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Desde las mujeres, la medicina y la fe

Tres voces por el derecho a la vida

Autores:

María López Vigil

María Teresa Blandón

Dr. Oscar Flores

Edición:

María López Vigil

Revisión:

Isabel Mejía

Diseño gráfico:

Lluiman Morazán

Impresión:

Copy Express

Managua, Nicaragua, septiembre 2006

Católicas por el Derecho a Decidir Nicaragua:

[email protected]

Esta publicación ha sido posible gracias

al apoyo de Ipas Centroamerica

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Presentación El cuerpo de las mujeres ha sido siempre materia de controversia a lo largo de la historia. Por un lado se cuestiona si somos capaces de tomar decisiones acertadas con respecto a nuestro cuerpo. Y por otro lado se nos considera siempre aptas para asumir la responsabi-lidad de ser madres, no importando si tenemos 13, 18 ó 35 años.

Conocemos a muchas mujeres cuyas voces permanecen en el silencio por temor a que la religión, la sociedad, otras mujeres, y hasta el mis-mo Dios, las cuestionen y culpen por no “haber tomado decisiones acertadas” sobre su cuerpo:

• Mujeres que han tenido que cargar en su vientre a un hijo con mal-formaciones, sin saber si al final vivirá.

• Mujeres que tienen que traer al mundo un hijo sin saber cómo lo van a mantener, ya que el padre las abandonó.

• Mujeres que se sienten obligadas a traer al mundo a un hijo no de-seado por ser fruto de una violación.

• Las muchas mujeres que ya no están con nosotras porque perdie-ron su vida dando a luz a un hijo y dejando huérfanos a otros.

• Las muchas mujeres que murieron por practicarse un aborto en condiciones infrahumanas e insalubres.

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Son dramas que viven las mujeres en el día a día de nuestra Nicara-gua.

La encrucijada entre la vida propia y la nueva vida que supone un embarazo, es una decisión difícil para cualquier mujer. ¿Quién mejor que ella sabe lo que le conviene?

En esta publicación recogemos las palabras que, desde una perspec-tiva feminista, médica y teológica, escuchamos en un encuentro de Católicas por el Derecho a Decidir de Nicaragua, celebrado en Mana-gua en junio 2006. Lo publicamos en conjunto con el Foro Sexuali-dad Maternidad y Derechos y lo ofrecemos como un material de re-flexión que esperamos sirva a otras muchas mujeres.

Católicas por el Derecho a Decidir de Nicaragua es un grupo de mu-jeres de diferentes especialidades y regiones del país, con una iden-tidad común: ser creyentes en el Dios de la Libertad y de la Vida. Nos hemos reunido para transformar nuestra realidad, llena de profundas desigualdades que tanto afectan a las mujeres, inspiradas en Jesús de Nazaret, quien entregó su vida por la justicia, el amor y la equidad entre los seres humanos.

Hemos nacido recientemente en Nicaragua, con el acompañamien-to de las Católicas por el Derecho a Decidir de México. En nuestro trabajo cotidiano establecemos coordinaciones con diferentes movi-mientos y organizaciones de mujeres, quienes han apoyado nuestro esfuerzo, lo que nos ha permitido profundizar y apropiarnos de la propuesta feminista.

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La palabra esencial en nuestro trabajo como católicas es ésta: DECIDIR. Toda decisión implica responsabilidad con la vida. La decisión sobre interrumpir un embarazo o mantenerlo es una de las más importantes decisiones que tomamos las mujeres. Estamos comprometidas a decidir siempre de forma consciente y responsable por la vida, ante Dios y ante nuestra conciencia. Y estamos comprometidas a acompañar a otras mujeres en sus dilemas y en sus decisiones.

Con estas voces por la vida, por la libertad y por la responsabilidad, reafirmamos el compromiso que tenemos con la vida y apostamos porque las mujeres tomen sus decisiones cada vez más informadas, cada vez más conscientes de la confianza que Dios tiene en ellas.

María José ArgüelloCatólicas por el Derecho a Decidir Nicaragua

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María Teresa Blandón Gadea

Activista del movimiento feminista, fundadora del

Foro Sexualidad, Maternidad y Derechos,

Nicaragua.

Master en Género y Desarrollo.

Autora de diversos artículos publicados en revistas

nacionales e internacionales.

Fundadora de diversas iniciativas de articulación

de organizaciones y redes de mujeres en el nivel

nacional, regional e internacional para la defensa

de los derechos de las mujeres.

María Teresa Blandón Gadea

Activista del movimiento feminista, fundadora del

Foro Sexualidad, Maternidad y Derechos,

Nicaragua.

Master en Género y Desarrollo.

Autora de diversos artículos publicados en revistas

nacionales e internacionales.

Fundadora de diversas iniciativas de articulación

de organizaciones y redes de mujeres en el nivel

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de los derechos de las mujeres.

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Las mujeres podemos decidir sobre la vida con libertad y ante Dios

A menudo escuchamos ideas sobre el embarazo y su interrupción desde el punto de vista médico, legal, social, feminista… que nos convencen, que nos hacen pensar, que com-

partimos. Pero, después en la mente y en el corazón de muchas mujeres queda con frecuencia una “cosita” por ahí dentro, que les sigue produciendo angustia, temor, dudas. “Sí, me dijo el doctor que debo interrumpir este embarazo, la realidad me indica que lo mejor es abortar, que no hay problema, que estamos a tiempo, que es un procedimiento seguro…pero esto que voy a hacer es un pecado y Dios me va a castigar de alguna manera”. Y aparece o el temor al infierno o al castigo de Dios con la esterilidad. Aparece el miedo, el miedo al juicio de Dios, el miedo a Dios. Podemos tener despenalizado el aborto en el consultorio médico, en nuestros discursos, hasta en las leyes, pero la religión lo mantiene penalizado en nuestras conciencias. La raíz de esa “pena” es muy profunda y poco hablamos sobre ella. Poder hablar sobre el aborto contrastando nuestras ideas con las ideas religiosas aprendidas es señal de que estamos avanzando.

Qué idea tenemos de Dios

Frente al dilema que representa siempre la interrupción de un embarazo, aun cuando haya ra-zones para decidir en esa dirección, hay tres ideas religiosas que son las que más nos bloquean y nos “penalizan”. Son ideas aprendidas, que nos han sido transmitidas desde niñas y que hemos aceptado como verdaderas sin suficiente reflexión propia, sin sospechar de ellas, sin revisarlas ni debatirlas.

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La primera es la misma idea que tenemos de Dios. La idea de Dios como un juez severo, casti-gador, que espía nuestros actos, que conoce nuestros pensamientos aún los más secretos, para premiarlos o castigarlos, la idea de un Dios del que toda nuestra vida depende, hasta en sus más mínimos detalles, nos impide pensar con libertad sobre la vida.

Para pensar con libertad sobre nuestra vida y sobre la vida de los demás, y para hacernos res-ponsables de decidir sobre la vida, tendríamos que revisar nuestra idea de Dios. Tendríamos que mirar hacia atrás en nuestra historia para descubrir con qué idea de Dios crecimos, quién nos la enseñó, cómo hemos ido desarrollando o transformando esa idea. La idea de un Dios dueño y señor absoluto de la vida, que ordena y manda sobre nuestra vida y que nos pone a prueba con-tinuamente para que aceptemos su señorío, está, naturalmente, en contradicción, con la idea de que somos responsables de nuestra propia vida “como si Dios no existiera”. Parece una paradoja, pero actuar responsablemente con nuestra vida “como si Dios no existiera” es expresión de una fe madura.

La idea de un Dios providencial, de quien depende absolutamente todo, permanece a menudo ahí, a lo largo de nuestra vida, fija, intocada, intocable. No la contrastamos nunca con lo que la ciencia nos enseña o con lo que dicen otras religiones y otras teologías más modernas, más integrales, más humanistas. Es una idea que no sólo no nos permite libertad para decidir sobre la vida, sino que está en contradicción con el ideal de la democracia y de los derechos humanos. Porque un Dios Rey y Soberano sólo admite súbditos y exige sumisión. Porque con un Dios así no se dialoga, sólo se le obedece. Y se le teme. Ese Dios impone su voluntad, nos pone a prueba. “No sabemos cuáles son sus caminos” y “Él sabrá por qué hace lo que hace” y lo único que nos queda es “que se haga su voluntad”.

Con esa idea de Dios al que nos sometemos y del que somos dependientes, nos insertamos en la realidad, en la sociedad y en nuestras propias vidas, desprovistas de derechos, sin capacidad de decidir, sin ciudadanía. Y si ésa es la idea de Dios que prevalece en nuestra mente y en nuestro corazón, con facilidad la trasladaremos a quienes tienen poder, a quienes en la vida social son jefes y autoridades y a quienes en la familia “mandan”. Con esa idea, nos costará mucho más en-tender que tenemos derechos y responsabilidades ante la vida y por eso mismo, ante cualquier embarazo, con el que comienza una vida.

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¿Qué idea tenemos de Jesús?

Otra idea religiosa que pesa en nuestras conciencias y “penaliza” el aborto nos llega específica-mente de la teología católica tradicional. Es una idea que nos bloquea para reflexionar libremen-te ante un embarazo cuando éste pone en riesgo la vida de la mujer o cuando representa una prueba desproporcionada para las fuerzas de la familia o de la mujer, porque el niño va a nacer con una malformación o incluso, cuando el embarazo es fruto de la violencia sexual.

Se trata de esa idea aprendida que nos dice que agradar a Dios es sufrir, aguantar el sufrimien-to, sacrificarse. Esa idea de que lo que nos “salva” es el dolor, que sólo si sufrimos y aceptamos el sufrimiento cumplimos la voluntad de Dios. La idea de que Dios nos envía “pruebas” difíciles, que nos hacen sufrir, y que aceptarlas es lo que nos hace buenas. ¿Y por qué lo pensamos así? Porque nos han enseñado y hemos aprendido que Jesús “vino” al mundo a sufrir y que sufriendo y muriendo nos salvó. Que el dolor salva. Y que todo eso sucedió, porque ese sufrimiento y esa muerte eran la voluntad de Dios y la muerte de Jesús era lo que Dios quería.

Con esta teología sacrificial, con esta forma de entender la vida y el mensaje de Jesús y con esta reducción del cristianismo al sacrificio sangriento del hijo de un Dios que necesitaba todo ese dolor para “lavar pecados”, nos costará sentirnos libres, y sin culpa, para decidir interrumpir un embarazo que arriesga nuestra vida, que pone a prueba nuestra salud o nuestras limitaciones económicas o sicológicas, nuestros miedos, nuestro futuro, nuestros proyectos. Con esta forma de pensar, asumiremos que el sufrimiento que el embarazo y un nuevo hijo representan son una “prueba de Dios” que debemos aceptar generosamente. Con esta idea, tendremos “todos los hijos que Dios me mande”. Y si me voy a morir en el parto, “Dios sabrá por qué lo hace”. Y si viene un ser con graves malformaciones, bienvenido sea, “porque es una prueba de Dios”. Y después diré: “Qué feliz me ha hecho esta maternidad, es una bendición de Dios”… aunque quizas nunca escucharemos a las que esa “prueba divina” les llenó su vida de angustia, dolor y desesperación.

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El sentimiento de culpa

Muchas veces hemos escuchado que, a pesar de todas estas ideas religiosas aprendidas y enrai-zadas, si una mujer se ve en la necesidad, buscará cómo hacerse un aborto y ninguna de estas ideas la detendrá. Puede ser cierto. Es cierto. Pero tal vez abortará y cargará con un sentimiento de culpa toda su vida. O tendrá miedo toda su vida, miedo del castigo de Dios. Muchas muje-res dicen: “Tengo que hacerlo y Dios me lo perdonará”. Pero Dios no tiene que perdonarle nada. Porque Dios la acompaña en esa decisión, que si es una decisión responsable, es una decisión sagrada, tan sagrada como la de continuar con el embarazo. Porque esa decisión es expresión de responsabilidad con la vida y por la vida. Y la vida nos la regaló Dios, el mismo Dios que también nos regaló la libertad para decidir sobre la vida.

Y lo que agrada a Dios es siempre la vida, la felicidad. Para la vida nos hizo. Y Dios quería que Jesús viviera. Y su muerte no fue la voluntad de Dios, sino la de los poderosos de su tiempo, la de los sacerdotes y los romanos.

En un taller, una mujer en Estelí decía: “Yo acompañé a mi hija cuando decidió abortar. No ha-bía riesgo de salud ni violación ni nada, pero estaba en riesgo que pudiera terminar su carre-ra. Quería terminar de estudiar y después ser madre. Eso era lo que ella quería. Lo platicamos y yo la acompañé. Pero nunca más me he atrevido a entrar a la iglesia, yo siento que Dios me rechaza”. ¿Qué pasa? La decisión de esta muchacha, que su madre respaldó, es una decisión personal que muchos religiosos dirían que es una suprema expresión de egoísmo: poner por delante de un hijo “que Dios le manda” los propios estudios, preferir una carrera a la maternidad, pensar más en ella que en otro. Es significativo que, a pesar de la compasión con la que acompa-ñó a su hija, esta mujer piensa que Dios no es compasivo y la juzga, piensa y siente que Dios no estuvo de acuerdo con lo que ella y su hija decidieron hacer. Tras su angustia hay, naturalmente, características de su personalidad, pero hay también toda una teología. Seguramente si ella sin-tiera y pensara a Dios como Madre, como Mujer, no como Hombre, como Juez, tal vez no sentiría esa angustia que llena innecesariamente de dolor su vida. Esos sufrimientos evitables, alimenta-dos por los sentimientos de culpa, son los que “penalizan” más dramáticamente el aborto.

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¿Quién sabe de Dios?

La tercera idea que cargamos en la conciencia y que nos bloquea para pensar, debatir y decidir sobre el embarazo, para continuar con él o para interrumpirlo, es que creemos que de Dios quien sabe son los obispos, los sacerdotes, los pastores. Creemos que nosotras no sabemos, que ellos sí porque han estudiado y por eso conocen de las cosas de Dios. ¿Cuántas mujeres no le piden permiso al sacerdote hasta para usar anticonceptivos? Como si usarlos fuera pecado, como si él supiera más que la propia conciencia de la mujer…y que el médico que se los aconsejó.

Hemos comprado la idea de que quiénes saben lo que Dios permite o prohíbe, quiénes saben lo que hay que hacer para no ofender a Dios y para agradarlo son los sacerdotes, los pastores. ¿Por qué les damos tanto poder y precisamente “ese” poder, el mayor de todos, ¿por qué les damos el monopolio de Dios? ¿Por qué, si tal vez ese hombre se hizo cura o pastor porque en su familia eran un montón de hijos y uno se metió al seminario para salir adelante y estudiar y viajar y subir de estatus? ¿Por qué, si tal vez, aunque es cura es una persona que vive su vida egoístamente o abusa de su poder o no se comporta con justicia? O tal vez es un cura magnífico, pero, ¿sabrá de anticon-ceptivos? ¿Y sabrá más de Dios que yo, que también llevo a Dios en mi mente y en mi corazón y hablo con Dios y siento su presencia y su presencia me acompaña?

Mientras entreguemos el monopolio de “las cosas de Dios” a las jerarquías de las iglesias, mien-tras pensemos que lo que Dios quiere o no quiere lo saben en exclusiva las autoridades jerár-quicas de las iglesias, autoridades que son todas masculinas, no seremos libres las mujeres para reflexionar y decidir sobre el embarazo y el aborto. Las mujeres debemos de recuperar palabras para hablar de Dios con autoridad, con compasión, con inteligencia. Nos han quitado muchas palabras a lo largo de la historia. Las instituciones eclesiásticas nos han quitado también las pala-bras con las que hablar del misterio de Dios, que no cabe en ningún dogma, en ninguna ley, en ninguna religión. No debemos permitirlo.

¿Qué pasaría si en una misa, en el momento de las oraciones de los fieles formuláramos oracio-nes como éstas: “Señor, te rogamos por todas las mujeres que están ante el dilema de un emba-razo no deseado para que tengan libertad para decidir sobre la vida e interrumpir ese embarazo”; “Señor, te rogamos para que ilumines la mente de todos los religiosos que llaman asesinas a las

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mujeres que abortan decidiendo sobre la vida, para que sus palabras no sean de juicio, sino de amor y compasión”? ¿Qué pasaría? Tenemos que recuperar la palabra si queremos humanizar las relaciones entre hombres y mujeres, si queremos cristianizarlas. Y eso significa hacerlas más equitativas y hacernos todas y todos más libres y más felices.

Con mucha frecuencia el mensaje de los sacerdotes y pastores no se orienta a que nos sintamos “bien”, sino a todo lo contrario, a que nos sintamos mal, a fortalecer en nosotras sentimientos de culpa, de miedo a Dios. Es una forma de ejercer el poder, de ejercer control sobre las conciencias. También desde el miedo se construye poder. La religión siempre ha ejercido un poder tremendo sobre las conciencias, más que las leyes u otras instituciones. Para enfrentar esa maquinaria, el proceso empieza queriéndonos a nosotras mismas, sabiéndonos queridas por Dios, pensando a Dios como Madre amorosa que confía en nosotras y no como un Juez severo listo a castigarnos. Si así vamos avanzando, lo que digan sacerdotes y pastores no nos afectará. Nos sentiremos tan dignas, tan capaces, tan amigas de Dios, que esas amenazas no nos afectarán. Habrán perdido poder sobre nosotras. Es muy difícil que sacerdotes y pastores cambien. Debemos cambiar no-sotras iniciando un proceso personal de reflexión, de información reflexionada, de intercambio entre nosotras, también de lecturas y debates, que nos permitan transformar la idea de Dios y así arrebatarle a los clérigos varones el monopolio que pretenden tener sobre Dios.

Transgredir dogmas e ideas religiosas tradicionales es también seguir a Jesús de Nazaret, un ju-dío que transgredió una y otra vez ideas, actitudes y normas de su religión cuando hacían daño a las personas, cuando excluían. Jesús, un judío que “revolucionó” la idea de Dios que tenían sus contemporáneos. Transgredir las injustas normas de la iglesia puede ser también un acto de profunda libertad, de expresión de la fe cristiana, de amor a Dios.

Si somos cristianas…

Si somos cristianas, católicas o evangélicas de cualquier denominación, o si no somos creyentes, pero nos tocó vivir en un país como el nuestro, forjado en una cultura cristiana, debemos hacer un esfuerzo por recuperar el mensaje de Jesús de Nazaret, que es el inspirador del cristianismo. Y Jesús de Nazaret no es monopolio de las iglesias institucionalizadas en su nombre, que a lo largo de la historia han traicionado tantas veces su mensaje excluyendo, castigando, condenando, juzgando.

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Jesús de Nazaret no vino al mundo a sufrir. Jesús vivió en un momento concreto de la historia, en un país concreto, en una situación concreta, en la que había conflictos sociales y culturales entre quienes tenían poder y quienes no lo tenían y estaban despojados de su dignidad. Por denunciar esos conflictos y por ponerse de parte de quienes no tenían poder lo mataron. Jesús no vino a morir. Lo mataron. Si decimos “lo mataron” estaremos situando a Jesús en la historia, haremos histórico y concreto el mensaje que él proclamó y que causó un escándalo tan grande entre los poderosos de su tiempo que lo mataron. Si decimos “vino a morir” estaremos hablando de una teología que hace de Dios un ser sanguinario que envía a “su hijo” a sufrir y de Jesús un “Dios dis-frazado de hombre” que vino al mundo a cumplir una misión previamente escrita en todos sus detalles por Dios en el cielo.

Según cuál de estas dos concepciones seleccionemos, serán distintas las consecuencias en el modo cómo asumimos la vida y la fe. La idea que vincula a Dios con el castigo y a Jesús con el sufrimiento que agrada a Dios es la más frecuente y se desprende de los dogmas que hemos aprendido, hasta sin darnos cuenta de cómo y cuándo los aprendíamos. Son ideas que debemos de revisar y sobre las que debemos reflexionar para no vernos atrapadas por ellas.

¿Qué idea tenemos de la Biblia?

Vivimos en un tiempo y en un mundo en el que la democracia, los Derechos Humanos, la li-bertad individual son valores que apreciamos y que decimos defender. Sin embargo, la Biblia está escrita en un tiempo en el que estos valores no existían. ¿Habla la Biblia de democracia? No, no podía hablar. ¿Habla de conciencia ecológica, medioambiental? No, no podía hablar. La Biblia es una expresión cultural de un pueblo concreto, el pueblo hebreo, muy distante y distinto del nuestro, expresión cultural de un mundo organizado entre reyes y súbditos. El concepto de democracia no existía. Ni se imaginaba. Tampoco el de la convivencia amigable con el medio ambiente. Jesús mismo habló siempre de su proyecto como “el Reino de Dios”, aunque yo creo que en la pista de la “cultura democrática” ya estaba porque siempre insistió en que todos éramos hermanos, hijos e hijas de Dios, en que a nadie llamáramos maestro o jefe, en que mandar era servir y no ser servido.

Si crecimos con la Biblia, debemos amar esos libros. Son libros “de familia”. Pero así como, ma-duramente, sabemos tomar distancia de las ideas que aprendimos en nuestra familia cuando

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las contrastamos con otras ideas y nos damos cuenta de que están superadas, que son arcaicas, pero eso no nos quita el amor por nuestra familia, debemos aprender también a tomar distancia de muchos de los conceptos de la Biblia. Esta distancia nos permitirá apreciarla mejor y entender más adecuadamente los valores de este libro de nuestra “familia cultural”.

Debemos decidir nosotras

Tenemos que ubicar a Jesús en la historia para entender las verdaderas dimensiones de su men-saje. Tenemos que transformar la idea de Dios con la que hemos vivido para empezar a ser res-ponsables de nuestra vida libremente. Y tenemos que colocar la Biblia en su lugar para poder entenderla y para saber que no hay en ella respuestas ni indicaciones para todo ni para muchos de nuestros problemas actuales. Y si esto es así, nos toca ser responsables sin necesidad de bus-car en cada momento en la Biblia la autorización o el consejo para hacer esto o lo otro.

Jesús de Nazaret no enseñó nada sobre el aborto. Ni lo mencionó. No deja de ser significativo que Jesús, que denunció con tanta firmeza a quienes atropellaban la vida humana, desprecian-do a los enfermos y excluyéndolos, condenando a las mujeres y marginándolas, que defendió a los niños, a los leprosos, a las tullidas, a todos quienes tenían en riesgo su vida, jamás habló del aborto. Tampoco Pablo, tan exagerado en normas de conducta, habló del aborto. Tampoco el resto de quienes escribieron los libros del Nuevo Testamento, que son los libros de la Biblia cristiana.

¿Qué hacer ante este vacío de mensajes específicos sobre el aborto? ¿Preguntarle al cura, al pas-tor, dejarnos llevar por sus ideas? Lo más cristiano es ser responsable con la vida ante cada caso de embarazo, especialmente si es un embarazo no deseado o fruto de la violencia o que pone en riesgo nuestra vida, la vida de una niña, el futuro de una familia. Nos corresponde a nosotras hallar la mejor solución y la más justa respuesta ante nuestra conciencia y ante Dios. Porque las Escrituras no nos dan ninguna orientación, debemos buscarla y encontrarla nosotras mismas con nuestra inteligencia y con nuestro corazón: con reflexión y con compasión. Con responsabi-lidad.

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Decidir siempre por la vida

Ante cualquier embarazo, nuestra reflexión se va a situar siempre ante dos valores: vivir y decidir. Ante dos Derechos Humanos fundamentales: el derecho a la vida y el derecho a la libertad. Acos-tumbramos relacionar estos dos derechos, estos dos valores, con Dios.

Dios quiere la vida y no la muerte. Dios quiere la libertad y no la esclavitud. Pero no podemos olvidar que en nombre de Dios se ha matado y se mata. Y en nombre de Dios se esclavizó y se esclaviza. Repasemos la historia de la humanidad y lo comprobaremos.

En el tema del aborto pretenden dividir a la gente en los Pro-Vida y las Pro-Aborto. Los Pro-Vida afirman que todo aborto es un crimen. Y que abortar es matar. Y pretenden hacer creer que hay grupos de mujeres, las feministas, que pertenecen a “la cultura de la muerte” y que promueven la práctica masiva, y hasta festiva, del aborto.

Pero una decisión responsable ante un embarazo, tanto para continuarlo como para interrum-pirlo, debemos enfocarlo siempre como un dilema entre vida y vida, es una decisión por la vida. No es lo mismo existir que vivir. Cuando Jesús de Nazaret explicó los “planes de Dios” decía: “Que tengan vida y vida en abundancia”. Esa “vida en abundancia” es lo que hoy llamamos “calidad de vida”: salud, educación, afecto, necesidades básicas cubiertas, seguridad emocional y material, oportunidades…Vivir es tener todo eso, vivir no es sólo existir.

El dilema de la interrupción de un embarazo no debemos situarlo nunca entre vida y muerte, como pretenden algunos religiosos. Debemos situarlo siempre en una elección entre vida y vida. La decisión debe ser siempre por la vida. Y eso no significará que la vida que debe privilegiarse es la del embrión que comienza a vivir. Cuando entendamos que Dios nos dio la vida y también la libertad para decidir sobre la vida, con independencia de mandatos y de miedos, de la Biblia, de curas y pastores, tal vez nos sentiremos más libres para decidir.

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Donde Dios es Varón, los varones se creen dioses

La raíz más profunda de la violencia contra las mujeres es de origen religiosa. Tan profunda esa raíz que ni la tenemos ya en cuenta. Tan antigua que la hemos olvidado. La raíz está en la idea de que Dios es Varón. Esa idea acompaña a la humanidad desde hace unos cuatro mil años, cuando la Diosa fue desplazada por dioses guerreros y conquistadores. Entonces, lo femenino dejó de ser sagrado. Y fue considerado inferior, y hasta peligroso y pecaminoso.

La Biblia hebrea es una clara expresión de estas ideas. Los libros de la Biblia fueron escritos en la cultura del Dios Varón. Además, todos los libros de la Biblia fueron escritos sólo por varones. Jesús de Nazaret vivió también sumergido en esa cultura. Y nosotras en esa cultura vivimos. Es lo que llamamos cultura “patriarcal”. En esa cultura, todo lo masculino es superior y de mayor valor. Es una idea que hace daño, que excluye, y que genera violencia, porque donde Dios es Varón los varones se creen dioses.

Para reforzar esta idea, los representantes de Dios son todos varones en el catolicismo y casi todos varones en otras denominaciones evangélicas y también en otras religiones. No vamos a decir que eso es malo. Digamos que es limitado. Un pájaro necesita dos alas para volar. Para ver toda la belleza del mundo, sus perspectivas y sus colores necesitamos de los dos ojos. En la religión que hemos aprendido volamos con una sola ala. Y falta el ojo de la mujer en la Biblia. Esto nos debe llevar a “sospechar” de la Biblia, a leerla tomando distancia, asumiendo sus vacíos y completándolos nosotras a partir de nuestra realidad y de nuestra conciencia informada.

En la mente de la humanidad Dios nació mujer. Porque los seres humanos veían con asombro y veneración cómo la nueva vida surgía del cuerpo de las mujeres. Por eso, Dios, quien da vida a todas las criaturas, tenía rostro de Mujer. El Dios de la Vida era Diosa y se le invocaba con nom-bre de Mujer. La Biblia fue escrita cuando ya, con la agricultura, la acumulación de excedentes, las guerras tribales y las conquistas militares, se había impuesto la idea del Dios Varón, cuando ya se había consumado la desmemoria de la Diosa Mujer. El primer libro de la Biblia, el Génesis, expresa estas ideas con el mito de Adán y Eva en el paraíso. En ese relato, la “vuelta a la tortilla” es tan total que la mujer nace del hombre, que Dios hace que Adán dé a luz a Eva de su costilla. ¡El mundo al revés! Es uno de los mitos patriarcales más enraizados en nuestra conciencia, un

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mito que nos ha costado a las mujeres discriminaciones, recriminaciones y violencias de todo tipo a lo largo de la historia.

Necesitamos recuperar a Dios con rostro de Mujer

La teología de la liberación, que transformó tantas conciencias, tantas comunidades y tantas personas en América Latina en los años 60, 70, 80, apenas tuvo en cuenta la injusticia contra las mujeres. Se fijó en la injusticia social. Pobres-ricos fue su idea central. Las mujeres éramos parte del pueblo oprimido y pobre que necesitaba una liberación. Se habló más de Moisés que de Miriam. Y Dios siguió siendo Varón. Si no, miren la bellísima Misa Campesina Nicaragüense, que dio la vuelta al mundo. En ella vemos a Dios patroleando carreteras, lustrando zapatos, en las gasolineras, chequeando llantas. Nunca lavando, nunca echando tortillas, nunca dando de mamar. Nunca Mujer.

La teología de la liberación nos habló del pecado estructural. Y entendimos que el “hambre” era pecado y que una sociedad con una mayoría hambrienta estaba en pecado. La teología de la li-beración nos enseñó que para seguir a Jesús de Nazaret teníamos que hacer opción preferencial por los pobres. No porque los pobres sean buenos, sino porque son pobres y Dios quiere que dejen de serlo para que haya justicia y equidad. Hoy debemos entender que la violencia contra las mujeres es un pecado estructural. Y que es violencia contra las mujeres declarar que “abortar es matar” sin considerar cada caso, cada historia, cada dilema, cada vida. Hoy debemos asumir la opción preferencial por las mujeres, no porque las mujeres seamos buenas, sino porque histó-rica y culturalmente hemos estado subordinadas. Y Dios quiere que dejemos de estarlo para que haya justicia, equidad y felicidad. Y Dios quiere también que recuperemos su rostro femenino, su rostro de Mujer.

Vida y libertad

Para poder pensar libremente nosotras mismas sobre el aborto y para poder decidir responsable y libremente sobre el embarazo, para reflexionar con otras mujeres sobre un tema que siempre

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será delicado, debemos revisar nuestra idea de Dios, la idea que tenemos de Jesús, también la idea que tenemos de la Biblia.

El tema es delicado porque si hablamos de embarazo y de aborto estamos hablando de temas esenciales, que siempre relacionamos con Dios: estamos hablando de vida y de libertad. Hablar del aborto y del embarazo para aprender a decidir responsablemente es un camino no fácil, pero que nos lleva de cabeza y de corazón a estos dos temas: vida y libertad. Qué pensamos sobre la vida y la libertad va a depender mucho de lo que pensamos sobre Dios, de la idea que tenemos de Dios.

Dependerá también de la idea que tenemos del pecado. Pecado es hacer daño. Y lo mismo que no podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos a nuestros prójimos y prójimas a quienes sí vemos, tampoco podemos hacer daño a Dios a quien no vemos, el daño lo hacemos a quienes nos rodean y vemos. Pecado es hacer daño a otros y a otras, también hacernos daño a nosotras mismas. El embarazo no debe ser nunca un castigo, una prueba, mucho menos un daño contra nuestra vida. Decidir sobre un embarazo nunca será pecado si esa decisión es responsable. Y si somos responsables al decidir por nuestros propios embarazos y al acompañar a otras mujeres en sus decisiones, veremos que cada caso es diferente. Ser responsable es también valorar cada his-toria, cada circunstancia, cada personalidad, cada situación física, sicológica, social, económica. Naturalmente, si el Dios en quien creemos es un Dios severo, todo será pecado, pero si el Dios en quien creemos es un Dios de amor, que nos quiere libres y respalda nuestra libertad, tendremos un horizonte más amplio para reflexionar y para decidir. Nos ayudará mucho pensar en Jesús, imagi-narnos qué diría Jesús en este caso y en este otro, qué haría, que aconsejaría. Naturalmente, si el Jesús en quien creemos vino a este mundo a sufrir y a padecer, tal vez exigirá que suframos. Pero si es el Jesús compasivo y amplio, que no cumplía con las leyes religiosas de su tiempo cuando hacían sufrir a las mujeres, pensaremos desde puntos de vista más humanistas y libres.

El aborto masculino

En la medida en que vayamos transformando nuestras ideas religiosas, nuestra idea de Dios, nuestra idea de Jesús, nuestra idea de la Biblia, nuestra idea del pecado, entenderemos también

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que es el aborto masculino lo que debe ser denunciado, lo que resulta un pecado, lo que debe-mos luchar por erradicar en nuestra sociedad.

Los hombres abortan cuando engendran la vida irresponsablemente. Abortan cuando abando-nan a las mujeres que embarazaron. Abortan la infancia de las niñas cuando las violan y las em-barazan. Abortan cuando engendran hijos a los que no les dan su apellido, su afecto, a los que no les dan alimentos, a los que a veces ni conocen ni siquiera quieren conocer. Cuántas mujeres y hombres viven toda su vida sin conocer nunca quién fue su padre. Cuántas mujeres sacan ade-lante a sus hijos, abandonadas por los hombres que los engendraron. Y cuántos hombres son los que obligan a las mujeres a abortar porque no quieren responsabilidades, porque no quieren problemas, porque no quieren que se sepa….

Estas variadas formas del aborto masculino son las que ofenden a Dios, porque hacen daño a otras personas, a veces daños irreparables y de por vida.

Nuestro desafío

Las mujeres, feministas o no, creyentes o no, tenemos el desafío de recuperar el rostro femenino de Dios y de recuperar la identidad feminista de Jesús de Nazaret. Al hacerlo contribuiremos a que las mujeres, creyentes o no, se sientan más libres, más dignas y con mayor capacidad para decidir sobre la vida y sobre sus embarazos, y a que la sociedad camine hacia esa utopía que es que todos los niños y niñas nazcan en este mundo siendo deseados.

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Dra. Ligia Altamirano

Gineco-obstetra.

Ex presidenta de la Federación Centroamericana de

Sociedades de Ginecología y Obstetricia (FECASOG)

y de la Sociedad Nicaragüense de Ginecología y

Obstetricia (SONIGOB).

Ex Jefa de Servicios de Cuidados Intensivos del

Hospital de la Mujer Bertha Calderón Roque.

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