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UNIDAD :5 LA CRÍTICA RADICAL 8. Patriotismo y gobierno Patriotismo y cristianismo LEÓN TOLSTOI PATRIOTISMO Y GOBIERNO ,1 Éb.. varias ocasiones he tenido la oportunidad de expresar el concepto de que el patriotismo es, <* , nuestros tiempos, un sentimiento antinatu- ral, irracional y pernicioso, causante de la gran mC!yoría de las calamidades que afligen a la hu- asimismo, sostengo que dicho senti- miento no se debe fomentar, como actualmente sucede, sino que, por el contrario, debe ser re- primido y eliminado con todos los medios que se encuentren al alcance de los individuos sen- satos . No obstante, y de manera por demás iró- nica, pese a la obvia e irrefutable relación que guarda ese sentimiento en especial con el arma- mento universal y las destructivas contiendas bélicas, que reducen las naciones a cenizas, to- dos los argumentos que he esgrimido con res- pecto a la obsolescencia, la extemporaneidad y los estragos característicos del patriotismo han chocado contra una barrera de silencio, o de Estos ensayos fueron traducidos por Leo Wiener (1905) y Aylmer Maude y colaborado- res (versión 1899). respectivamente, malentendidos intencionales o, una vez más, con el acostumbrado y curioso comentario: "Lo que aquí se ha dicho es que el patriotismo mal encauzado; el jingoísmo, el chauvinismo son perniciosos; sin embargo, el patriotismo real y honorable es un sentimiento moral, altamente elevado, y el hecho de condenarlo no sólo resulta insensato, sino incluso criminal". Pero, ¿en qué consiste ese patriotismo real y honorable? .. si- lencio profundo ... El ejército, las finanzas, la educación, la reli- gión, la prensa, todo obra en poder de las clases gobernantes . Las escuelas avivan el en los niños valiéndose de la historia, en la que describen a la nación como la mejor de entre to- das, incólume en la justicia; en los adultos se exalta ese mismo sentimiento mediante los es- pectáculos, las celebraciones, los monumentos y una prensa mendaz y patriótica; no obstante, el mecanismo más efectivo en la exaltación del patriotismo consiste en cometer toda clase de injusticias y de crueldades contra otras naciones, engendrando en ellas el odio por su propia na- ción, para entonces \'alerse de ese mismo odio 63

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UNIDAD

:5 LA CRÍTICA RADICAL

8. Patriotismo y gobierno Patriotismo

y cristianismo

LEÓN TOLSTOI

PATRIOTISMO Y GOBIERNO ,1

Éb.. varias ocasiones he tenido la oportunidad de expresar el concepto de que el patriotismo es, <*,nuestros tiempos, un sentimiento antinatu­ral, irracional y pernicioso, causante de la gran mC!yoría de las calamidades que afligen a la hu­~anidad; asimismo, sostengo que dicho senti­miento no se debe fomentar, como actualmente sucede, sino que, por el contrario, debe ser re­primido y eliminado con todos los medios que se encuentren al alcance de los individuos sen­satos. No obstante, y de manera por demás iró­nica, pese a la obvia e irrefutable relación que guarda ese sentimiento en especial con el arma­mento universal y las destructivas contiendas bélicas, que reducen las naciones a cenizas, to­dos los argumentos que he esgrimido con res­pecto a la obsolescencia, la extemporaneidad y los estragos característicos del patriotismo han chocado contra una barrera de silencio, o de

Estos ensayos fueron traducidos por Leo Wiener (1905) y Aylmer Maude y colaborado­res (versión 1899). respectivamente,

malentendidos intencionales o, una vez más, con el acostumbrado y curioso comentario: "Lo que aquí se ha dicho es que el patriotismo mal encauzado; el jingoísmo, el chauvinismo son perniciosos; sin embargo, el patriotismo real y honorable es un sentimiento moral, altamente elevado, y el hecho de condenarlo no sólo resulta insensato, sino incluso criminal". Pero, ¿en qué consiste ese patriotismo real y honorable? . . si­lencio profundo ...

El ejército, las finanzas, la educación, la reli­gión, la prensa, todo obra en poder de las clases gobernantes. Las escuelas avivan el patrio~ismo en los niños valiéndose de la historia, en la que describen a la nación como la mejor de entre to­das, incólume en la justicia; en los adultos se exalta ese mismo sentimiento mediante los es­pectáculos, las celebraciones, los monumentos y una prensa mendaz y patriótica; no obstante, el mecanismo más efectivo en la exaltación del patriotismo consiste en cometer toda clase de injusticias y de crueldades contra otras naciones, engendrando en ellas el odio por su propia na­ción, para entonces \'alerse de ese mismo odio

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y provocar en su propia nación una animadver­sión similar.

El despliegue de este atroz sentimiento patrió­tico ha cundido entre las naciones europeas con frenética progresión, por lo que actualmente ha llegado a un clímax que ya es imposible superar.

... En la memoria de todos nosotros, y no únicamente en la de los ancianos de esta épo­ca, vive el recuerdo de un acontecimiento que, con extrema crudeza, demostró el sorprendente estupor al que el patriotismo condujo a los hom­bres del mundo cristiano.

Las clases gobernantes germanas exacerba­ron el patriotismo del populacho a un grado tal que, durante la segunda mitad del siglo, prppu­sieron al pueblo una reforma legislativa según la cual todos los varones, sin excepción, ten­drían la obligación de convertirse en soldados; hijos, esposos, padres, todos debían aprender las técnicas del asesinato y someterse en cali­dad de esclavos al rango superior, prestos a ase­sinar a todas las víctimas que les fueran indicadas -a los hombres de las naciones oprimidas y a sus conciudadanos obreros en la defensa de sus derechos-, a sus padres y hermanos, en acato a lo proclamado por el más imprudente de to­dos los gobernantes, Guillermo 11.

Dicha medida incalificable, que ofende los mejores sentimientos del hombre de la manera más grosera, fue bien acogida por la nación ger­mana sin el menor indicio de inconformidad, gracias a la influencia del patriotismo.

La consecuencia inmediata de lo anterior fue la victoria sobre el enemigo francés, misma que contribuyó a exaltar aún más el patriotismo en Alemania, y posteriormente en Francia, Rusia y otras potencias; y todos los pueblos de los po­deres Continentales se sometieron sin una sola queja a la introducción de un servicio militar universal, es decir, a la esclavitud, que poi:' el nivel de degradación y de pérdida de voluntad que implica, no se puede ni comparar con nin­guna de las formas de esclavitud que se regis­traron en la antigüedad .. .

Pero eso no es todo. Cada incremento que se realiza en el ejército de un estado (y cabe men­cionar que todo estado, so pretexto del que corre

el patriotismo, desea engrosar sus filas continua­mente) obliga al estado vecino a actuar del mismo modo en aras del patriOtismo, lo cual propicia un nuevo incremento del primero .. .

Para poder liberar al pueblo de la debacle que representan las guerras y los armamentos, cuyas consecuencias hoy padece en carne propia y cu­yo gigantesco crecimiento es irrefrellable, no precisamos de congresos, ni de conferencias, y aún menos de tratados o de tribunales; lo que se impone es la abolición de ese engendro de violencia que son todos los gobiernos, de los cuales emanan las inconmensurables calamida­des que afligen al hombre.

Para abolir los gobiernos 1 basta un solo ele­mento: es indispensable que los hombres com­prendan que el sentimiento de patriotismo, que por sí mismo sustenta al engendro de violencia, es en esencia soez, pernicioso, humillante, malé­volo y, sobre todo, inmoral. Resulta soez por ser exclusivamente característico de aquellos hom­bres que tienen un nivel ínfimo de moral, y que ambicionan que otras naciones cometan los mis­mos actos de violencia que ellos desean llevar a cabo; es pernicioso porque representa una vio­lación a las relaciones fructíferas y pacíficas con otras naciones y, principalmente, porque da ori­gen a la organizaCión de los gobiernos, en los que el peor de los individuos tiene acceso al po­der, que invariablemente obtiene; es humillan­te porque transforma al hombre no sólo en un esclavo sino además en un gallo o en una bes­tia de pelea, en un gladiador dedicado a mal­gastar sus fuerzas y su vida, no para sus propios fines sino para aquéllos de su gobierno; por últi­mo, es inmoral porque el ser humano, en vez de reconocerse como hijo de Dios, según las ense­ñanzas del cristianismo, o en el último de los casos como un ser libre, guiado por la razón, -todo hombre, bajo la influencia del patrio­tismo, se ostenta como hijo de su país, como esclavo de su gobierno, y comete actos contra­rios a la razón y a su conciencia ...

I Entiéndase: " Para abolir la violencia de los gobiernos" - Ed.

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Patriotismo y gobierno. Patriotismo y cristianismo 65

.Quienquiera q~e uste~ sea -fra~cés, ruso, pdlaco, inglés, ir\andes, alemar:, bohemlo-, debe en~ender que IOdos nuestros mtere~es hUI?anos reales en el campo que sea -agncola, Indus­trial ~OInercial, artístico o científico-, todos ello~, al igual que los placeres y las ~Iegrías, no se oponen de ninguna manera a los I.ntereses ?e otras naciones y estados y que, gracIas a una In­teracción mutua, a un intercambio de servicios, usted es el jubiloso representante de una enorme comuIÚdad fraterna, de un intercambio conti­nuo de sentimientos y no sólo de mercaderías, ti¡ que se encuentra indefectiblemente unido a los hombres de las demás naciones.

bebe usted comprender cabalmente que ci.Ialquier duda acerca de quién se apoderará en ia futuro de Wei-hai-wei, de Puerto Arturo o de Cuba -si será su gobierno u orro-, por ningún motivo merece su indiferencia; por el contra­rio, toda confiscación que realice su gobierno redundará en detrimento de usted, ya que ine­vit:lblemente conllevará una serie de influencias que su propio gobierno ejercerá en contra de usted, obligándolo a participar en complicidad en actos de rapiña y de violencia, indispensables en toda captura, pero también para conservar aquello que ha sido.confiscado. Debe entender que su vida no puede extraer beneficio alguno de todo lo anterior, que la Alsacia será alemana o francesa, y que Irlanda y Polonia serán enti­dades libres o esclavizadas: no importa a quién

pertenezcan, usted puede vivir donde le plaz­ca; aun cuando usted fuese alsaciano, irlandés o polaco -debe entender que toda exaltación del patriotismo sólo contribuirá a empeorar su situación, porque la sumisión de su país será el resultado de una pugna entre patriotismos, y que toda manifestación de patriotismo en una nación intensificaIa reacción contra él en otra. Usted, como integrante de un pueblo, o uste­des, como pueblo, deben percatarse de que sólo se podrán salvar de todas sus calamidades cuan­do finalmente se liberen de ese obsoleto con­cepto del patriotismo y de la obediencia a sus gobiernos, producto del primero, y cuando con toda entereza ingresen al ámDito de el concep­to más elevado de unión fraternal de las nacio­nes que está latente desde hace mucho tiempo y que lanzando un llamado a la humanidad des­de todos los confines.

Que los hombres entiendan que no son hi­jos de ningún país ni de ningún gobierno, sino hijos de Dios, por lo que en consecuencia no pueden ser esclavos, ni enemigos de su próji­mo, y que todas esas instituciones perIÚciosas e insensatas, legadas por la antigüedad yactual­mente inoperantes, conocidas bajo el nombre de gobiernos, así como todos aquellos flagelos, actos de violencia, de degradación y de delin­cuencia que engendran, desaparecerán espon­táneamente.

PATRIOTISMO Y CRISTIANISMO

Gracias a la difusión de la enseñanza, a la ágil locomoción, a l<l mayor interrelación entre dis­tintas naciones, a la expansión de la literatura y, principaimente, a un decremento en el peli­gro que otras naciones pudieran rep~esentar, pa­rece que, día con día, el fraude del patriotismo se tornará más difícil, ya la larga imposible, de llevar a la práctica.

La realidad, empero, demuestra que esos me­dios antes enumerados de educación general, de locomoción más rápida y relaciones fluidas y, de manera muy especial, la difusión de la li­teratura, ya capturados y bajo tenaz control del

gobierno confieren a éste último la posibilidad de avivar un sentimiento de animadversión mu­tua entre naciones que, en el grado en que se ha hecho manifiesto la inutilidad y malevolen­cia dei patriotismo, ha incrementado el poder del gobierno y de la clase imperante en su afán de exaltar el patriotismo entre el pueblo . . .

Así, gracias al desarrollo de la literatura, de l<l lectura y de los medios de transporte, los go­biernos que cuentan con agentes por doquier inculcan al pueblo, mediante estatutos, sermo­nes, escuelas y periódicos, las ideas más bárbara-; y erróneas acerca de las ventajas de que gozan, a

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la relación entre las naciones, a sus cualidades e intenciones; y el pueblo, estrujado de tal manera por el trabajo, carece del tiempo y de la capaci­dad para comprender el significado, o de po­ner a prueba la veracidad de las ideas que se les imponen o de todo aquello que se les exige en el nombre de su bienestar; y tiene que sujetar­se así incondicionalmente al yugo.

Existen hombres de la clase trabajadora que han logrado liberarse de las faenas agobiantes y obtener una educación superior, y que, en consecuencia, deberían contar supuestamente con la capacidad de percatarse del fraude del que son objeto; sin embargo, se les somete a tal coerción de amenazas, sobornos y otras influen­cias hipnóticas por órdenes de los gobiernos que, salvo en muy honrosas excepciones, de­sertan hacia las filas del gobierno, ingresan en puestos bien remunerados y ventajosos, como sacerdotes, maestros de escuelas, oficiales o fun­cionarios, y se vuelven cómplices del régimen de engaño que ahora destruye a sus camaradas.

Es como si, a las puertas de la educación, se tendiera trampas donde inevitablemente quedan atrapados aquellos que, por un motivo u otro, logran escapar de las masas subyugadas por el trabajo.

En un principio, al asimilar la crueldad de to­do este engaño, uno se siente indignado a pesar de sí mismo en contra de aquellos que por am­bición personal o por fines condiciosos se de­dican a propagar fraude tan despiadado, que destruye tanto las almas como los cuerpos de los hombres, y uno se ve tentado a acusarlos de maña solapada; sin embargo, lo cierto es que engañan sin deseos de proceder de tal manera; simple y sencillamente no pueden adoptar otra actitud. Cabe mencionar que su engaño no es de matices maquiavélicos; en realidad ni siquiera están conscientes de él, y por el contrario, os­tentan el ingenuo orgullo de decir que hacen algo maravilloso y elevado, opinión que la con­descendencia y la aprobación de todos aquellos que les rodean fomenta insistentemente.

Cierto es que, aunque se percatan muy va­gamente de que en dicho fraude sustentan su poder y posición ventajosa, éste ejerce una arracci()I1 inconsciente sobre ellos: sus actos. sin

embargo, no se basan en el deseo de engañar al pueblo; ellos realmente creen que prestan un servicio a la comunidad.

Así, emperadores, reyes y ministros, con todas sus coronaciones, maniobras, revistas, visitas mutuas, galas de coloridos uniformes, desplazamientos de un lugar a otro y taciturnas deliberaciones para mantener la paz entre las na­ciones que, supuestamente, son enemigas en­tre sí -naciones que, por cierto, jamás soñarían en emprender la guerra-, se sienten absoluta­mente seguros de que todos sus actos son ra­zonables y útiles en extremo.

De ese mismo modo los diversos ministros, di­lomáticos y funcionarios -portando uniformes con toda clase de distintivos y cruces, redactan­do y rotulando con sumo cuidado y en el papel más fino todas sus nebulosas, comprometedoras e innecesarias comunicaciones, recomendaciones y proyectos- están plenamente convencidos de que, en ausencia de su actividad, se frenaría o se trastornaría toda la exis~encia de las naciones.

Siguiendo el mismo modelo, los militares, envueltos en ridículos disfraces y discutiendo con extrema gravedad con qué rifle o cañón se puede destruir de manera más expedita un mi­llar de vid~s, guardan la certidumbre de que sus jornadas en el campo de batalla y sus desfiles son de fundamental importancia y esenciales pa­ra el pueblo.

Asimismo, los sacerdotes, los periodistas y los autores de cantos patrióticos y de libros de texto, que se esfuerzan por predicar el patrio­tismo y reciben honorarios liberales, gozan de la misma satisfacción.

Por otra parte, no cabe duda alguna de que los organizadores de actos conmemorativos -como las fiestas franco-rusas-, se emocionan de manera profunda y sincera al pronunciar sus discursos y brindis de tono patriótico.

Toda esta gente hace lo que hace de modo inconsciente, porque es su deber hacerlo; toda su existencia gira en torno al engallO y, además, no sabrían proceder de manera distinta ...

. .. Recienremente, Guillermo II ordenó un nuevo trono para su uso personal, con cierto trabajo ornamental muy peliculiar. Se engalanó con un uniforme áureo. con pelO de armadura y

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Patriotismo y gobierno. Patriotismo y cristianismo 67

I gílQtalones ajustados y un yelmo coronado por 4f\:pijaro; envuelto en un manto escarlata se rlri sentó ante sus súbditOs y estrenó el flamante tiQilO absolutamente convencido de que dicho a~9. ~~ra altamente necesario e importante. Por !P .ql!e-respecta ~ sus súbditos, .éstos no sólo no rAetiQn nada ridlculo en ello, SinO que llegaron al¡i~tremo de considerar el espectáculo por de­má~ imponente. ' ... Desde hace algún tiempo, el poder que el go-bi~rno ha ejercido sobre el pueblo no ha sido p.[tservado por la fuerza, como era el caso cuan­dQ·una nación conquistaba a otra y la gobernaba ppr la ,fuerza de las armas, o cuando los gober­gamtes de un pueblo desarmado contaba con le­glqnes separadas ~e jenízaros o de guardias. l. I?esde hace algun tiempo, el poder del go­bierno se ha preservado gracias a algo que se li~ ,dado en llamar" opinión pública". 1I L;1 opinión pública dicta que el patriotismo es un loable sentimiento moral, y que es correcto y un deber considerar a la propia nación, al pro­pio estado, como el mejor de tOdo el mundo; de tal opinión pública fluye con toda naturalidad otra que prescribe que es deber y obligación nuestra el consentir al control de un gobierno sQbre nuestras personas, subordinarnos al mis­mo, prestar servicios al ejército y someternos ~ la disciplina, ofrecer nuestras ganancias al go­bierno en forma de tributos, bajar la cabeza an­te las decisiones de los tribunales, y considerar todo edicto del gobierno como pronunciamiento divino . Al generarse una opinión pública con tales conceptos, se propicia la creación de una poderosa autoridad gubernamental dueña de re­cursos financieros millonarios, de un mecanismo administrativo organizado, del servicio postal, de telégrafos y teléfonos, de ejércitos disciplinados, d~ tribunales y policía, de un clero sumiso, de escuelas, e incluso de los servicios informativos; es ese el poder que mantiene viva en el pueblo la opinión pública que lo nutre ...

y en realidad, sólo tenemos que hacer me­moria de aquello que profesamos, tanto en nues­tra calidad de cristianos como de hombres de nuestros tiempos; sólo debemos recordar esos preceptos morales fUl)damentales que rigen nues­tra existencia social, familiar y personal, y analizar

la posición que adoptamos en nombre del pa­triotismo, para percatarnos del grado de contra­dicción en que se debaten nuestra conciencia y eso que, gracias a la vigorosa influencia guber­namental en dicho sentido, conocemos como nuestra opinión pública.

Uno sólo tiene que analizar con toda sensatez las exigencias más ordinarias del patriotismo, que se nos imponen como lo más sencillo y na­tural, para así lograr entender cabalmente cuánta diferencia hay entre tales exigencias y la opinión pública real que ya compartimos. Absolutamente todos nos consideramos como seres libres, edu­cados, humanos, o incluso como cristianos, y no obstante, si el día de mañana Guillermo se sin­tiese agraviado por Alejandro, o el Señor N. pu­blicara un exaltado artículo sobre la Cuestión Oriental, o el Príncipe Tal cometiera actos de vandalismo contra algunos búlgaros o servios, o alguna reina o emperatriz fuese destronada por cualquier circunstancia, todos nosotros, seres hu­manos, cristianos y educados, estaríamos prestos a tomar las armas y asesinar pueblos que desco­nocemos .. .

No se requiere de ninguna gesta heroica para lograr los cambios más radicales e importantes en la existencia de la humanidad; no precisamos de armar a millones de soldados o de construir nuevos caminos y máquinas; tampoco de la crea­ci6n de exhibiciones ni de la organización de sin­dicatos laborales, ni dexevoluciones, barricadas y explosiones, ni del perfeccionamiento de la na­vegación aérea; lo indispensable es un cambio en la opinión pública. .

Para conseguir dicho cambio de fondo, no hay necesidad de elucubraciones profundas, ni de rechazar nada de lo ya existente, así como tampoco de inventar alguna novedad extraordi­naria; lo único imprescindible es que no nos dejemos vencer por la errónea y por demás des­gastada opinión pública del pasado, que los go­biernos han impuesto con artificios; el único requisitO es que cada individuo exprese aquello que realmente siente o piensa, o, en su defec­to, que se abstenga de manifestar aquello que no piensa.

Si sólo un pequeño sector del pueblo se com­portara de tal manera al unísono, por su propia

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68 La crítica radical

voluntad, esa ruinosa opinión pública se aleja­ría de nuestro ser por sí sola para dar lugar al surgimiento de otra, fresca, viva, real. Una vez transformada así la opinión pública, sin el me­nor esfúerzo, la condición intrínseca de la vida del hombre, que tantos tormentos le hace pa­decer, cambiaría espontáneamente.

Resulta casi oprobioso exponer cuán poco se necesita para que todos los hombres se libe­ren de las calamidades que ahora los oprimen; todo se reduce a no mentir.

Que el pueblo se yerga por encima de la false­dad con que se le nutre, que se rehúse a expresar aquello que no siente ni piensa, y de inmediato se registrará una revolución de todo el esquema de vida actual como jamás la podrían lograr los esfuerzos conjuntos de hombres revolucionarios durante siglos, aun cuando ellos detentaran el poder.

¡Si tan sólo el pueblo creyera que la fuerza no radica en la violencia sino en la verdad, enton­ces jamas se alejaría de ésta ni de palabra ni de obra, y no diría aquello que no piensa, ni tam­poco haría aquello que considera vano y erró­neo! ...

De esto están conscientes los gobiernos; tiemblan ante esta fuerza incontestable, por lo que luchan denodadamente por contrarrestar­la, o por evitar caer en sus redes.

Saben que la fuerza no estriba en la violen­cia, sino en el pensamiento y en su expresión preclara; en consecuencia, temen más a la ex­presión del pensamiento independiente que al ejército. De ahí que institucionalicen la censu­ra, sobornen a la prensa y monopolicen el con­trol de la religión y de las escuelas ...

Todos detestamos el orden insensato de la vi­da, contrario a la esencia de nuestro ser, y sin embargo, nos abstenemos de esgrimir esa arma, única y poderosa, que se encuentra a nuestro al­cance: la conciencia de la verdad, y su ("xpresión. No obstante, actuamos de manera contraria, y so pretexto de luchar por la erradicación del mal, destruimos nuestra arma y la sacrificamos en aras de las exigencias de un conflicto imaginario.

El hombre no defiende la verdad que cono­ce , porque se siente comprometido con aque­llo~ que lo rodean; o porque la verdad podría

privarlo de la ventajosa posición que brinda a su familia; o porque desea lograr reputación y auto­ridad, para emplearlas posteriormente al servi­cio de la humanidad; o porque no desea eliminar viejas y sagradas tradiciones; o porque no quie­re ofender a los demás; o porque la expresión de la verdad daría margen a su persecución, lo cual perturbaría el excelente desarrollo de la ac­tividad social a la que ha dedicado todos sus es­fuerzos.

Un individuo presta sus servicios en calidad de emperador, de rey, de ministro, de funcio­nario gubernamental o de soldado, y siempre asegura, tanto para sí como para los demás, que aquella desviación de la verdad indispensable para su condición se redime gracias a sus actos de bondad. Otro, con deberes de pastor y guía espiritual, nunca llega a creer desde el fondo de su alma en todo aquello que predica y, no obs­tante, permite esa desviación de la verdad en aras del bien que obra en pro de los demás. Un tercero pretende ilustrar la mente del hombre mediante la literatura, y pese al hecho de guar­dar en silenc!9 la ostensible verdad, para no echarse en su contra al gobierno o a la socie­dad, no tiene la menor duda acerca del bien que realiza. El cuarto, revolucionario o anarquista, lucha de manera resuelta contra el orden exis­tente, y está convencido de que los objetivos que persigue son tan benéficos que callar la ver­dad, o incluso la falsedad, lo cual es indispen­sable para el éxito de su actividad, no actua en detrimento de toda su labor. ..

Si los hombres estuviesen dispuestos a ex­presar, con valentía y nitidez, la verdad ya ma­nifiesta para ellos de la confraternidad de todas las naciones, y el crimen que representa la de­voción exclusiva al pueblo propio, esa opinión pública falsa y caduca se desplomaría como un edificio en ruinas -en el que se han pertrechado el poderío de los gobiernos y toda la maldad que éstos han engendrado; entonces refulgiría esa nueva opinión pública, que aún se encuentra aguardando el desplome de la vetusta para plan­tear sus exigencias de manera precIara y vigo­rosa y establecer nuevos esquemas de existencia en apego a la conciencia profunda de la huma­nidad ...

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9. Medios y fines Resistencia pasiva La bomba atómica,

Estados Unidos y Japón

MOHANDAS K. GANDHI

MEDIOS Y FINES

Lector: ¿Por qué no hemos de alcanzar nuestro objetivo -de naturaleza justa- valiéndonos de cualquier medio, incluso de la violencia? ¿Aca­so debo detenerme a analizar los medios ante la presencia de un ladrón en mi casa? Mi deber es ahuyentarlo como sea. Usted parece admitir que no hemos recibido nada, y que nunca recibire­Q10s nada mediante el recurso de petición. En­tonces, ¿por qué no nos es permitido agregar el uso de la fuerza bruta? Asimismo, para poder conservar aquello que recibamos, deberemos mantener vivo el miedo empleando esa misma fuerza en la medida de lo necesario. ¿O acaso desaprueba usted el uso de la fuerza, si con ella se evita que un niño se sacrifique lanzandose al fuego? De una manera u otra debemos aican­zar nuestro fin.

Editor: El razonamiento que usted expone es plausible. De hecho, ha engañado a multitudes;

Las dos primeras selecciones pertenecen al Bínd Swaraj or Indian Borne Rule (1909), ca­pítulos 16 y 17. La tercera fue extraída de Bari­jan (julio 7, 1946). Todas ellas reimpresas con autorización del Navajivan Trust (Ahmedabad, India).

yo mismo esgrimí argumentos semejantes, en el pasado. Sin embargo, creo que ahora compren­do más, y por tanto me esforzaré por rescatarlo a usted de tal engaño. En primer lugar, aborde­mos el argumento por el que se nos justifica el empleo de la fuerza bruta para la consecución de nuestro fin, dado que los ingleses lograron su meta gracias a tales medios. Es absolutamente cierto que ellos emplearon la fuerza bruta, y que nosotros podríamos proceder de la misma forma; sin embargo, si usamos medios semejan­tes, sólo obtendremos lo mismo que ellos. Usted estará de acuerdo en que no es ése nuestro pro­pósito. Al sostener que no existe conexión al­guna entre el medio y el fin comete un grave error. Por ese error, hombres que se tenían por religiosos han sido autores de horrendos críme­nes. Su razonamiento equivale a declarar que es factible obtener una rosa a partir de hierba mala. Si deseo surcar el océano, tengo que va­lerme de un barco; si a tal fin decidiera emplear una carreta, tanto ella como yo nos precipita­riamos al fondo del mar en un momento. "Se­gún sea el Dios, será el devoto"; vale la pena meditar en dicha máxima. Muchos han distor­sionado su significado y se han perdido en el

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70 La crítica radical

camino. El medio se puede comparar con una semilla, yel fin con el árbol; el mismo nexo in­violable que une a la semilla con el árbol es vá­lido para el medio y el fin. Si vivo postrándome ante Satanás, no puedo esperar que llegue a mí la dicha que emana de adorar a Dios. En conse­cuencia, si alguien dijera: "yo deseo adorar a Dios; no importa si para ello me valgo de Sata­nás", se le calificaría de ignorante e insensato. Cosechamos aquello que sembramos. En el año 1833, los ingleses recurrieron a la violencia para obtener mayor poder de voto. ¿Acaso lograron una mejor apreciación de su deber mediante el empleo de la fuerza bruta? Ambicionaban el derecho al voto, mismo que obtuvieron gracias a la fuerza física. Sin embargo, los derechos rea­les son el resultado del desempeño adecuado · del deber; yesos son los derechos que aún no obtienen. Por tanto, tenemos ante nosotros en Inglaterra la fuerza de todos aquellos que de­mandan e insisten en sus derechos, pero de nin­guno que piense en su deber. En un lugar donde todos demandan derechos, ¿quién se los con­cederá a quién? No es mi deseo el dar a entender que no cumplen ningún deber. Simple y senci­llamente, no llevan a cabo los deberes que co­rresponden a tales derechos; y como no realizan ese deber en particular, es decir, no adoptan una postura congruente, sus derechos se han tras­tocado en una pesada carga. En otras palabras, lo que obtuvieron es el resultado exacto de los medios que esgrimieron para tal fin . Emplearon aquellos medios que correspondían a su fin. Si, enlo personal, deseo privarlo a usted de su re­loj, seguramente tendré que pelear por él; si deseo comprar su reloj, tendré que pagar por él; y si lo deseo como obsequio, entonces tendré que pedirlo insistentemente; así, en perfecta co­rrelación con el medio que emplee, el reloj será propiedad robada, propiedad adquirida, o un donativo. Por ende, existen tres resultados dis­tintos para tres medios distintos. ¿Persiste usted en su posición de hacer caso omiso del medio?

Ahora abordaremos el ejemplo que usted expuso acerca del ladrón que se debe ahuyentar. No estoy de acuerdo con su argumento de que e1ladrón deba ser arrojado por cualquier me­dio. Si es mi padre quien ha venido a robar, em-

plearé un tipo de medio. Si se trata de un cono­cido, emplearé otro y, en el caso de un perfecto extraño, me valdré de un tercer medio. Quizás usted diga que si el ladrón es de raza blanca, em­pleará medios distintos a los que adoptaría si se tratara de un ladrón aborigen. Si es de comple­xión débil, el medio diferirá del que emplearía con alguien que se equiparara con usted en fuer­za física; ahora bien, si el ladrón está armado has­ta los dientes, lo más prudente es permanecer en calma. Como se podrá apreciar, hay una exten­sa gama de medios entre el padre y el hombre armado. Nuevamente, supongo que si el ladrón fuese mi padre, o el hombre fuertemente arma­do, yo fingiría dormir. La razón de lo anterior es que probablemente mi padre también estaría armado, y yo tendría que sucumbir a la supe­rioridad en poder de uno o de otro, y permitir el robo de mis pertenencias. La posición ven­tajosa de mi padre me haría llorar compasiva­mente; la del hombre armado exaltaría mi furia, y nos convertiríamos en enemigos. He ahí la cu­riosa situación. Probablemente, a partir de es­tos ejemplos, no lleguemos a un acuerdo sobre los medios pertinentes en cada caso. Por 10 que a mí respecta, puedo vislumbrar claramente el procedimiento justo en todos ellos, pero cabe la posibilidad de que el remedio le provoque terror. Por tanto, dudo en someterlo a su consi­deración, y prefiero dejarlo a su imaginación; si no logra dilucidarlo, lo más seguro es que de­berá adoptar medios distintos en cada caso. Sin embargo, se habrá percatado de que no cual­quier método servirá para ahuyentar al ladrón; tendrá que emplear medios específicos, según el caso. De todo lo anterior se deduce que no es su deber el ahuyentar al bandido por "cual­quier" medio.

Abundemos un poco más en el tema. Su pro­piedad ha sido robada por el hombre fuertemente armado; usted abriga en su alma la repugnancia de ese acto, y se siente invadido por la cólera; así, declara que desea castigar a ese bellaco, no porsatisfacer su orgullo, sino por el bienestar de su's vecinos; organiza a varios hombres ar­mados, y se dispone a tomar la casa del ladrón por asalto; entretanto éste ha recibido informes de sus planes y escapa; también él se ha enfu-

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Medios y fines. Resistencia pasiva. La bomba atómica, Estados Unidos y japón 71

recido. El ladrón reúne a sus compañeros de ofi­cio y le envía a usted un mensaje de desafío en el que amenaza con robar a pl~na luz de! día. Usted es fuerte, no le teme, esta preparado pa­ra hacerle frente. Así las cosas, el ladrón ataca aisus vecinos, y éstos se quejan con usted. Us­ted responde que sólo está actuando por su bien y que no le importa h~berse vi~to privado de su propiedad. Sus vecmos replican que el la­drón jamás los había atacado anteriormente, y que sus saqueos se iniciaron a raíz de que us­ted le declaró abiertamente las hostilidades en su contra. Ahora se encuentra usted entre Escila y Caribdis. Siente verdadera compasión por esos pobres hombres; todo lo que dicen es cierto. ¿Cuál es el paso a seguir? Quedará desacreditado si cede ante el ladrón. Por tanto, decide con­testar a esos pobres hombres: "No se preocu­pen. Vengan, mi riqueza es suya; yo les daré armas y les enseñaré a usarlas; es su deber des­truir al ladrón; no permitan que triunfe". Así, se genera la batalla, los ladrones incrementan su ba,ndo, y sus vecinos se colocan en una posi­ción inconveniente de manera voluntaria. En consecuencia, al tratar de tomar venganza con­tra. e! ladrón, sólo ha conseguido perturbar su estado de paz; vive en constante miedo de ser robado y atacado; su valor ha degenerado en cobardía. Si se detiene a examinar todo esto con paciencia, se dará cuenta de que no he exage­rado el cuadro. Ese fue uno de los medios. Ahora analicemos la otra. Usted llega a la conclusión de que este ladrón armado es un hermano ig­norante; pretende discutir con él de manera ra­zonable en una ocasión apropiada; se percata de que, después de todo, se trata de un prójimo; no sabe qué fue lo que lo indujo a robar. Por tanto, usted decide que, en la primera oportu­nidad, eliminará el motivo que impelió al hom­bre a robar. Mientras usted se ocupa en tales elucubraciones, el hombre regresa y lo vuelve a robar; en vez de irritarse con él, lo compade­ce. Considera que ese mal hábito debe ser una especie de enfermedad en él. A partir de ese mo­mento, usted deja sus puertas y ventanas abier­tas, cambia la ubicación de su cama y coloca sus pertenencias de modo que le resulten acce­sibles al ladrón. Este regresa nuevamente, y se

confunde ante el cambio de escenario; pese a todo, lo vuelve a robar. Sin embargo, comienza a sentirse inquieto, a indagar acerca de usted en el pueblo, donde todos lo alaban por su corazón magnánimo y bondadoso; entonces el ladrón se arrepiente, implora su perdón, le restituye to­do lo robado, y abandona el pernicioso hábi­to. Se convierte en su siervo, y usted lo coloca en un empleo honorable. He ahí el segundo pro­cedimiento, y como podrá ver, dos medios dis­tintos han provocado resultados diametralmente opuestos. No es mi deseo llegar a la deducción de que todos los ladrones reaccionarán de este modo, o que todos contarán con la misma ca­pacidad de compasión y de amor que usted; mi único propósito es el de demostrar que los me­dios justos pueden producir resultados justos, y que, por lo menos en la gran mayoría de los casos, cuando no en todos, la fuerza del amor y la compasión es infinitamente más poderosa que la fuerza de las armas. Hay un perjuicio im­plícito en e! ejercicio de la fuerza bruta, nunca en el de la misericordia.

Quisiera ocuparme, en las siguientes líneas, del asunto de las peticiones. Es un hecho irre­futable que una petición que no sea respaldada por un elemento de fuerza es inútil. Sin embar­go el Juez Ranade, Q.e.p.d., solía decir que las peticiones hacían un gran servicio como medios para educar a la gente. Le ofrecen una noción de las condiciones en que vive, y ponen a los gobernantes en estado de alerta. Desde este pun­to de vista, no se puede decir que sean del to­do inútiles. La petición realizada por alguien del mismo nivel se considera una señal de cortesía; la petición de un esclavo se reduce a un símbolo de su cautiverio. Una petición respaldada por un elemento de fuerza representa la petición de un igual y, cuando éste comunica su deman­da en forma de petición, hace honor a la no­bleza de su persona. Hay dos tipos de fuerza que pueden sustentar una petición. El primero se ex­presa así: "Le haremos daño si usted no nos con­cede lo que pedimos"; se trata de la fuerza de las armas, cuyos resultados perniciosos ya he­mos analizado. El segundo tipo de fuerza se ex­presa de la siguiente manera: "Si usted se rehúsa a concedernos lo que solicitamos, dejaremos de

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ser sus peticionarios. Sólo podrá gobernarnos mientras nosotros deseemos continuar bajo su mando; a partir de este momento dejaremos de tener tratos con usted". La fuerza implícita en esta declaración puede ser descrita como fuer­za del amor, fuerza espiritual o, para emplear un término más popular aunque menos preci­so, resistencia pasiva. 1 Es una fuerza indestruc­tible, y aquel que la sabe emplear comprende cabalmente su posición. Existe un antiguo pro­verbio cuyo significado literal cito a continua­ción: "Una negativa basta para curar treinta y seis padecimientos". La fuerza de las armas re­sulta inocua al enfrentarse a la fuerza del amor o del alma.

Finalmente analizaremos su último ejemplo, es decir, el del niño que se sacrifica, lanzando­se al fuego. Me permito anticiparle que no le será de ninguna utilidad. ¿Qué le haría realmente al niño? Bajo el supuesto de que lo excediera a us­ted en fuerza fisica y lo incapacitara para actuar y se lanzara al fuego, usted no podría hacer na­da para evitarlo. En ese caso, le quedan dos al­ternativas viables: privar al niño de la vida para que éste no perezca en las llamas, o sacrificar su propia vida porque le resulte inconcebible verlo perecer ante sus ojos. Ciertamente no va a asesinarlo. Si su corazón no está impregnado de piedad, lo más probable es que no renuncie

a sí mismo anticipandose al niño hacia las I1a­mas. Por tanto, se resignará a verlo convertido en una pira humana. De todas maneras, no es­tará empleando la fuerza física. Espero que no considere como fuerza física, aunque de un or­den inferior, el forcejear con el niño, si fuera posible, para evitar que éste irrumpa en el fuego. Esa es una fuerza de orden distinto, y debemos comprender su esencia.

Cabe recordar que, al frenar de tal modo al niño, está actuando exclusivamente en interés de él, y está imponiendo su autoridad en beneficio único del niño. El ejemplo que usted cita, por tanto, es inaplicable a los ingleses. Al emplear la fuerza bruta contra ellos, está actuando ex­clusivamente en interés propio, en este caso, de la nación. Aquí no hay margen para la compa­sión o para el amor. Si equipara los actos perni­ciosos de los ingleses con el fuego, y admite que es la ignorancia la que los mueve a proceder así, reduciéndolos a la condición de un niño, al que usted desea salvar, entonces tiene que atajar to­do acto pernicioso que cometa cualquiera de ellos y, como en el caso del niño poseído, ten­drá usted que sacrificarse. Si es capaz de reali­zar un acto de piedad tan inconmensurable, le deseo toda clase de parabienes en la consecu­ción del mismo.

RESISTENCIA PASIVA

Lector: ¿Hay alguna prueba histórica del triun­fo de lo que usted denomina fuerza espiritual, o fuerza de la verdad? Aparentemente, no existe ejemplo alguno de naciones que hayan surgido gracias a la fuerza del alma. Sigo pensando que los malhechores no cesarán de obrar perjuicios en tanto no reciban castigo físico.

Editor: Alguna vez, el poeta TuIsidas dijo: "De la religión, la misericordia o el amor son la raíz,

I SlllyaRraba. lo que en años posteriores G:mdhi prefirió calificar de "resistencia no vio­lL'nta" . para enfatizar que no se trataha de una c:str:negia pasiva sino activista - Ed .

así como el egoísmo lo es del cuerpo. Por tan­to, no debemos abandonar la misericordia mien­tras estemos vivos" . A mi parecer, esta frase engloba una verdad científica. Creo en eIla tan­to como creo que dos y dos son cuatro. La fuer­za del amor es igual a la fuerza espiritual o a la fuerza de la verdad. A cada paso encontramos pruebas de su poder. El universo mismo desapa­recería sin la presencia de tal fuerza. Sin embargo, usted solicita pruebas históricas; por ende, es necesario conocer el significado del término "historia": en lengua gujarati, el equivalente se­ría "así sucedió", Si éste es el significado de la historia, resulta factible exponer un copioso nú­mero de pruebas. Sin embargo, si se le constriñe

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Medios y fines . Res istencia pasiva . La bomba atómica, Estados Unidos y Japón 73

a los actoS de reyes y emperadores , se torna im­pc)siblt ~frece~ pru~bas de la fuerza del alma. o de I~ resistenCia pasiva. No puede usted pedn­lb peras al olm? ~a historia, t.al como nos la han chseñado, se limita a un registro, a un recuen­((1) . de las guerras que el mundo ha padecido; ~;M: existe un proverbio inglés que dicta que una ¡{!¡tióh que carece de historia, léase de guerras, es lfltl nación feliz. ¿Cómo actuaron los reyes, có­nib se convirtieron en enemigos mutuos, cómo s(: asesinaron entre sí? Todo esto se puede encon­trar detallado con precisión en la historia; pero si sólo eso hubiese sucedido en el mundo, éste lúbrÍa llegado a su fin mucho tiempo atrás. Si la historia del universo se hubiera iniciado con guerraS, no existiría un ser humano vivo hoy en día. Todos aquellos pueblos que han padecido la Invasión guerrera de otros han desaparecido; ptueba de ello son los nativos de Australia, que fueron prácticamente borrados del mapa por los intrusos. Tome nota, por favor, de que estos nativos no emplearon la fuerza espiritual como d~fensa propia, y no se requiere de mucha pers­picacia para entender que los australianos com­partirán la misma suerte de sus víctimas. "El que a hierro mata a hierro muere". Nuestro prover­bio al respecto dicta que los nadadores de pro­fesión hallarán una tumba de agua.

El hecho de que tantos seres humanos exis­tan aún sobre la faz de la tierra demuestra que su fuerza no radica en las armas, sino en la ver­dad o en el amor. En consecuencia, la prueba

más rotunda e incontestable del triunfo de esta fuerza estriba en el hecho de que, pese a todas las guerras que se han librado en el '1lundo, és­te permanece vivo.

Son miles -de hecho, decenas de miles­Ios que dependen del trabajo hiperactivo de esta fuerza para subsistir. Las querellas cotidianas de millones de familias desaparecen ante la presen­cia de esta fuerza. Cientos de naciones viven en paz. La historia no registra esta verdad, ni se encuentra en posibilidades de hacerlo. En reali­dad, la historia es el seguimiento de cada inte­rrupción del fluido funcionamiento de la fuerza del amor o del espíritu. Dos hermanos discuten; uno de ellos se arrepiente y revive ese amor que conserva latente en su ser; los dos hermanos vuelven a convivir en paz; nadie toma esto en cuenta. Sin embargo, si ambos hermanos, por la intervención de abogados o de algún otro factor, tomaran las armas o acudieran a la ley -otro recurso de exhibición de la fuerza bru­ta-, sus actos se registrarían de inmediato en la prensa, serían el blanco de las conversacio­nes de sus vecinos y, probablemente, pasarían a la historia. Y lo que sucede entre familias y comunidades sucede entre las naciones. No exis­te razón alguna para creer que exista una ley aplicable a familias y otra a naciones. Por ende, la historia es el registro de una interrupción en la trayectoria de la naturaleza. La fuerza espiritual, por ser un factor natural , queda eliminada en los registros históricos . . .

LA BOMBA ATÓMICA, ESTADOS UNIDOS Y JAPÓN

Los amigos norteamericanos han sugerido que la bomba atómica provocará el Ahimsa (la no violencia) como ninguna otra fuerza existente pudiera lograrlo. Y así será, si con ello quieren decir que su poder destructivo será de tal manera repudiado por el mundo que éste se apartará de la violencia por un tiempo. Esto es equiparable al caso de un hombre que devora golosinas hasta el grado de sentir náuseas , y entonces se aleja de ellas, pero sólo para reiniciar con voracidad redoblada una vez que desaparece el malestar. Exactamente de ese modo se volcará el mundo

nuevamente sobre la violencia, con fervor re­novado, en cuanto se desvanezca el efecto de rechazo.

Hasta donde alcanzo a vislumbrar, la bom­ba atómica ha dado muerte al sentimiento más puro que preservó a la humanidad por milenios. Solían existir las llamadas leyes de guerra, que la hacían hasta cierto punto tolerable. Ahora sa­bemos la verdad desnuda. La guerra no cono­ce más ley que la del poder. La bomba atómica representó una \'ictoria \'ana para las fuerzas alia­das. pero por lo pronto causó la destrucciún del

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74 La crítica radical

espíritu de Japón. Aún es prematuro tratar de descifrar lo que sucedió con el alma de la na­ción destructora. Las fuerzas de la naturaleza obran de manera misteriosa; sólo podemos con­cretarnos a resolver el misterio mediante la de­ducción del resultado desconocido a partir de resultados conocidos en acontecimientos seme­jantes. Un esclavista no puede conservar a un esclavo, sin colocarse él mismo o a su asistente dentro de la jaula que ocupa el esclavo. Que na­die piense, bajo ningún concepto, que pretendo exponer una defensa de las fechorías que co­metieron los japoneses en busca de su reproba­ble ambición. La diferencia fue exclusivamente de grado. Yo supongo que la codicia del Japón fue más indigna. Sin embargo, el acto más opro­bioso no confería ningún derecho al contendien­te menos infame de eliminar despiadadamente a hombres, mujeres y niños de una región en particular del Japón.

La enseñanza que debemos extraer legítima­mente de esta suprema tragedia de la bomba es que no la destruiremos con bombas contrarias, así como es imposible anular la violencia' con

más violencia. La humanidad debe escapar de. la violencia, pero sólo a través de la no violen- I

cia. El odio sólo puede ser superado y vencido \ por el amor. El odio como contrarreacción só­lo puede contribuir a aumentar la superficie y la profundidad del odio. Estoy perfectamente' consciente de que repito ahora lo que he decla­rado en muchas ocasiones anteriores, y lo que he practicado en la mejor medida de mis habi­lidades y de mi capacidad. Aquello que declaré en un principio no contiene ninguna novedad en sí. Es tan viejo como las montañas. Pero no re- ' cité una máxima gastada, sino que anuncie defi­nitivamente aquello en lo que creo con cada fibra de mi ser. Sesenta años de práctica en dis­tintos caminos de la vida han enriquecido esa creencia que se ha fortificado con la experien­cia de amigos. Sin embargo, representa esa ver­dad esencial y única en la que el ser humano puede persistir sin acobardarse. Creo en aque-, lIo que Max Müller expresó hace largo tiempo, es decir, en que es indispensable repetir la verdad, en tanto que existan hombres incrédulos.

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10. Vietnam: cálculo de una ecuación moral

HOWARD ZINN

" . ,Me gustaría dar inicio a un análisis de este tipo partiendo de la hipótesis de lo injustifica­,)te, desde un punto de vista lógico, que resulta aferrarse a una postura absoluta de no violencia, dado que, al menos en teoría, se puede conce­bir la necesidad de cierto grado de violencia para eVitar otro mucho mayor. Quienes se sien­tan súbitamente agraviados por esta declaración deben someter a análisis lo siguiente: la Segunda Guerra Mundial; el intento de asesinato con­tra Hitler; las revoluciones generadas en Esta­dos Unidos, Francia, Rusia, China y Cuba; la probable revuelta armada en Sudáfrica; el caso de Rodesia; los Diáconos en Louisiana, No se de­be olvidar que muchos de aquellos que hoy apo­yan la guerra de Vietnam, quizá mantienen dicha actitud con base en fundamentos que conside­ran semejantes a los que se emplearon en los casos antes mencionados.

. Condensado de "Vietnam: Setting the Moral Equation" , publicado por Howard Zinn en The Nation (Enero) 7, 1966), pp, 64-69, Copyright 1966, revista The Na/ion , The Nation Associa­tes , Inc. Reimpreso con autorización del editor y lk1 autor ,

Lo patético que encierra todo esto es que, en cuanto uno se desvía mínimamente de la senda de la no violencia absoluta, se abren las puertas de par en par a los abusos más indig­nantes , Es tanto como repartir escalpelos a un grupo impaciente, integrado a partes iguales por cirujanos y carniceros. He ahí, precisa­mente, el problema constante del hombre: có­mo liberar a la verdad, sin acabar devorado por ella,

¿Cómo poder distinguir a los carniceros de los cirujanos o, en otras palabras, cómo diferen­ciar un acto de violencia curativo de otro des­tructivo? El primer requisito dicta que siempre adoptemos la no violencia como punto de par­tida, asumiendo que por tanto el peso de las pruebas se erigirá en abogado de la violencia pa­ra demostrar, con un elevado margen de proba­bilidades, que está justificada, En el seno de la civilización norteamericana moderna, exigimos la unanimidad de parecer de doce ciudadanos antes de condenar a un individuo a la pena de muerte, pero estamos prestos a eliminar a mi­llares de seres so pretexto de una nimiedad de carácter político (como la teoría dd dominó re­lati"a al contagio revolucionario).

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76 La crítica radical

¿Cuál sería la prueba pertinente? Me permi­to sugerir cuatro:

1. La defensa propia, ejercida en contra de atacantes externos o de una fuerza contrarrevo­lucionaria interna y en la que se emplee exclu­sivame.nte la violencia necesaria para repeler el ataque, es justificable. Tal instancia se aplica a esa ama de casa de raza negra que, unos años atrás, en un pequeño pueblo de Georgia, acom­pañada únicamente por sus hijos, disparó desde la puerta de su casa a una gavilla de hombres blancos que portaban armas de fuego y cadenas; como resultado de su legítima defensa privó de la vida a uno de ellos, y los demás emprendie­ron la huida. Esta tesis causó la rendición de la Renania a Hitler en 1936, e incluso la de Austria (dado que, aparentemente, los austriacos prefi­rieron abstenerse de luchar), pero a la vez exigió el apoyo al gobierno Leal en España y la defen­sa de Checoslovaquia en 1938. La tesis se aplica del mismo modo a los vietnamitas que comba­ten a esos atacantes norteamericanos que mue­ven las cuerdas de un gobierno títere.

2. La revolución se justifica cuando su pro­pósito es el de derrocar a un régimen opresor, firmemente arraigado e inconmovible por otros medios. La ayuda externa es un elemento permi­sible (tomando en cuenta que los rebeldes, como en la Revolución Norteamericana, casi siempre se encuentran en desventaja con relación a quie­nes detentan el poder), siempre y cuando los efectivos militares del movimiento sean natura­les del país interesado, ya que esto prueba la po­pularidad real de que goza la revolución. Aquí podríamos citar los casos de Francia, Estados Unidos, México, Rusia, China, Cuba, Argelia. También abarcaría a la rebelión del Vietcong, y a una probable revuelta en Sudáfrica, de esta­llar efectivamente.

3. Aun cuando se satisfaga una de las condi­ciones antes enunciadas, no existe justificación moral alguna para imponer la violencia sobre los inocentes. Por tanto, la violencia que se em­plee tanto en legítima defensa como en la re­\"olución, se debe encauzar únicamente hacia los malhechores yen la medida justa para alcanzar el objeti\"o trazado, oponiendo resistencia a to­do argumento que implique que una dosis extra

de violencia agilizará la victoria. El presente concepto reprueba el bombardeo estratégico de las ciudades alemanas durante la Segunda Guerra Mundial, el bombardeo atómico sobre Hiroshi­ma y Nagasaki; descarta el terrorismo ejercido en contra de civiles, incluso dentro del mar­co de una revolución justa. La violencia que se emplea aun en contra de los culpables, cuando se desprende de un mero deseo de venganza, carece de toda justificación; con esto se descar­ta también la pena capital por cualquier tipo de delito. El requisito de violencia bien dirigida convierte en un hecho absurdo equiparar la ma­tanza de jefes de aldeas de Vietnam del Sur ordenada por el Vietcong con el bom bardeo de hospitales realizado por pilotos norteameri­canos; aunque la primera de las instancias es también reprobable desde la perspectiva de un simple acto de terror o de venganza, carente de un objetivo específico de cambio en las condi­ciones sociales de la aldea.

4. Existe un factor adicional de carácter ur­gente por las circunstancias que rodean a las modernas tácticas bélicas. Aun cuando se cum­plan los tres principios antes expuestos, surge un cuarto que se debe someter a consideración antes de emprender la violencia: no se deben elevar a tal grado los costos de defensa propia o de cambio social, a causa de la intensidad o de la prolongación de la violencia, o del riesgo de proliferación, que a final de cuentas se esti­me que la victoria no justifica su costo. Para que los soviéticos hubieran defendido a Cuba de un ataque -pese a que era factible invocar la legíti­ma defensa- no habría válido la pena que es­tallara una guerra general; para que los Estados Unidos hubieran defendido a Hungría de un ata­que -aunque también se hubiera podido invo­car la legítima defensa- tampoco habría valido la pena que estallara una guerra general. Que China o la Rusia Soviética apoyen ai Vietcong con tropas, aunque la causa de este último sea justa, sería un error si esto diera origen al peligro de una guerra general. Bajo ciertas circunstan­cias, es preferible que las naciones permanezcan cautivas para no ser destruidas, o que los revo­lucionarios aguarden el momento oportuno. De hecho, dada la omnipresencia de las grandes

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potencias . militares -los Estados Unidos y la lJRSS (aunque quizá los países que luchan contra Inglaterra, Francia, Hol~n?!, Bélgica, Po~tu?al no compartan la misma opul1on-, los mOVImIentos revolucionarios se verán obligados a diseñar tác­ticas que no se v~l~an de revueltas armadas para derrocar a un reglmen opresor.

El prirtcipio básico que deseo abordar dicta que la violencia se justifica de manera más só­lida cuando precisamente aquellos que están arriesgando la vida deciden si en realidad vale la pena sacrificarla en aras de! triunfo de sus idea­les. Por su naturaleza intrínseca, la defensa pro­pia y la guerra de guerrillas son representativos de dicha decisión. Por el contrario, los ejérci­tos conscriptos y la lucha armada desenfrenada infringen el principio. Y nadie absolutamente tiene el derecho de decidir si alguien debería mejor morir antes que ser Rojo, o si algún pró­jimo debería sacrificarse en defensa de su mo­do de vida, O si un individuo (como Norman Morrison) deberí2 preferir la vida a la muerte.

Sería insensato pretender que el resumen an­tes expuesto fuera preciso o completo. Quienes se encuentran involucrados en la defensa pro­pia o en una revolución no necesitan justifica­ción intelectual alguna; sus emociones reflejan cierta racionalidad interna. Son aquéllos ajenos a la pugna directa, aquellos que deciden si apo­yarán a uno u otro bando, quienes deben refle­xionar detenidamente sobre estos principios. En consecuencia, los norteamericanos, poseedores del mayor poderío y alejados de los conflictos de defensa propia o de revolución, son quienes precisan en grado superior de una deliberación concienzuda. En el ámbito del análisis social , sólo podemos concretarnos a brindar algunos lineamientos generales que sustituyan a la ca­rencia de pensamiento, para abrir las puertas a una especie de cálculo moral.

Sin embargo, no se requiere de un juicio detallado para llegar a la conclusión de que los bombardeos norteamericanos sobre Vietnam , efectivamente dirigidos a zonas agrícolas, al­deas, pueblos, etc., no se apegan a ninguno de los criterios enunciados y, por tanto, resultan profundamente inmorales, sin importar cuál sea la situación en el Sureste de Asia o a nivel mun-

Vietnam: cálculo de una ecuación moral 77

dial. El silencio que al respecto han guardado aquellos que apoyan al gobierno en dichos actos -desde Hubert Humpherey hasta los firman­tes académicos de propaganda- resulta particu­larmente oprobioso, dado que el &dmitir que este es un hecho de brutalidad innecesaria no les exige que sacrifiquen sus demás argumentos. Independientemente de los bombardeos, ningu­na actividad militar norteamericana en contra del Vietcong podría justificarse, a menos que es­tuviera contribuyendo a la defensa de un pueblo determinado contra un atacante externo. He ahí la razón por la cual la Administración, con la es­peranza de confirmar mediante repetición oral lo que no se puede verificar con pruebas mate­riales, emplea continuamente el término "agre­sión" para describir las actividades de la guerrilla vietnamita. Sin embargo, las declaraciones de los expertos resultan abrumadoras en este punto:

1. Philippe Devillers, el historiador francés, manifiesta que "la insurrección ya existía antes de que los comunistas decidieran participar. .. E incluso entre los comunistas, la iniciativa no se originó en Hanoi, sino en la comunidad fU­

ral, donde Diem acarreó literalmente al pueblo para que tomara las armas en legítima defensa" .

2. Bernard Fall dice: "Los grupos guerrilleros anti-Diem comenzaron a operar mucho antes de que elementos norvietnamitas infiltrados se unieran al combate.

3. Jean Lacouture, corresponsal de Le Monde (en Le Viet Nam entre deux paix) , confirma que fueron la presión local y las condiciones loca­les, las que indujeron a la actividad guerrillera.

4. Donald S. Zagoria, especialista en comu­nismo asiático de la Universidad de Columbia, escribió recientemente que "resulta claro, desde una perspectiva razonable, que nos estamos en­frentando a una insurrección nativa en e! sur, y que este es el problema principal, no la asisten­cia del norte".

Una de las pruebas de fuego a la que puede someterse la "defensa contra la agresión" es e! comportamiento mismo del ejército oficial sud­vietnamita -el "defensor" en person;¡o Entre sus filas encontramos: un elevado índice de deser­ciones; la necesidad imperante de apiñar mate­rialmente a los habitantes de aldeas en campos

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de concentración llamados "caseríos estratégi­cos, para poderlos controlar; el empleo de mé­todos de tortura para obtener información de otros sudvietnamitas, que supuestamente debe­rían "defender" a su país con fervor entusias­ta; y todo lo anterior obliga a los Estados Unidos a tomar virtualmente el mando de todo el ope­rativo militar en Vietnam.

El pueblo común y corriente de Vietnam no muestra ninguno de los indicios de una nación que se defiende de la "agresión", salvo por su falta de cooperación con el gobierno y con los norteamericanos. Cien mil granjeros vietnami­tas conducían una rebelión con armas captura­das, en su gran mayoría (tanto David Halberstam como Hanson Baldwin afirmaron lo anterior en las páginas de Tbe New York Times, contradi­ciendo discretamente lo que 1. F. Stone demo­lió estadísticamente -el Documento Blanco del Departamento de Estado sobre la "infiltración"). Estos hombres se enfrentaron así a la intrusión de 150,000 soldados norteamericanos con 7,500 efectivos norvietnamitas (en noviembre de 1965, oficiales militares norteamericanos estimaron que cinco regimientos norvietnamitas, con 1,500 soldados en cada uno de ellos, se encontraban alojados en terreno sudvietnamita). Las armas las adquirieron de países comunistas, pero no contaron con un solo avión para hacer frente a la horda de bombardeos norteamericanos que plagaron el cielo de Vietnam. Todo esto signi­fica no una agresión norvietnamita (si de algu­na manera se pueden considerar a los habitantes de Vietnam del Norte como forasteros), sino una agresión estadounidense, con un gobierno ma­nipulado que disfraza al poder norteamericano.

En consecuencia, no existe un solo principio válido en el que los Estados Unidos se puedan apoyar para justificar los bombardeos, o su pre­sencia militar, en Vietnam. Es precisamente ese vacío objetivo de su reclamo moral el que indu­ce a Estados Unidos a buscar un sustituto enteri­zo, prefabricado en armonía con su exposición razonada e iluminado por un aura emocional lo suficientemente poderosa para repeler a todo inspector. Ese fósil transplantado es la analogía de Munich que, emulando el apasionamiento de Churchill durante la Batalla de La Gran Bretaña,

declara: rendirse en Vietnam sería equiparable a lo que Chamberlain hizo en Munich; es por ello que los aldeanos deben perecer.

El inconmensurable valor que encierra la ana­logía de Munich con los Strangeloves se manifies­ta al atrapar entre sus redes a decenas de liberales norteamericanos, entre muchos otros. Respalda la expedición vietnamita con una coalición que incluye entre sus generosas filas a Barry Gold­water, LyndonJohnson, George Meany y John Rache (al contrario de la coalición de la Segunda Guerra Mundial, que excluyó a la extrema de­recha y abrigó a la izquierda radical). Dicho blo­que justifica la masacre de Vietnam con una portentosa imagen de ejércitos innsores, con un ligero cambio en el subtítulo: el término "comunista" viene a sustituir al término "fas­cista". Así, todo el arsenal despiadado de la Se­gunda Guerra Mundial-los medios justificados a la par con los injustificables-, sustentando gracias al gigantesco cúmulo de indignación eri­gido contra los nazis, puede servir a los fines del Siglo Norteamericano.

Preservar intacta la analogía de Munich, aban­donar la discusión del comunismo y del fascis­mo, equivale a eludir por completo la principal premisa que sostiene a la actual política de ge­nocidio implícito en Vietnam. Propongo que, al menos aquí, demos inicio a dicha discusión.

Refresquemos un poco nuestra memoria so­bre lo acaecido en Munich. Chamberlain por In­glaterra y Daladier por Francia se reunieron con Hitler y Mussolini (el 30 de septiembre de 1938), y accedieron a ceder la región de los Sudetes en Checoslovaquia, habitada por pueblos ger­manoparlantes, con la esperanza de evitar así una conflagración general en el continente euro­peo. Chamberlain regresó a Inglaterra, y decla­ró haber traído "la paz a nuestros tiempos" . Seis meses más tarde, Hitler se había posesionado ávidamente del resto de Checoslovaquia; enton­ces comenzó a enviar ultimátums a Polonia y, para el 3 de septiembre de 1939, había estallado la guerra general en Europa.

Hay datos contundentes para creer que si no se hubiese cedido la región de los Sudetes du~ rante ese encuentro en Munich - con ella en­tregahan las fortificaciones más poderosas de

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Checoslov~~uia, el, set~nta por ciento de su hi~­rro aceró, y; energla electf1ca, el ochenta y seis po; cientó ,de su industria qu~m~ca y el sesent~ y seis po~,'dento d,e sus yaCimientos carb~nl­feros- Y ~itler hubiera declarado la guerra, este habría sidQ fácilmente derrotado con el apoyo de las altain'ente capacitadas divisiones de Che­coslovaqUia, treinta y cinco en totaL Por el con­trario, si ante los indicios de resistencia Hitler hubiese d'écidido no emprender la guerra, se le habría frenado a tiempo en su política de ex­pansión,

Por tarito, prosigue la analogía, el permitir que el Frep~e de Libe~ación Naciona,l (FLN) de denominaClon comuOlsta, venza en Vietnam del Sur (dado que el obstáculo real en la pugna por negociaciones es la función que desempeñaría el FLN en un nuevo gobierno), equivale a im­pulsar una mayor expansión comunista tanto en el sureste de Asia como en otras regiones ale­dañas, lo cual conduciría probablemente a una conflagración de dimensiones mucho más de­sastrosas que de la actual; el frenar el comunis­mo en Vietnam del Sur equivale a desalentar su expansión en todo el mundo,

En primer lugar, debemos tomar debida no­ta de algunas diferencias trascendentales entre la situación de Munich en 1938 y la de Vietnam hoy en día:

1. En 1938, la fuerza principal que operó en contra del statu qua checo fue de carácter ex­terno, es decir, la Alemania de Hitler: la fuerza de apoyo fue el grupo de los Sudetes, de carác­ter interno, comandado por Konrad Henlein, Desde 1958 (aunque en realidad data de 1942 según evidencias), la fuerza principal que ha operado en contra del statu qua en Vietnam del Sur ha sido de carácter interno, misma que en 1960 se constituyó en el FLN: el principal par­tidario no es una nación extranjera, sino uno de los sectores de la misma nación, es decir, Vietnam del Norte, La fuerza exterior más cuan­tiosa dentro de Vietnam consiste en efectivos f\orteamericanos (resulta por demás interesante mencionar que, en Alemania Occidental, se les califica de Balldenkampfl'erbande, lJnidades de Combate Proscritas, nombre que durante la Se­gunda Guerra Mundial empicaban las unidades

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armadas del Servicio Secreto para designar a los grupos guerrilleros que se especiaJizaban en ex­terminar), Para hablar con mayor claridad, en 1938 los alemanes intentaban adueñarse de una parte de un país extraño, Actualmente, el Viet­cong trata de adueñarse de parte de su propio país, En 1938, el forastero fue Alemania, Hoy lo ~on los Estados Unidos,

2. El gobierno checo, cuyos intereses cedió el Occidente a Hitler en 1938, era un régimen poderoso, efectivo, próspero y democrático-el gobierno de Benes y de Mazaryk. El gobierno sudvietnamita que ahora apoyamos es un régi­men de hojarasca, inestable, impopular, corrup­to, una dictadura de pendencieros y torturadores que muestra absoluto desprecio a las eleccio­nes libres y al tipo de gobierno representativo (recientemente se opuso al establecimiento de una Asamblea Nacional so pretexto de que pudie­se dar margen a prácticas comunistas), encabeza­do por una dinastía sempiterna de tiranos, desde Bao Dai hasta Diem y Ky, que merecen ser equi­parados con Benes y Mazaryk tanto como el Gobernador WaUace de Alabama merece ser comparado con Robert E, Lee, Se trata de un gobierno cuya perpetuación no vale la pérdida de una sola vida humana,

3. En 1938, una postura firme significaba tra­bar combate para derrotar de una vez por todas con la amenaza principal de la época, la Alema­nia de Hitler. Hoy en día la contienda en Viet­nam, aun cuando acarree ia victoria total, no combate en absoluto a aquellos que los Esta­dos Unidos consideran como enemigos centrales - la Unión Soviética y la China Comunista, Aun cuando el comunismo internacional fuese un or­ganismo individual, la aniquilación del Vietcong representaría lo mismo que extirparle una uña a un elefante, Combatir aquello que considera­mos que es el origen de todas nuestras dificul­tades (la China Roja un día , la Rusia Soviética al siguiente) implicaría una guerra nuclear, y ni el propio Robert Strange McNamara parece acoger la idea con beneplácito,

4. Hay una gran cliferl'ncia entre el contex­to histórico del Munich de 195H \' d dd \'iet­nam de 1966, Munich fue la culmill:lci<'lI1 de una larga serie ele rendiciones y de repulsas a actuar:

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cuando Japón invadió China en 1931, cuando Mussolini invadió Etiopía en 1935, cuando Hitler remilitarizó la Renania en 1936, cuando Hitler y Mussolini apoyaron el ataque de Franco a la Es­paña Republicana de 1936-1939, cuando Japón atacó a,China en 1937, cuando Hitler se apoderó de Austria en la primavera de 1938.Y . . La cri­sis de Vietnam, por el contrario, es la culmina­ción de una larga serie de acontecimientos en los que el Occidente se ha contenido en algunas ocasiones (como en el caso de Checoslovaquia en 1948 o de Hungría en 1956), pero ha em­prendido acciones firmes con mayor frecuen­cia, desde la Doctrina Truman, pasando por el bloqueo de Berlín y el conflicto Coreano, has­ta el bloqueo de Cuba en 1962. Por tanto, el re­tiro de Vietnam no contriburía a reforzar un patrón del mismo modo que lo hizo el pacto de Munich. Ocuparía una línea aparte en esa grá­fica zigzagueante que representa a la política ex­terior contemporánea.

5. Contamos con veinte años de historia de guerra fría que ponen a prueba la proposición que se desprende de la analogía de Munich -que una posición firme en Vietnam merece la incon­mensurable pérdida de vidas, ya que ésta con­vencerá a los comunistas de que no deben surgir levantamientos de ningún punto del globo te­rrestre. Sin embargo, ¿cuál fue el efecto que pro­vocó nuestra negativa a permitir la derrota de Corea del Sur (1950-1953), o nuestro apoyo en la supresión de la rebelión Huk en las Filipinas (1947-1955), o la supresión de los grupos gue­rrilleros en Malaya (1948-1960), en el movimien­to guerrillero de Vietnam del Sur que se inició alrededor de 1958 y se consolidó bajo el Fren­te de Liberación Nacional en 1960? Si el empleo que hicimos de la subversión y de las armas pa­ra derrocar el régimen de Guatemala en 1954 demostró efectivamente a los comunistas de América Latina que estámos actuando en serio, entonces, ¿por qué se rebeló Castro y obtuvo la victoria en 1959? ¿Acaso nuesua invasión a Cuba en 1961 y nuestro bloqueo de 1962 sirvie­ron de ejemplo a otros revolucionarios latinoa­mericanos para que cejaran en sus propósitos? Entonces , ¿cómo explicar el levantamiento de la República Dominicana en 1965? Por otra par-

te, ¿acaso nuestro envío de infantes de marina a Santo Domingo puso fin a los combates de grupos guerrilleros en las cordilleras del Perú?

En cuanto se aborda la analogía de Munich, ésta se desmorona, lo cual sugiere un factor de mayor importancia: que tanto quienes elaboran la política en Estados Unidos como sus seguido­res simple y sencillamente no comprenden la naturaleza del comunismo, ni la naturaleza de los distintos levantamientos que se han veri­ficado en el mundo de la posguerra. Son inca­paces de asimilar que el hambre, la falta de un techo donde vivir y la opresión se bastan para instigar una revolución sin ayuda de elementos externos, del mismo modo que los gobernado­res de Dixie no lograban asimilar que los negros que marchaban en las calles no estaban bajo el mando de agitadores externos.

Por ende, el comunismo y la revolución pre­cisan de un análisis profundo. Indudablemente se trata de temas candentes, que algunos ele­mentos del movimiento de protesta vacilan en abordar por temor de perturbar a los aliados. No obstante, resultan fundamentales en ese tras­tocamiento de la moralidad que permite a los Estados Unidos rodear a la infame guerra de Vietnam con la aureola de justicia que brilló du­rante la guerra contra Hitler.

Una de las suposiciones clave en dicho tras­tocamiento es que el comunismo y el nazismo comparten demasiadas características y que, por ello, deben ser tratados como políticas idénti­cas. No obstante, el comunismo, en su calidad de teoría idealista, ha ejercido su influjo sobre hombres justos de todo el mundo -y no so­bre racistas, pendencieros o militaristas. Se pue­de argumentar que, en los países comunistas, los ciudadanos no tienen más remedio que jurar fi­delidad al régimen; sin embargo, lo anterior no tiene que ver con que millones de seres en Francia, Italia e Indonesia pertenezcan al parti­do comunista, ni con que una cifra incalcula­ble de ir.dividuos en todas las latitudes se hayan inspirado en los ideales marxistas. Y, ¿por qué no habrían de hacerlo? Entre esos ideales fi ­guran la paz, la hermandad, la igualdad racial , la sociedad sin clases, el desvanecimiento del estado.

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Si los comunistas se conducen con mucho mayor propiedad fuera del poder que dentro de él, nO es por sus ideales, sino por aquellas debi­lidades que comparten con los no comunistas que detentan el poder. Si en la supuesta búsque­da de sus ideales han recurrido a tácticas bruta­les, manteniendo burocracias asfixiantes y dog­mas inflexibles, estos hechos los colocan en posición tan réproba como la de otras naciones, otros sistemas sociales que, haciendo alarde de su herencia judeo-cristiana, han propiciadu la guerra, la explotación, el colonialismo y el odio interracial. Nosotros nos juzgamos por nuestros ideales; otros, por sus actos. Una posición por demás cómoda.

Los valores excelsos del nazismo, recorde­mos, incluían al racismo, al elitismo, al mili­tarismo y a la guerra como metas en sí mismos. A diferencia de las naciones comunistas o de las democracias capitalistas, aquí no hay bases pa­ra apelar a propósitos más elevados. El funda­mento ideológico para la coexistencia entre naciones comunistas y capitalistas es el consen­so aproximativo de los objetivos finales que comparten. En tanto que se mantiene el con­flicto bélico a distancia, los ciudadanos de am­bos bandos -así se espera y, de hecho, co­mienza a suceder- insistirán cada vez más en que sus gobernantes se apeguen fielmente a esos valores.

Uno de estos valores declarados -mismo que los Estados Unidos se esfuerzan denodadamen­te por ocultar, mediante argumentos fútiles y analogías endebles-.. se refiere a la autodeter­minación de los pueblos. La autodeterminación justifica el derrocamiento de oligarquías férreas -sean extranjeras o nacionales-, mediante pro­cedimientos que no produzcan una conflagra­ción genera!. China, Egipto, Indonesia, Argelia y Cuba son preclaros ejemplos de lo anterior. Dichas revoluciones tienden a instaurar dicta­duras, pero lo hacen en el nombre de valores que se pueden emplear para mermar el poder de esa misma dictadura. Por ende, merecen el mismo respaldo general y censura específica que recibieron los revolucionarios norteamericanos, quienes establecieron un gobierno esclavista a la par con un compromiso de libertad que, pos-

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teriormente y en contra de sus deseos, los indu­jo al abolicionismo.

La despreocupada utilización del término "totalitario" para describir tanto a! régimen nazi como al comunista, o para equiparar al de Viet­nam del Sur con el de Ho Chi Minh, no hace distinciones fundamentales, del mismo modo que los dogmati.stas de la Izquierda no logran distinguir en algunas ocasiones a un estado fas­cista de una democracia capitalista.

Este punto de vista desconoce la historia, por dos motivos. Primero, ignora que, en vista del vertiginoso progreso económico que hoy en día requieren las naciones, un régimen de orden co­munista realiza una labor altamente eficiente (aunque ciertamente, no es el único tipo de go­bierno novedoso capaz de tal hazaña). En su operación, eleva los niveles educativos y de vi­da, con lo cual prepara el camino para futuros ataques desde el interior a su propio sistema de control del pensamiento (como ya lo demues­tran tanto la URSS como el bloque de Europa Oriental). En segundo lugar, este concepto se olvida por completo de que tanto los Estados Unidos como Europa Occidental, hoy soberbias en su prosperidad, favorecidas por una atmós­fera de libre expresión, erigieron dicha posición ventajosa a costa de los sacrificios de esclavos o de pueblos de las colonias, y además some­tieron a sus propios sectores laborales a la mi­seria, por generaciones, antes de adoptar esa imagen de estados benefactores.

La perspectiva que ofrece la historia sugiere que un Vietnam unificado bajo el mando de Ho Chi Minh es preferible a la dictadura elitista del sur, del mismo modo que la China Maoísta, con todas sus deficiencias, es preferible al ré­gimen de Chiang, y la Cuba de Castro a la de Batista. Actualmente se nos escapan las alterna­tivas depuradas, mas nunca debemos renunciar a esos valores que pueden configurar el futuro. En el caso de Vietnam, en estos momentos, un gobierno comunista representa probablemen­te la senda más viable para todo ese conjunto de valores humanos que conforman la moral co­mún del hombre moderno: la preservación de la vida humana, la autodeterminación, la segu­ridad económica, el fin a la opresión de razas y

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de clases, y esa libertad de expresión que un pueblo instruido comienza a exigir.

He aquí una conclusión que los críticos de la política gubernamental han titubeado en ex­presar. Algunos porque simple y sencillamente no creen en dla, pero otros porque no desean perturbar la calma de la "coalición". No obs­tante, el impedimento principal para el retiro de los Estados Unidos se concreta a un temor es­pecífico y real: que Vietnam del Sur se convier­ta entonces al comunismo. Si nos eximimos de analizar este punto con toda honestidad, deja­mos intacta una de las plataformas esenciales de la estructura que sustenta los actos de los EE.UU.

Al saltar de temores reales a otros infundados, se obtiene un resultado semejante a la demen­cia dentro del comportamiento internacional norteamericano. Richard Hofstadter, en Tbe Pa­ranoid Sty/e in American Politics, escribe acerca de "la preconcepción central del estilo paranoide -la existencia de una red de conspiración in­ternacional gigantesca, insidiosa, inexplicable­mente efectiva, diseñada con el fin de perpetrar actos de la naturaleza más aborrecible".

Alguna vez, el centro de la conspiración fue Rusia. Un estudioso de las ciencias políticas, que realizaba investigaciones estrátegicas para el go­bierno, me comunicó recientemente, con toda la tranquilidad concebible, que su instituto ha­bía concluido no hacía mucho, que había estado absolutamente equivocado con respecto a la pre­misa que dominó gran parte de la política nor­teamericana durante el periodo de la posguerra -es decir, la premisa de que Rusia ambiciona­ba apoderarse de Europa Occidental por la fuer­za. Aun así, sin el menor indicio de duda, todo el lote de la teoría de hordas invasoras ha sido transferido a China.

La paranoia se desprende de una base objeti­va, para después lanzarse de manera desenfrenada a conclusiones absurdas. Es un hecho irrefuta­ble que el régimen de China es totalitario por su control de la libre expresión, y feroz en sus demostraciones de aborrecimiento hacia los Es­tados Unidos, que arrasó con la oposición en el Tíbet, y que luchó por una faja de territorio en la frontera de la India. Sin embargo, echemos un vistazo .a la India: sofocó un levantamiento

en Hyderabad, se apoderó del estado de Kera­la, inició los ataques en la frontera china, tómo Goa por la fuerza, y sigue insistiendo con toda fiereza en la zona de Cachemira. Pese a todo, no la acusamos de ambicionar el dominio sobre el mundo.

Por supuesto, existe una diferencia. China guarda nexos emotivos, y en ocasiones apo­ya rebeliones turbulentas en todas las latitudes. No obstante, esas reheliones no se originan en China. El problema no es que China desee apode­rarse del mundo, sino que diversos pueblos desean obtener el control de las regiones del mundo que ocupan, sin todo ese protocolo que rodea a las transacciones comerciales ordinarias. ¿Qué sucedería si los habitantes negros de Watts se rebelaran verdaderamente e intentaran apo­derarse de los Ángeles? ¿También se lo imputaria­mos a Castro?

La paranoia no sólo induce a los Estados Uni­dos a percibir conspiraciones internacionales donde existe una diversidad de naciones comu­nistas fundamentadas en movimientos comunis­tas naturales de la región. Además confunde al comunismo con un movimiento de mucho ma­yor envergadura en este siglo -el surgimiento ge masas hambrientas y atormentadas en Asia, Africa, América Latina, (yen el sur de los Esta­dos Unidos). De ahí que tratemos de derrocar al radicalismo en un lugar (Grecia, Irán, Guate­mala, Las Filipinas, etc .) con un éxito aparente, pero sólo para enfrentarnos al hecho de que en alguna otra latitud se está verificando una revo­lución -sea comunista, o socialista, o nacio­nalista, o de naturaleza indescriptible. Rodeamos todos los litorales con nuestra armada, ensom­brecemos el horizonte con nuestros aviones, arrojamos nuestros recursos monetarios a los vientos, y entonces se registra una revolución en Cuba, a sólo 90 millás de casa. Deducimos que cualquier rebelión que se suscite en el mun­do es resultado de algún ardid diabólico ges­tado en Moscú o en Pekín, cuando la realidad pura es que la gente de todas las razas y regio­nes desea alimentarse y ser libre, y que para ello se valdrá de cualquier medio desesperado y de cualquier sistema social para alcanzar sus ob­jetivos.

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I . ! El otro bando, por su parte, comete el mis-mo error. Si los rusos se enfrentan a una revuelta ~n Hungría o en Poznan, la atribuyen a la in­

t fluencia burguesa, o a intrigas de Norteaméri­u~a. ,La paranoia que dominó a Stalin lo indujo r a enviar a centenares de viejos bolqueviques an­;te el pelotón de fusilamiento. Resulta aparente ,que los chinos están desarrollando ciertas ob­sesiones en torno a los Estados Unidos; en su caso, sin embargo, estamos realizando nuestro :mejor esfuerzo por igualar sus acusaciones más descabelladas con la realidad. Se podría con­l siderar paranoico por parte de Pekín el que se . R,uejara de que los Estado.s,unidos están rodean­do a China de bases mllttares, ocupando los ,países fronterizos a su territorio, manteniendo a 'centenares de miles de efectivos a una distancia ! ~orprendentemente breve, y estudiando deteni­damente un bombardeo contra su población, si en gran medida todo esto no fuese cierto.

Se está verificando una revolución a nivel l}lundial, cuyo propósito es el de cristalizar aque­llqs valores que todos los principales países, sean .del Oriente o del Occidente, afirman enarbolar: .autodeterminación, seguridad económica, igual­Qa,d racial, libertad. Dicha revolución adopta gersonalidades disímbolas: Castro, Mao, Nasser, Sukarno, Senghor, Kenyatta. El hecho de que no vislumbre todos sus objetivos desde un prin­cipio la hace un tanto más imperfecta de lo que fue la nuestra en 1776. El sendero que condu­ce hacia la libertad está lleno de guijarros, pero el hombre está dispuesto a caminar sobre él. Es preciso, por tanto, mejorar las condiciones del sendero, no dinamitarlo.

El gobierno de los Estados Unidos ha lucha­do denodadamente por encubrir su total ausen-

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cia de moral en el caso de Vietnam. No obstan­te lo anterior, los indicios de su fracaso se van acumulando día con día. La realidad conoce la manera de hacerse patente. Además, recien­temente hemos sufrido ciertas experiencias que nos han retirado la venda de los ojos con res­pecto a los gobiernos, y que a la vez nos per­miten abrigar mayores esperanzas con relación al hombre: el movimiento de los derechos civi­les, la revuelta estudiantil, la aparición de la disidencia en el seno de los países comunistas, el st}rgimiento de espíritus frescos y valerosos en Africa, Asia, América Latina, e incluso den­tro de nuestro país .

No nos compete a nosotros, como ciudada­nos, el señalar las dificultades de nuestra posi­ción militar (ésta, cuando es real, es por demás obvia), ni elaborar procedimientos astutos de negociación (cuando deban hacerlo, los nego­ciadores sabrán elaborarlos), así como tampoco disimular los elementos reales que conocemos para erigir una coalición (las coaliciones surgen de manera natural a partir del común denomi­nador de un grupo heterogéneo, y precisan de que cada uno de sus integrantes represente sus colores con la mayor honestidad posible, a fin de que la combinación resulte exacta y pode­rosa). Como un símbolo del singular "progreso" que ha logrado la humanidad, a partir de ahora todas las transgresiones morales adoptan la for­ma de una ironía, dado que éstas se cometen en contra de valores proclamados oficialmen­te. El deber de los ciudadanos de cualquier so­ciedad, en cualquier época, se concreta a señalar este punto.

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11. La responsabilidad de los intelectuales

NOAM CHOMSKY

Hace veinte años, aproximadamente, Dwight MacDonald publicó en Politics una serie de ar­tículos sobre la responsabilidad de los pueblos y, específicamente, la responsabilidad de los in­telectuales. En los años inmediatos a la posgue­rra, siendo aún estudiante universitario, tuve oportunidad de leerlos; hace unos meses los re­leí para un curso que impartía. A mi juicio, di­chos artículos no han perdido un ápice de .su poder de persuasión. El problema que ocupa a MacDonald se concentra en la culpabilidad de guerra; el autor plantea la siguiente pregunta:

Texto de una conferencia pronunciada en marzo de 1966, en la sede de la Harvard Hillel Foundation, tal como fue publicado en Mosaie 7/1 (primavera de 1966) y reimpreso posterior­mente por los Estudiantes para una Sociedad Democrática. Dicha conferencia sirvió de base a un ensayo ampliado y plenamente documen­tado, duplicado en su extensión, que se puede localizar en Noam Chomsky, American Power {/Ild Ibe Nell' Mandarins (New York: Pantheon, 1969). PI', 525-566. Copyright © 1967. Noam ChoJllsky, Reimpreso con autorización del autor \' dc Panthcon Books. Di\'Ísion of Random Hou­se. Ine.

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¿Hasta qué grado los pueblos alemán y japonés fueron responsables de las atrocidades cometi­das por sus gobiernos? Siguiendo la misma pau­ta, con toda justicia, aplica ese cuestionamiento al ámbito nacional: ¿Hasta qué grado los pueblos británico y norteamericano son responsables de los perversos y aterradores bombardeos lanza­dos contra civiles, perfeccionados como técni­ca bélica por las democracias occidentales y llevados a su consagración en Hiroshima y Na­gasaki, episodios que con toda seguridad figu­ran entre los crímenes más abominables de toda la historia? En la sensibilidad de un estudiante universitario de los años 1945-1946 -o de cual­quier persona que se haya formado una con­ciencia política y moral a partir de la serie de horrores que se suscitaron en la década de 1930 de la guerra en Etiopía, de las purgas en Rusia, del "Incidente chino", de la Guerra Civil Española, de las atrocidades nazis, de la reacción occiden­tal hacia tales acontecimientos, y además cierto grado de complicidad- en esos hechos los cues­tionamientos antes citados ejercieron un efec­to particularmente significativo e intenso.

Por lo que concierne a la responsabilidad de los intelectuales, surgen otras interrogantt's. no

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~~nos perturbadoras. Los intelectuales gozan de la posibilidad de desenmascarar los engaños

, .,de los gobiernos, de analizar los actos en tér­minos de sus causas y motivos, pero también

. de sus intenciones ocultas. Por lo menos en el mundo occidental, detentan el poder que se de­

, riva de la libertad política, del acceso a las fuen­, tes de información y de la libre expresión. Para , una minoría privilegiada, la democracia occiden­, tal provee el tiempo libre, las oportunidades y

el :entrenamiento necesarios para buscar esa ver­dad que yace encubierta detrás los espesos velos

. de la distorsión y de la representación fraudu­lenta, de los intereses ideológicos y de clase

I mediante los cuales se nos presentan los acon­tecimientos de la historia actual. Por ende, las re,sponsabilidades de los intelectuales van mu­cho más allá de aquello que MacDonald deno­mina "responsabilidad de los pueblos" , dados los privilegios exclusivos de que gozan.

Los temas que aborda MacDonald son tan ac­tuales hoy, como hace veinte años. Resulta im­posible dejar de preguntarnos hasta qué punto el pueblo norteamericano carga con la respon­sabilidad del despiadado ataque estadouniden­se contra la población rural de Vietnam, por demás indefensa; una atrocidad más de aquello que los asiáticos han considerado la "era Vas-

. ca de Gama" de la historia mundial. Ahora, por lo que respecta a todos los que presenciamos en silencio y con apatía la paulatina configura­ción de esta catástrofe durante los pasados do­ce años, ¿cuál es la página de la historia que nos reserva un sitio adecuado? Sólo los más insen­sibles podrían hacer caso omiso de tales inte­rrogantes. Por mi parte, deseo retomarlas más adelante, después señalar algunos comentarios dispersos sobre la función y la responsabilidad de los intelectuales.

La responsabilidad de los intelectuales es ha­blar con la verdad y a desenmascarar las mentiras. Esto puede dar la apariencia de un axioma que no requiere de mayor comentario; sin embargo, la realidad es otra, ya que para el intelectual moderno se puede prestar a una interpretación ambigua. Así, tenemos a un Martin Heidegger que, en una declaración de 1933 a favor de Hi­tler , escribió que "la verdad es la revelación de

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aquello que logra que un pueblo tenga certeza, claridad y fuerza tanto en su proceder como en sus conocimientos"; por tanto, uno sólo tie­ne la responsabilidad de decir esta clase de "ver­dad". El norteamericano propende a ser más di­recto. Así, cuando el New York Times, en ocasión del pasado Día de Acción de Gracias, solicitó a Arthur Schlesinger que aclarara el mo­tivo por el cual la información que publicó acer­ca del incidente de Bahía de Cochinos echaba por tierra el relato que ofreció a la prensa en la época del ataque, Schlesingei' comentó sim­plemente que había mentido; unos días más tar­de, felicitó al Times por haber ocultado también información del proyecto de invasión, en aras del "interés nacional", según la definición pro­porcionada por el grupo de fatuos arrogantes a los que Schlesinger favorece lisonjeramente en su libro más reciente. El hecho de que un hom­bre se regocije en el engaño en aras de una causa que -por experiencia propia- sabe injusta, no es de interés particular; lo que sí resulta por demás significativo es que tales acontecimientos provoquen reacción tan escasa entre la comu­nidad intelectual; que no levanten, por ejemplo, la sospecha de que hay algo extraño en que se otorgue un lugar preponderante en el ámbito de las humanidades a un historiador que consi­dera su deber el persuadir al mundo de que una invasión patrocinada por los Estados Unidos contra un país vecino no es en sí una invasión. ¿Y qué hay de esa inimaginable secuencia de mentiras de nuestro gobierno y sus voceros en asuntos de gran envergadura, como las nego­ciaciones en Vietnam? Los hechos son bien co­nocidos por todos aquellos que se preocupan por saber. La prensa, tanto la nacional como la internacional, ha presentado documentación que refuta cada falsedad al momento de su apa­rición . Sin embargo, el poder del mecanismo propagandístico del gobierno es tanto que aquel ciudadano que no emprenda un proyecto de in­vestigación del tema, ya puede perder .toda es­peranza de confrontar los pronunciamientos gubernamentales con hechos .. .

En declaraciones recientes encontramos, a la par con esta creciente falta de preocupación por la verdad , un grado de ingenuidad con relación

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a las acciones del gobierno que resulta chocante más allá de lo descriptible. Por ejemplo, según el Times del 6 de febrero, Arthur Schlesinger calificó las políticas de 1954 enfocadas a Viet­nam "como parte de nuestro programa gene­ral de buena voluntad internacional". A menos que haya realizado tal comentario con una in­tención de mordaz ironía, se podría decir que encierra un cinismo colosal, o bien una incapa­cidad, de proporciones tales que provoca críti­ca, para comprender los fenómenos elementales de la historia contemporánea. Siguiendo esta misma línea, ¿qué se puede decir del testimo­nio que ofreció Thomas Schelling ante el Co­mité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes el 27 de enero de 1966, donde analizó los dos grandes peligros que surgirían si todo el continente asiático "se volviera co­munista"? En primer lugar, esto excluiría "a los Estados Unidos y a aquello que denominamos civilización occidental de una enorme porción del mundo que cuenta con escasos recursos y que está poblada por gente de color, potencial­mente hostil". En segundo lugar, "probablemen­te, un país de la talla de los Estados Unidos no podría mantener la confianza en sí mismo si su empresa más grandiosa, es decir, la creación de un basamento para la decencia, la prosperidad y una forma de gobierno democrática en el mun­do subdesarrollado, culminara en un fracaso o en una tentativa que no abordaríamos de nue­vo". Es increíble que una persona inCluso con un mínimo conocimiento de los antecedentes del imperialismo norteamericano, sean polítiCOS o económicos, pueda emitir tales opiniones. Efectivamente rebasa al entendimiento, a me­nos que veamos el asunto desde una perspec­tiva más histórica, ya que dichas declaraciones encajarían a la perfección en el moralismo hi­pócrita del pasado; por ejemplo, en el de Woo­drow Wilson, quien se proponía trasmitir a los latinoamericanos el arte del buen gobierno y quien escribió (1902) que era "nuestro deber peculiar" el enseñar a los pueblos de las colonias "el orden y el autocontrol. .. [y) . .. el ejercicio y el hábito de la ley y la obediencia . .. "; tam­bién serían características del moralismo de los misioneros de la década de 1840, quienes des-

cribieron las repugnantes y degradantes guerras del opio "como el resultado de un portentoso designio de la Providencia, para lograr que la perversidad del hombre sirviera a sus propó­sitos de misericordia hacia China, haciéndola irrumpir en ese muro de exclusión para que el imperio pudiera entrar en contacto con nacio­nes occidentales y cristianas". Como instancia final de este fracaso del escepticismo, por usar el término más cortés que ahora llega a mi men­te, sometamos a consideración los comentarios realizados por Henry Kissinger al concluir su presentación en un reciente debate Harvard­Oxford transmitido por televisión, en torno a las políticas norteamericanas adoptadas en el asunto de Vietnam. Kissinger señaló, con cier­ta tristeza, que aquello que lo perturba en ma­yor medida es que otros pongan en tela de duda nuestros motivos, y no nuestro juicio -comen­tario por demás notable de parte de alguien cuya actividad profesional se concentra en el análisis político, en el análisis de los actos de los gobier­nos en términos de los motivos que, obviamente, no se expresan en la propaganda oficial; motivos que incluso quienes operan en función de ellos pueden sólo percibir oscuramente. A nadie mo­lestaría un análisis del comportamiento político de Rusia, Francia o Tanzania, donde se cuestio­naran sus motivos y se tratara de interpretar sus acciones en términos de intereses a largo-plazo, probablemente disfrazados por la retórica ofi­cial. Sin embargo, se ha convertido en un artículo de fe que los motivos de los Estados Unidos son puros, y que no se les debe someter a análisis alguno. Aunque no se trata de nada novedoso en la historia intelectual del país -o, en este caso, en la historia general de la apología impe­rialista-, tan conmovedora inocencia se vuelve cada vez más repulsiva a medida que el poder al que presta sus servicios aumenta su dominio en los asuntos mundiales y se vuelve, por tanto, más susceptible de irrefrenable malignidad, de ésa que ocupa a diario los encabezados y pla­nas principales. Se podría decir que somos el primer poder de la historia que amalgama inte­reses materiales, capacidad tecnológica colosal y desconsideración absoluta por el sufrimiento y la miseria que padecen las clases inferiones.

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No obstante, esa larga tradición de ingenuidad y,de fariseísmo que s.e ~a encargado de desf~­g~rar a nuestra hlstona mtelectual, debe servIr de advertencia para el tercer mundo, si es que todavía la necesita, sobre el modo en que se de­ben interpretar nuestras manifestaciones de sin­ceridad y de intención benigna.

Una de las características más impresionan­tes del reciente debate que se ha desatado so­bre la política del sureste asiático se refiere a la distinción que comúnmente se hace entre fa "crítica responsable", por una parte, y la críti­ca"sentimental",' "emotiva" o "histérica", por la otra. Habría mucho que aprender a partir de un análisis acucioso de los términos con que se hate tal distinción. Aparentemente, se debe iden­tiÍ'icar a los" críticos histéricos" como aquellos cjt1e se rehúsan de manera irracional a aceptar un/axioma político fundamental, es decir, el que dice que los Estados Unidos tienen el derecho cíe extender su poder y control sin límite algu­no", en tanto sea factible -por supuesto, par­tiendo invariablemente del más virtuoso de los motivos. La crítica responsable no desafía tal axioma, sino que más bien se concreta a advertir que "quizá no nos salgamos con la nuestra" en este momento y sitio en particular. Una distin­dqn de este tipo es la que Irving Kristol parece tener en mente, por ejemplo, en el análisis que realiza en torno a la protesta por la política de Vietnam, en el Encounter de agosto de 1965. Kristol contrasta a los críticos responsables, co­mo Walter Lippmann, el Times y el senador FUlbright, con el "movimiento universitario". "A diferencia de los disidentes universitarios", se­ñala, "e! señor Lippmann no se ocupa de supo­siciones atrevidas en cuanto a 'aquello que e! pueblo vietnamita desea en realidad' -obvia­mente no le preocupa mucho-, o de exégesis legalistas para dilucidar si existe, o hasta qué punto existe, 'agresión' o 'revolución' en Viet­nam del Sur. Su punto de vista pertenece a la real-politik; además, da la impresión de que in­cluso contemplaría la posibilidad de una gue­rra nuclear contra China, bajo circunstancias extremas". Según Kristol, dicha postur2 resul­ta encomiable, y contrasta de manera favorable con las peroratas de esos "tipos ideológicos e

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irracionales" del movimiento universitario, que suelen ser motivados por conceptos tan absur­dos como el '''antHmperialismo' simple y vir­tuoso", que pronuncian "discursillos acerca de la 'estructura del poder'" y que se degradan en ocasiones hasta el nivel de leer "artículos e in­formes de la prensa extranjera sobre la presen­cia norteamericana en Vietnam". Más aún, esos tipos deleznables suelen ser "matemáticos, quí­micos o filósofos" (del mismo modo que, por coincidencia, quienes ejercen el movimiento de protesta más feroz en la Unión Soviética son, por lo general, físicos, intelectuales literarios, etc.), y no gente que mantenga contacto alguno con Washington, pero eso sí, se dan cuenta de que "si tuvieran una idea novedosa y conveniente con respecto a Vietnam, serían escuchados de manera inmediata y respetuosa" en Washington,

En este momento, no me interesa si la descrip­ción de Kristol del movimiento de protesta (o de los asuntos internacionales) es exacta, sino las conjeturas que expresa con relación a preguntas como las siguientes: ¿la pureza de los motivos de Norteamérica está más allá de toda discusión, o su discusión es en sí irrelevante? ¿Se deben dejar todas las decisiones en manos de "expertos" con contactos en Washington -es decir, suponiendo que dominaran todos los conocimientos y princi­pios necesarios para llegar a la "mejor" decisión, invariablemente lo harían? Y, otra interrogante de prioridad lógica, ¿resulta imprescindible la pericia? De manera específica, ¿existe un con­junto de teorías y de información relevante, que no sea del dominio público, que se pueda apli­car a la determinación d~ la política exterior (o que demuestre que los actos presentes son correctos) de alguna manera que matemáticos, químicos y t1lósofos sean incapaces de compren­der? Aunque Kristol no se detiene a examinar dichas interrogantes de manera directa, sus ac­titudes hacen presuponer respuestas, respuestas equívocas en todos y cada uno de los casos, La agresividad norteamericana, no importa cómo y cuánto la disfrace la retórica piadosa, es una fuerza dominante en los asuntos internaciona­les y, por tanto, se le debe analizar en razón de sus causas y motivos; no existe ningum.i teoría o conjunto significativo de información relevante,

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que supere al entendimiento o a la capacidad de conciencia del lego, que inmunice a la polí­tica contra toda crítica; en la medida en que la sabiduría de los expertos se aplique a los asun­tos mundiales, será por demás conveniente -o indispensable, a juicio de cualquiera con cierto nivd de integridad- someter a consideración su calidad, y los objetivos a los que sirve. Tales hechos se antojan demasiado obvios como pa­ra precisar de mayor discusión.

Una vez planteado el tema de la irrelevancia política del movimiento de protesta, Kristol se ocupa de las motivaciones del mismo -de ma­nera mas general, de aquello que ha hecho que tanto estudiantes como universitarios no gra­duados "abracen la izquierda", según su opi­nión, pese al ambiente de prosperidad general y a la presencia de administraciones liberales y de estado benefactor del pueblo. Lo anterior, ob­serva, "es un enigma al que ningún sociólogo ha podido encontrar respuesta hasta ahora" . Desde su punto de vista, como estos jóvenes pertene­cen a'familias acomodadas, cuentan con favo­rables perspectivas a futuro, etc., sus protestas deben desprenderse de una actitud irracional. Seguramente son el resultado del aburrimien­to, de un exceso de seguridad financiera, o de algo parecido.

Sin embargo, surgen otras posibilidades. Po­dría darse el caso de que los estudiantes y los universitarios no graduados, en su calidad de hombres íntegros, pretendan encontrar la verdad por sí mismos en vez de ceder la responsabili­dad a los "expertos" o el gobierno; y también podría suceder que reaccionaran con indigna­ción ante aquello que pudieran descubrir. Kristol no refuta tales posibilidades; simplemente, las consiera impensables, indignas de consideración. Para hablar con mayor precisión, dichas posi­bilidades resultan inexpresables; las categorías en que han sido formuladas (integridad, indig­nación) definitivamente no existen en la con­cepción de tan realista exponente de las ciencias sociales. Esto nos hace recordar una de las citas favoritas de Daniel BeH, expresamente la "gene­ralización ''-de Max Scheler con respecto a que la indignación moral es una forma disfrazada de envidia reprimida . Aunque raya en lo ridículo.

esta "generalización" a la que Bell atribuye: "gran verdad" ("un cierto grado de verdad" en; opinión de los demás), posee el mérito de eH, \ minar este fenómeno irritante de la esfera de la} atención seria. r,

Dentro de ese menosprecio implícito por los! valores intelectuales tradicionales, Kristol refleja ' actitudes ampliamente difundidas entre los cír­culos académicos. No dudo que, en parte, tales ; actitudes se desprendan de un intento desespe-

l rado, frecuentemente absurdo, por parte de las : ciencias sociales y del comportamiento -mi propio campo incluido- por imitar los rasgos i

superficiales de aquellas ciencias que realmen- I

te poseen un contenido intelectual significativo. J

En parte, tienen con otras fuentes. Cualquier I persona puede ser un individuo moral, preocupa:: do por los derechos y los problemas humanos; pero sólo un profesor universitario, un experto I capacitado, puede resolver problemas técnicos : mediante métodos "sofisticados". Por tanto, só-" lo los problemas de esta segunda clase son im~ , portantes, o reales. Los expertos responsales, no:: ideológicos, tienen la capacidad de asesorar so- : bre cuestiones tácticas; los "tipos ideológicos", irresponsables, se concretan a "perorar" acerca de principios y a afligirse por cuestionarnientos ' morales y derechos humanos, o por los proble- ' mas tradicionales del hombre y la sociedad con I

respecto a las ciencias sociales y del comporta- : miento y, en consecuencia, sólo pueden ofre- . cer trivialidades. Obviamente, se deduce que estos tipos ideológicos y emocionales son de esencia irracional puesto que, pese a contar con una posición desahogada y a tener el poder a su alcance, se preocupan por asuntos de seme- '. jante índole. ,

Un hecho curioso y deprimente es que el .' "movimiento antibélico" cae presa con dema- ;. siada frecuencia de confianza y fe similares en . la pericia técnica. El pasado otoño, por ejem- . plo, se realizó una Conferencia Internacional so- . bre Perspectivas Alternativas en Vietnam, donde : se hizo circular entre los participantes potencia- 1

les un folleto que contenía sus hipótesis. En el . plan era crear grupos de estudio en los que e~- < tuvieran representados tres "tipos de tradición : intelectual": 1) especialistas en el área; 2) "teoría '

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social, con marcado énfasis. en teorías del si~~e­ma internacional,. del cambio y d.e, la evol~clon social, del conflict0'y de ~ reSOI?~l?n del rrusn;~, o de la revoluciQ~ ; 3) el anallsls de la pallu­ca pública en términos de los valores humanos básicos, que encue?t~an su rai~ambre en div~r­sas tradiciones teologlcas, filosoficas y humams­tas". La segunda tradición intelectual ofrecerá "propuestas gen~r~les, obtenidas a partir ~e ~a teoría social y analizadas a la luz de datos hlsto­ricos comparativos o experimentales"; la ter­cera :'suministrará la estructura a partir de la cual se puedan plantear cuestionamientos de valor fundamental, Y en términos de la cual se pue­dan analizar las implicaciones morales de las ac­ciones dirigidas a la sociedad". Se esperaba que "al abordar las interrogantes [de la política de Vietnam] desde las p'erspectivas morales de todas las grandes religiones y sistemas filosóficos, pu­dieramos de encontrar soluciones más congruen­tes con los valores humanos fundamentales que la actual política norteamericana hacia Viet­nam". En resumen, los expertos en valores (es decir. exponentes de las grandes religiones y sis­temas filosóficos) ofrecerán un discernimiento fundamental acerca de perspectivas morales, y los expertos en teoría social brindarán propuestas generales, empíricas y ampliamente validadas, así como " modelos generales de conflictos". Gra­cias a tal interacción surgirán nuevas políticas, a partir de la aplicación, presumiblemente, de los cánones del método científico. A mi pare­cer, el único punto que quedaría sujeto a deba­te sería el de discernir cuál alternativa resulta más absurda: ¿dirigirnos a expertos en teoría so­cial para extraer propuestas generales y feha­cientemente confirmadas, o a especialistas en las grandes religiones y sistemas filosóficos pa­ra obtener una perspectiva de los valores hu­manos fundamentales?

Este tema se puede explotar abundantemen­te ; sin embargo, para no perderme en él, sólo quisiera subrayar dos cosas, bastante obvias sin duda: que el culto al experto sirve a los inte­reses de aquellos que lo proponen, y que su esencia es totalmente fraudulenta . Obviamente, se debe aprender de las ciencias sociales y del C()I11porumiento todo lo que sea posible; sin du-

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da, ambas disciplinas se deben abordar con toda la seriedad posible. No obstante, si no se les acep­ta y juzga con base en sus méritos y en térmi­nos de sus logros reales, no de los a!"arentes, se puede llegar a un resultado infortunado, alta­mente peligroso. De manera particular, si aca­so existe un cuerpo teórico, bien comprobado y verificado, que se aplique a la conducción de los asuntos exteriores o a la resolución de conflictos internos o internacionales, se le ha m. ntenido en reserva como un secreto de con­fesionario. En lo que concierne a Vietnam, si aquellos que se dicen expertos tienen acceso a principios o a información que justifique el proceder del gobierno norteamericano en tan desventurado país, entonces han sido especial­mente ineficientes para dar a conocer este he­cho. Cualquiera que se encuentre familiarizado con las ciencias sociales y del comportamiento (o con las "ciencias políticas") sabe que ese ar­gumento de que existen ciertas consideraciones y principios demasiado intrincados para la com­prensión de quien no pertenezca al campo, es sencillamente absurdo, indigno de mayor co­mentario.

Al someter a juicio la responsabilidad de los intelectuales, debemos preocuparnos básicamen­te por su desempeño en la creación y en el desen­mascaramiento de la ideología. En realidad, el contraste que Kristol hace entre los tipos ideo­lógicos irracionales y los expertos responsables, está formulado en términos que de inmediato hacen recordar "The End of Ideology" ("El fin de la ideología"), de Daniel Bell, ensayo por de­más interesante e influyente, cuya importancia estriba tanto en aquello que omite, como en su contenido real. Bell presenta y examina el aná­lisis marxista de la ideología como una máscara de los intereses de clase, en particular, citando la célebre conclusión de Marx en cuanto a que la pequeña burguesía opina "que las condicio­nes especiales de su emancipación son las con­diciones generales y únicas mediante las cuales se puede salvar a la sociedad moderna, y evi­tar la lucha de clases" . Enron~es procede a ar­gumentar que la era de la ideología ha llegado a su fin y que ha sido suplantada. por lo menos en el mundo occidental, por el consenso general

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de que cada problema debe ser abordado y re­suelto de acuerdo con sus características indi­viduales, dentro de la estructura de un esta­do benefactor en el cual, supuestamente, los expertos en la conducción de asuntos públicos ejercerán una función prominente. Sin embar­go, Bell guarda buen cuidado de distinguir el sentido preciso del término "ideqlogía" donde las "ideologías están exhaustas". Unicamente se refiere a la ideología como a "la conversión de ideas en palancas sociales", a la ideología como un "conjunto de creencias, imbuidas de apasio­namiento, ... [que] . .. pretenden transformar todos los aspectos de un modo de vida". Las palabras cruciales son "transformar" y "conver­tir en palancas sociales". Los intelectuales del mundo occidental, manifiesta, han perdido to­do interés de convertir a las ideas en palancas sociales para la transformación radical de la so­ciedad, pérdida de interés plenamente justifica- . da. Ahora que ya hemos logrado la sociedad pluralista del estado benefactor, ha desapareci­do la necesidad de una transformación radical de la sociedad; podemos seguir tambaleándo­nos por doquier con nuestro modo de vida, pe­ro sería un grave error tratar de modificarlo de manera significativa. Ante tal consensQ de inte­lectuales, perece la ideología.

Varios hechos desconcertantes se despren­den del ensayo de Bell. En primer lugar, no se­ñala que ese concenso de intelectuales al que hace referencia actúa totalmente en favor de sus intereses. No relaciona su afirmación de que los intelectuales han abandonado todo deseo de transformar a la sociedad con el hecho de que éstos ejercen una función cada vez más promi­nente en la administración del estado benefac­tor -no relaciona por ejemplo, la aceptación general del estado benefactor con su observa­ción, en otra parte, de que "Norteamérica se ha convertido en una sociedad opulenta, que ofre­ce sitio ... y prestigio ... a los radicales de otros tiempos" (hasta un grado que, a mi juicio, por 10 que he podido apreciar de su obra, subestima enormemente). Extraña omisión para un ensayo que inicia con la discusión de la ideología como máscara de los intereses de clase. En segundo lugar, no ofrece argumento alguno que demues-

tre que los intelectuales de algún modo tienen "razón" o una "justificación objetiva", en tér-. minos de algo ajeno al interés propio, para l1e­gar al consenso al que hace referencia, con su rechazo de la noción de que debería transformar­se a la sociedad. De hecho, aunque Bel1 muestra singular agudeza con respecto a la vacía retórica de la "nueva izquierda", parece enarbo lar una fe utópica, bastante conmovedora, en que los expertos técnicos tendrán la capacidad de abor­dar con firmeza los escasos problemas menores que, a su juicio, prevalecen todavía; por ejem­plo, el hecho de que la mano de obra reciba el mismo tratamiento que una mercancía, así como los conflictos que emanan de la "enajenación" (véase su obra "Work and its Discontents") (El trabajo y sus descontentos) -aparentemente, no analiza el problema de la pobreza en medio de la abundancia, otra de las preocupaciones principales de aquél10s que dieron inicio a la ("era de la ideología").

En realidad, desde todos los puntos de vista es obvio que los problemas clásicos siguen sien­do parte de la vida diaria; se podría decir, con toda credibilidad, que han aumentado conside­rablemente en gravedad y proporciones. Por ' ejemplo, la clásica paradoja de la pobreza en me­dio de la opulencia actualmente se ha converti­do en un problema en constante crecimiento a nivel internacional. Aun cuando se pudiese concebir, al menos en principio, una solución a este problema dentro del ámbito nacional, re­sultaría casi imposible desarrol1ar, dentro del marco de consenso intelectual que Bel1 descri­be, una idea sensata para trasnsformar a la so­ciedad internacional de modo tal que se pudiese salir adelante con la enorme y aparentemente creciente miseria humana. .

Así, parecería correcto describir el consen­so de los intelectuales de Bel1 en términos un tanto diferentes a los que él emplea. Para no ale­jarnos de la terminología que utiliza en la pri­mera parte de su ensayo, podemos decir que el experto técnico del estado benefactor encuen­tra la justificación de su nivel social especial y prominente en su "ciencia", específicamente, en la afirmación de que la ciencia social puede respaldar a una tecnología de cambio social, sea

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a nivel nacional o internacic:1aJ. Entonces de­cide avanzat 'y, de la manera usual, procede a demandar validez universal para algo que, de hecho, es UIil interés de clase, es decir, declara que las condiciones especiales en que se .fun­damenta sul'reclamo de poder y de autorIdad son. en sí, la's condiciones generales y únicas mediante las 1 cuales se puede salvar a la socie­dad moderni'. Argumenta que ese desplazamien­to tambaleinte' dentro de la estructura de un estado bengfactor debe reemplazar al compro­miso con las ideologías del pasado, ideologías que se ocupaban de una transfor~a~!ón de la sociedad. Urla vez alcanzada su poslclon de po­der, una vez logradas la seguridad y la opulen­cia, desaparece toda necesidad de ideologías enfocadas al ·cambio. El erudito experto viene a sustituir á· ese "intelectual a la deriva" que "sentía quese estaban enalteciendo los valores equivocados, que rechazaba a la sociedad", y que actualmente ha perdido su función políti­ca (es decir, ahora que se enaltecen los valores correctos).

De un modo plausible, es correcto el con­cepto de que los expertos técnicos tendrán la capacidad de abordar con firmeza los problemas clásicos, sin necesidad de una transformación radical de lásociedad. A su gusto, es plausible­mente cierto que la pequeña burguesía tenía ra­zón en considerar las condiciones especiales de su emancipación como las condiciones genera­les y únicas mediante las cuales se podría sal­var a la sociedad moderna. Sin embargo, Bell se abstiene de presentar cualquier argumento que apoye tal conclusión, así como de señalar que dicha conclusión sirve absolutamente a in­tereses particulares como una máscara.

Dentro de ese mismo marco de utopismo ge­neral, Bell presenta el desacuerdo entre los ex­pertos eruditos progresitas, occidentales, del estado benefactor, y los ideólogos tercermundis­tas, sumidos en la ignorancia, de manera pecu­liarmente curiosa. Indica, con toda justicia, que no existe problema alguno con el comunismo, ya que el contenido de dicha doctrina ha sido "olvidado desde hace mucho tiempo tanto por simpatizantes como por detractores" . Por el contrario. manifiesta, "la tnterrogante es mucho

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más añeja: ¿es factible el crecimiento de nue­vas sociedades si éstas construyen instituciones democráticas y permiten que el pueblo tome decisiones -y acepte sacrificios- de manera voluntaria, o acaso las nuevas élites, ensober­becidas por el poder, impondrán métodos to­talitarios para transformar a sus sociedades?" La pregunta resulta por demás interesante; sin em­bargo, es extraño que de ella se diga que "es mucho más añeja", pues esto aparentemente im­plica que el mundo occidental eligió el camino de la democracia -como en el caso, por ejem­plo, de la Inglaterra de la revolución industrial, cuando los granjeros eligieron por libre albedrío abandonar la tierra, dejar a un lado la manufac­tura rústica para convertirse en un proletariado industrial y, dentro del marco de las institucio­nes democráticas existentes, decidieron volun­tariamente realizar los sacrificios que la literatura clásica de la sociedad industrial del siglo dieci­nueve describe con lujo de detalle. Bien se puede debatir la interrogante acerca de la necesidad de un control autoritario para permitir la acu­mulación de capital en el mundo subdesarro­llado; en más de un aspecto, se puede clasificar de hipocresía flagrante el proponer, con todo orgullo, al modelo occidental como ejemplo de desarrollo.

El punto de vista que Be11 describe, y alaba, no es una ideología en el sentido que él expone -no es un sistema de ideas que se pueda em­plear, o que se pretenda emplear como "palanca social" para la transformación de la sociedad. Por el contrario, se puede argumentar mucho hacia la conclusión de que su consenso es el mismo de aquellos intelectuales que han alcan­zado el poder y la opulencia, o que perciben que pueden lograr tal posición mediante la "acep­tación de la sociedad" tal como es y el impulso de los valores que "enaltece" dicha sociedad. En tal caso, este consenso se convierte en la ana­logía nacional de aquel que, en el escenario in­ternacional, propuso un segmento importante de la comunidad intelectual, por ejemplo, de aquellos que justifican la expansión del pode­río norteamericano en Asia, sin importar el costo humano que ello implique, bajo el argumento de la necesidad de contener la "expansión de

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China" ("expansión" de carácter totalmente hi­potético por el el momento)- parafraseando al comunicado oficial (Newspeak) del Departamen­to de Estado, con base en que resulta esencial dar marcha atrás a las revoluciones nacionalistas asiáticas o, al menos, evitar que se diseminen. Dicha analogía se torna precl2ra al analizar cui­dadosamente la retórica empleada en la citada propuesta. Haciendo gala de su acostumbrada lucidez, Churchill delineó la postura general en un comentario que realizó a su colega de la épo­ca,]osé Stalin, en Teherán, año de 1943: "El go­bierno del mundo debe ser confiado a naciones satisfechas, que no deseen para sí mismas nada aparte de lo que ya poseen. Si el gobierno del mundo estuviese en manos de naciones ham­brientas, el peligro sería perenne. Sin embargo, ninguno de nosotros tenia razones para procurar beneficios extras . . . Nuestro poderío nos colo­có por encima de los demás. Eramos como esos magnates que moraban en paz dentro de sus aposentos". Como traducción de la retórica bí­blica de Churchill a la jerga de ciencias sociales de la Rand Corporation, me permitiré citar el testimonio de Charles Wold, economista senior de la Rand Corparation, ante las Audiencias del Comité del Congreso previamente menciona­das: "Dudo mucho que los temores de China a verse cercada sean abatidos, aminorados o mitigados en el largo plazo. No obstante, espe­ro que nuestro proceder en el sureste asiático contribuya a desarrollar en el seno del cuerpo político chino mayor realismo y voluntad para convivir con dicho temor, en vez de abando­narse al mismo respaldando movimientos de liberación que, se sabe, dependen de muchos otros factores aparte del apoyo externo . .. la interrogante operativa para la política exterior norteamericana. no se refiere a dilucidar si di­cho temor se podría eliminar o aliviar sustan­cialmente, sino a comprobar si China se podría enfrentar a una estructura de incentivos, de cas­tigos y recompensas, de inducciones que le per­mitan vivir voluntariamente con ese temor". Thomas Schelling esclarece el punto en mayor medida: "Existe un creciente caudal de expe­riencia, del cual puede beneficiarse el pueblo chino, que demuestra que pese a que los Estados

Unidos puedan estar interesados en cercarlos, quizá interesados en defender de su influencia a las zonas adyacentes, se encuentran así mis­mo preparados para comportarse de manera pacífica si el pueblo chino también lo está".

En resumen, nosotros estamos preparados para vivir de manera pacífica dentro de nues­tra -bastante extensa- morada. Y, habría que agregar, si un movimiento revolucionario de ori­gen campesino intenta lograr independencia de la dominación extranjera, o derrocar las estruc­turas semifeudales respaldadas por poderes ex­ternos, o si los chinos se rehúsan de manera irracional a reaccionar adecuadamente al pro­grama de refuerzo que les hemos preparado, si objetan ante el hecho de verse cercados por los "seres ricos" benignos y amantes de la paz que controlan los territorios en sus fronteras argu­mentando un derecho natural, entonces, evi­dentemente, debemos responder a tal actitud beligerante con toda la fuerza que el c<.so re­quiere.

Si es responsabilidad del intelectual el insistir en la verdad, también es su deber el vislumbrar los acontecimientos dentro de su perspectiva histórica. Por tanto, se debe aplaudir la insisten­cia del Secretario de Estado acerca de la impor­tancia de las analogías históricas, por ejemplo la analogía de Munich. Tal como Munich lo de­mostró, una nación poderosa y agresiva que crea hasta el grado del fanatismo en su destino manifiesto considerará cada victoria, cada ex­tensión de su poderío y autoridad, como un pre­ludio del siguiente paso. Adlai Stevenson expuso de manera brillante este tema, al hablar de "ese viejo, viejo derrotero que emplean los grandes poderes para avanzar a través de más y más puer­tas, creyendo que las abrirán invariablemente hasta que, en la última de ellas, la resistencia se torna inevitable y la guerra rotal estalla". En ese punto estriba el peligro de la política de apaci­guamiento, tal como los chinos indican sin cesar a la Unión Soviética, misma que, según afirman, está desempeñando el papel de Chamberlain con nuestro Hitler en Vietnam. Por supuesto, la agresividad del imperialismo liberal no es la mis­ma que la de la Alemania Nazi, aunque, al parecer de un campesino vietnamita que viva bajo los

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· embates continuos de gases o de la incineración, fidiferencia podría ser de carácter meramente ~cadémico . No deseamos ocupar el continen­te asiático; nuestro único deseo es, parafrasean­do nuevamente al señor Wolf, "e! de apoyar a los países asiáticos para que progresen hacia la fnodernización económica, como sociedades re­lativamente 'abiertas' y estables, a las que ten­gamos acceso libre y holgado como nación y como ciudadanos individuales" (no creo nece­sario recalcar que al mencionar "acceso", Wolf tio se refiere precisamente al turismo). La for­rilUlación resulta adecuada. La historia reciente nos demuestra el escaso interés que nos despier­bi la forma de gobierno que cualquier país po­Sea, en tanto que éste permanezca como una '!sociedad abierta", en nuestra peculiar interpre­tación del término -es decir, como una socie­df.1d que se mantenga abierta a la penetración éé'onómica y al control político de los Estados l.rOidos. Si es indispensable llegar al genocidio eQ Vietnam con e! fin de lograr dicho objetivo, se considerará como el precio a pagar en defensa de la libertad y de los derechos del hombre.

No pisamos terreno virgen al perseguir tales objetivos. De hecho, son escasos los países im­perialistas que han ostentado ambiciones te­rritoriales explícitas. En 1784, por ejemplo, e! Parlamento Británico anunció que: "La búsque­da de estratagemas para la conquista y la exten­sión de! dominio sobre India es una medida repulsiva para los deseos, e! honor y la política de esta nación". Poco después, la conquista de India entraba en su apogeo. Un siglo más tar­de, Gran Bretaña anunció sus intenciones para con Egipto bajo e! lema "intervención, refor­ma, retirada". Huelga comentar cuáles fueron las partes de esta promesa que efectivamente se llevaron a cabo dentro de los diez lustros pos­teriores. En e! año de 1936, en vísperas de las hostilidades en e! norte de China, los japone­ses declararon sus Principios Básicos de Políti­ca Nacional. Entre ellos, destacaban el empleo de métodos moderados y pacíficos para expan­der su poderío, e! impulso del desarrollo social y económico, la erradicación de la amenaza co­munista, la corrección de las políticas agresivas de las grandes potencias,· y la reafirmación de

La responsabilidad de los intelectuales 93

su postura como fuerza estabilizadora de! Asia Orienta!. Por supuesto, incluso en e! año de 1937, el gobierno japonés "carecía Oe designios territoriales sobre China". En resumen, no ha­cemos más que recorrer un sendero ya muy tri­llado.

Al respecto, valdría la pena recordar que, to­davía en el año de 1939, los EE. UU. parecían por demás dispuestos a negociar un tratado co­mercial con Japón, ya llegar a un modus vivendi siJapón "cambiaba su actitud y prácticas hacia nuestros derechos e intereses en China", tal co­mo lo expresó e! Secretario HuI!. El bombardeo de Chun-King y e! saqueo de Nanking fueron, sin duda, acontecimientos infortunados, pero nuestros derechos e intereses en China eran lo realmente importante, al parecer preclaro de los ecuánimes y responsables hombres de la época. La clausura de esa puerta abierta por parte de Japón fue lo que condujo directamente a la gue­rra del Pacífico, del mismo modo en que la clau­sura de la puerta abierta por la propia China "comunista" puede conducir con toda justicia a la siguiente, y sin duda alguna última, guerra del Pacífico.

Sin embargo, quisiera retornar al tema de MacDonald y la responsabilidad de los intelectua­les. MacDonald hace referencia a una entrevista con un pagador de un campo de concentra­ción que estalló en llanto cuando se le dijo que los rusos lo colgarían, y que repetía sin cesar: "¿Por qué habrían de hacerlo? ¿Qué es lo que yo he hecho?" MacDonald extrae la siguiente conclusión: "Sólo aquellos que estén dispues­tos a resistirse a la autoridad cuando ésta repre­sente un conflicto intolerable para su código de moral personal, repito, sólo ellos tienen el de­recho de condenar al pagador del campo de concentración". La pregunta" ¿qué es lo que yo he hccho?" bien podríamos repetírnosla todos nosotros al leer, día tras día, las noticias frescas de nuevas atrocidades en Vietnam - al crear, al proferir o al tolerar, sea con agrado o con desprecio, todos los engaños que se esgrimirán para justificar la próxima defensa de la libertad.

Con suma frecuencia, las declaraciones de expertos técnicos sinceros y dedicados. ofrecen una pt:rspecti\'a sorprendente tk las actitudes

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94 La crítica radical

intelectuales que hay en el trasfondo de la bruta­lidad más reciente. Consideremos, por ejemplo, el comentario que hizo en 1959 el economista Richard Lindholm, donde expresó su frustra­ción por el fracaso del desarrollo económico en el "Vietnam libre" : ce ••• el destino que se da al apoyo norteamericano se determina en función del modo en que los vietnamitas emplean sus ingresos y sus ahorros. El hecho de que una enorme porción de las importaciones vietnami­tas, financiadas con apoyo norteamericano, se limiten a bienes de consumo o a materias primas, que se emplean de manera por demás directa en la satisfacción de exigencias consumistas, es una señal de que el pueblo vietnamita desea esas mer­cancías, deseo que han demostrado mediante su voluntad de intercambiar sus piastras por ellas".

En pocas palabras, el pueblo vietnamita de­sea Buicks y acondicionadores de aire, en vez de equipo para refInación de azúcar o maquinaria para construcción de caminos, tal como lo ha

demostrado su comportamiento en el mercado libre. Y no importa hasta qué grado deploremos tal exhibición de su libre albedrío; debemos per­mitir que el pueblo haga su voluntad. Por su~ puesto, no podemos olvidar la existencia de esas bestias bípedas de carga que uno encuentra a menudo en la campiña; pero cualquier estudian­te universitario de ciencias políticas les podrá explicar a ustedes que esos entes no son inte: grantes de la responsable élite modernizadora, y que por tanto, sólo comparten cierta semejan­za biológica y superficial con la raza humana:

Actitudes de este tipo, en proporciones que resulta imposible ignorar, son las que yacen en d trasfondo de la carnicería que se registra en Viet­nam, y será mejor que las enfrentemos con fran­queza, si no deseamos que nuestro gobierno nos conduzca hacia una "solución final" en Viet­nam, y hacia la infinidad de Vietnams que, de, manera inevitable, nos aguardan. i'

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