tres niveles de procesamiento de la información
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Tres niveles de Procesamiento de la Información (El Cerebro Triuno)
El cerebro reptiliano, el primero en desarrollarse desde una perspectiva evolutiva,
regula la activación fisiológica, la homeostasis del organismo y los impulsos
reproductores, y se relaciona a grandes rasgos con el nivel sensoriomotriz del
procesamiento de la información, incluidas las sensaciones y los impulsos motrices
programados.
Relacionado con el procesamiento emocional, el “cerebro paleomamífero” o
“cerebro límbico”, que se encuentra en todos los mamíferos, circunda el cerebro
reptiliano e interviene en la emoción, la memoria, determinadas conductas
sociales, y el aprendizaje (Cozolino, 2002)
El último en desarrollarse filogenéticamente es el neocórtex, que posibilita el
procesamiento cognitivo de la información, incluido el autoconocimiento y el
pensamiento consciente, y abarca grandes porciones del cuerpo calloso, que une
el hemisferio derecho y el hemisferio izquierdo del cerebro (MacLean, 1985) y
ayuda a consolidar la información (Siegel, 1999)
Así pues, se puede considerar que los tres niveles de procesamiento de la
información -cognitivo, emocional y sensoriomotriz- se correlacionan a grandes
rasgos con los tres niveles de la arquitectura cerebral. A partir de cada uno de
estos cerebros se originan diferentes tipos de conocimiento. El cerebro reptiliano
genera un “conocimiento conductual innato: tendencias de acción y hábitos
instintivos básicos relacionados con cuestiones primitivas tales como la
supervivencia” (Panksepp, 1998) El sistema límbico brinda un “conocimiento
afectivo: sentimientos subjetivos y respuestas emocionales a los hechos del
mundo” (Panksepp, 1998). El neocórtex genera un “conocimiento declarativo
[enunciativo]… información proposicional respecto del mundo” (Panksepp, 1998).
Panksepp clarifica adicionalmente la interrelación conductual y funcional entre
estos tres “cerebros”: El núcleo reptiliano más interno del cerebro elabora los
planes de acción instintivos básicos correspondientes a los procesos afectivos
primitivos tales como la exploración, la comida, las demostraciones de dominio
agresivo y la sexualidad. El cerebro veteromamífero, o sistema límbico, añade una
resolución conductual y psicológica a todas las emociones e interviene
específicamente en las emociones sociales tales como la angustia de separación/la
vinculación social, el juego, y los cuidados maternos.El altamente desarrollado
córtex neomamífero genera las funciones cognitivas superiores, el razonamiento y
el pensamiento lógico.
Así pues, cada uno de los tres niveles del cerebro tiene su propia forma de
“entender” el entorno y responde al mismo en consonancia con ello. Un
determinado nivel en particular se puede volver dominante y anular a los demás,
dependiendo de las condiciones internas y de las condiciones ambientales. Al
mismo tiempo, estos tres niveles son mutuamente dependientes y están
mutuamente entrelazados.
(...)
El cerebro funciona como un todo integrado, pero consta de distintos sistemas que
están organizados jerárquicamente. Las funciones integradoras de “nivel superior”
evolucionaron a partir de [las funciones interiores] y dependen de la integridad de
las estructuras de “nivel inferior” y de la experiencia sensoriomotriz (…) Se tiene la
idea de que las áreas inferiores del cerebro se desarrollan y maduran antes que las
estructuras de nivel superior; se piensa que el desarrollo y el funcionamiento
óptimo de las estructuras de nivel superior (corticales) dependen, en parte, del
desarrollo y el funcionamiento óptimo de las estructuras de nivel inferior
(subcorticales).
En muchos sentidos, el procesamiento sensoriomotriz es fundamental para los
otros tipos de procesamiento e incluye las características propias de una
modalidad más simple, más primitiva de procesamiento de la información que
tiene sus equivalentes más evolucionados. Más directamente asociado con el
procesamiento corporal general, el procesamiento sensoriomotriz incluye los
cambios físicos en respuesta a los estímulos [entrada de información] sensoriales,
las pautas de acción fijas que se observan en las defensas, los cambios en la
respiración y el tono muscular, y la activación del sistema nervioso autónomo. Con
su base en las estructuras cerebrales inferiores, más antiguas, el procesamiento
sensoriomotriz depende en su forma de funcionar de un número relativamente
más elevado de secuencias fijas de paso. Algunas de estas secuencias fijas son
bien conocidas, tales como el reflejo de alarma y la respuesta de ataque/fuga. Las
secuencias más simples las constituyen los reflejos involuntarios (p. ej., el reflejo
rotuliano), que son los más rígidamente fijados y determinados. Más complejas son
las pautas motrices que aprendemos en los primeros años, tales como andar y
correr, y que más adelante se convierten en algo automático.
En los ámbitos cognitivo y emocional más altamente evolucionados, encontramos
cada vez menos secuencias fijas de pasos y más complejidad y variabilidad de
respuestas. Panksepp (1998) relaciona esta variación en la complejidad con el
sistema operativo de un ordenador: Las funciones superiores son características
más abiertas, mientras que las inferiores son más reflejas, estereotipadas y
cerradas. Por ejemplo, las funciones vitales básicas del cerebro –aquellas que
regulan las funciones corporales orgánicas tales como la respiración- se organizan
en unos niveles muy bajos. Los niveles superiores permiten un control cada vez
más flexible de dichas funciones inferiores…
La flexibilidad y la abstracción de la respuesta aumentan en el nivel cognitivo
superior de procesamiento; la mayor fijeza y concreción de la respuesta aumentan
en el nivel sensoriomotriz. El procesamiento emocional quedaría en el medio (ni
tan flexible, ni tan fijo).
No siempre los tres niveles del cerebro pueden funcionar bien conjuntamente
(MacLean, 1985). Tras la ocurrencia del trauma, la integración del procesamiento
de la información a nivel cognitivo, emocional y sensoriomotriz suele verse
afectada.
EJEMPLO
Un paciente a la que se le acelera el pulso ante la visita de un hombre alto, obeso
y de mediana edad (similar en apariencia física a su tío que abusó de ella) y que
siente la sensación somática que querer echar a correr, es probable que interprete
que dichas reacciones sensoriomotrices significan que corre peligro. A continuación
puede ver que le viene el pensamiento de que “Este hombre es peligroso”. Es
probable que, a su vez, este pensamiento contribuya a aumentar la tasa cardíaca y
la tensión en las piernas y los pies, generando más pensamientos del tipo de
“Tengo que salir de aquí” y avivar las emociones de miedo y terror relacionadas
con el trauma. Estas emociones y reacciones sensoriomotrices socavan todavía
más su capacidad de valorar objetivamente la realidad actual.
El procesamiento cognitivo y el procesamiento emocional afectan fuertemente al
cuerpo, y el procesamiento sensoriomotriz afecta fuertemente a las cogniciones y
las emociones.
El procesamiento cognitivo
El término procesamiento cognitivo hace referencia a la capacidad de
conceptualización, razonamiento, adscripción de sentido, solución de problemas y
toma de decisiones. Engloba la capacidad de observar y abstraer a partir de la
experiencia, de sopesar un abanico de posibilidades de actuación, de planificar el
logro de los objetivos y de evaluar el resultado de las acciones. Nuestras acciones
de adultos suelen reflejar la relación jerárquica del procesamiento cognitivo
volitivo sobre las respuestas emocionales y sensoriomotrices. Podemos decidir
(función cognitiva) ignorar la sensación de hambre y no actuar en consecuencia,
aunque prosigan los procesos fisiológicos asociados al hambre, tales como la
secreción de saliva y la contracción de los músculos estomacales. Dentro de la
teoría cognitiva, a este predomino del funcionamiento cognitivo se le denomina
“procesamiento descendente”.
Buena parte de la actividad adulta se basa en el procesamiento descendente.
Señala Schore (1994, p.139) que en los adultos las “áreas corticales superiores”
actúan a la manera de un “centro de control”, y que el córtex orbital domina la
actividad subcortical. Podemos pensar en lo que queremos hacer durante el día,
perfilar unos planes y a continuación organizamos el tiempo con objeto de
satisfacer determinados objetivos. Durante la materialización de estos planes,
podemos pasar por alto las emociones y las sensaciones (p. ej., la fatiga, la
frustración, el malestar físico). Viene a ser como si estuviéramos suspendidos
justamente encima de nuestra experiencia somática y emocional, sabiendo que
está ahí, pero sin permitir que se convierta en el determinante principal de
nuestros actos. Para la persona traumatizada, sin embargo, la intensidad de las
emociones y de las reacciones sensoriomotrices relacionadas con la traumatización
dificulta la capacidad del procesamiento descendente de dominar la actividad
subcortical.
El procesamiento cognitivo está inextricablemente vinculado a nuestros cuerpos.
Las sensaciones corporales, o “indicadores somáticos”, influyen en los procesos
cognitivos asociados a la toma de decisiones, la lógica, la velocidad y el contexto
del pensamiento (Damasio, 1994, 1999) Las sensaciones corporales de fondo que
se activan durante el procesamiento cognitivo forman un sustrato sesgante que
influye en el funcionamiento del individuo y en todos los procesos de toma de
decisiones y todas las vivencias respecto de sí mismo. (Este es un componente del
Sistema 1 de Kahneman). Si el cuerpo condiciona la razón y las creencias –y
viceversa- entonces la capacidad de introspección y autorreflexión –nuestra
capacidad de “conocer nuestra propia mente”- estará consecuentemente limitada
por la influencia del cuerpo (Lakoff & Johnson, 1999). ¿Cómo podemos, en ese
caso, abordar el conocimiento de nuestra propia mente? Si las pautas [las
características más o menos fijas] que determinan los movimientos y la postura [la
actitud] corporal influyen en la razón, en tal caso la autorreflexión cognitiva podría
no ser la única, ni tan siquiera la mejor forma de llevar a la conciencia la forma de
pensar. Reflexionar sobre la postura y los movimientos del cuerpo, explorarlos y
cambiarlos puede ser igualmente valioso.
EJEMPLO
Terry vino a terapia con el cuerpo “lleno de miedo”. Tenía los hombros subidos, la
cabeza encogida, el pecho tirante a causa de la respiración contenida, los ojos
moviéndose rápidamente en todas direcciones, y mostraba un reflejo de alarma
exagerado. Su experiencia crónica en relación con su cuerpo no confirmaba la
creencia “razonable” de que su traumatización había finalizado y de que en el
momento actual no corría ningún peligro. Terry dijo que sabía que estaba a salvo,
pero sentía como si estuviera en peligro. En terapia, se abordaron las sensaciones
y los movimientos de su cuerpo con objeto de desvelar su posible efecto sobre sus
creencias, además de cambiar tanto su cuerpo como sus creencias.
En el trascurso de la terapia, Terry tomo conciencia de esta interrelación mente-
cuerpo; trabajo tanto a nivel cognitivo como a nivel físico para cambiar sus
creencias “incorporadas” en base a relajar los hombros, respirar de forma más
profunda y sentir que sus piernas estaban firmemente arraigadas y sosteniendo la
parte superior de su cuerpo. Durante esta exploración, salieron a la superficie
recuerdos de la traumatización, los cuales fueron abordados y resueltos. Al cabo
de varias sesiones, Terry describió un cambio en su cuerpo y en sus creencias:
“¡Ahora tengo la sensación de que mi cuerpo me sostiene! Me siento más seguro
cuando tengo los hombros más relajados y respiro de una forma menos superficial
y menos tensa”.
El procesamiento emocional
Las emociones añaden un colorido motivacional al procesamiento cognitivo y
hacen las veces de señales que nos mueven a advertir y prestar atención a
determinados estímulos en particular. Las emociones nos ayudan a emprender
acciones adaptativas llamando la atención respecto de los hechos y de los
estímulos significativos que se producen en el entorno. (Cristal, 1978; van der Kolk,
McFarlane et al., 1996). El “cerebro emocional nos mueve en dirección a las
experiencias que buscamos y el cerebro cognitivo trata de ayudarnos a llegar a
ellas de la forma más inteligente posible” (Servan-Schreiber, 2003). Según Llinas:
“Al igual que sucede con el tono muscular, que hace las veces de plataforma
básica para la ejecución de nuestros movimientos, las emociones representan la
plataforma premotriz en su condición de elementos impulsores o disuasorios
aplicados a la mayoría de nuestras acciones” (2001).
Las personas traumatizadas de forma característica pierden la capacidad de
utilizar las emociones como guías para la acción. Pueden presentar alexitimia, es
decir, una perturbación en la capacidad de reconocer y de encontrar palabras para
describir las emociones (Sifneos, 1973, 1996; Taylor, Bagby y Parker, 1997).
Pueden mostrarse distanciados y despegados respecto de sus emociones,
manifestando un afecto plano y quejándose de una falta de interés y de motivación
en la vida, y de una incapacidad para pasar a la acción. O bien sus emociones
pueden ser vividas a la manera de llamadas urgentes e inmediatas a la acción; han
perdido la capacidad de reflexionar sobre una emoción y de permitir que la misma
forme parte de los datos que guían la acción, y la expresión de la emoción se
vuelve explosiva y descontrolada.
El término procesamiento emocional se refiere a la capacidad de vivenciar,
describir, expresar e integrar estados afectivos (Brewin, Dalgleish y Joseph, 1996).
Habitualmente las emociones sigue una pauta fásica, que incluye un comienzo, un
punto medio [un desarrollo] y un final (Frijda, 1986). Pero en el caso de muchas
personas traumatizadas, el final no llega jamás. Las respuestas emocionales a
estímulos muy fuertes, tales como una experiencia traumática, no parecen
extinguirse (Frijda, 1986) –fenómeno éste que ha sido demostrado en la
investigación con animales por Leroux, quien señala que los recuerdos
emocionales pueden ser para siempre (LeDoux, 1996).
Las personas traumatizadas suelen mostrar una fijación a las emociones
traumáticas de dolor, miedo, terror o rabia. Podría haber toda una variedad de
razones para explicar esta fijación: negación o falta de conciencia respecto de la
relación entre las emociones actuales y el trauma del pasado; intentos de evitar
más emociones dolorosas; incapacidad de “pensar con claridad” (Leitenberg,
Greenwald, & Cado, 1992); o incapacidad de distinguir las emociones de las
sensaciones corporales (Ogden & Minton, 2000). Además, las emociones pueden
estar relacionadas con una amplia variedad de sucesos pasados en lugar de uno
sólo (Frijda, 1986). Todos estos elementos contribuyen a revivir de una forma
circular y aparentemente interminable las emociones relacionadas con el trauma.
Las emociones son cosa del cuerpo: del corazón, el estómago y los intestinos, de la
actividad y de los impulsos corporales. Seamos o no conscientes de estas
sensaciones internas, en ambos casos éstas contribuyen a las emociones y son el
resultado de las mismas. Las mariposas en el estómago nos dicen que estamos
emocionados, la opresión en el pecho nos habla de dolor, la tensión en las
mandíbulas nos informa de que estamos enfadados, y la sensación de hormigueo
[estremecimiento] por todas partes indica miedo. Damasio apunta que las
emociones tienen dos características: primero, la sensación interna, que está
“dirigida al interior y es privada”, y segundo, la característica visible, que está
“dirigida al exterior y es pública”. (1999)
Así pues, los estados emocionales internos son vividos como sensaciones
corporales subjetivas y se reflejan en nuestra forma de presentarnos
externamente, ofreciéndoles unas señales a las personas que nos rodean respecto
de cómo nos sentimos. La rabia puede ser visible en el gesto de fruncir los labios,
cerrar los puños, ojos entrecerrados y tensión corporal general. El miedo se puede
comunicar a través de los hombros encorvados, la respiración contenida y una
expresión de súplica en los ojos, o bien a través de ponerse en guardia o apartarse
del estímulo atemorizante. Estas actitudes corporales pueden ser una respuesta
inmediata a una situación actual o un estado emocional crónico y omnipresente.
En terapia, podemos utilizar las manifestaciones físicas dirigidas al exterior para
clarificar, trabajar y resolver las emociones relacionadas con el trauma.
EJEMPLO
Una paciente que se presentó con una tensión visible a todo lo largo de los
hombros, fue guiada para que advirtiera esta tensión e indagara su posible
significado. La mujer dijo que sentía como si la tensión fuera una especie de rabia
contenida –una percepción profunda y clara deducida a partir de la conciencia de
su cuerpo más que de ninguna actividad mental. Esta observación le condujo a
darse cuenta de la creencia errónea de que no tenía derecho a sentir ninguna
agresividad hacia su padre, que había abusado de ella. Trabajar la rabia a través
de la propia tensión corporal (realizando lentamente el movimiento que la tensión
“quería” generar, procesando los recuerdos, creencias y emociones asociadas, y
aprendiendo a relajar la tensión) le ayudó a esta paciente a expresarse de una
forma más plena y resolver las emociones relacionadas con su experiencias
traumáticas pasadas.
En el ejemplo anterior, resultó eficaz trabajar la emoción de la paciente al mismo
tiempo que el componente cognitivo de la emoción.
Ahora bien, a pesar de la inextricable imbricación de las emociones con el cuerpo y
con las cogniciones, cuando las emociones relacionadas con el trauma como, por
ejemplo, el terror, se asocian con una sensación corporal como, por ejemplo, el
temblor, el paciente es alentado a diferenciar las sensaciones y los movimientos
corporales de las emociones. En estos casos, ayudamos a los pacientes a
diferenciar el procesamiento emocional del procesamiento sensoriomotriz.
En nuestra jerga, el procesamiento emocional hace referencia a vivenciar, expresar
e integrar emociones, en tanto que el procesamiento sensoriomotriz alude a
vivenciar, expresar e integrar percepciones sensoriales/físicas, sensaciones
corporales, la activación fisiológica y el funcionamiento motriz. Esta diferenciación
entre estos dos niveles de procesamiento es importante dentro del tratamiento del
trauma, dado que los pacientes no suelen discriminar entre las sensaciones
corporales asociadas a la activación fisiológica o al movimiento y la vivencia [la
sensación o impresión] emocional, lo que puede conducir a la intensificación de
unas y otra. Si las sensaciones corporales (p. ej., temblor, pulso acelerado) se
interpretan como si se tratara de una emoción (p. ej., pánico), cada uno de estos
niveles de experiencia -sensoriomotriz y emocional- aumenta de un modo artificial
y excesivo, y agrava al otro.
Tanto el pulso acelerado como el pánico se exacerban cuando se vivencian
simultáneamente. Si a ello se añade la cognición bajo la forma de una creencia
como, por ejemplo, “No estoy a salvo”, la sensación física y la emoción se
intensificarán adicionalmente. En esta situación, la activación fisiológica puede
aumentar vertiginosamente rebasando el margen de tolerancia de la persona, y la
capacidad de integración se verá debilitada. La activación fisiológica se puede
abordar, y con frecuencia reducir, separando [anulando la asociación,
diferenciando] la emoción relacionada con el trauma de la sensación corporal en
base a prestar atención exclusivamente a las sensaciones físicas asociadas a la
activación fisiológica (sin atribuirles ningún sentido o significado ni ninguna
emoción en particular). Después, una vez que la activación fisiológica vuelve a un
nivel tolerable, el paciente puede analizar los contenidos emocionales de la
experiencia traumática e integrar una y otros.
EJEMPLO
Un veterano de Vietnam, Martín, vino a terapia para “deshacerse” de sus
pesadillas y de su sensación de sentirse emocionalmente desbordado de una
forma crónica. En el transcurso de la psicoterapia sensoriomotriz, Martín aprendió
a percibir la activación fisiológica mientras la experimentaba a nivel corporal.
Aprendió a prestar una atención activa al pulso acelerado y a las sacudidas y los
temblores que sintió por primera vez a raíz del combate original y que después
revivía con demasiada frecuencia en el contexto de la vida cotidiana.
A lo largo de varias sesiones de terapia, Martín fue aprendiendo a describir sus
sensaciones corporales internas, advirtiendo el hormigueo en los brazos que
precedía a las sacudidas, la ligera aceleración del pulso y el aumento de la tensión
en las piernas. A medida que se fue desarrollando su capacidad de observar y de
describir sus sensaciones corporales sujetivas, gradualmente fue aprendiendo a
aceptar estas sensaciones sin tratar de inhibirlas.
El terapeuta le instruyó para que se limitara a rastrear [seguir el rastro de] estas
sensaciones a medida que iban progresando o “sucediéndose” a través del cuerpo.
Cuando el paciente se vuelve plenamente consciente de dichas sensaciones
internas, con frecuencia las sensaciones por sí solas suelen transformarse de forma
espontánea en otras sensaciones más tolerables (Levine, 1997) Martín aprendió a
seguir con plena conciencia la secuencia de sensaciones a medida que iban
progresando a lo largo de su cuerpo, hasta que las sensaciones volvían
espontáneamente a la normalidad. El paciente advirtió que las sacudidas se iban
disipando gradualmente, el pulso finalmente volvía a su línea de base, y la tensión
en las piernas se liberaba por sí sola. Después de que aprendiera a calmar su
activación fisiológica de esta forma, la terapia procedió a abordar las reacciones
emocionales relacionadas con el trauma.
El procesamiento sensoriomotriz
En la práctica clínica de la psicoterapia sensoriomotriz, distinguimos tres
componentes generales dentro del procesamiento sensoriomotriz: las sensaciones
corporales internas, las percepciones procedentes de los sentidos y los
movimientos.
Las sensaciones corporales internas
El término sensación corporal interna hace referencia a las miles de sensaciones
físicas generadas continuamente por los movimientos de todo tipo dentro del
cuerpo. Cuando se produce un cambio en el cuerpo como, por ejemplo, un cambio
hormonal o un espasmo muscular, este cambio se puede sentir como una
sensación corporal interna. Las contracciones intestinales, la circulación de fluidos,
los cambios bioquímicos, los movimientos asociados a la respiración, o los
movimientos de los músculos, los ligamentos o los huesos, todo ello genera
sensaciones corporales internas.
Las personas con trastornos de origen traumático adolecen tanto de “sentir
demasiado” como de “sentir demasiado poco” (Van der Kolk, 1994). Suelen vivir
las sensaciones corporales internas como algo irrefrenable y perturbador. La
“subida” de adrenalina o las sensaciones de tener el pulso acelerado o de tensión
corporal, se perciben agudamente y se vuelven más desconcertantes cuando se
interpretan como indicadores de un peligro actual. Y a la inversa, es muy común
que las personas traumatizadas sufran una incapacidad de ser conscientes de las
sensaciones corporales, o bien una incapacidad de expresar las sensaciones físicas
con palabras, lo que se conoce como alexisomia (Bakal, 1999; Ikemi y Ikemi, 1986)
La ausencia de sensaciones corporales y la interpretación subsiguiente (p. ej., “me
pasa algo”; ”No siento el cuerpo”; ”Me siento como si estuviera muerto”) pueden
ser tan perturbadoras como el exceso de sensaciones.
Las percepciones procedentes de los sentidos
A veces llamada exterocepción, los nervios sensoriales de nuestros cinco sentidos
reciben y transmiten información procedente de los estímulos del entorno exterior.
El proceso de recogida de información a través de los sentidos se puede considerar
integrado por dos componentes: el acto físico de percibir y la percepción individual
de los datos sensoriales (Cohen, 1993). Las percepciones sensoriales pueden
dominar la capacidad de las personas traumatizadas de pensar racionalmente.
Dado que se basa en la comparación de la entrada sensorial con los marcos de
referencia internos, nuestra percepción –y por consiguiente nuestra conducta- es
autorreferencial [hace referencia o remite al propio sujeto y a la propia
experiencia] (Damasio, 1994). Nuestras creencias y nuestras reacciones
emocionales a los estímulos sensoriales similares anteriores condicionan nuestra
relación con los estímulos actuales. Sin las expectativas que influyen en nuestra
predisposición [priming, imprimación, aparejo] perceptual, cada experiencia
sensorial sería nueva y nos veríamos rápidamente desbordados. En lugar de ello,
clasificamos la entrada de datos sensoriales en unas categorías aprendidas. Ratey
señala que “constantemente estamos imprimando [aparejando] nuestras
percepciones, adaptando el mundo a lo que esperamos recibir y, por consiguiente,
haciendo que [el mundo] sea lo que percibimos que es” (2002).
Esta función de imprimación se vuelve desadaptativa en las personas
traumatizadas, que repetidamente advierten y registran estímulos sensoriales que
son reminiscencias del trauma del pasado, con frecuencia no advirtiendo los
estímulos sensoriales concomitantes que indican que la realidad actual no reviste
ningún peligro.
Los movimientos
Los movimientos se incluyen en el nivel sensoriomotriz del procesamiento de la
información, en razón de su componente somático evidente, aunque los lóbulos
frontales del córtex, más que las áreas cerebrales subcorticales, se relacionan
estrechamente con el córtex motor y el córtex promotor y son los responsables de
muchas formas de movimientos. Las mismas áreas del cerebro que generan la
razón y nos ayudan a resolver problemas, también están implicadas en el
movimiento. Por consiguiente, el movimiento ha configurado y continúa
configurando nuestras mentes (Janet, 1925), y viceversa, como lo expresa LLinas:
“La mente… es el producto de unos procesos evolutivos que han tenido lugar en el
cerebro en nuestra condición de criaturas que nos movemos activamente y que se
desarrollaron de los [niveles más] primitivos a los más altamente evolucionados”
(2001, p. ix, las cursivas son nuestras). El movimiento es esencial para el
desarrollo de todas las funciones cerebrales: sólo los organismos que se mueven
de un lugar a otro necesitan un cerebro; los organismos que se mantienen
estacionarios no (Ratey,2002)
Todd (1959) insiste en que la función precede a la estructura: el mismo
movimiento hecho una y otra vez acaba modelando el cuerpo. Por ejemplo, cuando
las contracciones musculares que preparan para los movimientos defensivos se
repiten muchas veces, dichas contracciones se transforman en unas características
físicas que afectan a la estructura corporal, lo que, a su vez, afecta adicionalmente
a la función. Durante un largo período de tiempo, esta tensión crónica interfiere en
la alineación y el movimiento natural del cuerpo, genera problemas físicos
(principalmente dolor de espalda, cuello y hombros), e incluso contribuye a
mantener las correspondientes emociones y cogniciones. Señalan Kurtz y Prestera:
“Estas pautas físicas se vuelven fijas con el tiempo, afectando al crecimiento y a la
estructura corporal, y caracterizando ya no sólo el momento en cuestión, sino a la
persona. En lugar de una simple decepción momentánea, la postura abatida de
desesperanza podría ser indicativa de una vida entera de interminables
frustraciones y amargos fracasos” (1976).
Los movimientos y las posturas reiteradas contribuyen, pues, a mantener las
tendencias cognitivas y emocionales al generar una posición desde la cual
únicamente son posibles las emociones y las acciones físicas pre-seleccionadas
(Barlow, 1973). Con frecuencia advertimos la actitud propia del reflejo de alarma
en los pacientes traumatizados: los hombros levantados, la respiración contenida,
la cabeza hacia abajo y en dirección a la cintura escapular, de forma similar a “a
un ciervo bajo la luz de los faros”. La acción del reflejo de alarma altera la
alineación equilibrada entre la cabeza y los hombros y habitualmente es
transitoria, pero si esta reacción normal a un estímulo novedoso repentino se
vuelve crónica, la propia organización física puede predisponer a la persona a
sentir emociones de miedo y desconfianza, y pensamientos de peligros inminentes
de forma crónica.
TENDENCIAS DE ACCIÓN COGNITIVAS, EMOCIONALES Y
SENSORIOMOTRICES
Una tendencia de acción es una propensión a llevar a cabo o materializar una
acción determinada. Las tendencias de acción se forman en los niveles cognitivo,
emocional y sensoriomotriz. Las tendencias se derivan de la memoria
procedimental de los procesos y funciones, que se refleja en las respuestas
habituales y las conductas condicionadas (Schacter, 1996). El aprendizaje
procedimental incluye iteraciones [bucles, circuitos cerrados] repetidas de los
movimientos, percepciones, procesos cognitivos y emocionales, o de
combinaciones de estos elementos (Grigsby y Stevens, 2000). Los hechos
originales a partir de los cuales se han aprendido estos procesos y hábitos
personales automáticos suelen haberse olvidado. Las acciones que son aprendidas
procedimentalmente “no precisan representaciones mentales, imágenes,
motivaciones ni ideas conscientes o inconscientes para poder operar” (Grigsby y
Stevens, 2000).
Al operar de forma no consciente, el aprendizaje procedimental en los tres niveles
de procesamiento de la información se transforma en tendencias de acción
automáticas que se convierten en organizadores cruciales de la conducta. Mucho
después de que hayan cambiado las condiciones ambientales, permanecemos en
un estado de (pre)disposición [readiness] a realizar las acciones mentales
(cognitivas y emocionales) y sensoriomotrices que fueron adaptativas en el
pasado.