del conflicto de castas tras el triunfo de los

Reyes Católicos y extiende las consecuencias de las heridas acaecidas en la sociedad

española por la instauración del Santo Oficio, los estatutos de limpieza de sangre y la

expulsión de los judíos, al devenir de la historia moderna, reviste un carácter

fundamental. Sólo que Goytisolo trata este instrumento teórico de honda raigambre

filológica con la libertad y voluntad de estilo que requiere el ensayo literario, sin caer en

el hermetismo de la especialización académica. Con la historiografía en la corriente que

va de Américo Castro a la filología interdisciplinaria de Márquez Villanueva (Cfr.

Llored, 2007), pasando por los estudios de Stephen Gilman, entre otros, el ensayista

ahonda en la trascendencia de ese pasado histórico, en una proceso de larga duración en

sentido braudeliano y sustenta su crítica y desmitificación de los valores casticistass que

ya había comenzado con su novela Señas de identidad (1966) y los ensayos de El

furgón de cola (1967), y que alcanza su punto de inflexión con Don Julián (1970) y

Juan sin tierra (1975) y los ensayos reunidos en Disidencias (1977). Frente a la

tradición castiza, esta escuela historiográfica, le permite con fundamento llegar a la

conclusión que los judeoconversos y cristianos nuevos crearon el mayor número de las

obras más significativas de la literatura española de los siglos XV y XVI (Cfr.

Goytisolo, 1999: 106).

En el tercer aparte de “La España de Fernando de Rojas”, Goytisolo traza un

paralelo comparativo en torno al tema del erotismo entre La Celestina y la obra de Sade.

Asocia los personajes de la tragicomedia con los héroes sadianos, principalmente, a

Calisto, descrito con un carácter introvertido, apartadizo, egoísta –índice, para algunos

críticos e historiadores, de un sentimiento de marginación social, probablemente

equiparable al que debió sentir su autor por su origen converso (Cfr. Goytisolo, 1977:

30-31)–, preso, además, del impulso incontrolable de su deseo sexual, de un “crudo y

fuerte amor” que “no se rige por razón, no quiere avisos, carece de consejos” (Apud

Goytisolo, 1977: 31). Pero el ensayista va más allá en su afán comparativo. Descubre

una semejanza de propósitos en la obra de Fernando de Rojas y del Marqués de Sade

que les confiere una marcada actualidad. Ambas obras son, para él, la respuesta de sus

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autores ante la sociedad y las ofensas de la vida. Rojas, judeoconverso, respondiendo

con su obra a la despiadada agresión de una edad conflictiva, devolviéndole a su mundo

regido por un sistema inquisitorial avasallante una historia de horror (Cfr. Goytisolo,

1977: 19). Sade, prisionero en la Bastilla, por sus exceso contra la moral y costumbres

de la época, transformando con su obra, en otro momento histórico igualmente

conflictivo, su condición de inculpado en acusador, sublevándose en la soledad de su

celda contra todas las instituciones que le niegan, impiden o limitan la manifestación

libre de “la fuerza soberana de sus pasiones” (Goytisolo, 1977: 28); levantándose ya

contra sus jueces y la sociedad, ya desafiando al mundo, a la naturaleza, a los designios

de Dios. Pero si bien ambos escritores, para el ensayista, aprovechan la libertad absoluta

de la página en blanco para transformar, en un afán subversivo, las imposibilidades del

referente en posibilidades del discurso, según la significativa fórmula de Barthes,

encuentra que la tragicomedia con su descripción cruda de las pasiones humanas no

llega a los excesos y crueldad de los mecanismos destructivos construidos por la

imaginación del autor de Justine, y sin perder un ápice de su fuerza, ni su dimensión

universal, mantiene vigentes, a pesar del paso del tiempo, sus significados latentes,

ofreciendo una visión de mundo considerablemente más próxima al lector hispano (Cfr.

Goytisolo, 1977: 33).

Vemos así cómo, además de fundamentar su reflexión ensayística en los

postulados de la teoría literaria, que entre otros múltiples aspectos del estudio de la

literatura señala los vínculos de todo texto artístico con el ámbito cultural específico en

el que se produce, y de un saber historiográfico que permite precisar las relaciones del

texto literario con otros textos dentro de ese ámbito cultural al que pertenece y con el

contexto histórico donde surge, la perspectiva del presente, como instrumento

hermenéutico de interpretación y comprensión de la obra analizada, mediante el cual

Goytisolo, en este caso concreto, establece la comparación de la obra de Fernando de

Rojas y Sade, busca subrayar la vigencia del significado de La Celestina, de sus

contenidos semánticos a ojos de un lector contemporáneo. Toda vez que la obra del

escritor francés, al momento en que este ensayo fue escrito, estaba siendo objeto de

revisión y de una significativa valoración por la filosofía y la crítica literaria de su país.

Goytisolo lee a Sade a la luz de los estudios de Georges Bataille y Maurice Blanchot,

para enriquecer argumentativamente su comparación con la tragicomedia de Rojas.

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Bataille y Blanchot, con su obra crítica, sustentando un pensamiento libertario y

contracultural surgido en aquellos años en el mundo intelectual francés y con hondas

repercusiones en la cultura occidental –por lo tanto, también en la España de la pre-

transición que marcó en ocaso del franquismo–, como una alternativa contra la

ideología burguesa o los totalitarismos de izquierda, insistieron en la importancia de la

obra de Sade por ser un ejemplo de la sublevación del signo cuerpo ante el devenir del

mundo contemporáneo, por ser un grito de alerta frente la cosificación del cuerpo en la

cultura moderna, grito que repercute un siglo más tarde contra la reificación, la

alienación o automatización del cuerpo en las sociedades industriales capitalistas o en

los regímenes comunistas cerrados, que conoció el siglo XX. Para Bataille, sólo la

sexualidad y sus excesos permiten un conocimiento completo del individuo y la obra de

Sade es completamente reveladora en ese sentido; y, para Blanchot, la obra del autor de

Justine se erige contra todos los simulacros que el hombre construye con el fin de evitar

concienciarse de su radical soledad en el mundo, y por tales simulacros entiende la idea

de Dios, de prójimo y los ideales morales y religiosos que debilitan el carácter

afirmativo de una soberanía individual (Cfr. Goytisolo, 1977: 29-30).

Como es bien sabido, la obra de Sade está vinculada a la racionalidad que

inaugura el Siglo de las Luces y en la encrucijada revolucionaria que funda la

modernidad occidental. En esta encrucijada entre dos órdenes, uno, de valores caducos

que se derrumba estrepitosamente ante el escrutinio de la razón crítica y, otro, que abre

un horizonte de posibilidades a la vida humana y la promesa de un progreso constante,

Sade afirma el derecho absoluto del individuo al disfrute erótico, aún en sus excesos,

hasta el límite de la destrucción del objeto deseado o la propia autodestrucción. En otras

palabras, el hombre forma parte de la naturaleza, es naturaleza; al realizar los impulsos

sexuales se cumple como naturaleza y la naturaleza no tiene un fin, un sentido

teleológico o moral, en ella se suceden por igual los ciclos de nacimiento y muerte, de

creación y destrucción.

Lo interesante de la comparación que establece Goytisolo entre la obra de Rojas

y Sade, es la manera como reactualiza el sentido de La Celestina en “el proceso de su

vida póstuma” (Bajtin, 2003: 349) hasta llegar a nuestros días. Como en Sade, la

tragicomedia también describe un mundo al imperio del caos, en el que no importan los

propósitos y voluntades humanas, donde “la rueda de la Fortuna gira de modo ciego

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(…) no hay un Creador ni armonía ni orden; todo es tumulto, frenesí, desorden,

estridencia, guerra, litigio” (Goytisolo, 1977: 21). Y al igual que en aquella, ubicada en

el umbral de la modernidad, La Celestina, escrita con una antelación de casi tres siglos,

se manifiesta, para el ensayista, como la rebelión del signo cuerpo frente a una

concepción racionalista del mundo. Esa rebelión del signo cuerpo a la que hace

referencia (Cfr. Goytisolo, 1977: 27) –que entendemos como la expresión literaria del

erotismo y su carácter trasgresor– compensa el abismo que entraña el sinsentido del

mundo y restituye al individuo la conciencia de existir por sí mismo. Es así cómo La

Celestina, que es la respuesta de su autor al horror de la época que le tocó vivir,

reactualiza también sus contenidos semánticos latentes de una manera precisa en

contextos culturales de épocas posteriores a la de su creación. En todas aquellas épocas

y sociedades en que el hombre se encuentra sometido al peligro de su cosificación, ya

por un poder humano opresor, ya mediado por una razón instrumental y sus tecnologías:

Trátese de la religión industrial de las actuales sociedades burocráticas –religión

que reduce al hombre a la condición de objeto en un mundo de objetos–, del despotismo

ilustrado de la monarquía absoluta o de una sociedad estructurada sobre esa “Inquisición

inmanente” de la que hablara en una ocasión Unamuno, asistimos a una rebeldía del

signo “cuerpo” contra las ideologías dominantes y sus construcciones racionales

omnímodas. Frente a una pirámide social absurda, asfixiante y tiránica que tritura a los

hombres en sus inexorables mecanismos, Rojas, como tres siglos más tarde Sade,

reivindica la primacía de la impulsión erótica y su también ciega e inexorable furia

(Goytisolo, 1977: 28).

Es claro que Goytisolo, obrando desde la perspectiva del presente en su

interpretación de La Celestina, inclina la balanza hacia el significado del elemento

erótico y que al hacerlo está influido por el pensamiento libertario predominante en el

ámbito intelectual en el momento en el que el ensayo fue escrito; tras Sade, Bataille,

Blanchot, no es difícil encontrar también la filosofía de Herbert Marcuse, uno de los

precursores de ese pensamiento libertario, inspirador de la llamada “nueva izquierda”

que floreció en el mundo occidental a finales de los años sesenta del siglo pasado y de

las revueltas estudiantiles europeas y americanas y especialmente del “mayo francés”,

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de quien Goytisolo reconoce fue un atento lector71. Marcuse, pretendió conciliar las

tesis de Marx y Freud, en este sentido, para él, la auténtica emancipación social debía

pasar no sólo por una revolución social, sino también sexual; sólo así se alcanzaría una

sociedad menos represiva (Cfr. Jay, 1989: 183-192).

Ahora bien, podría pensarse que al enfatizar la importancia de la rebelión del

signo cuerpo, del tratamiento literario del erotismo en la tragicomedia de Rojas, el

ensayista incurra en su interpretación, procediendo desde la perspectiva del presente, en

un anacronismo que desnaturalizara el sentido de la obra en su relación con el contexto

vital donde surge, para afirmar a toda costa una modernidad equiparable, “por encima

del tiempo y el espacio” (Márquez Villanueva, 2008: 6), con otras de las obras literarias

de “nuestro tiempo” (Goytisolo, 1977: 27), más representativas de esa modernidad –

como lo es sin duda la obra de Sade–. Es factible incluso atribuir ese posible

anacronismo a la intención general del autor, en todos los ensayos que conforman

Disidencias (1977), de superar un supuesto historicismo del que adolecerían los ensayos

que integran El furgón de cola (1967), tal como él lo manifestó al crítico peruano Julio

Ortega en la entrevista que cierra Disidencias (Cfr. Goytisolo, 1977: 312-313). Una

lectura crítica, libre y creadora de los clásicos españoles –como en su momento hicieron

ciertos escritores latinoamericanos entre los que se encuentran Borges, Lezama Lima y

Octavio Paz (Cfr. Goytisolo, 1977: 310-314) – sería la forma de superar ciertos énfasis

historicistas pertinentes en el ensayo académico, pero que podrían resultar de una

pesada gravedad frente a la libertad del ensayo literario –como son los de Goytisolo, en

su intención de realizar una lectura creativa de la tradición–. En el fondo, la

interpretación comparatista de Goytisolo desde la perspectiva del presente, relacionando

a Fernando de Rojas y su obra con otros autores y obras que definen nuestra

contemporaneidad, así como su lectura a la luz de ciertos enunciados teóricos que

sustentan un pensamiento libertario propio del espíritu intelectual de la época en que el

ensayo fue escrito, obedece a su afán de singularizar su reflexión, con un aporte

personal –tal es la condición del ensayo en general– de los planteamientos de Gilman,

71 En la entrevista realizada por Ernesto Parra, “Ni Dios, ni amo” recogida en el libro Contracorrientes (1985), Goytisolo, señalando sus influencias teóricas para la época de los ensayos de Disidencias (1977), afirma: “De los autores contemporáneos el que más ha influido sobre mí es, probablemente, Marcuse. Pero cuando lo leí había abandonado ya mi adscripción exclusiva al marxismo, si por ello se entiende el hecho de contemplar la totalidad de la vida a través del prisma único de una ideología” (Goytisolo, 2005a: 610).

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Américo Castro y María Rosa Lida de Malkiel, por más que reconozca su deuda con

ellos. Por lo tanto, la lectura de Goytisolo desde la óptica del presente con su

procedimiento comparativo no cae, según nuestro análisis, en un anacronismo

interpretativo por más que el escritor este “situado” en su época; no incurre en una serie

de fórmulas para equiparar fenómenos diferentes por encima del tiempo y el espacio

con un sentido efectista, y no lo hace porque, como vimos, en ningún momento

descuida el contexto histórico de la obra, antes bien, su análisis y explicación de la

tragicomedia parte de la reconstrucción de éste pero integrado al texto, desde el mismo

texto, y, asimismo, las comparaciones que establece con obras contemporáneas tienen

en cuenta las vicisitudes de ese contexto histórico. Todo esfuerzo hermenéutico de

comprensión conlleva establecer similitudes entre textos diferentes, aunque estén

alejados en el tiempo y el espacio y pertenezcan a culturas diferentes (Steiner, 1997:

135-162). La óptica del presente, explícita en los ensayos literarios de Goytisolo, y su

afán comparativo, más que equilibrar los énfasis historicistas busca resaltar el

significado abierto de las obras en el gran tiempo de la cultura (Cfr. Bajtin, 2003: 349);

resaltar su significado histórico, cultural, su dimensión humana, su proyección en el

tiempo; busca liberar a los autores y obras, en este esfuerzo comparativo, de la prisión

de sus épocas y señalar la “moderna actualidad” de las obras de su interés, que es el

sentido que el ensayista, siguiendo a Bajtin, le confiere al vínculo de la obra de arte con

la historia de la cultura, a través de la cual las obras literarias y artísticas no solo

reactualizan sus contenidos semánticos latentes, sino también en ese “proceso de su vida

póstuma se enriquecen con significados nuevos” (Bajtin, 2003: 349). Por lo demás, en

el ensayo en cuestión, la comparación de La Celestina con la obra de Sade, bien desde

la unidad de propósitos que de forma plausible guía a los dos escritores –la intención de

responder con sus obras a las ofensas de la vida, a la época que les correspondió en

suerte vivir– bien porque ambas obras contrarrestan la concepción racionalista del

mundo que proponen con una rebelión del signo cuerpo, o bien porque cada una de ellas

surge en una edad conflictiva que marca una encrucijada entre dos épocas, la de la

coexistencia de castas y reinado de los Reyes Católicos, en el caso de la primera, el

Ancien Régime y la nueva época inaugurada a partir de 1789, en el caso de la segunda,

en suma, porque La Celestina anticipa la modernidad en la que la obra de Sade está

anclada, no es un despropósito interpretativo ni supone incurrir en un protuberante

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anacronismo. Ya la misma corriente historiográfica que resalta Goytisolo a lo largo de

todos sus ensayos y que procede con una cuidadosa metodología de la historia y respeto

de las fuentes ha señalado que La Celestina no sólo inaugura la modernidad literaria

dentro del ámbito de la literatura española, sino que en ella está presente el trasfondo de

una filosofía racionalista que sin perder su singularidad hispanosemita se anticipa a una

racionalidad moderna; una filosofía de signo averroísta que niega la existencia de la

providencia divina, que piensa que el mundo sólo obedece a las leyes de la naturaleza,

que antepone a la doctrina de los padres de la Iglesia la filosofía de Platón y Aristóteles,

que considera “las sagradas escrituras” como textos alegóricos para ser leídos a la luz de

la filosofía, y que rechaza la capacidad del alma para existir sin el soporte material del

cuerpo; filosofía racionalista que tuvo una amplia acogida popular (Cfr. Márquez

Villanueva, 1997: 121-132). Y el mismo Goytisolo en un ensayo posterior, en el que

vuelve a ocuparse de la tragicomedia de Fernando de Rojas, “El V centenario de La

Celestina”, recogido en el libro Cogitus interruptus (1999), libre de la preocupación de

evitar un sesgo historicista, reconoce que en el ensayo que venimos analizando inclinó

la balanza interpretativa al momento de sopesar el racionalismo de Rojas y su

escepticismo hacia las virtudes morales y sociales del ser humano comparándolo con el

nihilismo de la obra de Sade (Cfr. Goytisolo, 1999: 120-121), sin que ello implicara

necesariamente una lectura anacrónica; pero próximo a los estudios de Castro, Lida de

Malkiel, Gilman, Rodríguez Puértolas y Márquez Villanueva, entre otros, reconoce la

necesidad de recobrar un equilibrio historiográfico y analizar la obra ya no en

comparación con Sade, sino “en correlación a otras doctrinas y hechos más próximos y

acuciantes” (Goytisolo, 1999: 120) de la cultura hispánica. Esta recuperación de una

mirada historiográfica no impide, de otro lado, ahondar en el sentido de La Celestina

desde la óptica del presente para resaltar su vigencia y considerar la obra como un texto

clave cuando se intenta comprender con ayuda de la literatura y el arte las vicisitudes

del mundo actual y su proceso de deshumanización incontrolada:

“Las pasiones e impulsos destructivos descritos por Fernando de Rojas son los

mismos de hoy (…). Leer La Celestina en el desconcierto internacional [actual, J.F.T]

(…) no incita desde luego al optimismo. Las frecuentes referencias de los personajes al

mundo como ‘mercado’ o ‘feria’ en los que las personas o mercancías ‘tenidas cuanto

caras son compradas; tanto valen tanto cuestan’ y la desgarradora invectiva de Pleberio

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al mismo cobran un significado turbador si las confrontamos con el continuo e

imparable declive de los valores humanistas, solidarios y democráticos de las dos

últimas décadas en una Aldea, Tienda o Casino Global regido por poderes

incontrolables y cuya única ley es también la inmediatez del provecho (Goytisolo, 1999:

121-122).

El sentido –la pluralidad de sentidos latentes que guarda su estructura

semántica– de La Celestina no se agota entonces en la prisión de su época y los estudios

historiográficos, preocupados en aclarar todo el entramado económico, político, social,

cultural del contexto histórico donde ella surge, son los que brindan las bases para

establecer las relaciones, tendientes a su comprensión, con otros textos de la cultura y

para señalar la vigencia de la obra, su “moderna actualidad”, por encima del tiempo y el

espacio, al haber descrito de una manera excepcional –en su historicidad– la condición

humana.

El cuarto y último aparte del ensayo “La España de Fernando de Rojas” es,

como el mismo autor lo reconoce (Cfr. Goytisolo, 1977: 33), una breve –última–

apostilla al libro homónimo de Stephen Gilman, pero aunque es una consideración

breve sobre las posibles causas de las dificultades lingüísticas de La Celestina, es un

punto que nos permite aunar nuestra reflexión sobre los tres ejes o unidades de

enunciados que hemos resaltado en la ensayística de Goytisolo –enunciados acerca de la

teoría literaria, la historiografía y comparativos desde la óptica del presente–; unificar

de forma nodular a partir de estos tres ejes semánticos y sus consideraciones sobre el

lenguaje literario, la poética ensayística del autor.

En su estudio sobre La Celestina Gilman plantea un importante dilema al que se

enfrentó Fernando de Rojas por su origen converso en una época caracterizada por el

conflicto de castas, y que guarda relación con el lenguaje. El dilema es de una extrema

complejidad y más que un punto incidental para la crítica e historiografía literaria

compromete toda una visión de mundo, un modo de existencia. Rojas tenía que

expresarse y disentir en un idioma que de manera inherente enaltecía muchos de los

valores que él pretendía rechazar y para Gilman, este hecho es la causa de la dificultad

estilística del texto y explica los diferentes niveles de significación que existen bajo sus

signos verbales (Cfr. Goytisolo, 1977: 33). En otras palabras, si el lenguaje es la

práctica social fundamental que expresa y reproduce la ideología, Rojas tenía ante sí el

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obstáculo de escribir en un idioma a través del cual se manifestaban los esquemas

mentales y transmitían las creencias y valores, las opiniones y criterios de verdad de la

casta dominante; tenía que expresarse y disentir en un idioma que a pesar de ser el suyo,

era controlado y moldeado, a la vez, por la ideología cristiano-vieja.

Este punto señalado por el hispanista norteamericano, le permite a Goytisolo

afirmar su concepción de la literatura como un acto de transgresión simbólica, en el

lenguaje, y extender la situación enfrentada por Rojas y los principales escritores de

origen converso de la tradición literaria española a la condición del escritor disidente en

el ámbito de la cultura moderna occidental: “Dilema, diría yo, no exclusivo de los

conversos, sino propio de todos los disconformes y rebeldes que se internan en la lengua

en que escriben como un territorio ajeno –ocupado por los defensores de la ubicua

ideología oficial–”. (Goytisolo, 1977: 33-34). La escritura entendida de esta manera

implica un desafío radical, se trata de un acto de subversión en el ámbito del lenguaje,

bien en el plano ideológico, narrativo o semántico. El escritor disidente está inmerso en

su lengua pero se rebela contra los códigos ideológicos que la controlan y moldean.

Pertenece a una tradición, a una cultura fundada en la lengua, pero no sólo configura su

obra a partir de esta tradición que se expresa en la lengua, sino también contra ella.

Goytisolo concibe así la literatura como un “acto sutil de tradición” (Goytisolo, 1977:

34), la considera como un acto de delincuencia (Cfr. Goytisolo, 2005a: 569) que busca

confrontar, conmover, perturbar al lector, erosionar sus convicciones más férreas,

orientarlo hacia el terreno de la incertidumbre y la duda. Bajo esta idea escritores como

Jean Genet o William Burroughs alcanzan para él un nivel paradigmático (Cfr.

Goytisolo, 1977: 34); el primero, escribiendo con una precisa corrección idiomática una

obra que es una apología del mal; el segundo, trasgrediendo y parodiando todos los

códigos literarios de su lengua como una forma de escapar a las sociedades de control

del mundo contemporáneo. El escritor disidente se ubica para Goytisolo en un lugar

marginal, excéntrico desde donde intenta minar un lenguaje altamente codificado por la

cultura y la ideología oficial de la comunidad lingüística a la que pertenece. El ensayista

coincide en este sentido con lo expuesto por Gilles Deleuze en un breve texto sobre las

implicaciones de Nietzsche en la cultura moderna, “Pensée nómade”. Texto citando al

principio de este ensayo para explicar el lugar periférico de Rojas en la sociedad de su

tiempo, al haber creado una obra mediante la cual se “escapa con una fuerza centrífuga

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única al despotismo de una máquina administrativa centrípeta” (Goytisolo, 1977: 17),

aquella que unificó a España en el siglo XV y puso fin a la llamada Reconquista. Para

Deleuze, Nietzsche inaugura con su genealogía de la moral y su estilo aforístico

asistemático un pensamiento contracultural en el ámbito de la modernidad occidental

que persigue una decodificación absoluta de todos los códigos, culturales, sociales,

filosóficos, religiosos, morales; una inversión de todos los valores; intenta trasmitir

aquello que no permite codificarse; utiliza su idioma para decir algo que nunca se había

escuchado: “Se sirve del alemán para poner en marcha una máquina de guerra que

transmita algo que no se puede codificar en alemán” (Deleuze, 2005: 324). A esta labor

de decodificación de todos los códigos, incluso al nivel de la escritura y el lenguaje, el

autor del “Pensamiento nómada” la denomina “el estilo como política” (Deleuze, 2005:

324). Definición que acoge el mismo Goytisolo cuando al identificarse con Fernando de

Rojas, afirma:

(…) quiero dejar sentado que no expongo una mera teoría: mi experiencia

personal coincide en efecto, al cabo de los siglos, con la del autor de la tragicomedia.

Obligado a desconfiar de la propia lengua, es más, a pensar contra ella, el desafecto se

esfuerza, hoy como ayer, en instalar en su ámbito un elemento de subversión –

ideológica, narrativa, semántica– que la corrompe y desgasta (Goytisolo, 1977: 34).

El estilo como política así entendido define el conjunto de la obra literaria de

Juan Goytisolo. Desde la praxis novelística o desde su reflexión sobre la literatura busca

crear un espacio de alteridad en su propia lengua (Cfr. Martín Morán, 2001: 108), para

minar no sólo el lenguaje de la dictadura como vehículo de la ideología fascista, de los

valores y mitos tradicionales del nacional catolicismo, sino, con posterioridad a la

muerte de Franco y la transición hacia la democracia, para anteponerlo a los códigos

lingüísticos del consumismo, de los fundamentalismos de la tecnociencia, del lenguaje

instrumentalizado de la Tienda Global o Gran Mercado del Mundo, de los nacionalismo

y de los dogmas excluyentes y a los códigos que soportan la cultura como espectáculo

(Cfr. Goytisolo, 1995a: 12).

Si repasamos lo hasta ahora expuesto observamos cómo toda la reflexión

ensayística del autor confluye en este punto. En el dilema que enfrenta el escritor en

relación con el lenguaje; en cuál debe ser su actitud ante éste como instrumento de

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comunicación, en tanto práctica social a través de la cual se manifiesta y reproduce,

controla y modela la ideología, y como materia de expresión de la creación literaria, en

la cual no sólo se insertan esos aspectos ideológicos –que la teoría literaria en la

corriente sociocrítica ha denominado bajo los conceptos de ideosema y sociolecto (Cfr.

Moretti, 1992; Cros, 1989: 159-170)– sino que se fija el marco del género al que el

texto pertenece. Para Goytisolo, entonces, el lenguaje en la doble acepción de

instrumento de comunicación y de materia de expresión de la creación literaria no es

inocente, neutral, transparente; el escritor que asuma la literatura como un acto de

transgresión, el estilo como política, en el sentido arriba señalado por Deleuze, debe

prestar atención al lenguaje en tanto signo, como sistema lingüístico altamente

ideologizado, aún más que a la realidad exterior a la que alude en su función referencial

(Cfr. Goytisolo, 1975: 137). En el fondo su intención es cuestionar, así lo hace en “La

España de Fernando de Rojas”, lo verosímil literario, bien en el sentido de conformidad

a la ideología de una época o de conformidad a las normas imperantes del género (Cfr.

Goytisolo, 1977: 18).

Recapitulemos, “La España de Fernando de Rojas”, es un ensayo nodular en la

obra crítica de su autor, concretiza su poética ensayística, permite observar la

metodología de sus análisis críticos y su concepción de la literatura. En su intención de

configurar una tradición crítica en la cultura hispánica moderna el ensayista discurre a

través de un procedimiento hermenéutico en el que combina enunciados de la teoría

literaria –intercalando distintos desarrollos de esta disciplina a lo largo del siglo XX–

con los postulados de una interpretación historiográfica de la cultura hispánica en la

corriente de los estudios de Américo Castro, y reactualiza las obras y autores

analizados, obrando de manera comparatista desde la óptica del presente, para culminar

con una atención especial o relevancia del lenguaje literario, señalando a partir de esta

atención la especificidad del hecho literario. Este procedimiento analítico, de

comprensión e interpretación, no necesariamente guarda un orden estable, pero si busca

de manera primordial resaltar la singularidad del texto literario de su interés y

contextualizarlo históricamente.

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Un texto de éste mismo período de los ensayos que conforman Disidencias

(1977), “Escritores, críticos y fiscales”72, nos permite ahondar en la concreción de la

poética ensayística del autor, tal como venimos deduciéndola a partir de “La España de

Fernando de Rojas” y en general del conjunto de sus ensayos. En este texto, en una

primera instancia, Goytisolo hace una reflexión un tanto mordaz e irónica sobre las

relaciones entre los escritores y los críticos, denunciando la arbitrariedad de algunos

críticos que tras de un aparataje teórico y pretensiones científicas esconden un

apriorismo y un subjetivismo de fondo; pero luego, ya sin dejo de ironía, señala los

aportes fundamentales que para el conocimiento del hecho literario ha proporcionado la

pluralidad de métodos de análisis crítico desarrollados a partir de los avances de las

diferentes corrientes de la teoría literaria a lo largo del siglo XX; y a renglón seguido

afirma que, dentro de este amplio espectro analítico, su predilección metodológica se

inclina hacia aquellos acercamientos que se enmarcan dentro de la poética, como ha

sido definida por Roman Jakobson (Cfr. Goytisolo, 1978: 89). Si bien no da una

definición precisa de ésta, que debemos entender como el estudio nomotético de la

literatura desde “la impronta de la función poética en su estructura verbal” (Jakobson,

1970: 7), de la reflexión científica del discurso literario desde la especificidad de su

lenguaje, es decir, de la indagación sobre la diferencia específica de la obra literaria en

relación con las demás artes y otros fenómenos verbales, bajo la pregunta “¿Qué es lo

que hace que un mensaje verbal sea una obra de arte?” (Jakobson, 1987: 347);

Goytisolo si brinda en este texto de manera sucinta ciertas pautas de como él se apropia

de la poética de Jakobson y de los formalistas rusos para apoyar sus análisis críticos. En

este orden de ideas afirma, primero, la autonomía del hecho literario, de la obra y del

campo disciplinar que se ocupa de su estudio –“Toda disciplina permanece en estado

embrionario hasta que no descubre su autonomía y toma conciencia de ella” (Goytisolo,

1978: 90)–; y soporta esta autonomía a partir de una cita extractada de “La teoría del

‘Método formal’” de B. Eichembaum:

el objeto de la poética ‘debe ser el estudio de las particularidades especificas de

los objetos literarios que los distinguen de cualquier otra materia independientemente 72 El texto publicado originalmente en la revista Triunfo, número 683, del 28 de febrero de 1976, pp. 46-50, y recogido posteriormente como ensayo en el libro Libertad, libertad, libertad (Goytisolo, 1978: 80-94), es la versión escrita de una ponencia dentro del coloquio “El escritor y la crítica”, celebrado en el York College de la City University of New York, en 1976.

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del hecho que, por sus rasgos secundarios, está materia sirva de pretexto y dé derecho a

ser utilizada por otras disciplinar como objeto auxiliar (apud Goytisolo, 1978: 90).

Pero aclara, en su reflexión y concepción de la literatura, que esta autonomía no

implica ni la afirmación del arte por el arte ni la soberanía absoluta del hecho literario.

Es la manifestación de una autonomía relativa. Si la poética, como metodología

analítica, atrae la atención hacia el signo mismo, hacia la materialidad del lenguaje

literario, para Goytisolo el gran salto inductivo de la crítica literaria y de los estudios

sobre la literatura se da cuando las obras se consideran como partes constituyentes de un

sistema y no de manera aislada. Sólo cuando se relaciona con otras obras y con un

sistema de valores y significaciones previos la obra analizada cobra sentido. Es un

principio que toma de los formalistas rusos: “La función de cada obra está en relación

con las demás (…), [y dentro de este sistema, J.F.T] cada obra es un signo diferencial”

(Apud Goytisolo, 1978: 90). Como se puede apreciar la formulación teórica de su

acercamiento crítico a un texto dado implica prestar atención a las particularidades

específicas de éste, pero estimándolo como parte constituyente de un sistema global.

Conjunto que define, también a partir del formalismo ruso, como el corpus de la

literatura del tiempo al que la obra pertenece (Cfr. Goytisolo, 1978: 90). Esta

pertenencia al conjunto global de la literatura de su tiempo es tan decisiva para el

ensayista que su vinculación a ella es más fuerte y significativa que la que le une incluso

a los factores socioeconómicos del contexto donde la obra surge, mundo extra-textual

que en muchos de los casos se convierte en su universo referencial. Aunque es

importante anotar que para Goytisolo está última aseveración no implica que el análisis

del hecho literario en toda su dimensión y especificidad excluya el contexto histórico,

económico y social al que la obra pertenece, todo lo contrario, es consciente de que

aquel está atravesado por estos factores. La literatura es básicamente un hecho social y

en este sentido está en estrecha vinculación con la estructura social donde se manifiesta

como tal: “(…) la descripción y análisis de una obra dada nunca será completa si no

hace referencia a todo su conjunto dinámico de elementos y relaciones extra-textuales”

(Goytisolo, 1978: 90). Puede afirmarse entonces que en esta concepción teórica del

análisis crítico el ensayista procede de lo particular a lo general para llegar a una

comprensión e interpretación cabal de texto de su interés: requiere del examen de las

particularidades específicas del texto en tanto signo diferencial a través del estudio de la

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impronta de la función poética; de la vinculación con el corpus de la literatura de su

tiempo, con el sistema de valores y significaciones previos donde éste cobra sentido, y

de la relación con el mundo extra-textual donde surge en tanto hecho social. Ahora bien,

este último aspecto requiere de una matización fundamental para no contradecir la

autonomía literaria y la autonomía de su ámbito disciplinar. De un matiz que por el

contrario reafirma esta autonomía y precisa los límites del campo literario. Para

Goytisolo el análisis de las relaciones del mundo extra-textual con una obra determinada

sólo tiene sentido cuando aquel se estima integrado al sistema total de la obra, es decir,

cuando es la realidad del contexto la que forma parte del texto y no al revés. La

estructura del mundo extra-textual se entiende como parte constitutiva de la estructura

del texto (Cfr. Goytisolo, 1978: 90).

Vemos así como en la concepción de la crítica literaria del autor los enunciados

de la teoría literaria, de la historiografía, su metodología comparatista desde la óptica

del presente –desde el actual nivel de conocimientos en el presente de la escritura donde

se ubica en ensayista– y su atención primordial al lenguaje literario, obedecen a una

coherencia teórica de su visión de la literatura y se integran en un todo orgánico: para

analizar y comprender las particularidades específicas de la obra de su interés, para

ubicarla dentro del corpus de la literatura de su tiempo y para analizar el contexto

histórico como parte integrante del texto. Esta concepción de la poética, que parte de

Jakobson y de los formalistas rusos, pero que se enriquece con los desarrollos de la

teoría literaria a los que permanece atento el ensayista durante toda su trayectoria,

trasciende sus obra crítica y permea su novelística, está en la base de lo que Goytisolo

denomina el “árbol de la literatura”; es decir, la poética no sólo se reduce a una

metodología analítica, es, básicamente, su concepción de la literatura. Y si en una

primera instancia, tal como se aprecia en las formulaciones teóricas expuestas en los

primeros ensayos que componen Disidencias (1977) dedicados a La Celestina, La

Lozana Andaluza, la novelística de María de Zayas y el tratamiento del cuerpo en la

obra de Quevedo, la idea del “árbol de la literatura” está referida a la relación que cada

obra particular guarda con el corpus literario de su tiempo, es a partir de estos mismos

ensayos y en ésta misma época, al hacerse consciente cada vez más, a través de su

práctica novelística y ensayística, de la importancia fundamental de Cervantes en la

configuración de la tradición literaria hispana y de su influencia seminal en la novela

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moderna –como se puede apreciar en los ensayos “Lectura cervantina de Tres tristes

tigres” y “Terra nostra”, dedicado a la novela de Carlos Fuentes, que hacen parte de

este mismo volumen–; y a partir también del contacto directo con las ideas literarias de

Mijail Bajtin –quien aparece relacionado como soporte teórico en el ensayo dedicado a

Quevedo (Cfr. Goytisolo, 1977: 135) – que esta concepción limitada del árbol de la

literatura se ampliara de su formulación inicial para comprender el “gran tiempo” de la

cultura, en donde cada obra no solamente cobra sentido en relación con el corpus

literario de su tiempo, sino que alcanza su significado en un diálogo abierto con el

pasado y la posteridad, en la historia de la cultura (Cfr. Bajtin, 2003: 349). La idea del

gran tiempo de la cultura sustentará su poética y definirá lo que el ensayista expone bajo

la imagen del “árbol de la literatura”, como respuesta a la pregunta por el contenido del

término literatura y sus conexiones reales con la cultura y la sociedad (Cfr. Goytisolo,

1995a: 9). Es en este sentido, reiteramos, que los enunciados de la teoría literaria para la

determinación y valoración del hecho literario; los historiográficos, para la comprensión

de la sociedad y la cultura a donde la obra pertenece, y su procedimiento comparatista

desde la óptica del presente, alcanzan su pertinencia hermenéutica.

5.3. Variantes a una concepción performativa de la literatura. “Notas

sobre La Lozana Andaluza.

En el siguiente ensayo de Disidencias (1977), “Notas sobre La Lozana

Andaluza”, así como en los demás que conforman este libro, esos elementos

predominantes de sus análisis críticos que hemos denominado enunciados teóricos o

ejes semánticos –como resultado de examinar el discurso ensayístico del autor para

delimitar el espacio de estos elementos discursivos– cumplen una función equiparable a

la que desempeñan en el ensayo dedicado a Fernando de Rojas y su obra. En las “Notas

sobre la Lozana Andaluza”, el autor conserva su intención de fondo –común a toda su

ensayística– de configurar una tradición crítica a través del rescate y revaloración de

autores y obras que han permanecido al margen del canon tradicionalista de la historia

de la literatura española. En este caso particular su interés se centra en incluir dentro de

esa tradición crítica a Francisco Delicado y su novela, en reivindicar ésta última del

índice de libros no recomendables señalado por la crítica conservadora de don

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Marcelino Menéndez Pelayo, quien la consideró un “libro inmundo y feo”, sin ningún

logro artístico, pues su naturalismo fotográfico era, para él (Cfr. Goytisolo, 1977: 37-

38), “elemental y grosero” y su prosa “impura” llena de “solecismos y barbarismos”, y

redujo el interés por La lozana andaluza (1530) sólo al campo de una crítica

especializada, puesto que en su criterio la novela no debía salir nunca de “lo más

recóndito de la necrópolis científica” (Apud Goytisolo, 1977: 38); y, asimismo, el

ensayista pretende reivindicar la novela del ostracismo impuesto por los epígonos del

gran polígrafo santanderino, quienes al no poner nunca en duda los juicios del maestro,

con un apriorismo ideológico, nacionalista y católico, han desconocido por años la

importancia de la novela de Delicado. Goytisolo busca entonces traer al conocimiento

de un lector contemporáneo una obra que, por circunstancias extra-artísticas,

permaneció desconocida durante más de cuatro siglos y luego marginada por la crítica

casticista hasta tiempos recientes73. Y con el fin de lograr éste propósito recurre tanto al

aporte historiográfico de la escuela de Américo Castro, para sustentar su interpretación

y contextualización de la novela, como a los postulados de la teoría literaria, para

mostrar la originalidad, sorprendentemente moderna, de sus técnicas narrativas.

Goytisolo combina estos dos acercamientos teóricos con una completa libertad

hermenéutica. Si bien el origen converso de Francisco Delicado no es un hecho

comprobado documentalmente, como ha sido posible establecer el origen del autor de

La Celestina, mediante los documentos hallados –partidas de bautismo de su entorno

familiar, procesos judiciales donde estuvieron vinculados parientes cercanos–, lo que

lleva a sostener a una crítica mayoritaria que en el caso de Delicado se trata de

conjeturas y meras suposiciones (Cfr. Bubnova, 2008: xxii-xxvi), Goytisolo si deduce,

analizando el contexto como parte integrante del texto, es decir, a partir del análisis

semántico de apartes específicos del texto de la novela y con la ayuda de los

planteamientos historiográficos de Castro, Hernández Ortiz y Rodríguez Puértolas (Cfr.

Goytisolo, 1977: 41), el origen converso del autor de La Lozana Andaluza y la 73 Estas circunstancias extra-literarias que aduce Goytisolo se reducen al destino singular de la obra. Publicada hacia 1530, no se supo nada de La Lozana Andaluza hasta cuando en 1845 el hispanista austriaco Ferdinad Wolf, descubrió un ejemplar anónimo en la Biblioteca Imperial de Viena, y así permaneció hasta que el bibliógrafo español Enrique de Gayangos descubriera su autoría (Cfr. Bubnova, 2008: xii), razón por la que Goytisolo afirma al comienzo de su ensayo: “Destino ejemplar el de La Lozana: obra marginada de un español marginal, desconocida de sus contemporáneos a raíz de su anónima impresión en Italia, ignorada generación tras generación hasta el descubrimiento de su único ejemplar por Gayangos, ha permanecido en estado de hibernación durante cuatro siglos y medio, sin lograr romper hasta hoy el corsé petrificado de su crisálida” (Goytisolo, 1977: 37).

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repercusión de éste hecho para la interpretación de la obra. En este sentido, por ejemplo,

no sólo analiza las costumbres alimentarias descritas por la protagonista, y su

comportamiento y juicios de valor frente a los judíos y moriscos que denotan su

simpatía hacia ellos, sino que establece oposiciones entre los términos “inquietud” y

“agudeza”, de un lado, utilizados para describir a la Lozana y “quietud, gravedad y

sosiego” del otro, para demostrar que esta oposición, en una época de una fuerte

conflicto inter-castizo, connotaban las diferencias entre los conversos y cristianos

viejos; los primeros términos eran sinónimos de judaísmo y, los segundos, se utilizaban

para calificar el porte y actitudes de los cristianos viejos (Cfr. Goytisolo, 1977: 41); a

través de este análisis terminológico de los diálogos de Lozana y de su relación con

otros personajes establece el elemento judío del libro. Asimismo, a partir de este análisis

de su estructura semántica, deteniéndose en los paratextos de la obra –“la epístola

introductoria al ‘retrato’ de su paisana (…), en la appendicula y cartas finales

(Goytisolo, 1977: 45)–, donde se descubre la presencia de Delicado, el ensayista deduce

una identificación entre la visión de mundo de la protagonista y la visión de mundo del

autor que va más allá de la compenetración del autor con su obra y que permite,

también, en su criterio, afirmar el origen converso de Delicado. De nuevo, es

conveniente advertir, que la crítica literaria de Goytisolo no es académica ni histórica en

un sentido estricto, pero si opera con una base filológica y teórica seria dentro de la

libertad hermenéutica y estilística del ensayo literario; y en su propósito general de

configurar una tradición crítica en el ámbito hispano, lo autoriza para lanzar este tipo de

hipótesis interpretativas en un terreno no clausurado por completo desde un punto de

vista de las fuentes históricas; como es, en este caso, la pertenecía de La Lozana

Andaluza a la vertiente conversa de la literatura española, y señalar la importancia

fundamental de esta vertiente en el panorama de la cultura hispánica. Esta identificación

entre Delicado y la Lozana, deducida a través del texto y los paratextos, lo lleva a

afirmar también que la moral natural que caracteriza a la protagonista –y que se

manifiesta mediante la crítica social presente en sus diálogos, en el cuestionamiento de

las costumbres laxas y desenfrenadas del clero, en su reconciliación de fondo con la

prostitución y simpatía hacia las mujeres de su propia condición, en su preocupación

desinteresada por el bien común, en su optimismo vital y, principalmente, en su actitud

de abierta indiferencia frente a la religión– es propia de la visión de mundo del autor y

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refuerza su idea del origen converso de Delicado y de la importancia de este rasgo en la

caracterización de la protagonista. En este punto, coincide con el análisis de Francisco

Márquez Villanueva acerca de la obra de Delicado, quien encuentra en la falta de

creencias de Lozana, en sus preocupaciones humanitarias y en su vago racionalismo

epicúreo, una ética puramente natural, común al mundo converso de la época, que la

protegía de cualquier tacha de hipocresía o inconsistencia y que el autor de Origen y

sociología del tema celestinesco (1993) extiende asimismo a Francisco Delicado (Cfr.

Goytisolo, 1977: 48). Esa moral natural de Lozana se diferencia de una moral cristiana y

guarda una estrecha relación con la sensualidad del personaje y con el tema erótico

como elemento fundamental de la obra. Es, a criterio del ensayista, la razón para que

Lozana no sufra un castigo trágico por sus pecados y apetencias sexuales al final del

libro, como lo exigiría un didactismo católico, persiguiendo restablecer el supuesto

desequilibrio moral, y pueda el personaje retirarse tranquilamente con su amante a la

isla de Lípari a terminar sus días (Cfr. Goytisolo, 1977: 52).

Una vez planteado el tema del elemento judío de La Lozana con ayuda de los

lineamientos historiográficos de Américo Castro y su escuela, en la interpretación del

pasado español, Goytisolo aborda el análisis del erotismo de la novela resaltando, en

este sentido, la originalidad de sus diálogos, como un caso excepcional dentro del

panorama de la literatura española; por su realismo, libertad expresiva, sensibilidad

social y humana; por su crudeza, pero también por su gracia e ingenio. Señala que el

logrado tratamiento del cuerpo y el erotismo en La Lozana Andaluza, sólo es asimilable

al del Libro de Buen Amor y La Celestina, configurando con ellas una alta tradición

cultural que, por obra de la ideología cristiano vieja, desaparecerá del panorama de la

literatura española hasta la primera mitad del siglo XX, cuando vuelva resurgir en la

poesía de Cernuda (Cfr. Goytisolo, 1977: 53). Ahora bien, la singularidad del análisis de

Goytisolo, a nuestro juicio, estriba en equiparar en un mismo plano de importancia la

significación excepcional de la expresión literaria del cuerpo en La Lozana con la

innovación de sus técnicas narrativas. Erotismo y escritura se unen así en la

interpretación del hecho literario en Goytisolo, como propósito central de los ensayos de

Disidencias (1977). El acto transgresor que implica el tratamiento literario abierto del

sexo y el erotismo en una cultura y un medio religioso cerrado, lo asimila al acto de

innovación literaria a un nivel formal; a la ruptura con una preceptiva de género anterior

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y al descubrimiento de nuevas técnicas narrativas; a la apertura hacia la libertad

creadora que posibilita la palabra escrita, al valor de la escritura que se refleja así misma

y a la conciencia de la importancia temática que tiene el proceso de la génesis de la

propia escritura. Equiparación cuerpo-escritura que, en el contexto sociocultural del

mundo hispánico de las décadas de los años sesenta y setenta del siglo pasado, bajo la

férula del franquismo y su incidencia sobre la cultura, tiene un sentido preciso, crítico,

así lo haga a través de la interpretación de un texto del siglo XVI, como es la Lozana

Andaluza.

Si bien es poco probable que la obra de Delicado hubiera tenido una amplia

difusión y recepción en el período áureo de la literatura española (Cfr. Bubnova, 2008:

xii-xiii), para Goytisolo los ingredientes composicionales de la estructura formal de La

Lozana, como son principalmente el dialogo realista y la introducción del autor en el

mundo propuesto de la ficción, culminará “en el descubrimiento cervantino de la novela

moderna” (Goytisolo, 1977: 53), y ubica la obra, en cuanto su innovación técnica,

dentro de una serie de hitos de la literatura hispana entre los que destaca como

antecedentes al Arcipreste de Talavera o Corbacho (1498), con el descubrimiento del

discurso interior por el que emerge el “yo” como instancia narrativa y La Celestina

(1500), con sus personajes dinámicos y completamente individualizados (Cfr.

Goytisolo, 1977: 53). Con ayuda del análisis del discurso literario propuesto en el

ámbito teórico del estructuralismo por Gérald Genette, diferencia el diálogo realista de

La Lozana del relato bocacciano, recurriendo para ello a los conceptos de diégesis y

mimesis, que el teórico francés utiliza en sus consideraciones narratológicas

retomándolos, a su vez, de las reflexiones platónicas y aristotélicas sobre la poesía y la

tragedia. Para Goytisolo en el relato de tipo bocacciano predomina la diégesis, que

entiende como el procedimiento narrativo utilizado para resumir las acciones de los

personajes en una secuencia lógica, después de que estas han sucedido y en La Lozana,

en cambio, predomina la mimesis, que define en este contexto como el procedimiento

mediante el cual el autor deja a los personajes expresarse por su cuenta a través del

diálogo y así, el desarrollo de la acción, se dará por medio de éste, como en el teatro

(Cfr. Goytisolo, 1977: 54). Lo interesante de ésta asociación teórica es que el ensayista

resalta a través de ella, como característica de La Lozana, más que la realidad del

mundo representado, la realidad del discurso; más que el efecto realista, más que el

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carácter documental o el “naturalismo fotográfico” del que hiciera mención Menéndez

Pelayo, el realismo lingüístico, el tratamiento literario del lenguaje hablado: “La

reproducción escrupulosa del habla popular en el vasto crisol de la metrópoli romana”

(Goytisolo, 1977: 54). También es interesante subrayar, en este punto, que el ensayista,

procediendo desde su óptica del presente y como una forma didáctica de traer la obra

analizada y contextualizar su explicación frente a un lector actual –para el momento en

que el ensayo fue escrito–, compara el diálogo realista de La Lozana, bajo el concepto

de mimesis, con el recurso dialógico utilizado en el panorama de la novela española

contemporánea por Rafael Sánchez Ferlosio en El Jarama (1955). El efecto realista de

ambas obras, que ha llevado a la crítica a elogiarlas como ejemplo del realismo literario,

en el primer caso, como precursora del naturalismo de Galdós (Cfr. Goytisolo, 1977:

45) y en el segundo, como cima de la novela social de mediados del siglo XX español,

se enriquece por su fidelidad a la lengua hablada –bien del habla callejera en la Roma

del siglo XVI en La Lozana, bien del habla de las capas populares madrileñas a

comienzos de los años cincuenta en la novela de Sánchez Ferlosio–.

Pero lo fundamental es señalar que con esta asociación e interpretación teórica,

el ensayista busca recalcar el proceso que va de la atención al lenguaje hablado en la

novela de Delicado a la materialidad de la escritura, equiparando en un mismo plano de

importancia este proceso con la representación del “signo cuerpo”, con la expresión

literaria del cuerpo y el erotismo como tema perturbador de la obra. En este sentido, a

pesar del predominio de la mimesis, la innovación formal de La Lozana, no se agota en

el desenvolvimiento que en ella alcanza el diálogo realista. En ese camino que lleva a la

novela moderna cervantina, donde se combinan los dos elementos del relato señalados

por Genette, es decir, la diégesis y la mimesis, la narración de las acciones y el diálogo

directo de los personajes, Goytisolo llama la atención sobre la presencia del autor al

interior del universo de ficción como uno de los logros principales de la novela de

Delicado. Así, el autor aparece representado en los diálogos de la novela cumpliendo

varias funciones, llenando los vacíos de la narración por medio de sus acotaciones,

exponiendo las dificultades de la narración, interviniendo como un personaje más en

diálogo con los protagonistas de la acción y, en suma, representándose en el acto de

escribir a la manera que Velázquez en Las Meninas aparece en el proceso de pintar (Cfr.

Goytisolo, 1977: 56-59). En esta intervención del autor, el ensayista ve tanto la marca

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del escritor atento a la realidad del signo lingüístico, del lenguaje en su manifestación

viva, sensual, orgánica del habla callejera, como la marca de la materialidad de la

escritura –corporal– a través de la presencia del autor en el acto de escribir,

inmiscuyéndose al interior del mundo de la ficción.

Se puede apreciar así cómo Goytisolo en “Notas sobre La Lozana Andaluza”,

con ayuda de la historiografía literaria de la escuela de Américo Castro y los postulados

de la teoría literaria estructuralista, expone una concepción performativa o

autorreflexiva de la literatura74, con un carácter subversivo equiparable a la transgresión

que implica la expresión literaria del cuerpo y el erotismo en la cultura moderna.

Encuentra en la novela de Delicado un antecedente relevante de esa poética

performativa y del sentido transgresor del tratamiento literario del erotismo; y, por lo

tanto, una obra precursora de esa tradición crítica que busca configurar a través de sus

ensayos y novelas. La inserción personal del autor dentro del mundo de la ficción en La

74 Utilizamos el término performativo, poética performativa, conscientes de su polisemia y dificultad frente a la definición de literatura, en un sentido estricto, como la expuesta por Goytisolo a través de sus novelas y ensayos literarios. Tomamos el término del artículo “Diálogos de Juan Goytisolo con el neoestructuralismo: hacia una poética performativa del texto”, de Óscar Cornago Bernal. Para Cornago (2001: 254-255) la poética performativa en un sentido amplio es asimilable a la “actividad” estructuralista, tal como la define Barthes (1977: 255-262) en sus Ensayos críticos, actividad destinada a desvelar los mecanismos de creación de significados, producción de discursos y procesos de mitologización en la cultura occidental; luego esta perspectiva performativa pasa a ser, a partir del final de los años sesenta, con el Neoestructuralismo: “un lugar central, no ya únicamente en tanto maquinaria semiótica de deconstrucción, sino como eje de una nueva filosofía basada en el pensamiento –concebido este también como actividad en un “aquí” y un “ahora”– de la otredad y la diferencia como categoría absoluta no sujeta al movimiento dialéctico, es decir, una filosofía no representacional, en la medida en que la representación remitía a unos conceptos lógicos de espacio, tiempo y causalidad, que quedaban ahora superados (Cornago, 2001: 255). En este sentido tal concepto abarca la poética de Goytisolo, su ruptura con el realismo restringido, su trabajo centrado en el proceso de enunciación y no en el enunciado, su atención a la escritura en tanto actividad, al singo y no a la cosa representada; su ruptura con una lógica narrativa fiel a una poética aristotélica, con su lógica de la verosimilitud en un sentido tradicional y su respeto rígido de las categorías de espacio, tiempo y causalidad. Sin embargo, en un sentido estricto, el concepto de acto perfomativo aplicado a la literatura, tal como lo emplea el mismo Goytisolo en el ensayo “La novela española contemporánea” que hace parte de este mismo volumen de Disidencias (1977), es opuesto a su concepción de la literatura adoptada con posterioridad a Señas de identidad (1966), porque fiel a la filosofía de los “actos de habla” de J.L. Austin, el acto performativo definiría mejor, en su criterio, el programa de la novela social de la generación del medio siglo, a través del cual se identificaba la escritura con la política y la literatura con la realidad, con la vida. Así más que un acto performativo la literatura realista de la novela social caía en una “ilusión performativa”: “Escribir un poema o una novela tenía entonces (así lo creíamos) el valor de un acto: por un venturoso azar histórico acción y escritura se confundían en un mismo cauce” (Goytisolo, 1977: 159). Se identificaba la literatura con la acción política, el compromiso literario con el compromiso político. Por eso podría ser más conveniente, así adoptemos y respetemos el concepto de poética performativa definida por Cornago, hablar de una poética autorreflexiva o de la autorreflexividad en el sentido que U. Eco, a partir de la definición de la función poética del texto estético, definición por lo demás asumida plenamente por Goytisolo, para dar cuenta del procedimiento que centra la atención ante todo sobre su propia organización textual (Cfr. Eco, 1995: 368-371).

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Lozana, en el presente histórico y discurrir de las acciones del universo propuesto, en

tanto autor y personaje, define ese carácter performativo. Sin hacer mención explícita de

éste término, común a la reflexión filosófica sobre el lenguaje, el arte y la literatura

hacia finales de los años sesenta y comienzos de los setenta del siglo pasado (Cfr.

Cornago Bernal, 2001: 249-256), Goytisolo en su análisis de La Lozana brinda una

explicación de lo que se puede entender por este concepto en relación con la literatura.

Para ello, ubica la reflexión en el contexto de la cultura hispánica. Parte de una

concepción tradicional sobre la novela como un género serio, rígido, expuesta por

Ortega y Gasset en los ensayos “Ideas sobre la novela” (1925) y Espíritu de la letra

(1927): “la novela exige que se la perciba como tal novela, que no se vea el telón ni las

tablas del escenario (…) con la novela no se puede jugar: impone un decálogo

inexorable de imperativos y prohibiciones” (Apud Goytisolo, 1977: 57). Frente a ésta

concepción tradicional del género novela, basada en unas normas estrictas:

verosimilitud, realismo, naturalidad, Goytisolo antepone otra concepción de la novela

que, al interior del mundo propuesto, revela directamente su poética. No esconde sus

signos, muestra el proceso de escritura y de génesis creativa con un peso temático

específico; revela el proceso de enunciación, dándole plena realidad –en este contexto,

considera a la novela contemporánea hispanoamericana, para la fecha en que el ensayo

fue escrito, la más innovadora en este terreno, con las obras de Lezama Lima, Severo

Sarduy, Carlos Fuentes, entre otros, como la más innovadora en este terreno (Cfr.

Goytisolo, 1977: 58)–. Para el ensayista ésta concepción performativa de la novela

subvierte la idea tradicional de género novelístico interesada en representar la realidad

del mundo extra-textual tal cual es, interesada por transmitir un contenido, por

esconderse tras un mensaje preciso, por disfrazar sus recursos narrativos, el andamiaje,

el telón y las tablas del escenario. Subversión que en su opinión es asimilable a la

transgresión que, frente a la sociedad capitalista moderna y la identidad del hombre

burgués, preocupado siempre por esconder sus signos, implica el erotismo, puesto que

el acto erótico se revela como un comportamiento disolutorio, un cuestionamiento

profundo de la identidad individual; un exceso transgresor que atenta contra el orden

moral y social establecido, contra la cultura del trabajo y la identidad personal (Cfr.

Cornago, 2001: 600). En su reflexión sobre La Lozana, Goytisolo equipara los dos

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fenómenos, la escritura performativa y el acto erótico, a través de una ironía que parodia

la voz del crítico tradicional o del moralista cristiano o puritano:

(…) nada de perder el tiempo y malbaratar palabras, nada de gasto inútil:

erotismo no, acto procreador; derroche no, economía; juego de escritura, barroquismo,

figuras retóricas, ¡vade retro!: pura información, lenguaje denotativo: expropiación de

la plusvalía productiva, fisiológica, verbal (Goytisolo, 1977: 58-59).

En el fondo Goytisolo está formulando en su reflexión una crítica del concepto

del arte como representación que, en el contexto de la cultura hispánica, se manifiesta

como una crítica del realismo literario decimonónico y de una idea tradicional de la

novela, basada en una noción rígida acerca del género. Un reproche al realismo

entendido bien en un sentido reductor, la novela como una copia fotográfica de la

realidad, o bien entendido como un estilo “natural”, característico de una manera de

concebir el arte y la literatura dentro de la historia de la cultura española, propio de una

visión de mundo del hombre español, que se refleja en su arte y literatura: para dar

cuenta de la realidad de la vida española, en su variedad y riqueza; del temperamento

recio del hombre español, de sus pasiones hondas, de sus conflictos, de su sed de mundo

(Cfr. Goytisolo, 1977: 64).

Así, entonces, la concepción performativa de la literatura, en el sentido

formulado, y la exaltación del erotismo, es un duro cuestionamiento a la concepción de

la novela sustentada en el realismo como visión de mundo “natural” del hombre

español, a la crítica literaria tradicional y conservadora –en cabeza de Menéndez Pelayo

y sus epígonos– y a la represión del sexo, en el arte y la literatura hispánicos, desde

finales del siglo XVI hasta bien entrado el siglo XX. Y al manifestar su reparo, está

siendo coherente con la visión de la novela expuesta en el ensayo “Literatura y

eutanasia” de El furgón de cola (1967) en el que, recordemos, controvertía la

concepción de la novela social de su generación, la llamada generación del medio siglo,

por su conformismo estético en medio de su inconformismo político, por su concepción

estrecha del realismo literario, por su respeto reverencial de la tradición castiza: a un

lenguaje y unas fórmulas literarias heredadas de la tradición. Ensayo que, entre sus ejes

argumentativos, desarrollaba la idea afirmada por Barthes de que “la obra más ‘realista’,

no será la que pinta la realidad, sino la que sirviéndose del mundo como contenido (…)

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explorará lo más profundamente posible la realidad irreal del lenguaje” (Apud

Goytisolo, 2005a: 46).

En este sentido, los ensayos “El mundo erótico de María de Zayas” y “Quevedo:

la obsesión excremental”, que hacen parte de Disidencias (1977), son un desarrollo de

estas ideas –de la crítica del realismo literario y del tratamiento del erotismo y su

represión en la historia de la literatura española–, obrando desde la óptica del presente y

con la ayuda de los postulados de la teoría literaria y de la mirada historiográfica que

enfatiza la importancia de la coexistencia inter-castiza en la compleja configuración de

la conciencia colectiva hispana.

5.4. El realismo como fórmula y la importancia de la sexualidad

femenina en las novelas de María de Zayas.

En largo ensayo “El mundo erótico de María de Zayas”, dedicado a analizar la

obra novelística –Novelas amorosas y ejemplares o Decamerón español (1637) y la

serie Desengaños amorosos (1647)– de la singular escritora española del siglo XVII,

precursora, junto con sor Juana Inés de la Cruz, del feminismo en el ámbito hispánico,

Goytisolo crítica el anacronismo de un sector importante de la crítica tradicional por

aplicar un concepto de realismo decimonónico a sus novelas. Para ello, confronta los

estudios del académico Agustín González de Amezúa (1881-1956), sobre la obra de

María de Zayas75 –no por su erudición, dedicación o bagaje investigativo, que pone

fuera de toda duda, como también pone fuera de toda duda la ingente labor y esfuerzo

del maestro de Amezúa don Marcelino Menéndez y Pelayo sino porque, al igual que la

obra crítica e histórica del autor de Historia de los heterodoxos españoles (1880-1882),

cae en una serie de prejuicios nacionalistas y religiosos que no permite una

revalorización profunda de la historia de la literatura española (Cfr. Goytisolo, 1977:

63-68)–. Dentro de la polémica contra la crítica casticista emprendida a través del

conjunto de los ensayos literarios, en “El mundo erótico de María de Zayas”, cuyo

objetivo es resaltar la vigencia de su obra, Goytisolo advierte que Amezúa se acerca a

las novelas de aquella de una manera apriorística, no sólo cayendo en el dogma de

75 Básicamente los prólogos a la obra novelística de Zayas, publicada dentro de la colección Biblioteca Selecta de los Clásicos Españoles por la Real Académica de la Lengua, en los años 1948 y 1950.

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considerar el realismo como la cumbre del arte occidental, con un rasero excluyente,

sino identificándolo con una suma de cualidades que estima propias de la idiosincrasia

de la historia del arte y la literatura española, como son los valores realistas,

costumbristas y locales (Cfr. Goytisolo, 1977: 63). Bajo ésta perspectiva Amezúa

analiza las Novelas amorosas y los Desengaños con parámetros más cercanos al

realismo galdosiano que a las preceptivas del género novelístico que primaban en

tiempos de la autora madrileña; al incurrir en este tipo de anacronismo Amezúa

considera la obra de Zayas como un reflejo fiel de su época, como la expresión genuina

y documental de la realidad social vivida en la España del siglo XVII y olvida, a criterio

del ensayista, la autonomía del discurso literario; el hecho de que el impulso que motiva

la evolución de la historia literaria lo constituye la interacción e influencia de unas obras

sobre las otras; desconoce, además, a juicio de éste, que toda creación artística se da

dentro del ámbito de la historia de la cultura, donde cada obra es la reiteración,

modificación o negación de un conjunto de obras precedentes, y el hecho de que “la

conexión de una obra con el género o sistema al que pertenece es siempre más intensa

que la que le une a la realidad exterior” (Goytisolo, 1977: 63). Con éstas premisas

Goytisolo desmota la idea del realismo como un estilo “natural” propio de la literatura

española y se interna en los textos de las novelas de Zayas para demostrar cómo en ellos

hay una reiteración de lugares comunes y recursos literarios convencionales que

pertenecen más al canon literario de su tiempo que a unos pretendidos valores realistas;

y, en cambio, resalta su innovación temática, la defensa de la mujer y el tratamiento

abierto de la sexualidad femenina, así lo haga dentro de los modelos literarios rígidos de

su época; asimismo Goytisolo ubica el contexto como parte integrante de los textos y no

trata a estos como simples reflejos, copias, del mundo extra-textual. Sirviéndose de la

teoría de los formalistas rusos y del estructuralismo, en especial de los textos de

Shklovski sobre el arte como artificio y acerca de los elementos compositivos de la

prosa literaria (Cfr. Goytisolo, 1977: 83) y de Eichenbaum sobre la evolución y

formalización de los géneros (Cfr. Goytisolo, 1977: 83), corrobora que las novelas de

María de Zayas se sitúan dentro de la preceptiva literaria de su tiempo impuesta por el

relato de tipo boccacciano; señala cómo los sucesos, las peripecias, el modo de narrar,

los recursos y procedimientos literarios, respetan el repertorio de tópicos imperantes en

aquel momento. De esta manera rastrea dichos tópicos estableciendo un paralelo entre

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las novelas de Zayas y Las novelas a Martica Leonarda de Lope de Vega, para

corroborar una actitud similar de los dos escritores frente a los lugares comunes de la

novela italianizante vigente en el ámbito hispano en aquel entonces (Cfr. Goytisolo,

1977: 76-85). En su rechazo del realismo en la obra de María de Zayas incluso va más

allá de rastrear el repertorio de tópicos y convenciones literarias en sus novelas. A partir

de las reflexiones de Iuri Lotman sobre la diversidad de códigos estéticos que inciden en

la estructura del texto literario (Cfr. Goytisolo, 1977: 71), muestra cómo en su

convencionalismo las Novelas y Desengaños están subordinadas a una “estética de

identidad”, que estima el mérito de las obras en función del respeto estricto a unas

reglas claras y precisas, a su adaptación a las expectativas conocidas de antemano por

los lectores, a una familiaridad esperada, y no a una “estética de oposición” a través de

la cual el escritor se enfrenta a los códigos convencionales de la comunicación literaria,

a los prejuicios del lector, imponiendo su propio modelo o perspectiva del mundo como,

en su criterio, se da en la tragicomedia de Fernando de Rojas y no en las novelas

zayescas (Cfr. Goytisolo, 1977: 71). Sin embargo, en su análisis y con el prisma teórico

mencionado, el ensayista logra demostrar que si bien María de Zayas respeta el canon

literario de su época, sus novelas no son una reiteración de esquemas inocuos que nada

aportan al corpus general de la literatura. Así sus narraciones estén soportadas en una

estructura literaria convencional, sobre argumentos y técnicas manías y heredadas del

pasado, la actitud de la escritora ante el mundo expuesto –el lugar de la mujer en la

sociedad española del siglo XVII, su debate entre la dialéctica del amor y la honra, y la

expresión de la sexualidad femenina en esa edad conflictiva– es novedosa y, en su

opinión, contiene elementos que, entre líneas, como parte de la estructura de los textos,

subvierten y contradicen la visión literaria anterior (Cfr. Goytisolo, 1977: 87). En este

sentido para Goytisolo la originalidad de Zayas reside en un tratamiento emancipado del

erotismo femenino frente a los códigos patriarcales y morales de su tiempo, en donde la

mujer era objeto de la propiedad del hombre, su mercancía y el resguardo frágil de su

honor que sitúa entre las piernas de aquella (Cfr. Olivares, 2000: 27-28; Goytisolo,

1977: 92-93). Aun respetando los valores de una ideología cristiano-vieja las novelas de

Zayas trascienden, en parte, la condición de inferioridad impuesta a la mujer. Como

señala Goytisolo los personajes femeninos que deambulan por sus páginas no son

objetos pasivos del deseo masculino, se caracterizan por tener una sexualidad activa,

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son deseadas y desean a los hombres por igual, y en la vivencia de sus impulsos

sexuales, no les importa desafiar las leyes de la honra y las restricciones impuestas de la

opinión pública. Si hay una intención moralizadora en sus novelas ésta no es

conservadora; en sus ficciones, además del tratamiento franco de la sexualidad, resalta

la defensa de la mujer frente a las injusticias a las que se ve expuesta por una condición

de subordinación que para Zayas no era natural sino socialmente determinada (Cfr.

Goytisolo, 1977: 96-97).

Ubicando el erotismo de las novelas de María de Zayas dentro de la reflexión

historiográfica de Américo Castro, Goytisolo insiste en resaltar el aspecto emancipador

de la sexualidad femenina que, frente al tema de los valores realistas y compositivos de

su obra, ha sido minimizado por una crítica tradicionalista, empeñada en considerar este

aspecto como un factor incomodo y perturbador de las novelas sin lograr trascender sus

prejuicios ideológicos; como, reitera, es la visión del mismo Amezúa: “a doña María la

indulta el hecho de que jamás pone intención lúbrica ni lasciva, ni busca de propósito

tales situaciones, sino que ésta surge como consecuencia lógica e inevitable de la

acción, sin que (…) incurra en pecador regodeo o morosa delectación” (Apud Goytisolo,

1977: 89)–. Para el ensayista la mirada conservadora hacia el sexo es un lugar común de

la crítica casticista, en la línea que va de don Marcelino Menéndez Pelayo a Unamuno,

pero tiene sus raíces profundas en la represión del sexo en la cultura hispana, con un

propósito y una justificación política a lo largo de su historia moderna. Equipara esta

represión al abandono de las ocupaciones intelectuales y comerciales por la casta de los

cristianos viejos ante el miedo de que se les tomara por hebreos pero, en este caso, es el

rechazo a la cultura árabe y su exaltación corriente de la sensualidad. Vincula así el

problema, en su origen, al conflicto de castas que fracturó la sociedad española desde el

triunfo de los Reyes Católicos. Lo explica con una argumentación que recoge las ideas

de la interpretación de Américo Castro del pasado español, que merece citarse por

extenso:

La mayor “tragedia” histórica de la península (la invasión sarracena y

subsiguiente “destrucción de la España sagrada”) fue atribuida por nuestros cronistas a

un delito sexual (el amor adúltero del rey don Rodrigo por la hija del conde don Julián),

y docenas de poemas celebran la penitencia impuesta al rey vencido de ser devorado por

una culebra, allí “por do más pecado había”. La ofensiva puritana no fue sólo resultado,

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como comúnmente se cree, del concilio de Trento: se remonta mucho más atrás.

Conviene recordar que el texto del Libro de Buen Amor ha llegado a nosotros

desgraciadamente incompleto: tutores celosos, arrogándose poderes sensoriales que

invocaba el señor Menéndez, le arrancaron algunos folios y manipularon pasajes y

versos enteros de su primitiva visión: “La castidad de la expresión escrita –observa

acertadamente Castro– fue primero un aspecto de la tarea defensiva de Castilla contra

los moros, y para proteger su ya inmutable carácter más tarde”. (Goytisolo, 1977: 91-

92).

Al ubicar en su origen la represión del erotismo en la cultura hispana como

consecuencia del conflicto de castas, y asimilarlo al descuido de las labores intelectuales

y comerciales por la casta de cristianos viejos –hecho que sumió a España en un atraso

secular frente al mundo europeo– Goytisolo (1977: 92) llega a la conclusión que

reprimir la inteligencia equivale a reprimir el sexo, y viceversa. Toda vez que este

proceso inhibitorio se incluye dentro de las prácticas de Castilla para protegerse de la

influencia de las otras culturas que coexistían e hibridaban en su territorio, y para

consolidar unos valores casticistass que se consideraban inmutables, entre los cuales la

religión vivida como férula social y mental tenía un peso considerable. La represión del

erotismo no fue entonces el resultado de una ética burguesa que contrapuso la

“racionalidad” del trabajo al impulso irracional de la naturaleza humana, oponiendo la

productividad a la libido en el proceso de acumulación capitalista, como sucedió en los

países protestantes de Europa, sino el resultado de factores de orden inmanente y

existencial. La España contrarreformista e inquisitorial cerró así las puertas al proceso

de configuración de la modernidad ilustrada y reprimió, además, y no con unas

consecuencias de menor importancia, la expresión del erotismo en el arte y literatura, es

decir, condenó el erotismo como afirmación absoluta de la vida –o como sostiene

Georges Bataille en un ensayo dedicado a Emily Bronte del erotismo como “la

ratificación de la vida hasta en la muerte” (Bataille, 1981: 27)–.

La tradición de la literatura arábigo andaluza con su exaltación de la sensualidad

del cuerpo y las costumbres, y su influencia en la literatura castellana descaeció

progresivamente a partir del dominio de la casta de los cristianos viejos. En el ámbito

abierto por ésta tradición son hitos El libro de Buen Amor, el Cancionero de obras de

burlas, la Celestina y La Lozana Andaluza; y en su tratamiento abierto del sexo, como

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una variante de la misma, Goytisolo (1977: 92-94) ubica las novelas de María de Zayas

por su reivindicación del Eros femenino, que trasciende la visión de mundo cristiano

vieja a la que pertenecía la autora. A partir del siglo XVII esta tradición desapareció de

la cultura hispana hasta entrado ya el siglo XX con la poesía de Luis Cernuda (Cfr.

Goytisolo, 1977: 53). Sin embargo, al contextualizar la obra de María de Zayas dentro

de esa edad conflictiva caracterizada por la lucha de castas, señalar la dialéctica entre el

amor y la honra que envuelve su obra y situar, además, en este contexto el problema de

la represión del sexo en la cultura hispana, llama la atención que Juan Goytisolo eluda

considerar dentro de las causas del asfixiante patriarcado español del siglo XVII, contra

el que se enfrentó la autora de las Novelas amorosas y ejemplares, el legado de la

cultura árabe de sometimiento y reclusión de mujer –a pesar de la extremada galantería

de los hombres hacia el sexo femenino (Cfr. Olivares, 2000: 27). Si la peculiar

personalidad hispana se configuró a partir de la coexistencia inter-castiza no es difícil

suponer que esta herencia árabe incidió de manera relevante en una organización social

bajo la exclusiva autoridad de los hombres. Llama la atención esta inadvertencia por el

conocimiento profundo del autor de la cultura árabe y de su influencia en la identidad

cultural española. Sin embargo este hecho en nada demerita los logros de su reflexión,

la manera como confronta la crítica literaria casticista y reivindica, a partir de su visión

historiográfica del pasado español, la obra de María de Zayas76. En el conjunto de

ensayos que conforman Disidencias (1977), “El mundo erótico de María de Zayas”

consigue integrar dentro de la tradición crítica propuesta por el autor, como propósito

fundamental de sus ensayos literarios, la obra de Zayas, con su defensa de la mujer y el

tratamiento franco de la sexualidad femenina. Logra reivindicar la rebeldía de esta

escritora perteneciente a una minoría de mujeres cultas en un siglo caracterizado por un

reaccionario patriarcado de origen contrarreformista (Cfr. Olivares, 2000: 25).

76 En beneficio de la omisión de Goytisolo y con una visión más amplia del problema del sometimiento de las mujeres en la cultura mediterránea, se puede aducir que investigaciones de orden antropológico han probado que éste no es exclusivo de la cultura árabe o del patriarcado cristiano, y que se remonta en el tiempo teniendo un origen preislámico: “La gran antropóloga Germaine Tillion ha demostrado en su pionero trabajo que la posición inferior de las mujeres es consecuencia de un cambio que se produjo en la época de la revolución neolítica, en el momento en que el hombre se hizo sedentario y dominó las técnicas agrícolas. Su libro Le Harem et les cousins (1966) muestra porqué y cómo la endogamia y el encierro de las mujeres se impusieron en todo el Mediterráneo” (Todorov, 2008: 194).

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5.5. La represión del sexo en la cultura hispánica. “Quevedo: la

obsesión excremental”.

La teoría literaria en la línea de los formalistas rusos y el estructuralismo

francés, la historiografía de Américo Castro y el tema de la represión del sexo en la

cultura hispánica, como una reflexión primordial desde la óptica del presente en el

ámbito de un pensamiento libertario al momento en que éstos ensayos fueron escritos,

están también en la base de la estructura semántica de “Quevedo: la obsesión

excremental” (Goytisolo, 1977: 117-135). Ensayo que, como su nombre lo indica, trata

sobre la importancia de la fijación escatológica del autor de La vida del Buscón llamado

don Pablos (1604), en una cultura escindida por el conflicto de castas y empeñada por

su idealización castiza, desde el triunfo de los Reyes Católicos, en negar la realidad del

cuerpo. Rechazo que se convierte a criterio del ensayista en signo de un profundo

trauma cultural colectivo que se extiende a lo largo de la historia y se manifiesta en el

arte, la literatura y la crítica, en tanto actividad, ésta última, que se ocupa de la reflexión

sobre el arte, sus contenidos y su función en la sociedad (Cfr. Goytisolo, 1977: 118-

119). La intención de este ensayo recuerda en un punto los motivos que guiaron el

examen de conciencia emprendido a través de los ensayos de El furgón de cola (1967):

“la esperanza de que, en sus modestos límites, contribuyan al saneamiento de nuestra

atmosfera cultural” (Goytisolo, 2005a: 16). En la época de la pretransición, cuando la

sociedad española –influida en parte por el movimiento libertario y contracultural que

hacia finales de los años sesenta sacudía al mundo occidental– despertaba de la inercia

del franquismo y su cultura nacional-católica, la reflexión sobre el alcance de la obra

satírica y burlesca de Quevedo, con su tratamiento abierto de las excreciones corporales,

a pesar de las múltiples aversiones y contradicciones que manifiesta su autor –su

misoginia, racismo, homofobia– pretendía una apertura analítica en el ámbito de la

crítica literaria, al considerar la visión escatológica de éste como un punto de partida

“para la comprensión y cura eventual de nuestras seculares heridas y traumas”

(Goytisolo, 1977: 135). Proyecto implícito del ensayista en la configuración de una

tradición crítica moderna en un medio reacio a asumir plenamente los fundamentos de

esa modernidad, mediante el cuestionamiento de sus mitos, supersticiones y fobias;

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empeño de desvelar una mentalidad conservadora cristiana encerrada entre sus

fantasmas que se proyecta en el ámbito del pensamiento y el arte limitando sus

posibilidades expresivas y de conocimiento. La intención no sólo de ubicar las causas

de un trauma secular sino de contribuir a superar sus efectos. De incidir mediante su

obra literaria, novelas y ensayos críticos, recogiendo la herencia de Goya, Valle-Inclán

y Buñuel, a desvelar lo que en el ámbito de la cultura hispánica ha permanecido

reprimido en la opacidad más recóndita de su conciencia colectiva.

En el caso concreto del ensayo “Quevedo: la obsesión excremental”, parte de

señalar la insuficiencia de la crítica literaria frente a un aspecto fundamental de la obra

del escritor manchego: la presunta asepsia científica –de manera deliberada o

inconsciente– de los investigadores que se han ocupado de su obra para encarar el tema

de su obcecación escatológica, al no encuadrar con los esquemas casticistas y los altos

valores espirituales e intelectuales que se empeñan en resaltar (Cfr. Goytisolo, 1977:

119). En este sentido, reconociendo que existe un uso diferente del lenguaje para aludir

a los aspectos fisiológicos y viscerales del cuerpo humano, dependiendo de cada época

y cada sociedad, según se trate de los sectores populares o de las élites cultas, Goytisolo

se centra en el problema lingüístico que ha implicado, al volverse un tabú, referirse a la

realidad del cuerpo y sus manifestaciones en la sociedad hispánica a lo largo de su

historia moderna; tomando como ejemplo la obra de Quevedo y mostrando cómo la

dicotomía entre un lenguaje vulgar indirecto mediante los chistes y las bromas del

pueblo o la asepsia y negación del lenguaje culto de las minorías intelectuales son la

consecuencia enfermiza –neurótica– de una represión extrema (Cfr. Goytisolo, 1977:

117-121). Así, vuelve a plantear el problema en términos históricos, englobando éste

aspecto escatológico con la represión del erotismo y el tratamiento de la sexualidad a

partir del dominio de la casta de cristianos viejos y el triunfo de los Reyes Católicos y la

posterior expulsión de judíos y moriscos. Como ya lo había hecho al abordar el tema del

erotismo en la literatura hispánica en los ensayos anteriores dedicados a La Celestina,

La Lozana Andaluza y las novelas de María de Zayas. Detalla el proceso de degradación

paulatina del valor del cuerpo desde la sociedad de Al-Ándalus, donde la religión y el

cuerpo no eran incompatibles y cuya influencia se refleja en una obra literaria como el

Libro de Buen Amor, texto mudéjar donde el espíritu y el cuerpo no son términos

excluyentes y representan un todo armónico, hasta el Siglo de Oro y su visión

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degradada de los valores sensuales de la vida; relacionando esta degradación con la

derrota del Islam y la erradicación de la cultura musulmana, la expulsión de los judíos y

la instauración de la Inquisición y sus prácticas censoras de control ideológico y

espiritual, la política de exaltación de los mitos casticistas y el predominio de un

catolicismo contrarreformista con un exacerbado irracionalismo frente a las costumbres

y conductas humanas (Cfr. Goytisolo, 1977: 121-122).

Entre los múltiples asuntos que aborda el ensayo dos puntos nos llaman la

atención en relación con los propósitos generales propuestos en nuestro análisis de

Disidencias (1977) –la interrelación de la teoría literaria y la visión historiográfica del

pasado español, junto con la perspectiva del presente al abordar el tema del erotismo y

la represión–. El primero, es la interpretación que hace del tema escatológico de la obra

de Quevedo. Luego de esbozar el problema de la censura del cuerpo en las diferentes

sociedades del mundo moderno, en la sociedad hispánica con sus particularidades

históricas y su catolicismo contrarreformista y en las sociedades protestantes con su

proceso de racionalización y reificación del cuerpo como mero instrumento al servicio

de la productividad del trabajo, y de ejemplificar este paralelo comparando la obsesión

excremental de Quevedo con la de Jonathan Swift, para mostrar que el catolicismo

culpabiliza al cuerpo y lo humilla, y el puritanismo lo cosifica y abstrae, y de concluir

que en la historia moderna del mundo occidental se ha dado una alienación y represión

sistemática del cuerpo, siendo una de sus principales consecuencias la radical

desposesión lingüística para referirse a él de manera directa y para reconocer su plenitud

biológica (Cfr. Goytisolo, 1977: 129-131), el ensayista se dedica a resaltar las

implicaciones del tratamiento escatológico del cuerpo en la obra de Quevedo. No sólo

reconoce la dimensión de su obra como uno de los escritores más inteligentes de su

tiempo y que le ha dado mayor realce a la lengua, sino que expone sin contemplación

sus aversiones y fobias que lo convierten, asimismo, en uno de los escritores más

complejos y contradictorios de la literatura castellana y universal. Para Goytisolo la

obcecación escatológica de Quevedo revela el trauma de esa edad conflictiva

representada por la lucha de castas, pero también, sin lugar a dudas, la superación, en

tanto obra, de la neurosis colectiva que implica la negación verbal del cuerpo. Su obra

representará dentro de la cultura hispánica “la apoteosis de los fisiológico y visceral –la

toma de conciencia del cuerpo negado con su mugre, deyecciones y salivas” (Goytisolo,

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1977: 124). Y, en su complejidad y contradicción, traduce el esfuerzo de devolverle la

voz al cuerpo frente a las ideologías monolíticas o la racionalización que hace

abstracción del ser biológico y lo sustituye en una entelequia, para recordarle al ser

humano su animalidad y preservar su conciencia de sí mismo (Cfr. Goytisolo, 1977:

127).

Y el segundo punto que es preciso mencionar de este ensayo sobre la fijación

excremental de Quevedo, en nuestro interés de derivar una poética de Juan Goytisolo a

través de su obra crítica, más que un enunciado explícito es la constatación de una

motivación implícita que guía su reflexión. Y consiste en el hecho de equiparar el

cuerpo en su realidad plena, sexual y escatológica, con el acto de la escritura; con una

concepción de la escritura alejada de su función referencial y atenta, con mayor énfasis,

a su realidad textual. En asimilar la aceptación de la desnudez del cuerpo, su realidad

fisiológica y visceral con la escritura libre de su función instrumental. Esta equiparación

obedece a su interés, para la época en que los ensayos fueron escritos –que es asimismo

el período de culminación de su obra de ruptura novelística con Don Julián (1970) y

Juan sin tierra (1975)– hacia lo que denomina “la búsqueda del lenguaje” (Goytisolo,

1975: 137) y que consiste en no prestar atención a la realidad exterior, a la

representatividad, sino al signo, al sistema lingüístico; enfocarse más en el significante

que en el significado. Recordemos una vez más el precepto de Barthes que adopta

Goytisolo desde los ensayos de El furgón de cola (1976): “la obra más ‘realista’ no será

la que ‘pinta’ la realidad, sino la que sirviéndose del mundo como contenido (…)

explorará lo más profundamente posible la realidad irreal del lenguaje” (Apud

Goytisolo, 2005a: 46). Liberar al cuerpo de su reificación, de su alienación, de sus

censuras, de los tabúes morales y religiosos, de su represión en la cultural es equiparable

entonces, para el ensayista, a una escritura liberada de sus mistificaciones, clisés,

lugares comunes o toda abstracción que afirma su función instrumental, trasparencia y

niega su espesura textual. En el caso concreto del ámbito cultural al que pertenece el

escritor este esfuerzo pretende distanciarse del realismo como un estilo “natural” que

encubre, a su criterio, la realidad del lenguaje y distanciarse de las fórmulas heredadas

de una tradición casticista. Busca, en cambio, explorar la realidad del lenguaje en toda

su espesura o corporeidad textual: “abandonar la vieja función del género, de

representar el mundo exterior, para fijar la atención en el lenguaje: esto es pasar de la

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copia, del lenguaje transparente, a la escritura, a la autonomía del discurso” (Goytisolo,

1977: 164). Tal como afirma en el ensayo, de este mismo volumen, “La novela española

contemporánea”, complemento a la reflexión iniciada en “Literatura y eutanasia” de El

furgón de cola (1967), y donde hace una revisión crítica de la novelística de sus

escritores coetáneos a partir del análisis de la influencia disímil de las obras de Martín

Santos y Sánchez Ferlosio, para proclamar una renovación total del compromiso del

escritor que involucre tanto un plano estético como moral.

Pero este vínculo entre el cuerpo y la escritura que Goytisolo formula basado en

la combinación o integración con fines hermenéuticos de una serie de postulados

teóricos, como son, reiteremos, la teoría literaria que va del formalismo ruso al

estructuralismo que privilegia el aspecto formal, textual de la literatura77, la

historiografía de Américo Castro que resalta la importancia de la tradición árabe en la

cultura española, principalmente la sensualidad arábigo-andaluza que se perdió tras el

triunfo de las Reyes Católicos, y un pensamiento libertario, emancipador, adoptado

desde la óptica del presente que relaciona ambas realidades, el ensayista lo plantea y

demuestra a partir del análisis de las diferentes obras de las que se ocupa en los ensayos

de Disidencias (1977), y no sólo en el ensayo sobre la obsesión escatológica de

Quevedo. En un sentido estricto esta equiparación pretende asimilar la transgresión

erótica con una ruptura o subversión de una concepción tradicional de la novela y la

literatura en general. En este orden de ideas, la relación cuerpo-escritura, como ya

vimos, está planteada en los ensayos “La España de Fernando de Rojas” y “Notas sobre

La Lozana Andaluza”, a través de una poética performativa, entendida como una

concepción de la literatura auto-referencial, fundamentada en la “necesidad de

desvelamiento de los mecanismos de creación de significados, producción de discursos

y procesos de mitologización” (Cornago, 2000: 255), para relacionar así la transgresión

erótica con la escritura en tanto se asume desde una estética de oposición que rompe con

las normas de género y las coerciones de la ideología dominante de la época (Cfr.

Goytisolo, 1977: 18).

77 Básicamente, en este caso, en la línea de las reflexiones de Barthes y sus consideraciones críticas sobre la literatura burguesa, que se presenta como no ideologizada y basada en el realismo como un estilo “natural”; de Benveniste, con sus análisis del proceso de enunciación diferenciándolo del enunciado, para resaltar el discourse sobre la histoire–, y de Jakobson, con su énfasis en la función poética del lenguaje (Cfr. Goytisolo, 1977: 161-165).

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5.6. El cuerpo y la escritura en la literatura hispanoamericana

contemporánea.

5.6.1. El lenguaje del cuerpo, Octavio Paz.

En los ensayos de la segunda parte de Disidencias (1977), dedicados al análisis

de las obras de algunos escritores hispanoamericanos leídos a la luz de su vinculación

con la tradición analizada en la primera parte –la de La Celestina, La Lozana, las

novelas de María de Zayas y la novela cervantina, en tanto obra seminal que desvela los

mecanismos de su propia creación inaugurando la modernidad literaria–, la vinculación

cuerpo-escritura a través de la conexión de los postulados de la teoría literaria,

historiografía de Américo Castro, su interpretación del pasado español y la

aproximación al erotismo en la cultura moderna desde la óptica del presente, desde el

actual nivel de conocimientos, también resulta evidente y contrastada. Así, en la primera

parte del ensayo “El lenguaje del cuerpo (Sobre Octavio Paz y Severo Sarduy)”,

Goytisolo no sólo resalta la singularidad e importancia de la obra poética y ensayística

de Paz –en su criterio uno de los poetas contemporáneos más grandes de la lengua

castellana y, a la vez, un pensador que traspasó las fronteras del idioma con su obra

ensayística, y configuró una obra excepcional, moderna, en el sentido pleno del término,

puesto que en ella se disuelven las barreras entre los géneros, revelándose como crítica

y creación al mismo tiempo (Cfr. Goytisolo, 1977: 173-174)– no sólo resalta en toda su

dimensión la obra de Paz, sino que al ocuparse en concreto de dos textos de su

producción, el ensayo Conjunciones y disyunciones (1969) y del poema –ensayo y

relato, a la vez– El mono gramático (1970), muestra cómo Paz armoniza estas dos

realidades del cuerpo y la escritura con una fuerza singular en el panorama hispánico.

En efecto, expone cómo en la primera de las obras señaladas el ensayista mejicano,

exhibiendo un conocimiento profundo de la cultura precolombina, islámica, hindú,

china y del barroco español, y contrastando este conocimiento con un pensamiento

contemporáneo hacia el cuerpo y la sociedad –los análisis de Max Weber, Erich Fromm

y Norman O. Brown– analiza la historia de la sociedad en los términos de su actitud

frente al binomio “cuerpo” / “no cuerpo”, para explicar la rebelión del cuerpo en las

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sociedades occidentales contemporáneas, después de siglos de represión por obra de la

ética calvinista y el catolicismo contrarreformista (Cfr. Goytisolo, 1977: 174-176). En

este sentido, Goytisolo concluye:

El pensamiento de Octavio Paz (…) desafía, con insolencia desconocida entre

nosotros, los fundamentos doctrinales de la tradición judeocristiana con respecto al

cuerpo, victima perpetua de las abstracciones teológicas o racionales que han servido de

base a la explotación despiadada de la burguesía (…): un pensamiento que no niega el

cuerpo, no lo abstrae, no lo reprime; que antes bien le da la palabra y auspicia la

reconciliación del hombre consigo mismo (Goytisolo, 1977: 176).

Y, de igual forma, comprueba cómo el poema El mono gramático (1970) revela,

en el ámbito de la creación literaria, el esfuerzo de Paz por establecer una

correspondencia entre el cuerpo como escritura y la escritura como cuerpo (Cfr.

Goytisolo, 1977: 176-177). Además, para el ensayista, Paz es uno de los escritores

precursores de una crítica que se enfrenta a la obra escatológica de Quevedo sin

prejuicios ni anteojeras.

5.6.2. La sensualidad de la palabra, Lezama Lima y la herencia de

Góngora.

Pero tal vez el ensayo de Disidencias (1977) que, valiéndose de los instrumentos

teóricos señalados, presenta de una manera mucho más tangible la relación cuerpo-

escritura, es el dedicado a la valoración de la obra novelística del escritor cubano José

Lezama Lima y su reinterpretación poética –creativa, a través de sus poemas y novelas–

de la poesía de Góngora. Puesto que si para Goytisolo Quevedo es el escritor del

síntoma neurótico, de una neurosis colectiva que ante la inmanencia castiza del

catolicismo hispánico, rechaza el cuerpo, la obra de Góngora es la apoteosis triunfal del

vínculo entre el cuerpo y la escritura como exaltación afirmativa. En “La metáfora

erótica: Góngora, Joaquín Belda y Lezama Lima” (Goytisolo, 1977: 285) el ensayista se

dedica a analizar el discurso narrativo, haciendo énfasis en el lenguaje como un

elemento primordial, de Paradiso (1966), la novela emblemática de Lezama, a partir de

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su capacidad para combinar el género poético y novelístico. Lezama logra, para

Goytisolo, enfrentarse a la transparencia del lenguaje denotativo y reafirmar, a través de

la constelación de metáforas y tropos verbales que despliega en su creación, “la

existencia de una expresión lingüística perceptible en sí misma y no como simple

intermediario de su significación” (Goytisolo, 1977: 261). Este peso conferido al

lenguaje poético, pretendiendo emular la realidad y sustituirla con un “cuerpo verbal”,

por medio del cual: “El poeta reemplaza el lenguaje transparente con el lenguaje

figurado para imponer la presencia de las palabras –el lenguaje común con el lenguaje

literario para imponer la presencia de las cosas” (Goytisolo, 1977: 261), es el legado y

reapropiación que el novelista cubano recibe de la obra de Góngora. Goytisolo explora

esta herencia para enfatizar el vínculo entre el cuerpo y la escritura a través del análisis

de las imágenes eróticas en la novela de Lezama. Y para ello, como ha hecho a lo largo

de los ensayos que conforman Disidencias (1977), entrelaza la teoría literaria,

formalista y estructuralista, y la interpretación historiográfica de la escuela de Américo

Castro sobre la importancia de la presencia árabe, de la sensualidad arábigo-andaluza en

la cultura hispánica. Así, logra demostrar que Lezama se sirve de Góngora como el

referente que dentro los límites de su idioma le permite la apropiación poética de la

realidad, de la que el erotismo es una parte primordial. Y es Góngora, a criterio de

Goytisolo, el poeta que con mayor fuerza alcanza ese vínculo entre cuerpo y escritura en

el ámbito de la literatura española:

El arte elusivo de Góngora, ese empeño típicamente suyo en evitar la mención

de los objetos a fin de hacer salir el idioma de su transparencia ilusoria es, en verdad, el

resultado de una lucha grandiosa, titánica para que el lenguaje cobre cuerpo –de una

demencial porfía en imponernos a brazo partido, la presencia opaca, densa, casi física de

las escurridizas palabras (Goytisolo, 1977: 181-182).

Góngora que, como afirmara Lezama: “tenía principalmente de los árabes el

secreto deseo… de sensualizar el verso, convirtiéndolo en corpúsculo” (apud Goytisolo,

1977: 261).

En este orden de ideas, la vinculación entre el cuerpo y la escritura planteada en

los ensayos de Disidencias (1977), para enfatizar el valor que el ensayista le confiere a

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la transgresión erótica en el seno de la sociedad contemporánea –como el rencuentro del

hombre consigo mismo a través de la liberación del cuerpo– y a una concepción crítica

de la literatura que subvierte una estética de identidad e impugna el conformismo con

las preceptivas heredadas de la tradición y la ideología dominante de una época, está

también presente en los ensayos “Lectura cervantina de Tres tristes tigres”, “Terra

nostra” y “La novela española contemporánea”. Los dos primeros destinados valorar la

obra de los novelistas hispanoamericanos Guillermo Cabrera Infante y Carlos Fuentes,

exaltando la reinterpretación y apropiación que hacen en sus obras de la novela

cervantina, y el último, a establecer un diagnóstico de las causas del colapso de la

novela social española de mediados del siglo XX, luego de a su apogeo y del cambio de

la condiciones históricas que propiciaron su surgimiento. En el caso de estos ensayos,

como en sus apreciaciones sobre la influencia de Góngora en la obra de Lezama Lima,

su reflexión se centra en subrayar la importancia que en el ámbito de la novela

contemporánea, entrado ya el siglo XX, adquiere la atención al proceso de enunciación

por encima de la función referencial o fidelidad al mundo representado, al universo de

acontecimientos de la historia narrada; el interés que adquiere la realidad del discurso,

de manera autosuficiente, desprovista de su función referencial, como objeto de la

práctica novelística; de la preocupación por el aspecto estético de la literatura en tanto

escritura, resaltando su dimensión textual.

5.7. Ampliación de la crítica del realismo de la generación del medio

siglo: “La novela española comtemporánea”.

Este interés por el aspecto formal de la literatura está en la base de la poética

asumida por el escritor. De lo que ya ha perfilado claramente hasta este momento, a

partir de su práctica novelística –de Señas de identidad (1966) a Juan sin tierra (1975) y

de su reflexión crítica –de El furgón de cola (1967) a Disidencias (1977)– como su idea

de la literatura. Noción que definirá posteriormente con la figura del “árbol de la

literatura”, para enfatizar la relación que cada texto guarda con el sistema de la

literatura, ámbito donde la obra alcanza su especificidad. Advirtiendo que esta idea y

preocupación por el aspecto formal no contradice ni refuta en ningún momento la

certeza del ensayista de que la literatura como lenguaje es un hecho social y por

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consiguiente que cada obra tiene también una relación –no mecánica ni determinista–

con el contexto histórico social donde surge y donde adquiere pleno sentido; pero, en su

concepción, la relación con el sistema de la literatura es más fuerte que la relación de la

obra con el mundo extra-textual. Asimismo, en su origen, este interés por el aspecto

formal en cuanto posición estética es una crítica del realismo decimonónico y de una

concepción castellanista de la literatura heredada de la generación del 98, por lo tanto su

concepción estética tiene también una connotación de crítica ideológica.

En “La novela española contemporánea”, que es el corolario de la reflexión

iniciada en los ensayos “La literatura perseguida por la política” y “Literatura y

eutanasia” de El furgón de cola (1967), la explicación anterior resulta evidente. En este

ensayo Goytisolo expone de nuevo las causas que en su criterio incidieron para el auge

de la novela social española (1950-1965) cultivada por la llamada generación del medio

siglo, según la conocida denominación de José María Castellet (Cfr. Goytisolo, 1977:

156); es decir, por aquella generación de escritores hijos de la guerra civil, testigos y

víctimas inocentes de la misma. Goytisolo señala entre estas causas el inconformismo

político de ésta generación intelectual frente al régimen franquista, ante su

conservadurismo social, el asfixiante sistema de la censura y la mala gestión

administrativa; su anhelo apremiante de una transformación radical de la sociedad

española auspiciado por el fin de la guerra fría y el deshielo ideológico del campo

socialista en el orden internacional; la convicción franca de estos escritores que la

literatura testimonial, al permitir ofrecer una visión fiel y personal de la realidad y las

injusticias sociales –en una ilusión performativa, la palabra como acto– contribuiría a

poner fin al régimen opresor. Para el ensayista tal propuesta novelística, basada en un

realismo stendhaliano, “como un espejo a lo largo del camino” (Goytisolo, 1977: 157),

fue una exigencia moral y cívica sincera resultado del momento histórico vivido y

asumida con plena responsabilidad por los escritores; la expresión de un compromiso

político claro y sin equívocos, en el que la función testimonial de la novela –bajo un

realismo social que en su objetividad buscaba eludir el control de la censura– vino a

suplir las restricciones a la libertad de expresión durante el franquismo (Cfr. Goytisolo,

1977: 162). Pero al mismo tiempo, el aislamiento cultural al que se vieron sometidos los

miembros de esta generación por culpa del régimen y su confusión general entre lo que

era eficacia política y eficacia literaria, influyeron para la decadencia paulatina de la

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novela social. Cuando cambiaron las condiciones políticas y económicas en la última

fase del franquismo y se alcanzó una cierta apertura en el sistema de la censura previa,

cuando se tuvo la certeza de que la transformación radical anhelada de la sociedad, el

cambio revolucionario que pusiera fin a la dictadura y al dominio de la clase burguesa

no se alcanzaría, la inercia del conformismo estético y el agotamiento de su lenguaje

precipitaron la declinación de la novela social.

En criterio de Goytisolo, el punto de inflexión temprano alcanzado por Sánchez

Ferlosio con El Jarama (1955), que “remataba brillantemente todo un ciclo de nuestra

novela y excluía, a causa de su misma perfección, la posibilidad de una descendencia”

(Goytisolo, 1977: 164) y el camino abierto, como opción estética innovadora y a la vez

como crítica del modelo novelístico anterior y crítica cultural, por la novela Tiempo de

silencio (1962) de Luis Martín Santos, marcaron el colapso de la novela social y su

técnica realista (Cfr. Goytisolo, 1977: 165-166). Valiéndose de los postulados de la

teoría literaria estructuralista, el ensayista explica de manera sumaria este cambio a

partir de los conceptos de “historia” y “discurso”, utilizados por Émile Benveniste en

Problemas de lingüística general (1966) (Cfr. Goytisolo, 1977: 163-166). Ambas

categorías ilustran, para el ensayista, los desarrollos renovadores de la novela frente a la

tradición decimonónica. Tanto la obra de Sánchez Ferlosio como la de Martín Santos

son consideradas por él como excepciones frente a esa tradición, pero la primera, en su

criterio, es un punto de culminación y la segunda, un punto de partida para una nueva

vía de exploración. El concepto de “historia”, empleado en este contexto por Goytisolo

para señalar las transformaciones de la novela europea en el siglo XX, designa una

forma de concebir la narración basada en la presentación de los hechos “sin ninguna

intervención del locutor del relato” (Goytisolo, 1977: 163) y el concepto de “discurso”,

en este mismo contexto, una forma de narrar que enfatiza la importancia del proceso de

enunciación y supone la presencia de “un locutor y un auditor y la intención del primero

de influir en el segundo” (Goytisolo, 1977: 164), y en última instancia, caracteriza la

tendencia novelística que centra su interés en el signo y no en la cosa representada, que

fija la atención de manera primordial en el lenguaje. Así, para Goytisolo, El Jarama en

tanto punto de culminación de toda una tradición novelística basada en el realismo, pero

a la vez como obra singular dentro de esa tradición, ejemplifica la novela como

“historia”, y Tiempo de silencio representa una novelística que centra su atención en el

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“discurso”: “Con El Jarama culmina y se eclipsa la ‘historia’; con Tiempo de silencio

renace y adquiere nueva vigencia el ‘discurso’” (Goytisolo, 1977: 166). Renacimiento y

vigencia en consonancia con todo un sector de la novela europea del siglo XX que se

consolidó por las ideas hacia el lenguaje y la literatura de los formalistas rusos y el

Círculo Lingüístico de Praga y, entre ellas, principalmente, por las reflexiones de

Roman Jakobson sobre la literatura y la función poética del lenguaje.

Ahora bien, el punto relevante que queremos resaltar de esta reflexión es el

siguiente: el ensayista demuestra cómo el inconformismo político en el caso de la

llamada novela social española no es suficiente para sustentar una propuesta estética

perdurable de la novela. Y no lo es porque en su concepción de la literatura toda obra

obedece en sus orígenes a dos coordenadas, la de la realidad del contexto histórico-

social en que surge y la de las leyes evolutivas del género al que pertenece (Cfr.

Goytisolo, 1977: 164); a su condición de hecho social en tanto obra del lenguaje y a su

especificidad como hecho literario en tanto parte de un sistema que tiene sus propias

leyes y se inserta, a la vez, dentro de la historia de la cultura. Esta última coordenada,

aunque estrechamente vinculada con la primera, define lo que Goytisolo denomina el

“árbol de la literatura”. La obra literaria pertenece al corpus general de la literatura de

su tiempo y de su tradición cultural, y dentro de este corpus o sistema busca su

pertinencia como signo diferencial o se adecúa a las tendencias prevalentes del género.

Y es a partir del esclarecimiento de este hecho como es posible establecer entonces las

conexiones profundas de la literatura con la cultura y con la sociedad, tal como el

ensayista lo plantea, posteriormente, en la introducción de su libro de ensayos El bosque

de las letras (1995). Así, para el ensayista, juzgar la “novela social” de la llamada

generación del medio siglo por su relación con la sociedad, por su fidelidad

pretendidamente objetiva en la descripción de las injusticias sociales, o por su eficacia

política, por el grado de incidencia en la conciencia del lector sobre la inequidad social,

no son criterios suficientes, desde un punto de vista literario, para determinar su valor

en tanto obra literaria. Para Goytisolo, aun apreciada desde la distancia, “la novela

social” es una parte del árbol de la literatura, pero como parte del mismo no cubre la

totalidad de su espesura:

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La llamada “novela social española” es una de las múltiples ramas del árbol

general de ese tipo de discurso literario que ha recibido en el curso de los siglos el

nombre de novela y es, por consiguiente, la simple manifestación de una estructura

abstracta mucho más general y de la que es solamente una de sus realizaciones posibles

(Goytisolo, 1977: 154-155).

Como parte del árbol de la literatura la novela social logró consolidarse hasta el

momento en que los escritores de la promoción del medio siglo se dieron cuenta de la

casi total ineficacia de sus efectos políticos. Al privilegiar el compromiso político a su

responsabilidad artística sacrificaron los elementos requeridos para la realización de una

obra de arte (Cfr. Soldevila, 2009). En términos de Goytisolo olvidaron que cada obra

pertenece al corpus general o sistema de la literatura y que es actuando dentro del

ámbito de las leyes que gobiernan este sistema, con la conciencia clara de un decidido

compromiso artístico, desde donde debe lograrse la pertinencia o eficacia artística. Esta

conciencia es la que reinterpretando el lenguaje literario de la tradición española en un

sentido innovador manifestaron por aquel entonces los novelistas hispanoamericanos,

quienes entendieron a cabalidad la importancia del lenguaje literario en el proceso

creativo, del aspecto formal de la literatura. Si bien este aspecto no excluye la función

referencial si deben armonizarse con ella para poder esclarecer desde la literatura misma

las conexiones del hecho literario con la cultura y la sociedad. Cuando hacia finales de

la década de los años sesenta del siglo pasado, los intelectuales españoles tuvieron la

necesidad de ponerse en consonancia de nuevo con el tiempo del mundo moderno

europeo, los novelistas del medio siglo, aferrados a un realismo social fruto de un

excesivo conformismo estético caracterizado por el respeto reverencial hacia el lenguaje

castellanista de la generación del 98, se vieron imposibilitados no sólo para consolidar

una obra literaria eficaz desde un punto de vista artístico, sino también para brindar una

interpretación crítica de la sociedad que, paradójicamente, era su interés primordial.

Cayeron en el clisé sin la voluntad autocrítica para percibir lo que de artificio tenía su

concepción realista de la literatura y sin la capacidad, por consiguiente, de innovar:

La inadecuación del propósito crítico a un instrumental expresivo acrítico –un

lenguaje incapaz de filtrar ya, a través de su sintaxis calcárea, la complejidad y fluidez

del mundo moderno– acabó por convertirse para algunos [escritores del medio siglo,

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J.F.T.], como ha señalado recientemente José M. Castellet, en “una pesadilla estética”

(Goytisolo, 1977: 165).

Si el lenguaje no es transparente como afirma Goytisolo (1977: 164), siguiendo a

los formalistas rusos y a los estructuralistas franceses, si no es neutral ni inocente; si la

novela no es la simple copia de la realidad, la atención a la realidad textual del discurso,

a su autonomía, al signo y no a la cosa representada, trasciende la simple complacencia

esteticista. El ensayista advierte entonces que la preocupación por el lenguaje entraña a

la vez su crítica y que, ésta, implica también un proceso de desmixtificación de la

realidad, de desvelamiento ideológico de los valores, de deconstrucción de “los

mecanismos de creación de significados, producción de discursos y procesos de

mitologización” (Cornago, 2005: 255). Es a través del lenguaje como se asume la crítica

de la realidad en tanto nuestras formas de percibir y conocer la realidad entrañan su

mediación o elaboración discursiva. De nuevo en la reflexión de Goytisolo sobre la

“novela social” resuena el eco de las consideraciones de Barthes, cuando al cuestionar el

“mito” de la literatura realista, señala la exigencia del escritor de explorar lo más

profundamente la realidad del lenguaje como su objeto primordial: “la literatura más

‘verdadera’ es la que se sabe esencialmente lenguaje (…) la que sirviéndose del mundo

como contenido (…) explorará lo más profundamente posible la realidad irreal del

lenguaje” (Barthes, 1977: 198). Así, para Goytisolo, salir del atasco estético en que cayó

la novela social significó, en su caso, cuestionar su lenguaje conformista, someter a

cuestión las formulas artísticas heredadas de la tradición, principalmente, el lenguaje

castellanista del 9878; y este proceso devino, a su vez, en crítica de la realidad, lo que le

78 En este sentido Gonzalo Sobejano, al abordar lo que denomina “la destrucción de la España literaria” en la novela Don Julián (1970) de Goytisolo, a partir del análisis de su juego intertextual, sostiene que la intención del autor es atacar principalmente el lenguaje castellanista de la generación del 98 y sus epígonos: “El verdadero blanco, si bien se mira, es ése: el 98 y sus remedadores, particularmente sus remedadores de posguerra, todos los cuales han llevado a cabo una mitificación de cierta tradición literaria (y no literaria), contra la que se resuelve, por afán de nueva creación, aquel que lúcidamente compara la sagrada arrogancia de esos mitos con su menguado producto” (Sobejano, 1977: 8). Consideración que es corroborada por el mismo Goytisolo en el ensayo que venimos analizando: “(…) la fuerza provocadora del novelista tiende igualmente a interiorizarse y a introducirse en el lenguaje. Tal ha sido cuando menos el propósito que ha guiado la ejecución de mis primeras novelas adultas: Señas de identidad y, sobre todo, Reivindicación del conde don Julián. No he abandonado en ellas en modo alguno el compromiso que buscaba en mis obras juveniles. Simplemente, lo he trasladado a otro nivel. Nuestro lenguaje castellanista exige –lo repito desde hace tiempo– el uso de la dinamita o el purgante” (Goytisolo, 1977: 168).

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permitió conciliar el compromiso político con el compromiso artístico a través de la

atención al lenguaje: “Para criticar la realidad del país era preciso empezar por la crítica

de su lenguaje” (Goytisolo, 1977: 165). Esta fue la herencia que recogió, como él

mismo reconoce en este ensayo, de Luis Martín Santos y su la novela Tiempo de

silencio (1962). Y en el interés crítico hacia la realidad del lenguaje encontró la manera

de asumir el conflicto entre la visión estética del mundo y una responsabilidad ética,

conflicto que afloró en su pensamiento literario desde los ensayos de El furgón de cola

(1967). Lo hace concibiendo la función del escritor en la cultura contemporánea desde

el ejercicio de la provocación, considerando la literatura como un acto de delincuencia,

tal como lo expone en uno de los ensayos del libro Contracorrientes (1985):

“Disconforme, a la vez, respecto a la sociedad y la expresión literaria canonizada, el

creador puede reivindicar sin vanidad, pero sin falsa modestia, su infamante y para él

enaltecedora condición de transgresor” (Goytisolo, 2005a: 575). Es decir, la

provocación como una de las múltiples formas que reviste la crítica en la cultura

moderna. En este sentido, explica, la provocación pude darse a dos niveles dependiendo

de la sociedad a la que pertenezca el escritor. En los países donde la libertad artística se

encuentra restringida por una censura estatal, en regímenes totalitarios y dictatoriales, a

un nivel temático, como lo hicieron en sus albores los mismos escritores de la

generación del medio siglo o en la antigua Unión Soviética escritores como Pasternak y

Soljenitzin (Cfr. Goytisolo, 1977: 166); y en las sociedades abiertas, donde impera la

libertad de expresión, donde no hay temas tabúes ni provocadores, donde las libertades

sociales e individuales están garantizadas, se da al nivel del lenguaje, interiorizando la

provocación en el lenguaje. En estas últimas, como es el caso de la sociedad española en

la transición a la democracia, no existen temas virulentos o audaces, y en este evento “el

lenguaje y sólo el lenguaje puede ser subversivo” (Goytisolo, 1977: 166-167). En este

sentido, es a partir de su reflexión sobre la importancia del lenguaje como objeto de la

literatura y como hecho social que expresa los contenidos ideológico, plasmación de

valores y percepción de estados de cosas, que cambia su concepción sobre el papel del

escritor en la cultura moderna, alejándose, como señala el hispanista Stanley Back, de

una concepción clásica del intelectual humanista:

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Disidencias also shows Goytisolo to have reached a much clearer idea of the

kind of role as intellectual and artist which he finds suitable. His concept of this role has

changed from the classic humanist one of someone who lays claim to the intellectual

and moral high ground within a society, to that of the marginado (…). Goytisolo

adopted the position of the marginal intellectual on society’s periphery, an “autor de la

periferia”, committed no to the balance and impartial analysis of social issues, but to the

provocative gesture (Back, 2003: 27).

Se puede apreciar, en consecuencia, como este “giro lingüístico” de Goytisolo –

que ha sido ampliamente estudiado en su novelística, como un lugar común de su obra–

y que en su ensayística está consignado en textos como “Literatura y eutanasia” de El

furgón de cola (1967) y en toda la reflexión sobre la literatura de los ensayos de

Disidencias (1977), libro más coherente desde un punto de vista temático que aquel,

cuyos ensayos son de temas más disímiles, ese “giro lingüístico” o interés hacia la

realidad sígnica del lenguaje, está atravesado no sólo por la reinterpretación de los

“maestros de la sospecha”, desde una perspectiva del presente, o sea, por el mundo del

saber y de las ciencias humanas posterior a Nietzsche, Marx, Freud –a quienes

Goytisolo en este ensayo suma el nombre de Ferdinad de Saussure (Cfr. Goytisolo,

1977: 166)– con el trastrocamiento de los valores, desvelamiento de los mecanismos

ideológicos y descubrimiento de los significados ocultos de las pulsiones inconscientes,

aportados por sus teorías y que se hallan ya incorporados en nuestra forma de conocer e

interpretar la realidad del mundo moderno en toda su complejidad, y en este sentido, por

la repercusión de éste pensamiento en la teoría literaria, sino también por una visión

sistémica o global de la literatura –concepción que nace de los desarrollos de la misma

teoría literaria formalista. Ese interés del ensayista en el lenguaje como un punto central

de su pensamiento literario, reiteramos, está mediado no sólo por los avances sobre el

lenguaje como objeto de estudio de unos saberes precisos, sino por la consideración del

hecho literario desde su autonomía como un sistema que mantiene sus propias leyes. Lo

que le permite vincular en su argumentación sobre la impronta del lenguaje literario las

consideraciones sobre los desarrollos de la novela europea del siglo XX, con su

alejamiento del realismo decimonónico y su reflexión metaficcional –sobre su propia

hechura al interior del mundo posible propuesto–, especialmente desde Joyce, tanto

como los desarrollos de la nueva novela hispanoamericana que surge hacia la segunda

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mitad del siglo XX, con su ruptura del lenguaje castellanista y de las fórmulas

tradicionales de la novela en el panorama hispánico, pero al mismo tiempo con una

reinterpretación innovadora de los clásicos de la literatura española.

5.8. La herencia de Cervantes, las lecciones de Américo Castro y

diálogos con Francisco Márquez Villanueva.

5.8.1. “Lectura cervantina de Tres tristes tigres”

En el ensayo “Lectura cervantina de Tres tristes tigres”, dedicado al análisis de

la novela del cubano Guillermo Cabrera Infante y la repercusión del Quijote en su obra,

Goytisolo parte de una serie de fórmulas tomadas del formalismo ruso, en el sentido

arriba señalado, presentes a lo largo de la mayoría de los ensayos que conforma

Disidencias (1977), como son: “Cuando la vida entra en los libros se transmuta

inmediatamente en ‘literatura’ y como tal debemos juzgarla”79 (Goytisolo, 1977: 193);

“Una novela no enlaza sólo con el contexto vital –social, histórico– en que surge;

responde también, y ante todo, a las exigencias del género al que pertenece, esto es a las

exigencias de su propio discurso” (Goytisolo, 1977: 193), que enfatiza la autonomía del

hecho literario, una autonomía relativa pero de importantísima consideración en los

estudios literarios; y, en ese mismo sentido:

(…) un texto no puede ser estudiado aisladamente, como si fuera nacido de la

nada o fuera un mero producto del mundo exterior, sino en conexión y correspondencia

con otros textos, con todo un sistema de valores y significaciones previos. (…) la

función de cada obra está en su relación con las demás. Cada obra es un signo

diferencial (Goytisolo, 1977: 194).

79 Aserto derivado de las consideraciones de Eikjenbaum sobre la teoría del método formal, quien oponiéndose a los excesos del sociologismo e historicismo crítico, afirmó: “el objeto de la ciencia literaria debe ser el estudio de las particularidades específicas de los objetos literarios que las distinguen de cualquier otra materia, independiente del hecho de que, por sus rasgos secundarios, esta materia pueda dar pretexto y derecho de ser utilizada en otras ciencias como objeto auxiliar” (Apud Goytisolo, 1977: 153-154). Afirmación citada por el ensayista a lo largo de su obra crítica para soportar su concepción del análisis literario privilegiando la “poética” en un sentido jakobsiano, tal como lo expone en su ensayo “Escritores, críticos y fiscales” que hace parte del libro Libertad, libertad, libertad (1978).

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A partir de esta serie de postulados de la teoría literaria, Goytisolo, situándose en

el contexto cultural de su lengua, motivado por su labor desmitificadora y con el ánimo

de configurar una tradición crítica que involucre, en su alteridad, complemento y

comprensión, la cultura hispánica de la otra orilla del Atlántico, formula un

cuestionamiento radical al conservadurismo crítico del 98 y a lo que considera su

lectura constreñida del Quijote. A la incapacidad para comprender, debido a una idea

arraigada y estrecha de realismo, la relevancia y alcance del fenómeno literario en sí

mismo considerado, y para percibir las tendencias más innovadoras de la novela que con

una infinidad de recursos heredados de la obra cervantina, han tratado de romper en su

momento con un concepto restringido del género.

Con los postulados teóricos mencionados, Goytisolo pone en duda la dicotomía

que establece un sector mayoritario de la crítica noventayochista al considerar el

realismo como un estilo “natural”, entre la vida, que confunden con su representación, y

la particularidad del fenómeno literario. Y en su cuestionamiento contrapone a los

prejuicios de los miembros del 98 la reinterpretación que hace del Quijote, como la obra

donde la especificidad del lenguaje literario alcanza su mejor expresión, la literatura

hispanoamericana en la senda renovadora abierta por Jorge Luis Borges y por algunos

de los novelistas más destacados de la segunda mitad del siglo XX, entre los que se

encuentran Cabrera Infante, Carlos Fuentes y García Márquez (Cfr. Goytisolo, 1977:

320). En este caso concreto, el cuestionamiento de Goytisolo a la llamada generación

del 98, va dirigido de manera directa a lo que considera la “insensibilidad total”

(Goytisolo, 1977: 193) de Unamuno, en su libro Vida de don Quijote y Sancho (1905),

para descubrir la importancia del ámbito intertextual de la novela de Cervantes, el valor

de la función del mundo de los libros en la configuración de la obra y la trascendencia

del juego a la vez crítico y creador de la novela con los códigos literarios de su tiempo;

y, además, para comprender el significado humanista que dicho juego entrañaba. Las

limitaciones de Unamuno se derivan de no haber apreciado en su real dimensión el

capítulo sexto de la primera parte de la novela, cuyo tema es el examen de la biblioteca

de Don Quijote por el cura y el barbero, al tratarlo como una cuestión de libros, y en

este sentido exclusiva de la crítica literaria, y al ser un asunto de libros y no de vida,

considerarlo un capítulo prescindible. Para Goytisolo, en cambio, este capítulo es

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fundamental para el significado pleno de la novela, “hasta el punto de que sin él el

Quijote no existiría” (Goytisolo, 1977: 193).

El gran mérito de la novela cervantina es, para Goytisolo, precisamente la

meditación que hay en ella acerca de la especificidad del lenguaje literario, el complejo

juego con el mundo de los libros en la configuración de la obra, su relación con los

códigos literarios de su tiempo. Desplegarse como una novela que es a la vez crítica y

creación, que no esconde el proceso de enunciación sino, por el contrario, lo exhibe y, al

hacerlo, incluye en ella una reflexión sobre el acto de escritura. Esta presencia y función

de los libros en el proceso creador de la obra, que el ensayista denomina a tono con el

espíritu estructuralista de la época relación intertextual, no sólo está presente en el

capítulo sexto sino, en su sentir, se manifiesta a lo largo de todo el texto; y su

importancia, en las antípodas de la lectura de Unamuno, fue captada en su real

dimensión por Américo Castro, aun antes de la divulgación en Occidente de la teoría de

los formalistas rusos sobre la especificidad del fenómeno literario, según la cual cada

obra literaria se crea en paralelo y oposición a un modelo anterior (Cfr. Goytisolo, 1977:

194-195). Y es a partir de la interrogación sobre el proceso de creación literaria al

interior de la obra y de la función decisiva de ese ámbito intertextual, captado de manera

singular por Américo Castro, que, según Goytisolo, es posible entrar a desvirtuar la idea

común a muchos cervantistas que siguiendo las huellas de Unamuno y disociando al

autor de su creación, consideran a Cervantes como un ingenio lego, un autor sin la

conciencia de la dimensión de su obra. Sin negar el horizonte de expectativas de la obra

que se configura por la acción del lector a través de los años, ya que la obra pertenece al

gran tiempo de la cultura, que señalará Bajtin (2003: 346-353), y, por lo tanto, se

enriquece con significados nuevos en el curso de su vida póstuma, Goytisolo demuestra

en este ensayo, partiendo siempre de la especificidad del texto literario, la conciencia de

Cervantes sobre el valor y originalidad de su obra (Cfr. Goytisolo, 1977: 195-205).

Se puede apreciar entonces como los enunciados teóricos que hemos venido

enfatizando a lo largo de nuestro análisis de Disidencias (1977), derivados de la teoría

literaria y de los estudios historiográficos de Américo Castro, resurgen en la

interpretación y valoración del autor de la novela cervantina. Con ellos puede afirmar la

irreductible especificidad del hecho literario, resaltar la importancia de interrogarse

sobre el alcance del proceso de enunciación en el acto de escritura, oponerse a una idea

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pedestre de realismo y a su sobredimensión en la literatura española, formular una

crítica radical al tradicionalismo crítico del 98, a su lenguaje castellanista y a su

interpretación casticista de la cultura hispánica, rescatar la novela cervantina de una

interpretación caduca. Con esta perspectiva teórica, Goytisolo analiza la impronta de

Cervantes en la novela Tres tristes tigres (1967) de Guillermo Cabrera Infante,

deteniéndose en la complejidad de su estructura verbal; en las apelaciones al lector y en

la relevancia que le concede a éste para que participe activamente en la reconstrucción

de los sentidos de la obra; en su juego con las coordenadas espacio temporales de la

historia y la narración; en su ámbito intertextual y la presencia de elementos tomados de

la cultura popular; en la ya señalada reflexión sobre el propio proceso de enunciación

(Cfr. Goytisolo, 1977: 205-218). Y para remarcar la huella de Cervantes tanto en la

novela de Cabrera Infante como en algunas otras de la tradición hispánica, entre las que

incluye sus propias novelas Don Julián (1970) y Juan sin tierra (1975), así como en

otros ejemplos paradigmáticos de la novela moderna en el ámbito europeo –Le neveu de

Rameau, Jacques le Fataliste, Tristram Shandy, Pickwick papers, Bouvard y Pécuchet

(Cfr. Goytisolo, 1977: 312)– el ensayista acuña el término “cervantizar”. Que, en el

contexto de este ensayo define como la propensión, no necesariamente consciente, de

los novelitas a seguir por las sendas abiertas por Cervantes a la novela moderna, cuando

desconfiando de los contenidos y formas tradicionales se empeñan en configurar una

obra que sea: “simultáneamente, crítica y creación, escritura e interrogación acerca de la

escritura, texto que se construye sin dejar de ponerse él mismo en tela de juicio”

(Goytisolo, 1977: 194). Una obra que establece una correlación, a la vez destructiva y

creadora, con los diferentes códigos que a lo largo del tiempo han caracterizado los

géneros narrativos.

En este sentido, es pertinente cotejar la definición dada por el autor de “Lectura

cervantina de Tres tristes tigres”, al acuñar el término “cervantizar”, con la

proporcionada por Francisco Márquez Villanueva en un revelador artículo titulado “Ser

y estar en Las virtudes del pájaro solitario (La paradoja del arte de Juan Goytisolo)”

(1990), en el que expone una serie de consideraciones sobre los atributos de la

concepción literaria de Goytisolo en esta novela, que pueden extenderse a la reflexión

sobre el “ser” del conjunto de novelas que constituyen su obra de madurez. Cotejo

oportuno porque si bien ambos puntos de vista no son antagónicos y por el contrario se

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complementan, la mirada de Márquez Villanueva, con su vasto conocimiento y

compromiso filológico, despeja cualquier malentendido que pueda surgir de una lectura

descuidada acerca del énfasis de Goytisolo en la especificidad del hecho literario y la

atención al proceso de enunciación, interpretando su reflexión en un sentido restringido

como mero experimentalismo formal o perspicaz esteticismo; “cervantizar” alude a una

concepción de la escritura que comprende la atención a la materialidad sígnica de la

escritura, a todo su proceso de enunciación y a su conexión con el corpus de la

literatura, como en principio lo plantea Goytisolo en el contexto de Disidencias (1977),

pero tiene una connotación de hondas implicaciones si se relaciona con lo que ha

significado la creación literaria en el ámbito de la cultura hispánica –relación que no es

necesario aclarar no está ausente, como lo demuestra el mismo Márquez Villanueva, de

la reflexión de Juan Goytisolo–.

En el artículo mencionado, Márquez Villanueva propone primero, una distinción

entre las consideraciones sobre el “ser” y el “estar” en el análisis e interpretación de una

obra literaria. Explica que estas últimas, las consideraciones sobre el “estar”, hacen

relación a las cuestiones que debe observar el crítico cuando se enfrenta a aspectos

concretos de la ejecución de la obra que podrían calificarse de contingentes, porque

“representan soluciones dadas por el autor a problemas de orden práctico que quizás

hubiera podido resolver también de otra forma” (Márquez Villanueva, 1990: 154). Son

cuestiones accidentales de un texto específico del autor, del modus faciendi de una obra

individualmente considerada. En cambio, las apreciaciones sobre el “ser” son aquellas

que responden a partir de la poética de cada autor a preguntas decisivas y esenciales

“acerca del Hombre y del Arte” (Márquez Villanueva, 1990: 154); y, por lo tanto, en su

criterio, son las respuestas que desafían de manera inapelable la capacidad y

compromiso del crítico, porque en ellas “se enfrenta (…) con su irrevocable hora de la

verdad” (Márquez Villanueva, 1990: 154). Compelido a encararse con los problemas

del “ser” de la obra, el crítico, más allá del momento de la documentación y del análisis,

del despliegue de su erudición, debe dar cuenta, en esta instancia de su trabajo, sobre lo

que encontró o no encontró en la obra, sobre lo que ella, en su criterio, es o no es, y

sobre cómo ella través de su interpretación responde a cuestiones fundamentales de la

condición humana en su historicidad (Cfr. Márquez Villanueva, 1990: 154). Así,

Márquez Villanueva, desde una lectura que busca desentrañar el “ser” de la poética de

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Juan Goytisolo, plantea una definición de “cervantizar”, como un neologismo que,

acuñado por el mismo Goytisolo, engloba en su explicación la concepción de la

literatura del autor.

Además de implicar una consciencia decidida de la actividad literaria y la

fidelidad a la novela, de la argumentación de Márquez Villanueva se desprende que

cervantizar es recuperar, como hace Goytisolo en sus novelas y ensayos críticos, las

altas tradiciones de la cultura hispánica e instalarse en un espacio creador signado por lo

paradójico (Cfr. Márquez Villanueva, 1990: 155-157). Reivindicar desde la creación y

la crítica las grandes tradiciones literarias de la lengua que confluyeron en la obra de

Cervantes y se renovaron bajo su pluma, al punto de convertirse en un principio seminal

para la novela moderna; tradiciones que, por encima de todo, le han conferido a España

su singularidad artística y literaria. Las grandes tradiciones de la lengua que confluyeron

tanto en la picaresca como en la propia novela cervantina. Pero ésta explicación que

podría sobrentenderse tiene en la argumentación del filólogo sevillano un hondo

significado, pues, nos dice, los géneros narrativos que se consolidaron en la España del

Siglo de Oro surgieron como medios de expresión de un discurso de tono disidente o

extraoficial que no encontró otra manera de exteriorizarse. Aquí el “ser” alcanza su

verdadera dimensión:

Literatura que de un lado (picaresca) se atrevía a hincar la realidad del hambre a

secas en medio de una poesía de ninfas y cortesanías, mientras que de otro (Cervantes)

pisoteaba a sabiendas los preceptos de la estética oficialmente respaldada por el bloque

Iglesia-Estado. Una literatura, pues, de gigantes, y de gigantes rebeldes, pues lo eran

más que nunca cuando ponían el arte más depurado al servicio de hombres tanto ignaros

como cultos, pero iguales en el derecho de esperar de las Letras un respiro liberador de

las opresiones del vivir cotidiano (Márquez Villanueva, 1990: 56-57).

Al llevar la impronta de una edad conflictiva caracterizada por la lucha de castas

–cristianos, moros y judíos– y proyectarse con esta impronta a la posteridad, para

Márquez Villanueva, cervantizar es equivalente a judaizar o islamizar: “Cervantizar,

que es lo que Juan Goytisolo dice haber hecho en Don Julián, Juan sin tierra y más aún

ahora con El pájaro solitario, es un afortunado neologismo de formación

intencionadamente paralela a judaizar e islamizar” (Márquez Villanueva, 1990: 157).

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Y en términos de la reflexión de Goytisolo sobre la obra de Cervantes y su descendencia

literaria es una práctica que puede equipararse también al término, caro al ensayista,

mudejarismo, en tanto define, éste último, una obra producto del mestizaje inter-castizo,

específicamente del mestizaje con la cultura árabe, como lo explica en otro de sus

ensayos: “Vicisitudes del mudejarismo: Juan Ruiz, Cervantes, Galdós”, que hace parte

de Crónicas sarracinas (1981) o en el ensayo “Vigencia actual del mudejarismo” de

Contracorrientes (1985). Es decir, término que define una obra que se ha configurado a

partir de la confrontación con lo que en el terreno de la cultura ha estado signado por la

imagen del otro, por la confrontación con una alteridad, en última instancia,

constituyente. Así, en un sentido general, tanto cervantizar como mudéjar o

mudejarismo, referido a la literatura, tiene en la reflexión de Goytisolo, a partir de

Disidencias (1977) y Crónicas sarracinas (1981), un significado amplio que comprende

el tratamiento artístico de la compleja relación con el otro en el ámbito de la cultura

Occidental. Da cuenta, pues, de obras mestizas, híbridas que se configuran del

entrecruzamiento de tradiciones culturales diferentes y, en cierto sentido, antagónicas.

Y para terminar esta disgregación a partir del ensayo de Márquez Villanueva,

cervantizar, como concepción de la literatura en una edad conflictiva, significa también

en su explicación: “un voluntario asentarse en un terreno creador calculadamente

determinado por lo paradójico” (Márquez Villanueva, 1990: 157). Y con ello manifiesta

que la obra de Arte involucra en su configuración la experiencia humana en toda su

complejidad, explorando “sus zonas más siniestras y negativas” (Márquez Villanueva,

1990: 157), iluminadas, sin embargo, con la riqueza y precisión del lenguaje de la

literatura y el arte, pero aun así no por ello, dichas zonas, son menos terribles o reales. Y

este asentarse en el terreno de lo paradójico, para revelar la opacidad de la vivencia

humana, tiene también, para el filólogo sevillano, una firme tradición en la cultura

hispánica moderna que ha dado cuenta de manera singular de ésta vivencia, en la que,

además de Cervantes, sobresalen los nombres de Fernando de Rojas, Francisco de Goya

y Luis Buñuel. Una tradición moderna que desde la orilla del “ser” de la experiencia

artística ha revelado sin miramientos la complejidad de la condición humana y en la

que, en el sentir del autor de Orígenes y sociología del tema celestinesco (1993), se

debe incluir el nombre de Juan Goytisolo (Cfr. Márquez Villanueva, 1990: 157-160).

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Del cotejo de la interpretación de Márquez Villanueva y la reflexión de

Goytisolo sobre la acción de cervantizar, para dar cuenta del proceso de reapropiación

de la poética del Quijote en la novelística actual aun de manera no consciente por parte

de los escritores, se puede apreciar, en consecuencia, una sutil diferencia en la forma en

que ambos enfocan el asunto. Mientras que para el novelista Goytisolo el modus

fasciendi no es accidental y en la escritura, en el proceso de enunciación, se enfrenta

“con su irrevocable hora de la verdad” (Márquez Villanueva, 1990, 157) y es en el

“estar”, en el terreno de la técnica y las estrategias, donde recoge la herencia de

Cervantes, porque sólo a través de ellas puede dar cuenta del “ser”, el crítico Márquez

Villanueva superpone a los aspectos prácticos de la escritura un decidido proceder

hermenéutico para sólo así dar cuenta de las preguntas esenciales acerca del Hombre y

el Arte (Cfr. Márquez Villanueva, 1977: 154). No es que el crítico minimice el modus

fasciendi del escritor, como filólogo está atado voluntaria y entrañablemente al texto,

sino que sabe que su “irrevocable hora de la verdad” se da en el momento de la

interpretación. Sin embargo, es indudable que del contraste de las reflexiones de

Goytisolo y Márquez Villanueva resulta un diálogo fructífero, que permite comprender

el hondo significado del término cervantizar en el mundo actual, la vigencia de

Cervantes en un tiempo que, como el suyo, no ha dejado de ser el de una edad

conflictiva, y en donde el conflicto para aceptar la realidad del “otro” sigue siendo un

asunto acuciante; una época en la que continuamente se juega la suerte de la humanidad

y en la que el humanismo en su acepción plena, comprendiendo la lección cervantina, es

cada vez más imprescindible. Además, el novelistas y el crítico –y no es necesario

subrayar porque es el asunto de ésta tesis que Goytisolo ejerce las dos actividades– al

insistir, conjuntamente, que cervantizar es recuperar las grandes tradiciones literarias de

la lengua, coinciden en la idea de la literatura como un “bosque de las letras”

(Goytisolo, 1995a: 13); así, pues, el neologismo significa también plantar la obra,

injertarla, en el “árbol de la literatura” de la tradición hispánica a la que pertenece, como

su rama más frondosa, Cervantes.

“Lectura cervantina de Tres tristes tigres” tiene el mérito de inaugurar así, de

manera explícita, la reflexión sobre Cervantes en la obra ensayística del autor, que se

convertirá en una constante de su obra crítica posterior. En la vertiente abierta por los

estudios cervantinos de Américo Castro, en las diferentes etapas de su trayectoria

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intelectual –El pensamiento de Cervantes (1925), “Los prólogos al Quijote” (1941,

Hacia Cervantes (1957) y Cervantes y los casticismos españoles (1967)– Goytisolo

ahonda en su interés por el autor del Quijote, sus huellas en la novela moderna y las

implicaciones de su obra en el contexto de la cultura hispánica y Occidental. El ensayo

“Terra nostra” de Disidencias (1977), dedicado a valorar la novela homónima de Carlos

Fuentes, incluye en su análisis consideraciones sobre la influencia de la interpretación

del pasado español de Castro y de la novela cervantina, de manera deliberada, en la obra

del escritor hispanoamericano. “Vicisitudes del mudejarismo: Juan Ruiz, Cervantes y

Galdós” de Crónicas sarracinas (1981), plantea, desde elementos textuales del Quijote,

el complejo e intenso vínculo de Cervantes con el mundo morisco-otomano y su

obsesión con el Islam (Cfr. Goytisolo, 2005a: 275) y contiene una afirmación central de

su pensamiento literario sobre las relaciones entre la vida y la literatura que merece

citarse en extenso:

Si Cervantes es el escritor de quien más cerca me siento ello estriba en su

condición de precursor de todas las aventuras: si su familiaridad con la vida musulmana

aporta a su obra una innegable vertiente mudéjar, la invención novelesca mediante la

que asume la totalidad de sus experiencias y sueños hace de él el ejemplo máximo de la

actitud ilustrada con el dicho humani nihil a me alienum puto. Tres siglos y medio

después, los novelistas “cervanteamos” aún sin saberlo: escribiendo nuestras obras,

escribimos desde y para Cervantes: escribiendo sobre Cervantes escribimos sobre

nosotros mismos. Ajenos o próximos a sus devociones islámicas, será en cualquier caso

la alquibla en que convergerán nuestras miradas (Goytisolo, 2005a: 278).

Por su parte, el libro Contracorrientes (1985), tiene un hilo conductor a través

del cervantismo en los ensayos “Vigencia actual del mudejarismo”, “Cervantes, España

y el Islam” y “El novelista: ¿crítico practicante o teorizador sin fortuna?” (Cfr. Piras,

1999: 170), en los que ahonda en su identificación con Cervantes y en la concepción de

la novela moderna como crítica y creación a través de la importancia que en ella

adquiere el ámbito intertextual y la función del mundo de los libros en el proceso

creador. De igual manera, en los ensayos “Lectura y relectura” (Goytisolo, 1995a: 205-

215) y “La singularidad artística y literaria de España” (Goytisolo, 1995a: 269-275),

que hacen parte del libro El bosque de las letras (1995), el ensayista reafirma la relación

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con Cervantes e insiste en la importancia de un arte y una literatura mudéjar, que en el

caso de España definió su identidad cultural –“su occidentalidad matizada” (Goytisolo,

1995a: 69)– término que usado en un contexto de actualidad le sirve como metáfora

para definir las expresiones artísticas configuradas a partir de una apertura hacia la

alteridad. Como en la novela cervantina del que es su ejemplo literario, el arte mudéjar

se configura a partir del entrecruzamiento de una pluralidad de culturas con una

conciencia de universalidad (Cfr. Goytisolo, 1995a: 269-275). Asimismo, en el libro de

ensayos Cogitus interruptus (1999), la presencia de Cervantes está presente para apoyar

su crítica de los apriorismos identitarios que recorren la historia de España hasta

tiempos recientes y que han impedido, a sus ojos, una valoración plena de la riqueza de

la alta tradición cultural de los cristianos nuevos y de las manifestaciones culturales que

por mentalidad se ha identificado en el curso de los años con ella, como lo expone en el

ensayo “¿Quién sabe dónde” (Goytisolo, 1999: 89-98); y para anteponer, frente a la

cultura como espectáculo y la trivialización de la literatura del mundo contemporáneo –

al que llama “Tienda o Casino Global”, con el declive de los valores humanista

(Goytisolo, 1999: 122)– donde se confunde el producto editorial con el texto literario, la

aguda consciencia artística y del valor de la literatura del autor del Quijote, como lo

pondera en el ensayo “La herencia de Cervantes” (Goytisolo, 1999: 177-182), ensayo en

el que además insiste en la importancia decisiva del lector en el proceso de la

comunicación literaria para recoger adecuadamente el legado cervantino.

Del mismo modo en el libro El lucernario, la pasión crítica de Manuel Azaña

(2004), en el que analiza la obra literaria del último presidente de la Segunda República

española, vincula la novela de Cervantes al “gran tiempo” de la cultura del que hablara

Bajtin, para considerarla una novela plenamente moderna –“La modernidad, tal como la

percibimos, circula a través de los siglos y convierte a nuestros antepasados en seres

vivos con quienes podemos fructuosamente dialogar” (Goytisolo, 2004a: 76-77)– y para

considerar a Azaña –quien en la “La invención del Quijote” (1930) sostiene, aludiendo a

la novela de Cervantes, que no es la posteridad la que descubre, encumbra o sanciona

las virtudes de una obra literaria, sino que es “la obra misma, según sea de fecunda,

quien engendra su propia posteridad” (Apud Goytisolo, 2004a: 79)– como un

“predecesor ilustre” (Goytisolo, 2004a: 78) de Américo Castro. El cervantista que en el

contexto español rescató al Quijote del panteón nacionalista y patriótico donde lo

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acomodaron, según su criterio, los autores del 98, en especial Ganivet y Unamuno (Cfr.

Goytisolo, 2004a: 77).

Y en el reciente libro, Contra las sagradas formas (2007), reunión de ensayos

que tiene como propósito “poner en tela de juicio las verdades establecidas de una vez y

para siempre en el ámbito de la literatura y de la historia” (Goytisolo, 2007: 7),

especialmente en el ámbito de la cultura hispana, dedica un capítulo entero a analizar la

dinámica que posibilita la novela cervantina entre tradición y modernidad. Así, en

“Defensa de Cervantes contra sus admiradores olvidadizos. Cuadrivio” (Goytisolo,

2007: 77-91), escrito como respuesta a las celebraciones del cuarto centenario de la

publicación de la primera parte del Quijote, Goytisolo elabora cuatro breves secuencias

imaginando, en la primera, el seguro acoso mediático al que se vería expuesto Cervantes

si viviera en la sociedad del espectáculo que caracteriza el mundo actual; mostrando, en

la segunda, la terrible pesadilla que significaría para él asistir en la actualidad a una

asamblea de especialistas donde se expusieran las interpretaciones, teorías e hipótesis

que en el curso de cuatrocientos años se han forjado sobre su vida y obra; y para

reconstruir ficcionalmente, en la tercera, a partir del volumen titulado Documentos

cervantinos hasta ahora inéditos, recogidos y anotados por el presbítero D. Cristóbal

Pérez Pastor (1902), el proceso judicial por el asesinato de don Gaspar de Ezpeleta, en

Valladolid hacia mediados de 1605, en unos confusos hechos de adulterio sucedidos en

la “casa llana” (Goytisolo, 2007: 90) donde vivía Cervantes, su mujer, su hija, dos

hermanas y una sobrina y en el que a pesar de ser sólo testigo casi va a la cárcel junto

con las mujeres de su familia por llevar éstas una vida licenciosa, incidente que da

cuenta de la pobreza y marginalidad en las que escribió la primera parte del Quijote,

hecho que ha sido eludido por la mayoría de sus biógrafos. Con este juego paródico y la

reconstrucción ficcional del proceso de Valladolid, Goytisolo busca, como lo explica en

la última secuencia del cuadrivio, contrastar la retórica de las celebraciones oficiales del

cuarto centenario de la primera parte del Quijote con las condiciones adversas en las que

se compuso y publicó; para subrayar que esas circunstancias hostiles acrecientan el

ímpetu imaginativo de Cervantes y su determinación, y para indicar que en

correspondencia el lector actual, en medio de la trivialización de la cultura como

espectáculo a la que se asiste, debería seguir su ejemplo y convertir su lectura en una

aventura personal genuina, puesto que, en su criterio, “el Quijote no se nos da si no lo

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merecemos” (Goytisolo, 2007: 91). Otros ensayos de éste capítulo, “Bouvard y

Pécuchet tras las huellas de Cervantes”, “Es cuento es largo” y “La novela según Milán

Kundera”, ahondan en una estética de lo paradójico que caracteriza la novela moderna,

como herencia del Quijote, en la obra de Flaubert, Günter Grass; y en las reflexiones

acerca del “espíritu de la novela” de Kundera, que concibe la verdad que proporciona la

literatura bajo el terreno de la duda, la relatividad, la interrogación o lo que denomina

“la sabiduría de la incertidumbre” (Cfr. Goytisolo, 2007: 105). Y los últimos,

“Cervantes en letra viva” y “Un océano en la Mancha”, tratan, el primero, sobre el libro

homónimo de Francisco Márquez Villanueva, publicado en el año 2005, para subrayar

la originalidad y el rigor filológico y hermenéutico de su autor al acercarse a la vida y

obra de Cervantes, quien sigue el camino abierto por los estudios cervantinos de

Américo Castro y la reflexión de Manuel Azaña sobre la invención del Quijote; y el

último, en un sentido semejante, para resaltar el paralelo entre la novela y la crítica que

siguen la huella de la obra de Cervantes, el resurgimiento crítico de una serie de

estudios –en los que ubica los del mismo Márquez Villanueva; de Albert A. Sicroff,

“La segunda muerte de don Quijote como respuesta de Cervantes a Avellaneda”; de

Enrique Rodríguez Cepeda “Notas para un Cervantes fin de siglo” (1996); José Manuel

Martín Morán, “Autoridad y autoría en el Quijote” (1998)– que en los últimos años se

acercan a su obra de manera novedosa, con una variedad de enfoques y perspectivas

distintas (Cfr. Goytisolo, 2007: 128-131).

Se puede apreciar así cómo los ensayos de Goytisolo sobre Cervantes

comienzan, en una primera etapa, sirviéndose del modelo de la novela cervantina, y al

tenor de las teorías de los formalistas rusos y estructuralistas franceses, para apoyar su

radical cuestionamiento al realismo decimonónico, a la crítica del 98 y enfatizar una

poética de la novela basada en la atención al lenguaje literario, al proceso de

enunciación, a todo aquellos procedimientos técnicos que alejándose de la función

referencial procuran resaltar la importancia de la innovación formal y autonomía de su

discurso; para pasar, luego, a una segunda etapa en la que subraya las relaciones de

Cervantes con el Islam, centra su atención en su obra como paradigma de la literatura

mudéjar, en la que se integra la alteridad del otro en el mundo ficcional, y termina, en

una tercera etapa, donde la obra de Cervantes, le sirve como ejemplo de una visión

humanista para anteponerla de manera crítica al agudo proceso de deshumanización en

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la cultura y el mundo contemporáneo y de los desequilibrios de la Aldea o Tienda

Global, su consumismo y su fanatismo tecno-cientificista. Pero siempre su ensayística

sobre Cervantes y su obra irá de la mano de los estudios historiográficos y literarios de

Américo Castro acerca del pasado intercastizo y el humanismo hispano, resaltando la

importancia del mundo de los libros en el proceso creador, y la importancia que en el

terreno de la novela contemporánea tiene la acción de cervantizar, por medio de la cual,

aprovechando la herencia de Cervantes, se afirma “el derecho inalienable de la escritura

a ser escritura” (Goytisolo, 1995a: 11). Asimismo, sus ensayos no comportan la mirada

del especialista sino la del escritor y lector a secas, así éste término en el caso del autor

que nos ocupa sea insuficiente para describir su actitud hacia a Cervantes, máximo que

se trata de un escritor que ha hecho de la historia y la cultura española parte de su

materia novelable. Sin embargo el término “a secas” nos sirve para definir la postura del

escritor hacia Cervantes, considerando su obra como fuente inagotable de la novela

moderna, y del lector que encuentra en él un ejemplo de un humanismo vitalista.

5.8.2. “Terra nostra” y “Supervivencias tribales en el medio intelectual

español.

Volviendo a Disidencias (1977), los dos ensayos que nos falta relacionar, “Terra

nostra” y “Supervivencias tribales en el medio cultural español”, conjugan de nuevo el

interés de Goytisolo en la visión historiográfica de Américo Castro y la novela

cervantina. Puntos estos que –la presencia de Castro y Cervantes en su ensayística y

como base de su concepción de la literatura– de otro lado, están profundamente

relacionados entre sí, porque como lo recuerda Rodríguez-Puértolas, los estudios de

Américo Castro relativos al Quijote, a lo largo de más de cincuenta años de trayectoria

intelectual, son la “ilustración concreta de sus ideas sobre España, los españoles y lo

español” (Rodríguez-Puértolas, 1971: 368).

En “Terra nostra”, como un tópico textual de la estructura semántica inicial

común a la ensayística de Goytisolo –en una especie de exordio (Cfr. Arenas Cruz,

1997: 451)– donde se presenta el tema a tratar a través de una oposición crítica,

polémica, con alguna institución o autoridad literaria, el ensayista, en este caso para

resaltar el valor literario de la novela Terra nostra (1975) de Carlos Fuentes, se enfrenta

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a un sector tradicional de la crítica literaria hispánica incapaz de reconocer aquellas

obras que se caracterizan por plantear una estética de oposición y ruptura en relación

con los modelos y cánones establecidos y conocidos de antemano por el lector. Hecho

que ejemplifica señalando el olvido voluntario en el medio cultural español, por más de

cincuenta años, de La Regenta (1884-1885) de Leopoldo Alas, que a pesar de ser, en su

criterio, la novela más importante del siglo XIX, fue acogida con hostilidad por la

intelectualidad de su tiempo y, ya entrado en siglo XX, no se reeditó en España entre

1908 y 1963, y se ignoró el nombre de su autor en los manuales de historia literaria

durante ese período:

En un mundo como el hispanohablante, horro de espíritu y tradición crítica y

donde la obra se gesta, por así decirlo, a contrapelo del limbo cultural, la respuesta de

las mal llamadas “fuerzas vivas” suele ser el mutismo. Así ocurrió con la única gran

novela de lengua castellana del siglo XIX: me refiero, claro está, a La Regenta

(Goytisolo, 1977: 221) 80.

Esta afirmación perentoria le sirve de introducción para presentar al lector la

novela de Fuentes, e impugnar la recensión adversa recibida al momento de su

publicación por un sector de la crítica que no supo reconocer la dimensión literaria de su

propuesta, en este caso, por una crítica marxista que el ensayista equipara, en

dogmatismo y defensa cerrada del realismo, con la crítica conservadora del

tradicionalismo casticista (Cfr. Goytisolo, 1977: 221-229)81. Pero lo que nos interesa de

este ensayo es señalar no sólo la lectura que Goytisolo hace de Terra nostra (1975) a

partir de las ideas de Américo Castro y de lo que significa la novela cervantina para la

comprensión de las propuestas más disímiles e innovadoras de la novelística

contemporánea, sino indicar que tanto los postulados de la historiografía de Castro

como la importancia de la herencia de Cervantes, están incorporados de manera

explícita, manifiesta, en la estructura semántica del texto de Fuentes; y este hecho es el 80 Goytisolo hace una valoración plena de la novela de Clarín posteriormente, en el ensayo “Aproximaciones a La Regenta”, que hace parte del libro El bosque de las letras (1995a), donde desarrolla el tema sobre la actitud inicial de la crítica de la novela y su desconocimiento por varios años. Asimismo analiza la obra detenidamente a la luz de la crítica de Blanco White al tradicionalismo hispánico (Cfr. Goytisolo, 1995a: 17-44). 81 El cuestionamiento de Goytisolo se dirige de manera directa contra Carlos Blanco Aguinaga y su artículo “Sobre la idea de novela en Carlos Fuentes”, que hace parte del libro De mitólogos y novelistas (1975).

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que llama la atención del ensayista y busca resaltar en su reflexión. En este sentido, se

puede afirmar que Fuentes en el contexto hispanoamericano –como Goytisolo en el

español– convierte la visión histórica de Américo Castro en materia novelable y para

hacerlo no duda explorar las posibilidades abiertas a la novelística moderna por

Cervantes. Así, Terra nostra (1975) es una reflexión desde la literatura de la compleja y

abigarrada identidad latinoamericana y de la presencia de la historia de España en la

configuración de esa peculiar manera de ser y visión de mundo. No es una novela

tradicional ni cuenta una historia lineal, distanciándose del realismo decimonónico

Fuentes se sirve de la historia de España y la Conquista de América como un inmenso

museo imaginario, y con una libertad lingüística e imaginativa excepcional, equiparable,

según Goytisolo (1977: 233), a la pintura de Goya y a la alianza integral entre

imaginación y razón bajo la forma de delirio que caracterizan Los Caprichos, construye

un mundo de ficción donde cobran vida y discurren personajes históricos y literarios, se

confunden tiempos y espacios diversos, se asocian mitos y leyendas con hechos

históricos concretos. Pero la visión de la historia propuesta en el texto literario no es

evasiva ni fantasiosa, reconstruye la historia desde la libertad imaginativa que le permite

la novela para hacer una lectura a la vez crítica y creativa de la tradición (Cfr.

Goytisolo, 1977: 235). En el ensayo, Goytisolo insiste en afirmar que Terra nostra

(1975) es una mirada penetrante y despiadada de la historia de España y de su

prolongación en el nuevo mundo a través de la Conquista; muestra cómo en los

diferentes enfoques de la historia presentados por el novelista, mediante los cambios

abruptos de la perspectiva narrativa, se incorporan las ideas de Castro y su

interpretación de la realidad histórica de España e Hispanoamérica (Cfr. Goytisolo,

1977: 229-230). Para el ensayista la influencia de Castro se da tanto a un nivel temático

como al nivel de un postulado hermenéutico que el escritor asimila desde la completa

libertad que le permite la ficción, y que en el caso del historiador, a pesar de de ser

necesario, está restringido por el respeto estricto de las fuentes. Este postulado es la

necesidad de la imaginación analítica para interpretar la historia sin falsearla, “sin la

cual el historiador se convierte en un vulgar recopilador de datos sin alcance ni

significación” (Goytisolo, 1977: 235). Y es que en el caso del novelista éste puede

permitirse una libertad mayor que el historiador, porque no pretende corroborar un

hecho sino enfatizar una interpretación, sugerir una visión de la historia y dar al lector

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un motivo de reflexión. El novelista se sirve del rigor del historiador y de su

interpretación para obrar con la libertad plena que admite y requiere la novela, haciendo

de la interpretación histórica materia novelística. En un nivel temático la influencia del

autor de La realidad histórica de España (1954) se da, según el ensayista, en la crítica

del novelista de una visión providencialista de la historia de España y del mito de una

identidad española por encima del transcurso del tiempo, mantenida incólume desde

épocas remotas; en la valoración que hace Fuentes de la coexistencia intercastiza entre

judíos, moros y cristianos desde la invasión musulmana en el siglo VIII hasta el triunfo

de los Reyes Católicos; en el énfasis que hace de la incidencia de ésta coexistencia –

lejos de cualquier idealización romántica– en la configuración de la conciencia colectiva

española; y en la importancia conferida a los procesos de mestizaje y transculturización

en Hispanoamérica para configurar una personalidad colectiva donde la presencia

hispánica es crucial en la otra orilla del Atlántico. Asimismo, en el espacio semántico

que abre el texto novelístico, desde el reconocimiento de la alteridad del otro, para sanar

las heridas del pasado y como premisa de una convivencia futura, recordando al lector

que todas las culturas se configuran en el transcurso de la historia a través de procesos

de hibridación y mestizajes, que todas las culturas son plurales, que no hay identidades

cerradas; puntos éstos en el que novelista coincide con la visión de Américo Castro,

quien pese a su interpretación polémica del pasado español, consideraba que sólo desde

una postura de tolerancia frente a la alteridad y de conocimiento de la historia se podría

sentar las bases de una convivencia española presente y futura (Cfr. Goytisolo, 1977:

235-236).

Pero hay otro aspecto de los señalados por Goytisolo sobre la influencia de

Américo Castro en Terra nostra (1975), además de la relevancia concedida a la

imaginación analítica para interpretar la historia y de la presencia de su visión del

pasado español, que merece mencionarse. Fuentes, señala el ensayista, explora de

manera consciente el espacio literario abierto por Cervantes. Lo hace con múltiples

procedimientos y recursos: a través de uno de los narradores-personajes que al interior

de la ficción pretende escribir la historia de un hidalgo manchego a partir de un

manuscrito encontrado de un molino de viento (Cfr. Goytisolo, 1977: 247); en la

incorporación de los personajes del Quijote y otros personajes de la literatura española

como personajes del mundo propuesto, procedimiento típicamente cervantino; con la

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relativización de los puntos de vista, mediante los cambios de enfoques narrativos y las

constantes reflexiones que hace el autor al interior de la ficción, acerca de la misma

narración. Para Goytisolo los logros de Cervantes, su aporte a la modernidad literaria y

el empleo consciente de sus procedimientos novelísticos se fortalece a partir de los

estudios de Américo Castro, puesto que es él, en su criterio, con la obra El Pensamiento

de Cervantes (1925), quien primero supo captar la función de los libros y la lectura en el

proceso creador de la novela y señaló el significado de este hecho para la literatura

posterior; y, al mismo tiempo, porque desvirtuó la idea de Cervantes como un ingenio

lego, no consciente de sus logros o la idea de un Cervantes reaccionario, que habían

hecho carrera en el ámbito de los estudios cervantinos; por el contrario, Castro enfatizó

la conciencia artística que tenía escritor sobre su obra e interpretó su legado dentro de

un contexto humanista –el del erasmismo– como un intento de evitar la alienación de lo

humano, que es precisamente lo que recata Fuentes en su novela (Cfr. Goytisolo, 1977:

246-251).

En otro de los ensayos de Disidencias (1975), “Supervivencias tribales en el

medio intelectual español”82, Goytisolo profundiza en el influjo de Américo Castro en la

historiografía y la filología hispánica, en cuestiones como las planteadas al ocuparse de

la novela de Carlos Fuentes. En este caso concreto resalta la labor mitoclasta del autor

de España en su historia. Cristianos, Moros y Judíos (1948), su enfrentamiento radical

con una tradición casticista y regeneradora que interpretó el pasado español a partir de

una concepción providencialista de la historia. Así, relaciona los aportes historiográficos

de Castro en el panorama intelectual peninsular a partir de su respuesta a la pregunta de

cómo y cuándo se produjo “la peculiaridad nacional española” (Goytisolo, 1977: 142),

su valoración de la coexistencia intercastiza medieval y su análisis de las casusas y

consecuencia de lo que llamó la edad conflictiva a raíz de la expulsión de los judíos tras

el triunfo de los Reyes Católicos y la posterior expulsión de los moriscos, y sus

consecuencias en lo que luego se denominó el período de decadencia nacional, a partir

del siglo XVII. Pero también es fundamental en este ensayo el reconocimiento que hace

Goytisolo del espíritu investigativo abierto, autocrítico y antidogmático de Castro, quien

durante su trayectoria intelectual se caracterizó por la revisión permanente de sus tesis,

82 Este ensayo se publicó primero como parte del libro Estudios sobre la obra de Américo Castro (1971), dirigido por Pedro Laín Entralgo, obra que fue el primer homenaje que recibió el historiador en su país después de la guerra civil.

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sin restarle radicalidad a sus planteamientos; y, asimismo, es relevante la exaltación que

hace de la motivación que guió el quehacer investigativo del historiador: la convicción

de que sólo el conocimiento del pasado podría ayudar a los españoles a comprender el

presente y evitar su repetición en el porvenir (Cfr. Goytisolo, 1977: 147).

En el proyecto de recuperar y configurar una tradición crítica moderna en un

medio intelectual que históricamente estuvo poco dispuesto a asimilar el espíritu

reformista de la modernidad ilustrada, la obra excepcional de Américo Castro, así como

la de Blanco White, su precursor en muchos aspectos, es fundamental –tal es la

enseñanza de Goytisolo– para la comprensión del carácter plural de la cultura hispánica

y de la necesidad de un espíritu de tolerancia social abierto para asimilar las lecciones

de la historia, evitando incurrir de nuevo en sus errores, y para sentar las bases de una

convivencia presente y futura (Cfr. Goytisolo, 2007: 58). Si el novelista, como han

señalado reiteradamente Michel Ugarte (1979: 353-354), Alicia Ramos (1982: 15-32),

Linda Gould Levine (2004: 60), Manfred Tietz (1985: 5-18), Manuel Durán (1988: 249-

257), Marina Martín (1989: 211-223), Carmen Sotomayor (1990: 7-25, 74-88), Javier

Escudero (1997: 41-53), Pina Rosa Piras (1999: 167-179), Eduardo Subirats (2003: 49-

56), entre otros, se sirve y transforma la visión histórica de Américo Castro en materia

novelable, el ensayista se vale de los estudios históricos y literarios de Castro como

herramienta de análisis y base hermenéutica, con la finalidad de configurar esa tradición

intelectual fundamental para el conocimiento de sí mismos, que ha quedado al margen

por la omisión o cortedad de miras del tradicionalismo español. Como lo apreciamos

desde el análisis de El furgón de cola (1967), específicamente en los ensayos

“Estebanillo González, hombre de buen humor” y “Menéndez Pidal y el padre Las

Casas”, y desde el examen del libro España y los españoles (1969), la presencia de las

ideas de historiador granadino es constante como un presupuesto teórico de su análisis

de la cultura hispánica, y aparece bien de manera implícita o explícita en su ensayística

posterior. Luego de “Supervivencias tribales en el medio intelectual español”, Goytisolo

aborda de manera directa el tema de Américo Castro y su aporte al conocimiento de la

historia y la cultura española en los ensayos “Miradas al arabismo español” de Crónicas

sarracinas (1981); “La singularidad artística y literaria de España” de El bosque de las

letras (1995); “Américo Castro y ‘las novelas de España’” y “El ayer, hoy y mañana en

la España de Américo Castro” de Contra las sagradas formas (2007), y ese énfasis en la

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incidencia de Castro en el mundo intelectual español recorre trasversalmente los

ensayos recogidos en Cogitus interruptus (1999), dedicados a cuestionar el

tradicionalismo historiográfico español y la precariedad de la historia, y a proponer una

revalorización de los clásicos españoles a partir de las investigaciones no sólo del autor

de El pensamiento de Cervantes (1925) sino de los estudios de Marcel Bataillon,

Antonio Domínguez Ortiz, Julio Caro Baroja (Cfr. Goytisolo, 1999: 84; 2007: 49), en

un campo donde han destacado filólogos, hispanistas y arabistas de la talla de Albert

Sicroff, James Monroe, Stephen Gilman, Manuel Durán, Julio Rodríguez-Puértolas,

Francisco Márquez Villanueva, Carlos Peregrín Otero, Luce López-Baralt, María Rosa

Menocal, entre otros (Cfr. Goytisolo, 1999: 83-98, 150-156, 157-163, 164-169, 170-

176; 2007: 49). En este orden de ideas, en el ensayo “Américo Castro y ‘las novelas de

España” que hace parte del libro Contra las sagradas formas (2007) Goytisolo, siempre

resaltando la condición precursora de la obra de Castro en la historiografía moderna

española –con posterioridad a Menéndez Pelayo– como una vía de exploración en la

reconstrucción del pasado español y no como un punto de llegada clausurado de una vez

y para siempre –puesto que para el ensayista la reconstrucción de los procesos históricos

varían, desde la perspectiva del presente, según el nivel de los conocimientos

alcanzados y los datos empíricos empleados– se refiere al aporte del autor de La

Realidad histórica de España (1954) al conocimiento de la historia de la literatura

española, y específicamente a su percepción de la literatura peninsular de la Baja Edad

Media y del Siglo de Oro (Cfr. Goytisolo, 2007: 47). Y subraya su contribución a la

comprensión de la alta tradición cultural de los cristianos nuevos o conversos, bien por

casta o por mentalidad, en la que sobresalen los nombres de Fernando de Rojas, Luis

Vives, fray Luis de León, Teresa la santa, Mateo Alemán y Cervantes. La virtud de

Castro, para el ensayista, fue haber estudiado la literatura de esta tradición cultural

atendiendo a su época y a su ambiente, a través de una serie de postulados sociológicos

y filosóficos, como los de morada vital y vividura, con los cuales pretendió reconstruir

el contexto histórico de los escritores y sus obras, desde un punto de vista objetivo, su

situación concreta en la sociedad, y subjetivo, su conciencia o mentalidad de pertenecer

a un grupo humano específico, y demostrar cómo ésta literatura estuvo condicionada

por la situación marginal de los autores en una Edad Conflictiva, caracterizada por el

control de la Inquisición y los estatutos de limpieza de sangre. La radicalidad de las

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tesis de Américo Castro sobre la importancia de la coexistencia entre cristianos, moros y

judíos en la configuración de una conciencia colectiva hispana y sobre las causas y

consecuencias de esa Edad Conflictiva, a partir de la expulsión por los cristianos viejos

de los españoles judíos y españoles moriscos, no desvirtúa en ninguna forma el valor

literario de esas obras y antes bien enriquece su lectura e ilumina puntos oscuros de las

mismas, como lo explica el ensayista: “Por mi parte, la lectura de obras como la de

Rojas, Delicado, fray Luis de León, Mateo Alemán o Cervantes me parece reductiva y

empobrecedora si se descartan a priori los planteamientos e ideas de Castro y de quienes

se aproximan a ellas sin anteojeras” (Goytisolo, 2007: 42). Al cuestionar la creencia de

una hispanidad católica y europea sin tacha y enfatizar sus elementos semíticos, árabes

y judíos, las tesis de Castro más que oscurecer o confundir la interpretación del pasado

español, enaltecen su peculiaridad histórica, basada en aquello que llama su

occidentalidad matizada. Una vez asimiladas sus tesis, como lo indica Goytisolo, se

logra comprender que la riqueza cultural española es fruto de la suma de los aportes de

las diversas civilizaciones que históricamente poblaron su territorio y no de los procesos

de exclusión y de mistificación de una identidad castiza sin mácula: “La originalidad de

la cultura española estriba precisamente en el hechos de ser producto de un vasto crisol

cultural de aportaciones e influencias romano-visigóticas y semitas, y no a razones

como raza, temperamento, idiosincrasia, etc.” (Goytisolo, 2007: 48).

Así, la historiografía de Américo Castro es un postulado fundamental de la

ensayística de Juan Goytisolo y de su revalorización de la historia de la literatura

española. Soporta su concepto del “árbol de la literatura”, de la concepción de la

literatura española como un sistema en el que los textos, dentro del gran tiempo de la

cultura del que hablara Bajtin –como lo reconoce el mismo ensayista en su ensayo sobre

la obra crítica de Manuel Azaña (Cfr. Goytisolo, 2004a: 77)– guardan relación entre si y

alcanzan su especificidad. Es una herramienta fundamental para sus análisis literarios y

su interpretación de la cultura española. Para enfatizar una tradición crítica que por su

riqueza es imposible reducir a unos cuantos nombres y obras, pero que se extiende de

Juan Ruiz a Fernando de Rojas, de Delicado a Cervantes, de Blanco White a Cernuda.

De lo expuesto en este capítulo se puede concluir entonces que la ruptura de

Goytisolo con el realismo novelístico de la generación del medio siglo y su crítica del

castellanismo del 98; sus análisis y énfasis del tratamiento literario del cuerpo en la

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literatura de los siglo XV, XVI y XVII; su elección de una literatura mudéjar de

filiación cervantina y el descubrimiento de sus huella en la nueva novela

hispanoamericana de la segunda mitad del siglo XX; la afirmación de una poética

basada en la atención en el proceso de enunciación, en el lenguaje literario, en el signo y

no en el referente, de una literatura y una novela que defiende el derecho inalienable de

la escritura a ser escritura; la definición de la idea del árbol de la literatura para señalar

la especificidad del hecho literario y la relación que cada obra mantiene con el corpus

de la literatura de su tiempo y de su tradición cultural, en donde alcanza a manifestarse

como signo diferencial, de su pertenencia al gran tiempo de la cultura y de su lugar en el

bosque de las letras, como imagen que engloba el concepto de literatura universal; la

búsqueda de una tradición crítica en la cultura hispánica moderna necesitada a toda

costa de ella; su adopción de una estética de oposición frente a una estética de la

identidad, en los términos analizados de Iuri Lotman, y su conciencia del papel del

escritor en el capitalismo avanzado desde el gesto provocador y el arte de la trasgresión,

están soportados, como vimos, en una serie de postulados teóricos que el ensayista toma

de los desarrollos de la teoría literaria, principalmente de los formalistas rusos y

estructuralistas franceses y de los estudios historiográficos e interpretación de la cultura

hispánica de Américo Castro. Elementos que el ensayista emplea desde una óptica del

presente, contrastándolos con otros postulados teóricos y filosóficos del actual nivel de

conocimientos alcanzados por las ciencias humanas, en un sentido general –

conocimiento imprescindible para sustentar un pensamiento libertario– con el fin de no

incurrir en un formalismo estéril o en un exagerado historicismo que reduzca la

apreciación estética del hecho literario. Estos elementos soportan la estructura

semántica de su texto ensayístico y posibilitan su labor hermenéutica.

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Capítulo 6.

MUDEJARISMO Y MITOPOIESIS. EL OTRO, ALTERIDAD

CONSTITUYENTE. El Otro soy yo; es decir, bajo la escritura borrada, el palimpsesto nos muestra una imagen impensable: la propia. (Goytisolo, 2005a: 287) 6.1. El estilo como política.

El estilo como política, concepto enunciado por Deleuze para dar cuenta de la

inversión de valores en la cultura occidental emprendida por Nietzsche, y retomado por

Goytisolo, desde la óptica del presente, para precisar la manera como Fernando de

Rojas respondió con La Celestina a “la despiadada agresión de la vida” (Goytisolo,

1977: 17) –la de los conversos en una edad conflictiva; signada por el autoritarismo

católico, el control inquisitorial, las leyes de limpieza de sangre y las prácticas de

intolerancia social– puede aplicarse, asimismo, sin duda alguna y en un sentido amplio,

al conjunto de la obra literaria de Juan Goytisolo, con el fin definir su crítica del

paulatino proceso de deshumanización en la cultura moderna; su cuestionamiento de

todo empeño de reducir la experiencia de lo humano o condicionarla cultural, ideológica

o sexualmente (Cfr. Goytisolo, 1997a: 112); su intención de enfrentar la dialéctica de la

alteridad, las relaciones y desacuerdos entre el yo y el mundo, el problema del Otro en

la civilización y la cultura a lo largo de la historia. En este sentido, el estilo como

política, es el dispositivo para afrontar las contradicciones entre la visión estética del

escritor, propias de su conciencia artística, y su postura ética, común a su

responsabilidad cívica e intelectual ante los problemas sociales de su comunidad

lingüística y del mundo contemporáneo, en una época, como la nuestra, globalizada.

Conflicto ético y estético que se manifiesta en su obra desde Campos de Níjar (1960),

que atraviesa los ensayos de El furgón de cola (1967) y la totalidad de su ensayística

posterior. Que resulta evidente en un libro como Crónicas sarracinas (1981), en donde

se ocupa de desmitificar la representación del mundo islámico en la cultura occidental,

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desde la perspectiva de la alteridad, situándose en el lugar del otro. Que es asumido en

sus novelas –a partir de Señas de identidad (1966)– a través del intento de fusionar en

un mismo campo de experiencia dos ideas distintas o contradictorias, para alumbrar una

nueva realidad y con la pretensión de extender el ámbito de percepción de lo humano,

sin suprimir este tipo de tensiones; en consecuencia, la novela es fruto de un profundo y

sincero debate interior, de un profundo examen de conciencia (Cfr. Goytisolo, 2005a:

67-69). De esta suerte, el estilo como política es la búsqueda de una coherencia artística

e intelectual a través del ensayo y la novela y exige, de parte del escritor, un decidido

compromiso social, personal y técnico, para erigirse, desde el gesto provocador de la

literatura considerada como una delincuencia y con una alta conciencia estética, en una

forma de resistencia a los procesos de exclusión de los nacionalismos imperantes en el

mundo de hoy, a las fuerzas deshumanizadoras de la globalización, a la especulación

crematística del Gran Mercado del Mundo (Cfr. Goytisolo, 1995a: 9-13). Pero este

compromiso, ético y estético, trasciende todo voluntarismo –en su acepción reducida,

aludiendo más al ámbito de unos deseos inciertos que a las posibilidades de efectuación

reales– y demanda, en una perspectiva moderna, un conocimiento de sí mismo, del

mundo que le rodea y de todo lo que es inherente a su actividad de escritor. En otras

palabras, requiere de una alta conciencia artística, de un conocimiento a fondo de la

historia de la literatura y la cultura, de un compromiso pleno con la escritura –en la

exploración de las posibilidades del lenguaje– y, lo que es fundamental, una conciencia

del papel de la crítica en la modernidad a partir de los desarrollos de la razón histórica y

científica –lo que entraña el conocimiento teórico del lenguaje, de su estudio como un

sistema de signos, ya que éste constituye su materia de expresión y resulta por lo tanto

necesario la comprensión de sus implicaciones artísticas, sociales y políticas– del

conocimiento de las principales tendencias de la filosofía del arte en la modernidad y de

los fundamentos de una cultura política en este mismo ámbito.

Así, el compromiso ético y estético, desde una perspectiva moderna, lo asume el

autor a través de la novela y del ensayo literario como dos actividades complementarias

donde es imposible separar la reflexión de la creación; mediante una novelística que

incluye en su propio universo ficcional una poética o reflexión sobre la novela; y a

través de una ensayística que, con una decidida voluntad de estilo, ilumina hasta donde

es posible el lado oscuro del proceso de creación literaria, en la medida en que en este se

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profundiza en las zonas vedadas o reprimidas de la condición humana, y el ensayo, en

su caso, es una herramienta para esclarecer esos aspectos del proceso creador.

En los capítulos anteriores hemos visto cómo este conocimiento o conciencia del

escritor acerca del hecho literario y de sus conexiones con la cultura y la sociedad, en

una perspectiva moderna, ilustrada, se manifiesta en su ensayística cuando soporta su

reflexión, de un lado, en los desarrollos de la teoría literaria a lo largo del siglo XX, en

sus postulados sobre la especificidad del hecho literario y la búsqueda de las leyes

internas, lingüísticas y poéticas, del texto literario, sin excluir, claro está, sus relaciones

con otras manifestaciones de la cultura y de la realidad social en la que surge; y, de otro

lado, en la comprensión e interpretación de la cultura hispánica y de su lugar en el

contexto de la cultura occidental, de acuerdo con los aportes de la historiografía

multicultural desarrollada, también a lo largo del siglo XX y hasta el día de hoy, por la

escuela de Américo Castro. De esta manera, hemos señalado que la integración de estas

dos vertientes o postulados teóricos es una invariante de la estructura semántica de su

obra ensayística, de El furgón de cola (1967) a Disidencias (1977); y soporta, a la vez,

su proyecto desmitificador de la visión tradicionalista de la historia y la literatura

española. Proyecto definido en relación con su novelística como una empresa de

destrucción creadora: “En el vasto y sobrecargado almacén de antigüedades de nuestra

lengua sólo podemos crear destruyendo: una destrucción que sea a la vez creación; una

creación a la par destructiva” (Goytisolo, 2005a: 70). Y, en relación con su ensayística,

como lo define sucintamente en su último libro de ensayos Contra las sagradas formas

(2007), luego de cincuenta años de trayectoria intelectual, ya sin la necesidad del gesto

provocador propio de su oposición radical al franquismo y acentuando ahora un espíritu

de tolerancia, que no merma la contundencia de su empresa crítica, como el resultado de

esa labor motivada por “el afán de poner en tela de juicio las verdades establecidas de

una vez y para siempre en el ámbito de la historia y la literatura” (Goytisolo, 2007: 7).

Lo que le permite sostener a continuación:

La tarea del crítico estriba en ello: descubrir facetas nuevas, admitir la

pluralidad de los puntos de vista y descomponer la luz en diferentes colores desde su

prisma particular. Cada época modifica su enfoque conforme a la sensibilidad que la

marca y la aparición de elementos nuevos que matizan y rectifican lo dado por supuesto.

La historia es un proceso de revisión continua del pasado, y lo bien fundado hoy, puede

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dejar de serlo. Todos debemos aceptar con modestia la provisionalidad de nuestros

juicios y conclusiones. De acuerdo con ello, podemos hablar de progreso en nuestros

conocimientos (Goytisolo, 2007: 7).

En consecuencia, esta empresa de desmitificación, asumida en sus novelas y

ensayos, pretende configurar, a su vez, una tradición crítica a partir de la revalorización

de una serie de autores al margen de la historiografía oficial o que han sido leídos sin

tener en cuenta su contexto vital, con el propósito de alcanzar una mejor comprensión

de la cultura hispánica en toda su pluralidad y complejidad; lejos de una visión

permeada por un nacionalismo católico excluyente y como una tarea aplazada de un

interrumpido proyecto de modernidad (Cfr. Subirats, 2003: 128-129).

Sin ese conocimiento que venimos comentando, sin esa relación con el saber, el

estilo como política resultaría anodino y su labor mitoclasta ineficaz. En este orden de

ideas, una serie de estudios sobre su obra han subrayado el papel del estructuralismo y

posestructuralismo francés, como trasfondo cultural, en su proyecto desmitificador,

reforzando esta percepción de las relaciones de Juan Goytisolo con la teoría literaria y el

pensamiento teórico y filosófico de la época. Ya hemos mencionado en el capítulo

anterior, cuando abordamos el análisis del ensayo de Goytisolo dedicado a La Lozana

Andaluza, y en nuestra intención de resaltar la primacía que éste le concede al signo, al

proceso de enunciación literaria y no a la función representativa del lenguaje literario, la

interpretación que hace Óscar Cornago Bernal de la ruptura de Goytisolo con la estética

realista. Éste sostiene, acercándose a su obra a partir de una perspectiva semiótica

estructuralista, que el autor de Juan sin tierra (1975) revela una concepción

performativa de la literatura. Según Cornago, es posible leer las novelas de Goytisolo

como si en cada caso se tratara de una actividad en proceso, como dispositivos textuales

no representacionales y no como objetos o estructuras acabadas. Desde esta perspectiva

Goytisolo trascendería incluso el proyecto estructuralista y se acercaría más a una visión

posestructuralista que Cornago asocia con la filosofía de Guilles Deleuze; basada, ésta

última, en un pensamiento del aquí y del ahora, de la otredad y la diferencia, una

filosofía no representacional, no sujeta a un movimiento dialéctico, donde se disuelven

los conceptos de espacio, tiempo y causalidad de la lógica clásica (Cfr. Cornago, 2001:

254-256). Pero más que adentrarnos en ese diálogo con el neoestructuralismo que

percibe Cornago y que comparten otros autores como Ramón Buckley, quien también

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relaciona la obra de ruptura de Goytisolo con la filosofía de Deleuze (Cfr. Buckley,

1996: 83-92), nos interesa es resaltar la definición que hace Cornago del pensamiento

estructuralista como una maquinaria semiótica de desmitificación de la realidad, como

un proyecto que en su momento apuntó a desvelar los mecanismos de creación de

significados, de producción de discursos, de los procesos de mitologización promovidos

por la cultura occidental (Cfr. Cornago, 2001: 255); y subrayar el vínculo que Cornago

establece entre el estructuralismo y la empresa de desmitificación de Goytisolo. Vínculo

que resulta evidente en la atención que el autor de Don Julián (1970) presta, a lo largo

de su trayectoria intelectual, a la estructura semántica de las formaciones discursivas, al

lenguaje a través del cual se configuran los mitos, las leyendas y se escribe la historia

con un afán de mitificación, tanto en la cultura hispana como, más tarde se ocupará, en

la cultura occidental. Esta relación es fácil de establecer porque, para Cornago (2001:

249), el estructuralismo es parte del clima intelectual, ideológico y estético, de los años

sesenta y setenta del siglo pasado y, por lo tanto, forma parte del contexto cultural de la

época en que la obra de Goytisolo alcanza su madurez y punto de inflexión.

Otro estudioso de la obra de Goytisolo, el hispanista Stanley Black, en su obra

Juan Goytisolo and the Poetics of Contagion. The Evolution of a Radical Aesthetic in

the Later Novels, señala, asimismo, las relaciones del proyecto desmitificador de

Goytisolo con el estructuralismo y posestructuralismo, en este caso, a partir del contacto

de Goytisolo con el libro Mitologías (1957) de Roland Barthes:

Echoes of post-estructuralist thinking can be discerned too in relation to the

treatment of myths in Goytisolo’s writing. The early encounter with Barthes’

Mythologies led to an awareness of the inevitable gap that separates the real from its

representation in language. The two coexist as related but separate dimensions.

Goytisolo’s structuralist leanings lead him to attach more importance to the semiotic

representation of the real as being the only aspect that can be dealt with. The real is no

dismissed. It is simply that there can be no possibility of unmediated access to this real.

The individual is inextricably caught up in a realm of signs from which there is no

escape. The most important sign system of all is, of course, language (Black, 2003: 31-

32).

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Como afirma Stanley Black, el proyecto desmitificador de Goytisolo le lleva a

concederle toda la importancia a la representación semiótica de la realidad, a su

discurso, como el aspecto relevante que puede ser tratado en dicha empresa

desmitificadora. El novelista-crítico no elude lo real, pero su labor desmitificadora la

despliega al nivel del lenguaje, sobre el sistema de signos con el cual se pretende

aprehender lo real. Goytisolo ya lo había afirmado mucho antes en los ensayos de El

furgón de cola (1967), cuando en su texto “La actualidad de Larra”, impugnaba el

lenguaje creado y utilizado por el régimen franquista, en los siguientes términos:

La crítica y denuncia del edificio semántico en que se apoya [el régimen, J.F.T.]

llevaría, no obstante, consigo, la crítica y denuncia de los fundamentos mismos de su

existencia (…) tarde o temprano la experiencia nos obligará a reconocer que la negación

de un sistema intelectualmente opresor comienza necesariamente con la negación de su

estructura semántica (Goytisolo, 2005a: 26).

6.2. Culminación de una empresa de desmitificación: El orientalismo.

El escritor mitoclasta distingue el texto de la realidad y aplica su dispositivo

deconstructivo sobre la multiplicidad de textos, históricos, artísticos, políticos, de los

medios de comunicación, la publicidad, etc., que encubren la realidad como si fueran su

copia fiel o definitiva. Bien en su tratamiento literario ficcional, parodiándolos, o con la

coherencia y claridad de sus ensayos críticos, este proyecto desmitificador comienza en

la obra de Goytisolo, como anotamos, desde Señas de identidad (1966) y los ensayos de

El furgón de cola (1967) y culmina, en tanto empresa totalizadora que controvierte las

narraciones, relatos y leyendas que soportan la identidad hispana y los relatos sobre la

alteridad del Otro opuesta a esa identidad, con el libro Crónicas sarracinas (1981);

donde se ocupa de cuestionar la visión que a lo largo de la historia ha creado Occidente

sobre el mundo árabe, extendiendo así su mirada crítica de un contexto particular –el

mundo hispano– a uno global, la cultura occidental. Es por esta razón que hablamos de

una empresa totalizadora y de su culminación, porque si en una primera etapa, que en su

ensayística va de El furgón de cola (1967) a Disidencias (1977), pasando por España y

los españoles (1968) y “Presentación crítica de J. M. Blanco White (1972) –

comprendiendo en su novelística Señas de identidad (1966), Don Julián (1970) y Juan

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sin tierra (1975)– se ocupó de desvirtuar los mitos relacionados con la definición de la

identidad española, sus procesos de exclusión y sus efectos casticistas en la cultura y

específicamente en la literatura, en una etapa posterior –a partir de Crónicas sarracinas

(1981) en su ensayística, y de Makbara (1980) en sus novelas– que llamamos de

culminación, pero aclarando que su labor mitoclasta comprende la totalidad de su obra

hasta el día de hoy, extiende su campo de acción a la totalidad de la cultura occidental y

a su mirada etnocéntrica sobre el mundo árabe. Culminando así el proceso inicial

referido al problema de la alteridad en la historia española para abarcar el problema del

Otro en la cultura occidental, y teniendo en cuenta, para ello, textos relevantes de

intelectuales árabes que se han ocupado de este problema, o sea, incluyendo la mirada

del otro al momento de plantear el problema.

Tanto Stanley Black como Cornago Bernal ubican el acercamiento de Goytisolo

a Oriente y su crítica de la mirada de Occidente al islam, dentro de esa perspectiva

semiótica estructuralista que tiende a desvelar los mecanismos de producción de

discursos y mitificaciones en la cultura occidental (Cfr. Black, 2003: 31-32; Cornago,

2001: 253). Y en una menor medida señalan el papel que en esa labor mitoclasta

desempeña la historiografía de Américo Castro, con su valoración de la importancia de

la coexistencia intercastiza medieval en la historia de España y con su cuestionamiento

a las interpretaciones históricas que desconocen el aporte de la cultura árabe y judía en

la configuración de la identidad española. La influencia de Castro al respecto ha sido

ampliamente señalada por la crítica que se ocupa de la obra de Goytisolo y no hace falta

insistir en ella, baste mencionar de nuevo los estudios de Michel Ugarte (1979), Alicia

Ramos (1982), Linda Gould Levine (2004), Manfred Tietz (1985), Manuel Durán

(1988), Marina Martín (1989), Carmen Sotomayor (1990), Javier Escudero (1997), Pina

Rosa Piras (1999) y Eduardo Subirats (2003). En aras de conciliar las dos perspectivas

afirmemos que en cuanto a sus contenidos Goytisolo recoge la herencia mitoclasta y

multicultural de la historiografía de Castro, y en cuanto a su metodología, está

permeado por una perspectiva semiótica estructuralista que busca impugnar esos textos,

en tanto sistemas de signos, que pretenden captar la realidad del Otro o de lo Otro y

definirla de una vez y para siempre. Pero además de estos dos postulados teóricos,

Goytisolo obra desde la perspectiva del presente y, en este sentido, los ensayos de

Crónicas sarracinas (1981) parten de lo que significó el libro Orientalismo (1978) de

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Edward W. Said en el campo de la ciencias humanas, al revolucionar de una manera

crítica los estudios sobre el mundo islámico, como el mismo Goytisolo (2005a: 248) lo

reconoce. Said, con el término orientalismo comprende la empresa de conocimiento,

apropiación y definición del mundo oriental –siempre reductiva– en todas sus formas

sociales, culturales, religiosas, literarias y artísticas, por parte de Occidente, con un

interés colonizador o en defensa y expresión de una ideología colonizadora (Cfr.

Goytisolo, 2004c: 11); y es bajo esta perspectiva que analiza en su libro las relaciones

entre Occidente y Oriente en la época moderna83. Además, Goytisolo se apoya

ampliamente, en el texto Europa y el islam (1978) del historiador tunecino Hichem

Djaït, entre otros arabistas, para acotar de una manera exhaustiva el problema de la

construcción de la imagen de Oriente en la historia de la cultura occidental. El valor de

los ensayos de Goytisolo fue extender las reflexiones de estos teóricos que provienen

del mundo árabe –pero pertenecientes a la academia norteamericana y francesa– al

campo del orientalismo español, que ellos no conocían a fondo –como tampoco estaban

familiarizados con la obra de Américo Castro– ya que las relaciones entre España y el

islam representan una excepción notable del modelo general descrito en estas obras.

Como el conjunto de sus libros de ensayos literarios –con excepción de

“Presentación crítica de J. M. Blanco White” (1972) y El Lucernario. La pasión crítica

de Manuel Azaña (2004)–, los textos que conforman Crónicas sarracinas (1981), así

tengan un hilo temático común, son textos independientes. Algunos de ellos salieron a

la luz con anterioridad a la publicación del libro y otros se publicaron luego por

separado, como se puede apreciar en la siguiente relación: “Cara y cruz del moro en

nuestra literatura”, se publicó en Leviatán: Revista de hechos e ideas, número 4 de

1981, páginas 87 a 96; “Vicisitudes del mudejarismo: Juan Ruiz, Cervantes, Galdós”, en

la revista mexicana Vuelta, fundada y dirigida por el poeta Octavio Paz, en el número

64, correspondiente a marzo de 1982, páginas 15 a 21; “Sensualidad y fanatismo:

creación de una imagen”, en la revista El viejo topo, número 53, correspondiente a

febrero de 1981, páginas 25 a 29; “El Viaje de Turquía” en Quimera. Revista de

literatura, número 6, de 1981, páginas 20 a 27; “Los viajes de Alí Bey”, se publicó en

forma independiente con posterioridad a la publicación del libro en El viejo topo,

83 La influencia del pensamiento de Edward Said en la obra de Juan Goytisolo, principalmente a partir de Makbara (1980) y en los ensayos Crónicas sarracinas (1981), ha sido ampliamente estudiada por Carmen Sotomayor en su estudio Una lectura orientalista de Juan Goytisolo (1990).

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número 64 de enero de 1982, páginas 20 a 27; “Flaubert en oriente”, en el número 49,

de octubre de 1981, de la revista El viejo topo, páginas 52 a 55; “Sir Richard Burton,

peregrino y sexólogo”, en Quimera. Revista de literatura, número 13 de 1981, páginas

31 a 43; “Karl Marx: etnocentrismo y lucha de clases”, se publicó originalmente con el

título “Las gruesas anteojeras del orientalismo”, en el diario El País, en tres entregas,

los días 12, 13 y 14 de junio de 1980, en la página sexta del diario y, también, en la

revista Vuelta, en el número 46 de 1980, páginas 29 a 32; “Miradas al arabismo

español”, en el número 9-19, correspondiente a los meses julio-agosto de 1981, de la

revista madrileña Triunfo, páginas 96 a 101. Como afirma Pina Rosa Piras en su artículo

“El cervantismo de Juan Goytisolo” –lo cual es fácil de corroborar por la afinidad

temática y por las fechas de publicación– todos los ensayos de Crónicas sarracinas

(1981) fueron elaborados mientras Goytisolo trabajaba en la escritura de la novela

Makbara (1980), con la excepción del mencionado “Los viajes de Alí Bey” y, por

supuesto, “De Don Julián a Makbara: una posible lectura orientalista”, que no se

publicó independientemente y que su elaboración es posterior a la novela, como se

desprende del mismo título (Cfr. Piras, 1999: 170-171).

A la luz de las tesis de Said en Orientalismo (1978) y de Djaït en Europa y el

islam (1978), que ponen al descubierto los estereotipos y lugares comunes de la

representación o construcción de la imagen de Oriente en la cultura occidental –imagen

motivada por un interés político de dominación y más fiel a los esquemas mentales de

Occidente que a la disímil realidad de las sociedades agrupadas bajo el término Oriente–

Goytisolo aborda en estos ensayos el problema de la alteridad que constituye a los ojos

del hombre occidental el mundo musulmán, y para ello se vale de diversas obras

literarias, de libros de viajes y de las opiniones de algunos orientalistas. En este sentido,

sin caer en un esquematismo reduccionista que el autor busca a toda costa evitar, se

detiene en los aspectos negativos y positivos de la compleja relación entre Oriente y

Occidente. Así, podemos dividir los ensayos en tres grupos temáticos: los que se ocupan

de asuntos literarios, tanto resaltando aspectos positivos como negativos de la mirada

hacia Oriente, en este grupo están “Cara y cruz del moro en nuestra literatura”, “De Don

Julián a Makbara: Una posible lectura orientalista”, “Vicisitudes del mudejarismo: Juan

Ruiz, Cervantes y Galdós”; luego están los que se ocupan de los libros de algunos

viajeros por Oriente o de la visión de algunos pensadores occidentales a la otredad que

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representa Oriente, también incluyendo los aspectos positivos y negativos, resaltando el

interés sincero de alguno de ellos frente a esa realidad disímil o sus prejuicios evidentes,

aquí se pueden agrupar: “El Viaje de Turquía”, “Los viajes de Alí Bey”, “Flaubert en

Oriente”, “Sir Richard Burton, peregrino y sexólogo”, “Karl Marx: Etnocentrismo y

lucha de clases”; y un tercer grupo que oscila entre la temática de los dos anteriores,

ahondando en el alcance del término orientalismo, aquí estarían, “Sensualidad y

fanatismo: la creación de una imagen” y “Miradas al arabismo español”.

Si observamos los ensayos de manera independiente de acuerdo con este

clasificación vemos que, en “Cara y cruz del moro en nuestra literatura”, Goytisolo

analiza el papel de la representación del moro en la literatura hispana desde la Crónica

general de Alfonso el Sabio hasta la fecha en que el ensayo fue escrito, comprendiendo

incluso una novela de los años ochenta del siglo pasado llena de tópicos sobre el mundo

del islam, como es La tibia luz de la mañana (1980) de Ramón Ayerra. Goytisolo parte

en este ensayo de un hecho evidente, constatado aún por un autor ideológicamente

opuesto a él, como García Morente. Este hecho es el puesto central que ocupa el

musulmán, llámese sarraceno, morisco, turco o marroquí, en el imaginario de los

españoles a lo largo de su historia y como factor constitutivo, en tanto alteridad, en su

oposición y contraste, de la identidad hispana. Para García Morente autor de Idea de la

hispanidad (1961): “Desde la invasión árabe, el horizonte de la vida española está

dominado, en efecto, por la contraposición entre el cristiano y el moro (…) Lo ajeno es

a la vez musulmán y extranjero. Lo propio es, pues, a la vez, cristiano y español” (Apud

Goytisolo, 2005a: 231). Bajo esta perspectiva el moro, en tato el Otro, ha poblado por

centurias las leyendas, poemas, dramas y novelas de la literatura española, como afirma

Goytisolo: “Temido, envidiado, combatido, denostado, el musulmán (…) alimenta

desde hace diez siglos leyendas y fantasías, motiva cantares y poemas, protagoniza

dramas y novelas, estimula poderosamente los mecanismo de nuestra imaginación”

(Goytisolo, 2005a: 231). Goytisolo recorre la imagen negativa, llena de adjetivos

denigrantes, estereotipos racistas y caracterizaciones etnocéntricas que se ha construido

a lo largo de la historia del moro –primero sarraceno, luego turco y por último

marroquí–en la literatura española, desde el Romancero general hasta el Romancero de

la guerra civil, pasando por el Romancero de la guerra de África. El moro es el

enemigo, el bárbaro y encarna los valores opuesto a la pretendida esencia hispana o a la

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utopía civilizatoria occidental (Cfr. Goytisolo, 2005a: 232-235). Pero así como en la

literatura se ha configurado una imagen negativa de los moriscos también se ha

construido una imagen con tintes positivos, aunque no por ello menos fantástica e

idealizada. Goytisolo señala cómo desde la maurofilia literaria del siglo XVI y El

Abencerraje, desde la obra de Pérez de Hita, Mateo Alemán y los dramas de Calderón a

Pedro Antonio de Alarcón con su Diario de un testigo de la guerra de África (1859), se

creó una imagen exótica, maravillosa y distante del mundo oriental, que, según él, es

una respuesta de los mismo esquemas que configuraron la imagen del bárbaro, plagada

también de lugares comunes: “la fabricación del Otro en términos positivos responderá

así a los mismo principios sociales y síquicos que proyectan la fantasmagoría y mitos

sobre el ‘bárbaro’ en nuestra compleja y contradictoria escenografía mental” (Goytisolo,

2005a: 237). Se detiene con un especial interés en la obra de Alarcón para mostrar cómo

a pesar de la admiración sincera del escritor granadino por el mundo islámico no pudo

abstraerse de los tópicos y estereotipos occidentales sobre la esencia y ser del islam, que

eran propios de su época; de esta manera su visión de Oriente no se ajustó a la realidad

empírica y obedeció más a una imagen romántica, copiando incluso los modelos

literarios y artísticos anglosajones y franceses al respecto. Para Goytisolo (2005a: 241-

243), al idealizar la imagen de Oriente con ribetes fantásticos y románticos, Alarcón

configuró un panorama estático del mundo oriental por fuera del discurrir de la historia.

En síntesis, para Goytisolo, la representación del moro en la literatura española

corresponde a una serie de mitos y fábulas que se han incrustado en el inconsciente

colectivo hispano a partir de una dicotomía reductiva que es el anverso y reverso de

unos mismos prejuicios: el moro como bárbaro violento y sanguinario –el moro

cortacabezas– o el personaje de un cuento maravilloso, con unos valores exclusivos del

relato fantástico, pleno de sensualidad, y no comprendiendo la realidad de unos seres de

carne y hueso que habitan un amplio espacio geográfico, concreto y diverso, y que están

inmersos en el devenir de la historia. En última instancia, para Goytisolo, el moro define

el problema de la alteridad, del Otro en la cultura hispana y, por extensión, en la

civilización occidental. Es el espejo exterior a través del cual se afirma un proceso

identitario; el reverso especular a en el cual se proyectan los temores y afecciones más

profundas de una personalidad individual y colectiva. Y en tanto proyección mítica, el

escritor no puede sustraerse del problema de la alteridad en la cultura, ya que la materia

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prima de sus ficciones es precisamente este tipo de relatos míticos pertenecientes a una

memoria colectiva que a lo largo de la historia configura la presencia del Otro. Por eso,

como un último punto de su ensayo, Goytisolo propugna en la necesidad de integrar la

mirada del Otro para tener la visión completa de las relaciones Occidente-Oriente, libre

hasta donde sea posible de maniqueísmos y reduccionismo dicotómicos, para que, la

confluencia de ambas miradas, permita un mejor conocimiento de sí mismos y del Otro:

El brevísimo repaso a la imagen del moro en nuestra literatura que acabamos de

hacer nos induciría más bien al pesimismo. Un análisis paralelo de la visión musulmana

del nesrani nos ayudaría con todo a ceñir y eventualmente a superar el problema [los

prejuicios enquistados en el inconsciente colectivo occidental sobre el mundo árabe,

J.F.T.], mediante una confrontación dialéctica de nuestros enfoques positivos y

denigradores en busca, si no de una objetividad que sabemos imposible, al menos de

una intersubjetividad fundada en la comparación de representaciones literarias

diferentes, vehículo indispensable, creemos, de nuestro mutuo conocimiento y

comprensión (Goytisolo, 2005a: 247).

En aras de esa confrontación dialéctica que incluya la mirada del Otro en el

conocimientos de sí mismos a través de la literatura, en los ensayos “De Don Julián a

Makbara: Una posible lectura orientalista” y “Vicisitudes del mudejarismo: Juan Ruiz,

Cervantes Galdós”, Goytisolo profundiza tanto en una visión autocrítica del papel

desempeñado por el mundo árabe en su obra novelística, pero desde una perspectiva

amplia que permite comprender la exploración mitopoiética de la alteridad –trabajando

el mito de manera crítica y creativa– como en el aporte singular de la cultura árabe a la

consolidación del género novela en la literatura española.

En el primero de los ensayos mencionados, Goytisolo cuestiona la imagen del

mundo islámico en sus novelas a la luz de las apreciaciones de Edward Said en

Orientalismo (1978). Para Said, cuando los escritores occidentales quieren acercase a

Oriente y describirlo sin ser desbordados por la magnitud de su dimensión geográfica y

la otredad que a sus ojos representa sus prácticas y costumbres culturales lo hace, por

regla general, a través de una serie de estrategias que obedecen más a sus esquemas

mentales que a la realidad empírica que pretenden describir. Las más relevantes de esas

estrategias pueden resumirse, así: primero, representar a Oriente como un espectáculo

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teatral, como un tableau vivant, un escenario cerrado en que la diversidad del mundo

referencial es reducida a una serie de estereotipos y símbolos familiares tanto para el

público como para el autor. Segundo, por norma general el escritor parte del corpus

precedente de las obras sobre Oriente y el islam; estos textos anteriores que fijan una

imagen de aquello que se pretende describir son más importantes para el escritor que la

realidad factual, la observación directa y confrontación con los hechos. Así para Said:

En el sistema de conocimiento sobre Oriente, éste es menos un lugar que un

topos, un juego de referencias (…) que parece tener su origen en una cita, el fragmento

de un texto, el pasaje de una obra anterior sobre Oriente, de alguna idea o imaginación

precedente o una amalgama de todo ello (Apud Goytisolo, 2005a: 249).

El corpus de los textos sobre Oriente es más una proyección de los esquemas

mentales de los escritores occidentales con sus deseos, temores, fantasmas y prejuicios

que la descripción de una experiencia directa de una realidad exterior. Tercero, la

diversidad del conjunto de civilizaciones orientales es homogenizada –reducida– en una

sola imagen y, en ella, la sensibilidad anti-islámica, a partir de la amenaza que

representó el islam para el mundo cristiano por más de nueve siglos es un factor

determinante. Así, Oriente es representado a lo largo de la historia como lo Otro o el

Otro, en un juego dialecto autoidentificatorio en el que el mundo oriental se constituye

en el negativo de la imagen de sí mismo que se ha creado la cultura occidental. Y, por

último, la literatura de Occidente sobre Oriente, basada en la serie estrategias textuales

relacionadas, está dirigida a un lector occidental y por lo general nunca se dirige a un

lector perteneciente al mundo que se pretende describir. Como afirma Said, Oriente se

equipara “esquemáticamente a un escenario teatral, cuya asistencia, director y actores

son para Europa y sólo para Europa” (Apud Goytisolo, 2005a: 250-251).

A partir de esta serie de estrategias Goytisolo analiza la representación del

mundo árabe contenida en sus novelas Don Julián (1970), Juan sin tierra (1975) y

Makbara (1980), precisando para ello su marco histórico, ideológico y cultural con el

fin de brindar al lector una mejor comprensión de las mismas (Cfr. Goytisolo, 2005a:

251). En este sentido, establece una distinción entre los propósitos que guían su obra

ensayística, relacionada con el tema de Oriente y sus novelas. Los ensayos se

fundamentan en un conocimiento directo del mundo magrebí y musulmán, así como en

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la lectura atenta de prominentes intelectuales árabes contemporáneos, con un afán

divulgador, dirigido incluso al lector árabe y desde una perspectiva anticolonial,

democrática y emancipadora; con una argumentación que, con una evidente voluntad de

estilo, busca ser clara, lógica y racional (Cfr. Goytisolo, 2005a: 251). Sus novelas, por

el contrario, parten de una aguda conciencia estética sobre la especificidad del hecho

literario, por lo tanto, asume en su escritura todas las ambigüedades y contradicciones

propias del proceso creador. Para él, la novela no responde tan sólo a un discurso lógico

y racional ni a la nitidez que requiere el ensayo:

(…) tiene sus zonas de sombra, sus motivaciones oscuras, sus pulsiones

secretas. Oscila entre la realidad y el sueño, la crítica moral y la opacidad del instinto, el

hombre y los fantasmas interiorizados en su subconsciente: puede leerse a la luz de

Marx o Bakunin, pero también a la de Sade o de Freud (Goytisolo, 2005a: 251-252).

Con esta aclaración de las distintas motivaciones que, en su caso, rigen su

práctica ensayística y novelística, y desde la perspectiva estratégica señalada por Said,

Goytisolo profundiza en la génesis de las novelas relacionadas, en el significado de su

crítica radical a la cultura hispana por ignorar la herencia islámica; su cuestionamiento

de los mitos identitarios tanto de su cultura como de la cultura occidental –en Juan sin

tierra (1975) y Makbara (1980)– opuestos en una relación de alteridad a Oriente; y en

la configuración de una nueva mitología dentro del universo ficcional para enfrentar e

invertir dichos mitos, en lo que denomina un proceso de mitopoiesis. Este proceso

mitopoiético, requiere ahondar en esas zonas de oscuridad de la creación literaria para

que los elementos irracionales actúen de forma liberadora y compensatoria, al menos a

los ojos de un lector occidental –a la manera de Goya en la pintura o Buñuel en el cine

(Cfr. Goytisolo, 2005a: 397)–. De este análisis, la conclusión del ensayista es que el

mundo árabe descrito en sus novelas obedece más a la representación subjetiva de la

alteridad, a una escenografía mental, que a una observación directa de la realidad; de

igual forma, los personajes o voces narrativas que deambulan y discurren por el

universo ficcional son una representación –no son seres de carne y hueso– de un escritor

que si bien tiene una visión crítica y una sensibilidad hacia el mundo árabe, está anclado

en la tradición y la cultura occidental; asimismo, la antítesis entre Europa y el Islam,

aunque con una escala de valores distintos a la de un escritor obsecuente con los mitos

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identitarios occidentales, se mantiene no obstante en su irreductibilidad, y sus novelas

están dirigidas a un lector inmerso en la cultura hispánica. Es decir, Goytisolo reconoce

su orientalismo en los términos planteados por Said, pero señala que a partir de estas

premisas y de la conciencia de la especificidad de la creación literaria, sus novelas

deben ser juzgadas por sus efectos, bien represivos o bien liberadores, es decir por su

fuerza mitopoiética: por su penetración en las honduras y resquicios del subconsciente

individual y colectivo donde se esconde el mito, para invertirlo simbólicamente en el

ámbito de la ficción (Cfr. Goytisolo, 2005a: 252-253; 405).

La apropiación mitopoiética del mundo árabe en la literatura se comprende

mejor con la idea de mudejarismo que Goytisolo toma –con la ayuda de Américo

Castro, quien la empleó para describir la expresión literaria de El libro de Buen Amor

(Cfr. Goytisolo, 2005a: 268)– de la definición del estilo artístico, más propiamente

arquitectónico, que floreció en España en la baja Edad Media y hasta entrado el siglo

XVI, fruto del mestizaje cultural islamoccidental. En “Vicisitudes del mudejarismo:

Juan Ruiz, Cervantes, Galdós”, Goytisolo utiliza este término para valorar el aporte del

mundo islámico a la literatura española y, para ello, rastrea su presencia en la obra del

Arcipreste de Hita, Cervantes y Benito Pérez Galdós. Para Goytisolo el concepto de

mudejarismo, entendido como un proceso de mestizaje cultural, de transculturización o

hibridación supera la idea de un casticismo tradicional, con su exaltación de valores

identitarios excluyentes basados en una supuesta esencia española ahistórica o en la idea

de un purismo cultural; cuando la cultura, que es la representación que una sociedad se

hace de sí misma, es una construcción plural y variable a lo largo de su historia, y se da

a partir del el contacto y conflicto con otras culturas (Cfr. Todorov, 2008: 84-95). De

esta manera para Goytisolo la literatura, como expresión de la cultura, es un proceso de

“poligénesis, bastardeo, mescolanza, promiscuidad” (Goytisolo, 2005a: 267). Este

proceso es el que define en un sentido amplio el concepto de mudejarismo, opuesto, en

su criterio, no sólo al casticismo sino también al orientalismo como visión reductiva de

la diversa realidad de Oriente, tal como se aprecia en un ensayo posterior contenido en

el libro Contracorrientes (1985), titulado “Vigencia actual del mudejarismo”

(Goytisolo, 2005a: 403-407).

Para analizar la obra de Juan Ruiz, Cervantes y Galdós en la perspectiva

mencionada, Goytisolo vuelve a conjugar una metodología analítica que se vale tanto de

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la premisa planteada por los formalistas rusos, según la cual una obra está inmersa en el

sistema de la literatura y por lo tanto enlaza con el corpus literario de su tiempo y de la

tradición precedente, como de la historiografía de Américo Castro y especialmente de

su concepto de morada vital, según el cual el conocimiento pleno de las obras alejadas

en el tiempo y el espacio –quehacer del lector ideal– precisa de la reconstrucción de su

contexto histórico concreto, si se quiere acceder a una lectura óptima de las mismas.

Aclarando, en el caso del procedimiento analítico propuesto por Goytisolo y como un

legado también de la teoría literaria, que el contexto forma parte del texto y no al revés,

con el fin de evitar una lectura determinista de las obras estudiadas. Esta metodología

analítica utilizada por el autor a lo largo de sus ensayos literarios no es un

procedimiento mecánico y requiere de un equilibrio interpretativo, dependiendo del

texto a analizar. Cuando se enfrenta a obras como El libro de Buen Amor, La Celestina

o la obra de Cervantes, independiente del valor estético de la obra y de su pertenencia al

gran tiempo de la cultura, para Goytisolo resulta fundamental reconstruir o conocer la

morada vital donde la obra surge para lograr una lectura global y relevante; cuando se

enfrenta a obras cuyas coordenadas temporales y espaciales coinciden con las suyas o se

trata de obras basadas en una estética realista, que para el ensayista es un recurso

literario más, privilegia esa relación que los textos guardan con el sistema de la

literatura, con el corpus literario de su tiempo y de su tradición. Pero en el fondo,

guardando ese equilibrio analítico preponderante, ambos postulados teóricos se

entrecruzan en su ensayística y fundamentan su hermenéutica integral del corpus de la

literatura hispánica. Esto es, a partir de una conciencia de la especificidad del hecho

literario y de la atención a sus relaciones con la cultura y la sociedad, evitando los

determinismos reduccionistas.

Esa necesidad de reconstruir la morada vital de los textos alejados en el tiempo

y el espacio llevó al autor a leer una obra mudéjar, como es El libro de Buen Amor,

fruto de un mestizaje islamoccidental, en las inmediaciones del zoco de Marraquech, el

contexto vital, para el ensayista, más próximo al mundo descrito por el poema del

Arcipreste de Hita (Cfr. Goytisolo, 2005a: 270-274). En “Vicisitudes del mudejarismo:

Juan Ruiz, Cervantes, Galdós”, Goytisolo refiere esta experiencia y señala cómo, a

través de ella, su lectura de la obra se enriqueció y cobro, a pesar del paso del tiempo y

las opacidades del lenguaje, nuevos sentidos. En su criterio, El libro de Buen Amor se

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preserva como una obra viva, gracias a su mudejarismo, a su estructura atípica y

combinación de géneros, y además porque recoge la experiencia vital de un autor que

supo captar la riqueza cultural de esa convivencia medieval intercastiza que singularizó

a España del resto de Europa, o sea gracias a:

(…) esa trabazón milagrosa de experiencias propias de un clérigo con gustos y

aficiones de goliardo, embebido a la vez de la tradición literaria latina –la de los jaca

monachorum y farsas religioso-profanas– y la cultura arábiga –narraciones eróticas,

poesía juglaresca–; esto es a un conjunto de particularidades que le confieren un lugar

único, absolutamente irremplazable en la historia de nuestra literatura (Goytisolo,

2005a: 271).

Para el ensayista la lectura en este contexto de la obra del Arcipreste, con su

estructura informe, mezcla de géneros diferentes y aun opuestos, con su complejidad

dialectal y léxica, es equiparable a la vivencia del ágora, de la plaza pública, analizada

excepcionalmente por Bajtin, en el libro dedicado a Rabelais, La cultura popular en la

Edad Media y en el Renacimiento (1987) (Cfr. Goytisolo, 2005a: 271). Así, la agitación

popular de la plaza de Xemmá-el-Fna de Marraquech le permite comprender al

ensayista el contexto vital donde surgió el poema del Arcipreste, su oralidad, estructura

lexical y su tradición erótica-religiosa que, en su criterio, “persiste todavía entre los

halaiquís [contadores de historias, J.F.T] de la plaza” (Goytisolo, 2005a: 273).

Al igual que resalta el carácter mudéjar como un rasgo determinante de la

estructura semántica de El libro de Buen Amor, Goytisolo destaca, en el siguiente aparte

de su ensayo, el mudejarismo del Quijote. Para él, la obra de Cervantes es única en el

contexto occidental y como la de Dante y el Arcipreste de Hita sería inexplicable sin el

influjo del islam (Cfr. Goytisolo, 2005a: 276). El carácter mudéjar de la obra cervantina

no sólo estaría dado por la compleja y obsesiva relación del autor con el mundo

morisco-otomano y su fascinación por el islam, sino porque al interior del Quijote

brinda múltiples puntos de vista, a veces contradictorios entre sí, que contienen, algunos

de ellos, la visión del hombre musulmán:

Cervantes, como han advertido sus estudiosos, no se erige nunca en poseedor de

la Verdad; actúa, al revés, como un diseminador de verdades en cuanto permite al Otro

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–al turco, al morisco– exponer un punto de vista opuesto al comúnmente acatado por el

público destinatario (Goytisolo, 2005a: 275)

Para Goytisolo, Cervantes supo tratar el agudo conflicto religioso y político

entre el orbe católico –en cabeza de España– y el imperio otomano, como ningún otro

escritor de su tiempo, de una manera creativa y fecunda, inmerso en la complejidad de

una edad conflictiva y transfigurando su experiencia personal –llena de contradicciones

y ambivalencias– a través de la escritura, en la obra cumbre de la cultura moderna

occidental.

Tanto El libro de Buen Amor como la novela cervantina se relacionan

plenamente con el corpus literario de su tiempo y están ligadas estrechamente con el

contexto sociocultural donde surgen, por eso Goytisolo aboga, pensando en un lector

ideal, por una reconstrucción de su morada vital que permita una mejor comprensión de

su sentido y de lo que entraña su mudejarismo, la influencia fecunda en la literatura y el

arte occidental del mundo islámico. En esa tarea de conocimiento considera

imprescindibles los estudios histórico-culturales de Américo Castro y los estudios

árabes en la línea abierta por Miguel Asín Palacios, Lévi-Provençal y Emilio García

Gómez, así como las investigaciones de los discípulos de ambas escuelas –romanistas y

arabistas– entre los que menciona, sólo con un ánimo didáctico, a Álvaro Galmés de

Fuentes, Pedro Martínez Montávez, Francisco Márquez Villanueva y Luce López Baralt

(Cfr. Goytisolo, 2005a: 268-269). Gracias a estas investigaciones se le dio un nuevo

giro a los estudios de la literatura española y una verdadera valoración de la influencia

árabe-musulmana como factor determinante en la consolidación de esta tradición

literaria y no sólo como fruto de un contacto pasajero y superficial, según ha pretendido

una visión casticista de la cultura hispánica. Estos estudios permiten comprender en

toda su dimensión el significado del término mudéjar como opuesto a un orientalismo

reduccionista y mistificador, porque lo que caracteriza al arabismo en la línea de Asín y

lo que caracteriza la historiografía multicultural en la línea de Américo Castro, según la

interpretación de Goytisolo, es precisamente el compromiso humano y cultural con el

campo de sus estudios, como afirma en el ensayo “Vigencia actual del mudejarismo”,

de Contracorrientes (1985):

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(…) las diferencias que distinguen a quienes llamaré mudéjares de los arabistas

propiamente dichos estriban ante todo en su diversa concepción del compromiso con el

mundo humano y cultural al que se aproximan: compromiso intelectual y/o político en

un caso –desde la actitud serena y distante de un García Gómez, cuyo acercamiento al

legado árabe es casi el de un latinista con respecto al latín, hasta la postura de

fraternidad militante de Martínez Montávez con los pueblos árabes y su defensa

ejemplar de los procesos descolonizadores y la causa de los palestinos–; pasión no

solamente intelectual y política en el otro sino asimismo, para citar las bellas palabras

de Artaud, “física, fisiológica, anatómica, funcional, circulatoria, respiratoria”, etc. de

quien acepta sus contradicciones y ambivalencia y forja gracias a ellas esta obra

bastarda, fecunda por el choque de dos culturas opuestas, que denominamos mudéjar

(Goytisolo, 2005a: 404).

Pero este mudejarismo crítico que señala Goytisolo para involucrar también a

arabistas e historiadores y no sólo a los escritores en una práctica que exige un

compromiso total en relación con una alteridad constituyente, además de ser

imprescindible para reconstruir esa morada vital de las obras más representativas de la

literatura española, es fundamental para conocer el ámbito intertextual en el que, en una

relación dialógica, se desenvuelven mismas; es decir, para desentrañar la relación de los

textos con el corpus literario de su tiempo y de la tradición a la que pertenecen, como

pretendían los formalistas rusos al señalar la especificidad del hecho literario. En el

apartado de “Vicisitudes del mudejarismo: Juan Ruiz, Cervantes, Galdós”, dedicado al

autor de los Episodios nacionales, Goytisolo pondera la importancia de ese ámbito

intertextual, y esclarece el sentido del mismo a partir de la novela Aita Tettauen (1905)

de Galdós, destacándola como ejemplo de literatura mudéjar. A Goytisolo no le interesa

tanto el realismo galdosiano con el objeto de establecer una relación mecánica con el

universo referencial descrito en la novela –el fresco histórico de la campaña militar de

O’Donnell en la guerra contra Marruecos, específicamente la Batalla de Tetúan de

1860–, sino el diálogo que Galdós entabla en ésta obra con una novela escrita cuarenta y

cinco años antes, Diario de un testigo de la guerra de África (1859), de Pedro Antonio

de Alarcón. Le interesa mostrar cómo Galdós, en esa angustia de las influencias,

señalada por Harold Bloom (1977), se mide ante Alarcón –y cómo el héroe de Aita

Tettuan (1905), Santiueste, se configura paulatinamente en oposición y contraste con el

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narrador-protagonista de Diario de un testigo de la guerra de África (1859) (Cfr.

Goytisolo, 2005a: 279-280); le interesa señalar que, en esa relación intertextual, la

novela de Galdós se manifiesta como signo diferencial: si bien tanto Alarcón como

Galdós valoran el mundo islámico de manera sincera, la ejemplaridad del autor de Aita

Tettuan (1905) estriba en apropiarse del mundo árabe-musulmán como un elemento

vivo y no estático, de cartón-piedra, como son, en su criterio, los referentes románticos

sobre Oriente que prevalecen en la mirada de Alarcón. Para Goytisolo, Galdós valora en

toda su dimensión la presencia el aporte de la coexistencia intercastiza en la

configuración de la personalidad colectiva hispánica y este rasgo sobresale a través de

toda su obra literaria en un fecundo mudejarismo: “La sensibilidad semita de éste

[Galdós, J.F.T], en su doble vertiente árabe y judía, aflora a lo largo de su vasta

producción novelesca con un caudal y hondura que rebasa la mera evocación histórica o

el apetito de color local” (Goytisolo, 2005a: 285-286). Así el compromiso vital de

Galdós con Oriente, en tanto Otro, trasciende la visión orientalista tradicional y se

acerca más al trabajo mitopoiético descrito por Goytisolo, como una forma de intentar

superar, sin encubrir las ambigüedades y contradicciones propias de un proceso

creativo, una visión dicotómica de las relaciones con la alteridad.

En los otros ensayos de Crónicas sarracinas (1981), Goytisolo profundiza en el

concepto de orientalismo en la línea de Edward Said, tanto para señalar los prejuicios y

mitos etnocéntricos que caracterizan la imagen que Occidente se ha forjado de Oriente a

lo largo de la historia, como para mostrar algunas excepciones de una actitud distinta,

positiva y de sincero compromiso hacia el mundo islámico. Así, analiza el libro Los

viajes de Alí Bey (1814), del arabista autodidacta barcelonés Domingo Badía (1767-

1818) y el libro Personal Narrative of a Pilgrimage to Al Madinah and Meccah,

publicado póstumamente en 1964, del inglés Sir Richard Burton (1821-1890), conocido

traductor de Las mil y una noches. Libros que contiene una imagen más objetiva de la

realidad de Oriente, ya que son fruto de una experiencia personal y directa con la

realidad descrita, y porque sus autores, con una posición abierta y desprevenida, se

identificaron plenamente con los habitantes, las costumbres y el espacio geográfico que

se abría ante sus ojos. Pero, del otro lado, también ahonda en la representación

etnocéntrica y artificiosa de esa realidad diversa, reducida a unos cuantos tópicos –

sensualidad desbordada, fanatismo religioso, barbarie–. De esta manera, advierte los

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prejuicios orientalistas de una obra cumbre de la literatura hispana como es el Viaje de

Turquía, encomiada como ejemplo de humanismo erasmista por Marcel Bataillon, pero

que también refleja lo que ha significado Oriente, como alteridad, en el inconsciente

colectivo hispano; asimismo desenmascara la actitud prepotente y cínica de Flaubert

hacia Oriente, consignada en su correspondencia; o la ceguera etnocéntrica en el análisis

de las culturas y sociedades orientales de Hegel o Karl Marx, o del arabismo tradicional

hispano, en cabeza del historiador Claudio Sánchez-Albornoz, quien negó la relevancia

de la presencia árabe en la consolidación de la conciencia colectiva hispana.

Crónicas sarracinas (1981) es así, como afirmamos al comienzo de este

capítulo, la culminación totalizadora de la empresa mitoclasta emprendida por

Goytisolo en su obra ensayística, al extender el cuestionamiento de los mitos

identitarios hispánicos en su negación del aporte semita, que caracterizó su primera

etapa, a la impugnación del discurso tradicional anti-islámico en la totalidad del mundo

occidental. Además, contiene la reflexión de lo que significa en este contexto una

concepción mitopoiética y mudéjar de la literatura. En el último ensayo de éste libro,

“Miradas al arabismo español”, aclara aún más lo que significa este componente

mitopoiético. La literatura, en su caso la novela, en esa empresa deconstructiva que la

caracteriza, no sólo se enfrenta a los mitos históricos invirtiéndolos, como hace en su

novela Don Julián (1970), a partir de imaginar una nueva invasión de los sarracenos

arrasando –simbólicamente– con el castellanismo tradicionalista, o sea imponiendo un

nuevo mito, sino que, este nuevo mito, se configura incorporando elementos

irracionales, a la manera goyesca, “que actúen de forma liberadora y compensatoria,

cuando menos para el lector europeo” (Goytisolo, 2005a: 397); desempeñando un papel

desalienador que supere una polarización irreductible con la alteridad.

Al consolidar su proyecto desmitificador, el ensayista dirigirá su crítica contra el

proceso deshumanizador que envuelve la cultura contemporánea y que involucra por

igual a Occidente y Oriente:

Occidente e islam no son pues hoy los términos de una vieja disyuntiva, sino

dos respuestas posibles y en cierto modo convergentes al desafío que suscita ese

“progreso” allanador de civilizaciones y culturas que como un Leviatán, apunta en

nuestro horizonte cotidiano (Goytisolo, 2005a: 398).

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Los siguientes volúmenes de ensayos Contracorrientes (1985), El bosque de las

letras (1995), Cogitus interruptus (1999) y Contra las sagradas formas (2007), son la

insistencia reiterativa de la necesidad de esa labor mitoclasta, de impugnar las verdades

establecidas de una vez y para siempre en el ámbito de la historia y la cultura, y son

también la respuesta crítica a ese proceso deshumanizador del mundo contemporáneo, a

la trivialización creciente de la cultura en la sociedad del espectáculo, al resurgir de los

nacionalismo y a la cosificación y reducción de los valores humanistas a mercancías del

Casino, Tienda Global o Gran Mercado del Mundo (Cfr. Goytisolo, 1995a: 12); además

son la defensa, “con uñas y dientes” (Goytisolo, 1995a: 11) del derecho inalienable de la

escritura a ser escritura, del papel primordial de la literatura, frente a las ofensas de la

vida, de convertir el destino en conciencia: horizonte último del estilo como política.

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Capítulo 7.

CRÍTICA FILOLÓGICA Y HERMENÉUTICA.

7.1. “De la España de Franco a la de Pedro Almodóvar”. Trasfondo

histórico de los ensayos literarios de Juan Goytisolo.

…la tarea a la que se enfrenta el escritor: luchar sin piedad contra el mito, contra toda

información histórica y cultural que se pega a la piel del hombre, y lo entorpece, lo petrifica, lo

falsifica (…). España, el término España, no abarca por entero la realidad proteinforme de la

Península. También es un mito, una palabra que ha envejecido y contra la cual el escritor debe

emprender la guerra: una guerra desigual, un combate contra las quimeras, parecido al que

libró el caballero don Quijote contra los amenazantes molinos de viento (…).// La España y los

españoles de hoy no son los mismos de hace diez, cincuenta o cien años. Los diversos modos de

vida nacionales han sido elaborados por la historia, se transforman y evolucionan con ella.

(Goytisolo, 2002a: 17-20)

El “ruido” de la actualidad en medio de la exaltación de una cultura trivial y la

estetización del mundo de la política, como ha caracterizado Julio Rodríguez Puértolas,

una época, la nuestra, en la que se pretende de manera falaz haber superado la

“historia”, los sistemas conceptuales y valores universales; donde lo contemporáneo

inmediato, el ahora más perentorio, se juzga para siempre más pertinente que la

conciencia arraigada del pasado –de esa necesidad de los seres humanos de un saber que

desafíe el presente y se constituya en la base de una actitud frente al porvenir (Cfr.

Rodríguez, 1998: 43)–, impide la comprensión cabal de la dimensión de la crítica

propuesta en su obra ensayística por Juan Goytisolo. Permanecer en la superficie

mediática de las valoraciones polémicas acerca de su obra sin profundizar en la hondura

de su concepción literaria, nos priva del hallazgo enriquecedor de su visión de la

literatura, que no es otra que resaltar la singularidad artística y literaria de España; de

resaltar la importancia esa tradición de la literatura española con la que dialoga en sus

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novelas y ensayos y contra la cual se rebela frente a sus mistificaciones, lugares

comunes y olvidos “voluntarios”. Esta afirmación, más que un juicio de valor de

carácter general contrario al trabajo de conocimiento que exige los estudios literarios y

que implicarían una aproximación directa y detallada, con pretensiones de objetividad,

al interior de la obra en cuestión –juicios contra los que previene a la crítica filológica

Northrop Frye en su libro La estructura inflexible de la obra literaria, cuando aboga por

un acercamiento inmanente y sistemático al texto, siguiendo una dialéctica de hipótesis

y verificación84– es precisamente un punto central que nos permite no sólo ubicar el

contexto histórico de la obra de Goytisolo, sino también desentrañar el alcance y

eficacia de su crítica literaria y cultural. Crítica dirigida, en una de sus vertientes, a

señalar el carácter complejo y contradictorio de nuestro presente y a cuestionar el afán

de deshistorización y perspectiva acrítica de algunos escritores y críticos áulicos

engolosinados por el espejismo de la fama, las modas literarias, la política de las

grandes editoriales y la sumisión a las leyes del mercado; de quienes mantiene con la

literatura una actitud de veleidad y no la conciben como problematización de la cultura

y actividad de conocimiento.

Para insistir sobre la importancia de la crítica y la idea de la literatura que hay en

los ensayos de Juan Goytisolo es necesario, como un paso metodológico primordial,

ubicar su trasfondo histórico, referirse al contexto de la realidad donde estos nacen a la

vida como entidad cultural y establecen relaciones complejas, armónicas o de oposición,

con otros textos de la cultura. Y es pertinente a lo sumo por dos razones, primero,

porque es fundamental para la comprensión plena de toda obra literaria contrastar su

contexto vital, histórico-social. Sin su conocimiento es imposible restituir y precisar el

sentido, establecer su horizonte hermenéutico –en la medida en que el esfuerzo

investigativo e inteligencia crítica permita su restitución, porque no se puede afirmar la

clausura del sentido en el campo de la recepción de una obra literaria o artística de

importancia ya que este permanece abierto a lo largo del tiempo a través de las

84 En la obra aludida Northrop Frye afirma: “No podemos seguir tal estudio (de la literatura) con el objeto de llegar a unos juicios de valor, porque la única meta posible del estudio es el conocimiento. El sentido de valor es una reacción ante el conocimiento; una reacción individual, no sujeta a predicción, variable, incomunicable, indemostrable y principalmente intuitiva. En el conocimiento, el contexto de la obra literaria es la literatura; en los juicios de valor el contexto de la obra literaria es la experiencia del lector. Cuando el conocimiento es limitado, el sentido del valor es ingenuo; cuando aquel aumenta, también se mejora éste; pero, para progresar, ha de esperar el progreso del primero. Cuando dos juicios de valor entran en conflicto, nada puede resolverlo salvo el conocimiento superior (1973: 97-98).”

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estructuras semánticas latentes del texto literario, como nos lo recuera Bajtin (2003:

346-353)–. Lo que significa que, ni la restitución precisa del marco referencial de la

obra ni la aplicación interpretativa crítica agotan las lecturas de la misma, aunque esta

certeza no puede inhibir la tarea constante que implica, en una concepción amplia, la

actividad filológica y el estudio de la literatura. El sentido de una obra, su horizonte de

expectativas pertenece al gran tiempo de la cultura, al ámbito del tiempo de la vida

humana, se enriquece a través de la historia y cada época está en la obligación de

concretizar este horizonte de expectativas para traer las obras a un presente vital. Pero

en el caso del estudio, análisis y comprensión del ensayo literario, de obrar en su ámbito

de significación, ahondar en el contexto histórico donde éste surge es más acucioso tal

vez que frente a otros géneros literarios por su naturaleza híbrida, por ser a la vez la

expresión literaria de una singularidad artística con su visión de mundo y un texto que

respeta de manera no ficcional el marco referencial que constituye su trasfondo

histórico. En este orden de ideas, se puede afirmar que para el estudio del ensayo

literario adquiere plena aplicación y es de la mayor utilidad el concepto de “cronotopo”

acuñado por Mijail Bajtin, ya que en su definición éste concepto entraña precisamente la

relación entre la singularidad artística (en este caso del ensayista) y su universo

referencial; al ser el cronotopo el proceso de asimilación en la literatura –y el ensayo

literario lo es– del tiempo y del espacio histórico real y de la manera como el arte

asimila –en el ensayo a través de la manifestación del yo autorial– al hombre histórico

real (Cfr. Bajtin, 1989: 237). A través de la reconstrucción del contexto histórico del

ensayo se está precisando por consiguiente su cronotopía. En el ensayo se da una

interrelación entre el mundo de la experiencia de lo real y el texto artístico donde este

último entraña una interpretación del mundo real sin perder su naturaleza literaria. Para

la comprensión, entonces, del lugar que ocupa la subjetividad implicada en el ensayo (la

voz singular como visión artística, literaria, del mundo), en el tiempo y el espacio, es

necesario determinar su trasfondo histórico.

El segundo aspecto por el que es importante tener en cuenta este contexto social

y político para dilucidar el sentido de la obra, para comprenderla a través del trabajo de

investigación –su lectura dentro del nivel de los estudios de la literatura– es porque

independiente de las clasificaciones de género y de las particularidades metodológicas

de aproximación a cada obra atendiendo su especificidad, el contexto histórico de la

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obra está inmerso dentro del mismo texto. Sin especificar el género, sin determinar el

carácter ficcional o la naturaleza híbrida de representación del mundo real en su

complejidad y de estilización de una voz singular a través de la escritura que busca dar

cuenta de este mundo, el universo representado hace parte del mismo texto; así, en caso

de la obra de ficción, el marco o contexto esté ampliamente codificado a través del

lenguaje literario y, en el ensayo, aparezca como su referente directo. Y esta es una idea

cara a la concepción de la literatura y de la crítica literaria que tiene el mismo Goytisolo

desde su acercamiento, lectura e influencia de los formalistas rusos, quienes fueron los

que sostuvieron este postulado, como da cuenta de manera particular en el ensayo “La

novela española contemporánea”, recogido en el libro Disidencias (1977), donde al

formular una crítica de la llamada “novela social española” parte precisamente de esta

aseveración: “Cuando la vida entra en la literatura se convierte a la vez en literatura y

hay que juzgarla como tal. […] para calibrar la obra literaria, habrá que considerar que

en ella ‘el contexto forma parte del texto’ y ‘ciertos rasgos estructurales del texto son

elementos auténticos del contexto’” (Goytisolo, 1977: 154). Aunque en este caso el

ensayista se refiere a la novela de manera específica, la apreciación es aplicable a la

obra literaria en general, sin distinción del género, es decir, comprende también al

ensayo literario. Para determinar entonces el contexto histórico de la obra no hay que

buscarlo en una perspectiva extratextual y analizarla de manera restringida al marco

referencial privilegiando éste de forma unívoca y reduccionista, porque el contexto está

entretejido en el mismo espacio textual de la obra literaria, con mayor razón en el caso

del ensayo literario por su naturaleza híbrida, donde el texto establece una relación

directa con el mundo considerado desde la experiencia directa de lo real, mundo que se

manifiesta en una de sus múltiples facetas precisamente a través de esta urdimbre de

textos que conforman su realidad cultural.

Ahora bien, enfrentados al hecho de determinar el contexto histórico de la labor

crítica de Juan Goytisolo como parte de la estructura de los ensayos, estamos ante el

mismo dilema al que se ven abocados los historiadores cuando se plantean el problema

de la importancia del tiempo y de su periodización en el estudio de la historia; cuando

confrontados con su oficio tratan de responder a la pregunta de cuál es el tiempo que

deben seleccionar para obtener una verdadera comprensión de la historia (Cfr. Jaramillo

Uribe, 1994: 227-237). En otras palabras, si queremos dilucidar el trasfondo histórico de

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la obra ensayística del autor de El furgón de cola (1967), quien asume el desafío de

cuestionar los valores tradicionales de la historia intelectual y cultural española, de una

España para la que, siguiendo la conocida expresión de Mariano José de Larra, “no

pasan días” (Apud Goytisolo, 2005a: 11), cabe preguntar qué tiempo histórico debemos

privilegiar.

Si el artista –en este caso el escritor– es hijo de su tiempo, como afirma Hegel en

sus Lecciones sobre la estética (1818-1819), la obra, por lo tanto, es manifestación de la

relación entre el artista y su tiempo85; y el tiempo, la época, se cuela entre las líneas de

la obra y se despliega, estratificada, en sus elementos compositivos: en el lenguaje, en

las unidades de significación, en los objetos expuestos (Cfr. Gutiérrez Girardot, 2004:

11), y, por consiguiente, a través de los condicionamientos sociales de un léxico y a

través de la determinación de sus unidades de significación por la sustancia cultural,

histórica, social y política de la época. Si la relación, entonces, entre la obra literaria y

su tiempo es fundamental para su comprensión, ¿debemos, por tanto, prestar atención

sólo al período de tiempo comprendido por la vida del creador, que es el de la

producción de la obra, tiempo que indiscutiblemente está presente en el texto? O, ¿es

necesario atender también, en la determinación del trasfondo histórico, al tiempo propio

de los asuntos tratados, un tiempo temático que abarcaría la historia, el contexto vital,

de los temas abordados y por lo tanto un período de tiempo que trasciende la vida del

autor y de la creación de la obra? En este último caso, si los ensayos literarios de Juan

Goytisolo se ocupan de una tradición literaria que comienza a mediados del siglo XIV

con el Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita, ¿debe comprenderse, para este

propósito, la determinación del contexto histórico, un tiempo mayor que es el tiempo

propio de los temas que los ensayos abordan? La respuesta a este interrogante depende

de la articulación de dos criterios distintos y sin embargo no excluyentes. Es necesario

prestar atención a una periodización factual, sincrónica o de corta duración y a un

período de tiempo, sedimentado en los temas abordados, diacrónico o de larga duración

–longue durée, en sentido braudeliano (Cfr. Márquez Villanueva, 2003: 90)–, de

85 La tesis de Hegel sobre la relación entre el arte y su tiempo está expresada en los siguientes términos: “… así como cada hombre en su actividad, sea esta política, religiosa, artística, científica, es hijo de su tiempo y tiene la tarea de elaborar el contenido esencial y la figura por tanto necesaria de aquel, así también resulta la determinación del arte que encuentre para el espíritu de un pueblo la expresión artística conforme…” (Hegel, 1989: 442)

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estructuras sociales, políticas y culturales, que llega desde un pasado histórico remoto

tratado en los ensayos hasta la época de producción y recepción de la obra.

En el primer caso, a través de una mirada sincrónica que comprende la vida del

autor y su producción ensayística, el trasfondo histórico se puede definir bajo el título

que el mismo Goytisolo da a la recopilación de una serie de artículos periodísticos

reunidos luego de su publicación inicial, en la primera parte del libro Pájaro que

ensucia su propio nido (2003): “De la España de Franco a la de Pedro Almodóvar”.

Estas dos realidades históricas, políticas, culturales de España, en algunos aspectos no

tan disímiles o inconexas, según el mismo Goytisolo (2003: 7), es el lapso de tiempo en

el que despliega su actividad ensayística y la realidad política y cultural que se convierte

en blanco principal de su obra crítica. Es un período histórico que comprende la

dictadura de Franco, determinado por la represión y la censura de un régimen que se

prolongó durante treinta y nueve años, desde comienzos de la Guerra Civil en 1936

hasta la muerte del dictador en 1975 y por sus consecuencias en todos los órdenes de la

vida española, social, intelectual, política y económica; consecuencias descritas por el

autor de Don Julián (1975), así:

El célebre millón de muertos de la Guerra Civil, los centenares de millones de

presos y fusilados de la posguerra, el exilio de otro millón de españoles entre los que se

encontraban las personalidades más destacadas del mundo de la cultura, de Picasso a

Casals, de Américo Castro a Guillén, de Buñuel a Cernuda (…) las no por paradójicas,

menos previsibles consecuencias del cambio económico operado bajo su égida mediante

la rígida disciplina militar impuesta a la clase obrera y la increíble opresión del

campesinado, proceso que debía desembocar en la década de los sesenta en la

conversión del país en una sociedad industrial moderna: esta temida realidad contra la

que precisamente lucharon numerosos españoles de su bando, defensores de una España

tradicional e inmóvil, burlados así en su muerte u obligados a asistir en vida a la

apoteosis de unos valores económicos que ni la Reforma protestante, ni el Siglo de las

Luces, ni la Revolución Industrial lograron aclimatar en nuestro suelo.

Transformaciones en cadena: pacífica invasión anual de treinta millones de turistas;

emigración laboral masiva a los países de la Comunidad Económica Europea; creciente

inversión de capitales extranjeros, principalmente norteamericanos; industrialización

acelerada del país; abandono de las primitivas relaciones de producción en el sector

agrario. Trastornos fundamentales que, al abrir un creciente foso entre la estructura de

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una sociedad dinámica, llena de vida, y una superestructura política propia de otro

tiempo, deberían zapar de modo sordo los fundamentos de su régimen, en razón misma

de su aparente y ostentoso triunfo. Verdugo y a la vez creador involuntario de la España

moderna, corresponde a los historiadores, y no a mí, establecer su verdadero papel en el

curso de los últimos cuarenta años, sin incurrir en las falsedades de su hagiografía

oficial ni en las deformaciones de su correspondiente leyenda negra (Goytisolo, 1978:

12-14).

En este sentido sincrónico, Juan Goytisolo, como el mismo lo advierte en sus

memorias, es hijo de la Guerra Civil y de su violencia intestina86. Su obra literaria y su

destino intelectual están marcados por este acontecimiento, por la saña de la

conflagración bélica que desnudó de manera dramática los conflictos y contradicciones

irresueltos de la sociedad española –su atraso frente a un proyecto de modernidad

plena– y confrontó violentamente posiciones ideológicas antagónicas –la cruzada

católico-nacionalista contra el espíritu republicano y sus manifestaciones liberales,

anarquistas, marxistas– y por la subsecuente dictadura franquista fundada en un ideal

nacional-católico y lo que significó para al menos dos generaciones de españoles: un

estado de minoría legal, de incapacidad forzosa, de coerción de las libertades y derechos

civiles –imposibilidad de votar, de expresarse y oír opiniones adversas gobierno, de leer

un libro o ver una película no censurados, de asociarse libremente, de protestar, de

sindicalizarse87– y, por ende, la pérdida de la responsabilidad ciudadana para decidir

sobre el destino de la sociedad; la reducción de la vida social al ámbito de lo privado y

de la supervivencia egoísta al imperio del más fuerte; la miseria moral a la que quedaron

expuestos aquellos españoles dotados de sensibilidad social y moral que no estaban de

acuerdo con el régimen franquista, que tenían aspiraciones de una mayor equidad y

justicia y que por diferentes razones no pudieron exiliarse, así no estuvieran de acuerdo

86 En Coto vedado lo expone de manera expresa: “A decir verdad (…) la fecha temprana del mutis de tu madre privó a su partida de una auténtica dimensión de dolor. Lo que te fue arrebatado entonces iba a pesar con fuerza en tu destino, pero las consecuencias de tu orfandad no se manifestarían sino más tarde: extrañamiento de la figura paterna, tibieza religiosa, indiferencia patriótica, rechazo instintivo a cualquier forma de autoridad, cuantos elementos y rasgos plasmarían luego tu carácter guardan sin duda una estrecha relación con aquella. No obstante, en la medida en que la querencia de tu madre se había eclipsado con ella, puedes decir que, en estricto rigor, más que hijo suyo, de la desconocida que es y será para ti, lo eres de la Guerra Civil, su mesianismo, crueldad, su saña: del cúmulo desdichado de circunstancias que sacaron a luz la verdadera entraña del país y te infundieron el deseo juvenil de alejarte de él para siempre” (Goytisolo, 1995b: 174-175). 87 Ver al respecto los ensayos “In memoriam F. F. B. 1892-1975” y “Hemos vivido una ocupación” (Goytisolo, 1978: 11-29); y “De cara al futuro” (Goytisolo, 2002a: 141.

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con el régimen; la represión, los tabúes, los hábitos mentales de sumisión al poder, de

autocensura y aceptación acrítica de los valores oficiales que entrañó la dictadura

franquista; el temor a pensar por cuenta propia, de leer y escribir sin miedo, de hablar y

escuchar con entera libertad (Cfr. Goytisolo, 2003: 30-37). En este sentido sincrónico,

la obra literaria de Juan Goytisolo, incluyendo sus ensayos, implica, en un momento

dado, una lucha denodada por liberar la palabra del secuestro de la seudocultura de la

época fascista y de la “instauración de presuntas verdades intangibles”, para mantener

un orden artificial fundado en una hipotética y ahistórica esencia española, que era

necesario preservar a toda consta contra “la mortal agresión” (Goytisolo, 1977: 139) de

los que de alguna forma representaban un pensamiento disidente. Desde la reflexión

inicial de los ensayos reunidos en El furgón de cola (1967), sobre el papel del

intelectual y el escritor en las últimas décadas del franquismo, enfrentado a la censura y

con la pretensión de superar, desde una posición autocrítica, una cultura de la queja

originada en la pretendida “decadencia” de España y en el pesimismo inveterado de los

intelectuales españoles ante los cambios históricos, con el propósito de hacer un análisis

serio sobre los aspectos morales y culturales del proceso de adaptación de la sociedad

española –iniciado con el franquismo– a la moderna civilización industrial, y poniendo

como ejemplos la actitud de responsabilidad intelectual y social de Larra y Cernuda, a

Libertad, libertad, libertad (1978), publicado a raíz de la muerte del caudillo y bajo el

optimismo de la transición a la democracia, sus ensayos y su obra literaria están

guiados, en una lucha decidida por desasirse del fantasma de la Guerra Civil y de

Franco, por lo que puede denominarse una función performativa de la literatura (Cfr.

Cornago Bernal, 2001: 249-278): la emancipación del lenguaje de la ideología del

poder, la liberación del léxico y la sintaxis del sometimiento a la retórica dominante y

de los mecanismos de autocensura, y el rechazo a la imposición de unos valores

identitarios artificiosos que inciden en las costumbres y aun en los comportamientos

individuales y sociales en relación con el cuerpo y la sexualidad, como una de las

variadas formas en que se manifiesta los mecanismos censorios a través de una moral

opresiva. Para lograr este propósito de desalienar la palabra, para desmitificar las

creencias en una una supuesta esencia española, para romper con la retórica y

complacencia de una tradición ortodoxa, además del arduo trabajo estilístico que tal fin

implica, del necesario conocimiento de la historia política y cultural de España, de la

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exploración y conciencia de sí mismo, Juan Goytisolo emprende mediante los ensayos

literarios en medio del panorama de represión y censura franquista y sus posteriores

consecuencias el rescate y valoración de una tradición intelectual de españoles al

margen, sin cuya memoria su empeño no tendría sentido ya que, en palabras de Eduardo

Subirats y como lo hemos visto y manifestados en los capítulos anteriores del presente

trabajo, su obra tiene el propósito de “construir una tradición crítica en una cultura

hispánica moderna que carece en gran medida de ella” (Subirats, 2002: 129).

Así, al insistir en la construcción de una tradición crítica a lo largo de su vida

intelectual, el período de tiempo sincrónico o de corta duración como trasfondo de

histórico de la obra ensayística de Juan Goytisolo, marcado por la Guerra Civil y la

dictadura de Franco, hay que extenderlo hasta la transición a la democracia y

comprender de esta manera la válvula de escape que vivió la sociedad española al final

de la dictadura, en lo que, como un foco de la época y su hito más sonoro, se denominó

la “Movida”, a comienzos de la década de los ochenta –la España de Pedro Almodóvar–

con epicentro en Madrid; y abarcar lo que este “movimiento” y otras manifestaciones de

la época significaron en el ámbito político y cultural de la historia reciente española:

neutralización de la crítica social y la reflexión histórica, cinismo moral sin tapujos en

los contenidos de algunas de sus manifestaciones artísticas; estética trivial,

despolitización de la sociedad, estetización de la política, privilegiando la teatralización

mediática a los contenidos, y la degradación de las expresiones del pensamiento (Cfr.

Subirats, 2000: 22); y la consolidación de una sociedad de “nuevos ricos, nuevos libres,

nuevos europeos”, según el calificativo mordaz dado por Goytisolo (1995a: 223) a la

sociedad española a partir del ingreso del país a la Comunidad Europea. Sin embargo, la

libertad política, de expresión y las grandes transformaciones sociales que trajo el final

de la dictadura franquista, no pueden reducirse sólo al fenómeno de la Movida, que es

un movimiento social y cultural regresivo en el proceso de transición a la democracia,

que soslaya precisamente la consolidación de una tradición crítica en la modernidad

cultural española (Cfr. Subirats, 2003: 345-367). Lo interesante de esta periodización

sincrónica es señalar que los ensayos de Goytisolo con su tono polémico y provocador

tienen como objeto analizar y cuestionar estas fluctuaciones históricas de represión,

intolerancia y su correlato en un tipismo cultural trivial, de complacencia acrítica, de

escamoteo de la historia, presentes en la cultura contemporánea y que pretenden resaltar

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una pretendida esencia hispánica ahistórica o una visión romántico populista de

complacencia folclórica88.

Por esta misma razón –la intención de construir una tradición crítica como

propósito intelectual del autor– en la determinación del contexto histórico de la obra

ensayística de Juan Goytisolo, es necesario cruzar este período de tiempo sincrónico o

de corta duración, denominado al tenor de su misma obra “De la España de Franco a la

de Pedro Almodóvar” –bajo una concepción historicista factual: el acontecimiento de la

Guerra Civil, la dictadura fascista y del fin de la dictadura, y dentro de este contexto la

vida y la obra de Juan Goytisolo– con un período de tiempo mayor, de larga duración o

diacrónico, entendido bajo las formas de unas estructuras sociales, políticas y culturales

sedimentadas a lo largo de la historia, que es necesario conocer para la compresión

plena de su obra literaria y de su concepción de la literatura: es el problema –histórico–

de la definición de la identidad nacional en el contexto de la modernidad occidental y de

las diversas maneras de abordar este problema, bien desde una definición esencialista y

católica, castiza y unitaria, de una identidad fija a través del tiempo, o bien desde una

concepción fundada en categorías analíticas de una historiografía crítica, con un método

racional y de corroboración de fuentes, multicultural y dialógica, en el sentido de tener

en cuenta los aportes de las diferentes culturas que conforman la compleja conciencia

nacional española. Se comprendería así, dentro de esta concepción diacrónica, la

denuncia que hace Goytisolo de un proceso histórico de mitificación y exclusión en la

conformación de la identidad de España y su rechazo esta tradición castiza y, por lo

tanto, su pertenencia intelectual a una corriente crítica humanista, con una concepción

divergente de plantear el problema de la autoconciencia de España y de la visión de su

historia.

88 Se podría plantear la hipótesis que la obra literaria de Juan Goytisolo adquiere su mayor relevancia e importancia frente al franquismo, frente a la censura, la represión, la miseria moral del régimen y la “apertura” que significó en un momento dado su labor de divulgación y crítica y de ruptura frente a los valores culturales tradicionales perpetuados a través de la dictadura, y que frente a una realidad social nueva, la transición a la democracia y las grandes transformaciones sociales y políticas vividas por el país a partir de su ingreso a la Comunidad Europea, la obra literaria de Goytisolo y sus ensayos pierden fuerza y eficiencia para nombrar esta nueva realidad y caen en el espacio de los lugares comunes, de ahí la crítica de Inger Enkvist (2000) hacia la “retórica” de su ensayística, el temor de Fernando Savater ante la amenaza de la “goitisolización de España” con su “narcisismo lúgubre” (Savater, 1998: 334-336), las polémicas estériles con Ignacio Echeverría (1998: 16), crítico hasta el 2004 del suplemento literario “Babelia” de El País. Sin embargo, la hipótesis que guía esta investigación es la contraria, que la producción ensayística de Juan Goytisolo y su eficacia se mantienen vigentes aún después de la muerte de Franco como crítica filológica radical y como una propuesta hermenéutica integral frente a la historia de la literatura en lengua castellana y frente a la cultura y la historia de España.

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La pregunta de cómo se produjo la peculiaridad nacional española y a partir de

qué época (Cfr. Goytisolo, 1977: 142), es recurrente en la historia del pensamiento

español moderno como una forma de encarar los problemas que se presentan cada etapa

de su devenir histórico. Se formuló con un tono perentorio por los intelectuales reunidos

en torno a la generación del 98, a consecuencias de la crisis social y política que implicó

el fin del imperio español con la pérdida de la última colonia de ultramar (Cfr. Subirats,

1998: 53), y con el ánimo de abordar asuntos como el atraso español en relación con la

modernidad occidental, la injerencia de una tradición religiosa intolerante y totalitaria y

el problema de la decadencia Ibérica que el mismo sentimiento de crisis suscitó; y se

replantea, asimismo, cuando se busca dar explicaciones a los traumas de la historia

reciente como consecuencia de la Guerra Civil del 36 y el período subsiguiente. Este es

el interrogante que encierra el trasfondo histórico temático de los ensayos de Juan

Goytisolo y que por lo tanto es necesario dilucidar para la comprensión plena de su

obra. La pregunta está presente como sustrato de toda su obra novelística y ensayística.

En esta última, de manera especial, en los libros España y los españoles (2002), “La

presentación crítica de don José María Blanco White” (1972), Disidencias (1977) y

Cogitus interruptus (1999); se puede retomar, principalmente, al hilo de las reflexiones

de los ensayos “Homo hispanicus: el mito y la realidad”, “El caballero cristiano”

(Goytisolo, 2002a: 23-28; 37-44), “Supervivencias tribales en el medio intelectual

español” (Goytisolo, 1977: 137-149) –dedicado a resaltar la figura e importancia del

proyecto historicista de Américo Castro–, del citado prólogo sobre Blanco White y del

ensayo “Historiadores y mitólogos” (1999: 58-63).

Expuesto de manera sumaria y esquemática, para Goytisolo existe una tradición

predominante y mayoritaria de concebir la historia de España como un proceso

providencialista, basado en una esencia castiza y ahistórica que se mantiene a través de

una supuesta continuidad a lo largo del tiempo, desde el pasado remoto de las colonias

romanas de Hispania hasta la actualidad, e inmune a cualquier crítica historiográfica;

tradición según la cual:

Los primitivos moradores de la península presentaban rasgos comunes a la de

los tiempos modernos, prueba de la perduración secular de ciertos caracteres étnicos

imborrables: de esa línea gaudinesca (soterrada) que corría de Sagunto a Numancia

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(pasando por don Pelayo, el Cid e Isabel la Católica) a la epopeya del Alcázar de

Toledo. Un ángel tutelar velaría por nuestra privilegiada “esencia” a prueba de milenios,

por ‘nuestro espíritu unido por lo eterno de la casta’. La defensa de esta esencia, de este

espíritu, de esta casta habría determinado, a lo largo de los siglos, la existencia de una

lucha biológica, necesaria contra la mortal agresión de los ‘anticuerpos’: judíos, moros,

protestantes, enciclopedistas, liberales, masones, anarquistas, marxistas (…) (Goytisolo,

1977: 138-139).

Esta tradición justificaría una violencia fundacional para mantener la identidad

originaria, privilegiando los aportes romanos y visigodos y negando la importancia de la

presencia árabe y judía en la conformación de la identidad colectiva española.

La visión sustancialista de la historia de España, fundada en esencias fijas e

irreductibles, en categorías con tan poco peso historiográfico como la hidalguía y el

honor de un idealizado sujeto histórico, el caballero español y cristiano –que, según

García Morente, es un “paladín defensor de una causa, deshacedor de entuertos e

injusticias que va por el mundo sometiendo toda realidad al imperativo de unos valores

supremos, absolutos e incondicionales” (Apud Goytisolo, 1977: 140)– es, para

Goytisolo, una simplificación manifiesta de la historia y adolece de una concepción

mesiánica de los hechos, al admitir de manera expresa o tácita una presunta intervención

celeste –cristiana-católica– en los destinos nacionales: la España “Sagrada”. Es una

ficción, la exaltación de un mito; y a pesar de haber tenido diferentes defensores –la

mayoría ilustres intelectuales de la historia de España– y por consiguiente diferentes

formas de plantear el asunto, todos ellos pretenden, de uno u otro modo, sostener la

existencia de una constitución unitaria de lo hispánico sustentada en un ideal

casticista89; en el fondo, obedecen al propósito común de limpiar y atenuar la violencia

fundacional que entraña la supresión de las diversidades culturales en este proyecto de

89 Goytisolo señala entre las formas de mitificación de la identidad nacional una glorificación trascendente de una España arquetípica y ahistórica, presente, para él, como base de la españolidad, en el concepto de “metahistoria” de Ganivet e “intrahistoria” de Unamuno. Cuestiona, siguiendo las enseñanzas de Américo Castro, la idea de una España “ortodoxa”, con valores ideales y perdurables apoyados en la fe católica y en un europeísmo cristiano; España ortodoxa defendida por Menéndez Pelayo y Menéndez Pidal. Y, además, toma partido a favor de la historiografía de Castro, quien resalta el aporte de las tres castas –judíos, moros y cristianos– en la configuración de la singularidad cultural de España, en su disputa intelectual con Claudio Sánchez Albornoz, quien defendía una interpretación católica-nacionalista de la historia de España y catalogaba como “insignificante” el aporte y la presencia islámica a la configuración de la identidad de España. La obra de Goytisolo puede leerse desde la perspectiva de esta polémica (Cfr. Goytisolo, 1977: 137-149).

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unificación nacional (Cfr. Subirats, 2004: 149-166). En un sentido inverso, se podría

denominar a esta empresa mixtificadora como la contracara de un proceso de “limpieza

de sangre”; el intento de superación de los traumas –en algunos casos de manera

inconsciente– que implican, a lo largo de esta historia, la eliminación de los moros y los

judíos en lo que se llamó la “Reconquista”, bajo el ideal castellano, religioso y militar

de los Reyes Católicos y el Santo Oficio; de superación del trauma de la violencia

inherente a la conquista de América y las guerras religiosas de la Contrarreforma

emprendidas en Europa, para afirmar la supremacía y extender los límites de la

monarquía católica; y de las secuelas culturales y políticas que implicó esta

configuración de la hispanidad a sangre y fuego para un proyecto de Modernidad, en su

caso fallido, postergado. Lo que se traduce, en la reflexión argumental que hace

Eduardo Subirats al respecto en un ensayo titulado “Siete tesis contra el hispanismo”, en

los siguientes términos:

El mismo poder político eclesiástico que erigió la monarquía hispánica liquidó

de raíz, tanto en la península, como en el Continente, todas aquellas reformas

teológicas, epistemológicas y políticas sin las que no era posible construir el significado

filosófico y político de la “modernidad” en un sentido histórico del concepto (por

oposición a la banalización académica y mediática de esta palabra). Este proceso de

supresión de las diversidades culturales y de la subsiguiente constitución de la unidad

homogénea de la España nacionalcatólica comprende la eliminación del Humanismo y

la Reforma en los siglos XVI y XVII; la decapitación de la Ilustración en sus aspectos

tanto científicos, como éticos, estéticos y políticos en el siglo XVIII; la liquidación del

liberalismo español y latinoamericano en el siglo siguiente; y, no en último lugar, la

combinación de crueldad autoritaria y mesianismo cristiano que se ha extendido a lo

largo de una inacabada y colorida sucesión de fascismos ibéricos (…) en el siglo XX.

(Subirats, 2004: 153)

Para Goytisolo (2002a: 18), el mito de un origen castizo, de una esencia

hispánica ahistórica, como característica engañosa de la identidad nacional, actúa sobre

la realidad histórica de España, deviene real, se enquista en su estructura política, social

y cultural y toma visos de virulencia mórbida en los diferentes momentos de crisis y

desajustes de la historia de España frente al contexto de la Modernidad occidental.

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Sobrevive así a la decadencia militar y ruina del imperio; se mantiene intacto para

soslayar el abismo infranqueable entre España y la Europa ilustrada; para ocultar el

fracaso de un proyecto nacional reintegrador durante el siglo XIX; reaparece, como un

nacionalismo tardío, en los escritores de la generación del 98, y emerge, de nuevo, en el

“discurso florido” de la falange, en la “Cruzada salvadora” de 1936-1939 y en la

dictadura fundada en su ideario católico-fascista (Cfr. Goytisolo, 1999: 64-65). Y a la

par que se pretende mitificar los orígenes para mantener una supuesta continuidad de la

esencia de España a prueba de milenios, se quiere borrar lo que significó la invasión

árabe y su presencia en la Península durante ocho siglos, como si fuera una “indeseado”

(Cfr. Castro, 1998: 24) período de interrupción de la verdadera historia y minimizar su

aporte cultural a la compleja configuración de la identidad española. Se pretende

olvidar, motivado por el entonces en ciernes mito del ideal casticista –como un

mecanismo de autodefensa y en un afán de superar el trauma de una violencia

fundacional– la destrucción de la España cosmopolita y multicultural del Medioevo en

donde, sin negar sus conflictos, coexistieron cristianos, moros y judíos, integrados

socialmente por lo que se puede denominar una triple distribución del trabajo: los

cristianos “forman la casta militar; los hebreos asumen las funciones de orden

intelectual y financiero; los moriscos, en fin, cultivan los oficios mecánicos y

artesanales” (Goytisolo, 2002a: 25). Olvido con graves consecuencias a lo largo de los

siglos posteriores, porque a través del mito se soslaya lo más característico, desde una

perspectiva humanista, de la identidad plural de España: la arquitectura mudéjar, la

literatura de origen converso y la poesía árabe; los aportes a la ciencia y a la filosofía de

la época, a la religión, de árabes y judíos; la España de culturas confluyentes, como lo

afirma Goytisolo en el ensayo “Historiadores y mitólogos” de Cogitus interruptus

(1999):

Amnesia equivale a pérdida de identidad, no la nacional o religiosa cuyo cultivo

sistemático alimenta al revés los fundamentalismos retrógrados, sino cultural y creativa:

sin el arte y la literatura mudéjares, San Juan de la Cruz y Cervantes, Velázquez y Goya,

La Celestina y Gaudí, España no sería lo que es. Los manipuladores del pasado

practican a hurtadillas una reducción jíbara (Goytisolo, 1999: 63)

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La lectura de los ensayos de Goytisolo dedicados al problema de España –del

“ser” de los españoles90– en la perspectiva de dilucidar el trasfondo histórico de su

misma obra ensayística, muestra la importancia que tiene entender cómo se formó la

peculiaridad cultural hispánica con el aporte de las tres castas, cristiana-islámica-judía,

durante los siglos X al XV, en un proceso histórico de transculturación, y permite

comprender las graves consecuencias que trae la exclusión del Otro, del moro, del judío,

de las civilizaciones precolombinas, de todo lo que se constituye en alteridad. La

negación de la identidad multicultural (Cfr. Subirats, 1998: 53), deja como resultado el

desconocimiento de sí mismos y el vacío que ello conlleva –en su caso bajo la ficción

castiza– para interpretar la propia historia y evitar en una perspectiva racional y

humanista que los errores del pasado se vuelvan a repetir, que es el proyecto

historiográfico de Américo Castro. Para Goytisolo (1977: 143), siguiendo la tradición

crítica de los estudios históricos de Castro, la cultura islámica y hebrea, conjuntamente

con la cristiana, configuraron de manera decisiva la plural identidad de los españoles,

diferenciándolos radicalmente de los demás países de Europa occidental. Esta

occidentalidad matizada, en términos del historiador granadino, es el resultado de su

origen semítico y tiene una doble cara. Por un lado, es la explicación, “en gran medida”

(Goytisolo, 1977: 143), del peso de la religión en la historia de España, del poder y la

influencia de la Iglesia, y de su intransigencia e intolerancia frente a las manifestaciones

diversas que riñen con su proyecto católico-nacionalista. Así, por su origen semita, tras

el catolicismo hispánico confluye el concepto musulmán de “guerra santa” y la variante

judía del sentimiento de “pueblo elegido”. Los mitos esencialistas, el ideal casticista –la

“pureza de sangre”–, la afirmación de una identidad unívoca donde la religión católica

tiene un peso específico, unido al proyecto político en la conformación de la conciencia

90 Para Ana Nuño en el prólogo al libro España y los españoles de Juan Goytisolo: “La ‘españolidad’ lejos de ser un referente en la que la mayoría de los españoles acepta reconocerse, es una entidad problemática, abierta a discusión y disenso, y una y otra vez puesta en tela de juicio o sometida a revisión” (Nuño, 2002: 8). Goytisolo participa con sus opiniones de manera vehemente, apasionada y no sin caer en contradicciones y posiciones ambiguas, en esta discusión. Por ejemplo, al exponer su punto de vista, insiste en su marginalidad frente al medio intelectual español o el “ninguneo” al que ha sido sometido al igual que Américo Castro, hecho que hay que interpretar no como una censura frente a su libertad de expresión y participación en los medios de opinión escritos de amplia circulación, como él tantas veces afirma (Cfr. Enkvist, 2002: 203), sino por el hecho de pertenecer a una corriente de pensamiento crítico, disidente, iconoclasta y en su caso intempestivo. Lo que no significa, por el contrario, que su pensamiento sea sesgado o sectario, afirmarlo así reñiría, según nuestra interpretación, con la lectura aplicada a un análisis fiel a los textos de su obra ensayística, en los que no existe pretensión de síntesis y de afirmación de verdades incontrovertibles (Cfr. Goytisolo, 1972: 20; 1999: 83), mas sí rigurosidad en la exposición de sus ideas y un afán polémico y provocador.

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nacional. Es el nexo que existe, desde una perspectiva historiográfica diacrónica, entre

la historia de intolerancia, intransigencia y saña inquisitorial que va de la Reconquista a

la Guerra Civil de 1936.

El otro lado de la occidentalidad matizada de España, es la afirmación de una

identidad cultural plural, que se enriqueció a través del aporte de las tres culturas

mencionadas, precisamente en el período histórico que una visión providencialista de la

historia quiere negar como un lapso de tiempo indeseado. La obra de Goytisolo se sitúa

por consiguiente en esta disyuntiva. En una crítica radical del proceso de mitificación de

la historia, señalando la violencia sectaria y autodestructiva que entraña tanto el estilo

agresivo intelectual de sus defensores como, en la práctica, la política católica-fascista,

que tan hondas heridas ha dejado a lo largo del tiempo. Y, frente al desconocimiento de

la propia identidad cultural, plantea el rescate y revaloración de esta occidentalidad

matizada y su importancia para las artes y la literatura; para la filosofía, la ciencia y la

religión; para un proyecto humanista que compense, de alguna manera, los vacíos de la

historia de España en relación con la historia de la Ilustración; una tradición que abarca

la sensualidad de la cultura musulmana y su aporte a la literatura castellana y

comprende, también, las obras de los escritores conversos en una edad conflictiva,

según la expresión de Américo Castro (1960); una tradición que se mantiene viva

aunque minoritaria a través de una corriente de pensamiento crítico en la cultura

hispánica moderna.

7.2. Crítica filológica radical y hermenéutica integral.

Situar la obra ensayística de Juan Goytisolo en el anterior contexto histórico no

pretende recalcar de manera tautológica una verdad sabida para la historiografía, para

los estudios de la literatura española y los que existen sobre el autor, sino señalar la

importancia que tiene en este contexto su crítica literaria en un sentido filológico

amplio, con una perspectiva humanista e histórica, de preservación de la memoria

cultural y de fundamento de una hermenéutica que actualiza y revalora los textos de las

altas tradiciones de la literatura española (El libro de Buen amor, El cancionero de

obras de burla, La Celestina, La Lozana andaluza, la obra de San Juan de la Cruz y

Góngora, la novela cervantina y las novelas de María Zayas, etc.), reconstruyendo para

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su comprensión el contexto vital, histórico, donde las obras nacen, pero leídas desde la

perspectiva del presente, desde la atalaya levantada sobre el actual nivel de

conocimientos, de las disciplinas e investigaciones interdisciplinarias que se ocupan de

tal fin, sin pretensiones de síntesis ni de afirmación de conclusiones incuestionables

(Cfr. Goytisolo, 1999: 83). En este sentido la lectura hermenéutica de Goytisolo

responde afirmativamente a la pregunta de sí hoy puede leerse a los clásicos españoles

sin una urgencia academicista, sin la necesidad de acumular y exhibir datos inertes por

una falta de audacia interpretativa. Su lectura es fundamental además para percibir la

huella de estas altas tradiciones de la lengua en la novela y la poesía española

contemporánea, como se aprecia en sus libros Contracorrientes (1985), El bosque de

las letras (1995), Cogitus interruptus (1999), El lucernario. La pasión crítica de

Manuel Azaña (2004) y Contra las sagradas formas (2007), en los ensayos dedicados a

Max Aub –“Max Aub o el eslabón perdido de la Modernidad” (1999: 215-217)–, Julián

Ríos, José Ángel Valente, José Miguel Ullán, Pere Gimferrer, Andrés Sánchez

Robayna, entre otros. Y es fundamental, además, para entender la lectura que hace de la

literatura hispanoamericana contemporánea, en tanto interpreta su devenir en relación

directa con la historia política, cultural y literaria de España, con éstas altas tradiciones

literarias de la lengua, y por la manera cómo advierte sobre la incidencia que ha tenido

la literatura hispanoamericana en la renovación de la literatura peninsular a través no

sólo de la innovación formal del lenguaje literario, sino de la reinterpretación que los

escritores latinoamericanos de la segunda mitad del siglo XX hacen de los clásicos

españoles (Cfr. Goytisolo, 1977: 310-321).

Así, a continuación nos ocuparemos de estos dos asuntos. Primero, precisar en

qué consiste lo que denominamos la crítica filológica radical, en sentido amplio, de Juan

Goytisolo, articulada con una hermenéutica literaria integral y dialógica. Desde un

primer acercamiento a este tema se puede afirmar que la crítica literaria de Juan

Goytisolo es deudora de los estudios historiográficos y filológicos de Américo Castro,

Vicente Llorens, Antonio Domínguez Ortiz, Julio Caro Baroja, María Rosa Lida,

Francisco Márquez Villanueva, entre otros, y de reconocidos hispanistas extranjeros

entre los que cabe mencionar a Marcel Bataillon y a Stephen Gilman. Sin dejar de

desconocer, aunque suene paradójico, su deuda intelectual con don Marcelino

Menéndez Pelayo como expresamente lo advierte (Cfr. Goytisolo, 1999: 89) y así

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algunos de sus ensayos se planteen a la “contra” –rasgo característico de su ensayística–

de la ortodoxia, canonización literaria e interpretación de la historia del polígrafo

santanderino. Es en este sentido amplio que se habla de crítica filológica radical –que se

nutre además de un marcado interés del autor por la poética y la teoría literaria, como

hemos visto en los capítulos anteriores, principalmente cuando nos ocupamos del

análisis de su libro Disidencias (1977)–. Y, segundo, en un último capítulo nos

couparemos de la relación que el autor establece con la literatura hispanoamericana

contemporánea, desde el trasfondo histórico anteriormente señalado, como parte

importante de este proyecto crítico radical y de la forma de concebir qué es para él la

literatura; es decir, como parte de su poética a partir de la obra ensayística.

Ahora bien, en aras de ahondar en el primer punto cabe preguntarse, ¿cómo

concibe la crítica literaria Goytisolo? La respuesta a este interrogante la encontramos al

hilo conductor de su ponencia en un coloquio sobre “el escritor y la crítica” celebrado

en New York University a mediados de la década de los setenta y recogida luego en

forma de ensayo en su libro Libertad, libertad, libertad, bajo el título “Escritores,

críticos y fiscales” (Goytisolo, 1978: 80-94)91. En este caso, como en otros

planteamientos de su obra crítica, su pensamiento se despliega a partir de una

antinomia, de formular dos posiciones antagónicas de base por las que discurrirá su

pensamiento, de plantear un dilema en apariencia irresoluble; en este evento, a partir de

resaltar su doble condición de escritor, de novelista y crítico. Oposición que está

contenida en un dilema mayor que rige toda su obra literaria, de la cual nos ocupamos

cuando analizamos el ensayo “Literatura y eutanasia” de El furgón de cola (1967) (Cfr.

Goytisolo, 2005a: 66-69): el conflicto que opone una visión estética del mundo a un

enfoque exclusivamente ético, entre la contemplación estética, la reflexión intelectual y

la inquietud moral.92 Plantear este tipo de antinomias es una estrategia dialéctica del

91 Se publicó por primera vez en la Revista Triunfo (Madrid), núm. 683, el 28 de febrero de 1976. Véase “Bibliografía de y sobre Juan Goytisolo”, en Anthropos, revista de documentación científica y cultural, números 60-61 (1986) pág. 37, número monográfico sobre Juan Goytisolo. 92 Dilema que se manifiesta de manera especial en sus primeros –e importantes dentro del conjunto de su obra- libros de viajes Campos de Níjar (1960) y La Chanca (1962), y que en un ensayo posterior de Contracorrientes, resume así: “Guiarse tan sólo por la primera (las consideraciones morales J.F.T.) equivaldría a escribir panfletos de crítica social; abandonarse sin reparos a la segunda (la visión estética), a faltar gravemente al afecto y solidaridad humanos” (Goytisolo, 2005b: 554). Y en España y los españoles, afirmará, de manera general y un tanto reductiva, que es el dilema que no supo resolver una tradición literaria peninsular desde los ilustrados liberales (Feijoo, Cadalso, Jovellanos, etc.) a los escritores “realistas” de la “generación del medio siglo”, al renunciar a uno de los términos de esta antítesis, en este caso a la visión estética (Cfr. Goytisolo, 2002a: 75-76)

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autor para acceder mediante un contraste polémico al tema tratado y despertar el interés

de su destinatario. Con este modo de enunciación busca resaltar la singularidad de su

pensamiento e implicar a un lector, al que pretende orientar y convencer mediante los

argumentos expuestos. Sólo que este tipo de dilemas, así sean reales y por ende

conflictivos, no son irresolubles. El hecho de pensar y discurrir a través de oposiciones

marca la dinámica de su argumentación. Ahora bien, el dilema entre la mirada estética y

la actitud moral es un conflicto que se plantea como insoluble en tanto dilema humano,

porque interroga al hombre, a su condición y a su relación con la sociedad, al escritor

frente a la obra y la sociedad, pero no porque ambas actitudes sean necesariamente

incompatibles. El conflicto se resuelve, en una de sus perspectivas, en la obra de arte,

literaria y en la hondura del mundo que ella brinde a la experiencia estética. Si se deja

seducir por un excesivo esteticismo no captará el desafío moral que implica el dilema

propuesto, si se vuelve vehículo ciego, craso, de una posición moral, cerrando las

puertas que implica la interrogación que nace de su contraste con la mirada estética, la

obra se desnaturalizará, se convertirá en un texto doctrinario sin realce literario. En este

punto la crítica en un sentido amplio juega un papel fundamental, porque es

precisamente ella, con la importancia que adquiere en la modernidad y como parte de la

institución de la literatura, la encargada de trazar los límites que permitan un equilibrio

entre estos dos campos sin evitar su confrontación dinámica. Y, más que ella, en su

empeño de evaluar o legislar, es la teoría literaria entendida como una actividad

cognitiva que agrupa el conocimiento sobre literatura y lo incorpora en un marco de

conocimiento más amplio adquirido por las ciencias humanas y sociales (Cfr. Dolezel,

1997: 15), la que al estudiar la literatura como un hecho estético, histórico y social la

confronta consigo misma, la mantiene en movimiento, la obliga a justificarse como tal

(Cfr. Gutiérrez Girardot, 2004: 128) y, sin desconocer la conceptualización sobre la

autonomía de la obra literaria y la necesidad de su defensa para la especificidad

epistemológica del conocimiento sobre la literatura y análisis de sus textos, es la teoría

literaria la que plantea los límites y relaciones con las otras actividades del obrar

humano.

Volviendo al ensayo en mención, “Escritores, críticos y fiscales”, Goytisolo

plantea el dilema de su doble condición de creador y crítico, para abordar varios

asuntos: la pretendida objetividad de la crítica fundada en métodos positivistas; el

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problema de la justificación de la crítica y del lugar del crítico en la sociedad actual

confrontado con la necesidad, para él indiscutible, de la literatura; el problema de las

diferentes actitudes que puede asumir el lector frente a la obra literaria, cuando decide

profundizar en una lectura que trascienda un primer disfrute inmediato y ahonde en el

conocimiento de los distintos niveles de interpretación que la obra entraña; para

exponer, también, cuáles son los límites que debe observar, según su opinión, la labor

crítica; para dar a conocer el método crítico de análisis de su preferencia y, manifestar,

al final del mismo, cómo en su caso se resuelve el dilema entre la creación literaria y la

reflexión crítica.

Dejando de lado las afirmaciones iniciales sobre la condición actual del escritor

frente a la crítica para la época en que el ensayo fue escrito, de quien nos dice se

encuentra en un estado de indefensión, sub judice, ante un tribunal de críticos provistos

con un instrumental metodológico cada vez más sofisticado para el escrutinio, hidra de

mil cabezas, con una mirada omnisciente, ya formalista extrema que disecciona la obra

para reducirla a un “simple esqueleto” o, ya ideológica, para “purgar” las “escorias e

impurezas”, en todo caso “guardiana de la ortodoxia” (Cfr. Goytisolo, 1978: 80-81) del

método que le brinda su rigurosa objetividad, para juzgar las “debilidades o fallas”

“subjetivistas” de aquel; consideraciones hechas con un tono polémico frente a un

público de “profesores” (Goytisolo, 1978: 82) y especialistas; para preguntarse e

inquerirles sobre la necesidad de la crítica en el mundo actual y cuestionar sus excesos

reduccionistas y obrar parasitario; para poner en duda la objetividad de las diferentes

metodologías de análisis e insistir que, en su opinión, no hay crítica desinteresada:

además de los factores personales y de las “dificultades y apremios de la vida diaria”

(Goytisolo, 1978: 82), toda crítica está determinada por factores religiosos, sociales,

estéticos, políticos. En suma, manifestando que, en tanto actividad teórica, la crítica es

una actividad interesada y permeable ideológicamente y por lo tanto no puede haber una

metodología crítica absolutamente objetiva.

En este sentido, observamos, sus opiniones coinciden con las que al respecto

sostuvo Roland Barthes en la época de Crítica y verdad (1966), quien apoyándose en

Karl Mannheim sobre las bases epistemológicas del conocimiento socialmente

compartido, mostraba cómo la crítica inspirada en un método positivista era, al igual

que las demás formas de conocimiento, ideológica; lo que en ningún momento desvirtúa

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su utilidad en los estudios literarios, para el establecimiento riguroso de los hechos (Cfr.

Barthes, 1977: 294)93.

En consecuencia, hechas estas consideraciones sobre la objetividad del crítico,

para Goytisolo, su labor sólo será interesante dependiendo de su dimensión intelectual y

erudición: “En último término, toda obra crítica de importancia nos interesa en la

medida en que nos habla tanto del crítico como del autor estudiado por él” (Goytisolo,

1978: 83). Sin detenernos en estas consideraciones, que si bien son importantes están

formuladas al comienzo del ensayo con un tono ambivalente, con un afán provocador,

máxime si él mismo terminará sosteniendo lo contrario, la necesidad de la crítica e

insistirá, además, en una idea de la literatura como manifestación del pensamiento

crítico de la modernidad, es decir, entendiendo la función de la literatura como crítica de

la cultura, del proceso civilizador de la modernidad occidental, en cuyo empeño la

crítica y la obra, el escritor y el crítico conjugan sus esfuerzos. Lo importante de este

ensayo es la definición que da de la literatura afirmando el carácter polisémico y

relevancia del lenguaje literario como campo de acción de la actividad teórica, y la

exposición que hace de cuál es la metodología crítica para el análisis de la obra de su

preferencia.

Para Goytisolo (1978: 87) el análisis y comprensión de todo texto literario

importante, admite distintos acercamientos porque una de sus características principales

es contener en sí varios niveles de sentido, porque su universo de posibilidades, en tanto

creación humana, es de la mayor amplitud y diversidad. Las obras literarias pueden ser

así, múltiples, pueden ser ilustración de ideas, imagen o reflejo de la sociedad –producto

de la superestructura ideológica– o expresión personal del autor –fruto de sus neurosis–,

pueden combinar estas posibilidades y proponer aun diferentes formas de mundos

posibles. Y este carácter polisémico del lenguaje literario permite en consecuencia una

gran variedad de lecturas e interpretaciones. Por lo tanto, cuando un lector decide

comprometerse en el estudio de la literatura como una actividad cognitiva y trascender

una primera relación con la obra que va más allá de sus gustos y preferencias

personales, encontrará que existen diferentes enfoques para tal fin, tan amplios como

93 Barthes muestra cómo la crítica positivista al limitar sus investigaciones a las “circunstancias” de la obra no se interroga sobre el ser de la literatura, que es histórico y no eterno, y esta omisión es, para él, su signo ideológico; señala que la crítica en su proceder ante una obra determinada debe necesariamente formularse las preguntas ¿qué es la literatura? y ¿por qué se escribe?, con esta perspectiva histórica, o sea en un momento dado (Cfr. Barthes, 1977, 294).

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complejos son los niveles de sentido que la obra propone. Podrá acercarse al texto

literario, bien con la óptica de la historia, la sociología, el psicoanálisis, utilizar la obra

para profundizar en los intereses particulares de estas disciplinas o, bien acercarse a la

obra defendiendo su autonomía y centrando su atención en la relación de la obra con el

corpus literario de su tiempo, revelar su importancia, su originalidad, sus innovaciones,

su “arquitectura secreta” (Goytisolo, 1978: 86).

En este sentido, observamos que el autor de “Escritores, críticos y fiscales”,

atento a los múltiples acercamientos que puede elegir el lector “crítico” del que nos

habla en este ensayo, encuentra que es posible una variedad de opciones a seguir. Ubica

así la crítica literaria dentro de un paradigma amplio abierto por las ciencias humanas y

sociales para el estudio de la literatura, ya sea desde una perspectiva histórica,

sociológica, psicoanalítica o ya desde los acercamientos en una vertiente formalista o

estructuralista, que no excluye una aproximación interdisciplinar al fenómeno literario;

y en todos los casos, y así no la nombre de manera explícita, considerando que la “teoría

literaria” con sus diferentes desarrollos a lo largo del siglo XX, abre una amplia gama

de propuestas metodológicas para el estudio de la literatura. Este es un hecho que es

necesario resaltar dentro de la reflexión propuesta en este ensayo por Juan Goytisolo,

porque tal conclusión no es tan sencilla o patente como a primera vista puede parecer.

Insistir, como lo hace él, en los distintos niveles de sentido que contiene el texto

literario y por lo tanto la multiplicidad de interpretaciones posibles, puede parecer un

hecho obvio para quienes se mantienen atentos a la historia de la poética a lo largo del

tiempo, pero aunque resulte paradójico no todos los escritores, no todos los poetas y

novelistas, permanecen atentos como él, al devenir de los estudios teóricos de la

literatura y convencidos de su eficacia. La posición, entonces, un tanto ambigua del

comienzo de “Escritores, críticos y fiscales”, al formular una crítica de la crítica con un

tono polémico y provocador, de desquite del escritor que se siente en todo momento

cuestionado, se decanta, al profundizar en su reflexión, por un interés fundado en un

estudio serio de la obra literaria como tarea del conocimiento.

La atracción de Goytisolo por la teoría de la literatura puede percibirse, como

vimos en los capítulos anteriores, a lo largo de su obra ensayística, desde sus primeras

reflexiones con un tono doctrinario (Cfr. Goytisolo, 2005b: 15) de Problemas de la

novela (1959), bajo la influencia de una crítica ideológica de estirpe lukasciana,

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mediante la que pretendió afirmar la necesidad de una literatura nacional y popular;

idea, influencia y concepción de la crítica de las que se alejará unos años más tarde

cuando alcance su madurez literaria a partir de la novela Señas de identidad (1966). En

el libro El furgón de cola (1967), este interés es especialmente notorio, recordémoslo,

en el ensayo “Cernuda y la crítica literaria española”, en el que al resalta la dimensión

intelectual del autor de La realidad y el deseo, examina su obra ensayística bajo las

ondulaciones –“tempestades en un vaso de agua” (Goytisolo, 2005a: 100)– de la

polémica en torno a la nouvelle critique en el medio intelectual francés de mediados de

los años sesenta; de las fricciones existentes entre la denominada crítica universitaria y

la crítica ideológica; entre una crítica de sesgo positivista y una crítica de interpretación,

y el surgimiento, para entonces, de una nueva crítica, con un modo de proceder que si

bien es ideológico no es determinista ni unívoco, y que proponía un análisis inmanente

del texto literario –al tratar explicitar la obra en lugar de explicarla, de reconstruir las

figuras literarias interiores de la misma y en considerar a ésta como un sistema de

funciones bajo una óptica estructuralista– es decir, bajo el malestar que causó en este

espacio cultural la aparición del libro Sur Racine (1963) de Roland Barthes a una crítica

tradicional encabezada por Ryamond Picard. Para éste último, ésta nueva crítica era una

nueva impostura94. Al aludir a este enfrentamiento en el ensayo sobre Cernuda,

Goytisolo, con sus planteamientos, no sólo toma distancia de una crítica ideológica

determinista estilo Luckács, sino que muestra cómo las diferentes corrientes de la teoría

literaria basada en los conocimientos alcanzados por las ciencias humanas y sociales,

contribuyen a ampliar el saber sobre la obra literaria, afirmando que el crítico que

ignore este hecho y no tenga en cuenta los postulados de la teoría a lo largo del siglo

XX, ofrece una visión parcial, incompleta de la literatura y se anula a sí mismo como

crítico (Cfr. Goytisolo, 2005a: 101); pero también, es importante advertirlo, señala que

el peligro de la diversidad de miradas al fenómeno literario no reside en el hecho de

elegir un modo de proceder tradicional o uno novedoso, sino encerrarse en una crítica

“excluyente, totalitaria, dogmática y monocorde” (Goytisolo, 2005a: 102). Con esta

reflexión, a partir de la polémica al interior de las teorías literarias, reconoce la

importancia de los ensayos literarios y la independencia de criterios de Cernuda; lo qué

significó para su obra la apertura a las literaturas europeas leídas en el idioma original y 94 Jerónimo Martínez Cuadrado (1983) reconstruye ampliamente esta polémica entre Picard y Barthes.

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la influencia de la crítica literaria anglosajona en la línea de Matthew Arnold, de T.S.

Eliot y de Edmund Wilson; de la autonomía del poeta sevillano para trazar su filiación

con la tradición literaria española y romper con un medio asfixiante. Y, Goytisolo, no

pierde oportunidad, a su vez, para atacar a una crítica local tradicionalista, caracterizada

por su estrechez de miras, por proferir juicios literarios que no nacen de la lectura, la

reflexión y la inquietud teórica, sino de su dependencia a una capilla, cofradía o tertulia,

“bajo la presión hipnótica del medio literario nacional” (Goytisolo, 2005a: 109). Para

cuestionar al medio intelectual que ignoró a lo largo del tiempo las obras de autores tan

relevantes como Blanco White o Clarín, y contra el que se malquistó el mismo Cernuda.

De manera sumaria recordemos también que el interés de Juan Goytisolo en

insistir que la crítica debe estar fundamentada en el conocimiento que aporta la teoría

literaria, reaparece en el ensayo “Lenguaje, realidad ideal y realidad efectiva” de El

furgón de Cola (1967), dedicado a analizar la situación del castellano en América, en

especial la evolución y perspectivas de la lengua castellana en Cuba, a través de las

obras de dos intelectuales cubanos, Néstor Almendros y Walterio Carbonell;

preguntándose cuál debe ser la actitud de los escritores pertenecientes a una misma

comunidad lingüística, peninsulares e hispanoamericanos, frente al proceso evolutivo

del idioma; qué posición deben asumir ante “las fuerzas complementarias y opuestas

que operan en el interior de éste” (Goytisolo, 2005a: 141), frente a la defensa de la

norma idiomática o de sus deformaciones. Goytisolo muestra en este ensayo la

importancia del conocimiento por parte del escritor –y por ende del crítico– de los

progresos y desarrollos de la lingüística durante el siglo XX, de su importancia para el

estudio de la literatura al ser el lenguaje su materia de expresión; y para ello, no sólo

expone sus conocimientos sobre la lingüística estructural y los diferentes desarrollos

posteriores, su recepción en España por Amado Alonso, sino que resalta los logros de la

filología española en el estudio del español de América en la línea de Menéndez Pidal.

Además, demuestra que las oscilaciones a las que se ve abocado el escritor, entre un

lenguaje ideal (normativo) y un lenguaje efectivo (transgresor y deformante), no es un

“fenómeno secundario y circunstancial” (Goytisolo, 2005a, 160) sino que está en el

centro mismo de la creación artística. Y expone cómo los escritores hispanoamericanos

al enfrentar este dilema, al elevar el lenguaje hablado en sus diferentes países a la

dignidad literaria, han contribuido a la renovación de la literatura y el idioma castellano.

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Como asimismo vimos en los capítulos anteriores, en un libro de ensayos como

Disidencias (1977), este interés por la teoría literaria se hizo aún más explícito.

Recordemos que sus análisis de La Celestina, La Lozana andaluza, las Novelas y

Desengaños de María Zayas, la novela española del medio siglo, contenidos en este

libro están elaborados con las herramientas teóricas que para la fecha de los mismos le

proporcionó el formalismo ruso y el estructuralismo francés; y, en este sentido,

manifestó una atención que trascendió la simple curiosidad y reveló una mirada

especializada con un bagaje serio, que por lo demás hace atrayente el conocimiento de

los ensayos literarios de Goytisolo para el estudio disciplinar de la teoría de la literatura,

para el análisis de la recepción por un escritor, en un período histórico y una cultura

dada, de los postulados de la teoría y de la manera como inciden estos en la

transformación de su obra y de la literatura de la época, hecho que consideramos se

estudia poco, ya que por lo general, debido a su evidencia, se parte de la premisa

contraria, la manera cómo la literatura incide en la evolución de la teoría95. A grandes

rasgos podemos recordar la forma como Goytisolo se vale de la teoría de los formalistas

rusos y del estructuralismo en los análisis literarios de Disidencias. Frente a La

Celestina, para respaldar el estudio de Stephen Gilman sobre Fernando de Rojas, quien

llena los vacíos históricos sobre las circunstancias de la vida del autor de la

tragicomedia con lo sugerido por el propio texto, y así enfatizar su origen converso y las

profundas implicaciones que tiene este hecho para la interpretación de la obra.

Goytisolo (1977: 14), encuentra fundado el proceder de Gilman en uno de los

postulados del formalismo ruso que sostiene que no sólo el contexto forma parte del

texto, sino que ciertos rasgos de escritura del texto son elementos auténticos del

contexto, por lo que el conocimiento de éste se puede derivar de la “situación”

95 Entre los libros de teoría literaria citados en los ensayos de Disidencias (1977) que hacen atractiva la lectura de los ensayos de Goytisolo desde la perspectiva mencionada se encuentran: Théorie de la littérature. Textes des formalistes russes, presentado por Tzvetan Todorov, con prólogo de Roman Jakobson, París, Editions du Seuil, 1965; Teoría de la prosa, Barcelona, Planeta, 1976 y Sobre la prosa literaria, Barcelona, Planeta, 1971, de Victor Shklovski; Russian formalism. History-Doctrine, La Haya, Mouton, 1955, de Victor Erlich; el ensayo “Sobre la delimitación lingüística y literaria en la noción de estructura”, de Iuri Lotman, en Estructuralismo y literatura, Buenos Aires, 1964; Russian Formalism Criticism, The Nebraska University Press, 1965, de Lee T. Lemon; la antología de textos Formalismo y vanguardia, Madrid, Alberto Corazón, 1970; Morfología del cuento, Madrid, Fundamentos, 1971, de Vladimir Propp; Poétique de la prose, París, Editions du Seuil, 1971, de Tzvetan Todorov; Figures, III, Editions du Seuil, 1973, de Gérard Genette; Problèmes de linguistique générale, París, Gallimard, 1963, de Emile Benveniste; y los artículos “L’analyse du récit à Urbino”, en Communications, núm. 9 (1968) de Tzvetan Todorov, y “Les travaux du Cercle Linguistique de Prague. Thése de 1929”, Change (1969).

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discursiva al interior de la obra literaria, a través del análisis del conjunto de las

circunstancias en medio de las cuales se desarrolla el acto de enunciación literaria en

texto mismo. En las “Notas sobre La Lozana andaluza”, Goytisolo recurre a los estudios

narratológicos de Gérard Genette en Figuras III (1972) y del lenguaje de Émile

Benveniste en Problemas de lingüística general (1963), para demostrar que las técnicas

narrativas utilizadas por Francisco Delicado, su manejo del discurso novelesco, son un

“jalón importante en el camino que conducirá a la novela moderna” (Goytisolo, 1977:

55), en especial por la manera en que acopla los sistemas narrativos centrados en el

análisis o descripción de los hechos –diegesis– y en los diálogos de los personajes –

mimesis– y la forma en que el autor se introduce en la obra y combina, en tanto

personaje, estos dos sistemas narrativos. En el acercamiento a las Novelas y

Desengaños de María Zayas, se vale de la teoría de los formalistas rusos en la línea de

los estudios de Shklovski sobre la prosa literaria, para desmontar la idea –lugar común–

de un sector de la crítica literaria española –representada en este caso por Agustín G. de

Amezúa, prologuista de las obras de Zayas, de quien por lo demás reconoce hace una

excelente labor documental96– que considera al “realismo” como la cumbre del arte

hispánico, como un “estilo natural” que logra ser la expresión genuina de la realidad

social y, bajo esta óptica, centran su mirada en el mundo extratextual descuidando la

realidad discursiva. Para Goytisolo el mérito de la obra de María Zayas no está en ser la

precursora del realismo como género literario, estilo que caracterizaría, en el sentido

anunciado, el gran arte y la literatura hispánicos, sino en ser expresión de la sexualidad

femenina y culminación de una tradición erótica en la literatura que afloró desde La

Celestina y se fue diluyendo del panorama español a partir del siglo XVII. Así,

deconstruye, en tanto artificio y técnica literaria, el pretendido carácter realista

entendido como un estilo natural, siguiendo para ello los lineamientos de los formalistas

rusos; y prefiere resaltar la relación de la obra con el sistema al que pertenece, el ámbito

intertextual de interacción e influencia de unas obras sobre otras; prefiere detenerse en

la autonomía de su discurso, más allá de considerar la obra como simple reflejo del

mundo y de las cosas, para concluir que la obra de María Zayas se sitúa en las

96 Goytisolo se refiere a las obras Novelas amorosas de doña María de Zayas y Sotomayor, publicada en Madrid por la Biblioteca Selecta de Clásicos Españoles de la Real Academia Española en 1948 y Desengaños amorosos, Segunda parte del sarao y entretenimiento honesto de doña María de Zayas y Sotomayor, por la misma editorial en 1950.

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“antípodas del documento social o costumbrista” (Goytisolo, 1977: 107); aunque,

también insiste, como un hecho fundamental desde un análisis inmanente, y

considerando que el contexto social hace parte del mismo texto, que éstos dejan traslucir

las inquietudes de la casta y clase social a la que pertenecía la escritora madrileña, ante

el ocaso del poderío militar hispano y desplome del Imperio. Con estos elementos

teóricos, el interés de Goytisolo es situar el mundo literario de María Zayas en la

perspectiva de su época y exponer las razones por las cuales su obra se mantiene vigente

para un lector actual debido al tratamiento especial del mundo femenino, que se

descubre develando un sentido oculto que subyace tras un modelo literario convencional

y de un lenguaje altamente codificado. Vemos así, a partir de este ensayo, que Goytisolo

se debate en su concepción de la literatura entre la relación de ésta con la sociedad y la

consideración de la obra como un signo diferencial dentro de un sistema conformado

por la relación con las demás obras, a partir de su realidad discursiva o autonomía de la

obra literaria. Sin desconocer estos dos tópicos, sin negar la importancia que cada uno

de ellos tiene, Goytisolo encuentra una conjunción posible en la teoría de los formalistas

rusos que, a través de la complejidad del lenguaje literario, de su multiplicidad de

sentidos, considera que el contexto social está comprendido en interior del texto

artístico mismo y es a partir de éste, desde donde se deben establecer las relaciones

entre los dos universos, en este caso entre la especificidad del hecho literario y el

contexto social e histórico donde la obra surge.

Igualmente, en el ensayo “La novela española contemporánea” (Goytisolo,

1977: 153-159), la teoría literaria le servirá de base al para analizar la situación del

género novelístico en el panorama literario español de mediados siglo pasado; para

ubicar las principales tendencias y señalar el lugar que ocupa su propia obra dentro de

ellas. Parte del mismo presupuesto anterior, en este caso, preguntándose cuál actitud

debe privilegiar el crítico al analizar una obra. Si considerar la obra desde su

especificidad discursiva, como un signo diferencial, como respuesta a las leyes

evolutivas del género al que pertenece y a las exigencias de su propio arte, o centrar el

análisis en la realidad exterior a partir de la función representativa, expresiva,

comunicativa del lenguaje literario; es decir, privilegiando sólo el contexto histórico

social donde surge la obra.

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Para ubicar el problema se vale de un axioma de Eikjenbaum sobre el estudio de

la literatura, que conviene citar por lo esclarecedor del mismo:

El objeto de la ciencia literaria debe ser el estudio de las particularidades

específicas de los objetos literarios que las distinguen de cualquier otra materia,

independientemente del hecho que, por sus rasgos secundarios, esta materia pueda dar

pretexto y derecho de ser utilizada en otras ciencias como objeto auxiliar (Goytisolo,

1977: 153-154).

Esta distinción teórica y epistemológica le permite a Goytisolo sostener que el

mundo descrito en la literatura, el universo representado, se convierte a su vez en

literatura y por lo tanto en el momento de apreciarlo hay que juzgarlo como tal. La

afirmación de Eikjenbaum lo faculta además para analizar la novela social española de

la llamada generación del medio siglo por sus logros intrínsecos, en relación con las

demás obras del género, en un contexto más amplio que el simplemente local, y no

exclusivamente por el modo en que reflejan aspectos importantes de la sociedad

española de su tiempo97. En su análisis aúna a las teorías de los formalistas rusos los

postulados lingüísticos de Benveniste, que distingue en el acto de enunciación, la

“historia” –“la presentación de los hechos acaecidos en un momento dado, sin ninguna

intervención del locutor en el relato” (Apud Goytisolo, 1977: 163)– y el “discurso” –“la

enunciación que supone un locutor y un auditor y, en el primero, la intención de influir

en el segundo” (Goytisolo, 1977: 164)–, para señalar que la historia marca la relación

del enunciado literario con el universo que le sirve de referente y el discurso la relación

con el lenguaje, con su propia realidad discursiva. Así, Goytisolo señala dos hitos

novelísticos dentro del horizonte de la literatura española contemporánea, que marcan

dos tendencias distintas en el desarrollo de la misma. Una, como culminación del

proceso evolutivo de la novela social española a lo largo de casi un siglo, y la otra

abriendo un camino amplio de exploración formal que permitirá superar unos códigos

97 La expresión “generación del medio siglo” se debe a José María Castellet (1955), quien la utilizó para agrupar a Ana María Matute, Juan Goytisolo, Mario Lacruz, Jesús Fernández Santos, Ignacio Aldecoa y Rafael Sánchez Ferlosio. Los tres primeros, guiados por una inquietud técnica y poética, seguirán “el camino del discurso” (imaginativo experimental), mientras que en los otros miembros del grupo prevalecen las preocupaciones estilísticas y sociales, del “camino de la historia”. Goytisolo sigue en el ensayo “La novela española contemporánea” de Disidencias (1977), los postulados de Castellet.

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literarios en desuso heredados por su generación del “castellanismo” del 98 (Goytisolo,

1977: 165). En su criterio la novela El Jarama (1955), de Rafael Sánchez Ferlosio, que

representa la novela concebida como “historia”, concluye de manera brillante el ciclo

narrativo de la novela social y excluye “por su misma perfección, la posibilidad de una

descendencia” (Goytisolo, 1977: 164). La otra tendencia, abierta a la evolución del

género en Europa –para la época del ensayo98– principalmente en Francia, y como

consecuencia, entre otros factores, del esplendor de los estudios lingüísticos y los

postulados de los formalistas rusos, de las reflexiones sobre la poética de Jakobson y del

Círculo Lingüístico de Praga, a través de las cuales adquiere nueva vigencia el

“discurso”, la función poética del lenguaje en su complejidad y ambigüedad, que

permite centrar la atención del escritor y el lector en el texto literario como un signo

autorreferencial y no en el universo designado, es la tendencia representada en un

primer momento por la novela Tiempo de silencio (1961) de Luis Martín Santos, “más

vacilante, desnivelada y con bastantes aristas” (Goytisolo, 1977: 165) que El Jarama,

pero precursora de un nuevo interés por el lenguaje literario, por la “literaturidad”

(Goytisolo, 1977: 162). Estas dos tendencias marcan el panorama de la generación

novelística de los años cincuenta donde se ubica la obra de Goytisolo, como un punto

culminante y como un punto de partida. En la última tendencia es en donde el autor de

Don Julián (1979) centrará sus propios intereses artísticos, más acorde con su manera

de concebir lo que, para él, es la literatura, después de un período inicial de búsqueda

alrededor del realismo que posteriormente, recordemos, abandonará.

Ahora bien, observamos de nuevo en este ensayo aquello sobre lo que hemos

venido insistiendo, la relación de Juan Goytisolo con la teoría literaria trasciende una

simple curiosidad incidental, le sirve para resolver el dilema que hay entre dos maneras

distintas de concebir la literatura. La mirada que prefiere enfatizar la relación del texto

literario con el contexto social en el que surge –y que en el caso de los escritores de la

posguerra que eligieron esta vía, a través del realismo y la novela social y que afirmaron

de esta manera su compromiso cívico y moral con la sociedad, confiaron en la

repercusión directa de la literatura sobre la realidad como agente transformador, en una

la ilusión performativa de la literatura, como acción, como acto sobre la sociedad que va

más allá de la realidad cultural del mundo de la ficción y su carácter simbólico– y la 98 El ensayo “La novela española contemporánea” fue publicado inicialmente en la Revista Libre, en el número 2 (diciembre-febrero, de 1971-1972) (Cfr. Levine, 2004: 49).

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concepción que privilegia la relación del texto con su propia autonomía discursiva y

busca encontrar su lugar dentro del sistema al que pertenece –los escritores que

siguieron este sendero tras el ejemplo de Luis Martín Santos y la influencia del

desarrollo autorreferencial del arte moderno y la novela europea de la primera mitad del

siglo XX, en la senda abierta por el Ulises de Joyce y por los planteamientos

lingüísticos y sobre poética de Saussure y Jakobson, afirmaron un nuevo compromiso

para responder a unas nuevas exigencias culturales y artísticas propias del género y de la

época, a partir del énfasis en el signo y no en la referencialidad, en conflicto con la idea

de la transparencia del lenguaje literario, con un afán crítico de los tópicos, de los

lugares comunes, con una mirada crítica del lenguaje como espejo del mundo y de las

cosas y de una visión determinista de la relación literatura y sociedad. Enfatizando más

que un compromiso político instrumental un compromiso con lenguaje literario, con la

literatura concebida en su ámbito intertextual, que en el fondo entraña también una idea

performativa de la literatura, pero con un carácter si se quiere más complejo, desde la

obra misma, pretendiendo a través de la subversión sintáctica, de su ruptura con la

tradición a la que se pertenece, la desalienación del lenguaje. Confiando que es a través

de este modo que la literatura incide en la sociedad ya que esta concepción no niega

sino que reafirma el carácter social e ideológico del lenguaje.

Se puede apreciar, entonces, que este dilema entre las dos maneras de concebir

la literatura está enmarcado dentro de aquel más amplio arriba señalado, entre la mirada

estética y la actitud moral que debe observar el escritor y que es un rasgo característico

de la personalidad intelectual de Goytisolo y está presente a lo largo de su obra. Si bien

el autor se aleja de una concepción realista, tradicional de la novela, aquella que

construye una trama cerrada, que describe detalladamente el mundo exterior, con

acciones verosímiles y personajes con un complejo espesor psicológico, con

motivaciones realistas, a la manera en que el pintor figurativo hace un retrato, pinta un

paisaje o un bodegón, no niega en absoluto la relación que existe entre la literatura y

contexto social y político donde esta surge; no niega, todo lo contrario, la relación entre

obra y la sociedad, y la importancia de las funciones de representación, expresión,

comunicación que tiene el lenguaje común, y que configuran también el lenguaje

literario. No rechaza que la literatura –antes bien, insiste en ello– sea un hecho social e

histórico y que en este sentido, según sea de interés la obra literaria, pueda ser utilizada

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como objeto auxiliar por otras ciencias encargadas del conocimiento específico de la

sociedad y de su historia, como él mismo señala a partir de la cita que hace de

Eikjenbaum; y, al contrario, en tanto la literatura es un hecho social e histórico y está

conformada por un lenguaje permeable ideológicamente puede ser estudiada, a su vez,

con la ayuda de la historia o la sociología o el psicoanálisis o demás ciencias que

conforman el campo disciplinar de las ciencias humanas y sociales, sin desconocer las

particularidades específicas de los objetos literarios. Es, en este orden de ideas, que

afirma que el conocimiento del contexto social y político, sin ser excluyente, es

necesario para la lectura e interpretación cabal del texto literario (Cfr. Goytisolo, 1977:

154). Pero rechaza el carácter determinista y mecánico de la relación que existe entre la

literatura y la realidad social, Y sin desconocer la importancia del contexto social donde

la obra surge, se interesa con un mayor detenimiento en el ámbito cultural conformado

por la interacción e influencia de unas obras sobre otras, por la literatura concebida

como un sistema, por el valor de la obra en relación con este sistema, por las

significaciones que alcanzan las obras en sus relaciones de solidaridad,

interdependencia e insubordinación dentro del sistema. La conciencia de estas dos

realidades de la obra literaria, su conexión con el contexto social y político donde nace,

y su relación con el corpus literario al que pertenece, lo llevará a centrar su propia

experiencia creativa en la exploración de nuevos espacios expresivos, en el trabajo

concienzudo sobre el lenguaje y en la configuración de una subjetividad narrativa

fuerte, diseminada a través de sus obras, en busca encontrar su lugar dentro de la

comunidad literaria y lingüística a la que pertenece, es decir, privilegiando el discurso

sobre la historia en la senda abierta por la novela Tiempo de silencio de Luis Martín

Santos, y rompiendo con una tradición que, desde la generación del 98, veía en el

realismo la manera de ser propia de la literatura y el arte español.

Así, los planteamientos de Goytisolo a partir de la teoría literaria en su obra

ensayística y asimilados a través de su práctica artística, tocan un punto crucial y

complejo de la manera de concebir el hecho literario, la mirada convergente que incluye

tanto el formalismo –la opción estética por el “discurso” no es otra cosa que una

concepción formalista del arte– como la perspectiva que considera el contexto social y

político donde la obra surge como un elemento fundamental para su comprensión. Está

conjunción aparece expuesta una y otra vez a lo largo de sus ensayos literarios,

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especialmente los que conforman el libro Disidencias (1977). Pero, ¿cómo es posible

esta convergencia, la “reconciliación” de dos posiciones que en ciertos momentos

históricos del desarrollo de la literatura, aún bajo el dilema de la forma y el contenido,

se manifiestan antagónicas? La respuesta la encontramos a partir de la cita de un breve

pasaje del ensayo “La novela española contemporánea”: “Una obra literaria no enlaza

tan sólo con el contexto histórico-social en el que surge; responde también, y ante todo,

a las leyes evolutivas del género al que pertenece, a las exigencias de su propio arte”

(Goytisolo, 1977: 162) (El subrayado es nuestro). Al relativizar la incidencia del

contexto histórico y social (“tan sólo) y afirmar la relevancia de la especificidad del la

literatura y pertenencia a un sistema de valores del propio arte (“también y ante todo”),

hace posible comprender en toda su complejidad que ambos factores trazan las

coordenadas del devenir del análisis y estudio de la literatura. Sin embargo, hay otro

hecho que es necesario resaltar, la importancia del contexto se relativiza porque su

relación con la obra no es reductiva ni mecánica, el lenguaje de la literatura es un

lenguaje altamente codificado, elaborado y no es posible comprenderlo siempre como

un simple espejo de la realidad, es necesario leer entre líneas para desentrañar los

múltiples sentidos que el código permite y, para ello, relacionarlo en tanto texto estético

con el sistema de valores al que el código pertenece y en el que el texto pretende

singularizarse. Y, en el caso de la obra y el pensamiento literario de Goytisolo, ésta

conjunción es posible porque aún insistiendo en su opción por una estética formalista,

entendida como primacía del discurso, su poética es inseparable del ejercicio de un

pensamiento crítico y de la convicción firme de que la literatura y el arte cumplen desde

la perspectiva abierta por la modernidad la función de ser crítica de la cultura99. Es esta

consideración en especial la que permite unir la especificidad de la literatura con el

contexto social y político donde surge la obra y, al mismo tiempo, definir la situación

del escritor dentro de la sociedad. Al cobrar vigencia la corriente que afirma el discurso,

paralela al devenir del arte moderno, el compromiso del escritor expresado claramente a

través de la opción estética de la novela de contenidos sociales no desaparece ni se

99 El crítico brasileño José Guilherme Merquior define la función de la literatura de ser crítica de la cultura, así: “si uno distingue en la literatura al menos tres funciones culturales predominantes –edificación, diversión, problematización- no hay duda que la función problematizante tiende a acaparar la alta literatura de los dos últimos siglos hasta hoy. Desde el romanticismo, la finalidad ostensiva de la producción artísticamente superior es el planteamiento de los aspectos problemáticos de la existencia (Merquior, 2000: 374-375)

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diluye en una idea del arte por el arte, sino que se replantea desde lo que se puede

denominar la fidelidad, el compromiso con la literatura y la función crítica que desde el

trabajo de escritura se emprende para desalienar el lenguaje de la retórica dominante y

de la manera en que ésta incide en una literatura estereotipada. Es en este sentido, de la

literatura como crítica de la cultura, que Goytisolo afirma también su idea de la

literatura como provocación. Y, en este punto, percibimos una ambigüedad que

complica su pensamiento literario, porque si bien considera que la obra literaria

responde “también, y ante todo, (…) a las leyes evolutivas del género al que pertenece,

a las exigencias de su propio arte” (Goytisolo, 1977: 162), y este “ante todo” significa

más allá de cualquier otra consideración –que por cierto “también” hay que considerar–

que es la relación con el contexto histórico donde la obra surge la que va a determinar

su opción estética y a incidir en la forma de concebir la literatura como provocación. De

esta manera, sostendrá (Cfr. Goytisolo, 1977: 166) que en los regímenes totalitarios,

donde no hay libertad de expresión, el poder de problematización de la literatura, de

eficacia de su dimensión crítica, estará dado por la elección del tema –tema tabú o

subversivo desde un punto de vista moral y político– sin tener en cuenta o sin ser

determinante, en este caso, para apreciar la obra, que obedezca a unos códigos de

construcción o sintaxis obsoletos, en desuso o “decimonónicos”. Es decir, tomando

partido por la “historia”. Y al contrario, en sociedades abiertas donde sobre el papel no

hay temas prohibidos ni provocadores, el escritor interioriza su crítica trasladándola al

lenguaje, escogiendo la vía del “discurso”. Así, afirmará de manera contundente:

“Digámoslo bien claro: en el mundo capitalista actual no hay temas virulentos o

audaces; el lenguaje y sólo el lenguaje puede ser subversivo” (Goytisolo, 1977: 167). Y

considerará superada en este tipo de sociedades una literatura “realista” o mimética.

Sólo que para el momento de los ensayos de Disidencias (1977) y para la época a la que

aludía el ensayo “La novela española contemporánea”, España todavía se debatía entre

la dictadura franquista y un acelerado proceso de industrialización, de acercamiento a

Europa. No había entrado plenamente en el proceso de transición democrática que

surgió a partir de la muerte del dictador. Las condiciones del contexto histórico nacional

entonces relativizaban una afirmación tan tajante, así las hiciera en contacto con el

medio intelectual francés, ya que Goytisolo se encontraba residenciado en Francia desde

1956, en ruptura con sus señas de identidad. Independiente del hecho de compartir o no

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su elección estética, que privilegia el discurso a la historia, de abrazar la corriente

autorreflexiva y en pugna con la representación del arte y la literatura modernos según

su desarrollo en el siglo XX, su afirmación de minimizar la importancia de la “historia”

en la novela o de considerarla una etapa superada en el proceso de evolución frente a la

opción estética que privilegia el “discurso”, es una visión en exceso reductiva y riñe con

su propia concepción de amplia de la literatura, que abarca la multiplicidad de sentidos

y de formas artísticas que puede asumir la obra literaria. Y así se acepte como un hecho

claro en su argumentación y en defensa de su opción estética, la convicción firme de

que el escritor no puede ser ingenuo ni inocente frente al desarrollo de su propio arte,

frente al conocimiento que brinda la poética y la lingüística a partir del siglo XX, y se

reconozca el hecho de que para entonces era necesario luchar contra unas formas

artísticas y una retórica asfixiante, que era preciso, para criticar la realidad del país,

empezar por la crítica de su lenguaje. Además, sostener que la “historia” en la novela ha

sido superada, es una concepción lineal de la historia de la literatura, desconociendo,

como afirma Cortázar (1994: 372), que en ella no hay temas buenos o ni temas malos,

hay solamente un buen o un mal tratamiento del tema, y la lucha cuerpo a cuerpo con la

palabra escrita, el trabajo concienzudo con el lenguaje literario, lo asumen también los

cultores del realismo. Los mundos posibles de la literatura son mundos variados que,

como afirmará otro escritor argentino, menos perentorio que Goytisolo, no son por

realistas sencillos, porque: “no hay en la tierra una sola palabra, que lo sea, ya que todas

postulan el universo, cuyo más notorio atributo es la complejidad” (Borges, 1980: 369),

lo que no debe entenderse como una expresión más de un gran escritor, sino en el

sentido de la complejidad antropológica que involucra el acto de la creación estética. La

opción de Goytisolo es una elección personal, que obedece al desarrollo de la literatura

de su tiempo, que está enclavada en el contexto histórico y social de la época –su

formalismo rompe con la tradición retórica dominante en la literatura y el ensayo

español de la segunda mitad del siglo XX y con la herencia castellanista de la

generación del 98 (Cfr. Subirats, 2003: 119-120)–. Y establece unos lazos de filiación

directa con un corpus de la literatura y la cultura española que Américo Castro (1998:

29) estudió y definió a través de “la singularidad artística y literaria de España”

(Goytisolo, 1995a: 269), de su “occidentalidad matizada”; resalta los lazos de filiación

con una tradición cultural configurada a lo largo del tiempo por el aporte multicultural

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del mundo hispanosemita, que enriqueció la lengua y la literatura hispánica. Pero esta

elección personal no puede excluir otras concepciones y prácticas de la literatura –a no

ser como provocación para forzar a las demás opciones a justificarse y a renovarse–. Si

esto fuera así se podría convalidar la hipótesis de que una vez consolidado el proceso de

transición a la democracia, una vez superada la censura del franquismo, la obra literaria

de Goytisolo perdería vigencia, se quedaría corta –como él mismo vaticinó sobre la

novela social del medio siglo– para nombrar una nueva realidad cambiante. Y la nueva

novela surgida en este contexto de la transición a la democracia luego de la muerte de

Franco, que recupera el “gusto” por los argumentos redondos, por los personajes bien

definidos, que centra de nuevo su interés en la “historia”, a la manera de las novelas de

Javier Marías o de Antonio Muñoz Molina, por sólo poner un par de ejemplos,

restableciendo una idea sólida de la especificidad temática de la novela, superaría la

concepción formalista de la literatura, de disolución de los géneros, de atención al

proceso de enunciación lenguaje, de ruptura con las formas narrativas tradicionales, que

caracteriza el estilo de Goytisolo. Sin embargo, las afirmaciones de Goytisolo contra la

novela social del medio siglo hay que entenderlas en otro sentido, como una crítica de

una idea estrecha del realismo y de una visión reductiva y determinista de la realidad

social. Además, sostener que en el proceso de la transición a la democracia, iniciado a

partir de la muerte de Franco, la obra de Goytisolo pierde su vigencia para nombrar la

nueva realidad social y política surgida a raíz de la muerte de Franco, sería

malinterpretar su propia visión de la literatura que enfatiza, “también, y ante todo”

(Goytisolo, 1977: 162), la relación de la obra con el sistema de la literatura al que

pertenece y en el cual ésta se instaura como un signo diferencial, porque la relación de

la obra literaria con el contexto histórico donde surge no es una relación simple ni

unívoca, sino compleja, mediada por un lenguaje altamente codificado con múltiples

niveles de sentido y es ésta visión compleja de la realidad y de la obra literaria la que

asume Goytisolo en su novelística. Lo que explica que a partir de la década de los años

ochenta del siglo pasado, en una sociedad abierta como la española de entonces, en

donde supuestamente los tabúes habrían desaparecido, en donde el escritor ya no

escandalizaría con sus temas (Cfr. Goytisolo, 1977: 166), frente a fenómenos culturales

como la “movida” –movimientos culturales regresivos, por una concepción estética

trivial y narcisista (Cfr. Subirats, 2000: 21)– el autor de El bosque de las letras (1995)

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afirme una idea de la literatura que pretende preservar la memoria fructífera de la

singularidad artística y literaria de España, y rescatar una tradición crítica en el contexto

de una modernidad problematizada por su discontinuidad histórica y cultural.100

Hemos visto entonces cómo el interés por la teoría de la literatura es

fundamental en la configuración del pensamiento literario de Juan Goytisolo. Le

permitió, en su momento, definir y ahondar en el concepto de la especificidad de la obra

literaria y en la relevancia que tiene la función poética del lenguaje. Nociones que están

en la base de su concepción de la literatura, en especial, a partir de su período de

madurez o ruptura, con las novelas Señas de identidad (1966), Don Julián (1970), Juan

sin tierra (1975), y le sirvió también de base teórica para sus ensayos literarios de El

furgón de cola (1967) a Disidencias (1977). Este interés está enmarcado dentro de una

crítica filológica radical –en sentido amplio– que antes hemos enfatizando y que a la vez

está fundada en el acercamiento historiográfico, multicultural e interdisciplinar de los

estudios de Américo Castro y Marcel Bataillon, Vicente Llorens y Antonio Domínguez

Ortiz, Stephen Gilman y Francisco Márquez Villanueva, entre varios otros. O sea, su

obra crítica combina los fundamentos de la teoría literaria que le permite acercarse a los

textos desde su especificidad, con los postulados historiográficos para la interpretación

del pasado español, en la línea de Américo Castro, lo que le permite de una manera

adecuada establecer las conexiones de las obras con su contexto vital. Con estos

postulados resalta la vigencia a lo largo del tiempo, en un sentido diacrónico, de una

serie de autores que no sólo asimilaron el legado cultural intercastizo del Medioevo,

sino que más tarde sobrevivieron en una Edad Conflictiva –del Medioevo al Siglo de

Oro–, como son Juan Ruiz, Fernando de Rojas, Francisco Delicado, San Juan de la

Cruz, Góngora y Cervantes– de una tradición humanista que repercute en la crítica

literaria de Blanco White y en su proyecto intelectual (Cfr. Goytisolo, 1995a: 269-278).

Resaltando, de esta manera, una continuidad cultural mantenida a través de lo que él

denomina “el árbol de la literatura” (Goytisolo, 2004a: 76); el centro que imanta su 100 Con un sentido autocrítico, en el prólogo a sus Obras completas (2005), Goytisolo hará un balance más mesurado de la literatura española del siglo XX y de su actitud frente a los novelistas que precedieron a la generación del medio siglo, revelando una actitud muy distinta a la excluyente asumida en “La novela española contemporánea”, como lo demuestra el siguiente pasaje: “Fuimos sumamente injustos con nuestros predecesores literarios, más por ignorancia que por afán de parricidio. La obra de Sender, Max Aub, Barea, Ayala o Rosa Chacel –para ceñirme tan sólo al campo de la novela– no había llegado a nuestras manos y, si bien mantuve contacto epistolar con alguno de ellos, no los leí sino mucho más tarde. La discontinuidad cultural española, magníficamente analizada por Vicente Llorens, se prolongó así desde la Guerra Civil hasta bien entrada la década de los ochenta” (2005b: 14).

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propio proceso creador y a través del cual traza los lazos de filiación de su obra con el

corpus de la literatura de su tradición cultural. Cuando con posterioridad a Crónicas

sarracinas (1981), su interés por la teoría literaria disminuya y su presencia no se

manifieste de una manera tan imperativa tanto en sus novelística y como en su

ensayística (Cfr. Goytisolo, 2005b: 22), y se fortalezca de una manera cada vez más

radical estos los lazos de pertenencia al árbol de la literatura hispánica y estreche sus

vínculos con el mundo y la cultura árabe, seguirá de todas formas manteniendo una

mirada atenta a los desarrollos de la teoría y a las relaciones que ésta establece entre del

texto artístico y la cultura, principalmente, a través de los estudios de Mijail Bajtin,

sobre las conexiones que hay entre la oralidad, la cultura popular y la literatura (Cfr.

Bajtin: 1995), y a partir de su concepción acerca del gran tiempo de la cultura, con la

que señala la pervivencia de las obras literarias y artísticas a lo largo del tiempo;

concepción que no riñe con aquellas que, en la interpretación de la literatura y el arte,

resaltan sus vínculos con los factores socioeconómicos en que las obras surgen, porque,

antes bien, el teórico ruso considera integrados estos factores dentro de la unidad que

conforma la historia de la cultura (Cfr. Bajtin, 2003: 349-350).

La noción de gran tiempo de Bajtin, mediante la cual señala la manera cómo las

obras se mantienen vigentes a lo largo de la historia y se enriquecen en con sentidos

nuevos en su vida futura, viene a reforzar teóricamente el pensamiento de Goytisolo

sobre la importancia que, para él, adquiere el análisis de las obras literarias

relacionándolas con el corpus de la literatura al que pertenecen, y para comprender que

las obras de importancia se configuran a lo largo del tiempo en vínculo con las obras del

pasado (Cfr. Goytisolo, 1977: 208). Bajtin define el concepto de gran tiempo, tan

relevante para el autor de El bosque de las letras (1995), en los siguientes términos:

Al tratar de comprender y explicar una obra tan sólo a partir de las condiciones

de su época, tan sólo en las condiciones del tiempo inmediato, jamás podremos penetrar

en sus profundidades de sentido. La cerrazón en una época no permite comprender

tampoco la vida futura de una obra durante los siglos posteriores, y esta vida aparece

como una paradoja. Las obras rompen los límites de su tiempo, viven durante siglos, es

decir en un gran tiempo, y además, con mucha frecuencia tratándose de las grandes

obras, siempre, esta vida resulta más intensa y plena que en su actualidad (…). Si

reducimos el significado de una obra, por ejemplo, a su papel con la lucha con el

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régimen de servidumbre (como se hace en la secundaria), una obra así debería perder

por completo su importancia cuando el régimen de servidumbre y sus vestigios

desaparezcan, pero a menudo esta obra todavía aumenta en importancia posteriormente,

es decir llega a entrar en el gran tiempo. Pero una obra no puede vivir en los siglos

posteriores si no se impregnó de alguna manera de los siglos anteriores. Si una obra

naciese totalmente hoy (es decir, sólo dentro de su actualidad), si no continuase el

pasado y no fuese vinculada a él esencialmente, tampoco podría sobrevivir en el futuro.

Todo aquello que sólo pertenece al presente, muere junto a éste (Bajtin, 2003: 349)

La concepción abarcadora de un gran tiempo permite estudiar la literatura como

un fenómeno complejo y multifacético, no determinado de una manera mecánica por los

fenómenos socioeconómicos de la época de su creación, por su actualidad, sino que es

preciso vincular las obras con la historia de la cultura, tanto en un sentido sincrónico

como diacrónico; permite el estudio de la obra literaria en relación con la cultura de una

época dada, la de su origen, y también en una perspectiva amplia, entendiendo la cultura

como una unidad abierta, “como el proceso único (aunque no lineal) de la formación de

la cultura de la humanidad” (Bajtin, 2003: 349). Es decir, la obra literaria y artística

conlleva en su estructura semántica contenidos latentes que sólo el transcurso del

tiempo permite concretar, reconstruir, dotándola de sentidos nuevos por medio de una

actividad hermenéutica, de actualización a través de preguntas y respuestas que surgen

en su lectura en un contexto espacio-temporal ulterior, porque la cultura es una unidad

abierta y nunca cerrada. En cada época determinada subyacen posibilidades de sentido

latente que solo la posteridad logrará descubrir y comprender; y, al hacerlo, la

humanidad logra a su vez comprenderse en su presente. Por esto la reflexión de Bajtin

sirve de fundamento para la importancia de la Historia en la vida de la humanidad, en

un sentido dialógico, que es esa perspectiva hermenéutica en relación con la cultura;

sirve para la comprensión e interpretación de los procesos históricos en su unidad

cultural. Por eso, también, es de la mayor relevancia la actividad filológica en un

sentido amplio para el estudio de la literatura, ya que es la actividad garante de la vida

de los textos literarios, pero no como acumulación inerte de datos eruditos, sino de

interpretación activa, dialógica, de las obras en relación con el contexto histórico

cultural –entendiendo incluso que los factores socioeconómicos están integrados en este

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contexto–, de vinculación, cruce e interdependencia de las distintas zonas fronterizas

que conforman el texto de la cultura. La actividad filológica trae la obra literaria a la

vida del presente y este proceso vital de actualización del texto es la liberación de la

obra literaria de un olvido histórico en el que permanecen encerradas sino se leyesen

nuevamente desde ésta perspectiva. De un olvido histórico en el que pueden influir

múltiples factores, entre ellos, por ejemplo, la mitificación de una autoconciencia

histórica y sus consecuencias en la definición de una identidad cultural; o a partir de la

determinación del canon literario con criterios nacionalistas excluyentes y

mistificadores; en una serie de factores que en última instancia inciden en la falta de

profundidad de los estudios literarios. Bajtin se refiere a esta función de la filología en

términos muy precisos:

El mismo autor y sus coetáneos ven, comprenden y aprecian ante todo aquello

que está más cerca de su actualidad. El autor es un prisionero de su época, de su

contemporaneidad. Las épocas posteriores lo liberan de esta prisión y los estudios

literarios deben ayudar a esta liberación. (Bajtin, 2003: 350)

Y es en este sentido liberador y de comprensión de la importancia del gran

tiempo de la historia de la cultura que Juan Goytisolo ejerce la crítica literaria,

revalorando las obras de una tradición humanista, cuya memoria es necesaria preservar

en la configuración de una modernidad crítica en el contexto de las culturas hispánicas

(Cfr. Ridao, 2008).

Retomando nuestro hilo conductor, arriba señalábamos cómo Goytisolo sostiene

que con posterioridad a su libro de ensayos Crónicas sarracinas (1981) su interés por la

teoría literaria, en la línea de los formalistas rusos y el estructuralismo francés decrece y

se intensifica su interés por establecer un vínculo con la tradición literaria hispánica de

los siglos XIV al XVII a partir de las posibilidades que brinda la interpretación

historiográfica de Américo Castro, resaltando la singularidad artística y literaria de

España; período en el que a su vez cobra un mayor realce su contacto con el mundo

árabe y el problema de la alteridad en la cultura occidental. Aunque hemos visto a lo

largo de éste trabajo que ambas miradas la de la teoría literaria para la definición del

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hecho literario en su especificidad y la historiográfica para establecer sus vínculos con

la cultura y la sociedad no son incompatibles sino antes bien complementarias, y así lo

demuestra su ensayística en conjunto. También hemos visto cómo este interés por la

teoría se mantiene a través de Bajtin y sus reflexiones sobre el vínculo de las obras con

la historia de la cultura. Ahora bien, en este orden de ideas es conveniente anotar que

esta atención del autor frente a la reflexión teórica se mantiene aún vigente a través de

otro teórico de la cultura que asimismo es preciso mencionar aunque sea de manera

sumaria. La medina árabe, el paisaje urbano abigarrado de las actuales ciudades

multiculturales por fuerza de la emigración, el zoco o plaza pública de la ciudad de

Marraquech –fenómenos que tanta fascinación revisten a sus ojos como un desafío para

dar cuenta de ellos a través de la literatura, en obras como Makbara (1980) o Paisajes

después de la batalla (1982) o en sus ensayos y crónicas de viajes, escritos con el objeto

de brindar un mayor conocimiento al lector occidental sobre la riqueza cultura islámica–

son descritos, en muchas ocasiones, con las herramientas teóricas que brinda Iuri M.

Lotman. Así, por ejemplo, para describir a Estambul como una ciudad palimpsesto, se

apoya en esta definición del teórico de la Escuela de Tartu:

En cuanto mecanismo semiótico complejo, generador de cultura [la ciudad,

J.F.T.] puede cumplir su misión en la medida en que encarna una fusión de textos y

códigos heterogéneos, pertenecientes a lenguas y niveles distintos (…). La arquitectura,

los ritos y ceremonias de la urbe, su mismo plano, el nombre de las calles y de millares

de otros vestigios de las épocas pretéritas aparecen como programas codificados que

permiten producir de forma constante los textos de su historia. La ciudad es un

mecanismo que engendra perpetuamente su propio pasado, el cual dispone así de la

posibilidad de confrontarse con el presente de un modo prácticamente sincrónico. Bajo

este concepto, la metrópoli, como la cultura, es un mecanismo que se opone al tiempo

(Apud Goytisolo, 2002b)

Y así como Bajtin (2003: 350) insiste que un simple ladrillo no debe pasar

desapercibido a los ojos del estudioso de la cultura, como si fuera un elemento muerto,

ya que posee una determinada forma espacial y por consiguiente expresa algo en las

manos del constructor, porque además cuando sale de sus manos formará parte de un

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todo que se proyecta dentro de un proceso civilizador, así, también, la definición de la

ciudad como un mecanismo semiótico complejo generador de cultura en la definición de

Lotman (1994), la ubica dentro del contexto del gran tiempo; y es de esta manera que

será descrita en la obra de Goytisolo como cultura viva, para tratar de defender ciertos

espacios de las secuelas de los conflictos entre civilizaciones y de sus los memoricidios

a través de los cuales se que borran las huellas de la riqueza cultural de la ciudad como

parte del gran tiempo de la cultura101

Hemos visto entonces cómo Juan Goytisolo en sus ensayos se sirve de la teoría

de la literatura y la teoría de la cultura para apoyar también su crítica literaria y cómo

combina los postulados de la teoría con la historiografía en la línea de Américo Castro.

Sólo nos queda mostrar, en este sentido, retomando de nuevo el ensayo “Escritores,

críticos y fiscales” (Goytisolo, 1978: 80-94), cuál es la metodología que él prefiere

dentro de la gran variedad de acercamientos que permite el desarrollo de la teoría a lo

largo del siglo XX y cuáles son los límites que la crítica debe observar, según su

opinión, para no caer en los excesos de una visión cientificista o academicista en su

pretensión de objetividad. Dentro de la pluralidad de métodos que existen para el

análisis crítico, Goytisolo manifiesta su predilección por aquellos que se acercan al

texto atendiendo a su poética, tal como ésta “ha sido definida por Jakobson” (Goytisolo,

1978: 89-90). Y aunque en este ensayo no se detiene a precisar esa definición, debemos

entenderla en el sentido fijado en el ensayo de Jakobson “Lingüística y poética”, que

hace parte de sus Ensayos de lingüística general (1975), es decir, en la pregunta por la

especificidad a aquello que convierte a un mensaje verbal en una obra de arte; en el

estudio de las características que hacen que este mensaje se cristalice en un mensaje

poético. Es decir, en el estudio de la obra literaria desde su especificidad discursiva,

“del mismo modo que el análisis de la pintura se ocupa de la estructura pictórica”

(Jakobson, 1975: 348). La poética trata de los problemas de esta estructura verbal y por

lo tanto, para el autor de Ensayos de lingüística general (1987), hace parte tanto de las

ciencias del lenguaje como de la teoría general de los signos. Para ampliar esta idea de

la poética al servicio de la crítica literaria, Goytisolo (1978: 90) se apoya asimismo en

101 Al respecto, el film Nuestra música de Jean-Luc Godard, del año 2002, resulta revelador, cuando en una de sus secuencias, muestra a Juan Goytisolo en medio de las ruinas de la Biblioteca de Sarajevo indicando ante las cámaras el patrimonio arquitectónico, científico y literario que, a raíz de la guerra de los Balcanes de fines del siglo pasado, se perdió allí.

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“Escritores, críticos y fiscales”, en algunas consideraciones de Northrop Frye, quien

juzga que el estudio de la literatura debe hacerse respetando la estructura interna del

texto literario a través de un análisis inmanente, mediante un procedimiento de hipótesis

y verificación, pero de manera sistemática, considerando la obra aislada, sometida a

examen, como parte constituyente de un conjunto global (Cfr. Frye, 1973: 97-107). La

crítica debe respetar entonces la autonomía del discurso literario, la estructura verbal

autónoma en ausencia de la cual se estaría frente al lenguaje en sentido instrumental,

pero sin tratar el texto de manera aislada de las leyes del género y del contexto de la

tradición literaria al que la obra pertenece. Frye preserva, de esta manera, el estudio de

la literatura de aquellas tendencias que, desde un saber dado, estudian la obra con un

enfoque externo, desconociendo la especificidad del hecho literarios, y de las tendencias

atomizadas que, si bien se acercan al texto desde un enfoque inmanente, interno,

estudian obra tras obra sin establecer ninguna conexión, sin buscar regularidades

estructurales entre ellas, en una visión comparatista y diacrónica con su género y el

ámbito de la tradición a la que pertenece. El aporte de Frye a la teoría poética es haber

conjugado esas dos perspectivas, el acercamiento interno a la literatura –a su objeto– y

la actitud sistemática –como un proceder metodológico– (Cfr. Todorov, 1984: 99-115).

Y es esta doble mirada la que recomienda Goytisolo, en “Escritores, críticos y fiscales”,

a la crítica literaria. Abordar los textos literarios desde la especificidad que los distingue

de cualquier otra materia y en vínculo con lo que él denomina el “árbol de la literatura”,

la tradición literaria en el sentido más amplio de la que hacen parte. Pero es conveniente

advertir que el enfoque crítico que respeta la autonomía o especificidad del hecho

literario no pretende resaltar una soberanía absoluta del arte. No significa que la

literatura se baste a sí misma, ni afirma una defensa incondicional del arte por el arte,

sino que ubica la literatura como un texto más de la urdimbre de textos que conforman

el complejo tejido de la cultura, como una parte más del edificio social y “en estrecha

vinculación con las otras series del mismo” (Goytisolo, 1978: 90). La poética,

concebida de esta manera, implica un primer paso metodológico para el análisis de la

obra literaria en su especificidad sin renunciar al conocimiento de las condiciones

sociales de producción y recepción de la misma, con los aportes que brindan de manera

interdisciplinaria las ciencias sociales y estableciendo sus vínculos con la historia de la

cultura, en su caso concreto con el aporte de la interpretación historiográfica en la senda

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abierta por Américo Castro tantas veces señalada a lo largo del presente trabajo. Y esto

es, en la práctica, lo que hace Goytisolo a través de sus ensayos literarios más

completos, los que conforman el libro Disidencias (1977) dedicados a las obras La

Celestina, La Lozana Andaluza, la obra de María Zayas, y a las obras de escritores

hispanoamericanos contemporáneos en conexión con la tradición clásica española, así

como en el ensayo dedicado a Blanco White. De ellos no se puede afirmar que son

análisis con una metodología formalista o estructuralista aplicada de manera estricta,

como tampoco se puede afirmar que bajo la influencia del formalismo ruso y el

estructuralismo en la línea de Jakobson o un Barthes, se cuide de evitar caer en una

crítica ideológica. Pero si puede afirmarse que sus análisis literarios buscan

revalorización, desde la perspectiva del presente, de las obras y autores de su interés,

teniendo en cuenta el contexto vital donde las obra surgen; y para lograrlo, como se ha

manifestado reiterativamente, conjuga las premisas de la teoría literaria en la línea

abierta por los formalistas rusos, atento a la especificidad del texto literario y su lugar –

en tanto signo diferencial– dentro del sistema de la literatura, con los análisis

historicistas y filológicos en la perspectiva abierta por Américo Castro, en un sentido

amplio. Los ensayos literarios de Juan Goytisolo pueden ubicarse así dentro del campo

amplio de la crítica filológica, que sin ser ciencia es un legítimo saber objetivo, tal como

ha sido definida, con una visión renovadora, por Francisco Márquez Villanueva (2005:

11-19); para quien, respetando una tradición liberal de la crítica hispana –políticamente

responsable–, de Blanco White a Américo Castro, el primer paso que debe observar el

crítico en un afán de objetividad está en relación con el lenguaje utilizado, llamando a

las cosas por sus nombres, yendo al grano, sin circunloquios eufemísticos ni pedantería.

Y así, con este afán de objetividad que comienza como una cuestión de lenguaje, tratar

la obra sometida a su escrutinio con la mayor fidelidad posible, porque ella:

Representa (…) el “documento” integral y definitivo que es preciso desentrañar

en toda su plenitud de significado. Ejercicio que supone el rastreo sobre un plano

técnico de los materiales de construcción que, ya sean de orden literario o externo,

puedan darnos razón plausible (aun si siempre incompleta o parcial) del acto creador allí

plasmado. En otras palabras, un procedimiento hermenéutico fundado sobre una

renovada filología que, si bien proteica por lo interdisciplinar, busca recuperar la lectura

en términos de ese tan invocado “discreto lector” de la época y sale responsable por la

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objetividad (y nunca certeza físico-matemática) del discurso interpretativo. La labor de

investigación así entendida tiene también su belleza como construcción intelectual y

búsqueda de un lenguaje propio, es decir, un goce creador que el artífice se fuerza por

compartir tanto con especialistas como con cualquier persona culta. (…) En su

orientación hacia lo paradigmático del juicio en profundidad semantizadora, la crítica

literaria se halla muy alejada de la simple adición o multiplicación de datos, cuyo bulto

material nada añade ni significa mientras permanezca en tal estado de almacenamiento

(Márquez Villanueva, 2005: 19).

Manejo del lenguaje con claridad y coherencia, fidelidad al texto y

escudriñamiento exhaustivo interdisciplinar, con la reconstrucción que sólo es posible

desde la perspectiva del presente, desde el nivel actual de conocimientos, perspectiva

hermenéutica, sincrónica y diacrónica, filológica y teórica, respeto al lector –

simbolizado bajo la figura del “discreto lector” al que se dirigió Mateo Alemán, en su

prólogo del Guzmán de Alfarache– al buen entendedor que se encuentra tanto dentro de

un público culto como especializado, y la búsqueda de un lenguaje propio, garantiza

para Márquez Villanueva la objetividad y eficacia –nunca físico matemática, siempre

incompleta y parcial– de la crítica literaria. La definición renovadora de una

hermenéutica filológica nos permite afirmar que ella es la misma perspectiva crítica que

ha seguido Juan Goytisolo a través de sus ensayos literarios, en una tradición de

escritores-críticos y de críticos-escritores que se remonta a Cervantes. Crítica como

actividad creativa, con dos cortapisas: “renuncia a toda idea de síntesis” (Goytisolo,

1978: 88-89), a la pretensión de afirmar verdades incontrastables o conclusiones

incuestionables, y la de obrar con un margen de libertad respecto al método empleado

para liberar al análisis de toda carga de dogmatismo. Libertad para tantear, para cambiar

de rumbo, consciente de que el valor de un trabajo crítico de esta dimensión no puede

reducirse a su resultado final, como Goytisolo mismo lo advirtió a partir de la obra de

Américo Castro (Cfr. Goytisolo, 1977: 146). Así, a través de sus ensayos literarios el

ensayista concibe la crítica como un ejercicio interdisciplinar, teórico y filológico, que

respeta la obra literaria desde su especificidad y dentro del sistema al que pertenece y en

el que se instaura como un signo diferencial, pero no como un hecho aislado de la

cultura y del contexto social donde nace; y que es posible abordar desde múltiples

perspectivas metodológicas, complementarias. Goytisolo se ubica de esta manera en una

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tradición crítica, con una perspectiva historiográfica –en la línea iconoclasta y

multicultural abierta por Américo Castro– humanista y polémica, que concibe la

literatura como crítica de la cultura dentro del ámbito abierto por la modernidad, que

sienta las bases de una hermenéutica para la lectura de las obras de las altas tradiciones

literarias de la lengua con una visión renovadora, desde el actual nivel de

conocimientos; para traer los textos a la vida del presente, reactualizando los contenidos

latentes de su estructura semántica, que afloran en el gran tiempo de la cultura (Cfr.

Bajtin, 2003: 351), en esa modernidad atemporal instaurada por las mismas obras.

Así, el proyecto intelectual de Juan Goytisolo a través de sus ensayos literarios

es una empresa de una indiscutible radicalidad, porque está fundamentado en el

propósito de construir una tradición crítica en medio de una cultura hispánica que, por

sus relaciones conflictivas con la modernidad, por su discontinuidad cultural e histórica

en términos de Vicente Llorens (1968: 421), ha carecido en gran medida de esa mirada

crítica. Es un empeño de recuperar la memoria de la heterodoxia (Cfr. Ridao, 2000: 11),

de rescatar o revalorar una tradición conformada por autores y obras que han

permanecido al margen de una historiografía conservadora o tradicionalista; en un

esfuerzo de abarcar en sus análisis la reconstrucción del contexto vital de esos autores y

obras, desde la perspectiva del presente. Y es crítica radical porque es auto-reflexiva,

porque no se basa en mitos ni en valores identitarios incontrovertibles, porque “no

busca definir las esencias sino el ágora o espacio donde las esencias carezcan de

sentido” (Ridao, 2000: 11). Una crítica que no en busca, según sus palabras, “si no una

objetividad que sabemos imposible, al menos de una intersubjetividad fundada en la

comparación de representaciones literarias diferentes, vehículo indispensable, creemos

de nuestro mutuo conocimiento y comprensión” (Goytisolo, 2005a: 247). Y es en un

sentido hermenéutico además que, en su afán crítico, se ha interesado por la literatura

hispanoamericana contemporánea que, con la reapropiación de la tradición de los

clásicos españoles que también les pertenece, ha contribuido a la renovación de la

literatura en lengua castellana.

Asimismo, la crítica literaria radical y la hermenéutica de Juan Goytisolo

pertenecen a la misma corriente de pensamiento que Eduardo Subirats viene

denominando desde finales del siglo pasado teoría crítica (Cfr. Subirats, 2004: 149-

166). Un concepto no reducido a una fórmula metodológica única, ni a un discurso

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teórico especifico, sino en un sentido temáticamente amplio y metodológicamente

flexible, con una visión interdisciplinar, para comprender las interpretaciones que desde

los diversos saberes humanísticos se vienen haciendo de la crítica de la modernidad, de

la crítica de la civilización industrial y postindustrial, y de la situación del ser humano

frente al “fundamentalismo de la tecnociencia y el nuevo orden mundial que atrofia el

espíritu, destruye la biosfera, saquea los recursos limitados del orbe, perfecciona las

armas mortíferas y oprime continentes enteros” (Goytisolo, 1995a: 108). Una visión

abierta a los discursos teóricos del orientalismo y de la reconstrucción crítica del

colonialismo, pero crítica, asimismo, de la indiferencia ética y política de un

conservadurismo posmodernista. Esta teoría crítica se alimenta de fuentes viejas y

nuevas, de la crítica política, literaria y filosófica en un amplio horizonte intelectual que

incluye, por supuesto, a los maestros de la sospecha y tradiciones intelectuales de

diferentes latitudes. Un concepto amplio y abierto de crítica literaria y de teoría crítica

que como afirma Eduardo Subirats comprende: “tradiciones filosóficas y religiosas

diversas, y diferentes instrumentos de análisis estético, sociológico y hermenéutico.

Sentido metodológico elemental; en palabras del Zohar: ‘las palabras de la sabiduría que

iluminan el camino” (Subirats, 2004: 166). Es en este sentido de la teoría crítica que

entendemos asimismo la crítica filológica radical de Juan Goytisolo. Rescatar el

humanismo en una edad conflictiva.

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Capítulo 8.

EL ÁRBOL DE LA LITERATURA HISPANOAMERICANO

Legítimamente, España se encuentra en Europa. Pero no debe olvidar que se encuentra

también en Hispanoamérica, “los cachorros de a leona española”, como nos llamó el poeta

Rubén Darío. ¿Podemos ser sin España? ¿Puede España ser sin nosotros?

Carlos Fuentes.

Si apreciamos los ensayos literarios de Juan Goytisolo en conjunto observamos

cómo la relación con la literatura hispanoamericana y su interés por la suerte de

América Latina, vinculada a las vicisitudes de la historia de España, se manifiesta como

una constante de su reflexión crítica. Sin incluir entre ellos el libro de impresiones de un

viaje a Cuba, Pueblo en marcha (1962), en el que al calor del espíritu revolucionario da

cuenta de las bondades del proceso de alfabetización y reformas sociales emprendidas

en la isla en los primeros años del régimen socialista, con un estilo claro y directo,

testimonial, presto a captar la realidad que lo circunda, como ya había hecho en sus

viajes por la Provincia de Almería en Campos de Níjar (1960) y La Chanca (1962), y en

el que tal vez su logro mayor es haber reflejado la riqueza del español de América, del

léxico cubano en su oralidad, con los medios que le brinda la palabra escrita, se puede

corroborar que, en todos sus libros de ensayos literarios, hay un aparte dedicado a la

literatura hispanoamericana. Su objeto es orientar al lector sobre la importancia de esta

expresión literaria, mostrar la renovación y la libertad formal de su lenguaje, señalar

cómo la disolución de los límites entre los géneros es una de las características en la

contemporaneidad de sus principales obras; su propósito es indicar cómo en estas obras

hay una conjunción de creación y crítica que es el cauce apropiado para exponer las

maneras de pensar y sentir de una comunidad, en una diversidad de países unidos por

una lengua y un pasado en común; y para registrar que, al afirmar su autonomía de las

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letras peninsulares, los escritores hispanoamericanos hacen una reinterpretación

vivificadora de la tradición de los clásicos españoles.

Así, si hacemos un recuento de sus ensayos dedicados a este tema, encontramos

que en El furgón de cola, conformado por artículos publicados entre 1960 y 1966 (Cfr.

Carrasquer, 1986: 54), hay dos que revisten un interés especial. “Lenguaje, realidad

ideal y realidad efectiva” (Goytisolo, 2005a: 134-160), el cual analizamos en el capítulo

“Del examen de conciencia a la desmitificación creadora”, del presente trabajo. En este

ensayo, recordemos, Goytisolo analiza el problema de la evolución y supervivencia del

idioma castellano en América a la luz del desarrollo de las investigaciones lingüísticas a

lo largo del siglo XX, y parte para ello de la distinción clásica de Saussure en su Curso

de lingüística general (1987: 34-36), entre lengua –fenómeno social, sistema de valores,

norma abstracta de validez supraindividual– y habla –actividad, uso individual, realidad

material que varía de un sujeto a otro–, distinción que le permite preguntarse cuál deber

ser la actitud del escritor frente al proceso evolutivo del idioma, qué posición debe

tomar frente a las fuerzas complementarias de esta dialéctica entre lengua y habla, en

relación con la conservación y evolución del idioma y para prever la función que

representa en este proceso la literatura (Cfr. Goytisolo, 2005a: 141). Lo que le permite

reconocer, luego de ahondar en el tema y de analizar las dos caras del asunto, por un

lado, la incidencia que tiene la literatura en la conservación del idioma, a través del

conocimiento necesario y del uso idiomático correcto por parte de los escritores y, por

otro lado, exponer cómo la expresión literaria es un factor fundamental para la

evolución del idioma al elevar el lenguaje hablado a la dignidad artística de la obra

literaria. Y luego de atacar la primacía del castellanismo académico, tanto en España

como en Hispanoamérica, por considerarlo anacrónico y falso, reconoce como esta

tensión, la oscilación del escritor entre el lenguaje ideal y efectivo, es un fenómeno de

primer orden que se sitúa en el centro mismo de la creación literaria (Cfr. Goytisolo,

2005a: 160). Si bien en este ensayo el autor se circunscribe de manera especial al

ámbito cubano, a partir de la glosa que hace de un artículo de Walterio Carbonell sobre

la poesía de Nicolás Guillén102, donde el ensayista cubano analiza el proceso de

transculturación idiomático que se vivió al entrar el castellano en contacto con la

102 Ensayo de Carbonell titulado “Nicolás Guillén y la literatura nacional”, apareció publicado por la revista Casa de las Américas (mayo-agosto de 1966), en un número consagrado a la presencia de África en el Nuevo mundo (Cfr. Goytisolo, 2005a: 145)

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población negra e indígena; y a pesar de insistir con un tono reiterativo en el predominio

de los criterios de idealidad (voluntad correctiva) por parte de los escritores

hispanoamericanos desde la Independencia, fenómeno común al ámbito de la literatura

española hasta bien entrado el siglo XX, Goytisolo, a través de la lectura de las obras de

escritores para entonces en ciernes, como era el caso de Guillermo Cabrera Infante,

estaba vislumbrando una nueva realidad que no nombró con suficiente fuerza, pero que

ya era un hecho, el realce del idioma hablado a la altura de la literatura que es uno de los

fenómenos más característico de la novela hispanoamericana contemporánea –en su

variedad peruana, mexicana, argentina, cubana, colombiana, etc.– El lenguaje coloquial,

con sus incorrecciones, con sus desviaciones de la norma, pasó del diálogo callejero en

la gran ciudad latinoamericana, al relato y luego a la novela, como más tarde anotará el

escritor colombiano Fernando Vallejo en su obra Logoi. Una gramática del lenguaje

literario (1983: 536). Aunque en este orden de ideas hay que reconocer que a pesar de

las fórmulas y recursos técnicos, la tensión entre un lenguaje ideal, un lenguaje efectivo

y su tratamiento literario es un fenómeno común a la creación literaria en general. De

José Moreno Villa a García Lorca; de Galdós y Clarín a Luis Martín Santos; de los

modernistas Rubén Darío y Lugones a Cesar Vallejo y Borges; del Gaucho Martín

Fierro de José Hernández a La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa, la literatura

se ha valido con “naturalidad” del lenguaje hablado (Cfr. Paz, 1983: 140-142). Y en el

caso especial de la literatura hispanoamericana este fenómeno, cobra una dimensión real

cuando se vincula a los procesos de modernización de las ciudades latinoamericanas, de

transformación de la literatura por la ciudad (Cfr. Gutiérrez Girardot, 1998: 285-301), y

por ende, de las formas cómo la literatura recoge estas hablas al interior de las urbes

como palabra viva; así se vivió a partir del modernismo a finales del siglo XIX y

también a mediados del siglo XX en las ciudades latinoamericanas en proceso de

masificación, en las que nacieron la mayoría de los escritores representantes de la

reciente novela, entre ellos los del boom, cuyo fenómeno más notable, como lo

indicábamos, es la elevación del lenguaje hablado a lenguaje escrito.

El otro ensayo de El furgón de cola que recoge un tema latinoamericano es,

recordemos de nuevo, “Menéndez Pidal y el padre Las Casas” (Goytisolo 2005a: 161-

187). Si bien este ensayo no tiene relación alguna con la literatura hispanoamericana es

importante desde un punto de vista historiográfico, como crítica cultural de los procesos

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de mitificación de la configuración de la conciencia colectiva española, fundada en

valores ideales y providencialistas de la fe católica, y también desde un punto de vista

de lo que se podría denominar moral histórica, por cuestionar en él la supuesta vigencia

de unos pretendidos valores universales de la empresa civilizadora, que guió el

descubrimiento y la conquista de América. Goytisolo hace una reflexión sobre este

proceso histórico desde la óptica de la expoliación de las culturas indígenas y de lo que

significó la influencia de fray Bartolomé de Las Casas para atenuar los desafueros de la

conquista, e incidir en una frágil legislación que buscaba proteger a la población

indígena; sin soslayar la importancia histórica de la conquista e hispanización de

América y de los procesos de transculturación –entre ellos el de la literatura103– que

implicó el mestizaje americano para el mundo moderno, –el hecho de que “dieciocho

naciones jóvenes pesen en el destino del mundo unidas a España por su lengua, su

pasado común, su cultura” (Goytisolo, 2005a: 167)–. Razón por la cual hay que

mencionar así sea sumariamente la importancia de este ensayo cuando se aborda el tema

de la relación de obra crítica de Goytisolo con la cultura e historia de América Latina.

Asimismo, en el que es sin duda uno de los trabajos más importantes dentro de

su vasta obra ensayística, “La presentación crítica de J. M. Blanco White” (1972),

debido a la reivindicación que hace del escritor sevillano frente a la crítica

tradicionalista de Menéndez Pelayo, muestra la relevancia de la crítica literaria de

Blanco White, corroborando en parte sus postulados a la luz de los desarrollos de la

literatura hispanoamericana contemporánea. Recordemos que así como Bartolomé de

Las Casas fue considerado como un “resentido”, “deslenguado”, “anticuado” y

“medieval” por parte de Menéndez Pidal (Cfr. Goytisolo, 2005a: 161-187), quien nunca

fue capaz de comprender su labor humanitaria en defensa de la explotación de los

indígenas de la América hispana y siempre antepuso a la suya la obra de Francisco de

Vitoria y su legado al moderno derecho humanitario, así, también, ha existido una

leyenda negra contra Blanco White, respaldada por Menéndez Pelayo en su Historia de

103 El término “transculturación” fue acuñado en 1940 por el historiador y antropólogo cubano Fernando Ortiz en su obra Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, para dar cuenta de los procesos dinámicos que se producen dentro de la reestructuración general del sistema de la cultura mediante las pérdidas, selecciones, redescubrimientos e incorporaciones a que son sometidos los componentes involucrados en tal reestructuración. Es el concepto que sirve para dar cuenta de lo que pasó en el territorio latinoamericano al entrar en contacto con la Península Ibérica y explica la reinvención de formas narrativas de largo arraigo, la recreación de mitos y la revitalización del imaginario latinoamericano que está en la base de su expresión literaria. (Cfr. Rama, 1982: 55-56).

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los heterodoxos españoles (1880-1882). Motivada por distintas causas, entre las que

entran en juego los accidentes de la vida personal del escritor sevillano, su ruptura con

los valores de la hispanidad, su exilio y adopción de la lengua inglesa como medio para

exponer sus ideas, su desconversión y ataques a la religión y la Iglesia católica. Y entre

ellas, la que tal vez incidió de manera más adversa para que su obra fuera condenada al

olvido, su aceptación filosófica y racional de la empresa de emancipación americana,

que le llevó a ser tildado de pluma venenosa y antipatriótica por el eminente Menéndez

Pelayo (Cfr. Goytisolo, 1972: 38-45). Pero el interés que reviste el ensayo sobre Blanco

White frente a la valoración que hace Goytisolo de las letras hispanoamericanas tiene

dos puntos específicos que es conveniente relacionar. Primero, la equiparación de la

personalidad intelectual de Blanco White con el escritor y estadista argentino Domingo

Faustino Sarmiento (1811-1888), quien, a su vez, criticó de manera franca y

contundente el atraso del medio cultural español en siglo XIX (Cfr. Goytisolo, 1972:

27). Sarmiento, junto con Andrés Bello, Eugenio María de Hostos, José Martí, entre

otros, fue uno de los grandes constructores de la vida republicana en la América Latina,

razón por la cual se les ha llamado los “arquitectos de América” (Cfr. Henríquez Ureña,

2001: 155). Y entre los elementos más llamativos de esta empresa reformadora

sobresale una noción de la literatura vinculada de manera directa a la política, con una

conciencia clara del sentido de la responsabilidad social del escritor y defendiendo,

dentro del proceso de independencia política, la autonomía literaria americana de las

letras peninsulares; la literatura vinculada a los procesos fundacionales de las jóvenes

repúblicas hispanoamericanas. Y así como la autobiografía de Blanco White y sus

Cartas desde España son indispensables para conocer las costumbres, mentalidades y el

pensamiento intelectual español del siglo XIX, la autobiografía Recuerdos de provincia

(1850), el Facundo o civilización y barbarie (1845) y los Viajes (1849) de Sarmiento

son fundamentales para el conocimiento histórico del siglo XIX latinoamericano. Y en

este orden de ideas es conveniente mencionar que el escritor argentino captó la penuria

del medio cultural español en su viaje de 1846, en una breve fórmula que ha quedado

para sintetizar la frustración de un proyecto de ilustración, en sus aspectos científicos,

filosóficos, estéticos y políticos, durante los siglos XVIII y XIX, sentimiento de

frustración que se reflejó en ambas orillas del Atlántico:

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He venido a España con el santo propósito de levantarla proceso verbal, para

fundar una acusación, que, como fiscal reconocido ya, tengo de hacerla ante el tribunal

de América… como Uds. no tienen autores, ni escritores, ni sabios, ni economistas, ni

políticos, ni historiadores, ni cosa que lo valga; como Uds. aquí i nosotros allá

traducimos, nos es absolutamente indiferente que ustedes escriban de un modo lo

traducido i nosotros de otro. No hemos visto allá mas libro español que uno que no es

libro, los artículos de periódico de Larra. (Sarmiento, 1993: 128).

Goytisolo (1972: 27-32) equipara la inquietud intelectual de los dos escritores,

que los lleva a romper con los valores tradicionales de la cultura española de sus épocas.

Blanco White, rechazando los dogmas de la religión y la ortodoxia de la Iglesia y

adoptando en su exilio en Inglaterra y en su afán de ilustración, la lengua inglesa para

liberarse de los esquemas mentales de un idioma codificado por varios siglos de

inmovilidad social; y Sarmiento, al trazar un proyecto de civilización –no exento de

contradicciones, desde la perspectiva histórica del presente, por su culto desmedido del

progreso– frente a la barbarie que implicaba el atraso colonial de los países de América

Latina, con un ánimo de “europeización”, de cosmopolitismo, por lo que llegó a ser

tildado incluso de galicista (Cfr. Henríquez Ureña, 2001: 139). Y en cuya obra

Goytisolo encuentra esa curiosidad abierta de espíritu afín a Blanco White. Al

compararlo con éste, Goytisolo rescata la dimensión intelectual de Sarmiento. Y lo hace

a partir de una perspectiva simple. Una cultura es la suma de aportes e influencias de

diferentes ámbitos a lo largo de su historia (Cfr. Goytisolo, 1995a: 199); y “la mirada de

los demás forma parte del conocimiento integral de nosotros mismo” (Goytisolo, 1999:

196). En la obra de Sarmiento, el autor de Disidencias (1977) encuentra reunidos estos

dos postulados. El primero, guía su proyecto civilizador y, el segundo, lo encuentra

expuesto en esa actitud “acusadora” y crítica de Sarmiento frente al atraso y encierro

español, de lo cual una de sus consecuencias es el hecho de que en la literatura no

hubiera surgido una obra relevante desde la segunda mitad del siglo XVII, hasta la

aparición de Bécquer y Rosalía de Castro, Pérez Galdós y Clarín, y excepción hecha

también de Moratín, Larra y del mismo Blanco White. Goytisolo lo expone de manera

contundente:

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Seamos claros: los mismos que se lamentan hipócritamente del juicio de

Sarmiento sobre nuestros valores inexportables, apechan con la negra responsabilidad

de haber impedido la difusión de la obra de un compatriota que, por múltiples razones,

es susceptible de alimentar la curiosidad los lectores de uno y otro hemisferio, obra que

cualquier otro país, salvo el nuestro, se había apresurado a vindicar (Goytisolo, 1972:

28).

Y en su pretensión de rescatar la obra de Blanco White para situarla dentro de

una tradición crítica que fundamenta la modernidad española, Goytisolo coincide con

Sarmiento: “como él, estimamos contraproducente la propensión a revestir y engalanar

la pobreza intelectual y artística y a servir eventualmente gato por liebre” (Goytisolo,

1972: 31). Las observaciones y juicios de Sarmiento –así como las consignadas en las

obras de los viajeros ingleses por España, Borrow, Ford, Brenan, tengamos presentes

los ensayos dedicados a estos en España y los españoles (1969)–, forman parte del

conocimiento global de la propia personalidad española, de ese conocimiento que brinda

la mirada del Otro. Con razón Pedro Henríquez Ureña describió al escritor argentino de

la siguiente manera:

Sarmiento tenía el ímpetu romántico pleno, la energía de la imaginación y el

apasionado torrente de palabras, junto con vivaz percepción de los hechos y rápido fluir

del pensamiento. (…) A su período inicial pertenecen sus tres libros mejores Facundo,

Recuerdos de provincia, Viajes. Están sólidamente construidos; los escribió de prisa,

pero concibió su estructura íntegra y armoniosa desde el principio. Hechos y teorías, en

ellos, marchan de la mano. Todo hecho que observa –y observa mucho– está siempre,

implícita o explícitamente, en relación con un amplio y coherente sistema de ideas

(Henríquez Ureña, 2001: 135-138).

En un libro de ensayos posterior, Cogitus interruptus (1999), Goytisolo vuelve a

centrar su atención en la obra del escritor argentino en el ensayo “Viajes de Sarmiento,

España, Argelia y La Pampa”, para insistir de manera reiterativa en la importancia de la

mirada de los otros en el proceso permanente de conocimiento de sí mismo y para

revisar los supuestos de una historia tradicionalista plagada de valores oficiales, a fin de

desmantelar las mitologías esencialistas; y, en este caso, insiste en llamarle la atención

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del lector español para que no permanezca indiferente a las observaciones cultas y

agudas de los escritores suramericanos de la talla de Sarmiento o Martí, para aprender

de ellos y examinar a la luz de sus obras la compleja y peculiar formación de la

identidad española y para comprender las razones de su posterior descaecimiento (Cfr.

Goytisolo 1999: 196). En este ensayo, como en todos sus ensayos sobre la literatura

hispanoamericana, la visión de Goytisolo es incluyente, y así como el conocimiento de

la historia, la lengua y la cultura de la civilización española, es fundamental para los

escritores latinoamericanos, por ser parte de su historia y de su cultura, al estar unidos

por la lengua, así también es fundamental para el estudio de la hispanidad, de su modo

de ser y costumbres, la mirada de éstos últimos, de ese otro especular que desde la

alteridad es constituye, que permite una afirmación y confronta.

Ahora bien, hay un segundo punto en “La presentación crítica de J. M. Blanco

White” (1972), que es relevante mencionar frente a la valoración de Juan Goytisolo de

la literatura hispanoamericana en su obra ensayística. En el amplio análisis que hace de

la obra de Blanco, para rechazar todas las ortodoxias y los dogmatismos que restringen

la experiencia humana, para indicar el valor de su Autobiografía como un documento

único en el panorama literario de su época, por su honestidad y sinceridad, por ser, en

palabras de Vicente Llorens, “la confesión más angustiosa y personal que haya escrito

un español en los tiempos modernos (Apud Goytisolo, 1972: 13); al ahondar en sus

Cartas desde España, para concluir que es el “documento más vivo y fresco, perspicaz

y profundo de que hoy disponemos para juzgar la España y los españoles de comienzos

del siglo XIX” (Goytisolo, 1972: 24), Goytisolo se detiene en resaltar la importancia de

su crítica literaria, recogida a través de sus artículos publicados en la revista Variedades

y en el New Monthly Magazin, y a subrayar su contribución a la literatura de su tiempo.

En términos generales, y desde la perspectiva del presente, Goytisolo sintetiza este

aporte en el hecho de haber asimilado la nueva era de la crítica literaria que pretendió en

su momento la liberación de los límites y moldes impuestos por la preceptiva clásica;

crítica que surgió gracias al influjo del romanticismo, tanto inglés –con el que Blanco

White en su exilió entró en contacto directo– como germano. Y, en este orden de ideas,

el interés del escritor sevillano en la crítica se centró, como lo mencionamos en el

capítulo “Contra el mito de la España Sagrada. Conciencia de una tradición crítica” del

presente trabajo, en tres puntos concretos, en un análisis comparativista del lenguaje

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poético en lengua castellana y lengua inglesa, punto en el que, al privilegiar a veces de

manera arbitraria el inglés y señalar la poca flexibilidad y libertad de pensamiento

poético del español, Goytisolo (1972: 59), reconociendo el valor de sus apreciaciones,

lamenta que no hubiera matizado sus juicios. El segundo punto, siempre bajo el impulso

del romanticismo, es la justificación que Blanco White hace de la imaginación y de las

creaciones inverosímiles en el campo de la literatura. Y el tercero, su apología del teatro

inglés frente a la preceptiva clásica y el sometimiento a la doctrina de las unidades de

tiempo, espacio y acción que predominaban en el teatro español, es decir, abogando por

la libertad y rebeldía contra la preceptiva clásica y teoría de los géneros. Para Goytisolo

la defensa de la imaginación que hace Blanco White, publicada en un artículo en la

revista Variedades, titulado “Sobre el placer de las imaginaciones inverosímiles”, es

muy interesante y mantiene su vigencia si se analiza a la luz de la novelística

hispanoamericana contemporánea. Para Blanco, la imaginación es la libre expresión del

alma de un país (Cfr. Goytisolo, 1972: 60) y en su crítica se lamenta de la pérdida

paulatina de la fuerza de la imaginación en la creación literaria con posterioridad a

Cervantes, incluso caen en el “lugar común” (Goytisolo, 1972: 60) de insinuar que el

Quijote, al acabar con las novelas de caballería y llevar a un punto máximo la capacidad

fabuladora de los escritores de su época, contribuyó indirectamente a una apatía

imaginativa posterior, perdiéndose el ambiente fantástico común a literatura árabe que

influyó en la literatura castellana. El artículo de Blanco White le sirve a Goytisolo para

despejar el tópico de que el realismo, entendido como retrato o crítica social es

“inherente a la literatura española” (Goytisolo, 1972: 61). Si bien comparte el dictamen

de Blanco White sobre la pérdida del poder de la imaginación en la literatura después de

Cervantes, proceso decreciente que extiende por más de tres siglos, no cree que el

Quijote haya contribuido a este hecho. Para él, la ausencia de capacidad imaginativa y el

auge del realismo de la novela española no es consecuencia de ningún axioma

esencialista o ley interna, sino que obedece a factores culturales y políticos que

influyeron de manera determinante en este desarrollo (Cfr. Goytisolo, 1972: 61). Estos

factores son: la ortodoxia del Santo Oficio, la presión ideológica subsiguiente al

Concilio de Tentro que pretendió “extirpar de la mente humana el don de evocar

mundos invisibles” (Goytisolo, 1972: 61) y quiso convertir a los hombres, en palabras

de Blanco White, “en una especie de seres de cal y canto, en quienes sólo hiciese mella

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e impresión el martillo” (Apud Goytisolo, 1972: 61-62). Para respaldar este aserto

Goytisolo se apoya en el estudio de Mario Vargas Llosa sobre Tirant lo Blanc –

tendiente de sacar la novela de caballería de las “catacumbas académicas” (Vargas

Llosa, 1969: ii) y llevarla al lector común, no como una curiosidad arqueológica sino

como una ficción moderna– quien ve en la novela de Martorell una novela total (de

caballería, fantástica, histórica, militar, erótica, psicológica) y defiende la entidad del

mundo ficticio que ella propone frente a un concepto estrecho de la realidad, es decir,

incluyendo en el espectro de lo real tanto la realidad objetiva como subjetiva, abarcando

los varios ordenes que conforman el ámbito de lo humano. Vargas Llosa brida una

explicación a la desaparición paulatina de las novelas de caballería, que conviene citar

en extenso:

Un lugar común enseña que Cervantes las mató. ¿La solitaria mano de un

manco pudo perpetrar genocidio tan numeroso? Las había condenado la Iglesia y

perseguido la Inquisición, muchos escritores las vituperaron y por fin la sociedad las

olvidó: ¿qué temor inspiró esta conjura? (…) pienso que fue el miedo del mundo oficial

a la imaginación, que es la enemiga natural del dogma y el origen de toda rebelión. En

un momento de apogeo de la cultura escolástica, de cerrada ortodoxia, la fantasía de los

autores de caballería debió resultar insumisa, subversiva su visión libre y sin anteojeras

de la realidad, osados sus delirios, inquietantes sus criaturas fantásticas, sus apetitos

diabólicos (Vargas Llosa, 1969: ii)

A este hecho tangible Goytisolo, en la senda abierta por los estudios

historiográficos de Américo Castro (Cfr. Goytisolo, 1972: 63), se “atreve” a formular

una segunda causa para explicar la apatía hacia las “imaginaciones inverosímiles” y la

predilección hacia del realismo a partir del siglo XVII en la literatura española: la

eliminación de los musulmanes del ámbito español y con ella la pérdida de la influencia

del Al-Ándalus, de la literatura árabe en la literatura castellana, con sus elementos

fantásticos, efectos mágicos, sueños premonitorios, viajes maravillosos por el tiempo y

el espacio, así como también de otro elemento que fue perdiendo paulatinamente

relevancia, su refinado erotismo. A partir de estos dos factores, se puede inferir que

Goytisolo en este ensayo, al interpretar la defensa de la imaginación que hace Blanco

White a la luz de la novela hispanoamericana reciente, concibe la historia de España

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desde una perspectiva diacrónica en la que se sedimentan unas estructuras mentales, de

constitución de lo hispánico, marcadas por el proyecto de unidad nacional católico, que

él extiende desde los Reyes Católicos, la expulsión de judíos y árabes, la conquista de

América, la presión ideológica de la Contrarreforma hasta la cruzada nacional católica

de 1936 y la posterior dictadura franquista, que afecta de manera directa su proyecto de

modernidad al postergarlo, y que está vinculado a la historia de su literatura; este

proceso nacional-católico influye en gran medida para que el realismo se haya

considerado inherente a la literatura española. La autonomía literaria hispanoamericana,

iniciada de manera programática con la independencia política y la conformación de las

repúblicas, en la que incide su particular proceso de transculturación a través de los

siglos anteriores, de mestizaje cultural –“de reinvención de formas narrativas de largo

arraigo y de revitalización del imaginario latinoamericano” (Rama, 1982: 55)– se

consolida con el modernismo y alcanza su mayoría de edad con la novela y el cuento en

la segunda mitad del siglo XX, a partir de un reconocimiento universal. Un desarrollo

en busca de una expresión con unos rasgos propios distintos de la literatura española,

que comprende por un lado los nombres de Darío, Vallejo y Neruda, de otro lado, los de

Miguel Ángel Asturias, Arturo Uslar Pietri y Alejo Carpentier; que reafirma su

idiosincrasia en las obras de José María Arguedas, Juan Rulfo y Arturo Roa Bastos y

que, para la fecha del ensayo de Goytisolo sobre Blanco White, se imponía a través de

las ficciones y cuentos de Borges y Cortázar, las novelas de García Márquez, Mario

Vargas Llosa y Lezama Lima, los ensayos literarios y la poesía de Octavio Paz.

Goytisolo (1972: 64) contrapone ésta experiencia literaria que a través de Cien años de

soledad (1967) de García Márquez y “Pierre Menard, autor del Quijote” (1944) de

Borges, enlaza con la libertad imaginativa y el mundo de la ficción de Cervantes, para

desmentir el tópico de que el realismo es inherente a la literatura en lengua castellana.

Al resaltar la defensa de las imaginaciones inverosímiles de Blanco White a la luz de la

literatura hispanoamericana contemporánea, buscaba, como crítico literario, airear el

ambiente cultural español dominado por la censura del franquismo y del agotamiento de

la novela social del medio siglo. No es que la realidad del contexto histórico

latinoamericano, de caudillismo y demagogia, de un proyecto de modernidad frustrado

y a trompicones, plagado de nuevas formas de dependencia neo-coloniales, fuera más

benigno para la imaginación fabuladora que la dictadura franquista. Es que mediante

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una cantidad considerable de obras de calidad la literatura hispanoamericana, en su

impulso de autonomía y afirmación, estaba renovando la literatura en lengua castellana.

Para Goytisolo (1977: 320), Cien años de soledad (1967) llenó un vació imaginativo de

más de tres siglos y este hecho clave justifica su reconocimiento universal, por ser una

obra clásica, en tanto respeta la gramática del relato y las estructuras narrativas, e

innovadora, porque a través de su apuesta por la imaginación para darle entidad a un

mundo innombrado que permanecía relegado a un olvido eurocéntrico, lo caracteriza

con hechos y situaciones totalmente inverosímiles; no en el sentido de encantar una

realidad prosaica a través de la literatura, sino de nombrar una realidad de seres

humanos prodigiosos y de una naturaleza exuberante en medio de dictadorzuelos y

guerras intestinas.

Es necesario observar, además, frente a una concepción realista de la literatura,

de testimonio o crítica social, que la apuesta por la imaginación a la que alude Goytisolo

a través del ensayo de Blanco White y su relación con los novelistas hispanoamericanos

contemporáneos no entraña una visión escapista de la realidad. Aun aceptando que el

recurso de imaginar y poblar mundos posibles ante una realidad ofensiva, desconocida,

incomprendida está en el origen de todo acto creativo, la literatura hispanoamericana es

altamente crítica y si se quiere subversiva. Como lo ha anotado con nitidez Octavio Paz,

en la obra de casi todos los escritores hispanoamericanos hay una forma de crítica

directa u oblicua, social o metafísica, realista o alegórica (Cfr. Paz, 1979: 42-43).

Incluso Jorge Luis Borges, a nuestro entender el escritor más importante de este período

de afirmación y reconocimiento general de la literatura hispanoamericana en el contexto

de la modernidad occidental, quien recogió el legado de Cervantes como fuente

precursora de la moderna literatura, quien lo sacó de un contexto académico de respeto

reverencial, a pesar de su ideología conservadora y defensa casi exclusiva de la función

estética de la literatura, basa sus ficciones en una crítica racional y poética de la

realidad, de las maneras de percibir y definir la realidad. Sus cuentos más relevantes son

una parodia irónica de la filosofía y la metafísica occidental; de la tradición a la que

pertenece, en la que se sitúa al margen y en cuyo diálogo participa, no a través de un

pensamiento sistemático –cuestionado ya en su genealogía de los valores por

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Nietzsche– sino desde la palabra e imaginación poética104. En un mismo orden de ideas,

Mario Vargas Llosa, a partir de su obra ensayística, con trabajos como el mencionado

“Carta de batalla por Tirant lo Blanc” (1969), o “Martorell y elemento añadido” (1972),

o La orgía perpetua (1989) –sobre el “realismo” en Madame Bovary–, por sólo

mencionar unos cuantos de ellos, hace una defensa del mundo de la ficción al

reconocerle una entidad ni mayor ni menor a lo que denominamos experiencia directa

de lo real; una defensa de un mundo configurado, como la realidad, a partir de

diferentes niveles que en toda su complejidad se interrelacionan entre sí, que aportan un

elemento adicional, añadido, a la experiencia de lo real y en este sentido ayuda a su

comprensión (Vargas Llosa, 1969: xii). Para Vargas Llosa el escritor siempre parte de la

realidad, de la vida en su más amplia acepción, y la capta en sus diferentes niveles, ya

de objetividad como de subjetividad, de lo perceptible directamente por los sentidos

como en sus planos de virtualidad, aquellos conformados por los sueños, mitos, y las

mismas obras literarias que preceden su labor creativa, es decir, por los varios órdenes

de lo humano; pero este material, para el escritor peruano, “nunca es narrado ‘exacto’,

es siempre ‘transfigurado’, ‘bordado’. El novelista añade algo a la realidad, y ese

elemento añadido, es la originalidad de su obra, lo que le da autonomía a la realidad

ficticia, lo que la distingue de lo real” (Vargas Llosa, 1989: 147). Pero lo importante, en

este contexto, es señalar cómo Vargas Llosa coincide en su apuesta por la imaginación

con Blanco White. El elemento añadido que caracteriza la ficción literaria está fundado

en la imaginación creativa, y es siempre crítico o subversivo porque la imaginación

representa ese reducto incontrolable de la insatisfacción, “ese corrosivo margen desde el

cual todo se cuestiona, relativiza o impugna, el último bastión de la libertad” (Vargas

Llosa, 1989: 274). El escritor, en tanto creador, será así un rebelde radical, un disidente

de la realidad, un demiurgo suplantador a quien su insatisfacción del mundo real lo lleva

a querer construir otro mundo posible, otra realidad configurada de palabras (Cfr.

Vargas Llosa, 1972: 26). Lo cual es el sentido que le dio Blanco White a la imaginación

104 Rafael Gutiérrez Girardot, desde mediados de los años cincuenta, fue uno de los primeros críticos en percibir este sentido que entraña la obra de Borges. En un ensayo titulado “Crítica literaria y filosofía en Jorge Luis Borges”, concluye: “La luz y la melancolía de los poetas Antonio Machado y Jorge Luis Borges (…) recalcaron que “nuestro idioma” es una manera afín de sentir la realidad: una manera lúcida y melancólica, escéptica e irónica, que transforma el “pavor metafísico” en poesía y enseña al “pavor” a perder su excesiva gravedad, a ser “juego verbal” con elegante hondura” (Gutiérrez Girardot, 1998: 170-171).

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fabuladora en esa lucha constante contra los dogmatismos y las ortodoxias que

caracterizó su trayectoria intelectual a lo largo de su vida.

Vemos así como a través de la literatura hispanoamericana, asociándolo a las

obras de García Márquez y a la reflexión de Mario Vargas Llosa, Goytisolo demuestra

la vigencia del pensamiento literario de Blanco White. Sus propias coincidencias con el

escritor sevillano en la defensa de las “las imaginaciones inverosímiles”, son la

afirmación de la función desalienante de la literatura. No sólo frente a las ideologías

totalitarias y dominantes que para la época en que el ensayo sobre Blanco fue escrito

estaban en el poder en suelo español, sino también frente a un mundo cada vez más

inhumano por el paso arrasador del progreso; para reactivar mediante la literatura la

“vida espiritual empobrecida por la agresión continua de una modernidad incontrolada”

(Goytisolo, 1995a: 214); para anteponer el reino de la palabra escrita a los

fundamentalismos tecno-científicos del mundo contemporáneo, frente a la emergencia

de los particularismos nacionalistas, frente a la cultura de trivial del mundo como

espectáculo, frente al consumismo de un gran mercado globalizado. Como afirma

posteriormente en otro ensayo, “Lectura y relectura” del Bosque de las letras (1995):

Propagar la visión de mundos diversos, difundir el don de la ubicuidad en virtud

del recurso poético-novelesco de la a-topía y de la a-cronía, reinventar las visiones

escatológicas que consuelan o atormentan nuestro perenne anhelo de trascendencia en

un universo cruelmente privado por los científicos de una metafísica de la naturaleza,

son propuestas enriquecedoras acordes con la defensa por Blanco White del “placer de

las imaginaciones inverosímiles” y convierten la literatura en un arma eficacísima

contra la tiranía racional de una época impermeable a las realidades espirituales,

atrofiadas y anuladas por los continuos “avances” tecnológicos y el impecable

fundamentalismo de la ciencia (Goytisolo, 1995a: 214).

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8.1. ¿Es moderna la literatura hispanoamericana?

Y en esa parte del mundo, América Latina: ¿alcanzaremos al fin la verdadera

modernidad, que no es únicamente democracia política, prosperidad económica y justicia

social sino reconciliación con nuestra tradición y con nosotros mismos?

Octavio Paz.

Luego del ensayo “Presentación crítica de J. M. Blanco White” (1972), en el

libro Disidencias (1977), Goytisolo centra su atención en la obra de un grupo de

escritores latinoamericanos: José Lezama Lima (1910-1976), Octavio Paz (1914-1998),

Carlos Fuentes (1928), Guillermo Cabrera Infante (1929-2005) y Severo Sarduy (1937-

1993) quienes, junto con Sarmiento, pertenecen al círculo de autores a los que a lo largo

de su trayectoria intelectual seguirá releyendo, como lo corrobora los ensayos dedicados

a sus obras en El bosque de las letras (1995) y en Cogitus interruptus (1999). En

Disidencias (1977) se aproximará a sus obras con el fin de resaltar sus vínculos con la

tradición de la literatura española, especialmente con Quevedo, Góngora y Cervantes

(Cfr. Goytisolo, 1977: 7); para demostrar –siguiendo la reflexión iniciada en el ensayo

sobre Blanco White– la renovación de la literatura castellana que sus obras implicaron,

así como la valoración y reinterpretación que ellos hace de esa tradición clásica; para

resaltar el rigor y la pasión, la fidelidad y la disciplina que les asiste, al asimilar una

cultura que, por su misma condición mestiza, entienden a partir de la singularidad que

entraña la occidentalidad matizada de España; para afirmar que su relación con las altas

tradiciones de la literatura hispánica no puede ser muy distinta a la de los propios

españoles, porque los clásicos de la literatura castellana les pertenecen a todos aquellos

que hablan y escriben en su idioma.

En el primer ensayo de éste libro, dedicado a la literatura hispanoamericana, “El

lenguaje del cuerpo (Sobre Octavio Paz y Severo Sarduy)” (Goytisolo, 1977: 171-192),

aunque no lo exprese de manera explícita, se puede inferir que la lectura que hace

Goytisolo de las obras de estos dos autores está dirigida a responder una pregunta que

tácitamente subyace como trasfondo del ensayo: ¿Es moderna la literatura

hispanoamericana reciente? ¿Son modernas las obras de Paz y Sarduy, de Borges y

Lezama Lima, de García Márquez y Vargas Llosa, de Fuentes y Cabrera Infante? ¿Es

moderna la poesía de Vallejo y la novela de Juan Rulfo? ¿Son realmente modernas, en

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relación con el contexto de la literatura occidental, unas historias “regionales” que nos

hablan de un cacique latifundista en la época del porfiriato, viviendo y rigiendo los

destino de los demás en un submundo fantasmal por fuera del tiempo histórico? ¿La

saga mítica de los Buendía en la fundación de Macondo, un pueblo olvidado en el

tiempo y el espacio, en un encierro endogámico, condenado a años y años de soledad,

de espaldas al progreso de la ciencia y de la técnica, en que uno de sus personaje

principales se mantiene arrobado con los artilugios alquímicos de un gitano errante? ¿Es

moderna la historia de una cautiva inglesa desterrada en “el fin del mundo”, lejos de la

civilización, aprendiendo las costumbres de los indios australes y en medio de una

naturaleza agreste, aceptando su suerte de manera estoica, es moderna esta historia que

le será referida a un chico inquieto por su abuela, también inglesa, y que aquel

recordará, con el asombro de una revelación, cuando con el paso de los años lea en un

libro de estética en desuso la definición de la poesía? La respuesta a estas preguntas no

está dada por el hecho de sí los temas de esta literatura son modernos o no en relación

con los avances de lo que denominamos progreso del mundo occidental, que de otro

lado no se caracteriza por un desarrollo unidireccional y unívoco, porque las diversas

sociedades que lo conforman viven a su vez, al interior de cada una, diferentes

estratificaciones temporales en relación con lo que se ha denominado desarrollo del

mundo moderno; sino que la respuesta a esta pregunta estaría dada por su tratamiento y

por su vinculación con la corriente moderna de un pensamiento crítico.

Y, en este sentido, frente al ensayo en mención, la obra poética y ensayística de

Octavio Paz y las novelas de Severo Sarduy, están ubicadas, para el ensayista, en el

centro mismo de esta problemática. Goytisolo comienza su reflexión sobre la obra de

Paz, trazando un paralelo entre el panorama de las literaturas en lengua castellana y

francesa de la segunda mitad del siglo XX, para señalar el contraste que existe entre

ambas vertientes. Pues si bien la primera se caracterizaba por haber alcanzado un

florecimiento notable de la narrativa, especialmente con el aporte de la literatura

hispanoamericana, “hasta el punto de devolver a la lengua española, en lo que se refiere

a la novela, una primacía que parecía perdida para siempre desde la muerte de

Cervantes” (Goytisolo, 1977: 171), no sucedía lo mismo, en su criterio, frente al

desarrollo del ensayo y la crítica; y al contrario, el panorama la literatura francesa

presentaba para entonces un desarrollo considerable en este último aspecto, a partir de

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las obras de autores como Benveniste, Blanchot, Leví-Strauss o Barthes pero,

paradójicamente, mostraba un descaecimiento en el campo de la narrativa, donde no

existían figuras que pudieran compararse, según él, con Borges, Carpentier o García

Márquez. Para Goytisolo la escasez de un pensamiento crítico en lengua castellana, que

hay que vincular entre otras causas a la ausencia de formación de un pensamiento

científico ilustrado, “se remonta a la quiebra de la convivencia intercastiza medieval y la

persecución intelectual ‘antijudaica’” (Goytisolo, 1977: 171), entendiendo así la historia

como un proceso de larga duración. E insiste, en este ensayo, en la necesidad de

consolidar una vertiente crítica, para que el auge de la narrativa no se diluya en un

ilusorio espejismo:

Hoy más que nunca, la introducción de un instrumental crítico en el ámbito de

nuestra lengua es una necesidad insoslayable si los países de habla española pretenden

desempeñar algún papel en la asimilación y organización creadoras de una fase histórica

que, como la actual, recuerda en tantos aspectos la que vivieron los hombres del

Renacimiento: cuando España encarnó pasajeramente la aspiración a un saber sin

fronteras antes de enclaustrarse para siempre en el panteón de la autosuficiencia, el

pensamiento monolítico, la cerrazón ortodoxa (Goytisolo, 1977: 173).

Ya hemos visto a través del ensayo de Goytisolo sobre Blanco White que la

literatura hispanoamericana es una literatura crítica; en sus obras la imaginación

fabuladora es a su vez un cuestionamiento de la realidad. De Borges a Rulfo, la

literatura hispanoamericana no es solamente expresión de la realidad de un suburbio de

Buenos Aires o de la condición neofeudal del campo mexicano, no es sólo la expresión

de la realidad latinoamericana ni la invención febricitante de otra realidad, es una

pregunta sobre la realidad de esas realidades que conforman su vasto territorio (Cfr.

Paz, 1979: 43). Pero, a pesar de la existencia de una literatura crítica, común a la

universalidad de todas las literaturas modernas, las europeas y sus expresiones más

recientes, la norteamericana, las eslavas, la misma hispanoamericana, ¿puede hablarse,

asimismo, de la existencia de una crítica literaria, filosófica y moral en el ámbito de la

cultura hispánica que le aporte a su literatura las bases de un pensamiento crítico

necesario para configurar su proyecto de modernidad? El pasado común que une a

España e Iberoamérica, su frágil vinculación a los acontecimientos y las profundas

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transformaciones científicas, filosóficas y políticas que inauguraron la era moderna

occidental a partir del siglo XVIII, con la revolución científica, la filosofía crítica, la

Ilustración, en sus aspectos éticos, estéticos y políticos (Cfr. Subirats, 2004: 153), la

ausencia de nombres que pudieran compararse en un sentido pleno con Newton, Hume,

Locke, Rousseau, Diderot, Kant y con los cambios radicales que sus obras produjeron –

sin negar los aportes en España del padre Feijoo y de Jovellanos para conformar un

pensamiento ilustrado–, la poca intensidad, por sustracción de materia, de un

movimiento romántico que se enfrentara a los excesos de la razón, no permite contestar

de manera afirmativa a esta pregunta. Pero, como es apenas obvio, no se trata por este

hecho de negar la pertenencia de España e Hispanoamérica al mundo occidental, así ésta

se haya dado a destiempo, a tropezones, con ritmos distintos. España ahora con pleno

derecho da muestras de haber dejado su puesto de furgón de cola que señalará Machado

y parafraseara Goytisolo. Latinoamérica ocupa desde su independencia este lugar. Un

lugar “excéntrico, pobre, disonante” (Paz, 1979: 43), que muestra mayores logros y una

mayor consolidación y continuidad, una mejor aceptación de la tradición que fundan sus

propias obras, en el campo artístico y cultural que en el campo social y político; lleno,

éste último, de contradicciones y fracasos y guiado por una idea mal entendida de

progreso, de querer borrar su tradición y su pasado, dejando a cada paso un vacío difícil

de solucionar, fruto una discontinuidad histórica que no permite una reconciliación, una

asimilación de su propia historia, la cual empezaría por su propio conocimiento. Se trata

entonces, a partir de este retraso de dos siglos, tanto de España como de América

Latina, a pesar de la disonancia, la excentricidad y la pobreza de ésta última, de

construir una tradición crítica sólida a través de la integración de los saberes que

conforman este pensamiento ilustrado, y que es posible por la intercomunicación del

mundo moderno y, de forjar, a su vez, un espacio de tolerancia como base de una

cultura política democrática de una sociedad incluyente, que permita el respeto y

reconocimiento del Otro, que desde una alteridad constituyente. La literatura y la crítica

literaria no son ajenas a este proyecto, en el que un primer paso estaría dado por la

configuración de unas obras que, recogiendo el legado de la modernidad ilustrada,

aúnen el afán de reflexión y de creación, de ser a la vez literatura crítica y crítica poética

(Cfr. Goytisolo, 1978: 92).

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Juan Goytisolo encuentra en la obra ensayística y poética de Octavio Paz tanto

un interlocutor válido con quien establecer un diálogo a través de su obra, como un

precursor en el proyecto de construir una tradición crítica en el panorama hispánico de

la literatura moderna. El ensayo “El lenguaje del cuerpo (sobre Octavio Paz y Severo

Sarduy)” gira en torno al libro Conjunciones y disyunciones (1969), Goytisolo muestra

cómo en este libro Paz ahonda en la interpretación de los signos “cuerpo” y “no-cuerpo”

en la cultura occidental; en la problemática del cuerpo y sus manifestaciones en la

cultura, mediante el análisis de su tratamiento en la sociedad burguesa y el mundo

capitalista. Muestra como Paz comprende en su análisis la diversidad de formas de

percibir en cuerpo a través de la historia moderna de Occidente, bien como fruto de la

Reforma, en el mundo anglosajón, o bien como consecuencia de la contrarreforma

católica en el mundo hispánico. Especifica, además, la manera como Paz contrasta estas

dos miradas del mundo occidental con las que se dan en culturas orientales, ya en el

tantrismo, el budismo o el islam, teniendo en cuenta las expresiones artística que en

estos ámbitos diversos representan en el cuerpo de forma afirmativa o lo niegan, como

fuente principal de su reflexión. En este sentido, Goytisolo expone cómo las

observaciones de Paz en relación con la cultura hispánica abarcan tanto la influencia

que tuvo el mundo árabe, con una mirada que no negaba la realidad del cuerpo, ni hacía

abstracción de él ni lo reprimía –tal como se aprecia en el Libro de Buen amor, que

recoge la influencia árabe en el mundo peninsular medieval, tradición que se

interrumpió a partir de La Celestina– y comprenden esa otra tendencia que se expresa a

través de la exacerbación escatológica del cuerpo en la obra de Quevedo. Una tradición

que execrándolo lo culpabiliza, lo soslaya y lo niega (Cfr. Goytisolo, 1977: 173-183).

Goytisolo afirma coincidir plenamente con las apreciaciones del autor de Conjunciones

y disyunciones (1969). Así, ambos escritores, en su intento de situarse en la perspectiva

de un pensamiento moderno, se muestran duramente críticos contra la doctrina

judeocristiana en relación con el cuerpo y sus manifestaciones y, al hacerlo, brindan una

lectura sugerente y llena de interés del libro del Arcipreste de Hita, de la tragicomedia

de Fernando de Rojas y de la obra satírica de Quevedo, al vincularla con los problemas

del mundo contemporáneo. Pero lo más importante es señalar cómo Goytisolo ve en la

obra de Paz los presupuestos para darle continuidad y configurar una tradición crítica en

la cultura hispánica moderna. Los ensayos de poeta mejicano, desde El laberinto de la

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soledad (1950) a Corriente alterna (1967), de El arco y la lira (1956) a Los hijos del

limo (1986), de Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (1982) a Vislumbres de

la India (1995), intentan abarcar los diferentes campos que, en su interrelación,

configuran un saber ilustrado; un saber fundado tanto en la reflexión estética como en la

reflexión política, tanto en un saber antropológico como psicoanalítico; comprendiendo

tanto a la ciencia como a la poesía, la historia de la filosofía como a la historia de las

religiones. Y con la intención de que la literatura –y el saber humanístico que en ella se

funda– no pierda y antes bien despliegue su capacidad cognitiva y crítica de lo humano

y sus realidades. Sin minimizar en este propósito, y ante el desafío que abre su prosa

poética, su convicción de que la lengua española es un vehículo idóneo de pensamiento

–en su caso asistemático y antidogmático– que permite la exploración y el diálogo

continuo con esas distintas corrientes filosóficas, políticas, científicas y de otros órdenes

que inauguran y forjan la modernidad (Cfr. Goytisolo, 1977: 173-174).

En Paz esta pertenencia a la modernidad literaria se da, como el mismo lo

advierte en lo que llama los “casos aislados” (Paz, 1979: 45) de Ortega y Gasset en

España y de Borges en Argentina, a partir de la imposibilidad de separar en sus obras la

reflexión crítica de la creación. Se da a partir de la disolución de los géneros literarios

como uno de los rasgos esenciales de la literatura moderna. Poemas como El mono

gramático (1970) y ensayos como Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe

(1982), son la corroboración palmaria de la disolución de los géneros literarios como la

praxis del poeta culto. Pero, para Goytisolo, Paz logra, además, la pertenencia a la

modernidad literaria por la universalidad de sus reflexiones, al ser capaz de adentrarse

con propiedad en el ámbito de otras culturas, por más distantes y excéntricas que sean,

como lo demuestra su libro Vislumbres de la India (1995). Así, para el autor de

Disidencias (1977), las reflexiones de Paz tienen como fin indagar no sólo en el pasado

y en el presente de la sociedad hispanoamericana y en el lugar de la cultura hispánica

dentro del mundo occidental, con sus contrapunteos y disonancias, en un ejercicio

intelectual para comprender la propia historia como un saber vivo que permite encarar

los desafíos del presente, sino también por su interés en otras culturas, para contrastar

este conocimiento de su propio mundo. A los ojos de Goytisolo los ensayos de Paz

tienen como objeto analizar su cultura a la luz de las otras culturas y ahondar en la

visión comparativa de las diversidades, semejanzas e interrelaciones de los distintos

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fenómenos culturales que conforman el amplio espacio de lo humano. En un análisis

crítico de lo propio y de respeto de lo ajeno; de valoración del mundo cultural al que

pertenece en lo que tiene de loable y de crítica de lo ajeno en los puntos que esta entrañe

(Cfr. Goytisolo, 1999: 282-292).

Sí, como anteriormente se expuso, los principios hermenéuticos que guían la

crítica literaria y cultural de la obra ensayística de Juan Goytisolo, se deducen a partir de

la constatación del hecho de que una cultura es la suma de aportes e influencias de

diversos ámbitos a lo largo de su historia, y de la certeza que la mirada de los demás

forma parte integral del conocimiento de sí mismo, en la obra de Octavio Paz, mediante

la indagación en lo propio y la curiosidad por lo ajeno, en el respeto del otro como

alteridad constituyente, encuentran cumplida aplicación estos principios. Ambas obras,

la de Paz y Goytisolo, establecen un diálogo crítico que permite el re-conocimiento de

las realidades complejas, disonantes y excéntricas de dos ámbitos culturales unidos por

su historia y por su lengua. Sus obras, a ambas orillas del Atlántico, “nos procura esa

mirada exterior, periférica, tendiente al conocimiento global de nosotros mismos”

(Goytisolo, 2002c: 73). Además, los dos escritores están unidos por una idea común de

la literatura, que puede definirse con la imagen del “árbol” de las letras. Para Octavio

Paz la literatura occidental es un sistema de correspondencias, un tejido de obras en la

que unas son consecuencias –y réplicas– de las otras. “Un todo en lucha consigo mismo,

sin cesar separándose y uniéndose a sí mismo, en una sucesión de negaciones y

afirmaciones que son también reiteraciones y metamorfosis” (Paz, 1979: 39). Un

sistema conformado por el conjunto de las obras que permite un diálogo constante entre

ellas, resaltando sus afinidades y diversidades, a través del tiempo y el espacio en un

sentido amplio, como parte inalienable de la historia de la cultura, y que tiene como fin

tratar de responder a las preguntas más urgentes, acuciantes y sinceras de la condición

humana, las que “no cesan de aguijonearnos” (Cfr. Paz, 1982: 7). Para Goytisolo, la

literatura es un corpus, un sistema, el bosque de las letras que abarca la totalidad del

gran tiempo de la cultura de que hablara Bajtin (2003: 346-353). Y que el autor de Don

Julián (1975) define así: “El bosque encantado de las letras: la frondosidad soterrada de

cinco mil años de existencia humana en la que [cada escritor J.F.T.] forjará, con

paciencia y amor, su árbol de la literatura” (Goytisolo, 2004a: 86). La obra literaria será

entonces para él un árbol en medio del bosque de las letras. Participa de esta manera de

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la definición de la literatura como sistema formulada por Shklovski y los formalistas

rusos, según la cual “toda obra literaria se crea en paralelo y oposición a un modelo

cualquiera” (Apud Goytisolo, 1977: 195); como parte integrante de un sistema de

valores y significaciones previos, en el que cada obra constituye un signo diferencial

dentro del sistema y, por lo tanto, para su estudio, no puede ser considerada

aisladamente, como si fuera una creación de la nada o un simple producto del mundo

exterior, sino vinculada y en correspondencia al conjunto donde está inscrita en una

perspectiva dialógica. Por eso para Goytisolo la moral del escritor radica en la relación

que establezca con este bosque de las letras, con el árbol de la literatura, una relación

que exige un conocimiento concienzudo de la tradición a la que se pertenece e implica

una esfuerzo denodado de ruptura –voluntad de estilo– para intentar lograr que la obra

adquiera una singularidad dentro del corpus correspondiente: “la única moral del

escritor (…) será devolver a la comunidad literaria lingüística a la que pertenece una

escritura nueva y personal, distinta en todo caso de la que existía y recibió de ella en el

momento de emprender su tarea” (Goytisolo, 1997a: 112). Y la literatura tendrá para él

como objetivo la búsqueda de ampliar el campo de la visión y la experiencia del ser

humano, de oponerse a todo cuanto reduce sus facultades perceptivas, de oponerse a los

condicionamientos culturales e ideológicos, mitos y lugares comunes que limitan la

capacidad que tiene la palabra para formular sin cesar las preguntas acuciantes propias a

la condición humana.

Y en este paralelo entre lo que es la literatura para Octavio Paz y Juan Goytisolo,

y de su concepción coincidente de lo que entraña la crítica literaria a partir de la

disolución de los géneros, de entender la labor del escritor desde una conjunción de

actividades donde es imposible separar la reflexión de la creación y la poética de la

poesía, es preciso resaltar que las obras de ambos escritores han contribuido a construir

el espacio de la modernidad literaria en el ámbito hispánico, en su doble vertiente

española e hispanoamericana, donde la literatura y el arte, y ante un proceso de

ilustración postergado de siglos, son precisamente un factor de ilustración. El espacio de

una tradición crítica sin la cual las obras de arte no serían las respuestas posibles, nunca

definitivas, a los interrogantes de una comunidad de lectores en el contexto de su

modernidad. De constituir un espacio –físico, social, moral (Cfr. Paz, 1979: 50)– que

permita el conocimiento y la reconciliación entre los miembros de una misma

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comunidad lingüística con su pasado común y la aceptación de sus diferencias. Esfuerzo

crítico que es necesario entender en un doble sentido, porque no se trata sólo de

construir el espacio de la modernidad literaria como una aceptación ciega de lo que

dicha modernidad ha implicado en el transcurso de su historia sino también porque,

dentro de este espacio civilizador y formador inherente a la cultura moderna, la

literatura, en un afán desalienante, se constituye en crítica de un mundo subyugado por

la razón instrumental tecnocientífica, en donde los medios tecnológicos, que han

pretendido poner el mundo al alcance del hombre, han empobrecido, como la otra cara

de la moneda, la experiencia plena de la vida; la que surge a partir de los sentidos, las

emociones, la inteligencia. Y donde, a través de la racionalización de la vida en un

mundo globalizado, la cultura se ha reducido a un producto trivial de consumo masivo,

sometido a las leyes económicas del mercado en la sociedad del espectáculo. Actitud

crítica, entonces, en el más amplio sentido, para crear el espacio formador de la cultura

en la modernidad en el que la literatura, el arte –y la política– puedan desplegarse en un

horizonte cívico y de ilustración y, en un sentido específico, para reconocer la obra

literaria del mero producto editorial; el espacio donde la experiencia individual y

colectiva como expresión del mundo permanezca viva y no sea sustituida por los

estereotipos y clisés de un lenguaje funcional y banal; donde la instrumentalización de

la vida en el mundo moderno no limite el placer de las imaginaciones inverosímiles, en

palabras de Blanco White y su función transgresora.

Desde la perspectiva de resaltar la labor crítica de los ensayos de Octavio Paz,

como fundamento de una modernidad literaria, y de su curiosidad intelectual para

conocer otras culturas y señalar la importancia que este hecho tiene para reconocimiento

del propio entorno cultural, Goytisolo, además del ensayo en mención, “El lenguaje del

cuerpo (sobre Octavio Paz y Severo Sarduy)”, vuelve a interesarse en la obra del

escritor mejicano en el libro Contracorrientes (1985), en el ensayo “Contra el fatalismo

risueño” (Goytisolo, 2005a: 576-586), para insistir en el empeño de Paz de aunar su

rigor crítico con la intuición poética y para mostrar la desconfianza que le asiste hacia la

emergencia de los particularismos, los nacionalismos y mitificaciones históricas en el

mundo contemporáneo, así como para cuestionar la demagogia de los intelectuales de

izquierda en la historia reciente de Hispanoamérica. En el libro El bosque de las letras

(1995), en el ensayo “Sor Juana: Una heroína de nuestro tiempo” (Goytisolo, 1995a: 45-

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69), donde analiza y comenta el libro Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe

(1982), para resaltar no sólo la pasión crítica de Paz como eje vector de su labor poética

y ensayística, sino la mirada interdisciplinar y complementaria con la que se acerca a la

vida y la obra de la escritora mejicana y a la sociedad de su tiempo, y para describir el

drama intelectual que le tocó vivir como mujer ávida de conocimiento en la corte

virreinal de Nueva España. Y en el libro Cogitus interruptus (1999), con el ensayo

“Vislumbres de la India” (Goytisolo, 1999: 282-292), que es un comentario del libro

homónimo de Paz, para reiterar el interés vital del escritor en comprender y asimilar la

compleja cultura del subcontinente asiático en comparación con occidente.

En la segunda parte del ensayo “El lenguaje del cuerpo (Sobre Octavio Paz y

Severo Sarduy)”, Goytisolo encuentra en la obra del escritor cubano Severo Sarduy, una

comunidad y continuidad de intereses con la obra de Octavio Paz, en un diálogo

intertextual que corrobora, a su vez, la idea de la literatura como un sistema de

correspondencias de Paz o como un bosque de las letras en términos de Goytisolo. De

manera concreta, en la equiparación del erotismo y la escritura en los dos escritores

hispanoamericanos. Y así como Blanco White, frente a las ortodoxias y los

dogmatismos históricos y sociales de su época, encuentra un placer desalienador en las

imaginaciones inverosímiles, Goytisolo ve en la obra de Severo Sarduy, siguiendo los

análisis de Paz, la gratuidad del goce de la escritura frente a las coerciones de la cultura

moderna y las políticas ideológicas totalitarias y uniformadoras de los estados

modernos; goce que en su sentir puede equipararse al placer erótico. Y percibe además

un interés de propósitos entre ambos escritores en la curiosidad intelectual que les

despierta el mundo oriental, principalmente, el hinduismo y su influencia en el campo

filosófico y estético. Los ensayos de Juan Goytisolo dedicados a Severo Sarduy, además

del ya mencionado, son: “Severo Sarduy in memoriam (Goytisolo, 1995a: 127-132)”

que, como su nombre lo indica, surge a raíz de la muerte del escritor, en donde hace una

semblanza resaltando su compromiso con la literatura; y “La sinfonía Los adioses”

(Goytisolo, 1995a: 133-139), donde, al igual que el anterior, valora la figura del escritor

cubano y su actitud frente a la vida, y ahonda en las circunstancias que rodearon su

muerte víctima de sida y de cómo esta enfermedad influyó en la redacción de la última

novela del escritor cubano, Pájaros de la playa (1993).

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Por último, es necesario relacionar, asimismo, en este interés de Goytisolo hacia

la literatura hispanoamericana, los ensayos dedicados en el libro Disidencias (1977) a la

obra de Guillermo Cabrera Infante, Carlos Fuentes y José Lezama Lima. Tres tristes

tigres (1967), la novela cumbre de Cabrera Infante es analizada por él a la luz de la

lectura del Quijote. Aquí, Goytisolo (1977a: 193-219) profundiza en las implicaciones

formales, de técnica narrativa que proporcionó la novela cervantina a la literatura

europea como obra precursora del género en la modernidad. Como ya vimos al final del

capítulo “Transgresión erótica y subversión literaria” del presente trabajo, la novela de

Cervantes es un tema recurrente en su obra ensayística de Goytisolo, lo aborda en los

ensayos “Don Quijote, don Juan y la Celestina”, en el libro España y los españoles

(Goytisolo, 2002a: 51-55); “Vicisitudes del mudejarismo: Juan Ruiz, Cervantes,

Galdós”, en Crónicas sarracinas (Goytisolo, 2005a: 266-287), en el ensayo “Cervantes,

España y el Islam” del libro Contracorrientes (Goytisolo, 2005a: 419), es un tema

obligado de su valoración de la obra literaria del último presidente de la República

española en El lucernario. La pasión crítica de Manuel Azaña (2004), está disperso a lo

largo de los ensayos que conforman Cogitus interruptus (1999) y le dedica todo un

capítulo del libro Contra las sagradas formas (2007), titulado “El universo de la

Mancha”. Entre otras razones, su interés por Cervantes le permite explicar su propia

obra, su inclinación consciente o inconsciente a cervantizar, como sucede en Don Julián

(1970), cuando el personaje principal profana el canon de la literatura española en un

acto simbólico destrucción, al introducir moscas muertas entre las páginas de algunos de

sus libros más representativos de la biblioteca pública de Tánger, episodio que compara

con el escrutinio de la biblioteca de don Quijote por el cura y el barbero (Goytisolo,

2004b: 137-147), así como le permite ahondar en la influencia de Cervantes en la

novela moderna.

En el ensayo “Lectura cervantina de Tres tristes tigres”, Goytisolo señala la

huella de Cervantes en la obra de Fielding, Sterne, Diderot, Gogol, Dickens y Flaubert.

Y con el apoyo teórico de los formalistas rusos, que entienden la literatura como un

sistema en conexión y correspondencias (Goytisolo, 1977: 194), analiza la importancia

e innovación que adquiere para la literatura y la novela a partir del Quijote el ámbito

intertextual, entendido como la presencia de textos anteriores –perfectamente

individualizables– en un texto determinado (Cfr. Segre, 1985: 94). Así, como analizar la

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diversidad de recursos técnicos que la novela cervantina brinda, el juego especular de

relatos dentro de la novela, los intrincados niveles de narración, la participación del

autor dentro de la historia, su discurso autoreferencial, el hecho de intercalar como un

todo inseparable la crítica y la creación; y ahondar asimismo en la necesidad de una

participación activa por parte del lector para desentrañar los diferentes niveles de

sentido del texto. Todos los elementos que constituyen la novela contemporánea y que

son para Goytisolo (1977: 196) la demostración irrefutable que Cervantes no era un

escritor lego y que, por el contrario, conocía muy bien el arte de escribir y tenía una alta

conciencia de su oficio, del valor y la originalidad de la obra literaria. Y, luego, a partir

de estos elementos, Goytisolo analiza la novela Tres tristes tigres (1967) de Cabrera

Infante. Obra en la que de manera perceptible se entabla un diálogo intertextual con el

Quijote y en la que es necesaria la participación activa del lector para reconstruir los

episodios que el autor presenta de manera fragmentaria y deshilvanada; muestra así el

ensayista cómo la literatura hispanoamericana con posterioridad a la obra de Borges

recoge y reelabora de manera original la herencia de Cervantes. En un ensayo posterior,

“Las últimas noches de Pompeya” (Goytisolo, 1999: 272-276) del libro Cogitus

interruptus (1999), somete a Tres tristes tigres (1967) a la prueba de la relectura, pero

en esta oportunidad no para resaltar la lección de Cervantes, sino para señalar lo que él

considera el logro más importante de la escritura de Cabrera Infante, la presencia de la

oralidad, del lenguaje coloquial cubano en la novela, mediante el cual le confirió a la

palabra escrita la fuerza de la palabra viva; para resaltar los juegos de palabras que

caracterizan la obra del escritor cubano y que permiten una multiplicidad de

asociaciones de sentido. A través del recurso a la oralidad y a la cultura popular el

escritor cubano exhibe, para Goytisolo, la riqueza expresiva del español en América.

En otro de los ensayos de Disidencias (1977), bajo la misma perspectiva abierta

por Octavio Paz sobre la importancia de la crítica para configurar el espacio de la

modernidad literaria en el ámbito hispánico, Goytisolo (1977: 221-256) se enfrenta de

igual forma a la obra del escritor mejicano Carlos Fuentes, en el ensayo titulado Terra

nostra (1975). Goytisolo y Fuentes mantienen un vínculo intelectual a través de los

años, a partir de sus afinidades electivas, de su concepción común de la literatura como

diálogo intertextual en el que se disuelven las fronteras entre los géneros, en el que se

aúna crítica y creación; y a través de sus posiciones ideológicas comunes, frente a la

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interpretación de la historia, la política y el papel del escritor, como conciencia cívica

independiente en el mundo contemporáneo. Así, Carlos Fuentes ha dedicado varios

ensayos a la obra de Goytisolo, entre los que se destacan: “Juan Goytisolo: La lengua

común”, en el libro La nueva novela hispanoamericana (1972); “Juan Goytisolo y el

honor de la novela”, en el libro Geografía de la novela (1993), y “Juan Goytisolo: El

encuentro con el otro” que hace parte del libro Tradición y disidencia (2002) –libro en

el que se recogen una serie de conferencias de Goytisolo en la cátedra Alfonso Reyes

del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey en ese mismo año–.

Fuentes resalta en sus ensayos la labor iconoclasta que entraña la obra literaria de

Goytisolo, su idea de la cultura como un encuentro con el Otro, configurándose a través

del aporte e influencias de otros ámbitos culturales, y resalta el interés de Goytisolo de

devolverle a la comunidad lingüística y literaria hispano hablante un lenguaje vivo,

recobrando la tradición de los clásicos españoles (Cfr. Fuentes, 2003: 9-12). Intereses y

preocupaciones que son comunes a los escritores hispanoamericanos que se plantean los

mismos problemas en la definición de las identidades nacionales latinoamericanas con

la confianza en la capacidad creativa del lenguaje y la imaginación literaria para sortear

este tipo de dilemas. Para Fuentes el gran mérito de Goytisolo como escritor, es

posibilitar –en lo que se podría denominar el objetivo de una pragmática discursiva en

el proceso semiótico de comunicación literaria– el encuentro con el Otro “gracias a la

verbalidad narrada” (Fuentes, 2003: 11). En sus novelas, según el escritor mejicano, la

técnica y el contenido se asocian porque “el yo autoral, que es el yo personaje, se unen

(se funden, se solidarizan) en el narrador, que es el autor-más-los-personajes” (Fuentes,

2003: 11). Es decir, en el tratamiento literario de las voces narrativas en las novelas de

Goytisolo, las conciencias individuales se diluyen en un entramado ideológico

discursivo en conflicto, que permite el reconocimiento de la voz del Otro, de ese Otro

histórica y socialmente excluido que, en el proceso de oposiciones actanciales al interior

de los textos, termina imponiéndose; lo cuan exige, por lo tanto, según la opinión de

Fuentes, la participación activa del lector para oír la alteridad de esta voz como parte de

sí mismo105.

105 Basta recordar, a manera de ejemplo, el final emblemático de la novela Juan sin tierra, donde en caracteres arábigos esta voz que, en términos de Fuentes, es la voz del narrador que es el autor-más-los-personajes, exclama: “Los que no comprendéis/ dejad de seguirme/ nuestra comunicación ha terminado/ estoy definitivamente al otro lado/ con los parias de siempre/ afilando en cuchillo” (Goytisolo, 1994:

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De manera recíproca Goytisolo se interesa en la obra narrativa de Carlos Fuentes

y observa un paralelo con su mismo proyecto literario, en el afán de registrar a través

del trabajo narrativo las voces de una comunidad históricamente excluida. En el ensayo

del libro Disidencias (1977), “Terra nostra”, Goytisolo (1977: 221-256), opera con la

misma metodología analítica que utiliza en su acercamiento a las otras obras literarias

de las que se ocupa en este libro; y por este hecho, se constituye en uno de los más

logrados ensayos del conjunto de su obra crítica. Esta metodología consiste en apoyarse

en dos herramientas teóricas: la teoría literaria, las consideraciones para el estudio de la

obra literaria de los formalistas rusos –la obra como signo diferencial dentro del sistema

de la literatura, entendida como un todo, que es necesario analizar mediante sus

conexiones y correspondencias– y la historiografía e interpretación de la historia de la

cultura española a partir de la obra de Américo Castro –la valoración de la importancia

de la coexistencia intercastiza entre judíos, moros y cristianos como elemento

fundamental para la comprensión de la occidentalidad matizada de España, las

implicaciones de la expulsión de los judíos y los moriscos y del mundo de los conversos

en una Edad Conflictiva, la Conquista de América como empresa evangelizadora y la

incidencia de estos hechos en la formación de la conciencia colectiva española–. En el

caso concreto de la novela de Fuentes, a partir de estas dos perspectivas teóricas,

Goytisolo se ocupa primero de la recensión de la novela en el momento de su

publicación por parte de la crítica, para desvirtuar los lugares comunes en los que cae

por lo general una crítica ideológica de la literatura –al prescindir de la obra y centrarse

en las opciones políticas del escritor (Goytisolo, 1977: 222)–, y para defender a Terra

nostra (1975) de la incomprensión de los críticos y orientar a los lectores

proporcionándoles elementos de análisis. En este sentido, como un segundo paso, entra

a examinar la complejidad de la estructura narrativa de la novela, a establecer las

conexiones formales con el corpus de la literatura en lengua castellana y de manera

principal a señalar sus vínculos con la tradición que abre el Quijote, como obra cimera

del género en la modernidad; luego, pasa a analizar la génesis de la novela, la situación

del contexto histórico desde una perspectiva sincrónica en la que se inscribe la gestación

de la obra, y a desentrañar su trama, ahondando en la enciclopedia cultural y ámbito

intertextual manejado por el escritor; por último, ofrece su interpretación de la novela. 261)… Afilando el cuchillo, expresión que entendemos como la representación simbólica de la palabra. Así, el estilo, estilete, punzón, “el cuchillo” es el arma del escritor.

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Terra nostra (1975) es, a su vez, una explicación ficcional, “lúcida y cruel” (Goytisolo,

1977: 229), de la historia de España y de su prolongación en el Nuevo Mundo a través

de la Conquista. Así, lo importante en el ensayo sobre Terra nostra (1975) es mencionar

las relaciones que Goytisolo establece entre la Historia y la literatura, entre la ficción y

la interpretación histórica. A partir de las cuales se puede deducir que la historia es, a

través de un manejo serio de la información, fuente de la literatura y que la literatura,

mediante la intuición creativa del escritor, en el tratamiento del tema, es una base

importante para la interpretación histórica. La literatura no sólo llena los vacíos

históricos, documentales, allí donde no los hay (como sucede en el contexto

latinoamericano frente al conocimiento del mundo pre-hispánico, debido a la

expoliación y destrucción que implicó la Conquista y por el consiguiente vacío histórico

que generó), sino que es también una herramienta imprescindible para la interpretación

histórica, al relativizar los puntos de vista sobre los hechos que pretenden erigirse como

verdades absolutas, desde la perspectiva de una historia oficial excluyente. Tal es la

función que representa, para Goytisolo, Terra nostra (1975). Considera así que la

perspectiva de Carlos Fuentes, que se desprende de los sucesivos y diferentes enfoques

de la narración, está influenciada por las ideas de Américo Castro sobre la trascendencia

de lucha intercastiza, lo que significó la expulsión de los judíos y árabes y la Conquista

como gesta imperial y evangelizadora para la conformación de la conciencia nacional

española. Pero, sin negar este hecho –la influencia de Castro– en el caso específico del

panorama cultural hispanoamericano, Fuentes recoge las lecciones sobre las relaciones

entre la historia y la literatura que ya habían sido expuestas desde principios del siglo

diecinueve, dentro del proceso de independencia política y de autonomía cultural de

América Latina por Andrés Bello. Para este maestro e intelectual venezolano, la

narración literaria sirve contra la desmemoria de la historia, cubriendo sus silencios y

olvidos. En su ensayo “Modo de estudiar la historia”, Bello sostuvo precisamente que la

literatura no sólo era fuente de la historia, sino que a través de la narración ficcional se

ayudaba a la formación de una conciencia nacional allí donde los datos históricos no

existían, como era el caso de América Latina frente a su pasado precolombino; plantea

que:

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Cuando la historia de un país no existe, excepto en documentos incompletos y

desperdigados, en vagas tradiciones que deben ser compiladas y juzgadas, el método

narrativo es obligatorio. Reto al incrédulo a que mencione una historia general o

particular que no haya comenzado así (Bello, 1966: 48).

Con esta manera de formular el problema, Bello confiaba en que la narración

literaria podía postergar las explicaciones e interpretaciones hasta que se conociera

todos los hechos, y aun hacerlo de manera indefinida. La “autonomía cultural de

América”, su método para estudiar la historia en este contexto, significaba precisamente

considerar la libertad que brinda la literatura para rellenar los vacíos epistemológicos de

una historia “científica”. Así, insistía también en prevenir a los estudiosos de la historia

de una “servilidad excesiva a la ciencia de la civilizada Europa” (Bello, 1966: 48),

porque para el intelectual latinoamericano, no se trataba sólo de aprovechar los modelos

de la cultura europea, sino de afirmar la independencia de su pensamiento. La lección

filosófica que debe extraerse de esta metodología de la historia expuesta por Andrés

Bello, cuya tradición se mantiene viva a través de la novelística hispanoamericana,

especialmente con la obra de Carlos Fuentes, es la función cognitiva de la literatura, el

hecho indiscutible de que una civilización se conoce a partir de su cultura, de su

literatura (Cfr. Bello, 1966: 48-49).

En estas relaciones entre la historia y la ficción literaria, el interés que reviste la

obra de Carlos Fuentes para Goytisolo es mayor si se observa la perspectiva crítica que

brinda la literatura frente a las mitificaciones de la historia oficial; y, en este sentido, se

puede establecer una relación entre la obra del escritor mejicano y el proyecto literario

desmitificador de Goytisolo, a partir de las novelas Señas de identidad (1966), Don

Julián (1970) y Juan sin tierra (1975). En dos ensayos posteriores del libro El bosque

de las letras (1995), “Las dos orillas de Carlos Fuentes” (Goytisolo, 1995a: 71-84) e

“Historia de una lectura” (Goytisolo, 1995a: 85-91), analiza los relatos del libro El

naranjo o los círculos del tiempo (1993) de Fuentes. En especial, la primera narración

de ésta obra, “Las dos orillas” (Fuentes, 1993: 9-60). El argumento de este relato se

sitúa en el amplio marco de las “imaginaciones inverosímiles” que propusiera Blanco

White y de la libertad que brinda la literatura frente a las interpretaciones históricas, así

como en el contexto de la concepción de la función de la literatura que Goytisolo define,

siguiendo a los formalistas rusos, como la factibilidad de convertir “en posibilidades del

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discurso las imposibilidades del referente” (Goytisolo, 1995a: 79). El relato de Fuentes

se erige en contra de la historia, explora las posibilidades de lo qué habría pasado si ésta

hubiera seguido un curso distinto al de sus acontecimientos fácticos. La intención de

Fuentes es devolverle la “voz” a los vencidos en el proceso de la conquista, a los indios

que conformaron las civilizaciones pre-hispánicas, a los aztecas y mayas. A través de

unos sucesos contados en un orden cronológico inverso, consecuente con la ruptura que

propone, narrados por un muerto, por una voz fantasmal, plantea la contraconquista de

España. Así en su relato, los guerreros indígenas ayudados por un traductor traidor de

Cortés –Jerónimo de Aguilar– vencen a los conquistadores españoles y se dirigen luego

a la Península, desembarcan en Cádiz, y en medio del asombro más absoluto (el mismo

que tuvieron los indios precolombinos frente a la llegada de los españoles), se van

tomando los templos de Cádiz a Sevilla y una vez derrotados los nativos edifican, con

las piedras de la Giralda, un templo de “las cuatro religiones, inscrito con el verbo de

Cristo, Mahoma, Abraham y Quetzalcóalt, donde todos los poderes de la imaginación y

la palabra tendrían cupo, sin excepción” (Fuentes, 1993: 54). La ficción de Carlos

Fuentes pretende también resaltar, en consecuencia, el hecho de que nadie salió ileso de

la empresa del descubrimiento y la conquista:

Ni los vencidos, que vieron la destrucción de su mundo, ni los vencedores, que

jamás alcanzaron la satisfacción total de sus ambiciones, antes sufrieron injusticias y

desencantos sin fin. Ambos debieron construir un nuevo mundo a partir de una derrota

compartida. (Fuentes, 1993: 13)

Como se puede observar las coincidencias del relato “Las dos orillas” con la

empresa del protagonista de Don Julián (1970), saltan a la vista, invertir la historia en

un afán de desquite simbólico que incluye la mirada desde la otra orilla; el

reconocimiento de un Otro históricamente excluido como parte vital en la conformación

de la singularidad del mundo hispánico. Y, frente a la narración de Carlos Fuentes,

Goytisolo llama la atención sobre un hecho especial, el único que posibilita, en su

criterio, la reconciliación de las contradicciones, fracasos y frustraciones de la historia

compartida por ambos lados del Atlántico y que permite “imaginar” la posibilidad de un

mundo mejor: el enriquecimiento del idioma a partir del proceso de transculturación del

mundo hispánico en el continente americano. Así, la historia que permite convertir las

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imposibilidades del referente en posibilidades del discurso, que permite el

reconocimiento del Otro y sus diferencias en el contexto del nuevo mundo, sólo puede

ser narrada con las palabras del idioma castellano. El narrador-personaje de la historia

de Fuentes lo expresa así:

La lengua española ya había aprendido, antes, a hablar en fenicio, griego, latín,

árabe y hebreo; estaba lista para recibir, ahora, los aportes mayas y aztecas, para

enriquecerse con ellos, enriquecerlos, darles flexibilidad, imaginación, comunicabilidad

y escritura, convirtiéndolas todas en lenguas vivas, no lenguas de imperios, sino de los

hombres y sus encuentros, contagios, sueños y pesadillas también. (…) mi única

certeza, ya lo veis, es que la lengua y las palabras triunfaron en las dos orillas (Fuentes,

1993: 57-59).

A partir de la lectura que Goytisolo hace de la obra de Carlos Fuentes se deduce

que este último concibe la creación literaria como una reivindicación contra las ofensas

de la historia, concibe el estilo como política, según nuestro análisis expuesto en el

capítulo anterior “Mudejarismo y mitopoiesis”, a partir de una fórmula deleuziana. En

los ensayos que conforman el libro Cogitus interruptus (1999), Goytisolo vuelve sobre

la obra del autor de Terra nostra (1975), en los textos “A propósito de Aura y

Cumpleaños” (Goytisolo, 1999: 255-265) y “Cristóbal Nonato o el auto sacrílego-

mental” (Goytisolo, 1999: 266-271), para afirmar la idea de la literatura como un

sistema de correspondencias y rupturas, como un diálogo intertextual, definido con la

metáfora del árbol de la literatura:

Carlos Fuentes tanto en Terra nostra como en Cristóbal Nonato, instalado en el

centro de la biblioteca ideal o museo imaginario de todas las literaturas del mundo,

busca ante todo la constelación de sus antepasados, el árbol genealógico de sus parientes

ilustres. El maravilloso diálogo del autor con el árbol se llevará a cabo sin tener en

cuenta los gustos y criterios de la época, abarcará el pasado como el presente, descubrirá

semillas de modernidad en los mal llamados siglos oscuros, ahondará en las raíces del

tronco y su conexión con diversas culturas (Goytisolo, 1999: 268-269)

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Al caracterizar de ésta manera la poética de Carlos Fuentes está exponiendo su

propia idea de lo qué es para él la literatura, demarcando la pertenencia de la creación

literaria al gran tiempo de la cultura definido por Bajtin (2003: 346-353). Y asimismo

traza sus lazos de parentesco con la literatura hispanoamericana contemporánea, unida

por un pasado, una manera de interpretar la historia y una sensibilidad común. Una

literatura que él define a partir de su capacidad fabuladora –en la senda abierta por

Cervantes–, de su voluntad de recatar y actualizar el idioma, de disolver los límites de

los géneros y las fronteras entre creación y crítica. En esta misma perspectiva se

inscribe, por consiguiente, su lectura de la obra de José Lezama Lima, el último escritor

dentro de este grupo que hemos señalado del que también se ocupa en su ensayística a

partir del libro Disidencias (1977), con el ensayo “La metáfora erótica: Góngora,

Joaquín Belda y Lezama Lima”(Goytisolo, 1977: 257-285)106. Este ensayo es una

orientación para la lectura de la novela Paradiso (1968) y para la comprensión de la

importancia del alcance literario de esta novela. Goytisolo examina la novela con un

procedimiento metodológico similar al que ya hemos mencionado en relación con la

novela Terra nostra (1975) de Carlos Fuentes. Comienza desvirtuando la recensión

crítica de la obra para exponer sus juicios de forma polémica. Luego pasa a un análisis

formal de la novela, clasifica el empleo de los tropos en la obra de Lezama, la función e

importancia que representan en su estructura narrativa la metáfora para crear la imagen

de una visión del mundo mitopoiética a partir del universo cultural del escritor; e

interpreta el proyecto literario de Lezama en la tradición que fundara Góngora. El autor

de Soledades “es la presencia absoluta de Paradiso: todo el aparato discursivo de la

novela, tan complejo, no es más que una parábola cuyo centro –elíptico– es el

culteranismo español” (Goytisolo, 1977: 268). Asimismo explica la transgresión de

géneros que hay en la novela, cómo la poesía y la narración se funden en el fluir de la

palabra, para finalmente comparar el tratamiento del erotismo que hay en el texto, al ser

una novela de formación, contraponiéndola al escritor español de novelas “verdes” de

comienzos del siglo XX, Joaquín Belda, y concluir que en el manejo elusivo del tema a

través de la metáfora se enriquece no sólo el lenguaje literario sino el ámbito

106 Es necesario anotar, dentro de esta aproximación a la presencia de la literatura hispanoamericana en los ensayos de Goytisolo, que en el libro El bosque de las letras (1995) hay también dos ensayos dedicados al escritor cubano Reynaldo Arenas y al argentino Manuel Puig, pero se trata más de dos semblanzas a partir de sus muertes que de análisis de sus obras, razón por la cual no los incluimos de un manera más detallada en nuestro estudio.

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imaginativo que en el proceso de comunicación literaria el autor comparte con el lector.

Para Goytisolo (1977: 284), el diálogo intertextual entre la poesía de Góngora y la

novela Paradiso (1968) de Lezama Lima desempeña en el ámbito literario de habla

hispana una función similar a la de Joyce con la literatura inglesa del siglo XX y es, por

consiguiente, de una importancia trascendental:

Unido al redescubrimiento por Borges del prodigioso juego literario cervantino,

[Paradiso, J.F.T.] es la demostración válida de que, tras un eclipse de más de tres siglos,

la novela en lengua castellana ha hallado la encrucijada perdida, la conjunción

imprevista de su resurrección: la que a su manera ejemplariza Góngora y Cervantes –

audaz incursión en la realidad del mundo que misteriosamente se transmuta en aventura

del proceso creativo del escritor– (Goytisolo, 1977: 284).

La dimensión del trabajo creativo y de la importancia del lenguaje literario que

entraña la obra de Lezama Lima, excede los límites de una concepción esteticista del

arte y la creación literaria, es la afirmación del valor de la literatura en el mundo actual,

signado por el desarrollo incontrolado de la razón instrumental y la tecnociencia, por los

fundamentalismos nacionalistas y los dogmatismos excluyentes, por la cosificación

globalizante del mercado, por la trivialización de la cultura. Así lo corroborará

Goytisolo en un ensayo posterior, “¿Un mundo sin contemplativos ni poetas?”, del libro

El bosque de las letras (1995), dedicado a la otra novela del escritor cubano, Oppiano

Licario (1977), donde se deduce que la palabra poética, tanto para Lezama Lima como

para Goytisolo, tiene una función reintegradora de lo humano:

Si nuestra época ha alcanzado una interminable fuerza de destrucción, hay que

hacer la revolución que cree una interminable fuerza de creación, que fortalezca los

recuerdos, que precise los sueños, que corporice las imágenes, que le dé el mejor trato a

los muertos, que le dé a los efímeros una suntuosa lectura de su trasparencia,

permitiéndoles a los vivientes una navegación segura y corriente por ese tenebrario

(Lezama, 1983: 84).

Es difícil encontrar una mejor definición de la función de la poesía que en la

anterior cita del poeta cubano, en donde la ética se conjuga en una visión estética de la

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vida y el arte, y que define de paso la concepción poética del mismo Goytisolo. Éste, a

través de sus ensayos literarios, a partir de la valoración que hace del panorama literario

hispanoamericano, con su concepción de la literatura como un árbol de las letras, como

un sistema de correspondencias, en conexión con diversas culturas, está orientando al

lector para comprender a los clásicos de la literatura española desde la perspectiva

acuciante del presente; y en su empeño de construir una tradición crítica en la

modernidad hispánica, propiciar la reconciliación con un pasado común fundado en la

lengua y la literatura, de Góngora a Lezama, de Cervantes a Borges.

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A MANERA DE CONCLUSIÓN:

Cabe al final, a pesar de la resistencia a culminar la tesis, apartarse del autor. Al

menos en un punto. En el ensayo modélico tanto desde la perspectiva de la agudeza de

su análisis crítico como del cuestionamiento radical del tradicionalismo hispánico,

dedicado a rehabilitar la figura de José María Blanco White, Juan Goytisolo llega a la

siguiente convicción al pretender dar cuenta de la inquietud intelectual que animó la

vida del polémico exiliado español: “La única conclusión posible de un hombre dotado

de espíritu crítico (…) es que no puede llegar honestamente a ninguna conclusión”

(Goytisolo, 1972: 20). La misma certeza tiene cuando evalúa desde la distancia la

ingente labor de su maestro Américo Castro, en el ensayo “Supervivencias tribales en el

medio intelectual español”, de su libro Disidencias (1977):

(…) el valor de un trabajo científico no puede reducirse en modo alguno a su

resultado final: su fecundidad verdadera radica igualmente en sus tanteos, los cambios

de rumbo, las direcciones brevemente apuntadas, los grados sucesivos de elaboración.

Únicamente los dogmáticos de toda laya (…) aspiran a un sistema de conclusiones y

fórmulas acabadas y perfectas; no el espíritu investigador que busca en la obra de sus

predecesores las pistas, orientaciones, impasses, dificultades, descubrimientos,

sugerencias que le permitan caminar más tarde por su propio pie (Goytisolo, 1977: 146).

Pero ya no es el momento de escudarse en las premisas y en la honestidad

intelectual del autor para evadir poner punto final a la escritura de la tesis. A pesar de la

resistencia, se impone una conclusión.

La lectura de los ensayos literarios de Juan Goytisolo nos advierte sobre el valor

insoslayable de la literatura frente a un mundo en un incontrolado proceso de

deshumanización, del significado humanista de la literatura –por encima de cualquier

debate posmoderno– para resistir a la creciente desolación del ser humano. Nos

advierte, además, de la importancia que entraña el esfuerzo de construir una tradición

crítica que cuestione los valores y costumbres derivados de las tutelas institucionales y

dogmáticas, y que son consecuencia de la aceptación de verdades históricas

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incontrovertibles y de sus mistificaciones. Su lectura nos señala la trascendencia que

tiene la configuración de una tradición crítica que atenúe la discontinuidad histórica y

cultural del mundo hispánico a ambas orillas del Atlántico, comprendiendo las obras de

los escritores e intelectuales que han sido marginados por el prurito nacionalista de las

conciencias bien pensantes a lo largo de la historia. Sin el conocimiento de esta

tradición crítica, es imposible lograr un adecuado conocimiento de sí mismos en tanto

conciencia colectiva y cualquier propósito literario resulta irrelevante.

Desde el primer libro de ensayos de Goytisolo, Problemas de la novela (1959), a

pesar de la actitud programática del joven escritor y el rechazo posterior del autor de

este libro por sus afirmaciones perentorias y dogmáticas, ese interés por definir las

implicaciones de la literatura frente al mundo y por configurar una tradición crítica, en

este caso, bajo la herencia de la picaresca, ya se hacían evidentes. Luego en su

ensayística de madurez, a partir de El furgón de cola (1967), este propósito se consolida

con una decidida contundencia. Incluso la fórmula como define la génesis de la

literatura, en el ensayo “Tierras del sur”, sirve para da cuenta de ello:

No se me oculta que la obra literaria –la novela, la poesía, el teatro– obedece a

dos coordenadas: la del momento histórico en que se realiza y, asimismo, la de su

evolución en cuanto arte. No se trata de manera alguna de renunciar a una en beneficio

de la otra (Goytisolo, 2005a: 227).

Estas dos coordenadas le impulsan entonces a sustentar sus conocimientos

históricos y teóricos para poder dar cuenta del hecho literario a través de su ensayística.

Para trazar sus vínculos con la historia y la sociedad donde surgen y para tomar

conciencia de su evolución en cuanto arte. Conocimientos históricos que el autor asume,

básicamente, desde la historiografía y hermenéutica de Américo Castro que reinterpretó

el pasado español, confiriéndole pleno valor a su herencia semítica, o sea, a su origen

multicultural y plurireligioso, y concediéndole una importancia decisiva a las

consecuencias que para la historia cultural, social y política de España tuvo la negación

de ésta herencia, la expulsión de los hispanojudíos e hispanoárabes y el drama de los

conversos en una edad conflictiva, signada por la Inquisición y las normas de limpieza

de sangre. En una reflexión que, como ejemplo de honestidad intelectual y tolerancia

del historiador y filólogo de origen granadino, y ante el desastre de la guerra civil y la

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dictadura franquista –con su espíritu nacional-católico– y la desventura del exilio

republicano, pretendía evitar que, con su conocimiento, los errores del pasado se

repitieran en el futuro. La interpretación histórica del pasado español es la que le

permite a Goytisolo conocer la peculiaridad de la conciencia colectiva hispana que es,

sobra decirlo, en ámbito cultural donde está emplazada su obra literaria y se convierte

en trasunto de la misma. La impronta de Américo Castro y su escuela, es fundamental

en su proyecto de construir una tradición crítica que soporte su obra literaria e

intelectual, abarcando en ella esa corriente disidente o extraoficial que ha caracterizado

también la historia de la literatura española desde el siglo XVI y que, con una soberbia

síntesis poética, definió Cernuda en “Bien está que fuera tu tierra”, de su Díptico

español:

Hoy, cuando a tu tierra ya no necesitas,

Aún en estos libros te es querida y necesaria,

Más real y entresoñada que la otra:

No ésa, más aquella es hoy tu tierra.

La que Galdós a conocer te diese,

Como él tolerante de la lealtad contraria,

Según la tradición generosa de Cervantes,

Heroica viviendo, heroica luchando

Por el futuro que era el suyo,

No el siniestro pasado donde a la otra han vuelto. (Cernuda, 1975: 169)

Además la historiografía en la vertiente de Castro, le permite entender la historia

como un proceso de larga duración, en un sentido diacrónico, que incide en esa

coordenada del momento histórico en el que la obra literaria surge y que es importante

conocer para su comprensión plena.

Conjuntamente con este saber historiográfico, a partir de los ensayos de El

furgón de cola (1967), Goytisolo ahonda en la teoría literaria según los lineamientos del

formalismo ruso y el estructuralismo francés, con el objeto de captar la especificidad del

hecho literario y comprender su evolución en cuanto arte, para entender la literatura

como un sistema de correlaciones en el que cada obra guarda relación con el corpus

literario al que pertenece y en el que se manifiesta como signo diferencial.

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Con estos dos postulados, la historiografía y la teoría de la literatura, el autor

emprende una labor de desmitificación de las verdades de la historia asumidas de una

vez y para siempre y, entre ellas, la de una supuesta esencia hispánica por fuera de las

vicisitudes de la historia y del tema de la decadencia nacional como un lugar común que

inhibe cualquier proyecto intelectual; y, a su vez, una crítica del conformismo estético

de su propio grupo generacional, del realismo como la cumbre del arte hispánico y de la

novela social basada en una idea estrecha de realismo. Su proyecto de desmitificación-

creación, así lo llama en el ensayo “Literatura y eutanasia” (Cfr. Goytisolo, 2005a: 70),

se dirige entonces al lenguaje a través del cual se transmiten los mitos, relatos y

leyendas de esa supuesta peculiaridad hispánica milenaria y del lenguaje literario

anquilosado de una tradición castellanista o casticista. Este proyecto de desmitificación

está presente a través de toda su ensayística, como da cuenta en la “Introducción” a su

último libro de ensayos Contra las sagradas formas: “El hilo vertebrador de estos

ensayos tal vez sea el afán de poner en tela de juicio las verdades establecidas de una

vez y para siempre en el ámbito de la historia y la literatura” (Goytisolo, 2007: 7). Pero

alcanza su punto de inflexión en el ensayo “Presentación crítica de J. M. Blanco White”

(1972), y los ensayos recogidos en los libros Disidencias (1977) y Crónicas sarracinas

(1981). El primero es un ejemplo modélico de su proceder analítico y hermenéutico,

obrando contrastivamente, desde una perspectiva del presente, y extrapolando la crítica

intelectual de Blanco del tradicionalismo hispánico para dar cuenta de una problemática

más vasta, a un nivel literario, filosófico y político de la historia reciente de España –

punto en el que reside la importancia de la construcción de una tradición intelectual,

como nos lo recuerda Eduardo Subirats (2005: 17)–, en un ensayo que en muchos

aspectos, metodológicos y temáticos, conserva su actualidad. Los ensayos de

Disidencias (1972), son un ejemplo de recuperación de las altas tradiciones literarias de

la lengua, a partir del tema del erotismo –y de su represión cultural– y de la vigencia de

la novela cervantina y sus repercusiones en la literatura hispanoamericana

contemporánea; además, corroboran la importancia de la interrelación de los postulados

teóricos mencionados, de la historiografía y la teoría literaria, como herramientas de

análisis para dar cuenta del hecho literario en la cultura hispánica, y del proceder

hermenéutico del autor, al obrar contrastivamente desde el actual nivel de

conocimientos. Con Crónicas sarracinas (1981) culmina su proyecto de

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desmitificación, al extender su crítica del discurso tradicional antislámico del campo

hispánico y de la afirmación de una identidad excluyente a la totalidad de la cultura

occidental; además, los ensayos muestran como en su caso se sirve de la reflexión

crítica para explicar su proyecto creador; asimismo, en estos ensayos reafirma una idea

mudéjar y mitopoiética de la literatura y en particular de la novela, una idea amplia y

abierta de la novela, en toda su irreductibilidad y libertad expresiva, sin cortapisas

preceptivas, donde se logre conjugar la crítica y la creación, como en la novela

cervantina, expuesta a los influjos y contactos de todo el acervo universal; y

mitopoiética, en el sentido de combatir los mitos de los discursos identitarios

invirtiéndolos, desde la ficción, sin evadir las contradicciones, ambigüedades y zonas

oscuras que todo proyecto creador trae consigo.

Los ensayos de Contracorrientes (1985), El bosque de las letras (1995), Cogitus

interruptus (1999) y Contra las sagradas formas (2007), son la insistencia reiterativa,

en un sentido positivo, de madurez intelectual, de la temática abordada en su obra

crítica, de El furgón de cola (1967) a Crónicas sarracinas (1981). Si bien en esto

ensayos, su inclinación por estar al día en el discurso de la teoría literaria decrece, sin

dejar de reconocer por ello su importancia como herramienta de análisis, y se acrecienta

su interés por profundizar en el conocimiento de la tradición literaria, siguiendo la

huella de los estudios filológicos de Américo Castro y su escuela. Estos ensayos son la

reafirmación, asimismo, de una idea de la literatura que se enfrenta a la

deshumanización creciente del mundo contemporáneo, contra el tecnocientificismo y la

cultura como espectáculo; de una idea de la literatura como crítica cultural frente a un

mundo homogéneo, frente a los fanatismos nacionalista y la sobredimensión de los

valores crematísticos, del mundo como un Gran Mercado, Tienda o Casino Global.

Además, con esta idea de la literatura como crítica cultural, busca resaltar la

importancia de ahondar en las altas tradiciones literarias de la lengua y de construir una

tradición intelectual crítica que soporte, como lo dijimos al principio de estas

conclusiones, su propio proyecto creador. En este sentido, la afirmación de la

singularidad artística y literaria de España, por su occidentalidad matizada, debido a su

herencia semítica, como lo resalta en El bosque de las letras (1995), es fundamental

para entender el valor humanístico que le confiere a la literatura.

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Pero no podemos reducir los logros de los ensayos literarios de Goytisolo a la

propiedad con que ahonda en la historiografía de Américo Castro y en los postulados de

la teoría literaria, según el formalismo ruso y el estructuralismo francés, con la finalidad

de dar cuenta del contexto histórico-social donde las obras sometidas a su interés surgen

y para comprender su evolución en tanto arte así, por una perspectiva analítica, nuestro

acercamiento haya privilegiado estos puntos. La eficacia de los ensayos literarios de

Juan Goytisolo de configurar una tradición intelectual crítica en el medio hispánico, de

resaltar la singularidad artística y literaria de España, superando la secular lamentación

hispánica, reside en una idea clara de la literatura, que podríamos denominar moderna,

en el sentido de compaginar de una manera ejemplar su exploración creadora,

conformada por su novelística de madurez, de Señas de identidad (1966) a El exiliado

de aquí y de allá (2008), con su actividad crítica. Es esto lo que le permite un

conocimiento directo y profundo del hecho literario.

La riqueza literaria de las novelas de Juan Goytisolo, el valor concedido a las

virtualidades del lenguaje, al “derecho inalienable de la escritura a ser escritura”

(Goytisolo, 1995a: 11), su asimilación temprana del postulado de Roland Barthes de

que: “la obra más ‘realista’ no será la que ‘pinta’ la realidad, sino la que sirviéndose del

mundo como contenido (…) explorará lo más profundamente posible la realidad irreal

del lenguaje” (apud Goytisolo, 2005a: 46), su cala posterior en la novela de Cervantes,

su convicción de que los logros de la novela contemporánea se deben a su impronta

cervantina (Cfr. Goytisolo, 1977: 149), su cervantizar constante a partir de Don Julián

(1970), su conciencia de pertenecer a una cultura rica y dinámica, como es la cultura

hispánica a ambas orillas del Atlántico, afincada en las grandes tradiciones literarias de

la lengua, son lo que le permite al autor un conocimiento pleno del hecho literario y lo

que abren el ámbito y dimensión hermenéutica de su obra crítica. Además los logros de

su ensayística, que permiten una comprensión plena de la singularidad artística y

literaria de España, se debe a un elemento derivado de su actividad creadora, el dominio

de la lengua, su voluntad de estilo, la nitidez y coherencia de sus reflexiones y

argumentaciones. Y en este orden de ideas, se debe también a lo que puede denominarse

la función pragmática de su poiesis ensayística; es decir, la finalidad perseguida por el

autor con sus ensayos literarios. Esta finalidad no es otra que un interés didáctico y

orientador en el más amplio sentido de la palabra. Y se resume en lo ya expuesto, en

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persuadir al lector acerca de la dimensión humanista de la literatura frente a un mundo

en un incontrolado y creciente proceso de deshumanización, y en la urgencia de

configurar una tradición crítica en el contexto de la cultura actual.

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