un imperativo moral para los movimientos sociales

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Un imperativo moral para los movimientos sociales Columna publicada en Vértice, 1° edición, Marzo de 2012 La opinión pública que nos aglutina parece estar acostumbrada a los excesos ligados a los últimos movimientos sociales, dándome la impresión de que la prensa ha mostrado e incluso condenado los excesos de la represión policial, ayudando así a detenerlos, mientras narran con naturalidad la violencia de los manifestantes. Quizá se lamentan los daños materiales, pero a momentos hay cierta condescendencia con este aparente David. Sin compartirse mi impresión, se reconocerá la existencia de este tipo de hechos. Habrá quien se consuela pensando que “de tantos males, provendrán bienes”. Otros, como quienes pasaron antes que llegara el Samaritano, miran con aparente dolor la y pasan exclamando: ¡O témpora, o mores! Unos denuncian los sucesos, pero se sienten impotentes como individuos y sociedad, muchos de los cuales se entregan en brazos del Estado y la “mano dura” que empeñe en restaurar el orden, mientras otros dirán que la historia política de nuestra patria nos condiciona a actuar así, que la historia del mundo se ha escrito con sangre. Están también los “encapuchados” que anhelan destruir para edificar el nuevo orden, pero ¿quiénes son? Para la opinión pública, infiltrados, advenedizos, seres sin rostro, casi etéreos, pero distintos del estudiante. Sin embargo, la realidad es que muchos de sus hijos universitarios, miembros de la “élite intelectual”, son quienes bajo una capucha practican la liturgia violenta de algún dogma político. Es espinoso hablar de moral y apelo al único pliego que poseo para referirme al asunto: ser un ser moral. Para ello habrá que pasar por sobre el miedo a fallar y ser hipócrita, y por sobre las voces de quienes nos acusarán de “superioridad moral”. Sin embargo, si algo comparte la moral y la manifestación social es el objetivo de aspirar esforzadamente al desarrollo de un mejor devenir a través de un ejercicio de valentía y disciplina personal. Creo que quienes poseen una comprensión del hombre como un ser intrínsecamente digno tenemos la mejor brújula para desenvolver un movimiento social distinto a lo que han sido hasta hoy, pero como siempre debieron haber sido. Sólo con ánimo ilustrativo expongo al menos tres cambios que debieran verse de ser genuinamente inspirados por esta comprensión 1. Una nueva actitud hacia el oponente: Reconociendo esta dignidad intrínseca es consecuente el admitir la posibilidad de acierto y error en los propios y los contrarios, y sobre todo, el derecho de todos a convivir con los otros en la misma sociedad, aplicando la “regla de oro”. En nuestra

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Alejandro Tello

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Un imperativo moral para los movimientos sociales

Columna publicada en Vértice, 1° edición, Marzo de 2012

La opinión pública que nos aglutina parece estar acostumbrada a los excesos ligados a los últimos movimientos sociales, dándome la impresión de que la prensa ha mostrado e incluso condenado los excesos de la represión policial, ayudando así a detenerlos, mientras narran con naturalidad la violencia de los manifestantes. Quizá se lamentan los daños materiales, pero a momentos hay cierta condescendencia con este aparente David. Sin compartirse mi impresión, se reconocerá la existencia de este tipo de hechos.

Habrá quien se consuela pensando que “de tantos males, provendrán bienes”. Otros, como quienes pasaron antes que llegara el Samaritano, miran con aparente dolor la y pasan exclamando: ¡O témpora, o mores! Unos denuncian los sucesos, pero se sienten impotentes como individuos y sociedad, muchos de los cuales se entregan en brazos del Estado y la “mano dura” que empeñe en restaurar el orden, mientras otros dirán que la historia política de nuestra patria nos condiciona a actuar así, que la historia del mundo se ha escrito con sangre. Están también los “encapuchados” que anhelan destruir para edificar el nuevo orden, pero ¿quiénes son? Para la opinión pública, infiltrados, advenedizos, seres sin rostro, casi etéreos, pero distintos del estudiante. Sin embargo, la realidad es que muchos de sus hijos universitarios, miembros de la “élite intelectual”, son quienes bajo una capucha practican la liturgia violenta de algún dogma político.

Es espinoso hablar de moral y apelo al único pliego que poseo para referirme al asunto: ser un ser moral. Para ello habrá que pasar por sobre el miedo a fallar y ser hipócrita, y por sobre las voces de quienes nos acusarán de “superioridad moral”. Sin embargo, si algo comparte la moral y la manifestación social es el objetivo de aspirar esforzadamente al desarrollo de un mejor devenir a través de un ejercicio de valentía y disciplina personal.

Creo que quienes poseen una comprensión del hombre como un ser intrínsecamente digno tenemos la mejor brújula para desenvolver un movimiento social distinto a lo que han sido hasta hoy, pero como siempre debieron haber sido. Sólo con ánimo ilustrativo expongo al menos tres cambios que debieran verse de ser genuinamente inspirados por esta comprensión

1. Una nueva actitud hacia el oponente: Reconociendo esta dignidad intrínseca es consecuente el admitir la posibilidad de acierto y error en los propios y los contrarios, y sobre todo, el derecho de todos a convivir con los otros en la misma sociedad, aplicando la “regla de oro”. En nuestra

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lucha, reconoceremos la racionalidad del contrario tendiendo a sumar su voluntad a la nuestra por medio del convencimiento y nos abstendremos de perder el tiempo en denigrarlo. Quien niegue la condición humana de su adversario, ha avanzado mucho en una ruta al caos y quizá a la destrucción propia por quien califique que tampoco somos dignos de ser reconocidos como seres humanos.

2. Una nueva actitud hacia la comunidad: Hay movimientos que creen ser la única necesidad a atender y nunca es cierto. Peor aún cuando, creyendo padecerse una injusticia, por torpe ecuación se cree obtenido el derecho de vulnerar la legalidad. Bajo un Estado de Derecho disminuyen las posibilidades de invocar desobediencia civil por una ley “opresiva”, y aun en el caso, debemos sincerar que buena parte de las demás leyes son benéficas para la sociedad, y por el bienestar del prójimo merecen ser respetadas, aunque se entienda injusto al gobierno de turno. Si nuestro móvil son las personas, debiéramos respetar la mayor cantidad de leyes, iniciar nuestra manifestación dentro de marcos legales y no privar del derecho ajeno, pero si fuera preciso que éste fuera restringido, solicitaremos su adhesión esperando que de motu proprio suspenda dicho ejercicio.

Ninguna sociedad perdura, ni mejoría social madura en un clima de permanente violencia, pero sí hay vida y esperanzas de cambio abundantes bajo una paz laboriosa. La manifestación busca mejorar la sociedad, no destruir lo ya conseguido; por lo que hay que ampliar la mirada a todo el cuerpo cívico y no estrecharla exclusivamente con nuestra necesidad.

3. Una nueva actitud en la relación medios-fines: Si nos debemos al bien de nuestros semejantes como organizadores o participantes del movimiento, debemos ser guiados por el sentido moral del hombre. Es precisa una correlación moral entre medios y fines. Los medios injustos no pueden generar justicia. Por esto, se descartará aquello que no corresponda, por cuanto se busca superar y no fortalecer la injusticia, la cual siempre posee múltiples caras. Así también los petitorios deben ser razonables y de ser amplios, deben tender a un desarrollo progresivo tanto de la lucha como de las demandas. Tenderemos a dar de nuestro sacrificio antes que exigir el sacrificio de los demás.

Este epidérmico enunciado se dará por exitoso si logra generar una inquietud en que la vitalidad de la sociedad pueda encauzarse por canales más afines a su naturaleza y a un desarrollo sano de nuestra sociedad en búsqueda del bien común y de una nueva comprensión del conflicto que nos conduzca a la resolución y no a la aniquilación.

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Alejandro Tello

Licenciado en Historia UC

Programa de Formación Pedagógica - Educación