Un faro para el CanCún

de los mayasPor Guillermina Escoto Foto: Mauricio Marat

a la entrada del Museo Maya de Can-cún un estanque con tres esculturas contemporáneas del artista plástico Jan Hendrix atrapa la curiosidad de

los paseantes. Se acercan. Observan. Dan la vuelta a la instalación. Miran con detenimien-to cada elemento geométrico que nace del agua: un círculo, un cuadrado, un triángulo con volumen. Los observadores quieren tocar los cuerpos. Su aspecto parece ¿de cera?, ¿de plástico?, ¿de madera?

El estanque es el preámbulo de un diálogo entre lo moderno con el arte prehispánico.

Jan Hendrix quiso hacer un homenaje al cono-cimiento que los mayas tenían de las matemáti-cas, imprimiendo en los tres cuerpos geométri-cos básicos, diseños que evocan la vegetación de la selva mediana de Quintana Roo: finas perforaciones en los cuerpos de metal dan for-ma a troncos, ramas, hojas de árboles, que se imaginan tan altos como los que rodean a los edificios prehispánicos descubiertos durante 30 años de investigaciones en todo el territo-rio que va de la Bahía de Chetumal a Cancún.

Para Jan Hendrix diseñar estas esculturas fue un reto, su propuesta artística pretende

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un remanso de paz visual en un paisaje domi-nado por gigantescos hoteles, que no permiten admirar con libertad la belleza de ese mar de inconfundible verde turquesa que sólo tiene el Caribe de arenas blancas.

La arqueóloga Adriana Velázquez, directora del Centro INAH-Quintana Roo y curadora del Museo Maya de Cancún, comentó que el legado de los mayas de esta región del oriente de la península, es menos conocido por el público respecto al de la parte occidental: Yucatán, Chiapas, Campeche y Tabasco, donde se encuentran sitios como Chichén Itzá y Uxmal, Palenque, Calakmul y Comalcalco, respectivamente.

“Por eso era necesario un recinto que pre-sentara a los mayas de Quintana Roo en toda su dimensión, que explicara todo su esplendor e historia.”

La arqueóloga explica que la conformación del Museo Maya de Cancún llevó consigo un proceso de años y mucha reflexión intelectual, que implicó repensar la historia de los mayas de Quintana Roo, cuyo estudio en tiempos re-cientes alcanzó importantes avances, lo mismo

en las regiones del norte, desde Tulum a Can-cún, que en las del sur, cercanas a Chetumal. En los territorios tierra adentro como Ichkabal y Dzibanché, y en los costeros como Oxtankah y San Miguelito.

Uno de los mejores ejemplos son los trabajos en Ichkabal, dirigidos por el arqueólogo Enrique Nalda (1936-2010). “Se trata de un sitio muy tem-prano, de una antigüedad de 100 a 200 después de Cristo, que hasta hace 30 años ni siquiera se sabía dónde estaba y hoy ya da nuevas ideas de lo que fueron las primeras entidades políticas mayas”, dice Adriana Velázquez.

En una vitrina se muestran seis grandes conchas y un plato. Explica que se trata de una ofrenda constructiva, “una pieza importante porque es de las más antiguas que se han loca-lizado al sur del estado, proviene de Ichkabal”.

Ahora, poner la mirada en la vitrina donde está la ofrenda es como colocar el punto y aparte de una historia tejida con años de estu-dio. El siguiente párrafo lo escribe el público, la ofrenda entonces pudiera trasladarnos a la selva, a Ichkabal.

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Ichkabal y la selvaSin suda uno de los grandes descubrimientos del INAH en los últimos años es el de Ichkabal, explicó la arqueóloga Hortencia de Vega Nova, quien en 2012 coordinó los trabajos de manteni-miento mayor del sitio, aún oculto en su mayor parte por la selva de Quintana Roo.

Ichkabal se encuentra a 90 kilómetros de la laguna de Bacalar, tierra adentro, inmerso en la selva baja que caracteriza a Quintana Roo. Ahí no hay agua potable ni electricidad, ni señal te-lefónica, pero es posible ver merodeando cerca de los edificios mayas a una familia de jaguares. Para llegar es necesario seguir un camino de 22 kilómetros de terracería que se toma en un pun-to de la carretera que conduce a Chetumal. Los arqueólogos mantienen abierto este camino li-teralmente “a filo de machete”, porque la exube-rante vegetación selvática se reproduce y crece todos los días. “Hay que podar ramas, árboles, raíces, plantas, helechos, líquenes, que avanzan sobre los monumentos de piedra en tan sólo un instante”, narra la arqueóloga.

El exceso de humedad y el sol incuban una vida exótica en constante desarrollo, donde conviven ceibas con ejemplares de pucté y los inconfundibles zapotes de tronco rojo. Es así que escalinatas, terrazas y cuerpos de edificios mayas son “atacados” por raíces que se extien-den sin piedad y semillas que maduran al viento.

A las características cotidianas del medio ambiente suelen agregarse eventos como hu-racanes, entonces las tareas de mantenimiento se intensifican. “El paso de Ernesto a principios de agosto del año pasado, dejó árboles caídos y vegetación destrozada, el camino de acceso se obstruyó y los senderos, hechos de tierra, se perdieron; la vegetación cayó sobre los edifi-cios y en algunos casos los árboles que arrancó la fuerza del viento dañaron la arquitectura porque sus raíces milenarias botaron partes de los edificios.

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“Hubo que reparar los daños, consolidar la arquitectura que se afectó, limpiar el camino de acceso y los senderos, cambiar los escalones hechos de tierra contenida con troncos que los arqueó-logos adaptamos para subir a los edificios, y dar un tratamiento de conservación al mural que decora la fachada oriente del Edificio E-4, el más imponente del sitio con sus 46 metros de altura y 200 metros de base.”, informa Hortencia de Vega.

Ichkabal se descubrió en 1995 por los arqueólogos Luz Evelia Campaña y Javier López Camacho, guiados por el señor Alejan-dro Cano, vecino de Bacalar. Su estudio comenzó en 2009 por Enrique Nalda, quien buscaba respuestas a importantes preguntas sobre la cultura maya, como el origen de la dinastía más poderosa del periodo Clásico, llamada Kaan, representada con un glifo que destaca una cabeza de serpiente, prosigue Hortencia de Vega.

Hasta el momento los investigadores han propuesto que la familia Kaan surgió en la antigua ciudad de El Mirador, hoy zona arqueológica de Guatemala, sin embargo los estudios de Nalda llevaron a proponer que el origen podría estar en Ichkabal.

Otro aspecto importante por estudiar en este sitio es la posi-bilidad de haber utilizado un hidrosistema agrícola llamado campo levantado, similar al chinampero del Altiplano Central.

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Las investigaciones han permitido conocer que este sitio fue ocupado por los mayas des-de el año 1000 a.C., en el Preclásico Tempra-no, y por su magnitud arquitectónica hoy es considerado el más importante del Preclásico Temprano del sur de Quintana Roo, en tanto que su desarrollo casi llegó hasta la época del contacto con los españoles.

Ichkabal es el sitio monumental de más reciente descubrimiento. Otras ciudades im-portantes del sur, con más años de estudio son Dzibanché-Kinichná y Kohunlich. Las vitrinas que guardan los objetos encontrados en estos sitios llevan a otras historias.

Signos, colores, texturas, fechas calendá-ricas, formas humanas o animales, comunican

mensajes que parecen indescifrables pero que el conocimiento ha dejado manifiesto. El públi-co puede leerlos con ayuda de quienes los han estudiado y luego continuar su historia en el imaginario, y quizá seguir también las rutas tra-zadas con pasión científica selva adentro, más allá de las playas de la Riviera, que es maya.

El escultor holandés Jan Hendrix confiesa que toda su vida ha deseado construir “un faro de verdad que oriente el camino de los bar-cos”; ya son muchos sus intentos conceptuales y nunca queda satisfecho, dice. Sin embargo su “faro” de tres cuerpos que ilumina la entrada del Museo Maya indica el camino a otro Can-cún, oculto detrás del sol y la playa. La gente que se acerca al estanque parece indicarlo.

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ARRIBA: Monumento 11 y 13 de escalera jeroglífica. Edificio XIII, Dzibanché, Quintana Roo.

DERECHA: Incensario chen mul modelado.

Dzibanché, Quintana Roo. Posclásico medio-tardío. 1200-1550 d.C.Cerámica.

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ARRIBA: Panel con guerreros. Chichén Itzá, Yucatán. Posclásico temprano. 900-1200 d.C.. Piedra caliza.

IZQUIERDA: Figurilla de una mujer noble. Xelhá, Quintana Roo. Clásico tardío. 600-850 d.C. Cerámica.

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