Crisis y futuro

Verdaderamente nos encontramos frente a una realidad complicada; podemos decir

que la Iglesia está en crisis. Planteo estas líneas de reflexión en este

sentido: estamos en crisis pero hay un futuro. Teniendo presente la fragilidad

humana debemos considerar que siempre hay oportunidad de mejorar; sobre todo, dado la aparición de profundos cambios que se han dado al interno de la familia humana y presentes en el hombre de hoy que exigen responder de modo adecuado a las interrogantes de los hombres sobre el sentido de la vida presente y futura y la reciproca relación como nos dice GS 44. En este contexto se da el concilio Vaticano II como don de Dios para salir de la crisis y mejorar la vida pastoral de la Iglesia. He aquí los elementos nuevos y positivos que introduce el concilio:

La aproximación pastoral con la que se supera la separación entre doctrina y práctica. Una libertad efectiva que garantice a los obispos de ser los auténticos protagonistas del evento.

El cambio de modelo de teología, que pasó de una concepción dogmática deductiva de la verdad cristiana a un histórico inductiva con una triple aspiración: enraizar la teología en el dato revelado, vincularla a la situación del hombre real y adaptarla a las exigencias del saber científico. Magno trabajo con el afán de presentar la cosas de modo preeminentemente pastoral.

Con el espíritu del concilio se organiza la búsqueda a partir de la escritura y de la tradición, sin cerrarse en un entendimiento de la fe elaborado abstractamente, sino buscando de ofrecer análisis relacionados con las cuestiones de las personas y de la cultura del momento.

El objetivo del concilio es de ofrecer un rostro vivo y actual de la experiencia cristiana. Asume la urgencia de repensar y reconstruir con categorías y prácticas que permitan crecer de nuevo la vida y vivifiquen la esperanza de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo.

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Evidentemente estas propuestas son una novedad para el momento presente de vida, ayudan a superar la imagen de una Iglesia enfrascada, cerrada, o bien ocupada en sí misma, presentando una Iglesia para los hombres, inclinada a la acogida según las exigencias de la modernidad, (la historicidad, racionalidad, libertad y legítima autonomía) ser una iglesia del hacer. Por esto en sintonía con el concilio consideramos que ante la realidad que estamos viviendo necesitamos dar estos pasos en terreno firme para salir de la crisis y lograr una libertad efectiva, teniendo presente el dialogo y el consenso:

Vivir una eclesiología de comunión. La participación de los laicos es todavía mínima y las relaciones al interno de las estructuras eclesiales piden un cambio que favorezca a una verdadera pertenencia fraterna, al dialogo de todos los interlocutores es decir una corresponsabilidad ministerial que no sea limitada a unos cuantos.

En relación con el mundo la Iglesia debe tener la capacidad de asumir las situaciones reales, es decir responder de modo adecuando a las necesidades verdaderas y aspiraciones profundas del hombre contemporáneo. Es una bendición la elección del Papa Francisco que con su carisma, gestos y acogida revoluciona la Iglesia respecto al mundo.

Necesita la Iglesia ser hoy una comunidad de práctica. Las propuestas del concilio conducen a estar al servicio del Reino en el mundo y a los problemas del hombre. Mirando la parroquia hoy no es percibida como presencia transformante del Reino. Hay necesidad de cambiar la estructura para que sea comunidad de comunidades y realidad de comunión y comunicación.

Impulsa un dialogo franco, sobre todo con la cultura, es un concilio para el pueblo de Dios.

Realmente estas ideas nuevas del Concilio son muy importantes, pero para salir de esta crisis existen también puntos cruciales que necesitan ser reflexionados, actualizados con el objetivo de construir (en dinámica de laboratorio), una nueva identidad cristiana y un nuevo proyecto de Iglesia y comunidad.

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El primer paso en esta época actual es acoger la verdad en relación, nadie puede afirmar que tiene la verdad

absoluta, en sintonía con el iluminismo

donde los conceptos de libertad, democracia, historicidad y autonomía son parte

de la vida. En esta perspectiva se abre un camino de posibilidad, donde cada persona puede situarse.

Reflexionar la experiencia cristiana para que el mundo y la Iglesia hablen un mismo lenguaje sobre Dios, su presencia en el mundo. Esta reflexión debe estar marcada por la hermenéutica de las circunstancias actuales. Si queremos un cristianismo significativo hoy, debemos examinar seriamente algunos esquemas y formularios litúrgicos y celebrativos, muchos cultos y prácticas de piedad, devociones, etc.

La vida actual nos pide también con urgencia humanizar la religión. Cambiar la manera de pensar sobre la acción divina. Para que podamos comprender sin contradicción las acciones de Dios y las acciones humanas. En este contexto se enfrentará el intervención divina, que hasta ahora se concebido como miedo a Dios. Es necesario establecer la visión de un mundo con leyes autónomas donde nos es posible representaciones míticas y dualistas, cargadas de una metafísica abstracta y esencialista.

Para construir un verdadero principio de comunidad es necesario asumir en el contexto de la hermenéutica contemporánea los conceptos de creación (efectuada en el hoy de nuestra historia), encarnación (que expresa la verdadera humanización) y salvación dentro del marco de la verdadera liberación.

La Iglesia hoy en vez de ser obstáculo debe ser el medio a través del cual se manifiesten las señales del Reino. Y por eso es necesario evaluar cómo está la comunicación superando toda forma de autoritarismo y clericalismo.

Debemos centrarnos en la comunidad local específica, es decir en la parroquia como comunidad. Mirando siempre dos cosas fundamentales: la comunión y la misión. La misión como el anuncio del reino, servicio al evangelio y tal anuncio es estrechamente unido

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con el servicio a la promoción del hombre. Cuidando tres elementos íntimamente unidos: el anuncio del amor de Dios, la construcción de los signos de tal amor y la edificación de la comunidad mesiánica. La imagen nueva de parroquia debe ser sobre todo la fraternidad que busque también a los otros a pertenecer al evangelio. Se trata además de meter en red a las otras parroquias, a la diócesis. Es un gran trabajo que transforma a la parroquia en comunidad parroquial con una conciencia de la propia vocación al servicio de un territorio, de una historia de respuestas hechas de entusiasmos y de incertezas, de la continua llamada de nuevos operadores y de la formación de los mismos. Esta es una verdadera comunidad que ha asumido el proyecto salvífico de Dios.

Necesitamos una parroquia verdadera comunidad de comunidades. Para esto es necesario una renovación estructural, una reflexión de la práctica cristiana (pastoral y catequesis), siempre con perspectiva de actualización. Porque el hombre moderno no se encuentra en un universo estático, más bien dinámico que lo convierte en un ser emergente. En esta línea aparecen las claves interpretativas transversales para lograr una verdadera renovación: el enganche de la experiencia como la vida y la actitud de los primeros cristianos, el ensamblaje antropológico en la humanidad de Jesús y la educación llevada a la práctica que el testimonio y coherencia de vida.

La situación actual evidentemente reclama el cambio y la actualización. El lenguaje de la tradición cristiana, con el que se está transmitiendo las verdades de fe, aparece como inadecuado, atrasado y estéril. Mientras el Concilio M. de certeau indicó dos problemáticas en torno a lenguaje eclesial: no existe comunicación y no hay nada que comunicar. Al mismo tiempo profetizaba que la Iglesia en el futuro no hablaría solo al vacío, sino desde el vacío, pues el vacío no estaría únicamente delante de ella, sino dentro. Por otra parte, la Iglesia como Iglesia deberíamos de preguntarnos si las palabras del evangelio se continúan hablando hoy verdaderamente, si la Iglesia no escucha primero, ¿de qué va hablar después? Cuando al final del Medioevo la cultura desplaza su centro de interés de la contemplación del cosmos creado por Dios a su necesidad de transformarlo, comienza un cataclismo cultural/comunicativo y una profunda mutación antropológica. La Iglesia constata la progresiva pérdida de su derecho a intervenir en la sociedad. Se introduce en una verdadera crisis de comunicación que solamente mejorará si se deja de lado la multisecular forma de comunicación unidireccional y asumiendo un estilo de comunicación bidireccional, es decir diálogo con los hombres.

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Hoy si queremos lograr el cambio soñado, la nueva evangelización, la inserción en la cultura del momento y el futuro anhelado, necesitamos:

o Reflexionar para cambiar nuestro leguaje, porque somos lenguaje; nuestro ser consiste en interpretar, en buscar de comprender nuestra realidad, las relaciones con los otros, la realidad exterior y nosotros dice Heidegger. La realidad es que todo comprendemos a través del lenguaje. En este momento en que vivimos profundas transformaciones también el lenguaje debe estar dentro del marco de la autonomía, historicidad, libertad, etc.

o Todo comenzó con una experiencia, esta es la clave de todo; debemos sentir, tocar, experimentar, después de un largo proceso se llega a este punto. Se trata de una experiencia vital. Esto es vida cristiana, primero se da la experiencia, luego lo contamos a los demás. A un pobre le podré hacer entender el amor de Dios si soy cercano, humano, si puede palpar a Dios en mí. Esta es la dinámica de sentir y luego volver a contar, narrar a los demás el mensaje del Reino. Dios provoca y luego se da la respuesta humana de vivir con espíritu, aquí se apoya la espiritualidad en la vida de acción en medio del mundo, si una persona por ejemplo no es consciente ¿qué espiritualidad vive? Todo cristiano debe hacer esta experiencia del amor de Dios, que es increíble, que nos llama cada día, que es asimétrico y que jamás es neutral.

o Necesitamos reconstruir nuestra relación con los demás y con las cosas. También debemos reconstruir la espiritualidad, la oración. La vida nuestra es una vida para reconstruir y sobre todo reconocemos que nosotros somos una reconstrucción continua. “este es el futuro”. La enseñanza, el aprendizaje, el construir la respuestas a los desafíos de la vida cuotidiana es a través de las relaciones diarias.

o Necesitamos también entrar en diálogo con los hombres de nuestro tiempo, hacernos cercanos (humanizarnos). En este plano la evangelización consiste en andar con esperanza hacia los demás para que con ellos podamos descubrir en la vida cotidiana, a Cristo Resucitado que da verdadero sentido a la vida. Es descubrir todos juntos con el espíritu del resucitado que se ha derramado en todos los corazones.

o Debemos aprender a recibir de las personas en general el testimonio de la acción de Dios en ellos, así la evangelización se convierte en un proceso recíproco: somos evangelizados de aquellos de aquellos que evangelizamos. Misión, evangelización, vida y diálogo se reclaman mutuamente. El ejemplo de Jesús resucitado en el camino de Emaús es el gran modelo de diálogo para el evangelizador de hoy; los temas que afectan a las personas, su vida, sufrimientos, proyectos, todos deben ser dialogados. Esta es la postura a asumir para lograr el futuro que soñamos.

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o Otro paso fundamental es saber humanizar para unir la fe y la vida. Este es el mejor terreno para unir fe y vida, cultura y evangelio, y designa óptimamente la propuesta de base de la pastoral y de catequesis. La elección de la vía de la humanización ayuda a crecer en madurez como personas humanas como para favorecer y acoger la experiencia de la fe.

o También debemos aprender hoy en la evangelización, la hospitalidad de Jesús de Nazaret que llamó tanto la atención de los primeros cristianos. Constituye definitivamente un espacio de vida, llamado reino de Dios. Los gestos y las palabras de Jesús son el ejemplo.

o Además necesitamos comprender que se trata de una fe absolutamente humana. Para esto la pastoral debe ser generativa que asuma en serio la comparación, el diálogo y el esfuerzo de acoger la experiencia del otro para conducirlo hacia un terreno jamás poseído, hacia la experiencia cristiana. Este es el reto, tener la capacidad de guiar a los demás hacia la otra orilla, la orilla de la fe.

Hoy la pastoral eclesial, la catequesis, debe tener como objetivo comunicar con lenguaje adecuado una historia de salvación que está siempre en relación, que está abierta y que debe actualizarse siempre en la vida de las personas. Es urgente repensar nuestro lenguaje para poder comunicar lo que verdaderamente el amor gratuito e incondicionado de Dios ha querido manifestarnos en el hombre Jesús, él Cristo. Solo quien entre en relación con los demás, en humanidad profunda, verdad, justicia, encontrará a Dios y podrá hacer frente a las interrogativas fundamentales de la vida: la muerte, el mal, el sufrimiento, el amor.

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