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1 UN PUENTE SOBRE AGUAS TURBULENTAS. Los Annales y la historiografía marxista en la Guerra Fría. Juan Alberto Bozza. CISH/ IdIHCS/ FaHCE/ UNLP. [email protected] Resumen. Este artículo analiza las afinidades de las dos corrientes protagonistas de la renovación de la historiografía del siglo XX. Plantea un estado de la cuestión de las opiniones sobre tal relación. Describe la actitud de apertura que los Annales expresaron hacia los historiadores marxistas, ejemplificando este comportamiento con la obra de Ernest Labrousse, un intelectual representativo de la confluencia de las dos tradiciones. Indaga los desafíos que, en el marco de la guerra fría, pusieron en entredicho, pero no lograron disolver aquella relación. Sobre esta cuestión, señala la arremetida anticomunista perpetrada por varios historiadores franceses transformados “cruzados” contra la historiografía marxista. Analiza también los pronunciamientos ambivalentes sobre los Annales por parte de la historiografía soviética. En este campo, discierne los argumentos críticos propalados por intelectuales que subordinaron el estudio del pasado a las orientaciones dogmáticas del Partido Comunista de la Unión Soviética. Palabras clave: Annales: Guerra Fría; anticomunismo; historiografía soviética. Abstract. This article analyzes the affinities of two currents that renewed historiography in the twentieth century. It presents a state of affairs with the views of that relationship. Describes the intellectual openness expressed by the Annales toward Marxist historians, exemplifying this behavior in the work of Ernest Labrousse, an intellectual identified with both traditions. In the context of the Cold War, it explores the challenges that questioned, but could not dissolve, this cooperation. Regarding this issue, explains the anti-communist offensive perpetrated by some French historians who rejected, in a spirit of crusade, to historiography inspired by Marx. It also analyzes the ambivalent pronouncements on the Annales by the Soviet historiography. In this field, discerns the arguments against the French school by intellectuals who study the past subordinated to the dogmatic orientations of the Communist Party of the Soviet Union. Key words: Annales; Cold War; anticommunism; soviet historiography.

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1

UN PUENTE SOBRE AGUAS TURBULENTAS.

Los Annales y la historiografía marxista en la Guerra Fría.

Juan Alberto Bozza.

CISH/ IdIHCS/ FaHCE/ UNLP.

[email protected]

Resumen.

Este artículo analiza las afinidades de las dos corrientes protagonistas de la renovación

de la historiografía del siglo XX. Plantea un estado de la cuestión de las opiniones sobre

tal relación. Describe la actitud de apertura que los Annales expresaron hacia los

historiadores marxistas, ejemplificando este comportamiento con la obra de Ernest

Labrousse, un intelectual representativo de la confluencia de las dos tradiciones. Indaga

los desafíos que, en el marco de la guerra fría, pusieron en entredicho, pero no lograron

disolver aquella relación. Sobre esta cuestión, señala la arremetida anticomunista

perpetrada por varios historiadores franceses transformados “cruzados” contra la

historiografía marxista. Analiza también los pronunciamientos ambivalentes sobre los

Annales por parte de la historiografía soviética. En este campo, discierne los

argumentos críticos propalados por intelectuales que subordinaron el estudio del pasado

a las orientaciones dogmáticas del Partido Comunista de la Unión Soviética.

Palabras clave: Annales: Guerra Fría; anticomunismo; historiografía soviética.

Abstract.

This article analyzes the affinities of two currents that renewed historiography in the

twentieth century. It presents a state of affairs with the views of that relationship.

Describes the intellectual openness expressed by the Annales toward Marxist historians,

exemplifying this behavior in the work of Ernest Labrousse, an intellectual identified

with both traditions. In the context of the Cold War, it explores the challenges that

questioned, but could not dissolve, this cooperation. Regarding this issue, explains the

anti-communist offensive perpetrated by some French historians who rejected, in a

spirit of crusade, to historiography inspired by Marx. It also analyzes the ambivalent

pronouncements on the Annales by the Soviet historiography. In this field, discerns the

arguments against the French school by intellectuals who study the past subordinated to

the dogmatic orientations of the Communist Party of the Soviet Union.

Key words: Annales; Cold War; anticommunism; soviet historiography.

2

Introducción.

Este artículo analiza las actitudes de confluencia de dos de las corrientes que renovaron

la historiografía en el siglo XX: la congregada en torno a la revista Annales y la de

inspiración marxista. Describe los puntos de contacto como una cooperación fundada en

una sensibilidad temática compartida (el desarrollo de la historia económica y social),

en la voluntad de ampliación del objeto de conocimiento y en el empeño por fortalecer

el rigor analítico y conceptual del saber sobre el pasado. La confluencia demostró la

autonomía de los Annales frente a las presiones anticomunistas de la guerra fría y frente

a las proclamas soviéticas que simplificaban el campo disciplinar como una

confrontación entre “historiografía marxista leninista” e “historiografía burguesa”.

El trabajo comienza con una revisión de las opiniones vertidas acerca de los lazos de

empatía entre ambas vertientes. Describe, luego, la actitud de apertura de los Annales

frente a los aportes de historiadores marxistas, integrando a sus filas a algunos de sus

miembros, entre ellos a Ernest Labrousse. En la segunda parte, indaga los dos desafíos

que pusieron en entredicho, pero no lograron disolver aquella relación. Fueron

impulsos imbricados en el antagonismo ideológico bipolar. Uno provino de la

arremetida anticomunista perpetrada por varios historiadores franceses, zaheridos por su

experiencia en el PCF y transformados en portavoces de una “cruzada” contra la

historiografía marxista que antes profesaron. El otro factor perturbador, quizás no

demasiado estudiado en nuestros ámbitos académicos, surgió, aunque de forma

inconstante, en el seno de la historiografía soviética. Sobre esta cuestión, nuestro

análisis discierne críticamente los argumentos propalados contra los Annales,

vinculándolos con los intelectuales que subordinaron el estudio del pasado a las

orientaciones dogmáticas del PCUS.

Opiniones sobre una convergencia.

Destacados investigadores han reconocido en la Escuela de los Annales y en la

historiografía marxista un empeño común para la renovación de la disciplina. Ambas

corrientes expresaron una voluntad crítica, contra la tradición narrativa proveniente de

la historiografía decimonónica, tanto en sus vertientes positivistas como historicistas. A

partir de aquella ruptura compartieron la hegemonía en los estudios históricos del siglo

3

veinte. Según Ciro F.S. Cardoso, tal acercamiento fue el pivote alrededor del cual giró

la reconstrucción de la historia como ciencia. Autores argentinos, como Tulio Halperín

Donghi reconocieron los nuevos rumbos abiertos por los Annales para el impulso de la

historia social; en tanto que Carlos Astarita registró la confluencia entre historiografía

marxista y Annales en el itinerario de la medievalista Reyna Pastor. Historiadores

cubanos demostraron la proximidad de la obra de Bloch y los primeros Annales con el

marxismo. Sin hesitar, Carlos Aguirre Rojas consideraba los itinerarios y objetivos de

las dos corrientes como una “coincidencia” que deparó una alianza fructífera con

similares perspectivas metodológicas.1

Hubo historiadores europeos que mantuvieron una convicción similar, señalando un

itinerario de colaboración entre ambas corrientes. Peter Burke asociaba el proyecto de

los Annales con el del colectivo editor de la revista marxista inglesa Past & Present

(P&P) y asemejaba los estilos de los escritores de ambas instituciones.

Hobsbawm ubicaba el lugar de la confluencia en la historia económica y social. Esta

preferencia colocaba a los historiadores marxistas en el mismo bando de los Annales

contra el “establishment” historiográfico, facilitando una relación “amistosa y

cooperativa”. El interés en los siglos XVI y XVII, momento clave de la transición al

capitalismo, fue otro factor de acercamiento. No obstante, Hobsbawm observaba

disidencias en la genealogía intelectual de los autores y en el desarrollo de problemas de

ambas vertientes. El tratamiento de la historia de las mentalidades por los marxistas

británicos tenía sello propio y no era una reproducción de lo que hacían los Annales. 2

Para otros investigadores, los puentes entre las dos revistas se tornaron mas fluidos a

partir de 1959, cuando P&P atenuó su marxismo y se aproximó a los Annales

braudelianos. 3

La confluencia fue más fértil en algunas historiografías nacionales, como la de Polonia.

Historiadores del país eslavo mantuvieron un intercambio perdurable con Braudel, entre

ellos Jerzy Topolsky, Witold Kula y Alexander Gieysztor. Las coincidencias fueron

evidentes en la metodología compartida, en la vocación de situar a la disciplina entre

las ciencias sociales y en el inconformismo con la historia política. 4

Desde una perspectiva hostil a los Annales y al marxismo, el politólogo Henri Coutau

Bégarie sostenía, en tono de mortificada letanía, que la escuela francesa se había

desarrollado gracias al influjo cultural y político del marxismo en la posguerra

francesa.5

4

A pesar de la admiración que los fundadores de Annales profesaron por Marx6, fueron

renuentes a asociar sus investigaciones con la teoría marxista y señalaron las

divergencias. La escuela francesa se negaba a reconocer jerarquías en los tipos de

determinaciones que gravitaban en los procesos históricos. En el mismo sentido, otros

historiadores remarcaron el eclecticismo de los Annales, el rechazo a la dialéctica

marxista y a toda forma de determinismo.7

1 Annales: una empresa de renovación abierta a la historiografía crítica.

Si bien el surgimiento de los Annales marcó una ruptura con las corrientes precedentes,

conviene no exagerar el dictamen según el cual, antes de Bloch y Febvre, no existían

experiencias historiográficas que ya exploraban el territorio de la historia económica y

social.8 Las obras de Karl Lamprecht

9 en Alemania y de H. Pirenne en Bélgica eran un

ejemplo de las nuevas orientaciones. Henri Berr y la Revista de Síntesis Histórica (en la

que escribieron Bloch y Febvre), los historiadores progresistas norteamericanos,

encabezados por Charles Beard10

, propiciaban indagaciones más complejas sobre el

mundo material y sus representaciones culturales. En las sendas innovadoras también se

debe destacar la obra de historiadores rusos y soviéticos, tanto precursores de la teoría

marxista de la historia, como G. Plejanov, como investigadores profesionales al estilo

de Mijail Pokrovsky11

, con una producción más que consistente antes y después de la

Revolución. Tampoco se pueden omitir las contribuciones de otros intelectuales rusos

revolucionarios, como David Riazanov e Isaac Rubin, creadores del Instituto Marx-

Engels. Su titánica obra de recopilación de fuentes del movimiento obrero y

revolucionario internacional tuvo un valor inestimable para la historia social, a pesar de

que fue tronchada por la represión y los asesinatos instigados por el estalinismo.12

Las trayectorias narradas en el párrafo anterior, salvo en el caso de los historiadores

soviéticos, no cristalizaron en proyectos institucionales que sustentaran una identidad

colectiva o programas de investigación perdurables. Fueron los Annales de la posguerra

y la historiografía de inspiración marxista (incluidos algunos historiadores que vivieron

en el bloque socialista) las corrientes que acometieron la tarea de ampliar el territorio

del conocimiento histórico. ¿Qué rechazaban de la historiografía tradicional? Los signos

de la decrepitud, que se hacían más evidentes al discurrir el siglo XX: la impotencia

para inquirir nuevos horizontes temáticos, los desarrollos rutinarios, el culto fetichista a

los documentos emanados de las fuentes estatales y del poder. También detestaban las

5

limitaciones metodológicas y el escaso desarrollo de una teoría reflexiva que examinara

su objeto y las maneras de conocerlo. La historiografía identificada con la tradición

rankeana exhibía falencias inocultables. Sus estudios se circunscribían a las

dimensiones política, administrativa, militar y nacional de los sucesos; a la narración de

acontecimientos, al papel de los grandes individuos y de las elites, al relato en la corta

duración, a la explicación de los procesos en términos de las ideas, a la naturalización

de las jerarquías sociales y de las asimetrías en la distribución del poder. La esclerosis

de la historiografía erudita o metódica le impedía avizorar la emergencia de nuevas

realidades que, desafiantes en el presente, reclamaban la necesidad de ser indagadas en

el pasado.13

A pesar de que los Annales y el materialismo histórico tenían una existencia anterior a

la Segunda Guerra, las condiciones para la consolidación de una historiografía

alternativa brotaron en el clima constructivo y voluntarista inaugurado por la Liberación

y la posguerra.14

Las obras de los Annales se expandieron a partir de esa etapa con las

grandes investigaciones de sus miembros, el anclaje institucional y el financiamiento de

sus programas por fundaciones norteamericanas15

y la multiplicación de sus discípulos.

Las grandes obras de Febvre y Braudel (Rabelais y El Mediterráneo) demostraron las

potencialidades innovadoras de la escuela francesa. La historiografía marxista francesa,

todavía apocada al finalizar la guerra, se concentraba en el campo de los estudios sobre

la Revolución de 1789. Jean Jaures16

y sus herederos Albert Mathiez, Georges Lefebvre

y, años después, Claude Mazauric, Albert Soboul y A. Pelletier, fueron propulsores de

una historiografía inspirada en la teoría de Marx.

Tras la liberación de la ocupación nazi, el clima intelectual francés propagaba un

espíritu constructivo, una filosofía del compromiso para acometer cambios sociales y

culturales. El consenso entre los partidos centristas y la izquierda, fogueado en la

resistencia antifascista, preparaba una coyuntura de convivencia17

para las

transformaciones educativas y culturales de la posguerra, aunque tal concertación en el

plano político comenzaría a intoxicarse por la irrupción de los conflictos de la guerra

fría. Los Annales y la historiografía marxista compartieron los espacios relacionados

con la historia en una relación que contrastaba con la beligerancia emanada del

alineamiento exigido por la propaganda occidental anticomunista.

Existieron confluencias y afinidades entre el programa de los Annales, orientado a dar

primacía a la exploración económica y social, y la historiografía marxista. Desde su

aparición en 1929, la revista fundada por Bloch y Febvre congregaba a algunos

6

escritores que simpatizaban con el marxismo y con la URSS. Las investigaciones de

Marc Bloch alentaban a algunos autores a relacionarlas con los temas y perspectivas del

marxismo. No faltaron personalidades destacadas de la propia escuela, como Georges

Duby, que señalaron una creciente orientación de los estudios de Bloch hacia el

materialismo histórico. La mencionada inclinación se habría producido con el

deslizamiento de los temas propios de Los Reyes taumaturgos hacia los de La sociedad

feudal. 18

Aunque las confluencias existieron, la trayectoria de los Annales no desembocó en la

adhesión a la teoría marxista y fue evidente que sus miembros más connotados

expresaron resquemores frente a ella. Lucien Febvre no dejó de señalar, a veces con

irritación, su disenso, aunque nunca desarrolló exhaustivamente los fundamentos de la

divergencia. Simplemente aludía al carácter rígido de aquella teoría, quizás pensando

exclusivamente en el marxismo producido en la Unión Soviética.19

A pesar de las divergencias, los caminos entre ambas corrientes se aproximaron en

temáticas y orientaciones como las siguientes:

a) La perspectiva del largo plazo ofrecía la posibilidad de observar las fuerzas

subyacentes o las claves explicativas que en el largo desenvolvimiento mostraban sus

caracteres y potencialidades más significativas y duraderas; además ofrecía una

plataforma de intelección más fiable para hallar el significado de un acontecimiento o el

sentido verdadero de un curso histórico. Ambas corrientes demostraron la misma

preocupación de la historia como proceso.

b) Un enfoque materialista en el examen del pasado. Las investigaciones se iniciaban

con el análisis de las condiciones materiales sobre las que se desenvolvían las

sociedades estudiadas. Es decir, reconocían como zona medular de reflexión a los

fenómenos económicos y sociales.20

c) El estilo de los primeros Annales, critico, polemista, contra la historia tradicional, era

visto con simpatía por la historiografía marxista. Confrontaban con los mismos

adversarios.

d) La historia como disciplina encaminada a resolver problemas era otro horizonte

común; es decir, un saber reflexivo que debía rendir cuentas de los fundamentos y

puntos de partida con los que abordar el material empírico. La disciplina no debía

limitarse a la mera organización cronológica de acontecimientos; debía encaminar la

indagación a partir de un sistema de preguntas e hipótesis -un “cuestionario” según el

7

especialista mejicano Aguirre Rojas- que oficiara de brújula para encontrar lo que se

buscaba.21

e) La explicación de los procesos del pasado jerarquizaba el rol de fuerzas sociales

colectivas y estructuras. Ambas corrientes mostraban un común rechazo por aquellas

interpretaciones tributarias o encandiladas por la gran personalidad, las elites y las ideas.

22

f) Un afán común por descubrir y restituir la totalidad en funcionamiento (o las fuerzas

actuantes) del periodo u objeto estudiado; al menos en los Annales de la primera y

segunda generación. Quizás el puente comunicativo más explícito en esta cuestión lo

planteara G. Duby, al convocar a discernir las “articulaciones verdaderas” o

significativas que ligaban explicativamente fenómenos de distintas dimensiones del

devenir de la totalidad social. 23

g) Predilección por una Historia analítica, que reconocía ser parte de las ciencias

sociales. Como tal, debía explicitar e interrogarse sobre las herramientas conceptuales

utilizadas para entender los fenómenos empíricos. Debía preocuparse por hallar las

regularidades o, en palabras de Bloch, las “relaciones explicativas” entre los fenómenos

del pasado. Estas convicciones tenían como corolario el desprecio por la narración de

hechos singulares e irrepetibles. La disciplina debía superar el talante descriptivo de las

crónicas o relatos historizantes.24

Tal como reconoció Hobsbawm, una de las virtudes más celebradas de los Annales fue

la actitud de recibir abiertamente a historiadores que realizaran aportaciones originales,

como los enrolados en la historiografía marxista. Esa disposición aperturista fue

expresada, aún en los años más torvos de la guerra fría, por una atenta revisión de

Georges Lefebvre de las contribuciones de la historiografía de la URSS sobre el pasado

de Francia.25

Para entender e ilustrar los alcances de la convergencia es necesario

recorrer la obra de algunos historiadores ubicados en la intersección de las dos

corrientes.

Potencialidades de la confluencia: le Grand Labrousse Ilustree.

Estructuras, coyunturas y dialéctica del cambio social.

Los historiadores marxistas franceses no eran numerosos en los primeros años de la

posguerra y se congregaban en los estudios de la Revolución de 1789. El puente entre

8

esta comunidad intelectual y los Annales lo tendieron las investigaciones de Ernest

Labrousse. 26

Labrousse (1895-1988) desarrolló sus estudios bajo una doble influencia. Fue discípulo

del economista Albert Aftalion en su graduación en la facultad de derecho y estudiante

de François Simiand en la Sorbona, en la cátedra de Historia económica y social.27

Su

obra puede ser equiparada a la de Braudel, aunque estuvo algo eclipsada por el

protagonismo constructivo del autor de El Mediterráneo 28

Fue autor, en 1932, del Ensayo sobre el movimiento de los precios e ingresos en

Francia en el siglo XVIII, bajo la dirección de Aftalion.29

La indagación sintetizaba una

larga evolución de precios, construida en base a series casi ininterrumpidas de datos, de

alimentos, manufacturas, de rentas e ingresos. La construcción serial demostraba, en el

siglo XVIII, el crecimiento de la inflación de las rentas agrarias y el rezago de salarios.

La observación de Labrousse comprobaba la interacción (y el desajuste), entre

tendencias económicas y fricciones de clases, como factores interactivos en la

causalidad de la revolución francesa. Las categorías de clase y de contradicciones de

clases eran herramientas de inspiración marxista con las que interrogaba sucesos y

comportamientos empíricamente reconstruidos.30

La Crisis de la economía francesa del

fin del antiguo régimen al comienzo de la Revolución Francesa, publicada en 1943,

respaldó su ingreso como docente en la Sorbona. Coronó el reconocimiento académico

con la participación en la Maison des sciences de l’ homme, reconvertida en 1975 en

Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS).

Profesor de Historia Económica en la Sorbona (1946-1966), su influencia creció, como

co-director junto a Braudel, de una innovadora colección, la Historia económica y

social de Francia (1970-1980), con sólidos cimientos aportados por estudios

cuantitativos y seriales. Labrousse colaboraba, aunque no regularmente, con la revista

Annales y compartía sus objetivos fundacionales. Los análisis económicos y sociales en

la larga duración, el reconocimiento de las estructuras y tendencias seculares que daban

estabilidad a los sistemas sociales y la dinámica de las coyunturas eran preocupaciones

permanentes de sus reflexiones. Sin embargo, nunca dejó de manifestar su interés por el

factor político y por los acontecimientos que, según su opinión, se manifestaban como

erupciones inherentes a las contradicciones latentes en las estructuras. Esta perspectiva

complejizaba y superaba la intelección ralentada del pasado y el determinismo

geohistórico de Braudel.31

9

Labrousse se convirtió en una autoridad en los estudios de las transformaciones y las

permanencias en el largo plazo de la historia de Francia, de los vaivenes coyunturales y

de los antagonismos que permeaban a las estructuras agrarias. Desde esa base

informativa surgió, al conmemorarse el centenario de la revolución de 1848, su notable

reflexión Cómo nacen las revoluciones. Los fenómenos revolucionarios emergían,

según el autor, de coyunturas específicas, en las que convergían, de manera explosiva,

diferentes tipos de crisis: climáticas, económicas, sociales y políticas. Labrousse

contribuyó a tematizar la dinámica de los cambios sociales. A salvo del economicismo o

marxismo vulgar, no consideraba a la irrupción revolucionaria como mero resultado de

las contradicciones económicas -como la parálisis o el estancamiento de las fuerzas

productivas-, de una formación social. Para que el descontento estallara o deviniera

energía revolucionaria era menester que se produjeran contradicciones irresolubles en la

cúspide política, en el aparato del poder dominante. A tono con este razonamiento,

elaboró modelos de “crisis de tipo antiguo”, de subsistencia en el periodo pre industrial,

y las distinguió de las de “tipo moderno”, específicas de economías con desarrollo

industrial.32

Labrousse expresó en el Congreso de Roma de 1955 un ambicioso proyecto colectivo,

una historia de las burguesías occidentales, aprovechando la metodología estadística y

serial. Comulgaba con la convicción de Simiand: la historia habría de adquirir rigor

científico cuando “contara, midiera y pesara” los fenómenos observados.33

En aquel

año alcanzó un notable reconocimiento en el Coloquio de la Escuela Normal Superior

de Saint Cloud sobre fuentes y métodos de la historia social, aunque sus

interpretaciones fueron objetadas por estudiosos de estirpe conservadora como Roland

Mousnier.34

Labrousse invitó a extender los métodos y conquistas de la historia económica y social a

los estudios de las mentalidades, un territorio en el que esta clase de fenómenos

actuaban como “resistencias”. Según el autor, en todo proceso histórico existía una

dialéctica de las condiciones objetivas que influía en la vida de los hombres y en las

representaciones que ellos se hacían de las mismas. Pero sostenía que lo mental

retrasaba lo social: las transformaciones operadas en el ámbito técnico material y de las

relaciones sociales no eran acompañadas al mismo ritmo por las representaciones

colectivas. “En la cadena sin fin de la historia -escribió-, los limites naturales de una

historia socio económica van así, del acto ‘primero’ del productor a los fenómenos de

sensibilidad y de mentalidad colectivas”. Esta convicción no fue profesada por los

10

historiadores de la tercera generación de los Annales (post 1968), quienes abrazaron con

fruición los métodos de una antropología histórica.35

Los compromisos del historiador.

El activismo juvenil en la izquierda complementó la formación intelectual y el

desempeño académico de Labrousse. El interés por la militancia política germinó en su

época de estudiante en los cursos de revolución francesa de profesor Aulard. Más tarde,

en 1919, integró la redacción del periódico socialista revolucionario L’Humanité.

Participó de la fundación del Partido Comunista Francés (PCF), aunque dimitió en

1925. Según su confesión, no asumió el marxismo como un mero ejercicio de reflexión

científica, sino motivado por razones morales. Las nociones de explotación, de

humillación y de alienación experimentadas por los trabajadores eran de índole moral y

resultaban, a su juicio, plenamente compatibles con la teoría marxista.36

Simpatizó con

el gobierno de León Blum, reingresó en el Partido Socialista (SFIO) en 1938, para

abandonarlo por su política conservadora frente al conflicto argelino. A principios de

1960 se unió al Partido Socialista Unificado (PSU).

Fue, desde 1959, co-presidente de la Société d’Etudes Robespierristes y presidente

honorario de la Comisión Investigadora del Bicentenario, creada en 1983; actividad que

encaró con entusiasmo rechazando las tesituras liberales y antirrevolucionarias que

envolvieron el evento.

La ligazón de Labrousse con los Annales no le impidió abrir cursos propios de

investigación que convergían con la historia social de inspiración marxista. Se trataba

de senderos no explorados con demasiada convicción por los annalistas: el mundo de

los trabajadores y sus experiencias sindicales y políticas. Admirador del liderazgo

intelectual y político de Jean Jaures, presidió la Societé d’Etudes Jauressiennes. En ese

marco institucional dio impulso a la iniciativa, académica y política, de elaborar un

diccionario biográfico de dirigentes del movimiento obrero francés. La empresa

articulaba la impronta de los liderazgos individuales en el cauce del movimiento social.

Según Labrousse: “El conocimiento profundo de la personalidad de Jaurès (…) nos

conducirá, en la prolongación de una historia individual, a una historia social”.37

Su

esfuerzo estuvo presente en otro lanzamiento que conjugó la investigación social y el

compromiso político: la fundación, en 1961, de la revista Le Mouvement Social. La

publicación fue una cantera para el crecimiento del número de historiadores marxistas y

11

afines, como François Bedarida, Michelle Perrot, Jacques Julliard, Annie Kriegel y

Jacques Ozouf, entre otros.

La energía que demandaron sus investigaciones no hizo de Labrousse un pensador ajeno

a los conflictos del presente. Su inmersión en el mundo de la Revolución Francesa no se

limitó a la exposición de sus acontecimientos y proclamas. Cauteloso frente a los

anacronismos y las extrapolaciones, observó el fenómeno revolucionario como una

experiencia anticipatoria, un nutriente de un conjunto de esperanzas y luchas de los

siglos XIX y XX. Tal como lo señaló Michel Vovelle, en los últimos años de su vida

seguía siendo un intelectual que creía en las revoluciones, tanto en la de 1789 como en

la de 1917. A contramano de las conversiones liberales y conservadores de algunos de

sus contemporáneos, no abjuraba de la convicción de que el mundo podía cambiar.38

Los Annales no solo albergaron a historiadores de formación marxista, como Labrousse,

Vilar, Vovelle, G. Bois, M. Agulhon, entre otros. También mostraron curiosidad por la

obra de historiadores soviéticos y publicaron en la revista indagaciones soviéticas sobre

el pasado francés y del occidente europeo. En 1964 la VI Sección de la Escuela Práctica

de Altos Estudios (EPHE), bajo la edición de R Mandrou, publicó una obra de Boris

Porchnev (1905-1972) sobre las revueltas campesinas francesas del siglo XVII.39

Esta

apertura contrastaba con el malestar de ciertos medios académicos hostiles a la

historiografía marxista producida en la URSS, aún la que se abría paso en tiempos de la

desestalinización. Uno de los contradictores fue Roland Mousnier.40

El crítico le

reprochaba la utilización de la teoría marxista para abordar el estudio de fenómenos

sociales del siglo XVII. Según su opinión, no era correcto estudiar el rol del conflicto de

clases en la estructura social del antiguo régimen. Impugnaba el uso del concepto de

clases en una sociedad organizada en órdenes que no dependían de la riqueza; sino de

nociones como dignidad, honor y prestigio propios de una cosmovisión religiosa que,

según Mousnier, englobaba a todas las interacciones sociales. Investigaciones más

recientes subrayaron que el rechazo era de índole ideológica; se fundaba en los

prejuicios contra los historiadores soviéticos que se ocupaban de la historia de Francia.41

2. Disputas. Repercusiones de la guerra fría en la producción historiográfica.

Anticomunismo e historiografía en Francia.

12

La convivencia de los Annales y el marxismo fue una actitud que contrastaba con los

prejuicios antimarxistas de la guerra fría y con el sectarismo dogmatico de ciertos

historiadores oficiales de la URSS.

En los años 50 y 60, a medida que se afirmaba la confrontación ideológica, una

politización intransigente minó el campo de las controversias culturales. Francia fue un

escenario destacado de esta contienda. El prestigio de los intelectuales de izquierda en

las artes y ciencias sociales desencadenaron la preocupación por parte de las agencias

políticas y culturales alineadas con la diplomacia norteamericana. Organismos y

fundaciones dependientes de aquella potencia sponsorearon a instituciones del campo

intelectual, entre ellos el Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC). Financiado por

la CIA desde su fundación en junio de 1950, el Congreso lanzó una cruzada cultural

contra “el comunismo”, atacando a figuras del pensamiento crítico, como Sartre,

Merleau Ponty, y a instituciones vinculadas con la URSS, como Congreso Mundial por

la Paz. También fustigó a los líderes nacionales que abogaban por la neutralidad,

aduciendo que beneficiaban a los enemigos de los Estados Unidos.42

Uno de los alfiles

del CLC fue la revista Preuves, impulsada por Raymond Aron, Bertrand de Jouvenel y

François Bondy. Aron fue el nexo del dispositivo político cultural americano en Francia

y un pregonero del atlantismo.43

Liberal anticomunista, admirador y amigo de Friedrich

von Hayek, se integró al principal think thank que luchaba contra el socialismo y el

keynesianismo, la Sociedad Mont Pelerin, fundada por el austríaco en abril de 1947.44

Aron fue el principal regisseur en el teatro europeo de las ciencias sociales. Fue, junto a

Hannah Arendt, Zbignew Brzezinsky, Daniel Bell y James Burnham, un eficaz

propagador de la teoría del totalitarismo, la que aplicó casi con exclusividad a los

regímenes del bloque soviético. Su magisterio en la historia de las relaciones

internacionales, su especialidad más celebrada, abogó para que las naciones

occidentales explicitaran su beligerancia junto a los Estados Unidos en la contienda

bipolar. El ardor con que defendió la estrategia norteamericana lo llevó a colisionar con

Charles de Gaulle, defensor de cierta autonomía en la diplomacia francesa.

Transformando en púlpito su cátedra, juzgaba necesario el intervencionismo de

Kennedy sobre Cuba en la “crisis de los misiles” de 1962. Aron justificaba la prioridad

del sentimiento de seguridad de los Estados Unidos sobre la soberanía nacional de la

isla caribeña. Su defensa de la política exterior de Washington fue celebrada por las

elites intelectuales norteamericanas. Un miembro de ese grupo, Henry Kissinger, lo

consideró un influyente maestro.45

13

Arón extendió la noción de totalitarismo al programa de los intelectuales y partidos de

izquierda y a toda teoría e historiografía empeñada en indagar las “leyes” del cambio

social, los conflictos de clases y explicar la experiencia del pasado como totalidad social

portadora de contradicciones.46

Combatió tenazmente el desarrollo de la historiografía

marxista. Se parapetó en las concepciones idealistas de la filosofía de la historia

alemana de fines del siglo XIX. Su libro Introducción a la filosofía de la historia

(1938), examinó las características del conocimiento histórico con herramientas un tanto

rudimentarias, a la luz de las nuevas exploraciones de la historia social. Las

concepciones aronianas de la historia reproducían los lugares comunes del idealismo

alemán. Sostenían el carácter único y singular de los hechos y la imposibilidad de

buscar regularidades en los fenómenos del pasado.47

Según lo constató Pierre Vilar, la

teoría de Aron, a quien consideraba un propagandista más que un indagador riguroso

del pasado, exhibía ignorancia y arbitrariedad al desconocer el enfoque de los Annales y

las grandes investigaciones de historia social de Ernest Labrousse.48

Aron fue director de estudios políticos de la Escuela Práctica de Altos Estudios,

convertida en 1975 en Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales (EHESS).

Junto al historiador (y admirador) François Furet, enarbolaron las ideas políticas y los

análisis históricos de Alexis de Tocqueville, como el portador de la única tradición

liberal y democrática latente en la revolución francesa; contrapeso virtuoso frente a las

tendencias radicales e igualitarias del jacobinismo. Los vínculos de Furet con Aron

fueron inquebrantables, al punto que fue el fundador en 1982 y director, en 1984, del

Centro de Investigación Política Raymond Aron de la EHESS. Como un sello distintivo

de su itinerario, el Centro era la principal plataforma de confrontación contra el

marxismo en el campo de los estudios políticos. Además del corpus de teoría

tocquevilleana, acogieron el pensamiento histórico de próceres liberales como

Condorcet, Constant y Guizot. Aron y sus seguidores concebían al pasado como un

territorio de disputas. ¿Qué efectos tuvo su prédica en la historiografía de los Annales?

O, dicho de otra manera, ¿qué tipos de repercusiones tuvo el anticomunismo de la

guerra fría en algunos historiadores de la escuela fundada por Bloch y Febvre? Los

siguientes razonamientos intentarán esclarecer dichas cuestiones.

Aunque el fenómeno de la guerra fría no comprometió institucionalmente al programa y

derrotero de los Annales, algunos de sus integrantes y simpatizantes, principalmente

quienes habían estado vinculados al comunismo francés, experimentaron fuertes

14

conversiones que los llevaron no solo a alejarse de la historiografía marxista, sino a

combatirla con denuedo.49

El repudio al marxismo como teoría social desembocó en la defensa del liberalismo y

del capitalismo como las únicas encarnaciones históricas de la democracia. Quienes

tenían mayores ambiciones teóricas y la necesidad de exorcizar su pasado se

congregaron en torno a Aron.

François Furet fue el mariscal más conocido de esta conversión, pero hubo otros

lugartenientes y beatos del nuevo credo, entre ellos Emmanuel Le Roi Ladurie, Alain

Beçanson, Denis Richet, Jacques Ozouf, Annie Kriegel, Paul Veyne y E Todd. A la

misma beligerancia contra el marxismo se sumaron historiadores conservadores como

F. Chaunu, P. Ariés y, ajeno a los Annales, reaccionarios de vieja data como Pierre

Gaxotte.50

A partir de la década del setenta, el aronismo y su teoría del totalitarismo

sedujeron a ese grupo de escritores51

; sin embargo, tal concepción de las ciencias

sociales no se convirtió en insignia de la escuela de los Annales, que se mantuvo

renuente a asumir embanderamientos teóricos y políticos y a embarcarse en un

cuestionamiento explicito y constante contra la historiografía marxista.

La cruzada contra los análisis marxistas del pasado discurrió en el seno de controversias

propias de las ciencias sociales. El influjo del estructuralismo sobre la historia ofreció a

Furet y Le Roi Ladurie una coartada para atacar a la historiografía marxista. Ambos

acogieron la perspectiva estructural para desechar del análisis del pasado lo que

consideraban resabios y detritos de la filosofia de la Ilustración y del materialismo

historico. Sus indagaciones repudiaron pensar los procesos en términos de conflictos y

cambios sociales. Solazándose con las teorizaciones de Levi Strauss sobre las

sociedades « frías » o inertes, patrocinaron una historia ralentada, que desconfiaba de

las transformaciones y rupturas, y abogaba por las continuidades. Le Roi Ladurie

incluso propició una « historia inmovil »52

. Era hora de que los historiadores

sustituyeran las explicaciones preocupadas por los cambios y aceleraciones temporales

por una ponderación de los factores o agentes (biológicos, demográficos, atmosféricos)

que estabilizaban y daban perdurabilidad a los sistemas. Reemplazando a Marx por

Malthus, el verdadero desafio de la cientificidad era alcanzar una historia

ecológicamente estacionaria que no ocultaba su vocación conservadora53

. La

predilección por las inercias provocó en estos historiadores cierta incomodidad y

desafección para estudiar y entender las revoluciones.

15

El otro asalto contra la historiografía marxista ocurrió en el terreno de la

reinterpretación de la revolución francesa. Iniciado por Furet a mediados de los sesenta,

este desafío alcanzó su apoteosis poco antes del fin de la guerra fría, en el marco de las

conmemoraciones del Bicentenario de 1789, de la perestroika y de la crisis del bloque

de países socialistas.54

El cuestionamiento apuntaba a desacreditar a la interpretación social de la Revolución,

es decir, a la que enfocaba a los antagonismos de clases como claves para entender las

diversas fases institucionales del proceso revolucionario, tal como sostenían Mazauric y

Soboul.55

Furet y Denis Richet opusieron una interpretación que daba primacía a las

políticas e ideologías en pugna. Siguiendo a Tocqueville, acentuaron una imagen

dinámica y modernizadora del antiguo régimen. Según esta mirada, el sistema pre

revolucionario ya había producido importantes transformaciones económicas que

tornaban superflua la necesidad de una revolución. La ideología liberal de los autores

operaba como criterio de selección y organización de los datos; también adjudicaba los

roles progresistas o retardatarios de los actores y señalaba los rumbos virtuosos o

catastróficos que se abrían ante el fenómeno revolucionario. Según la visión fureteana,

la revolución, especialmente en su primera etapa (1789-93) revelaba una obra moderada

y conciliatoria al enarbolar los principios liberales. Tal trayectoria había sido posible en

virtud de que el proceso estaba liderado por una alianza partidaria en la que primaban

las orientaciones de la burguesía y de la aristocracia ilustrada. El estilo luminoso y algo

naif de los autores devenía sombrío a la hora de explicar la radicalización del proceso.

La hecatombe se había producido por la irrupción de las masas plebeyas, responsables

de un ímpetu radical e igualitarista que desvió e hizo derrapar el ciclo de

transformaciones, desnaturalizando los objetivos liberales originales. Según este

enfoque, los sansculottes y el jacobinismo eran una intrusión perversa e ilegitima en la

Revolución; sus acciones, de naturaleza demagógica, eran responsables de la

implantación del Terror56

. En 1978, Furet dio un paso más provocador para conjurar el

influjo de la revolución francesa sobre la cultura política. En Pensar la Revolución

Francesa, el acto revolucionario fue lisamente considerado como el producto del

extravío y del fanatismo ideológico, re nominado pomposamente “ideocracia”. La

lectura estaba fuertemente amañada por una mirada que ligaba, anacrónicamente, el

Terror jacobino con la represión estalinista y su ominosa sombra, el Gulag. La ocurrida

en 1789 y todas las revoluciones, engendros de la “ideocracia”, terminaban por

encumbrar la pesadilla del totalitarismo57

.

16

La historiografía soviética y los Annales.

La historiografía producida en la URSS ofreció un tratamiento genéricamente favorable

a los Annales, destacando especialmente las virtudes de los autores de la primera

generación. La recepción positiva, sin embargo, no estuvo exenta de críticas y

reproches, provenientes de los autores más sumisos a las orientaciones ideológicas

oficiales. Por una parte, daba una bienvenida reconfortante a los senderos temáticos

abiertos por la revista. Por otra, objetaba en tono admonitorio y dogmático sus

conductas eclécticas, a las que calificaba como limitaciones de una “historiografía

burguesa”.

Autores soviéticos celebraban a la revista como una de las más importantes del oficio;

subrayando su afán de renovación, el dialogo que había entablado con las ciencias

sociales y la disposición al entendimiento con la historiografía marxista.

La gratitud hacia los Annales se manifestaba a través de la publicación en la URSS de

sus grandes obras; al interés que mostraba por la producción de historiadores soviéticos,

especialmente las obras enfocadas a la economía feudal, al mundo agrario y a las

rebeliones campesinas durante el antiguo régimen58

. Los autores soviéticos también

celebraban las reseñas y balances dedicados a indagaciones de la historiografía de los

países socialistas.

La historiografía soviética tributó respeto y admiración por Bloch y Febvre. Exaltó su

voluntad de bregar por el reconocimiento del carácter social de la disciplina, la

metodología de la larga duración, así como la vinculación de la historia y la actualidad,

actitudes que destellaban frente a la apatía y negligencia de la “historiografía

burguesa”59

.

Según los intelectuales rusos, el objeto estudiado por los Annales, la sociedad y la

economía, era un territorio promisorio de acercamiento con el materialismo histórico.

De igual manera, apreciaban la utilización del concepto de “civilización”, una guía útil

para establecer las periodizaciones y una noción totalizadora que reunía a los

componentes económicos, sociales, políticos y espirituales de las sociedades. Ponían de

relieve el interés de la revista por los problemas metodológicos. No faltaron reuniones y

coloquios -en 1958 en París, en 1961 en Moscú-, donde historiadores franceses y

soviéticos debatieron cuestiones sobre el pasado de ambas naciones apelando a la

metodología comparativa y con actitud plural y cooperativa60

.

17

Era evidente que las alabanzas a los Annales tenían un trasfondo autocelebratorio.

Aunque los integrantes de la revista no eran marxistas, las conclusiones de algunas de

sus obras eran el producto de “la influencia fecunda de las ideas marxistas”61

.

Veamos algunos ejemplos de historiadores annalistas ponderados por su aproximación

al marxismo. Un caso destacado, aunque la deriva posterior del autor lo embarcó en el

anti marxismo, fue la investigación de Paul Veyne “Vida de Trimalcion”, ambientada en

la sociedad romana del siglo I. Los intelectuales de Moscú compartían la crítica del

autor a Rostovsev, historiador emigrado que consideraba “capitalista” a la sociedad

romana de aquel período62

. Otras alabanzas eran repartidas a Robert Mandrou por sus

estudios sobre las articulaciones de la mentalidad y del arte barroco con las condiciones

sociales y económicas de su tiempo y con la crisis del siglo XVII. El beneplácito venía

acompañado por razonamientos autojustificatorios. Aunque Mandrou no adhiriese a la

teoría marxista, las conclusiones de su trabajo se correlacionaban coherentemente con la

perspectiva del materialismo histórico63

.

El promisorio camino recorrido por los Annales tenía sus claroscuros, según los

soviéticos. A pesar de apartarse de la “historiografía burguesa”, arrastraba omisiones,

limitaciones e incongruencias. Por lo general, aunque no siempre, los argumentos de

estas amonestaciones revelaban la rigidez de una teoría estragada por la fidelidad a la

ideología del Estado soviético64

. Las reconvenciones contra los Annales se encuadraban

bastante bien en lo que Hobsbawm denominó “marxismo vulgar”65

. Transmitidas en un

tono imperativo – insufrible como el de los manuales de buena conducta-, las críticas,

en ocasiones, señalaban cuestiones problemáticas de la historiografía annalista que

demandaban explicaciones más convincentes. Las mismas apuntaban a los periodos

históricos y escenarios geográficos que eran objeto de interés (y a los ignorados), a las

dificultades o al desinterés por explicar el cambio social, a la utilización ambigua o

errada de categorías conceptuales, etc.

Los críticos soviéticos imputaban a los Annales el abandono de algunos de sus

postulados originales. A pesar de considerar a la historia como un instrumento para

comprender el presente, la abrumadora mayoría de los temas tratados se referían a las

sociedades que precedían al siglo XIX; los de ese siglo eran escasos, y más raros aún los

que se interesaban en problemas contemporáneos. Deploraban el módico interés por

cuestiones de historia económica y social inherentes a las sociedades de mediados del

18

XIX al siglo XX. Denunciaban otro déficit en el carácter minoritario e incidental de las

investigaciones dedicadas a Europa Oriental, al norte de África y a Norte y Sudamérica.

En tono admonitorio, imputaban a los Annales la escasez de artículos que aludieran a la

lucha de clases y a las doctrinas sociales de las épocas modernas. El señalamiento no era

exclusivo de los soviéticos. Se trataba de impugnaciones formuladas desde el interior o

en las adyacencias de los Annales, por historiadores marxistas identificados, en 1964,

con la línea más sectaria del PCF, entre ellos Annie Kriegel. La autora destiló un

alegato rebosante de ironía contra las omisiones de la escuela, inadmisibles para una

disciplina que pretendía discernir las transformaciones sociales. Según Kriegel: "La

historia, que se ha convertido en sociología del pasado, no se interesa, ¡oh paradoja!,

sino por lo continuo y lo estable. Renuncia a aclarar los misterios de los cambios

bruscos, de los mundos que se mueren, de las sociedades que se transforman; es decir

de las convulsiones revolucionarias. O más bien bautiza revolución a toda clase de

fenómenos - la revolución industrial, la revolución de la sensibilidad, etc.-, pero la

Revolución francesa, la Revolución rusa o la Revolución china, representan pruritos

superficiales por los cuales solamente las mujeres pueden interesarse”. Con un estilo

más impetuoso, Kriegel reprochaba, en los años cincuenta, la traición de los annalistas

del ideal del “compromiso” de la generación fundadora y haber recaído en un

“empirismo sin principios”. Doblando la apuesta, las voces más intransigentes del

comunismo francés, obedientes al canon establecido por Stalin sobre el pasado,

acusaron de “revisionista” a la publicación66

.

La autoridad de Fernand Braudel no pasó desapercibida para la historiografía soviética.

Las loas a sus investigaciones fueron acompañadas por algunas referencias críticas al

empleo ambiguo de categorías conceptuales. Elogiaba la disposición a priorizar las

condiciones materiales en las que desenvolvían las sociedades, el nivel inferior, al que

Braudel llamaba “infraestructura”, compuesta por las condiciones de trabajo, los modos

de hábitat, la nutrición, los factores biológicos, el nivel de desarrollo técnico, etc. Las

maneras con que organizaba las diferentes instancias de la totalidad social eran

promisorias, pero, según los soviéticos, adolecían de ciertas confusiones o atribuciones

de contenidos arbitrarios. Según Braudel, sobre la “infraestructura” existía un nivel

superior, integrado por la economía, la política, las instituciones jurídicas, las ideas y

creencias. Los soviéticos discrepaban con la decisión de excluir a las relaciones

19

económicas de las condiciones materiales. No había una razón legítima para tal elusión

y el autor de Civilización material y capitalismo no justificaba el procedimiento. Según

esta opinión, muchos pasajes de la obra braudeliana parecían estar subsumidos en un

“vulgar materialismo biológico”. La crítica soviética también apuntaba a sus discípulos,

practicantes de un “determinismo alimentario”67

.

Otras objeciones aludían al eclecticismo de Annales, al desinterés por elaborar o

referenciarse en una teoría que analizara con consistencia el cambio histórico. Los

soviéticos estaban insatisfechos por la falta de una conceptualización sobre la actividad

de las masas y el rol de las clases; estas solo emergían como manifestación de la

“psicología colectiva”. Los voceros más exaltados del marxismo oficial juzgaban a los

Annales como una variante modernizada del viejo idealismo filosófico68

.

Algunos reproches eran un destilado denso del dogmatismo que replicaba los

lineamientos del PCUS. Los escritores más obedientes al aparato partidario

consideraban una ofensa que Annales publicaran artículos empeñados en “una

falsificación del marxismo” (esta reacción destemplada se dirigía también a

historiadores marxistas no teledirigidos desde Moscú), que ponían en duda su valor

científico y oponían las ideas históricas de Marx a los desarrollos ulteriores de la

historiografía marxista leninista. Algunos brotes de rigidez ideológica contra los

Annales recrudecieron en el período de Leonid Brezhnev. Los profirieron los

historiadores más dependientes del canon oficial, no las corrientes más productivas de

la historiografía soviética y de las naciones socialistas del periodo. Los “guardianes del

talmud”, Yuri Afanasiev y M.N. Sokolova entre ellos, arremetieron con las viejas

fórmulas. Según su dictamen, los Annales habían claudicado ante la “historiografía

burguesa”; su objetivismo los obnubilaba a la hora de reconocer los modos de

explotación y ofrecían una atención insuficiente al desarrollo de las fuerzas productivas.

Como se ve, la cuestión de evaluar globalmente a la historiografía soviética es

problemática. Hay que estar prevenidos contra la mirada lagañosa de historiadores

occidentales que abordaron el tema sin matices. Esa visión se empeñó en comprimir en

un solo bloque monolítico, indiviso y unánime, a autores de las sociedades del este que

demostraron una investigación creativa y no estragada por el esquematismo doctrinario.

Podemos mencionar, aunque la lista resulte corta, a Porchnev, Alexandra Liublinsckaja,

Victor Daline, Anatoli Ado, Evgueny Kominski, Yuri Bessmertny, Aaron Gurievich,

20

Josef Macek, M. Kossok, etc69

. Una historiografía original, emancipada de restricciones

y controles burocráticos, se desarrolló varios años antes de la perestroika: su

versatilidad puede constatarse en las controversias reinantes en los estudios dedicados a

la revolución francesa, al feudalismo, a los movimientos campesinos, a la naturaleza de

la nobleza o al carácter de la dictadura jacobina; además de expandirse los estudios

sobre las mentalidades muy influidos por los Annales.70

En las mismas, el materialismo

histórico oficiaba como punto de partida y guía teórica para investigaciones eruditas

preocupadas por los datos proporcionados por la evidencia empírica. Los representantes

de esta comunidad de intelectuales mantuvieron intercambios fecundos y

desprejuiciados con la historiografía francesa de la Revolución y con los Annales.71

Epílogo.

Los Annales y la historiografia marxista cuestionaron las debilidades y carencias de una

discipina moldeada en los cánones decimonónicos del positivismo y del historicismo.

La crítica a ese legado y la búsqueda de nuevos horizontes aproximó sus temas de

interés. Las dos tradiciones también compartieron la necesidad de impulsar un

desarrollo conceptual y un repertorio metodológico más complejos. Para ambas

corrientes, el objeto de interés no era meramente el pasado, sino el discernimiento del

devenir y las continuidades de las sociedades en el tiempo. La mancomunión también se

expresó en la voluntad de situar el conocimiento histórico en el seno de las ciencias

sociales. El estudio de los procesos en el largo plazo, el afincamiento de las claves

explicativas en las estructuras económicas y sociales, el empeño en establecer

conexiones entre la historia y el presente fueron otros factores de confluencia.

El itinerario de cooperación, evidente en la presencia de historiadores marxistas en el

colectivo francés, se mantuvo incólume frente a las presiones disgregadoras ejercidas

por las controversias ideológicas de la guerra fría. Por supuesto, ninguna experiencia

intelectual interesada en comprender el devenir social resulta unánime en sus

interpretaciones. Con más razón, cuando las dos vertientes provenían de tradiciones

culturales y nacionales diferentes. Hemos señalado en el texto algunas de las cuestiones

que suscitaron puntos de vista divergentes. Sin embargo, el antagonismo politico entre

Occidente y el «campo socialista» no trastocó medularmente, con sus secuelas de

exclusiones y rechazos, la relación de los Annales y la historiografía marxista. Sí,

existieron dos procesos paralelos y conexos, relacionados con la contienda bipolar, que

21

ocasionaron animadversaciones a lo largo de la trayectoria de colaboración. Uno fue

fogoneado por un grupo de historiadores partícipes o afines a los Annales. Sus voceros

más activos fueron ex militantes del comunismo francés que, actuando como peones de

la guerra fria occidental, se involucraron en vehementes intervenciones historiográficas

antimarxistas. Estos escritores, dicho de manera suscinta, atacaron y desfiguraron la

concepción materialista de la historia. Con un estilo triunfalista y apodíctico, juzgaron

los marcos teóricos de sus adversarios como herramientas totalitarias contrarias a la

libertad de pensamiento. Repudiaron pensar el proceso historico como totalidad en la

que podian discernirse opciones y jerarquías en las formas de determinación;

descalificaron el análisis en función de los antagonismos de clases y rechazaron o

subestimaron la explicación de las dinámicas del cambio social y los eventos

revolucionarios. Respecto a estos últimos, los asimilaron a utopías inconducentes y

sanguinarias, a desvaríos ideológicos, en fin, a experiencias inevitablemente

autoritarias.

El otro factor que, en determinadas circunstancias, insinuó mellar las relaciones de los

Annales y la historiografía marxista provino de ciertos intelectuales soviéticos. Como se

dijo, tales actitudes no fueron constantes ni abarcaron a todos los investigadores de

aquella nación.72

Las expresaron los voceros más encuadrados en las instituciones

oficiales, es decir, los difusores del aludido « marxismo vulgar ». Aunque celebraron el

surgimiento y el aura innovadora de los Annales, manifestaron sus desacuerdos y

exigieron rectificaciones a algunas de sus tesituras. Buena parte de las impugnaciones

provenían de lecturas canónicas y rígidas del materialismo histórico. Los

cuestionamientos a los annalistas eran justificados por su apartamiento o infidelidad a

un cuerpo teórico, el « marxismo leninismo », entendido como una fuente de

revelaciones infalibles, de verdades inmutables. Por lo general, las miradas

intempestivas eran tributarias de concepciones amañadas por el determinismo

económico y por enfoques mecanicistas y, quizás, apriorísticos del funcionamiento de la

lucha de clases. Reclamaban de los Annales una sumisión a un « marxismo codificado o

de manual », so pena de ser estigmatizados como una variante de la « historiografía

burguesa ». A pesar de la antipatía que suscitaban estos llamados a la ortodoxia, algunos

apecibimientos merecían atención y respuestas. Apuntaban a caracteristicas de los

Annales que resultaban vulnerables a la crítica y a modalidades de la escritura histórica

que requerían argumentaciones más elaboradas.

22

En su inventario de reclamos, los soviéticos subrayaban incongruencias e imprecisiones

de orden programático. Denunciaban el abandono de los objetivos matriciales, como

recuperar la totalidad de la experiencia social, y la omisión de vincular historia y

actualidad. También señalaban ambiguedades conceptuales. Así, por caso,

responsabilizaban a Braudel del uso arbitrario de categorías que aludian a las

condiciones materiales, como la exclusión de las relaciones económicas de este campo

de análisis. También recriminaron su reticencia a formular preguntas que abordaran el

cambio estructural, la tendencia a sobreestimar el determinismo biológico, o el volumen

escuálido de las indagaciones sobre los conflictos sociales y políticos del pasado más

reciente.

En los tramos finales del artículo, reiteramos el núcleo argumental de la indagación. Los

Annales no excluyeron ni discriminarion a los estudios y autores inspirados en el

materialismo histórico. Tal conducta estaba anclada en los fundamentos que guiaron su

empresa de conocimiento. Entre ellos, la disposición de apertura y metabolización de

los aportes proporcionados por otras corrientes historiográficas, y la reticencia a asumir

encuadramientos teóricos y políticos explícitos. Este armazón de « pragmatismo » le

permitió desoír a las voces que exigían rechazos y exclusiones.73

Por lo demás, las

flaquezas o vaivenes de los adversarios contribuyeron a que los annalistas no se

embarcaran en formas de discriminación ideólogica. Por una parte, durante la

perestroika, la historiografía soviética atenuó y abandonó las tesituras rigidas e

intolerantes contra « la historiografia burguesa ». Cuando advino la disolucion de la

URSS, se consolidó un marco más propicio para la oxigenación de las investigaciones

sobre el pasado. En la otra orilla, la historiografía anticomunista no se desvaneció, como

lo demostraron algunos alegatos tardíos de vocación revanchista74

. No obstante, los

frutos aportados por cold warriors nostálgicos, desfasados de coyuntura, no parecieron

despertar demasiada credibilidad en la historiografía más creativa de nuestro tiempo.

Munida de resistentes estructuras, la nave de los Annales surcó sin fisuras los

tormentosos mares de la guerra fría.

Notas.

1 Carlos Barros (1996), "El paradigma común de los historiadores del siglo XX", Estudios Sociales, nº 10,

Santa Fe, pp. 21-44. Ciro F.S. Cardoso (1983), Introducción a los estudios históricos, Barcelona, Critica,

p. 115. Tulio Halperín Donghi, Un conflicto nacional: Moriscos y cristianos viejos en Valencia, Valencia,

23

Publicacions de la Univesitat de Valencia, 2008, pp. 12-13. C. Astarita (2003), “La historia social y el

medievalismo argentino”; Bulletin du centre d’études médiévales, Auxerre, v. 7. Salvador Morales,

Prólogo a la edición cubana de Marc Bloch, Apología de la historia (1971), La Habana, Ediciones de

Ciencias Sociales. Carlos Aguirre Rojas (1993), Construir la historia: entre el materialismo histórico y

Annales, México, UNAM, pp. 9-27. Del mismo autor, (1993) "Convergencias y divergencias entre los

Annales de 1929 a 1968. Ensayo de balance global ", Historia Social, nº16, Valencia, pp. 115-141 y

(1992), “De los Annales revolucionarios a los Annales marxistas”, Iztapalapa, Méjico, UAM, v. 2, nº 26,

pp. 37-38. 2 P. Burke (1972), Economy and Society en Early Modern Europe. Essays from Annales, Londres,

Routledge and Kegan, p. 9, El periodo de la transición y de la crisis del XVII, territorio fértil de la

producción de la historiografía marxista británica, despertó la misma curiosidad de hombres como

Braudel, Febvre y Pierre Vilar. Eric Hobsbawm (2004), Sobre la historia, Barcelona, Crítica, p. 185 y

187. 3 Giuliana Gemelli (2005), Fernand Braudel: Biografía intelectual y diplomacia de las ideas, Valencia,

Universitat de Valencia, p. 189. 4 Kristof Pomian (1978), “The Impact of the Annales School in Eastern Europe”, Review, I, nº 3-4, p.

104. 5 El enfoque detractor del autor atribuía el influjo del materialismo histórico sobre Annales a una moda

intelectual de la época. Henri Coutau-Begarie (1983), Le phénomène ¨nouvelle histoire¨. Stratégie et

ideologie des nouveaux historiens, París, Económica, pp. 231-234. 6 Para Bloch, todos los historiadores partidarios de una disciplina renovada y rigurosa debían celebrar a

Marx como el más importante de sus ancestros. M. Bloch (1946), L’ètrange defaite, Paris, Société des

Éditions Franc-Tireur, p. 96. 7 Jacques Revel (2003), Las construcciones francesas del pasado, Bs. As., Fondo de Cultura Económica,

p. 47. Carole Fink (1997), Marc Bloch: una vie au service de l’histoire, Lyon, Presses Universitaire de

Lyon, p. 151. Josep Fontana y C. Astarita proporcionaron argumentos convincentes sobre las divergencias

que separaban a los Annales del materialismo histórico. Josep Fontana (1985), “Ascenso y decadencia de

la escuela de los Annales”, en: AAVV, Hacia una nueva historia, Madrid, Akal, pp. 109-127. C. Astarita

(2014), “Le Goff: Balance crítico de un legado”, en Sociedades Precapitalistas, 3 (2). En Memoria

Académica. Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.6241/pr.6241.pdf. Nos

parece una exageración el argumento de Carole Fink sobre el rechazo de los Annales a toda forma de

determinismo, especialmente si consideramos algunas obras de Braudel o de Le Roi Ladurie. 8 Según Revel, el impacto de la “ruptura” que, desde 1929, provocaron los Annales debe ser moderado

para no incurrir en exageraciones. Las construcciones…op. cit., p. 42. En un sentido más drástico, G.

Noiriel y J. Fontana consideraron a esa creencia como un “mito”, señalando los vínculos de sus

fundadores con la historiografía académica tradicional. Gerard Noiriel (1997), La crisis de la historia,

Madrid, Cátedra, cap. 8. Josep Fontana, La historia de los hombres, Barcelona, Crítica, 2001, p. 201.

Otras opiniones sobre el tema en Joseph Tendler (2013), Opponents of the Annales School, Londres,

Palgrave McMillan... 9 Enseñó en Universidad de Leipzig, se dedicó a la historia social y económica del mundo medieval,

demostró predilección por estudios interdisciplinarios, por los análisis comparativos en el campo de la

cultura y por las expresiones psicológicas colectivas. La comunidad académica alemana reprochó su

orientación metodológica y lo marginó. Su pensamiento influyó en la formación de M Bloch y los

Annales. Georg G. Iggers (1994), The Historian Banished. Karl Lamprecht in Imperial Germany, in:

Central European History, 27, pp. 87–92. 10

Charles Beard (1921), An Economic Interpretation of the Constitution, New York, Macmillan. 11

Se graduó en la Universidad de Moscú en 1891. Reconstruyó la dominación aristocrática del período

zarista en su gran obra, Russian History from the Most Ancient Times (1910–13); en ella sopesaba la

primacía de las fuerzas económicas en las grandes trazas de la historia, criticando las interpretaciones que

daban un rol protagónico a las “grandes personalidades”. Publicó en 1920 Breve Historia de Rusia, un

libro valorado por Lenin. Fue elegido integrante de Academia Soviética de Ciencias en 1929. Ya

fallecido, la cúpula partidaria, en el clima persecutorio estalinista, lo acusó de “sociologismo vulgar” y

sus libros fueron prohibidos. Su contribución fue silenciada porque Pokrovsky era adversario del papel

del gran individuo en la historia, convicción incompatible con el “culto a la personalidad de Stalin”, tal

como lo imponía el régimen. Tras la muerte de Stalin, sus trabajos fueron rehabilitados. Peter Gran

(1996), Beyond Eurocentrism: A New View of Modern World History, Syracuse University Press, p. 50. 12

Roy Medvedev (1989), Let History Judge: The Origins and Consequences of Stalinism, New York:

Columbia University Press, p 281-282. David Longley (1995), "David Borisovich Riazanov", in A.

24

Thomas Lane (ed.), Biographical Dictionary of European Labor Leaders: M-Z. Westport, CT: Greenwood

Press, pp. 804-805. 13

Peter Burke (1999), La revolución historiográfica francesa, Barcelona, Gedisa, pp. 15 a 19. Guy

Lemarchand (2013), « Marxisme et histoire en France depuis la Deuxième Guerre mondiale » (Partie I),

Cahiers d’Histoire, nº 120, pp. 173. Guy Bourdé, Hervé Martin (1983), Les écoles historiques, Paris,

Seuil. 14

François Dosse relaciona esta etapa de crecimiento económico y cultural con un portentoso desarrollo

de las ciencias sociales, encaminadas a resolver cuestiones cruciales como el crecimiento y la

modernización. (1988) La historia en migajas. De Annales a la “nueva historia”, Valencia, Alforns el

Magnanim, p. 105-107. 15

F. Dosse, La historia… op.cit., pp. 130-134. 16

Autor de la Historia socialista de la revolución francesa. 17

Una descripción del prestigio de los comunistas y la URSS en los primeros años de la posguerra en

Francia en: Humberto Cucchetti (2012), “Communism, French patriotism, and Soviet legitimacy in

France: social trajectories and nationalism (1945-1954)”, History of communism in Europe, IICCMER,

n° 3, pp.109-129. 18

La revista tuvo una actitud de inclusión de investigaciones que simpatizaban con el marxismo. A modo

de ejemplo, en los primeros números colaboró Georges Friedmann, filósofo y economista admirador de la

URSS que, en el período de entreguerras, se proclamaba marxista. Olivier Dumoulin (2003), Marc Bloch

o el compromiso del historiador, Granada, Universidad de Granada, p. 157. Según Duby, Bloch habría

dado mayor cabida al concepto de necesidad por encima de las ideas y sentimientos. Georges Duby

(1974), “Preface” en Marc Bloch, Apologie pour l’historie ou Metier de l’ historien, Paris, Armand Colin. 19

Como se dijo, a Febvre lo incomodaba que asociaran el programa de los Annales con la teoría marxista.

Véase la áspera reseña crítica que realizó sobre el libro de Daniel Guérin La lucha de clases en el apogeo

de la Primera Republica. Lo acusaba de doctrinario, de juez y fiscal irrespetuoso con la historiografía

precedente; sin embargo, no profundizaba en ninguna crítica específica sobre las aserciones del libro. L.

Febvre (1974), Combates por la historia, Barcelona, Ariel, pp 168-172. Un especialista en los Annales,

como Aguirre Rojas, atribuía las reticencias de Febvre hacia la teoría histórica de Marx a su opinión

“cada vez más apolítica” y escéptica que la de sus condiscípulos. C. Aguirre Rojas, “De los Annales

revolucionarios… op. cit. p. 40. 20

Guy Lemarchand, op.cit. p.176. 21

Carlos Aguirre Rojas (2004), La historiografía en el siglo XX: historia e historiadores entre 1848 y

¿2025?, Barcelona, Montesinos, p. 70. 22

Guy Lemarchand, op. cit. p. 176. Son interesantes las reflexiones de Carlos Astarita acerca de las

convergencias y divergencias con el marxismo en lo atinente al uso de ciertos conceptos, como el de

totalidad. C. Astarita (2014), op. cit. 23

G. Duby (1976). “La historia social como síntesis”, en Cardoso C.F.S. y Pérez Brignoli, H.,

Perspectivas de la historiografía contemporánea, Méjico, Sepsetentas. 24

M Bloch (1982), Introducción a la Historia, Méjico, FCE, p. 13. 25

Eric Hobsbawm (2004), op.cit. p. 187. Georges Lefebvre (1963), “Histoire de France et historiens

soviétiques”, Annales. E.S.C., v. 8, nº 1, pp. 74-76. 26

Guy Lemarchand, op cit…p. 175. La fusión de las perspectivas de los Annales y del marxismo no se

agota en la obra de Labrousse. Una reconstrucción más amplia del tema debiera incorporar a Pierre Vilar,

Michel Vovelle, Guy Bois, etc.. 27

Labrousse destacó su ligazón con Simiand en el plano de la formación metodológica. Cristophe Charle

(1980), “Entretienes avec Ernest Labrousse”, Actes de la recherche en sciences sociales, v. 32, nº 32-33,

p. 112. 28

El propio Braudel confesó la importancia de Labrousse para el desarrollo de la historia económica y

social que él mismo cultivaba. Fernand Braudel (1982), The Wheels of Commerce vol. II; in Civilization

and Capitalism, p. 343. Michel Vovelle (1989), “La memoire d’Ernest Labrousse”, Annales historiques

de la Révolution francaise, vol. 276, nº 276, pp. 99. 29

Philip Daileader & Philip Whalen (2010), French Historians 1900-2000: New Historical Writing in

Twentieth-Century France, Chichester, Wiley-Blackwell, pp. 360-370. 30

G. Lemarchand, op. cit. p. 176. 31

Según François Dosse, la importancia que Labrousse daba a la política, al acontecimiento y a los

antagonismos de clase, no lo ubicaban en el núcleo duro de los Annales. (1988), op. cit., p. 70. 32

Labrousse analizó la génesis y dinámicas de los procesos revolucionaros en su notable artículo (1962),

“1848, 1830, 1789. Tres fechas en la historia de Francia Moderna”; Fluctuaciones económicas e historia

social, Madrid, Tecnos, p. 463-478.

25

33

M. Vovelle, op. cit., p. 102. 34

Mousnier le reprochaba su marxismo “reduccionista”. Vovelle, op. cit., p.103. 35

Madelaine Rebérioux (1989), “Ernest Labrousse, historien jaurésien”, Annales historiques de la

revolution francaise, vol. 276, nº 276, p. 145 y 149. C. Charle (1980), “Entretiens… p. 115 y 123. M.

Vovelle (1989), “La memoire…”, op. cit. 105. 36

C. Charle, Entretiens… op. cit.,.p 119. 37

E. Labrousse (1960), “Avenir de Jaurés”; Bulletin de la Societé d’etudes jaurèsiennes, nº 1, junio.

Madelaine Rebérioux (1989), “Ernest Labrousse, historien jaurésien”, Annales historiques de la

revolution francaise, vol. 276, nº 276, p. 145. 38

Michel Vovelle, op. cit., p. 106. 39

Investigaciones de la historiografía soviética sobre cuestiones económicas y sociales del periodo pre

capitalista (feudal y del antiguo régimen) recibieron una acogida favorable en la revista. Eugenie Gutnova

et Nina Sidorova, “Comment l’ historiographie soviétique aprerçoit et explique le moyen age occidental”;

Annales. E.S.C, 1960.v. 15, nº 2, pp. 330-349. La edición original del libro de Porchnev fue en Moscú en

1948. Boris Porchnev (1978), Los levantamientos populares en Francia en el siglo XVII, Madrid, Siglo

XXI. 40

Este historiador, oriundo de los círculos de la derecha católica, fue profesor en las universidades de

Estrasburgo y en la Sorbona en la posguerra. Las ciencias sociales norteamericanas influyeron en sus

abordajes históricos del antiguo régimen francés. 41

Los argumentos de Mousnier en (1965) “Comptes Rendus”, Revue belge de philologie et d'histoire,

Vol. 43, nº 43-1, pp. 166-171. Una defensa del rigor de Porchnev en: Alexandre Tchoudinov (2007), Les

historiographies soviétique et française en miroir: années 1920-1980, Moscou, Les éditions LKI. Esta

notable obra colectiva retrata a Porchnev como un historiador de inspiración marxista de notable

originalidad y autonomía frente a las versiones oficiales del “marxismo leninismo”. Pp. 26, 47 y 90. 42

Aunque tenía antecedentes institucionales, el Congreso Mundial por la Paz se fundó en 1949 en

reuniones realizadas en París y Praga. Jean Vigreux et Serge Wolikov (2003), Cultures communistes au

XXe siècle: entre guerre et modernité, La Dispute, Paris. Algunos de los historiadores del CLC,

“partisanos de Occidente”, fueron Isaiah Berlin, H Trevor Ropper, Walter Laqueur, F. Borkenau, J.

Burnham, A. Schlesinger Jr., R. Löwenthal, S. de Madariaga, etc. La actividad del Congreso en Francia

fue descripta por Pierre Grémion, un autor de manifiesta empatía con su objeto de estudio. (1995),

Intelligence de l’anticommunisme. Le Congrès pour la Liberté de la Culture à Paris, 1950-1975, Paris,

Fayard. 43

Aron consideraba a los partidos comunistas y al Kominform como las fuerzas de la conspiración

mundial para favorecer la dominación del imperialismo ruso. En contraste, su interpretación del rol

histórico de los EEUU era singularmente candorosa. La potencia de occidente era un “imperio

bienhechor” que defendía la libertad en el mundo de la posguerra; no tenía vocación hegemónica ni

expansionista, tan solo voluntad de contención del peligroso enemigo bolchevique. (1948), Le grande

schisme, Paris, Gallimard, p. 25. 44

A esa cofradía del ultraliberalismo elitista pertenecieron, entre otros, Milton Friedman, M. Polanyi,

Karl Popper, Ludwig von Mises, Salvador de Madariaga. 45

Raymond Aron (1967), “Qu'est-ce qu'une théorie des relations internationales?”, Revue francaise de

science politique, v. 17, nº 5, p. 843. 46

Desdeñaba a los intelectuales pacifistas y de izquierdas por su ceguera y complicidad con el

“totalitarismo” soviético, (1972), El opio de los intelectuales, Bs As., Siglo XX. Repudiaba a las

alternativas neutralistas y antinucleares, acusándolas de ardides solapados en beneficio de la URSS. R.

Aron (1950), « L’illusion de la neutralité », Le Figaro, 17 février, p. 12.. 47

Las visiones primigenias (y algo toscas) sobre el conocimiento histórico fueron, en cierta medida,

reconsideradas en una serie de ensayos reunidos en: (1983), Dimensiones de la conciencia histórica,

México, Fondo de Cultura Económica. 48

R. Aron (1984), Introducción a la filosofía de la historia: ensayo sobre los límites de la objetividad

histórica, Bs As., Siglo XX. Las críticas de Pierre Vilar en: (1980), Iniciación al vocabulario del análisis

histórico, Barcelona, Crítica, pp. 20-25. 49

Como en otros países, la renuncia al comunismo ocurrió luego de episodios aciagos, como las

revelaciones del XXº Congreso del PCUS sobre los crímenes de Stalin o las invasiones soviéticas de

Hungría, en 1956, y de Checoeslovaquia en 1968. 50

François Dosse ubica el fenómeno de la conversión y de la campaña detractora contra el marxismo en

algunos annalistas de la tercera generación (post 68). La historia en… op. cit., cap. “Una Metahistoria del

Gulag”. Gaxotte fue admirador y secretario del intelectual monárquico Charles Maurras: Animó varias

revistas derechistas y antisemitas en los años 30 desembocando en el colaboracionismo pro nazi en los

26

“años negros”. Propagó una historiografía contrarrevolucionaria: la revolución era la causa de la

decadencia francesa. Imputaba a los pensadores de la Ilustración de “impostores” responsables de la

catástrofe social y política eclosionada en 1789. J. Julliard et Michel Winock (1995), Dictionnaire des

intellectuels francais, Paris, Editions du Seuil. Sophie Wahnich (2013), Transmettre la révolution

française, histoire d’un trésor perdu, Paris, Les prairies ordinaires, pp. 122-124. 51

Annales publicó algunas contribuciones de Aron, como la entusiasta reseña que dedicó al libro de Paul

Veyne Cómo se escribe la historia. R. Aron (1971), « Comment l’historien écrit l’ épistémologie »,

Annales, E.S.C., v. 26, nº 6, pp. 1319-1354. Una completa descripción del revisionismo anti gauchiste en

Francia en Michael Scott Christofferson (2004), French Intellectuals Against the Left, New York,

Berghahn Books. 52

Emanuelle Le Roi Ladurie (1974), “L’ Histoire immovile”, Annales. Économies, Sociétés,

Civilisations, v. 29, nº 3, pp. 673-692. 53

Para Furet, la historia de las inercias era una “buena terapia” contra la historicidad heredada de la

filosofía de la Ilustración y del materialismo histórico. Las implicancias conservadoras de este punto de

vista son analizadas por François Dosse (1998), History of Structuralism: The sign sets, 1967-present, v.

2, University of Minnesota Press, p. 229-231. 54

Autores rusos reflexionaron sobre las relecturas de 1789 en el periodo de la perestroika. Alexandre V.

Tchoudinov, « La Révolution Française : de l’historiographie soviétique à l’historiographie russe,

« changement de jalons » », Cahiers du monde russe, v. 4, n° 2-3, avril-septembre 2002, p. 449-462. 55

C. Mazauric (1970) Sur la Révolution Française, Paris, Editions sociales. A. Soboul (1970), La

Civilisation et la Révolution Française, Paris, Éditions Arthaud. 56

F Furet et D Richet (1973), La revolution française, Paris, Fayard, 1973, p. 203, 232, 253. 57

F. Furet y D. Richet (1980), Pensar la Revolución Francesa, Barcelona, Petrel, p. 25-26. El concepto de

ideocracia en (1995), El pasado de una ilusión, Méjico, F.C.E., p. 84. Enzo Traverso (2012), La historia

como campo de batalla, Bs As., F.C.E., cap. II “Revoluciones”. 58

Véanse los artículos de N.A. Sidorova y de E.V. Gutnova (1960), Annales. E.S.C., nº. 2. Fernand

Braudel (1959), “Marc Bloch à l’ Honneur”, Annales. E.S.C. v. 14, nº 1, pp. 91-92. 59

G G Diliguensckij (1963), “Les Annales vues de Moscou”, Annales. E.S.C., vol. 18, nº 1, p. 104-105.

Historiadores soviéticos enaltecieron la obra de Bloch, entre ellos Igor S. Kon y Alexandra Liublinsckaja

(1955), “Travaux de l’ historien Marc Bloch”, Vosprosy Istorii, nº 8, p. 147-159. También I.S. Kon

(1963), Idealismo filosófico y crisis del pensamiento histórico burgués, Bs As., Platina, p. 347-349. 60

Participaron, entre otros, Labrousse, Mousnier, Le Goff, Duroselle, Victor Daline, M. Strange,

Porchnev, etc. M Laran (1961), “Le Déuxieme Colloque franco soviétique d’ histoire (Moscou, 1961)”;

Cahiers du monde russe et soviétique, v. 2, nº 2-4, pp. 476-482. 61

G G Diliguensckij, op. cit., p. 107. 62

Paul Veyne (1961), “Vida de Trimalcion”, Annales. E.S.C, nº 2, pp. 213-247. Rostovsev era un

profesor de la Universidad de San Petersburgo que; en 1918, emigro a EEUU, donde enseñó en la

Universidad de Yale. Su interpretación de la crisis del imperio, en el siglo III, como fruto de la alianza

del proletariado rural y el ejército, fue rechazada como una lectura distorsionada por su experiencia

personal de rencor contra el bolchevismo. G.W. Bowersock (1974), "The Social and Economic History of

the Roman Empire by Michael Ivanovitch Rostovtzef", en: Daedalus, vol. 103, nº 1, Twentieth-Century

Classics Revisited, pp. 15-23. 63

G G Diliguensckij, op. cit. p. 108. Los méritos destacados por los soviéticos se referían al artículo de R.

Mandrou (1960), “Le baroque européen: Mentalité pathétique et révolution social”, Annales. E.S.C. v. 15,

nº 5, pp. 898-914. 64

Una descripción de esta “historiografía oficial” de la URSS en Youri Bessmertny (1992), « Les

Annales vues de Moscou », Annales. E.S.C., v. 47 (1), p. 247-259. :

65 Eric Hobsbawm (2004), op. cit., p. 152.

66 Annie Kriegel (1964), “Structuralisme et histoire”; Annales. E.S.C., v. 19, nº 2, pp. 374-375. De la

misma autora: (1951), “La grande pitié de l’histoire officielle », Nouvelle Critique, p. 26. Jacques Blot

(1951), « Le révisionnisme en histoire ou l’école des Annales », Nouvelle Critique, v. 3, pp. 46-60. Esta

crítica.no fue exclusiva de los historiadores soviéticos ni de quienes adherían al PCF. En nuestro país, C.

Astarita también señaló la indiferencia o negativa de los Annales a investigar los cambios revolucionarios.

C. Astarita (2014), op.cit. 67

G G Diliguensckij, op. cit. p. 109 y 112. 68

Ibidem, p. 111. 69

Un examen de la cooperación entre las historiografías francesa y soviéticas durante la guerra fría puede

hallarse en la notable investigación de Serge Aberdam y Alexendre Tchoudinov (2014), Ecrire l’histoire

par temps de guerre froide, Soviétiques et français autour de la crise de l’Ancien Régime, Paris, Societe

27

des Etudes Robespierristes. A pesar de las rémoras stalinistas, la historiografía soviética posterior a los

años cincuenta demostraba una gran policromía de interpretaciones y eminentes investigadores del

Antiguo Régimen y de las revueltas campesinas francesas. Los puntos de vista compartidos y la

cooperación entre G. Lefebvre, A.Soboul, B.Porchnev, Victor Daline y Anatoli Ado resultaron

perdurables y productivos. Vladislav Smirov et Elena Fédossova (1998), Hommage a Anatoli Ado,

Annales historiques de la Révolution Française, nº 311, pp. 151-157. 70

Durante la perestroika, las investigaciones sobre las mentalidades de Aaron Gurevich (un itinerario que

se desplazó de la psicología social a la antropología histórica) remitían al acervo annalista. Saluting

Aaron Gurevich, Yelena Mazour-Matusevich & A. Korros (ed.) Essays in History, Literature and Other

Related Subjects, Leiden (Neth.), Koninklijke Brill NV, 2010, p. 66-67. . 71

En ese panorama renovado, mencionemos a dos ejemplos tardíos de la intolerancia del llamado

“marxismo oficial” contra los Annales: Youri Afanasiev (1980), L’historisme contre l’eclectisme,

Moscou, Mysf y M. N. Sokolova (1979), L’historiographie française contemporaine, Moscou, Nauka.

Una oportuna digresión sobre Afanasiev que retrata las cabriolas del oportunismo. Con la disolución de la

URSS, sufrió una metamorfosis que cruzó los límites de lo sorprendente a lo extravagante. El viejo

“guardián del talmud” devino un intelectual anticomunista, líder del movimiento Russia Democrática,

opositor a Putin, desmemoriado del dogmatismo que profesaba en la era Brezhnev. Adversario de

Gorbachov a principios de los 90, expresaba ideas antagónicas a las que defendía… 10 años antes. "Toda

nuestra historia es violencia", dijo sin el más leve rubor en la sala del Palacio de Congresos. Sostuvo que

Lenin elevó a la categoría de "principio de Estado la violencia". Al concluir estas ásperas frases, la

indignación ganó al auditorio. Afanasiev manifestó que la institución presidencial está en la tradición de

violencia e ilegalidad que ha marcado la historia del poder soviético. Los presentes en la sala, quizás poco

resistentes a las emociones fuertes, no le dejaron acabar y le negaron unos minutos suplementarios que le

hubieran permitido concluir su discurso. Pilar Bonet (1990), “Un ataque de Afanasiev a Lenin debilita al

Grupo Interregional”, El País, 13 de marzo.

Una descripción minuciosa de la visión soviética de los Annales fue realizada por Claudio Sergio

Ingerflom (1982), “Moscou: le procès des Annales”; Annales. E.S.C.,v. 37, nº 1, p. 64-71. 72

Youri Bessmertny (1992), op. cit. p. 247-249. 73

Quizás una de las excepciones fuera Pierre Nora; en 1997 rechazó la traducción por Gallimard de La

era de los extremos, de Hobsbawm. “La adhesión a la causa revolucionaria del autor”, dijo Nora,

arruinaría el éxito comercial del libro. Serge Halimi, « La mauvaise mémoire de Pierre Nora », Le Monde

diplomatique, juin 2005, p. 35. 74

Un ejemplo de este espíritu de cruzada y revanchismo fureteano fue el texto compilado por Stephan

Courtois (1998), El libro negro del comunismo; Madrid, Espasa/Planeta. La controvertida obra era un

inventario de atrocidades para conjurar el legado de la revolución bolchevique al conmemorarse su 80º

aniversario. Una aguda crítica en Alain Blum (1997), “Historiens et communisme: condamner ou

comprendre », Le Monde, 18 novembre, p. 17.