trigésimo séptimo número

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TRIGÉSIMO SÉPTIMO NÚMERO | ABRIL 2016 ASÍ VIVIMOS ASÍ GRITAMOS OXXXVIIO

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Así Vivimos y Así Gritamos es una revista de literatura, opinión y filosofía, de tirada mensual nacida en Marzo de 2013. Podéis acercaros a nosotros mediante nuestra página de Facebook: https://www.facebook.com/revistasigritamos/ o a través de nuestra página web: https://revistaasigritamos.blogspot.com.es/. En nuestro correo: [email protected] estaremos encantados de recibir cualquier cosa que queráis dirigirnos, vuestra opinión, vuestras sensaciones, si ha subido el nivel del mar

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Page 1: Trigésimo séptimo número

TRIGÉSIMO SÉPTIMO NÚMERO | ABRIL 2016

ASÍ VIVIMOS

ASÍ GRITAMOS

OXXXVIIO

Page 2: Trigésimo séptimo número

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Revista: Así Vivimos y Así Gritamos

Autores: Carlos Esteban González, Eduardo Gutiérrez Gutiérrez, Ernesto Rodríguez Vicente, Oliver

Marcos Fernández, Unai Rojo Fernández y David Álvarez García.

Colaboradores: Rodrigo Roig Herrero. Agradecimientos a Cesar Idígoras por la donación de varias de sus fotos a esta revista, algunas de las cuales aparecen en el artículo La banca pierde y Al viento del deseo, incluidos en este número, y vistiendo la sección Música de este número.

Abril del 2016 Nº 37 Edición: Carlos Esteban González Portada: Carlos Esteban González: Valladolid sí que es Damasco. Inspirada en la visión producida por la canción Jaula en el pecho, de Amancio Prada. [Carboncillo, bolígrafo y pinturas de madera sobre folio]

Encuéntranos en nuestra página web: www.revistaasigritamos.blogspot.com.es Desde ella también puedes

descargarte tu ejemplar. Para cualquier tipo de acercamiento, o si quieres pasar a formar parte de nuestra revista

como colaborador, estaremos esperándote en nuestra cuenta de correo: [email protected]. La

distribución de esta revista se realiza de forma gratuita a través de estos dos medios de contacto. De igual manera nos podéis encontrar en nuestra nueva página de Facebook https://www.facebook.com/revistasigritamos.

Page 3: Trigésimo séptimo número

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Índice: _

Un poema………….…………………..………………………………………............................................ 4

El problema de la trasparencia….…………………………………...….....…................................. 5

La banca pierde………………………………………………………………............................................ 9

Rober Bolaño o 2666.……............................................................................................... 12

Al viento del deseo.…………………………………………………………………………………………………… 16

Una última vez…………………………………………………………………………………………………………… 19

Secciones _

Tren de sombras……………………………………………………………………………………….…………….... 20

Música............................................................................................................................ 23

Nota del Editor _ Estamos asistiendo a un mundo que fácilmente valdría para pasar la vida

escribiéndolo, pensándolo, naciendo en él y naciendo en él un mundo de uno mismo.

Pero, tras la continua derrota frente a la brevedad del tiempo de vida, humanamente finito,

no es posible sino partir de la certeza de que cada actividad representa un coste, o un

empleo –como prefieran-, de tiempo y que según la naturaleza de las cosas muchas de

esas actividades son excluyentes, y, desde esa certeza, tragar de golpe el suspiro y elegir.

Discernir cuáles ganan, cuales continúan la caída sólo única y unívoca en la acción, que

no puede sino suceder en medio del caos y no puede permanecer sino en la memoria.

Por ello, y desde este alto, no puedo sino volver a tratar de iluminar su mirada

hacia nos y decir, sin temor, que estas rasgaduras de tinta en el papel fueron las mejores

de las interminables luchas que suceden en las cabezas y corazones de mis carnales. Por

mucho que alce la voz lo de afuera, uno no es sino altavoz de sí mismo y quizá nuestro

canto represente hoy más al caballo que a su pasto, al jinete que a su sombra.

Pero no teman, alejarse de la realidad no es sino un imposible, pues de qué más

podría estar hecha una cabeza, un camino, un suspiro. Suelo soldado a cada paso, aliento

y vaivén de costilla.

Así gritan las rasgaduras de la vida de los ganadores del treintaysiete campeonato

a destierro de nuestra muy fiel y muy querida revista.

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UN POEMA por Carlos Esteban González A Vicente Huidobro

No hay más que vida

¿y qué otra cosa puede haber?

No son más que hombres

¿y qué otra cosa pueden ser?

Lo son, lo son, lo son

Lo sé, lo sé, lo sé

….

Poeta, he ahí tu paracaídas, maravilloso como el imán del abismo.

Un mar callado

Una luz roja

Un suspiro acabado

Un acantilado azul

Una nube violeta

Una inhalación rota

Un grano común

Una roca individual

Un corazón esperando

Una escama coloreada

Una estrella ardiendo

Un globo ocular

Un horizonte lejano

Un suelo soportando

Un hombre mirando

Lo son, lo son, lo son

Lo sé, lo sé, lo sé

La representación de un mundo en cada segundo en los que sucede la caída.

El inagotable atraer que la ignorancia trae como libertad de una voluntad que

olvida la necesidad del salto.

La simple calma que deja el conocimiento de que el único poder que queda es el

confuso control de la velocidad y el insano tentar de la idea de cruzar el abismo.

Juguetes de una psique que entretiene su tiempo en maravillarse por el mecanismo

de varillas y tela de su paracaídas.

Silencio del que cree sin sentido su viaje desde el vientre de la madre.

Lo son, lo son, lo son lo sé, lo sé, lo sé

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EL PROBLEMA DE LA TRANSPARENCIA _

por Eduardo Gutiérrez Gutiérrez

En un artículo publicado en el diario El Mundo (08/09/2015) el catedrático en Filosofía

Política Daniel Innerarity introduce el concepto de beatería de la transparencia y... no

sé, me dio que pensar: ¿hay algún peligro en el exceso de transparencia? Yo creo, y no

hago con ello spoiler de las reflexiones aquí argumentadas, que sí. Como dice el propio

Innerarity, es muy posible que un exceso de transparencia provoque "un empobrecimiento

del espacio público". Veamos cómo.

La idea que defiendo en este artículo es la siguiente: El exceso de transparencia en

política es peligroso para la salud democrática en general, y para la salud de nuestro

sistema de gobierno en particular. Los últimos tiempos de la política española vienen

marcados por la exigencia de transparencia en la gestión de lo público; una exigencia que

surge de la protesta popular ante los escándalos de corrupción que salpican por igual a

todos los partidos políticos y que éstos han hecho suya -con ciertas excepciones y vacíos

que no conviene desarrollar ahora-. Los partidos políticos incluyen en sus programas

medidas de transparencia, acaparando este asunto los focos de muchos de los debates

públicos que inundan los medios de comunicación en la actualidad. Pero esta exigencia

de transparencia no debe ser, tal y como creo que está entendiendo la ciudadanía,

absoluta; ni debe tampoco esperarse un informe conciso y detallado de todas y cada una

de las acciones y decisiones que se toman en el gobierno: el Estado debe contar, para

el recto desarrollo de sus asuntos, con una cuota equilibrada de secreto y

transparencia.

Un exceso de transparencia puede derivar, cuando esta idea se convierte en lugar común

de la sociedad -como tantas, tantísimas otras-, en una exigencia ingenua de transparencia:

en prensa rosa, en publicidad de datos innecesarios, superfluos y muchas veces

manipulados que sólo sirven de espesas cortinas de humo con las que aplacar un enfado

cada vez más generalizado y, por suerte para nosotros, organizado. Todo exceso de

información se acaba convirtiendo en desinformación. Para la administración y

gestión de la 'cosa pública' hay que encontrar un equilibrio entre la transparencia y el

secreto; sobre todo cuando entramos en el ámbito de la negociación, donde el secreto se

constituye como táctica. Lo que uno se guarda para sí durante el proceso de negociación

como as en la manga es una forma más de ejercer presión sobre el otro y obtener así, en

la decisión tomada en dicho proceso, una mayor cuota de satisfacción de la preferencia

particular de la que se parte -porque en la negociación, muy al contrario que en la

deliberación, las partes enfrentadas pretenden que su toma de postura, fundada sobre

intereses particulares para el bien común o sobre lo que se considera más óptimo para

éste en función de un enfoque particular, prevalezca sobre la del otro; aunque también sea

posible ceder para formar una decisión 'pseudo-consensuada'. Y por mucho que a los

idealistas modernos les pese la democracia actual tiene más de negociación y mercado

que de deliberación y participación abierta-.

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En la introducción a la obra de Georg Simmel El secreto y las sociedades secretas Daniel

Mundo sostiene la tesis de que: para toda relación es necesario un mínimo de

secretismo. En la relación entre dos individuos se produce un intercambio camuflado de

información acerca de la imagen que se tiene del otro, que nunca equivale a lo que el otro

es, y que construimos en nuestra mente por medio de intuiciones, hipótesis y perjuicios;

por medio de interpretaciones sobre lo que dice y lo que no dice, lo que hace y no hace,

sobre cómo lo dice y cómo lo hace. Lo que se conoce y se ignora de una persona, incluso

de uno mismo cuando se está con esa persona, estimula el mantenimiento del grado de

intensidad de las relaciones sociales. En toda relación íntima o afectiva hay aspectos del

otro y de uno mismo que se ocultan de manera consciente con el objetivo de no revelar

toda la información disponible de una vez y para siempre, agotándose así la relación. Y

la política, y el poder en líneas generales, se constituyen y se hace en la relación.

Vamos a ver brevemente qué tiene Georg Simmel, ese gran y olvidado filósofo alemán

a caballo entre los siglos XIX y XX, que decir acerca del secreto, fenómeno -o mejor

hecho vital- íntimamente vinculado al de la transparencia. Para ello me sirvo de su artículo

de 1903 El secreto y las sociedades secretas.

En las sociedades primitivas, que podríamos representarnos como la infancia de la

humanidad, la mentira tiene una finalidad positiva. La primera organización y

clasificación jerárquica de un grupo se realiza y consolida con la sumisión de los más

débiles frente a los más fuertes, ya sea física o intelectualmente. Entonces la mentira

aparece como medio para situarse en la escala superior del grupo y dominar a los otros;

como mentira impuesta y no descubierta por los otros, sino asumida. La mentira sirve,

sobre todo en grupos reducidos, para el interés y el bien de los menos, mientras que

la verdad sirve al bien y al interés de los muchos; y "de ahí que toda información

tendente a eliminar los engaños de la vida social tenga un carácter marcadamente

democrático". El engaño es mecanismo para la dominación y la obtención del poder por

parte de unos pocos frente a los cuales los engañados forman numerosa mayoría. Las

sociedades democráticas, aquellas que tienden al bien y al interés de la mayoría, son

sociedades en las que el conocimiento obtenido por y para las relaciones sociales, toda la

información que sea útil para el trato y la convivencia social óptima, apunta o aspira al

grado de veracidad más alto -y con ello a la erradicación de la mentira y del engaño-.

La estructura de las relaciones sociales se determina según Simmel a partir de

ambivalencias, debido a la naturaleza dual del hombre, que es ser social pero también ser

individual. Entonces hay fuerzas socializadoras como la concordia o la armonía que, para

desplegar toda su esencia y toda su capacidad de socialización, requieren de distancia y

alejamiento, de las fuerzas individualistas -no por ello no-sociológicas- de la distancia y

la competencia. Al respecto de esto, habíamos visto antes que el conocimiento o la

información que se tiene del otro o que se comparte con el otro acerca del mundo objetivo

es un factor fundamental para las relaciones y para que éstas constituyan grupos humanos;

el lenguaje, por ejemplo, da buena cuenta de este hecho. Aplicando la necesidad de

ambivalencia a este elemento de socialización nos encontramos, siguiendo a Simmel, con

que se precisa de un contenido espiritual y subjetivo compartido con el otro, pero también

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de un contenido, un conocimiento o una información no comunicada al otro que el

otro desconoce. "El valor negativo que, en lo ético, tiene la mentira, no debe engañarnos

sobre su positiva importancia psicológica". Es un medio para ocultarle información al

otro y limitar su conocimiento que sigue las estrategias del secreto y la ocultación.

Para hacer posible la actividad práctica entre sujetos sociales tienen estos que tener

confianza en el otro, en el trabajo futuro del otro y en que este trabajo se realizará de la

mejor forma para satisfacer los fines comunes que se han fijado. Y para que crezca esta

confianza en el otro ha tenido éste que ofrecer una cantidad de información acerca de sí

mismo a medio camino entre el saber y el no-saber -la información necesaria para el

desenvolvimiento de la actividad, ni más ni menos-, dependiendo como dice Simmel del

contexto histórico, de los intereses que unan a los individuos y de sus características y

ocupaciones.

En la modernidad la consolidación objetiva y autónoma que han alcanzado las

instituciones y tradiciones, incluida la opinión pública -aumentando su fiabilidad y

firmeza-, hace que ya no sea necesario conocer aspectos personales del otro para depositar

confianza en su hacer: lo que se pide del otro es un trabajo mecánico y estandarizado, y

como del otro se sabe que cumple una función y que la tiene que cumplir, solamente se

espera que sea capaz de realizarla en el menor tiempo posible con la mayor efectividad.

Las relaciones personales y sociales se han objetivado, despersonalizado, y han adquirido

una racionalidad instrumental, convirtiéndose en relaciones calculables y calculadas,

previstas y automáticas. Los individuos se relacionan en calidad de funciones o, incluso,

de mercancías, pero no de individuos con personalidad.

Cuando el secreto aparece en el seno de un colectivo humano, junto al mundo de lo visible

o de las representaciones compartidas por todos, surge un mundo de lo oculto, de lo que

se mantiene en secreto, que estimula no sólo el crecimiento y desenvolvimiento individual

e interno de los miembros del grupo, sino también la propia vida y la propia actividad

social, constituida por las relaciones entre los individuos -que el secreto, la información

ocultada a los otros, transforma-. El secreto, desde el punto de vista estrictamente

sociológico, tiene neutralidad moral, incluso podría decirse que es positivo, porque

fomenta el desarrollo individual y social de los individuos. No es que el secreto esté

estrechamente vinculado al mal, explica Simmel, sino que el mal está estrechamente

vinculado al secreto; lo que se pretende ocultar suele ser inmoral, perverso y malvado, y

por eso que reciba el rechazo social. Con todo, el secreto -que no la mentira, no deben

confundirse- tiene una utilidad social positiva.

La evolución de las sociedades humanas en su relación con el secreto esconde una idea

paradójica, indica Simmel, según la cual "lo que era público, se torna secreto, y lo que

era secreto, se deja ver". Llega así a la conclusión de que toda relación o toda sociedad,

antigua o moderna, ha requerido de un cierto grado de secreto; lo que ha

evolucionado no es la necesidad de secreto o su intensidad, sino más bien su contenido.

En las sociedades primitivas lo que se guardaba en secreto no era tanto la vida íntima y

privada de los individuos, que apenas gozaban de intimidad, sino el ámbito de lo público

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o de lo político, cuya actividad, apelando a una autoridad espiritual, se mantenía oculta.

En las sociedades modernas sucede lo contrario: las actividades y decisiones de los

gobiernos, a fin de evitar abusos de poder, se hacen públicas y son transparentes, mientras

que los individuos han ganado en privacidad y clandestinidad para con el desarrollo de su

vida. La idea sociológica o la esencia sociológica -de interés sociológico- que subyace a

esta evolución es la siguiente:

lo que por su esencia es público y por su contenido interesa a todos, acaba haciéndose cada

vez más público externamente, en su forma sociológica, y lo que se refiere sólo al yo, a los

asuntos centrípetos del individuo, adquiere una forma sociológica cada vez más privada, cada

vez más apta para permanecer secreto.

Si entendemos que la democracia no sirve tanto para transmitir las preferencias de los

votantes, y menos aún como autogobierno del pueblo -habría que preguntarse, de aceptar

esta idea, qué significa eso de pueblo y si en sociedades tan complejas y extensas como

las modernas cabe imaginarse un pueblo capaz de gobernarse a sí mismo reunido en

conjunto en la asamblea-, sino para elegir a los representantes que sean más afines a

nosotros y tengan más posibilidades de ganar de entre un abanico de élites que compiten

por obtener el poder, podemos deducir lo siguiente: la democracia así considerada tiene

que ver más con la negociación que con la deliberación en asamblea. Y las partes que

participan en la negociación tratan de encontrar un equilibrio entre sus respectivas

posiciones -que, al contrario que en la deliberación, no tienen por qué ser justificadas-;

cada una presenta su oferta y entre todas se busca un acuerdo, un equilibrio. Este acuerdo

está condicionado por la presión que cada parte ejerce sobre las otras para hacer primar

su interés y por la información, la táctica y las destrezas de las que cada 'contendiente' es

valedor para imponer su voluntad. Estos recursos de los que cada una de las partes puede

servirse para salir ganador no siempre se ponen sobre la mesa en el momento de iniciar

la negociación, sino que se irán desplegando en su desarrollo, es decir: no tienen por qué

hacerse transparentes.

Hemos descubierto de la mano del genial Georg Simmel la relevancia que el secreto tiene

para la democracia tal y como la entendemos hoy día. Si a eso le sumamos el siempre

necesario secretismo para todo debate y negociación, resulta que la exigencia popular y

también institucional de transparencia no deber ser tomada al pie de la letra. Necesitamos

del secreto y de lo no-revelado, que no de la mentira, para construir realidad social

y para hacer de ésta una realidad lo más cercana posible al horizonte democrático

ideal que nos hayamos marcado, como sociedad, alcanzar.

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LA BANCA PIERDE por Ollie de Ninfo

La banca pierde (rap).

Previene

Deviene

Desvío cognitivo

Subvierte

Y advierte

Un corriente defensivo (dentro)

Combate

Abate

Acorralado furtivo (dentro)

Divierte

Perderte

Con paso firme y ardiente

Tentando

Marcando

Nueva frontera de vida y muerte

Amaga

Deniega

Apuesta ya dispara (fuera)

Expresa

Sopesa

Momento presente (fuera)

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Reposa

Mariposa

Pierde la banca, afloja

(SWIM)

Vida llueve

El dorado de repente

Champagne y ostras

Amamante que no apueste

Rumores de otras costas

Una hucha llena de pestes

El pueblo quiere pesetas

Y no vender su tiempo

(ho)

Caja fuerte

Abrirla y ver serpiente

Confetis y mofas

Con un trueque se presiente

(ha)

El delirio de las cuentas

El final de esa pendiente

La inversión de las cuestas

Y no cargo Yo el muerto

(Kiu)-(ho)

Baja esa pendiente

Del fuerte terrateniente

Del corral de la farruca

Del color de los tacones

De la peineta y de la rueca

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(ha)*Demilesdemillonesquedanvueltasinparar

*Demilesdemanosatrapadasentrelosradios

*Deobsesionesdementirasdesclavismoinnecesario

Delmomentodeactuar antesqueacabelciclo

Que llegÓ habitando Era verdadera

En bestialidad y humana fuerza compañera (perro)

Con verdad

Entregar la voz

A las fronteras

NACER

Fotografía donada por Cesar Idígoras

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ROBER BOLAÑO O 2666 por David Álvarez García

-La impaciencia nos va a matar a todos, pensé. – “Monsieur Pain”, Roberto Bolaño

Hay quien dice que la literatura es el arte dónde se perfecciona la mentira, claro que

también hay quien dice lo contrario. Me parecen, no sé, las típicas frases que diría algún

escritor –seguramente un buen escritor- en una entrevista cuando está deseando que lo

dejen en paz. Las típicas frases, reduccionistas e intuitivas, carentes de sentimiento, a no

ser el deseo, más o menos oculto, según quien, de ganarle una prorroga al tiempo. Hacer

historia, fama y riqueza, bellezas sin límites, plantar un rarísimo y gigantesco árbol en el

inmenso bosque de la literatura (¿universal?). Yo por mi parte no soy muy dado a las

separaciones motivadas por la utilidad, es decir, no soy nada práctico. Quiero decir que,

para mí, en la literatura, tan necesario es ser honesto y sincero, buscar la verdad por

encima de todo, como saber ocultar, mistificar e ironizar sobre cada aspecto de la vida y

de la realidad. Y por suerte, he leído a Roberto Bolaño.

La idea que tengo desde hace unos días es la de hacer un comentario crítico sobre la obra

del escritor R. Bolaño. Sin embargo, tras varios intentos he llegado a la conclusión de que

semejante trabajo requeriría por mi parte un enorme esfuerzo en ser objetivo, además de

un alarde de vanidad del que ahora no me veo demasiado capaz. Así pues, más que un

comentario crítico, en sentido estricto, analítico y mordaz, he oscilado hacia una idea que

me resulta menos pretenciosa: decir algunas cosas que se me han ocurrido leyéndole, con

conciencia de su futilidad y su subjetividad. Primero haré una breve historia de mi

relación con el escritor.

Lo leí por primera vez hace sólo cinco años: mi tío me regaló Los detectives salvajes.

Sería un tanto abusivo hablar sobre mis sensaciones e impresiones tras aquella primera

lectura, así que simplemente diré que me gustó, que me gustó mucho. Recuerdo que quedé

doblemente atrapado: en su ingeniosa estructura literaria y en los callejones de cada

historia, de cada personaje. Y eso es todo lo que recuerdo con claridad, ya apenas me

acuerdo de Belano y Lima, ni del muchacho Madero. Pero bueno, el caso es que tras leerlo

busqué información del autor y me enganché sin demasiada dificultad al mito de Bolaño.

Un escritor puro, un poeta maldito, muerto en la más alta cumbre de su producción

literaria, terrible fumador con grandes gafas que aumentan su mirada de loco, su expresión

de profundo dolor, de hombre solitario, pero familiar y cariñoso. En fin, murió cuando yo

tenía doce años, y aun no sabía nada sobre la maldición que caería sobre mí unos cuantos

años después. Yo, por entonces solo me preocupaba por jugar al tenis y al baloncesto, a

la GameBoy, y por tener a mis padres contentos con mis notas en el colegio. Bueno seguro

que había algo más –mucho más- pero tristemente, no recuerdo nada salvo lo que ya he

dicho. Y mientras yo estaba en esa tesitura inofensiva e inocente Bolaño moría en

Barcelona dejando tras de sí algunos movimientos inteligentes para, como decía arriba,

ganarle una prorroga al tiempo. Están sus hijos que lo recordarán con un profundo amor,

y no es para menos, pues según dicen las leyendas (¿una leyenda en tan solo 14 años?

¿por qué no?) era un gran hombre, un padre atento y cariñoso. Y luego está su obra, su

inmensa obra que abarca tanto novela y cuento, como poesía y ensayo. Sin embargo, no

es un escritor póstumo, ya en vida alcanzó cierto éxito, y pudo vivir bien de la literatura.

Lo suyo le costó, pero leyendo sus novelas, es comprensible que alcanzase el éxito aun

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en vida, con esa técnica suya de dar al lector un hilo del que tirar, fácilmente como un

juego infantil, y al mismo tiempo tejiendo con ese mismo hilo un juego, infantil también,

pero no en el sentido de simple o educativo (¿moralizante?), sino profundamente vital,

serio como solo puede serlo un niño que juega (¿dónde demonios he leído esa metáfora?

¿Nietzsche, Cortázar, el propio Bolaño? No recuerdo). Puede ser leído por cualquiera que

disfrute mínimamente de una buena lectura, incluso por algún imbécil, quizá, aunque éste

corre el riesgo de verse sumido en ataques de pánico repentinos e inexplicables. Bueno,

lo cierto es que todo lector de Bolaño aceptaría de buena gana ese riesgo, pues el miedo

que puede acosarle a uno en medio de la lectura es poco menos que un miedo metafísico,

un miedo estrictamente literario. El imbécil sin embargo puede confundir ese miedo con

alguna consideración sobre lo triste y patética que resulta su vida. Pero es momento de

dejar esto de lado.

Yo no he leído todas las obras de Bolaño, aún estoy en ello, y aún me llevará un buen

tiempo (contando, claro, con la relectura), por desgracia tengo que cumplir con otras

obligaciones. Cito por placer, los títulos de las que he leído hasta ahora, en el orden en

que las he leído: Los detectives salvajes, Consejos de un discípulo de Morrison a un

fanático de Joyce, Los perros románticos, 2666, Estrella distante, Los sinsabores del

verdadero policía, El policía de las ratas, 2666 (otra vez) y Monsieur Pain. Sin duda me

quedo con 2666 aunque debería volver a leer Los Detectives Salvajes.

La primera vez que leí 2666 lo hice en orden, de la parte 1 a la 5; la segunda vez lo leí a

mi antojo: 1-5-2-4-3. En teoría podrían ser novelas independientes y además quería leerlo

así, por lo que no necesito más explicaciones. La primera vez puedo decir que fue una

lectura sufrida, casi obligada, tarde mucho tiempo y no pude disfrutarlo en condiciones.

Pero la segunda vez me quedaba durante horas y horas atrapado entre las páginas, en esa

prosa que reúne en perfecta armonía ideales y formas poéticas con una narrativa

apasionante y hermosa. Su manera de configurar sin dificultad reflexiones de naturaleza

filosófica, al tiempo que describe situaciones absurdas o verosímiles, pero en cualquier

caso perfectamente naturales, y siempre bellas, en serio, me ha conseguido emocionar

durante horas. Incluso al dejar de leer me veía invadido por fuertes sensaciones que

recorrían el espectro desde el pánico hasta la temeridad, pasando claro, por el amor y la

experiencia estética más sublime. Estas impresiones me acompañaban durante mis días a

la espera de conseguir algo de tiempo libre de mis obligaciones y mis vicios, para poder

seguir leyendo, recorriendo la Europa regada con sangre y ríos salvajes de Reiter, el

gigante en todos los sentidos posibles, y también esa otra Europa más abstracta, la de los

críticos, profesores de universidad, y ver como todo ese devenir de destinos, liberados o

anhelados, conducen a las calles de México, el D.F. y Santa Teresa y la casucha de

Amalfitano, a los asesinatos de mujeres en los cuales “se esconde el secreto del mundo”.

¿Qué secreto es ese? Y ante todo ¿quién es el agente de ese secreto? ¿Quién esconde qué?

¿de qué? Estas relaciones son, como poco, espejos del absurdo, reflejos de dualidades

indisociables, pero disociadas, por el arte tal vez, o por su posibilidad, o por su ansiedad

necesaria, o puede que sea solo, la muerte, como el ente lascivo original, pícaro y hábil

en pericias, en leyendas de dioses dionisíacos, como un Pan todopoderoso sin enemigos

que le puedan hacer frente, verdaderamente.

Puede que “el secreto del mundo”, escondido, se nos aparezca escondido en un

razonamiento del tipo: “soy un animal racional, es decir, comprendo que soy un animal

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con la disposición natural a la racionalidad y la inteligencia, que no es sino una

herramienta producto del proceso natural conocido como la evolución de las especies;

esta herramienta me sitúa en una situación obtusa, en un caso de dudosa ventaja evolutiva,

en un compromiso ineludible, teórico y práctico, cuya mejor postulación, quizás, la

encuentro en Kant: La razón humana tiene el destino singular, en uno de sus campos de

conocimiento, de hallarse acosada por cuestiones que no puede rechazar por ser

planteadas por la misma naturaleza de la razón, pero a las que tampoco puede responder

por sobrepasar todas sus facultades. [Crítica de la razón pura]. Luego, tengo en mi cabeza

la necesidad insoslayable de ciertas preguntas que no puedo responder, y también la

igualmente insoslayable necesidad, de responder dichas preguntas, aún a sabiendas de la

futilidad de mi tarea. Por ejemplos las preguntas por el sentido de la vida, de mi vida, o

nuestras vidas, conscientes y emocionales; o las preguntas sobre la divinidad, el ser, lo

universal, lo uno, la esencia, etc… Tengo, al menos, una suerte de imaginación que acude

en mi auxilio para tratar de responder tan magnas cuestiones; un profundo sentido

histórico a modo de soporte hermenéutico. También un “aparato” de percepción estética,

un algo que me permite luchar por conquistar un pedazo de sentido en estos océanos de

terror, indiferencia e inmensidad. Pero la razón concluye con una poderosa autoridad, con

justificación moral que respalda la verdad que postula: la razón humana, con su

conciencia, es un absurdo, en el mejor de los casos, una vanidad de la naturaleza. Y

mientras dice esto piensa: ¡vaya, ya he respondido! ¡me veo obligada una vez más a volver

sobre la pregunta!”. – Más bien no, el secreto del mundo, sea lo que fuere, si de algo se

oculta, es de semejantes discursos y formas de pensamiento. Los contenidos quizás

puedan llegar a coincidir, o no, pero, casualidad o destino, poco nos importa; estamos

jodidos, vivos y bien jodidos, culpables y asesinos en potencia, padres patológicos, horror

vacui, hasta en las afueras del arte.

Por suerte no encontramos nada tan sucio y explícito en Roberto Bolaño. Encontramos

otras cosas, en mi opinión, mucho mejores. Para empezar la estructura de su obra:

múltiple, metáfora cuántica quizá, repleta de abismos y plenitudes, de compartimentos

secretos, de conexiones que, pese a su ocultismo, desprenden una evidencia asesina.

Crónicas policiales, cargadas de confesiones de los culpables, de interrogatorios y

entrevistas a testigos –quizás culpables y testigos lo tengan todo en común-, de

autocríticas, comparaciones subjetivas, susceptibles de objetivarse en la idea de conjunto

que se persigue en su obra como al más tremendo de los asesinos, en la guerra y en la paz.

Tenemos también un contenido, o más de uno, en cualquier caso, de naturaleza

subversiva, trágica por su apertura definitiva, pero conciliadora por la idea de una

esperanza a veces negada y a veces realizada, la mayor parte de las veces, enloquecida, o

lo que es lo mismo, una vez más, oculta. Redirección de cada planteamiento a otro lugar

existente en su obra, quizá a Los detectives salvajes, y de ahí al poema insuperable de

Lupe, o La francesa, y de ahí, tal vez a Monsieur Pain, que de nuevo nos lleva a 2666, y

este a su vez a Los sinsabores del verdadero policía. Y así, infinito, eterno, hasta el culo

de sentido enviciado y misterio. Cómo un desierto enamorado, cómo cualquier paisaje

cómico, plañendo de incomprensible dolor, o comprensible, pero en cualquier caso ajeno,

no-humano, y aun así profundamente divertido. La hermosura inigualable de la

conversación abocada a una separación jodidamente triste e inevitable, aunque la lógica

de nuestra pasión concluya en que no es posible, en qué no debe ser posible; los viajes

fabulosos que diríase pertenecen a este mundo, más no es así, aunque nuestro corazón

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haga las paces con nuestra inteligencia para reunir cada anhelo en una sola voluntad, al

estilo de Schopenhauer, lo que sea con tal de que nuestro cuerpo se mueva en la dirección

que marca el rastro de nuestra percepción estética y romántica.

Los libros de Bolaño, al menos los libros que yo he leído de Bolaño, son como un amor;

libre para ser interpretado pero con rasgos evidentes y necesarios: placer y medias

sonrisas, lágrimas y un nítido dolor, terrible deseo de locura, locura en sí misma, secretos

y mentiras, redención irracional, flirteos y guiños, carcajadas, auténticas carcajadas de

esas que te desencajan la cara mientras piensas “oh por dios esto es terrible”, aunque en

verdad no piensas nada, un pensamiento subconsciente, o práctico en el sentido de

inmediato, en el sentido de que se agota en su expresión, sin dejar huella, salvo, con el

tiempo, arrugas de tanta risa y tana ironía, de tantísimo amor y tantísima enfermedad,

reguerillo de felicidad con el inconfundible olor de una fuerte pasión relajada, muerta de

tan viva, a pocos centímetros de la piel, de uno del otro, de las caricias primerizas torpes

pero inmortales, o las viejas costumbres mecánicas, susceptibles de enajenación siempre

que se entienda como necesaria, como una parte del camino, tal vez eterno, o tal vez no,

pero una parte de ese camino que seguro nos conduce a un retorno, a cada uno el suyo

propio, reencuentro en Núremberg, en Isla o en Gambia, pero reencuentro, solo eso,

escaso milagro, ansiado milagro de dos ateos por convicción, pero están enamorados, al

menos uno está enamorado, piensa el otro que al menos uno está enamorado, y el otro no

piensa, lee en los vientos que mueven las nubes las líneas de un destino que desprecia,

pero que recuerda dolorosamente presente en aquel tejadillo soleado de aquel pueblecito

de aquella poco encantadora región, llena por una cierta plenitud que se desprende de sus

miradas y de sus palabras, de los cómicos y entrañables esfuerzos por comprenderse y

traducirse, por fundir sus mentes, sus conceptos, sus lenguajes que se quieren privados,

en un solo pensamiento en un solo instante de un solo tiempo, mientras juegan, por inercia

juegan, arriesgan su dignidad y su destreza en un absurdo juego junto a edificios

decadentes y en peligro de derrumbamiento, pero no´mporta quien, las declamaciones

son apenas cuatro o cinco silencios, que cobran la apariencia de cuatro o cinco gestos,

repetidos eso sí, hasta la saciedad y el aburrimiento, pero en silencio claro, porque ante

todo se trata de esconder y ocultar, para expandir la posibilidad de la comprensión y el

descubrimiento.

Exacto, sí, como un jodido desierto enamorado hasta el corazón de Roberto Bolaño, o del

escritor desaparecido, desde su mismo nacimiento, así, exactamente así, como un enorme

y brutal desierto enamorado.

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AL VIENTO DEL DESEO por Ernesto Rodríguez Vicente

Aquí no hay

sino ver y desear;

aquí no veo

sino morir con deseo.

Cristóbal de Castillejo

I

El corazón de la paloma

está dentro de la caja de dulces.

Somos los juguetes rotos

olvidados en el colegio abandonado,

los fantasmas de los niños

que jugaron con nosotros

conducen hoy sus frías sonrisas

por la autopista del dolor.

Somos los últimos dulces

que quedaron en la caja

cuando la paloma murió

y fuimos aplastados

por su hermoso corazón,

porque nos juzgamos

demasiado dulces

para quedarnos en la caja.

Y el corazón de la paloma

está dentro de la caja de dulces,

y no puedo esperar

que nadie quiera abrirla

porque es una caja de dulces

y todos esperan que los haya,

pero ha decir verdad

ya no sé si es un corazón

lo que hay dentro

o si al abrirla

habrá más dulces

dispuestos a ser devorados

por el corazón de la paloma.

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II

Murió el rey de las sombras

y su tenebrosa figura

se perdió bajo la luz,

la desoladora luz que asola

nuestras pálidas mentes,

despiertas en la insmone ilusión

que aromoniza nuestro silcencio.

Y de esta ceguera al fin resuelta

quedará expuesto el agrio desencanto,

desprendiendo con su insulsa sinrazón

la razón de la emoción que palidece.

Mas advierto que este descontento

no será la cruz que arrastre a la muerte

porque el rey de las sombras

resurgirá de su oscuro letargo,

devolviendo con su brillante figura

el encanto oculto en la noche.

III

Qué importa que te escriba

los versos más dulces esta noche,

si los versos no sirven más

que para aligerar el paso

y la inmensidad de los sentimientos...

Qué importa que sea yo poeta o artista,

si con ello no puedo ni siquiera alcanzar

ese jardín florido que es tu corazón...

Qué importa, maldito sea el valor de las cosas,

si un verso es solo un recuerdo infinito

que engaña al artista en el presente.

Desdeño esta luz, este llanto

asido a mi pecho eternamente;

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siento pasar, dulce, la tinta

por mi corazón herido y anhelante,

pero qué importa que te escriba

los versos más dulces esta noche

si nunca podré en ellos encontrarte.

IV

Deja pasar el polvo de los años

Por tus húmedas pupilas,

La aspereza en la vista

Es el síntoma del insomnio

Y, aunque el insomnio es frío,

Su luz puede ser el más grato infierno.

Fotografía donada por Cesar Idígoras

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UNA ÚLTIMA VEZ por U. Rojo (Canto)

Una última vez más

Los ojos

De orgullo perdido

Llenen el cielo

De un mundo sin historia.

Una última vez

Tengas ojos de opaca profundidad,

Ausentes para guardar silencio,

Y se oiga apenas el saludo del amor

Y la llama del hombre.

Una última vez

Se oiga el dolor milenario

En el torbellino de los muertos que en sueños escondes

Cual Gestos de ausencia en las mejores maniobras,

Todo ello Amalgama de infinitos sitios de infinito.

Una última vez

Más allá, la zona amarga y de la evidencia,

Estropeadas en tu vida,

Angustiándose en dos orillas tras la postrera medianoche,

Cocinen sin probar ni agua los labios de Cancerbero.

Una última vez

Vuelva a llegar la frontera inmortal como presentimiento,

Pues ardua la vida me acaba de decir

Que no se atreve a cerrar la puerta

Una Última vez más.

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TREN DE SOMBRAS por R. Roig Herrero BATMAN VS SUPERMAN: O LA IMPOSIBILIDAD DE LA FICCIÓN

TRADICIONAL EN EL HOLLYWOOD ACTUAL

Dirección: Zack Snyder

Reparto: Ben Affleck, Henry Cavill

Guion: David S. Goyer, Chris Terrio

País: EEUU

Distribuidora: Warner Bros

Fecha de estreno: 23 de marzo, 2016.

Lo primero de todo, pedir perdón a los lectores que al ver el título hayan decidido abandonar la

suscripción a la revista. No se trata de hacer una crítica a la película que, al parecer, ha batido

todo tipo de récord económico, sino de ver qué factores han llevado a que se haga un film como

Batman vs Superman: el amanecer de la justicia. La segunda cuestión es por qué que cientos de

miles de personas –que, por lo que se ve, nos gusta tirar el dinero- “disfrutemos” de ella sin

pensárnoslo dos veces. Y, la última cuestión, si existe algún tipo de relación entre este fenómeno

y algo que tenga que ver con la estética del cine.

Echemos un poco la vista atrás y recordemos algunos títulos que nos lleven a pensar qué ha

ocurrido en el mundo de la industria cultural cinematográfica, que no en el Cine con mayúsculas,

que nos lleva a afirmar que Hollywood no es exactamente igual a hace unos pocos años. Por

supuesto, el triunfo del bando norteamericano en la guerra fría conllevó a crear una industria muy

eficiente, con la que mi generación se ha criado. Pensemos en esas maravillosas obras de Robin

Williams, llenas de dulzura, de emoción; realmente caían lágrimas de nuestros ojos al verlas.

Pero, por suerte o por desgracia, el mundo cambió mucho desde los últimos 90 hasta ahora: el

11-S, una de las mayores crisis conocidas por el capitalismo occidental, terrorismo a escala

global… Desde luego, no es el mundo que auguraban las películas de ficción de Steven Spielberg.

El cine siempre había contribuido a crear grandes mitos. Qué coño, ¡El cine como industria

cultural, casi había sustituido a Homero, creando nuevos mitos que funcionaban como luces en la

noche de toda una sociedad, americana primero, y, prácticamente mundial después! Una de las

críticas más “platónicas” al cine había sido que estas proyecciones funcionaban como

distracciones, evasiones de una vida diaria. Pero quizá no fuera «evasión» la palabra que mejor

definiera la actitud de los espectadores ante las pantallas. Al fin y al cabo, había una identificación

tremenda con lo que era mostrado y los espectadores, no un distanciamiento evasivo, ni siquiera

en las comedias.

No, no era evasión. Quizá la palabra más adecuada para la relación entre películas-espectadores

era esperanza. Viéndonos en esos personajes, podíamos creer que lograríamos ser mejores

personas. No era un simple consuelo propio de una prostitución de los sentimientos, de las lloreras

de una ética convertida mediante triquiñuelas simpáticas en estética, sino de transformar todo un

código de conducta. En definitiva, citando a Benjamin, se hizo una estatización de la política, con

todas las consecuencias que esto implica. Esto fue mucho más allá de la mera reproducción de

patrones previos en la literatura u otras artes, sino que se trataba de llevar a cabo, mediante la

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supremacía del discurso de la imagen, toda una retahíla de dioses y hombres que, asentados en el

olimpo de las sagradas colinas de Los Ángeles -Olimpo que ha sido testigo de historias trágicas

que, en muchas ocasiones, lo han convertido en Infierno-, insuflaban en nuestras conciencias

halos de verdad y esperanza que parecían no tener parangón en ningún otro momento de la historia

del arte.

Pues bien, en mi opinión, han sido dos las grandes crisis que han asaltado esta confección

retroalimentada. La primera comenzó a fraguarse tras finalizar la segunda guerra mundial, en los

años 50. El cine dorado de Hollywood empezaba a perder fuelle frente a revisiones de géneros

que habían nacido veinte años antes. Ejemplo de los clásicos de estas revisiones puede ser Sólo

ante el peligro, en el caso del Western. Por supuesto todo ello en plena caza de brujas mientras

cualquier elemento que se alejaba de las divinas palabras del Olimpo era desatendido. Finalmente,

Espartaco, en 1960, significó una especie de reivindicación de la libertad cinematográfica frente

a una industria, que finalmente acabó por considerarla como propia, y aceptarla como suya.

El tiempo pasó, y aunque se dieron numerosos outsiders, como el cine independiente

americano, el cine social, etc. Estos eran tragados por Hollywood como una vertiente

distinta de sus propias condiciones éticas, es decir, vendidas como categorías estéticas,

superponiendo de esta manera un discurso sobre otro. Buen ejemplo de esto serían films

como Wall Street, con un trabajo impecable de Michael Douglas, haciendo precisamente lo

contrario de aquello para lo que Oliver Stone había rodado la película; era imposible no

identificarse con el yupi de Gordon Gekko y querer amasar fortunas, coches, etc. No existe una

adecuación formal que defina el sentido estético de la película. Para mí, ese es el gran triunfo de

la ficción americana nacida dentro de la industria cultural: la capacidad que ha tenido de

reconstruir verdades mediante paradigmas estéticos, como hizo la poesía anteriormente. No estoy

hablando aquí de que el cine legitime conductas éticamente reprobables, sino de que el discurso

estético siempre es más comprensible, y degustable que el ético.

Con esto, llegamos al segundo momento de crisis de la industria cinematográfica: el actual.

Comenzábamos diciendo que el mundo había cambiado mucho desde los 90 hasta ahora, y quizá

también muy deprisa. La ficción de Hollywood ha estallado en mil pedazos, eso es un hecho.

Posiblemente sea la época con más remakes, secuelas de series y películas que por un motivo o

por otro triunfaron en los 80, en los 90… junto al espectacular triunfo de la televisión. Se ha

hablado mucho de crisis de originalidad, pero no estoy totalmente de acuerdo con esta afirmación.

Se trata más bien de haber negado posibilidad estética al comentario ético, porque esos nuevos

cánones estéticos no son vigentes hoy en día. Bueno, miento: son vigentes, pero necesitan de

traducirse de otra manera, como se puede ver en la televisión. Al fin y al cabo, Breaking Bad es

una serie que no trata otra cosa que caer en la tentación, y redención final, pero el discurso estético

vuelve a suponer un discurso ético, es decir, ejemplificación a través de las características de los

personajes con los que nos identificamos, admiramos u odiamos; aún recuerdo la cantidad de

amenazas que recibió la pobre Anna Gun, quien hacía de Skyler White en esta misma serie.

Por ello, la gran pantalla parece haberse quedado sin fuelle no solo para crear e incluso mantener

los mitos que han nacido de ella, porque es lo malo de estas cosas: para que un mito tenga un

efecto global y de fuerza, la gente tiene que creer en él. De esa manera, todo ha perdido cierto

sentido. No en vano, existen muchos remakes de cuentos infantiles llevados a cabo con una

estética que parece sacada de un cuento de ETA Hoffman. Por otro lado, hay un recalco del basado

en una historia real, que neutraliza precisamente el hecho de crear mitos a través de la ficción.

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El cine de Hollywood ya no ofrece relatos, al menos no como estamos nosotros acostumbrados a

verlo. Porque a nadie le interesa ver este tipo de construcciones. Se ha perdido una gran parte de

ese valor ético añadido que cada espectador le daba el film, cosa que sí se ha mantenido en las

nuevas series de televisión, y de ahí su tremendo éxito, en mi opinión. La identificación de los

personajes con los espectadores parece cosa del pasado, y con ella la ficción tradicional.

Si el relato tradicional no es operativo en esta etapa de la historia ¿qué nos encontramos en el

relato actual? Frente a la opción del metacine –término que nunca me gustó demasiado- prefiero

recuperar la famosa “muerte del cine”, entendida como lo hicieron Godard o Sontag, es decir, a

la manera hegeliana. Se trata de un nuevo horizonte en el que el cine necesita imágenes

autorreferenciales para volver a nacer con nueva fuerza, aunque esta llama quizá no brille nunca

como lo hizo. No vale de nada acudir a la estrategia de los años 60, que nunca acabó de triunfar

realmente: espectáculos masivos, con una carga ideológica muy alejada del pensamiento

republicano-cristiano americano –pensemos en Ben-Hur o Los diez Mandamientos- y situándose

dentro de la fragmentariedad más posmoderna.

Y este es el motivo por el que hablamos de Batman Vs Superman… es bien sabido que el cine de

superhéroes copa el mercado cinematográfico y se ha postulado como sustento absoluto de la

industria cultural cinematográfica desde que Marvel produce sus propias películas. La precisión

quirúrgica con este tipo films se ha convertido en el día a día en las salas de cine se debe no a la

gran calidad de sus películas (aunque mucha gente considera a Joss Whedon una especie de

semidiós), sino de sustituir la ficción cinematográfica por ficción publicitaria. El gran trabajo

detrás de estos productos es precisamente trabajar fuera de cualquier ámbito cinematográfico. Las

propias historias sacadas de Homero o de Shakespeare se redistribuyen con nuevas fachadas,

alabando citas narrativas tomadas de la ficción tradicional, y revirtiendo su condición de ficción

en algo masivamente publicitario.

Esta estética alejada de la ética se nos hace realmente extraña en el nuevo cine de la industria

cultural, porque eso nos lleva a la abstracción, como bien entendió Iñárritu en El renacido. Por

otro lado, están estas pelis de superhéroes, donde el espectáculo vuelve a verse como única

salvación de una industria en decadencia, y una vuelta a la estética clásica… pero en los 2000, no

en los años 40 –de tremenda belleza-, donde tal estética no tiene ya valor. Esto es lo que diferencia

el espectáculo multimillonario de décadas anteriores: el discurso estético, que, aun funcionando,

ha dejado de calar. Es así de sencillo: Pretender transformar la filosofía de los maestros de la

sospecha en Batman Vs Superman es como vender arena en un desierto, precisamente porque

convertir en filosofía la industria cultural es una paradoja absurda, pero que tratada con la

inteligencia propia de personas sin corazón, se convierten en spots. Convertir actitudes, modos de

obrar… es cosa, quizá, de la publicidad, por muy vomitivo que nos resulte admitirlo. No estamos

ante películas, sino ante grandísimos y muy largos anuncios, y, mirando la recaudación de

semejante birria, están teniendo efecto.

La reflexión viene implícita ante tanta gilipollez. La publicidad ha sustituido a la filosofía, y ahora

también al cine. Parece demostrarse, cada vez más, que llevar a cabo una película tras el 11-S es

un acto de barbarie.

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MÚSICA _

Close my Eyes – Matisyahu

“Este ritmo es genial, es perfecto, dios, sí que lo es, pero joder, vaya

sol que hace aquí ¿no?, me va a dar algo, aunque ahí se debe estar muy

bien, voy a tumbarme yo ahí a ver qué tal, ¡ah joder! pues muy bien, la

claridad me ciega, pero bueno, muy bien, en fin, la próxima te toca a ti.”

Sigur Ros – Hoppipolla

“y me sangra la nariz

pero yo siempre me levanto de nuevo”

La Hoguera de los Continentes – La Raíz

“En esta hoguera baila Senegal

Lleva bailando mil y una noches Bagdad

Mueve el cuerpo quien es feliz solo siendo

En esta hoguera alzan la voz las mujeres de Gaza y su honor,

A la orilla del fuego veo todo el mundo que quiero veo”

The Platform – Dilated People

“…”

Una tarde de sol – Manolo García

“Mejor pluma del ala de un perro

que pasar los días esperando.

Ahumar el avispero de la mente,

que se disperse en la desidia con sus sombras.”

Reach for the Dead – Boards of Canada

“Creo que en vida he muerto

Creo que a vida he vuelto

Creo que es vida, y en cierto modo

No queda salida en muerte ajena

A la mía”