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TREINTA AÑOS DE ELECCIONES DEMOCRÁTICAS (1977-2004): ¿CÓMO VOTAN LOS ESPAÑOLES?* Antón R. Castromil Escola Galega de Administración Pública [email protected] Junio 2008 * Comunicación presentada al IX Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea. Murcia, 17-19 de Septiembre de 2008

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TREINTA AÑOS DE ELECCIONES DEMOCRÁTICAS (1977-2004) : ¿CÓMO VOTAN LOS ESPAÑOLES?*

Antón R. Castromil Escola Galega de Administración Pública

[email protected]

Junio 2008

* Comunicación presentada al IX Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea. Murcia, 17-19 de Septiembre de 2008

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1. INTRODUCCIÓN

El objetivo de este trabajo consiste en la identificación de la forma de votar que

han presentado los españoles desde las primeras elecciones tras la reinstauración de

la democracia hasta las celebradas en marzo de 2004. Con tal motivo, hemos

estructurado el estudio en tres partes:

En primer lugar –y como paso previo al análisis del voto en España– hemos

revisado los principales enfoques que se han utilizado en Sociología y Ciencia Política

a la hora de estudiar el comportamiento electoral de los ciudadanos. Los modelos

incluidos serán el de la identificación, la teoría del cleavage, los factores sistémicos de

voto, el voto económico-racional y lo que denominaremos voto mediático o voto

influenciado por la acción de los medios de comunicación.

En segundo lugar, para estudiar el comportamiento electoral de los españoles a

lo largo de los años que median entre 1977 y 2004, utilizaremos el criterio de la

evolución del sistema de partidos1. Así, hemos agrupado las nueve consultas objeto

de estudio en cinco períodos: 1) Final del franquismo y transición (1977 y 1979). 2)

Hegemonía socialista (1982, 1986 y 1989). 3) Elecciones competitivas (1993 y 1996).

4) Elecciones Generales de 2000 y 5) Elecciones Generales de 20042.

Por último, estableceremos la pauta de voto dominante para cada período

histórico estudiado, de modo que el lector podrá observar la evolución del votante

español en los últimos treinta años.

2. MODELOS TEÓRICOS DE VOTO

El fenómeno electoral puede ser estudiado desde una multiplicidad de puntos

de vista. En esta primera parte esbozaremos las líneas maestras de cada enfoque,

renunciando, por cuestión de espacio, a la crítica a las diferentes perspectivas que, por

otra parte, dejamos en manos del lector. Nuestro principal objetivo será, en definitiva,

la descripción de las perspectivas para, en el siguiente capítulo, aplicarlas al período

histórico que vamos a estudiar.

1 Este criterio se fija en las interacciones que en el seno del Parlamento establecen las principales formaciones políticas. Es decir, si existe un partido dominante o una situación de mayoría relativa en la que el apoyo de terceros grupos se hace indispensable para formar gobierno. La tipología más famosa es la establecida por el politólogo italiano Giovanni Sartori (Sartori, 2005). 2 Las Elecciones Generales de 2008 quedarán fuera de nuestro estudio por su proximidad temporal al momento de escribir estas líneas. Si tuviésemos que ubicarlas en algún período lo haríamos con las de 2004, ya que ambas comparten un común denominador: mayoría relativa del PSOE y similar nivel de participación.

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2.1 El poder de la identificación: el partido, la i deología y el líder

La identificación que experimentan los votantes puede dirigirse hacia un

partido, una ideología o un líder. La primera de ellas, la identificación partidista, es

típica del sistema norteamericano y concibe el voto como una función dependiente del

grado de identificación del ciudadano con uno de los dos principales partidos políticos

(el Partido Republicano o el Demócrata).

Para los fundadores del enfoque (Campbell et al, 1980), sólo excepcionalmente

los votantes presentan una militancia formal o una conexión activa con el aparato de

los partidos. La perspectiva se basa, más bien, en el simple hecho de sentir una mayor

o menor simpatía por una formación que por otra. La identificación con un partido

proporciona al individuo atajos políticos y pistas de percepción heurística sobre la

posición de los propios partidos ante determinados temas, que son esquemas muy

útiles en el proceso de formación de las opiniones (Jacoby, 1988: 657). Cuanto mayor

es la cercanía y simpatía del elector con un partido, mayor será también la

correspondencia entre la posición percibida del partido sobre un determinado tema y la

propia posición del elector.

El comportamiento electoral en Europa ha sido explicado de manera más

exitosa mediante el componente ideológico del voto. Si los norteamericanos hacían

cognoscible el mundo de la política a través de las etiquetas “Republicano” y

“Demócrata”3, los europeos estamos mucho más acostumbrados a las palabras

izquierda y derecha. Los términos ideológicos, aún en la actual etapa de supuesta

pérdida de peso como factor explicativo del voto (Holm y Robinson, 1978), son una

herramienta imprescindible para catalogar a partidos políticos, líderes y propuestas

programáticas. Existe una cultura popular que entiende y maneja, aunque sea de

manera estereotipada, los términos ideológico-espaciales.

La identificación con un líder presenta un esquema sencillo: por encima de

partidos e ideologías lo que verdaderamente cuenta en la decisión de voto es el

atractivo personal del candidato. En la evaluación de su potencia explicativa se han

establecido dos caminos bien diferentes: el estereotipo periodístico ha considerado

que el líder tiene un impacto en el comportamiento electoral considerable, mientras

que la tradición académica más clásica lo ha tratado más bien como una cuestión

secundaria y supeditada a otro tipo de variables más potentes (identificación partidista,

ideología, cleavages…).

3 Un excelente y reciente libro sobre esta dualidad, a veces aparentemente irreconciliable, entre las “dos Américas” se encuentra en Dworkin (2008).

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2.2 La escuela sociológica del comportamiento elect oral

En 1967 Lipset y Rokkan (2001) publicaron su trabajo más conocido y que

daba forma a la escuela sociológica del estudio del comportamiento electoral, según la

cual, el voto se explica mediante la posición que ocupan los individuos en la estructura

social. Para estos autores, las interacciones determinan la configuración de grupos

más o menos homogéneos y, por lo tanto, con una pauta de voto común.

Lipset y Rokkan (Ibíd.) realizan un repaso de la historia de Occidente y

descubren que la formación de los sistemas de partidos tiene su origen en

acontecimientos que generaron una serie de divisiones sociales o cleavages4. Los

principales cleavages son la clase social, el origen étnico-cultural y la religión. Para

Lipset y Rokkan (Ibíd. 245 y ss), las estructuras de división y los sistemas de partidos

se desarrollaron a partir de dos tipos de revoluciones: la revolución nacional y la

revolución industrial. Fruto de la primera de ellas surge “el conflicto entre la cultura

central que construye la nación y la resistencia creciente de las poblaciones sometidas

de las provincias y las periferias” (Ibíd. 245), esto es, el cleavage de origen y, del

enfrentamiento Iglesia-Estado por el control del poder político, surge el cleavage

religioso. La revolución industrial propiciará la aparición, a su vez, de una fractura

adicional, la que enfrenta a trabajadores y empresarios, es decir, el clásico

antagonismo entre el capital y el trabajo (Ibíd. 246).

El modelo de voto que se deriva de aquí sigue un esquema muy simple: Para

representar a cada uno de los grupos enfrentados en cada cleavage surge un partido

que será votado masivamente y casi de forma automática por los integrantes del

grupo. Así, los católicos votarán a partidos católicos, los obreros a partidos obreros y,

en ciertos lugares, los ciudadanos con una identificación diferenciada optarán por

partidos de corte nacionalista.

2.3 El sistema electoral y sus condicionantes

El sistema electoral es un importante factor de modelación de las preferencias

partidistas. Las leyes lectorales inciden de forma directa en el sistema político en una

doble dirección: en el comportamiento electoral de los individuos-electores y en la

configuración y evolución del sistema de partidos. La ley electoral puede, por ejemplo,

limitar la entrada de formaciones políticas en el Parlamento y traduce los votos en

4 Estos cleavages se definen como una división dicotómica de la sociedad en dos bandos enfrentados determinados por la posición de los individuos en la estructura social y que termina configurando alineamientos entre bandos y partidos.

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escaños mediante la lógica mayoritaria o la distributiva. De hecho, de la mayor o

menor cercanía al ideal de “un ciudadano un voto” deriva la consideración de los

sistemas electorales como mayoritarios o proporcionales.

De la acción del sistema electoral surgen, además, ciertos tipos de

comportamientos estratégicos, ya sea del lado de la oferta (movilización selectiva de

recursos por parte de los partidos en determinados distritos y no otros) o de la

demanda (voto útil, por ejemplo) que habrá que estudiar detenidamente en cada

sociedad y elección5.

2.4 El voto racional

Existe también la posibilidad de que el elector opte por un partido u otro

siguiendo una pauta de elección racional. El voto racional es un tipo de voto que

realiza el individuo después de sopesar la acción de partidos, candidatos y temas de

debate (Popkin, 1994). El ciudadano evalúa los costes y beneficios que tal emisión del

sufragio podría reportarle. De esta circunstancia pueden derivarse dos cuestiones

principales: se trata de un voto racional e instrumental. Es decir, el votante pretende

obtener algo a cambio, cifrado en términos de interés6.

Según los clásicos (Downs, 2001), los votantes evalúan los beneficios que han

obtenido a partir de la labor desempeñada por el gobierno actual y calculan los que

recibirían si el gobierno siguiese en el cargo o si fuese sustituido por la oposición. La

diferencia de utilidad percibida será lo que determine el voto final al Gobierno o a las

opciones alternativas. De la resolución de la denominada “paradoja del voto” (Ibíd.)

depende que el individuo encuentre los suficientes estímulos para participar en una

elección. La “paradoja del voto” establece que la probabilidad de votar o abstenerse

dependerá de la diferencia ideológica percibida entre los partidos y de la estimación de

lo reñidas que estén las elecciones y, por lo tanto, del poder de influencia de su propio

sufragio. A todo ello hay que restarle los costes de acudir a votar7. Si la ecuación

arroja un valor positivo, entonces, es racional votar y el individuo acudirá a las urnas.

5 Junto a los efectos sobre la oferta y la demanda se sitúan algunos otros claramente fraudulentos. El caso más conocido es el denominado gerrymandering o división interesada de los distritos electorales para perjudicar o favorecer a una determinada comunidad a la que se le supone una pauta uniforme de voto. Para más información acúdase, entre otros, a Vallés y Bosch (1997: 132). 6 El interés puede ser inmediato y tangible, como el que un elector que conoce el programa electoral de los partidos puede deducir ante una determinada propuesta. Pero puede ser también mucho más subjetivo ya que, siguiendo el modelo de competencia espacial de Downs (2001), un elector de izquierda puede deducir alegremente que será sólo un partido de esta ideología el que mejor defienda sus intereses, sin fijarse en nada más. Como puede observarse el nivel de información y racionalidad utilizado en uno y otro caso es bastante diferente. 7 La fórmula es la siguiente: V = (Dp + Pi) – C.

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Más allá de las evidentes insuficiencias que una concepción del voto así

presentada puede contener, lo que nos interesa destacar es que la perspectiva de

análisis que tenemos entre manos va a tomar como referencia principal el interés del

individuo como motivo explicativo preferente de su comportamiento electoral.

La teoría económica del voto recoge estos conceptos y añade una hipótesis

adicional: el mecanismo de evaluación racional de políticas puestas en práctica por el

Gobierno se realiza conforme a criterios económicos. Es decir, el votante es sensible a

la evolución de la economía y decide su voto conforme a ella8.

2.5 El voto mediático

Los medios de comunicación se han convertido no sólo en pieza clave para la

difusión de los mensajes políticos (labor clásica de transmisión de información

política), sino también en un actor de primer orden en la propia acción política. Los

medios desplazan a las instituciones democrático-representativas (parlamentos,

partidos políticos, poder judicial...) como lugar preferente desde donde se hace política

pero, además, muestran y defienden sus propios intereses que, en muchas ocasiones,

difieren de los del conjunto de la ciudadanía.

Investigadores como Habermas (1997), Hallin y Mancini (2004) o Manin (1997)

han estudiado la pauta de relación que se establece entre la sociedad y los medios de

comunicación distinguiendo, principalmente, dos tipos de interacciones. En la primera

de ellas prevalece una separación más o menos nítida entre el mundo de la política, la

sociedad civil y los medios de comunicación. Éstos últimos actuarían como cauces

para un debate racional y argumentativo. En el segundo modelo, los medios entrarían

en relación directa (y, a veces, espuria) con el poder político, imposibilitando todo

debate racional de ideas que, en la mayoría de los casos, es sustituido por el

proselitismo político.

Esta segunda posibilidad se ve reforzada por el poder de encuadramiento y

selección de la realidad de la que disponen los medios de comunicación (framing). Es

en este punto donde se puede encontrar la conexión entre medios y voto. Los medios

8 Esta proposición, que en un principio podría resultar sencilla, no lo es tanto, ya que debe ser matizada y acotada: 1) ¿Qué tipo de datos económicos son los que influyen en la evaluación económica de los votantes? Esta es la cuestión de la información disponible. 2) ¿Qué base temporal toma el votante para premiar o castigar al Gobierno? Esta es la cuestión retrospectiva o prospectiva. 3) ¿De qué manera afectan las acciones del gobierno en la atribución de responsabilidades por parte de los ciudadanos? Esta es la cuestión de la habilidad de ciertos gobiernos para eludir sus responsabilidades, su difícil atribución en gobiernos de coalición o la credibilidad de la oposición como alternativa viable de sustitución del Gobierno. Por cuestiones de espacio no podemos entrar a fondo en ninguna de estas cuestiones. Para una visión de conjunto de la perspectiva acúdase, entre otros, a Fraile (2005) y Maravall y Przeworski (1999).

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no sólo seleccionan los temas de debate en una campaña electoral (establecimiento

de la agenda), sino que destacan algunos aspectos de la realidad otorgándoles mayor

relevancia. Incluyen, en tal construcción la definición del problema, la interpretación de

sus causas, una evaluación moral y una recomendación o pauta de actuación. Ofrecen

también un diagnóstico, realizan un juicio moral y sugieren algún tipo de remedio

(Entman, 1993: 52). Del convencimiento de la verdad de tales juicios puede depender

que, al menos una parte de la ciudadanía, vote en una dirección u otra.

Hasta aquí la caracterización de urgencia de las principales perspectivas de

estudio del comportamiento electoral. El siguiente epígrafe las aplicará a la realidad

española para comprobar su viabilidad explicativa a lo largo de treinta años.

Gráfico 1 : Modelos teóricos de voto

Identificación

Cleavage

VOTO

Con un partido Con una ideología Con un líder

Clase social Origen Religión

Sistema electoral

Movilización estratégica Voto útil

Racionalidad

La utilidad del votante Voto económico

Medios de comunicación

Patrón de opinión pública Agenda y framing

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3. MODELOS DE VOTO EN ESPAÑA

3.1 El final del franquismo y la transición (1977-1 982)

Las elecciones fundacionales de 1977 establecen la originaria relación de

fuerzas en el Parlamento en el que la Unión del Centro Democrático (UCD) –el partido

de uno de los mayores artífices de la transición, Adolfo Suárez– ocupará un lugar de

privilegio y obtendrá la legitimación suficiente como para capitanear la transición a la

democracia después de décadas de dictadura. Estamos ante unas elecciones atípicas

ya que, a la postre, terminarían siendo constituyentes. La legislatura duró lo que se

tardó en elaborar y aprobar la Constitución. En 1979, ya con la Carta Magna en vigor

después de ser aprobada por referéndum en 1978, se celebran elecciones generales.

El partido de Suárez vuelve a ganar, también por mayoría relativa9.

En 1977 y 1979 prevalece un voto que busca asentar en España la libertad y la

democracia. UCD –un partido surgido por y para la transición– gana ambas elecciones

porque ése es justamente su objetivo y razón de ser: pragmatismo, escaso

componente ideológico y transición a la democracia. El liderazgo de Adolfo Suárez

simbolizaría tal anhelo y mantendrá unidas a las diferentes familias en el seno del

partido (Aguilera de Prat, 1988; Buse, 1984; Gunther, 1991; Montero, 1998; Montero y

Torcal, 1990).

Este deseo de “pasar página” propiciaría el desarrollo entre las elites de los

principales partidos de una serie de compromisos y estrategias cooperativas

destinadas, por un lado, a asentar la democracia y, por otro, a evitar a toda costa otro

enfrentamiento civil (Maravall, 1981 y 1980; Montero, 1980).

Por último, ha habido autores que han descubierto una pauta de transmisión

intergeneracional de preferencias partidistas desde la II República a las elecciones de

1977. Gran parte de las lealtades ideológicas –para investigadores como Maravall

(1981 y 1980) o Gunther (1991)– han sido transmitidas de padres a hijos a pesar de

los cuarenta años de cultura antipartidista del franquismo10.

9 La asignación de escaños y el nivel de participación para todas las elecciones objeto de estudio se encuentran detalladas en los Anexos. 10 Los padres votantes de izquierda en la II República habrían transmitido sus preferencias a sus hijos en 1977 (PSOE y el PCE) y los más conservadores y/o simpatizantes del régimen franquista habrían hecho lo propio con sus hijos (UCD y AP).

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3.2 La hegemonía socialista (1982-1993)

Las elecciones de 1982 se celebran después de dos gobiernos en minoría de

UCD y unos meses previos en los que la descomposición del partido gubernamental

se fue haciendo cada vez más evidente (Gunther, 1986; Maravall, 1980). Para algunos

autores, se trata de unas elecciones “cataclismáticas” (Caciagli, 1984) en las que la

victoria del PSOE se hace incuestionable y alcanza niveles desconocidos hasta

entonces.

Sobre 1982 existe un cierto consenso en la tradición investigadora española en

considerar definitivamente concluida la transición a la democracia (Del Águila, 1983;

Montero, 1984; Santamaría, 1984; Wert, 1984). UCD prácticamente es borrada del

mapa, transfiriendo sus apoyos a Alianza Popular y el PSOE. El Partido Socialista

recibe un apoyo “plebiscitario” (Santamaría, 1984) fruto de la desintegración de UCD,

pero también del apoyo de los nuevos votantes y los antiguos abstencionistas de

1979. Comienza así la etapa de hegemonía de los socialistas en el poder que durará

hasta bien entrados los años 90.

Las dos siguientes consultas –1986 y 1989– pueden ser consideradas como

elecciones de continuidad, ya que confirman el realineamiento del sistema de partidos

de 198211. En 1986 se podría destacar el aumento de la fragmentación partidista en el

centro derecha –con la irrupción del CDS– y el nacimiento de la coalición electoral

Izquierda Unida.

En 1989 el PSOE consigue una nueva mayoría absoluta, a pesar de su

paulatina pérdida de apoyos tras tantos años al frente del Ejecutivo. Estamos ante una

consulta crucial para la derecha, ya que poco antes de las elecciones nace el actual

Partido Popular y Manuel Fraga cede su puesto al futuro presidente en 1996, José

María Aznar. La configuración actual del sistema de partidos parece concluir tras estas

elecciones, dando razón a autores como Barnes, McDonough y López Pina (1986) que

han hecho famosa la frase “partidos volátiles y electores estables”.

11 En las elecciones de continuidad se mantiene tanto el nivel de apoyo a los principales partidos como las bases sociales de apoyo, mientras que en las elecciones críticas o de realineamiento cambia tanto el resultado electoral como las bases de apoyo de los principales partidos (Anduiza y Bosch, 2004: 269).

-11-

3.3 Elecciones competitivas (1993-2000)

Las elecciones de 1993 suponen una vuelta a la competitividad en el sistema

de partidos español después de algo más de una década de hegemonía del PSOE. Un

argumento recurrente a la hora de explicar el voto en 1993 se sustenta en la

consideración de que las bases sociales de apoyo al partido gobernante se

transformaron y pasaron de estar integradas por las clases medias urbanas a un perfil

de votante formado más bien por amas de casa, jubilados y parados.

Este cambio se debió al efecto propiciado por las políticas sociales y de

construcción del estado del bienestar llevadas a cabo por los socialistas en la década

de 1980, que benefició a unos sectores sociales más que a otros. Tal circunstancia

terminó reflejándose en la estructura del voto (González, 1998, 1996 y 2004b; Wert,

Toharia y López Pintor; 1993).

En general, existe un cierto acuerdo en la literatura especializada en considerar

que los antiguos abstencionistas de 1989 votaron en 1993 al PSOE y que el voto joven

se decantó mayoritariamente por el PP (Del Castillo y Delgado, 1994). Una versión

similar de este mismo argumento se encuentra en todos aquellos autores que hablan

de una “vuelta al redil” del votante socialista como consecuencia de predicciones

demoscópicas desfavorables al Gobierno, toda vez que el Partido Popular es

rechazado por muchos votantes por razones ideológicas. El votante de izquierda

desencantado con la gestión del PSOE volvió, sin embargo, a votarle aunque fuera a

regañadientes y en el último momento (Arango y Díez, 1993; Barreiro y Sánchez-

Cuenca, 1998).

Para otros autores fue la campaña electoral lo que más influyó en los votantes

indecisos de última hora, al provocar un efecto de activación de preferencias

partidistas preexistentes en los indecisos que les llevó a participar y a votar al PSOE.

Existe una importante variación de esta argumentación (Alcalde, 2003; Díez-Nicolás y

Semetko, 1995, 1999) que prima el factor medios de comunicación, concluyendo que

su sesgo a favor del Gobierno fue decisivo en los resultados electorales y en la

elevada participación registrada. Otros autores (Gunther, Montero y Wert, 1999)

sostienen, por el contrario, que los medios a penas influyeron en el voto al anularse

unas tendencias frente a otras.

Maravall (1997), Fraile (2005, 1999) y Hamman (2000) circunscriben su análisis

dentro de la perspectiva del voto económico. Estos autores comparten su

preocupación por explicar por qué el PSOE no fue castigado ni en 1993 ni en 1996 por

los malos resultados económicos de su gestión. Estos autores comparten la impresión

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de que la explicación reside en las políticas sociales llevadas a cabo por los socialistas

en la década de 1980 y por el fuerte alineamiento ideológico de muchos españoles.

Wert (1996) habla de la aparición de una espiral de silencio en los votantes

socialistas en 1996 debido a los abundantes casos de corrupción destapados12, así

como de una vuelta al redil de estos electores en el último momento, de modo que en

1996 la victoria del PP no se produjo con la claridad esperada en algunos círculos

políticos y mediáticos. La campaña electoral vuelve a ser clave, ya que fue allí donde

se fraguó la gran movilización registrada en 1996.

Sobre el fenómeno de la corrupción y su atribuida influencia en los resultados

electorales, Caínzos y Jiménez (2000) creen que su poca influencia en los resultados

se debe a que era un tema que ocupaba un lugar secundario en la agenda de

preocupaciones ciudadanas, muy por debajo del desempleo o el terrorismo. Este es el

principal motivo por el que la corrupción en 1996 no desembocase en un castigo

mucho mayor al PSOE. Maravall (1997) reitera también aquí su argumento –ya

esgrimido en 1993– de la influencia de las políticas sociales a la hora de exonerar al

Gobierno por la mala marcha de la economía, pero también por la corrupción. La

estrategia del PSOE en 1996 consistirá, así, en estimular un voto prospectivo de

obstrucción a la llegada del PP por motivos ideológicos.

3.4 La irrupción del voto económico (2000)

La escasa credibilidad del PP como alternativa en 1993 y 1996 desaparece

después de su primera legislatura en el gobierno (1996-2000). De ahí el premio de la

mayoría absoluta que los populares consiguen en 2000. En estas elecciones prima

una pauta de voto de tipo económico, tras una legislatura en la que el Partido Popular

modificó su inicial programa político debido a los pactos de gobierno que tuvo que

alcanzar con los nacionalismos periféricos (González, 2004b; Santamaría, 2004). A

ello se une un clima de paz social y prosperidad económica (González, 2004a) que

estimularon un voto de premio al Gobierno por los buenos resultados económicos

(Fraile, 2001; González, 2004a; González y Garrido, 2000; Wert, 2000).

El otro gran punto de análisis de las elecciones de 2000 fue el aumento de la

abstención electoral y su impacto en la consecución de la mayoría absoluta del PP.

Para Barreiro (2001) la abstención se puede cifrar en un millón de nuevos

abstencionistas y se detecta, además, que la gente de izquierdas se abstuvo más que

la de derecha. Para esta autora la explicación se puede descomponer en dos partes:

12 GAL, Filesa, Rodán, Banesto, Rubio...

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1) La corrupción llevó al elector a votar al PP o a la abstención. 2) Los electores

próximos al PSOE valoraban bien al gobierno del PP y mal a la oposición del PSOE.

Otros autores (Anduiza, 2000; González, 2004a) observan también una

movilización en torno al PP (cifrada en unos dos millones de votantes) y una

desmovilización de la izquierda en su conjunto (tres millones).

3.5 ¿Vuelco electoral en 2004?

Las elecciones de 2004 se diferencian de las ocho analizadas hasta aquí en

que un suceso inesperado –los atentados terroristas de Madrid– monopolizaron la

mayoría de los análisis realizados. En general, la literatura adopta por una de estas

dos posturas: O se suaviza –o incluso niega– la existencia de un vuelco electoral,

sosteniendo que el PSOE hubiese ganado las elecciones de todas formas o, cuanto

menos, que la situación estaba en un empate técnico (Barreiro, 2004; Lago y Montero,

2005, Santamaría, 2004; Torcal y Rico, 2004) o se enfatiza la influencia de los

atentados en una dirección muy concreta en el devenir de las elecciones: a favor del

cambio de gobierno (González, 2004a; Michavila, 2005; Olmeda, 2005).

Los contrarios a la idea del vuelco argumentan que durante la legislatura 2000-

2004 el Partido Popular experimentó un paulatino proceso de pérdida de

popularidad13, de manera que la ventaja del PP sobre el PSOE cuando comenzó la

campaña era muy pequeña (Barreiro, 2004; Lago y Montero, 2005; Santamaría, 2004).

Barreiro reconoce que los atentados pudieron haber tenido el efecto de aumentar la

participación, pero cree que “hay elementos en la campaña que dejan cierto margen

para pensar que la recuperación del PSOE se hubiese producido igualmente, aunque

es probable que no en la misma medida en que lo hizo en los últimos cuatro días”

(Barreiro, 2004: 21).

Lago y Montero (2005) hablan de una situación de empate técnico entre el PP y

el PSOE que implica que se pudo haber producido cualquier situación, entre la que no

hay que destacar una victoria socialista. Así, para estos autores, lo que los atentados

propiciaron fue la acentuación de unas tendencias que ya se estaban produciendo: el

crecimiento del PSOE y la decadencia del PP.

Pasamos ahora a analizar a aquellos otros investigadores que ven en el 11-M

un acontecimiento que influyó de manera decisiva en los resultados del día 14 hasta el

punto de propiciar un vuelco electoral. González (2004a) y Olmeda (2005) hablan de lo

13 Los sucesos de la legislatura 2000-2004 que operarían en contra de los intereses electorales del PP serían, entre otros, la guerra de Irak, la catástrofe del Prestige o la reforma unilateral del mercado laboral y la huelga general que provocó.

-14-

que podríamos considerar una “guerra de encuadres” (frames) entre el gobierno (la

autoría es de ETA) y la oposición (el gobierno miente, la autoría corresponde del

fundamentalismo islámico) que terminaría en la victoria del encuadre de la oposición y

un voto de castigo al PP con su consiguiente expulsión del poder.

Michavila (2005), en este mismo sentido, plantea cuatro hipótesis que

explicarían el vuelco electoral del 14-M: 1) Un deseo latente de cambio de gobierno. 2)

Una conmoción por los atentados. 3) Un voto de castigo al gobierno por su implicación

en la guerra de Irak. 4) Un voto de castigo por la manipulación informativa (encuadre

de la oposición).

Gráfico 2 : El voto en España (1977-2004)

1977 y 1979 1982, 1986 y 1989 - Realineamiento del sistema - Falta de alternativa al PSOE - Fragmentación partidista

- Liderazgo: Adolfo Suárez - Cooperación interpartidista - Ideología transmitida

1993 y 1996

- Bases sociales PSOE - Aumento de la participación - Voto ideológico contrario al PP - Exoneración económica - Campaña, medios de comunicación y encuestas

2000

- Voto económico - Abstención electoral

2004

- 11-M como catalizador del cambio - 11-M como vuelco electoral

-15-

4. CONCLUSIONES

En realidad, el gráfico 2 con el que finalizamos el anterior epígrafe nos sirve de

recapitulación de los principales modelos de voto elección por elección. Sin embargo,

podemos establecer una evolución general del voto en España en el período analizado

si tomamos el comportamiento electoral de los ciudadanos como un todo en

perspectiva.

En 1977 y 1979 el factor de decisión electoral que parece explicar mejor el voto

de los españoles es la influencia del líder. En un momento en que no se contaba con

experiencia previa (o muy remota), el atractivo de la figura de Adolfo Suárez parece

haber decidido a muchos electores a depositar su confianza en UCD.

El período hegemónico del PSOE en el poder (1982-1993) es un momento en

el que la configuración del sistema de partidos parece ser lo que marca la política

española. Mientras los ciudadanos muestran unas preferencias político-ideológicas

bastante estables, las formaciones políticas aparecen y desaparecen el sistema de

partidos. Sólo tras 1989 se puede reconocer ya el sistema que tenemos en la

actualidad. El voto en estos años estuvo condicionado, pues, por la oferta electoral

discontinua de algunos partidos (UCD, CDS, AP, PCE).

En 1993 y 1996 las explicaciones del comportamiento electoral han sido

múltiples, tal y como mostraba el gráfico 2 pero, por encima de todas ellas, lo que

parece explicar mejor la resistencia del PSOE a dejar el poder en 1993 y las

dificultades del PP para alcanzarlo en 1996 es un arraigado voto clasista. El apoyo a

los socialistas por parte de amplios sectores sociales (amas de casa, jubilados y

parados) estaría en el trasfondo de los, para algunos, sorprendentes resultados

electorales de esta etapa competitiva del sistema de partidos español.

Las elecciones de 2000 son los comicios con el mayor grado de unanimidad en

la comunidad investigadora. La contundente emergencia de un voto económico

retrospectivo de premio a una gestión percibida como exitosa explicaría la

consecución de la, hasta ahora, única mayoría absoluta de un partido de derecha en

España.

Las elecciones de 2004 estuvieron marcadas por los atentados del 11-M. La

especial relevancia de los medios de comunicación en su labor de creación de los

encuadres de lo sucedido entre el día 11 y el 14 marcaron el devenir de las elecciones.

El triunfo del encuadre de la oposición (“el gobierno miente por motivos electoralistas”)

estaría en la raíz de un vuelco electoral que devolvería al PP a la oposición.

-16-

Gráfico 3 : Patrones generales de voto (1977-2004)

Los patrones generales de voto que podemos deducir del estudio de un

período histórico tan amplio como el que hemos cubierto toma como referencia el año

2000. Las siete elecciones generales previas a este momento nos muestran a un

elector que tiende a emitir su voto conforme a adhesiones emocionales y grupales

pero, a partir de esta fecha, la racionalidad individual y la sofisticación política parecen

ganar terreno. En 2000 y 2004 los ciudadanos parecen contar ya con una experiencia

y una soltura suficientes como para arrinconar comportamientos de tipo

emocional/grupal y dirigirse más hacia la valoración de la gestión.

Esto no quiere decir que en el futuro debamos desterrar para siempre las

pautas emocionales de voto (ideología, liderazgo, adhesión de clase...) sino que, junto

a ellas, debemos tener muy presente que la ciudadanía ha aprendido a evaluar la

gestión de sus gobernantes y que los medios de comunicación tienen mucho que decir

en este aspecto.

1977 y 1979 1982,1986 y 1989 1993 y 1996

2000 2004

Líder Factores sistémicos Clase social

Voto económico Voto mediático

-17-

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6. ANEXOS

Tabla 1: Resultados electorales completos (1977-2004) 14

1977 1979 1982 1986

1989 1996 1993 2000 2004 UCD 166 168 11 - - - - - - PSOE 118 121 202 184 175 141 156 125 164 AP/PP 16 10 107 105 107 156 141 183 148 CIU - 8 12 18 18 16 17 15 10 PCE/IU 19 23 4 7 17 21 18 8 5 ERC 1 1 1 0 0 1 1 1 8 EAJ-PNV 8 7 8 6 5 5 5 7 7 CDS - - - 18 14 - - - - Abstención 21,17% 31,96% 20,03% 29,51% 30,36% 23,53% 22,62% 31,29% 24,34%

14 Sólo se incluye la asignación de escaños para las ocho formaciones más votadas. Fuente: Base de datos del Ministerio del Interior consultada en enero de 2007.