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Ulises Barrera

ACADEMIA NACIONAL DE PERIODISMO

ACADEMIA NACIONAL DE PERIODISMOBuenos Aires

2001

Periodismo y empatía

Ulises Barrera

Hecho el depósito que prevé la ley 11. 723Impreso en la Argentina© 2001 Academia Nacional de PeriodismoISBN 987-98566-2-7

Editorial Dunken - M. T. de Alvear 2337 - Capital FederalTel. Fax: 4826-0148 - 4826-0141E-mail: [email protected]ágina web: www.dunken.com.ar

Foto de tapa: ANA SÁNCHEZ ZINNY

ACADEMIA NACIONAL DE PERIODISMO

Miembros de número

MARTÍN ALLICA

ARMANDO ALONSO PIÑEIRO

ULISES BARRERA

RAFAEL BRAUN

RAÚL H. BURZACO

NAPOLEÓN CABRERA

CORA CANÉ

JOSÉ MARÍA CASTIÑEIRA DE DIOS

NELSON CASTRO

JORGE CERMESONI

JUAN CARLOS COLOMBRES

DANIEL ALBERTO DESSEIN

JOSÉ CLAUDIO ESCRIBANO

FERMÍN FÈVRE

ROBERTO A. GARCÍA

OSVALDO E. GRANADOS

MARIANO GRONDONA

ROBERTO PABLO GUARESCHI

BERNARDO EZEQUIEL KOREMBLIT

LAURO LAÍÑO

JOSÉ IGNACIO LÓPEZ

LUIS MARIO LOZZIA

FÉLIX LUNA

ENRIQUE J. MACEIRA

ENRIQUE M. MAYOCHI

ALBERTO J. MUNIN

ENRIQUETA MUÑIZ

ENRIQUE OLIVA

FRANCISCO A. RIZZUTO

FERNANDO SÁNCHEZ ZINNY

RAÚL URTIZBEREA

BARTOLOMÉ DE VEDIA

Miembro correspondiente en la Argentina

EFRAÍN U. BISCHOFF (Córdoba)

Miembro correspondiente en el Extranjero

MARIO DIAMENT (Estados Unidos)

Mesa Directiva

Presidente: JOSÉ CLAUDIO ESCRIBANOVicepresidente 1º: BERNARDO EZEQUIEL KOREMBLITVicepresidente 2º: ENRIQUE JOSÉ MACEIRASecretario: ENRIQUE MARIO MAYOCHIProsecretaria: ENRIQUETA MUÑIZTesorero: ALBERTO J. MUNINProtesorero: FERMÍN FÈVRE

Comisión de Fiscalización

Miembros titulares: FRANCISCO A. RIZZUTTODANIEL ALBERTO DESSEINJOSÉ MARÍA CASTIÑEIRA DE DIOS

Miembros suplentes: NAPOLEÓN CABRERACORA CANÉ

Comisiones

Admisión: BARTOLOMÉ DE VEDIADANIEL ALBERTO DESSEINARMANDO ALONSO PIÑEIROENRIQUE J. MACEIRAALBERTO MUNIN

Biblioteca, BERNARDO EZEQUIEL KOREMBLITHemeroteca y Archivo: ENRIQUE J. MACEIRA

FÉLIX LUNAJOSÉ MARÍA CASTIÑEIRA DE DIOS

Concursos, ROBERTO PABLO GUARESCHISeminarios y Premios: RAFAEL BRAUN

FERMIN FÈVRELAURO LAÍÑOFRANCISCO A. RIZZUTO

Publicaciones FERNANDO SÁNCHEZ ZINNYy Prensa: NAPOLEÓN CABRERA

JOSÉ MARÍA CASTIÑEIRA DE DIOSFERMÍN FÈVRE

“Periodismo y empatía” se tituló ladisertación pronunciada por el acadé-mico de número Ulises Barrera el 9 deagosto de 2000 en el Museo Mitre, oca-sión en quedó incorporado de maneraformal a nuestra corporación, en la queocupa el sillón que recuerda al ilustreperiodista deportivo Joaquín CarballoSerantes, quien popularizó el seudóni-mo Fioravanti. El presente volumen re-produce ese texto y otros trabajos de Ba-rrera, así como el correspondiente dis-curso de recepción, que estuvo a cargodel presidente de la Academia, doctorJosé Claudio Escribano.

DISCURSO DEL DOCTOR ESCRIBANO

Me toca presentarles a Ulises Barrera en esta sesión públicacon la cual la Academia Nacional de Periodismo lo integra a susfilas.

Hay mil maneras de penetrar en la trayectoria profesionalde este maestro de periodistas. Sin embargo, voy a comenzar ahacerlo por lo que sugiere la figura entera del hombre que está ami lado.

Se trata del caso excepcional de un colega que, valiendocomo tal en la alta medida en que lo considera la opinión públi-ca del país, es antes que nada una persona transparente en latotalidad de sus facetas: como esposo, como padre, como do-cente, como compañero de tareas y, ya en el área específica deesta corporación, un periodista cuyo entendimiento deportivo yel estilo para manifestarlo lo señalan desde hace décadas comoun modelo de profesional.

A Barrera las oportunidades no le llegaron ni pronto nifácilmente. Las buscó con ahínco, con sacrificio desde que en lahumilde infancia se vio privado de la formación educativasistematizada que debería haber estado siempre al alcance detodos, al menos porque ésa es la igualdad que garantiza la Cons-titución Nacional. Barrera compartió privaciones con otros mu-chachos de su generación que luego harían fructificar sus in-quietudes de crecimiento a través de los distintos oficios de lasartes gráficas.

Si hoy estuvieran aquí algunos de aquellos viejoslinotipistas y tipógrafos cuya formación cultural de autodidactosafortunadamente alcanzaba, hasta en las mejores redacciones,para salvar las lagunas sintácticas y ortográficas insospechablesen no pocos periodistas, compartirían, mejor que otros, que no

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es un hecho del azar que un hombre que trabajó primero en eltaller de un diario, antes de hacerlo en su redacción, sea recibi-do como nuevo miembro de la Academia Nacional de Perio-dismo.

Ya no hay tipógrafos, tampoco linotipistas ni sacapruebas,pero la tecnología informática, cuyos prodigios incesantes noterminan de asombrarnos, nunca podrá reemplazar la creativi-dad, el conocimiento y el carácter con que se construyen losgrandes contenidos periodísticos, que son en definitiva la sus-tancia de nuestra actividad. Como esos con los cuales Barreradotó a su carrera de periodista desde aquella tarde de 1949cuando un editor le encomendó que fuera al Luna Park paracubrir las peleas por el entonces popular campeonato de los“guantes de oro” y las artes gráficas perdieron así a uno de sushijos, pero el periodismo incorporó a una de sus figuras verda-deramente valiosas.

Hoy damos la bienvenida al colega que comenzó sus acti-vidades en las publicaciones de la antigua editorial Haynes: ElMundo, Mundo Argentino, El Hogar, Mundo Deportivo y lasextendió, en el campo de la prensa gráfica, en más de ochentatítulos periodísticos de todo el país. Llenó tantas páginas consus comentarios que no siempre pudo firmar como Ulises Ba-rrera: unas veces fue Hernán Rogot, y otras, Américo Hernández,porque los editores preferían disimular el hecho de que era unosolo, en realidad, el comentarista deportivo que se atrevía atanto y a decirlo tan bien. ¿Y qué radio, además, o canal detelevisión del país ha carecido en algún momento de la vozinconfundible de este periodista reflexivo, que cuando hablaenseña, y sobre todo enseña que no es con la torpeza del lengua-je con la que un periodista obtiene el respeto público.JoaquínCarballo Serantes (Fioravanti).

Pronto cumplirá cincuenta años de su aparición Puñosolímpicos, el libro escrito por Barrera en su mocedad, pero sufi-ciente como muestra de que desde siempre el autor ha domina-do el arte del buen decir.

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Conozco, precisamente, pocos periodistas tan cuidadososcomo Barrera con el idioma, y esto se observa, aun con máselocuencia que en sus escritos, en el comentario oral de transmi-siones deportivas radiofónicas o televisadas que han hecho de éluno de los periodistas más celebrados del país.

La escritura está siempre presidida por un acto de re-flexión, pero ante el micrófono o una pantalla, en la situación deseguir a tambor batiente un combate entre pugilistas o las alter-nativas de cualquier otra competencia, las palabras se liberancaudalosamente, precipitadamente, y el cronista y el comenta-rista, impelidos a seguir sin detenerse el vértigo de las acciones,quedan poco menos que subordinados a la compulsión de susreflejos. Los reflejos de Barrera son espléndidos, pero la verdades que él también tiene de tal forma dominado el uso de lapalabra que ninguna circunstancia, por apremiante que fuere, leha impedido embellecerla.

Barrera ha sido, esencialmente, cronista de un solo depor-te, el boxeo, el cual ha historiado desde sus comienzos y sobreel cual ha dejado registros tan pasmosos para esta época comoaquella pelea entre Jack Burke y Andy Bowen, que duró lafriolera de 110 rounds. Escucharon bien: 110 rounds.

Barrera es un periodista de conceptos mucho más que dedatos, aun cuando sobre el boxeo lo conozca todo, incluso loque no pocos entrenadores ignoran, por la simple razón de quecumplió siempre una regla de oro de nuestra actividad, que es lade informarse por intermedio de los que saben. Sus conocimien-tos están asentados sobre una formación vasta y rigurosa, comoque no sólo es egresado en periodismo, sino que tambiénincursionó en otras disciplinas: el derecho, la sociología y lapsicología aplicada al deporte, respecto de la cual –en una másentre tanta inquietudes docentes– integra una cátedra de posgradoen la Universidad de Buenos Aires.

Este salón era apropiado para una exposición sobre eldeporte, ya que tanto Mitre, como Sarmiento escribieron sobreuna actividad que el hombre ha realizado desde tiempo inme-

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morial. Presiento, sin embargo, a juzgar por el título de la con-ferencia, que el humanista prevalecerá sobre el gran comentaris-ta deportivo y Barrera nos atrapará esta noche con reflexionesválidas en cualquier orden de la vida social. Porque sin empatía,es decir, sin preocuparnos qué piensan, qué sienten los otros, esdifícil, y hasta absurda, la convivencia.

PERIODISMO Y EMPATÍA

Tengo presente desde hace muchotiempo un mensaje de SofíaProkoffieva: “Todo hombre tiene ensu interior un sonido bajito, su nota,que es la singularidad de su ser, suesencia. Si sus actos no coinciden conesa nota, ese hombre no tendráfelicidad”. ¿Será esa lejana melodíala que me trajo aquí?...

Cuando recibí el impensado mensaje que trajo la noticia demi incorporación a la Academia, tuve presente un párrafo deldiscurso con que el doctor Claudio Escribano aceptó presidirla.Dijo, en ese particular momento: “Los honores no se piden, sereciben”. Concepto que comparto, sin dejar de señalar que taleshonores comprometen porque, al igual que los conocimientos,no nos hacen más importantes sino más responsables.

Cuando marché por primera vez hacia el jerarquizado Cole-gio (instalado en el mismo predio de la Biblioteca Nacional),volvió a mi mente cierta página no olvidada. En una casa conjardín, rodeada de bosques, el héroe mítico Academos habíahecho construir un gran gimnasio, y también un campo deporti-vo considerado el más importante del Atica. Tiempo después, elfilósofo griego Platón bautizó ese lugar con el nombre de Aca-demia, en recuerdo del primitivo amo; y allí instruía a sus nu-merosos discípulos sobre filosofía, matemática y ejerciciosfísicos, dato este último que a tantos asombra. Como el de saberque Platón fue atleta olímpico al igual que Pitágoras, quienobtuvo dos veces triunfos en pugilato. Muchos años después, elpoeta latino Juvenal, autor de las conocidas Sátiras, con las queatacaba las costumbres corruptas de Roma, nos legó una máxi-ma que hoy tiene limitada vigencia y apenas sobrevive en laliteratura deportiva. En la Sátira Décima sentenciaba: “El hom-

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bre inteligente primero pide al Cielo la salud del espíritu, yluego la salud de su cuerpo”. Ese es el verdadero sentido quecampea, por sobre las diferentes interpretaciones que se atribu-yen al repetido corolario Mens sana in corpore sano, con que elinspirado vate trató de enfatizar el ideal de la perfección huma-na, que provenía de aquella primera academia.

Cuando me senté a la mesa de las deliberaciones, observan-do a mis pares tuve presente al profesor Teódulo Domínguez,que realzó, para quien habla, un sugestivo concepto en su libroPragmática periodística, con el que se propuso identificar alperiodista dentro de las variadas denominaciones con que se loconoce: trabajador de prensa, persona que ejerce una ocupacióna la que llaman oficio, o profesional de una actividad a la quetambién califican de ciencia y arte. Tras algunas reflexiones,Domínguez concluye que “el adjetivo más idóneo debiera de serel de profesante. Quien profesa supera la meta circunstancialdel acto profesional. Porque el auténtico periodista, que es ren-tado en tanto recibe una remuneración, trasciende en cada mo-mento su papel, es decir, da, se entrega, no mide tiempos niesfuerzos, va más allá de lo pecuniario, a lo que en casos nitiene en cuenta, como que llega a arriesgar la propia vida en elcumplimiento de su misión”.

Profesantes han sido y son los académicos quemagnánimamente me han aceptado, y ante quienes deseo expre-sar mi gratitud por el alto privilegio otorgado, fruto indudablede una generosidad exorbitante, como lo expuesto por el señorpresidente, doctor Escribano, en sus palabras de bienvenida, queignora las limitaciones de este inmérito nuevo miembro.

Cuando tomé conocimiento de que el patrono del sillón queocupo responde al implícito homenaje rendido a Joaquín CarballoSerantes (Fioravanti), releí parte de un manuscrito suyo queconstituye un verdadero autorretrato: “Escribir o hablar de de-porte es mi profesión. Al deporte le debo los viajes, el conoci-miento de miles de personas y cuanto en su derredor se desarro-lla. Lo quise y lo quiero limpio, honesto, altivo, irreprochable”.

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Así era Fioravanti, limpio, honesto, altivo, irreprochable, maes-tro del buen decir, que en sus transmisiones radiales y artículosen la prensa escrita enseñó a muchos el correcto uso del idioma.Y que fue caballero y señor en el más alto sentido de ambosvocablos. Sinceramente, me siento muy honrado por el respaldode esta otra distinción que se me ha conferido.

Cuando hube de titular esta plática, deambulé entre titubeosy reflexiones, desafíos a los que estamos habituados a cadainstante los hombres y mujeres de prensa. Me detuve entoncesante el Estatuto de nuestra academia, en cuyo capítulo referido aFines inaugura el artículo 2 con esta determinación: “Acreditarla función del periodista como agente dinámico de la cultura, eintérprete y orientador de la opinión pública”.

Al evaluar tal incumbencia, como integrante del instituto,torné a una pauta constantemente subrayada por el doctor Enri-que Pichon Rivière; él habló siempre de “ese contraste que mássorprende al médico en el ejercicio de su tarea (a la que compa-raba con la nuestra de periodistas), y consiste en descubrir quenunca se está frente a un hombre aislado, sino ante un emisario;en comprender que el individuo como tal es el portavoz de unasituación protagonizada por miembros de su categoría grupal”.

Considero que no es posible fragmentar al ser humano. Yque no se lo puede desconocer como integrante de grupos socia-les, desde el de la familia nuclear hasta el comunitario, con losque está ligado y comprometido.

Es aquí donde me permití incluir el concepto de empatía,palabra griega que significa sentir dentro, y que sugiere perci-bir, asimismo, lo que el otro siente dentro de sí. El sentir y elpensar no siempre se expresan verbalmente, sino también a tra-vés de lenguajes gestuales, de miradas y hasta de significativosy poblados silencios. Este modo intuitivo del conocimiento delos otros favorece más la comprensión de los fenómenos socia-les que nos atañen.

Cuando medité, finalmente, sobre la presente propuesta, tra-té de no caer en alguno de los tantos ismos, que nos entumecen.

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Dice Ortega y Gasset que “la realidad es aquello con lo que nostopamos. Y si cuando uno topa con una realidad, deja que éstafluya tal cual es y no la simplifica, no la falsea, no la ignora, seencontrará con su plena totalidad”.

El colega Bartolomé de Vedia, en su editorial de la Publica-ción Nº 2 de la Academia, destaca: “La función de los órganosperiodísticos no puede examinarse con un criterio reduccionistay esquemático, despegado del contexto general en el cual sedesenvuelve. Hace falta una visión integral del problema, quetome en cuenta los complejos entramados culturales y sociales,que determinan y condicionan los flujos informativos de estetiempo”. Y más adelante subraya: “La misión del hombre deprensa es poner orden en esa maraña, en la que quedan envuel-tos todas las mañanas lectores, oyentes, televidentes, en suma,el ciudadano, que se despierta con la sensación de que el caudalinformativo se ha convertido en un potro desbocado e indoma-ble”.

Félix Laíño señaló, a su vez, respecto de tal criterio, “lanecesidad de lograr mensajes unívocos, si no queremos sumar-nos a la anarquía cultural en que hemos caído, a consecuenciasdel divorcio entre quienes oyen y miran, frente a los que leen yreflexionan”. Con lo que apuntó al infrecuente hábito de pensarque se constata a diario en amplios sectores de nuestra comuni-dad.

Por todo ello es por lo que he considerado apropiado hablarde empatía.

Asimismo, y dado el inevitable perfil propio adquirido porhaberme desempeñado en el ámbito del deporte desde hace másde cincuenta años (aún lo sigo haciendo), corresponde dar unmarco referencial a esta especialidad periodística.

Antes que hablar de deporte, sugiero enfocar previamenteun tema que está en su raíz: el juego. El juego es tan viejo comola cultura, porque presupone una sociedad humana, aunque losanimales, salvajes o domésticos, no han necesitado que el hom-bre les enseñara a jugar.

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Quizá deba apuntarse una diferencia: en el escenario selvá-tico los cachorros combinan, con sus juegos espontáneos, movi-mientos que denotan la necesidad de aprender a cazar presas o ahuir de los depredadores.

Sin embargo, desde la simple observación puede captarseque tanto los animales salvajes como los domésticos saltan,corren, se exhiben, hacen gala de fuerza y dominio del oponenteen especies de luchas muy elementales, y también pujan enentretenimientos que tienen por objeto mostrarse más flexibles,más ligeros y hasta con mayor capacidad para esconderse el unodel otro. Konrad Lorenz ha hecho el aporte de numerosasconstataciones sobre este tema.

Desde luego que el jugar es algo más que la descripta mani-festación fisiológica. Porque en la especie humana ese juegoencierra un cierto simbolismo y también un sentido de aprendi-zaje.

Algo entra en juego cuando jugamos, lo que nos da unsentido de ocupación vital, acompañado por sentimientos detensión y de alegría. Cabe, empero, formular algunas preguntasque aún no han sido respondidas.

¿Qué se juega cuando se juega?¿Qué está en juego cuando jugamos?¿Qué es ganar?¿Qué se gana cuando ganamos?¿Qué es perder?¿Qué se pierde cuando perdemos?

Si nos dispusiésemos a despejar estos interrogantes, desdela cabal aproximación que se puede lograr en la materia, ten-dríamos que tamizar todo sobre la base de tres valores:

Jugar juntos.Jugar limpio.Respetar las reglas del juego.

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Lo transcripto representa la quintaesencia de la pedagogíadel deporte, que es, a su vez, una verdadera plataforma política.

Resta una pregunta: la Cultura,¿también se juega? Veamoscategorías: el juego puede ser de suerte: baraja, casino, lotería,apuestas; de simulacro: las imitaciones, las máscaras y disfra-ces, el teatro; de vértigo: el alpinismo, los vuelos no mecánicos,el esquí, etcétera.

Pero también hay juegos referidos a posiciones sociales,económicas y políticas. A tal punto se juega a la política, que serepiten sin pausa los cálculos electorales. Es que hay políticosdel azar, de la cifra y de las encuestas que terminan en boca deurna o con la urna en la boca. Como es un albur...

Camino del juego llegamos al deporte, que no es otra cosaque la lisa y llana competencia atlética.

La explosión producida en el pasado siglo por este fenóme-no sociocultural ha impuesto, merced al espíritu mercantilista,el llamado deporte de alta competencia, una de cuyas conse-cuencias son los casi ignorados accidentes emocionales, que sesuperponen con mayor intensidad a los óseos y musculares.

Dichos accidentes emocionales parten de la falsa creenciade que el atleta está condicionado a crecer y a morir de golpe.Crecer de golpe, porque es muy corto el período que lo conducedel juego espontáneo al trabajo deportivo en un gran estadio,con todas las presiones que ello entraña; y morir de golpe,porque no existe una preparación para el momento de su retiro,ni tampoco se lo orienta ni contiene durante su trayectoria, cuandola repentina disponibilidad de dinero lo hace caer en despilfa-rros y desatinos.

Solemos no reparar en el sufrimiento de los deportistas quese hallan próximos al abandono de su actividad, a pesar detantos episodios de desmembración familiar, intentos de suici-dio y sociopatías en que caen luego.

Entre otros factores, que hacen de dicha circunstancia unterreno fértil para favorecer disfunciones de conducta, debemosmencionar el hecho de que se den simultáneamente tres etapas

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en la vida del atleta: la adolescencia, de la que no disfrutadebido a las exigencias que impone el entrenamiento; la juven-tud, porque está en el climax de la mayor producción deportivay profesional; y la adultez, que lo somete a una suerte de jubila-ción prematura, alrededor de los 32 años, y sin saber por quéotro rumbo dirigir sus pasos hacia idénticos o nuevos éxitos.

Si analizamos el promedio de vida actual, advertimos que eldeportista en retiro, que no ha recorrido mucho más que un terciode su camino, se siente marginado, viejo y hasta infecundo.

Deseo ejemplificar con nombres, apellidos y algunas anéc-dotas lo expresado anteriormente.

En cierta ocasión, habiendo él colgado ya los guantes, nosencontramos en Ezeiza. No había cámaras de televisión ni fotó-grafos ni cronistas que interrumpieran su paseo por el aeropuer-to. Era uno más. Ambos nos dirigíamos a diferentes ciudades delos Estados Unidos. Instalados en la aeronave, Carlos Monzónvino a buscarme al cuerpo central de la nave para que lo acom-pañara en primera clase. Cuando estuve a su lado, me sorpren-dió que confesara por primera vez una inquietante necesidad deconversar, cuando había sido siempre parco e introvertido.

“No me siento bien –dijo con una tristeza desconocida enél–, no tengo ganas de vivir más”.

Tras una pausa y a mi propuesta, cambió el plan de viaje ypermaneció conmigo cuatro días en Las Vegas, lo que favorecióun largo diálogo durante el que repasó toda su historia.

Había nacido en un pobre rancho con piso de tierra y enzona inundable. Sobre ese piso, recostada en unas mantas, sumadre lo había parido. Y su padre, que esperaba una “hembra”,se quedó dos días tomando copas con los amigos en un boliche.Recién al tercero se acercó a conocerlo.

De sus posteriores descripciones quedó la certeza de queaquél era una medio ambiente promiscuo, que albergaba alco-hólicos, marginales de todo código y mujeres de mala vida.

La niñez de Carlos Monzón se desarrolló en la extremanecesidad de hasta lo más mínimo, y por eso creció con huesos

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quebradizos por el raquitismo que el hambre había instalado enél desde aquella infancia.

Mientras hablaba, parecía que sus ojos estaban abstraídospor el recuerdo de aquellos momentos penosos, en los que apren-dió, trabajando de lustrador y canillita, cómo lo que se quiere nose pide, se toma por la fuerza. Y cómo los desacuerdos seresuelven en duelos a cuchillo (uno de sus hermanos había muertoen una de esas reyertas).

Cuando intenté retomar el tema de la confesada depresiónque lo envolvía, puso en evidencia que había quedado atrás elparaíso artificial de la fama y que estaba abrumado por el ocio.

¡Ese era su peor adversario!, junto con un doloroso senti-miento de soledad que lo había empujado a las puertas de laenfermedad mental, apenas enmascarada por el alcohol, con elque tampoco podía ahogar a la más temida de las muertes, la delolvido.

Jamás alguien entendió qué era lo que realmente le ocurría,ni ofreció adecuada ayuda...

Para intentar explicarlo, no con metáforas sino con hechosprobados, les narraré dos experiencias. Al ordenar la Justicia sudetención en la cárcel de Batán, lo visité para cumplir mi fun-ción periodística.

No puedo negar que ese encuentro con él, a quien solicita-ron permiso para presenciarlo oficiales superiores de la peniten-ciaría, fue muy tenso y estalló en un torrente emocional genera-do por el propio Monzón.

Cuando me vio entrar se abrazó a mí y comenzó a sollozarde una manera tal que conmovió a todos. Era como una criatu-ra abrazada a un hombre que podía entender sus lágrimas oquizá perdonarlo. En ese momento me venían las imágenes desu descenso de los aviones en el aeropuerto parisino de Orly,donde lo aguardaban siempre decenas de periodistas,camarógrafos y gente del ambiente artístico. Ahora estaba trans-figurado, y aunque no parecía un guiñapo, no estaba muy lejosde serlo.

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Era un día gris y llovía muchísimo. Nos sentamos frente afrente al borde de una ventana, desde la que se veían circuitosde rejas, alambres de púa electrizados y las torretas de vigilan-cia. Mientras trataba de recuperar su respiración entrecortadapor el llanto, le insinué que habíamos vuelto a encontrarnos anteun panorama muy triste. El miró hacia afuera y dijo: “Acá siem-pre es así, aunque ‘haiga’ sol, siempre es así”...

–He visto que en su celda hay muchos rosarios, Biblias,estampas, vidas de santos –y lo miré a los ojos buscando larespuesta, porque yo sabía que era iletrado; apenas un cuartogrado mal hecho y analfabeto por desuso–, ¿usted lee esos li-bros?

–Sí, ahora leo. Me hice traer unos anteojos especiales por-que se me cansa la vista –estaba haciendo malabarismos, por-que había llegado el tiempo de mostrar un orgullo diferente–.¿Se acuerda cuando andábamos por los hoteles de todo el mun-do con el asunto del boxeo, y que siempre en la mesita de luzhabía Biblias –no quiero imaginarme qué habría hecho con esasBiblias escritas en francés, inglés, alemán...–.y que nunca lasleíamos? En cambio ahora rezo la misa todas las noches.

–¿La misa?–Sí. Cuando me acuesto leo dos renglones, pero se me can-

sa la vista; entonces cuento hasta diez y me duermo...No quería confesar que tenía una elemental falta de com-

prensión del texto, lo cual es humanamente entendible; mas elcontar hasta diez, que es lo que hace un árbitro en el ring paradejar a un boxeador fuera de combate, constituye un simbolismoque no necesita explicaciones.

La otra vivencia me la regaló como testimonio el directorde la mencionada cárcel. Su descripción fue la siguiente:

–Usted sabe que el santafecino tiene su celda en un pabe-llón modelo, recién construido, que cuenta con una mesa dematerial con azulejos muy bonitos y un piso de mosaicos quemuchos quisiéramos para nuestras casas. Días pasados estabayo haciendo la recorrida habitual, y al pasar veo que Monzón

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está sentado en el piso, con el plato de comida sobre las pier-nas cruzadas y el vaso de agua al lado. Me extrañó, pero seguíde largo. Aunque no pude contenerme y volví:

–Monzón, ¿por qué no come en esa hermosa mesa que tieney lo hace sentado en el piso?

–Por nada jefe, por nada; no se vaya a creer que estoyhaciendo macanas. ¿Sabe lo que me pasó? Cuando me senté enla mesa me pareció que volvía a ser un pibe y que estaba en elrancho. Entonces toqué los azulejos, que son tan suavecitos, vilos mosaicos, y me quise sentar aquí... Estaba pensando quédistinto habría sido todo si hubiéramos tenido una mesa tanlinda como este piso...

* * * *

Permítanme una disgresión.En pocas semanas va a aparecer un libro titulado Yo soy el

Diego, al que se califica de autobiográfico. En una de sus pági-nas se habrá de leer esta expresión: “La primera pelota que meregalaron fue una Nº 1 de cuero. Tenía tres años y dormí toda lanoche abrazándola”.

¿Recuerdan ustedes que la primera vez que lo sancionaronpor el uso de drogas prohibidas exclamó: “¡Me robaron el ju-guete!”? ¿Y que cuando la norma volvió a caerle encima, porreincidencias, Maradona confesó casi llorando: “Me cortaronlas piernas”? En ninguno de los dos casos faltó a su verdad.

Mas desde entonces, obnubilado por su adicción, es prota-gonista de hechos contradictorios, de desmadres y hasta deincalificables declaraciones sobre personas y hechos.

No hay forma de eludir aquí la incapacidad con que módi-cos comunicadores sociales, cada vez que lo enfrentan, le for-mulan preguntas sobre cosmología, religiones comparadas, po-lítica, biología, medicina, ética y venta de panchos. El descontrola que lo ha elevado ese efímero endiosamiento, que se deslizódesde las tribunas hasta determinados medios de comunicación,

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lo empujó a una inconsciente autodestrucción, que puso en peli-gro su propia vida.

Maradona encontró en el propio ambiente futbolístico laperversa insinuación al hábito de drogarse. Luego lo rodearonlas malas hierbas parásitas que crecen en derredor de los árbolesfrondosos. Por supuesto, nadie tuvo la menor intención de de-cirle al consagrado crack que su psiquis y su corazón estaban apunto de estallar.

El dios-jugador fue considerado mucho mejor que el dios-hombre Maradona, al que nadie dio real cobijo.

Como para abrir un contundente juicio de valor, baste contomar dos datos de la realidad: el periodismo deportivo especia-lizado ha consagrado a este jugador como el deportista del si-glo..., y el doctor René Favaloro apenas, si se llega a tiempo,será considerado el médico del año...

Retomando el hilo de lo anterior, recordemos que GuillermoVilas se unió a los maitines profanos del coro que se integró enaquellos días, lamentando la situación del ex número 10, coneste dicho: “Los deportistas morimos dos veces”, innegable vi-vencia suya luego de haber atravesado por la avenida del éxito,ignorando que aguardaba el crepúsculo. Que no es muerte, sinoconclusión de un ciclo, que puede y debe convertirse en renaci-miento, para lo cual se requiere de un aprendizaje previo.

¿Quién se acercó a Vilas, en algún momento de su carrera,para explicarle que detrás de las tribunas ardientes y obsequio-sas también estaba aguardándolo la vida en plenitud? Porquecuando creyó morir simbólicamente, cuando acallaron los últi-mos aplausos, estaba entero, con futuro, tal como se lo sabeahora en existencia real y total.

Casi al unísono, Juan Martín Látigo Coggi aseguró quequería morir sobre un ring. Señal evidente de que prefería tama-ño fin al de descender por última vez las escalerillas y encon-trarse en el llano, que habrá supuesto algo así como pisar el“hall de la vaciedad”.

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Coggi, en medio de sus explicables contradicciones, buscóqué hacer, y allí está, junto a su familia y con el propósito desubsistir dignamente. Es cierto que al principio lo miraron consorpresa debido a sus declaraciones, pero después llegó la indi-ferencia. A ellas contribuyó un manager-promotor que, tras ex-plicarle al respetable público que él entrega todos sus esfuerzospor cada pupilo, agregó: “Cuando pasa el tiempo, si los encuen-tro por la calle los saludo como un padre”...

No deseo poner el acento sobre la explotación malsana quese hace de estas calamidades por razones más que obvias. No esésta la noche adecuada para ello.

Pero como soy un caminante y sé que los dislates nos aco-san, quiero contarles que resuena en mi oído un pregón escu-chado en el barrio de Palermo antes de llegarme hasta estelugar. Alguien gritaba: “¡Para la cartera de la dama y el bolsillodel caballero!”...

Les confieso que imaginé que había vuelto la venta calleje-ra de peines o portadocumentos. Pero el pregonero me dejópasmado con el completamiento de su oferta, que era la siguien-te: “¡Estampitas de Rodrigo, $ 2; bendecidas por la madre, $4!”, y se mezcló entre la gente reforzando la oferta con auguriosde buenaventura.

* * * *

Como provengo del medio audiovisual, en el que me des-empeño desde hace muchos años, debo asumir que la TV tienedeterminadas cargas insoslayables respecto de lo que acabo deseñalar. Sé que el foco de atención de todos se acaba de deposi-tar en este instante ante esa pantalla tan seductora y tanmalquerida a la vez que moviliza muchas pasiones y aportaescasos temas ponderables, que nos envuelve en lugares comu-nes y nos tienta, intentando convertirnos en meros espectadorespasivos, despreocupándose de lo alienante de sus mensajes ymetamensajes.

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Un psiquiatra francés ha expresado que las enfermedadesmentales del siglo XX, que desgraciadamente van en aumento,se manifiestan más que en ningún otro sitio en el medioaudiovisual.

Lo paradójico es que la TV, constante emisora de estímu-los, constituye potencialmente un formidable instrumento cultu-ral. Se quiera admitir o no, ella irrumpe en la capacitación comoen todo lo demás del quehacer humano, pero pocas veces lohace con la intencionalidad pedagógica, aunque sea de segundogrado, que es lo que corresponde.

Si convenimos con Julio César Lavaké, que el fin de laeducación es personalizar, es decir, que el hombre sea, antetodo, más en sí, más desde sí, con mayor autoconciencia, conmás autocontrol y, por lo tanto, más dueño de su libertad, duda-mos de que la TV tenga en cuenta al hombre esencial. Menos enestos días, en que está llegando a fronteras imprevistas de des-calabro.

A algunos responsables de las programaciones, lo masivodel público parecería exigirles menos nivel y menos profundi-dad. No advierten que la desesperación, muchas veces ciega dellogro comercial asociado con el rating, achata a la audiencia aniveles de medianía.

* * * *

Espero no pecar de reiterativo al unir otra vez mis palabrascon la filosofía. Hablando de valores, Platón dejó un mensaje deuna validez incontrastable; él afirmó que la idea del bien es laidea suprema, la idea de las ideas. ¿Quién se ha detenido adiscurrir, desde el nivel gerencial, si a la gente hay que brindar-le lo que necesita y merece o lo que puede consumir atada a esatelaraña de forzosidad que la envuelve?

Quiero afirmarlo rotundamente: la TV debería estar consti-tuida por ideas más imágenes. Y, si es posible, por la idea de lasideas. De lo contrario, sólo será una caricatura del pensamiento.

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El periodismo impreso conoce los dichos de los hombres deciencia, que señalan que el mundo es una empresa inconclusa.Y lo tiene en cuenta. También coincide en que las personasdeben recibir, cada día, un conocimiento racional constituidopor conceptos, juicios y razonamientos y no por sensaciones eimágenes distorsionadoras. La identidad del diario se sostiene alofrecer la posibilidad de relectura y de refugio, para aquellosque no han querido someterse a la dictadura de una pantallaelectrónica, que no satisface la sustancia espiritual del ser, salvoen contadas excepciones.

* * * *

Aunque en nuestra academia la fuente del buen humor des-borda con el talento creativo de Bernardo Ezequiel Koremblit yJuan Carlos Colombres, me permitiría estos apuntes risueños.No sé si todos coincidirán en que en ciertos medios audiovisualesy orales se ha integrado una zoología de advenedizos mentales.Hace tiempo que me permití imaginar que estamparía en lafrente de cada uno de los improvisados, que ni comunican nison sociales, esta antigua frase: “La sabiduría me persigue, peroyo soy más rápido”.

Y como uno, al fin y al cabo, también es televidente, apro-vecharía para repetir una ironía que se acuñó hace un tiempo:“Hay tres actividades que cualquiera puede desarrollar sin apren-dizaje ni vocación: televisión, periodismo y equitación... ¡Claro,sólo el caballo puede defenderse!”

Y a ciertos movileros que circulan por las calles con susequipos conectados a radios y televisoras les obsequiaría esteespejo.

Supongamos que esta mañana Dios acaba de entregar a Moi-sés los diez mandamientos. Cuando el anciano profeta hebreobaja de la montaña, se arremolinan en su derredor loscomunicadores sociales forzando una conferencia de prensa.Luego cada uno, con gran ansiedad y cara de estar de vuelta de

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todo sin haber ido a ninguna parte, exclamará ante sus audien-cias televisivas y radiales, más o menos lo siguiente: “Informoen primicia exclusiva (¡aclaro que somos el único medio pre-sente!), que Moisés acaba de retornar del Monte Sinaí con diezmandamientos de Dios, de los cuales, a mi criterio, los dos másimportantes son ...”

* * * *

Con el perdón de ustedes, deseo confesarles que tengo pre-sente un brevísimo diálogo, casi sin palabras, que solíamos sos-tener con don Félix Laíño cada vez que nos cruzábamos, fueraen un estudio de televisión, en el pasillo de una emisora radial oen una calle. Al darnos cuenta de que íbamos aproximándonos,los dos levantábamos el dedo índice de la mano derecha y alestar cara a cara era él quien preguntaba: “¿Seguimos de acuer-do, verdad?” Y tras mi respuesta afirmativa continuábamos nues-tro camino.

Desde luego que teníamos nuestros diálogos, pero el juegoera abreviado cuando el tiempo nos apremiaba. ¿Qué queríadecir esto?, pues algo muy simple; en cierta oportunidad, duran-te una mesa redonda, sólo los dos coincidimos en que los perio-distas debemos ser militantes de la cultura, la libertad y la ética.Y digo nosotros dos porque había otros que no pensaban igual.Sigo coincidiendo con el maestro.

* * * *

Deseo que haya mucho más ejercicio de la empatía en nues-tro turbulento país, porque hay una razón que olvidé expresar:no puede haber empatía ni diálogo si no estamos dispuestos aello con amor, la más importante de las sustancias nutricias, laúnica que puede rescatar a la humanidad del despeñadero total.

No me opongo al constante desarrollo ya formidable de laciencia y la tecnología; tampoco cuestiono a los astronautas y a

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los cibernautas, aunque creo que lo que más necesita el mundoson intranautas.

Que queden como presente dos pensamientos. El de Miguelde Unamuno que expresó: “No vendo harina, reparto levadura”.

Y otro de Gibran Khalil Gibran: “Aún hay una tierra desco-nocida que debemos explorar, la vida de relación...”

PÁGINAS DE MI ARCHIVO (I)

Ocurrió en un tiempo vertiginoso, tanto de cosas como desituaciones imprevistas. Primero la convocatoria de una edito-rial francesa que me solicitaba una biografía de Carlos Monzón,que luego se convertiría en un film. El plazo dado fue exiguo, yla demanda llegó con rótulo de urgente.

Me propuse planteárselo al propio ex campeón, quien acep-tó con muy buen ánimo, así como la condición de grabar loslargos diálogos, para que fuesen su propia voz, modo y expe-riencia las que se transcribieran textualmente.

Jamás imaginé que la vida de mi interlocutor se convirtiera,poco después, en una mancha escarlata sobre la ruta. Ocurrió el8 de enero de 1995, días después de que se interrumpió la tareaque habríamos de retomar en febrero.

Supe que conducía a peligrosa velocidad. Supe que volvíade un asado y estaba alcoholizado. Supe que se calificó el hechocomo uno más del camino cuando se lo transita con impruden-cia. Pero me quedaron grabados ciertos preocupantes gestos su-yos, y ese peculiar lenguaje no verbal que cada uno tiene. Tam-bién recuerdo su abrumado perfil depresivo, todo lo cual dejólatiendo en quien esto escribe una duda: ¿querría seguir vivien-do o eligió irse así...?

El punto del párrafo final del Primer round simboliza elsilencio que cayó después de quedar trunco todo lo intentado ydicho.

Fue escrita a propósito de una solicitud que me hicieranllegar, oportunamente, médicos, colegas, dirigentes y personasdel ámbito deportivo marplatense. Tal era la preocupación porel ex campeón mundial Ubaldo Sacco (h.), ídolo local conocido

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por el apelativo Uby, cuya vida se iba despedazando por eldespeñadero sin regreso de la drogadicción.

Respondí con el conocido estilo de “Carta abierta a.”.. y porla profunda pena de comprobar ese deterioro cada vez mayor dequien originó la propuesta. Del texto se desprende el estadoemocional con que fue escrita.

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PRELIMINAR DE EL LIBRO DE MONZÓN

El hombre tiene distintos planos de interioridad. El primeroes el nivel orgánico, de funcionamiento fisiológico. El segundo,de mayor hondura, es el del sentimiento, que frecuentemente sedesestabiliza afectando al anterior o viceversa. El tercero es elnivel del propio pensamiento. Y hay un cuarto, más profundoaun, conjugado con la identidad, que no es meramente identidaddel cuerpo, sentimiento o pensamiento, sino de la persona comonúcleo central de todo.

Estamos hablando de lo que la filosofía ha denominadomismidad, intrincado laberinto que muchas veces el propio indivi-duo no puede o no quiere escudriñar. Ello se debe a que talesniveles no alcanzan un óptimo funcionamiento. Y puede enten-derse que influyen, asimismo, falencias o carencias físicas, psí-quicas o mentales. Ese individuo, en más de una ocasión semaneja desde el ángulo de lo operativo concreto, que le permitevivir el hoy sin poder vislumbrar el mañana. Los antiguosinterrogantes quién soy, de dónde vengo y adónde voy repre-sentan todavía un vallado insalvable para gran parte de los com-ponentes del heterogéneo consorcio que llamamos humanidad.

No es de extrañar, pues, que si un libro intenta describir eluniverso caracterológico de una figura tan popular como contro-vertida, sólo guarde, en apariencia, el hilván coherente que lepresta su propia encuadernación.

Es que el hombre y, en consecuencia, su vida, suelen cons-tituir un manojo de contradicciones, cuya causalidad excepcio-nalmente salta a la luz.

No obstante, cada una de las expresiones transcriptas hasido engarzada en derredor de los dichos y hechos –y, según esobvio, de la personal óptica– de quien encarnó a uno de loscontemporáneos dioses del estadio, el ex campeón mundial de

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peso mediano. Un moderno Atila dentro y fuera de esa verdade-ra jaula sin puerta de escape que es el ring.

Antes de cederle la palabra a quien le pertenece, deseamosrememorar dos hechos más que anecdóticos.

Caminábamos juntos una tarde por las soleadas calles de laciudad de Pergamino, en la provincia de Buenos Aires. Nuestroandar era lento, porque el corazón de don Luis Angel Firpo,fatigado ya, así lo imponía. Hablábamos del boxeo del país, yde algunos de sus cultores que habían alcanzado cierta notorie-dad en ese momento. El Toro Salvaje de las Pampas, protago-nista junto a Jack Dempsey de la primera Pelea del Siglo, allápor l923 (luego los promotores descubrieron que para atraparcrédulos hay que organizar una pelea del siglo por mes), hizo unalto. Tras apoyar su manaza derecha en mi hombro, me sorpren-dió con esta premonición: “Mirá, estoy seguro de que cualquierdía va a aparecer un muchacho del interior, con tez mate y pelorenegrido como los indios, cuya fuerza lo va a llevar muy lejos.Tendrá puños de acero, mucha personalidad y, aunque será hos-co y de temperamento áspero, el éxito lo acompañará por todaspartes”.

Sin saberlo, aquel costilludo hombrón proyectó en su men-te, en clara prefiguración, color más, color menos, el perfil deMonzón. Aunque no vivió tanto como para comprobarlo y pas-marse.

El segundo apunte corresponde a un riguroso estudio histó-rico que el padre Guillermo Furlong recogió, a su vez, de anti-guos cronistas de su propia orden jesuítica.

Detalla la sorprendente descripción: “Pocos son los juegosque han tenido los indios mocovíes asentados en lo que fueraterritorio de la actual provincia de Santa Fe. El más célebre hasido el de los puñetes, que con razón se puede llamar duelo opelea, porque se desafiaban dos solos o una parte de la rancheríacon la otra, para darse de puñetazos. Provocábanse con las cor-netas, y a su sonido salían con enorme algazara; luego, formán-dose en dos filas contrarias empezaban a agredirse con gran

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barbaridad, pero también con destreza, la que consistía en tirar alastimarse los rostros y cabezas, y evitar, a su vez, los golpes.No se ven ciertamente mejores entradas y defensas en la esgri-ma de avezados espadachines que las que se ven en el rápidojuego de sus brazos y ágil flexión de sus cuerpos para herir y noser heridos”.

Por rara coincidencia de circunstancias, Monzón nació en elbarrio “La Flecha”, en San Javier, provincia de Santa Fe.

Primavera de 1994

PRIMER ROUND¿Popularidad?... Eso esla gloria en centavos.

V. HUGO

El vehículo que me trasladó hasta el centro turístico y gre-mial que la Unión del Personal Civil de la Nación posee en laprovincia de Santa Fe detiene el motor. En la guardia me confir-man la entrevista, señalándome un bungalow cercano al portónde entrada. Su ocupante goza, desde mediados de 1993, de ladispensa de una libertad recortada. De lunes a viernes sale delpenal de Las Flores a las 10 de la mañana, y debe regresar a las7 de la tarde para pernoctar adentro. Los sábados y domingosqueda exento de tal obligación.

–A pesar de las apariencias, no me siento libre. Estoy agra-decido al juez que desde hace un año me permite venir acá yentrenar a los pibes. Pero sentir cada vez que entro y salgo enlos oídos y en la cabeza el refregón de las cerraduras y elretumbe de las rejas es algo que no banco. ¡Y todavía me faltandoce meses para la condicional! Es como seguir en la gayola.

Está pesando 93 kilos, 20 por encima del límite obligadodurante el tiempo en que boxeaba. De aquella figura arroganteque continuó manteniendo después queda poco. Ya no es elatleta profesional que caminaba envuelto en su dilatada burbujade fama, que parecía desplazar el aire a su paso. Desde luego,su robustez sigue latente y quedan trazos del distante daguerro-tipo.

–El tiempo no pasa en balde, hermano. Ayer cumplí 52años, parece mentira. Todo fue un sueño.

–¿O una pesadilla?–Las dos cosas.Habla prensando las palabras. Y ante cada interrogante, por

liviano que resulte, se repliega hacia adentro, midiendo sus res-puestas. Aferrado al innegable sesgo de desconfianza que cons-

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tantemente puso de manifiesto frente a cualquier interlocutorincisivo. Es que, en general, sus vinculaciones con la opiniónpública a través de los medios de comunicación lo incomoda-ban. ¿Por qué?

–Siempre buscaron lo negativo. Jamás recibí el apoyo quelos deportistas necesitamos. Ni en las ocasiones en que más loesperaba; especialmente al empezar. Si hasta el público no sa-caba entradas, porque los de “la cátedra” anunciaban mi de-rrota o criticaban mi estilo. Yo progresaba, aprendía, ganaba ytodos parecían mirar al otro rincón. Hasta cuando estaba enRoma para combatir con Benvenutti por el título, ninguno dabani medio centavo por Monzón. De haberles hecho caso, nuncahubiese logrado un triunfo. Suerte que yo me tenía fe, unaconfianza bárbara. ¡Los jodí a todos!

–¿Sentías que peleabas contra el gremio?–Yo pelié siempre contra todos. Desde pibe.–¿Te pasó lo mismo con la gente?-–gual. En un momento llegué a darme cuenta de que eran

todos unos resentidos. Es increíble que esto me pasara acá, enmi propio pago. Supongo que muchos pensarían: “¿Cómo esenegro, que nació en un rancho de mierda, se pasea con autosúltimo modelo, oliendo a perfume importado, bien empilchadoy con peinado de peluquería fina?” Sí, era envidia, la envidiade los boludos.

–¿No creés que estas cosas son fruto del vertiginoso saltodel anonimato a la popularidad?

–Bah, la popularidad; qué lindo cuento.-Supongo que ella te ayudó a que se abrieran puertas, ¿o

no?–Gracias a mi laburo lo conseguí. Nadie me regaló ni la

punta de un lápiz. Claro, después que llegué a campeón delmundo llovía de todo.

–¿Pudiste cosechar buenos amigos?–¿Entre los cronistas?–Si querés, sigamos con ese tema.

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–Yo me dedicaba a mi negocio y ellos al suyo. Nunca memetí con nadie. No digo que todos, pero ¡cuánto tuve que rom-perme para que me elogiaran! Estuve obligado a ganar dosveces cada pelea: primero al ñato que tenía enfrente, y despuésa ellos. Fue duro. Tampoco niego que me alabaron, pero meacuerdo de los que sólo hablaban y escribían mentiras y roña.La publicidad más grande vino con los escándalos, los líos conla policía por pavadas, o mis relaciones y peleas con las muje-res. ¡Entonces sí que le daban a la matraca con los micrófonos!Nunca ganaron tanto a costa de mi apellido. Todavía hoy de-ben andar escondidos por ahí como cirujas, revolviendo basu-ra. Deben ser los mismos que me paraban para preguntarmecuántas veces estuve en cana y yo los mandaba a la mierda.

–Y de los amigos, ¿qué?–Amigos..., ¡las pelotas!–¿Quedan dos o tres?–Sí, unos pocos.–¿Motivos?Tras una breve pausa, entonó la conocida estrofa de cierto

tango alegórico: “Con los amigos, que el oro me produjo...”Igualé el silencio, observando su semblante. Fue cuando mevino a la mente una frase de Southey, el poeta inglés: “Losvencidos no tienen amigos”. Asimismo, reaparecieron en mipantalla mental las primeras impresiones recogidas al llegar allugar. Iba a golpear a la puerta de acceso a la vivienda, cuandosurgió del interior alguien que me dijo: “Hola, yo también soyMonzón”. Luego me enteré de que, efectivamente, se trataba deReinaldo, uno de sus quince hermanos. En segundos asomóAbel, hijo del otrora rey de “pugilandia”. Con 27 años cum-plidos, permanece al lado del padre, como desde pequeño. Mástarde alguien sopló que se ha separado, dejando de lado a sucompañera con una hija. A esto se reduce el grupo permanentede acompañantes en el bungalow. Finalmente apareció nuestrohombre. Pero para atender con presteza una llamada telefónica y

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saludar minutos después. Se notaba que la siesta lo tenía atrapa-do con toda su pesadez.

–¿No te venían a visitar tantos amigos?–¿Tantos? Me sobran los dedos de una mano; se acabaron

los amigos. Algunos se borraron de a poco, especialmente losque se “olvidaron” facturas varias sin pagar. Ni falta el caretaque me está debiendo favores muy pero muy importantes y sehizo humo.

Destaca esto último poniendo en movimiento su enormepotencial de excitación. Aunque el tono no es amenazante, sepuede apreciar que continúan sangrando ciertas mordeduras quelo han desgarrado. Y aun cuando habitualmente no tenga repa-ros, si le viene en ganas soltar la lengua, oculta apellidos sinformular denuncias, a pesar del microclima de confianza en quepermanecemos.

–¿Y tu fortuna? ¿Te queda dinero?Su teclado emocional es angosto. Lo sé desde que lo conoz-

co. Pero algo lo ha sacudido al plantearse este tema. Es como silas sombras del crepúsculo hubiesen caído sobre su rostro. Enese momento, la intromisión acústica aumenta. Son voces fuer-tes que proviene del exterior, demasiado estentóreas, de hom-bres que cruzan saludos y comentarios del momento a gritos.Esta vez la voz de Monzón, queda, de tono inusual en él, res-ponde; o, quizá, con vergüenza, hace un balance que lo lleva achocar con la realidad descarnada que se avecina.

–No me queda ni un mango, estoy en la ruina. Entre eljuicio, costas, gastos y demandas de la familia de Alicia, mevaciaron.

–¿Se llevaron también tus sueños?–No todos. Mi ilusión es irme de aquí y comprar una casita

en Buenos Aires, en el barrio de San Isidro, que tanto me gusta.Y vivir en paz.

–¿Cuál es la preocupación que te acucia ahora, hoy?–Dos: recuperar la libertad total y ver a Maximiliano, que

tiene el bocho lleno de malos pensamientos contra mí, porque

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alguien, que ya me imagino quién es, se los metió. Quisieraabrazarlo, hablarle, decirle que lo quiero mucho, que no soy unasesino, a pesar del fallo de la Justicia y de lo que dijeron loscharlatanes, incluso antes de que el tribunal me condenara.

Vuelve a caer en un mutismo total que debo respetar. Antemis ojos torna a presentarse el ser taciturno al que traté en lacárcel. El que deberá admitir, así lo haga sólo ante su concien-cia, que quienes han seguido su deambular por ciertos callejo-nes oscuros están convencidos de que fue tan preciso con elpuño como errático con el pie. De repente se reincorpora yexplica:

–Esos gritos de afuera son de los muchachos que ya llega-ron, mis ayudantes. ¿Vamos a conocer el gimnasio?

El súbito cambio lleva a una comprobación que se lee en sucara, que no parece la cara de luna de los que exhiben sobrepeso,sino que más bien luce hinchada. Ese pasado de muerte loacompañará mientras viva. Lo verá reflejado en el rostro y lamirada de ese preadolescente de doce años (el hijo que tuvo conAlicia Muñiz), que no desea ni volver a verlo, y que ha manifes-tado rechazarlo como padre. El lo sabe, por eso Maximiliano seha convertido en su inquietante obsesión. Si lograra recuperarese afecto, siquiera en parte, quizá su futuro tendría otras pers-pectivas. Tomando conciencia de esas nubes oscuras que flotandentro de su psiquis, y que no se pueden combatir con los puñosenguantados sino de otro modo, prefiere congelar las imágenesque lo trastornan. Da saltos hacia atrás, en claro proceso deregresión, borra varias etapas (o cree disiparlas) y se afloja. Deallí que tratara de cortar los hilos envolventes de los negrospensamientos en que estaba sumergido. ¿Con qué propósito?Estar cerca del ring; el único sitio que, vaya paradoja, le prestóseguridad.

En camino hacia la sala de entrenamiento, reencuentro ados ex púgiles, Daniel González y Jacinto Fernández, buenosdeportistas otrora, excelentes personas hoy. El primero, a quienllevó en su equipo como sparring, es muy apreciado por Monzón.

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Se afana entonces, con ademanes y tono de jefe del plantel,por elogiar las instalaciones; detalla lo práctico de cada aparatoy cuenta que tiene unos veinte pupilos, pero que en el veranoserán cuarenta o cincuenta. Se siente importante entre esas pare-des y lanza algunos de sus directos al mentón, en ensayoteatralizado, ante un chiquilín que también acaricia sueños, vayauno a saber si muy distintos de los de su mentado directortécnico. Ese aspirante, de apenas unos catorce años, es compara-ble a un espejo. Monzón lo está mirando como si se reflejara enél.

–¿Qué ves en él?–Me veo yo. Tendrá más o menos la edad que yo tenía

cuando tiré las primeras piñas en un club de barrio, el Depor-tivo Cochabamba. Hasta es igual en la manera de quedarseclavado con esa mirada fija y hablar poco.

–¿Eras realmente así?–Venga, vayamos más lejos: no, este pibe tiene pinta de ser

feliz, de no saber qué es el hambre, ni el frío, ni la falta dedescanso. Mi familia era distinta; vivíamos en la miseria, perole aclaro que nunca pedimos limosna, porque no tendríamosdónde caernos muertos, pero sobraba el orgullo. Ibamos alaburar de cualquier cosa, aunque pasáramos las de Caín, comoyo las pasé. No me gusta volver a lo que la gente ya sabe, noquiero parecer un llorón. Menos ahora. Pienso que decir laverdad no es malo, por lo menos para los demás. Nací en unrancho de adobe, con techo de paja y piso de tierra. Sobre esepiso de tierra, el 7 de agosto del ’42 tiraron una cobija dondese acostó mi vieja, y allí me parió. Ella contó que llovía y habíapeligro de inundación. Pero no sucedió nada grave. ¡Es que nome podían esperar con tanto barullo, ¿no?! Bueno, si el aguanos tapaba, a lo mejor salía nadador y no boxeador.

–¿Contó tu madre algunas otras cosas?–La pobre vieja, que tanto sufrió –Dios la tenga en la glo-

ria-, vivía a los sustos conmigo. No tanto porque de grandecito

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fuera vago y peleador como los más reos, sino porque a los tresaños casi no hablaba, y ella creía que había nacido mudo.Después se dio cuenta de que era un tipo de pocas palabras ypocas pulgas.

–¿Intuyó tu futuro como Firpo?–Nunca. ¡Si al enterarse de que yo iba a entrenarme puso

el grito en el cielo! Por eso, cuando usted me contó la anécdotadel Toro Salvaje de las Pampas se me cayeron las lágrimas. Meemocionó que un hombre de su prestigio, sin saber si ese mu-chacho con “pinta de indio” siquiera había nacido, me soñaradesde antes. Otros, ni viéndome pelear y voltear a tantos muñe-cos hablaron como él sobre lo que yo llegaría a ser.

Lo veo entre las cuerdas de ese ring, de extraña conformaciónhexagonal impuesta por unas columnas que hay en medio de lasala, e imagino que nuestras memorias están funcionando enparalelo, rescatando capítulos irrepetibles e inmodificables desu biografía. No sé si lo abraza la nostalgia común a los que hanatravesado por ese paraíso artificial de la fama. Percibo en éluna nueva emoción.

–Este ring está pelado, tiene forma de ataúd y hay pocasluces, porque no se necesitan. Aquí yo no podría moverme bien.

–Estás hablando en tiempo condicional pero presente, ¿tediste cuenta?

–Bueno, quise decir que... ¿No hay luminarias ni resplandor?–Y...–¿Que faltan las tribunas y la gente? ¿Y la platea, varias de

cuyas butacas han quedado vacías para siempre?–Sí, todo eso se extraña, no lo voy a negar. Pero ya pasó,

no se vuelve. Se acabaron los guantes, los rivales y el amontona-miento de público.

–¿Te considerás un solitario?–Esa pregunta viene bien. Recién hablábamos de la gente;

cuando era figura, una parte mía era feliz, y mi otro yo, no. Poreso andaba rajando por los pasillos. Cuando llegaba al estadioen las noches de actuación, corría a los camarines; después,

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cuando me llamaban me apuraba a subir al ring. En el rincónsólo quería que los bollos empezaran y terminaran cuanto an-tes. Pensaba escaparme enseguida de todo eso para encontrarmecon mi gente y compartir tranquilo una buena comida. Hay queser falso para tener muchos giles alrededor y gastar tiempo ensaluditos de compromiso. Me daba bronca, no quería engrupirlos.Es cierto que acepté posar en avisos comerciales y trabajé encine, pero esa costumbre de la farándula, como la nombran, noera para mí. Me decían que era bueno para los artistas. Yo noera un artista, no lo soy ni me creo eso.

–¿Que hacías con el tiempo sobrante?–Cuando colgué los guantes fue el problema. Mientras viví

acompañado, no me preocupaba tanto, pero al quedar solo sí.Aprovecho y revivo una situación compartida por casualidad

y que, en este punto, vale la pena repasar. Lo encontré en elAeropuerto Internacional de Ezeiza acompañado por su repre-sentante de entonces, José Steimberg. A mí me llevaba laresponsabilidad de efectuar una transmisión satelital desde LasVegas hacia la Argentina. Ellos iban en el mismo vuelo, pero sedirigían a Tucson para ver justamente la confrontación de Da-niel González nada menos que contra Ray “Sugar” Leonard. Enun aparte, Steimberg me confió que veía mal a Carlos y mepidió que conversara con él, que lo orientara. Como nuestroprimer destino era la ciudad de Los Angeles, le hablé propo-niéndole que me acompañara durante tres días en Nevada. Aceptóy mantuvimos largos diálogos sobre los cuales oportunamentevolveremos. Fue en 1979.

–¿Tenés presente aquel hecho?–Por supuesto que sí. La primera pregunta fue la misma

que me tiró hace un rato. La verdad es que me costó contestar-le. Desde que dejé el boxeo no tenía otro laburo ni interés ennada. Vivía de noche. Después apolillaba hasta pasado el me-diodía y arrancaba para un boliche, donde me esperaban unosamigos para jugar a las cartas, comer algo y tomar unos vinos.Vuelta a la catrera y otra vez la noche. Así todos los días.

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También me acuerdo de que usted me empujó para que apro-vechara el tiempo aprendiendo algo. No sabía qué decirle enLas Vegas, pero ahora le explico. Eso siempre me achicó, por-que llegué sólo a tercer grado. Y aunque para los números fuirápido, para el resto, más o menos. Y no es que la vieja no memandara al colegio, al contrario, pero llegó un momento enque tuve que elegir. Entonces el guiso se puso fulero: entretrabajar y estudiar, me quedé con el laburo. A lo mejor erré lamano, pero es que quería ayudar en casa, porque éramos mu-chos y faltaba de todo. Ser canillita y lustra a la vez no medaba tiempo para la recuperación. Además, vivía entre malevosy mujeres de mala vida. Como yo no sentí nunca miedo de nadani nadie, me las rebuscaba cuando las papas quemaban. Perollegó un día en que le contesté a la vieja. Las lenguas largas lehabían llenado la cabeza con chismes de mis andanzas noctur-nas, y por la compañía de locas, chorros y malandrines. Ella mesalió al cruce para protegerme pidiéndome que no saliera másde noche. Entonces le dije: “¡déjeme, vieja, déjeme y no sepreocupe, yo me sé defender, ya soy un hombre!” Tenía pocomás de 13 años, y juro que era un hombre, bien macho.

Reflexiones para después del gong

Desde la niñez, Monzón, quizá no por propia decisión odeseo, ha salido de quicio quedando librado a su buena o malasuerte, lo que no me parece válido confundir con el libre al-bedrío. Analicemos esta historia.

Imagine el lector que un anciano ha caído en la calle y queun joven se apresura a ayudarlo. Esa voluntad de auxilio puedeobedecer a dos motivos. Es posible que uno de los propósitosdel acto sea simplemente socorrer al accidentado o bien que elprotagonista desee acumular méritos por la buena acción. Porregla general intervienen ambas razones. Supongamos ahora quela ayuda no llegó a concretarse. El joven percibirá cierta inquie-

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tud. Se preguntará, recordando al anciano, cómo se las arregló ysi habrá podido llegar a su casa. Desde otro ángulo, sufrirá porno cumplir con la buena acción y se hará reproches, o tratará deencontrar justificativos. Sea como fuere, tales pensamientos gi-rarán en torno de su propia persona. O sea que el objeto real desus esfuerzos fue y sigue siendo el mismo de antes: su amadoyo.

Fritz Kunkel, conocido caracterólogo, nos trajo del brazohasta este punto.

Los que conocen a los cultores del duro oficio por el quepasó el héroe o antihéroe del presente relato saben que los boxea-dores transcurren sus años activos como si estuviesen fuera desí constantemente, desplazándose hacia lo exterior. Esa es lafachada o máscara. He conocido a docenas de ellos que, por logeneral, están parados sobre el flujo y reflujo de la marea inte-rior. “Allí es donde el monarca –afirma el autor mencionadolíneas arriba– no tolera réplicas ni correcciones, pues está en-vuelto en su egocentrismo, tieso, incapaz de adaptarse ni decidiremprender su crecimiento”.

Estos gladiadores, que volvieron a asomar en el mundo des-de el siglo XVIII, suelen vivir en la tormenta de una dudacrucial: oculto tras el deseo de “llegar arriba” se halla el miedode “hallarse abajo”, donde generalmente ya se estuvo. Eso es loque a tantos de ellos torna agrios. Como si cada mañana partie-sen en forma tempestuosa en una cruzada personal contra elresto de la humanidad. La desenfrenada carrera de los ídolossuele ser de tal jaez. Desde luego que el origen, la cuna, muchotiene que ver con ello.

En fin, hemos disputado con Carlos Monzón el primero delos diez rounds a que se ha estipulado este match. Y ya seadvierte la presencia de todos los condimentos agridulces quecontiene la novela humana.

PÁGINAS DE MI ARCHIVO (II)

La siguiente nota fue escrita en respuesta a una solicitudque me hicieron llegar médicos, colegas, dirigentes y otras per-sonas amigas del ámbito deportivo marplatense, que compartíanuna honda preocupación por el ex campeón mundial UbaldoSacco (h), ídolo local conocido por el apelativo de Uby, cuyavida se iba despedazando por el despeñadero sin regreso de ladrogadicción.

Por la profunda pena experimentada al comprobar ese dete-rioro cada vez mayor de quien originó la propuesta, me vi lleva-do a utilizar en ella el conocido estilo de “Carta abierta a...” Deltexto, además, se desprende el estado emocional con que se laredactó.

LOS GOZOS Y LAS SOMBRAS(UBY SACCO)

La fiebre no es una enfermedad, sino el síntoma de unaenfermedad.

Lo mismo sucede con la adicción a los narcóticos.La drogadependencia constituye el índice revelador de un

trastorno de origen psicológico, y no un mal orgánico, comoerróneamente se supone. Es infrecuente, por otra parte, que secomprenda que el drogadicto es un ser sufriente, torturado, quevive hundiéndose en un pantano del que quisiera salir pero nopuede. Y que cada mañana renueva sus promesas de iniciar unnuevo proyecto vital, o de retomar caminos inexplicablementeabandonados, para quedar atrapado, horas después, en la pringosatelaraña de ese paraíso artificial por el que maquinalmente tran-sita, envuelto en una nebulosa que le impide ver con la anheladaclaridad.

Valga el exordio para la imprescindible aclaración concep-tual.

Pero el prólogo sólo será cabal si se admite la siguienteconfidencia, que brota del más profundo sentimiento, de la raízmisma de la vocación profesional.

Abordar, con nombre y apellido, esta delicada cuestión nome hace perder la conciencia de que el periodista debe detenersu paso ante el umbral de la intimidad de aquellos de quienes seocupa.

Porque es falsa la folklórica afirmación que pretende que“la vida privada de una persona pública, también es pública”.Larvado criterio que alimenta a los perversos amarillismos desiempre.

Estas respetuosas líneas encuentran dos razones de ser: una,en el propio Uby, quien lanzó su historia, aun distorsionada y

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contradictoria, a los cuatro vientos; otra, porque llegué perso-nalmente al hartazgo con tanto sensacionalismo subalterno.

Desde la cámara de TV, el micrófono y la cuartilla blanca,trincheras impuse cuando lo esgrimen los ganapanes adocenadoso ideólogos a la violeta: a Uby se lo puso en la picota, destacan-do supuestos perfiles que van de la delincuencia al vicio, pasan-do por distintos niveles de degradación.

Uby no encaja en tales adjetivos. Ni los merece.El ex campeón es un muchacho con dificultades.Y por alguien así se debe tener piedad.Además, al afectado hay que tratar de ayudarlo en relación

con su padecer, y no haciendo escarnio de sus procederes con-fusos, sus incoherencias económicas, o difundiendo supuestasprimicias exclusivas respecto de sus actos. Y menos calificán-dolo de mentiroso porque afirmó haber dejado la droga o pro-metió futuros logros, incluidos los del boxeo...

Quien se haya asomado con seriedad a esta compleja pro-blemática sabrá que un adicto no materializa sus expresiones dedeseo, que son generalmente auténticas, porque no están al al-cance de sus inseguras manos de circunstancial discapacitadoemocional.

Que eso es Uby. Un carenciado afectivo. Aunque no lohaya descubierto. Cosa que admitirá en cuanto trate de buscar elporqué de sus inconsecuencias en el plano de los vínculos.

Es obvio que entre estos párrafos hay algunos que se des-prenden de la obligada consulta profesional, que transferimos allector con la mesura y responsabilidad que el tema impone.

En la mayoría de los casos, el drogadicto es una personaportadora de un carácter profundamente alterad,. lo que se debea un desarrollo insuficiente, a la no evolución normal de supersonalidad. En un análisis retrospectivo, seguramente se ad-vertirá en él que no creció avanzando por las pautas de conductaadecuadas a cada edad. Descontado que o tuvo dificultades deaprendizaje o registró problemas de comportamiento en la es-cuela. Desde pequeño exhibió sus desajustes a dos puntas: o fue

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pasivo o fue impulsivo. De allí que arrastre, desde la primerainfancia, heridas que no han cicatrizado y penas que lo acucian.

Posteriormente, esa inmadurez se mostrará en tendenciasnarcisistas (el sujeto busca que todo gire en derredor de él) yautodestructivas (en el fondo, todo drogadicto se está destru-yendo, se está matando lentamente). De allí esa exigencia per-sonal de “vivir el presente” del modo más agradable y relum-brante.

El drama mayor del drogadicto es que no ha logrado descu-brir el sentido de la vida. Por eso, evitar la realidad es unaconstante en él. Porque no tiene capacidad para afrontar tensio-nes y ansiedades, y se refugia en mecanismos de evasión, denegación, de imaginación fantasiosa.

Todas estas características van ratificando lo dicho al co-mienzo: el drogadicto sufre conflictos más profundos de lo quese cree. Por eso, al indagar las causas por las que un chico caeen tan penoso despeñadero, hay que tener en cuenta éstas: a)grupo familiar inestable, que no permite vínculos normales; b)prejuicios de clase y dependencia social; c) carencias afectivas;d) exceso de indulgencias y permisividad en la infancia y ado-lescencia; e) dificultad para hallar una figura parental ideal conla cual identificarse; f) alteraciones psicopatológicas preexistentes(lo que aparece como la gota que rebalsa la copa es la droga,pero debajo de eso hay un colchón de componentes enfermosprevios: ¡ahí está el origen del estigma!).

No deje de subrayarse que, en el mundo actual, de maticestan controvertidos socialmente, se ha desarrollado una filosofíaindividualista, de extremo egoísmo, que sitúa la felicidad en eltriunfo personal, en la huida del dolor. No se apunta a la tras-cendencia y se postergan valores morales y religiosos.

Si la familia es víctima de esas circunstancias, no es deextrañar que se engendren con frecuencia hijos enfermos queapelen, a modo de tangente de fuga, al mísero hábito de ladroga.

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¿Que cuál es el diagnóstico que corresponde a Uby? ¿Ycuál de estas descripciones le va? Unicamente un psiquiatrapodrá dar respuestas en diálogo con él, y tenderle la mano idó-nea de la solidaridad transparente y afirmativa.

Que la policía se quede con lo hecho.Que la Justicia siga trenzando su hilado.La salud provendrá de otra fuente: la medicina especializada.En el corolario, a este hombre a quien conozco de chiquilín

quisiera recordarle un viejo aforismo: “El día en que las desgra-cias hayan aprendido el camino de tu casa, múdate”.

Lo hago para que se vaya de Mar del Plata ahora que eslibre de hacerlo. Siquiera durante el tiempo que demande larecuperación. Que se vaya de la ciudad cuyos callejones másoscuros se han convertido, para él, en un círculo vicioso deocio, vaciedad y recaídas.

Del mismo modo le digo que “conocer las cosas que a unolo hacen desgraciado ya es una especie de felicidad”, especial-mente si uno tiene agallas para tomar distancia de ellas.

Como dice Séneca, “no podemos evitar las pasiones, pero sívencerlas”.

La culpa, Uby, no está en el sentimiento, sino en el consen-timiento. Un boxeador como vos, que alguna vez estuvo contralas cuerdas y supo emerger, puede ganar esta otra pelea...

Sólo hay un remedio para los propios padeceres y errores:reconocerlos. Un paso más allá de ese gesto de grandeza paravos mismo, siempre habrá una verdadera mano amiga y hastaun ámbito adecuado para reflexionar, para salir de esa avenidacrepuscular de las angustias. Quizá sólo te falte querer cambiar.

EL AUTOR

Reconocido periodista del tema deportivo y en especialboxístico, Ulises Barrera es porteño y egresó de la Escuela Su-perior de Periodismo del Instituto Grafotécnico y del InstitutoArgentino de Estudios Sociales (Iades). Discípulo y ayudantedurante doce años del doctor Enrique Pichon Rivière, con quienestudió psicología social, cursó asimismo las carreras de Dere-cho y Sociología, sin haberlas terminado.

Integró las redacciones de los diarios El Mundo y El Siglo yde la revista Mundo Deportivo y colaboró en unos 80 periódicosde distintos lugares del país, así como en varias de las másprestigiosas revistas de esta ciudad. Participó en numerosos pro-gramas radiales y televisivos y dirigió la revista Boxing. Autorjuvenil del libro Puños olímpicos, ya en la madurez se propusoaportar un testimonio esencial acerca de sus vivencias en elmundo del boxeo por medio de un libro sobre Carlos Monzónque hubo de titularse Diez rounds con Monzón, pero que quedóinconcluso debido a la trágica muerte del notable pugilista, yalgunos de cuyos fragmentos se rescatan en esta publicación.

Profesor y director de la Escuela de Periodismo RobertoArlt, Barrera ha ejercido la docencia en el Círculo de la Prensa,en el Círculo de Periodistas Deportivos y en el InstitutoGrafotécnico. Tuvo a su cargo la organización de seminarios enlas universidades nacionales de Tucumán y de Santiago del Es-tero y fue asesor de la Secretaría de Estado del Menor y laFamilia y director general de Asistencia y Promoción de laComunidad de la Municipalidad de Buenos Aires; en la actuali-dad se desempeña como asesor de la Secretaría de Deportes dela Nación. Desde el año pasado es miembro de número de laAcademia Nacional de Periodismo.

ÍNDICE

Discurso del doctor José Claudio Escribano ................... 11Periodismo y empatía ...................................................... 15Páginas de mi Archivo (I) ................................................ 31Preliminar de El libro de Monzón .................................... 33Primer round .................................................................... 37Páginas de mi archivo (II)................................................ 47Los Gozos y las sombras (Uby Sacco) ............................ 49El autor ............................................................................ 53

OTRAS PUBLICACIONES DE LAACADEMIA NACIONAL DE PERIODISMO

• Boletines Nºs 1 a 10 (1997 a 2001)

• Presencia de José Hernández en el PeriodismoArgentino, por Enrique Mario Mayochi, 1998

• Guía Histórica de los Medios Gráficos Argenti-nos en el siglo XIX, 1998

• El Otro Moreno, por Germán Sopeña, 2000

• Orígenes Periodísticos de la Crítica de Arte, porFermín Fèvre, 2001

Se imprimió en Impresiones DunkenM. T. de Alvear 2337 (1122) Buenos Aires

Tel. fax: 4826-0148 y 4826-0141E-mail: [email protected]

Página web: www.dunken.com.arJulio de 2001