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Una breve sonrisa del capitalismo / 1

2 / Claudio Llanos Reyes

Una breve sonrisa del capitalismo / 3

Ediciones Universitarias de ValparaísoPontificia Universidad Católica de Valparaíso

Una breve sonrisa del capitalismoElementos histórico-políticos delEstado de bienestar británico y alemán

Claudio Llanos Reyes

Prólogo de Eduardo Cavieres F.

© Claudio Llanos Reyes, 2015Registro de Propiedad Intelectual No 258.247

ISBN 978-956-17-0655-2

Derechos ReservadosTirada: 300 ejemplares

Ediciones Universitarias de ValparaísoPontificia Universidad Católica de Valparaíso

Calle 12 de Febrero 187, ValparaísoE-mail: [email protected]

www.euv.cl

Dirección de Arte: Guido Olivares S.Diseño: Mauricio Guerra P. / Alejandra Larraín R.

Corrección de Pruebas: Claudio Abarca Lobos

Impresión: Salesianos S.A.

HECHO EN CHILE

la publicación de este libro ha sido apoyada por laVicerrectoría de Investigación y Estudios Avanzadosde la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso

Una breve sonrisa del capitalismo / 5

ÍNDICE

COMENTARIOS Y AGRADECIMIENTOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7

LA IDEA DE ESTADO DE BIENESTAR COMO EXPERIENCIA DE PASADO Y PROYECTO DE FUTURO. BEVERIDGE Y EUCKEN EN PROSPECTIVAEduardo Cavieres . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23

ELEMENTOS DEL CAPITALISMO INDUSTRIAL,SOCIEDAD Y LIBERALISMO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31

BASES HISTÓRICO POLÍTICAS DEL ESTADODE BIENESTAR ALEMÁN Y BRITÁNICO . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37

ESTADO Y ECONOMÍA: CRÍTICAS Y PROPUESTASEN LAS MIRADAS DE WILLIAM BEVERIDGE Y WALTER EUCKEN . . . 71

LA “TERCERA VÍA” DE WALTER EUCKEN Y LA “ABOLICIÓNDE LA NECESIDAD” DE WILLIAM BEVERIDGE . . . . . . . . . . . . 107

CONSIDERACIONES FINALES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133

BIBLIOGRAFÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141

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El presente texto integra el trabajo llevado adelante entre los años 2011 y 2014 (proyecto de investigación del Fondo Nacional de Desarrollo Cien-tífico y Tecnológico Nº 11110008) y los avances en el estudio sobre el liberalismo durante el siglo XX, que han sido posibles en el marco del de-sarrollo de una estadía de investigación avanzada patrocinada por la Fun-dación Alexander von Humboldt de Alemania durante el año 2015 (Georg Forster Research Fellowship for Experienced Researchers de la Fundación Humboldt) en el Historicum de la Ludwig-Maximilians-Universität Mün-chen.

Desde su inicio en el año 2011, muchos colegas y amigos han ayudado con su conversación, apoyo y orientación en lo que respecta a documentos, reflexiones y críticas. En Gran Bretaña debo agradecer al profesor Richard Bessel, de la Universidad de York, y a la profesora Pat Thane, del King’s College London; en Alemania debo agradecer al profesor Martin H. Ge-yer, de la Ludwid-Maximilians-Universität München. En Chile tuve las permanentes y enriquecedoras conversaciones sobre estos temas con mis colegas Eduardo Cavieres y Jaime Vito, del Instituto de Historia de la Pon-tificia Universidad Católica de Valparaíso; y con José Antonio González, de la Universidad Católica del Norte.

Este tipo de trabajo no sería posible sin el apoyo de mi familia, especial-mente mi esposa Katharina Glas, que me ha apoyado en cada una de las tareas relacionadas con la investigación.

COMENTARIOS Y AGRADECIMIENTOS

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Debo agradecer a María Fernanda Lanfranco y Ernesto Uribe por las lec-turas de prueba que realizaron y sus comentarios, y a la Vicerrectoría de Investigación y Estudios Avanzados de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso por su apoyo en la publicación de este libro.

Finalmente, pero no menos importante, gracias al trabajo de Ediciones Universitarias de Valparaíso, particularmente a Guido Olivares por todos sus cuidados con la edición del texto.

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LA IDEA DE ESTADO DE BIENESTARCOMO EXPERIENCIA DE PASADOY PROYECTO DE FUTURO.BEVERIDGE Y EUCKEN EN PROSPECTIVA

Educación, salud y vivienda. Por algunas décadas, fueron pilares funda-mentales del Estado de Bienestar, incluso en Chile. Como proyectos y como programas de gobierno. Inconclusos, pero con avances significativos. Reiteradamente, he reconocido el haber recibido una educación de cali-dad, gratuita y estatal, pero, en este caso, debo agregar, con toda la signifi-cación que ello merece, que en la década de 1980 fui también favorecido por lo que quedaba del Estado de bienestar inglés, sin lo cual no habría po-dido seguir mis estudios de doctorado en la aún joven, pero ya prestigiosa Universidad de Essex. En una primera etapa, sin becas ni apoyos guberna-mentales o institucionales, el pago de arriendo de casa por parte del mu-nicipio local (ciudad de Colchester) y una asignación quincenal por cada uno de mis hijos que seguían sus estudios básicos y medios en el sistema público inglés, más la asistencialidad médica, me permitieron sobrevivir y alcanzar exitosamente la candidatura del doctorado. Posteriormente, una beca con efectos retroactivos del Vice Chancellor de la Universidad cubrió la abultada deuda universitaria referente al pago de aranceles.

A todas luces, al decir de Claudio Llanos, el capitalismo me habría igual-mente brindado una sonrisa. Por cierto, muy bienvenida. Puede ser, pero más que el capitalismo, me parece que esto se debió, al menos, a un pro-yecto de cierta concordancia social entre sociedades particulares y sus res-pectivos gobiernos. La pregunta, ¿por qué el fracaso? En las transforma-ciones económicas, políticas, sociales y culturales seguidas a partir de la

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década de 1980, se entrecruzaron una serie de procesos en que no sólo se invirtió la relación Estado-mercado, sino también en donde se privilegió el crecimiento económico sobre el desarrollo social. En esta situación, Llanos tiene razón en sostener el dominio del ahora capitalismo financiero sobre los objetivos y fines sociales de la política y, en ello, efectivamente el rostro del capitalismo nuevamente se endureció y volvió a ser indiferente a las personas transformándolas en meros sujetos pasivos y demandantes (según sus propios niveles de recursos) ante las nuevas posibilidades ofrecidas por el mercado. De personas pasaron simplemente a ser clientes. Todo bien, salvo que a la mayoría de los clientes, les gustó serlo (comprensible desde el punto de vista del consumo). Por ello, siendo que esta es una parte de la historia, muy bien tratada en el libro, conviene tratar de considerar el problema en cuanto a sus reales y más amplias dimensiones y no eludir las responsabilidades de cada cual, individual y colectivamente.

En el análisis retrospectivo, en la década de 1960 fue importante el concep-to de división internacional del trabajo, el cual, para América Latina, había impuesto una fuerte reorganización, precisamente un siglo atrás, a conse-cuencia, en gran parte, de la segunda revolución industrial. Los “modos de producción” se habrían hecho patentes a través de las economías mineras, de cereales y de plantaciones significando, en definitiva, la reproducción, quizás más moderna, de los modelos de economías monoproductoras y de exportación seguidos por sus gobiernos y grupos dirigentes.

La Gran Crisis de 1929 y las transformaciones en el sistema monetario mundial crearon nuevas expectativas sociales y gubernamentales en las eco-nomías menos desarrolladas y, como en la mayoría de los casos no hubo cambios estructurales, mientras las sociedades europeos se sacudían de los efectos de la Segunda Guerra Mundial, países como los latinoamericanos se convulsionaban con proyectos sociales reformadores o revolucionarios en busca de alcanzar el ejemplo de desarrollo europeo o del mundo socia-lista según lo prioritario, fuese la defensa de la libertad o la búsqueda de la igualdad. Las experiencias de entonces y posteriores hablan que ambos conceptos no son necesariamente antagónicos y que, en definitiva, han sido los Estados, y no las sociedades, quienes han ampliado o restringido

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las posibilidades socioeconómicas de sus poblaciones al entregarlas o ex-cluirlas del mercado. En ambos casos, el capitalismo no ha actuado de su sola cuenta y, fracasos más, fracasos menos, los crecimientos demográficos, los avances de la tecnología y los nuevos hábitos de consumo deben entrar, igualmente, en el análisis histórico de lo que ha sucedido a lo largo del siglo XX y en las primeras décadas del XXI. Una vez más, se hace presente la necesidad y la importancia del análisis histórico y, bajo estos contextos, el trabajo de Claudio Llanos, más que un intento de recuperar una parte del pasado sin considerar las nuevas circunstancias del presente, permite un serio esfuerzo para entender que un adecuado romanticismo social e histórico no es sólo mirar hacia atrás, sino más bien establecer diferencias reales y concretas con el pasado y hacer proyecciones sobre las bases reales del mundo actual que ya definitivamente no es el que conocimos hace 20 o más años ya transcurridos. Por cierto, se puede y debemos seguir pensan-do que siempre una sociedad más equilibrada y menos injusta, será más y mejor vivible que lo que hemos venido conociendo históricamente.

Un elemento más: en los años 1960 y todavía en los años 1970, se se-guía pensando por muchos que el capitalismo estaba desgastado, que sus crisis le apuntaban hacia su destrucción y que se le podía aniquilar ideológicamente. Quienes hablaban y pensaban en términos de la divi-sión internacional del trabajo aplicable para el siglo XIX, no advertían que se estaba produciendo una nueva reestructuración que anunciaba la transformación del capitalismo productivo en capitalismo financiero, sal-vaje para los socialdemócratas de la década de 1990 que, en todo caso, ya comenzaban a administrarle. América Latina fue ensayo y experiencia. Chile, una sociedad encantada (prisionera, como en los cuentos) y enca-denada entre miradas de ensoñación por un socialismo frustrado y otras avanzando dudosamente en experiencias concretas (a muy diversos niveles) de una vida material difícilmente pensada por las generaciones anteriores. Lo más “curioso”: América Latina, independientemente de los variados matices de centro izquierda que reemplazaron a las dictaduras militares, reprodujo y acrecentó su histórica vocación de exportadora de materias primas. En Europa, hubo también desindustrialización, pero se suponía que los “ciudadanos” ingleses, franceses o alemanes estarían más alertas a

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las pérdidas sociales. En cambio, también se dejaron seducir por ofertas de relativas mejoras económicas inmediatas aceptando que el mercado era mejor distribuidor que el Estado. En la década de 1980, recuerdo muchas conversaciones y a muchos amigos ingleses que pensaban que la recepción (devolución) de un 1 o 2% en sus sueldos y salarios era mejor que lo que tenían, a pesar que ello significa perder futuros beneficios sociales. Dicho de otro modo, preferían tener algo más de dinero ya en el momento que en ahorros sociales para el futuro. La responsabilidad social, atenuada por más “participación” en el mercado fue también factor importante en la desarticulación histórica del Estado de bienestar.

Los “nudos” del Estado de Bienestar en perspectiva histórica:Beveridge y Eucken

Tiene mucha razón Claudio Llanos al escribir sobre la revitalización de la discusión en torno al deber de los Estados europeos por proporcionar bienestar a sus sociedades. El enunciado es correcto. La esencia individua-lista de las sociedades post-industriales y las condiciones y circunstancias de la última década, han producido, una vez más, la salida a las calles en defensa de mejores condiciones de vida y de empleo. Más aun, el aporte es necesario y significativo en cuanto se trata de una apelación a las in-vestigaciones históricas en un presente en que un sector importante de economistas y políticos las soslayan o desconocen. Repitiendo a Anthony Giddens, Llanos define el Estado de bienestar europeo como “un Estado desarrollado e intervencionista, financiado a partir de unos niveles de im-puestos relativamente elevados; un sistema de bienestar sólido que propor-ciona una protección social eficaz hasta niveles considerables para todos los ciudadanos, pero, especialmente, para aquellos más necesitados”1. Precisa-mente, el malestar europeo ha crecido en paralelo (lo cual no es novedad) a la crisis económica que se extiende desde fines de la primera década del siglo XXI y cuando se hizo materialmente visible los peligros que le acecha-ban a sus propios estándares de vida. Anteriormente, aun cuando perdían

1 Llanos, p.32.

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lo que tenían, nunca y ahora tampoco, advirtieron o hicieron indicaciones que para mantener algo de esas ventajas de un Estado de bienestar agrie-tado y en declive, uno de los porcentajes de entradas más importantes a la economía nacional provenía de las rentas obtenidas a través de las inversio-nes en servicios públicos privatizados y en la explotación de commodities latinoamericanos.

El libro de Llanos se focaliza en el análisis de dos de los más importantes precursores del Estado de bienestar europeo, particularmente en los casos de Inglaterra y Alemania. William Beveridge y Walter Eucken representan a esos importantes intelectuales que van más allá de un área de especializa-ción y de conocimiento aplicado y la intentan observar desde sus más com-plejas relaciones para obtener conclusiones y ofrecer sugerencias e incluso soluciones que se fundamentan fuertemente en razonamientos éticos sobre los comportamientos sociales y las relaciones que deben existir entre Esta-dos (gobiernos) y sociedades (ciudadanos). Por ello mismo, Llanos explici-ta la importancia del análisis histórico entregando sucintamente recorridos por los conceptos de bienestar anteriores y durante el siglo XVIII (marcos entre lo religioso y lo político; entre la ayuda y la caridad), pasando por los efectos sociales de las revoluciones franceses e industriales y por la emer-gencia, desde fines del s. XIX, de unos tímidos, pero positivos avances en los futuros lineamientos de un Estado de Bienestar. Precisamente, en esos lineamientos, Beverigde y Eucken fueron fundamentales. No siempre es-tuvieron de acuerdo; más bien partieron desde sociedades diferentes, desde puntos de vista diferentes, y desde énfasis diferentes respecto a sus particu-lares apreciaciones de los roles que debían cumplir los sectores fiscales, em-presariales y sociales propiamente tales. Una revolución psicológica o una economía moral respecto a las fuerzas del egoísmo; una ocupación plena o la búsqueda de un orden de la competencia; un Estado asegurador del cumplimiento de niveles adecuados de la demanda o un Estado regulador del mercado, fueron tópicos que desde diversas ópticas cumplían hacia un mismo fin. En el caso de Beveridge, un sistema de seguridad social enca-minado hacia el progreso social; en el de Euken, un ordoliberalismo en el cual el capitalismo no constituye un problema en sí mismo sino que es más importante la capacidad de intervención del Estado y su efectividad en la

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economía: una economía social. De alguna manera, ya estaba presente el clásico problema político-económico del siglo XX y de la actualidad: el frágil equilibro entre Estado y mercado.

La lectura del pasado, cuando se trata de los mismos y básicos problemas no resueltos, ya en forma secular, es del todo importante. ¿Se trata de la búsqueda o copia de un sistema de Estado de Bienestar conocido en Eu-ropa a través de algunas décadas? Es difícil pensarlo así. En los últimos 60 años, más aun, en los últimos 20 años, las transformaciones provenientes desde procesos de más larga duración como el cambio en el régimen de-mográfico conocido y su progresivo aumento en las esperanzas de vida y, en paralelo, la inmensa revolución tecnológica, a nivel de las gentes, tanto en las comunicaciones como en la tarjeta mediadora en las nuevas posi-bilidades del crédito, hacen una parte importante de las diferencias. Por otra parte, el nuevo término de un ciclo favorable en los precios de los commodities hacen más dificultosas las recuperaciones sociales de las so-ciedades latinoamericanas para seguir exigiendo reformas estructurales de carácter social, sin arriesgar perder ventajas importantes en sus capacidades políticas actuales. Miradas las cosas de unas u otras formas, el exponer y el recordar viejas ideas e influyentes pensamientos de actores relevantes de un pasado no tan lejano, es de todas vistas importantes para no perder de vista las cuestiones importantes de las relaciones concretas entre política, socie-dad y economía y las naturales proyecciones de las sociedades en cuanto a buscar mejores condiciones de vida. ¿Más Estado, menos mercado?; ¿más mercado, menos Estado? Han sido las ecuaciones más permanentes en la historia económica contemporánea y pareciera que ya, en definitiva, no es cuestión de sólo invertir los conceptos según convenga a las circunstancias del momento. Se trata de algo poco o mucho más complicado y ya Beve-ridge y Eucken lo pensaron al rescatar los viejos contextos de la ética y la economía política. De eso, falta mucho actualmente y no se trata de tomar recetas, sino de comprender más esencialmente el fondo del problema para tratar de resolver más definitivamente parte de las entradas de Llanos en este libro.

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Experiencias, Crisis económica y Estado de Bienestar

En paralelo al desarrollo de una literatura bastante especializada en torno a la crisis del 2009 que no sólo alteró profundamente una etapa de cierta tranquilidad político-económica europea, sino que además volvió a hacer ostensible estos sucesivos ciclos económicos de altas y de bajas con efectos siempre negativos para las bases del cuerpo social, se produjo igualmente una fuerte corriente de opinión que intentó, en diversos niveles, explicar, sancionar y entregar nuevas formas de recuperación de un nuevo tiempo perdido. Lo que venía siendo algo propio para los análisis de las experien-cias latinoamericanas y sus propias y constantes décadas perdidas, se volvió también un motivo de análisis para la propia Europa. Hasta la actualidad, se discute, incluso, y con mucho énfasis, si la experiencia del euro ha sido, en definitiva, una buena experiencia. Entre otros tantos aspectos, me inte-resa rescatar algunas de las miradas que se realizaron retrospectivamente, es decir, mirando igualmente hacia el pasado.

De partida, en medio del cuento del lobo, es decir que la crisis venía y que la crisis venía, sin que nadie quisiera darle validez a las advertencias, en enero del 2010, Krugman escribía que, ante los optimistas anuncios que intentaban tranquilizar a la opinión pública, si se hiciera caso de ellos, “repetiremos el gran error de 1937, cuando la Reserva y la Administración de Roosevelt decidieron que la Gran Depresión había terminado, que era hora de que la economía empezase a caminar sin muletas. El gasto se recor-tó, la política monetaria se hizo más estricta y, rápidamente, la economía se volvió a hundir en el abismo”2. Agregaba que siempre es necesario recordar que cifras positivas ocasionales no significan nada y que son habituales hasta que la economía se atasca en una depresión profunda. A principios de 2002, informes indicaban que la economía crecía a un ritmo anual del 5.8%, pero la tasa de paro seguía creciendo.

La reflexión de Krugman venía antecedida por muchas otras llamadas de atenciones, pero convergían no sólo en términos de invertir la relación

2 Paul Krugman,; Esa sensación de 1937; El País, 10 enero 2010, Negocios, p. 5.

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mercado-Estado por una más virtuosa: Estado-mercado, sino igualmente por resucitar a un gran personaje a menudo citado en este libro de Llanos: al mismísimo Keynes. La crisis habría recuperado dos elementos esenciales del keynesianismo: el papel central del Estado para hacer funcionar el mer-cado y el recurso al déficit para salir de la depresión. En los años 1950 y 1960, en la edad de oro del Estado de Bienestar, poco se dudaba respecto a que la prosperidad que se vivía, en contraste con lo ocurrido en los años de entreguerras, no se debiera a un keynesianismo que, paradójicamente, no hubo necesidad de poner en práctica. Sotelo ha recordado que, cuando en 1974 estalló la crisis (otra más, deberíamos agregar) cuyo detonador fue la guerra árabe-israelí cuadriplicando los precios del petróleo y trayendo rece-sión, inflación y desempleo, todos a la vez, sin que las fórmulas keynesianas dieran los resultados esperados, el entonces premier laborista inglés, James Callaghan, había llegado a manifestar en septiembre de 1976: “Estamos acostumbrados a pensar que podemos escapar a la recesión y aumentar el empleo rebajando los impuestos y aumentando el gasto. Lo digo con la mayor sinceridad, esta opción ya no existe, si es que alguna vez existió, porque el resultado ha sido siempre una mayor inflación. Y cada vez que esto sucede aumenta el nivel medio de desempleo”3.

La tesis sostenida por Sotelo fue que importaba recordar que fue el laborismo el que enterró el keynesianismo, al aceptar la preeminencia del mercado, la contención monetarista y una “tasa natural” de desempleo. El laborismo habría asociado el pleno empleo con el estancamiento y la pobreza que traería consigo una sociedad más igualitaria y solidaria. Más aun, había que elegir entre igualdad y pobreza o riqueza y desigualdad. En síntesis, entre 1945 y 1950, los laboristas montaron el Estado de Bienestar basado en el pleno empleo, pero también lo clausuraron cuando se desprendieron del keynesianismo entre 1976 y 1979. Su juicio, para el presente, pero basado en la historia, era igualmente dramático: en esta nueva crisis, que ha desencadenado la total desregularización, los dueños de los bienes financieros y de producción necesitan del dinero público

3 Ignacio Sotelo; ¿Vuelve Keynes?; El País, 7 febrero 2009, p. 27.

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porque de no recibirlos, podría ocurrir que se derrumbase el sistema. En consecuencia: “El Estado, con el dinero de todos, estaría obligado a salvar bancos y empresas, pero la propiedad, y con ella la capacidad de decidir, debe quedar en manos privadas”4.

Obviamente, en estas apelaciones a la historia y en el cómo fue forján-dose una experiencia de Estado de bienestar, Bretón Woods siempre está presente. La reunión tuvo dos protagonistas: el británico John Maynard Keynes y el alto cargo del Departamento del Tesoro estadounidense Harry Dexter White. Ambos no estaban de acuerdo en todo, “pero sí coincidían en que el mundo financiero había adquirido tal dimensión y complejidad que era imposible dejarlo en manos de los mercados o de las decisiones unilaterales de los gobiernos”5. Al respecto, hay que recordar que “Keynes no propuso, contrariamente a lo que se cree, el control de la economía por el Estado. Pero sí fue claro en dos cosas: su desprecio a los mercados financieros, que están determinados por la especulación, y la necesidad de que el gobierno intervenga para paliar el desempleo en época recesiva”6. A un gran conocedor de Keynes, el dr. Howard Richards, le he escuchado sostener que la edad de oro de Keynes había durado alrededor de 40 años terminando a comienzos de los años 1980. Ha señalado que ahora todo el mundo volvía a repetir que somos todos keynesianos en tanto se impulsen políticas para inyectar enormes sumas de dinero público en la economía a fin de estimular la recuperación. En la práctica real, la revolución keynesia-na en el pensamiento económico fue una revolución pasajera: 40 años en EE.UU., 50 en Alemania y 60 años en Suecia, pero su teoría general de la ocupación, del interés y del dinero, publicada en 1936, podría servir ahora como recurso para preparar cambios ecológicos y sociales tan necesarios. En todo caso, no habría que negar que es una paradoja de la historia que un pensador tan profundamente pesimista como lo fue Keynes diera su

4 Ibidem.5 J. P. Velásquez-Gaztelu; El verano en que todo cambió. El País, 9 noviembre 2008; Negocios,

p. 5. 6 Álvaro Vargas Llosa, Paul Krugman. Los economistas quedaron al descubierto con esta crisis.

La Tercera, Santiago 13 septiembre 2009.

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nombre a una época tan optimista como fueron las décadas comprendi-das entre 1946 y 1976, los treinta años gloriosos de la construcción de los estados benefactores en Europa. En América Latina fue el tiempo del desarrollismo. En Chile, fue el tiempo de la CORFO fundada por Pedro Aguirre Cerda con clara inspiración keynesiana. Se creía que existía una ciencia macroeconómica que se dedicaba a asesorar a los gobiernos y los bancos centrales, y cuyo saber incluía las formulas para lograr el pleno em-pleo sin inflación, o por lo menos una aproximación al pleno empleo con una inflación moderada y manejable.

Las lecciones de la historia en términos retro y prospectivos

Este libro de Claudio Llanos, analítico en términos de pensadores impor-tantes como Beveridge y Eucken, retrotrae el pasado para pensar en presen-te. Por cierto, existen diferencias notables respecto al funcionamiento y a las calificaciones del capitalismo. Aun cuando, en esencia, se le visualice desde iguales perspectivas, el capitalismo industrial de entonces dista mucho del capitalismo financiero del momento y, sin soslayar los excesos cometidos en las últimas décadas que han puesto sobre la mesa, nuevamente, las ya viejas discusiones respecto a la relación Estado-mercado o viceversa, existe toda una corriente de pensamiento que no culpa tanto al capitalismo en sí mis-mo como a los Estados (gobiernos), empresarios y capitalistas. En el artícu-lo “How did economics get it so wrong?”, publicado en The New York Times en septiembre del 2009, Krugman escribió que “los economistas estaban ciegos a la posibilidad de fallas catastróficas en la economía de mercado [y que habían construido] la idea idílica de que existía un mercado perfecto, en el que las personas actúan racionalmente. La crisis de los 30 destruyó eso por un tiempo. Después de la Segunda Guerra, pero especialmente de los 80, volvieron a construir ese paraíso artificial. Y la crisis actual, hija de la irracionalidad, los ha puesto patas arriba… [agregaba] Ya dijo Newton hace siglos, tras perder mucho dinero en la Bolsa inglesa, que era capaz de calcular el movimiento de los astros, pero no la locura humana”7.

7 Ibidem.

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Pareciera ser, y puede ser una buena deducción de la lectura de este libro, que por sobre tecnicismos políticos y económicos, Beveridge y Eucken nos siguen comunicando que detrás del funcionamiento de la economía, de las políticas oficiales, de las acciones de los financistas, lo que sigue sub-sistiendo es finalmente un problema de carácter ético. Ello es lo que, en definitiva, sustentan sus afirmaciones y propuestas. Aun cuando el mundo siga cambiando, se mantiene un sustrato que permanece inalterable y que es lo que permita seguir pensando en los años 1930 o en aquellos 1960 u en otros con las mismas expectativas y, al mismo tiempo, con las mismas frustraciones. Pensando en el presente, los actuales límites de la economía mundial derivan del tamaño sin precedentes de la población mundial y de la expansión nunca antes vista del crecimiento económico en gran parte del planeta. En medio siglo, se ha pasado de 3.000 millones de personas a 7.000 millones. El promedio de ingreso per cápita es de 10.000 dólares: alrededor de 40.000 en el mundo desarrollado, sólo unos 4.000 dólares en los países en desarrollo. “Nuestro planeta no podrá sustentar físicamente este crecimiento económico exponencial si dejamos que la codicia tome la delantera. Incluso hoy, el peso de la economía mundial ya está aplastando la naturaleza, agotando rápidamente los suministros de recursos energéti-cos de combustibles fósiles creados hace millones de años, mientras que el cambio climático resultante ha conducido a una gran inestabilidad en fun-ción de precipitaciones, temperatura y tormentas extremas… Si la codicia prevalece, el motor del crecimiento económico agotará nuestros recursos, marginará a los pobres y nos llevará a una profunda crisis social, política y económica. La alternativa es un camino de cooperación política y social, a escala nacional e internacional. Habrá recursos suficientes y prosperidad para todos si convertimos nuestras economías para que hagan uso de fuen-tes de energía renovables, prácticas agrícolas sostenibles y un régimen tri-butario razonable para los ricos. Este es el camino a la prosperidad para to-dos a través de tecnologías mejoradas, justicia política y conciencia ética”8.

Se puede seguir dialogando o discutiendo respecto a cada uno de los múl-

8 Jeffrey D. Sachs, Necesidad contra codicia; El País, 6 marzo 2011, Negocios p. 11.

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tiples aspectos que guían y orientan los comportamientos políticos, eco-nómicos, sociales y culturales del mundo contemporáneo. Posiblemente, la búsqueda de mejores modelos de desarrollo vuelva a polarizarse entre variantes del capitalismo y variantes de nuevos socialismos. Por el momen-to, entre nuevos intentos de experiencias políticas y las presiones de nuevos movimientos sociales, se sigue ensayando en la disyuntiva de más Estado menos mercado o viceversa. Las voces son muchas, la solución real de la distribución del ingreso, por ejemplo, es poco visible. Ya en el año 2009, Javier Moreno argumentaba que pocos líderes de la socialdemocracia o de los conservadores europeos podían discrepar del análisis que Barack Obama ofreció en junio del 2009 en Washington: “La crisis que azota el mundo desde el verano de 2007 no es resultado de un fallo del capitalismo en sí, según explicó el presidente norteamericano, sino el producto de una cascada de errores humanos, de oportunidades perdidas y de una cierta cul-tura de la irresponsabilidad que resulta ahora de todo punto inaceptable”9 .

Los más importantes historiadores económicos de las últimas décadas han insistido, a veces en oposición a los economistas más puristas, la importan-cia de factores no económicos en el análisis de las experiencias económicas. Ello es válido para el pasado y para el presente. Como ya está dicho, a través de las páginas de este libro, Claudio Llanos rescata también el pensamiento más esencialista de sus autores analizados. Beveridge pensaba en una ver-dadera revolución psicológica para crear una comunidad en que hombres y mujeres fuesen valiosos. Eucken, por su parte, pensaba en una econo-mía moral contraria a la fuerza del egoísmo. Algo que, al mismo tiempo, pudiese mantener la libertad individual frente al poder de la política y de la economía. Las bases de lo que se pueda resolver en un futuro próxi-mo requieren igualmente de estos conceptos de carácter ético. Y requieren igualmente de tener en cuenta el mundo que rodea la existencia humana lo cual exige, además, un gran sentido de responsabilidad social. No se puede reeditar una experiencia pasada en contextos diferentes, pero ellas sirven en cuanto a que el esfuerzo por una sociedad más humana y razonablemente

9 Javier Moreno, De cómo arruinar el mundo dos veces; El País, 21 junio de 2009, p. 35.

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justa debe ser ejecutado y valorado. Se necesita del Estado, de los empre-sarios y también de los ciudadanos a través de sus movimientos políticos o sociales. Este es un libro para saber algo del pasado pensando en el futuro.

Eduardo Cavieres F.Premio Nacional de Historia

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INTRODUCCIÓN

“Vino con una velocidad y ferocidad que dejó a los hombres aturdidos”.Elliott V. Bell, “The Wall Street Crash”

(Sobre la caída de la bolsa de Nueva York)24 de octubre de 1929.

“El capitalismo ha fracasado”. Esa fue probablemente la conclusión que muchos hombres y mujeres sacaban de las experiencias de la crisis del capi-talismo de 1929. Para muchos contemporáneos, el desempleo, la miseria y la guerra mostraban que el capitalismo era incapaz de resolver los proble-mas humanos1. Esta fue una lucha de ideas y realidades.

Muchos pensadores liberales se plantearon la importancia de corregir los problemas que el capitalismo del libre mercado generaba. Era preciso me-jorar el bienestar de la población e impedir nuevas situaciones de barbarie, guerra y de una revolución como la que brillaba, desde la recién nacida Unión Soviética. Un brillo que se iría desvaneciendo bajo la sombra de los crímenes de Stalin y su régimen.

El capitalismo controlado por el Estado y de bienestar fue una sonrisa breve y que durante la década de 1970 comenzó a apagarse y a tornarse más compleja. Este trabajo se aproxima a algunas de las ideas y discusiones sobre el Estado de bienestar en capitalismo, durante las primeras décadas del siglo XX.

El siglo XX se inaugura con lo que muchos consideraban imposible, con la barbarie de dos guerras y el impacto mundial de las crisis económicas del

1 Sobre este escenario ver Hobsbawm, E., Historia del Siglo XX. Crítica, Barcelona, 2006. Particularmente el capítulo I, La época de la guerra total.

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capitalismo. Junto a esto la revolución bolchevique era la prueba del nue-vo escenario, donde ideas que cuestionaban el orden capitalista se hacían realidad. Lo “imposible” para la burguesía del siglo XIX, se hizo real en el siglo XX y hasta 1945 el cataclismo social, económico y político acabo con la vida de millones de europeos y cambió la vida de los sobrevivientes y sus descendientes.

Pero dentro de la crisis, entre las llamas de las trincheras y los bombardeos, se pensaba y construía la Europa que saldría después de 1945. En medio de la crisis del capitalismo y el liberalismo, en países en guerra, hubo quie-nes desde el liberalismo pensaron una salida para el capitalismo, un orden donde el Estado asumiera en profundidad una responsabilidad social, con-teniendo las tensiones sociales. Quizás, para más de un observador de la década de 1930, la supervivencia del capitalismo era otro imposible. En este marco, las ideas que dieron base a la formación del Estado de bienes-tar son parte de la historia del capitalismo en las sociedades desarrolladas, particularmente hasta inicios de la década de 19702. En vastas regiones del mundo y de la humanidad, la miseria y la falta de recursos continúa siendo (aún hoy) uno de los rostros más comunes del sistema.

La sonrisa del capitalismo, dibujada desde el pensamiento liberal con-temporáneo, representa una época y ciertas condiciones. El estudio de sus orígenes, características, avances, límites y fracasos, contribuirán a pensar el futuro en términos de nuestras sociedades y su tiempo, pues la lógica mundial del capitalismo exige una lógica mundial de alternativas.

El siglo XX europeo fue un siglo donde entró en crisis y cambió lo que parecía establecido y firme durante el siglo anterior. La sociedad burgue-sa europea con su autocomplacencia parecía haber logrado establecerse y triunfar sobre sus críticos. Por cierto que entre los hombres de inicios del siglo XX existían aquellos que, conscientes de la cuestión social, considera-ban necesarias las reformas y los cambios dentro del capitalismo y el libera-

2 Es por tanto parte de la historia del capitalismo cuando las Europa occidental y Estados Unidos generaban casi el 70% de la producción industrial mundial. Sobre esto ver: Piketty, T. El Capital en el Siglo XXI. México, Fondo de Cultura Económica, 2015, p. 75.

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lismo. Sin embargo, a fines del siglo XIX y los inicios del XX, el momento del cambio se parecía alejar3.

Europa veía al mundo a sus pies, un continente que sometía a otros, que controlaba las rutas comerciales y que expandía su cultura, sus ideas, sus formas y su tecnología, elementos que eran piezas clave de su poder. Gran Bretaña, Alemania, Francia y Rusia competían por el predominio a nivel internacional y en la economía sus productos competían por controlar el mercado.

Pero lo imposible para muchos sucedió. Las tensiones larvadas entre las po-tencias europeas y las disputas económicas territoriales, hicieron estallar el orden europeo. La relativa paz de cien años observada por Karl Polanyi4 se hacía trizas al ritmo del avance de tropas de miles de hombres, que pronto verían sus vidas detenerse en la carnicería de las trincheras. Por un lado, para muchos hombres la guerra había sido un imposible en la medida que pasaba sobre los supuestos del orden y las “necesidades” del mercado, en cambio otros, quienes esperaban la crisis del sistema, vieron en la guerra una confirmación y oportunidad para sus ideas y proyectos. Así, al saltar a la luz la fragilidad del capitalismo y la estabilidad de Europa, otras ideas se hacían atractivas y ganaban fuerza. El primer “imposible” se volvía rea-lidad: los bolcheviques, un pequeño partido, llegaba al poder de Rusia, un imperio de 150 millones de habitantes; el fantasma del comunismo se hacía real.

El nacimiento de la Unión Soviética representó una sacudida para los im-perios europeos y los países capitalistas en general. La posibilidad, la alter-nativa de construir una nueva sociedad se hacía realidad. La expansión y crecimiento de los partidos comunistas representó un fenómeno político observable en la mayoría de los países. Tal como apunta Hobsbawm, la revolución bolchevique, como antes la francesa, tuvo alcance mundial, fue “ecuménica”; los obreros del mundo, los explotados, podían contar con

3 Ver, Comellas, J.L., XIX-XX Gloria y crisis en el cambio de siglo. Barcelona, Ariel, 2000, pp. 15-109.

4 Polanyi, K., The Great Transformatión. The Political and Economic Origins of Our Time. Boston, Beacon Press, 2001.

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una expresión real de sus ideas5, y esto era a todas luces un problema para los regímenes y los políticos liberales.

La guerra contra la primera República Socialista no tardó en organizarse, pero los intentos del “cordón sanitario” por derribar del poder al partido de Lenin fueron insuficientes y, en parte, el temor a la expansión de la revolu-ción dentro de los ejércitos cansados por la Primera Guerra, permitió que la Unión Soviética se sostuviera6. En este punto es imposible no referirse al Ejército Rojo y su rol en la defensa de la Rusia revolucionaria, nacida de tro-pas desmoralizadas, un ejército en crisis, castigado por las purgas estalinistas, se transformó en la fuerza que unos años más tarde aplastaría al otro “im-posible” de la primera mitad siglo XX, el nacionalsocialismo. Por cierto que la guerra civil y la intervención en la Unión Soviética estuvieron marcadas por la violencia que cobró la vida de miles y donde la crueldad y la barbarie no fueron extrañas a quienes se enfrentaron7. Stalin llevaría los crímenes y la persecución a un nivel que terminaría apagando las ilusiones que el nuevo sistema había levantado en muchos hombres y mujeres8.

Se desplegó un siglo de “guerras y revoluciones” observado por Lenin y analizado luego por Hannah Arendt, un siglo donde los medios de la vio-lencia superarían a los objetivos de la misma9. Pero las revoluciones y la guerra tuvieron formas que el revolucionario ruso no consideró, pues si bien los soviet se tomaron como referentes fuera de las fronteras rusas, la segunda pesadilla militar europea se ligó a la entrada en escena del nacio-nalismo radicalizado, étnico y militar. Tal como apunta Robert Paxton, para revolucionarios como Engels, la oposición al movimiento socialista no vendría de las masas proletarias, pero el discurso violento y la irraciona-lidad del fascismo y el nacionalsocialismo no fueron movimientos de unos

5 Hobsbawm, E., Historia del Siglo XX. Buenos Aires, Editorial Crítica, 2006, p. 64.6 Parker, R., El siglo XX. Europa 1918-1945. Siglo XXI Editores, 1978, pp. 43-45.7 Wasserstein, B., Barbarism and Civilization. A history of Europe in our time. Oxford, Oxford

University Press, 2009, pp. 115-116.8 Un interesante y documentado libro sobre el periodo de Stalin: Lewin, M. El Siglo Soviéti-

co. Barcelona, Editorial Crítica, 2006, pp. 12-81.9 Arent, H., Sobre la Violencia. Madrid, Alianza Editorial, 2008, pp. 9-11.

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cuantos, sino que su nacionalismo sumó a miles de trabajadores10.

El ascenso del fascimo y el nacionalsocialismo, con su reacción tanto al liberalismo y la democracia como contra el socialismo y el marxismo, fue un capitulo en la pesadilla de la Segunda Guerra Mundial. En las décadas de 1920 y 1930, pocos vieron en Mussolini y Hitler grandes problemas o amenazas al orden en los países del occidente europeo. Pero también representaban la irracionalidad y el desprecio a la tradición ilustrada, eran en cierta forma reflejos de la crisis de la razón11. El escenario mundial de entreguerras fue de ilusiones y pesadillas, la idea de un retorno al orden mundial mostró pronto su imposibilidad al ritmo de la crisis económica, la polarización política y el regreso de Estados Unidos a su insularidad12.

La guerra de Hitler llevó a Europa más allá de los límites de la guerra, la guerra total e ideológica tuvo características imposibles para una genera-ción previa. Una guerra sin posibilidad de rendición o negociación, sin respeto a los órdenes o soberanías13. Además, fue una guerra que planteó la superioridad étnica a un nivel jamás visto antes y que condujo al asesinato por razones de “raza” a millones de judíos y gitanos, y, por razones ideoló-gicas y de la supuesta pureza, a comunistas y enfermos14. La guerra de Hit-ler y el nacionalsocialismo no fueron solamente la venganza por Versalles, fue la cristalización a nivel social de la crispación y extremismo nacionalista de una de las sociedades considerablemente cultas y avanzadas en el campo de las ciencias en Europa a inicios del siglo XX15.

10 Paxton, R., Anatomía del Fascismo. Barcelona, Ediciones Península, 2004, p. 11, Hobs-bawm, E., Historia del Siglo XX. Buenos Aires, Editorial Crítica, 2006, p. 128.

11 Burrow, J., La Crisis de la razón. El pensamiento europeo 1848-1914. Barcelona, Editorial Crítica, 2001.

12 Hobsbawm, E., Historia del Siglo XX. Buenos Aires, Editorial Crítica, 2006, p. 45.13 Ver: Hobsbawm, E., Historia del Siglo XX. Buenos Aires, Editorial Crítica, 2006, pp. 149 -

15314 Ver sobre esto: Bessel, R., “The Nazi Capture of Power”. Journal of Contemporary History,

Vol. 39, n. 2, 2004, p. 175; Cocks, G. “Sick Heil: Self and Illness in Nazi Germany”. Osi-ris, Vol. 22, No. 1, 2007, p. 100-ss.

15 Por cierto que esto se refiere principalmente a las condiciones de vida urbana y los desarro-llos culturales particularmente de la élite y los sectores medios en Alemania. Los sectores

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España fue la advertencia, el preludio de la violencia que años después se generalizaría. Reveló las fuerzas que la reacción conservadora y la resisten-cia a los cambios podía convocar. La guerra civil española fue una con-vulsión que mantuvo la guerra en una parte del europeo. Fue un ensayo general del conflicto internacional que se acercaba16.

Así, la caída en la barbarie no era imposible, pues tal como apuntó Walter Benjamin ésta va unida a cada página de la civilización17. Y ésa no es solo una lección sino también una advertencia de la historia.

Pero en medio de las alarmas de bombardeos y el temor, también se pensa-ban alternativas, soluciones que permitieran dejar atrás la barbarie vivida. En Alemania y Gran Bretaña se pensaba el nuevo capitalismo, donde el Estado debía asumir niveles de responsabilidad y acción en la economía. En Alemania, dichas ideas maduraron al margen del pensamiento dicta-torial; en Gran Bretaña, el gobierno y el parlamento vieron el “Informe Beveridge” (1942) en medio de la guerra. Cada uno de los modelos pensa-dos y luego llevados adelante a diverso nivel, siguieron las tradiciones del pensamiento liberal propio y modificó importantes aspectos de la forma en que el Estado debía actuar en la economía.

Los Estados de bienestar de Gran Bretaña y Alemania (de postguerra) na-cieron en medio de la crisis del capitalismo y el liberalismo, y aun así logra-ron lo que para muchos podía parecer imposible: sacar a las sociedades de sus países de las viejas condiciones de vida y colocar al modelo de bienestar capitalista como una alternativa. La duración de ese proceso y sus resulta-dos siguen agitando la discusión histórica.

Este libro es un estudio de las ideas liberales ligadas los desarrollos de es-

obreros enfrentaban otros problemas, muchos de ellos comunes a los de los trabajadores de otras sociedades capitalistas industriales. Sobre estos aspectos en Alemania a nivel com-parado, ver: Wasserstein, B., Barbarism and Civilization. A history of Europe in our time. Oxford, Oxford University Press, 2009, pp. 27-33, 183-184.

16 Casanova, J., Europa contra Europa. Barcelona, Crítica, 2011, pp. 113-139.17 Ver: Benjamin, W. “Sobre el concepto de historia”, en La dialéctica en suspenso. Fragmentos

sobre la historia, comp. Pablo Oyarzún, Santiago, LOM, 2009, p. 43.

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tados de bienestar en el Reino Unido y Alemania18. Se dedica atención al desarrollo de lo social dentro del capitalismo industrial y a cómo las ideas de William Beveridge en el Reino Unido y de Walter Eucken en Alemania reflejaron una nueva constelación dentro del liberalismo, que influyó en el desarrollo de los Estados de bienestar de esos países y que sirvió de mode-lo para otros. Fueron también ideas liberales que despertaron una crítica militante de los liberales radicales que desde fines de la década de 1930 ya daban forma al neoliberalismo19.

No se pretende cerrar discusiones, sino aportar con reflexiones en torno a algunos de los problemas históricos que marcan el paso de la violencia extrema a nociones de bienestar y justicia social. Los casos de Gran Bretaña y Alemania reciben particular atención, pues en esos países marcados por la guerra se llevaron adelante ideas y proyectos que fundaron en medio del humo de las batallas una nueva forma de capitalismo que parece estar en constante retirada. El Estado de bienestar capitalista, que en parte salvó al sistema de los cuestionamientos de las masas y los intelectuales, cubrió la vida de varias generaciones e inspiró otros modelos fuera de Europa. Sus mayores cambios y reducciones llegaron con las nuevas crisis del capitalis-mo en la década de 1970. Desde ahí las sociedades capitalistas desarrolla-das experimentaron los golpes del desempleo, del riesgo y los cambios en los significados y manifestaciones de los viejos problemas sociales20. Esto último es muy importante de considerar pues en su estudio histórico po-dremos hacer los balances necesarios de sus éxitos o fracasos.

18 Este trabajo, además continúa el desarrollo de trabajos publicados en diversas revistas cien-tíficas de América Latina.

19 Stedman-Jones, D. Masters of the Universe. Hayek, Friedman, and the Birth of Neoliberal Politics. New Jersey, Princeton University Press, 2012, pp. 31, 68-69.

20 Geyer, M. H., “Rahmenbedingungen: Unsicherheit als Normalität”. Geyer, M. (Editores), Geschichte der Sozialpolitik in Deutschland seit 1945 (Band 6). Baden-Banden, Nomos Ver-lag, 2008, p. 44; Beck, U. y Beck-Gernsheim, E. (Editores), Riskante Freiheiten: Individua-lisierung in modernen Gesellschaften. Frankfurt. a M., Suhrkamp Verlag, 1994.

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ELEMENTOS DEL CAPITALISMO INDUSTRIAL, SOCIEDAD Y LIBERALISMO

Desde mediados del siglo XVIII las transformaciones que generaba el ca-pitalismo eran visibles para las mentes más lúcidas de la época; su fun-cionamiento, sus diferencias con las formas anteriores de producción, la importancia de la producción industrial y sus significados. Despertaba una nueva forma de estudiar el problema de la riqueza, de su generación y distribución, en una Economía Política que unía con pretensiones “cientí-ficamente válidas” al liberalismo con el desarrollo del capitalismo.

“Para cuanto constituye la verdadera felicidad, en nada son infe-riores a quienes parecen colocados por encima de ellos. Todos los estamentos de la sociedad se hallan al mismo nivel en lo referente al bienestar del cuerpo y la serenidad del alma, y el mendigo que se calienta al sol apoyado en una cerca posee, por lo común esa paz y tranquilidad que los reyes persiguen siempre”21.

Desde el siglo XIX, el desarrollo del capitalismo industrial planteó la cre-ciente generación de nuevos fenómenos y procesos sociales, como el pro-letariado, en cuanto una nueva condición social, que se encontraba ligada a los desarrollos propios del capitalismo, de la producción industrial, sus ritmos y su necesidad de una disciplina vinculada a la producción en serie; al crecimiento de las ciudades, del comercio, etc.

21 Smith, A., The Theory of Moral Sentiment. (Sixth Edition 1790). Brasil, Metalibro, 2006, p. 165. Para más referencias sobre esta cita y sus diversos aspectos, ver: Beaud, M. Historia del Capitalismo. De 1500 a nuestros días. Barcelona, Editorial Ariel, 2013, p. 106-109.

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En un marco de grandes transformaciones generadas en la economía y en las formas de existencia de los seres humanos, la sociedad industrial vio el nacimiento y expansión de conflictos sociales propios de las nuevas relaciones de propiedad y producción. Se generaban ideas políticas, como el socialismo y marxismo que, junto a otras ideas, criticaban al capitalismo (como el socialismo utópico, el anarquismo, etc.) y planteaban la necesi-dad de cambios y transformaciones que llevaran a un nuevo orden social, capaz de resolver los problemas del capitalismo.

A partir de lo anterior, con el desarrollo de la sociedad industrial, sus ne-cesidades y el proceso de demandas y de luchas sociales y políticas de los sectores obreros, se dio el marco de configuración de los primeros tipos leyes sociales y regulaciones del trabajo y de protección social.

Como expresión de este proceso encontramos las reformas sociales llevadas adelante en Alemania por Bismark en la segunda mitad del siglo XIX22. Es-tas no perseguían la democracia social sino que, por un lado, se relaciona-ban con la contención de las presiones sociales ejercidas por un importante y agitado movimiento obrero en pos de mejoras en sus condiciones de tra-bajo y protección social y, por otra, con la mantención de las condiciones sociales necesarias para la producción capitalista23.

A partir de estos procesos se fue configurando el desarrollo lo social como categoría dentro de las relaciones sociales y las consideraciones políticas que integra a las preocupaciones de la sociedad los variados problemas de los individuos, como las interrupciones en la capacidad para trabajar, la enfermedad, seguridad, etc. Dicho proceso se entiende como el desarrollo de un conjunto de relaciones que se plantean en medio del conflicto entre lo político y lo económico24.

22 Hobsbawm, E., Cómo cambiar el mundo. Barcelona, Editorial Crítica, 2011, pp. 49- ss.23 Sassoon, D., Cien años de Socialismo. Barcelona, Edhasa, 2001, p. 168; Hennock, E., The

Origin of the Welfare State in England and Germany, 1850-1914. New York, Cambridge University Press, 2007, p. 2.

24 Ver: Castell, R., La metamorfosis de la cuestión social. Buenos Aires, Paidós Ibérica, 2002, p. 17.

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Lo social no constituye un fenómeno ausente en otros periodos históricos. El qué hacer con aquellos individuos que se encuentran limitados o impe-didos de participar en procesos productivos o ejercer trabajos de otro tipo, por ejemplo los recién nacidos, los niños, los enfermos, etc., estaba pre-sente tempranamente dentro de las preocupaciones sociales y políticas25. Tomando en consideración las ideas de Castell, la novedad desde fines del siglo XVIII y particularmente desde el siglo XIX era que dichos intereses ya no estaban solamente bajo la forma de la caridad o la ayuda familiar, sino que de manera acelerada entraban en un nuevo plano, el de los derechos, de las garantías que el Estado debía asegurar a todos los miembros de la nación26.

En este contexto lo social implica un conjunto de relaciones reguladas po-líticamente que eran capaces de mantener el orden social dentro del ca-pitalismo, pero que al mismo tiempo lo amenazaban con sus demandas igualadoras, redistributivas o críticas a la propiedad27. Para Robert Cas-tell, el siglo XIX, lo social, se ve ligado al desarrollo de la condición “de asalariados”28. Esta era la cristalización de las legislaciones sociales, de la tensión social, junto a los desarrollo de un liberalismo que consideraba como necesaria (en términos de contención) la participación del Estado en diversos niveles de la economía.

En ese marco, el liberalismo experimentó cambios en la medida que debía adaptarse o ceder a las diversas demandas y desafíos que se desplegaban dentro de la sociedad: salvar al capitalismo de las fuerzas que le cuestiona-ban fue una tarea teórica y práctica que se dio el pensamiento liberal en las potencias industriales como Alemania e Inglaterra.

Con estos desarrollos dentro de las ideas políticas, las realidades y expe-

25 Castell, R., La metamorfosis de la cuestión social. Buenos Aires, Paidós Ibérica, 2002, pp. 25-37.

26 Castell, R., La metamorfosis de la cuestión social. Buenos Aires, Paidós Ibérica, 200227 El marxismo fue uno de los desarrollos políticos más significativo y de largo alcance dentro

de la lucha social y de ideas que la sociedad capitalista industrial había despertado.28 Castell, R., La metamorfosis de la cuestión social. pp. 17, 271 – 320.