un hombre célebre

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Un hombre célebre J. M. Machado de Assis -¿Así que usted es el señor Pestana? -preguntó la señorita Mota, haciendo un amplio ademán de admiración. Y luego, rectificando la espontaneidad del gesto-: Perdóneme la confianza que me tomo, pero... ¿realmente es usted? Humillado, disgustado, Pestana respondió que sí, que era él. Venía del piano, enjugándose la frente con el pañuelo, y estaba por asomarse a la ventana, cuando la muchacha lo detuvo. No era un baile; se trataba, apenas, de un sarao íntimo, pocos concurrentes, veinte personas a lo sumo, que habían ido a cenar con la viuda de Camargo, en la Rua do Areal, en aquel día de su cumpleaños, cinco de noviembre de 1875... ¡Buena y alegre viuda! Amante de la risa y la diversión, a pesar de los sesenta años a los que ingresaba, y aquélla fue la última vez que se divirtió y rió, pues falleció en los primeros días de 1876. ¡Buena y alegre viuda! ¡Con qué entusiasmo y diligencia incitó a que se bailase después de cenar, pidiéndole a Pestana que ejecutara una cuadrilla! Ni siquiera fue necesario que insistiese; Pestana se inclinó gentilmente, y se dirigió al piano. Terminada la cuadrilla, apenas habrían descansado diez minutos, cuando la viuda corrió nuevamente hasta Pestana para solicitarle un obsequio muy especial. -Usted dirá, señora. -Quisiera que nos toque ahora esa polca suya titulada Não bula comigo, Nhonhô. Pestana hizo una mueca pero la disimuló en seguida, luego una breve reverencia, callado, sin gentileza, y volvió al piano sin interés. Oídos los primeros compases, el salón se vio colmado por una alegría nueva, los caballeros corrieron hacia sus damas, y las parejas entraron a contonearse al ritmo de la polca de moda. Había sido publicada veinte días antes, y no había rincón de la ciudad en que no fuese conocida. Ya estaba alcanzando, incluso, la consagración del silbido y el tarareo nocturno. La señorita Mota estaba lejos de suponer que aquel Pestana que ella había visto en la mesa durante la cena y después sentado al piano, metido en una levita color rapé, de cabello negro, largo y rizado, ojos vivaces y mentón rapado, era el

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Humillado, disgustado, Pestana respondió que sí, que era él. Venía del piano, enjugándose la frente con el pañuelo, y estaba por asomarse a la ventana, cuando la muchacha lo detuvo. No era un baile; se trataba, apenas, de un sarao íntimo, pocos concurrentes, veinte personas a lo sumo, que habían ido a cenar con la viuda de Camargo, en la Rua do Areal, en aquel día de su cumpleaños, cinco de noviembre de 1875... ¡Buena y alegre viuda! Amante de la risa y la diversión, a pesar de los sesenta años a los que ingresaba, y aquélla fue la última vez que se divirtió y rió, pues falleció en los primeros días de 1876.

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Un hombre clebreJ. M. Machado de Assis

-As que usted es el seor Pestana? -pregunt la seorita Mota, haciendo un amplio ademn de admiracin. Y luego, rectificando la espontaneidad del gesto-: Perdneme la confianza que me tomo, pero... realmente es usted?

Humillado, disgustado, Pestana respondi que s, que era l. Vena del piano, enjugndose la frente con el pauelo, y estaba por asomarse a la ventana, cuando la muchacha lo detuvo. No era un baile; se trataba, apenas, de un sarao ntimo, pocos concurrentes, veinte personas a lo sumo, que haban ido a cenar con la viuda de Camargo, en la Rua do Areal, en aquel da de su cumpleaos, cinco de noviembre de 1875... Buena y alegre viuda! Amante de la risa y la diversin, a pesar de los sesenta aos a los que ingresaba, y aqulla fue la ltima vez que se divirti y ri, pues falleci en los primeros das de 1876. Buena y alegre viuda! Con qu entusiasmo y diligencia incit a que se bailase despus de cenar, pidindole a Pestana que ejecutara una cuadrilla! Ni siquiera fue necesario que insistiese; Pestana se inclin gentilmente, y se dirigi al piano. Terminada la cuadrilla, apenas habran descansado diez minutos, cuando la viuda corri nuevamente hasta Pestana para solicitarle un obsequio muy especial.

-Usted dir, seora.

-Quisiera que nos toque ahora esa polca suya titulada No bula comigo, Nhonh.

Pestana hizo una mueca pero la disimul en seguida, luego una breve reverencia, callado, sin gentileza, y volvi al piano sin inters. Odos los primeros compases, el saln se vio colmado por una alegra nueva, los caballeros corrieron hacia sus damas, y las parejas entraron a contonearse al ritmo de la polca de moda. Haba sido publicada veinte das antes, y no haba rincn de la ciudad en que no fuese conocida. Ya estaba alcanzando, incluso, la consagracin del silbido y el tarareo nocturno.

La seorita Mota estaba lejos de suponer que aquel Pestana que ella haba visto en la mesa durante la cena y despus sentado al piano, metido en una levita color rap, de cabello negro, largo y rizado, ojos vivaces y mentn rapado, era el Pestana compositor; fue una amiga quien se lo dijo, cuando lo vio dejar el piano, una vez terminada la polca. Por eso la pregunta admirativa. Ya vimos que l respondi disgustado y humillado. Pero no por eso las dos muchachas dejaron de prodigarle amabilidades, tales y tantas, que la ms modesta vanidad se complacera oyndolas; l, sin embargo, las recibi cada vez con ms enfado, hasta que, alegando un dolor de cabeza, pidi disculpas y se fue. Ni ella, ni la duea de casa, nadie logr retenerlo. Le ofrecieron remedios caseros, comodidad para que reposara; no acept nada, se empecin en irse y se fue.

Calle adentro, camin de prisa, con temor de que an lo llamasen; slo se tranquiliz despus de que dobl la esquina de la Rua Formosa. Pero all mismo lo esperaba su gran polca festiva. De una casa modesta, a la derecha, a pocos metros de distancia, brotaban las notas de la composicin del da, sopladas por un clarinete. Bailaban. Pestana se detuvo unos instantes, pens en desandar camino, pero decidi proseguir, apur el paso, cruz la calle, y avanz por la vereda opuesta a la de la casa del baile.

Las notas se fueron perdiendo, a lo lejos, y nuestro hombre entr en la Rua do Aterrado, donde viva. Ya cerca de su casa, vio venir a dos hombres: uno de ellos, que pas junto a Pestana rozndolo casi, empez a silbar la misma polca, marcialmente, con bro; el otro se uni con exactitud a l y as se fueron alejando los dos, ruidosos y alegres, mientras el autor de la pieza, desesperado, corra a encerrarse en su casa.

Una vez en ella, respir. La casa era vieja, vieja la escalera y viejo el negro que lo serva, y que se aproxim para ver si deseaba comer algo.

-No quiero nada -vocifer Pestana-; preprame caf y vete a dormir.

Se desnud, visti un camisn y fue hacia la habitacin del fondo. Cuando el negro prendi la lmpara de gas del comedor, Pestana sonri y, desde el fondo de su alma, salud unos diez retratos que pendan de la pared. Uno solo era al leo, el de un cura que lo haba educado, que le haba enseado latn y msica, y que segn los malhablados, era el propio padre de Pestana. Lo cierto es que le dej en herencia aquella casa vieja, y los viejos trastos, que eran de la poca de Pedro I. El cura haba compuesto algunos motetes, le encantaba la msica, sacra o profana, y esa pasin se la inculc al muchacho, o se la transmiti a travs de la sangre, si es que tenan razn los charlatanes, cosa por la que no se interesa mi historia, como podrn comprobar.

Los dems retratos eran de compositores clsicos: Cimarosa, Mozart, Beethoven, Gluk, Bach, Schumann; y unos tres ms, algunos grabados, otros litografiados, todos enmarcados torpemente y de diferentes tamaos, mal ubicados all, como santos de una iglesia. El piano era el altar; el evangelio de la noche all estaba abierto: era una sonata de Beethoven.

Lleg el caf; Pestana bebi la primera taza y se sent al piano. Contempl el retrato de Beethoven, y empez a ejecutar la sonata, totalmente compenetrado, ausente o absorto, pero con gran perfeccin. Repiti la pieza; luego se detuvo unos instantes, se levant y se acerc a una de las ventanas. Volvi al piano; era el turno de Mozart, record un fragmento y lo ejecut del mismo modo, con el alma perdida en la lejana. Haydn lo llev a la medianoche y a la segunda taza de caf.

Entre la medianoche y la una de la maana, Pestana prcticamente no hizo otra cosa que dejarse estar acodado en la ventana mirando las estrellas para luego entrar y contemplar los retratos. De a ratos se acercaba al piano y, de pie, haca sonar una que otra nota suelta en el teclado, como si buscase algn pensamiento; pero el pensamiento no apareca y l volva a apoyarse en la ventana. Las estrellas le parecan otras tantas notas musicales fijadas en el cielo a la espera de alguien que las fuese a despegar; ya llegara el da en que el cielo habra de quedar vaco, pero entonces la tierra sera una constelacin de partituras. Ninguna imagen, fantasa o reflexin le traa el menor recuerdo de la seorita Mota que, mientras tanto, en ese mismo momento se dorma, pensando en l, autor de tantas polcas amadas. Tal vez la idea de casarse sustrajo, por unos segundos, a la muchacha del sueo. Por qu no? Ella iba por los veinte, l andaba por los treinta, era una diferencia adecuada. La muchacha dorma al son de la polca, oa en la memoria, mientras el autor de la misma no se interesaba ni por la polca ni por la muchacha, sino por las viejas obras clsicas, interrogando al cielo y a la noche, implorando a los ngeles y en ltima instancia al diablo. Por qu no podra l componer aunque no fuera ms que una sola de aquellas pginas inmortales?

A veces era como si estuviera por surgir de las profundidades del inconsciente una aurora de idea; l corra al piano, para desplegarla enteramente, traducindola en sonidos, pero era en vano, la idea se evaporaba. Otras veces, sentado al piano, dejaba correr sus dedos al acaso, queriendo ver si las fantasas brotaban de ellos, como de los de Mozart; pero nada, nada, la inspiracin no llegaba, la imaginacin se dejaba estar, aletargada. Y si por casualidad alguna idea irrumpa, definida y bella, era apenas el eco de alguna pieza ajena, que la memoria repeta, y que l presuma estar creando. Entonces, irritado, se incorporaba, juraba abandonar el arte, ir a plantar caf o meterse a carruajero; pero diez minutos despus, ah estaba otra vez, con los ojos fijos en Mozart, emulndolo al piano.

Dos, tres, cuatro de la maana. Despus de las cuatro se fue a dormir; estaba cansado, desanimado, muerto; tena que dar clase al da siguiente. Durmi poco; se despert a las siete. Se visti y desayun.

-Mi seor quiere el bastn o el paraguas? -pregunt el negro, siguiendo las rdenes que haba recibido, porque las distracciones de su amo eran frecuentes.

-El bastn.

-Me parece que hoy llueve...

-Llueve -repiti Pestana maquinalmente.

-Parece que s, seor, el cielo se ha oscurecido.

Pestana miraba al negro, vagamente, perdido, preocupado. De pronto le dijo:

-Aguarda un momento.

Corri al saln de los retratos, abri el piano, se sent y dej correr las manos por el teclado. Empez a tocar algo propio, algo que responda a una oleada de inspiracin real y sbita, una polca, una polca bulliciosa, como dicen los anuncios. Ninguna repulsin por parte del compositor; los dedos iban arrancando las notas, unindolas, barajndolas con habilidad; se dira que la musa compona y bailaba al mismo tiempo. Pestana haba olvidado a sus alumnos, al negro que lo esperaba con el bastn y el paraguas, e incluso a los retratos que pendan gravemente de la pared.

Todo l estaba abocado a la composicin, tecleando o escribiendo, sin los vanos esfuerzos de la vspera, sin exasperacin, sin pedir nada al cielo, sin interrogar los ojos de Mozart. Nada de tedio. Vida, gracia, novedad, brotaban del alma como de una fuente perenne.

Poco tiempo fue preciso para que la polca estuviese hecha. Corrigi, despus, algunos detalles, cuando regres al atardecer: pero ya la tarareaba caminando por la calle. Le gust la polca; en la composicin reciente e indita circulaba la sangre de la paternidad y de la vocacin. Dos das despus fue a llevrsela al editor de las otras polcas suyas, que sumaran ya unas treinta. Al editor le pareci encantadora.

-Va a ser un gran xito.

Se plante entonces la cuestin del ttulo. Pestana, cuando compuso su primera polca, en 1871, quiso darle un ttulo potico, eligi ste: Gotas de Sol. El editor mene la cabeza y le dijo que los ttulos deban contribuir a facilitar la popularidad de la obra, ya sea mediante alguna alusin a una fecha festiva o a travs de palabras pegadizas o graciosas, y le dio dos ejemplos: La ley del 28 de septiembre, o Candongas no hacen fiestas.

-Pero qu quiere decir Candongas no hacen fiestas? -pregunt el autor.

-No quiere decir nada, pero se populariza en seguida.

Pestana, principiante indito todava, rechaz las dos sugerencias y se guard la polca; pero no pas mucho tiempo sin que compusiese otra, y la comezn de la popularidad lo indujo a editar las dos con los ttulos que al editor le pareciesen ms atrayentes o apropiados. Ese fue el criterio que adopt de all en adelante.

Esta vez, cuando Pestana le entreg la nueva polca, y pasaron a la cuestin del ttulo, el editor dijo que tena uno entre manos, desde haca varios das, para la primera obra que le presentase, ttulo pomposo, largo y sinuoso. Era ste: Respetable seora, guarde su canasto.

-Y para la prxima polca, tengo uno especialmente reservado -agreg.

Pestana, todava principiante indito, rechaz cualquiera de las sugerencias que se le formularon; el compositor puede bastarse para encontrar un ttulo razonable. La obra, enteramente representativa en su gnero, original y cautivante, invitaba a bailarla y era fcil de memorizar. Ocho das bastaron para convertirlo en una celebridad. Pestana, durante los primeros, anduvo de veras enamorado de la composicin, le encantaba tararearla bajito, se detena en la calle para or cmo la ejecutaban en alguna casa, y se enojaba cuando no la tocaban bien. De inmediato, las orquestas de teatro la ejecutaron y all fue l a uno de ellos. Tampoco le disgust orla silbada, una noche, en boca de una sombra que bajaba la Rua do Aterrado.

Esa luna de miel dur apenas un cuarto menguante. Como ocurri anteriormente, y ms rpido an, los viejos maestros retratados lo hicieron sangrar de remordimiento. Humillado y harto, Pestana arremeti contra aquella que viniera a consolarlo tantas veces, musa de ojos pcaros y gestos sensuales, fcil y graciosa. Y fue entonces cuando volvi el asco de s mismo, el odio a quienes le pedan la nueva polca de moda, y al mismo tiempo el empeo en componer algo que tuviera sabor clsico, al menos una pgina, una sola, pero que pudiese ser encuadernada entre las de Bach y Schumann. Vano estudio, intil esfuerzo. Se zambulla en aquel Jordn sin salir bautizado. Noches y noches las pas as, confiante y empecinado, seguro de que la voluntad era todo, y que, una vez que lograse desembarazarse de la msica fcil...

-Que se vayan al infierno las polcas y que hagan bailar al diablo -dijo l un da, de madrugada, al acostarse.

Pero las polcas no quisieron llegar tan hondo. Entraban a casa de Pestana, al saln de los retratos, irrumpan tan acabadas, que l no tena ms tiempo que el necesario para componerlas, imprimirlas despus, disfrutarlas algunos das, odiarlas, y volver a las viejas fuentes, de donde nada le brotaba. En ese vaivn vivi hasta casarse, y despus de casarse.

-Con quin se casar? -pregunt la seorita Mota al to escribano que le dio aquella noticia.

-Se casar con una viuda.

-Vieja?

-Veintisiete aos.

-Linda?

-No, pero tampoco fea. O decir que l se enamor de ella porque la escuch cantar en la ltima fiesta de San Francisco de Paula. Pero adems me dijeron que ella posee otro atributo, que no es infrecuente, y que no vale menos: es tsica.

Los escribanos no deban tener sentido del humor; buen sentido del humor, quiero decir. Su sobrina sinti por fin que una gota de blsamo le aplacaba la pizca de envidia. Todo era cierto. Pestana se cas pocos das despus con una viuda de veintisiete aos, buena cantante y tsica. La recibi como esposa espiritual de su genio. El celibato era, sin duda, la causa de la esterilidad y la desviacin que padeca, se deca l mismo; artsticamente hablando se vea como un improvisador de horas muertas; consideraba a las polcas aventuras de petimetres. Ahora s iba a engendrar una familia de obras serias, profundas, inspiradas y trabajadas.

Esa esperanza pre su alma desde las primeras horas de enamoramiento, y gan cuerpo con la primera aurora del casamiento. Mara, balbuce su alma, dame lo que no encontr en la soledad de las noches ni en el tumulto de los das.

De inmediato, para conmemorar la unin, se le ocurri componer un nocturno. Lo llamara Ave Mara. Dirase que la felicidad le trajo un principio de inspiracin; no queriendo comunicarle nada a su mujer antes de que estuviera listo, trabajaba a escondidas; cosa difcil, porque Mara, que amaba igualmente el arte, vena a tocar con l, o solamente a orlo, horas y horas, en el saln de los retratos. Llegaron a realizar algunos conciertos semanales, con tres artistas amigos de Pestana. Un domingo, empero, no pudo contenerse el marido, y llam a la mujer para hacerle or un fragmento del nocturno; no le dijo qu era ni de quin era. De pronto, interrumpiendo la ejecucin, la interrog con los ojos.

-Termnalo -dijo Mara-; no es Chopin?

Pestana empalideci, su mirada se perdi en el aire, repiti uno o dos pasajes y se incorpor. Mara se sent al piano y, tras algunos esfuerzos de memoria, ejecut la pieza de Chopin. La idea, los temas, eran los mismos; Pestana los haba encontrado en alguno de esos callejones oscuros de la memoria, vieja ciudad de tradiciones. Triste, desesperado, sali de su casa y se dirigi hacia el lado del puente, camino a San Cristbal.

"Para qu luchar?", se deca. "Slo se me ocurren polcas... Viva la polca!"

La gente que pasaba a su lado, y lo oa refunfuar, se detena a mirarlo como se mira a un loco. Y l iba yendo, alucinado, mortificado, marioneta eterna oscilando entre la ambicin y las dotes reales... Dej atrs el viejo matadero; cuando lleg al portn de entrada de la estacin de ferrocarril, se le ocurri largarse a caminar por las vas y esperar el primer tren que apareciese y lo aplastase. El guarda lo hizo retroceder. Volvi en s y retorn a su casa.

Pocos das despus -una clara y fresca maana de mayo de 1876-, a eso de las seis, Pestana sinti en los dedos un cosquilleo especial y conocido. Se incorpor despacito, para no despertar a Mara, que haba tosido toda la noche y ahora dorma profundamente. Fue al saln de los retratos, abri el piano y, lo ms sordamente que pudo, extrajo una polca. La hizo publicar con un seudnimo; en los dos meses siguientes compuso y public dos ms. Mara no supo nada; iba tosiendo y muriendo, hasta que expir, una noche, en los brazos del marido, horrorizado y desesperado.

Era la noche de Navidad. El dolor de Pestana se vio acrecentado, porque en el vecindario haba un baile, en el que tocaron varias de sus mejores polcas. Ya era duro tener que soportar el baile; pero sus composiciones le agregaban a todo un aire de irona y de perversidad. l senta la cadencia de los pasos, adivinaba los movimientos, por momentos sensuales, a que obligaba alguna de aquellas composiciones, todo eso junto al cadver plido, un manojo de huesos, extendido en la cama... Todas las horas de la noche pasaron as, lentas o rpidas, hmedas de lgrimas y de sudor, de agua de colonia y de Labarraque, fluyendo sin parar, como al son de la polca de un gran Pestana invisible.

Enterrada la mujer, el viudo tuvo una nica preocupacin: dejar la msica despus de componer un Rquiem, que hara ejecutar en el primer aniversario de la muerte de Mara. Optara por otro trabajo, se empleara como secretario, cartero, vendedor de baratijas, cualquier cosa con tal que le hiciera olvidar el arte asesino y sordo.

Comenz la obra; empe todo: arrojo, paciencia, meditacin y hasta los caprichos de la casualidad, como haba hecho otrora, imitando a Mozart. Reley y estudi el Rquiem de este autor. Transcurrieron semanas y meses. La obra, clebre al principio, fue aflojando su paso. Pestana tena altos y bajos. De pronto la encontraba incompleta, no alcanzaba a palparle la mdula sacra, ni idea, ni inspiracin, ni mtodo; de pronto se enardeca su corazn y trabajaba con vigor. Ocho meses, nueve, diez, once, y el Rquiem no estaba concluido. Redobl los esfuerzos; olvid clases y amigos. Haba rehecho muchas veces la obra; pero ahora quera concluirla, fuese como fuese. Quince das, ocho, cinco... La aurora del aniversario vino a encontrarlo trabajando.

Se content con la misa rezada y simple, para l solo. No se puede especificar si todas las lgrimas que inundaron solapadamente sus ojos fueron las del marido, o si algunas eran del compositor. Lo cierto es que nunca ms volvi al Rquiem.

"Para qu?", se deca a s mismo.

Transcurri un ao. A principio de 1878 el editor apareci en su casa.

-Ya va para dos aos que no nos da ni siquiera una muestra de sus condiciones. Todo el mundo se pregunta si usted perdi el talento. Qu ha hecho todo este tiempo?

-Nada.

-Comprendo perfectamente qu terrible ha sido el golpe que lo hiri; pero de eso hace ya dos aos. Vengo a proponerle un contrato: veinte polcas durante doce meses; el precio sera el mismo que hasta ahora, pero le dara un porcentaje mayor sobre la venta. Al cabo del ao podemos renovar.

Pestana asinti con un gesto. Sus alumnos particulares eran escasos, haba vendido la casa para saldar las deudas, y las necesidades se iban comiendo el resto, que por lo dems era escaso. Acept el contrato.

-Pero la primera polca la quiero en seguida -explic el editor-. Es urgente. Ley usted la carta del Emperador a Caxias? Los liberales fueron llamados al poder; van a realizar la reforma electoral. La polca habr de llamarse: Hurras a la eleccin directa! No es propaganda poltica, sino un buen ttulo de ocasin.

Pestana compuso la primera obra del contrato. Pese al largo tiempo de silencio no haba perdido la originalidad ni la inspiracin. Traa la nueva obra la misma impronta genial de sus predecesoras. Las siguientes polcas fueron viniendo, regularmente. Haba conservado los retratos y los repertorios; pero trataba de eludir las noches sentado al piano, para no caer en nuevas y frustrantes tentativas. Ahora, siempre que haba alguna buena pera o algn concierto de calidad, peda una entrada gratis y se acomodaba en un rincn, gozando esa serie de maravillas que nunca habran de brotar de su cerebro. Una que otra vez, al regresar a su casa, lleno de msica, despertaba en l el maestro indito; entonces se sentaba al piano y, sin ningn propsito preciso, arrancaba algunas notas, hasta que se iba a dormir, veinte o treinta minutos despus.

As pasaron los aos, hasta 1885. La fama de Pestana le haba dado definitivamente el primer lugar entre los compositores de polcas; pero el primer lugar de la aldea no contentaba a este Csar, que segua prefiriendo, no el segundo, sino el centsimo en Roma. Segua, como en otros tiempos, a merced de los vaivenes con respecto a sus composiciones; la diferencia estribaba en que ahora eran menos violentas. Ni entusiasmo en las primeras horas ni repugnancia despus de la primera semana; algn placer, en cambio, y cierto hasto.

Aquel ao cay en cama a raz de una fiebre sin importancia, que en pocos das creci, hasta hacerse perniciosa. Ya estaba en peligro cuando apareci el editor, que nada saba de la enfermedad, para darle la noticia del ascenso al poder de los conservadores, y pedirle una polca para la ocasin. El enfermero, un msero apuntador de teatro, le inform del estado en que se encontraba Pestana, de modo que al editor le pareci ms atinado callarse. El enfermo, sin embargo, lo inst para que le informara sobre lo que ocurra; el editor obedeci.

-Pero ha de ser cuando usted est completamente repuesto -concluy.

-Apenas me baje un poco la fiebre -dijo Pestana.

Hubo una pausa de algunos segundos. El apuntador fue en puntas de pie a preparar la medicacin; el editor se levant y se despidi.

-Adis.

-Oiga, como es probable que yo muera uno de estos das, voy a hacerle dos polcas; la otra servir para cuando suban los liberales.

Fue la nica broma que dijo en toda su vida, y fue a tiempo, porque expir a la maana siguiente, a las cuatro y cinco, en paz con los hombres y mal consigo mismo.