una mirada crítica a la historia
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Presentación:
El presente material es una selección de
cuatro artículos que se refieren a distintos
proceso históricos y que ofrecen una mirada
crítica a los respectivos episodios que se
refieren. La intención que nos motiva a
presentar estos trabajos, es el de poder
facilitar trabajos breves, pero sumamente
importantes y que a la vez son producidos por
pensadores de nuestro pueblo. Esperamos que
el material que ponemos a su disposición sea
de utilidad y ayuda a clarificar nuestra lucha.
MINKA
La Paz-Bolivia, 10 de agosto del 2014
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Indice:
Una victoria del Inka Manku Yupanki
Por: Carlos Mamani C……………………….3
Uchusumas: los Urus guerreros
Por: Roberto Choque Canqui
y Cristina Quisbert…………………………...7
Jan axsariri warminaka
Por: Marina Ari M………………………….11
El Willka Pablo Zarate
y el nacionalismo aymara
Por: Marina Ari M………………………….18
Lecciones de la historia:
El grupo de reflexión MINKA está conformado por
personas que tomaron parte activa en las
movilizaciones que se dieron en Bolivia desde el
año 2000 y en esos procesos se fueron
conociendo formalmente formaron el grupo en
mayo del 2009
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Una victoria del
Inka Manku
Yupanki1
Por: Carlos Mamani Condori
En el actual lenguaje de los movimientos sociales se habla mucho de la rebeldía popular en contra de las clases dominantes,
del poder, del Estado, etc. Rebelión, en la tradición hispana criolla, es un concepto
asociado a «pueblo», más específicamente a los indios. Así suele decirse que la rebeldía
comenzó el mismo día del «encuentro» entre Atawallpa y Francisco Pizarro. En las narraciones españolas del siglo XVI, la
defensa de la patria por los indios es catalogada como alzamientos (alzados) y las
incursiones y correrías españolas reciben el apelativo de pacificación.
Sin embargo ese concepto de rebeldía es una falacia. ¿Por qué debemos obligarnos a pensar
como Pizarro y creer que era él, el gobernador? Lo cierto es que en el
Tawantinsuyu había un Estado de derecho y la autoridad encargada de mantenerla era el
Inka. Entonces, a raíz de tal equívoco, desde la versión hispano colonial la mentira adquiere carácter de verdad. El pillo, el
salteador se convierte en autoridad y la autoridad legítima se convierte en un rebelde,
con problemas con la «autoridad». Así se ha transmitido la historia desde la
1 Este artículo se publicó en el periódico Pukara del 7 de
agosto al 7 de septiembre de 2006, año 1, número 10.
versión del invasor extranjero y ha servido para eternizar una relación de dominación.
El año de 1536 al haberse visto obligado a
abandonar la capital Cuzco, Manku Inka Yupanqui, desde la espesura de la selva, en
Vitcos, comenzó a controlar el territorio, teniendo especial cuidado con los traficantes españoles que desde la recientemente fundada
Lima, se ocupaban de monetizar y mercantilizar el esquilmo y los robos que sus
paisanos estaban cometiendo en el interior del país. Es de notar el posterior desarrollo de
Lima, donde junto a la jauría de encomenderos que acompañaban a Francisco Pizarro en su nueva ciudad, comenzaron a
asentarse comerciantes cuyo principal producto de tráfico no eran otro que los
metales preciosos que las bandas de asaltantes regadas por todo el país se ocupaban en
despojar a los nativos. En el punto donde se había ubicado el Inka,
no habiéndose aún fundado la ciudad de
Huamanga, era cuestión de Estado cortar
dicha vía, tanto para aislar la capital Cuzco en poder de Hernando Pizarro como para
aminorar el esquilmo, llevado por los invasores con un terrible costo de sufrimientos y vidas por parte de los nativos.
Para ilustrar la naturaleza de la confrontación, así como para desmitificar la
narrativa colonial, teniendo como fuente a
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Pedro Cieza de León, ofrecemos un cuadro
positivo, una brillante victoria del ejército inka sobre una fracción de la pandilla de
salteadores que perseguía capturar nada menos que a Inka Manku Yupanki.
Una brillante victoria
Concluido el asunto de Almagro (muerto
éste), Francisco Pizarro para salvar su contingente de los estragos que causaba el
ejército Inka sobre las vías de comunicación entre Lima y Cuzco, organizó una tropa al mando del factor Yllán Suárez de Carvajal,
que fue nombrado Capitán. Saliendo del Cuzco fue a Villcas (Bilcas), de allí a
Guamanga donde junto al pueblo de Uripa, que distaba cuatro leguas del pueblo de
Casabamba, asentó su cuartel. La razón fue porque había víveres en dicho pueblo (bastimentos).
Manco Inka que realizaba sus cabalgatas por
la zona se enteró que los españoles andaban cerca, por lo que quiso retirarse. El factor
Suárez también se enteró de la cercanía del inka por información de la gente del lugar, por lo que decidió enviar un grupo de 30
españoles al mando de un hidalgo de nombre Villadiego, para que pudieran sorprenderlo,
secuestrarlo y desbaratar su ejército. Informados que el Inka estaba a solo tres
leguas Villadiego fue con los 30 que eran rodeleros, ballesteros y arcabuceros.
Entonces Villadiego «se partió a la segunda de la noche», caminó hasta un puente que
pasaba por sobre un caudaloso río, no habiendo andado mucho todavía se
informaron por unos nativos que el Inka estaba cerca, en un alto de la montaña. Los nativos informaron que Manco Inka contaba
con no más de 80 hombres, pues al grueso del ejército había mandado adelantarse y luego
de cerciorarse de la presencia de los españoles, les daría alcance.
Enterado el dicho pelafustán de Villadiego se alegró mucho, en la creencia de que le sería
fácil capturar o matar al gobernante y a cambio obtendría mucho provecho y honor.
Con dichos pensamientos «locamente, sin mirar la sierra quán dificultoso hera andar por ella, por ser áspera, que tanvien fuera
necesario llevar cavallos con qué gana lo alto, para que si muchos yndios contra él viniesen
tener en ellos fortaleza para se anparar» (Cieza 1991: 375). Por supuesto, no teniendo
caballos Villadiego no podía representar a
cabalidad el papel de Santiago mataindios.
Antes de que partiese, la orden de Suárez fue que si estaba en descuido el inka lo
capturasen, pero si supiese que «estava en alguna parte fuerte» y los 30 españoles de a
píe podrían sufrir daño, entonces debían retirarse para dar aviso al cuartel en el pueblo de Uripa, para que entre todos españoles
optasen lo más conveniente.
Villadiego, para consuelo del cronista y de los lectores españoles, era un recién venido sin
experiencia en la guerra con los indios... con evidente calentura dijo a sus compinches: «¿Por ventura, toda la gloria se an de llevar
los de a cavallo, e los de pié no tienen sus personas en nada?» (Cieza 1991: 376). Aquí
se evidencia nuevamente la importancia del caballo en lo mortífero que podían ser los
españoles. Villadiego y sus compinches no llevaban un solo caballo. Sabiendo que el
Inka estaba cerca, se apresuraron ir a su encuentro, no sea que se retirase y perdiesen
la oportunidad de fama, honores y despojo,
sabido que el inka llevaba consigo su tesoro.
Cieza señala que no por desbaratar con 30 hombres a 80 indios Villadiego se haría
famoso pues «comundmente adonde se hallan juntos cincuenta españoles tienen ánimo para acometer a mil e a dos mil yndios». Con la
cabeza afiebrada, además del inclemente sol
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que causó un fuerte calor, los 30 de Villadiego
reptaron hacia la cima donde se encontraba el inka. Los españoles estaban compuestos por 5
arcabuceros, 7 ballesteros y el resto rodeleros; sudaban, tenían sed y algunos se desmayaban
en la subida. Pobrecitos de los pillos, cuando el extranjero tiene el monopolio de la palabra escrita, ¡puede incluso asegurar la
conmiseración del lector!
Por su parte «Mango Ynga, teniendo aviso de la venida de los treynta cristianos y del
cansancio e fatiga tan grande que trayan, e
como venían syn caballos» se aprestó a darles batalla «cabalgando en uno de quatro que allí
tenía». En esta batalla, en los preparativos Manku está montando un caballo y armado
de una lanza «gineta» dijo a sus soldados «que se animasen y aderezasen para yr contra los
treinta cristianos que venían». Cieza recalca una y otra vez el cansancio, calor y sed que padecían los españoles.
El combate es mostrado como de soldados
españoles que no contaban con una de sus mortales armas, el caballo y al mando de un
capitán bisoño, que contagió su calentura a sus demás camaradas. El Inka, por su lado, es mostrado, como un rey, pero al mando de
bárbaros «dixo a los bárabaro que con él estavan» (Cieza 1991: 377).
El inka estaba acompañado en ese momento
por otros importantes miembros de su corte (linaje, dice Cieza). A tres de ellos que montaban los caballos restantes ordenó se
aprestasen para dar encuentro a los españoles.
Los de Villadiego pararon cerca de la cima,
enviando adelante a cinco o seis jóvenes para ver lo que había. Mientras Villadiego y
compinches se aprestaban a descansar bajo la sombra de unas mantas que armaron con cañas. Los 5 o 6 mancebos no bien
caminaron un trecho escucharon el ruido del galope de los caballos y de los pasos de los
soldados de Manku. Sin ser vistos volvieron a
donde sus compinches para dar aviso de la
venida del Inka.
Sabido Villadiego, ¯seguimos la narración de Cieza¯ prontamente con el pedernal incendió
mechas para el uso de los arcabuces y cargó con el que estaba armado para disparar en cuanto apareciesen los soldados del inka.
Dijo a su gente «que no temiesen a los yndios ni desmayasaen en verse sin caballos, que
Dios nuestro señor sería con ellos y en su ayuda». Pero ya los españoles murmuraban
sus desgracias mucho más cuando Villadiego
carecía de experiencia.
El Inka, que ya los había visto, desplegó un ala de su formación para envolver y cercar a
la banda de Villadiego. Viéndolos sin su arma mortífera, los caballos, había poca
consideración de la fuerza española, además tenían la ventaja de estar en lo alto de la sierra, desde donde comenzaron a disparar
dardos y flechas. El bisoño Villadiego disparando su arcabuz con la pelota
(proyectil) logró eliminar un soldado y los otros arcabuceros al parecer causaron algunas
bajas, lo mismo que los ballesteros, pero carentes del ímpetu que les conferían los caballos, no podían hacer nada más.
Con gritos de guerra el ataque del ejército
inka fue incontenible. Luego de su primer disparo, Villadiego fue prontamente
inmovilizado, un garrotazo que le dieron con un «bastón» le quebró el brazo. El Inka, jinete en caballo, «avaxó a los cristianos». Fue una
lucha de 2 horas(¿?). Como consuelo Cieza
dice: «por estar los cristianos tan cansados e
calurosos, no peleavan como en otros tienpos semejante que ellos se avían visto».
¡Pobrecitos!: Su jefe era bisoño, estaban cansados, sedientos y flacos… se aprovecharon de ellos los soldados del inka.
El resultado fue su derrota. El sueño de Villadiego y de su compañía fue ahogado en
su propia sangre. Pero veamos lo que dice el
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cronista: «e muy curelmente// fueron por los
yndios veynte e quatro muertos y entre ellos Villadiego».
El español, para sus lectores, debe ser
mostrado como héroe. Por el sesgo que los cronistas dan a toda relación, Villadiego es presentado como un león que luego de haber
sido quebrado el brazo, aún logra eliminar a 3 soldados incas «e después de quebrado nunca
le vieron hazer nenguna flaqueza». Se le pinta tan bravo que sucumbe finalmente «de los
muchos golpes e heridas que le dieron cayó
muerto en tierra» (Cieza 1991:379) «después de los aver hecho bien». ¡Claro, se trataba
sólo de matar barbáros! Seis de los forajidos lograron escapar. En su huida fueron
apoyados por indios aliados: «no vastara si no fuera por los yndios amigos, que encima de
sus honbros y en hamacas, los pusieron en el real del Fator» (Cieza 1991: 379).
El ejército indio debió lidiar no sólo con 30 españoles, sino también con sus «indios
amigos», quienes en la batalla siquiera son mencionados. Unicamente cuando los
españoles combaten escudados de sus indios aliados y subordinados, se convertían en bravos leones. Manku Yupanki no podía ser
benévolo con los traidores por lo que
«mandava cortar las manos e a otros narizes, e por el consiguiente, a otros hizo sacar los
ojos y envió algunas cabezas de los cristianos al valle de Vitcos» a la sede de su gobierno.
Concluida la batalla ordenó al ejército que se encontraba en Vitcos a venir en su apoyo para repeler a los extranjeros.
En la larga guerra contra la ocupación
colonial hubieron muchas brillantes victorias como ésta, sin embargo la historia contada
por los hijos de Pizarro desfigura la realidad y
los vencedores son criminalizados como ocurrió durante la guerra de Zárate Willka
cuando en Mohoza, 28 de febrero de 1899, un batallón de 130 hombres perfectamente
armados fue liquidado por las huestes de Lorenzo Ramirez (Ramiro Condarco 1982:
270-277) que tan solo contaban con la superioridad de su convicción.
Bibliografía
Cieza de León, Pedro. Crónica del Perú, Cuarta
Parte, Vol. I Guerra de las Salinas Pontificia
Universidad Católica del Perú, Lima 1991.
Condraco Morales, Ramiro. Zárate. El temible
Willka Renovación, La Paz 1982.
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La tarea liberadora es la tarea
descolonizadora:
Uchusumas:
los Urus
guerreros2
Por: Roberto Choque Canqui
y Cristina Quisbert
Si bien ha sido estudiada la situación de los
urus por autores como Nathan Wachtel, es necesario resaltar la lucha de todos ellos por
constituirse en un pueblo que se enfrentó a los españoles valientemente. Durante la colonia y
república, los urus tuvieron que estar enfrentados por los españoles y aymaras. Si revisamos la documentación colonial y
republicana encontramos a varios grupos urus ubicados en diferentes sitios de la orilla del
lago Titiqaqa y en el trayecto del río Desaguadero llegando hasta el lago Poopó.
Registrado dentro de las markas o comunidades aymaras se puede mencionar a
los urus “challacollos, yayes de Aygachi, quinaquitaras” e iruwitus, los cuales se aliaban para enfrentarse a los españoles3.
Se evidencia que el enfrentamiento hispano-
uru uchusuma se desarrolló desde fines del
2 Este artículo fue publicado en el periódico Pukara del 7
de junio al 7 de julio de 2006 Bolivia, año 1, número 8. 3 Archivo Histórico de Jujuy (AHJ) o Archivo del
Marquesado de Tojo. Carpeta 271. Autos creados sobre la maledicencia de robos y homicidios de los huros en el asiento de Ochosuma, Provincia Chucuyto, f. 5v.
siglo XVI hasta principios del siglo XVII. Los
uchusumas para la guerra se aliaban con otros urus y por su parte los españoles estaban aliados con mestizos e indios (aymaras). Fue
admirable la resistencia de los urus del asiento de Uchusuma frente a las fuerzas
españolas aliadas con el gobernador de Chucuito, los corregidores de Pacajes
[Pakaxa], Omasuyos y Larecaja. Evidentemente los urus uchusumas eran acusados de ser salteadores, por los robos que
cometían contra sus vecinos aymaras y por su rechazo a la cristianización. Esas actitudes de
hecho fueron aprovechadas por las fuerzas españolas para declararles guerra
considerándolos como indios bárbaros. Según Lorenzo Inda, el idioma de este grupo
humano sería: uchhumataqo, conocido por
otro nombre: pukina4. Habitaban en la laguna
denominada Chucuito (Titiqaqa) que tenía grandes ciénagas y pantanos, especialmente la
parte habitable era un totoral de nueve leguas de largo y una o dos de ancho. En medio de este totoral, había “una isleta de tres cuadras
4 Roberto Choque Canqui. Jesús de Machaqa: La marka
rebelde I. Cinco Siglos de Historia. Plural/Cipca. La Paz, 2003, p. 44.
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de largo y dos de ancho”, donde habitaban
los indios uchusumas. Tenían sus calles contraminadas y ocultas sendas por todo el
lago, por donde navegaban con sus balsas sin ser vistos. Aquellos que se atrevían a entrar en
el totoral se encontraban con armas y peligrosísimas celadas puestas para los intrusos. Entre 1632 y 1633 los uchusumas
estuvieron enfrentados con los españoles por los apresamientos y las subsecuentes muertes
a garrote de los prisioneros. Las autoridades españolas: el gobernador de Chucuito y el
corregidor de Pacajes procuraban someter a
esos urus a su autoridad, considerándolos como bárbaros por resistirse a la
evangelización.
En años anteriores a 1632 los indios uchusumas se habían atrevido a realizar
“grandes insolencias, robando y talando los pueblos y estancias comarcanas” (vecinas), por ejemplo, “hurtando ganado, ropa y lo
demás que podían haber a las manos”. En los últimos meses de 1632 habían aumentado sus
acciones, haciendo entradas en el pueblo de Guaqui, cabeza del corregimiento de los
Pacajes, aprovechando la mala seguridad del camino real. Esta situación fue de conocimiento del Virrey del Perú y de la Real
Audiencia de Charcas. Entonces el corregidor de Pacajes, Rodrigo de Castro, siendo un
mozo sin experiencia para reprimir y castigar la insolencia de los uchusumas, no podía
proceder con medidas oportunas contra los referidos indios hasta que el gobernador de Chucuito organizó su gente, enviando dos y
tres delegados de paz ante éstos para que
reconociesen y obedeciesen al Rey de España.
Pero los uchusumas respondieron manifestando que ellos no eran cristianos y
por tanto no tenían por qué obedecer al referido Rey5.
5 Antonio de la Calancha y Bernardo de Torres. Crónicas
Agustinianas del Perú. I, Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Instituto “Enrique Florez. Madrid, 1972, pp. 293-294.
Frente a ese rechazo, el corregidor de Pacajes y el gobernador de Chucuito se prepararon
para someterlos mediante la guerra. Especialmente el gobernador de Chucuito ya
irritado deseaba darles algún ejemplar castigo para que temiesen y escarmentasen. Pronto se dio la ocasión. El cacique Juan Pachacayo,
sus dos hijos Juan Julio y Diego Cayocayo, acompañado de dos capitanes Pedro Cuyar y
Juan Cayo al salir una noche al Desaguadero, fueron apresados por el teniente de Zepita,
escoltado por cuatro hombres. Los referidos
indios fueron llevados a Zepita en calidad de prisioneros, donde transcurridos algunos días
fueron ajusticiados por el gobernador, ahorcados en la plaza de Zepita. Después
fueron puestas sus cabezas en el arco del puente del Desaguadero, para que teniendo
los demás indios a su vista el castigo a sus caciques y capitanes, tuviesen temor.
Habiendo muerto su cacique, eligieron en su lugar a Pedro Laime, hombre valiente y
decidido. El nuevo cacique dividió a su gente en cuatro escuadras; una era guiada por él, y
para las otras tres nombró como capitanes a Martín Laya, mestizo, a Hernando Pata y a Hernando Cayo. Estos acometieron al puente
del Desaguadero, quemaron algunas casas, mataron a lanzadas a dos mulatos, hirieron a
otras dos personas, quitaron con grande brío las cinco cabezas expuestas: la de su cacique y
la de los capitanes que estaban en el puente y se las llevaron consigo. Se relata que lamieron con tal afecto la sangre de los palos en que
estaban manchados que los dejaron limpios y
blancos, sin dejar en ellos rastro de sangre con
lo que se retiraron causando gran temor en los pueblos comarcanos, recelando todos
mayor daño. Ahora veamos las entradas españolas y la victoria uchusuma.
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Primera entrada
El gobernador de Chucuito, juntando la gente como pudo, hizo la primera entrada. Para
ello, llevó consigo 70 personas: 30 españoles y los demás mestizos e indios. Llevaron doce bocas de fuego. Marcharon por tierra, al
acercarse a la orilla del totoral aparecieron 90 indios en balsas bien armados todos y a
espaldas de ellos como escolta en el totoral 250 personas (entre ellos mujeres y
muchachos con liwis o boleadoras y piedras). El gobernador los siguió con los suyos por los pantanos, con agua al pecho, amedrentando a
los indios con tiros de arcabuces (uno de los indios fue muerto y tres heridos). En este
ataque, huyeron todos los indios y las gentes del gobernador entraron en las cinco isletas.
Ahí quemaron los atacantes 70 casas de indios y secuestraron 700 cabezas de ganado de cerdo y 30 carneros de la tierra (llamas) y
muchas piezas de ropa.
Segunda entrada
Reuniendo más gente, el referido gobernador ingresó por segunda vez el día del apóstol San
Andrés. Pasó el río Callacame con una escuadra de hasta 16 soldados. Llevaban doce
bocas de fuego; después el gobernador iba por tierra firme, escoltado con 50 hombres. Se encontraron a orillas del totoral con los
uchusumas, en cantidad de 300 (entre hombres y mujeres) quienes a gran prisa
estaban haciendo muchas balsas. Viendo a los españoles se marcharon todos huyendo y en
esta retirada fue muerto un indio de un
arcabuzaso. Las fuerzas españolas no los siguieron por el riesgo de ingresar al totoral
donde los indios tenían sus emboscadas. Entonces se limitaron a quemar 19 casas que
tenían los indios en las orillas y a destruir 25 balsas que tenían ya hechas. Luego los
españoles volvieron con la intención de conseguir muchas balsas y entrar en el totoral para la matanza de los indios uchusumas.
Tercera entrada
El gobernador ingresó por tercera vez el día
de San Francisco Javier, el 2 de diciembre de 1632. Embarcó 40 soldados en 20 balsas, la mitad de ellos con arcabuces. El gobernador
se fue a la orilla del totoral con 50 hombres, doce bocas de fuego y hasta 200 indios
armados, los demás con chusos. El día de Santa Bárbara, a las 7 de la mañana,
descubrieron los españoles el rastro del fuego de la escuadra del cacique Pedro Laime. Venía el indio con 70 balsas y otros tantos
indios armados en ellas. Increíble era la destreza con que discurrían por las sendas y
calles que tenían hechas entre la totora, encubriéndose todos sin saber dónde estaban,
ya parte de ellos para la emboscada, ya adelantándose otros al descubierto, provocando a los españoles con engaño y
secreta traición, para dar con ellos a sazón de vida en las celadas del totoral. En el primer
momento, los españoles los embistieron. Juan Fernández Correa que iba en una balsa con
otro soldado, cogió una india y de un golpe la hirió en la cabeza. Al fin, poco después la india herida murió miserablemente con el
otro español. Luego se retiraron los españoles, cuando el corregidor de los Pacajes
había llegado al puente del Desaguadero con 70 hombres, con ánimo de aniquilar a los
rebeldes. Las fuerzas españolas se habían organizado
alistando dos escuadras a una distancia de cuatro cuadras de las operaciones para que
guardasen un puesto por donde podrían huir a pie los uchusumas, con intento de darles
batalla por la otra parte del puente y al parecer dudando enviaron a llamar a las dos escuadras que habían dejado para que se
juntasen con otra gente que tenían para asegurar la entrada. La primera escuadra
constaba de doce hombres bien armados, todos a caballo y con buenos mosquetes y
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munición, bajo el comando de Francisco
Marquez Mansilla. Descubrieron en la playa del totoral algunos indios de guerra; y
llegando a ellos comenzaron a pelear. Los indios simulando poco a poco iban
internándose al totoral atrayendo a los españoles, estando dentro salieron por los lados las tres escuadras de los uchusumas que
habían estado en celada en el totoral y los cerraron. “Salieron con mucho orden militar,
con cuatro banderas, siguiendo cada cual la suya”. Los españoles viéndose en peligro,
enviaron a un soldado a llamar a la otra
escuadra española que estaba ya muy cerca conformada de trece soldados, y aunque llegó
a tiempo y peleó para socorrerlos, no surtió efecto por ser muchos los indios y muy
diestros en el tirar de los liwis y jugar de las lanzas.
Perecieron allí doce españoles sin poder escapar ni aun el que había ido a pedir
socorro a la otra escuadra, el cual volvió y murió con los once compañeros, lanceados
por los bárbaros. Con estos murió un indio yanacona y de los bárbaros murieron sólo
tres. La otra escuadra española, viendo lo que
pasaba, se retiró habiéndoles ganado los
enemigos 17 mosquetes, que quitaron a los muertos y 12 espadas con sus dagas y algunas
otras armas, con más las doce cabalgaduras en que habían venido los españoles difuntos,
cuyos cuerpos despojaron hasta de las camisas, y así desnudos los arrojaron a la orilla del totoral. El mismo día llegó al puente
del Desaguadero la escuadra que había escapado sin orden ni concierto, con la nueva
triste del suceso, que causó gran lástima a todos, y en especial al corregidor de los
Pacajes. Recogiendo a su gente, partió al día
siguiente al pueblo de Guaqui [Waqi], y desde allí envió una escuadra de soldados
para traer a los muertos y darle sepultura.
Después las autoridades españolas se dedicaron a perseguir a los líderes indígenas y
a los capturados los enviaron a Arica.
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La epopeya de las mujeres aymaras en 1781:
Jan axsariri
warminaka6
Por: Marina Ari M.
El presente artículo pretende mostrar que
existiendo una conexión entre los factores de identidad étnica, las normas sexuales y los
roles sobre lo femenino y masculino, la lucha nacionalista del ejército aymara-qichwa en
1781, contribuyó a la ruptura de estos prototipos en las mujeres que participaron de la Revolución Sisa-Katarista, modelando
perfiles inusitados de liberación de las guerreras Aymaras.
Las opciones sexuales y los roles femeninos
para las mujeres durante el siglo XVIII eran limitados, incluso para las mujeres invasoras; peor aún para las mujeres sometidas. Las
políticas represivas españolas, manifestadas de forma feroz por su Iglesia Católica, se
ensañaba en las mujeres y con más encono en las mujeres indígenas.
En tiempos de la Revolución Amaru Katarista, las fronteras de los roles asignados
se rompieron, se superó la visión de mujeres indígenas subordinadas, pasivas y humildes,
depasando incluso la antigua ley del chacha-
warmi. La revolución de la serpiente de dos
cabezas, Amaru-Katari, significó también una revolución para las mujeres. Los casos de
Bartolina Sisa, Gregoria Apaza, no debieron ser excepcionales; en los relatos sobre el Cerco Aymara a la ciudad de La Paz existen
abundantes referencias a mujeres aymaras
6 Este artículo se publicó en el periódico Pukara del 7 de
junio al 7 de julio de 2006 Bolivia, año 1, número 8.
que lucharon a la par de los hombres y cuya
conducta y relaciones sociales y familiares se
trastocaron.
El primer relato mostrará el impecable liderazgo de una mujer que llegó a tomar
decisiones por sí sola, excluyendo la decisión de su esposo y líder máximo de su ejército,
comportándose con mayor honorabilidad y valor que el mejor de los guerreros. Una mujer que creó nuevos símbolos para re-
dignificar a la nación aymara que había sido sometida y humillada: BARTOLINA SISA.
En un segundo relato es de una mujer que
rompió las convenciones, roles y deberes que le delegaban las normas del invasor europeo e, incluso, de su propia comunidad. Una
mujer que luchó por ser ella misma con la única restricción del respeto al familiar y líder
Tupac Katari: GREGORIA APAZA.
BARTOLINA SISA
En 1781, durante la revolución India, ninguna mujer española es mencionada, sino
como víctima. En cambio el liderazgo de Bartolina Sisa, la generala aymara,
deslumbra. Los mismos relatores españoles califican a las españolas durante el Cerco a La Paz como lloronas, curiosas, gritonas e
inútiles; en cambio, pese a odiar y despreciar a las mujeres indígenas, no dejan de admirar
su vibrante participación como soldados, como administradoras y guerreras, tanto en
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vanguardia como en retaguardia. Bartolina
Sisa es una representación magnífica de ellas.
Bartolina nace el 24 de agosto de 1753 en la comunidad de Sullkawi, es la segunda esposa
de Tupac Katari (Julián Apaza), después de Marcela Sisa. Con su familia y luego con Apaza, será comerciante de coca y de tejidos
nativos. En febrero de 1781 se inician las acciones revolucionarias, coordinando con las
tropas de Tupaj Amaru. Se movilizan más de 150 mil aymaras y qichwas, desde el Perú
hasta el Qullasuyu, abarcando en Bolivia a La
Paz, Oruro, y los valles de Chayanta. El ejército de los Katari-Sisa contaba durante el
inicio del Sitio de la ciudad de La Paz (13 de marzo de 1781) con 20 mil combatientes. En
muy pocos días se convierten en 40 mil y al cabo de 5 meses serán 80 mil. Bartolina Sisa
participa activamente enrolando a los combatientes, tanto hombres como mujeres.
Tupaj Katari, a diferencia de Amaru, plantea el restablecimiento de la Nación Aymara. El
24 de abril de 1781 se produce un ataque nocturno a la ciudad de La Paz en el cual
Julián Apaza, acompañado de Bartolina, gritan su nacionalismo Aymara. Borda, el cura presente en varias jornadas de la guerra
Sisa Katarista, quien delatará todo lo sucedido a los españoles ya aplastada la
revolución, relata que el pensamiento del nacionalismo “lo tenían de continuo sus
parásitos”. Una de las principales propugnadoras del nacionalismo Aymara era Bartolina Sisa.
La generala mostrará esta convicción en sus
desafiantes respuestas a los interrogatorios y tortura que los españoles le hacen cuando cae
presa, acerca del objetivo revolucionario de extinguir la cara blanca para que reinen los indios. En marzo, 40.000 aymaras inician el
cerco a Chukiyawu (La Paz). Durante 109 días los españoles y sus criollos vivieron una
pesadilla sin alimento ni agua, comiendo el
cuero de sus baúles, pues los perros y ratones
se habían acabado. El cerco humano de sus víctimas aprisionábalos día y noche,
arrojando pelotas de fuego, hostigando diariamente al enemigo.
En contraste con su cuñada Gregoria Apaza, Bartolina es una líder que hace prevalecer su
prestigio ganado por sí sola. Se impone como tal ante los españoles, pues continuamente
hace “ostentosas bajadas” (Siles 1960:142) vestida siempre ceremonialmente, como
guerrera en algunas ocasiones, en otras como
Qoya, para vigilar la permanencia del cerco;
participa en los combates y hostigamiento a
los sitiados y en ocasiones dirige personalmente el ejército aymara. En todas
sus actuaciones Bartolina mantiene un ceremonial de guerrera y de Mama T’alla,
fortaleciendo los símbolos de la reconstrucción nacional aymara. Recupera
elementos de dignidad que los invasores nos habían despojado. En sus inspecciones al cerco de La Paz su vestimenta es
cuidadosamente elegida, usa un cabriolé con adornos de oro o plata a la usanza española y
monta un caballo, en otras ocasiones una mula muy adornada. La elegancia en su
vestimenta, los detalles de comer con cubiertos de plata y de co-oficiar las ceremonias, muestra la voluntad de re-
simbolizar la lectura de la nación Aymara. Estos rasgos hacen que los españoles tomen
su discurso simbólico como una afrenta; no podían creer ni entender que “la chola”, “la
amancebada”, “la concubina de Katari”, que ellos odiaban tanto, se atreviera al desafiante
boato.
Bartolina es una mujer extrema: sumamente
compasiva y en ocasiones dura. Es la única que puede aplacar la violencia de Katari,
quien en ocasiones incluso la amenaza de muerte; ella sabe apaciguarlo y él la llama “reina” dedicándole sus actos de
misericordia. Bartolina seguramente lo amó
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profundamente y así lo muestra su última
acción antes de ser capturada, cuando acude en su apoyo pese al riesgo que se sometía,
pero también es la líder que encuentra en el mando su razón de vida, es quien siente los
objetivos de la revolución india con mayor profundidad. Por eso en sus declaraciones expresa los objetivos nacionalistas: «que la
cara blanca debía ser extinguida para que reinasen sólo los indios».
En Ventilla Bartolina Sisa comanda un
ejército de guerreros y guerreras aymaras, sus
posteriores acciones mostrarán su liderazgo natural. El 21 de mayo este ejército queda
bajo su exclusiva dirección. Con Katari lejos de El Alto, su misión es cuidar que el cerco a
Chukiyawu no se rompa. Los españoles al verla en la dirección envían 300 soldados para
capturarla. Ante la inferioridad numérica de los aymaras los españoles persiguen a las tropas de inspección qullas dirigidas por
Bartolina. Para su sorpresa, Sisa ordena el ataque y, a fuerza de pedradas, el batallón
más selecto de los españoles es humillantemente derrotado por el ejército de
hombres y mujeres aymaras. Bartolina en sus decisiones militares mostró otra ruptura más con los patrones de género impuestos,
mostrando que además de generala era específicamente una mujer generala aymara,
ordenando mutilar los cadáveres de los españoles en castigo simbólico a las
violaciones y abusos sufridos por las mujeres indígenas a manos de los invasores.
El 29 de junio de 1781 el ejército indio es
atacado por un reforzado ejército español y se
produce la ruptura del cerco, días después los españoles con más refuerzos de Charcas salen
de la ciudad a masacrar a las comunidades: queman casas con mujeres y niños, se tortura
y asesina a los comunarios. Katari es obligado a replegarse y en esta acción se produce la captura de Bartolina Sisa. Cuando
Katari es derrotado en Calamarca le pide
auxilio y ella, pese al peligro de disminuir sus
fuerzas, le envía mil hombres más, asegura los bienes decomisados para que los guerreros
de El Alto no se vean abandonados y lleva ella misma plata y ropa de auxilio. En esta
misión es traicionada por sus acompañantes quienes la entregan al cruel Flores. Es conducida presa a la ciudad de La Paz donde
fue recibida por una lluvia de piedras, insultos y golpes. El genocida Segurola la encierra
encadenada. Su lealtad y valor al tomar una decisión tan difícil muestran a la líder que
sobrepuso sus convicciones sobre su vida
misma.
Otro aspecto de su carácter se manifestó en los brutales interrogatorios a los que fue
sometida. A diferencia de su cuñada no acusa a combatientes ni aliados e inteligentemente
sólo se refiere a las personas que ella sabía habían muerto. No acusa a Gregoria de ningún delito y libra de culpas incluso a los
criollos y curas que habían apoyado a la Revolución. La única persona viva a la que
compromete es a María López, conocida como María Lupaza. Esta mujer era la
amante de Tupac Katari, los relatos la muestran como ambiciosa, dominante e hipócrita, en su confesión a los españoles,
Lupaza se presentó como una víctima de Katari, quedando de esta forma libre.
Katari es traicionado por Tomas Inkalipe y
conducido preso hasta Achachicala con una corona de clavos. El 14 de noviembre de 1781 le arrancan la lengua, lo descuartizan y
exponen sus restos en picotas. Después de la
muerte de Tupac Katari Bartolina se hundió
en una profunda depresión. Casi un año más tarde, el 5 de septiembre de 1782 ejecutan a la
generala. Bartolina es rapada, coronada también con clavos, la hacen pasear soga al cuello y atada a la cola de una mula, le cortan
los senos, le arrancan la lengua y luego la cuelgan. Sus miembros son arrancados, su
cabeza clavada en un palo fue expuesta en las
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zonas donde ella batalló. Días después sus
restos son quemados y sus cenizas arrojadas al aire.
GREGORIA APAZA
Gregoria Apaza hermana de Julián Apaza o
Tupac Katari es otra mujer Aymara singular que revoluciona su condición de género
durante la Revolución Amaru-Katarista.
Gregoria estaba casada con Alejandro Pañuni, sacristán de Ayoayo, con quien tuvo un hijo. En los inicios de la guerrilla, Tupac
Katari -en la tradición aymara- convoca a su hermana y cuñado, a sus primos y a sus tíos y
por supuesto a su esposa y les da sitios de honor. Gregoria enviará a su hijo hasta
Azángaro y lo verá muy esporádicamente, preocupándose de él a través de cartas que dirige a su cuidadora.
Gregoria se constituye en administradora de
los bienes incautados a los españoles por el ejército Katarista, administra y vende el vino,
cuida los caudales y los víveres. Parece ser una mujer de mucho carácter que en principio se siente limitada porque el papel de
protagonista, de Mama T’alla lo encarna por
derecho y vocación su cuñada Bartolina Sisa.
Entonces conocerá al general qichwa Andrés
Tupaj Amaru, convirtiéndose en su amante y asesora política y bélica. Los qichwas, desconfiados del papel de Tupaj Katari,
envían a uno de sus principales coroneles, Juan de Dios Mullupuraca, para reclamar
tributos por los bienes incautados. En respuesta Gregoria se constituye en
embajadora y con un séquito en el que también está su esposo, se dirige al campamento qichwa en el cerco a Sorata
llevando cinco mulas cargadas de plata, como contribución de Tupac Katari.
Andrés era sobrino de Tupac Amaru, hijo de
su hermana Felipa; fue educado en colegios privilegiados del Cuzco gracias a la fortuna de
su familia y a su clase social como descendiente de la nobleza incaica. Después
de que Tupac Amaru fue hecho prisionero, su tío Diego Cristóbal se hizo cargo de la dirección del ejército Amarista, una de sus
primeras acciones es encomendar a Andrés el control de Tupac Katari.
El ejército qichwa pasa por Quequerani en
marzo de 1781, derrotando a los españoles y
venciéndolos nuevamente en Charasani; entran triunfantes en Larecaja y Omasuyos e
incursionan en Sorata en abril de 1781 cercándolo durante varios días. La resistencia
de Sorata es vencida mediante la construcción de una qucha donde reúnen las aguas del
nevado de Tipuani y luego las sueltan inundando Sorata y destruyendo la principal trinchera.
Cuando Gregoria conoce al carismático
Andrés, éste tenía unos 19 años, aproximadamente diez menos que ella y su
principal idioma era el aymara. Ambos inician una relación apasionada. Gregoria se quedó con Andrés hasta que terminó el sitio
de Sorata. Sin importarle la presión social, ni la presencia de su esposo en el campamento,
se convirtió públicamente en la pareja pasional y política de Andrés. En el juicio que
posteriormente le hicieron los españoles, cuando ella niega que fuera amante de
Andrés, le enrostran que “hasta los indios más torpes lo sabían”. Cuando le interrogan
sobre su esposo, dirá que era un fatuo, que
tan solo servía para soldado y que un día desapareció en la sierra de Pampaxasi y que
seguramente había muerto.
Pese a ser mujer con ambición de poder y prestigio, prefirió ser sólo la asesora de Andrés y no figurar como T’alla que daba
órdenes o ejecutaba acciones. En los
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combates de el Tejar, pese a que la mayor
parte del ejército era aymara y que por tanto consideraban a Tupac Katari su comandante,
no tomó ningún liderazgo pues sabía que era el centro de habladurías y ello podía
desprestigiar a su hermano. El día de la toma de Sorata, el ejército Amarista arma una tienda de campaña para sus generales, allí
están Andrés y Gregoria en trajes de Inca. Por los relatos de los españoles se conoce que
Andrés era un líder carismático que se ganó a varios criollos; uno de ellos, Antonio de
Molina quien fuera soldado de los españoles,
declaró posteriormente que nunca había sido invitado a la mesa del General Andrés Amaru
y que este privilegio estaba reservado tan sólo a la hermana de Tupaj Katari, Gregoria quien
comía y vivía con Andrés.
Su relación con Andrés la llevó al nivel de los coroneles qichwas, Bastidas, Diego Cristóbal Tupac Amaru y otros comandantes. Por
supuesto ella participaba en los concejos del alto mando qichwa y en los encuentros de los
comandos qichwas con los Aymaras. Uno de los mestizos prisionero de Andrés, declaró
que Gregoria dominaba a Andrés y hacía matar y perdonar a quién quería. Por su parte Ascendía Flores, esposa del coronel qichwa
Quispe el Mayor, expuso que Gregoria era temida por los indios, estaba siempre en
compañía de Andrés e influía sobre él. Quispe el Menor por su parte expresó que ella era de
genio cruel inclinada a robar y despojar, muy enemiga de los españoles y aún de los indios, “pues mandaba quitar la vida del que quería”
(Siles 1960:144). Todos los declarantes
muestran que Andrés estaba tan enamorado
de Gregoria que sufría una influencia decisiva de ella.
Gregoria, siendo administradora de los bienes incautados, era también jugadora que
apostaba dinero y oro. El afrodescendiente Gonzales cuenta que jugaba con él y otros
arriesgando oro. Sin embargo utilizará
principalmente su calidad de administradora
para crear clientelismos. Después de separados hasta el mismo Andrés le escribirá,
desde Azángaro, pidiéndole 200 pesos para pagar sus deudas de juego.
El papel mediador de Gregoria entre los ejércitos qichwa y aymara fue importante, no
se debe olvidar que Andrés y otros coroneles qichwas llegaban como “interventores” y que
había diferencia entre objetivos y lecturas de prestigio. Andrés, culto, con prestigio social,
sobrino de Tupac Amaru, podía negociar y
atraer a los criollos, en cambio Tupaj Katari era un líder implacable y, después de la
captura de Bartolina, constante bebedor, de carácter cruel. En esta situación los líderes
qichwas chocaron con los aymaras y fue Gregoria quien impidió el avasallamiento a
su hermano y a la vez calmó los resentimientos y desconfianza de Tupac Katari, logrando que los ejércitos actuaran
conjuntamente.
Terminada la toma de Sorata, Andrés le pide a Gregoria lo acompañe en su regreso a
Azángaro, ella en su confesión a los españoles dice que lo hubiera hecho pero era casada y en ese momento estaba en compañía de su
marido. Gregoria regresa al cerco de La Paz acompañada de su hermano Tupaj Katari y
de Miguel Bastidas, hermano de otra mujer jan axsariri: Micaela Bastidas, esposa de Tupaj
Amaru, quien se va con el ejército Katarista en representación de los qichwas. Andrés le
recomendará el cuidado de su tío. Cartas posteriores muestran que Gregoria no estaba
dispuesta a hacer el papel de cuidadora. En
una carta, Andrés le recrimina que su tío se había quejado de que ella no lo atendía, que
no le daba comida ni chicha.
Las cartas que Andrés le envía desde Azángaro muestran la pasión del joven líder por la liberal Gregoria, le manifiesta que
desde que se separó de su amable y buena
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compañía, …no ve la hora de volver cuanto
antes a esos lugares, “para continuar el goce de tus caricias y voluntad que te merecí en tus
asistencias y demostraciones firmes” declarando que es “su más afecto, quien te
ama de corazón. Inga.” Gregoria, mujer profundamente libre
despertará comentarios del vigilante Bastidas. En cartas posteriores Andrés se muestra
celoso y amenazante, declarando que está “enterado de todas tus falsas letras y tus
injustas relaciones que por fin son de mujer
que engañas a cuatro o cinco al lado… solo te has ocupado en cuidar con pucheritos a
cuantos… monigotes y cuantos se les antoja el tener función contigo… que si otra vez…
me dan noticias de tus malas travesuras, será caso que me ponga en camino, antes de
tiempo a quemarlos a sangre y fuego, a vos por delante…” firmando como “su más amante, que en todo ama de corazón”. Esa
carta del 24 de octubre será la última que le escriba a Gregoria, días luego ella será hecha
prisionera y once meses después, tras haber sufrido malos tratos, tortura y prisión, será
ejecutada de la forma más horrible. El 12 de octubre es el fin de la revolución
Katarista.Los españoles dirigidos por Reseguín vencen a los andinos, quienes se
retiraran hasta Achacachi y Peñas. Gregoria se queda en Achacachi mientras Bastidas
inicia una negociación de paz. Se celebran las paces de Patamanta el 3 de noviembre donde Gregoria se dirige para unirse al ejército
Amarista. Los españoles los traicionan y
todos ellos, incluyendo Gregoria, son presos y
encadenados.
El 12 de noviembre llega a La Paz con otras dos mujeres, además de coroneles Indígenas. En el interrogatorio le calculan 28 a 30 años,
ella dice que no tiene oficio. Sorprenden sus declaraciones contra Bartolina Sisa su
cuñada, mostrando los celos por el liderazgo
que la habían acompañado en la guerra de
liberación. Cuando la acusan de haber sido autora de extorsiones y violencias, de haber
cometido homicidios y de disponer de los bienes y riquezas y hacerse llamar virreina,
ella dice que todo eso lo había cometido Bartolina y que era la T’alla Bartolina quien
se hacía nombrar Virreina.
Sobre las ejecuciones de Sorata declara que
fueron los “indios” quienes se excedieron de las órdenes de Andrés y que ella más bien
trató de interceder por los ejecutados. Siles
muestra que ningún declarante la defendió y que por eso ella “no vaciló en señalar las
culpas de otros así como en rebatirles agriamente”. Es muy distinta a Bartolina
Sisa, quien pese a estar en peores condiciones no culpó a nadie, exceptuando a la odiada
Maria Lupiza. La defensa que hace de ella Diego de la Riva
indica que era de reconocer y admirar los adelantamientos en su naturaleza y sexo, que
era de naturaleza áspera y soberbia y que por eso prevalecieron en ella los afectos tiranos y
no los que su propio sexo débil le podían inspirar. El 6 de septiembre de 1782 es brutalmente asesinada. Le ponen una corona
de clavos y un aspa como cetro; la sientan en una mula para después ahorcarla, le cortan
las manos y junto a su cabeza son clavadas en picotas, llevando estos restos a Achacachi y
Sorata. Después de días queman sus restos y lo arrojan al aire.
Andrés Tupac Amaru sostuvo su autoridad
en Azángaro, Carabaya, Huancané,
Caupolican (Apolobamba), Larecaja, Muñecas y Omasuyos, hasta fines de 1783.
Mediante su lugarteniente Villcapaza natural de Azángaro, Andrés había conocido a una
joven criolla, Angélica Sevilla, que la hermana de Villcapaza cuida. Posiblemente fue ella quien tomó el lugar de Gregoria
Apaza. A fines de 1788 dos frailes dominicos
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de Arequipa convencen a Andrés y a
Villcapaza deponer armas y pedir perdón a la Audiencia del Cuzco, por supuesto fueron
traicionados. Apenas llegaron al Cuzco fueron aprehendidos y ejecutados de forma
horrible después de ser torturados. Los tiempos revolucionarios de la aymaritud
en 1781 produjeron nuevos discursos en las mujeres guerreras, que tal vez no hubieran
sido posibles en épocas de sometimiento y subordinación. Temas fundamentales como
la decisión autónoma de las mujeres, la
construcción de sus propios objetivos y metas fueron planteados en el caso de Bartolina Sisa
y la ruptura total con las normas de moral sexual y roles de esposa y madre en el caso de
Gregoria Apaza. Hasta ahora molesta incluso a los aymar jilatanaka pensar que nuestras
heroínas más conocidas, las más valerosas y destacadas hayan podido derribar las murallas no sólo de los cánones de género
establecidos por los invasores españoles sino también del principio aymara del taypi
chachawarmi y tomar el camino que su
cerebro, ajayu y corazón femenino les
señalaba. Posiblemente estas mujeres siguen siendo vigentes por que plantearon a su modo
desafíos y decisiones que las mujeres aymaras modernas tenemos que seguir respondiendo.
Bibliografía:
Ari, Marina. Bartolina Sisa. La generala Aymara
y la equidad de género. Ed. Amuyañataki.
Qullasuyo, Chuquiago: 2003.
Del Valle de Siles, Maria Eugenia. Historia de
la Rebelión de Tupac Catari. 1781.1782. Ed.
Don Bosco. La Paz, Bolivia: 1960. Ignacio, Ivan. Bartolina Sisa. C.A.N.O.
Canadá s/d. Silverblatt, Irene. Luna, Sol y Brujas. Gé-nero y
clases en los Andes prehispánicos y coloniales. Ed.
Bartolomé de las Casas. Perú, Cuzco: 1990.
Suarez Findlay, Eileen. Imposing Decency. The
Politics of Sexuality and Race in Puerto Rico. Ed.
Duke University Press. USA: 2003
Valcarcel, Daniel. La rebelión de Tupac Amaru.
Ed. Fondo de Cultura Económica. México: 3ª. Reimpresión, 1975
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Lecciones históricas de un guerrero qulla:
El Willka
Pablo Zarate
y el
nacionalismo
aymara7
Por Marina Ari M.8
Son propósitos de este artículo rendir
homenaje al Willka Pablo Zárate, general aymara que definió un importante capítulo de
la historia boliviana; mostrar la importancia del tejido de relaciones aymaras que persiste hasta hoy y analizar la política de distorsión y
ocultamiento de la participación indígena en la historia boliviana.
Hay quienes afirman que el pueblo aymara
no tiene objetivos ni estrategias políticas; que sus formas de organización se conectan al paleolítico o existen sólo bajo forma
espontánea e irreflexiva. El episodio Zárate demuestra la persistente política nacionalista;
nos emociona (a los originarios del Qullasuyu,
del Tawantinsuyo) por su claridad de
objetivos, su valor e inteligencia en el despliegue de estrategias militares y
7 Este artículo ha sido extraído del periódico Pukara, el 7
de marzo al 7 de abril de 2006, año 1, número 5. 8 Es comunicadora social. Ha publicado varios artículos y
escribió los libros: Machaq Mara y Bartolina Sisa, la generala aymara.
comunicacionales y sobre todo por la mística presente en cada acción.
En los albores de la República la mayoría de
aymaras y qichwas aún vivían en comunidades. El ataque más feroz por robar las tierras comunitarias se dio en la
presidencia del dipsómano y trastornado Melgarejo, quien repartió tierras de
comunidades entre sus amigotes y parientes de su amante Juana Sánchez. Según Pearse “de acuerdo a relatos de esa época, ocurrieron episodios de genocidio y crueles matanzas, donde perecieron cientos de hombres, mujeres y niños
campesinos”. Santibáñez relata cómo los
soldados comandados por el q’ara general
Leonardo Antezana, se dedicaban a cazar a
nuestros abuelos como a animales, apostando dinero para quien mataba más indígenas.
En1899 las haciendas feudal esclavistas estaban consolidadas. Aymaras y qichwas
luchaban para defender sus tierras. A fines del s. XIX surge un astuto representante del
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liberalismo boliviano, Juan José Manuel
Inocencio Pando Solares, nacido en 1848 y asesinado el 17 de junio de 1917. Pando, un
blancoide oriundo de Luribay, estudió medicina hasta sexto año y luego se
incorporó al ejército. Fue presidente de 1899 a 1904 y enfrentó la Guerra del Acre, en la que Bolivia perdió 190.000 km2 por la
voracidad del Brasil y la torpeza diplomática de los q’aras bolivianos.
La esposa Aymara Qichwa
La persona que haría de Pando el tata
apoyado por un poderoso ejército aymara, el vencedor de la oligarquía sucrense, el jefe de la nueva oligarquía paceña y presidente de
Bolivia, fue su esposa, Carmen Warachi Sinchi-Roca, descendiente de caciques
aymaras y qichwas, oriunda de Sica Sica, uno de los núcleos de la nación aymara.
Los Guarachi en el s. XVII son los caciques más importantes de los Pacajes. Miembros de
esta familia tuvieron estrecha relación con los señores del Cuzco, posteriormente se
plegaron a los españoles convirtiéndose en colaborantes. El historiador aymara Roberto
Choque menciona la importancia del “pacto aymara qichwa” que significa la familia Warachi, una de cuyas ramas tenía
ascendencia inka. Esta familia gobernó un territorio comprendido desde el Desaguadero
hasta lo que hoy es Potosí y Chuquisaca. En su investigación sobre Jesús de Machaqa,
Choque menciona que algunos miembros de esta familia se convirtieron en abusivos
caciques, sin embargo meritoriamente
conservaron el orden de los originales ayllus aymaras. Este mantenimiento -sobre todo en
Pacajes y Omasuyos- facilitó el nucleamiento e irradiación de las luchas libertarias aymaras.
Por otra parte los Sinchi Roca son evidencia del relacionamiento entre aymaras y qichwas.
El Cuzco antes de los inkas estaba habitado
por aymaras. El primer Sinchi Roca, hijo de
Manco Capac y Mama Ocllo, gobernó por más de 20 años, probablemente desde 1230.
A él se le atribuye la ampliación del Intiwasi
como inicio de los ritos al sol y la
construcción de los primeros camellones escalonados en gran escala. El segundo Sinchi Roca, Apu Sinchi Roca, era hijo de Yamque
Yupangue décimo Inka y hermanastro de Huayna Capac. Aparentemente los Sinchi
Roca se limitan al Perú, sin embargo, es conocida la estrategia aymara para encarar el
expansionismo Inka: el casamiento de
aymaras con qichwas. Posteriormente la Nación Aymara se unió profundamente con
la Qichwa en una hermandad forjada en un origen común y en una historia de similar
sufrimiento ante el avasallamiento, explotación y genocidio de la invasión
española. Bajo estos antecedentes familiares de la
esposa de Pando se comprende que el apoyo de los aymaras no surgió de la nada, como
pretende cierta historia boliviana que buscan minimizar la importancia de los originarios.
Cuando no pueden eludir algún hecho relevante protagonizado por un indígena, lo presentan como bárbaro, salvaje, y otros
apelativos racistas.
Salvo el profundo estudio de Condarco, no explican cómo un ejército en desventaja de
armas y con poca preparación para la guerra (el de Pando), venció al ejercito
constitucional, mejor armado y en el que participaban militares entrenados. Pareciera
que Pando fue el gran protagonista, el líder de
excepcionales cualidades militares, estratégicas y políticas, cuando fue el Willka
Pablo Zárate el de las impresionantes dotes guerreras, políticas y estratégicas. Como él
era un indio aymara, los bolivianos le reconocen en su historia solo el papel de “salvaje come-q’aras”.
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En realidad, la circunstancia que permitió a
Pando cumplir sus ambiciones fue su matrimonio con una influyente aymara
qichwa. La familia Warachi posibilitó ese diálogo intercultural entre la casta minoritaria
blancoide q’ara y la explotada pero numerosa
aymaridad, diálogo que se dio en pocas oportunidades en la historia boliviana.
El objetivo aymara del Willca
Durante el levantamiento Katarista de 1781, Sica Sica fue zona inicial de la rebelión. Los españoles intentaron convencer al ayllu
urinsaya de Sicasica de engrosar sus tropas, a pesar de ello miles de aymaras se sumaron al
ejército de Tupac Katari. La mama t’alla
Bartolina Sisa nació en Caracato, pueblo
vecino a Sica Sica, esta heroína el 20 de mayo de 1781 dirigió la acción militar que en La Paz derrotó a la “flor y nata” militar
española.
En 1822 Tito Khuchha, junto a Juan Manuel Cáceres, dirigió un levantamiento en Sica
Sica buscando restaurar el gobierno Incaico. Fueron masacrados, pero dejaron la semilla de una lucha que hasta hoy prosigue. La
esposa de Pando era oriunda de la zona de Sica Sica. Lo mismo Pablo Zárate, de quien
no se conoce su fecha de nacimiento. Estuvo casado con Aida Aguilar y tuvo cuatro hijos.
La biografía de este aymara tiene lagunas, se ignoran las fuentes espirituales y teóricas que lo alimentaron; sin embargo, su origen en uno
de los núcleos aymaras de más profunda raíz qulla, su comportamiento, pensamiento y
esencia, lo vincula con el profundo nacionalismo Katarista.
El contexto en que se desarrolla la acción
militar de Zárate y las ambiciones políticas de Pando es de masacres y saqueos a las comunidades por la soldadesca. Después de
las matanzas los criollos usurpaban las tierras comunitarias, cometiendo abusos, robos y
violaciones ayudados por el ejército, los
juzgados e incluso la prensa.
La aproximación de Pando a los mallkus aymaras se inició en la propuesta de una
nueva aplicación de la justicia hacia los problemas indigenales. Se trataba de corregir los abusos de corregidores, cobradores de
impuestos y otros agentes del sistema q’ara. El
6 de mayo de 1896 se expresa el apoyo qulla a
Pando. Miles de aymaras se asoman a la ciudad de La Paz para expresarle su favor.
Serán violentamente reprimidos, golpeados y
apresados por los militares bolivianos.
Condarco relata que a los prisioneros, los soldados les introdujeron a la fuerza «puñados
de ceniza a la boca de los infelices indios»,
obligándoles a vivar a Pando.Se sucedieron similares episodios de brutalidad en los que
aymaras eran asesinados, excluidos a palos, apresados, o torturados por su apoyo a
Pando.
Estos episodios advierten dos situaciones, primero que el Estado boliviano excluyó de todo derecho ciudadano a los indígenas,
impidiendo que mostraran siquiera simpatía por algún candidato; segundo, que los tenaces
aymaras pese a siglos de exclusión y genocidio, persistieron en el plan qulla de ser
protagonistas de su historia. Un antecedente del conflicto entre criollaje
paceño y chuquisaqueño es que Chuquisaca fue el centro del realismo español y quiso
mantener su hegemonía basada en una supuesta aristocracia y “herencia genética
española”. Otro elemento fue la pugna entre conservadores y liberales. El antecedente fundamental fue que a fines del s. XIX e
inicios del XX, las fuerzas económicas se concentraron en la región minera de Oruro,
Potosí y La Paz.
La nueva burguesía paceña proyectaba su crecimiento. Pando mismo planeaba
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convertirse en gran terrateniente, propósito
logrado con las leyes de 1874 y 1880. Pando representó esta nueva burguesía y usó como
motor ideológico el rechazo al unitarismo centralizado en Chuquisaca.Por su parte los
defensores de la constitución encabezados por el presidente Fernández Alonso, sustentaban el propósito de mantener una supuesta
aristocracia.
Planteado el proyecto federalista por los liberales (como pretexto para hacerse del
poder político, pues ganado el conflicto no lo
concretaron) el presidente Severo Fernández Alonso se vio obligado a enfrentarse contra
los sublevados liberales que pronto fueron encabezados por el oportunista Pando.
Alonso, nacido en Sucre el 15 de agosto de
1849, gobernó Bolivia de 1896 al 1899 con un lineamiento conservador. Su origen chuquisaqueño y su posición política, más
que su propia voluntad, lo obligó a encabezar el ejército conservador. Las fuerzas de Pando,
inferiores al ejército chuquisaqueño que avanzaba de Oruro hacia La Paz; no contaba
con suficiente armamento; en pleno levantamiento recién realizaban tratativas para adquirir armamento del Perú. En estas
condiciones Pando llegó a Sica Sica a solicitar apoyo aymara. Las negociaciones fueron
facilitadas por la familia Warachi. Por su esposa Pando sabía que en esta región están
concentrados los ejes más poderosos de la nación aymara: Omasuyos, Pacajes, Sica Sica, Inquisivi. Ella conocía el protocolo y
simbolismo aymara, por lo que los
mensajeros de Pando se acercaron a las
autoridades tradicionales con respeto y ofrendas de coca a la Pachamama, para
convencerlos de apoyar a los criollos paceños.
El apoyo del Willca Zárate y de otros líderes como Juan Lero, Feliciano Mamani, Ascencio Fuentes y Manuel Flores, se hizo a
la luz de la historia Katarista que plantea el
Autogobierno Aymara, reivindicación definida
ya claramente en los manifiestos de Tupac Katari. Este líder, en misiva a los españoles
tras la captura de su esposa, la generala Bartolina Sisa, les ofertó garantizar el retorno
de los europeos a su tierra de origen; quienes quedarían para autogobernarse serían los originarios. Coincidentemente, en la
declaración del sanguinario fiscal q’ara
Vilaseca, quien ordenó la muerte de Lero, se
lee que los guerreros del Willka Zárate “mataron porque se creían dueños de todo el
territorio boliviano, y que la raza blanca
usurpa sus derechos...”
Prueba de esta continuidad es el reproche del águila aymara Pablo Zárate al corrupto
traidorzuelo Pando cuando éste ordena la eliminación de sus aliados indios de ayer.
Pando dejaba el palacio presidencial cuando se le acercó una sombra, era el Willka
pidiéndole audiencia, el q’ara indigno se negó
y Zárate le increpó: “no vengo a pedirte clemencia sino justicia. No cometí otro delito
que seguir tus instrucciones y el de creer en ti y en tus promesas de emancipar a mi raza.
Me has engañado y has engañado a mi pueblo!”
Varios historiadores reconocen el propósito nacionalista aymara, Bautista Saavedra, por
ejemplo, escribió que el Willka Zárate planificaba el alzamiento de toda la raza
aymara y Salamanca La Fuente que Zárate buscaba el restablecimiento del imperio
indígena.
Prueba contundente es el acontecimiento de
Peñas donde «Los caudillos del levantamiento no sólo aspiraron a restablecer
el dominio de las nacionalidades de origen... constituyeron un gobierno indígena presidido
por Lero y formado por Ascencio Fuentes, Feliciano Mamani y Manuel Flores...», escribirá Condarco.
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El ejército Aymara
El 20 de diciembre de 1898 el ejército constitucional recibe orden de marcha. La
mimada y racista juventud blanca chuquisaqueña sale en guerra para «aplastar... a esos aimaraes almidonados a esos bárbaros
sanguinarios que no han tenido la dicha de gozar de un ápice de civilización», coreaban
los periódicos Sucrenses. El de Alonso era un ejército bien pertrechado y con
entrenamiento. Los liberales paceños sólo tenían desmesuradas ambiciones.
Logrado el apoyo aymara, miles de comunarios armados de q’urawas (hondas) e
instrumentos rústicos de labranza se aprestaban al combate. Empero no iban a
obedecer a un q’ara como Pando sino a un
comandante aymara. Así el movimiento de
Pando fue dirigirse a Sicasica donde estaba el ayllu de Zárate, entrevistarse con los Mallkus y hacer promesas que luego traicionaría. Los
historiadores bolivianos discuten acerca de tales ofrecimientos: el nombramiento de
general a Pablo Zárate, la codirección del ejército, la liberación de la población indígena
y la restitución de tierras de origen. Augusto Guzmán reproduce esta versión cuando afirma que los federalistas prometieron a los
aymaras tierras y libertad. Bajo la dirección de su comandante, Willka, los guerreros
aymaras se enfrentan en desiguales condiciones con el elitista ejército
chuquisaqueño. Sin embargo tenían la ventaja de conocer el terreno y contaban con la
fortaleza qulla. El vigor de nuestra raza hizo
que los luchadores de Willka pudieran resistir con escaso alimento. Pero sobre todo resaltó
el valor indómito de la Nación Aymara, por el cual combatientes aún con seis balas en el
cuerpo continuaban dando batalla al enemigo.
A medida que el ejército sucrense ingresaba
en territorio aymara, era acechado por los guerreros desde las montañas. Cada paso de
las tropas constitucionales era conocido por Pando gracias a los chaskis (emisarios
aymaras), lo que permitió a los criollos paceños ejecutar acciones militares ventajosas. Los militares sucrenses pronto
advirtieron el “cerco de indios” que los rodeaba. Su posición racista hizo que sus
primeros objetivos fueran humildes comunidades aymaras. En Corocoro
ingresaron robando, cometiendo abusos y
disparando a los comunarios, pese a que fueron recibidos con hospitalidad. Estos
abusos se repitieron alentando el levantamiento aymara, protagonista de la
derrota del ejército de Sucre.
Las tácticas aymaras compensaron su inferioridad en armamento, a través de la vigilancia permanente al ejército enemigo; la
información presta y detallada de sus movimientos; la negación al enemigo de
información, alimentos, pertrechos y forrajes; el hostigamiento psicológico al perseguir al
asustado ejército sucrense con el sonido de pututus y gritos. Estas tácticas, calificadas
arrogantemente de “farsas de indiada” por los coroneles sucrenses (seguros que el pututu no
podría enfrentarse a la ametralladora),
lograron amilanar a las tropas sucrenses de forma que fueron totalmente derrotadas.
La ofensiva aymara era contundente: En caso
de dispersión o distracción de las patrullas, éstas eran inmediatamente atacadas; en otros
casos se rodeaba con movimientos
envolventes al ejército sucrense agotándolo; alentaban la lucha cuerpo a cuerpo donde su
bravura los hacía fáciles ganadores; percibían la vacilación de los contrincantes y los
atacaban aterrorizándolos; sistemáticamente interrumpían la comunicación de las tropas constitucionales con sus mandos. A finales de
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enero de 1899 el levantamiento qulla se había
extendido hasta Potosí.
Q’aras paceños igual a q’aras sucrenses
Una característica en la historia de las relaciones de criollos (que siempre han
gobernado Bolivia) con indígenas, ha sido el choque de dos comportamientos y valores.
Ejemplo reciente es el “caso de los tractores”. El año 2000, después de un levantamiento
indio, el Estado boliviano firmó un convenio por el que, entre otros, se comprometía a entregar tractores para “modernizar” el agro
(reivindicación primaria, pero comprensible cuando se sabe que en el agro se continúa
utilizando herramientas pre hispánicas). Hasta hoy se ha cumplido en un 10%. Este
incumplimiento buscó debilitar el liderazgo de Felipe Quispe y demostrar a los aymaras que su lucha y sacrificio de vidas humanas
fueron “inútiles”. En el gobierno de Carlos Mesa, recién en 2003, llegaron 39 de los 210
tractores comprometidos, algunos se entregaron en el oriente cuyos agricultores no
participaron en las movilizaciones. Como varios pueblos indígenas, los aymaras confiaron en la palabra del blanco. Sin
embargo el blanco no respeta sus convenios, el blanco en su generalidad no honra su
palabra. Lo mismo sucedió entre Pando y Zárate Willka. Los compromisos de Pando
fueron incumplidos: el trato igualitario a los indígenas; el federalismo, con autonomía y autodeterminación para los aymaras; la
restitución territorial. A costa de la vida de miles de aymaras, ganamos para Pando la
guerra federalista, él arrojó a la basura su bandera de federalismo e hizo asesinar a
Zárate Willka: Ese es el honor del blancoide boliviano.
La traición blancoide se insinuó prontamente. En Mohoza (Cochabamba) Clodomiro
Bernal, comandante federalista de Pando, cometió varios atropellos: Azotó al corregidor
Juan Bellot en la plaza pública por ser lerdo
para proveer recursos a su tropa; exaccionó dinero al párroco del lugar; robó animales de
los comunarios y su tropa torturó a los humildes indígenas qichwas. La arbitrariedad
de los “socios” mestizos provocó un levantamiento de comunarios dirigido por Lorenzo Ramírez. Marcharon hasta Mohoza
y después de perseguir y cercar a los abusivos acabaron con una veintena de ellos,
proclamando que ya no obedecían más órdenes que las de Zárate Willka.
Este y otros levantamientos contra déspotas gamonales aceleraron los planes de traición
de Pando quien ofreció a la comunidad de Umala ser el nuevo cuartel central indígena.
Los umaleños, que ocupaban una posición vertical entre los aymaras por su control del
mercado de coca en Oruro, aceptaron este ofrecimiento pensando ganar ventajas, cuestionando así el liderazgo del Willka.
El mayor sector indígena obedecía, empero,
la comandancia de Zárate. Se expandió el levantamiento abarcando gran parte del
territorio aymara. Los principales líderes fueron los Willkas, Feliciano Willka en Cochabamba y Potosí; Juan Lero y el Willka
Manuel Mita (conocido entonces por la prensa como Cruz Mamani) en Oruro;
Lorenzo Ramírez en Inquisivi, La Paz. Todos aceptaban la dirección de Pablo Zárate.
El 23 de marzo de 1899 el ejército aymara desarmado y sin apoyo de los bolivianos
federalistas, se enfrentó al Batallón Alonso, la
mejor unidad constitucionalista. Pese al valor
de los aymaras que lucharon desde las 5 de la mañana hasta las 3 de la tarde, fueron
pasados a cuchillo por los soldados. Este episodio se conoce como la masacre de Huayllas. El río de Huayllas, el
Chunchullmayo, Río de Tripas, se llamó así por los restos de los valerosos qichwas
descuartizados allí. Mientras la tragedia
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ensangrentaba Cochabamba, el 24 de marzo
de 1899 un escuadrón selecto de unitaristas llega a Caracollo matando a 5 indígenas entre
ellos mujeres y niños que se encontraban en un grupo de espectadores. El sonido profundo
de los pututus les sorprendió anunciando que
Willka se dirigía a Caracollo, a la cabeza de un ejército de 2000 Kataris. Los bandos
chocaron en Vila Vila, donde los guerreros aymaras sin más armas que q’urawas
enfrentaron los cañones y fusiles del ejército regular logrando una brillante victoria. Ese
triunfo lejos de alegrar a Pando, lo inquietó.
Mediante misivas secretas exigió armas a sus
aliados blancos para enfrentar al ejército aymara.
Tras el triunfo de Caracollo, Zárate lanzó “La Proclama de Caracollo”, verdadero ideario
aymara que plantea el objetivo de «regenerar Bolivia» a través del respeto a la identidad
indígena: «...deben respetar los blancos o vecinos a los indígenas porque somos de una misma sangre e hijos de Bolivia, deben quererse como hermanos con los indianos... hago prevención a los blancos... para
que guarden el respeto con los indígenas...».
Esta «regeneración» es en realidad el propósito de liberación fuertemente perseguido por los aymaras. La forma
propuesta es la armonía, la justicia, el respeto entre la q’aritud y los indígenas.
Detrás de esta propuesta se manifiesta el profundo nacionalismo aymara que busca
hacer de Bolivia una nación basada en el tolerancia y equidad. La respuesta de los
q’aras fue NO. No a la tolerancia. No a la
equidad. No a la justicia. No al respeto.
La victoria de Zárate en Caracollo decidió a Pando por la toma de Oruro donde estaban
Alonso y sus tropas. El 10 de abril de 1899, Pando parte de Caracollo. A su vez el ejército
constitucional se moviliza hasta San Juan, espiado por los chaskis aymaras quienes informan el menor movimiento a Pando.
Cerca de Oruro los sucrenses observan el
despliegue en los cerros del ejército aymara comandado por Zárate. En esta batalla final
participaron los Willkas, Cruz Mamani y Lorenzo Ramírez. Luego del primer
enfrentamiento con los aymaras Alonso descubre que detrás se encuentra el ejército de Pando. Al amanecer las tropas de Alonso son
derrotadas. El júbilo se apodera del criollaje paceño y la prensa boliviana proclama que los
“indios” no participaron de la batalla. Días después Pando advierte a los “indios” se
retiren a sus comunidades, ordenando a sus
soldados desalojar violentamente a aymaras y qichwas que continuaran sublevados.
Menos de dos semanas después inicia una
feroz persecución a los líderes aymaras que le habían dado el triunfo.
El 23 de abril de 1899, solo 10 días después de la batalla del 2do. Crucero,
es detenido el anciano Apu Mallku Juan Lero quien proclamara el gobierno indígena en
Peñas. La misma suerte corre Mauricio Pedro, el protagonista del levantamiento
indígena de Sacaca. También son apresados Cruz Mamani y el mismo Willka Pablo Zárate. Noventa qichwas son aprehendidos y
arrastrados a La Paz, por los sucesos de Mohoza. Cruz Mamani fue abatido a tiros
por los soldados bolivianos. El 14 de enero de 1901 Juan Lero murió de frío y hambre, a los
70 años, en su inhóspita celda. En julio del mismo año Zárate dejó la cárcel en un episodio no aclarado y posteriormente fue
asesinado por un grupo de blancos en Imilla
Imilla, la comunidad donde había nacido. Sus
tierras y las de su comunidad fueron –según el historiador Condarco– usurpadas por el
traidorzuelo José Manuel Pando. Han pasado 107 años después de ese 23 de
abril cuando fueran arrastrados a la cárcel y a la muerte los Willkas aymaras. Mi homenaje
al Apu Mallku Juan Lero, al admirable
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general Aymara Pablo Zárate, al valeroso
Cruz Mamani y a los levantados qichwas. Han transcurrido 107 años y la situación no
ha cambiado mucho. En septiembre y octubre del 2003 la q’aritud dueña del Estado
boliviano realizó las masacres aymaras más recientes. Expulsado el kharisiri Sánchez
de Lozada, su vicepresidente descendiente de
españoles por padre y madre, Carlos Diego Mesa Gisbert, asumió la presidencia de
Bolivia en representación del criollaje
“moderado”. En diciembre de 2005 ganó las elecciones Evo Morales, un sindicalista de
extracción aymara.
El año 2000 un aymara dijo que ya estamos cansados del inquilino abusivo del Palacio de Gobierno, refiriéndose a los presidentes
q’aras. ¿El actual gobierno es un inquilino más
o pertenece a la prosapia de los Willkas?