una mariposa aletea en china

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CARLOS ALMIRA PICAZO

UNA MARIPOSA ALETEA EN CHINA

Page 5: Una Mariposa Aletea en China

Colección Biblioteca Digital Siglo XXI

Consejo Editor de Biblioteca Digital Siglo XXI

Título: Una mariposa aletea en China

© Carlos Almira Picazo, 2009

Depósito Legal:

I.S.B.N.:

Impresión: Bubok, Madrid, España, Junio de 2010.

Este libro no podrá ser reproducido ni total ni parcialmente sin

el permiso previo y por escrito de su autor. Reservados todos

los derechos.

Page 6: Una Mariposa Aletea en China

CARLOS ALMIRA PICAZO

UNA MARIPOSA ALETEA EN CHINA

NOVELA

COLECCIÓN

BIBLIOTECA DIGITAL SIGLO XXI

VOLUMEN IV

BUBOK

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Page 8: Una Mariposa Aletea en China

PRESENTACIÓN DE LA COLECCIÓN BIBLIOTECA DIGITAL SIGLO XXI

Biblioteca Digital Siglo XXI es un proyecto encarado

por un grupo de escritores que presenta en la red virtual

una selección de la obra poética y narrativa de los

autores contemporáneos que han expuesto sus trabajos

en páginas destinadas a la difusión de las letras de habla

hispana, tales como directorios, bibliotecas virtuales,

revistas, websites, blogs y foros literarios. Su finalidad es

divulgar el trabajo de quienes lideran espacios

comprometidos con la transmisión de conocimientos

sobre técnica de narrativa y versificación o participan en

ellos y, asimismo, dar a conocer la obra de los autores

que ya han recorrido un largo camino en el panorama

virtual y hoy exhiben una obra madurada en su

crecimiento individual tanto como en el aprendizaje y

perfeccionamiento logrados en el intercambio con

quienes comparten espacio y una misma vocación. El

directorio atesora un grupo de poetas y narradores de

excelencia en constante crecimiento y expansión.

Page 9: Una Mariposa Aletea en China

A fin de estimular la labor creativa de los autores,

con la convicción de que toda obra literaria de calidad

merece ineludiblemente su publicación en papel para una

adecuada divulgación entre el público lector, Biblioteca

Digital Siglo XXI se complace en presentar esta calificada

colección de obras inéditas en los géneros poética y

narrativa.

El Consejo Editor espera que, además de divulgar

el valor intrínseco de cada volumen, la Colección

Biblioteca Digital Siglo XXI en su conjunto constituya una

muestra elocuente y significativa de la literatura

contemporánea que encuentra en la red virtual albergue

y vehículo de expresión.

El Consejo Editor

Page 10: Una Mariposa Aletea en China

Carlos Almira Picazo, Castellón (España), 1965. Estudió y

se doctoró en Historia Contemporánea en la Universidad

de Granada. En 1997 publicó su primer libro, un ensayo

histórico sobre la Dictadura del General Franco, en la

Editorial Comares. Inició su carrera de profesor de

Enseñanza Secundaria en diversos pueblos de Andalucía.

En el año 2005 publicó su primera obra de ficción, una

novela histórica sobre la figura de Jesús de Nazaret, con la

Editorial Entrelíneas. En 2007 la revista virtual

Prometheus le editó en formato electrónico la novela

Todo es Noche, una distopía sobre el posible futuro de un

país de América Latina. En noviembre de 2009 ha visto la

luz una segunda novela en papel, Issa Nobunaga, sobre el

paso del Japón feudal al Japón moderno, de la mano de la

Editorial Nowevolution. Desde el año 2007 ha publicado

un centenar de cuentos y algunos ensayos en revistas

virtuales y en papel, de temática diversa (desde la Ciencia

Ficción en Axxon, hasta el cuento fantástico en El

Coloquio de los Perros, realista y humorístico en

Destiempos, Kiliedro, Fábula, Cuadernos del Minotauro,

etcétera). Ha recibido recientemente el primer premio en

el Certamen de Novela Corta Katharsis (2008) por El

jardín de los Bethencourt, y una mención como finalista

en el mismo concurso de relatos por el texto No se lo

digas a nadie. Actualmente trabaja en una colección de

microcuentos.

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Page 12: Una Mariposa Aletea en China

I –¿Recuerdas cómo nos conocimos?

–Nunca lo olvidaré: fue el día que los alemanes tomaron París. Los alemanes

vestían de gris y tú de azul. (Casablanca)

En este mismo momento, vampiresa, me golpea tu

olor y toda tu presencia como si fueras a salir de un

rincón. No quiero volver a verte. ¿No hay más

hombres en el mundo a quienes destruir?

Ya sé. Soy uno de esos que huye, que no le echa

cara a la vida. Huyo pero al menos estoy vivo.

Necesito unas vacaciones. Hacía tiempo que lo

nuestro no existía. Tu locura, porque tú estás loca,

princesa, destruye todo lo que toca.

Estos apuntes me liberarán definitivamente de ti.

Es lo que tiene poner por escrito algo. Uno conjura a

sus fantasmas en cuanto escribe sus nombres. Es lo

que tiene la escritura, el poder mágico de las

palabras.

Yo quiero vivir muchos años si puede ser.

Acordarme y reírme de lo gilipollas que he sido. Hace

tiempo que debí dejarte y eso que sólo hemos estado

juntos unas semanas.

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Una mariposa aletea en China

Page 13: Una Mariposa Aletea en China

Flash no huyó y ahora está en el cementerio de la

Almudena.

Nunca volverás a verme si puedo evitarlo. He dado

instrucciones de que no se facilite mi dirección a

nadie si no es un juez. He cambiado de ciudad y

volveré a hacerlo si es necesario. Pensé incluso en

irme al extranjero, pero en este mundo de aviones,

de trenes de alta velocidad y de internet, los

kilómetros ya no arreglan nada. Por si estos apuntes

cayeran en tus manos, cosas más imposibles han

ocurrido, he decidido camuflar cualquier referencia

que pueda conducirte hasta mí. No te temo a ti sino a

mí mismo. Si una vez pudiste encandilarme puedes

volver a hacerlo, ¿no crees?

Por otra parte, me gustaría que algún día leyeras

esto, lo que demuestra hasta qué punto sigo

dependiendo de ti, bajo tu dominio. Me gustaría que

supieras cómo he rehecho mi vida, cómo he

ascendido en mi profesión, cómo ¿por qué no?, he

formado una familia y soy feliz. De todo te irás dando

cuenta, vampiresa, aunque desde ahora te digo (¿me

lo digo a mí mismo?) que no voy a enviarte una

palabra al correo. Aún no me eres tan indiferente

como para no desearte tu porción de sufrimiento.

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Carlos Almira Picazo

Page 14: Una Mariposa Aletea en China

II

Lo primero que me viene a la mente es Flash, mi

pobre compañero. Hubiera sido un excelente policía.

Tenía las cualidades, no sólo el físico, sino también la

rapidez y el equilibrio mental que exige nuestra

profesión. Es seguro que habría ascendido mucho

más rápido que yo y que hubiera llegado mucho más

lejos si tú no te hubieses cruzado en nuestro camino.

Flash y yo, ya lo sabes, éramos compañeros desde

el Instituto. Como policías resultábamos cuando

menos, singulares: a él le fascinaba la fotografía y a

mí la literatura. Lo recuerdo despanzurrando su

Kodak porque no le daba los efectos de enfoque y de

luz deseados, mientras los libros y los apuntes

palidecían en su cartera. Era el estudiante con mejor

sprint, en dos días se preparaba un examen final de

cualquier asignatura. A veces los profesores le

suspendían por pura incredulidad.

No sé ni cuándo ni cómo decidimos hacernos

policías. En cualquier caso nuestra decisión no fue

tomada muy en serio por la gente que creía

conocernos. No importaba que nos inscribiésemos en

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Una mariposa aletea en China

Page 15: Una Mariposa Aletea en China

el curso de criminalistas ni que, luego, nos

preparásemos las pruebas físicas. No se lo creyeron

hasta el final.

Flash, por supuesto, sacó mucho mejor puntuación

que yo pero los dos aprobamos a la primera y de un

plumazo nos convertimos en policías, en una rareza

para nuestra generación: dos jóvenes universitarios

que apenas en el comienzo de su veintena

encuentran un trabajo fijo, para toda la vida, y en

algo que además les gusta.

Para no quedarnos estancados en el cuerpo

decidimos terminar nuestros estudios. Fueron unos

años difíciles pero al menos, mientras se resolvía

nuestro traslado, pudimos permanecer juntos y en la

misma ciudad, alegando respectivamente vínculo

familiar y estudios relacionados con la profesión.

Ambos soñábamos con ascender no ya a

inspectores genéricos sino a algún cuerpo especial

como Artificieros o Inteligencia. Hubimos de vencer

muchos obstáculos no ya para alcanzar nuestro

sueño sino para sobrevivir en lo más bajo: de pronto

el que fuéramos los más jóvenes de la comisaría y,

por ende, ambiciosos y universitarios, se convirtió en

algo insufrible, insoportable e insultante para

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Carlos Almira Picazo

Page 16: Una Mariposa Aletea en China

nuestros compañeros y nuestros superiores

inmediatos. Desde el primer día se dedicaron a

hacernos la vida imposible. Llegamos a pensar si no

buscaban realmente nuestra renuncia. A Flash, a

quien le encantaban las horas que pasaba afuera, lo

retenían lo más posible en tareas rutinarias de

oficina, por ejemplo rellenando formularios de

denuncias o fichas de detenidos. A mí, por el

contrario, me arrojaban a la calle nada más llegar, a

regular el tráfico en alguna esquinucha o a dar

interminables vueltas con el coche patrulla,

deambulando sin objeto.

Por si fuera poco, nos cambiaban continuamente

de turno de mañana a tarde y viceversa y, si podían,

nos encasquetaban el turno de noche “por

necesidades del servicio”. A pesar de todo, a los dos

años justo de ingresar en el Cuerpo y cuando ya no

podíamos seguir prorrogando más nuestros

traslados, conseguimos (tan flacos y ojerosos que

dábamos miedo y pena) el ansiado título de

diplomados en Criminología.

Mi amigo, por entonces el único que tenía en el

Cuerpo, estaba aún más demacrado y depresivo que

yo. Había alcanzado una meta con enorme esfuerzo y

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Una mariposa aletea en China

Page 17: Una Mariposa Aletea en China

ahora vagaba desorientado sin saber cuál iba a ser su

próximo objetivo. Por aquella época teníamos unos

veinticuatro años o veinticinco y, como suele decirse,

aún no habíamos empezado a vivir. Flash, corpulento

y ojeroso, aún parecía más frágil que yo: la proverbial

mata de pelo negro de la que tan orgulloso estaba, se

le había aclarado; los ojos, hundidos en las cuencas,

miraban apagados y huraños; se movía con

indecisión y lentitud por las oficinas, entre los

compañeros que, afortunadamente, comenzaron por

entonces a dejarnos en paz.

En cuanto a mí, mi constitución y mi apariencia

más débil aminoraban considerablemente el efecto

devastador de aquellos meses últimos a ojos de los

demás: apenas había perdido unos kilos; comenzaba

a despuntar la miopía que me obligaría muy pronto a

usar gafas; a veces me temblaba el vaso de café en la

mano. Pero por suerte, como digo, nuestros

compañeros y superiores de la Comisaría, como si

adivinaran nuestra próxima desaparición, perdieron

interés por nosotros.

De esta forma, aquel verano nos sirvió para

descansar y reflexionar sobre el rumbo que íbamos a

tomar respectivamente. Fue un verano

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Carlos Almira Picazo

Page 18: Una Mariposa Aletea en China

extraordinariamente caluroso. Al calor de más de

cuarenta grados diarios, que apenas aminoraba por

la noche, casi hacia la madrugada, sucedieron las

tormentas bochornosas de agosto. Pero la ciudad,

para nuestro trabajo, estaba muerta, y yo pude por

primera vez desde mi ingreso en el Cuerpo deslizar

disimuladamente una novela en el bolsillo del

uniforme y leerla, los antebrazos apoyados en el

volante ardiente, en una calle poco concurrida, a

sabiendas de que nadie me iba a controlar.

Por su parte, Flash solicitó y obtuvo un permiso de

una semana que aprovechó para viajar a la playa y

retomar su antigua y casi abandonada pasión por la

fotografía. El resto del verano, sin embargo, hubo de

languidecer entre montones de papeles, carpetas y

archivos, en la Comisaría donde los expedientes

(multas, denuncias, requerimientos, órdenes del

juzgado, etc.), se amontonaban con recalcitrante y

sorprendente regularidad a pesar de que, como digo,

la ciudad estaba muerta como todos los veranos.

En aquellos meses, vampiresa, ni Flash ni yo (hasta

donde puedo saber) pensábamos en aventuras

galantes, ni en mujeres. Nuestras vidas llevaban otro

rumbo, más feliz. Pronto íbamos a separarnos, cada

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Una mariposa aletea en China

Page 19: Una Mariposa Aletea en China

uno iría a una ciudad distinta y por ende nueva, y

éramos lo suficientemente jóvenes como para

confundir los avatares de la vida con una aventura.

Yo soñaba por aquel entonces con llegar a ser un

detective lúcido y desencantado; tenía en mi cuarto

un póster de Humphrey Bogart en “El halcón

Maltés”, y había empezado a fumar, tarde pero con

una devoción propia de converso. Ya no me

conformaba con leer sino que planeaba incluso

hacerme escritor, algo de lo que afortunadamente

hube de desistir al conocer a Helena,

aproximadamente un año después de aquel verano,

la que sería mi mujer.

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Carlos Almira Picazo

Page 20: Una Mariposa Aletea en China

III

En cuanto a Flash, regresó de la playa con unas

extrañas y atrayentes fotografías: paisajes lunares

que parecían recién sacados de la pesadilla de una

noche de insomnio y calor; escenas urbanas

demasiado típicas, algunas no desprovistas de

encanto; retratos; fotografías de animales... Pocos

días antes de conocer nuestros respectivos destinos

me confesó que abandonaba definitivamente la

fotografía por ser una afición, según reconocía ahora,

demasiado infantil. Perdimos el contacto durante

varios meses. A Flash lo destinaron a la pequeña

ciudad de X, un lugar perfectamente insulso,

absolutamente carente de interés, del que tendré

más ocasiones de hablar, pues ejerció sobre él, según

creo ahora, un influjo destructivo. En cuanto a mí, me

destinaron a un pequeño pueblo cercano a Madrid

que reunía todas las ventajas del medio rural:

tranquilidad, vivienda y servicios relativamente

baratos, un pedazo de naturaleza, aparcamiento

fácil, etc.; junto a la ventaja inestimable de estar

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Una mariposa aletea en China

Page 21: Una Mariposa Aletea en China

cerca de Madrid, de sus teatros, de sus cines, de sus

librerías, de sus museos, de sus distracciones, en

suma. En menos de media hora nuestra pequeña

línea de cercanías se adentraba en el vientre

metropolitano de la capital. Y aunque mi sueldo y mi

situación personal (pues enseguida me embarqué en

los difíciles exámenes de ascenso a subinspector y

también sufrí por eso el acoso y el menosprecio y la

incomprensión de mis compañeros, pueblerinos y

resignados) no me permitían grandes alardes, escaso

de tiempo y de dinero, pese a todo creo que

aproveché muy bien esos meses y que les saqué todo

el jugo que pude, y aún los hubiese aprovechado más

si la desgracia no hubiese hecho acto de presencia

inesperadamente.

Yo sabía, por las breves y escasas cartas que nos

cruzamos casi medio año después de separarnos, que

Flash no era feliz. Había cambiado, en realidad era ya

otra persona. Nuestra correspondencia era

impersonal y telegráfica. En ella apenas mencionaba

su trabajo. Describía lacónicamente el aburrido

barrio dormitorio donde, a pesar de su flamante

carné de conducir y de su coche nuevo, pasaba todos

los días de permiso y las fiestas. ¿Qué podía hacer

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Carlos Almira Picazo

Page 22: Una Mariposa Aletea en China

allí, qué pasaría por su cabeza, entre aquellas

manzanas insípidas, con sus supermercados, sus

cabinas de teléfono rotas, sus parques vacíos de

niños, un día tras otro? Cuando en una ocasión le

mencioné las pruebas de subinspección, que por ser

nacionales se celebraban todos los años en Madrid,

me respondió que no podríamos vernos pues no iba

a presentarse. Había llegado a una vía muerta.

Alguna vez pensé en darle una sorpresa y, de paso,

satisfacer mi curiosidad, plantándome de improviso

en su casa. Pero siempre surgía algún inconveniente

de última hora que me lo impedía, y siempre

pensaba que habría una próxima vez muy pronto.

Entretanto mi amigo, mi antiguo compañero de

Instituto, se aproximaba acaso sin él saberlo al

precipicio.

No puedo precisar en qué momento te conoció,

vampiresa. La primera carta donde apareces

mencionada, casi de paso, no lleva fecha, tal era su

costumbre, y yo tiré hace mucho tiempo el sobre,

como he tirado y destruido todo lo que, aún de una

forma lejana, me ha unido alguna vez a ti. Pero

guardo aún la carta. La frase, el párrafo exacto donde

habla de ti, es éste:

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Una mariposa aletea en China

Page 23: Una Mariposa Aletea en China

“...ayer salí por primera vez con ella (tu nombre

aparece tachado, yo lo taché tras la muerte de Flash):

tú sabes que siempre he temido a las mujeres,

aunque por supuesto me han gustado; en cuanto

surge la posibilidad, aún remota, de una relación

íntima con el otro sexo, se me pone la piel de gallina

y salgo corriendo como un chico de doce años. Me

preguntó por qué será. Sin embargo ella ha sabido

retenerme. La primera impresión que me ha

producido nada más verla ha sido la de una hermosa

araña que espera pacientemente a su presa. Incluso

su forma de vestir, más propia de una chica joven (es

mucho mayor que yo), su suéter ajustado y negro, su

falda estrecha, larga y negra, y la chaqueta de cuero

del mismo color, recuerda vagamente a ese

animal...”

Aquellas líneas me hicieron entonces sonreír. Sin

duda Flash exageraba. Ahora no puedo releerlas sin

sentir un escalofrío.

Fue por la época de los exámenes de subinspector

cuando recibí una carta, la última que recibiría, de mi

amigo. En ella me pedía, me suplicaba, que fuera a

verle cuanto antes. Aunque no hablaba de ti,

vampiresa, yo te adiviné desde la primera línea.

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Carlos Almira Picazo

Page 24: Una Mariposa Aletea en China

“Flash tiene problemas con esa mujer”, me dije. No le

di importancia. Me era imposible, por otra parte,

desplazarme en ese momento, en plenas pruebas, y

esto influyó en mi decisión de posponer el viaje a X.

Uno comete en su vida, normalmente, tres o cuatro

grandes errores y aquél fue uno de ellos.

Cuántas veces me he lamentado y me lamento aún

hoy de no haber respondido enseguida a su llamada.

Sin embargo las circunstancias y el hecho de no

haber tenido durante meses más contacto con Flash

que aquel intercambio epistolar, se combinaban para

que todo tuviese que discurrir así, de una forma

trágica. Mi amigo a quien unas semanas después no

reconocería ya, tendido en una losa de mármol en el

tanatorio municipal de X, me había pedido auxilio tal

vez cuando yo ya no podía prestárselo. Sea como

fuere, viviré toda mi vida con la sensación de haberlo

abandonado cuando más me necesitaba.

Es sorprendente cómo se amolda la lógica a

nuestras necesidades, cómo nuestros deseos se

disfrazan, se enmascaran de necesidad. ¿No era algo

normal que un chico, al fin y al cabo sin experiencia,

tuviese un tropiezo sentimental en su primera

aventura amorosa? Incluso desunciendo el término

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Una mariposa aletea en China

Page 25: Una Mariposa Aletea en China

aventura de sus connotaciones frívolas, ¿no era

normal que sufriese por culpa de una mujer que,

además, era mucho mayor que él y que lo aventajaba

al parecer en maldad y en astucia? No sospeché,

pues, que nada extraordinario, nada que no hubiese

ocurrido ya antes miles de veces en la jungla de las

relaciones humanas, amenazase especialmente a

Flash. Aunque confieso que durante aquellos días en

que opté por el silencio, sentí una vaga inquietud por

mi amigo, me rondó la intuición de un peligro

impreciso, algo que me hacía volver una y otra vez

sobre la carta que llegué a aprenderme de memoria.

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Carlos Almira Picazo

Page 26: Una Mariposa Aletea en China

IV

Los exámenes duraron tres semanas. Como

aprobé los dos primeros, tuve que esperar unos días

hasta el último. Me había hospedado en una pensión

en el extrarradio de Madrid. Quien me hubiera visto

en aquellas fechas habría pensado que estaba

enfermo, o incluso desquiciado. La tensión de los

exámenes me consumía impidiéndome dormir y

comer de forma normal. Me obsesionaba la idea de

un fracaso fortuito, de un tropiezo estúpido e

imprevisto de última hora que me hiciera perder,

pensaba, sin ninguna lógica, lo que ya tenía al

alcance de la mano. Para distraerme salía a tomar el

aire a altas horas de la noche y me aventuraba sin

pensarlo por calles donde ni siquiera entraba la

policía.

Las putas, los chaperos y los traficantes se

apretujaban en las sombras, contra las casas

mohosas, extrañados y divertidos de verme pasar a

pie, solitario, por allí. Yo estaba tan convencido de mi

fracaso que no se me pasaba por la imaginación que

nada peor me pudiese ocurrir. Tal era mi naturalidad

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Una mariposa aletea en China

Page 27: Una Mariposa Aletea en China

y mi desenvoltura que nunca se metieron conmigo,

tal vez porque pensaban que yo era de la secreta o

un confidente de la policía.

Un día, al borde de mi resistencia nerviosa, volví a

releer por enésima vez la carta. El sol del crepúsculo

daba en la ventana, abierta a un patio interior, entre

los ruidos cada vez más animados que suelen

anunciar el anochecer. Tiendas que se cierran; bares

que se empiezan a animar o a languidecer; una fauna

humana que reemplaza a otra más gris y sumisa, en

las calles; pájaros que se desgañitan antes de

enmudecer brusca y concertadamente; el rumor

lejano de la ciudad, parecido al de un oleaje que

anuncia el cambio de marea.

Me gustaba apurar aquellos minutos de extraña

calma, tumbado en mi cama, la vista perdida en el

techo mientras la penumbra se iba apoderando

palmo a palmo de la habitación. De vez en cuando

llegaba de la escalera o de la recepción una voz

áspera, un carraspeo, o el golpe de una puerta.

Sólo cuando la oscuridad era casi completa me

decidía a encender la luz, tristona, que se descolgaba

a regañadientes del techo.

No pensaba en nada que no hubiese pensado ya

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Carlos Almira Picazo

Page 28: Una Mariposa Aletea en China

antes mil veces: el tropiezo de Flash con una mujer

mayor, como entonces te imaginaba, vampiresa, no

me parecía nada del otro mundo. Sin duda ahora,

pensé, estará con ella; la reconciliación será más

dulce tras cada nuevo enfado. Os imaginé

acaramelados besuqueándoos en cualquier rincón,

pellizcándoos y llamándoos entre susurros con toda

clase de ridículos diminutivos, como suelen los

enamorados al principio.

Me alegraba por Flash a quien en los últimos

tiempos de la Facultad había visto, al menos eso me

parecía aquella tarde, tumbado indolentemente en

mi cuarto de pensión, huraño e infeliz. Le iba

haciendo falta una mujer.

Encendí, pues, la luz, y me dispuse a escribirle una

carta desenfadada, dando por supuesto que los

nubarrones ya habían desaparecido. El último

examen era al día siguiente temprano, así que

aquello, aparte de calmar mi conciencia, me servía

para distraerme. Le prometí hacerle una visita en

pocos días, en cuanto supiese el resultado de las

pruebas. Pediría unos días de permiso antes de

Navidad. Tras leer lo escrito, satisfecho como quien

hace una buena obra, doblé el papel para enviarlo al

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Una mariposa aletea en China

Page 29: Una Mariposa Aletea en China

día siguiente y me quedé dormido.

Antes he dicho que Flash abandonó su afición a la

fotografía. No puedo decir que yo hiciera lo mismo

con la afición a escribir. Llegar a ser algún día un gran

escritor, un novelista reputado, me obsesiona desde

la adolescencia. Aunque los resultados hasta la fecha

hayan sido no ya pobres sino prácticamente nulos,

inexistentes, nunca he dejado en todos estos años,

desde que terminamos el Instituto, de levantarme

una o dos horas antes de las clases en la Facultad o

del trabajo, para escribir. Con los años aquel acto

estéril ha llegado a involucrar todo un ritual

minucioso y obsesivo: la mesa debe de estar vacía,

sólo ocupada por un puñado de cuartillas y por los

útiles necesarios: una estilográfica (o un lápiz blando)

y un raspador para los tachones; siempre he

detestado los cuadernos y escribir a máquina; es

preciso también, a ser posible, una lamparita de

mesa o de pié; una ventana que dé a la calle (ya he

dicho que la de mi pensión daba, excepcionalmente,

a un patio interior cerrado); un cenicero; cigarrillos

suficientes para varias horas; media docena de libros

escogidos al azar...

Aquellos días, sin embargo, la mesa escueta

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Carlos Almira Picazo

Page 30: Una Mariposa Aletea en China

adosada a la pared, tan estrecha que apenas podía

meter las piernas debajo y salpicada de

desconchados y abolladuras, aparecía tomada por los

libros y los apuntes de Derecho y los fascículos

manoseados del Reglamento del Cuerpo de Policía.

En una de aquellas carpetas llenas de fotocopias

emborronadas de notas y subrayados estaba la carta

fatídica de Flash.

Al día siguiente me desperté con el último

timbrazo del reloj, con el tiempo justo para vestirme

y sorber el café hervido. Corrí al metro donde ya

hacía tiempo que se atoraba una cola de

trabajadores de toda laya y de estudiantes, la

mayoría procedentes no del barrio sino de las otras

líneas que unen los distintos extrarradios. Algunos

me miraron como si llevara algo en la cara o me

hubiese puesto la camisa del revés. Lo mejor en esos

casos es no darse por enterado.

Una vez en las galerías cada vez más profundas y

laberínticas, desenrollé disimuladamente el callejero:

para no pasarme de parada como las dos veces

anteriores, rememoré la serie que me correspondía

procurando no separarme de la puerta, empujado

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Una mariposa aletea en China

Page 31: Una Mariposa Aletea en China

por el vaivén de los que entraban y los que salían.

Llegué cinco minutos antes de que empezara la

prueba. Describo tan minuciosamente esto porque

pienso que fue decisivo el no tener la mente ocupada

en el examen al deber atender a tantos pequeños

contratiempos. Las respuestas, correctas y concisas,

salían fluidamente de mí, con la naturalidad de las

frases acostumbradas y archisabidas de un diálogo.

Aprobé.

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Carlos Almira Picazo

Page 32: Una Mariposa Aletea en China

V

Fue poco después de ver mi nombre en la lista

cuando recordé la promesa hecha a Flash, en mi

carta, de ir a visitarlo a X. Así que emprendí aquel

viaje aprovechando los días de permiso previos a

nuestra toma de posesión.

Decidí presentarme por sorpresa. Tenía la

dirección de los remites de sus cartas. Aquella misma

tarde pagué la pensión y tomé el cercanías habitual.

Antes de irme debía pasar por casa para recoger

alguna ropa y el dinero que no había tenido tiempo

de ingresar en el Banco. Al día siguiente, muy

temprano, tomé un tren medio vacío que me pareció

el más alegre y cómodo del mundo; me arrellané

junto a la ventanilla dispuesto a disfrutar del paisaje

monótono y destartalado que, poco a poco, sin

prisas, iba apareciendo al otro lado. Poco después,

cuando el sol empezó a ser molesto, eché la cortina y

me enfrasqué en la lectura, ansioso de que pasaran

rápidamente las cuatro horas largas que aún me

faltaban. De cuando en cuando cerraba los ojos y me

quedaba traspuesto, en un sueño muy superficial.

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Una mariposa aletea en China

Page 33: Una Mariposa Aletea en China

No pensaba en Flash ni en lo que iba a hacer ni a

decirle. Sólo en mi alegría que se me antojaba que el

Universo entero conocía y compartía. Ciego, en mi

egocentrismo infinito, daba por hecho que mi amigo

saldría a recibirme radiante de felicidad (sin pensar

que, por ejemplo, él había renunciado a aquel

examen y yo me había convertido de pronto, como

consecuencia del mismo, en su superior).

Aquellas horas de tren fueron las últimas horas

verdaderamente felices de mi vida. Incluso los

momentos compartidos posteriormente con Helena

(los nuestros, vampiresa, no pueden catalogarse de

felices ni incluirse aquí; sí fueron intensos y sobre

todo destructivos, pero no felices, y la prueba de ello

es que no recuerdo ni un sólo instante en nuestra

relación en que yo pudiera abandonarme

verdaderamente, ni siquiera durante el sueño;

siempre me parecía que algo me acechaba, algo

oscuro y sórdido que me impedía ser yo, actuar de

una forma natural…), pues bien, ni siquiera en las

muchas horas felices que he pasado después con la

que ahora es mi mujer encuentro nada comparable a

esa felicidad sin sombras, casi beatífica, volcada

completamente hacia el futuro y a la vez sumida en

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Carlos Almira Picazo

Page 34: Una Mariposa Aletea en China

un abandono atemporal, en una especie de nirvana;

nada se parece a aquel viaje cuyo propósito exacto

yo ni siquiera me planteaba, como no se plantea uno

meterse en un río un día de verano. Iba a reunirme

con mi amigo que por entonces ya llevaba varias

horas muerto. Yo que tenía tantas cosas que contarle

y que preguntarle, que paladeaba con fruición, de

antemano, las horas que pasaríamos juntos

rememorando los viejos tiempos. Feliz.

33

Una mariposa aletea en China

Page 35: Una Mariposa Aletea en China
Page 36: Una Mariposa Aletea en China

VI

El golpe debió de ser brutal. Entonces no vi el

coche en el que se estrelló, me bastó con el

testimonio del policía que bajaba las escaleras de su

apartamento cuando yo llegué. Era pasado el

mediodía. Un grupo de vecinos, de curiosos, se

agolpaba ante el piso del muerto. Quizás entre ellos

estabas tú, princesa, debiste estar, seguro que

estabas.

Donde no estabas era junto al conductor suicida.

Todo salió en la prensa: Flash conducía solo, al

parecer bajo los efectos del alcohol y de otras drogas.

Últimamente no habíais hecho más que discutir y yo,

en cuanto llegué, recordé la última carta, aquella en

que me hablaba de ti y me pedía auxilio. Una oleada

de sentimientos encontrados me golpeó dejándome

aturdido durante unos minutos. Si alguien me

hubiera visto entonces hubiera pensado que yo era el

asesino.

El lugar donde se había empotrado contra el árbol,

un pino de carretera retorcido y medio arrancado,

era una recta limpia, amplia y bien visible, sin apenas

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Una mariposa aletea en China

Page 37: Una Mariposa Aletea en China

tráfico, situada en una de las salidas menos

concurridas de X. No cabía pues pensar en un

accidente ordinario. Flash se había matado

deliberadamente, o bien se había dormido justo en el

momento en que pasaba junto al árbol.

No obstante, lo brutal del golpe, el viraje brusco en

el último momento, en la última fracción de segundo

anterior al impacto, había descargado el grueso de

éste sobre el asiento del copiloto que iba en ese

momento vacío, empotrando por allí el motor contra

la carrocería y contra el asiento trasero. Gracias a

esta circunstancia el cuerpo de Flash aparecía casi

intacto, reventado por dentro pero sin grandes

señales externas, aparte de los inevitables moratones

en la cara (y supongo que en el resto del cadáver,

que ya estaba vestido y amortajado cuando yo

llegué).

Una mujer mayor, vestida de negro, y un hombre

de edad indefinida, eran los únicos en velarlo. Allí al

parecer nadie lo conocía, y sus compañeros, con los

que no debió entablar demasiada intimidad, ya se

habían marchado tras el rápido pésame de rigor. La

mujer, extraordinariamente envejecida, era la madre

viuda y ahora también “huérfana” de Flash.

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Carlos Almira Picazo

Page 38: Una Mariposa Aletea en China

Al hombre no lo conocía.

Permanecí de pie junto a la puerta, perdido en mis

pensamientos, hasta que empezó a anochecer.

Cuando me despedí de la señora me di cuenta de que

el hombre ya se había marchado. Estuve a punto de

preguntarle quién era pero el pudor me lo impidió. La

pobre mujer temblaba pero había que acercarse para

darse cuenta. Hasta ese punto se esforzaba y lograba

disimular sus emociones.

Ya estaba junto a la puerta abierta sobre un trozo

negro de jardín, cuando su voz me retuvo:

–Mi hijo no se ha matado.

Me acerqué a ella.

–¿Qué?

La frase debió ahogársele en la garganta pero

antes de que me diese cuenta me había deslizado

furtivamente la llave en la mano que me apretaba

con un gesto colérico.

–Vaya, vaya enseguida, cuanto antes–, me dijo.

Salí con aquello en el bolsillo, ardiendo.

De pronto, cuando ya estaba a unos pasos del

portal de Flash, me asaltó la incertidumbre, el miedo

¿por qué no decirlo? ¿Y si había alguien, y si de

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Una mariposa aletea en China

Page 39: Una Mariposa Aletea en China

pronto se abría la puerta y aparecía el asesino o sus

cómplices? Pensé en ti, princesa, desde un ángulo

más que desfavorable. Pero era lo menos que podía

hacer, entrar en aquel piso deshabitado. Si aparecía

la policía o algún otro extraño me identificaría como

policía y como amigo del muerto, de Flash.

También podía atrancar la puerta y pasar la noche

allí atrincherado. Por la mañana, con las ideas más

claras, me dedicaría a rebuscar tranquilamente entre

sus cosas. Si ahora encendía las luces o si cerraba las

persianas iba a llamar la atención de los vecinos que

estarían pendientes.

Yo ya me había hecho mi composición de lugar:

Flash se había estrellado, voluntaria o

involuntariamente, y allí no había asesinato ni nada

parecido. De existir la menor probabilidad de un

homicidio, el autor o sus cómplices habrían dejado

alguna huella de su presencia en el coche siniestrado,

y la policía (el juez) habría precintado el piso para

buscar más pruebas. En cambio, todo parecía

tranquilo como si allí no hubiera pasado nada. La

casa dormía en apacible silencio. El homicidio estaba

descartado.

Si alguien hubiese acompañado a Flash, su cuerpo

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Carlos Almira Picazo

Page 40: Una Mariposa Aletea en China

habría aparecido aún más irreconocible por el golpe,

salvo que hubiese viajado encogido, apretado justo

detrás del conductor, lo cual era absurdo. Por otra

parte, era normal que la pobre mujer no aceptara los

hechos y que se aferrase a la idea consoladora de un

culpable antes que asumir que su hijo era un

inconsciente o un suicida y que no lo volvería a ver

más.

Tal vez hubiera oído hablar de la misteriosa mujer

y, con sus celos de madre, le achacara si no la culpa,

al menos la responsabilidad de la desgracia. Aquella

idea me asaltó de pronto y volvió a recordarme la

maldita carta. Cuando la llave se encasquilló casi me

alegré de no poder entrar. Pero al segundo intento la

llave giró suavemente y me vi en medio de una

habitación desconocida, completamente a oscuras.

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Una mariposa aletea en China

Page 41: Una Mariposa Aletea en China
Page 42: Una Mariposa Aletea en China

VII

Al día siguiente me desperté en un cuartito

coqueto. Me había tumbado casi a tientas sobre un

sillón cubierto sólo con mi abrigo. La casa, que

disponía de calefacción central, estaba aún tibia tras

las horas frías de la madrugada. Enseguida me di

cuenta de un hecho insólito: todas las habitaciones,

hasta el último detalle, aparecían limpias y

perfectamente ordenadas.

Al principio deambulé desorientado, sin saber qué

hacer. Trasteando en la cocina, digna de una

exposición, encontré café y galletas. Desde que

llegara el día anterior no había comido nada, así que

me sentí bastante satisfecho con aquel festín.

Mientras masticaba y me desperezaba crecía mi

asombro: todo, absolutamente todo, muebles, libros,

ropa, cacharros, electrodomésticos, estaba en

perfecto orden y tan limpio como si acabaran de

pasarle la bayeta. No parecía desde luego, la casa de

un suicida.

¿Qué esperaba encontrar? Camas revueltas, ropa

tirada por el suelo, ceniceros llenos de colillas, platos

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Una mariposa aletea en China

Page 43: Una Mariposa Aletea en China

en el fregadero, basura en el cubo a rebosar.

Enseguida me puse manos a la obra. Primero me hice

una idea de la disposición de la casa y del tipo de vida

que mi amigo haría habitualmente. Me di cuenta de

que no vivía solo: nadie que está solo se preocupa

tanto por la limpieza. Reuní todos los objetos que lo

habrían acompañado en las horas inmediatas previas

a su muerte: un periódico del mismo día; cartas sin

abrir (facturas y publicidad sin interés aparente); un

libro separado del resto, perfectamente ordenado en

los anaqueles... Comprobé el buzón telefónico y

anoté el número de una llamada sin mensaje,

registrada en el mismo día. Luego empecé a

conciencia con los cajones: los dormitorios, el

comedor... Al cabo de una hora tenía ante mí una

colección bastante variopinta de cosas.

El sol entraba en la habitación. Abrí la ventana que

daba a una calle silenciosa y tranquila y me puse a

darle vueltas a aquello, ensimismado por su tacto

suave, frío, fascinado por su textura y su color verde

de mar.

Sonó el teléfono. Tras el gesto maquinal de

descolgar quedé inmóvil, como si de pronto me

hubiese perdido en un dilema y no encontrase la

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Carlos Almira Picazo

Page 44: Una Mariposa Aletea en China

salida. El último timbrazo languideció poco a poco en

el aire sin respuesta.

Conjeturé que antes de diez minutos alguien

llamaría a la puerta, la mujer de la carta, mi princesa.

A pesar de tener llave y de ser ella la autora de aquel

orden, adivinaría que yo estaba allí e insistiría hasta

que le abriera. Sólo después de mucho rato, y no sin

grandes dudas y precauciones, se decidiría a sacar la

llave de su bolso y a entrar por ella misma. Por

supuesto ella ya sabía que Flash había muerto. No

vendría pues a hablar con él sino conmigo, y tal vez.

Pero todo aquello no eran más que elucubraciones,

sobre todo querría recuperar aquel objeto precioso

que reverberaba en mi mano como un aguamarina.

¿Cómo explicarlo? Estaba tan fuera de lugar como

la Gioconda en la pared de mi cocina. Escondida,

quizás perdida, entre la ropa interior de mi amigo

recién lavada y planchada, al fondo del cajón.

No mediría ni dos centímetros de longitud. Era más

estrecha por un extremo que por el otro. Hecha de

jade o de un material parecido. En el extremo más

grueso, en menos de medio centímetro de

circunferencia, había labrado un mono de larga y

complicada cola. No parecía haber sido usada

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Una mariposa aletea en China

Page 45: Una Mariposa Aletea en China

recientemente.

Después examiné el resto de los objetos y guardé

la boquilla de jade en un bolsillo aprisionándola con

cuidado con el pañuelo.

Al cabo de una hora aproximadamente volvió a

sonar el teléfono.

–¿Sí?

Alguien respiró al otro lado, vaciló, balbuceó un

monosílabo y colgó.

Tras guardar algunas cosas en mi abrigo, fregué la

taza de café, vacié la única colilla del impoluto

cenicero y salí a la calle donde daba la ventana del

comedor.

Avanzaba el mediodía. El sol reverberaba, acuoso y

débil, entre los árboles y los escaparates,

parcialmente velado por dos o tres grandes nubes.

Había una parada de taxis cerca y pude llegar al

cementerio justo en el momento en que terminaba el

entierro.

No hablé con la madre de Flash. Volví a darle el

pésame y le deslicé la llave del piso entre las manos.

No intentó retenerme. Se lo agradecí.

Busqué al desconocido de la víspera. Tampoco

había ninguna mujer. Sólo algunos curiosos

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Carlos Almira Picazo

Page 46: Una Mariposa Aletea en China

arrastrados desde otros entierros, atraídos por el

morbo.

De pronto me dije si todo aquello tendría algún

sentido. Lo más importante, lo único que contaba,

era que mi amigo estaba muerto y que ya no

volveríamos a vernos ni a hablar nunca más. Debía de

haber sido desgraciado aquellos meses últimos, pero

tal vez no había ninguna mujer fatal, quizás llevaba

en sí la fuente de su desgracia. Recordé su decisión

repentina de dejar la fotografía.

Tal vez el mejor homenaje que podía hacerle era

olvidarlo.

El plan de investigación que yo me había hecho

aquella noche, antes de despertar en el piso, me

pareció a la luz del día una pura fantasía. ¿A qué

remover las desgracias? ¿No era, en el fondo, un

juego, el juego de un flamante subinspector que

juega a investigar un “crimen”? Me preguntaba, ya

en el tren, si Flash hubiese reaccionado de la misma

manera que yo de habernos intercambiado los

papeles. Mientras releía la lista de cosas que había

apuntado (buscar al hombre desconocido, de rasgos

orientales, del tanatorio; buscar a la femme fatale de

la que me hablaba en su carta; examinar el coche;

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Una mariposa aletea en China

Page 47: Una Mariposa Aletea en China

rastrear todos los números de teléfono, todas las

direcciones de las cartas, las facturas e incluso los

folletos; husmear en todos los otros objetos

personales; buscar fotografías y sus negativos;

examinar con cuidado la ropa, la nevera, para

hacerme una idea de sus hábitos de vida –por

ejemplo, si bebía habría botellas por todas partes,

que estarían a la vista si vivía solo y escondidas si

vivía acompañado, salvo que su compañera fuese

también alcohólica–...), repasaba esta lista digna de

un criminólogo en ciernes, adormecido por el vaivén

del tren.

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Carlos Almira Picazo

Page 48: Una Mariposa Aletea en China

VIII

Me dieron destino en la misma localidad, y

comenzó mi verdadera vida de investigador: nada de

crímenes ni de robos espectaculares; investigaba a

empresas que defraudaban a Hacienda. En la era del

gran capitalismo los grandes criminales se

encontraban en los parquets de la Bolsa y de los

Bancos. Ni siquiera me quedaba el consuelo de

rastrear presuntas infidelidades matrimoniales, ya

que aparte de haberse legalizado el divorcio y de

haberse normalizado la homosexualidad, estas

investigaciones las realizaba con éxito la prensa rosa.

En suma, la vida había perdido su sabor. Yo no era

Humphrey Bogart, cuyo póster languidecía

amarillento de nicotina en mi cuarto de soltero (si se

me hubiera ocurrido prender un cigarrillo en el

trabajo media docena de personas escandalizadas

habrían corrido inmediatamente a apagarlo, y qué

decir si me hubiesen descubierto, siguiendo al bueno

de Marlowe, una botella de gin Four Roses en el

bolsillo del abrigo o en el cajón del despacho).

Admitámoslo: yo tenía muchos grillos en la cabeza y

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Una mariposa aletea en China

Page 49: Una Mariposa Aletea en China

me había hecho una idea exagerada de la vida. Con

menos de treinta años había empezado a perder ya

el pelo de forma alarmante, especialmente en torno

a las sienes y en la coronilla. Me acostaba a las once

para estar fresco al día siguiente. Conducía un coche

oficial (cuando fuera inspector tal vez me asignarían

un chófer compartido para “misiones especiales”),

circulando con la prudencia y la circunspección de un

vendedor de pompas fúnebres. Me presentaba de

improviso junto a los agentes de aduanas en naves

donde se falsificaba ropa deportiva de marca

rimbombante, o donde se almacenaban juguetes que

no cumplían ninguna normativa de seguridad. De vez

en cuando alguna compañera de trabajo me echaba

el ojo o yo le echaba el ojo a ella, y teníamos nuestra

aventurilla con nuestros cinco minutos de gloria

incluidos. Como vivía solo llevaba una vida doméstica

paralela, perfectamente camuflada y caótica. Empecé

a preocuparme por la dieta cuando los pantalones

dejaron de entrarme; a recoger publicidad sobre

paquetes de vacaciones organizadas. Los fines de

semana y los demás festivos se me hacían

interminables, especialmente las tardes. Cuando

comenzó el buen tiempo instalé una mesita y una

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Carlos Almira Picazo

Page 50: Una Mariposa Aletea en China

silla de jardín en mi minúsculo balcón y allí bostezaba

y leía hasta que me rodeaba literalmente la

oscuridad.

Sólo leyendo lograba evadirme.

Un día escribí con mano trémula en el póster de

Bogart: “el material del que están hechos los sueños,

¿cuál es?”

A principios del verano al cerrar por enésima vez la

novela que estaba leyendo topé con la boquilla de

jade que encontrara en la casa de Flash. En todo

aquel tiempo no había vuelto a pensar en ella. Sentí

cómo los ojos se me humedecían. Al fin algo vivo,

vibrante, como las manos de mi amigo. Enseguida me

vino a la mente la misma pregunta que me había

hecho tantas veces: ¿qué hacía un objeto como aquél

allí?

La puse a la luz ya en fuga entre los árboles de la

calle, para examinarla bien: sin duda era un objeto

peculiar, quizás muy antiguo. Tal vez perteneciese a

algún Museo. ¿Qué sé yo? Quienquiera que la

hubiese poseído no la había utilizado. Volví a

deleitarme con la figura del mono labrada con mano

experta en el borde. Tal vez fuese un talismán, un ex

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Una mariposa aletea en China

Page 51: Una Mariposa Aletea en China

voto, ¡yo qué sé! La dejé, desconcertado, sobre la

mesa.

Al día siguiente, acicateado por aquel misterio,

llamé a todos los números de teléfono de la agenda

de Flash. La mayoría eran usuarios que habían

cambiado de número o se habían dado de baja: no el

tuyo, princesa; ni el del hombre desconocido que

salía aquel día del tanatorio.

Por tu voz te juzgué, como luego por tu cara y tu

cuerpo. Qué contraste delicioso entre tu apariencia

infantil, ingenua, y tu experiencia. Loba con piel de

cordero. En cuanto te mencioné el asunto, tras

identificarme con excesiva torpeza, tu interés se

disparó aunque hiciste todo lo posible por

disimularlo. Percibí cómo el tono de tu voz se

alteraba, cómo el ritmo de tu respiración se

aceleraba ante la sola mención de aquello, y me

encantó que intentaras disimularlo. Por el contrario,

el señor Issa, el desconocido del tanatorio, no se

alteró. Quería verme desde hacía tiempo, pues al

parecer había perdido mi pista.

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Carlos Almira Picazo

Page 52: Una Mariposa Aletea en China

IX

Desde el primer momento desplegaste todas tus

armas. Yo, halagado, acostumbrado a los flirteos

inocentes con mis compañeras de trabajo, te dejé

hacer. Era sábado y la cafetería de la estación estaba

llena de gente que se desplazaba hacia las playas de

Levante y de Andalucía. Me dijiste que tu vagón iba

medio vacío pero que habías pasado toda la noche

soportando a un pesado. El rímel algo corrido, el

vestido arrugado y las ojeras denunciaban, en efecto,

una noche en blanco.

De vez en cuando nuestros pies se rozaban.

Tras las presentaciones te hice las dos preguntas

que más me preocupaban:

–¿Quién es el señor Issa?

La segunda pregunta:

–¿Qué es esto?

Al ver la boquilla no pudiste disimular. No te lo

esperabas. De pronto aquel objeto me parecía

revestido de magia.

El roce de nuestros pies se intensificó mientras me

hablabas con tu voz más inocente. Comprendí por

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Una mariposa aletea en China

Page 53: Una Mariposa Aletea en China

qué Flash se había enamorado de ti. También

comprendí que aquel objeto, de alguna forma, tenía

algo que ver con su muerte.

De pronto te echaste a llorar con un llanto

delicioso, desprovisto de hipidos y aspavientos. Yo

había devuelto la boquilla a la profundidad de mi

bolsillo y te contemplaba a la mayor distancia

posible:

–El señor Issa quiere comprar.

–¡Es un recuerdo de Flash!

–¿Qué hacía entre sus calzoncillos?

–Yo iba allí, vivía allí.

–¿Qué hacía entre sus calzoncillos?

–¿Cómo voy a saberlo! –pero te ruborizaste.

Por un momento, dejaron de rozarse nuestros pies.

–¿Entonces es tuya?

–¡Ya te lo he dicho!

Nuestros pies volvieron a encontrarse bajo la

mesa. La gente pasaba ajena junto a nosotros pero

yo me sentía tan solo como en medio de un bosque.

–La madre de Flash me dio la llave del piso.

–Eres policía.

–Flash también era policía.

Inesperadamente te inclinaste hacia mí y me

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Carlos Almira Picazo

Page 54: Una Mariposa Aletea en China

besaste:

–Vámonos –dijiste.

El lunes me desperté con la cabeza pesada, con la

sensación de no haber comido, ni dormido, ni

descansado, ni hecho otra cosa que frotarme contra

ti. En los intervalos, cuando la luz y la penumbra

habían cambiado tanto en la ventana que nos

desorientábamos y nos reíamos, bebías y me hacías

beber, primero ginebra mezclada con agua y luego

ginebra sola en un vaso de plástico sucio. Así que el

lunes cuando me dirigía al trabajo sin desayunar por

temor a los vómitos, tenía una resaca de

campeonato. Me pregunté si Flash se habría vuelto

alcohólico bajo tu influencia y me prometí

averiguarlo en cuanto pudiera.

Luego tuve un presentimiento que resultó ser

verdad: si encontrabas la boquilla te marcharías,

desaparecerías para siempre de mi vida.

Inmediatamente se apoderó de mí la inquietud, el

miedo. Por suerte estaba bien escondida, aunque

revolvieras la casa como en efecto hiciste, no la ibas

a encontrar. También me preocupaba, dicho sea de

paso, la calma del japonés que se creía con más

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Una mariposa aletea en China

Page 55: Una Mariposa Aletea en China

derecho que tú a poseer aquel objeto. De pronto me

pareció que una legión de demonios me atosigaba

por culpa de aquel objeto maldito. Lo más fácil y

quizás también lo más juicioso hubiera sido

deshacerse de él enseguida. Pero puestos a

elucubrar, supuse que ni tú ni el extranjero, ni el

resto de los seres interesados en él que sin duda

irrumpirían más tarde o más temprano, iban a

tragarse jamás el cuento. Lo peor que me podía

ocurrir era perder de veras la boquilla.

Se me ocurrió pasártela a ti, vampiresa, y ver qué

pasaba a continuación. Ellos te perseguirían, te

acosarían, y a mí me dejarían en paz. Tú te

convertirías en la pieza y yo en un mero testigo. Algo

en aquel juego no me gustaba. Hay gente tan

fanática que es capaz de matar.

Sonreí, supongo que la satisfacción reverberó en

mi rostro como el resplandor en una lámpara. ¡Yo

tenía la boquilla! ¿Te das cuenta? En cuanto me

cansara de ti, me empezara a agobiar tu manía de

beber y de dominarme, te la dejaría como por

descuido en un cajón, como si la hubiese mal

escondido, y me sentaría a esperar a que la

encontraras.

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Carlos Almira Picazo

Page 56: Una Mariposa Aletea en China

Mientras revisabas informes y cuentas aquella

mañana bochornosa, y luego cuando tuviste que

acudir a aquel almacén clandestino de ropa, no se

apartaban de tu mente aquellas consideraciones

tanto más sutiles cuanto más obvias. En cualquier

caso al menos tu vida había dejado de ser aburrida.

–¿Sales con alguien?

–¿Cómo?

–Tienes un rosetón en el cuello.

Mentí. Era curioso. Después de estar todo el fin de

semana retozando, princesa, aún no nos habíamos

presentado.

Al mediodía te telefoneé como un marido

prudente, para decirte que no iba a poder ir a comer,

pero no cogiste. Me imaginé que estarías demasiado

ocupada registrando, borrando las huellas que

habrías dejado. ¿Me encontraría el piso tan

ordenado como el de Flash?

Me hubiera gustado saber si habías llamado al

japonés o si habías llamado a alguien más. Tal vez

hubiese una carta en el buzón. A la tercera o la

cuarta señal colgué para no dar impresión de

ansiedad. Media hora más tarde, con un café de

máquina bailándome en el estómago, volví a marcar

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Una mariposa aletea en China

Page 57: Una Mariposa Aletea en China

mi número y esta vez te dejé un mensaje escueto,

neutro, prometiéndote vernos a la noche. Delicias.

Después de comer en una freiduría cerca del

trabajo, me senté a esperar en cierto lugar convenido

diez minutos antes, literalmente empapado en sudor.

El Turco apareció puntual: me tendió una mano llena,

radiante de satisfacción, y se sentó con toda

confianza. Inmediatamente le tendí la fotografía:

–¿Qué es?

–Una boquilla de jade antigua, japonesa creo.

–¡Arte! No trabajo, demasiado peligroso.

–¿Quién puede tenerlo?

El Turco frunció el ceño.

–Prefiero no tocar estas cosas.

–Es una lástima.

–Tal vez podría averiguar si alguien lo sabe.

No respondí. Me incorporé. El sol ardía en el cielo y

aún me duraba la resaca.

–Quédatela –le dije–. Y me alejé.

Cuando abrí la puerta la penumbra ya había

invadido la escalera. El silencio de ultratumba que

habitualmente me recibía había cedido ante las voces

de un pequeño televisor. Allí, recortada por la luz de

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Carlos Almira Picazo

Page 58: Una Mariposa Aletea en China

la lámpara, mirabas la pantalla.

–Ven.

Al instante reiniciamos nuestros juegos. Tal vez por

eso o porque venía cansado, no advertí al principio

las cosas de Flash desperdigadas sobre la mesa, junto

a una botella medio vacía de ginebra que yo no

recordaba haber comprado. El teléfono estaba

descolgado.

Jugamos una media hora. Antes le quitaste el

sonido al televisor dejando sólo las imágenes

huérfanas, como en una pecera, reducidas al

absurdo. Por la ventana entreabierta se colaba el

ruido difuso, falso, de la calle.

–¿Ha llamado alguien?

–El señor Issa.

Señalaste el teléfono descolgado.

–Ha estado toda la tarde telefoneando.

–¿Te lo has bebido tú todo?

–Si me vas a sermonear me serviré más ¿quieres?

–Luego.

Te deslizaste a la cocina. Pocos minutos después

regresabas con una bandeja de plástico sobre la que

relucían varias rebanadas de pan y un pedazo de

queso Camembert envuelto en papel de plata en el

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Una mariposa aletea en China

Page 59: Una Mariposa Aletea en China

centro.

–Gracias.

–¿Sabes que puedo denunciarte?

–¿Hmmm?

–Todo esto era de Flash.

–Un periódico viejo, facturas, un listín de

teléfonos...

Te reíste.

–¿Querías a Flash?

Te apartaste hecha una furia:

–¿Quién eres para juzgarme?

No respondí.

–¡No soy una puta, si eso es lo que crees!

Al abalanzarte hacia la puerta la botella de gin rodó

al suelo empujando uno de los vasos que quedó

hecho añicos. No tenías ninguna intención de irte.

Volviste al sillón y te arrojaste sobre mí y empezaste

a registrarme impúdicamente los bolsillos. Llené el

vaso que se había salvado y te besé, divertido.

–Te quiero.

–Dame la boquilla.

–¿Ahora la quieres también para irte, tienes miedo

de apegarte?

Intenté abrazarte:

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Page 60: Una Mariposa Aletea en China

–No me gustaría que te fueras.

–Te haré daño –me pronosticaste–, yo no sacaré

nada, ni tú tampoco.

¡Cuánta razón tenías, princesa, cómo debí hacerte

caso entonces!

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Una mariposa aletea en China

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Page 62: Una Mariposa Aletea en China

X

De camino a la cama maquinalmente colgué el

auricular.

Aquella noche me contaste tu vida, supongo que

para enternecerme. La ginebra parecía haber

disparado tu sentimentalismo. Hija de emigrantes,

pero de emigrantes cualificados, subrayabas: tu

padre, ingeniero aeronáutico, empezó aceptando

cualquier trabajo, toda clase de chapuzas, allá por los

años cincuenta, ¡nada más y nada menos que en

París!; tu madre, una señora hija y nieta de gente de

Leyes, de apellidos y tierras, tuvo que acomodarse a

una pequeña habitación desde la que, eso sí, se

atisbaba el Sena, apenas un trocito del tamaño de un

pañuelo, entre los tejados. Ya en los años sesenta tu

padre, dueño de un francés fluido y de un inglés más

que aceptable, pudo ingresar en la Renault como

mecánico de diseño. Al fin y al cabo, bromeaba, los

motores de los coches y los de los aviones no se

diferenciaban tanto. Tu madre, que debía de tener

tanto carácter como tú, se empeñó en que estudiaras

idiomas y así fue como te iniciaste en la profesión.

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Una mariposa aletea en China

Page 63: Una Mariposa Aletea en China

París te marcó como a otros los ha marcado

Madrid o Estambul. ¿Cuándo te aficionaste a la

ginebra? Con doce años, como mucho con trece, ya

te sabías todo el abecedario del amor. Y el hecho de

haber vivido siempre fuera, pendiente de

extranjeros, te dio una mente rápida y acomodaticia.

Te hizo versátil, princesa. Podías recorrerte el París

antiguo con los ojos cerrados, y hacer de guía para

turistas con los que, luego a lo mejor, acababas

acostándote. Todo, como me confesaste entre

lágrimas, porque la vida allí estaba muy cara y tu

madre te administraba con la severidad provinciana

de una santanderina venida a menos. El bueno de tu

padre tenía que rendirle cuentas casi cada noche y

apenas si lograba distraerle algún franco que después

te regalaba a escondidas, para tus vicios. Aquella

mujer enjuta, distante, terrateniente sin tierras,

pretendía que te condujeses con la austeridad de una

castellana entre los encantos de París. Me imagino,

princesa, que debiste de estar muy apegada a tu

padre y que debiste darles un gran disgusto a ambos

cuando, apenas terminada la secundaria, te fugaste a

Londres y más tarde a Cardiff, con la cabeza llena de

fantasías.

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Carlos Almira Picazo

Page 64: Una Mariposa Aletea en China

Allí, además de aprender inglés, tuviste que hacer

camas y lavar platos en hoteles dudosos, como un

personaje de Dickens o de Tackeray. Todos los días

ante la taza de café (¡qué diferente del café cremoso

e intenso de la Ille!), tachabas tras guardarte el sobre

del azúcar y el panecillo del desayuno, las ofertas de

trabajo. Te las arreglabas para desplumar de cuando

en cuando a algún incauto ofreciéndote como guía.

¿Quiere usted conocer Londres? Un pequeño

caleidoscopio del Imperio Británico: aquí vivió Lewis

Carroll; aquí trabajó Turner; en este banco, forjado

para la Exposición Universal de 1851, se sentó

Disraeli. De pronto te sentías exiliada. Escribiste una

larga carta de arrepentimiento que te fue devuelta:

tu padre, jubilado hacía meses, había vuelto como un

indiano a morirse a su pueblo.

La vida nocturna de Londres no te impidió obtener

el título del que luego vivirías en España, hasta la

fecha. Aquella noche entre las muchas que me

confesaste (cuántas no les habrás confesado a otros

con una fantasía digna de un zoco oriental) me

conmovió tu reencuentro con aquel hombre

envejecido cuya mujer ya no quería saber nada de ti.

Después de aquel día no volviste a verles.

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Una mariposa aletea en China

Page 65: Una Mariposa Aletea en China

Empezaste dando clases particulares. Fuiste

profesora interina de idiomas. En los veranos

trabajabas en hoteles de la Costa del Sol, de Ibiza...

El año 1992 llegó tu gran ocasión: la Expo de Sevilla.

Conseguiste referencias (¿cómo, princesa?) para

trabajar como azafata. Aquí se acababa tu biografía

oficial.

–¿Y después?

–Nada.

–Dame un beso.

–¿Sabes dónde conocí a Flash? En la Estación.

–¿Sí?

–Sí. Iba a hacer fotografías. Le fascinaban los

trenes.

–¿Por qué te cambiaste de ciudad?

–¿Cuándo?

–Después de la Expo.

–Adivínalo, Sherlock Holmes...

–Tiene que ver con un japonés.

Esperé en silencio. Encendí la luz.

–De todas formas –proseguí–, el Sr. Issa te ha

encontrado y ahora yo también estoy metido en

esto.

Era ya noche avanzada.

64

Carlos Almira Picazo

Page 66: Una Mariposa Aletea en China

XI

A las dos y quince minutos de la mañana sonó el

teléfono. Me desperté pero lo dejé morir. Tras una

pausa, volvió a sonar.

–¿Sí?

–¿Qué pasa?

–La fotografía que me dio esta tarde.

–¿Turco?

La comunicación se interrumpió. La bala que debía

haberme matado se incrustó muy cerca, en la pared.

Desconecté la lamparita y esperé. Al poco volvió a

sonar el teléfono.

Ahora el francotirador, apostado en alguno de los

pisos fronteros, esperaba. El más mínimo

movimiento, un bulto aún impreciso de mi sombra

en la habitación, y volvería a intentarlo quizás con

más acierto.

Sentado como estaba en el suelo, la espalda

apoyada contra la mesa, esperé a que amaneciera.

De cuando en cuando te oía removerte en sueños,

princesa. Antes de que la habitación se llenara de

claridad y yo volviera a convertirme en un blanco

65

Una mariposa aletea en China

Page 67: Una Mariposa Aletea en China

perfecto, extraje el casquillo de la pared y me deslicé

hacia la escalera.

En el portal aún me esperaba otra sorpresa: una

carta. No tenía remite. La guardé junto al casquillo y

a la boquilla, hábilmente disimulada en el arrugado

paquete de cigarrillos.

La calle estaba desierta aún. En pocos minutos se

animaría con los noctámbulos y los madrugadores.

Un aire helado la cortaba de un extremo a otro. Corrí

entre los coches apretujados contra la manzana y,

como esperaba, un segundo disparo me estalló a un

palmo de la cara. Yo había calculado que el

francotirador estaba apostado en el segundo o en el

tercer piso enfrente del mío. Al llegar a la esquina le

llevaría unos minutos de ventaja.

Puso el motor en marcha, los faros apagados, y

arrancó a toda velocidad.

Cruzamos varias calles en dirección prohibida,

algunas de ellas peatonales, y al fin desembocamos

en una avenida. El asiento trasero lo ocupaba un

hombre a quien al principio no vi: el pelo blanco, los

ojos perspicaces. Viajaba sumido en sus

pensamientos.

–¿Adónde vamos?

66

Carlos Almira Picazo

Page 68: Una Mariposa Aletea en China

Se me ocurrió que la cafetería de la estación ya

estaría abierta. La cabeza volvía a dolerme.

–Ha tenido suerte –dijo el conductor.

–No me quejo.

El viejecito:

–Tiene usted humor, me gusta.

El más joven me ofreció un cigarrillo. Conectó los

faros y enfiló a toda velocidad una calle que llevaba a

la estación.

–Me he jurado dejar de fumar.

–Esta tarde ha venido un confidente de ustedes,

¿por qué le ha sacado usted fotografías?

–No tenía permiso para hacerlo.

–¡Ah, no! –protestó el joven–: no es para tomarlo a

broma.

–Tuve que pagarle a ese hombre por la fotografía

que usted hizo sin permiso, no voy a decirle más.

El coche se detuvo ante la estación.

–Disculpe.

–¿Tiene la pieza?

–No voy a hacerle una escena de pistoleros.

La estación, a pesar de lo temprano de la hora,

estaba ya llena de gente y había bastantes policías.

–Nada de violencias, prosiguió, –podemos llegar a

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Una mariposa aletea en China

Page 69: Una Mariposa Aletea en China

un acuerdo.

–Un pacto entre caballeros.

–¿Lleva usted armas?

–Las he dejado en casa.

El joven, que me había hecho la pregunta, me dio

un codazo.

–Está bien. Hablemos.

–¿Por qué murió mi amigo?

68

Carlos Almira Picazo

Page 70: Una Mariposa Aletea en China

XII

El viejo se repantingó, bebió un sorbo de té con

expresión de disgusto, se limpió las gafas con gestos

lentos y minuciosos.

Yo había pedido ginebra y puse el paquete de

cigarrillos delante de mí. Cuando empezasen a buscar

no quería que me registrasen. Ahí estaba, pues, en el

sitio más visible y por lo tanto en el más oculto, tal

vez en el único donde no se les ocurriría buscar,

delante de sus propias narices.

–La boquilla que usted sustrajo es un regalo al

Emperador Kublai, hecho poco antes de su muerte. El

Emperador Kublai conquistó China a finales del siglo

trece. Si usted examina la boquilla verá que, en la

cara opuesta a la tallada con el mono, hay una

pequeña, apenas visible, incisión con las iniciales de

aquel reinado –de nuevo hizo una pausa,

decepcionado, y prosiguió–: según la Historia Colón

fue el primer navegante que estableció contacto con

América. Esta boquilla demuestra que casi doscientos

años antes los mongoles, los marinos chinos y los

japoneses, ya mantenían esa clase de contactos

69

Una mariposa aletea en China

Page 71: Una Mariposa Aletea en China

habitualmente. Probablemente el jade de esa

boquilla fue tallado en la península del Yucatán poco

antes del siglo trece si no en ese mismo siglo; el

mono que usted sin duda habrá admirado, que

aparece tallado en la embocadura, representa a un

antiguo dios maya; lo más probable es que algún rico

comerciante o algún capitán de fortuna lo adquiriese

o lo robase allí o en alguna de las numerosas islas del

Pacífico que servían de escala en aquella concurrida

ruta (mucho antes de que Magallanes y Elcano

intentasen su famosa vuelta al mundo), es muy

posible que, sabedor del aprecio religioso,

supersticioso, que los mongoles, los chinos y en

general los pueblos de Asia tienen por el jade,

alguien decidiese regalárselo al Emperador. Si esto es

verdad, los antiguos chinos, ya mucho antes de la

dinastía Yuan, no limitaron sus expediciones

comerciales y piráticas al Índico ni a las costas

orientales de África, en manos de los árabes, en

algún momento decidieron aventurarse en el Pacífico

para eludir la engorrosa supervisión de los sultanes.

Cuando Kublai accedió al poder estos contactos y

estas rutas ya debían existir, estaban firmemente

establecidas desde muy antiguo. Los primeros

70

Carlos Almira Picazo

Page 72: Una Mariposa Aletea en China

mongoles se limitarían a respetarlos y a favorecerlos.

Después rápidamente el grueso del tráfico con

América caería sucesivamente en manos de

españoles, portugueses, holandeses, británicos, por

este orden...

El señor Issa hizo una pausa. Su vista se posó,

distraída, en el paquete de cigarrillos.

–Este té es aguachirle–. Dejó que una sonrisa

soñadora vagara por su rostro.

–La importancia de ese objeto es obvia.

–Usted es japonés, Kublai era mongol, o chino. La

boquilla es maya...

–¿Se ha fijado en su embocadura, justo donde el

mono extiende su mano más allá de la rama por la

que trepa? Si se fija bien, verá que por ahí no encaja

un cigarrillo.

Lo contemplé estupefacto. Entonces, como

cediendo a una tentación infantil por asombrar,

colocó teatralmente ante sí un objeto

cuidadosamente envuelto en un pañuelo. Al

desenvolverlo apareció la cazoleta de una pipa del

mismo color y del mismo material, primorosamente

labrada, que reproducía la forma extravagante de

una cabeza simiesca. En efecto, el árbol por donde

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Una mariposa aletea en China

Page 73: Una Mariposa Aletea en China

trepaba el dios–mono continuaba, frondoso y

espléndido, hacia un bosque.

Entonces como la cosa más natural del mundo, el

señor Issa cogió el paquete de cigarrillos, extrajo de

su interior la boquilla y la encajó sin dificultad:

–En 1597 –continuó–, durante la segunda invasión

a Corea, un barco de Hideyosi desapareció cerca de

Hokkaido. En él viajaba una legación diplomática con

una propuesta de Paz y Cooperación para el

Emperador de China. Nunca llegó a su objetivo. Algún

ladrón, al desvalijar los restos del barco, encontró

entre los cadáveres la boquilla de Kublai Kan y la

vendió. La cazoleta reapareció años después. Ahora

por fin, están juntas.

–Los marinos chinos que desde el Siglo X, quizás

desde antes, han comerciado con América,

importaron otros muchos objetos preciosos, la

mayoría de los cuales están hoy en museos de

Europa y de EE.UU o en manos de coleccionistas

privados, en cajones de mercachifles, de peristas.

Este es el único superviviente –añadió con un atisbo

de emoción.

–Tras la caída de los mongoles, los marinos y

aventureros japoneses, despectivamente llamados

72

Carlos Almira Picazo

Page 74: Una Mariposa Aletea en China

piratas, prosiguieron su tráfico a través de la ruta

Formosa–Manila–islas del Pacífico–Acapulco. Aunque

la ruta estaba ya dominada por los españoles, mis

compatriotas consiguieron mantenerse a base de

sobornos y trapicheos. Esta pieza, junto a otras

muchas, ha pasado desde entonces por numerosas

manos.

–Poco después de la Segunda Guerra Mundial, el

gobierno de mi país consiguió reunir por primera vez

la pipa de Kublai completa. Basándose en ella, en el

año 1974, es decir casi treinta años después de

haberla reunido y tras conservarla prácticamente

escondida, el gobierno de mi país logró que un

Tribunal Internacional lo reconociera como su

legítimo propietario. ¿Comprende usted la

importancia? Este objeto es la única prueba que

posee el gobierno de mi país para reclamar

judicialmente un ingente tesoro expoliado desde el

Siglo XVI. Observe esto:

Me acercó la pipa: en su base había grabada una

muesca idéntica a la que lucía, casi imperceptible, en

la boquilla.

–La mayoría de los objetos importados de América

a China desde la Edad Media están marcados con un

73

Una mariposa aletea en China

Page 75: Una Mariposa Aletea en China

sello idéntico o parecido a éste. El Imperio Chino,

hegemónico en Asia entonces, exigía el pago de

pontazgos a todos sus “países clientes”. Todos los

objetos expoliados que ahora están en sus civilizados

museos con esta marca u otra similar pertenecen a

ese tesoro.

–Ahora ustedes me disculparán, pero es preciso

ponerlo en lugar seguro.

El joven me miró. No hacía falta ser un lince para

saber lo que debía hacer.

74

Carlos Almira Picazo

Page 76: Una Mariposa Aletea en China

XIII

–Levántate.

–¿Qué quieres?

–¿Cuánto te pagaron?

–¿Qué?

–Dos chinos acaban de robarme y hay un

francotirador en el piso de enfrente. ¿Cuánto te han

dado?

–No sé de qué hablas.

–Yo sí.

–Apaga la luz.

–Es verdad, hay un loco disparándome, lo había

olvidado.

Apagué la luz:

–¿Sabes que Colón no descubrió América? ¿Que

fue un pirata japonés?

Intentaste abrazarme, me zafé:

–Desde que te conozco no he tenido más que

problemas.

–Lo siento. Me iré.

–¿También utilizaste a Flash?

–Había una vez una chica, tenía un tesoro. Era algo

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Una mariposa aletea en China

Page 77: Una Mariposa Aletea en China

tan increíble que ni siquiera ella podía contarlo. No

podía ir a la policía y decirles: “guarden esto”. Pero

conoció a un policía, ¡casualidades!, y lo escondió en

su casa.

–¡Cállate!

–El policía se enamoró de ella.

–¡Cállate!

Logré sujetarte las manos.

–...y él se estrelló en su coche. Fin.

La cara empezó a escocerme de los arañazos.

–¡Flash!

Empecé a llorar. Corrí al balcón por donde había

entrado el disparo, me desabroché la camisa y grité:

–¡¡Aquí!!

Alguien que pasaba en ese momento por la calle miró

hacia arriba. Debió de pensar que yo estaba loco o

borracho, como nosotros pensamos de Flash.

La mañana fría en los árboles.

Nadie me disparó. Nadie me mató. Volví al

dormitorio.

Por la noche ya no estabas. Durante mucho

tiempo pensé que volverías. Luego, poco a poco, me

fui acostumbrando. Pero al principio no sabía qué

76

Carlos Almira Picazo

Page 78: Una Mariposa Aletea en China

hacer. Deambulaba, bebía, fumaba... Rompí el póster

de Humphrey Bogart, me deshice de todo lo que

guardaba aún de Flash. Llegué incluso a envidiarle.

Pero al fin la rutina acabo imponiéndose como suele.

Para olvidar más y mejor, cambié de piso y solicité

otro destino. Y pasó el tiempo.

77

Una mariposa aletea en China

Page 79: Una Mariposa Aletea en China
Page 80: Una Mariposa Aletea en China

XIV

Helena era tu antítesis: una mujer convencional, el

perfecto prototipo de chica comme il faut; de

atractivo diurno; blusas, faldas y trajes ligeros,

claros, alegres; sólo fumaba y bebía en las fiestas;

había sido universitaria... Me pregunto qué vería en

un hombre como yo.

–No eres tan terrible como pareces...

–No sabía que pareciera terrible.

La luz es por naturaleza, totalitaria. No tolera las

sombras. Helena se propuso desde el primer

momento, tal vez inconscientemente, llevarme al

lado del Bien. Tardé muchos días en arrancarle un

beso tímido, delicioso, culpable.

Oh. No vayas a pensar que era una mojigata. Tenía

tu encanto pero al revés, como una Virgen del

Renacimiento.

A los pocos meses nos casamos. Poco después se

quedó embarazada.

Fui un marido feliz y un amante desdichado. A

veces haciendo el amor me sorprendía, turbado,

pensando en ti, princesa. Helena se sentía halagada

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Una mariposa aletea en China

Page 81: Una Mariposa Aletea en China

por despertar tanta fogosidad.

Antes de que naciera Pablo nos trasladaron a X. ¡Sí,

a la ciudad de Flash! Helena nunca lo sospechó.

Cómo me conmovía cada manzana, cada calle. Elegí

conscientemente un piso cercano al apartamento

donde habíais vivido. Entre semana era un lugar

desierto, insípido. Los fines de semana se animaba

con parejas jóvenes y niños.

No sé por qué pedí aquel lugar. He leído en alguna

parte que la mejor manera de superar el pasado es

sumergirse en él. Es falso.

Sin embargo entonces, tras el primer impacto, el

aserto pareció corroborarse. Mi amigo había vivido y

había muerto a sólo unos minutos de allí y no ocurría

nada. Había paseado por aquellas calles, tal vez

buscando algún efecto de luz o garabateando su

borrachera. ¿Y qué? Todo era perfectamente normal.

Pablo crecía con asombrosa rapidez. Era un niño

precioso, una criatura feliz. Antes del año empezó a

caminar tambaleándose con tanta gracia que la gente

se volvía para mirarlo.

Cuando salía del turno de mañana lo recogía en la

guardería y lo llevaba al parque más cercano, justo

enfrente del piso de Flash. A veces, sin darme cuenta,

80

Carlos Almira Picazo

Page 82: Una Mariposa Aletea en China

me sorprendía mirando hacia las ventanas. Una

mujer desconocida sacudía el polvo, o limpiaba los

cristales, o simplemente miraba hacia la calle, sin

sospechar que en aquel mismo lugar se había

acodado mi amigo muerto. Me dio por escribir.

Ahora todas las mañanas, mucho antes de

amanecer, emborronaba mis pensamientos en una

cuartilla. Pablo tenía un sueño inquieto. Helena, que

había empezado a trabajar en una gestoría,

protestaba:

–¡Ve a ver qué quiere tu hijo!

Luego, durante el armisticio del desayuno, se

interesaba por mis escritos con una especie de

indulgencia burlona. Yo la eludía con evasivas,

quitándoles importancia:

–Algo te importarán cuando te levantas a las cinco

de la mañana.

Nuestra felicidad matrimonial parecía tocar a su

fin. Pero no era más que el proceso habitual de

reacomodo y de desencantamiento mutuo.

En cierta ocasión descubrió mis papeles. Era

sábado. Cuando volví de la comisaría la encontré

recostada en el sofá con el televisor apagado y la

persiana echada.

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Una mariposa aletea en China

Page 83: Una Mariposa Aletea en China

–¿Quién es Flash?

–Un amigo.

No volvió a interesarse más por mis escritos.

¿Qué hubiera pensado de ti, de nosotros dos,

princesa? En los repliegues de mi conciencia, sin yo

saberlo ni desearlo, le era infiel. En el fondo uno

siempre está con extraños, y el mayor extraño de

todos es uno mismo.

Te sorprenderá tal vez que en el ardor del noviazgo

yo no le contara pormenorizadamente mi vida. No

fue por falta de ganas. Pero Helena era así: nunca me

dejaba terminar una historia, me interrumpía a cada

frase con cualquier pretexto. Al final, o más bien

desde el principio, perdí todo interés y ella no se

percató.

Me sentía como un marino que ha visto países y

gentes tan increíbles que él mismo acaba

sospechando que sean una pura fábula.

Cierta vez paseábamos por la carretera donde se

estrelló Flash. Era un lugar perfectamente insípido,

ya casi fuera de X, pero resultaba cómodo y

tranquilo. Un camino discurría paralelo a la carretera

de la que sólo lo separaba un desnivel, árboles, una

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Carlos Almira Picazo

Page 84: Una Mariposa Aletea en China

que otra acequia. Las casas, cada vez más raras, se

alineaban justo al otro lado. Recuerdo que hacía un

día estupendo para una excursión.

De pronto vi el pino. El tronco quebrado inclinaba

su copa reseca fuera de la vía como un extravagante

escobón de púas oxidadas. Nadie se había

preocupado de retirarlo.

Al fin apareció la laguna con su merendero. El

parque, el último de X, languidecía sobresaltado de

cuando en cuando por el ruido de un tren. Volvimos

al anochecer.

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Una mariposa aletea en China

Page 85: Una Mariposa Aletea en China
Page 86: Una Mariposa Aletea en China

XV

Un día ya no pude aguantar más. Aprovechando

que Helena y Pablo estaban de compras fui al

cementerio de X. Era el único cementerio de la

localidad. Al fondo de la hilera de cipreses

comenzaban las calles algo descuidadas pero

perfectamente identificables. Cerca del área más

lujosa ocupada por los panteones, estaba la pequeña

explanada cubierta de césped donde creía recordar

que habían enterrado a mi amigo. Las lápidas nuevas,

algunas incluso relucientes, apenas sobresalían a ras

de suelo. Aquí y allá se denunciaba algún ramo caído

en el suelo.

Me costó trabajo encontrar la tumba de Flash

entre aquellas lápidas casi uniformes. No tenía flores

pero la hierba estaba recién cortada a su alrededor y

la salpicaban hojas amarillas de olmo. Recé

maquinalmente y me fui. Mientras salía al camino

pensé que la madre de Flash debía de haber muerto

también y que yo era o mejor dicho, nosotros

éramos, princesa, los únicos seres vivos que le

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Una mariposa aletea en China

Page 87: Una Mariposa Aletea en China

quedaban.

Quería pasar página. Pensé incluso en pedir un

nuevo traslado. Pero el trabajo de Helena me

disuadió. Más que nunca necesitábamos esos

ingresos. Ella, además, estaba muy contenta.

Planeábamos incluso comprar una casa cuando Pablo

fuese un poco mayor, aunque nunca conseguíamos

ahorrar lo suficiente.

Además, huir no servía de nada. Lo que yo tenía

que hacer era olvidar. Para olvidar lo mejor era hacer

planes, volcarme hacia el futuro, así que decidí

continuar mi interrumpida carrera y presentarme a

inspector de policía.

La comisaria de X apenas si necesitaba una

dotación para controlar las multas y algún que otro

escándalo nocturno. Los verdaderos delitos ocurrían

lejos de aquel cinturón de barrios dormitorio

salpicados de parques y de supermercados. Los

policías jóvenes y los ambiciosos apenas si

permanecían allí unos meses y como amarrados

contra su voluntad.

Yo, sin embargo, estaba satisfecho. ¿Qué había

sido de mi ambición? De pronto me había

acomodado: cada mañana entraba allí con el aspecto

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Carlos Almira Picazo

Page 88: Una Mariposa Aletea en China

fresco y radiante de un bañista que repite un rito

antiguo e inconsciente. Desplegaba mi periódico

junto a la máquina de café y me enfrascaba en la

primera página que abría al azar. A mi alrededor oía

los mismos ruidos y la misma cháchara que de

costumbre. El tecleo del anticuado ordenador; el

chirrido de la puerta del lavabo; el rumor difuso y

complaciente de la calle.

A eso de media mañana sonaba invariablemente el

teléfono y Helena me daba el parte cuidadoso del

día: Pablito se había caído otra vez en la escuela;

había que comprar tal cosa y tal otra no; el próximo

fin de semana sin más dilación había que ir a la

ciudad; no había nada nuevo en el multicine... Al

cabo de cuatro o cinco minutos habíamos agotado

todos nuestros temas de conversación para ese día.

Me apresuraba en ordenar mis expedientes antes

de marcharme dando un paseo hasta la parada del

autobús, antes de que cerraran las tiendas. El

autobús daba un rodeo absurdo a todos los barrios

dormitorio (aparte de aquella línea sólo había otra

que llevaba hasta la estación con una frecuencia

determinada por el horario variable de los trenes).

Aún así, era más cómodo que coger el coche.

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Una mariposa aletea en China

Page 89: Una Mariposa Aletea en China

Con gesto maquinal miraba el cielo de un azul

deslucido.

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Carlos Almira Picazo

Page 90: Una Mariposa Aletea en China

XVI

La comisaría, un cubículo de unos noventa metros

cuadrados, ocupaba una casa antigua devorada por

la humedad, el óxido y los parásitos. A pesar de la

escasa actividad (había días en que la puerta no se

abría ni una sola vez, en que el teléfono, fuera de las

llamadas personales, no sonaba ni una sola vez), los

archivos y el sótano rebosaban de papeles inútiles y

con los objetos más curiosos. Nadie lo limpiaba

desde hacía años. En aquel lugar de paso nadie se

había preocupado de poner orden.

Un día, por puro aburrimiento, fui al sótano donde

se amontonaban sin ningún orden las pruebas, casi

todas ellas de delitos menores, requeridas por el

juzgado en los últimos cinco o seis años. En teoría si

un caso no se reabría o el cuerpo de un delito no era

“exhumado” como prueba para otro caso, los objetos

sin valor tenían que ser destruidos y los objetos de

valor no reclamados pasaban a pública subasta. En la

práctica, nadie se ocupaba de revisar las etiquetas ni

las fechas manchadas de excremento de ratón, de

casos que nadie conocía, cerrados o sobreseídos

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Una mariposa aletea en China

Page 91: Una Mariposa Aletea en China

hacía años. Así que lo que en un principio pensé que

iba a distraerme acabó deprimiéndome.

El desorden me impedía casi moverme. Al fin

encontré el interruptor de la luz y una claridad

parpadeante y mortecina, como extrañada, cayó

sobre los objetos.

Los pocos casos importantes estaban archivados

en una pequeña habitación, en idéntico abandono.

Me deslicé hasta allí.

Tras curiosear un rato y cuando ya iba a

marcharme decepcionado, me llamó la atención una

caja más pequeña que las demás. Al examinarla a la

luz vi que era una caja de puros cerrada

concienzudamente con celofán. Estaba llena de

fotografías en blanco y negro.

Las fotografías no eran antiguas. Los rostros, los

objetos, los lugares, el mismo papel, eran

“modernos”.

“¡Flash!”, pensé. ¿Quién si no?

Me las guardé en un bolsillo y salí. No tenían

etiqueta identificativa.

En el expediente de Flash se lee el siguiente

párrafo lacónico:

“El agente Flash no tenía enemigos conocidos. Los

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Carlos Almira Picazo

Page 92: Una Mariposa Aletea en China

retratos encontrados en su domicilio son fruto de su

afición a la fotografía”.

Más abajo hay una descripción detallada de las

circunstancias del accidente. La autopsia reveló una

elevada proporción de alcohol en la sangre. El caso

fue sobreseído.

Sus compañeros no comprobaron la identidad de

los retratados de las fotografías. Pensaron que no

tenían más relación con Flash que el hecho de

haberle servido como modelos ocasionales.

Podían ser cualquiera, todo menos sus amantes o

sus asesinos.

No se correspondían con nadie que anduviera

habitualmente por allí.

“Tenía relación con una mujer: rubia

(probablemente artificial), alta, de complexión

fuerte...”.

Más adelante:

“No hay negativos”.

Entonces caí en la cuenta de que nadie allí conocía

nuestra relación: no era difícil reconocerme

bastantes años más joven en una de las fotografías.

Medio en broma medio en serio, se la mostré a

Eleuterio.

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Una mariposa aletea en China

Page 93: Una Mariposa Aletea en China

El hombre arrugó la nariz. Los ojos empañados por

el alcohol parecieron retroceder por un momento

como si rebuscase algo en su interior. La foto tembló

entre sus manos peludas:

–¿Qué? –escupió.

Insistí.

–¿Qué?

–¿Quién es?

–¡Espere!

Eleu acercó la foto hasta su nariz. Volvió a escupir:

–¡Es el que se mató!

Era un primer plano de Flash fumando en pipa.

Eleu continuó aún un buen rato mirándola.

Era el único policía que quedaba de la época de

Flash. No era del pueblo ni de los alrededores. Nadie

sabía de dónde era. Aparte de las historias

fantásticas que él contaba sobre sí mismo cuando

estaba achispado, se ignoraba todo sobre Eleuterio.

Vivía solo. De vez en cuando llevaba una mujer a su

apartamento o él mismo, fuera de servicio, iba a la

Tropical o al Marabú en busca del “bello sexo”. La

bebida le había empañado los ojos y toda la

expresión dándole a la piel de la cara un tono mate,

cetrino.

92

Carlos Almira Picazo

Page 94: Una Mariposa Aletea en China

Cuando vio tu fotografía, princesa, exclamó:

–¡Es la fulana!

–Intenta recordar –le dije. Y para ayudarle le dejé

el resto de las fotografías.

Mientras las examinaba me di cuenta de que todas

eran trabajos de estudio. Quizás Flash ya no podía

desembarazarse de su arte, ni siquiera cuando

fotografiaba a conocidos.

–El chino que le vendió el coche.

El señor Issa nos sonrió desde un primer plano. Su

aspecto era descuidado, negligente. No me

sorprendió verlo de vendedor de coches. En otra

fotografía estabais los tres, princesa.

Eleuterio las repasaba una a una, con cuidado, y

suavemente las iba depositando en un montón.

Al día siguiente era sábado. Pablo tenía unas

décimas y, de todos modos, yo tenía que ir a la

Jefatura. Helena estaba furiosa.

Eleuterio me esperaba en el coche en marcha.

Cuando subí me sonrió con picardía:

–¿Borrasca?

–Vamos.

Hacía un día gris, deslucido. Tras explayarse sobre

93

Una mariposa aletea en China

Page 95: Una Mariposa Aletea en China

las mujeres y el matrimonio, Eleu prendió un

cigarrillo y se concentró en la carretera. Yo no tenía

muchas ganas de hablar.

La salida hacia la ciudad estaba cortada y tuvimos

que desviarnos por otro camino. De pronto

desembocamos en la carreterita donde se había

estrellado Flash. Eleu aminoró y me enseñó el árbol.

Parecía escéptico:

–Fue la fulana –dijo de pronto.

–¿La fulana?

–Cuando hay complicaciones siempre hay una

mujer –sentenció.

–¿Qué complicaciones?

–Las de siempre –suspiró.

En la Jefatura nos dividimos. Eleuterio desapareció

en los archivos y yo me encerré en el laboratorio.

Tenía una corazonada. Al cabo de una hora

estábamos sentados uno frente al otro, ante un café

y un cognac barato:

–El chino está fichado por robo y falsificación.

–¿Y la chica?

–¡Nada!

–Mira esto, le dije.

Eleu se acercó la fotografía como si fuese a olerla.

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Carlos Almira Picazo

Page 96: Una Mariposa Aletea en China

Al examinarla junto a él aspiré de lleno los vapores

del alcohol y el tabaco que le salían del estómago.

No había mucho que ver: al borde de la mano de

Flash estaba la pipa de jade con el mono tallado

trepando por su enmarañado árbol. La ampliación

era tan buena que los detalles se apreciaban casi

mejor que en la realidad.

Tras él, deformada por el tamaño, había una

ventana. Flash estaba apoyado en ella, fumando.

–¡Espera!

El humo de la pipa no subía hacia el techo ni se

rizaba sino que escapaba rápidamente y se doblaba

hacia atrás, hacia su cabeza.

–¡Va en un tren! –exclamé.

En menos de media hora estábamos de vuelta en

X, en la estación, con todos los horarios de los trenes

de cercanías en el bolsillo. Los trenes de largo

recorrido nunca llevan las ventanas abiertas.

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Una mariposa aletea en China

Page 97: Una Mariposa Aletea en China
Page 98: Una Mariposa Aletea en China

XVII

Durante una semana no pude volver a la estación

ni a la ciudad. Helena me asediaba. Pablo convalecía

de una de sus múltiples enfermedades infantiles. Por

primera vez me sentí agobiado por el matrimonio.

De todas formas quizás había ido demasiado lejos.

Pedirle a Eleuterio que me ayudara en un caso

cerrado, que además afectaba a un policía,

sobrepasaba con mucho mis competencias. No iba a

devolverle la vida a mi amigo. Y sin embargo, no

podía quitármelo de la cabeza.

En cuanto tenía un minuto libre, examinaba la

fotografía. Un sinfín de preguntas me asaltaban, por

ejemplo: ¿Quién la había sacado? ¿Adónde iba Flash

en aquel tren? ¿Por qué fumaba en aquella pipa?

–¿En qué piensas?

–En nada.

Una mujer del pueblo se quedaba con Pablo al que

la varicela le daba un aspecto de viejecito prematuro.

La casa entera olía a medicinas y a verdura cocida.

–No pensarás fumarte eso aquí.

–Daré una vuelta.

97

Una mariposa aletea en China

Page 99: Una Mariposa Aletea en China

–Compra Dailsin.

Las calles desiertas se apretujaban contra mí. Por

primera vez me veía fuera de lugar. El cielo turbio,

ceniciento, comenzaba a oscurecerse. La farmacia, el

supermercado, el parque lleno de papeles, me

deprimían. Y volvía otra vez a pensar en mi amigo.

Así debió de sentirse Flash.

Yo al menos tenía con quién pelearme. Dentro de

poco Pablito querría jugar conmigo al fútbol. Dejaría

atrás su cuerpo enclenque, sus movimientos torpes,

su chapurreo, y empezaría a asediarme antes de que

los granos y los amigos nos separasen. La vida era

extraordinariamente corta y opaca.

Se acercaba diciembre. La iluminación y los

adornos de las tiendas volvían las calles aún más

tristes y opresivas. A veces, sin darme cuenta, me

llegaba hasta la estación. La pipa se me apagaba

continuamente y me quemaba la lengua. Exasperado,

volvía a guardarla en el bolsillo de mi abrigo lleno de

ceniza y quemaduras.

Con un humor lúgubre, me sentaba en el andén a

ver pasar los trenes. Se me olvidaban los encargos de

Helena. No se me ocurría que quizás se sintiese sola

con el niño malo, en aquellas tardes tan cortas.

98

Carlos Almira Picazo

Page 100: Una Mariposa Aletea en China

Sólo pensaba en una cosa: tomar uno de aquellos

trenes y hacer el mismo recorrido que Flash.

Abstraído en estos pensamientos, rescataba la pipa

del fondo agujereado del bolsillo y me ponía a fumar.

Un día inesperadamente, Eleu se sentó a mi mesa

con un croquis del servicio de cercanías. Tras señalar

en rojo todas las líneas, había tachado aquellas que

sólo paraban en X ocasionalmente, cuando había

suficientes viajeros; las introducidas desde la muerte

de Flash, y las de mercancías.

–Sólo nos quedan estas dos.

Una llevaba a Castro del Valle. La otra, un poco

más larga, hasta Pueblo del Río. Cada una tenía siete

paradas.

–De las cuales las dos primeras están demasiado

cerca, se puede ir paseando. Otras dos son de

mercancías, de modo que sólo nos quedan cuatro, en

total ocho...

Conforme las iba descartando las tachaba. Su

rostro brillaba, curtido por el alcohol. De pronto dijo:

–El chino...

–¿Qué?

–No era por robo sino por tráfico de blancas.

99

Una mariposa aletea en China

Page 101: Una Mariposa Aletea en China

Recordé las manos blancas y cuidadas, las lentes

de montura dorada, la conversación dorada del señor

Issa.

–¿Qué más?

–Eso es todo –pareció decepcionado.

–¿Puedo hacerle una pregunta?

–Adelante.

–¿Cómo sabe eso?

Le ofrecí la pipa:

–Pruébalo tú mismo.

100

Carlos Almira Picazo

Page 102: Una Mariposa Aletea en China

XVIII

Nos dedicamos a repetir el trayecto que Flash

debía haber hecho aquel día. Al principio nos

turnábamos: Eleuterio escogía una línea, yo la otra;

cambiábamos de tren y volvíamos a empezar. Poco a

poco, conforme nos dimos cuenta de que no

descubríamos nada (en realidad no sabíamos muy

bien lo que habíamos de descubrir) empezamos a

hacer el recorrido juntos:

–¿Qué es lo que buscamos?

–Ya veremos –respondía yo.

Eleu era de un optimismo inconmovible. Debía

contenerse para no bajar del tren en marcha. Todo le

resultaba sospechoso. Yo, en cambio, apenas si

lograba disimular mi abatimiento. Cuanto más

examinaba la cuestión más absurda me parecía.

Por supuesto era evidente que mi amigo había

hecho aquel viaje (¿cuál de ellos exactamente? era lo

que tratábamos de averiguar) una o varias veces en

vísperas de su muerte. Pero, aun suponiendo que

lográsemos reconstruirlo con todo detalle, lo que ya

era mucho suponer, ello no significaba que fuésemos

101

Una mariposa aletea en China

Page 103: Una Mariposa Aletea en China

a descubrir nada interesante. Podía haber tenido mil

motivos anodinos para coger aquel tren o cualquier

otro, la misma clase de motivos que para ponerse

una chaqueta de un color o de otro la víspera de su

accidente.

Por otra parte, que fuese fumando en aquella pipa

también podía deberse a una casualidad. ¿Por qué

no? La cuestión principal que seguía en pie era la

existencia misma de aquella fotografía. Cuanto más

la examinaba más clara me parecía su relación con su

muerte. Flash no posaba: aparecía fumando en una

actitud tan natural como si nadie le estuviese

fotografiando en realidad. Quien quiera que la

hubiese hecho debía tener pues en ese momento

una relación muy estrecha con él. Por lo tanto, mi

amigo no viajaba solo ni al azar.

Renglón seguido todas estas elucubraciones me

parecían absurdas.

Flash podía muy bien viajar contigo, princesa. Tú le

enamoraste. De alguna forma, aquella pipa de jade

había llegado a sus manos y tú la deseabas. En ese

caso, el falso señor Issa debía de tener alguna

relación con aquellos viajes misteriosos. También

resultaba evidente que mi amigo desconocía el valor

102

Carlos Almira Picazo

Page 104: Una Mariposa Aletea en China

de aquel objeto, pues de otra forma no lo hubiera

utilizado. Tú menos que nadie, princesa, estabas

interesada en que supiera de qué se trataba

realmente. Entonces debió llegar a sus manos por

una extraordinaria casualidad posiblemente

relacionada con aquellos viajes en tren.

Recordé la fabulosa historia del señor Issa: un

tratante de blancas metido a coleccionista, a

traficante de arte, no me cuadraba. Conclusión: toda

la historieta sobre Kublai Kan y los piratas japoneses

era un cuento chino, aún cuando resultaba tan

extraordinario que era difícil no creer en él. Además,

yo recordaba perfectamente cuánto interés tenías tú,

princesa, en apoderarte de la pipa. ¿Te hubiera

interesado tanto de tratarse de un objeto sin ningún

valor?

Era posible que tú y yo estuviésemos engañados;

era posible que incluso el señor Issa estuviese

engañado; pero era indudable que para alguien

aquella pipa tenía un valor extraordinario, lo

suficientemente alto como para matar por él.

¿Por qué ese alguien había utilizado a un tratante

de blancas y a una furcia para recuperarla?

Volví a examinar la fotografía. El paisaje insípido,

103

Una mariposa aletea en China

Page 105: Una Mariposa Aletea en China

desolado, del otro lado de la ventanilla no invitaba a

mirar. Eleu dormitaba resoplando. Para sacar aquel

plano había que ponerse por lo menos en el pasillo.

Fotografiar desde el pasillo de un cercanías en

marcha a alguien que no parece darse por enterado

era demasiado incluso para alguien como tú,

princesa. Además, ¿no te hubiese mirado, o al menos

no hubiese sonreído Flash si hubieses sido tú?

A cada parada Eleu se despertaba aturdido,

turbado. Descendíamos y dábamos un breve paseo

por el andén. Invariablemente, nos deteníamos en el

umbral de la estación desconcertados ante las cuatro

calles sombreadas de olmos o salpicadas de casas

bajas y de talleres, perplejos como extraterrestres,

sin saber qué dirección tomar.

Aquellos eran antiguos pueblos absorbidos por la

ciudad. Tristes, impersonales, nacidos y muertos al

mismo tiempo, vegetaban junto a la estación,

algunos se aventuraban sin mucha esperanza hasta la

carretera.

Eleu bostezaba.

Pagábamos la consumición y tomábamos el

próximo tren. El siguiente pueblo era aún más

lúgubre que el anterior. Recorríamos con rapidez

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Carlos Almira Picazo

Page 106: Una Mariposa Aletea en China

desganada sus calles y al cabo regresábamos casi

descorazonados.

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Page 108: Una Mariposa Aletea en China

XIX

Aquella noche tuve que contarle a Helena la

historia de Flash con pelos y señales. Ya no pude

seguir eludiendo aquella parte de nuestro pasado,

princesa. Me escuchó con aparente calma, como un

maestro paciente que toma la lección a un alumno

díscolo. Cuando al fin encontré la manera de

terminar, dijo:

–¿Eso es todo?

Con voz llorosa se encerró en el cuarto de baño.

Pablito dormía en la habitación contigua, con un

sueño ligero:

–¡Sal! –le expliqué: ¿ves por qué no quería

hablarte?

–¡Vete con ella!

–¡Sal y hablaremos!

Asomó su cabeza desgreñada, furiosa:

–Aún no nos conocíamos, dije conciliador.

–¿Por qué pediste venir aquí?

–¡No lo sé! ¡Por Flash, supongo!

Por lo pronto se calmó. Quería saber más detalles.

Le enseñé las fotografías.

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Una mariposa aletea en China

Page 109: Una Mariposa Aletea en China

Cuando le conté lo de los trenes se echó a reír.

¡Habría que vernos haciendo de detectives en

aquellos trenes y en aquellos puebluchos! Helena

conocía a Eleu de vista. No le había causado una

buena impresión que digamos. No tenía muy buena

opinión de él:

–¿No has podido encontrar un ayudante más

estrafalario?

–Es el único que conoció a Flash.

–No me extraña que todo el mundo se quiera ir de

aquí.

–Nosotros también nos iremos, le prometí.

–¿Cuándo? ¿Cuándo hayas atrapado a esos

gangsters?

La ironía me dolió. En aquel momento me sentí

infinitamente alejado, separado de Helena. Me

pregunté si no tendría en el fondo razón con sus

celos absurdos, si no me estaría engañando a mí

mismo y tratando de engañar de paso también a mi

mujer haciendo de detective, si no te añoraba

princesa.

–Perdona, susurró, no quería decir eso, no quería

hacerte daño.

–No importa.

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Carlos Almira Picazo

Page 110: Una Mariposa Aletea en China

La respiración de Pablo llegaba de la otra

habitación acompasada como el ruido de la lluvia.

A las dos de la mañana sonó el teléfono. Se oyó la

voz aguardentosa y optimista de Eleu al otro lado:

–¡He resuelto el caso! –gritó.

–¿Dónde estás?

Aquel sábado casi habíamos decidido dejarlo, pero

Eleu había tenido una de sus corazonadas infalibles.

Algunos fines de semana, cuando no aguantaba la

vida, se sentía especialmente inspirado. Yo estaba

que me caía de sueño y apenas lo entendía. Al

parecer, tras un periplo borrascoso por los bares de

X, había vuelto a la estación a tiempo para coger el

último tren a Castro del Valle. Ahora estaba allí. Todo

ocurrió tan rápida como inexplicablemente. Fueron

los pies, no la cabeza, los que le condujeron a aquel

sitio.

Era preciso, imprescindible, que nos reuniéramos

enseguida.

Tanteé sin mucha convicción la posibilidad de

vernos al día siguiente pero la negativa fue

categórica. Antes de colgar me dio una dirección

tartamudeando, que garabateé rápidamente en la

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Una mariposa aletea en China

Page 111: Una Mariposa Aletea en China

oscuridad.

Tuve que coger el coche y buscar la carretera que

nos había seguido, apareciendo y desapareciendo

sinuosamente en la ventanilla de nuestro vagón. El

primer cercanías no salía hasta las cinco de la

mañana.

Pensé, mientras trataba de despabilarme con la

radio y la ventanilla abiertas, en la cara que pondría

Helena cuando se despertara al día siguiente. Por un

momento estuve tentado de volver. Ya habría tiempo

de aclararlo todo. A todas luces aquello era una

locura. Quizás en aquel momento Eleu estaba tan

borracho que no sabía ni dónde se encontraba.

–¡A la mierda! –me dije, y aceleré.

Una ráfaga tras otra me fueron despertando. En la

radio sonaba una música subterránea, alucinada. La

carretera corría desierta y oscura frente a mí como

un túnel sin salida. En un momento determinado, en

pleno despoblado, el cielo se volvió vertiginoso, lleno

de estrellas.

Ahora marchaba a toda velocidad, derrapaba

ligeramente al entrar en las curvas y volvía a pisar el

acelerador a fondo al salir. Uno tras otro fueron

pasando a mi izquierda y a mi derecha los pueblos

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Carlos Almira Picazo

Page 112: Una Mariposa Aletea en China

fantasmas que habíamos visto aquella misma

mañana desde el tren, separados por negros

intervalos de noche.

De pronto recordé que había olvidado las

fotografías en la mesa donde las dejara Helena. Me

enterneció el recuerdo de la respiración en sueños de

Pablito. Ojalá pudiera yo dormir así y despertarme

sin recuerdos.

Castro del Valle apareció al fondo de una cuneta

casi media hora después. Aunque era un pueblucho

me costó bastante encontrar la calle, orientarme, y

no había nadie a quien preguntar.

La dirección que me había dado Eleu era la de un

puticlub.

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Una mariposa aletea en China

Page 113: Una Mariposa Aletea en China
Page 114: Una Mariposa Aletea en China

XX

–¡Jefe!

Titubeé antes de darle la mano.

–¡Adela! –me presentó.

–Encantado –mentí. Nos sentamos en un rincón. La

habitación estaba tan oscura que era imposible saber

quién lo miraba a uno. Olía a sudor, a tabaco, a

rancio. Añoré el frescor de la carretera.

–¿Y las fotos?

–¿Las fotos?

La chica nos miró. Pidió que le volvieran a llenar su

vaso. Un camarero repugnante trajo tres vasos de

whisky de garrafón rellenos con agua de grifo. En

lugar de repantigarme a beber y a fumar, dije:

–¿Cómo conociste a Flash?

–¡Pero jefe! –protestó Eleu: ¡Ella sólo lleva aquí

unas semanas!

–Pero entonces no entiendo...

–No podemos hablar ahora de eso –me

interrumpió–, bebamos.

Inmediatamente una segunda chica se sentó junto

a nosotros. Se apretó contra mí con tanta fuerza

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Una mariposa aletea en China

Page 115: Una Mariposa Aletea en China

mientras pedía a gritos que le trajesen un güisqui que

casi se me cortó la respiración. Se había bañado en

perfume de todo a cien, olía como un cementerio

ambulante.

Alguien abrió la puerta. Los ruidos dispersos,

incipientes, del amanecer, retrocedieron ante la

música de un tocadiscos. “Aún existen aparatos de

esos”, pensé tratando de evadirme de la situación.

Entonces la gorda me agarró por un brazo. Sin

decir nada, antes de que yo pudiera pergeñar una

disculpa, me arrastró a la “pista de baile”.

Eleuterio me hizo una señal con la cabeza y me

guiñó los ojos señalándome a “Crisantemo”:

–¡Es ella! –dijo.

–Vamos a la habitación.

Yo titubeé. Adela y Eleu nos miraban aguantando a

duras penas la risa. Crisantemo me apretó aún más

contra sí, hasta casi asfixiarme:

–¿Quieres que hablemos, no?

–Sí.

–Tu amigo era mucho más ardiente, dijo mientras

me desvestía.

–¿Flash?

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Carlos Almira Picazo

Page 116: Una Mariposa Aletea en China

–¿Tienes otro? –soltó una risa cantarina.

–Pero yo...

–De todas formas me gustan tímidos.

–Yo preferiría pagar...

Como si acabase de recibir una ráfaga helada, me

soltó. Se apartó unos pasos:

–¿Qué quieres entonces?

Me había sentado al borde de la cama. La

habitación, irrespirable, empezaba a girar.

–Tu amigo vino por su propio pie. ¿Crees que yo lo

traje a la fuerza?

–Yo, no.

–¡Estaba enamorado de mí! –chilló con una voz en

que temblaban el orgullo y las lágrimas.

–Yo no he dicho eso.

Como si un dique temblequeante se hubiese roto,

prosiguió:

–¡Venía todas las tardes a verme, hasta que

apareció esa zorra! ¡Ella lo mató, ella lo mató, ella,

ella, ella!

Se echó a mis brazos gimoteando: “¡Flash, Flash,

Flash, mi Flash...!”

–¡Íbamos a casarnos, mecaguén!

Se oyeron pasos agitados subir las escaleras.

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Una mariposa aletea en China

Page 117: Una Mariposa Aletea en China

–¡Si no llega a ser por esto, país de mierda!

Se subió la falda enseñando su sexo masculino.

–¡Aquí no se pueden casar los maricones!

De pronto se abrió la puerta. No tenía el cerrojo

echado.

–¿Algún problema, Cris?, dijo el camarero

orangután que nos había servido.

Sin responderle y sin mirarlo, Crisantemo sonrió: la

voz y el gesto le habían cambiado por completo:

–¡Es una lástima de todas formas, lo hubiésemos

pasado muy bien!

Al fin conseguí arrancar a Eleu de aquel sitio y

meterlo en el coche. Se despidió de Adela como

Romeo de Julieta, a la luz de las estrellas.

Cuando llegamos a X ya hacía rato que había

amanecido. Las calles estaban desiertas. Eleu se

despertó asombrado de estar allí conmigo.

Fuimos a su casa. Como no quería quedarse

empezó a alborotar en la escalera. Alguien lo

amenazó con llamar a la policía. Nos reímos.

Llenamos unos vasos como el que oye llover, y

empezó a hablarme de Adela. En la mitad de una

frase interminable, se quedó dormido.

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Carlos Almira Picazo

Page 118: Una Mariposa Aletea en China

XXI

Los días siguientes fueron de broncas y de malas

caras. ¿A qué entrar en detalles, princesa? Lo peor, lo

que me resultaba casi insoportable era que, a punto

de descubrir la verdad sobre el “asesinato” de Flash,

Helena me arrancase continuamente de ese estado

de euforia que precede al descubrimiento o al

desengaño definitivo.

Cada vez me costaba más trabajo escuchar sus

diatribas, no distraerme mientras me hablaba, seguir

el hilo hiriente de su conversación. Y eso la enfurecía

aún más y hacía que redoblase sus intentos por

arrastrarme a su estado de ánimo, porque yo ya no

participaba del juego, como si fuese un completo

extraño.

Por cada explicación que yo le daba ella me pedía

tres y no creía ninguna.

Por otra parte, ¿cómo explicarle que había ido a un

puticlub donde casi me seduce el ex–novio de Flash?

En cuanto oía este nombre pronunciado de mis labios

caía en un estado de histeria. Pablito se asustaba y

teníamos que buscarlo por toda la casa. Nunca nos

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Una mariposa aletea en China

Page 119: Una Mariposa Aletea en China

había oído discutir de esa manera.

En cierta ocasión levanté los brazos para

defenderme de lo que yo creía que se me venía

encima, una inminente lluvia de golpes y arañazos.

Helena me miró pálida: había enmudecido.

Maquinalmente cogí la pelota y me fui con Pablo a

jugar al fútbol al parque.

Poco a poco las discusiones fueron amainando. No

volvió la serena confianza del principio pero al

menos empezamos a tolerarnos mutuamente.

Helena dejó de preguntarme y yo aprendí a evitar

cuidadosamente el transmitirle mis esperanzas y mis

decepciones. Ya no le hablaba de mi trabajo ni de mis

expectativas. Ahora cada uno tenía su esfera propia

junto a otra esfera común. Mejor así. Nuestra

relación perdió calidez pero ganó libertad al precio

de una tácita y mutua resignación.

Por otra parte durante estas semanas no ocurrió

otra cosa digna de mención. Eleu y yo dejamos de

rastrillar las líneas de cercanías. Habíamos

encontrado lo que buscábamos, sobre todo Eleu. De

pronto empezó a arreglarse como nunca: el uniforme

le relucía impecable; un alfiler de oro con el escudo

del Real Madrid le adornaba pomposamente la

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Carlos Almira Picazo

Page 120: Una Mariposa Aletea en China

corbata impecablemente planchada; los zapatos le

brillaban como espejos; los puños y los cuellos de la

camisa habían cambiado el amarillento habitual,

sospechoso, por un blanco impoluto. Naturalmente

detrás de estos cambios, de esta auténtica

metamorfosis, estaba Adela.

Las bromas y los chascarrillos de que fue objeto

por ello durante los primeros días me alegraron en

plena borrasca matrimonial. Recuerdo que antes de

entrar en la Comisaría, aún abrumado por la última

pelea, tenía que componer el rostro para esconder la

sonrisa traviesa que me temblaba en los labios. Para

colmo Eleu adoptó una postura digna que redoblaba

aún más lo cómico de aquella situación. Cuanto más

nos esforzábamos en no hacerle caso más

endomingado y cursi aparecía el bueno de Eleu,

cualquiera diría que para provocarnos

deliberadamente, vestido como si fuera a un desfile

como un Guardia Real, con un perfume que tiraba de

espaldas (aunque no lograba disimular el otro, el

entrañablemente familiar del alcohol, una de las

pocas señas de identidad que aún conservaba

nuestro Romeo). Con expresión y con gestos

ampulosos cruzaba la comisaría con paso rotundo,

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Una mariposa aletea en China

Page 121: Una Mariposa Aletea en China

recién llegado del bar donde, siguiendo una

costumbre inveterada, acababa de desayunarse un

café con un chorro de Magno. Su dama debía de

haberle impuesto alguna restricción en el tabaco

pues ahora fumaba casi a escondidas, mirando

furtivamente hacia la puerta como si ella fuera a

aparecer de un momento a otro y a sorprenderle in

fraganti.

Aún a riesgo de ser prolijo añadiré que había

cambiado su vocabulario y hasta su forma de hablar:

junto al usted habitual en él, aparecieron expresiones

como psicología, homicidio, proxenetismo,

eugenesia, términos todos ellos exhumados del

diccionario lleno de manchurrones que ahora

siempre tenía a mano encima de su mesa.

Se comprenderá que en estas circunstancias

nuestras indagaciones se interrumpiesen por un

tiempo. Eleu salía disparado de la oficina en cuanto

acababa la jornada. Yo, con paso lento y desganado.

Por motivos muy distintos, ninguno de los dos estaba

de ánimo para retomar aquel hilo. El resultado era el

mismo, idéntico.

En las pocas ocasiones en que nos encontramos

fuera del trabajo me evitó, esquivó la mirada. Le oí

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Carlos Almira Picazo

Page 122: Una Mariposa Aletea en China

incluso hablar, medio en serio medio en broma, de

volver a estudiar y hacerse inspector, o incluso

comisario.

Una tarde apareció por sorpresa en casa. Conocía

mi dirección de otras citas. Parecía un galán de cine,

seguro de sí mismo. Como iba solo se permitía fumar.

Mientras hablaba, plantado en la puerta, salió

Helena: –Hace corriente.

–Ya nos vamos –gruñí.

–Señora.

–No te lo había dicho, se volvió en la escalera, me

caso.

–¡Enhorabuena!

–Hay una pequeña dificultad...

–¿Qué?

–El chino.

–No sabes cómo se las gastan esos proxenetas.

–Soy policía.

–He pensado, prosiguió cambiando de tono y como

si hubiese sopesado cuidadosamente cada palabra,

que podrías ayudarme a convencerle.

Cogimos el coche. Nada de trenes. Esta vez sí

llevaba las fotografías. Por si acaso, Eleu llevaba la

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Una mariposa aletea en China

Page 123: Una Mariposa Aletea en China

pistola reglamentaria. Me la enseñó como un chico

que juega a cowboys:

–¡Pam, pam!

Los faros antiniebla taladraban la carretera.

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Carlos Almira Picazo

Page 124: Una Mariposa Aletea en China

XXII

El Paraíso estaba aún cerrado. No obstante las

chicas conocían a Eleu, habían visto su placa muchas

veces y además les enternecía su historia de amor.

Nos sentamos en la barra cerca de los lavabos. Eleu

se quitó la chaqueta, se secó la frente y dijo:

–¿Dónde está?

–Durmiendo, pichurrín.

Una risa desganada recorrió la sala.

–Quiere decir que no la puedes ver –se oyó una

voz.

El camarero orangután apoyó sus puños en el

mostrador. El antebrazo que no le cubría la servilleta

lucía un enrevesado tatuaje.

–A lo mejor te pego un tiro –dijo Eleu.

Se abrió una puerta. Una voz familiar y olvidada

intervino:

–Nada de violencias, tengan la bondad.

El señor Issa no había cambiado, al menos en mis

recuerdos. Seguía exhibiendo un aspecto

inmejorable. La sonrisa juguetona le bailaba en los

ojos prontos a la complicidad:

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Una mariposa aletea en China

Page 125: Una Mariposa Aletea en China

–Han llegado chicas nuevas –nos anunció.

–¿Se acuerda usted de mí? Kublai Kan...

Sus ojos retrocedieron encandilados.

–Cómo iba a olvidarme.

–Me contó usted entonces una historia deliciosa.

–Me alegro de que le gustara.

–¿Dónde está la chica?

–Lamento decirle que la señorita Adela nos ha

dejado esta mañana.

–¿Dónde ha ido?

–No lo sé.

Eleu se irguió:

–¿Dónde está Adela?

El señor Issa me miró. Su expresión se había

ensombrecido.

–Hay una cosa que me gustaría que me explicase.

Sin decir más, le mostré la fotografía de Flash

fumando en la pipa de jade. También le enseñé la

ampliación, por si tenía dudas.

–¿Ve? El mono, el árbol....

–Usted tuvo la amabilidad de devolvérnosla.

–¿Cómo llegó a sus manos?

–Por una de mis chicas.

Segundos después se abrió la puerta y apareció

124

Carlos Almira Picazo

Page 126: Una Mariposa Aletea en China

Crisantemo. Al verme me sonrió con expresión

soñadora:

–Cris, estos señores policías quieren hacerte una

pregunta.

Le tendí las dos fotografías.

Entretanto Eleu no dejaba de jugar con la pistola

que abultaba grotescamente en su bolsillo, cada vez

más inquieto, con los ojos clavados en el suelo.

Al reconocer a Flash suspiró, la mirada empañada.

Luego examinó la ampliación con más detalle

recobrando poco a poco el control de sí mismo:

–Fue un regalo mío, confesó.

–¿Cómo la conseguiste, Cris? –la interrogó el señor

Issa.

–¡Ya lo sabe, se lo he dicho, yo, yo...! ¡Había

perdido la cabeza! ¡Él me quería, no miraba a

ninguna otra más que a mí, hasta que apareció ella!

–¿La robaste?

Crisantemo bajó la cabeza.

–Ya lo ve.

–¿Es ella? –le mostré una fotografía tuya, princesa.

–¡Sí! ¡Ya se lo he dicho!

El orangután entró para llevársela. Nos miró con

furia.

125

Una mariposa aletea en China

Page 127: Una Mariposa Aletea en China

–Ella no sabía el valor que tenía. ¿Cómo iba a

saberlo? Lo sustrajo del equipaje de una de nuestras

chicas recién llegadas y se lo regaló a su amigo sin

saber de lo que se trataba.

–Luego, prosiguió el señor Issa tras una pausa,

apareció esa otra mujer, que sí sabía perfectamente

lo que buscaba. Y poco después su amigo se estrelló.

Cris me puso sobre la pista de la pipa de Kublai sin

proponérselo, estaba furiosa con su ex novio por

haberla abandonado y en una pelea logró arrancarle

la cazoleta de las manos después de arañarle la cara.

Por desgracia, su amigo se mató antes de que

pudiésemos entrevistarnos. La fulana desapareció,

hasta que usted se puso en contacto con nosotros. Ya

sabe el resto de la historia.

–¿Y la chica a la que se la robaron?

–Nos dejó, por desgracia. Este es un lugar de paso.

Tuve una iluminación repentina. Le tendí

audazmente el mazo de fotografías y le dije:

–¿Está aquí?

El chino las examinó concienzudamente, una a una.

Eleu seguía jugueteando con la pistola, con la vista

extraviada. Contuve la respiración:

–Esta es, dijo el señor Issa.

126

Carlos Almira Picazo

Page 128: Una Mariposa Aletea en China

Casi se la arranqué de las manos.

Desafortunadamente ya no recordaba su nombre,

pero estaba seguro de que era ella. Por desgracia,

naturalmente, tampoco podía decirme cómo había

llegado aquel objeto, una cosa tan rara y preciosa, a

su poder. Nunca preguntaban a sus chicas por su

pasado, no les hacían la ficha policial. Del mismo

modo no les preguntaban a dónde se iban siempre y

cuando antes hubiesen saldado todas sus deudas con

la casa.

Lo sorprendente era que, junto a aquella mujer

menuda que avanzaba con decisión bajo un paraguas

por una calle desconocida, ibas tú, princesa.

–¿Y la pipa? –pregunté casi divertido.

–¡Oh! –sonrió él.

Cuando ya estábamos en la puerta, adonde a duras

penas había conseguido arrastrar a Eleu, el chino nos

preguntó:

–¿Cómo dieron con este sitio?

–Por una voluta de humo.

Salimos a la noche estrellada. Eleu no quería

hablar. Yo repasaba mentalmente la nueva cara a

sumar a todas las anteriores. Se me ocurrió el símil

mientras aceleraba por la carretera desierta, con una

127

Una mariposa aletea en China

Page 129: Una Mariposa Aletea en China

luna enorme que el frío volvía azul:

–Otra máscara.

Eleu se removió en el asiento, prendió un cigarrillo

y dijo:

–Qué importa.

–Ya aparecerá –traté de animarlo.

–Gracias.

Después de un buen rato añadió:

–Si se ha ido voluntariamente no quiero volver a

verla y si no...

–Tiene que haber una explicación.

–Sí.

En vez de entrar en X seguimos hasta la ciudad. La

luna, cada vez más grande, se enseñoreaba del cielo.

Cuando ya habíamos bebido bastante dejamos el

coche en una cuneta desconocida. Campos de trigo

que nadie recogería, sembrados para cobrar

subvenciones europeas; cortijos abandonados,

reutilizados como discotecas pueblerinas y vueltos a

abandonar; ya en plena noche se nos cruzó un zorro

de color de miel bajo las ruedas al salir

inesperadamente de una curva; el viento quejoso,

perdido en aquellos páramos absurdos que parecían

no tener principio ni fin.

128

Carlos Almira Picazo

Page 130: Una Mariposa Aletea en China

Eleu abrazaba a una chica tan flaca y tan pintada

que recordaba el papel, sonaba y olía como el papel a

punto de quebrarse. En ese momento oímos un tren

que se nos acercaba a bastante velocidad. Eleu se

plantó en medio de la vía.

–¿Qué haces?

La chica se tapó la cara y ahogó un gritó. El

desagradable silbato del tren sobresaltó los campos

muertos.

El salto en el último instante le había quitado la

borrachera:

–¡Vámonos! –dijo, ahora conduzco yo.

Rayaba el alba.

129

Una mariposa aletea en China

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Page 132: Una Mariposa Aletea en China

XXIII

El número de la matrícula figuraba en el

expediente. Lo anoté temblando y guardé el papel.

Eleu había desaparecido. Decidí que era lo mejor.

En Tráfico me miraron como a un bicho raro:

–No hay ningún coche de alta con esta matrícula.

–Ya lo sé.

–¿Y?

–El antiguo propietario.

–No sé si puedo darle esa información.

Su jefe me hizo pasar a una habitacioncita

acristalada que olía a medicamentos. Me estudió

rápidamente y dijo:

–¿Qué quiere saber?

–Un amigo mío se estrelló en este coche.

–¿Y?

–¿De quién era?

El hombre reflexionó un momento antes de

sonreír:

–¿Está usted investigando un homicidio?

–Psss...

–Yo no puedo decirle de quién era, figura aquí –

131

Una mariposa aletea en China

Page 133: Una Mariposa Aletea en China

sonrió–. ¿Quiere usted café?

Mientras buscaba en la máquina con una lentitud

ceremoniosa, copié rápidamente la dirección y el

nombre en cuestión del papel que acababa de

señalarme. Mi informante tardó aún un buen rato en

darse la vuelta. Debió de pensar que yo no llevaba a

mano lo necesario.

–Espero haberle sido de utilidad, dijo.

Le di las gracias y salí.

En casa me esperaba aún una sorpresa. La tarde se

había nublado: el cielo empujaba pacientemente una

a una, sus sombras nocturnas. Me llamó la atención

el silencio desacostumbrado en el rellano y luego al

abrir la puerta. Tardé casi un minuto en hacer girar la

llave.

La casa estaba completamente a oscuras y en

silencio.

Helena se había ido.

No hago más que contarte desgracias, princesa.

Desgracias que luego han resultado no ser para

tanto. De todo ello el encontrarme aquel día solo en

el piso, sobre todo sin mi hijo, ha sido lo peor.

Al principio pensé, quise pensar, que habían salido.

Conecté la luz y me repantigué en el sofá. Tenía

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Carlos Almira Picazo

Page 134: Una Mariposa Aletea en China

mucho en qué pensar: por ejemplo, la dirección y el

nombre del propietario del coche con el que se había

matado mi amigo (¿cómo no se me había ocurrido

seguir antes aquella pista?); o la misteriosa

“desaparición” de Eleu; o tú, princesa, en aquella

fotografía con una puta desconocida, de rasgos

orientales, paseando con un paraguas por aquel

pueblucho.

Así transcurrieron varias horas sin que ocurriera

nada. Al cabo me decidí a telefonear.

Al ir a buscar el auricular tropecé con un juguete

de Pablo: un cohete. Todos mis números se

estrellaban contra el mismo silencio. Hacia las doce

de la noche me respondió por fin una voz:

–¿Helena?

–¿Eres tú?

–¿Dónde está?

–Se ha acostado, está bien.

–¿Qué le ocurre?

–No te preocupes.

–Quiero hablar con ella.

–Mañana.

Colgó. El silencio se hizo aún más profundo, me

rodeó como un dogal. Bebí como hacía meses que no

133

Una mariposa aletea en China

Page 135: Una Mariposa Aletea en China

bebía, princesa, como no lo había hecho desde que

estábamos juntos. Pero el alcohol no me ayudó. Por

la mañana, a una hora incierta, me desperté en un

banco cerca de la estación, la dichosa estación.

Volví a casa, me duché, me afeité, y bebí un café lo

más cargado que pude. Fue entonces cuando

encontré la nota en la mesa de la cocina. Por una

parte me tranquilizó y por otra me inquietó aún más:

“Cariño, no puedo seguir así. Me voy. Necesito ver

las cosas con claridad y tu compañía no me ayuda

precisamente. No te lo tomes a mal, por favor. No te

abandono, simplemente necesito un poco de tiempo

para reflexionar sobre algunas cosas. Pero te quiero.

Helena.

P.D. El niño está bien. Le he dicho que vas a venir a

vernos este fin de semana, en cuanto te deje el

trabajo. Hasta entonces.”

Aún era lunes.

134

Carlos Almira Picazo

Page 136: Una Mariposa Aletea en China

XXIV

El local donde mi amigo compró su último coche

estaba a unos diez kilómetros en dirección a la

ciudad. No debía haber cambiado mucho de aspecto

en aquellos años a juzgar por su estado de abandono.

Un erial repleto de basura entre la que crecía la

retama lo precedía a modo de antesala. En cuanto

penetré en sus dominios me asaltó, tironeando

furiosamente de lo que me pareció una cadenucha,

un doberman enfurecido. Tras él, con palabras

tranquilizadoras pero carentes de convicción, venía el

encargado.

Hay gente que huele a la policía a kilómetros de

distancia. Enseguida percibí que aquel hombre

disfrazado de vendedor pertenecía a esa categoría

suspicaz. Sus ojillos cargados de una mirada recelosa

se esforzaban en parecer indiferentes:

–Perdone el recibimiento, este mes nos han

robado ya dos veces.

Se limpió las manos grasientas en un pañuelo

indescriptible y escupió:

–Nos han entrado esta semana. ¡Lucifer!

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Una mariposa aletea en China

Page 137: Una Mariposa Aletea en China

El perro se amilanó, escondió la cabeza haciéndose

un ovillo bajo sus pies hasta convertirse en un bulto

mudo, tembloroso. ¿En qué puedo ayudarle?

–A ver si lo entiendo. Busca al propietario de un

Mercedes Benz que vendimos hace tres años, más o

menos. ¿Quién trabajaba aquí en esa época?

Mientras hablaba examinaba el Libro de Entradas y

Salidas.

–Aquí está: la venta no la hicimos nosotros, fue un

extranjero.

¡Issa!

–Pero el coche no estaba a su nombre.

–¿De quién?

–Mr. Wang-Fei, Excmo. Cónsul de la República

Popular China.

Se hizo un silencio, como si hubiéramos dejado de

existir:

–¿Examinaron el coche?

–Sólo examinamos los que vendemos nosotros,

directamente.

Cuando encendí el motor volví a oír los ladridos del

doberman devuelto a su improbable cadena. El

vendedor había desaparecido entre su chatarra

reluciente.

136

Carlos Almira Picazo

Page 138: Una Mariposa Aletea en China

Aquella tarde la dediqué a limpiar la casa. Es

curioso cómo, princesa, un hombre y sobre todo si es

marido, se hace ilusiones acerca de las mujeres. Lo

que yo quería sobre todo era ver a mi hijo.

Necesitaba verlo emprenderla a puñetazos, medio en

serio medio en broma, conmigo, imitando las voces

de sus héroes favoritos. Me figuraba que limpiando y

poniendo un poco de orden en lo que ya empezaba a

parecer una leonera, precipitaría su vuelta y la de su

madre.

Respecto a esta última mis ilusiones eran inciertas:

una mezcla de aprensión y de alivio. A ratos la

echaba de menos y me culpaba a mí mismo de todo

lo sucedido. Me lo tenía bien merecido por insensible

y por no ocuparme lo suficiente de ella. De pronto un

furor inesperado se apoderaba de mí, y entonces

sólo encontraba palabras soeces, insultos contra

Helena, y mi mayor deseo era que no volviera nunca.

Tenía a “mi” hijo, era abominable.

En aquel estado de ánimo pasé la tarde barriendo,

fregando, arreglando la ropa, vaciando los ceniceros.

Al cabo, convencido de que el encantamiento no

funcionaría, me dejé caer en un sillón con el diario

local. No había cenado y casi no había comido, de

137

Una mariposa aletea en China

Page 139: Una Mariposa Aletea en China

modo que todo empezó a darme vueltas. Las líneas

se me emborronaban como si acabara de sacar el

periódico de una piscina. Fui directamente a la

página de los deportes cuando sonó el timbre de la

puerta.

Eleu me abordó con una botella en la mano:

–¡La he encontrado!

–No estoy para acertijos.

–Adela ya no me importa, declaró.

–Voy a por unos vasos.

Mientras los buscaba lo oí pasar las páginas del

periódico. Bueno, aquello era mejor que beber solo:

–¿Y el resto de la familia?

–¿A quién has encontrado?

–A la mujer de la fotografía.

–¿Princesa?

Me miró extrañado.

–¡Qué princesa!

Transcurrió medio minuto. Entrechocamos los

vasos, que se pegaban a los dedos. Busqué cigarrillos

y de paso traje las fotografías de Flash.

Se refería a la chica oriental a la que habían robado

la pipa de jade:

–¿Estás seguro de que es ella?

138

Carlos Almira Picazo

Page 140: Una Mariposa Aletea en China

–Seguro.

Volví a llenar los vasos. Noté que la mano me

temblaba:

–No importa.

La expresión de Eleu se llenó de estupor:

–¿Qué quieres decir?

Sonó el teléfono. Lo ignoré a sabiendas de que

después me arrepentiría:

–Será mejor que sigamos hablando mañana.

–¿Qué has querido decir con que no importa?

–Nada.

Sonreí. Eleu se hizo la ilusión de comprenderme y

sonrió también:

–Tienes razón, será mejor que sigamos hablando

mañana.

Tambaleándose con una rigidez forzada, solemne,

alcanzó la puerta. En cuanto desapareció vacié el

resto de la botella y lo que había quedado en el vaso

de Eleu en mi vaso, bebí, y me fui a la cama.

139

Una mariposa aletea en China

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Page 142: Una Mariposa Aletea en China

XXV

Cuando sonó el despertador poco después, volví a

encontrarme el periódico arrugado sobre la mesa

junto a los vasos y la botella vacía. La cafetera silbó

tímidamente y luego comenzó a chiflar con creciente

estridencia:

“Aumenta la tensión en el Mar de China: el

portaaviones Eisenhower de la cuarta flota de los EE.

UU. ha sido enviado en las últimas horas a la zona. El

Secretario de Estado norteamericano advierte al

gobierno chino de las graves consecuencias que

tendría para sus relaciones una agresión contra la isla

de Taiwán...”

Doblé el periódico impulsado por una vaga

corazonada. En la comisaría ya estaba esperándome

Eleu: recién afeitado, fresco, embebido de colonia,

como acabado de salir de la ducha. No obstante, el

color sepia, la flacidez de las mejillas y las profundas

ojeras, denunciaban su desmoronamiento interior.

Esta vez me ofreció café. Despachamos

rápidamente los asuntos de rutina del día y nos

fuimos al almacén de la Jefatura. Antes de policía

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Una mariposa aletea en China

Page 143: Una Mariposa Aletea en China

Eleu había sido, entre otras cosas, mecánico durante

su breve e intempestivo servicio militar. El almacén,

un solar a medias cerrado y cubierto, desolado a

todas luces, albergaba como una especie de

escombrera pruebas de casos ya periclitados. Los

trastos más extravagantes y variopintos se pudrían

allí al sol o entre la humedad de sus muros

esperando su particular eternidad. También allí había

un perro, sin duda feroz, aunque adormilado todavía.

El encargado, un policía jubilado metido a vigilante,

nos condujo entre una maraña de basura y de maleza

hasta lo que en su día fuera un flamante Mercedes

Benz. Entretanto, cediendo a una tentación

inveterada, procuraba sonsacarnos a base de

monosílabos y de miradas cargadas de desconfianza.

El coche donde se había matado mi amigo estaba

irreconocible: no había sido tocado por mano

humana desde entonces; el morro apoteósico,

chafado contra el suelo, anunciaba con melancólica

fatalidad la puerta hundida contra el volante del

copiloto que milagrosamente no había aplastado al

conductor. Eleu, sin arremangarse siquiera, se deslizó

bajo el trasto mastodóntico. Tardó muy poco en salir

pero su expresión, iluminada por el hallazgo, parecía

142

Carlos Almira Picazo

Page 144: Una Mariposa Aletea en China

la de otra persona, como si hubiera atravesado un

siglo.

Naturalmente no dijo nada hasta que estuvimos

fuera del alcance del viejo, que reventaba de

curiosidad. Entonces fue claro, contundente y

escueto: debido al alcohol nadie había examinado el

coche en su día; se había dado por sentado que el

accidente se debió al estado del conductor; sin

embargo, Eleu me mostró una pequeña pieza

desatornillada y un trozo de cable de acero cortado

limpiamente a sierra, con sus hilos de acero de una

longitud perfectamente uniforme, salvo dos o tres

que debían de haberse roto en el momento justo del

accidente debido a la presión, y que aparecían

rizados; todo había sido pues cuidadosamente

preparado, dispuesto; la dirección y los frenos habían

sido “arreglados” para que el coche se estrellase. En

fin, aunque Flash no hubiera ido bebido se habría

matado igualmente, se habría estrellado contra aquel

árbol o contra cualquier otra cosa.

143

Una mariposa aletea en China

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Page 146: Una Mariposa Aletea en China

XXVI

Poco a poco supe, en los días siguientes, dónde

había estado mi amigo y qué había hecho durante las

dos semanas largas de su desaparición. Por su parte,

Eleu se mostraba al respecto insólitamente

reservado. Apenas si podía sacársele nada sobre

aquella “escapadita”, como él la llamaba. Justificó su

ausencia por enfermedad y se reincorporó al trabajo

como si nada hubiera pasado, aunque para quienes

le conocíamos era obvio que algo crucial, definitivo,

le había ocurrido durante aquel misterioso

paréntesis. El Eleu que nosotros conocíamos no había

vuelto: en su lugar, un hombre rejuvenecido,

reservado, limpio, que fumaba a todas horas pero

que ya sólo bebía fuera del servicio, y que se duchaba

todos los días, ocupó el rincón de las denuncias en la

comisaría. Tampoco es que nos importara mucho.

Si recuerdo esta metamorfosis, princesa, es porque

a partir de ella nuestro “caso” tomó un giro

inesperado. Para empezar, la cautela de mi

compañero llegó en un momento providencial: era

evidente a todas luces que se había producido

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Una mariposa aletea en China

Page 147: Una Mariposa Aletea en China

negligencia en la investigación, pero oficialmente el

caso estaba cerrado y ¿qué superior reabriría un caso

que demostraba la incompetencia o cuando menos,

el desinterés de la policía? Ahora bien, el coche

trucado pasado por alto en su día en la inspección de

las pruebas, demostraba claramente que se había

producido un asesinato. Antes de atar todos los

cabos que teníamos y de elegir una dirección era

muy importante ocultar ante nuestros compañeros y

superiores, lo que estábamos investigando. Se

hubiera producido, a la menor indiscreción nuestra

sobre este asunto, un revuelo fenomenal que quizás

hubiese alcanzado a las instancias más altas del

Cuerpo y que, como mínimo, o muy equivocado

estoy sobre la naturaleza humana, nos hubiera

arrastrado a nosotros, léase vía expediente

disciplinario o traslado forzoso o algo peor.

Además de dejar en entredicho a todo el Cuerpo

de Policía en un caso claro de asesinato, y de

asesinato de un compañero, nuestro caso apuntaba a

esferas aún más altas y de momento, insondables:

para empezar estaba el coche, el arma del delito,

propiedad del Consulado de la República Popular

China, o tal vez sólo del cónsul. ¿Por qué semejante

146

Carlos Almira Picazo

Page 148: Una Mariposa Aletea en China

institución había puesto en manos de un delincuente,

de un tratante de blancas metido a cazador de

antigüedades y de objetos artísticos, dicho coche? Si

yo entonces les hubiese contado a mis superiores lo

que sabía de aquella historia, dejando el coche

aparte, se hubiesen sonreído, me hubiesen dado

unas palmaditas en la espalda, y me hubiesen

recomendado unas vacaciones.

El que mi amigo volviese de su viaje transformado

en la discreción en persona fue, pues, providencial.

Teníamos las pruebas de que allí había un “caso”:

las fotografías de Flash, que nadie echó de menos en

la Comisaría; el puticlub del señor Issa; y ahora las

piezas de los frenos y de la dirección del coche,

cortadas y aflojadas por alguien para que se

estrellara mi amigo. Pero oficialmente, tanto Eleu

como yo estábamos dedicados a patrullar calles

desiertas por donde no pasaban ni los gatos, y a

multar infracciones de tráfico. Todo el tiempo que

nos sobraba, es decir “todo”, lo dedicábamos sin

embargo a nuestro caso.

Las piezas rotas del coche estaban limpias, es decir,

no presentaban huellas dactilares ni de la policía ni

de nadie. ¿Por qué alguien iba a borrar todas las

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Una mariposa aletea en China

Page 149: Una Mariposa Aletea en China

huellas de unos tornillos y de unos cables cortados?

Un día, como ahora nos reuníamos en mi casa

después del trabajo (a la ginebra y al cognac ahora se

sumaba el café), mi amigo me preguntó por Helena y

por Pablito. Parecía realmente afectado:

–Ya volverán, me animó.

No le respondí, pero mi mirada debió darle

permiso porque prosiguió:

–¿Te acuerdas de la chica de la fotografía de la que

te hablé? ¡Pues todo encaja! Ahora trabaja en el

mismo sitio que Adela. ¡Creían que no la iba a

encontrar!

–¿A qué te refieres?

Llené los vasos y les añadí un poco de café.

–Es china como la pipa, como el coche, como el

proxeneta de las fulanas: en este caso todo es chino.

Sonreí. Mientras vaciaba el vaso y encendía otro

cigarrillo, recordé la hoja de periódico que había

guardado días atrás, y que también hablaba de China.

¿No nos estaríamos obsesionando un poco? Si

abriera un volumen cualquiera de la Historia, o del

Arte de ese antiguo país, ¿no encontraría alguna

relación con nuestro caso?

Y sin embargo aquella observación ingenua me

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Carlos Almira Picazo

Page 150: Una Mariposa Aletea en China

tuvo en vilo toda la noche.

¡Pobre Flash! ¡Quién te iba a decir que tu muerte

tendría unos orígenes tan lejanos y tan ajenos a tu

vida! ¿Cómo era la famosa paradoja, una mariposa

mueve sus alas en China y el Empire States Building

de Nueva York tiembla?

Una mariposa había batido sus siniestras alas en el

país más antiguo del mundo y, como resultado de

ello mi amigo, un simple policía de provincias

aficionado a la fotografía y a los travestis

estrambóticos, había muerto con el cuerpo lleno de

alcohol en un “accidente”; y su amigo, es decir yo,

estaba a punto de perder si es que no había perdido

ya a su mujer y a su único hijo, al borde de la locura,

a punto de enloquecer de remordimiento y soledad.

–¿Y qué pasó con Adela?

Eleu fingió no escucharme. Vació a su vez su vaso.

149

Una mariposa aletea en China

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Page 152: Una Mariposa Aletea en China

XXVII

La Biblioteca Pública de X contendrá unos diez mil

volúmenes aproximadamente. Es un edificio nuevo,

recién inaugurado, apenas visitado por estudiantes y

por algún que otro jubilado que lee la prensa

deportiva.

Supongo que esto es fomentar la cultura. En las

paredes, como en la Casa del Libro de Madrid,

relucen las efigies de Dante, Shakespeare, Dickens,

Dostoievski, entre otros. La encargada del local nos

examina con recelo mientras revuelve sus fichas y

sorbe su café. Entretanto Eleu no sabe que no se

puede fumar en un lugar así. Desconcertado, con

expresión de profundo desamparo, vacila entre las

estanterías mientras yo me acomodo, princesa, junto

a una ventana desde la que se ve un pedacito de

jardín y el único puente decente de X.

Hay que comprobar la historia de la pipa de jade.

Por supuesto, no encontramos nada sobre ella. ¿Es

posible que todo sea sólo un cuento del señor Issa?

Cuento o realidad, esconde la razón de la muerte de

mi amigo. Por lo tanto hay que investigar.

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Una mariposa aletea en China

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Nos dividimos: Eleu apuntará todo lo que

encuentre sobre Taiwan, también llamado Formosa:

–¿Formosa?

Yo indagaré en dos direcciones: por un lado, sobre

los viajes marítimos patrocinados por el antiguo

Imperio Chino; y por otro, sobre el arte del jade en

América antes de la llegada de Colón.

–¿Y las chicas?

–En su momento.

A Eleu le intimidan los pósters. Parece que me

estuvieran mirando. Se queja por todo. La

bibliotecaria también nos mira. Los libros que le pido

acicatean aún más su curiosidad. En torno nuestro

flota un aire festivo e irreal de juventud.

–¿Qué se supone que buscamos?

–En su momento.

La noche cae sobre el jardín.

La historia del señor Issa al menos tiene visos de

verosimilitud. Por supuesto, no podemos

corroborarla en detalle pero encaja con nuestra

información general:

Un tal Cheng Ho, almirante de los Emperadores

Ming, hizo largos viajes marítimos entre los años

1405 y 1433. Es decir, bastante antes de que Colón

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Carlos Almira Picazo

Page 154: Una Mariposa Aletea en China

descubriera América: bordeó las costas de la India y

descendió mucho más al sur del Mar Rojo, costeando

África; seguía las rutas que ya habían abierto los

musulmanes y que luego seguirían los portugueses;

pero también hizo viajes en sentido contrario, hacia

las penínsulas y las islas que jalonan Malasia e

Indonesia.

Al parecer Cheng Ho contaba con medios insólitos

para la época en cualquier parte del mundo: con

naves que podían llegar a las 1500 toneladas (cuando

la capitana de Vasco de Gama apenas llegaba a las

trescientas); con armas de asalto y de fuego

modernísimas; con instrumentos de navegación

precisos y con mapas desconocidos en Europa y en el

mundo musulmán de aquella época.

Sus viajes eran oficiales: tenían el objetivo de abrir

nuevas rutas al Imperio Chino más allá de Asia; de

proteger el comercio de los marinos y mercaderes

chinos, así como de los japoneses, los coreanos, los

vietnamitas, y de todos los pueblos que por entonces

eran tributarios y mercadeaban con la China de los

Ming; en resumen, se trataba de afirmar la soberanía

china en los “cuatro puntos del cielo”.

No obstante, estos viajes fueron muy posteriores al

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Una mariposa aletea en China

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dominio de Kublai Jan, el emperador de ascendencia

mongola a quien, según la historia del señor Issa,

alguien regaló la pipa de jade labrada por los mayas.

De todas formas, lo anterior no se explica sin una

tradición naval bien establecida y consolidada por los

chinos quizás desde la antigüedad (algunos la hacen

remontar incluso al primer Imperio unificado de los

Han), una tradición de navegación marítima de altos

vuelos que muy pronto emularían los demás pueblos

de Asia, mucho antes de que entraran en escena y en

litigio los europeos.

Los chinos eran, desde su prehistoria,

probablemente, el pueblo de la humanidad que

mejor trabajaba el fuego: no sólo en la cerámica y la

forja, sino en la fundición de hierro y de acero

(parangonable a la conseguida por los ingleses en su

revolución industrial, ¡pero con dos mil años de

antelación!). Este temprano dominio del fuego dio

muy pronto a los pueblos de las cuencas del río

Amarillo y del Yang Tsé en el norte y en el sur

respectivamente, un poder y una riqueza que

cimentarían el dominio chino en Asia hasta la

actualidad: la fundición del hierro se aplicaba no sólo

a la fabricación de armas y de aperos agrícolas, sino a

154

Carlos Almira Picazo

Page 156: Una Mariposa Aletea en China

todas las ramas de la artesanía de cada época así

como a la construcción de canales entre otras

infraestructuras civiles y militares, y al desarrollo de

los medios y los instrumentos de transporte.

Por una parte, inspirada por la filosofía de

Confucio, la China desarrolló una sociedad dominada,

salvo en raros intervalos de inestabilidad, de

invasiones y de desórdenes internos, por una

burocracia civil perfectamente culta y engranada; por

otro lado, el Imperio Chino siempre estuvo rodeado

por pueblos de pastores nómadas que lo

amenazaban desde el norte y desde el oeste, los

llamados pueblos de la estepa, que periódicamente

invadían su territorio pero que siempre acababan

integrándose en la civilización china, tal fue el caso

de los Shiun Nung en la Antigüedad, los Churches y

los Mongoles en la Edad Media, etc.

Los nómadas gustaban de atesorar pequeños

objetos muy valiosos, fáciles de transportar, como

joyas, pequeñas piezas artísticas, armas, etc. Tales

objetos de lujo servían para marcar el estatus de una

familia o de un personaje dentro del mundo de las

tribus nómadas que no construían palacios ni

grandes obras conmemorativas para diferenciar a sus

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Una mariposa aletea en China

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élites: eran pues, objetos que circulaban entre los

pueblos civilizados y los pastores de las estepas, bien

a través del comercio del lujo, bien como regalos o

simplemente como botín de guerra. No es extraño,

pues, que desde los artesanos hasta el Emperador y

los burócratas del Imperio Chino, todos estuviesen

interesados en abastecer tal comercio exótico: si

había que buscar obras de arte y materiales

preciosos en el otro extremo del mundo (por

ejemplo, en América) existían los medios y, lo que es

más importante, existían poderosos motivos para

hacerlo desde fecha muy temprana. ¡He aquí las alas

de la mariposa en movimiento! Un regalo

satisfactorio hecho a tiempo podía disuadir a un jefe

bárbaro de atacar las fronteras y convertirlo en

amigo, podía ser por lo tanto tan útil como un

ejército, como un arsenal a punto, o tan efectivo

como una sólida muralla. ¡Regalos!

Había épocas en que el Imperio se encerraba en sí

mismo. Los mercaderes, como los militares o más

aún que ellos, eran mal vistos y vigilados con recelo,

tanto por las autoridades civiles como por los

campesinos. La política siempre primó sobre la

economía y la guerra como una actividad

156

Carlos Almira Picazo

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profundamente moral. Cuando el dinero y las armas

cobraban demasiada importancia, la burocracia

intervenía para ponerlos en su sitio.

El almirante Cheng Ho, por ejemplo, un eunuco

musulmán de ascendientes mongoles, un aventurero

parangonable con los grandes marinos portugueses y

españoles posteriores, fue obligado a suspender sus

viajes por los Ming. China contaba con los mejores

artesanos del mundo, con las mejores armas, con los

mercaderes más preparados y audaces... y con su

burocracia todopoderosa. Quizás de no haber sido

por ésta última Colón hubiera encontrado realmente

Asia, Cipango.

Eleu lee: el gobierno Chino lleva reclamando la isla

de Taiwán (a la que llama provincia rebelde de

Formosa), desde 1949; la ONU nunca ha reconocido a

Taiwán como Estado pero tampoco ha satisfecho las

peticiones de China:

–El coche era del cónsul chino, ¿no? A ver qué nos

dicen las chicas.

157

Una mariposa aletea en China

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Page 160: Una Mariposa Aletea en China

XXVIII

En cuanto llegamos al local, Eleu se detuvo en seco

junto a la puerta:

–Te espero aquí.

Entré pues, solo. La dependienta me ofreció fichas

para las cabinas. Dos o tres clientes esperaban ya

hojeando revistas.

Le enseñé la fotografía de la chica:

–No, lo siento.

El espectáculo acababa de empezar. Compré fichas

para las tres cabinas y mi esperanza se vio colmada

en la segunda de ellas.

La chica ya no era joven pero conservaba intacto

todo su atractivo: menuda, de aspecto tímido, se

desnudaba y ejecutaba sus movimientos insinuantes

alrededor de la barra con seguridad, como una

auténtica profesional. Aunque me miraba yo sabía

que no podía verme.

De pronto me quedé estupefacto: la chica se había

vestido de policía; al instante apareció junto a ella un

hombre vestido del mismo modo. Hasta aquí nada

anormal: policías, enfermeras, monjas, estudiantes...

159

Una mariposa aletea en China

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Pero entonces ocurrió algo. Mientras se seducían la

chica sacó una pipa y simuló encenderla. Fumaba y

arrojaba el humo imaginario sobre la cara del agente.

El cristal de la cabina empezó a oscurecerse.

La dependienta y un cliente me ayudaron a

sentarme tras el mostrador:

–Es ella, dije.

Minutos después caminábamos juntos por la acera.

Eleu no estaba. Cuando entramos en la cafetería

recordé que tenía que hacer algo.

El consulado de la República Popular China en X

ocupa toda la segunda planta de un edificio

colindante al Corte Inglés. Un guardia de seguridad

custodia la única puerta de acceso. El solo distintivo

que lo identifica es una bandera roja que cuelga

lánguidamente de una de las ventanas

perpetuamente cerradas.

Al entrar ingresé en otro país. Un funcionario me

invitó a sentarme en un sillón de anea, con cortesía

oriental. El señor cónsul me recibiría enseguida.

La oficina estaba llena de mesas separadas unas de

otras por biombos y pequeñas palmeras. Una pecera

medio vacía ocupaba toda la pared frente a la puerta,

bajo el retrato de Mao. En una esquina, colgada de

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Carlos Almira Picazo

Page 162: Una Mariposa Aletea en China

una especie de pérgola, había una jaula con un único

pájaro.

–¿Le gusta? Es un ruiseñor. Es muy difícil

mantenerlos en cautividad. Por desgracia sólo canta

de noche, cuando la oficina está cerrada.

–El doctor Wang ya no trabaja aquí.

–¿Dónde puedo verlo?

–En China.

–¿Puedo?

Mientras miraba las fotografías encendí la pipa de

la chica del sex shop. El cónsul las estudió una por

una: eran distintas ampliaciones de la misma escena.

No conocía a la joven del paraguas, ni a su

acompañante. Llevaba aún muy poco tiempo en el

país. ¡La nueva generación! Tampoco podía

ayudarme con lo del coche:

–Lo siento.

–No importa.

Se acomodó en su silla, sonriendo en su íntima

reserva:

–¿Qué le parece?

Examinó la pipa con la misma atención, el rostro

inmutable y sonriente como una máscara:

–Muy bonita.

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Una mariposa aletea en China

Page 163: Una Mariposa Aletea en China

Entonces como un prestidigitador, saqué de un

bolsillo otra idéntica. Aún llevaba la etiqueta de la

bisutería. Coloqué una tercera ante él. El mono de

jade pareció mirarnos con sorna desde la mesa pulida

como un espejo.

–Puedo darle, si quiere, la dirección del doctor

Wang.

Sonreí. El cónsul dibujó en una cuartilla con hábiles

trazos de pincel, en chino mandarín, los caracteres

de la dirección de su predecesor.

–En cualquier otra cosa que pueda ayudarle...

Del otro lado de la pared me pareció oír saltar al

pájaro. Ni una nota. Salí descorazonado, princesa.

Eran más de las dos de la mañana cuando sonó el

teléfono. “Eleu...”, pensé. No iba a descolgar pero el

recuerdo de mi hijo me empujó al teléfono. Una voz

femenina, que al principio no reconocí:

–¿Está usted presentable?

Eleu debía de haberle dado mi teléfono, mi

dirección, mi grupo sanguíneo. De todas formas no

podía dormir, así que quedamos.

La chica del sex shop parecía muy agitada, como si

hubiera subido corriendo. Apenas había tenido

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Carlos Almira Picazo

Page 164: Una Mariposa Aletea en China

tiempo de vestirme. Nada más entrar se apartó de la

ventana. Recordé al francotirador:

–Tranquilícese, ¿qué le ocurre?

La herida era reciente, de unos tres centímetros de

longitud, le serpenteaba en el cuello tras el pañuelo.

Por la mañana telefoneé a Eleu. La primera

página del periódico traía una noticia sensacional:

China acababa de invadir Taiwan.

Misae aparentaba la juventud de las gueishas

maduras: pelo ébano, piel arroz, ojos agua de lago.

Vestida de policía en aquel número grotesco que me

hizo perder el sentido, desmerecía bastante. Su

historia parecía inventada, incluso memorizada.

Las mafias chinas, siguiendo la máxima de

Confucio, consideran a la familia por encima de todo.

Sólo el Cielo y su delegado terrenal, el Emperador,

como Padres de toda la humanidad, ya sean

descendientes de Reyes o Jefes del Partido Único

(¿pues puede haber más de un Bien?) piensan y

velan. Los demás seres humanos, semejantes a

hormigas, no existen como tales: por separado

carecen de sentido como las tuercas de un reloj; pero

juntos reflejan el movimiento del cielo, al que

contribuyen modestamente con su vida.

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Una mariposa aletea en China

Page 165: Una Mariposa Aletea en China

Las mafias chinas, como el gobierno chino, aman la

Paz.

Ahora bien: la Paz no es la ausencia de violencia

sino el correcto funcionamiento del Mundo. Lo que

para nosotros es Paz para ellos es dejación,

negligencia: por ejemplo, permitir que una isla

rebelde se separe de su país.

Trafican con todo: con juguetes, con armas, con

drogas, con ropa, con seres humanos...

El único delito imperdonable es romper la armonía:

–Cuando ella apareció con su amigo empezaron a

molestarme. Yo tenía algo que ellos buscaban, pero

entonces no lo sabía.

–Una pipa como esta.

–Luego el señor Issa me ayudó a desaparecer. En

realidad siempre supieron dónde estaba, pero me

dejaron en paz, ¿se da cuenta?

–Después de estrellarse su amigo, su amiga

desapareció y ellos me olvidaron hasta que llegó

usted.

Me enseñó la herida del cuello. No era profunda

pero había sido hecha a conciencia, como un dibujo

macabro, lenta y concienzudamente.

La dejé en manos de Eleu, guardé el periódico para

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Carlos Almira Picazo

Page 166: Una Mariposa Aletea en China

leerlo más tarde, y fui a la joyería donde había

comprado las pipas aquella mañana. Un negocio

familiar. Las pipas, importadas de Hong–Kong y

Taiwan, eran imitaciones.

–¿Quién llevaba este negocio antes?

–Mi padre, murió. En accidente de tráfico.

– La he dejado durmiendo en mi casa.

–Comprueba estos nombres.

–¿De qué se trata?

–Una corazonada.

Al fin encontré un momento para leer el

periódico. El gobierno chino acababa de lanzar un

ataque contra Taiwan. Japón y el gobierno de los

EE.UU. habían solicitado ya una reunión de

emergencia del Consejo de Seguridad de las Naciones

Unidas. Entretanto, proseguían las operaciones

militares en el Mar de China. Naturalmente, las

noticias eran tendenciosas y confusas, pero por

debajo o por encima de los detalles, resultaba clara

su gravedad. Me salté los análisis que venían a

continuación. En un rincón de la misma página un

anuncio:

“El Tribunal Internacional de Justicia de la Haya

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Una mariposa aletea en China

Page 167: Una Mariposa Aletea en China

archiva la demanda del gobierno chino, elevada hace

hoy dos años, por un supuesto expolio de objetos

artísticos. Pekín acusa a la Corte de parcialidad...”

No tan deprisa, no tan deprisa.

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Carlos Almira Picazo

Page 168: Una Mariposa Aletea en China

XXIX

Por la mañana antes de ver a Eleu, volví al almacén

de coches usados. De nuevo el encargado, mitad

mecánico mitad vendedor, me salió al paso. El

doberman tironeaba furioso de la cadena sin que los

gruñidos llegasen a cuajar en ladridos. “¡Lucifer!”

–Aún no está abierto, informó con voz desabrida.

–Sólo una pregunta.

Mientras abría la cancela con cara de energúmeno,

me identifiqué:

–Un momento.

–¿Qué coches vendieron entre estas dos fechas?

–¿Y cómo quiere que me acuerde?

–Mírelo.

Avanzamos aún en la oscuridad entre cachivaches,

con los gruñidos de Lucifer a nuestras espaldas, hacia

la oficina plantada en medio del erial. Rebuscó en los

anaqueles atestados de archivos. Hacía poco tiempo

que tenían ordenador.

–Antes se llevaba todo a mano, suspiró.

–Aquí está, dijo al cabo, ¡qué raro!

–Vendimos seis coches esa semana.

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Una mariposa aletea en China

Page 169: Una Mariposa Aletea en China

Alrededor de la luz zumbaban los mosquitos, a

salvo de las corrientes de aire.

Media hora después volví a la Jefatura de Tráfico.

El chico ya no se acordaba de mí. Comprobé luego los

nombres en el Registro Mercantil, y al final de la

mañana encontré en la hemeroteca lo que buscaba.

De los seis compradores de coches de aquella

lejana semana, aparte de Flash, tres eran joyeros de

X. Los tres murieron en accidente de tráfico.

A mediodía Eleu, la expresión radiante de quien

hubiera hallado el El Dorado, me dijo lo que yo ya

sabía. La muchacha estaba bien. Compramos algo

para comer por el camino y nos dirigimos a la

estación, donde había empezado todo.

Mientras yo jugaba a los detectives, princesa,

Helena había vuelto. Alguien la esperaba y la

identificó: cuando bajaban del taxi en la puerta de

casa, un hombre les hizo varias fotografías. Pocos

días después las recibí por correo, sin más

explicación. Por suerte aquel día abrí yo el buzón y

por supuesto no dije nada. Helena luchaba con las

maletas y la portezuela del taxi, mientras Pablo, de

su mano, miraba lleno de asombro infantil al hombre

que los fotografiaba.

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Carlos Almira Picazo

Page 170: Una Mariposa Aletea en China

Pensé incluso seriamente dejar el caso.

Al llegar al antiguo Paraíso aún nos esperaba una

sorpresa: el puticlub ya no existía; en su lugar ahora

había un solar desnudo que ya empezaba a llenarse

de basura.

Nuestra certidumbre y nuestra esperanza de

hablar aquel mismo día con el señor Issa eran tan

fuertes que empezamos a buscarlo por los

alrededores. Tal vez nos habíamos equivocado de

dirección, pero no podía ser; la calle era la misma;

incluso recordaba las farolas, cuatro, que la

separaban de la estación. La gente que aún pasaba

de cuando en cuando a aquella hora de la tarde, se

quedaba mirándonos extrañada y divertida.

Al fin un chico de una gasolinera nos dijo:

–Hay uno un poco más adelante.

Un hilo de risa se le escapaba de la voz:

–¿Y este?

–¿Cuál?

¿Se reía de nosotros? Era como habernos

arrancado una página de un libro, la página principal.

Ya en el tren, Eleu repasó la lista de los joyeros

“accidentados” en aquella fatídica semana. Sería

imposible examinar los coches, ¿pero acaso hacía

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Una mariposa aletea en China

Page 171: Una Mariposa Aletea en China

falta? La lógica trabaja con datos, no con cosas.

Por ejemplo, toda la policía de X había asistido sin

inmutarse a aquellos hechos, y no había resuelto

nada: para ella habían permanecido opacos, como

palabras sin sentido, sonidos sin significado,

desordenados al tun-tun en una frase.

Pero hubiera bastado que a alguien le hubiese

llamado la atención tanta coincidencia, por ejemplo:

que todos los fallecidos fuesen joyeros (menos

Flash); que todos ellos hubiesen muerto en los

mismos dos o tres días; que todos lo hubiesen hecho

en el mismo tipo de accidente (choque frontal); que

todos tuviesen claros rastros de alcohol en la sangre;

por último, que todos condujesen coches recién

comprados, de segunda mano, en el mismo

concesionario de X. Y ahora el puticlub.

Era de noche cuando llegamos al Sex Shop de

Misae. Sobre la persiana un cartel anunciaba su

traspaso.

Corrimos a casa de Eleu: un tufo a piso de soltero

empedernido, una vaharada de leonera, nos recibió

en el vestíbulo. Todas las luces del piso estaban

apagadas. De la chica ni rastro.

¿Desaparecería igualmente la ciudad como se

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Page 172: Una Mariposa Aletea en China

desvanece un sueño, como se disipa un espejismo?

Cogimos el coche. El concesionario se ocultaba

agazapado en medio del campo sin luna. Nos llevó

una media hora encontrar la puerta. La tela metálica

había sido cortada cerca de la verja principal. Sin

pensarlo dos veces, nos deslizamos dentro.

Un silencio profundo nos acogió entre la chatarra.

Al poco encontramos a Lucifer que parecía dormir,

apacible, la profunda herida del cuello ya coagulada,

semejante a una segunda boca.

De lo que quedaba de la caseta, a la vez almacén

y oficina, escapaban hacia el cielo lánguidos flecos de

humo.

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Una mariposa aletea en China

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XXX

Una mariposa aletea en China en una época

remota, y mi amigo Flash muere, al igual que los

infelices joyeros de X que reciben pedidos de Taiwan

y de Hong–Kong. ¿No es absurdo y a la vez,

perfectamente lógico?

Unos piratas japoneses de tiempos del shogun

Hidheyosi roban una pieza maya, una pipa, que Dios

sabe cuántas vueltas habrá dado antes de llegar al

mar de China: una pipa de jade. Todo esto es

perfectamente casual, a partir de un punto,

perfectamente inevitable.

La rueda grande se pone en funcionamiento: China

es ahora una potencia mundial; resulta que en algún

museo de Europa o de los EE. UU. hay una pipa de

jade que demuestra que el antiguo Imperio Chino

mantuvo contactos civilizadores con América mucho

antes de que Colón arribara allí; cuántas rutas y

tesoros le han sido expoliados; el gobierno chino

acude a los Tribunales sabiendo que estos

representan precisamente a los Estados que le han

expoliado y que, naturalmente, no va a obtener nada

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Una mariposa aletea en China

Page 175: Una Mariposa Aletea en China

de ellos; cuenta precisamente con eso; en el

entretanto, a alguien se le ocurre reproducir y vender

como souvenir de lujo la famosa pipa: así se banaliza

la única prueba de los antiguos derechos del Imperio

Chino sobre los tesoros y las tierras de América.

El gobierno chino, comunista o capitalista, es ante

todo pragmático, es la tradición de Confucio: no

espera nada de occidente; un no le sirve tanto o más

que un sí; confía en que su demanda será desoída en

La Haya, y espera pacientemente con la vista puesta

en Taiwan.

En tanto el inevitable veredicto se produce, hay

que retirar de la circulación todas las réplicas de la

pipa: una pipa antigua de jade no se puede copiar

como un bolígrafo o un llavero; el ritmo de

producción y el número de imitaciones es, pues,

necesariamente muy pequeño, lo suficientemente

pequeño como para permitir su destrucción una a

una.

El cónsul se sonríe:

–¡Excelente... para una novela!

–Pero ahora sé por qué murió mi amigo.

He pedido mi traslado, princesa. Helena está como

loca. Pablito, en cambio, ahora tendrá que cambiar

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Page 176: Una Mariposa Aletea en China

de colegio, de amigos, para él es una faena.

Otro que no se lo ha tomado bien es Eleu: desde

que lo sabe no ha dejado de acosarme. Pensó incluso

en trasladarse conmigo, pero está demasiado

apegado a este lugar.

Quién sabe si volverá a ser algún día el policía

borrachín, desastre y misógino que yo conocí.

Te dirás que todo ha sido para nada, que no ha

valido la pena: los culpables de este caso no irán a la

cárcel, y Flash nunca sabrá por qué se estrelló aquel

día.

Tienes razón.

Por cierto, llevamos contados ya a cincuenta y

siete joyeros muertos en accidente de tráfico sólo en

España y sólo en aquella semana.

Saber no nos da más poder sobre las cosas

importantes, Princesa.

Un día me pareció ver al señor Issa desde el

autobús, aunque puede que no fuera él.

¿Qué haré a partir de ahora?

Ser un buen marido, ser un buen padre.

No hacer fotografías, no coleccionar mariposas.

No fumar.

Adiós, princesa, hasta nunca.

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Una mariposa aletea en China