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1 INSTITUTO DIOCESANO DE CATEQUESIS SAN PÍO X DIÓCESIS DE SAN LUIS UNIDADES I II III - IV y VII DEI VERBUM INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE LA SAGRADA ESCRITURA LECTIO DIVINA SAGRADA ESCRITURA I

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INSTITUTO DIOCESANO DE CATEQUESIS SAN PÍO X

DIÓCESIS DE SAN LUIS

UNIDADES I – II – III - IV y VII

DEI VERBUM

INTRODUCCIÓN A LA LECTURA

DE LA SAGRADA ESCRITURA

LECTIO DIVINA

SAGRADA ESCRITURA I

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CONSTITUCIÓN DOGMÁTICA

DEI VERBUM

SOBRE LA DIVINA REVELACIÓN

PROEMIO

1. El Santo Concilio, escuchando religiosamente la palabra de Dios y proclamándola

confiadamente, hace cuya la frase de San Juan, cuando dice: "Os anunciamos la vida terna, que

estaba en el Padre y se nos manifestó: lo que hemos visto y oído os lo anunciamos a vosotros, a fin

de que viváis también en comunión con nosotros, y esta comunión nuestra sea con el Padre y con su

Hijo Jesucristo" (1 Jn., 1,2-3). Por tanto siguiendo las huellas de los Concilios Tridentino y

Vaticano I, se propone exponer la doctrina genuina sobre la divina revelación y sobre su

transmisión para que todo el mundo, oyendo, crea el anuncio de la salvación; creyendo, espere, y

esperando, ame.

CAPÍTULO I

LA REVELACIÓN EN SÍ MISMA

Naturaleza y objeto de la revelación

2. Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad,

mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el

Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina. En consecuencia, por esta revelación,

Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos, para

invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía. Este plan de la revelación se

realiza con hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas

por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados

por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido

en ellas. Pero la verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por

la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación

Preparación de la revelación evangélica

3. Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres testimonio perenne de sí en

las cosas creadas, y, queriendo abrir el camino de la salvación sobrenatural, se manifestó, además,

personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio. Después de su caída alentó en ellos

la esperanza de la salvación, con la promesa de la redención, y tuvo incesante cuidado del género

humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la salvación con la perseverancia en las

buenas obras. En su tiempo llamó a Abraham para hacerlo padre de un gran pueblo, al que luego

instruyó por los Patriarcas, por Moisés y por los Profetas para que lo reconocieran Dios único, vivo

y verdadero, Padre providente y justo juez, y para que esperaran al Salvador prometido, y de esta

forma, a través de los siglos, fue preparando el camino del Evangelio.

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En Cristo culmina la revelación

4. Después que Dios habló muchas veces y de muchas maneras por los Profetas, "últimamente, en

estos días, nos habló por su Hijo". Pues envió a su Hijo, es decir, al Verbo eterno, que ilumina a

todos los hombres, para que viviera entre ellos y les manifestara los secretos de Dios; Jesucristo,

pues, el Verbo hecho carne, "hombre enviado, a los hombres", "habla palabras de Dios" y lleva a

cabo la obra de la salvación que el Padre le confió. Por tanto, Jesucristo -ver al cual es ver al Padre-,

con su total presencia y manifestación personal, con palabras y obras, señales y milagros, y, sobre

todo, con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos; finalmente, con el envío del

Espíritu de verdad, completa la revelación y confirma con el testimonio divino que vive en Dios con

nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna.

La economía cristiana, por tanto, como alianza nueva y definitiva, nunca cesará, y no hay que

esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo

(cf. 1 Tim., 6,14; Tit., 2,13).

La revelación hay que recibirla con fe

5. Cuando Dios revela hay que prestarle "la obediencia de la fe", por la que el hombre se confía

libre y totalmente a Dios prestando "a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la

voluntad", y asistiendo voluntariamente a la revelación hecha por El. Para profesar esta fe es

necesaria la gracia de Dios, que proviene y ayuda, a los auxilios internos del Espíritu Santo, el cual

mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente y da "a todos la suavidad en el

aceptar y creer la verdad". Y para que la inteligencia de la revelación sea más profunda, el mismo

Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones.

Las verdades reveladas

6. Mediante la revelación divina quiso Dios manifestarse a Sí mismo y los eternos decretos de su

voluntad acerca de la salvación de los hombres, "para comunicarles los bienes divinos, que superan

totalmente la comprensión de la inteligencia humana".

Confiesa el Santo Concilio "que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con

seguridad por la luz natural de la razón humana, partiendo de las criaturas"; pero enseña que hay

que atribuir a Su revelación "el que todo lo divino que por su naturaleza no sea inaccesible a la

razón humana lo pueden conocer todos fácilmente, con certeza y sin error alguno, incluso en la

condición presente del género humano.

CAPITULO II

TRANSMISIÓN DE LA REVELACIÓN DIVINA

Los Apóstoles y sus sucesores, heraldos del Evangelio

7. Dispuso Dios benignamente que todo lo que había revelado para la salvación de los hombres

permaneciera íntegro para siempre y se fuera transmitiendo a todas las generaciones. Por ello Cristo

Señor, en quien se consuma la revelación total del Dios sumo, mandó a los Apóstoles que

predicaran a todos los hombres el Evangelio, comunicándoles los dones divinos. Este Evangelio,

prometido antes por los Profetas, lo completó El y lo promulgó con su propia boca, como fuente de

toda la verdad salvadora y de la ordenación de las costumbres. Lo cual fue realizado fielmente,

tanto por los Apóstoles, que en la predicación oral comunicaron con ejemplos e instituciones lo que

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habían recibido por la palabra, por la convivencia y por las obras de Cristo, o habían aprendido por

la inspiración del Espíritu Santo, como por aquellos Apóstoles y varones apostólicos que, bajo la

inspiración del mismo Espíritu, escribieron el mensaje de la salvación.

Mas para que el Evangelio se conservara constantemente íntegro y vivo en la Iglesia, los Apóstoles

dejaron como sucesores suyos a los Obispos, "entregándoles su propio cargo del magisterio". Por

consiguiente, esta sagrada tradición y la Sagrada Escritura de ambos Testamentos son como un

espejo en que la Iglesia peregrina en la tierra contempla a Dios, de quien todo lo recibe, hasta que le

sea concedido el verbo cara a cara, tal como es (cf. 1 Jn., 3,2).

La Sagrada Tradición

8. Así, pues, la predicación apostólica, que está expuesta de un modo especial en los libros

inspirados, debía conservarse hasta el fin de los tiempos por una sucesión continua. De ahí que los

Apóstoles, comunicando lo que de ellos mismos han recibido, amonestan a los fieles que conserven

las tradiciones que han aprendido o de palabra o por escrito, y que sigan combatiendo por la fe que

se les ha dado una vez para siempre. Ahora bien, lo que enseñaron los Apóstoles encierra todo lo

necesario para que el Pueblo de Dios viva santamente y aumente su fe, y de esta forma la Iglesia, en

su doctrina, en su vida y en su culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella

es, todo lo que cree.

Esta Tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu

Santo: puesto que va creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas, ya por

la contemplación y el estudio de los creyentes, que las meditan en su corazón y, ya por la

percepción íntima que experimentan de las cosas espirituales, ya por el anuncio de aquellos que con

la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad. Es decir, la Iglesia, en el

decurso de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se

cumplan las palabras de Dios.

Las enseñanzas de los Santos Padres testifican la presencia viva de esta tradición, cuyos tesoros se

comunican a la práctica y a la vida de la Iglesia creyente y orante. Por esta Tradición conoce la

Iglesia el Canon íntegro de los libros sagrados, y la misma Sagrada Escritura se va conociendo en

ella más a fondo y se hace incesantemente operativa, y de esta forma, Dios, que habló en otro

tiempo, habla sin intermisión con la Esposa de su amado Hijo; y el Espíritu Santo, por quien la voz

del Evangelio resuena viva en la Iglesia, y por ella en el mundo, va induciendo a los creyentes en la

verdad entera, y hace que la palabra de Cristo habite en ellos abundantemente (cf. Col., 3,16).

Mutua relación entre la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura

9. Así, pues, la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y

compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma divina fuente, se funden en cierto modo y

tienden a un mismo fin. Ya que la Sagrada Escritura es la palabra de Dios en cuanto se consigna por

escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo, y la Sagrada Tradición transmite íntegramente a los

sucesores de los Apóstoles la palabra de Dios, a ellos confiada por Cristo Señor y por el Espíritu

Santo para que, con la luz del Espíritu de la verdad la guarden fielmente, la expongan y la difundan

con su predicación; de donde se sigue que la Iglesia no deriva solamente de la Sagrada Escritura su

certeza acerca de todas las verdades reveladas. Por eso se han de recibir y venerar ambas con un

mismo espíritu de piedad.

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Relación de una y otra con toda la Iglesia y con el Magisterio

10. La Sagrada Tradición, pues, y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la

palabra de Dios, confiado a la Iglesia; fiel a este depósito todo el pueblo santo, unido con sus

pastores en la doctrina de los Apóstoles y en la comunión, persevera constantemente en la fracción

del pan y en la oración (cf. Act., 8,42), de suerte que prelados y fieles colaboran estrechamente en la

conservación, en el ejercicio y en la profesión de la fe recibida.

Pero el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado

únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de Jesucristo.

Este Magisterio, evidentemente, no está sobre la palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando

solamente lo que le ha sido confiado, por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo la

oye con piedad, la guarda con exactitud y la expone con fidelidad, y de este único depósito de la fe

saca todo lo que propone como verdad revelada por Dios que se ha de creer.

Es evidente, por tanto, que la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia,

según el designio sapientísimo de Dios, están entrelazados y unidos de tal forma que no tiene

consistencia el uno sin el otro, y que, juntos, cada uno a su modo, bajo la acción del Espíritu Santo,

contribuyen eficazmente a la salvación de las almas.

CAPÍTULO III

INSPIRACIÓN DIVINA DE LA SAGRADA ESCRITURA

Y SU INTERPRETACIÓN

Se establece el hecho de la inspiración y de la verdad de la Sagrada Escritura

11. Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se

consignaron por inspiración del Espíritu Santo. la santa Madre Iglesia, según la fe apostólica, tiene

por santos y canónicos los libros enteros del Antiguo y Nuevo Testamento con todas sus partes,

porque, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor y como tales se le

han entregado a la misma Iglesia. Pero en la redacción de los libros sagrados, Dios eligió a

hombres, que utilizó usando de sus propias facultades y medios, de forma que obrando El en ellos y

por ellos, escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que El quería.

Pues, como todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, debe tenerse como afirmado

por el Espíritu Santo, hay que confesar que los libros de la Escritura enseñan firmemente, con

fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras que nuestra

salvación. Así, pues, "toda la Escritura es divinamente inspirada y útil para enseñar, para argüir,

para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y equipado para

toda obra buena" (2 Tim., 3,16-17).

Cómo hay que interpretar la Sagrada Escritura

12. Habiendo, pues, hablando Dios en la Sagrada Escritura por hombres y a la manera humana, para

que el intérprete de la Sagrada Escritura comprenda lo que El quiso comunicarnos, debe investigar

con atención lo que pretendieron expresar realmente los hagiógrafos y plugo a Dios manifestar con

las palabras de ellos.

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Para descubrir la intención de los hagiógrafos, entre otras cosas hay que atender a "los géneros

literarios". Puesto que la verdad se propone y se expresa de maneras diversas en los textos de

diverso género: histórico, profético, poético o en otros géneros literarios. Conviene, además, que el

intérprete investigue el sentido que intentó expresar y expresó el hagiógrafo en cada circunstancia

según la condición de su tiempo y de su cultura, según los géneros literarios usados en su época.

Pues para entender rectamente lo que el autor sagrado quiso afirmar en sus escritos, hay que atender

cuidadosamente tanto a las formas nativas usadas de pensar, de hablar o de narrar vigentes en los

tiempos del hagiógrafo, como a las que en aquella época solían usarse en el trato mutuo de los

hombres.

Y como la Sagrada Escritura hay que leerla e interpretarla con el mismo Espíritu con que se escribió

para sacar el sentido exacto de los textos sagrados, hay que atender no menos diligentemente al

contenido y a la unidad de toda la Sagrada Escritura, teniendo en cuanta la Tradición viva de toda la

Iglesia y la analogía de la fe. Es deber de los exegetas trabajar según estas reglas para entender y

exponer totalmente el sentido de la Sagrada Escritura, para que, como en un estudio previo, vaya

madurando el juicio de la Iglesia. Por que todo lo que se refiere a la interpretación de la Sagrada

Escritura, está sometido en última instancia a la Iglesia, que tiene el mandato y el ministerio divino

de conservar y de interpretar la palabra de Dios.

Condescendencia de Dios

13. En la Sagrada Escritura, pues, se manifiesta, salva siempre la verdad y la santidad de Dios, la

admirable "condescendencia" de la sabiduría eterna, "para que conozcamos la inefable benignidad

de Dios, y de cuánta adaptación de palabra ha uso teniendo providencia y cuidado de nuestra

naturaleza". Porque las palabras de Dios expresadas con lenguas humanas se han hecho semejantes

al habla humana, como en otro tiempo el Verbo del Padre Eterno, tomada la carne de la debilidad

humana, se hizo semejante a los hombres.

CAPÍTULO IV

EL ANTIGUO TESTAMENTO

La historia de la salvación consignada en los libros del Antiguo Testamento

14. Dios amantísimo, buscando y preparando solícitamente la salvación de todo el género humano,

con singular favor se eligió un pueblo, a quien confió sus promesas. Hecho, pues, el pacto con

Abraham y con el pueblo de Israel por medio de Moisés, de tal forma se reveló con palabras y con

obras a su pueblo elegido como el único Dios verdadero y vivo, que Israel experimentó cuáles eran

los caminos de Dios con los hombres, y, hablando el mismo Dios por los Profetas, los entendió más

hondamente y con más claridad de día en día, y los difundió ampliamente entre las gentes.

La economía, pues, de la salvación preanunciada, narrada y explicada por los autores sagrados, se

conserva como verdadera palabra de Dios en los libros del Antiguo Testamento; por lo cual estos

libros inspirados por Dios conservan un valor perenne: "Pues todo cuanto está escrito, para nuestra

enseñanza, fue escrito, a fin de que por la paciencia y por la consolación de las Escrituras estemos

firmes en la esperanza" (Rom. 15,4).

Importancia del Antiguo Testamento para los cristianos

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15. La economía del Antiguo Testamento estaba ordenada, sobre todo, para preparar, anunciar

proféticamente y significar con diversas figuras la venida de Cristo redentor universal y la del Reino

Mesiánico. mas los libros del Antiguo Testamento manifiestan a todos el conocimiento de Dios y

del hombre, y las formas de obrar de Dios justo y misericordioso con los hombres, según la

condición del género humano en los tiempos que precedieron a la salvación establecida por Cristo.

Estos libros, aunque contengan también algunas cosas imperfectas y adaptadas a sus tiempos,

demuestran, sin embargo, la verdadera pedagogía divina. Por tanto, los cristianos han de recibir

devotamente estos libros, que expresan el sentimiento vivo de Dios, y en los que se encierran

sublimes doctrinas acerca de Dios y una sabiduría salvadora sobre la vida del hombre, y tesoros

admirables de oración, y en los que, por fin, está latente el misterio de nuestra salvación.

Unidad de ambos Testamentos

16. Dios, pues, inspirador y autor de ambos Testamentos, dispuso las cosas tan sabiamente que el

Nuevo Testamento está latente en el Antiguo y el Antiguo está patente en el Nuevo. Porque, aunque

Cristo fundó el Nuevo Testamento en su sangre, no obstante los libros del Antiguo Testamento

recibidos íntegramente en la proclamación evangélica, adquieren y manifiestan su plena

significación en el Nuevo Testamento, ilustrándolo y explicándolo al mismo tiempo.

CAPÍTULO V

EL NUEVO TESTAMENTO

Excelencia del Nuevo Testamento

17. La palabra divina que es poder de Dios para la salvación de todo el que cree, se presenta y

manifiesta su vigor de manera especial en los escritos del Nuevo Testamento. Pues al llegar la

plenitud de los tiempos el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad.

Cristo instauró el Reino de Dios en la tierra, manifestó a su Padre y a Sí mismo con obras y palabras

y completó su obra con la muerte, resurrección y gloriosa ascensión, y con la misión del Espíritu

Santo. Levantado de la tierra, atrae a todos a Sí mismo, El, el único que tiene palabras de vida

eterna. pero este misterio no fue descubierto a otras generaciones, como es revelado ahora a sus

santos Apóstoles y Profetas en el Espíritu Santo, para que predicaran el Evangelio, suscitaran la fe

en Jesús, Cristo y Señor, y congregaran la Iglesia. De todo lo cual los escritos del Nuevo

Testamento son un testimonio perenne y divino.

Origen apostólico de los Evangelios

18. Nadie ignora que entre todas las Escrituras, incluso del Nuevo Testamento, los Evangelios

ocupan, con razón, el lugar preeminente, puesto que son el testimonio principal de la vida y doctrina

del Verbo Encarnado, nuestro Salvador.

La Iglesia siempre ha defendido y defiende que los cuatro Evangelios tienen origen apostólico. Pues

lo que los Apóstoles predicaron por mandato de Cristo, luego, bajo la inspiración del Espíritu Santo,

ellos y los varones apostólicos nos lo transmitieron por escrito, fundamento de la fe, es decir, el

Evangelio en cuatro redacciones, según Mateo, Marcos, Lucas y Juan.

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Carácter histórico de los Evangelios

19. La Santa Madre Iglesia firme y constantemente ha creído y cree que los cuatro referidos

Evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús Hijo de Dios,

viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el día que fue

levantado al cielo. los Apóstoles,, ciertamente, después de la ascensión del Señor, predicaron a sus

oyentes lo que El había dicho y obrado, con aquella crecida inteligencia de que ellos gozaban,

amaestrados por los acontecimientos gloriosos de Cristo y por la luz del Espíritu de verdad. Los

autores sagrados escribieron los cuatro Evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya

se trasmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas atendiendo a la condición

de las Iglesias, reteniendo por fin la forma de proclamación de manera que siempre nos

comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús. Escribieron, pues, sacándolo ya de su memoria o

recuerdos, ya del testimonio de quienes "desde el principio fueron testigos oculares y ministros de

la palabra" para que conozcamos "la verdad" de las palabras que nos enseñan (cf. Lc., 1,2-4).

Los restantes escritos del Nuevo Testamento

20. El Canon del Nuevo Testamento, además de los cuatro Evangelios, contiene también las cartas

de San Pablo y otros libros apostólicos escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, con los

cuales, según la sabia disposición de Dios, se confirma todo lo que se refiere a Cristo Señor, se

declara más y más su genuina doctrina, se manifiesta el poder salvador dela obra divina de Cristo, y

se cuentan los principios de la Iglesia y su admirable difusión, y se anuncia su gloriosa

consumación.

El Señor Jesús, pues, estuvo con los Apóstoles como había prometido y les envió el Espíritu

Consolador, para que los introdujera en la verdad completa (cf. Jn., 16,13).

CAPÍTULO VI

LA SAGRADA ESCRITURA EN LA VIDA DE LA IGLESIA

La Iglesia venera las Sagradas Escrituras

21. la Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor,

no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la palabra de Dios

como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la Sagrada Liturgia. Siempre las ha considerado y

considera, juntamente con la Sagrada Tradición, como la regla suprema de su fe, puesto que,

inspiradas por Dios y escritas de una vez para siempre, comunican inmutablemente la palabra del

mismo Dios, y hacen resonar la voz del Espíritu Santo en las palabras de los Profetas y de los

Apóstoles.

Es necesario, por consiguiente, que toda la predicación eclesiástica, como la misma religión

cristiana, se nutra de la Sagrada Escritura, y se rija por ella. Porque en los sagrados libros el Padre

que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos; y es tanta la eficacia que

radica en la palabra de Dios, que es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe para

sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual. Muy a propósito se aplican

a la Sagrada Escritura estas palabras: "Pues la palabra de Dios es viva y eficaz", "que puede edificar

y dar la herencia a todos los que han sido santificados".

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Se recomiendan las traducciones bien cuidadas

22. Es conveniente que los cristianos tengan amplio acceso ala Sagrada Escritura. Por ello la Iglesia

ya desde sus principios, tomó como suya la antiquísima versión griega del Antiguo Testamento,

llamada de los Setenta, y conserva siempre con honor otras traducciones orientales y latinas, sobre

todo la que llaman Vulgata. Pero como la palabra de Dios debe estar siempre disponible, la Iglesia

procura, con solicitud materna, que se redacten traducciones aptas y fieles en varias lenguas, sobre

todo de los textos primitivos de los sagrados libros. Y si estas traducciones, oportunamente y con el

beneplácito de la Autoridad de la Iglesia, se llevan a cabo incluso con la colaboración de los

hermanos separados, podrán usarse por todos los cristianos.

Deber de los católicos doctos

23. La esposa del Verbo Encarnado, es decir, la Iglesia, enseñada por el Espíritu Santo, se esfuerza

en acercarse, de día en día, a la más profunda inteligencia de las Sagradas Escrituras, para alimentar

sin desfallecimiento a sus hijos con la divina enseñanzas; por lo cual fomenta también

convenientemente el estudio de los Santos Padres, tanto del Oriente como del Occidente, y de las

Sagradas Liturgias.

Los exegetas católicos, y demás teólogos deben trabajar, aunando diligentemente sus fuerzas, para

investigar y proponer las Letras divinas, bajo la vigilancia del Sagrado Magisterio, con los

instrumentos oportunos, de forma que el mayor número posible de ministros de la palabra puedan

repartir fructuosamente al Pueblo de Dios el alimento de las Escrituras, que ilumine la mente,

robustezca las voluntades y encienda los corazones de los hombres en el amor de Dios.

El Sagrado Concilio anima a los hijos de la Iglesia dedicados a los estudios bíblicos, para que la

obra felizmente comenzada, renovando constantemente las fuerzas, la sigan realizando con todo

celo, según el sentir de la Iglesia.

Importancia de la Sagrada Escritura para la Teología

24. La Sagrada Teología se apoya, como en cimientos perpetuos en la palabra escrita de Dios, al

mismo tiempo que en la Sagrada Tradición, y con ella se robustece firmemente y se rejuvenece de

continuo, investigando a la luz de la fe toda la verdad contenida en el misterio de Cristo. Las

Sagradas Escrituras contienen la palabra de Dios y, por ser inspiradas, son en verdad la palabra de

Dios; por consiguiente, el estudio de la Sagrada Escritura ha de ser como el alma de la Sagrada

Teología. También el ministerio de la palabra, esto es, la predicación pastoral, la catequesis y toda

instrucción cristiana, en que es preciso que ocupe un lugar importante la homilía litúrgica, se nutre

saludablemente y se vigoriza santamente con la misma palabra de la Escritura.

Se recomienda la lectura asidua de la Sagrada Escritura

25. Es necesario, pues, que todos los clérigos, sobre todo los sacerdotes de Cristo y los demás que

como los diáconos y catequistas se dedican legítimamente al ministerio de la palabra, se sumerjan

en las Escrituras con asidua lectura y con estudio diligente, para que ninguno de ellos resulte

"predicador vacío y superfluo de la palabra de Dios que no la escucha en su interior", puesto que

debe comunicar a los fieles que se le han confiado, sobre todo en la Sagrada Liturgia, las inmensas

riquezas de la palabra divina.

De igual forma el Santo Concilio exhorta con vehemencia a todos los cristianos en particular a los

religiosos, a que aprendan "el sublime conocimiento de Jesucristo", con la lectura frecuente de las

divinas Escrituras. "Porque el desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo".

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Lléguense, pues, gustosamente, al mismo sagrado texto, ya por la Sagrada Liturgia, llena del

lenguaje de Dios, ya por la lectura espiritual, ya por instituciones aptas para ello, y por otros

medios, que con la aprobación o el cuidado de los Pastores de la Iglesia se difunden ahora

laudablemente por todas partes. Pero no olviden que debe acompañar la oración a la lectura de la

Sagrada Escritura para que se entable diálogo entre Dios y el hombre; porque "a El hablamos

cuando oramos, y a El oímos cuando leemos las palabras divinas.

Incumbe a los prelados, "en quienes está la doctrina apostólica, instruir oportunamente a los fieles a

ellos confiados, para que usen rectamente los libros sagrados, sobre todo el Nuevo Testamento, y

especialmente los Evangelios por medio de traducciones de los sagrados textos, que estén provistas

de las explicaciones necesarias y suficientes para que los hijos de la Iglesia se familiaricen sin

peligro y provechosamente con las Sagradas Escrituras y se penetren de su espíritu.

Háganse, además, ediciones de la Sagrada Escritura, provistas de notas convenientes, para uso

también de los no cristianos, y acomodadas a sus condiciones, y procuren los pastores de las almas

y los cristianos de cualquier estado divulgarlas como puedan con toda habilidad.

Epílogo

26. Así, pues, con la lectura y el estudio de los Libros Sagrados "la palabra de Dios se difunda y

resplandezca" y el tesoro de la revelación, confiado a la Iglesia, llene más y más los corazones de

los hombres. Como la vida de la Iglesia recibe su incremento de la renovación constante del

misterio Eucarístico, así es de esperar un nuevo impulso de la vida espiritual de la acrecida

veneración de la palabra de Dios que "permanece para siempre" (Is., 40,8; cf. 1 Pe., 1,23-25).

Todas y cada una de las cosas contenidas en esta Constitución Dogmática han obtenido el

beneplácito de los Padres del Sacrosanto Concilio. Y Nos, en virtud de la potestad apostólica

recibida de Cristo, juntamente con los Venerables Padres, las aprobamos, decretamos y

establecemos en el Espíritu Santo, y mandamos que lo así decidido conciliarmente sea promulgado

para gloria de Dios.

Roma, en San Pedro, 18 de noviembre de 1965.

Yo, PABLO, Obispo de la Iglesia católica

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UNIDADES I – II – III - IV

INTRODUCCIÓN

A LA LECTURA DE LA

SAGRADA

ESCRITURA

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SUMARIO

I. . ¿Qué es la Biblia?

1.1. Nombres - Divisiones lógicas

1.2. Canon - Conservación de los Libros Sagrados

1.3. ¿Cómo leer la Biblia? - Utilidad.

II. Revelación Divina

2.1. ¿Qué entendemos por Revelación?

2.2. Fuente de la Revelación

2.3. Naturaleza y proceso de la Revelación

2.3.1. Etapas de la Revelación

2.3.2. Jesús plenitud y cumplimiento de la Revelación

III. Divina Inspiración de la Biblia.

3.1. Carácter distintivo de la Biblia

3.2. ¿Qué es la Inspiración bíblica?

IV. Hermenéutica.

4.1. Los sentidos bíblicos

4.1.1. El sentido Literal - Géneros literarios

4.1.2. El sentido Tipológico

a. Cristo luz de las Escrituras

b. Cristo centro de las Escrituras

c. Cristo objeto de la exégesis espiritual

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13

I.

INTRODUCCIÓN

1. ¿Qué es la Biblia?

“La Biblia o Sagrada Escritura es la colección de libros que, escritos bajo la

inspiración del Espíritu Santo, tiene a Dios por autor y como tales libros

divinos e inspirados han sido entregados a la Iglesia”.1

“La Sagrada Escritura es la Palabra de Dios en cuanto se consigna por

escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo”2

Si queremos entender que son los Libros Sagrados, lo primero que hay que hacer notar es

que esos libros, a diferencia de todos los demás que existen en el mundo, tiene dos características

propias y exclusivas: la primera es que son de origen divino, debido a una acción peculiar que es

la inspiración divina; la segunda es que la Biblia ha sido entregada por Dios a su iglesia como un

sagrado depósito y don divino, que ha de guardar, interpretar y exponer a los hombres para que

éstos, conociendo y amando a Dios en esta vida, puedan recibir la bienaventuranza eterna.

Debemos tener ante la vista que la lectura de la Sagrada Escritura, ademas de darnos un

conocimiento de lo que es Dios en sí mismo, debe producir en nosotros un aumento de amor a Dios

y del prójimo; es más, se puede afirmar que si no se consigue este aumento de caridad no se ha

entendido del todo la Sagrada Escritura: “Todo el que conozca que el fin de la ley es la caridad que

procede de un corazón puro, de una conciencia buena y de una fe no fingida3, prefiriendo el

conocimiento de la divina Escritura a otras cosas, dedíquese con confianza a exponer los libros

divinos. El que juzga haber entendido las divinas Escrituras o alguna parte de ellas y con esta

inteligencia no edifica el doble amor de Dios y del prójimo, aún no las entendió”.4

1.1. Nombres

La Sagrada Biblia ha recibido a lo largo de los años diversos nombres. El mas difundido y

conocido por todos es precisamente este de Biblia, derivado del griego tá bibliá, que significa los

libros, conjunto de libros o biblioteca y expresa la pluralidad de escritos o libros que componen esta

Obra de Dios.

Los diferentes nombres que se la dan a la Biblia nos ayudan a comprender su naturaleza en

cuanto que tales apelativos expresan bajo uno u otro aspecto la identidad de este Libro único y

singular. Entre los principales nombres que señalan su naturaleza mencionamos los siguientes:

*Escritura: se llama así por ser “la Palabra de Dios escrita”5. Esta expresión del concilio

de Trento equivale a esta otra: “Dios es el autor de toda Escritura”como luego diremos.

1Cfr. Concilio Vaticano I ,Dei Filius, cap. 2.

2CVII, Dei Verbum.

3Cfr. Tim 1,5.

4 San Agustín, De doctrina christiana, I, Cap 36,40.

5Cfr. Dz. 1792.

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*Testamento: (en hebreo Berit) es lo mismo que pacto, contrato, o alianza solemne o

también herencia debido a los bienes prometidos por Dios a sus fieles cumplidores. La Biblia es el

testamento o herencia, que Cristo dejó a la humanidad, sellado y garantizado con su Sangre.

Otros nombres: Libros de la Antigua y Nueva Alianza, Antiguo y Nuevo Testamento, Libros

Sagrados, Sagrada Escritura, Libro de Dios, Palabra de Dios, etc.

Divisiones lógicas

Los judíos admiten sólo 39 libros escritos en hebreo, los dividen en la Ley (torah), los Profetas

(nebiin), y Escritos o Hagiógrafos (ketubim).

Los católicos admitimos, para el Antiguo Testamento, estos 39 libros y además otros 7 que

llevan el nombre de Deuterocanónicos (*), y los dividimos según la tradición en:

Pentateuco (5)

Libros Históricos (16)

Libros Sapienciales (7)

Libros Proféticos (18)

Los libros del Nuevo Testamento son 27 y se dividen en:

Los Santos Evangelios (4)

Hechos o Actas de los apóstoles (1)

Epístolas de San Pablo (14)

Epístolas Católicas (7)

Apocalipsis de San Juan (1)

1.2. Canon

Puesto que la inspiración bíblica es una gracia sobrenatural, sólo Dios puede revelar cuáles

son en concreto los libros inspirados por él. La lista de los libros inspirados constituye el Canon

Bíblico. La realidad revelada en el Canon está en la fe de la Iglesia desde sus orígenes Los

testimonios documentales mas importantes que se conservan de esta fe son los decretos del Concilio

de Cartago (alrededor del año 400) y algunos documentos del Magisterio ordinario desde el S. V. El

concilio de Florencia (1441), a su vez recogió esta Tradición de la Iglesia. Esta verdad de fe fue

definida solemnemente por el Concilio de Trento (1546). El concilio Vaticano I (1870) reiteró de

modo solemne la definición de Trento que ha asumido el Concilio Vaticano II.6

El concepto de canonicidad presupone el de inspiración: un libro es canónico cuando

habiendo sido escrito bajo inspiración divina es reconocido y propuesto como tal por la Iglesia. La

Iglesia no define como canónico ningún libro que no sea inspirado. El criterio que ha servido al

Magisterio de la Iglesia para la definición de la canonicidad es la Sagrada Tradición, que arranca de

Jesús y los apóstoles, interpretada con asistencia del Espíritu Santo.(**)

6Cfr. C. V. II, Dei Verbum nº11.

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15

Conservación de los Libros Sagrados

Una vez abordada la pregunta qué es la Biblia y cuáles son los libros que la integran, surge

otra pegunta: ¿qué relación tienen los libros de la Sagrada Escritura que hoy leemos con los

originales que salieron de las manos de los autores inspirados? O en otras palabras: ¿conservan y

reproducen el texto original inspirado?

Advirtamos en primer lugar que no conservamos ningún manuscrito que sea autógrafo, es

decir, salido de las manos de su autor, sino sólo copias directas e indirectas del original. Esta

circunstancia es idéntica a la que se produce con los restantes monumentos literarios de la

antigüedad.

Los libros del AT fueron escritos originalmente en hebreo, a excepción del libro de la

Sabiduría y del II de los Macabeos que lo fueron en griego; también algunos pequeños fragmentos

de otros libros fueron escritos por sus autores en griego o arameo. El NT, en cambio, fue él todo

escrito originalmente en griego, a excepción de la primera redacción de San Mateo, que lo fue en

arameo.

Igualmente lo que se refiere a la fecha de composición, el AT comienza a ser escrito

posiblemente a fines del siglo XIII a.C., y termina a principios del siglo I a.C.: un largo período,

pues, de unos doce siglos. El NT, en cambio fue redactado en el breve tiempo de unos 50 años,

aproximadamente desde el 50 al 100 d.C.

Pues bien, la Biblia, y de modo especial el NT, es sin comparación posibles con cualquier

otro monumento literario de la antigüedad, el mejor y mas abundantemente documentado: como

dato elocuente entre la Biblia y cualquier otra literatura, se puede citar el hecho de que las obras

literarias cumbres de la antigüedad como la Iliada y la Odisea de Homero y algunas obras de

Aristóteles y Platón, que son las que mas manuscritos poseemos, en ningún caso llegan al millar de

copias; es mas solo llegan a algunas decenas y en su mayor parte de la época tardía (entre los S. X y

XV), en cambio, de la Biblia conservamos unos 6.000 manuscritos en las lenguas originales (hebreo

y griego), unos 40.000 manuscritos en antiquísimas versiones (copto, latín, armenio arameo, etc.)

Por esto, la Biblia, además de su autoridad divina, goza también de una verificabilidad

histórico-crítica incomparablemente superior a cualquier obra literaria antigua.

1.3. ¿Cómo leer la Biblia?

“Aquí van a ser leídas las letras no de un señor de la tierra sino del

Soberano de los Ángeles. Si de esta manera nos disponemos la gracia del Espíritu

Santo nos guiará con toda seguridad, llegaremos hasta el mismo trono del Rey y

alcanzaremos todos los bienes por la gracia y el amor de Nuestro Señor Jesucristo,

a quien sea la gloria y el poder, junto con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y

siempre y por los siglos de los siglos. Amén.”7

“Yo creo que el Evangelio es el Cuerpo de Cristo y la Sagrada Escritura su

doctrina. Y aunque las palabras “quien no comiere mi Carne y bebiere mi Sangre”

7 S. Juan Crisóstomo; Homilías sobre el Evangelio de S. Mateo,1.

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pueden entenderse también del misterio, con todo, las Escrituras, la doctrina divina,

son verdaderamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo”8

“La Sagrada Escritura, hay que leerla e interpretarla con el mismo espíritu

con que se escribió, para sacar el sentido exacto de los textos sagrados...”9.

S. Juan Crisóstomo llama a la Sagrada Escritura “Cartas enviadas por Dios a los

hombres”10

. Siendo ellos así lo primero que hemos de tratar al leer la S.E. es fomentar en nosotros

un afán y una ilusión santos por conocer y meditar el contenido de esas cartas divinas. Por eso ya

san Jerónimo exhortaba a un amigo suyo: “Lee con mucha frecuencia las Divinas Escrituras; es

mas nunca abandones la lectura sagrada”11

El CV II “recomienda insistentemente a todos los fieles (...) la lectura asidua de la Sagrada

Escritura para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo (Fil 3,8), pues desconocer a la

Escritura es desconocer a Cristo (S. Jerónimo). Acudan con gusto al texto mismo: en la liturgia, tan

llena de las palabras divinas, en la lectura espiritual (...) Recuerden que a la lectura de la Sagrada

Escritura debe acompañar la oración para que se realice ese diálogo de Dios con el hombre, pues a

Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos las divinas Escrituras (S.

Ambrosio)”12

Para hacer una lectura provechosa hemos de partir necesariamente de la obediencia de la fe

de la única Iglesia de Jesucristo; fe, concretamente, en todo lo que la Iglesia profesa y enseña sobre

el canon de los Libros Sagrados, sobre su inspiración divina, sobre su inerrancia y veracidad, sobre

su historicidad, sobre su autenticidad. Fe, en definitiva en que Dios es el autor principal de los

Libros Sagrados y en que estos contienen la verdad salvadora sin error alguno.

También es necesaria la piedad y santidad de vida para poder entender la Sagrada Escritura.

Para el crecimiento de la inteligencia en la Palabra de Dios escrita, el hombre debe disponerse por la

oración a recibir las luces que nos vienen del Espíritu Santo. Quien lee, medita o estudia la Biblia

debe buscar en la oración asidua, en el trato con Dios, la comprensión de esta Palabra Santa. No

está sólo en la mucha filología, arqueología, sociología, psicología o en cualquier otra ciencia

humana el penetrar los secretos de las divinas letras, sino en el afán por alcanzar la santidad

personal de vida y, por tanto, en la luz de Dios.

Se necesita igualmente la virtud de la humildad que nos haga niños delante de nuestro Padre

Dios. Solo así se cumplirán en nosotros las palabras de Cristo: “Yo te alabo Padre, Señor del cielo y

de la tierra, por que ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes, y se las revelaste a los

pequeños”13

La humildad y piedad se manifestarán en no permitir ni admitir opiniones temerarias que

estén al margen de lo que el magisterio de la Iglesia y la Tradición han enseñado constantemente;

8 S. Jerónimo.

9 CVII, Dei Verbum, nº12.

10 Cfr. Hom. sobre el Génesis,2.

11 Ad Nepotianum, 7,1.

12 CVII, Dei Verbum, nº25.

13Mt. 11,25.

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en la firme convicción de que nunca se llegará a demostrar de modo exclusivamente racional

verdades de orden sobrenatural y, por tanto de que, no se conquista, sino que se acepta gozosamente

todo lo que Dios ha revelado, tal y como el magisterio de la Iglesia lo propone. Ante la grandeza de

los misterios divinos el cristiano debe sentir la humilde alegría de que su inteligencia no puede

abarcarlos. ¿Cómo puedo yo, que soy un ser finito y pequeño, comprender la infinitud y grandeza

de Dios?.

Entonces con estas disposiciones entremos en la lectura de los Libros Santos, en los cuales,

sabremos encontraremos a Cristo, pues según dice San Agustín: “La Escritura divina es como un

campo en el que se va a levantar un edificio. No hay que ser perezosos, ni contentarse con edificar

sobre la superficie; hay que cavar hasta llegar a la roca viva: esta Roca es Cristo (1Cor 10,4)”14

Utilidad

La Sagrada Escritura es importante:

Para la Teología: por que ésta “se apoya, como en cimiento perpetuo, en la Palabra de

Dios, al mismo tiempo que en la sagrada tradición...”. “El estudio de la Sagrada Escritura

ha de ser como el alma de la sagrada Teología” (CV II), por que ésta suministra los

principales argumentos para probar sus tesis dogmáticas.

Para la vida espiritual: porque “es tanta la eficacia que radica en la Palabra de Dios, que

es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del

alma, fuente pura y perenne de vida espiritual” (CV II). Además por que “el

desconocimiento de las Escrituras, es el desconocimiento de Cristo” (S. Jerónimo).

Por otra parte, la Escritura nos enseña a responder al problema de nuestro origen y de

nuestro destino, y que hemos de practicar para conseguir la felicidad eterna. “Leed las

Escrituras, decía S. Agustín, por que en ellas encontraréis lo que debéis practicar y sobre

todo lo que debéis evitar”.

Para la predicación: porque el ministerio de la Palabra, esto es la predicación pastoral, la

catequesis y toda instrucción cristiana, en que es preciso que ocupe un lugar importante la

homilía litúrgica, se nutre saludablemente y se vigoriza santamente con la misma palabra de

la Escritura. Es necesario pues que los sacerdotes, y los que aspiran a él se dediquen

legítimamente al ministerio de la palabra, se sumerjan en las Escrituras con lectura asidua y

estudio diligente para que ninguno de ellos resulte predicador “vacío y superfluo de la

Palabra de Dios, que no escucha en su interior” puesto que “debe comunicar a los fieles lo

que se le ha confiado, sobre todo en la sagrada liturgia, las inmensas riquezas de la

Palabra Divina”.

“La Sagrada Escritura es la que da autoridad al orador... y le suministra una

elocuencia vigorosa y convincente” (León XIII).

14S. Agustín, In Ioann. Evang.,23,1.

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II.

REVELACIÓN DIVINA

2.1. ¿Qué entendemos por Revelación?

Revelación: (de la palabra latina revelare, y de griega apokaliptéin) es lo mismo que

descubrir, mostrar o poner de manifiesto. Revelar es la remoción de un velo. Si un velo cubre una

imagen, ésta permanecerá oculta mientras no se quite.

Revelación (apokalipsis) es, pues, manifestación de una verdad oculta o desconocida. La

revelación divina puede ser inmediata cuando es manifestada a alguno directamente por Dios, por

Jesucristo o un ángel, y mediata cuando Dios la comunica por medio de un representante suyo, vg.

un profeta o un apóstol o escritor sagrado.

En el lenguaje religioso quiere decir la manifestación que Dios hace a los hombres de su

propio ser y de aquellas otras verdades necesarias o convenientes para la salvación. Dios se da a

conocer al hombre de dos maneras: una es a través de sus criaturas, al modo como un artista a través

de su obra; éste es nuestro conocimiento natural acerca de Dios, descrito con gran fuerza poética en

el Antiguo Testamento, en el libro de la Sabiduría: «Vanos son por naturaleza todos los hombres

que no conocen a Dios y que no son capaces de conocer, por los bienes que disfrutan, a Aquel que

es, y por la consideración de las obras no conocen al artífice; sino que al fuego, al viento, a la

brisa, o a la bóveda estrellada, al agua impetuosa, o a los astros del cielo los tomaron por dioses

rectores del mundo. Pues si seducidos por su belleza los tienen por dioses, deberían conocer cuánto

más es el Señor de todos ellos, pues es el autor mismo de la belleza quien hizo todas estas cosas. Y

si se admiraron del poder y de la fuerza, deduzcan de ahí cuánto más poderoso es el que los hizo;

pues de la grandeza y hermosura de las criaturas, se llega, pensando, a conocer al Hacedor de

todas ellas»15

. Esto es lo que el Apóstol San Pablo recordaba a los Romanos, cuando escribía que

las perfecciones invisibles de Dios, en concreto, su eterno poder y su divinidad, se hacen visibles a

la inteligencia a través de las cosas creadas 16

.

Pero Dios no se ha contentado con que el hombre tenga ese conocimiento natural, sino que

El mismo se ha dado a conocer de una manera directa: «En diversos momentos y de muchos modos

habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas. En estos últimos días nos ha

hablado por medio de su Hijo, a quien instituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo

también los siglos»17

. Esta acción de Dios es la Revelación sobrenatural o divina.

2.2. Fuente de la Revelación

Con una sabia pedagogía Dios escogió al pueblo de Israel para manifestarse gradualmente,

por medio de los Profetas, en el Antiguo Testamento. Esta Revelación tiene su plenitud en

Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, que nos ha comunicado toda la verdad. «Dios quiso que

lo que había revelado para salvación de todos los pueblos se conservara íntegro y fuera

transmitido a todas las edades. Por eso, Cristo Nuestro Señor, plenitud de la Revelación, mandó a

15Sab. 13,1-5

16Cfr. Rom 1,20

17Heb. 1,1-2

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los Apóstoles predicar a todo el mundo el Evangelio como fuente de toda verdad salvadora y de

toda norma de conducta, comunicándoles así los bienes divinos: el Evangelio prometido por los

Profetas que El mismo cumplió y promulgó con su boca. Este mandato se cumplió fielmente, pues

los Apóstoles con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de palabra lo que

habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó; además,

los mismos Apóstoles y otros varones apostólicos pusieron por escrito el mensaje de la salvación,

inspirados por el Espíritu Santo»18

.

Así en la Iglesia, junto a la Sagrada Escritura, existe la Sagrada Tradición. Ambas

constituyen el depósito de la Revelación de Dios referente a la fe y costumbres, entregado por

Cristo a los Apóstoles y por éstos a sus sucesores hasta llegar a nosotros. De esta forma, la Sagrada

Tradición y la Sagrada Escritura constituyen el medio por el que nos llega la revelación salvadora

de Dios: «La Tradición y la Escritura están estrechamente unidas y compenetradas, manan de la

misma fuente, se unen en un mismo caudal, se ordenan hacia el mismo fin»19

Gracias a la Tradición, la Iglesia conoce el canon de los libros sagrados y los entiende cada

vez con más profundidad. Por esta razón, la Sagrada Escritura no puede ser entendida sin la Sagrada

Tradición.

Esta Sagrada Tradición se contiene principalmente en las enseñanzas del Magisterio

universal de la Iglesia, en los escritos de los Santos Padres, y en las palabras y usos de la Sagrada

Liturgia.

Tanto la Tradición como la Escritura han sido confiadas a la Iglesia y, dentro de ella, sólo al

Magisterio corresponde interpretarlas auténticamente y predicarlas con autoridad. Y así, ambas se

han de recibir e interpretar con el mismo espíritu de devoción.

2.3. Naturaleza y proceso de la Revelación (Cfr. CEC 51 - 65)

"Dispuso Dios en su bondad y sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el

misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres. por medió de Cristo,

Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo se hacen

partícipes de la naturaleza divina"20

.

Dios, que "habita una luz inaccesible"21

, quiere comunicar su propia vida divina a los

hombres libremente creados por él, para hacer de ellos, en su Hijo único, hijos adoptivos. Al

revelarse a sí mismo, Dios quiere hacer a los hombres capaces de responderle de conocerle y de

amarle mas alla de lo que ellos sean capaces, por sus .propias fuerzas.

El designio divino de la revelación se realiza a la vez "mediante acciones y palabras",

íntimamente ligadas entre sí y que se esclarecen mutuamente Este designio comporta una

“pedagogía divina” particular Dios se comunica gradualmente al hombre, lo prepara por etapas

18CV II, Dei Verbum, nº7.

19CV II, Dei Verbum, nº9.

20 CV II Dei Verbum nº2

211 Tm 6, 16.

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para acoger la Revelación sobrenatural que hace de sí mismo y qué culminará en la persona y la

misión del Verbo encarnado, Jesucristo.

San Ireneo de Lyón habla en varias ocasiones de esta pedagogía divina bajo la imagen de

un mutuo acostumbrarse entre Dios y el hombre: "El Verbo de Dios ha habitado en el hombre y se

ha hecho Hijo del hombre para acostumbrar al hombre a comprender a Dios y para acostumbrar a

Dios a habitar en el hombre, según la voluntad del Padre"22

2.3.1. Etapas de la Revelación

a. La revelación primitiva

"Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres testimonio perenne

de Sí en las cosas creadas, y queriendo abrir el camino de la salvación sobrenatural, se manifestó,

además, personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio (...). Después de su caída

[por el pecado original] alentó en ellos la esperanza de la salvación con la promesa de la redención,

y tuvo incesante cuidado del género humano"23

.

b. La Alianza con Noé, Abraham y Moisés

Antes del pecado original, el designio de Dios de revelar y ofrecer a los hombres el misterio

de su vida, se manifiesta por la intimidad que existía entre nuestros primeros padres y Dios.

Después de la caída, Dios sigue queriendo este designio: se revela progresivamente a los hombres y

les invita a establecer con Él una alianza24

.

c. Los profetas y las promesas mesiánicas

"Por los profetas, Dios forma a su pueblo en la esperanza de la salvación, en la espera de una

Alianza nueva y eterna, destinada a todos los hombres, y que será grabada en los corazones. Los

profetas anuncian una redención radical del pueblo de Dios, la purificación de todas sus

infidelidades, una salvación que incluirá a todas las naciones".

2.3.2. Cristo Jesús, plenitud y cumplimiento de la Revelación

a) "En diversos momentos y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres

por medio de los profetas. En estos últimos días nos ha hablado por medio de su Hijo"25

. La

Revelación realizada por Cristo es definitiva y nunca pasará. "No hay que esperar otra revelación

pública antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo nuestro Señor". El encuentro con la

Palabra de Dios es, por lo tanto, el encuentro con la persona de Cristo.

b) La fe, que es la respuesta del hombre a Dios que se revela, es también la respuesta

personal del hombre a la persona de Cristo, que llama a creer en Él por las obras que hace, es decir

22S. Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 3,30.

23CV II, Dei Verbum nº3.; CEC 54- 55.

24 Cfr. Noé: Gn 9; Abraham: Gn. 12,1-3, 17,5; Isaac: Gn. 22,15-18.

25 Heb 1,1-2

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por la credibilidad de su vida, obras y palabras, especialmente por su misterio pascual. Creer a Dios

(que es entregarse a El entera y libremente, ofreciéndole el homenaje de la inteligencia y de la

voluntad) es creer a Cristo: seguirle y apoyar toda la vida en El.

c) La figura de Cristo es diferente a la de cualquier otro fundador de una religión. Él no sólo

tiene la misión de llevar al camino de la verdad y de la vida, sino que é1 mismo es e1 camino, la

verdad y la vida. Además, no sólo interpreta la historia y el destino del hombre y del mundo, como

hicieron profetas de otras religiones, sino que Él es "la Imagen del Dios invisible" y "en Él han sido

creadas todas las cosas" 26

. Por eso, Cristo revela al hombre lo que es el hombre.

III.

DIVINA INSPIRACIÓN DE LA BIBLIA

3.1. Carácter distintivo de la Biblia

El carácter distintivo de la Biblia es la inspiración

La Biblia, como ya hemos dicho, es una colección de libros que la Iglesia reconoce como

inspirados por Dios, y por eso los designa con los nombres de Sagrada Escritura, Sagradas Letras,

Libros Santos, etc.

Ante todo hemos de precisar el concepto de la “inspiración bíblica”, por ser una cualidad

esencial o carácter distintivo de los libros que constituyen la Biblia o Sagrada Escritura. La

importancia de la inspiración es tal, que sin ella la Biblia dejaría de ser lo que es, es decir, sus

palabras no serían infalibles y no se podrían aducir como «palabra escrita por Dios» para probar

los dogmas. Decir que la Biblia está inspirada es lo mismo que decir que Dios es su autor y, por lo

tanto, que lo contenido en ella es palabra de Dios.

3.2. ¿Qué es la Inspiración bíblica?

La inspiración bíblica es una gracia divina, gratuita, transeúnte y carismática (orientada a

escribir el libro y que mira al bien común); es un influjo divino real que abarca todas y cada una de

las potencias o facultades del hagiógrafo comprendiendo todo el proceso psicológico que entra en la

composición de un libro. Así pues el autor humano bajo la inspiración bíblica obra libre y

conscientemente y se comporta como un instrumento de Dios escribiendo todo lo que Dios quiere y

como Dios quiere de tal manera que el escrito que resulta es en verdad y propiamente Palabra de

Dios.

En la Constitución dogmática Dei Verbum del Concilio Vaticano II, leemos: "La Santa

Madre Iglesia, fiel a la fe de los Apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo

Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que escritos por inspiración

del Espíritu Santo ( Cfr. Jn. 20, 31; 2 Tim. 3, 16; 2 Pe. l, 19-21; 3, 15-16), tienen a Dios como

autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia. En la composición de los Libros Sagrados, Dios

se valió de los hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos, de este modo,

26 Col. 1,15-16

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obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que

Dios quería"27

.

Retomando lo dicho podemos definir la Sagrada Escritura como el conjunto de los

Libros. Sagrados que inspirados por Dios a los hagiógrafos, tienen a Dios por Autor; las

Escrituras, que son pues, palabra de Dios, y fueron confiadas a la Iglesia; los libros en los que

el Señor nos da a conocer sus Misterios, sus obras y designios salvíficos.

¿Cómo actúa esa acción divina de la inspiración sobre los autores humanos de los

Libros Sagrados?

La inspiración divina ilustra su inteligencia para que puedan concebir con rectitud todo

aquello y sólo aquello que Dios quiere que escriban; es también una moción infalible, aunque sin

menoscabo de la libertad del escritor sagrado, que mueve la voluntad de éste para escribir fielmente

lo que ha concebido en su inteligencia; por último consiste también en una ayuda eficaz para que el

hagiógrafo encuentre el lenguaje y los modos apropiados para expresar aptamente y con infalible

verdad todo lo que ha concebido y querido escribir28

.

De esta forma, Dios es el autor principal de la Sagrada Escritura, y los escritores sagrados

(hagiógrafos) también son verdaderos autores, aunque subordinados, a modo de instrumentos

inteligentes y libres, en manos de Dios.

Según esto, el libro inspirado es el fruto de una acción de Dios y del hagiógrafo, de manera

que todos los conceptos y todas las palabras del texto sagrado se deben simultáneamente a Dios y a

su instrumento, el hagiógrafo. Nada hay en la Biblia, pues, que no esté inspirado por Dios.

IV.

HERMENÉUTICA

La hermenéutica bíblica (del gr. hermeneuo: explicar, interpretar), es aquella parte de la

ciencia bíblica que trata de las reglas de interpretación de la Sagrada Escritura. Su objeto es

fijar o establecer el sentido del texto de modo que se adquiera una justa inteligencia del mismo

mediante las normas y cánones científicos de lectura.

El término exégesis (del gr. exeghéomai: explicar e interpretar o describir) etimológicamente

es sinónimo de la palabra hermenéutica, sin embargo se diferencia en su significado técnico usual.

Por exégesis bíblica se entiende la aplicación de las normas dictadas por la hermenéutica

bíblica a un texto sagrado concreto. La exégesis no es otra cosa que la interpretación misma de la

Sagrada Escritura; es la hermenéutica aplicada.

El tratado de la hermenéutica comprende el estudio de los sentidos bíblicos

(noemática), de los principios o normas de interpretación (heurística) y de la exposición

de las verdades bíblicas (proforística).

27CV II, Dei Verbum, nº11.

28Providentíssimus Deus nº44.

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Hermenéutica

*Noemática: Los sentidos bíblicos *Heurística: Los principios de interpretación *Proforística: La enseñanza de la Sagrada Escritura

4.1. Los sentidos bíblicos

La noemática bíblica nos enseña en primer lugar la distinción que se establece entre

significación y sentido. Significación es aquello que un término o concepto significa en absoluto en

sí misma fuera del uso que se haga del mismo. Los términos pueden encerrar una gran riqueza de

significados y ser susceptibles de diversas acepciones conceptuales. A su vez las mismas palabras,

aunque su voz sea idéntica, pueden significar realidades distintas (términos equívocos- homínicos).

El sentido es aquello que el autor quiere expresar o decir. Es el significado concreto que el autor

asume o quiere darle a un determinado término29

.

La Sagrada Escritura es un Libro divino-humano y es el resultado de dos causas: Dios Autor

Principal y el hagiógrafo autor instrumental. En los Libros Sagrados se han de reconocer, por lo

tanto, los diversos sentidos que se originan o proceden de ambos autores. Sentido bíblico es aquello

que la Sagrada Escritura nos dice. Lo que Dios nos quiere expresar o enseñar sea a través de lo que

el hagiógrafo ha escrito (sentido literal); sea a través de la cosa significada por la letra (sentido

tipológico).

4.1.1. El sentido Literal

El estudio del Doctor Angélico sobre los sentidos de la Sagrada Escritura es un claro reflejo

de esta doctrina. Para Santo Tomás, el sentido literal no se reduce a lo intentado por el hagiógrafo,

sino que es el intentado por Dios en las palabras inspiradas. De ahí, por ejemplo, la polisemia30

de los textos de la Sagrada Escritura: “sentido literal -dice el Aquinate- es cuanto quiere expresar

el autor, y el autor de la Sagrada Escritura es Dios, que todo lo entiende simultáneamente; por eso,

no hay inconveniente, como dice San Agustín, en que un mismo texto de la Sagrada Escritura posea

varios sentidos”31

; posiblemente Santo Tomás incluya en esos “varios sentidos” de un mismo texto

los que la Iglesia, la tradición y la teología han ido descubriendo a través de dos mil años. Es decir,

el Doctor Angélico parece referirse a toda la riqueza del sentido religioso que el Espíritu Santo ha

querido encerrar en un determinado texto.

En las palabras inspiradas se encuentra el contenido intencional de Dios y del

hagiógrafo; y sin ser esencialmente distintos, el de Dios excede al del escritor humano, exigiendo

su determinación un contexto mucho más amplio. Reduciendo el sentido literal a lo intentado por el

hagiógrafo, el contexto para valorarlo habría de buscarse exclusivamente, o al menos

principalmente, en las condiciones inmediatas de su redacción.

Pero el autor principal de la Sagrada Escritura es Dios, cuyo saber, intención y obrar son

más plenos que los del hagiógrafo, por lo que el contexto que da pleno significado a las palabras

29 Santo Tomás de Aquino al respecto observa que “el oficio del buen intérprete no es considerar las palabras sino

mas bien el sentido”. TOMAS DE AQUINO, In Matthaeum, XXVII, I nº2321.

30Polisemia: Multiplicidad de acepciones de una palabra.

31Cfr. Suma Teológica, I, q.1,a.10,c.

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inspiradas rebasa los límites de un texto, un libro, y se extiende a toda la Palabra divina, en su

integridad: a lo contenido en toda la Sagrada Escritura y la Tradición, a toda la Revelación. En otras

palabras, la verdad completa de un determinado texto sagrado no se encuentra sólo atendiendo

al ámbito reducido en que se movió el hagiógrafo, a lo que alcanzó a conocer e influyó en él,

como ocurre en una obra meramente humana. Cada palabra sagrada, cada frase, tiene por

contexto todo lo que Dios ha revelado.

En este sentido, Santo Tomás afirma que «toda verdad que, atendiendo al tenor de las

palabras, pueda ajustarse a la Sagrada Escritura, pertenece a su sentido». La Tradición y la

teología, lejos de obstaculizar el acceso a la Palabra divina, constituyen un camino

imprescindible -según el Doctor Angélico- para hallar su pleno contenido, tal como Dios lo ha

inspirado.

Ciertamente, el estudio del contenido intencional del hagiógrafo, según el contexto de cada

libro, es condición para una adecuada hermenéutica bíblica, pues Dios utiliza como instrumento la

intención del hagiógrafo. Ésta determina, en cierto modo, la intención de Dios, aunque la de Dios

haya dirigido y rebase la del hagiógrafo. Conocer el lenguaje de Dios en la Biblia, con todos sus

matices, exige atender a lo que cada hagiógrafo quiso expresar y al modo en que lo expresó, pues

Dios habló a través suyo. Son como dos tareas unidas: la determinación del contenido intencional

del escritor sagrado, según su contexto más limitado; y el de Dios, en el más amplio contexto de la

Revelación escrita y oral. Existe un mutuo reflujo entre ambos. Por eso, falsearía el sentido

literal -de una palabra, de una frase, de toda la Biblia- reducirlo a lo que el escritor humano

intentó expresar, como si fuera el autor principal o único; también sería equivocado disociar

el lenguaje de la Biblia atribuyendo parte a Dios y parte al hombre. En tal caso, la causalidad

del hagiógrafo no sería instrumental, sino una acción suya, como causa segunda ordinaria32

.

Géneros literarios

Los géneros literarios son las diversas maneras de expresarse o decir en una obra

literaria. La determinación del género concreto a que pertenece una determinada obra (narrativo,

poético, dramático, etc.) tiene un gran interés para su interpretación, ya que el género trae

consigo una: amplia gama de consecuencias con respecto al valor; y alcance de las expresiones, etc.

Obviamente debe evitarse en ello todo esquematismo (de hecho una obra puede ser reflejo o

confluencia de varios géneros), pero debe reconocerse esa realidad. Lo dicho se aplica también,

claro está, a la S. E.: Dios, al inspirar a los hagiógrafos ha elevado sus potencias, pero

respetando su naturaleza y, con ellas, sus peculiaridades personales, etc. Al expresarse han

usado, pues, de los recursos literarios de que disponían y se han servido de las formas de

expresión propias del ambiente al que se dirigían. De ahí el interés por conocer y determinar los

géneros literarios, de los libros sagrados como momento importante del trabajo exegético.

Los principales géneros literarios usados en la Sagrada Escritura son:33

A. LA HISTORIA BÍBLICA: Resalta por su extensión, importancia y particularidades.

Dentro de ella encontramos:

32Cfr. Tabet, Miguel A.; UNA INTRODUCCIÓN A LA SAGRADA ESCRITURA, Rialp Madrid 1981, pp.98 -

101.

33 Resumimos: Petrino Juan Daniel; DIOS NOS HABLA; Claretiana 1993, pp.199 - 237.

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1. GENEALOGÍA: Muestra las lineas ascendientes del pueblo. la procedencia étnica. De gran

importancia para Israel por su fuerte conciencia de pertenencia al Pueblo Elegido. Sin seguir

un esquema riguroso menciona los personajes principales.

2. GENERO NUMERAL: El número, expresado por medio de las consonantes en hebreo

puede descubrir la realidad de un modo simbólico.

3. No se reduce solo a la cantidad sino que muestra la cualidad o características de personajes y

eventos.

4. ANACRONISMOS: Ciertos "aggiornamentos literarios" o actualizaciones que se emplean

para volver más comprensibles textos de fuentes muy antiguas. ambientes sociales o

geográficos diferentes.

5. GENERO DE PRECISIÓN NO EXCLUYENTE: Se precisa una información marcando una

nota o aspecto pero que no es completo ni pretende serlo así como tampoco excluye el resto

de la realidad omitida.

6. PLURAL DE CATEGORÍA: Se generaliza designando a una persona por su condición,

estado o cualidades. Ej. Decir "los estudiantes", "los gobernantes" sin querer referirse a

todos y cada uno de ellos.

7. COMPARACIONES E HIPÉRBOLES: Figuras literarias llamadas a enfatizar o acentuar un

aspecto. Fijan una viva impresión en el lector.

8. IMPRECACIONES: Especie de maldiciones. Las hay de distintos tipos:

a. Sentencias legislativas y sapienciales escritas en esta forma.

b. Proclamas donde los profetas lanzan anatemas anunciando castigos venideros.

c. Improperios, diatribas, reivindicación etc.

d. Maldiciones, desahogos personales.

9. LAMENTACIONES: Expresiones de desahogo, lamento y luto que reflejan una situación de

dolor y tribulación.

10. AFIRMACIONES POR COMPARACIÓN Y ATRIBUCIÓN: Se comparan e

interrelacionan los personajes e instituciones de la Sagrada Escritura. Comparación: Ej. El

Señor con Jonás, Salomón, el Templo. el Sábado, etc. Atribución: Ej. El Señor aparece

revestido de las cualidades propias de Yaveh, presentándose como "igual al Padre".

11. USO DE NOMBRES Y ETIMOLOGÍAS: Escritura no son simples modos de apelativos,

hacen referencia a Ia su misión, su dignidad. etc. Los nombres en la Sagrada Escritura no

son simples modos de llamar una persona. No son meros apelativos hacen a la persona

misma y a su identidad.

12. MIDRASH: Comentario (del verbo drsh = explicar. comentar). En el pueblo judío existían

tres tipos de midrash:

a. halakka: referidos a Ia Ley.

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b. haggada: referidos a Ia doctrina moral.

c. pesher: referidos a los relatos de los profetas.

13. Muchas veces se citan e interpretan pasajes de las mismas Escrituras. El Señor y los

Apóstoles también lo hacían.

14. MITO: Género literario indiferenciado, (teología. historia, epopeya, romance, poema, ete),

que intenta explicar los grandes interrogantes del hombre. No es histórico sino legendario.

Aunque en la Biblia encontramos terminología con trasfondo mítico, (el Leviatán.

antropomorfismos etc.), este genero es totalmente ajeno a la Sagrada Escritura.

B. GENERO LEGISLATIVO

Leyes y preceptos que son las normas de Dios para los suyos. Distinguir: Ley Antigua: Todo

el Antiguo Testamento mira al Mesías y prepara su venida. Custodia la Promesa. Ley Nueva: Se da

la plenitud y realización del Antiguo Testamento. La Ley de la Gracia.

1. Preceptos de Orden Natural: Inscriptos en el corazón humano. Inmutables. perpetuos. Dios

los proclama para que el pueblo no lo olvide, deforme u omita. Los Diez Mandamientos

pertenecen a todos los hombres de todos los tiempos. Son perfeccionados por Ia Ley de

Cristo.

2. Preceptos Ceremoniales, Cultuales o Litúrgicos: Normas para ordenar el culto del Pueblo

Elegido en espera de la Promesa. Educan al Pueblo en el servicio de Dios y lo introducen en

mundo de lo Sagrado. Preservan de la idolatría. Estas leyes desaparecen con 1a venida del

Mesías. Sumo y Eterno Sacerdote.

3. Preceptos Civiles: Ordenan la vida social de Israel. De carácter normativo y disciplinar para

conservar al pueblo en su identidad en espera del Mesías. Al llegar Jesucristo, todos los que

lo reciben. entran a formar parte de su pueblo que es la Iglesia.

C. GENERO SAPIENCIAL

Se centra en la Sabiduría:

1. como conocimiento de alguna rama del saber, (artista, gobernante, ete)

2. como madurez y perfección

3. como Atributo Divino

4. como Dios Mismo

Expresándose con sentencias de estilo poético, canta a la Sabiduría y enseña sus caminos.

D. GENERO PROFÉTICO

Los profetas tienen un lugar de gran relevancia en al Antiguo Testamento. Implican la voz y

la Presencia de Dios, exigen la atención y la fidelidad del pueblo, preanuncian y describen e1

Misterio del Mesías. Son Teólogos de la Historia, Pastores de1 pueblo. Voceros de Cristo. Por eso

los libros proféticos:

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1. Narran historia enseñando su significado providente.

2. Contienen sentencias morales y litúrgicas educando al pueblo.

3. Conservan los oráculos proféticos proclamando el advenimiento del Mesías.

E. LOS SALMOS

Unas de las composiciones más bellas de la hímnica y poesía hebrea y uno de los géneros

literarios más ricos de 1a Sagrada Escritura. En ellos aparecen representados todos los géneros

literarios, historia, ley. sabiduría, profetismo. También encontramos símbolos. comparaciones,

antropomorfismos etc.

Es el "Libro de Oración" del Pueblo Elegido y fue tomado por la iglesia con la plenitud de

significado después de la venida del Señor .

F. EVANGELIO

Del griego "euanghelion", en hebreo "besorah", significa "Buen Anuncio" o "Buena

Noticia".

De estilo propiamente cristiano y sin precedentes, es un género literario único y singular,

como único y singular es el Personaje Central y Objeto de los mismos: Nuestro Señor Jesucristo.

Los Evangelios son:

Históricos: Documentos fidedignos. Hechos y dichos del Verbo Encarnado. Los

evangelistas narran historia. pero no al modo de nuestra historiografía contemporánea.

(De ahí la falta de interés por datos que hoy no se omitirían). Los Evangelios son

históricos en el sentido de narrativa verídica. No velada ni falsa.

Teológicos: Son el esplendor del Verbo Encarnado, el cual es Plenitud de la Revelación,

Centro y Objeto de la Teología.

Apologéticos: No porque expongan justificaciones o desarrollos argumentativos en favor

de una tesis sino porque exponen la verdad de Cristo buscando su conocimiento y

aceptación, mencionan hechos y dichos del Señor que hablan por si mismos como la

mejor prueba.

G. EL GÉNERO "ACTAS": DE LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES

El género "actas" en general, describe en forma narrativa hechos. palabras y gestas de

personajes ilustres.

El libro de los Hechos de los Apóstoles se asemeja a este tipo de literatura aunque no se

puede identificar totalmente con los “hechos” de la Antigüedad. Por eso constituye un género

propiamente cristiano y único. Su principal personaje es el Evangelio de Cristo que se difunde

desde Jerusalén hasta los confines de la tierra.

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H. GÉNERO EPISTOLAR

Muy común en la Antigüedad, tiene un puesto representativo en la Sagrada Escritura sobre

todo en el Nuevo Testamento donde, encontramos 21 epístolas. Se distingue por:

Tono familiar y directo

Encabezamiento

Cuerpo

Saludos y recomendaciones

La finalidad de las epístola es de orden doctrinal y pastoral.

I. GÉNERO APOCALÍPTICO

"Apocalipsis" significa "Revelación".

Los apocalipsis se refieren a los últimos tiempos, a lo que ha de venir. Expresan sus

profecías en dos niveles, uno más próximo y el otro más remoto. Se caracterizan por el dramatismo,

la solemnidad de las escenas, los simbolismos etc. Son escritos para consolar a los lectores en

tiempo de tribulación.

J. GÉNEROS LITERARIOS MENORES

PARÁBOLA: del hebreo "mashal", del griego "parabolé" y "paironimia", tiene amplio

significado etimológico. (Oráculos Proféticos, proverbios, sentencias, imágenes,

comparaciones, relatos ficticios, alegorías). En el Evangelio encontramos como parábolas

los más diversos estilos literarios. En sentido estricto la parábola es un relato ficticio de

cierta extensión con situaciones e imágenes familiares a los destinatarios y con una

enseñanza.

ALEGORÍA: Relato literario lleno de imágenes en las que cada elemento tiene una

enseñanza.

FABULA: Historia con elementos de la naturaleza personificados y con una moraleja

principal.

ENIGMA: Especie de adivinanza o acertijo. La respuesta acertada encierra una enseñanza..

IRONÍA: Del griego "eironeia", simulación. Se utiliza la paradoja y el humor para imprimir

una enseñanza.

ELIPSIS: Omisión literaria. Interrupción de un discurso en que se da por sobreentendido

aquello que se omite.

ANACOLUTO: Semejante a la elipsis. Disgresión o suspensión de un discurso al que

después se retorna.

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METÁFORA: Etimológicamente "llevar mas allá". Lo que se dice traslaticiamente de otro

modo. Por medio de una imagen se evoca la realidad.

SÍMBOLO: Para designar una cosa. Se diferencia del "tipo" en que este tiene razón de ser

independentemente de lo que expresa. El signo no encuentra razón de ser en si mismo. Ej.

acciones simbólicas de Cristo, de los profetas. etc.

ANTROPOMORFISMO: Imagen en que se atribuye a seres trascendentales cosas que son

propiamente humanas. Se utilizan para volver mas cercanas y comprensibles estas

realidades.

SINÉCDOQUE: Designa el género por la especie, lo abstracto por lo concreto, el plural por

el singular, la parte por el todo y viceversa.

METONIMIA: Semejante a la sinécdoque, designa al autor por la obra, la causa por el

efecto. el poseedor por lo poseído, el continente por lo contenido. el instrumento por el arte

con que se usa.

4.1.2. El sentido Tipológico o Espiritual

El sentido tipológico no es un nuevo sentido del texto ya que en el texto no hay otra cosa

que lo que el autor quiso poner en él, sino que es el sentido de las cosas mismas, el sentido de los

acontecimientos que relata el autor. La gran afirmación patrística es que este sentido tipológico

tiene por objeto a Cristo. Los personajes, los hechos, las instituciones del Antiguo Testamento

tienen primeramente una realidad histórica propia que es su sentido literal, y en segundo lugar

son una especie de prefiguración -"tipos", de ahí el adjetivo "tipológico"- de lo que Cristo

realizó con su venida. El Antiguo Testamento fue así modelando poco a poco, por voluntad de

Dios, los rasgos de la figura de Cristo.

Por consiguiente la tipología no estudia el sentido del texto, sino el sentido de los

personajes y de los acontecimientos que el texto nos presenta. Estudia la correspondencia de

los dos Testamentos, independientemente de la conciencia que de ello haya podido tener el escritor

sagrado. Así que, propiamente hablando, el texto no tiene sino un solo sentido, el sentido

literal, el que quiso el escritor. Y por otra parte las realidades descritas por la letra tienen una

significación figurativa que es el objeto de la tipología .

"Hasta ahora hemos hablado del sentido literal , pasemos ahora al sentido espiritual": tal

era el método y el estilo de los Padres en sus exégesis. "Frecuentemente -escribe san Cirilo de

Alejandría- el sentido espiritual está escondido en el sentido literal, como las flores fragantes de un

jardín están encubiertas por las hojas: si removemos las hojas podremos deleitarnos en las

flores"34

¿Por qué el sentido tipológico se llama también "sentido espiritual"? La palabra "espiritual",

es cierto, se puede prestar a abusos, pero el riesgo de presuntos equívocos no es motivo suficiente

para privarnos de una de las palabras esenciales de la antigüedad cristiana.

La tradición usó la expresión "sentido espiritual" para calificar a un tipo de exégesis que

se oponía a la mera interpretación "carnal" de las Escrituras, propia de los judíos. El sentido

34PG (Patrología Griega) 69,137.

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espiritual es el descubrimiento de una "inteligencia espiritual". Y en la tradición, la palabra

"espíritu" se une con frecuencia a la idea de "verdad": encontrar el sentido espiritual es

comprender la plena realidad de Cristo en oposición a las sombras y figuras.

Y, por otra parte, ¿cómo no llamar "sentido espiritual" al sentido que proviene con título

especial del Espíritu Santo? Es cierto que también el sentido literal es del Espíritu Santo. Todo

sentido real de la Escritura es inspirado. Sin embargo, la tipología es la penetración en la napa

más profunda de la historia de salvación, donde se atisban las intenciones últimas del Espíritu

Santo.

Finalmente el sentido tipológico se llama también "espiritual" porque influye

objetivamente en las realidades de la vida espiritual. Más aún, su descubrimiento es el fruto de

una seria vida espiritual. Mientras no se llegue hasta allí no se habrá logrado una interpretación

totalmente cristiana del texto sagrado. La Escritura no debe ser investigada curiosamente, como se

estudia una ciencia natural, sino que debe ser interiorizada y vivida. La inteligencia espiritual

conduce a la conversión. La Palabra de Dios, viva y eficaz, no obtiene su realización final y su

significación plenaria sino por la transforma ción que obra en quien la recibe. La frecuente

expresión patrística "pasemos a la inteligencia espiritual" equivale en cierto modo a

"convirtámonos a Dios". Pasar a la inteligencia espiritual es pasar al "hombre nuevo", que siempre

se renueva "de claridad en claridad".

a. Cristo luz de las Escrituras

Cristo es el único Maestro que puede revelar el auténtico sentido "espiritual" de la

Escritura. Para comprender plenamente la historia de la salvación es menester que el mismo

Jesús nos explique la Ley y los Profetas. "Yo pienso -escribe Orígenes- que si cuando se nos lee a

Moisés, el velo de la letra es removido por la gracia del Señor y comenzamos a comprender que la

Ley es espiritual, y si, por ejemplo, cuando la Ley dice que Abraham tuvo dos hijos vislumbramos

en ellos dos alianzas y dos pueblos, si es así que comprendemos esta Ley que Pablo llama

espiritual, es porque el Señor Jesús es quien nos la lee y es El quien la profiere a los oídos de todo

el pueblo. Jesús nos lee la Ley porque El nos revela los secretos de la Ley. Podremos comprender

correctamente la Ley si Jesús nos la lee, de modo que captemos así su significación espiritual".

"En el caso de los que creen en Cristo -enseña san Cirilo de Alejandría- la Ley no los acusa

ni los castiga sino que los vivifica desde que el sentido literal ha sido cambiado en visión

espiritual: el sentido literal, así trocado, conduce a Cristo, nuestra vida". Cristo es el exégeta del

Antiguo Testamento. La inteligencia de las Escrituras es una gracia de Cristo. Sólo el que tiene el

Espíritu de Jesús puede comprenderlas espiritualmente. "Nadie poseía la luz divina. Pero cuando el

Salvador, que tiene la luz, brilló como una lámpara, todo el mundo fue iluminado y vimos el camino

de salvación" . También en este sentido Cristo es la luz que ilumina a todo hombre. Esta luz se

perpetúa en la Iglesia, en su magisterio auténtico, en aquellos que recibiendo la iluminación de

Cristo, se hacen "iluminadores", aptos para iluminar a los que viven en las tinieblas. "Así como

Nuestro Señor -dice Orígenes- puso sus manos de carne sobre los ojos de un ciego y le devolvió la

vista, de la misma manera extendió sus manos espirituales sobre los ojos de la Ley, enceguecidos

por la inteligencia carnal de los escribas, y les devolvió la vista, de modo que la visión y la

inteligencia espiritual de la Ley resplandezca para aquellos a quienes el Señor abre las

Escrituras". Nadie puede tener verdadera inteligencia de la Escritura, comenta Orígenes, si no

se ha reclinado, como el cuarto evangelista, sobre el pecho del Señor, y no ha recibido de Jesús

a María por Madre.

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b. Cristo centro de las Escrituras

Pero Cristo no es sólo el "iluminador" del sentido espiritual de la Escritura. Cristo es

también la "meta" de las Escrituras. Todo el Antiguo Testamento tiene por único objeto a

Cristo. En esto la tradición patrística es unánime. Y se apoya sobre el testimonio mismo del texto

evangélico que nos describe el encuentro de Jesús con los desesperanzados discípulos de

Emaús : "Comenzando por Moisés, y recorriendo todos los Profetas, les interpretó en todas las

Escrituras lo que le concernía"35

.

Lo que Cristo explicó a los discípulos de Emaús es que todo el Antiguo Testamento no era

sino una inmensa predicción de su vida, abriéndoles así sus inteligencias a la Escritura. Para San

Hilario el objetivo de la exégesis consiste en que hoy la Iglesia, prolongación de Cristo, siga

abriendo nuestras inteligencias por medio de los tipos y figuras. Cristo es la clave que explica y

la llave que abre todos los misterios del Antiguo Testamento. Cristo es el órgano para cantar los

salmos, enseña San Hilario.

No es extraña, por consiguiente, la afirmación de Orígenes : "Todo lo que está escrito en la

Ley se relaciona, en figura y en enigma, con Cristo". Ni la de san Hilario : "Toda la obra contenida

en los Libros Sagrados anuncia con palabras, expresa con hechos, corrobora con ejemplos, la

venida de nuestro Señor Jesucristo". Hay que tomar con absoluto rigor estas afirmaciones. No hay

realmente ningún otro sentido en la Escritura, fuera del sentido literal y del sentido cristológico.

San Hilario escribió una obra íntegra -el Tratado sobre los Misterios"- con el fin expreso

de "mostrar cómo en cada personaje, en cada época, en cada hecho, hay una imagen de Cristo". Para

san Hilario el Antiguo Testamento es un tejido de "tipos" o "figuras" del Cuerpo mortal,

glorioso o místico de Cristo. Los "tipos" del Antiguo Testamento son "hechos reales", literales,

pero son hechos que tienen como fin último preanunciar "las cosas que se han de realizar". Los

profetas revelaron que las "maravillas de Dios" se repetirían en el futuro aunque en un plano mucho

más elevado: aparecería un nuevo Adán, un nuevo Moisés que salvaría a su pueblo de una manera

muy superior a la del primero. Los libros sagrados del Antiguo Testamento "figuran el futuro en el

presente". Por eso, para comprender el alcance plenario de los "hechos" del Antiguo Testamento es

preciso considerar su "realización" en los hechos del Nuevo.

Adán, Abel, Noé, Abraham, Moisés, Josué, todos los patriarcas y profetas, no deben ser

considerados meramente como figuras independientes sino también como contornos, precisiones,

afinamientos de una sola Figura cuyo bosquejo se desarrolla desde los orígenes de la humanidad

hasta su advenimiento : Jesucristo. Hay, es cierto, un orden, un progreso de las figuras hacia su

plenitud. Todo el Antiguo Testamento es una pedagogía que prepara a Cristo, pedagogía no sólo

válida para el pueblo judío sino también para todo cristiano. Los dos Testamentos forman una

unidad y es tan absurdo separar el Nuevo Testamento del Antiguo como el Antiguo del Nuevo. La

misma verdad se nos revela mediante figuras en el Antiguo Testamento y abiertamente en el Nuevo.

No puede ser indiferente a un cristiano que vive en el Nuevo Testamento saber que la Nueva

Alianza ya había sido revelada en figuras "desde el origen del mundo".

San Cirilo de Alejandría emplea una fórmula curiosa. Según él, todo el Antiguo

Testamento es una gran sombra: "Esa sombra era de por sí inútil, pero para nosotros, que

sabemos entenderla, se ha convertido en algo utilísimo en orden al conocimiento de Cristo". La

sombra precede al cuerpo, lo refleja, es esencialmente inconsistente, deformada. Pero tiene un

35Cfr. Lc 24,27.

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gran valor por su semejanza con la imagen. Sólo se advierte su imperfección cuando la

imagen es total. Dios entregó la sombra a los judíos : ellos se quedaron con la sombra, cambiaron

la luz por las sombras. La Palabra se hizo sombra para anunciar la realidad luminosa que vendría.

Cada nuevo grado de perfección moral, descubierto por los profetas, era un grado de claridad mayor

en el misterio del Mesías. Cristo en persona iba en cierta manera creciendo en su pueblo,

haciéndose carne desde adentro, en las figuras. Por consiguiente, Antiguo y Nuevo Testamento

no se oponen como pregunta y respuesta. Los Testamentos no se yuxtaponen como modelo y

cuadro sino como sombra y cuerpo. Las sombras se fueron condensando y el boceto explicitando

hasta que brotó el Deseado. Claro que Cristo no es el eslabón final de una evolución humana sino

que, en tajo infranqueable y vertical, viene de lo alto, del cielo. No fue Cristo trazado desde la

humanidad -la sombra sería lo determinante- sino al revés. Es menester subrayar la hendidura de los

dos Testamentos para advertir la novedad radical, la divinidad de ese umbral. Sólo Emmanuel

puede explicar ese corte y esa continuidad.

La tipología del Antiguo Testamento se presenta como un ejemplarismo al revés : nos

hace conocer los ejemplares antes de revelarnos el modelo. Los "tipos" del Antiguo Testamento

nos ofrecen una figura de las realidades de Cristo y de la Iglesia por que son al mismo tiempo

"anticipos" o ejemplares de la perfecta verdad representada por Cristo y su Iglesia. Todo el Antiguo

Testamento es, al decir de san Hilario, "un gran sacramento del futuro".

Por un juego de paradojas, Cristo, el término de todo, el cuerpo de la sombra, es el que

mejor nos puede explicar el sentido de las figuras que lo prepararon. "En las figuras se reconoce el

prototipo pero, a su vez, en el prototipo la figura", escribe san Cirilo de Alejandría haciendo así

posible, al decir de san Hilario, que el cristiano "contemple el presente en el pasado y venere aún

ahora el pasado en el presente. Estos hechos que han sido contados por la voluntad de Dios no

exigían el reconocimiento de la posteridad. Pero la posteridad necesitaba conocer las Escrituras

para aprender la verdad, para extraer de las figuras la doctrina de la verdad, para unirse a la

ciencia de la vida por así decir al salir de su cuna, es decir para no poner en duda que Dios es

Dios" .

Todo el Antiguo y el Nuevo Testamento interpreta, según san Ireneo, la parábola de la viña.

Dios plantó la viña del género humano, al plasmar a Adán. Cuando dio la legislación por Moisés "la

entregó a los agricultores". La rodeó con cercos, le edificó una torre al elegir a Jerusalén; roturó la

tierra y envió a los profetas para recoger el fruto pero, al ser éstos asesinados, se presentó el mismo

Hijo de Dios. Y entonces la viña dejó de estar circunvalada y se abrió a las dimensiones universales.

"Uno planta, otro riega. Los patriarcas y los profetas sembraron la palabra de Cristo, y la Iglesia

cosechó".

Más aún, para san Hilario Cristo no es sólo la meta del Antiguo Testamento sino también

su protagonista. "Es El quien, durante toda la duración del siglo presente, por figuras verdaderas

y manifiestas, engendra, lava, santifica, elige, separa o rescata a la Iglesia, por el sueño de Adán,

por el diluvio de Noé por la bendición de Melquisedec, por la justificación de Abraham, por la

servidumbre de Jacob . . . Y puesto que nuestro designio ha sido mostrar en este pequeño tratado,

cómo cada personaje, cada época, cada hecho, el conjunto de las profecías, proyecta, como en un

espejo, la imagen de su advenimiento, de su predicación, de su pasión, de su resurrección y de

nuestra sociedad en la Iglesia, no recorreré a la ligera algunos pasajes, sino que trataré de todos,

cada cosa a su debido tiempo, comenzando por Adán, punto de partida de nuestro conocimiento del

género humano, para que se reconozca que encontramos anunciado desde el origen del mundo en

un gran número de figuras lo que ha recibido en el Señor su total consumación".

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33

Afirma san Cirilo de Alejandría que "ni el tiempo de la Ley, ni el coro de los santos

Profetas, ha poseído el alimento nuevo, es decir las enseñanzas de Cristo y la renovación de la

naturaleza humana, si no es quizás para saludarlo tan sólo" . El Verbo , al decir de san Ireneo, ha

estado sembrado a lo largo de las Escrituras "a veces hablando con Abraham , a veces con Noé

para darle las medidas del arca; a veces buscando a Adán, o llevando a juicio a los Sodomitas, ya

dirigiendo el camino de Jacob, ya hablando con Moisés desde la zarza" . Cristo ha estado

presente en todas las grandes escenas del Antiguo Testamento. Por eso Abraham exultó de

gozo al ver a Cristo. Por eso Simeón cantaría el Benedictus.

La Encarnación es el término de la Escritura, el fin de la Ley y los Profetas, la plenitud

de las figuras, una meta que constituye a la vez un nuevo y magnífico punto de partida : la

Iglesia. Dios habló de muchas y de diversas maneras, pero al fin nos habló por su Hijo. Hay, por

consiguiente, una especie de primera Encarnación del Verbo en la letra, que precede a su

manifestación en la carne. Son las dos fases de un mismo movimiento de condescendencia divina.

Cristo, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, pasando por los Profetas, es el objeto del Libro

Sagrado, dice Clemente de Alejandría. "Si no creéis en Aquel que ha sido profetizado por la Ley, no

comprenderéis el Antiguo Testamento que El mismo ha explicado con su propia venida" . "No hay

de hecho más que un solo Testamento: es aquel que, portador de la salvación, desde el comienzo del

mundo llegó hasta nosotros. Porque es natural que no haya más que un solo don irrevocable de

salvación, que viene de un Dios único por intermedio de un Señor único; nos socorre “de muchas

maneras y es El quien suprime el muro intermedio que separa al Griego del Judío”.

Escribe Clemente de Alejandría que así como Cristo es el Hijo único de un Padre único, es

también el comienzo y el término del tiempo. "Cristo es a la vez el fundamento y la

superestructura, el comienzo y el término".

La Encarnación es verdaderamente el punto central de la historia, que unifica y

perfecciona las partes de verdad. Esas sucesivas revelaciones serían como las etapas de una

especie de encarnación progresiva del Verbo : "Así como el Salvador hablaba y curaba por

intermedio de su cuerpo, de la misma manera había ya antes obrado por intermedio de los

profetas, y ahora Io hace por los apóstoles y los didáscalos". Aludiendo al milagro de Caná

realmente nos muestra a Cristo cambiando la vida religiosa del Antiguo Testamento -representada

por el agua- en la del Nuevo Testamento, cuyo signo es su Sangre abundante derramada en la Cruz

y ofrecida en la Eucaristía: nos entrega así "la bebida de verdad, la mezcla de la antigua ley y del

verbo nuevo para realizar la plenitud del tiempo reconciliado de antemano en el culto a Dios".

c. Cristo objeto de la Exégesis Espiritual

Hasta acá hemos visto cómo Cristo es la clave, el protagonista y el centro del Antiguo

Testamento en todo su desarrollo. El sentido tipológico no es otro que el sentido cristiano del

Antiguo Testamento. La tipología tiene por objeto a Cristo. Pero tiene una riqueza

insondable. Y el Antiguo Testamento es la figura de la totalidad de su misterio. Habrá, pues, tantos

sentidos de la Escritura cuantos aspectos contiene el misterio de Cristo.

1. Ante todo se puede considerar a Cristo en su vida externa, es decir en las

circunstancias de su vida terrestre : su lugar de nacimiento, los hechos de su infancia y de su vida

pública, los detalles de su Pasión y Resurrección, etc. En este caso, la exégesis espiritual consistirá

en mostrar cómo tales circunstancias históricas ya estaban figuradas en el Antiguo

Testamento. San Mateo es el que dio el primer ejemplo de este tipo de exégesis. Podríamos decir

que su Evangelio es una "vida de Jesús" en base a textos del Antiguo Testamento. Cuando, por

ejemplo, relata el hecho de la Anunciación, lo refiere a Isaías 8,8; cuando describe el nacimiento de

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Jesús acude a Jeremías 7,42; la huida a Egipto aparece anunciada en Oseas 11,1 y la masacre de los

Inocentes en Génesis 35,19. El Evangelio de Mateo contiene más de quince relaciones de este

género.

También otros evangelistas usan este tipo de referencias pero con más parquedad. Así san

Juan, al escribir que las piernas de Cristo no fueron quebradas en la Cruz, se remite a Éxodo 12,46,

y el reparto de sus vestidos lo relaciona con el Salmo 22, 19. Pero esta exégesis es casi específica de

san Mateo y dio origen a un estilo de tipología que constituyó una de las líneas destacadas de la

tradición exegética, patente sobre todo en san Justino.

El P. Daniélou hace acá una observación interesante. Y es que algunos datos del Antiguo

Testamento de tal modo se incorporaron a la trama de la vida de Jesús que acabaron por

introducirse en las tradiciones referentes a Cristo. Así, por ejemplo, el detalle del nacimiento de

Jesús en "la gruta de Belén" parece provenir de Isaías 33,15, según nos dice san Justino. El recurso

es aún más evidente en la elaboración de aquella tradición del burro y del buey que dieron su aliento

al Señor recién nacido : la inclusión del primero de los animales proviene de un texto de Isaías 1,3 y

la del segundo de Habacuc 3,2. Justino y Tertuliano sostuvieron la tesis de una presunta “fealdad

física” de Jesús en base a Isaías 53,2. Ireneo comentó el relato de la Pasión tejiendo todo un

florilegio a partir del Antiguo Testamento.

2. Al primer tipo de exégesis, tan materialmente histórica -hechos que figuran hechos-, la

tradición agregó una exégesis más espiritualmente histórica según la cual las circunstancias

exteriores del Antiguo Testamento figuran las realidades espirituales del Nuevo. Es el segundo

tipo de exégesis tipológica donde también se considera a Cristo en su persona histórica, pero no

ya en las circunstancias exteriores de su vida terrestre, sino en los misterios que vino a

realizar. Esta exégesis es mucho más fundamental y segura. Mientras que las exégesis del primer

tipo podían parecer un tanto artificiosas, en base a una concordancia a veces infantil, acá estamos en

presencia de realidades fundamentales del Antiguo Testamento que figuran las realidades

esenciales del Nuevo. También esta exégesis encuentra su justificación en el Evangelio. Juan

Bautista señaló a Cristo como el verdadero Cordero Pascual, tema retomado en Juan 18,22, en

Apocalipsis 5,6 y en san Pablo : "Nuestra Pascua, Cristo, ha sido inmolado". Cristo es la nueva

serpiente de bronce36

, el nuevo Isaac37

. Pero el signo más importante es el del profeta Jonás: Cristo

será presa del Dragón del Mar, la muerte, pero después de tres días aniquilará su poder.

Esto es lo más profundo de la tipología, lo que constituye propiamente la teología

bíblica, el sentido cristiano del Antiguo Testamento. No se puede conocer a Cristo si no se conoce

el Antiguo Testamento, porque Cristo ha querido definirse con categorías del Antiguo

Testamento. En el fondo, tal tipología consiste en explicar el misterio de Cristo con categorías

bíblicas. Este tipo de exégesis se encuentra en casi todos los Padres.

3. En tercer lugar, Cristo puede ser considerado en su Parusía, es decir en su manifestación

gloriosa al fin de los tiempos. Es una exégesis que podríamos llamar escatológica. También este

tipo de exégesis encuentra su punto de partida en el Evangelio, sobre todo en el discurso

escatológico de Cristo, en el que se describe cl fin de los tiempos. El diluvio, signo del juicio

postrero, tiene también un significado escatológico. El Apocalipsis retoma las imágenes del Éxodo

y ve allí simbolizadas las realidades del fin de la historia. Varios Padres elaboraron una literatura

36Cfr. Jn 3,14

37Cfr. Jn 13,6

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tipológica de este estilo cuando trataron de la Pascua, de la caída de Jericó, del Sábado, figura del

reposo eterno.

4. Hay otros aspectos de Cristo que dan origen a nuevos tipos de exégesis. Hasta aquí sólo

hemos hablado de Cristo en su realidad personal: el que vino, el que realizó los misterios, el que

vendrá. Pero Cristo no es sólo su persona física, sino que se extiende hasta abarcar al Cristo

total, cabeza y miembros.

El Antiguo Testamento figura a la Iglesia en su vida sacramental, que es una manera

de prolongarse Cristo en la historia. Es éste uno de los campos predilectos de la tipología. Así

como la exégesis "histórica" puede encontrar su fundamento en san Mateo, la exégesis

"sacramental" es esencialmente la de san Juan.

El cuarto evangelio es, en verdad, una admirable introducción a los sacramentos. Para san

Juan los episodios principales de la vida de Cristo son una figura o una catequesis de los

sacramentos. Así las bodas de Caná, la multiplicación de los panes, el lavado de los pies, miran a la

Eucaristía; el diálogo con la Samaritana y con Nicodemo, la piscina de Betsaida, anuncian o

explican el Bautismo. Y a su vez estos episodios se destacan en san Juan sobre un telón de fondo,

que es el del Éxodo con sus grandes "sacramentos" : el cordero pascual, el maná, el agua viva. "Se

puede decir -escribe el P. Daniélou- que el evangelio de san Juan es una catequesis donde el

Misterio Pascual se despliega en tres planos de profundidad : figurado en el Antiguo Testamento,

realizado en el Nuevo Testamento y comunicado por los sacramentos".

Toda la vida de la primitiva comunidad cristiana estaba centrada en los sacramentos, que

constituían el objeto principal de las catequesis mistagógicas38

. Y estas catequesis pretendían

especialmente explicar las realidades sacramentales mediante las figuras del Antigo Testamento. El

"De Baptismo" de Tertuliano, las "Catequesis Mistagógicas" de san Cirilo de Jerusalén, el "De

Mysterus" y "De Sacramentis" de san Ambrosio, utilizan una tipología bien tradicional. El agua

bautismal aparece allí figurada en el agua de la creación, del diluvio, del paso del Mar Rojo y del

Jordán. En cuanto a la Eucaristía, son sus figuras el maná (tema ya esbozado en san Juan), los panes

de la proposición, la ofrenda de Melquisedec, el cordero pascual.

5. Cristo puede ser considerado en la Iglesia : es lo que hace la exégesis sacramental de la

que acabamos de hablar; pero también puede ser considerado en el alma del cristiano. Cada

cristiano es un miembro de Cristo, que debe revestir a Cristo, y en el cual se realiza el misterio de

Cristo. En torno a este tema se elaboró pronto una exégesis tipológica que atendía a Cristo

prolongándose en la vida espiritual de sus miembros. Es un nuevo aspecto del Cristo total. Las

realidades del Antiguo Testamento aparecen así como preludios figurativos de la vida

espiritual del cristiano.

Esta exégesis puede ampararse en san Pablo quien opone al "fermento" de la malicia, los

"ázimos de la sinceridad y de la verdad". Fue una exégesis particularmente cara a los maestros de la

Escuela de Alejandría.

Los diversos tipos de exégesis que acabamos de describir se desarrollaron en forma

espontánea y de acuerdo a las tendencias diversas de las escuelas. Orígenes parece haber sido el

primero que tuvo la idea de exponer sucesivamente los distintos sentidos. De hecho, todos ellos

38 Catequesis mistagógicas: Catequesis que introducía en los “misterios” de la fe a los que iban a recibir el

sacramento del bautismo.

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están íntimamente conexos. Por eso podemos concluir con Daniélou que "El sentido tipológico es

primeramente escatológico; que es cristológico, porque Cristo es el hombre escatológico; que es

sacramental, en cuanto que los sacramentos son la continuación del misterio de Cristo; y que

finalmente tiene un respeto místico en cuanto que el alma cristiana reproduce a Cristo".

El Antiguo Testamento se ordena al Nuevo y el Nuevo concluye en el cielo. Tal es la

concepción admirable que santo Tomás condensa en la Summa Theologica39

. Son los tres estadios

que el santo Doctor atribuía al culto:

Aquel en el que la eternidad y los medios que a ella conducen eran igualmente futuros,

aunque representados en la tierra por signos imperfectos, por sombras. Es el estadio del

Antiguo Testamento.

Aquel en el que la eternidad es aún futura, pero los medios que a ella conducen ya se han

hecho presentes en el misterio de Cristo, representados bajo signos sacramentales. Es el

estadio del Nuevo Testamento.

Y Aquel en el que la eternidad será una realidad presente, y ya no representable por ningún

signo. Es el estadio final del cielo.

39 Sto. Tomás; Summa Theologica, I -II q 102c y 103,3c.

“El que tenga sed, que venga a Mí; de su interior brotarán torrentes de agua viva”

(Jn. 7,47)

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UNIDAD VII

LECTIO DIVINA

La Lectura Espiritual de la Sagrada Escritura

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SUMARIO

I. El libro de los buscadores de Dios

a. Objeto de la lectura espiritual de la Escritura

b. Dios está en la Biblia

c. Cristo está en la Biblia

d. La esencia de la “lectio divina”

II. La “Lectio divina”: Dialogo entre Dios y los hombres.

2.1. Historia de la lectio divina

a. Los Padres

b. Los monjes.

c. Decadencia

d. Restauración

2.2. Una tarea ardua y penosa

a. Lectura atenta

b. Lectura asidua.

2.3. Características de la lectio divina

2.4. Requisitos y disposiciones.

a. Un ambiente favorable

b. Pureza de corazón

c. Desprendimiento y docilidad

d. Espíritu de oración

III. La Iglesia ora con la Sagrada Escritura: Sagrada Escritura y Liturgia.

IV. Excursus: La liturgia de las horas (Los salmos

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I. «EL LIBRO DE LOS BUSCADORES DE DIOS»

a. Objeto de la “lectio divina”

Después de haber recogido de los documentos sacerdotales lo que la Iglesia quiere con

respecto a la lectura de la Sagrada Escritura por parte del sacerdote, abordemos el concepto mismo

de lectio divina, su objeto, su naturaleza, sus características más notables.

Lectio, como lectura, su traducción literal al castellano, es un nombre sustantivo ambiguo;

puede designar tanto la acción de leer como el escrito que se lee. Divina es un adjetivo que califica

el vocablo lectio, y significa «divina», «de Dios». La expresión lectio divina quiere decir,

literalmente, «lectura divina», «lectura de Dios». Es decir, significa una lectura que tiene a Dios

por objeto. Se lee a Cervantes, se lee a Borges: en la lectio divina se lee a Dios. Porque Dios es

autor de un libro, o más exactamente, de una Biblioteca: la colección de escritos de índole diversa

que forman el Antiguo y el Nuevo Testamento. San Gregorio Magno llama a la Escritura “scripta

Dei” (los escritos de Dios), “scripta Redemptoris nostri” (los escritos de nuestro Redentor), y la

considera como una carta que Dios nos ha enviado.

La Biblia, como vimos anteriormente, contiene la Palabra de Dios escrita. Por tanto, la

materia propia, inmediata, de la lectio divina no puede ser otra que la Escritura. Sólo por tener por

objeto la Palabra de Dios contenida en la Biblia puede llamarse «lectura divina», «lectura de

Dios». Los monjes antiguos, a diferencia de muchos modernos, daban a la lectio divina «un sentido

estrictísimo», a saber: «la lectura de la palabra de Dios contenida en los libros de la Sagrada

Escritura y por concomitancia los comentarios a la misma». Sólo «por concomitancia»,

subsidiariamente, en cuanto ayudaban a comprender mejor la Escritura, se admitían como materia

de la lectio divina los comentarios de los Padres de la Iglesia. Por ser la Biblia su objeto propio,

tomó la lectio divina su forma específica, ya que no se puede leer a Dios como se lee a un autor

cualquiera. La «lectura de Dios» no puede ser como las demás lecturas. Y así, a medida que se

fueron acumulando experiencias personales de ese contacto con la Palabra de Dios, a medida que se

conocieron las maneras de comportarse los hombres a vueltas con la Palabra para penetrar en sus

profundidades insondables, para saborearla, para apropiársela y ponerla en práctica, fueron

perfilándose los diversos rasgos característicos que configuran la «lectura divina».

b. Dios está en la Biblia

Como «abrir la Biblia es encontrar a Dios», se comprende que los buscadores de Dios se

lanzaran sobre la Biblia con verdadera pasión. Así sucedió con los monjes, considerados como los

profesionales de la búsqueda de Dios.

Desde los orígenes hasta fines de la Edad Media, cuando se produjo la gran decadencia de

los monasterios y la lectio fue abandonada y luego desplazada por la «lectura espiritual», la Biblia

gozó entre ellos un prestigio incomparable. La lectura y la «meditación» de la Escritura constituyó

para generaciones y generaciones de monjes una ocupación asidua y de las más esenciales y

estimadas. La Biblia era para ellos no sólo la suprema regla de vida, un espejo donde contemplarse,

el libro de edificación por excelencia, el alimento del alma -un manjar tan nutritivo que, según san

Juan Crisóstomo, a veces basta una sola palabra de la Escritura «como alimento para todo el

camino de la vida»-; no sólo era “un puerto reguardado”, «un muro infranqueable, una torre que

no tiembla, gloria que nadie puede robar, arma que nunca falla, seguridad inmarcesible, placer

indeficiente y cuanto bueno se puede pensar», según asegura san Basilio de Cesarea; no sólo

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constituían «remedios divinos» para las heridas del alma, una «armadura» protectora contra los

dardos del enemigo, las «herramientas» propias del oficio de cristiano, un «tesoro» inagotable que

no debe enterrarse, al decir de san Juan Crisóstomo; pan de vida, vino que embriaga, fuerza en la

prueba, luz en la noche y fuego que consume el corazón, según san Gregorio Magno...

Era también, y sobre todo, un lugar privilegiado de encuentro con Dios. «En las

Escrituras -había escrito Orígenes-, con rostro descubierto contemplamos la gloria del Señor». La

Biblia, asegura el biógrafo de san Odilón de Cluny, es «el libro de la contemplación de Dios».

No son piadosas hipérboles. Dios, personalmente, habla, se manifiesta en la Biblia. La

palabra es la forma plenaria de comunicación humana. Podemos comunicarnos de muchas

maneras: una mirada, un signo... Pero sólo la palabra puede expresar con precisión, con

pormenor, por extenso todo lo que se puede expresar. En el lenguaje se cumple la suprema

revelación humana. Ahora bien, Dios escoge también este modo de comunicación para

manifestarse al hombre. Y en esto consiste formalmente la revelación sobrenatural. En la

creación y gobierno del universo hay una revelación natural: Dios se manifiesta como objeto

cognoscible mediatamente. Por el contrario, en la revelación sobrenatural, Dios manifiesta su

mente, como una persona comunica sus pensamientos a otra persona: mediante el lenguaje

propiamente dicho. Dios nos habla inmediatamente en la Escritura40

, porque la Escritura es la

Palabra de Dios formal en sentido estricto. La Biblia es «el libro de los buscadores de Dios».

«En los libros sagrados, el Padre que está en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos

para conversar con ellos»41

. «Abrir la Biblia es encontrar a Dios».

c. Cristo está en la Biblia

Abrir la Biblia -podría decirse igualmente- es encontrar a Cristo. Los Padres estaban

persuadidos de ello. Y el Vaticano II enseña que Cristo «está presente en su palabra, pues cuando

se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es él quien habla»42

.

San Jerónimo tiene una frase famosa: “Ignoratio scripturarum, ignoratio Christi est”43

;

desconocer la Biblia es desconocer a Cristo. Cristo está en la Biblia. Todos los antiguos señalan la

íntima relación existente entre Biblia y Eucaristía: Clemente, Orígenes, san Agustín, san Juan

Crisóstomo, san Jerónimo... «Al leer la Biblia los Padres no leían los textos, sino a Cristo vivo, y

Cristo les hablaba; consumían la palabra como el pan y el vino eucarísticos , y la palabra se

ofrecía con la profundidad de Cristo».

Las Escrituras son la carne y la sangre de Cristo. «Yo creo -dice san Jerónimo- que el

Evangelio es el cuerpo de Cristo... Y aunque las palabras `Quien no comiere mi carne y bebiere mi

sangre' pueden entenderse también del misterio [de la Eucaristía], con todo, las Escrituras, la

doctrina divina, son verdaderamente el cuerpo y la sangre de Cristo»44

. Y en otro lugar: «Es

nuestro deber conocer las mismas venas y carnes de la Escritura»45

. San Gregorio Magno, con

40 CV II, Dei Verbum, 21.

41 Ibid.

42 CV II, Sacrosanctum Concilium, 7

43San Jerónimo; In Is., pról., 1.

44 San Jerónimo; Tr. de ps. 131.

45 San Jerónimo; Tr. in Marci Evang., 4.

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realismo impresionante, decía al pueblo: «Vosotros que tenéis la costumbre de asistir a los divinos

misterios, sabéis bien que es necesario conservar con sumo cuidado y respeto el cuerpo de

nuestro Señor que recibís, para no perder de él ninguna partícula, a fin de que nada de lo que ha

sido consagrado caiga en tierra. ¿Pensáis vosotros acaso que sea un delito menor tratar con

negligencia la palabra de Dios que es su cuerpo?»46

.

La comparación Escritura-Eucaristía, es, como se ve, constante en la tradición cristiana.

Ambas contienen el Verbo de Dios. La celebración eucarística consta de dos partes: Eucaristía y

Palabra de Dios, que forman un sacramento completo. En la Biblia, como en la Eucaristía,

encontramos el verdadero pan de vida eterna, aquel del que deben alimentarse los que han sido

llamados a vivir más allá de este mundo, la vida misma de Dios. Y el Vaticano II ha subrayado y,

en cierto modo, consagrado esta relación íntima entre Escritura y Eucaristía cuando declara: «La

Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el cuerpo de Cristo, pues

sobre todo en la sagrada liturgia nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida

que ofrece la mesa de la Palabra de Dios y del cuerpo de Cristo». Y también: «Como por la asidua

frecuentación del misterio eucarístico se incrementa la vida de la Iglesia, así es de esperar un

nuevo impulso de la vida espiritual de la acrecida veneración de la Palabra de Dios que permanece

para siempre»47

.

d. La esencia de la lectio divina

Dios habló directamente a hombres escogidos, privilegiados. Y a través de ellos a todo su

pueblo, a la humanidad entera. Estos hombres fueron, en el sentido lato del término, los profetas.

Tuvieron los profetas clara conciencia de que Dios se les comunicaba. De diversos modos, según

los casos. Cuando quería y como quería. Tenían la sensación de que la Palabra de Dios se

apoderaba de ellos, hasta hacerles violencia. En otros casos -el caso de los sabios de Israel,

especialmente-, la Palabra de Dios se manifestaba por vías aparentemente más próximas a la

psicología normal. Profetas y sabios, en comunicación directa con el Dios vivo, nos transmitieron

un mensaje divino. Dios habló a través de sus intermediarios. A través de profetas y sabios, Dios

fue manifestando su voluntad, revelando el sentido de las cosas y de la vida, prometiendo y

anunciando el porvenir. Dios se fue revelando a sí mismo.

Esta revelación alcanzó su cenit en Jesucristo. «En múltiples ocasiones y de muchas

maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final,

nos ha hablado por su Hijo, al que nombró heredero de todo, lo mismo que por él había creado los

mundos y las edades»48

. Poder que opera, luz que revela, Jesús en cuanto Hijo se identifica con la

Palabra de Dios, es él mismo ia Palabra de Dios.

En la divina Biblioteca encontramos la Palabra de Dios. Los buscadores de Dios tienen su

Libro: la Sagrada Escritura. En la Biblia encuentran a Dios. Porque la Biblia es el lugar que Dios

mismo ha elegido para su encuentro con el hombre. Dietrich Bonhöffer tiene a este propósito unas

líneas preciosas: «Si fuera yo quien tuviera que determinar dónde hallar a Dios, encontraría

siempre a un Dios que está de acuerdo con mi manera de ser. Pero si es Dios quien establece el

lugar de encuentro, en tal caso no será un lugar para halagar a la humana naturaleza, un lugar

conforme a mi gusto. Este lugar es la cruz de Cristo, y todo aquel que quiera hallarlo debe acudir

46 San Gregorio Magno; Hom. in Ez. 13,3.

47CV II; Dei Verbum, n. 26

48Heb 1, 1-2.

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al pie de la cruz, como lo exige el Sermón de la Montaña. Esto no complace en nada a nuestra

naturaleza, sino que le es enteramente contrario. Pero tal es el mensaje bíblico, no sólo en el

Nuevo Testamento, sino también en el Antiguo. Y quisiera haceros una confidencia personal:

desde que considero la Biblia como el lugar de encuentro con Dios, 'el lugar que Dios me ofrece

para encontrarlo', todos los días voy de maravilla en maravilla. La leo mañana y tarde, y con

frecuencia, a lo largo del día, medito un texto que he escogido para la semana y procuro

sumergirme en él profundamente para poder entender de verdad lo que en él se nos dice. Estoy

convencido de que sin esto no podría vivir verdaderamente y ciertamente ya no podría creer...».

Esta es, formulada en términos de nuestros días, la «lectura de Dios». Porque,

evidentemente, cualquier lectura de la Biblia no puede calificarse de lectio divina. Así, recorrer

sus páginas superficialmente, por mera curiosidad, sin interesarse de verdad en ella, no es «lectura

divina». No lo es tampoco escudriñarla con finalidades de estudio. Leer, escuchar, retener,

profundizar, vivir la Palabra de Dios contenida en la Escritura, sumergirse en ella con fe y

amor: en esto consiste, esencialmente, la lectio divina.

II.

LA LECTIO DIVINA:

DIALOGO ENTRE DIOS Y EL HOMBRE

«Adán, ¿dónde estás?». La voz del Todopoderoso resonó en el Paraíso. Dios buscaba al

hombre, que había plasmado a su imagen y semejanza. Quería hablar con él, como todos los días,

cuando «se paseaba por el jardín tomando el fresco». Adán -el hombre- había desobedecido a su

Creador y se había escondido. El pecado del hombre destruyó brutalmente la familiaridad con Dios

en que había sido creado. Esto es lo que quiere decirnos el Génesis en sus primeras páginas.

El hombre perdió la parrhesía, esa dulce y entera libertad de expresión que le permitía hablar

a Dios como un hijo habla a su padre, como un amigo habla con su amigo. El hombre perdió a Dios,

su creador y padre, y Dios perdió al hombre, su imagen, su hijo, su interlocutor. Y desde entonces

Dios buscó al hombre, y el hombre tiene que buscar a Dios.

«Buscar a Dios» es una ocupación absorbente. Abarca toda la vida y toda la persona. Es

como el amor a Dios:

«Escucha, Israel, el Señor nuestro es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios con

todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas»49

.

¿Acaso no es el amor, el deseo que tiene su origen en el amor, el móvil de nuestra búsqueda?

¿Tal vez no son amor y búsqueda de Dios dos conceptos tan próximos uno del otro que se

compenetran?

Hay que buscar a Dios donde está: en los hombres, en los acontecimientos, en la Eucaristía,

en lo íntimo de nuestro propio ser... ¿Dónde no está Dios? Hay que buscarle, evidentemente, en el

cumplimiento de su voluntad:

49Mc 12, 29-30.

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Dichoso el que, con vida intachable, camina en la voluntad del Señor;

dichoso el que, guardando sus preceptos, lo busca de todo corazón50

.

Pero la búsqueda personal de Dios y el encuentro personal con Dios se verifica en el

diálogo. El diálogo es el lugar privilegiado donde convergen los deseos del «verdadero Dios» y del

«verdadero hombre. El «verdadero Dios», el «Dios vivo», que habla y a quien se puede hablar; el

Dios personal que quiere comunicarnos la plenitud de la existencia personal y se abaja para

elevarnos a su mismo nivel. El «verdadero hombre», «imagen de Dios», aparición de Dios, que

hace visible al Dios invisible y quiere encontrar a su Creador, del que se había apartado. Así

convergen la sed de Dios de encarnarse en el hombre y la sed de infinito que atormenta el corazón

humano, el Deus desiderans y el Deus desideratus, como decían los autores medievales; el Dios

que nos acosa porque nos desea, y el hombre que busca ansiosamente al Dios que necesita.

Para la tradición cristiana primitiva el diálogo con Dios tiene dos tiempos: la lectura y la

oración. Ya san Cipriano de Cartago aconsejaba a Donato: «Sé asiduo tanto a la oración como a la

lectura. Ora habla tú con Dios, ora Dios contigo»51

. San Jerónimo dice del anacoreta Bonoso: «Ora

oye a Dios cuando recorre por la lectura los libros sagrados, ora habla con Dios cuando hace

oración al Señor»52

. San Ambrosio de Milán escribe: «A Dios hablamos cuando oramos, a Dios

escuchamos cuando leemos sus palabras»53

. San Agustín, comentando el salmo 85, dice: «Tu

oración es una locución con Dios. Cuando lees, te habla Dios; cuando oras, tú hablas a Dios»54

.

Pero la formulación más hermosa del diálogo entre Dios y el hombre es la de san Jerónimo cuando

escribe a su discípula Eustoquia, la noble virgen romana: “Sea tu custodia lo secreto de tu aposento

y allá dentro recréese contigo tu Esposo. Cuando oras, hablas a tu Esposo; cuando lees, él te habla

a ti”55

.

Los mismos conceptos se hallan repetidos innumerables veces en los autores antiguos y

medievales. Así, por ejemplo, en una carta sobre la vocación monástica: «Habla a Dios orando,

escucha leyendo a Dios que te habla». En nuestros días, el Concilio Vaticano II citaba el texto de

san Ambrosio: “Recuerden que a la lectura de Ia Sagrada Escritura debe acompañar la oración

para que se realice el diálogo de Dios con e1 hombre, pues `a Dios hablamos cuando oramos, a

Dios escuchamos cuando leemos sus palabras »56

En realidad, ¿qué hacen los monjes según la Regla de san Benito y la tradición? Tres cosas:

orar, leer y trabajar. Trabajan por varias razones: porque es voluntad del Creador que el hombre

trabaje; para ejercitar el cuerpo; porque son pobres, voluntariamente pobres, y deben ganarse el

sustento; para conservar un prudente equilibrio entre las ocupaciones de cada día y evitar la

ociosidad y sus consecuencias; para aliviar las necesidades de los que son más pobres que ellos...

Pero, evidentemente, para trabajar no es preciso ingresar en un monasterio o hacerse ermitaño. Lo

50Sal. 118, 1-2

51S. Cipriano; Ad Donatum, 15

52S Jerónimo; In Eph. 3,4

53S. Ambrosio; De officis ministrorum 1,20,88.

54S. Agustín; Enarr. in ps. 85,7

55S. Jerónimo; In Ep. 22,25

56CV II ; Dei Verbum, 25.

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característico -aunque no exclusivo- del monje son la lectura y la oración, es decir, el

mantenimiento del diálogo con Dios, que ni siquiera el trabajo debe interrumpir. “A la oración

sucedía la lectura; a la lectura, la oración”, escribe san Jerónimo refiriéndose a Orígenes y sus

discípulos. Algo parecido acontecía en los desiertos y cenobios. Uno de los grandes elogios que se

hicieron del primer monje obispo de Occidente, san Martín de Tours, es éste: “No pasó hora ni

momento alguno que no dedicara a la oración o a la lectura; aunque, incluso mientras teía o hacía

otra cosa, nunca dejaba de orar». Un monje de observancia cluniacense afirmaba: “En nuestra

orden, de la lectura se pasa a la oración, de la oración a la lectura”. La lectura se complementaba

y prolongaba mediante un ejercicio muy característico que se llamó en griego melete y en latín

meditatio, que normalmente era asimismo oración, como veremos más adelante; y la lectura y la

oración se convertían a ratos en contemplación de Dios y de las cosas divinas. Siguiendo las huellas

de Hugo de San Víctor, Guido II, prior de la Gran Cartuja, construyó con estos elementos una

escala de cuatro peldaños, la famosa Scala claustralium:

1. Lectio.

2. Meditatio.

3. Oratio.

4. Contemplatio.

Enseña Guido II que la lectio, «estudio atento de las Escrituras», busca la vida

bienaventurada, la meditatio la encuentra, la oratio la implora, la contemplatio la saborea. La escala

obtuvo gran éxito entre los espirituales. Muchos autores aluden a ella o la comentan. Otros se

quedan sólo con los tres primeros peldaños. Así: «La lectura es buena; la meditación, mejor; la

oración, óptima. La lectura ilumina la mente, la meditación fortalece el ánimo, la oración alienta y

sacia. Esta es la cuerda triple que, según Salomón, se rompe con dificultad. En estas tres cosas

consiste la vida del espíritu. Sin estas tres alas espirituales, nadie llega a ser verdaderamente

espiritual».

Hace bien el monje anónimo al no considerar la lectura, la meditación y la oración como

grados sucesivos, sino como tres ramales de una misma cuerda. En realidad, la escala de Guido,

como tantas otras escalas espirituales, es una escala ficticia. Sus grados no se suceden uno después

del otro; son elementos que coexisten pacíficamente. Y no solo coexisten, sino que se interfieren y

presentan características tan semejantes que con frecuencia es muy difícil distinguirlos entre sí. La

íntima unión que existe entre lectio, meditatio y oratio se puede comprobar en los autores

medievales, cuyos escritos están esmaltados de textos y reminiscencias de la Biblia. Es el fruto

lógico de cierto concepto de oración entonces predominante. Para orar no hay que hacer otra cosa

que leer, escuchar, rumiar y luego volver a decir a Dios todo lo que él nos ha dicho antes, después

de haber volcado en estas palabras todo nuestro pensamiento, todo nuestro amor, toda nuestra vida.

De este modo la Palabra de Dios se convierte en el lugar y el medio del encuentro con él.

Lectio, meditatio y oratio más que actos distintos, son diversas actitudes de un mismo gesto: el del

hombre que habla con su Dios teniendo ante la vista -o al menos en la mente- la Palabra de Dios

escrita.

2.1. Historia de la lectio divina

Que a menudo no se sepa muy bien en qué consiste exactamente la «lectura divina», se

explica porque tanto su nombre como su práctica habían caído generalmente en desuso desde hacía

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siglos. Hoy, gracias a modernas investigaciones, es posible conocer a grandes rasgos su historia.

Veámosla rápidamente

a. Los Padres

La lectio divina hunde sus raíces en la religión judía, en el uso de la sinagoga, en la

«meditación» (haga) o relectura de la Biblia propia de los rabinos y sus discípulos. Pero hay que

esperar a Orígenes, el famoso maestro alejandrino, para que la práctica de la «lectura divina» (theía

anágnosis) aparezca con claridad y ya perfectamente perfilada.

Orígenes, que, con toda probabilidad, aprendió este método de sus maestros judíos,

considera la lectio divina como la base necesaria de toda vida ascética, de todo conocimiento

espiritual, de toda contemplación. La escritura, en efecto, no constituye un instrumento, entre otros,

que ayuda a progresar en la vida del espíritu, ni la lectura de la Biblia, un simple ejercicio de

piedad. Más bien hay que decir que la vida espiritual del cristiano es la Escritura leída, meditada,

comprendida y vivida. La Biblia, junto con la Encarnación y la Iglesia, es la manifestación sensible

de la presencia del Logos en la historia, es la voz misma de Cristo que se dirige a sus fieles a través

de la Iglesia. De ahí que todo fiel cristiano deba dedicarse asiduamente a la «Lectura divina». La

penetración en el misterio de Cristo por vía de la Escritura se realiza progresivamente, y su

comprensión profunda no tiene lugar sino después de una lectura insistente e interrumpida por la

oración.

Con razón dice Denis Gorce que los Padres de la edad de oro no harán más que repetir, cada

uno a su manera y en su propio contexto histórico y cultural, las ideas de Orígenes sobre el papel de

primer orden que desempeña la lectura sagrada en la vida contemplativa.

Leer la Escritura es, según los Padres, obligación principal de todo cristiano. Los

Padres no se cansaban de recomendar: vacare lectioni, studere lectioni, insistere lectioni. Puede

decirse que la liturgia, obra del pueblo de Dios, es, en gran parte, una lectio divina comunitaria:

alterna la lectura de la Biblia con su meditación en el canto de los salmos y en la homilía; pero, para

que aproveche de verdad al alma, es necesario que esta lectura comunitaria sea fecundada por una

lectura personal, hecha en privado, que resulte como una prolongación de la Palabra de Dios hecha

en comunidad. San Juan Crisóstomo, san Ambrosio de Milán, san Cesáreo de Arlés, hacían hincapié

en esto. Lo que se realiza en la iglesia ha de seguir haciéndolo cada cristiano en su casa, pues sólo

así es posible «apropiarse» la Palabra de Dios. Para san Gregorio Magno, como para Orígenes, la

lectio divina no es un ejercicio aislado en la vida del cristiano; en cierto sentido, puede afirmarse

que es lo esencial, pues no sería exagerado decir que, para el gran papa monje, el cristiano perfecto

es aquel que sabe leer la Escritura, a condición de entender que su lectura compromete la vida

entera.

b. Los monjes.

San Juan Crisóstomo se indignaba cuando le replicaban que leer la Escritura era cosa

de monjes; no -decía-, es propio de todos los que se precien de ser cristianos. Y, claro es, tenía

razón. Sin embargo, la objeción de sus interlocutores resulta significativa. La Biblia se estaba

convirtiendo en el libro del monje, y el monje, en el hombre de la Biblia.

Ya los solitarios y cenobitas más antiguos practicaban la «lectura divina» y aprendían de

memoria largos pasajes de la Escritura, con frecuencia libros enteros, para «meditarlos» sin cesar.

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Pacomio, Orsiesio, Basilio, Evagrio Póntico, todos los maestros del monacato, recomiendan

encarecidamente la lectio divina. Casiano, el gran divulgador de la espiritualidad monástica en

Occidente, insiste, siguiendo a Orígenes, en el poder de renovación espiritual contenido en la

lectura directa de la Biblia, no en la de sus comentaristas. Los legisladores del cenobitismo, al

distinguirla de las lecturas del oficio divino y otras hechas en comunidad, codifican poco a poco la

práctica de la «lectura divina»: precisan su horario y los libros que deben leerse.

Así, en los siglos V-VI, la lectio está ya institucionalizada en los monasterios, ocupa un

lugar determinado en el horario de las comunidades. Según todas las reglas de la época, dedicaban

los monjes a la lectura, en los días laborables, un mínimo de dos horas y un máximo de tres. San

Cesáreo dispone que, después de las dos horas ordinarias de lectura, una de las monjas lea en voz

alta por espacio de otra hora mientras las demás trabajan. Según un documento de tradición

agustiniana, el Ordo monasterii esta lectura ocupaba el centro de la jornada: de sexta a nona. Según

la Regla de san Benito sólo se leía durante tres horas seguidas en cuaresma (desde las 7 a las 10 de

la mañana, aproximadamente); en verano leían desde la hora cuarta a la sexta, es decir, cuando el

calor apretaba, y los que lo deseaban, también podían leer durante la siesta (una hora larga); en

invierno, dedicaban los monjes a la lectura la primera hora de la mañana, desde que salían de laudes

hasta las 9, y la reanudaban después de comer, menos los que tenían necesidad de aprender el

salterio de memoria (vacare psalmis), hasta completas; el domingo era el gran día semanal de la

lectio divina, a la que debían dedicar todo el tiempo libre que dejaban los oficios, salvo los que

tenían asignadas algunas tareas particulares y los negligentes o desidiosi, que no podían o no

querían ocuparse en la lectura o la meditatio; a los tales se les asignaba algún trabajo para que no

permanecieran ociosos.

Para poder dedicarse a la lectio divina era preciso que tanto los monjes como las monjas

supieran leer. Ya en las Reglas de san Pacomio se manda que todo novicio aprenda a leer, «aunque

no quiera». «Todas aprendan a leer», ordena la Regula ad virgenes, 18, de san Cesáreo de Arlés. La

misma disposición se repite tanto en la Regula ad monachos, 23, como en la Regula ad virgines, 26.

de san Aureliano. La Regula Ferioli, 1 1 , dice más solemnemente: «Todo el que quiera que le

llamen monje, no tiene derecho a no saber leer». Según la Regula Magistri, la lectio se practica de

este modo:Los monjes “se reúnen por decenas y escuchan a un lector; cada uno por turno lee en el

único códice. A1 mismo tiempo uno de los litterati enseña a leer a los niños y analfabetos, y los que

no saben el salterio se ejercitan en recitarlo”. San Benito, en cambio, quiere que cada monje tenga

su libro y se instale donde le parezca mejor para entregarse a la lectura. ¿Por qué motivo? Una

razón parece obvia: porque a los antiguos les gustaba leer en voz alta. No leían, normalmente, sólo

con la vista, sino con la boca y con los oídos, escuchando las palabras que iban pronunciando. Pero

esto no excluye que buscaran la soledad para leer y orar con más recogimiento. El hecho de dar a

cada uno un códice muestra claramente que para san Benito la “lectura divina” era asunto

estrictamente personal; las lecturas comunitarias se tenían en otros momentos. Eso sí, se designaba

uno o dos ancianos para que recorrieran el monasterio durante ta lectura y observaran sí algún

monje acediosus, en vez de entregarse a la Lectio, se daba al ocio y a la charlatanería. Durante la

siesta de verano, los que querían leer debían hacerlo “para sí” (sibi), de suerte que no molestaran a

los demás; lo que significa que leían en el dormitorio, mientras los demás dormían o intentaban

dormir.

Los monjes de la Edad Media permanecieron fieles a la práctica de la lectio, por lo menos

hasta cierto punto, pues, a la vista de algunos textos, se tiene la impresión de que la “lectura divina”

se iba desvirtuando, desfigurando, transformando e incluso olvidando, por lo menos en ciertos

ambientes. Pese a honrosas y muy notables excepciones personales -san Anselmo, Ruperto de

Deutz, Pedro de Celle y tantos otros- y colectivas -las primeras generaciones cistercienses, sobre

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todo-, y a que la llamada “teología monástica” se nutría de Lectio divina, ésta se hallaba abocada a

una lamentable declinación.

c. Decadencia

Es curioso notar cómo desde fines del siglo XII, edad de oro de la espiritualidad monástica

medieval, la expresión se hace cada vez más rara; ya sólo la usa algún escritor místico. Y no sólo

desaparece la expresión Lectio divina. En la época de la devotio moderna, los espirituales

encuentran una forma de oración que la suplanta: la «oración mental», ejercicio independiente de lo

que más adelante se llamará la «lectura espiritual». En esta época de transición la lectura se

convierte en un «ejercicio espiritual» autónomo y específico, no orientado hacia la oración. Y luego

se va apartando también de la Escritura. Se produce la distinción neta entre estudio, es decir, lectura

intelectual o teológica, y «lectura espiritual», ejercicio de piedad sin el nervio ni la exigencia de la

lectio divina y, sobre todo, que, a diferencia de ésta, se nutre más bien de hagiografía popular,

manuales de vida cristiana y obras de meditación. La Escritura recupera, esporádicamente, un lugar

preferente sólo en ciertos autores, como san Juan Eudes, y en ciertos ambientes religiosos. Entre los

monjes, en efecto, sobre todo en algunas reformas benedictinas, siempre quedó por lo menos alguna

huella de lo que había sido la lectio divina en tiempos pretéritos.

d. Restauración

Dos libros contribuyeron especialmente a resucitar la expresión lectio divina ya en pleno

siglo XX: el del doctor Denis Gorce, La «lectio divina» des origines du cénobüisme d saint Benoït

et de Casiodore, Paris, 1925 (que trata tan sólo de san Jerónimo, pues la obra no se continuó), y el

de dom Usmer Berlière, L'ascèse Benédictine des origines d la fin du XII` siecle, París-Maredsous,

1927 (que contiene un capítulo sobre la lectio divina). Pero la fórmula no se difundió

verdaderamente hasta la década 1940-1950, con el desarrollo del movimiento litúrgico dentro y

fuera de los ambientes monásticos. Es muy significativo que una colección de estudios sobre la

Biblia que empezó a publicar la editorial du Cerf en 1946, y que sigue publicándose todavía, se

titulara Lectio divina. Finalmente, el Vaticano II, en su decreto Dei Verbum, 25, ratificó y promovió

aún más, con todo el peso de su autoridad, ta restauración de la «lectura divina»: “El Santo Sínodo

recomienda insistentemente a todos los fieles, especialmente a los religiosos, la lectura asidua de la

Escritura para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo (Fil 3,8), pues desconocer la

Escritura es desconocer a Cristo” (san Jerónimo, Com. in Is., prol.). Acudan de buena gana al

texto mismo... Recuerden que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración

para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues `a Dios hablamos cuando oramos, a

Dios escuchamos cuando leemos sus palabras ». Y en el decreto Perfectae Caritatis, 6, repite el

concilio refiriéndose a los religiosos: «Tengan, ante todo, diariamente en las manos la Sagrada

Escritura, a fin de adquirir, por la lección y meditación de los sagrados libros, el sublime

conocimiento de Jesucristo (Fil. 3,8)». Como se habrá notado, en el texto anterior hablaba el

Concilio de lectura asidua de la Escritura; en el último, de lectura diaria.

2.3. Una tarea ardua y penosa

a. Lectura atenta

La Biblia es «el libro de los buscadores de Dios»; la «lectura divina», una tarea propia de los

buscadores de Dios. Ahora bien, buscar supone siempre algún esfuerzo. Aunque reposada y

apacible, la lectio divina requiere a menudo una notable, una perseverante aplicación.

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Hay que desechar de una vez para siempre la idea de que la lectio consiste o puede consistir

en una especie de «pasatiempo espiritual», una leve recreación piadosa. Tal manera de pensar revela

un completo desconocimiento de las enseñanzas de la tradición. Para los Padres y legisladores

monásticos, en efecto, era la «lectura divina» una tarea muy seria, muy grave, muy ardua. Parece

significativo que la «lectura divina» ocupe un lugar parejo al del trabajo físico en las reglas

monásticas. Fuera del tiempo reservado al oficio divino, «han de ocuparse los hermanos a unas

horas en el trabajo manual y a otras en la lectura divina», dice, por ejemplo, san Benito57

. La lectio,

fundamentalmente, representa el ejercicio del “hombre interior”; un ejercicio que requiere, sin

excusa posible, la total atención, la enérgica aplicación de las potencias del alma: la memoria, el

entendimiento, la afectividad. Implica la lectio una gran firmeza de ánimo para escrutar, captar y

comprender, en el sentido más pleno del vocablo, la Palabra de Dios. Hay que aplicarse a

ello -proséchein escribe insistentemente Orígenes- con perseverante esfuerzo.

Ahora bien, el cansancio, el sueño, la desgana, el tedio, la pereza son realidades demasiado

humanas para que no afecten, al menos de vez en cuando, al lector de la Escritura. En la colección

latina de los Apotegmas de los Padres se nos dice: «Los profetas escribieron libros, nuestros padres

los pusieron en práctica; sus sucesores los aprendieron de memoria la presente generación los

transcribe en pergaminos y los deja dormir en las bibliotecas». Este apotegma refleja -exagerando

un poco, evidentemente- una falta de interés colectiva. Mucho más a menudo, sin duda, el individuo

está poco dispuesto a leer, sobre todo con la atención y la total dedicación propias de la lectio

divina. Casiano nos pinta una pequeña escena que debía repetirse con cierta frecuencia en la

prosaica realidad cotidiana del desierto cuando escribe: “Tal vez deseo dar firmeza a mi corazón

forzándome a leer la Escritura; pero un dolor de cabeza me lo impide, y hacia las nueve de la

mañana me he dormido con la cabeza sobre el libro” 58

. Otras veces, el alma se siente como

sumergida en el letal sopor de la akedía, y la lectura causa aversión y disgusto59

. Perseverar en ella,

cueste lo que cueste, supone una voluntad casi heroica. En la sentencia de la Regla de San Benito:

“Lectiones sanetas libenter audire”60

, el adverbio libenter (con gusto) se refiere a la repugnancia

que ciertos espíritus sentían por la lectura. San Benito reprime severamente tales negligencias61

. A

estas dificultades de tipo más bien subjetivo se añaden otras de carácter objetivo, derivadas de la

naturaleza misma de la Escritura. Porque, no nos engañemos, la lectura de la Biblia es una lectura

austera en muchísimas de sus páginas. Por varias razones. Una de ellas son sus obscuridades, las

dificultades de interpretarla correctamente. Incluso el Evangelio las presenta.

La lectura de la Biblia es austera porque, como dice la propia Escritura, «la Palabra de Dios

es viva y enérgica, y más tajante que navaja de dos filos, y penetrante hasta la división del alma y

del espíritu, de articulaciones y médulas, y examina los deseos e intenciones del corazón»62

. Viva

como Dios, tiene la actividad que es el poder de Dios actuado: penetra hasta lo más recóndito, lo

más íntimo del ser, donde el espíritu sobrenatural empalma con nuestro principio vital. Y allí, en el

interior del hombre, posee una capacidad de juzgar y sentenciar, porque obliga al hombre a tomar

posición; ante esa Palabra no es posible el compromiso ni el disimulo. Porque al juez lo tienes

57Regla de San Benito; (RB) 48,1

58Conl. 10, 10

59Conl. 4,2

60RB 4,55

61RB 48, 17-20

62Hb 4, 12

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dentro. La lectio divina es «una aventura peligrosa». Con frecuencia puede convertirse en un

combate cuerpo a cuerpo con Dios, pues Dios nos asalta cuando menos lo esperamos. Encontrarse

con Dios es a menudo doloroso. Pero todo esto pertenece a la naturaleza misma de la «lectura de

Dios». En ella se busca a Dios y se le busca, evidentemente, para encontrarlo. Unas veces nos

consolará, otras nos juzgará, otras -con frecuencia- nos pedirá esto o aquello. Precisamente porque

«la Palabra de Dios puede exigirme hoy una cosa que no me exigió todavía ayer» -escribe H. U. von

Balthasar- «debo permanecer abierto y atento para escuchar lo que me exige».

b. Lectura asidua

Una última cualidad sobresaliente de la lectio divina debe señalarse: su carácter de lectura

asidua, de relectura constante, que no conoce término. Al esfuerzo de la atención sostenida, hay que

sumar el de la perseverancia a toda costa. San Serafín de Sarov leía cada semana todo el Nuevo

Testamento. De Nepociano escribe san Jerónimo: «Por la asidua lectura y la meditación

prolongada, había hecho de su pecho una biblioteca de Cristo»63

. Los modelos insignes de

perseverancia en la lectio son numerosos, y algunos, cautivadores.

Dimitri Marejkevsky dice del Evangelio: «Libro extraño. Nunca se le ha leído entero. Gusta

leerlo, parece que siempre queda por terminar, que se ha omitido algo, que algo queda

incomprendido. Se le vuelve a leer, y se siente la misma impresión. Y así una y otra vez. Igual que

el cielo por la noche. A medida que se le contempla, se descubren nuevas estrellas».

Lo mismo podría decirse de los demás libros que componen la divina Biblioteca. A medida

que los vamos leyendo y volviendo a leer, descubrimos «nuevas estrellas», se nos abre un poco más

el maravilloso, el estupendo horizonte del universo de la Biblia. La asiduidad en la «lectura divina»,

halló en san Gregorio Magno un abogado incansable. Gregorio había experimentado la hondura de

la Biblia, tan insondable como la de Dios. «Nadie -observa- ha profundizado tanto en su

conocimiento que no pueda avanzar todavía más, porque todo progreso humano permanece por

debajo de la altura de la divinidad que ha inspirado la Escritura». Ésta, «por mucho que se la

explique, sigue teniendo secretos», pues «está compuesta de tal manera que se la ignora aun

cuando se la conoce, que se la lee con mayor agrado sì se la estudìa cada día, y, pudiendo

descubrir siempre algo nuevo en ella, posee el arte de hechizar» 64

. Y en otro lugar escribe que

cuanto más se lee la Biblia, más se la quiere; accesible a los lectores sin cultura, es siempre nueva

para el sabio. Al frecuentar la Escritura, se la va descubriendo progresivamente, y su

descubrimiento no acaba nunca. En realidad, valdría poco si fuera de fácil acceso. «Cuando la

inteligencia encuentra el sentido de ciertos lugares oscuros se siente tanto más reconfortada cuanto

más se ha esforzado en su búsqueda»65

. El esfuerzo necesario hace fecunda la lectura. Sus pasajes

oscuros quieren despertar nuestra inteligencia para que estemos atentos a sus profundidades aun en

los pasajes aparentemente simples y claros66

.

La lectio divina no puede descuidarse, ni admite vacaciones. A imitación de Rebeca -dice

Orígenes-, es preciso volver todos los días al pozo de las Escrituras. Si a veces dejamos de hacer de

ellas el, objeto de nuestra lectio y leemos a otros autores es a fin de que dichos autores nos ayuden a

63Ep. 60,10

64In I Reg., prooem

65Nom. in Ez. 1 ,6,1

66Mor. 18, 1

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aprovecharnos mejor de la Palabra de Dios contenida en la Biblia. Pero enseguida hay que regresar

a las Escrituras, o tal vez mejor, hay que simultanear ambas lecturas.

La Biblia, además, debe leerse por entero. Todos sus libros, aun los que parecen menos

útiles, si no del todo inútiles para la vida espiritual, contienen la Palabra de Dios. Tal es la razón

principal. Pero hay también un motivo de carácter psicológico: la amplitud y diversidad de los

libros sagrados contienen un elemento de variedad nada despreciable. Somos humanos y,

consiguientemente, limitados e inconstantes. Todo, incluso las cosas más santas y sublimes, se nos

convierte en rutina, hasta llegar a causarnos fastidio. Nuestro espíritu se acostumbra tanto a todo

que puede llegar a sentirse indiferente ante las páginas del Salterio o del mismo Evangelio. Se diría

que Dios lo ha tenido en cuenta y ha querido ayudarnos ofreciéndonos una Biblioteca sumamente

rica. En efecto, ¡cuánta variedad en la Escritura, especialmente en el Antiguo Testamento! ¡Cuántas

riquezas para quien sepa hallarlas, o mejor, para aquel a quien el Espíritu Santo le concede

descubrirlas! Tanto por el número, extensión y carácter diverso de los escritos que lo integran,

como por la profundidad de las ideas que contiene si se le ilumina con la luz de Cristo, el Antiguo

Testamento es realmente inagotable. De este modo nuestro esfuerzo por perseverar en la «lectura de

Dios» se verá sostenido por la maravillosa variedad de los libros sagrados.

En suma, en la lectio divina no se trata de dedicarse al estudio de textos, por venerables que

sean, sino de conocer y amar a Dios, pues amamos en la medida que conocemos. «Un corazón que

ama no puede menos de esforzarse por conocer mejor a aquel que ama, por descubrir cada vez más

su verdadero rostro». Esta es acaso la razón principal de la asiduidad en la «lectura de Dios».

2.4 . Requisitos y disposiciones

a. Un ambiente Favorable

Intentemos aquí determinar cuál debe ser el «ambiente favorable».El clima propicio a la

lectio debería estar integrado de paz -exterior e interior, pero sobre todo interior-, de distensión, de

caridad fraterna -sin caridad no hay verdadera paz-, de silencio, de tiempo libre... Sobre el silencio,

tan necesario para escuchar, observa Dietrich Bonhöffer: «Nos callamos antes de escuchar, porque

nuestros pensamientos ya están dirigídos hacia el mensaje, como un niño se calla en el momento de

entrar en el cuarto de su padre. Nos callamos después de haber escuchado la Palabra de Dios,

porque ella resuena, vive y quiere habitar en nosotros». Paz, caridad, silencio, tiempo libre: es el

ambiente que supuestamente, reina en los monasterios; es el otium monástico, en el que tanto

hincapié hicieron los autores medievales; es el vacare Deo, es decir, estar disponibles para

dedicarse a Dios. Sin que esto, evidentemente; implique ningún desinterés, ninguna ruptura con

todos y cada uno de nuestros hermanos los hombres. Porque cuando yo me dedico a Dios, cuando

abro la Biblia y encuentro a Dios, estoy en comunicación con todos mis hermanos. Es la Esposa

que, a través de uno de sus miembros, busca y encuentra al Esposo...

b. Pureza de corazón

Pero, claro es, no basta un ambiente propicio, no basta una preparación, una formación

idónea de tipo intelectual. Casiano, gran maestro de monjes, no se cansa de repetir que la ciencia

humana, el estudio de los comentaristas de la Biblia, de poco o de nada sirve para alcanzar la

«inteligencia espiritual» de la Escritura, que alimenta al «hombre interior», es decir, la vida de

unión con Dios. Cierto que, según él, hay que leer asiduamente la Biblia; cierto que hay que

esforzarse por aprenderla de memoria, a fin de repasar luego los pasajes aprendidos en silencio,

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sobre todo durante la noche, pues a veces «penetramos en sus sentidos más ocultos» incluso durante

el sueño. Pero lo que se necesita ante todo y sobre todo es «pureza de corazón».

Dice Casiano por boca del abad Nesteros en las famosas Colaciones67

: “Si deseáis llegar a

la luz de la ciencia espiritual..., inflamaos ante todo en el deseo de la bienaventuranza de la que se

ha dicho: Dichosos los limpios de corazón, porque ésos van a ver a Dios (Mt. 5,8). Sólo después de

desarraigar los vicios y adquirir la humildad, será posible «penetrar hasta el corazón de las

palabras celestes y contemplar con la mirada pura del alma los misterios más profundos y

escondidos”. Y añade una vez más Casiano: «Esto no lo da la ciencia humana ni la cultura de los

hombres, sino tan sólo la pureza del alma, ilustrada por la luz del Espíritu Santo». De este modo, a

medida que vamos progresando en la purificación interior y en la lectura humilde y asidua, nuestro

espíritu se va renovando y «nos parecerá que la Sagrada Escritura empieza a cambiar para

nosotros. Se nos comunica una comprensión más honda y misteriosa, cuya belleza va aumentando

en razón directa de nuestro progreso. Y es que el texto inspirado se acomoda efectivamente a la

capacidad receptiva de la inteligencia humana». Por eso «a los hombres carnales les parece la

Escritura cosa terrena; a los espirituales, cosa celestial y divina. Y aquellos que la veían antes

como envuelta en espesas tinieblas, son ahora capaces de sondear su profundidad o sostener su

fulgor con la mirada»68

.

Los biógrafos de los santos han observado a veces esta correspondencia entre el progreso en

la purificación interior y la mejor comprensión de la Palabra de Dios contenida en los libros

sagrados. Así, por citar un solo ejemplo, leemos en la vida de San Dositeo que «empezó, gracias a

su pureza, a entender ciertos pasajes de la Escritura». Y es que la «encarnación» de la Escritura

presupone la reacción del medio receptivo, una compenetración según el ejemplo de las dos

naturalezas de Cristo.

c. Desprendimiento y docilidad

Otras disposiciones fundamentales para acercarnos a Dios que nos espera en la Escritura son

la sencillez, el desprendimiento, la docilidad, la entrega. La Palabra de Dios es simple. Hay que

penetrarla con alma de pobre y corazón contemplativo. Sólo así nace en nosotros el gusto de la

Sabiduría y obra adentro la potencia del Espíritu que nos hace libres (2 Cor 3,17). Así sucedió en

María, la Virgen pobre y contemplativa, que recibió en silencio la Palabra, la realizó en la

obediencia de la fe (Lc 11,27) y la revistió con la sencillez de su carne. Desgraciadamente, a veces

nosotros complicamos el Evangelio y así ya no entendemos la claridad y la fuerza de sus

exigencias. Posiblemente miremos el Evangelio demasiado desde nosotros mismos. Pero la Palabra

de Dios trasciende nuestra realidad y hay que entrar en ella desde la profundidad del espíritu que lo

penetra todo, hasta lo más íntimo de Dios (I Cor 2,10). El desprendimiento debe liberarnos del

deseo ansioso de los resultados. Pues no se debe ir a la búsqueda de sentimientos, de experiencias,

de ideas bonitas para comunicar a los demás... La lectio es una labor de larga duración, que lleva a

una profundización incesante, pero normalmente imperceptible, de nuestra intimidad con Dios.

A veces solemos acudir a la Biblia para ver qué podemos sacar de ella, no para ver lo que

ella puede sacar de nosotros... Esto, naturalmente, es de mayor importancia. Para que la «lectura de

Dios» sea auténtica, es preciso acercarse a ella con espíritu de entrega, de perfecta disponibilidad a

lo que el Señor va a pedirnos. La lectio es una verdadera ascesis. No se queda en un nivel teórico,

67Colaciones 14,9

68Colaciones 14,11

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sino que, como la misma Palabra de Dios, es una espada de doble filo, que llega a las profundidades

más íntimas y requiere una respuesta personal. Según san Gregorio Magno -uno de los más eximios

maestros de la «lectura de Dios»-, saber leer la Escritura puede convertirse en una definición del

cristiano en la medida en que esta lectura sea existencial y no sólo un ejercicio superficial de la

inteligencia. «Como están los buenos criados siempre atentos a los ojos de sus dueños para

ejecutar sin demora lo que ordenan, así también los espíritus de los justos permanecen atentos a la

presencia de Dios todopoderoso fijando los ojos en la Escritura como si se tratara de su boca.

Porque. como en la Escritura Dios expresa su voluntad, cuanto más la conocen a través de su

Palabra, tanto menos se aparta de ella. No resuena en sus oídos sin dejar huella, sino que se

graban en sus corazones» 69

. Esta disposición fundamental de escudriñar las Escrituras para cumplir

y poner por obra la voluntad del Señor que en ella se manifiesta, esta actitud generosa del corazón

abre a los sencillos y menos preparados el sentido de los preceptos divinos que ignoran por

negligencia espíritus mejor dotados. «El ojo del amor ilumina las tinieblas de su rudeza... Llegan así

a las cumbres del entendimiento, porque no dejan de cumplir lo que han comprendido, hasta las

cosas más pequeñas» 70

. Uno de los secretos de la santidad de sor Teresa del Niño Jesús -tal vez el

principal- era su plena aceptación de la Palabra de Dios para realizarla y vivirla. Jamás intentó

acomodarla a su camino, sino que acomodó su camino a la Palabra de Dios, de un modo total y

absoluto.

San Benito nos da una norma excelente al hablar de la oración: hemos de acercarnos a Dios

«cum omni humilitate et puritatis devotione»71

, es decir, con toda humildad y pura devoción, en el

sentido propio de la palabra devotio, que es el de «entrega». Lo mismo vale para la lectio divina,

que es acercarse a Dios y es coloquio con Dios, como la oración. La lectio exige entrega, entrega

sincera -puritatis devotio-, de quien la practica. «Supone que el lector se abandona a Dios, que le

está hablando y le concede un cambio de corazón».

d. Espíritu de oración

Ya hemos visto que, debemos acercarnos a la Palabra, no para entretenernos, no para

estudiar, sino como si subiéramos al altar de Dios, con grandes preparativos de alma y cuerpo. Dios

se nos ofrece para que leamos en su corazón, nos llama a su intimidad. Pero este contacto con Dios

no puede efectuarse más que en un clima de fe viva y requiere que nosotros nos preparemos con una

actitud de deseo humilde, una actitud de oración. Los Padres han hecho hincapié en un principio

fundamental: comprender la Escritura es un don de Dios. San Gregorio Magno, por ejemplo, dice

que «las palabras de Dios no pueden penetrarse sin su sabiduría, y el que no ha recibido su

Espíritu, no puede en modo alguno entender sus palabras»72

. Marcos Ermitaño enseña que «el

Evangelio está cerrado para los esfuerzos del hombre; abrirlo es don de Cristo». Por eso San Juan

Crisóstomo oraba ante la Biblia: «Señor Jesucristo, abre los ojos de mi corazón..., ilumina mis ojos

con tu luz... Tú solo, la única luz». Y san Efrén aconsejaba: «Antes de toda lectura, reza y suplica a

Dios para que se te revele». Si la «lectura divina» es un don de la gracia, hay que suplicar al Señor

de la gracia que nos lo conceda. Sólo la oración humilde, sincera, amorosa, puede lograr que el que

nos dio las Escrituras nos abra su sentido profundo.

69Mor. 16,35,43

70Mor. 6, 10, 1

71RB 20,2

72Mor. 18,39,60

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III.

LA IGLESIA ORA CON LA SAGRADA ESCRITURA

SAGRADA ESCRITURA Y LITURGIA

La Liturgia es la oración pública y oficial de la Iglesia. En ella se proclama solemnemente la

Palabra de Dios.

Ahora bien, la constitución sobre la Sagrada Liturgia promulgada por Pablo VI en el

Concilio Vaticano II, dice que “en la celebración litúrgica, la importancia de la Sagrada Escritura

es sumamente grande, pues de ella se toman las lecturas que luego se explican en la homilía; y los

salmos que se cantan, las preces, oraciones e himnos litúrgicos están penetrados de su espíritu, y

de ella reciben su significación las acciones y los signos”73

.

Para comprobar estas afirmaciones conciliares, basta abrir cualquier página de un misal, de

un breviario o de un ritual.

Y para que el conocimiento vital de la Biblia penetre en el pueblo cristiano, el Decreto

afirma que “hay que fomentar aquel amor suave y vivo hacia la Sagrada Escritura”74

, y dispone

que “en las celebraciones sagradas debe haber lecturas de la Sagrada Escritura más abundantes,

más variadas y más apropiadas”75

; y “a fin de que la mesa de la Palabra de Dios se prepare con

más abundancia para los fieles, ábranse con mayor amplitud los tesoros de la Biblia, de modo que

en un período determinado de años se lean al pueblo las partes más significativas de las

Escrituras”76

La Santa Misa es la más importante de todas las acciones litúrgicas. ”Las dos partes de que

consta, a saber, la Liturgia de la Palabra y la Eucaristía, están tan íntimamente unidas que

constituyen un solo acto de culto”77

.

Por otra parte, se corresponden entre sí de modo admirable. La Palabra divina proclamada en

la misa nos lleva a Cristo que se sacrifica en el altar, de forma que alimentados con su cuerpo y

sangre podamos practicar lo que hemos escuchado. A su vez, la Palabra infunde y alimenta la fe y

nos dispone a recibir con mayor fruto el sacramento eucarístico.

En la misa, el cristiano se une a Cristo de modo particular, ya que el Señor se halla presente

de varias maneras:

73CV II, Sacrosanctum concilium, nº24.

74Ibid.

75Ibid nº31.

76Ibid. nº51.

77Ibid. nº56.

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1º) presente en la Eucaristía;

2º) presente en las Escrituras, pues es su Palabra la que nos habla;

3º) presente en la asamblea o reunión de los cristianos que oran, puesto que

“donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio de

ellos”, dice el Señor.

Esta múltiple y diferente presencia de Cristo está señalada también en el nº 7 del documento

conciliar.

Estos y otros textos oficiales de la Iglesia, promulgados recientemente, nos demuestran la

función primordial que los textos bíblicos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento,

desempeñan en la Sagrada Liturgia.

Por esto, la liturgia nos lleva necesariamente al conocimiento de la Biblia. Para participar

plenamente y conscientemente en las acciones litúrgicas se necesita una mentalidad bíblica, toda

vez que Liturgia y Biblia son inseparables.

Precisamente uno de los mayores obstáculos que encuentran muchísimos cristianos para

comprender y vivir debidamente Ia Liturgia, y por ende la Misa, es su ignorancia bíblica.

A pesar del progreso que se viene realizando durante estos últimos años en el conocimiento

de las Sagradas Escrituras, todavía la mayoría de los cristianos, aun practicantes, ignoran casi todo

el A. T. y gran parte del Nuevo. Las epístolas y evangelios de las misas de los domingos y días

festivos no llegan al 3 por 100 de toda la Biblia.

Al pueblo cristiano le falta una base esencial: el conocimiento de la Biblia... Los textos y los

ritos de la liturgia son incomprensibles sin una referencia a los acontecimientos de la Biblia. ¿Cómo

comprender, por ejemplo, el misterio pascual, los ritos de la bendición del agua, los ritos del

bautismo, la misma misa, y esa parte central del año litúrgico que va desde el Jueves Santo a

Pentecostés, sin conocer la cautividad del pueblo hebreo entre los egipcios, la décima plaga que

hirió a todas las casas que no estaban marcadas con la sangre del Cordero, el paso del Mar Rojo, la

comida pascual de los hebreos, etc., etc.? Si a tantos fieles les cuesta entender en su misal el sentido

de una epístola de S. Pablo, es en primer lugar porque no la han colocado jamás en su contexto, y

además porque su comprensión supone conocer bien los hechos de la historia de Israel.

Pero si la Liturgia nos lleva a la Biblia, también es verdad que, a su vez, la Biblia nos lleva a

la Liturgia, ya que nos enseña a orar con los textos inspirados, entre los cuales abundan numerosas

y admirables oraciones.

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EXCURSUS

LA LITURGIA DE LAS HORAS

(LOS SALMOS)

De todos los elementos que integran el Oficio Divino el más importante es el Salterio, y el

que más ha contribuido a dar una fisonomía propia a la Oración litúrgica de las Horas78

. Estas

«composiciones poéticas de alabanzas, elaboradas bajo la inspiración del Espíritu Santo, han sido

oración continua de Israel y de la Iglesia. Por otra parte los salmos, ya desde los comentarios

patrísticos hasta los modernos estudios exegéticos, han sido siempre objeto de muy atentos y

valiosos estudios, que ahora no podremos recoger ni siquiera en síntesis. Aquí nos limitaremos a

considerar su uso litúrgico, como elemento primordial del Oficio Divino.

Las divisiones y los títulos de los salmos indican ya au utilización litúrgica en el Antiguo

Testamento. Pero en la plenitud de los tiempos, es en el corazón y en los labios de Cristo donde los

salmos van a adquirir la plenitud de su sentido: Él es el supremo orante de los salmos, el que hace

suyos totalmente sus sentimientos, alabanzas y súplicas; y Él es el protagonista de las promesas que

ellos contienen.

En efecto, los evangelios muestran a Jesús orando con los salmos en 21 pasajes, contando

unas seis citas explícitas, diez implícitas, y varias reminiscencias. Sabemos también que Jesús oraba

los salmos cuando participaba en la oración de la sinagoga y en la del Templo, o en la bendición de

las comidas. Y especialmente nos interesa comprobar que Jesucristo celebró su Misterio Pascual

orando salmos: en la última Cena, el “gran Hallel”, 112-117 (Mt 26,30 par.); en Getsemaní, “Triste

está mi alma hasta la muerte”, 6,4 0 41, 6-7, (Mt 26,38; Mc 14,34; Jn 12,27); y en la Cruz, “Tengo

sed”, 69,22 (Jn 19,28); “Dios mío, por qué me has abandonado?”, 21, 2 (Mc 15,34 par.); “En tus

manos encomiendo mi espíritu”, 30,46 (Lc 23,46).

Pues bien, si Jesús continuó orando con los salmos judíos, la Iglesia primitiva continúa

orando los salmos que Jesús hizo suyos. Los apóstoles usaron y cantaron los salmos (Hch 4,23-30, y

probablemente Hch 16,25), y recomendaron con frecuencia orar con salmos y cánticos inspirados

(Rm 15,9-11; l Cor 14,15.26; Ef 5,19; Col 3,16) no sólo en las reuniones litúrgicas, sino en toda

circunstancia (Sant 5,13). Por otra parte, los escritores del Nuevo Testamento vieron los salmos

como inspirados por el Espíritu Santo (Hch 1,16; 4,25; Heb 4,7), y los entendieron siempre como

profecías referidas a Cristo (Lc 20,42-43; 24,44). Por eso en el Nuevo Testamento hallamos tan

numerosas citas de salmos aplicados a Cristo y a su Iglesia (p. ej., Hch 1,20 = 68,26 y 108,8;

2,25-28 = 15,8-11; 2,34-35 = 109,1; etc.). De hecho, en fin, la Iglesia de todos los siglos, en Oriente

y en Occidente, ha empleado los salmos de modo continuo en su oración litúrgica.

BUSCAR EL SENTIDO CRISTOLÓGICO DE LOS SALMOS

Todos los que cantan o recitan los salmos deben conocer los diversos sentidos que ellos

tienen en la Sagrada Escritura79

. En efecto, hay en los salmos un primer sentido, que es el que tiene

para quienes los compusieron y para los contemporáneos que los usaron. Al paso de los siglos, los

78Ordenación general de la Liturgia de las Horas (OGLH ) 100-139

79OGLH 102

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hechos salvíficos realizados por Dios en favor de Israel van ampliando ese primer sentido con

nuevas luces. Más aún, los salmos no son más que una sombra80

de aquella plenitud de los tiempos

que se reveló en Cristo Señor y de la que recibe toda su fuerza la oración de la Iglesia. Es, pues, en

Cristo y en su Iglesia donde los salmos hallan su sentido pleno.

Según esto, tanto los Padres como la liturgia procedieron rectamente al oír en los salmos a

Cristo que clama al Padre o el Padre que habla con su hijo, reconociendo incluso en ellos la voz de

la Iglesia, de los Apóstoles o de los mártires81

. De este modo, el uso de los salmos en la Liturgia de

las Horas es el medio principal para hacer nuestra la oración de Cristo y de la Iglesia. Más aún, el

uso litúrgico de los salmos, hace presente y audible la voz del Cristo glorioso, Sacerdote eterno. Por

eso mismo “quien recita los salmos en la liturgia de las horas ha de hacerse mas consciente de lo

que “no lo hace en nombre propio, como en nombre de todo el Cuerpo de Cristo, e incluso en

nombre de la persona del mismo Cristo”82

APRENDER A ORAR CON LOS SALMOS

Actualmente los cristianos hallan a veces no pocas dificultades para oración los salmos.

Será, pues, conveniente que describamos esas dificultades, y que tracemos también la pedagogía

adecuada para superarlas.

1. Menosprecio por la oración vocal. Desde el Renacimiento, y aún desde antes, se fue

difundiendo la convicción de que la oración espontánea es la más genuina, en tanto que

la que sigue fórmulas establecidas vale poco. Consiguientemente, la oración de los

salmos, y en general la oración litúrgica, al ser vocal, es decir, al asumir fórmulas

oracionales preestablecidas, es una oración de valor inferior, al menos si se compara

con la oración de libre creatividad espontánea. En esta visión, afectada de subjetivismo

y completamente extraña a la tradición espiritual católica, lo que da valor a la oración

no es tanto su animación por el Espíritu Santo, sino su procedencia del yo subjetivo.

Pero no es admisible esta postura. El cristiano que, humildemente, ora los salmos u

otras oraciones vocales, procurando que la mente concuerde con la voz; ora en el

nombre de Cristo y de la Iglesia, se hace discípulo del Espíritu Santo, que ora en él con

palabras inefables (Rm 8,26), y se hace como niño, para entrar en el Reino de los cielos

(Lc 18,17).

2. Ignorancia de la Biblia. A veces existe hoy en los cristianos una ignorancia tan grande

de los hechos históricos y del espíritu fundamental que constituye el fondo de la

Sagrada Escritura, que la idea de elección, la Alianza, la promesa, el Sinaí, el monte

Sión, la condición de pueblo sacerdotal, la destinación a la alabanza del Señor, la

expectación mesiánica, el amor a la Palabra de Dios y a sus mandatos, etc., todo esto

constituye para ellos una esfera mental espiritualmente extraña y en buena parte

ignorada. Será difícil que estos cristianos puedan hacer suyos unos salmos que

constantemente expresan unas actitudes espirituales de los que ellos carecen, y que

aluden a una serie de datos que ellos ignoran. Más aún, a esta falta de familiaridad con

80Cfr. Heb 8,5; 10,1

81OGLH 109

82OGLH 108

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el fondo de la Escritura ha de añadirse una ignorancia semejante acerca del lenguaje

poético en general, y concretamente acerca de la formas poéticas de expresión que los

salmos usan en sus variados géneros literarios.

3. En efecto, “el salmista, como poeta que ea, habla al pueblo trayendo a la memoria la

historia de Israel; a veces interpela a otros, sin exceptuar siquiera a las criaturas

irracionales. Es más, nos presenta a Dios y a los hombres hablando entre sí, e incluso a

los enemigos de Dios, etc.” (OGLH 105). Todo esto nos lleva a pensar que la dificultad

de orar los salmos lleva consigo también una dificultad grande para participar en la

liturgia, pues la liturgia cristiana es eminentemente bíblica. Pues bien, la Iglesia no

disminuirá en su liturgia la presencia de la Palabra inspirada, ni dejará los sa1mos s un

lado. Por eso, “es necesario, ante todo, que los fieles adquieran una instrucción bíblica

más rica, principalmente acerca de los salmos (SC 90), y que cada cual, conforme a su

capacidad, considere de qué modo y con qué método puede orar rectamente cuando los

recita.” (OGLH l02).

4. Contraste posible entre el salmo y el estado de ánimo subjetivo. Esta dificultad

enlaza con la primera. En efecto, si el valor primario de una oración reside en la

espontaneidad con que fluye del yo privado, no pocas veces el salmo concreto que la

liturgia nos presenta no coincidirá con el estado anímico del orante. Esta dificultad, por

el contrario, apenas tiene sentida cuando lo que el orante pretende ante todo es que

realmente sea el Espíritu de Jesús el que ora en su oración. “Teniendo esto presente, se

desvanecen las dificultades que surgen cuando alguien, al recitar el salmo, advierte tal

vez que los sentimientos de su corazón difieren de los expresados en el mismo; así, por

ejemplo, si el que está triste y afligido se encuentra con un salmo de júbilo o, por el

contrario, si sintiéndose alegre se encuentra con un salmo de lamentación. Esto se evita

fácilmente cuando se trata simplemente de la oración privada; en la que la posibilidad

de elegir el salmo más adaptado al propio estado de ánimo se puede dar. Pero en el

Oficio Divino se recorre toda la cadena de loe salmos no a título privado, sino en

nombre de ta Iglesia, incluso cuando alguien hubiere de recitar las Horas

individualmente. Ahora bien, quien recite los salmos en nombre de la Iglesia, siempre

puede encontrar un motivo de alegría y tristeza, porque también aquí tiene aplicación lo

que dice el Apóstol: "alegrarse con los que se alegran y llorar con los que lloran"” (Rm

12,15) (OGLH 108).

Según lo expuesto, aprender a orar con los salmos implica una muy alta y preciosa pedagogía

espiritual. Es preciso que el orante aprenda a salir de sí mismo (ex-tasis), y que en la Liturgia de las

Horas aprenda a gustar la salmodia, meditar verso tras verso, dispuesto siempre el corazón a

responder a la voluntad del Espíritu que inspir6 al salmista y sigue asistiendo también a todo el que

con piedad está dispuesto a recibir su gracia83

. Sin abandonar, por supuesto, las formas espontáneas

en la oración privada, el orante debe entrar también por el camino litúrgico de la oración de los

salmos, bien seguro de que el Espíritu Santo asiste con su gracia a los que creyendo con buena

voluntad, cantan estas composiciones poéticas por él inspiradas.

83OGLH 104

“El que tenga sed, que venga a Mí; de su interior brotarán torrentes de agua viva”

(Jn. 7,47)

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