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La noche de Lola
Hace tiempo que nadie en la familia cuenta esta historia, quizás porque no
crean en ella, o por vergüenza; pero yo sé que es verdad y que ocurrió en una
tormentosa noche de invierno, cuando mi primo Ángelo decidió junto a su
amigo ir a la casita vieja, que estaba alejada de la estancia para acampar solos
y animarse a superar el miedo que le tenían a la oscuridad.
Ángelo había estado emocionado desde la mañana con los preparativos:
pedir prestada la bolsa de dormir, armar un bolso con todo lo electrónico (no se
podía olvidar el celular), preparar la comida y otros petates para pasar la
noche. Por fin llegó Stefano, su amigo y compañero de escuela, charlaron un
rato revisaron sus cosas y en bicicleta se dirigieron a la casa abandonada.
Recorrieron un camino bastante largo con algunas lomadas que ocultaban el
trayecto hasta el final, de pronto, vieron una luz que iluminaba el lugar, era un
pequeño foco que colgaba de un cable que se movía con el viento, se ponía el
sol y todo hacía más solitario y penumbroso el lugar. Al caer la noche ya
estaban dentro de la casa comiendo hamburguesas, el viento soplaba con
más fuerza y los primeros relámpagos iluminaron el cielo. Los truenos los
inquietaron y rápidamente se metieron en las bolsas de dormir, ahí fue cuando
Ángelo se dio cuenta que se había olvidado las sábanas y, como estaba muy
oscuro, le daba muchísimo miedo volver para buscarlas. Entonces Stefano al
ver su problema decidió compartir las suyas.
A los pocos minutos de haberse dormido Chelo (así lo llamábamos
familiarmente) escuchó un ruido bastante extraño, sonó como si hubiese sido
un monstruo que rascaba la puerta y decidió salir a investigar de qué se
trataba. Cuando salió se dio cuenta que su linterna no tenía pilas y fue la
excusa para volver a dormir junto a la bolsa de su amigo.
Dos horas después el viento rugía mucho más fuerte y los dos chicos ya
totalmente despiertos maldijeron y se arrepintieron de no haberse quedado en
la casa grande junto a los padres de Ángelo, pero esta era su aventura y
además tenían que ganar la apuesta de pasar una noche en la casita vieja.
Decidieron jugar al Preguntados para distraerse y vencer sus temores, luego de
media hora se filtraban por las ventanas algunas sombras que producían los
árboles a la luz de la luna y vieron pasar a algo o alguien nuevamente. Los dos
chicos se asustaron mucho, metiéndose en la bolsa de dormir se quedaron
muy quietitos tapados hasta la cabeza (eso les daba seguridad). Los ruidos
afuera eran cada vez más frecuentes, raspaban y golpeaban la puerta y corrían
alrededor de la casa enloquecidamente.
A Ángelo y Stefano no les importó dejar sus bicicletas y todo lo que habían
llevado, salieron corriendo disparados como rayos, tras ellos venía el monstruo
cuyos pasos eran cada vez más rápidos. Ya casi llegaban a la casa grande y,
a menos de diez metros de la puerta, Ángelo sintió un golpe en la espalda que
lo tiró al piso, Stefano, un poco más adelante, sintió el ruido de la caída y luego
la risa de su amigo. Al darse vuelta grande fue su sorpresa al ver rodar a Lola,
la perra del Chelo, era ella la que había merodeado por la casa abandonada
tratando de entrar y compartir con los chicos la noche de aventura.