una pizca de sabor
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8/12/2019 Una Pizca de Sabor
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Una pizca de sabor
Arstides Fulgencio Villanueva se sac el barro de las suelas golpeando con fuerza los
borcegues contra el segundo escaln de la entrada, para dejarlos luego sobre una
destartalada silla de paja. A su derecha, con un concierto de sofocados ladridos, Picho,
Guante y Oso le brindaban una exhibicin de saltos y volteretas. Se calz las
alpargatas y mientras se desarremangaba la camisa, los mir con fastidio y les dijo en
voz alta:Cmo hinchan las bolas ustedes, eh! Todava no es tiempo de comer A
quedarse quietos pulgosos del diablo!
Traspuso el umbral, cerrando con gancho la puerta provista de una ventanita de tela
mosquitera y descolg del perchero la campera de hilo marrn, mientras miraba con
esperanza las negras nubes que se aglutinaban en el horizonte. Abajo el campo se
perda infinito, diluyndose en las sombras del anochecer.
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Con un poco de suerte llueve hoy susurr pensando que as no tendra que regar la
huerta por un par de das.
Busc un par de huesos, con algunos pedazos de carne seca, que sac de una bolsa
de plstico guardada en el cajn inferior de la alacena. Se los agregara al afrechillo
para darle un poco ms de sabor. No poda descuidar a los perros, desde que Julia se
haba marchado, esos cuzcos sarnosos eran su nica compaa.
Atiz los carbones que an se hallaban encendidos, agreg unas ramitas secas
primero y luego unos troncos de quebracho y piquilln. Con un jarrito enlozado sac
agua del balde y llen la tiznada pava y la olla, colocndolas sobre la cocina a lea.
Tras preparar el mate, busc un pedazo de queso de chiva y una rebanada de pan y se
lo comi de un solo bocado, con la esperanza de aplacar la acides que se lo coma por
dentro.
Aun no poda comprender la razn por la cual su mujer lo haba abandonado,
llevndose el bebe de ocho meses con ella. Compartieron tiempos realmente duros.
Como la sequa de principios de los noventa, cuando se le murieron la vaca y las cuatro
chivas y no pudo ni siquiera mantener la huerta. O cuando la tormenta aquella que les
destruy el rancho y terminaron viviendo bajo una enramada por varios meses. Ni que
hablar de la perdida de los cuatro pequeos. Sin embargo ahora, por una cuestin
menor, haba hecho la valija y partido a la casa de sus padres en el pueblo, dejndolo
miserablemente solo.
Chup con rabia el mate, sintiendo como se le incendiaba el paladar, sin embargo se
trag de golpe el lquido y volvi a succionar como buscando el sufrimiento fsico que
aligerara los dolores que escaldaban su alma. En los dos meses anteriores, haba
adelgazado ms de diez kilos, se senta permanentemente deprimido y pasaba casi
todo el da tirado en el catre, desgastando con su mirada la puerta de entrada. Pensar
que tiempo atrs no soportaba el bullicio de los nios corriendo por la casa, ni el
cuchicheo de alguna vecina que siempre vena a importunar. Ahora el silencio era una
prensa que segundo a segundo iba oprimiendo su cuerpo.
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Descosi el borde de la bolsa de afrechillo y verti en el caldero la cantidad de siempre,
luego le ech un puado de sal gruesa, agregndole los tres huesos saborizantes con
unos restos de cscara de papa y zapallo.
Desde la primera desaparicin, Julia siempre le endilg la culpa a l. Aunque nunca se
lo dijera de frente, se lo expresaba con su mirada de reprobacin, con sus gestos
despechados, con sus alusiones indirectas.
Un suave repiqueteo sobre las chapas de zinc, alivi los odos de Arstides. En la mano
derecha sostena la cuchara de madera con la que revolva parsimoniosamente la
comida, en la derecha aferraba el porongo con la bombilla, regalo de su hermano
mayor cuando viva en Paraguay. El olor a tierra y a yuyos mojados le acerc memorias
de Julito y de la lluviosa maana en la que lo vieron por ltima vez.
El muchachito cursaba el segundo grado en la escuelita rural que est pasando un
kilmetro el Atuel, por el puentecito de los Fontana. Esa maana de lunes el hombre lo
acompa, como lo hizo desde el primer da de clases. Siempre le haba incomodado
el tener que levantarse tan temprano, si por el fuera dormira hasta el medioda. Iban
los dos en la bicicleta negra, porque la verde haba amanecido con la rueda de atrs
pinchada. Tras pasar el ro, se encontraron con un vecino que bajaba trasnochado (del
bar de lo Mina) con una damajuana media llena en la mano. Arstides le contara luego
a Julia que mand al nio solo, el tramo que faltaba y se qued conversando con el tipo
aquel. Julito nunca llegara a la escuela.
El recuerdo agudiz su melancola. Se acerc a la motorola a bateras y sintoniz una
de las dos radios que se escuchaban en la zona. A las siete comenzaba el programa
de boleros que nunca se perda. Eran canciones que hablaban de amores y traiciones,
le pareca que la mayora estaban escritas para l. Las escuchaba con los ojos
borrachos en lgrimas, con la foto de su mujer desgastada en un puo.
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Baj la olla para que se enfriara, los perros ladraban hambrientos afuera, ni la tormenta
haba podido acallarlos. Se sent en la reposera de paja, estaba descocida y su cuerpo
se inclin un poco a la derecha. Cerr los ojos para abortar el cosquilleo que se
deslizaba por sus mejillas. Afuera el cielo se desmoronaba y los relmpagos,
estampaban de a ratos el chato perfil de Villanueva contra la heladera a kerosene.
Despus de un par de minutos se incorpor y prendi una vela que estaba en un plato
en el centro de la mesa. Le aterraba la oscuridad y el sol de noche estaba sin gas. No
ira al pueblo hasta la semana entrante, en la que intentara hablar con Julia una vez
ms. Le incomodaba la noche, las peores cosas le haban sucedido de noche. Como
hace un ao atrs cuando pas lo de los mellizos.
Su mujer viaj al pueblo por un chequeo mdico, llev a Hortensio el menor de los
nios. Mara y Julin se quedaron con l porque se hallaban bastante resfriados y
necesitaban reposo. Hasta ltimo momento Julia insisti en que fueran tambin, pero
estaban demasiado dbiles.
Desde entonces ya me haba perdido la confianzasusurr Arstides mientras
rememoraba el suceso.
Serian como las diez de la noche, los mellizos dorman y el hombre no encontr nada
mal el irse al bar a tomar unos tragos. Era viernes y cuando mont en la bicicleta el
cielo reventaba de estrellas, el vecino lo esperaba en la tranquera. Tanto a los policas
como a su esposa, les cont que cuando volvi a las cuatro de la madrugada no pudo
encontrar a los pequeos por ningn lado.
Haba dejado de llover y los perros aun toreaban. Dos murcilagos entraron al rancho
cuando Arstides abri la puerta. Le tom cuatro segundos sacarlos a escobazos, a uno
literalmente lo desintegr. Sac la olla y revolvi su contenido, chequeando si estaba lo
suficientemente fro para servirlo. De fondo Luis Miguel honraba a Gardel con el da
que me quieras. Se calz los borcegues y se fue con la comida para el lado del galpn,
los chocos, histricos de alegra, lo seguan dando cabriolas de todo tipo.
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Despus de lo de los mellizos, la relacin con Julia se resquebrajo an ms. A lo
contrario de lo esperado, que corriera a sus brazos buscando apoyo y cario, comenz
a sobreproteger a los dos hijos restantes. Se pasaba todo el da con Andrea y el bebe
recin nacido, a l no le prestaba ni el mnimo de atencin. Todo el amor para ellos y la
indiferencia y el rechazo para Arstides.
Andrea desapareci una tardecita, dos meses atrs, fue a la casilla atrs del galpn,
donde se encuentra el bao. Su mama alimentaba al bebe sentada en una silla
enfrente de la casa, el hombre trabajaba con azada y pala en la huerta. No hubo ni un
grito, ni un quejido, fue como si se la hubiera deglutido la tierra. La polica, despus de
una investigacin de semana y media, no encontr ni el mnimo rastro. Julia
desquiciada de dolor y mirndolo por ltima vez con un odio indescriptible, le dio la
espalda y se fue caminando con Joaquincito rumbo al pueblo.
Como si yo hubiese sido el culpable de todos sus males. Si lo nico que deseaba era
mostrarle mi cariosolloz el campesino mientras empezaba a repartir la comida en
tres platos abollados.
A los gritos mantena a raya a sus cuzcos, quienes desesperados trataban de abordar
los platos antes de que fueran totalmente servidos. La luna llena se desentenda de las
ultimas nubes y alumbraba por primera vez la noche, ayudando al hombre en su
salomnica repartija. En cada recipiente Arstides volcaba un hueso con algo de carne
seca. Una pequea tibia en uno, un pedazo de peron en el otro y una mandbula en el
tercero.