tres novelas de dictadores

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  • [ 1 ]

    TRES NOVELAS DE DICTADORES: APUNTES PARA LA DISCUSIN DE UN GNERO

    RESUMEN:

    El estudio versa sobre la relacin referencial histrica que presentan las denominadas

    novelas de dictadores con su contexto histrico, as como tambin la relacin cultural de

    subversin que ofrecen en el marco de la resistencia a los sistemas opresivos. El corpus

    objetivo del trabajo lo componen: Sr. Presidente (M. A. Asturias); El Recurso del

    Mtodo (A. Carpentier); Yo, el Supremo (A. Roa Bastos). La reflexin se apoya en la

    delimitacin en rigor- de los trminos de poder y dictador, determinados en el marco del siglo XX y asocindolos al relato ficcional de base de las obras literarias

    mencionadas.

    Palabras clave: Nueva Narrativa Latinoamericana; Dictadores; Poder y Literatura; Novela

    Histrica; Ficcin y Realidad.

    Lorena RAMREZ BORGES

    Jaime TRAS ROMANOW

    Alejandro TORTEROLO FERREIRA

    Universidad de Montevideo

  • [ 2 ]

    TRES NOVELAS DE DICTADORES:

    APUNTES PARA LA DISCUSIN DE UN GNERO

    || INTRODUCCIN:

    El presente estudio deviene de la investigacin asociada al trabajo final del

    Diploma en Letras ibero-anglo-americanas de la Universidad de Montevideo. En el

    mismo, se pretende observar si es posible o no hablar en rigor- de lo que la crtica del

    siglo XX con frecuencia ha dado en llamar novelas de dictadores1. En este sentido,

    inicialmente nos hemos propuesto replantear las coordenadas conceptuales a punto cero,

    vale decir: qu es aquello que llaman novelas de dictadores? qu caractersticas

    tienen as definidas? qu obras se ha convenido en rotular bajo estos trminos? De esta

    forma, hemos arribado a la proposicin inicial de que, por lo general, se denomina

    novelas de dictadores a algunas producciones novelsticas latinoamericanas del siglo

    XX que, tentativamente, pareceran subsumirse bajo ciertos rasgos comunes.

    En consecuencia, se impuso la siguiente delimitacin de campo: a qu perodo

    histrico denominamos, explcitamente, siglo XX? Son equiparables u homogneas

    las diversas culturas latinoamericanas para ser consideradas globalmente, de modo ms

    que compacto? Qu supone, de hecho, la figura del dictador para un

    latinoamericano? Qu caractersticas tienen las novelas asociadas a tales parmetros?

    Cules son las estticas predominantes en las mismas?

    As se ha marcado la deriva de este estudio, que ofrecer en su primera parte

    una delimitacin de su marco terico consistente en definir los trminos histricos de

    los cuales nos ocuparemos (con las razones que oportunamente se detallarn) y cules

    sern los significados que atribuiremos a ciertas palabras clave (qu entendemos por

    poder, a qu llamaremos dictador, etc.).

    Recin entonces estaremos en condiciones de avanzar hacia la segunda parte del

    mismo: la presentacin del corpus objetivo. En efecto, all observaremos lo que la

    crtica ha sealado como las tres obras ms representativas del gnero: Sr. Presidente,

    de Miguel ngel Asturias; El Recurso del Mtodo, de Alejo Carpentier; y Yo, el

    Supremo, de Augusto Roa Bastos. Sobre las mismas observaremos sus semejanzas y

    diferencias, as desde el punto de vista tcnico como tambin temtico

    1 As Augusto Monterroso en Novelas Sobre Dictadores, Abanico, Revista de Letras de la Biblioteca

    Nacional, Buenos Aires, en lnea. Recuperado: 25, Enero de 2011. En:

    http://www.abanico.org.ar/2006/03/monterroso.dictadores.htm

    e igualmente Julita Bobes Naves en Recurrencias temticas en la Novela Hispanoamericana, A.L.E.U.A. (nros. 8 y 9), Universidad de Oviedo, 1992.

  • [ 3 ]

    Finalmente, realizaremos un balance que intentar juzgar si, de lo expuesto, se

    deduce que las novelas de dictadores efectivamente componen un cierto gnero o

    modelo de escritura, as como tambin observar si son, al fin y al cabo, creaciones

    propiamente latinoamericanas.

    || PRIMERA PARTE: Marco Terico

    CARTOGRAFA

    Las Novelas de Dictadores, establecen, como pocas producciones textuales, una

    relacin directa e inescindible con el perodo histrico de su creacin. Las razones para

    ello son de diversa naturaleza, pero inicialmente podramos sealar que, por una parte,

    se articulan en base a una fuerte carga referencial, donde incluso los eventos

    ficcionalizados parten de elementos constatables en el plano de los hechos y, adems, el

    propio protagonista mantiene o bien su nombre real, o bien un mote que lo hace

    reconocible; hay otros casos, por otra parte, en que la referencia est sostenida desde la

    construccin topolgica y la caracterizacin del sistema dictatorial, elementos

    componentes todos ellos de un color local o rasgos tpicos de los gobiernos de

    facto latinoamericanos. Pero por sobre estos elementos, de hecho, encontramos uno

    ineludible: el protagonista del argumento en este tipo de novelas es un recorte

    construido a partir de una experiencia social que, sin dudas, se torna absolutamente

    indita. O incluso, si se quiere, un evento doblemente indito: un nuevo tipo de dictador,

    en el plano de los hechos; y un nuevo tipo de novela, en el corte artstico novelesco.

    Es as que se nos ocurre de vital importancia delimitar claramente el perodo que

    nos ocupamos observar y, al mismo tiempo, recomponer algunas coordenadas

    ideolgicas generales que, cartogrficamente, viabilicen la comprensin de las Novelas

    de Dictadores.

    En este sentido, Hobsbawm observa que el siglo XX comenzara con la Primera

    Guerra (1914) y se extendera hasta cada de la U.R.S.S., dividindose a su vez en dos

    articulados en torno al ao 47. Ambos hemistiquios estaran basados en la lgica de

    oposicin de guerra: primero en los trminos que delimit los dos conflictos armados; el

    segundo en el marco de la Guerra Fra2.

    Pero acaso no es posible extender esta frontera final hasta aproximadamente-

    del ao 2000? Por qu no suponer tambin esa fue nuestra pregunta inicial- que tal

    vez el ao 2002 y la cada de las torres de World Trade Center han de marcar de manera

    decisiva la cultura occidental? Despus de todo, asociado a estos eventos terroristas

    2 HOBSBAWM, Eric, Historia del Siglo XX, Buenos Aires, Ed. Crtica, 1999, p. 230.

  • [ 4 ]

    surge tambin un nuevo modo discursivo afectado de poder que se legitima y enmascara

    en un sistema de seguridad de los buenos-demcratas-liberales (etc.) y recuerda, en ms

    de una medida, la construccin binaria y polarizada del pensamiento de dcadas

    anteriores. Los personajes parecen cobrar imgenes renovadas; los sistemas/estructuras

    de poder se reeditan, indudablemente, desde un modelo aplastante que busca exterminar

    todo aquello que juzga enfermizo o desviado de su perspectiva.

    Por otra parte, este ltimo recorte histrico nos permitira observar con

    comodidad cmo algunas novelas se consolidaron como novelas de poder an cuando

    explcitamente no remiten a la estructura de un dictador como personaje protagonista3.

    En suma, en busca de lograr elaborar un marco referencial histrico que

    (cmodo o no) resulte til a nuestro objeto de estudio, hemos aplicado un sistema de

    periodizacin que busca reparar en aquellos aspectos fundamentales a cualquier

    sociedad, a saber: un sistema econmico estructuralmente sostenido con matices, s,

    pero sin variaciones de fondo-; una construccin general de ideal comn respecto de

    los objetivos deseables para la gran mayora de la masa social, una suerte de sueo de

    clase media; y finalmente, los aspectos culturales centrales que hacen a la

    conformacin de una identidad (valores religiosos, civiles, organizacin poltica, etc.).

    A QU LLAMAMOS SIGLO XX

    Digmoslo claramente: entendemos por siglo XX a aqul perodo histrico que se

    desarrolla desde el ao 1914 hasta el ao 2002 aproximadamente, aunque con articulaciones

    y caractersticas concretas que pasaremos a sealar inmediatamente. En efecto, hasta

    inmediatamente luego de la Segunda Guerra Mundial se inicia un nuevo perodo histrico,

    o con ms exactitud-, con el inicio de la Guerra Fra. De este modo, en trminos concretos,

    podramos sealar al ao 1945 o 1947 (finalizada aqu la posguerra) como un eje

    vertebrador del cambio de poca. Ms an, la referencia discursiva a cargo de Churchill-

    respecto del conocido muro(/cortina) de hierro (1946) es un hito ineludible al momento

    de sealar un evento especfico. Pues, aunque es cierto que la locucin no es propiedad

    original de aqul primer ministro, es significativa su utilizacin estratgica en tanto vino a

    representar un modo singular de comenzar a dividir el escenario global en un sentido

    binario que propondr a buenos y malos, segn sea el caso. Y ser justamente esta lgica

    de polarizacin de las coordenadas ideolgicas lo que sostendr el desarrollo de la Guerra

    Fra, liquidando la posibilidad de grises o semitonos, propendiendo al mismo tiempo un

    sentido de nueva cruzada de escala mundial, aunque en este caso despojada de un matiz

    3 Al respecto, se nos ha ocurrido interesante la observacin de las novelas de calabozo como la

    contracara (indivisible) de las novelas de dictadores. Pero sobre ello volveremos brevemente ms

    adelante.

  • [ 5 ]

    religioso, nunca de su sentido de pueblo elegido o al menos- poseedor de la verdad4.

    Aunque, ciertamente, lo que estuvo en pugna, de hecho, no ha sido un estatuto de verdad

    sino, en todo caso, de validez; la conflictividad opuso antagnicamente- dos sistemas de

    organizacin poltica que, con nitidez, estaban representados en dos granes bloques, Estados

    Unidos y la Unin Sovitica. Y en tanto los sistemas son fcilmente adaptables a otras

    regiones, rpidamente la oposicin ideolgica se globaliz, escurrindose mucho ms all

    de las propias fronteras polticas, hasta que progresivamente la poltica se consolid como

    el arte de la guerra por otros medios, sobre todo en el plano internacional. Aqu y all se

    intentaban consolidar sistemas epgonos de aquellos grandes modelos, y, como es

    esperable, Amrica Latina no permaneci de espaldas y ajena al marco ideolgico general.

    Encarnada como la nica batalla perdida de los Estados Unidos en Amrica doblemente

    perdida: en trminos ideolgicos y blicos- Cuba signific no slo una posibilidad de

    consolidar un sistema de organizacin poltica, sino, a la vez, una pequea-gran zona cenital

    de la produccin cultural de izquierda del continente, por momentos incluso tornndose

    bastin de refugio de muchos intelectuales exiliados. As, Casa de las Amricas result

    en llamarse la institucin que, por Ley 299 del 28 de abril de 1959, a slo unos meses del

    triunfo de la Revolucin Cubana, se convirtiera en un norte cultural vertebrador de las

    bsquedas culturales alineadas al pensamiento de izquierda, como una forma de resistencia

    al poder dominante.

    EL PODER

    De miedo, de fro y de hambre lloraban los mendigos apauscados en la sombra. No se vean

    ni las manos. A veces quedbanse aletargados y corra entre ellos, como buscando salida, la

    respiracin de la sordomuda encinta.

    Me van a decir la verdad! grit, desnudando los ojos de basilisco tras los anteojos de

    miope, despus de dar un puetazo sobre la mesa que serva de escritorio. Uno por uno

    repitieron aqullos que el autor del asesinato del Portal era el Pelele, refiriendo con voz de

    nimas en pena los detalles del crimen que ellos mismos haban visto con sus propios ojos.

    A una sea del Auditor, los policas que esperaban a la puerta pelando la oreja se

    lanzaron a golpear a los pordioseros, empujndolos hacia una sala desmantelada. De la viga

    madre, apenas visible, penda una larga cuerda.

    4 Es interesante la nota al pie de Hobsbawm citando a Walker El enemigo es el sistema comunista en

    s: implacable, insaciable, infatigable en su pugna por dominar e! mundo ... Esta no es una lucha slo por

    la supremaca armamentstica. Tambin es una lucha por la supremaca entre dos ideologas opuestas: la

    libertad bajo un Dios, y una tirana atea. HOBSBAWM, Eric, op. Cit., p. 235.

  • [ 6 ]

    Fue el idiota! gritaba el primer atormentado en su afn de escapar a la tortura

    con la verdad. Seor, fue el idiota! Fue el idiota! Por Dios que fue el idiota! El idiota! El

    idiota! El idiota! Ese Pelele! El Pelele! se! se! se!

    Eso les aconsejaron que me dijeran, pero conmigo no valen mentiras! La verdad o

    la muerte!... Spalo, oye?, spalo, spalo si no lo sabe!

    La voz del Auditor se perda como sangre chorreada en el odo del infeliz, que sin

    poder asentar los pies, colgado de los pulgares, no cesaba de gritar:

    Fue el idiota! El idiota fue! Por Dios que fue el idiota! El idiota fue! El idiota

    fue! El idiota fue!... El idiota fue!

    Mentira...! afirm el Auditor y, pausa de por medio, mentira, embustero!... Yo le

    voy a decir, a ver si se atreve a negarlo, quines asesinaron al coronel Jos Parrales Sonriente;

    yo se lo voy a decir... El general Eusebio Canales y el licenciado Abel Carvajal!... A su voz

    sobrevino un silencio helado; luego, luego una queja, otra queja ms luego y por ltimo un s... Al

    soltar la cuerda, el Viuda cay de bruces sin conciencia. Carbn mojado por la lluvia parecan

    sus mejillas de mulato empapadas en sudor y llanto. Interrogados a continuacin sus

    compaeros, que temblaban como los perros que en la calle mueren envenenados por la polica,

    todos afirmaron las palabras del Auditor, menos el Mosco. Un rictus de miedo y de asco tena en

    la cara. Le colgaron de los dedos porque aseguraba desde el suelo, medio enterrado enterrado

    hasta la mitad, como andan todos los que no tienen piernas, que sus compaeros mentan al

    inculpar a personas extraas un crimen cuyo nico responsable era el idiota5.

    La verdad o los discursos que instauran/decretan lo verdadero- la

    cristalizacin del poder en manos de un sujeto, la interseccin de tales aspectos con la

    tortura miope de la primera mitad de siglo pasado, o la especializada, como se ver ya

    sobre el ltimo cuarto del siglo XX, no resultan una novedad histrica para Amrica

    Latina o cualquier otra cultura occidental. En mayor o menor medida, la correlacin

    entre el poder y la instauracin de sistemas de gobierno despticos han producido lneas

    comunicantes hacia aquellos lugares referidos.

    No obstante, Hispanoamrica ha dado lugar no slo al surgimiento histrico de

    tales figuras (con frecuencia afectadas por un velo de extraamiento o sombra

    inaccesible) sino tambin a su caracterizacin literaria. Ya Monterroso denomin en

    alguna oportunidad a esta singular creacin Novelas de Dictadores 6, elaborando as

    instantneamente una suerte de sub-gnero narrativo articulado en torno a la eleccin de

    un tema o personaje central: la figura del dictador. Es que, en efecto, si dejamos por un

    momento de lado las generalidades de cualquier forma desptica del ejercicio de poder,

    5 ASTURIAS, Miguel ngel, Sr. Presidente, Unidad Editorial, 1999.

    6 MONTERROSO, Augusto, Novelas Sobre Dictadores, en Abanico, Revista de Letras de la Biblioteca

    Nacional, Buenos Aires, en lnea. Recuperado: 25, Enero de 2011. En:

    http://www.abanico.org.ar/2006/03/monterroso.dictadores.htm

  • [ 7 ]

    parece hallarse aqu la singularidad llamativa de las creaciones hispanoamericanas: al

    mismo tiempo que sintetizan una forma de gobierno que centraliza el poder, vehiculiza el

    ejercicio efectivo de la creacin de discursos de verdad. Dicho de otro modo, ejercita su

    fuerza y legitima su poder todo a un tiempo- sin tapujos ni titubeos de ningn orden,

    dejando al descubierto sus abusos y con frecuencia utilizando los mismos como ejemplos

    coercitivos. No es una forma limpia, impalpable o impersonal del ejercicio del poder, aqu

    el poder tendr con frecuencia un nombre conocido (aunque se lo llame Presidente7) y

    un rostro ntido sabido de memoria.

    Pero tal vez la singularidad de las Novelas de Dictadores, en tanto categora

    narrativa, no radique nicamente en el tratamiento de un tema sino tambin en la

    abundancia de su produccin en el transcurso del siglo pasado. An cuando es probable

    que un cierto marco de transculturacin opere en el nivel de la cosmovisin8 u

    horizonte de experiencia de los diversos autores (donde destaca, segn la crtica en

    general, Tirano Banderas) no se explica per se la proliferacin de este tipo de novelas,

    donde tampoco inicialmente es posible trazar una serie de rasgos comunes atenientes a

    cuestiones estructurales que excedan la eleccin temtica. En todo caso, parece

    reconocerse como elemento comn un cierto proceso de objetivacin temtica9 que se

    sita en la interseccin de la figura del poder y del tirano, en esa categora definida

    como el dictador.

    En efecto, este Dictador ser el punto central, pero con algunas caractersticas

    especficas que tal vez podran colaborar a definir el gnero. Aqu, el ttulo de

    dictador10

    , que originalmente supona una figura temporal, dotada de poderes

    excepcionales por razones de la contingencia, deviene en un mote negativo donde la

    supuesta temporalidad de su cargo se torna periodicidad histrica extendida (casi al

    infinito) y la excepcionalidad de sus poderes se vuelve exacerbacin injustificada y

    brutal. De ah que nunca sorprende que ser dictador resulta sinnimo de

    impopularidad y falta de consensos11

    ; por lo mismo, el personaje (histrico o real, tanto

    7 Por Presidente denominaremos, en lo que sigue, al personaje dictador de la novela de Asturias que,

    por sostener a pie juntillas- una homonimia con el nombre de la novela, habilita una fcil confusin de referencias analticas. 8 Sobre la cosmovisin como nivel operativo transculturado, RAMA, ngel, Transculturacin

    Narrativa en Amrica Latina, Montevideo, Arca Editorial, pp. 48 y ss. 9 La objetivacin del novelista es, ante todo, la eleccin de su tema, o, si pudiramos ser ms precisos,

    el ajuste germinal que se produce entre su vivencia personal obsesiva y una estructura que pueden

    compartir otros hombres RAMA, ngel, Diez Problemas para el Novelista Latinoamericano, Venezuela, ed. Sntesis DOSMIL, 1972, p.65 10

    Denotatum extrado del Diccionario de la Real Academia Espaola, en lnea. Recuperado, Julio de

    2011, en:

    http://buscon.rae.es/draeI/SrvltGUIBusUsual?TIPO_HTML=2&TIPO_BUS=3&LEMA=dictador 11

    De hecho, las novelas de dictadores explotarn ese perfil a partir de la consideracin del personaje

    desptico como un solitario o abandonado, curiosamente un sujeto insular pero en el trmino de su

  • [ 8 ]

    da) nunca se asume a s como Soy un dictador12. De este modo el mote se torna

    externo, ajeno al sujeto y tambin despectivo. En algn caso es sinnimo de insulto, y

    tal vez por lo mismo la eufemstica ha sido productiva en torno a esto: Presidente,

    Sr. Emperador, Sr. Comandante, Su Excelencia o tambin Sr. General entre

    otros trminos, se consolidan como tratos de respeto para figuras que, de hecho, operan

    a todo nivel como Dictadores. Incluso se hacen presentes hasta las formas ms

    extraamente elpticas para referirse a cargos perimidos, como la nominacin en El

    Recurso del Mtodo de El Ex, donde claramente- el valor nominal del sintagma se

    da por sobreentendido y as se habilita la elipsis.

    Pero si el mote de dictador se ha vuelto negativo, una forma ms de insulto, si

    se aproxim en suma- al concepto de tirano, esto ha sido sin dudas producto de las

    propias acciones asociadas esto s, en el plano de la realidad cotidiana- a las

    encarnaciones concretas de dichos sujetos: usos y abusos de funciones, agresiones,

    enriquecimientos y apropiaciones indebidas entre una lista que es sin dudas ms larga

    que estos cuatro o cinco elementos en donde no figura la tortura o el robo de nios, han

    sido indudablemente razones suficientes. Pero, en todo caso, los motivos por los cuales

    la lengua ha resignificado (a partir de la coloquialidad) el campo semntico del trmino

    dictador excede los lmites de este trabajo. En todo caso, nos interesa meramente

    sealar cmo se desva de la referencia estrictamente etimolgica y se carga de otros

    valores que hacen a casi todo iberoamericano fruncir levemente el seo o tomar una

    posicin razonablemente alejada.

    Por otra parte, ms all del la proliferacin temtica dentro del campo narrativo

    se impone observar cmo con frecuencia la construccin diegtica opera como retrato

    de la monopolizacin (o cristalizacin) del poder en sus dos perfiles: el ejercicio del

    dominante y el del dominado (en tanto resistencia). Tal vez as podramos incluso

    considerar a los relatos novelados en memorias o testimonios como una categora

    de anverso/reverso en torno a las Novelas de Dictadores, conformando una unidad

    temtica completa, aunque con resultados variados y estrategias artsticas altamente

    heterogneas. Ahora, aceptemos o no la supuesta unidad de estas categoras tan

    propiamente latinoamericanas, resulta a todas luces innegable que el eje centrpeto de su

    ejercicio feroz de poder y, eventualmente, tambin de su vida. As Garca Mrquez (El Coronel no tiene

    quien le escriba), M. A. Asturias (Sr. Presidente) y A. Carpentier (El recurso del mtodo) entre otros. 12

    Hay, si se quiere, excepciones contadsimas como en la novela de ROA BASTOS, Yo, el Supremo, Yo el Supremo Dictador de la Repblica. Ordeno que al acaecer mi muerte mi cadver sea decapitado; la

    cabeza puesta en una pica por tres das en la Plaza de la Repblica donde se convocar al pueblo al son

    de las campanas echadas a vuelo. Todos mis servidores civiles y militares sufrirn pena de horca. Sus

    cadveres sern enterrados en potreros de extramuros sin cruz ni marca que memore sus nombres. Al

    trmino del dicho plazo, mando que mis restos sean quemados y las cenizas arrojadas al ro. op. Cit., p. 21.

  • [ 9 ]

    articulacin temtica es el poder, sobre todo maridado con la autoridad, en el filo del

    ejercicio desptico.

    En este sentido tambin las producciones narrativas en torno al poder parecen

    ajustarse al concepto de claridad sartreana, en donde la novela cobra un valor revelador

    respecto de la realidad13

    , tiene un sentido y una finalidad que exceden el mero esteticismo,

    afectando la conciencia del sujeto sobre el mundo, propiciando el develamiento de una

    red de relaciones que slo a partir de la distancia que ofrece la obra literaria se pueden

    considerar. De estos vasos comunicantes entre la realidad (o el estatuto de lo real) y el

    universo diegtico ofrecido por las producciones literarias, suele resultar tambin una fuerte

    interdiccin con el poder monoltico/hegemnico de turno que, con frecuencia, es puesto en

    jaque por la denuncia del estado de situacin del estado de cosas- con el eplogo ya sabido

    de censuras totales o parciales de dichas obras. En estos trminos, la relacin entre literatura

    y realidad no parece un espacio dibujado en planos separados sino parcialmente

    convergentes, y es justamente a partir de esa convergencia que el acto creador encarnado en

    la escritura se torna con frecuencia un lugar de poder privilegiado, sea en la legitimacin, la

    crtica o la evasin de la realidad cotidiana. Claramente, estamos hablando tambin aqu

    de relaciones de poder en torno al arte verbal.

    No obstante, tampoco parece prudente establecer la correspondencia fcil y

    simplista entre poder y dictador segn la cual ste ltimo vendra a ser no

    solamente el resultado de un determinado proceso o contingencia histrica, sino ms

    bien la causa casi exclusiva- del estado de cosas implicado en la dictadura. En este

    sentido, como observa Mikou14

    , la produccin novelstica afectada a tomar como tema a

    los dictadores, con frecuencia tiende a considerar a este tipo de personaje que es el

    dictador como resultado de un marco general-global que slo puede ser afectado en el

    estilo, pero nunca definido en tanto sistema de organizacin/distribucin de poder. En

    otros trminos, el dictador es un factor as lo dice- en parte resultante de un

    escenario de relaciones bastante ms amplio, que escapa a las posibilidades de

    modificacin de este personaje fatdico. Ciertamente, la observacin de Mikou

    considera en su juicio a las producciones ecuatorianas, pero nada hace pensar que tal

    juicio no pueda hacerse extensivo a otros sectores de Iberoamrica.

    De este modo tambin, las novelas de dictadores quedan ligadas a unas

    determinadas condiciones histricas -consideramos tambin aqu el campo ideolgico-

    13

    Sobre el concepto de claridad y opacidad en relacin a narrativa y poesa respectivamente, SARTRE, J. P., Qu es literatura?, Buenos Aires, Ed. Losada, 1950, pp. 51 y ss. 14

    MIKOU, Mohammed, La Novela de la Dictadura en el Ecuador de los aos Setenta: la Imaginacin al

    Servicio de la Realidad, memoria de tesis doctoral, Universidad Complutense de Madrid, Facultad de

    Filologa, 2007, pp. 433 y ss.

  • [ 10 ]

    que se (re)construyen incesantemente a cada lectura, en un campo que eclipsa objeto de

    escritura/sujeto escritor. Esto es: remiten una construccin verosmil fcilmente

    reconocible para el lector, pero al mismo tiempo afectan las coordenadas ideolgicas

    (ms all de la estricta cosmovisin) en la medida que tambin ofrecen un modo de

    lectura, una propuesta interpretativa que presenta a la novela y la realidad en una

    relacin isomorfa15.

    EL PODER: DELIMITACIN Y APLICACIN DEL CONCEPTO

    Por lo comn, la nocin lxica de poder en sentido sustantivo- se asocia a la

    exacerbacin del ejercicio de la fuerza, o en cualquier caso a algo organizacin o

    sujeto- negativo que afecta la condicin o actividad de un tercero16

    . As se entiende

    fcilmente la referencia a un sujeto poderoso. Y as entendido, con frecuencia se

    escala el poder en niveles operativos (a veces extendidos: poder en ejercicio; a veces

    replegado: poder potencial) de acuerdo a una lgica binaria y la posibilidad/voluntad de

    condicionar/dominar la voluntad del polo opuesto. De este modo el poder resultara una

    forma confrontativa en donde el que se ubique en posicin dominante estar en

    condiciones de ejercer su deseo sobre el otro, de limitarlo, aunque no de imponer su

    reconocimiento ms all de la propia capacidad de dominar.

    En trminos de Foucault17

    , sin embargo, el poder se ejerce en toda relacin entre

    sujetos y ms que una relacin binaria hay que suponer que las relaciones de fuerza

    mltiples que se forman y actan en los aparatos de produccin, las familias, los

    grupos restringidos y las instituciones, sirven de soporte a amplios efectos de escisin

    que recorren el conjunto del cuerpo social. stos forman entonces una lnea de fuerza

    general que atraviesa los enfrentamientos locales y los vincula; de rechazo, por

    supuesto, estos ltimos proceden sobre aqullos a redistribuciones, alineamientos,

    homogeneizaciones, arreglos de serie, establecimientos de convergencia: Las grandes

    15

    Muchos escritores, entre otros: Aguilera Malta, Pedro Jorge Varela, Alfredo Pareja Diezcanseco, consideran la dictadura como un concepto con una significacin terica y unas dimensiones distintas,

    pero que en el fondo vienen a explicar que el dictador no refleja el ncleo de la dictadura. Slo establece

    el estilo del rgimen, no sus fundamentos naturales bsicos. Es un factor ms de entre una cadena

    estructurada de elementos (econmicos, sociales, culturales, histricos, geogrficos) que generan la dictadura y promueven sus operaciones. Esto quiere decir que el texto literario revela un indiscutible

    contenido ideolgico que remite a una situacin histrica y que guarda con la realidad una relacin

    isomorfa, a travs de la cual el autor refleja sus ideas y sus concepciones, MIKOU, Mohammed, La Novela de la Dictadura en el Ecuador de los aos Setenta: la Imaginacin al Servicio de la Realidad, op cit p. 64. 16

    As tambin en Onofre, donde es una propiedad del sujeto, enmarcada en un modo binario de lucha o

    antagonismo y tanto se puede ejercer como conservar latente en su ejercicio. No obstante, no se confunde con autoridad en el entendido de que esta ltima supone un nivel de reconocimiento no

    necesariamente vinculado a aqul. ONOFRE, Fabrizio, Tipologa del Poder y Construccin de un Modelo, en Sobre el Concepto de Poder, Montevideo, Fundacin de Cultura Universitaria, 1972. 17

    FOUCAULT, Michel, Historia de la Sexualidad. 1- La voluntad de saber., Buenos Aires, Siglo

    Veintiuno Editores, 2002, pp. 112 y ss.

  • [ 11 ]

    dominaciones son los efectos hegemnicos sostenidos continuamente por la intensidad

    de todos esos enfrentamientos18. Es desde esta perspectiva que las Novelas de

    Dictadores operan como un retrato: ms all de las intenciones concretas, en la

    mayora de los casos se observa un interjuego complejo en torno al poder, donde

    muchas veces es difcil poner las cosas blanco sobre negro; con frecuencia la dimensin

    humana an de los personajes ms fcilmente condenables- termina salvando un fondo

    irreductible de comprensin de las miserias o temores del personaje.

    En este sentido, sobre el mapa del poder en tanto ejercicio que busca imponerse

    por diversos mtodos/medios para alcanzar sus objetivos, se recorta tambin la figura de

    la resistencia. Ambas estn profunda e indivisiblemente implicadas en el proceso,

    conforman una misma lgica tejiendo una compleja red de relaciones. As tambin,

    ambas encarnan en la novelstica hispanoamericana referencias histricas (anclajes) que

    potencian su verosimilitud pero adems le otorgan un efecto de desvelamiento,

    poniendo palabra a la reflexin de personajes inaccesibles o intentando al menos-

    perfilarlos humanamente.

    En virtud de estas razones, la conceptualizacin de Foucault en torno al poder,

    resulta til para analizar las Novelas de Dictadores. Por una parte, permite enfocar el

    juego de poder en aquellas producciones narrativas reconociendo el lugar de la

    denominada resistencia como un juego tambin poderoso. Por otro lado, salva la

    carga semntica del trmino poder de toda afectacin decididamente negativa que,

    apriorsticamente, condicione la lectura y el desempeo analtico de este trabajo.

    En resumidas cuentas, entenderemos por poder, la red de acciones/estrategias

    apostadas en el intercambio explcito de todos los personajes que conforman el universo

    diegtico propio a la novela a analizar, atenientes al condicionamiento de la accin de

    un tercero. Pero ms particularmente, atenderemos la cristalizacin (o monopolizacin)

    del poder como aqul ejercicio desptico y unilateral de la voluntad o el deseo de un

    sujeto arraigado por un tiempo indefinido en una posicin de privilegio, y protegido all

    por medios de coercin/represin concretos.

    || SEGUNDA PARTE: Corpus Literario.

    EL PROBLEMA DE LA DELIMITACIN DE UN TEMA/

    LA BSQUEDA DE UN PROTAGONISTA

    De un modo extraamente anti-intuitivo, las novelas de dictadores no

    necesariamente sern aquellas en donde El Dictador resulte el personaje protagonista.

    Tampoco su gobierno (tirnico) parece ser el foco de la predicacin Es en el Sr.

    18

    FOUCALT, Michel, Historia de la Sexualidad. 1- La voluntad de saber op. Cit., pp. 114-115.

  • [ 12 ]

    Presidente su personaje homnimo el protagonista? O acaso es Miguel Cara de ngel

    quien gana poco a poco su valor preponderante? O mejor: es el amor entre Camila y

    Miguel y su resultado angustioso y trgico lo que sostiene a la novela sobre el final?

    Resulta evidente y fcil la constatacin de esto ltimo: el gobierno del Presidente

    nunca es un tema en s mismo, afecta tangencialmente (aunque con potencia

    determinante) los acontecimientos en la novela. La secuencia narratolgica demuestra,

    en efecto, que el personaje del Presidente est asociado a la mayor tensin narrativa y

    una larga acumulacin de motivos libres19

    , ora explicitando la brutalidad ms

    descarnada, ora revelando los efectos del temor(/pnico?) en el resto de los personajes,

    pero no mucho ms de all. Su presencia espordica y reducida a muy pocos episodios,

    y su desaparicin tcita- del plano de la accin en la novela por largos tramos donde

    incluimos el final son pruebas determinantes. Si bien su presencia est implcita en el

    informe final que demuestra la crueldad de la trampa tendida a Cara de ngel para

    aniquilarlo en lo nico que conservaba como bastin de esperanza, si bien, decimos, el

    Presidente es all el destinatario y responsable de la accin (ganndose el desprecio

    del lector en una actitud tan ruin) no puede decirse que sea el protagonista de las

    acciones, en virtud de que no es l el sujeto de la narracin.

    En todo caso, la presencia del Presidente se extiende como una sombra sobre

    la novela, la eclipsa y oscurece, pero nunca parece figurar all plenamente; a cada

    pliegue de accin encubierto, a cada injusticia o atrocidad la presencia del mandatario se

    presiente pero no se ve: forma impalpable del ejercicio del poder; instauracin del

    miedo interno que gobierna los personajes, y as la verdad, cuando no est de acuerdo

    con el Presidente, queda limitada a la penumbra, a su manifestacin en un recorte de

    papel annimo, como los tantos que recibe la esposa del Licenciado, como los rumores

    a voces que llegan a hurtadillas a Camila sobre el destino de Miguel.

    Pero, hay que decirlo, El Recurso del Mtodo as como Yo, el Supremo

    responden a tcnicas narrativas de tono diferente (de tiempo diferente tambin) al Sr.

    Presidente. Y tal vez por ello, en las novelas referidas el dictador quede comprendido de

    una manera ms focalizada. Con todo, sumando y restando, segn hemos visto, no

    resulta ello en ningn caso un elemento fundamental respecto de la consideracin de la

    figura del dictador y su capacidad de afectar la novela como una categora o tema

    especficos.

    19

    El concepto lo tomamos de TOMACHEVSKI, Temtica, en Teora de la literatura de los formalistas rusos, (comp. Tzvetn Todorov ) Buenos Aires, Signos, 1970.

  • [ 13 ]

    Ahora bien, vistos con detenimiento, el Presidente, como El Supremo o

    tambin El Primer Magistrado, presentan un denominador comn notorio: son

    personajes (nicamente?) poseedores de un cargo de gobernante mximo de una

    geografa determinada, plenipotenciarios que instauran su propia tirana. As tambin,

    sus formas de nominacin se emparentan, dado que, como seala Mikou, El

    sentimiento de supremaca, que en el fondo es un complejo de inferioridad, se refleja en

    los ttulos que los dictadores conceden a s mismos y se materializa en sus relaciones

    con las personas de su entorno, en las actitudes que revelan al mundo, o en sus

    cavilaciones ms ntimas20. Pero ms all de este denominador comn, las

    caractersticas en cada caso tomarn matices particulares.

    En El Recurso del Mtodo21

    , al protagonista, al dictador (Primer Magistrado), lo

    observamos transitar varios captulos que relatan su gobierno, y una vez derrocado y

    desterrado se autodenomina El Ex, adoptando tambin el narrador la misma

    nominacin. Pero acaso su fundamental diferencia con el Presidente, resulte que,

    como seala Dondald L. Shaw no es un personaje del todo antiptico22. El Primer

    Magistrado rene caractersticas reconocibles de los dictadores latinoamericanos

    histricos, pero es a un tiempo personaje de ficcin con ribetes trgicos y honduras

    humanas que lo proyectan ingenuo, afable e infantil. El marco para comenzar a definir a

    este personaje no puede ser otro que el que brinda el propio Carpentier que define una

    tipologa de dictadores latinoamericanos en un trptico:

    Yo lo llamo sencillamente, en abstracto, el Primer Magistrado, por aquello de que,

    generalmente, el presidente de un pas de Amrica Latina es calificado de primer

    magistrado de la nacin. Ahora bien, en lo que se refiere a las dictaduras de

    Amrica Latina hay que distinguir entre tres tipos. Hay sencillamente el general de

    pistola y fusta, ese personaje que Alcides Arguedas, en un libro admirable llama

    sencillamente el caudillo brbaro. Ejemplo: Melgarejo [] Hay el dictador a

    secas. Ese seor, como fue Machado en Cuba, perfectamente inculto [] Pero hay

    un tercer personaje que es ms complejo y acaso ms interesante, que es el tirano

    ilustrado. El tirano ilustrado es Estrada Cabrera en Guatemala []23.

    En este tercer tipo es donde se ubica el Primer Magistrado. Hombre afrancesado

    y consumidor de la alta cultura; sirve de vehculo a Carpentier para la introduccin del

    20

    MIKOU, Mohammed, La Novela de la Dictadura en el Ecuador de los aos Setenta: la Imaginacin al

    Servicio de la Realidad, memoria de tesis doctoral, Universidad Complutense de Madrid, Facultad de

    Filologa, 2007, p. 433. 21

    CARPENTIER, Alejo, El Recurso del Mtodo, Madrid, Akal, 2008. 22

    SHOW, Dondald L. Nueva Narrativa Hispanoamericana, Madrid, Ctedra, 2008, p. 94. 23

    RODRGUEZ PURTOLAS, Julio, en Estudio Preliminar a El Recurso del Mtodo, Madrid, Akal, 2008, p. 104.

  • [ 14 ]

    arte en sus diferentes manifestaciones y la consecuente valoracin esttica. Este perfil

    ilustrado del Primer Magistrado redunda en pasajes de una altsima densidad cultural,

    dado que el personaje constantemente participa de tertulias donde expone e intercambia

    valoraciones (en ocasiones con un enciclopedismo tal que detiene la fluidez del relato)

    sobre pera, poesa, filosofa, y un largo etctera, primando en su valoracin esttica el

    arte clsico.

    Si bien el Primer Magistrado responde a la tipologa de dictador culto que

    defini el Carpentier, no est exento de poseer rasgos de brutalidad y tirana propios de

    los otros dictadores. Este personaje que tanto descansa en Pars como en la lujosa

    residencia de Marbella, tambin se inviste con el uniforme de General y se instala en el

    campamento a dirigir las tropas militares. Dictador que ana arrebatos de ira con

    caprichos infantiles, necesita ser mecido en su chinchorro para lograr el sueo, o

    realizar obsesivamente- sus impulsos an ms irracionales o inexplicables, como

    manejar el trencito de la colonia alemana.

    El Supremo, por su parte, tambin se presentar como un personaje brutal (que

    llega a mandar a matar, orden en mano, a su escribiente) e igualmente solitario. Este

    personaje se encuentra en la soledad ms absoluta, menciona en varias ocasiones en la

    novela que no tiene amigos y que nunca am a nadie. Esto nos retrotrae a El otoo del

    Patriarca de Garca Mrquez, quien tambin se encuentra en una soledad atroz: Por

    todas esas lejanas he pasado con persona ma a mi lado, sin nadie. Solo. Sin familia.

    Solo. Sin amor. Sin consuelo. Solo en un pas extrao, el ms extrao siendo el mo.

    Solo. Mi pas acorralado, solo, extrao. Desierto. Solo. Lleno de mi desierta

    persona.24. La soledad aparece acentuada por la reiteracin del adjetivo solo el que

    an en su categora adjetiva- forma enunciados independientes, mostrando la

    dimensin de la soledad del gobernante. A su vez sabemos que los verbos copulativos

    ms usados son: ser y estar. El primero refiere a una condicin permanente, el segundo

    a una eventual. Podemos concluir que la elipsis es, entonces, del verbo ser, ya que la

    soledad ha sido la condicin que acompaa al Supremo en todo momento, la nica

    podramos decir- que lo acompaa.

    Esta idea es retomada en varias ocasiones en la novela. Ms atrs dijo el

    Supremo Nunca he amado a nadie, lo recordara.() No am a Clara Petrona Zavala

    y Delgadillo. Por lo menos bajo la forma de amor normal que no se da a un ser

    anormal como yo25.

    24

    ROA BASTOS, Augusto. Yo, El Supremo, ED. Bibliotex, 2001 S.L. , p.193.

    25

    ROA BASTOS, Augusto. Yo, El Supremo, ED. Bibliotex, 2001 S.L., p. 164.

  • [ 15 ]

    Es raro e incluso irnico, que un personaje de la importancia del Dictador se

    considere a s mismo anormal, dejando de lado, por cierto, la discusin de qu es lo

    normal o lo anormal, concluimos simplemente que nunca am a nadie, ni siquiera a su

    propio padre, al que dej morir en la ms absoluta soledad, y pidiendo, rogando e

    implorando el perdn de su hijo26

    .

    No obstante, en suma parece no alcanzar la observacin de un personaje ms o

    menos solitario, de la presencia o no- de una descendencia sealada explcitamente, no

    parece alcanzar tampoco con la constatacin de la violencia en una novela no es la

    violencia en s misma la que definira a las novelas de dictadores-; ms parecera

    tratarse aqu de que las novelas de dictadores logran componer una cierta atmsfera

    cerrada geogrfica y culturalmente- que instalan un clima opresivo y una secuencia

    narrativa que contiene episodios violentos, explcita o implcitamente. Y entonces s, la

    soledad del personaje asociado a la trama como dictador parece un condimento mayor.

    Por lo dems, esta misma soledad parecera ser condicin explicativa de su

    frialdad, de su impiedad, y alimentar extraamente su propia consideracin de sujeto

    impasivo y evolucionado.

    EL DICTADOR: Un Hombre Solitario

    Es que la condicin de su insularidad (el dictador no se abre ni desborda)

    parece una manifestacin de su buen continente emocional. Sumado a su condicin de

    sujeto solo, a-islado, se agrega el condimento de su autosuficiencia. De este modo es

    que, salvando excepciones que veremos, la figura del dictador est siempre presentada

    en un entorno solitario que, eventualmente, se semantiza en la construccin topogrfica

    de su vivienda o entorno de residencia particular. Bosques, grandes llanuras, palacetes

    extraos y complicados (erguidos, a veces, en un entorno miserable), siempre con

    atentos centinelas, conforman la generalidad de sus presentaciones.

    Investido del Poder Absoluto, El Supremo Dictador no tiene viejos amigos.

    Slo tiene nuevos enemigos27 se lee en la novela de Roa Bastos. As sucede tambin

    con el Presidente, lamentndose a cada momento por la prdida de su fiel Parrales

    Sonriente, que, adems de ser afn a sus deseos y procedimientos abnegado cumplidor,

    debi decir- estaba efectuando con fruicin la tarea gloriosa de vengar al Presidente

    de los habitantes del pueblo que lo viera nacer y crecer, que tantos males le hicieran

    sufrir:

    26

    La enemistad con ste proviene del deseo del progenitor de que el Supremo fuera sacerdote, cuando

    ste abandona la idea de serlo para dedicarse a la poltica, su padre trunca la relacin. 27

    ROA BASTOS, Augusto. Yo, El Supremo, ED. Bibliotex, 2001 S.L., p. 23.

  • [ 16 ]

    Ingratos! aadi, despus, a media voz. Quise y querr siempre a

    Parrales Sonriente, y lo iba a hacer general, porque potre a mis paisanos, porque

    los puso en cintura, se repase en ellos, y de no ser mi madre acaba con todos

    para vengarme de lo mucho que tengo que sentirles y que slo yo s... Ingratos!...

    Y no me pasa porque no me pasa que lo hayan asesinado, cuando por todos

    lados se atenta contra mi vida, me dejan los amigos, se multiplican los enemigos

    y... No!, no!, de ese Portal no quedar una piedra...28

    Por cierto, a esta coincidencia en sus soledades entre el Presidente y el

    Supremo, se le superpone la ausencia de familia. Ambos se presentan como un formas

    atomizadas/exclusivas de la evolucin (volveremos sobre esta idea ms adelante), con

    lo cual la nocin misma de impenetrabilidad resulta doblemente reforzada. No solo no

    lo conmueve la misericordia hacia los terceros, tampoco existe una proximidad familiar

    (un hijo, por ejemplo) que perturbe sus sueos o esperanzas futuras. El dictador resulta

    entonces un eterno presente que se agota en su misma instantaneidad; para el dictador

    no hay un maana del que preocuparse para su descendencia, no hay un linaje, hay en

    todo caso- un presente extendido en el da a da.

    Y aunque extraamente El Ex de Carpentier s tiene descendencia, el resultado

    no parece ser muy distinto al ya referido. Es que el Primer Magistrado tiene una

    familia como cualquiera- en nada excepcional por sobre la talla de lo normal, y es

    tambin, entre las novelas observadas, el ms humanizado de entre todas estas figuras

    despticas que hemos venido analizando. Su esposa no es ms que una silueta en la

    obra, Doa Hermenegilda es recordada con afecto y despierta una devocin de santidad

    en amplios sectores del pueblo. Viudo el Primer Magistrado desde el inicio del relato,

    su familia se reduce a sus cuatro hijos: Ofelia, Ariel, Radams y Marco Antonio. Estos

    dos ltimos no tienen injerencia en la novela. El primero apenas mencionado, tras su

    fracaso militar, la ltima noticia sobre su persona es su accidentada participacin en el

    automovilismo. De Marco Antonio sabemos que es un busca vidas, o como lo define

    Carpentier un play-boy internacional que le da [al dictador] muchos quebraderos de

    cabeza29

    Ariel, el primognito, es embajador en los Estados Unidos, tiene participacin

    en asuntos nimios, preponderantemente establecindose como enlace con la potencia

    del norte.

    28

    ASTURIAS, Miguel ngel, Sr. Presidente, Unidad Editorial, 1999, p. 140. 29

    RODRGUEZ PURTOLAS, Julio, en Estudio Preliminar a El Recurso del Mtodo, Madrid, Akal, 2008, p. 45.

  • [ 17 ]

    Por ltimo Ofelia, presente en todo el relato. Joven a la que el Primer

    Magistrado le sostiene una vida de lujos y excentricidades en Pars. Dama de rasgos

    caribeos, que siempre est en sintona con las modas occidentales, siempre sofisticada.

    Quiz el nico personaje del crculo del dictador que logra imponerse a los deseos de

    aqul. Sin embargo, ella, la nica de la familia presente en la muerte del dictador, es la

    que eterniza la soledad del dictador, la que garantiza el noser, el fracaso del padre

    dictador con sus fusticos deseos de trascendencia histrica; pues es ella quien no

    comprende las palabras finales del padre, palabras que deban ser recordadas en una

    pardica solemnidad del mementomori, palabras burladas en el discurso de la joven

    Ofelia, La Mayorala y el Cholo Mendoza, tan lejos de los cultismos del Primer

    Magistrado; y es ella, la que profana el ltimo deseo del padre, pues sustituye la

    pretendida urna con tierra del suelo patrio, por la ms prxima y cmoda tierra del

    cantero de un jardn de Luxemburgo.

    Pero ms all o ms ac de la circunstancia que resulta ser la familia en el caso

    del Primer Magistrado- lo cierto es que la insularidad de cada uno de los dictadores

    cobra un altsimo vigor, y as tambin parece extenderse hacia los otros personajes. El

    hecho es que cada quien mira por s, o en todo caso, mira para s, alejndose de los

    nuevos enemigos del gobernante o de los asuntos comprometedores, resguardando su

    ltima esfera de proteccin en lo que hace a las posibles acusaciones, preocupndose

    por el qu dirn, dado que lo dicho puede eventualmente convertirse en verdadero.

    LA VERDAD DEL DICTADOR

    Lo interesante resulta, en efecto, el desplazamiento de la calidad de verdadero/a,

    como condicin intrnseca de una proposicin, en virtud de su contrastacin con los

    hechos, con la realidad, a una determinacin externa, con arreglo a fines espurios o

    planes programados de antemano. Pero ms impactante que este mero accidente de la

    realidad ficcional es el tratamiento que el narrador suele darle a la circunstancia. Dicho

    de otro modo: no impacta tanto o solamente- el hecho de que la verdad resulte

    manipulada, cuanto que los fines son claramente perversos; aqu la verdad no resulta

    falseada por un error humano sino por una intencin humana, con lo que se cambian

    sensiblemente las cosas. El lector asiste ntidamente al abordaje de tales

    acontecimientos.

    El hecho de que se acuse al General Canales por la muerte de Parrales

    Sonriente no es en s mismo impactante, no por lo menos cuanto resulta impactante la

    constatacin por parte del lector- de que todo aquello es un ardid del Presidente para

    des-hacer-se de un enemigo, aprovechando la oportunidad de la accin de un loco (el

  • [ 18 ]

    Pelele). Es entonces cuando la novela se convierte en un acto. Lateralmente a la

    digesis, la obra ofrece una manera de develar las estrategias de poder en una

    circunstancia histrica dada. Y aunque es bien cierto que dentro de su universo

    diegtico todos los acontecimientos se mantienen a una distancia prudente de la

    realidad sensible y cotidiana, no es menos cierto que las estrategias implicadas en el

    proceso de elaboracin narrativa se convierten, de algn modo, en un verosmil que se

    ofrecer como una manera de comprender lo real. Es all tambin donde la novela se

    torna como hemos dicho- un acto y un peligro latente para el poder desptico; la

    palabra tiene la posibilidad de entablar la interdiccin con el discurso dominante,

    ponerlo en jaque.

    Poseer la palabra es poseer la verdad (Yo no escribo la historia. La hago,

    afirmar el Supremo)30

    y a la vez el poder, evitando las posibles insurrecciones. As

    tambin en Yo, el Supremo encontraremos que la monopolizacin de la palabra

    encuentra su piedra de toque en la validacin del estatuto de verdad, en el mismo

    instante en que es aceptada (implcita o explcitamente) por sus subordinados.

    Cules son mis pecados? Cul mi culpa? Mis difamadores clandestinos de

    adentro y de afuera me acusan de haber convertido a la Nacin en una perrera

    atacada de hidrofobia. Me calumnian de haber mandado degollar, ahorcar,

    fusilar, a las principales figuras del pas Es cierto eso, provisor? No, Excelencia,

    me consta que ello no es cierto en absoluto.31

    En otros trminos: el Dictador es un centro generador de verdad, de La Verdad,

    que, partiendo desde su ms absoluta subjetividad se convierte en norma y medida de

    todas las cosas. As, la relacin entre la verdad y el poder resulta en un circuito de

    poleas que se retroalimenta: el poder genera una verdad; una verdad sostiene la

    estructura de poder Acaso es posible poner en jaque un juicio de El Dictador? No es

    ello tambin una forma de cuestionar la propia figura poderosa del gobernante? Una

    forma de subversin? En estos trminos, la autovalidacin del discurso generador de

    verdad en la novela, respecto de su universo diegtico, resulta incuestionable.

    Por otra parte, la verdad del dictador tiene un carcter superlativo o, mejor

    dicho, absoluto- se convierte, por razones oscuras, en una verdad revelada que cubre a

    L Dictador de investiduras de mesas32. As tambin se encarna otro enlace

    30

    ROA BASTOS, Augusto. Yo, El Supremo, ED. Bibliotex, 2001 S.L., p. 106.

    31

    Ibd p. 106. 32

    El Dictador de una Nacin, si es Supremo, no necesita ayuda de ningn Ser Supremo. l mismo lo s. Yo, el Supremoop. Cit., p.197.

  • [ 19 ]

    discursivo de base de la mentalidad occidental: El culto al jefe33 y la verdad religiosa

    del discurso cristiano:

    Segn la Biblia, el diluvio cubri la tierra durante cuarenta das. Aqu,

    males y daos de toda especie diluviaron durante tres siglos y el Arca del

    Paraguay est a salvo. En el Nuevo Testamento se lee que Jess ayun 40

    das en el desierto y fue tentado por Satans; Yo en este desierto ayun 40

    das y fui tentado por 40 mil satanases. No fui vencido ni me crucificarn en

    vida.34

    Los registros de lecturas hechas (bblicas o no) desdoblan la palabra de un

    enunciador competente en dos usos definidos de habla culta y popular; sabe cmo

    dirigirse a distintos receptores, escribe su diario usando un vocabulario totalmente culto

    recordemos que ley a Voltaire y a Rousseau- y se dirige a sus lacayos usando una

    lengua popular e incluso vulgar.

    Asimismo, dentro de los registros que aparecen entremezclados en el texto

    novelstico, surgen tambin numerosas palabras en guaran. El pueblo conoce al

    Perpetuo con el nombre Kara Guas (el supremo, en guaran), y es as como l se

    autodenomina.

    Considera su gobierno de una excelsitud tan impresionante que no permite la

    enseanza religiosa. La mencin y utilizacin reiterada del YO-L puede hacer

    referencia a que l se considera a la altura y en la misma funcin de Dios, esto lo

    deducimos de la mencin en la Biblia de Dios o Jess como L. Casi al final de la

    novela podemos observar las producciones de los alumnos de las distintas escuelas del

    pas, Patio lee las mismas al gobernador, este manda a que se investigue a aquellos en

    los que se denota un cierto dejo religioso. Es entonces que podemos concluir que

    compara sus propias promesas con las de la Biblia:

    Moiss necesit 40 aos para conducir a su pueblo a la Tierra Prometida, y

    todava andan vagando por ah de sin en sin. Dimensin inalcanzable. El pobre

    Moiss pas 40 das, que fueron otros cuarenta aos, en el Monte Sina para

    recibir los 10 mandamientos que nadie cumple. Yo precis menos tiempo; me han

    bastado 26 aos para imponer mis tres mandamientos capitales y llevar a mi

    pueblo no a la Tierra Prometida35

    sino a la Tierra Cumplida.

    Compara a la religin cristiana con su propio mandato, el que cree muy superior

    y mejor administrado, y an ms eficiente; esto hace concluir que es mejor su gobierno

    33

    READ, Herbert, Al Diablo con la Cultura, Buenos Aires, Editorial Proyeccin, pp. 61 y ss. 34

    Yo, el Supremoop. Cit., p . 197. 35

    ROA BASTOS, Augusto. Yo, El Supremo, op. Cit., p. 197.

  • [ 20 ]

    que las promesas de la Biblia porque l ya ha transformado todo lo prometido en

    cumplido.

    Del mismo modo, la categora de verdad del dogma incuestionable- parecera

    tener un valor de verdad relativo o, en todo caso, menor en cuanto a su vala general que

    la propia palabra del Supremo. Despus de todo, el dictador ser el modelo y medida de

    todas las cosas, segn su propia lgica: all despunta tambin el discurso narcisista de

    base que sostiene la estructura auto-elogiosa y magnfica del dictador.

    Por estas mismas razones, el dictador se convierte en un sujeto caprichoso y algo

    despreciable para el lector, debido a que impone su narciso por sobre el valor de

    cualquier otredad. Son frecuentes, en este sentido, las secuencias narrativas descriptivas

    del lujo y una cierta pretensin aristocrtica que, dejando de lado el dspota ilustrado

    de que habl Carpentier, se perfil siempre como un pequeo sujeto consumidor de

    cultura que no termina con frecuencia- de comprender.

    EL DICTADOR Y SU DISCURSO

    Y llegados aqu, hemos de establecer al menos dos diferencias marcadas. Por

    una parte, el caso del Sr. Presidente es el de una novela que perfila a un dictador que

    sabe de lujos, de dinero, de poder, y hasta de un poeta que recita El cantar de los

    cantares o a Garcilazo cuando aprecia la belleza de Camila36

    , pero que, de fondo, no

    deja nunca de generar en el lector la sospecha de que an mantiene un vnculo estrecho

    con su condicin social humilde de origen:

    Un columbrn a las calles que transit de nio, pobre, injustamente pobre, que

    transit de joven, obligado a ganarse el sustento en tanto los chicos de buena

    familia se pasaban la vida de francachela en francachela. Se vio empequeecido

    en el hoyo de sus coterrneos, aislado de todos y bajo el veln que le permita

    instruirse en las noches, mientras su madre dorma en un catre de tijera y el viento

    con olor de carnero y cuernos de chifln topeteaba las calles desiertas. Y se vio

    ms tarde en su oficina de abogado de tercera clase, entre marraneas, jugadores,

    cholojeras, cuatreros, visto de menos por sus colegas que seguan pleitos de

    campanillas. Una tras otra vaci muchas copas. En la cara de jade le brillaban los

    ojos entumecidos y en las manos pequeas las uas ribeteadas de medias lunas

    negras37.

    Por otra parte, el caso de El Supremo y el Primer Magistrado es, a diferencia de

    aqul, el de los ilustrados llamados por la coyuntura histrica -y la sed personal- a

    dspota. Pero todos ellos (y ahora s incluimos al Presidente) demuestran a lo largo de

    36

    ASTURIAS, Miguel ngel, Sr. Presidente, op. Cit., p. 152. 37

    ASTURIAS, Miguel ngel, Sr. Presidente, op. Cit., p. 139-140.

  • [ 21 ]

    sus respectivas novelas ser hablantes competentes de su lengua, ser capaces de hablar al

    pueblo desde un balcn y hablar tambin a su escribiente en otros trminos. Acaso la

    diferencia estribe, entre estos tres casos a los que nos referimos, a la capacidad de

    enarbolar el discurso con vnculos (estrictamente referencias intertextuales) altamente

    variados respecto a la pintura u otras artes clsicas. El modelo paradigmtico de ello es,

    sin lugar a dudas, El Ex, que, adems, materializa sus preferencias clsicas en sus viajes

    a Pars. El Presidente y el Supremo, en cambio, prefieren siempre permanecer en sus

    tierras y su cargo, con escaso o ningn vnculo con el exterior.

    El mapa se desdobla en referencias decticas de ac o all, o se subsume bajo

    rtulos reales de referencias a zonas o aspectos culturales reconocibles. Es interesante,

    en este sentido, observar tambin cmo la ubicacin de ciertas coordenadas geogrficas

    trazan en el texto un entorno reconocible desde el punto de vista latinoamericano.

    LAS FUNCIONES DECTICAS Y LA TOPONIMIA

    Con frecuencia no hace falta nombrar un pas (real o inventado) e incluso podra

    creerse que ello limitara de hecho- la capacidad de universalizacin de una obra

    novelesca. Tal vez por ello El Recurso del Mtodo prefiere enmarcar sus referencias

    geogrficas con decticos, debilitando el anclaje de realidad y, a la vez, potenciando la

    capacidad de adaptar sus referencias a cualquier contexto. Pero, a pesar de ello, lo

    cierto es que el vnculo del Primer Magistrado con su pas es igualmente real y

    efectivo. Pues sera un error entender el afrancesamiento y su pasin cultista-parisina

    como un rechazo a la cultura y vida locales. Muy por el contrario, en el devenir del

    relato, el Primer Magistrado demuestra tener no slo un amplio conocimiento de ese

    pas amaznico y salvaje sino tambin un profundo apego emocional a sus races.

    Sealar que siente el pas como propio es una proposicin que se desprende del relato,

    pero debemos hacer el esfuerzo por deslindar esa propiedad de su investidura de

    dictador. Pues si bien en varios pasajes las palabras del tirano traslucen esa posesin

    como fruto de su poder poltico, tambin estn esos pasajes donde la subjetividad se

    explaya y evidencia un vnculo afectivo-ntimo con su tierra. Aqu un fragmento

    extrado del captulo segundo que muestra el regreso del Primer Magistrado de Pars:

    Haba contemplado yo ms entristecido ahora que antes por la traicin del

    hombre de mi mayor confianza- el panorama portuario, desde la cubierta del

    guardacostas, que me trajo, enternecindome, de pronto, con cursi pero

    irrefrenable lagrimeo, ante una arquitectura de casitas, de ranchos, encaramados

    unos encima de otros, a flanco de cerro [] Aflojado en mis iras por el

    reencuentro con lo mo, advert, en el plpito de una iluminacin, que este aire era

  • [ 22 ]

    aire de mi aire; que un agua ofrecida a mi sed, tan agua como otras aguas, me

    traa, de repente, remembranzas de olvidados sabores, ligados a rostros idos, a

    cosas recogidas por la mirada, archivadas en mi mente. Respirar a lo hondo.

    Beber despacio. Vuelta atrs. Paramnesia. Ya ahora que el tren sube, sube,

    siempre en curvas y tneles, haciendo breves paradas, a veces, entre los riscos y

    breales de las Tierras Calientes, ver, con los ojos del olfato, el dibujo de las hojas

    que crecen en oficio de tinieblas, representarme la arquitectura del rbol por la

    quejumbrosa flexin de una rama; saber del amaranto hongo de cortezas por la

    permanencia de su hlito recobrado Cmo desnudo, inerme, ablandado a

    medida que ascenda hacia el silln Presidencial, recobrando una agresividad

    acaso debida al reencuentro con las vegetaciones cercanas, trabadas en

    reconquistar el claro de la carrilera []38.

    El vnculo del Primer Magistrado con la naturaleza se vuelve a repetir en varios

    pasajes, incluso la presencia de una naturaleza salvaje e incontrolable fundamenta,

    como vemos, un acompasamiento del carcter, el dictador es ac tan feroz como la

    tierra que lo rodea a medida que me hencha del aire de mi aire, me iba haciendo ms

    Presidente39.

    Lo mismo suceder luego, cuando tenga lugar el proceso de modernizacin de la

    capital lo veremos ms adelante- y supone ello una clara muestra del deterioro de la

    naturaleza y cmo esta transformacin repercute en el dictador. Esta transformacin

    impulsada por el propio Primer Magistrado, traer aparejado un lamento del dictador

    tras la nueva panormica. Hay, y lo veremos con mayor detenimiento, un cruce entre

    los motivos, la progresiva modernizacin del innominado pas colinda con el

    progresivo hundimiento del Primer Magistrado, un tiempo exigir un nuevo lder.

    Veamos un ejemplo que ilustre nuestras afirmaciones:

    Contemplando aquella urbe que le creca y le creca, el Primer Magistrado

    se angustiaba a veces ante la modificacin del paisaje visto desde las

    ventanas del Palacio. Metido l mismo en negocios inmobiliarios manejados

    por el doctor Peralta, construa edificios destructores de un panorama tan

    largamente unido a su destino [] Las chimeneas de fbricas, por l

    levantadas, le fraccionaban, le quebraba, una naturaleza ignorante, poco

    tiempo atrs de las feas crucetas del tendido telegrfico. El Volcn, el

    Volcn-Abuelo, el Volcn Tutelar, morada de Antiguos Dioses, smbolo y

    emblema cuyo cono figuraba en el Escudo Nacional, era menos Volcn

    38

    CARPENTIER, Alejo, El Recurso del Mtodo, Madrid, Akal, 2008, pp. 268 y ss. 39

    Ibd, p. 270.

  • [ 23 ]

    menos morada de Antiguos Dioses- cuando se insinuaba su majestad, en las

    maanas anebladas, con pudores de rey humillado, de monarca sin corte,

    sobre humos inmediatos y espesos, despedidos por cuatro altas bocas, de la

    gran Central Elctrica, recin inaugurada. Al verticalizarse, geometrizarse,

    seccionando faldas de montaas, cerros, visiones de valles lejanos, fondas

    de verdores, la ciudad se iba cerrando sobre su Prncipe40.

    As tambin, cuando el sitio a Atalfo, en Villa La Vernica, el Primer

    Magistrado recuerda su lugar de origen, su historia, su genealoga, en un flashbacks

    proustiano:

    Y desde la cima de una de las tres colinas que dominaban la poblacin,

    contemplaba [] con emocionada ternura. All haba nacido y all le haban

    enseado los Hermanos Maristas sus primeras letras [] Pero creca el nio de

    los manuales el de las matemticas mal sabidas y los clsicos algo recordados

    y evolucionaba el Primer Magistrado sus correras de adolescente por las calles

    portuarias, alborotadas de marinos, pescadores, buhoneros y putas [] All

    estaba la Villa de La Vernica [] donde le haban nacido sus hijos cuando,

    arrastrando la pobre vida de periodista provinciano, slo poda ofrecer a los

    suyos, ciertos das, algn melado, alguna rapadura, algn papeln de azcar, para

    endulzar un hervido de pltanos y mendrugos, en nico plato antes del sueo41

    De la misma forma y con connotaciones similares, se presenta la nica vez que

    vemos a dictador dudar sobre una accin, al momento de sitiar Nueva Crdoba, de abrir

    fuego, el Primer Magistrado duda ante el temor de que la iglesia colonial que cobija la

    imagen de la Divina Pastora, pueda ser destruido, templo que constituye un Santuario

    Nacional. Sin embargo, si nos detenemos a observar la accin, es el mismo Primer

    Magistrado el que instala sobre el objeto un valor afectivo inesperado, de modo que se

    detiene en su accin bien visto- ante s mismo.

    Por otra parte, es necesario destacar las escenas finales en Pars, donde ya

    desterrado, El Ex no hace ms que intentar reproducir la cultura y las tradiciones del

    innominado pas; la gastronoma y sus aromas, las danzas, cantos y msica, la lectura de

    la prensa latinoamericana, y hasta el mobiliario, recrean la vida de ac en Pars.

    Resultar, finalmente, que el Primer Magistrado no lograr ingresar en la sociedad

    parisina que tanto ha admirado; tampoco lograr, sin embargo, consustanciarse con su

    40

    Ibd pp. 368 y ss. 41

    Ibd pp. 289 y ss.

  • [ 24 ]

    propio mestizaje americano, ambiguo, transculturado. Extraa hibridacin42

    la suya:

    conocedor exquisito de una cultura que no lo acepta en su seno social; lejos de sus

    semblanzas o preferencias gastronmicas tropicales, de arrullo de su tierra. Queda, en

    consecuencia, en un punto cero, neutro: el dictador no es de ningn lugar.43

    El Presidente, por su parte, permanecer con apariencia de (casi) eternidad en

    su tierra, gobernndola a pie juntillas bajo actos de terror y mano dura. Y acaso de este

    modo tenga un comportamiento semejante a El Supremo, en el sentido de que ambos

    elaboran sus estrategias para construir un espacio hermtico de su territorio. Y no

    obstante, el sentimiento de parcial ajenidad se mantiene por momentos y los perfila

    como sujetos desconformes con su tiempo o su lugar.

    All tambin el valor histrico de la novela de dictadores resulta interesante, en

    virtud de su procedimiento mimtico de la captacin de la realidad y de la relacin

    isomrfica que realidad y literatura representan. Quin es, despus de todo, este sujeto

    llamado dictador?

    EL DICTADOR / EL ESPEJO HISTRICO

    En efecto, la narrativa en la novela de dictadores tiende a espejar la realidad

    (reproducirla mimticamente) y, en consecuencia, suele tomar caractersticas semejantes

    a la novela histrica44

    e, incluso absorber como aquella- datos histricos constatables

    en el marco de lo realmente sucedido.

    Segn se observa, en este sentido, la novela que mejor ocupa este espacio resulta

    ser Yo, el Supremo de Augusto Roa Bastos. La novela relata veintisis aos de la

    historia latinoamericana, pero ms especficamente de la historia del Paraguay, tomado

    como cronotopo45

    . A su vez relata la decadencia de su gobernador-dictador, el abogado

    42

    Sobre el concepto de hibridacin, seguimos a Nstor Garca Canclini, en Culturas Hbridas. Estrategias para entrar y salir de la Modernidad. Coleccin: Estado y Sociedad, Buenos Aires, Paids,

    2001. 43

    Tambin definido como ladino: Al convertirse en un desarraigado, pierde su posibilidad de completud (europeizada) ya no puede tampoco retroceder. A partir de tal dilema, se va configurando su

    fracaso y posterior derrota. El vegetar entre dos culturas, sin lograr asimilarse plenamente a alguna de las

    dos, lo va precipitando, paradjicamente, en el olvido, en un universo aparte, en el que se va moviendo ya

    como un desterrado, en El magistrado en El recurso del mtodo: el choque de identidades de scar Alvarado Vega, Revista Espiga, nmero 7, enero junio 2007, p. 101. 44

    Es imposible que estas apretadas lneas defiendan todos los puntos polmicos que se entrecruzan en

    nuestro camino argumentativo; si apenas salvamos las discusiones de fondo nos daremos por satisfechos.

    No obstante, no podemos dejar pasar la oportunidad de sealar que, a nuestro juicio, las novelas de

    dictadores resulta, tcnicamente, una variante ms de la novela histrica una presentacin singular de ella- con lo que la discusin sobre su condicin de gnero discursivo se vera ciertamente debilitado o

    enlazado a la observacin de la novela histrica. Ms all de esta discusin, que consideramos ineludible

    en un desarrollo de ms largo aliento, nos preocupamos aqu nicamente de la observacin del recorte

    objetivo ya sealado al comienzo, dejando el resto para otra oportunidad que disponga de mayores plazos.

    45 Dicho trmino es perteneciente a la teora de la relatividad de Einstein pero fue introducido en la

    literatura por M. M. Bajtn. Referido a este punto dice este autor: En el cronotopo literario-artstico tiene lugar una fusin de los indicios espaciales y temporales en un todo consciente y concreto. El tiempo aqu

  • [ 25 ]

    Gaspar Rodrguez Francia, conocido como doctor Francia. Este personaje se

    construye bajo el modelo histrico de quien gobern en forma dictatorial al Paraguay

    entre 1814 y 1840.

    En este caso, y especficamente en esta obra de Roa Bastos, se puede hablar de

    verdadera investigacin histrica. La figura de Francia, retratado en la novela de Roa

    Bastos, comenz su carrera poltica en 1810. En 1814 asume su papel histrico de

    dictador (supremo) por tres aos, posicin que se prolong hasta 1816 46 y desde all

    hasta 1840. En la novelstica/ en la realidad, se observan muchos casos de gobernantes

    que acceden al poder bajo un manto de supuesta provisorialidad, para prontamente

    echar races y establecerse de manera indefinida en un lugar de privilegio/poder.

    As tambin, en su funcin mimtica, la comarca Latinoamericana ha sido

    tambin bastante prolfica, la Nueva Narrativa Latinoamericana ha tomado con

    frecuencia cartas en el asunto. Segn el autor venezolano Alexis Mrquez esta novela es

    la que utiliza el acontecimiento histrico como tema, y que parte de una previa

    investigacin de los hechos que han de novelizarse, independientemente de que ste, a

    la larga, resulte ms o menos trabajado por la imaginacin y an por la fantasa-

    del narrador47.

    Es entonces esta novela una forma de verdad-irreal? La historia que nos llega

    siempre est relacionada con los hechos como se supone que verdaderamente

    sucedieron. La nueva versin es la de estos autores, entre ellos Roa Bastos y podemos

    incluir a Asturias y su Seor Presidente, o a Carpentier y El recurso del mtodo-, es una

    versin diferente, subjetiva48

    de los hechos, diferente a la versin oficial de los mismos,

    y por lo tanto diferente a la de los detentadores del poder.

    Sin embargo, an cuando podra creerse de modo algo apriorstico- que el

    efecto de esta literatura finaliza all donde marca sus mrgenes la esttica realista, hay

    se condensa, se concreta y se hace artsticamente visible; el espacio, en cambio, se intensifica, se asocia al

    movimiento del tiempo, del argumento de la historia. Los indicios del tiempo se revelan en el espacio, y

    este es asimilado y medido por el tiempo. BAJTN M.M. Problemas literarios y estticos. La Habana, Editorial Arte y Literatura, 1986, pp. 269-270 Citado por TEDIO, Guillermo, en Historia, ficcin, poder y lenguaje, en lnea. Recuperado: agosto de 2011, en: http://www.ucm.es/info/especulo/numero28/yosuprem.html 17 Octubre 2006

    46 Universidad de Utrecht, Facultad de Filologa, Tesina del Master Literatura y Cultura del Oeste,

    Supervisores: J.W.A.M. Steegmans & K.S. Wellinga, julio de 2009 en lnea. Recuperado: julio de 2011,

    en:

    http://www.igitur-archive.library.uu.nl

    47 Citado por TEDIO, Guillermo, en Historia, ficcin, poder y lenguaje, en

    http://www.ucm.es/info/especulo/numero28/yosuprem.html 17 Octubre 2006. 48

    En la teora del conocimiento, la subjetividad es la propiedad de las percepciones, argumentos y

    lenguaje basada en el punto de vista del sujeto, y por tanto influida por los intereses y deseos particulares

    del sujeto. La propiedad opuesta es la objetividad, que los basa en un punto de vista intersubjetivo, no

    prejuiciado, verificable por diferentes sujetos. LUETICH, Andrs A. Teora del Conocimiento, en

    http://www.luventicus.org/articulos/03U012/index.html.

  • [ 26 ]

    razones para creer tambin que excede con mucho esos lmites. A veces como una

    radicalizacin del realismo (Naturalismo de nuevo cuo?) se aventura a dar

    explicacin sobre procedimientos o hechos reales, instalndose as como un discurso

    lmite entre lo ficcional y lo real; a veces, como un relato decididamente imaginario

    sobre eventos total o parcialmente inexistentes; siempre, en suma, como una expresin

    artstica que establece un corte transversal sobre lo real y funde las fronteras

    convirtindose en un poderoso discurso de verdad Cul es, finalmente, el verdadero

    Francia?

    En general, y muchos lo creemos as, se ha concebido a la historia y el relato

    como opuestas, es decir, en este caso, seran versiones opuestas de la dictadura de

    Francia en Paraguay. El estudioso Raimond D.Souza dice en este sentido que: La

    historia y la narrativa son frecuentemente consideradas entidades separadas, estando

    la Historia basada en datos e informacin, y la narrativa en la imaginacin

    creadora49. Por el contrario, Hayden White cree que historia y novela slo estn

    separadas en teora pues en el fondo ambas son interpretaciones de la realidad social,

    aunque se diferencien por su presentacin discursiva. Sobre esto Souza plantea su punto

    de vista, diciendo: White afirma que los historiadores utilizan estrategias estticas al

    construir sus interpretaciones del pasado, y considera que la historia y la narrativa

    slo estn separadas en teora. Por lo que concierne a la novela histrica, es evidente

    que una no puede existir sin la otra.50

    Es entonces en esta ltima categora que debemos ubicar a la novela de Roa

    Bastos, y es as que decide contar, una nueva y diferente versin de la historia oficial y

    aceptada. Es por esto tambin que escoge un nuevo estilo discursivo, que se aleja, y

    aleja a la novela, de la historia cientfica, que ostenta la objetividad y el lenguaje

    austero. Elige el estilo de la literatura, elige el discurso literario, enriquecido de todos

    los giros posibles, jugando con el lenguaje constantemente, diciendo y desdiciendo,

    usando el guin que transforma una palabra en varias y una en ninguna: Le cuesta a

    Patio subir la cuesta del contar y escribir a la vez; or el son-ido de lo que escribe;

    trazar el signo que escucha. Y ms adelante dice Para m que esos hijos-del-diablo

    no son, sino que se hacen51.

    Por cierto que en algunos casos, las referencias histricas sern definidas, en otros,

    solapadas casi sin nfasis-. De cualquier modo, la crtica en general no ha dudado

    49

    SOUZA, Raimond, La historia en la novela hispanoamericana moderna. Bogot, Tercer Mundo, 1988.

    p. 25. 50

    Ibd p. 30. 51

    ROA BASTOS, Augusto. Yo, El Supremo, ED. Bibliotex, 2001 S.L., pp. 12 y 13.

  • [ 27 ]

    nunca en reconocer al Doctor Francia detrs del dictador novelado; nunca se retacea en

    la novela informacin al respecto.

    Cierto tambin es que, desde un enfoque cerradamente inmanentista, tales

    observaciones se tildarn de excesivas, tanto como de quien quiere estrechar fronteras y

    correspondencias entre realidad y discurso de ficcin. Pero no estamos aqu detrs de

    ninguna continuidad de los bosques narrativos, la novela de dictadores impone su rigor

    en la interpretacin histrica; a fuerza de informacin, avanza en el lector la conviccin

    de la correspondencia entre el texto literario y el documental histrico.

    Pero por otra parte, no siempre el valor del registro histrico carga las tintas

    sobre los aspectos condenables y oscuros de los gobiernos despticos. Si tal fuera, se

    sorprendera el lector a conocer que el gobierno del Doctor Francia dur unos cuarenta

    aos, y fue un gobierno realizado con la entera conviccin de defender y hacer

    progresar a su pas, cosa que l firmemente cree, y que adems se certifica en la novela

    a travs de una Nota del Compilador: Le pregunt: Por qu ha dejado el Paraguay?

    He sido soldado por ms de veinticinco aos. Es se el nico motivo de su fuga? El

    nico, seor, desde hace veinticinco aos. Se senta usted all desgraciado? No,

    seor, de ningn modo! Buena tierra, buena gente y sobre todo qu buen gobierno.

    Pero veinticinco aos!52.

    El relato se presenta como tal entonces, y como ya habamos dicho antes, como

    un cierto texto histrico. Pero es un texto histrico que se hace desde la literatura, es por

    eso que Roa Bastos se permite usar el estilo indirecto libre. En el relato aparecen

    muchas voces, de diferentes nacionalidades, posiciones polticas y perspectivas, pero en

    ningn caso se nos anuncia a travs de una raya de dilogo o un verbo introductor. Se

    mezclan las voces de los personajes unas con otras, sin que haya un aviso del narrador:

    Deja de deshollinarte las fosas nasales. Perdn, Excelencia! Ea! Basta ya de andar

    cuadrndote a cada momento.53

    Pero, por otra parte, los recursos tcnicos para perfilar la historia han sido

    variados. Como ya se dijo, el caso de Carpentier en El Recurso del Mtodo es el del

    novelista que, a conciencia, generaliza (curioso lexema para utilizar aqu) en la figura de

    un dictador a todos. A conciencia tambin le llama Primer Magistrado, en virtud de la

    tradicin latinoamericana en el tratamiento de respecto a ciertas figuras polticas. Y

    coincidentemente con aquella premisa de Tolstoi de pinta tu aldea y pintars el

    mundo su procedimiento le sirve de universalizacin. Carpentier tiene all un programa

    declarado, un plan de procedimiento planteado por l mismo; trazado por su voluntad-

    52

    ROA BASTOS, Augusto. Yo, El Supremo op. Cit., p. 185. 53

    ROA BASTOS, Augusto. Yo, El Supremo op. Cit., p.. 10.

  • [ 28 ]

    que determina la novela en ms de un lugar comn para la cultura latinoamericana. Es

    as tambin que en la observacin de la figura de El Estudiante o del rol protagnico de

    Estados Unidos (en trminos econmicos y polticos, sobre lo que volveremos) el lector

    puede reconocer con facilidad el territorio, a pesar de la indeterminacin asentada en los

    decticos. Y tambin superando la abstraccin y el perfil paradigmtico del personaje-

    tipo de dictador, logra pintar de algn modo la historia latinoamericana. Pero aqu lo

    hace develando procedimientos posibles, modos de pensar y comportarse, mtodos de

    control (o descontrol, segn se vea) social.

    Diferente ser, de hecho, el caso de Miguel ngel Asturias y su Sr. Presidente.

    Sobre todo por dos razones fundamentales: la primera de ellas es que aqu como ya se

    ha dicho- el dictador no es un personaje protagonista, es determinante pero no gana

    todos los espacios de la novela, no se torna nunca el foco narrativo dominante; la

    segunda de ellas es que no parece reconocerse un plan narrativo de fondo que apele a la

    generalidad, tampoco como en el caso de Roa Bastos- una intencin de determinar a su

    dictador en trminos histricos. No. En el Sr. Presidente el dictador no tiene nombre

    definido, nicamente tratamientos de respeto con valor sinonmico, pero siempre

    atenientes a sostener la figura del mandatario elegido por el pueblo:

    Viva el Seor Presidente!

    Viva el Seor Presidente de la Repblica!

    Viva el Seor Presidente Constitucional de la Repblica!

    Con un viva que resuene por todos los mbitos del mundo y no acabe nunca,

    viva el Seor Presidente Constitucional de la Repblica, Benemrito de la Patria,

    Jefe del Gran Partido Liberal, Liberal de corazn y Protector de la Juventud

    Estudiosa!...54

    No obstante, se ha convenido tradicionalmente en sealar a Manuel Estrada

    Cabrera como el dictador guatemalteco detrs de esta figura literaria. Establecer una

    argumentacin restrictiva clara en este sentido supondra un arduo trabajo de defensa y

    demostracin lgica de trminos, pero por sobre todas las cosas supondra tambin un

    recorte al espacio de validez de la figura pintada en este dictador. Dicho en otros

    trminos: es, s, Manuel Estrada Cabrera, pero es tambin cualquier dictador

    latinoamericano; es todos y cualquiera al mismo tiempo. Ahora, slo parecera posible o

    til preguntarse si el marco original para la elaboracin de esta figura del dictador

    (germinal en la literatura latinoamericana) fue efectivamente histrico o no, pero en

    todo caso, eso excede los lmites de este trabajo y de nuestras intenciones.

    54

    ASTURIAS, Miguel ngel, Sr. Presidente op. Cit., p. 60.

  • [ 29 ]

    Ahora, al margen del sentido interpretativo gensico, an es posible observar

    que la novedad si as puede llamarse- de algunos de estos dictadores se asienta en su

    utilizacin del lenguaje (o la cultura, en un sentido amplio). Parecera que a este nuevo

    sujeto emergente le corresponde tambin una nueva forma discursiva, un nuevo modelo

    de poder.

    UN MODELO DE PODER / UN DISCURSO NUEVO

    En efecto, segn ya hemos visto, el Primer Magistrado es un modelo ilustrado

    excepcional. Sus discursos, cargados de refinamiento, son motivo de burla para los

    opositores. Sin embargo, con conceptos como la Gran Familia de la Nacin, el ejemplo

    de los Padres de la Patria, llamados a la unin, y el preciosismo civilizatorio, el Primer

    Magistrado lograba en sus primeros discursos una fama de maestro del idioma cuyo

    tono contrastaba con el de las machaconas, cuartelarias y mal redactadas proclamas

    de su adversario []55. Este es el jefe militar y traidor Atalfo, el primero de los

    traidores dispuestos a mellar sus espadas en descabelladas empresas generadoras de

    discordia donde la laboriosidad, un concepto patriarcal de la vida, nos hacan, a todos,

    miembros de una gran familia56.

    As tambin, un motivo recurrente en el relato es la lucha del Primer

    Magistrado con sus propias construcciones discursivas. Conocedor del Pathos

    romntico de su gente y experto en oratorias plagadas de cultismos es conciente de que

    el transcurso del tiempo y la modificacin permanente del contexto lo instalan frente al

    conflicto del discurso. Al comienzo de la obra y frente al primer alzamiento del traidor

    Atalfo Galvn, ordena a su secretario Peralta enviar un mensaje puesto que se

    encuentra en Pars- patritico y por dems utilizado: Cable-Mensaje-a-la-Nacin,

    afirmando voluntad insobornable defender libertad a ejemplo de los Forjadores de la

    Patria, que (Bueno, t sabes)57.

    Por otra parte, cuando un nuevo traidor, el General Hoffmann se revela (y

    coincide tambin con ya presentes revueltas obreras y estudiantiles) se vuelve a

    presentar el problema del discurso:

    Pilares de sus grandes discursos polticos, haban sido durante aos, los trminos

    de Libertad, Lealtad, Independencia, Honor Nacional, Sagrados Principios,

    Legtimos Derechos, Conciencia Cvica, Fidelidad a nuestras tradiciones, Misin

    Histrica, Deberes-para-con-la-Patria, etc., etc., pero ahora esos trminos (sola

    ser severo crtico de s mismo) haban cobrado un tal sonido de moneda falsa,

    55

    CARPENTIER, Alejo, El Recurso del Mtodo, Madrid, Akal, 2008, p. 272. 56

    bid p. 272. 57

    bid p. 259.

  • [ 30 ]

    plomo con bao de oro [] Palabras, palabras, palabras. Siempre las mismas

    palabras. Y, sobre todo, nada de Libertad con las crceles llenas de presos

    polticos-. Nada de Misin Histrica ni de Cenizas de Hroes, por la misma razn.

    Nada de Independencia que, en su caso, rimaba con dependencia. Nada de Virtudes

    cuando se saba dueo de las mejores empresas del pas-. Nada de Legtimos

    Derechos puesto que los ignoraba cuando chocaban con su personal

    jurisprudencia58.

    Un nuevo lenguaje, un nuevo paradigma, tendr que elaborar el Primer

    Magistrado ante su creciente prdida de credibilidad, de la que siempre es conciente,

    como lo muestra el estilo indirecto libre utilizado aqu por el narrador. Esta lucha

    discursiva derivar en la construccin de nuevos argumentos para sostener su poder en

    el innominado pas. La Primera Guerra funciona como disparador para la construccin

    de un nuevo discurso, obsrvese cmo logra unificar la causa aliada anti-germnica al

    contexto local latinoamericano, y an ms, punto que desarrollaremos ms adelante, el

    perfecto conocimiento de la hibridacin racial y cultural latina. Comienza por tomar lo

    religioso popular Adems -carajo, ahora me doy cuenta!- las Vrgenes todas, de

    nuestras tierras, eran latinas. Porque la Madre de Dios era latina, doblemente latina,

    ya que los luteranos de mie