todo caliban (roberto fernández retamar)

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  • Todo Caliban Titulo Fernndez Retamar, Roberto - Autor/a Autor(es)Buenos Aires LugarCLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales Editorial/Editor2004 Fecha

    ColeccinColonialismo; Historia social; Antropofagia; Cultura; Caliban; Identidad cultural;Etnocentrismo;

    Temas

    Libro Tipo de documentohttp://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/clacso/se/20100614104308/caliban.pdf URLReconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 2.0 Genricahttp://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.0/deed.es

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    Latin American Council of Social Sciences (CLACSO)www.clacso.edu.ar

  • NOTICIA ACTUALIZADA PARA ESTA EDICIN

    RENO AQU la mayor parte de los trabajos que he escrito directamenterelacionados con el concepto-metfora o el personaje conceptual deCaliban. He excluido slo aquellas pginas cuyas ideas esenciales retom yampli en textos posteriores.

    Entre Caliban en esta hora de nuestra Amrica (1991) y Caliban qui-nientos aos ms tarde (1992) hay puntos tangenciales, pero ni encontrmanera de eludirlos, ni la cercana es tal que obligue a prescindir de uno delos ensayos. As que ruego a quien leyere que perdone all (y no slo all) citasy criterios repetidos. A menudo, sin embargo, ms que de repeticiones setrata de variaciones, como suele ocurrir en la msica.

    Al leerse ahora el libro, debe tomarse en consideracin que ha sufridoalgunas modificaciones. La primera se refiere al nombre mismo del persona-je que le da ttulo, y ha pasado a ser palabra llana por razones que aduzco enel ltimo de los trabajos. Pero la mayor parte de tales modificaciones se refie-re a la informacin bibliogrfica ofrecida.

    Durante dcadas, la imagen del complejo personaje de La tempestad meha sido bien atractiva, sin duda porque soy poeta. Pero, dado que amo tantola poesa como deploro lo potico, lo realmente valioso es para m la zonade la realidad iluminada por Caliban, quien durante la segunda mitad delsiglo XX estuvo encarnando en el mundo de las ideas y en el del arte al colo-nial trabajador. Aunque no se me ocurra pensar que sa sea la nica lectura

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  • posible de la criatura shakespeareana, cuyos avatares no parecen en vas deextincin. Entre los escritores y artistas que en los ltimos aos se han validode Caliban se hallan Suniti Namjoshi, en Snapshots of Caliban (1989);Michelle Cliff en Calibans Daughter: The Tempest and the Teapot (1991);Kamau Brathwaite, en Letter Sycorax (1992); Jimmy Durham, en CalibanCodex (c. 1995); Lemuel Johnson, en Highlife for Caliban (1995). (Cf.The Tempest and Its Travels, ed. por Peter Hulme y William H. Sherman,Londres, 2000, p. 310.) Si as ocurre en el terreno de la ficcin, en el de losestudios la persistencia no es menor. Ello se colige de ttulos comoShakespeares Caliban: A Cultural History (Nueva York, 1991), de Alden T.Vaughan y Virginia Mason Vaughan; el volumen dedicado a Caliban (1992),editado y presentado por Ha rold Bloom, en la serie Major LiteraryCharacters, de Chelsea House, y la compilacin Constellation Caliban.Figurations of a Character (Amsterdam-Atlanta, GA, 1997), editada porNadia Lie y Theo Dhaen. En el prefacio del ltimo de los libros citados, loseditores comienzan diciendo que mi ensayo de 1971 lanz un llamado aconsiderar la literatura y la historia no slo desde el punto de vista dePrspero, sino tambin del de Caliban; y despus de nombrar obras poste-riores, aventuran: De hecho, toda una nueva disciplina parece haber emer-gido: la Calibanologa. Al comentar aquel libro, Francisco Lasarte afirma:Caliban ha demostrado ser un smbolo duradero y flexible que ha sobrevi-vido grandes cambios en la realidad poltica latinoamericana y mundial (y,cabe destacarlo, en aquel centro de la calibanologa, el mundo acadmicouniversitario, sobre todo en Estados Unidos). Y tambin: Irnicamente[...], le debemos al ensayo subversivo de un crtico cubano, de un repre-sentante del Tercer Mundo, la publicacin de textos sobre figuras canni-cas de la cultura occidental como Shakespeare mismo, William Wordsworth,Ernest Renan y W. H. Auden (F.L.: Caliban Superstar, Estudio analtico delsigno lingstico. Teora y descripcin. Bajo la direccin de Bob de Jonge,Amsterdam-Atlanta, GA, 2000, p. 108).

    Treinta y tres aos despus de la publicacin inicial del primero de los tex-tos aqu reunidos, el mundo ha conocido enormes cambios. La alternativa nocapitalista del experimento surgido en la Rusia de 1917 se ofreca an en1971, no obstante sus notorias mataduras, como una retaguardia que a lospobres, a los condenados de la tierra (as Mart y Fanon nombraron aCaliban) les daba entre otras cosas la esperanza de lo que Samir Amin llama-ra la desconexin. En trabajos sucesivos del libro se asiste al crecimiento dela derecha mundial y a las vicisitudes del fracaso del experimento ruso y delde su zona de influencia, crecimiento y fracaso que los pases pobres (la

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  • inmensa mayora del planeta) no podan recibir con alborozo. La cada delMuro de Berln es tambin una imagen, pero para disfrute exclusivo dePrspero, quien est entregado ahora a levantar otros muros, nada imagina-rios (por ejemplo, el literal entre los Estados Unidos y Mxico; por ejemplo,el de la xenofobia), esta vez no para separar al Este del Oeste, sino al Nortedel Sur: incluso de ese nuevo Sur que hasta hace poco se llam en buena parteEste.

    Desgraciadamente, nada hace pensar que la dolorosa aunque fiera imagende Caliban tienda a ser innecesaria, porque se hubiese desvanecido la temibleimagen de Prspero. Por el contrario, hoy, a ms de medio milenio de 1492,cuando se inici el actual reparto de la tierra; a ms de un siglo del 1898 querevel nuestra pattica modernidad (de lo que tanto Cuba como Puerto Ricopueden dar ejemplos singulares), tiene ms vigencia que nunca. Es debernuestro insistir en que, si la humanidad no es otro experimento fallido de laNaturaleza, slo saldr a flote (en caso de hacerlo) con la rosa nutica toda enlas comunes manos constructoras.

    Roberto Fernndez RetamarLa Habana, mayo de 2004

    INTRODUCCIN

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    PREFACIO A LA EDICIN ESTADUNIDENSE*

    LA TRADUCCIN AL INGLS de estos ensayos de Ro b e rto Fe r n n d ezRetamar debe ser ocasin para repensar las relaciones entre poesa y poltica: oincluso entre crtica literaria y poltica en una situacin en la cual, de modoc reciente, ya nadie quiere pensar ms en tal relacin. Sin embargo, no porq u e(como era la situacin hace unos treinta aos, aproximadamente la poca dela Re volucin Cubana) est prohibido abordar cuestiones extrnsecas, pol-ticas, sociales e histricas junto con texturas poticas y verbales: hoy, virt u a l-mente, todo el mundo reconoce la profunda interrelacin constitutiva entrepoesa y poltica, entre lenguaje y poder. No, el silencio es generado ahora, enOccidente, por la aparente perplejidad sobre lo que la poltica lo que u n apoltica pudiera ser en primer lugar: perplejidad que por supuesto carece desentido en el resto del mundo incluida Cuba de manera enftica, dondela poltica es un destino, donde los seres humanos estn desde el inicio con-denados a la poltica, como resultado de la necesidad material y de la vida alb o rde mismo de la catstrofe fsica, una vida que casi siempre incluye tambinla violencia humana. La peculiaridad de la vida en el Primer Mundo (y de las

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    * Prefacio a Caliban and Other Essays, traducido por Edward Baker y publicado en Minneapolis porUniversity of Minnesota Press, 1989. El libro en ingls incluye, adems de Caliban y Calibanrevisitado, otros ensayos que se mencionan en las notas 3, 5 y 6. Esta y todas las notas que siguenson del traductor.

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  • p reocupaciones de los intelectuales del Primer Mundo) es pues la posibilidadde olvidar, de reprimir la poltica del todo, al menos por un tiempo; de salirde la pesadilla de la historia hacia los espacios sellados de una vida priva d aen relacin con la cual la ms notable caracterstica singular, histrica, es quehemos llegado a olvidar que su propia existencia es una anomala histrica, ya considerarla como puramente natural, a imaginar que corresponde a alguna n a t u r a l eza humana, y que sus va l o res la prioridad que tiene la real vidaexistencial privada sobre las cuestiones pblicas son evidentes por s mis-mos, y virtualmente no re q u i e ren por definicin defensa o examen.

    Tal como pre vea, encuentro que he usado una expresin Pr i m e rMundo que sera repudiada por el autor de estos ensayos. Mi tarea es, porsupuesto, diferente de la suya aunque compartamos una lucha poltica e ideo-lgica comn: ya que considero mi problema incluir, al menos en parte, ele s f u e rzo de aguijonear a los intelectuales norteamericanos (o ms pre c i s a m e n t elos de mi pas, ya que no tenemos la conveniente palabra e s t a d u n i d e n s e)1 p a r aque asuman de alguna manera que nuestra propia y singularsima situacin his-trica es d i f e re n c i a l. Tal conciencia distinta de las complacencias del mito dele xcepcionalismo americano o norteamericano estara acompaada por, yc i e rtamente sera inseparable de, una constante conciencia de todos esos Ot ro sculturales con los que coexistimos y de cuya existencia, de alguna manera pecu-l i a r, se deriva nuestra propia identidad cuando no est literalmente basada enesas otras culturas por va de derivacin o de explotacin. Pe ro esta difere n c i a-lidad y uso esta fea palabra porque la palabra diferencia se ha conve rt i d oh oy en una consigna poltica e ideolgica, las ms de las veces de orientacina n t i - Ma rxista est por definicin comprometida con un movimiento perpe-tuo y un desplazamiento. Nuestra diferencia tradicional de los europeos, porejemplo, e incluso de una Eu ropa ahora americanizada de diversos modos,deba re f o rzar nuestra solidaridad cultural, como nacin poscolonial, con lasnaciones poscoloniales de la Amrica Latina (de las cuales Cuba ha sido siem-p re la ms cercana a nosotros en todos los aspectos). Para usar los trminos dell i b ro de Fe r n n d ez Re t a m a r, en estas circunstancias para nosotros la lectura queJos Ma rt hace de Emerson debe ser ms interesante que la de Nietzsche... Pe rosi resulta que no es as, entonces somos testigos de que esta constelacin prov i-sional de solidaridades y diferencias se rompe lentamente y se rehace en otras,en las cuales el hecho obvio de nuestra otra identidad como banqueros, rbi-t ros, explotadores, prove e d o res de armas y policas militares de la AmricaLatina toma entonces de nuevo, lentamente, la pre c e d e n c i a .

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    1 En espaol en el original.

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  • Pero Roberto Fernndez Retamar tiene un sentido ms agudo de la dia-lctica de la diferencia y la reversin paradjica de la Identidad y laDiferencia, del Mismo y del Otro, la soberanamente mutable polmica de lamarginalidad y la centralidad; y ya es tiempo de darle a l la palabra. Su cl-sico Caliban, despus de todo, si es algo, es el equivalente latinoamericano dellibro de Said Orientalismo (al que precede por unos seis o siete aos) y gene-r una inquietud y un fermento similares en el campo latinoamericano;mientras su elocuencia sostenida y apasionada, el profundo aliento de suvocacin polmica, lo marcaron estilstica y formalmente como un momen-to nico en los avatares de esa forma moribunda, el moderno panfleto cultu-ral, en el que nosotros mismos tenemos, de manera creciente, tan poco quemostrar (considero que tal es el peso del panfleto de Russell Jacoby Los lti -mos intelectuales, que sin embargo olvida de manera extraa mencionar alpropio Said, o a Chomsky, o a los polemistas feministas o negros) .

    En el espritu de Ja c o by, pues, podemos re c o n s t ruir a partir de estos ensa-yos de Ro b e rto Fe r n n d ez Retamar cierta imagen y cierta funcin del intelec-tual poltico que nosotros mismos hemos perd i d o. l ofrece el ejemplo de dosclases de identificaciones que solan definir a ciertos intelectuales, incluso enOccidente, pero que hoy parecen decisivamente en decadencia, y no slo entren o s o t ros. Poeta y ensayista, combina an el clsico compromiso supremo delintelectual hacia el lenguaje en todas sus capacidades que ha sido, en el capi-talismo tardo, minado de modo sistemtico por la especializacin y la cre-ciente divisin social del trabajo (algo que suele deplorarse en concreto comoel repliegue de los crticos y tericos literarios en la universidad). Mi e n t r a stanto, como un esteta si uno puede caracterizar as la gran vocacin po-tica y visionaria del Poeta que sobre v i ve en la Amrica Latina y en otras pocastradiciones nacionales, su compromiso con la poltica es igualmente abso-l u t o. O ms bien -en agudo contraste con la tradicin ahora dominante dela poesa y el modernismo2 angloamericanos- no se sienten inconsistenciase n t re poesa y poltica en esa tradicin alternativa. Con caracterstica genero-sidad, Fe r n n d ez Retamar permite que esta suprema posibilidad alternativasea encarnada por el poeta re volucionario de otra tradicin, familiar pero dis-tinta, la de Nicaragua y Ernesto Card e n a l .3 Pe ro lo que la propia obra deFe r n n d ez Retamar en particular y la literatura cubana en general pueden

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    2 En el mundo anglosajn el modernismo se refiere ms bien a lo que en espaol se llama lavanguardia. Su sentido, pues, no concuerda con el del modernismo hispnico.3 Prlogo a Ernesto Cardenal apareci en la revista Casa de las Am r i c a s, N 134, septiembre-o c t u b rede 1982, y se recogi en el libro del autor La poesa, reino autnomo, La Habana, 2000.

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  • tambin significar para nosotros es este espectculo estimulante de un Arte yuna Poesa colmadas por la Re volucin, y que hallan su propio mito y telos derealizacin en la figura de la re volucin misma: una leccin en relacin con lacual la poesa en nuestro propio lenguaje, al menos desde Sh e l l e y, ha sido fle-mtica, y nuestra teora y crtica poticas, del todo mudas.

    No obstante, debe mencionarse aqu un tercer rasgo de la actividad comointelectual de Fernndez Retamar, ya que tal rasgo tambin estar reflejadoen la forma y el contenido de los ensayos que siguen: se trata de su papelcomo director de la revista de la Casa de las Amricas desde 1965, y su even-tual asuncin de la presidencia de esa institucin en 1986. Llamar a la Casade las Amricas una editorial, o, por otra parte, un centro cultural de algntipo, es empezar a percibir otra leccin ms profunda de los presentes ensa-yos, a saber la ineptitud de nuestras categoras culturales e institucionales desarrolladas en y para el sistema de mercado para la novedad de las insti-tuciones socialistas (pero tambin para el carcter nico de las vocaciones cul-turales y polticas de Cuba) . En cine, en literatura, en poltica, La Habana seha convertido en una suerte de capital alternativa de las Amricas; pero tam-bin, hecho ligeramente distinto, en una capital alternativa del mundo cari-beo: una posibilidad alternativa que debe ser conservada viva ante el fraca-so del viejo sueo de una Amrica Latina unificada o de la realizacin dealgn sentido ms nuevo de identidad pancaribea. El festival anual de cine,la seleccin de Cuba como sede de la nueva escuela internacional de cine, lascasi semanales reuniones en la Casa que atraen a artistas, escritores e intelec-tuales de todas las Amricas, sobre todo los prestigiosos premios que enmuchos gneros ofrece la Casa de las Amricas a escritores de la AmricaLatina y el Caribe: tales son, en un contexto y una perspectiva socialistas,materias mucho ms significativas que la mera poltica cultural o incluso lapropaganda.

    De hecho, los ensayos aqu reunidos pueden ser ledos como una largapero mltiple meditacin sobre el problema del propio internacionalismo, ysobre las posibles relaciones que deben establecerse entre el hecho de un sis-tema global desigual, por una parte, y las coordenadas duales, por otra, de unproyecto socialista colectivo y del contexto inevitablemente nacional de laproduccin cultural en s. Sin duda Cuba ha sido excepcionalmente exitosaal proyectar sus propias identidades nacionales mltiples (latinoamericana,caribea, africana, incluso norteamericana) en sus relaciones internacionalesculturales y polticas. Fernndez Retamar se muestra aqu menos interesadoen trazar el mapa de o evaluar tal poltica, sin embargo, que en sealar lasparadojas y dilemas de la dialctica de la otredad.

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  • As, Caliban se identifica fenomenalmente con la voz del esclavo en unaexposicin contempornea de otras anlogas expresiones culturales cubanasen literatura, como el testimonio4 de Miguel Barnet sobre Esteban Montejo,o, en cine, El otro Francisco, de Sergio Giral, o La ltima cena, de GutirrezAlea. Sin embargo, aquello con lo que el ensayo necesariamente lucha es lamaligna repercusin programada en la doble atadura que es el punto de par-tida para tal revuelta y tal afirmacin: Existe una cultura latinoamericana?Puede hacerse otra cosa sino maldecir en este lenguaje ajeno? No se hareconocido con ello la superioridad cultural del colonizador? Pero la dobleatadura es revertida en el segundo ensayo de esta coleccin5, en el cual lamaldicin debe ser ella misma desmantelada, y la leyenda negra de losconquistadores espaoles como racistas e inhumanos es ella misma estigma-tizada en lo que hoy se llama con frecuencia racismo invertido. No slo elsupremo ejemplo de Las Casas, sino tambin el inters yanqui en presentar aEspaa como un modo inferior de produccin, en el cual el capitalismo fra-cas debido al catolicismo y a la monarqua absoluta, y que por ello fue inca-paz de insuflar en sus colonias la vitalidad comercial de la lnea nortea estas consideraciones gemelas despiertan las sospechas apropiadas sobre elvalor ltimo de la ms instintiva polmica de Caliban.

    Las mismas cuestiones regresan ms sutilmente en el ensayo sobre proble-mas histricos literarios6, donde ahora el lenguaje y la exportacin es lametodologa crtica literaria (en especial en ese perodo lo que dio en llamar-se estructuralismo) : cuando uno piensa sobre ello, la situacin norteamerica-na no ha sido terriblemente diferente en ese respecto, excepto que nosotroshemos tenido tiempo para olvidar el primer impacto de nuestra colonizacinpor las oleadas de mtodos propiamente europeos consumidos aqu con avi-dez desde finales de los aos 60. Incluso en la otra preocupacin mayor deeste ensayo el hecho de si modos propiamente europeos de periodizaciny la nomenclatura de los movimientos europeos son apropiados para la dife-rencia radical de la cultura latinoamericana, nosotros en el Norte no tene-mos mucho que decir sobre la materia, y la solucin provisional deFernndez Retamar esto es, que las reas culturales ms marginales de la

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    4 En espaol en el original.5Contra la Leyenda Negra apareci en la revista Casa de las Amricas, N 99, noviembre-diciembrede 1976, y se recogi en el libro del autor Algunos usos de civilizacin y barbarie , 3a. ed., La Habana,2003.6 Algunos problemas tericos de la literatura hispanoamericana apareci en la revista Casa de lasAmricas, N 89, marzo-abril de 1975, y se recogi en el libro del autor Para una teora de la literaturahispanoamericana, primera edicin completa, Santaf de Bogot, 1995.

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  • Europa oriental pueden presentar analogas ms tiles para la literatura pos-colonial que las culturas imperiales centrales es una solucin productivay estimulante. Al mismo tiempo, no son menos relevantes las consideracio-nes sobre gneros, que sugieren que las formas europeas occidentales a menu-do han servido como un foco que enmascara la emergencia en la AmricaLatina de textos ms extraos, ms calibanescos, menos clasificables en loinmediato (Fernndez Retamar propone entonces de modo til el extraa-miento ofrecido por la propia diferencia entre tradiciones y culturas de algu-nos de los pases de la Europa oriental) .

    A la luz de tales consideraciones, podemos concluir preguntndonos si esan apropiado presentar a Ro b e rto Fe r n n d ez Retamar como un distinguidointelectual cubano (ni digamos del Segundo Mundo o incluso del Te rc e rMu n d o) .Lo que me parece esencial, y lo que se desprende de sus propias re f l e-xiones en este libro, es la necesidad de conve rtir el binario y odioso lema de lad i f e re n c i a en una llamada ms bien diferente a sealar la s i t u a c i n - e s p e c i f i c i d a d,con vistas a una ubicacin que al cabo es siempre concreta y re f l e x i va. Pe ro tals u e rte de operacin situacional histrica es an un escndalo para la mayo r ade los intelectuales idealistas. De hecho, la vieja querella literaria entre lointrnseco y lo extrnseco nunca fue solucionada o resuelta: simplemente emi-gr a zonas diferentes donde re a p a rece cuando menos se le espera. Uno es libreh oy de hablar cuanto quiera del trasfondo poltico o econmico deSh a k e s p e a re; pero cuando se dice la palabra Irl a n d a en conexin con Yeats oJoyce, entonces se ha pronunciado lo innombrable y se ha re c o rdado a losDe p a rtamentos de Ingls su incomodidad con estos extranjeros: se ha evo c a-do una guerra, y se ha re i n t roducido su contenido en el estudio y el debateliterarios, de una manera imperdonable, con golpes bajos. La palabra Cu b atiene un poder escandaloso muy similar: la crtica literaria y cultural puedeabsorber una enorme variedad de tpicos (convirtindolos, en el proceso, enmetafsica, neutralizndolos como filosofa pura) , p e ro la existencia del socia-lismo no es uno de esos tpicos, y resulta desagradable aprehender que un sis-tema social radicalmente distinto, vivo y en buen estado y no muy lejos den o s o t ros, y accesible lingstica y socialmente, pueda de alguna manera desca-lificar nuestros ms arraigados va l o res profesionales e intelectuales.

    En cualquier caso, el nuevo sistema global requiere una nueva concepcinde la literatura comparada, o de la literatura mundial, como la llamGoethe: una necesidad a veces oscurecida o borrada por el imperialismo cul-tural incluso el especficamente terico, en el que un canon comn detextos tericos occidentales y modernistas parece cubrir lentamente elmundo. El concepto original que tuvo Goethe sobre la literatura mundial

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  • nada tiene que ver con invariantes eternos y formas al margen del tiempo,sino, de modo muy especfico, con publicaciones literarias y culturales ledasa travs de las fronteras nacionales y con la emergencia de redes crticas pormedio de las cuales los intelectuales de un pas adquieren informacin sobrelos problemas y debates intelectuales de otro; ni tales fronteras son ya pura-mente nacionales, en el sentido del atlas o del diccionario geogrfico, talcomo testimonia un tercer mundo interno en el seno de los Estados Unidos(los hispanos sern la mayor minora en los Estados Unidos para el ao 2000,algo que ha sido registrado con toda claridad por la creciente virulencia de losdebates sobre el bilingismo) .

    Por ello, necesitamos un nuevo internacionalismo literario y cultural, queimplica riesgos y peligros, que nos llama a cuestionarnos por completo en lamedida en que reconoce al Otro, sirviendo por tanto tambin como unaforma ms adecuada y depurada de autoconocimiento. Este internacionalis-mo de las situaciones nacionales ni reduce el Tercer Mundo a algn homo-gneo Otro de Occidente, ni tampoco celebra de modo vaco el sorpren-dente pluralismo de las culturas humanas: ms bien, al aislar la comn situa -cin (capitalismo, imperialismo, colonialismo) compartida por muy diversasformas de sociedades, permite que sus diferencias sean medidas unas con res-pecto a otras tanto como con respecto a nosotros mismos. Debe esperarse quetal perspectiva introduzca la lucha de clases en una escala nueva y globalen la literatura comparada (en el espritu en que Althusser sola recomendarque la revelramos como siempre-ya en accin dentro de la tradicin filo-sfica) . Los presentes ensayos habrn sido, y sin duda continuarn siendo, unactivo componente en ese proceso.

    (traducido del ingls por A.Z)

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    UNA PREGUNTA

    UN PERIODISTA EUROPEO, de izquierda por ms seas, me ha pregun-tado hace unos das: Existe una cultura latinoamericana?. Conversbamos,como es natural, sobre la reciente polmica en torno a Cuba, que acab porenfrentar, por una parte, a algunos intelectuales burgueses europeos (o aspi-rantes a serlo), con visible nostalgia colonialista; y por otra, a la plana mayorde los escritores y artistas latinoamericanos que rechazan las formas abiertaso veladas de coloniaje cultural y poltico. La pregunta me pareci revelar unade las races de la polmica, y podra enunciarse tambin de esta otra mane-ra: Existen ustedes?. Pues poner en duda nuestra cultura es poner en dudanuestra propia existencia, nuestra realidad humana misma, y por tanto estardispuestos a tomar partido en favor de nuestra irremediable condicin colo-nial, ya que se sospecha que no seramos sino eco desfigurado de lo que suce-de en otra parte. Esa otra parte son, por supuesto, las metrpolis, los centroscolonizadores, cuyas derechas nos esquilmaron, y cuyas supuestas izquier-das han pretendido y pretenden orientarnos con piadosa solicitud. Ambascosas, con el auxilio de intermediarios locales de variado pelaje.

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    * Estas pginas son slo unos apuntes en que resumo opiniones y esbozo otras para la discusin sobrela cultura en nuestra Amrica. El trabajo apareci originalmente en Casa de las Amricas, N 68,septiembre-octubre de 1971.

  • Si bien este hecho, de alguna manera, es padecido por todos los pases queemergen del colonialismo esos pases nuestros a los que esforzados intelec-tuales metropolitanos han llamado torpe y sucesivamente barbarie, pueblosde color, pases subdesarrollados, Tercer Mundo, creo que el fenmenoalcanza una crudeza singular al tratarse de la que Mart llam nuestraAmrica mestiza. Aunque puede fcilmente defenderse la indiscutible tesisde que todo hombre es un mestizo, e incluso toda cultura; aunque esto pare-ce especialmente vlido para el caso de las colonias, sin embargo, tanto en elaspecto tnico como en el cultural es evidente que los pases capitalistasalcanzaron hace tiempo una relativa homogeneidad en este orden. Casi antenuestros ojos se han realizado algunos reajustes: la poblacin blanca de losEstados Unidos (diversa, pero de comn origen europeo) extermin a lapoblacin aborigen y ech a un lado a la poblacin negra, para darse porencima de divergencias esa homogeneidad, ofreciendo as el modelo cohe-rente que sus discpulos los nazis pretendieron aplicar incluso a otros con-glomerados europeos, pecado imperdonable que llev a algunos burgueses aestigmatizar en Hitler lo que aplaudan como sana diversin dominical enwesterns y pelculas de Tarzn. Esos filmes proponan al mundo incluso aquienes estamos emparentados con esas comunidades agredidas y nos regoci-jbamos con la evocacin de nuestro exterminio el monstruoso criterioracial que acompaa a los Estados Unidos desde su arrancada hasta el geno-cidio en Indochina. Menos a la vista el proceso (y quiz, en algunos casos,menos cruel), los otros pases capitalistas tambin se han dado una relativahomogeneidad racial y cultural, por encima de divergencias internas.

    Tampoco puede establecerse un acercamiento necesario entre mestizaje ymundo colonial. Este ltimo es sumamente complejo1, a pesar de bsicas afi-nidades estructurales, y ha incluido pases de culturas definidas y milenarias,algunos de los cuales padecieron o padecen la ocupacin directa la India,Vietnam y otros la indirecta China; pases de ricas culturas, menoshomogneos polticamente, y que han sufrido formas muy diversas de colo-nialismo el mundo rabe; pases, en fin, cuyas osamentas fueron salva-jemente desarticuladas por la espantosa accin de los europeos pueblos delfrica negra, a pesar de lo cual conservan tambin cierta homogeneidadtnica y cultural: hecho este ltimo, por cierto, que los colonialistas trataronde negar criminal y vanamente. Aunque en estos pueblos, en grado mayor o

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    1Cf. Yves Lacoste: Les pays sous-dvelopps, Pars, 1959, esp. pp. 82-84. Una tipologa sugestiva ypolmica de los pases extraeuropeos ofrece Darcy Ribeiro en Las Amricas y la civilizacin, trad. deR. Pi Hugarte, t. 1, Buenos Aires, 1969, pp. 112-128.

  • menor, hay mestizaje, es siempre accidental, siempre al margen de su lneacentral de desarrollo.

    Pero existe en el mundo colonial, en el planeta, un caso especial: una vastazona para la cual el mestizaje no es el accidente, sino la esencia, la lnea cen-tral: nosotros, nuestra Amrica mestiza. Mart, que tan admirablementeconoca el idioma, emple este adjetivo preciso como una seal distintiva denuestra cultura, una cultura de descendientes de aborgenes, de europeos, deafricanos, tnica y culturalmente hablando. En su Carta de Jamaica(1815), el Libertador Simn Bolvar haba proclamado: Nosotros somos unpequeo gnero humano: poseemos un mundo aparte, cercado por dilatadosmares, nuevo en casi todas las artes y ciencias; y en su mensaje al Congresode Angostura (1819) aadi:

    Tengamos en cuenta que nuestro pueblo no es el europeo, ni el americano delnorte, que ms bien es un compuesto de frica y de Amrica que una emanci-pacin de Europa, pues que hasta la Espaa misma deja de ser europea por susangre africana, por sus instituciones y por su carcter. Es imposible asignar conpropiedad a qu familia humana pertenecemos. La mayor parte del indgena seha aniquilado; el europeo se ha mezclado con el americano y con el africano, yste se ha mezclado con el indio y con el europeo. Nacidos todos del seno de unamisma madre, nuestros padres, diferentes en origen y en sangre, son extranjeros,y todos difieren visiblemente en la epidermis; esta desemejanza, trae un reato dela mayor trascendencia.

    Ya en este siglo, en un libro confuso como suyo, pero lleno de intuiciones (Laraza csmica, 1925), el mexicano Jos Vasconcelos seal que en la AmricaLatina se estaba forjando una nueva raza, hecha con el tesoro de todas lasanteriores, la raza final, la raza csmica2.

    Este hecho est en la raz de incontables malentendidos. A un euronorte-americano podrn entusiasmarlo, dejarlo indiferente o deprimirlo las cultu-ras china o vietnamita o coreana o rabe o africana, pero no se le ocurriraconfundir a un chino con un noruego, ni a un bant con un italiano; ni sele ocurrira preguntarles si existen. Y en cambio, a veces a algunos latinoa-mericanos se los toma como aprendices, como borradores o como desvadas

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    2 Un resumen sueco de lo que se sabe sobre esta materia se encontrar en el estudio de MagnusMrner La mezcla de razas en la historia de Amrica Latina, trad., revisada por el autor, de JorgePiatigorsky, Buenos Aires, 1969. All se reconoce que ninguna parte del mundo ha presenciado uncruzamiento de razas tan gigantesco como el que ha estado ocurriendo en Amrica Latina y en elCaribe desde 1492 (p. 15). Por supuesto, lo que me interesa en estas notas no es el irrelevante hechobiolgico de las razas, sino el hecho histrico de las culturas: cf. Claude Lvi-Strauss: Race ethistoire... [1952] Pars, 1968, passim.

  • copias de europeos, incluyendo entre estos a los blancos de lo que Martllam la Amrica europea, as como a nuestra cultura toda se la toma comoun aprendizaje, un borrador o una copia de la cultura burguesa europea (unaemanacin de Europa, como deca Bolvar): este ltimo error es ms fre-cuente que el primero, ya que confundir a un cubano con un ingls o a unguatemalteco con un alemn suele estar estorbado por ciertas tenacidadestnicas; parece que los rioplatenses andan en esto menos diferenciados tnicaaunque no culturalmente. Y es que en la raz misma est la confusin, por-que descendientes de numerosas comunidades indgenas, europeas, africanas,asiticas, tenemos, para entendernos, unas pocas lenguas: las de los coloniza-dores. Mientras otros coloniales o excoloniales, en medio de metropolitanos,se ponen a hablar entre s en sus lenguas, nosotros, los latinoamericanos ycaribeos, seguimos con nuestros idiomas de colonizadores. Son las linguasfrancas capaces de ir ms all de las fronteras que no logran atravesar las len-guas aborgenes ni los croles. Ahora mismo, que estoy discutiendo con estoscolonizadores, de qu otra manera puedo hacerlo, sino en una de sus len-guas, que es ya tambin nuestra lengua, y con tantos de sus instrumentosconceptuales, que tambin son ya nuestros instrumentos conceptuales? No esotro el grito extraordinario que lemos en una obra del que acaso sea el msextraordinario escritor de ficcin que haya existido. En La tempestad, la obraltima (en su integridad) de William Shakespeare, el deforme Caliban, aquien Prspero robara su isla, esclavizara y enseara el lenguaje, lo increpa:Me ensearon su lengua, y de ello obtuve/ El saber maldecir. La roja plaga/Caiga en ustedes, por esa enseanza!. (You taught me language, and myprofit ont/ Is, I know to curse. The red plague rid you/ For learning me yourlanguage!) (La tempestad, acto I, escena 2.)

    PARA LA HISTORIA DE CALIBAN

    Caliban es anagrama forjado por Shakespeare a partir de canbal expre-sin que, en el sentido de antropfago, ya haba empleado en otras obrascomo La tercera parte del rey Enrique VI y Otelo, y este trmino, a su vez,proviene de caribe. Los caribes, antes de la llegada de los europeos, a quie-nes hicieron una resistencia heroica, eran los ms valientes, los ms batalla-dores habitantes de las tierras que ahora ocupamos nosotros. Su nombre esperpetuado por el Mar Caribe (al que algunos llaman simpticamente elMediterrneo americano; algo as como si nosotros llamramos alMediterrneo el Caribe europeo). Pero ese nombre, en s mismo caribe,

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  • y en su deformacin canbal, ha quedado perpetuado, a los ojos de los euro-peos, sobre todo de manera infamante. Es este trmino, este sentido, el querecoge y elabora Shakespeare en su complejo smbolo. Por la importanciaexcepcional que tiene para nosotros, vale la pena trazar sumariamente su his-toria.

    En el Diario de navegacin de Cristbal Coln aparecen las primeras men-ciones europeas de los hombres que daran material para aquel smbolo. Eldomingo 4 de noviembre de 1492, a menos de un mes de haber llegadoColn al continente que sera llamado Amrica, aparece esta anotacin:Entendi tambin que lejos de all haba hombres de un ojo, y otros conhocicos de perros que coman a los hombres3; el viernes 23 de noviembre,esta otra: la cual decan que era muy grande [la isla de Hait: Coln la lla-maba por error Boho], y que haba en ella gente que tena un ojo en la fren-te, y otros que se llamaban canbales, a quienes mostraban tener gran miedo.El martes 11 de diciembre se explica que caniba no es otra cosa que la gentedel gran Can, lo que da razn de la deformacin que sufre el nombre cari-be tambin usado por Coln: en la propia carta fecha en la carabela, sobrela Isla de Canaria, el 15 de febrero de 1493, en que Coln anuncia al mundosu descubrimiento, escribe: as que monstruos no he hallado, ni noticia,salvo de una isla [de Quarives], la segunda a la entrada de las Indias, que espoblada de una gente que tienen en todas las islas por muy feroces, los cua-les comen carne humana 4.

    Esta imagen del c a r i b e / c a n b a l contrasta con la otra imagen del hombreamericano que Coln ofrece en sus pginas: la del a ra u a c o de las grandesAntillas nuestro t a n o en primer lugar, a quien presenta como pacfico,manso, incluso temeroso y cobarde. Ambas visiones de aborgenes america-

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    3 En las palabras iniciales de su Diario, dirigidas a los Reyes Catlicos, Coln menciona lainformacin que yo haba dado a Vuestras Altezas de las tierras de India y de un prncipe que esllamado Gran Can, que quiere decir en nuestro romance Rey de los Reyes. En lo que toca al trminocaribe y su evolucin, cf. Pedro Henrquez Urea: Caribe [1938], Observaciones sobre el espaol enAmrica y otros estudios filolgicos, compilacin y prlogo de Juan Carlos Ghiano, Buenos Aires, 1976.Y en lo que toca a la atribucin de antropofagia a los caribes, cf. estos autores, que impugnan talatribucin: Julio C. Salas: Etnografa americana. Los indios caribes. Estudio sobre el origen del mito dela antropofagia, Madrid, 1920; Richard B. Moore: Caribs, Canibals and Human Relations, Barbados,1972; Jalil Sued Badillo: Los caribes: realidad o fbula. Ensayo de rectificacin histrica, Ro Piedras,Puerto Rico, 1978; W. Arens: 2. Los Antropfagos Clsicos, El mito del canibalismo, antropologa yantropofagia [1979], traducido del ingls por Stella Mastrngelo, Mxico, 1981; Peter Hulme: 1.Columbus and the Cannibals y 2. Caribs and Arawaks, Colonial Encounters. Europe and the NativeCaribbean, 1492-1797, Londres y Nueva York, 1986. En los tres ltimos ttulos se ofrecen ampliasbibliografas.4 La carta de Coln anunciando el descubrimiento del Nuevo Mundo, 15 de febrero-14 de marzo 1493,Madrid 1956, p. 20.

  • nos van a difundirse ve rtiginosamente por Eu ropa, y a conocer singulare sd e s a r rollos. El t a n o se transformar en el habitante paradisaco de unmundo utpico: ya en 1516, Toms Mo ro publica su Ut o p a, cuyas impre-sionantes similitudes con la isla de Cuba ha destacado, casi hasta el delirio,Ezequiel Ma rt n ez Estrada5. El c a r i b e, por su parte, dar el c a n b a l, el antro-pfago, el hombre bestial situado irremediablemente al margen de la civili-zacin, y a quien es menester combatir a sangre y fuego. Ambas visionesestn menos alejadas de lo que pudiera parecer a primera vista, constituye n-do simplemente opciones del arsenal ideolgico de la enrgica burguesanaciente. Francisco de Qu e vedo traduca Ut o p a como No hay tal lugar. No hay tal hombre, puede aadirse, a propsito de ambas visiones. La dela criatura ednica es, para decirlo en un lenguaje ms moderno, una hip-tesis de trabajo de la izquierda de la burguesa, que de ese modo ofrece elmodelo ideal de una sociedad perfecta que no conoce las trabas del mundofeudal contra el cual combate en la realidad esa burguesa. En general, lavisin utpica echa sobre estas tierras los proyectos de reformas polticas norealizados en los pases de origen, y en este sentido no podra decirse que esuna lnea extinguida; por el contrario, encuentra peculiares continuadore s a p a rte de los continuadores radicales que sern los re volucionarios conse-cuentes en los numerosos consejeros que proponen incansablemente a lospases que emergen del colonialismo mgicas frmulas metropolitanas parare s o l ver los graves problemas que el colonialismo nos ha dejado, y que, porsupuesto, ellos no han resuelto en sus propios pases. De ms est decir lairritacin que produce en estos sostenedores de no hay tal lugar la inso-lencia de que el lugar exista, y, como es natural, con las virtudes y defectosno de un proyecto, sino de una genuina re a l i d a d .

    En cuanto a la visin del c a n b a l, ella se corresponde tambin en unlenguaje ms de nuestros das con la derecha de aquella misma burguesa.Pe rtenece al arsenal ideolgico de los polticos de accin, los que realizan eltrabajo sucio del que van a disfrutar igualmente los encantadores soadore sde utopas. Que los caribes hayan sido tal como los pint Coln (y tras luna inacabable caterva de secuaces), es tan probable como que hubieranexistido los hombres de un ojo y otros con hocico de perro, o los hombre scon cola, o las amazonas, que tambin menciona en sus pginas, donde lamitologa grecolatina, el bestiario medioeval, Ma rco Polo y la novela de

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    5 Ezequiel Martnez Estrada: El Nuevo Mundo, la isla de Utopa y la isla de Cuba, CuadernosAmericanos, marzo-abril de 1963; Casa de las Amricas, N 33, noviembre-diciembre de 1965. Esteltimo nmero es un Homenaje a Ezequiel Martnez Estrada.

  • caballera hacen lo suyo. Se trata de la caracterstica versin degradada queo f rece el colonizador del hombre al que coloniza. Que nosotros mismoshayamos credo durante un tiempo en esa versin slo prueba hasta qupunto estamos inficionados con la ideologa del enemigo. Es caractersticoque el trmino canbal lo hayamos aplicado, por antonomasia, no al extin-guido aborigen de nuestras islas, sino al negro de frica que apareca enaquellas avergonzantes pelculas de Ta rzn. Y es que el colonizador es quiennos unifica, quien hace ver nuestras similitudes profundas ms all de acce-sorias difere n c i a s .

    La versin del colonizador nos explica que al caribe, debido a su bestiali-dad sin remedio, no qued otra alternativa que exterminarlo. Lo que no nosexplica es por qu, entonces, antes incluso que el caribe, fue igualmente exter-minado el pacfico y dulce arauaco. Simplemente, en un caso como en otro,se cometi contra ellos uno de los mayores etnocidios que recuerda la histo-ria. (Innecesario decir que esta lnea est an ms viva que la anterior.) Enrelacin con esto, ser siempre necesario destacar el caso de aquellos hombresque, al margen tanto del utopismo que nada tena que ver con la Amricaconcreta como de la desvergonzada ideologa del pillaje, impugnarondesde su seno la conducta de los colonialistas, y defendieron apasionada, lci-da, valientemente a los aborgenes de carne y hueso: a la cabeza de esos hom-bres, la figura magnfica del padre Bartolom de Las Casas, a quien Bolvarllam el Apstol de la Amrica, y Mart elogi sin reservas. Esos hombres,por desgracia, no fueron sino excepciones.

    Uno de los ms difundidos trabajos europeos en la lnea utpica es ele n s a yo de Montaigne De los canbales, aparecido en 1580. All est la pre-sentacin de aquellas criaturas que guardan vigorosas y vivas las pro p i e d a-des y virtudes naturales, que son las ve rdaderas y tiles6. En 1603 apare c epublicada la traduccin al ingls de los En s a yo s de Montaigne, realizada porGi ovanni Fl o ro. No slo Fl o ro era amigo personal de Sh a k e s p e a re, sino quese conserva el ejemplar de esta edicin que Sh a k e s p e a re posey y anot. Estedato no tendra mayor importancia si no fuera porque prueba sin lugar adudas que el libro fue una de las fuentes directas de la ltima gran obra deSh a k e s p e a re, La tempestad (1611). Incluso uno de los personajes de la come-dia, Gonzalo, que encarna al humanista renacentista, glosa de cerca, en unmomento, lneas enteras del Montaigne de Fl o ro, provenientes pre c i s a m e n-te del ensayo De los canbales. Y es este hecho lo que hace ms singular

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    6 Miguel de Montaigne: Ensayos, trad. de C. Romn y Salamero, Buenos Aires, 1948, tomo 1, p. 248.

  • an la forma como Sh a k e s p e a re presenta a su personaje Ca l i b a n / c a n b a l.Po rque si en Montaigne indudable fuente literaria, en este caso, deSh a k e s p e a re nada hay de brbaro ni de salvaje en esas naciones [...] loque ocurre es que cada cual llama barbarie a lo que es ajeno a sus costum-b re s 7, en Sh a k e s p e a re, en cambio, Ca l i b a n / c a n b a l es un esclavo salvaje ydeforme para quien son pocas las injurias. Sucede, sencillamente, queSh a k e s p e a re, implacable realista, asume aqu al disear a Caliban la otrao p c i n del naciente mundo burgus. En cuanto a la visin utpica, ella exis-te en la obra, s, pero desvinculada de Caliban: como se dijo antes, es expre-sada por el armonioso humanista Go n z a l o. Sh a k e s p e a re verifica, pues, queambas maneras de considerar lo americano, lejos de ser opuestas, eran per-fectamente conciliables. Al hombre concreto, presentarlo como un animal,robarle la tierra, esclavizarlo para vivir de su trabajo y, llegado el caso, exter-minarlo: esto ltimo, siempre que se contara con quien realizara en su lugarlas duras faenas. En un pasaje re ve l a d o r, Pr s p e ro advierte a su hija Mi r a n d aque no podran pasarse sin Caliban: De l no podemos pre s c i n d i r. Nos haceel fuego,/ Sale a buscarnos lea, y nos sirve/ A nuestro beneficio (We can-not miss him: he does make our fire/ Fetch in our wood and serves in offi-ces/ That profit us) (Acto I, escena 2). En cuanto a la visin utpica, ellapuede y debe prescindir de los hombres de carne y hueso. Despus detodo, no hay tal lugar.

    Que La tempestad alude a Amrica, que su isla es la mitificacin de unade nuestras islas, no ofrece a estas alturas duda alguna. Astrana Marn, quienmenciona el ambiente claramente indiano (americano) de la isla, recuerdaalguno de los viajes reales, por este continente, que inspiraron a Shakespeare,e incluso le proporcionaron, con ligeras variantes, los nombres de no pocosde sus personajes: Miranda, Sebastin, Alonso, Gonzalo, Setebos8. Msimportante que ello es saber que Caliban es nuestro caribe.

    No me interesa seguir todas las lecturas posibles que desde su aparicin sehayan hecho de esta obra notable9. Bastar con sealar algunas interpretacio-nes. La primera de ellas proviene de Ernest Renan, quien en 1878 publica su

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    7 Loc. cit.8 William Shakespeare: Obras completas, traduccin, estudio preliminar y notas de Luis AstranaMarn, Madrid, 1961, pp. 107-108.9 As, por ejemplo, Jan Kott nos advierte que hasta el siglo XIX hubo varios sabios shakespearlogosque intentaron leer La tempestad como una biografa en el sentido literal, o como un alegrico dramapoltico. J. K.: Apuntes sobre Shakespeare, trad. de J. Maurizio, Barcelona, 1969, p. 353.

  • drama Caliban, continuacin de La tempestad10. En esta obra, Caliban es laencarnacin del pueblo, presentado a la peor luz, slo que esta vez su cons-piracin contra Prspero tiene xito, y llega al poder, donde seguramente laineptitud y la corrupcin le impedirn permanecer. Prspero espera en lasombra su revancha. Ariel desaparece. Esta lectura debe menos a Shakespeareque a la Comuna de Pars, la cual ha tenido lugar slo siete aos antes.Naturalmente, Renan estuvo entre los escritores de la burguesa francesa quetomaron partido feroz contra el prodigioso asalto al cielo11. A partir de esahazaa, su antidemocratismo se encrespa an ms: en sus Dilogos filosfi -cos, nos dice Lidsky, piensa que la solucin estara en la constitucin de unalite de seres inteligentes que gobiernen y posean todos los secretos de la cien-cia12. Caractersticamente, el elitismo aristocratizante y prefascista de Renan,su odio al pueblo de su pas, est unido a un odio mayor an a los habitan-tes de las colonias. Es aleccionador orlo expresarse en este sentido:

    Aspiramos [dice], no a la igualdad sino a la dominacin. El pas de raza extran-jera deber ser de nuevo un pas de siervos, de jornaleros agrcolas o de trabaja-dores industriales. No se trata de suprimir las desigualdades entre los hombres,sino de ampliarlas y hacer de ellas una ley13.

    Y en otra ocasin:

    La regeneracin de las razas inferiores o bastardas por las razas superiores est enel orden providencial de la humanidad. El hombre de pueblo es casi siempre,entre nosotros, un noble desclasado, su pesada mano est mucho mejor hechapara manejar la espada que el til servil. Antes que trabajar, escoge batirse, esdecir, que regresa a su estado primero. Regere imperio populos, he aqu nuestra

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    10 Ernest Renan: Caliban. Suite de La tempte, Pars, 1878. (Curiosamente tres aos despus, en1881, Renan public tambin Leau de Jouvence. Suite de Caliban, en que se retract de algunas tesiscentrales de su pieza anterior, explicando: Amo a Prspero, pero no amo en absoluto a las gentes quelo restableceran en el trono. Caliban, mejorado por el poder, me complace ms. [...] Prspero, en laobra presente, debe renunciar a todo sueo de restauracin por medio de sus antiguas armas. Caliban,en el fondo, nos presta ms servicios que los que nos prestara Prspero restaurado por los jesutas ylos zuavos pontificales. [...] Conservemos a Caliban; tratemos de encontrar un medio de enterrarhonorablemente a Prspero y de incorporar a Ariel a la vida, de tal manera que no est tentado ya,por motivos ftiles, de morir a causa de cualquier cosa. Renan reuni esas y otras piezas teatrales enDrames philosophiques, Pars, 1888. Ahora es ms fcil consultarlos en sus Oeuvres compltes, tomo III[...], Pars, 1949. La cita que acabo de hacer est en las pp. 440 y 441).11 Cf. Arthur Adamov: La Commune de Pars (8 mars-28 mai 1871), Anthologie, Pars, 1959; yespecialmente Paul Lidsky: Les crivains contre la Commune, Pars, 1970.12 Paul Lidsky: Op. cit., p. 82.13 Cit. por Aim Csaire en Discours sur le colonialisme [1950], 3a. ed., Pars, 1955, p. 13. Es notableesta requisitoria, muchos de cuyos postulados hago mos. Traducido parcialmente en Casa de lasAmricas, N 36-37, mayo-agosto de 1966. Este nmero est dedicado a frica en Amrica.

  • vocacin. Arrjese esta devorante actividad sobre pases que, como China, solici-tan la conquista extranjera. [...] La naturaleza ha hecho una raza de obreros, es laraza china, de una destreza de mano maravillosa, sin casi ningn sentimiento dehonor, gobirnesela con justicia, extrayendo de ella, por el beneficio de un gobier-no as, abundantes bienes, y ella estar satisfecha; una raza de trabajadores de latierra es el negro [...]; una raza de amos y de soldados, es la raza europea [...] Quecada uno haga aquello para lo que est preparado, y todo ir bien14.

    Innecesario glosar estas lneas que, como dice con razn Csaire, no pertene-cen a Hitler, sino al humanista francs Ernest Renan.

    Es sorprendente el primer destino del mito de Caliban en nuestras pro-pias tierras americanas. Veinte aos despus de haber publicado Renan suCaliban, es decir, en 1898, los Estados Unidos intervienen en la guerra deCuba contra Espaa por su independencia, y someten a Cuba a su tutelaje,convirtindola, a partir de 1902 (y hasta 1959), en su primera neocolonia,mientras Puerto Rico y las Filipinas pasaban a ser colonias suyas de tipo tra-dicional. El hecho que haba sido previsto por Mart muchos aos antesconmueve a la intelligentsia hispanoamericana. En otra parte he recordadoque el 98 no es slo una fecha espaola, que da nombre a un complejoequipo de escritores y pensadores de aquel pas, sino tambin, y acaso sobretodo, una fecha hispanoamericana, la cual deba servir para designar un con-junto no menos complejo de escritores y pensadores de este lado delAtlntico, a quienes se suele llamar con el vago nombre de modernistas15.Es el 98 la visible presencia del imperialismo norteamericano en laAmrica Latina lo que, habiendo sido anunciado por Mart, da razn de laobra ulterior de un Daro o un Rod.

    Un temprano ejemplo de cmo recibiran el hecho los escritores latinoa-mericanos del momento lo tenemos en un discurso pronunciado por PaulGroussac en Buenos Aires, el 2 de mayo de 1898:

    Desde la Secesin y la brutal invasin del Oeste [dice], se ha desprendido libre-mente el espritu yankee del cuerpo informe y calibanesco, y el viejo mundo hacontemplado con inquietud y temor a la novsima civilizacin que pretendesuplantar a la nuestra declarada caduca16.

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    14 Cit. en Op. cit., pp. 14-15.15 Cf. R.F.R.: Destino cubano [1959], Papelera, La Habana, 1962, y sobre todo: Modernismo,98, subdesarrollo, trabajo ledo en el III Congreso de la Asociacin Internacional de Hispanistas,Mxico, 1968. Incluido en Ensayo de otro mundo, 2a. ed., Santiago de Chile, 1969.16 Cit. en Jos Enrique Rod: Ob ras completas, edicin con introduccin, prlogo y notas de Em i rRo d r g u ez Monegal, Madrid, 1957, p. 193. Cf. tambin, de Rubn Daro: El triunfo de Caliban, ElTi e m p o, Buenos Aires, 20 de mayo de 1898 (cit. muy parcialmente en Rod: Op. cit., p. 194). En aquel

  • El escritor francoargentino Groussac siente que nuestra civilizacin (enten-diendo por tal, visiblemente, a la del Viejo Mundo, de la que nosotros loslatinoamericanos vendramos curiosamente a formar parte) est amenazadapor el yanqui calibanesco. Es bastante poco probable que por esa pocaescritores argelinos y vietnamitas, pateados por el colonialismo francs, estu-vieran dispuestos a suscribir la primera parte de tal criterio. Es tambin fran-camente extrao ver que el smbolo de Caliban donde Renan supo descu-brir con acierto al pueblo, si bien para injuriarlo sea aplicado a los EstadosUnidos. Y sin embargo, a pesar de esos desenfoques, caractersticos por otraparte de la peculiar situacin de la Amrica Latina, la reaccin de Groussacimplicaba un claro rechazo del peligro yanqui por los escritores latinoameri-canos. No era, por otra parte, la primera vez que en nuestro continente seexpresaba tal rechazo. Aparte de casos de hispanoamericanos como los deBolvar, Bilbao y Mart, entre otros, la literatura brasilea conoca el ejemplode Joaqun de Sousa Andrade, o Sousndrade, en cuyo extrao poema OGuesa Errante el canto X est consagrado a O inferno de Wall Street, unaWalpurgisnacht de bolsistas, policastros y negociantes corruptos17; y de JosVerissimo, quien en un tratado sobre educacin nacional, de 1890, al impug-nar a los Estados Unidos, escribi: los admiro pero no los estimo.

    Ignoro si el uruguayo Jos Enrique Rod cuya famosa frase sobre losEstados Unidos: los admiro, pero no los amo, coincide literalmente con laobservacin de Verissimo conoca la obra del pensador brasileo; pero esseguro que s conociera el discurso de Groussac, reproducido en su parteesencial en La Razn, de Montevideo, el 6 de mayo de 1898. Desarrollandola idea all esbozada, y enriquecindola con otras, Rod publica en 1900, asus veintinueve aos, una de las obras ms famosas de la literatura hispanoa-mericana: Ariel. Implcitamente, la civilizacin norteamericana es presentadaall como Caliban (apenas nombrado en la obra), mientras que Ariel vendraa encarnar o debera encarnar lo mejor de lo que Rod no vacila en lla-mar ms de una vez nuestra civilizacin (pp. 223 y 226); la cual, en sus

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    artculo, que no se sabe si Rod lleg a conocer, Daro rechaza a esos bfalos de dientes de plata [...]enemigos mos [...] aborrecedores de la sangre latina, [...] los brbaros, y aade: No puedo estar departe de ellos, no puedo estar por el triunfo de Caliban. [...] Slo un alma ha sido tan previsora sobreeste concepto [...] como la de Senz Pea; y esa fue, curiosa irona del tiempo!, la del padre de Cubalibre, la de Jos Mart (R.D.: El triunfo de Caliban, Prosas polticas , introduccin de Julio Valle-Castillo y notas de Jorge Eduardo Arellano, Managua, 1982, pp. 85-86). Daro, citando al curiosoocultista francs Josephin Peladan (a quien atribuye la comparacin), ya haba equiparado los EstadosUnidos a Caliban en su Edgar Allan Poe, Los raros [1896], Buenos Aires, 1952, p. 20.17 Cf. Jean Franco: The Mo d e rn Cu l t u re of Latin America: Society and the Art i s t, Londres, 1967, p. 49.

  • palabras como en las de Groussac, no se identifica slo con nuestra AmricaLatina (p. 239), sino con la vieja Romania, cuando no con el Viejo Mundotodo. La identificacin Caliban-Estados Unidos que propuso Groussac ydivulg Rod estuvo seguramente desacertada. Abordando el desacierto porun costado, coment Jos Vasconcelos: si los yanquis fueran no msCaliban, no representaran mayor peligro18. Pero esto, desde luego, tieneescasa importancia al lado del hecho relevante de haber sealado claramentedicho peligro. Como observ con acierto Benedetti, quiz Rod se hayaequivocado cuando tuvo que decir el nombre del peligro, pero no se equivo-c en su reconocimiento de dnde estaba el mismo19.

    Algn tiempo despus y desconociendo seguramente la obra del colo-nial Rod, quien por supuesto saba de memoria la de Renan, la tesis delCaliban de ste es retomada por el escritor francs Jean Guhenno, quienpublica en 1928, en Pars, su Caliban habla. Esta vez, sin embargo, la iden-tificacin renaniana Caliban/pueblo est acompaada de una apreciacinpositiva de Caliban. Hay que agradecer a este libro de Guhenno el haberofrecido por primera vez una versin simptica del personaje20. Pero el temahubiera requerido la mano o la rabia de un Paul Nizan para lograrse efecti-vamente21.

    Mucho ms agudas son las observaciones del argentino Anbal Ponce enla obra de 1935 Humanismo burgus y humanismo proletario. El libro queun estudioso del pensamiento del Che conjetura que debi haber ejercidoinfluencia sobre l22 consagra su tercer captulo a Ariel o la agona de unaobstinada ilusin. Al comentar La tempestad, dice Ponce: en aquellos cua-tro seres ya est toda la poca: Prspero es el tirano ilustrado que elRenacimiento ama; Miranda, su linaje; Caliban, las masas sufridas [Poncecitar luego a Renan, pero no a Guhenno]; Ariel, el genio del aire, sin ata-

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    18 Jos Vasconcelos: Indologa, 2a. ed., Barcelona, s.f., pp. x-xiii.19 Mario Benedetti: Genio y figura de Jos Enrique Rod, Buenos Aires, 1966, p. 95.20 La visin aguda pero negativa de Jan Kott lo hace irritarse por este hecho: Para Renan, dice,Caliban personifica al Demos. En su continuacin [...] su Caliban lleva a cabo con xito un aten-tado contra Prspero. Guhenno escribi una apologa de Caliban-Pueblo. Ambas interpretacionesson triviales. El Caliban shakespeareano tiene ms grandeza (Op. cit. en nota 9, p. 398).21 La endeblez de Guhenno para abordar a fondo este tema se pone de manifiesto en los prefaciosen que, en las sucesivas ediciones, va desdicindose (2a. ed., 1945; 3a. ed., 1962) hasta llegar a su librode ensayos Caliban y Prspero (Pars, 1969), donde, al decir de un crtico, convertido Guhenno enpersonaje de la sociedad burguesa y un beneficiario de su cultura, juzga a Prspero msequitativamente que en tiempos de Caliban habla (Pierre Henri Simon en Le Monde, 5 de julio de1969).22 Michael Lwy: La pense de Che Guevara, Pars, 1970, p. 19.

  • duras con la vida23. Ponce hace ver el carcter equvoco con que es presenta-do Caliban, carcter que revela alguna enorme injusticia de parte de undueo, y en Ariel ve al intelectual, atado de modo menos pesado y rudoque el de Caliban, pero al servicio tambin de Prspero. El anlisis que rea-liza de la concepcin del intelectual (mezcla de esclavo y mercenario) acu-ada por el humanismo renacentista, concepcin que ense como nadie adesinteresarse de la accin y a aceptar el orden constituido, y es por ellohasta hoy, en los pases burgueses, el ideal educativo de las clases gobernan-tes, constituye uno de los ms agudos ensayos que en nuestra Amrica sehayan escrito sobre el tema.

    Pero ese examen, aunque hecho por un latinoamericano, se realiza toda-va tomando en consideracin exclusivamente al mundo europeo. Para unanueva lectura de La tempestad para una nueva consideracin del proble-ma, sera menester esperar a la emergencia de los pases coloniales quetiene lugar a partir de la llamada Segunda Guerra Mundial, esa brusca pre-sencia que lleva a los atareados tcnicos de las Naciones Unidas a forjar, entre1944 y 1945, el trmino zona econmicamente subdesarrollada para vestir conun ropaje verbal simptico (y profundamente confuso) lo que hasta entoncesse haba llamado zonas coloniales o zonas atrasadas24.

    En acuerdo con esa emergencia aparece en Pars, en 1950, el libro de O.Mannoni Sicologa de la colonizacin. Significativamente, la edicin en inglsde este libro (Nueva York, 1956) se llamar Prspero y Caliban: la sicologa dela colonizacin. Para abordar su asunto, Mannoni no ha encontrado nadamejor que forjar el que llama complejo de Prspero, definido como el con-junto de disposiciones neurticas inconcientes que disean a la vez la figuradel paternalismo colonial y el retrato del racista cuya hija ha sido objeto deuna tentativa de violacin (imaginaria) por parte de un ser inferior25. En estelibro, probablemente por primera vez, Caliban queda identificado como elcolonial, pero la peregrina teora de que ste siente el complejo de Prspero,el cual lo lleva neurticamente a requerir, incluso a presentir y por supuestoa acatar la presencia de Prspero/colonizador, es rotundamente rechazada porFrantz Fanon en el cuarto captulo (Sobre el pretendido complejo de depen-dencia del colonizado) de su libro de 1952 Piel negra, mscaras blancas.

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    23 Anbal Ponce: Humanismo burgus y humanismo proletario , La Habana, 1962, p. 83.24 J.L. Zimmerman: Pases pobres, pases ricos. La brecha que se ensancha, trad. de G. GonzlezAramburo, Mxico, D.F., 1966, p. 1.25 O. Mannoni: Phsychologie de la colonisation, Pars, 1950, p. 71, cit. por Frantz Fanon en: Peaunoire, masques blancs [1952] (2a. ed.), Pars [c. 1965], p. 106.

  • El primer escritor latinoamericano y caribeo en asumir nuestra identifi-cacin (especialmente la del Caribe) con Caliban fue el barbadiense GeorgeLamming, en Los placeres del exilio (1960), sobre todo en los captulos Unmonstruo, un nio, un esclavo y Caliban ordena la historia. Aunque algnpasaje de su enrgico libro, el cual tiene de ensayo y de autobiografa intelec-tual, podra hacer creer que no logra romper el crculo que trazara Mannoni,Lamming seala con claridad hermosos avatares americanos de Caliban,como la gran Revolucin Haitiana, con LOuverture a la cabeza, y la obra deC.L.R. James, en especial su excelente libro sobre aquella revolucin, TheBlack Jacobins (1938). El ncleo de su tesis lo expresa en estas palabras: Lahistoria de Caliban pues tiene una historia bien turbulenta perteneceenteramente al futuro26.

    En la dcada del sesenta, la nueva lectura de La tempestad acabar porimponerse. En El mundo vivo de Shakespeare (1964), el ingls John Wain nosdir que Caliban

    p roduce el patetismo de todos los pueblos explotados, lo cual queda expre s a d opunzantemente al comienzo de una poca de colonizacin europea que durarat rescientos aos. Hasta el ms nfimo salvaje desea que lo dejen en paz antes de sereducado y obligado a trabajar para otros, y hay una innegable justicia en estaqueja de Caliban: Po rque yo soy el nico sbdito que tenis, que fui rey pro p i o ! Pr s p e ro responde con la inevitable contestacin del colono: Caliban ha adquiridoconocimientos e instruccin (aunque re c o rdemos que l ya saba construir re p re s a spara coger pescado y tambin extraer chufas del suelo como si se tratara del campoingls). Antes de ser utilizado por Pr s p e ro, Caliban no saba hablar: Cuando t,hecho un salvaje, ignorando tu propia significacin, balbucas como un bruto, dottu pensamiento de palabras que lo dieran a conocer. Sin embargo, esta bondad esrecibida con ingratitud: Caliban, a quien se permite vivir en la gruta de Pr s p e ro ,ha intentado violar a Miranda; cuando se le re c u e rda esto con mucha seve r i d a d ,dice impertinente, con una especie de babosa risotada: oh, jo!... Lstima nohaberlo realizado! T me lo impediste; de lo contrario, poblara la isla de Calibanes.Nuestra poca [concluye Wain], que es muy dada a usar la horrible palabra m i s c e -g e n a t i o n ( m ezcla de razas), no tendr dificultad en comprender este pasaje2 7.

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    26 George Lamming: The Pleasures of Exile, Londres, 1960, p. 107. No es extrao que al aadir unaspalabras a la segunda edicin de este libro (Londres, 1984), Lamming manifestara su entusiasmo porla Revolucin Cubana, que segn l cay como un rayo del cielo [...] [y] reorden nuestra historia,aadiendo: La Revolucin Cubana fue una respuesta caribea a esa amenaza imperial que Prsperoconcibi como una misin civilizadora (Op. cit., p. [7]). Al comentar la primera edicin del libro deLamming, el alemn Janheinz Jahn haba propuesto una identificacin Caliban-negritud. (Neo-African Literature: A History of Black Writing, trad. del alemn por Oliver Coburn y UrsulaLehrburguer, Nueva York, 1969, pp. 239-242).27 John Wain: El mundo vivo de Shakespeare, trad. de J. Sils, Madrid, 1967, pp. 258-259.

  • Y casi al ir a terminar esa dcada de los sesenta, en 1969, y de manera hartosignificativa, Caliban ser asumido con orgullo como nuestro smbolo portres escritores antillanos, cada uno de los cuales se expresa en una de las gran-des lenguas coloniales del Caribe. Con independencia uno de otro, ese aopublica el martiniqueo Aim Csaire su obra de teatro, en francs, Una tem -pestad, adaptacin de La tempestad de Shakespeare para un teatro negro; el bar-badiense Edward Kamau Brathwaite, su libro de poemas, en ingls, Islas,entre los cuales hay uno dedicado a Caliban; y el autor de estas lneas, suensayo en espaol Cuba hasta Fidel, en que se habla de nuestra identifica-cin con Caliban28. En la obra de Csaire, los personajes son los mismos quelos de Shakespeare, pero Ariel es un esclavo mulato, mientras Caliban es unesclavo negro; adems, interviene Esh, dios-diablo negro. No deja de sercuriosa la observacin de Prspero cuando Ariel regresa lleno de escrpulos,despus de haber desencadenado, siguiendo las rdenes de aqul, pero contrasu propia conciencia, la tempestad con que se inicia la obra: Vamos!, ledice Prspero, Tu crisis! Siempre es lo mismo con los intelectuales!. Elpoema de Brathwaite llamado Caliban est dedicado, significativamente, aCuba. En La Habana, esa maana [...], escribe Brathwaite, Era el dos dediciembre de mil novecientos cincuenta y seis./ Era el primero de agosto demil ochocientos treinta y ocho./ Era el doce de octubre de mil cuatrocientosnoventa y dos.// Cuntos estampidos, cuntas revoluciones?29.

    NUESTRO SMBOLO

    Nuestro smbolo no es pues Ariel, como pens Rod, sino Caliban. Esto esalgo que vemos con particular nitidez los mestizos que habitamos estas mis-mas islas donde vivi Caliban: Prspero invadi las islas, mat a nuestros

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    28 Aim Csaire: Une tempte. Adaptation de La tempte de Shakespeare pour un thtre ngre, Pars,1969; Edward K. Brathwaite: Islands, Londres, 1969; R.F.R.: Cuba hasta Fidel, Bohemia, 19 deseptiembre de 1969.29 La nueva lectura de La tempestad ha pasado a ser ya la habitual en el mundo colonial o referido al. No intento, por tanto, sino mencionar unos cuantos ejemplos ms. Uno, del escritor de KenyaJames Nggui: frica y la descolonizacin cultural, El Correo [de la Unesco], enero de 1971. Otro,de Paul Brown: This thing of darkness I acknowledge mine: The Tempest and the Discourse onColonialism, Political Shakespeare. New Essays in Cultural Materialism, ed. por Jonathan Dollimorey Alan Sinfield, Ithaca y Londres, 1985. Cf. nuevos ejemplos (y muchos de los ya citados) en: RobNixon: Caribbean and African Appropiations of The Tempest, Critical lnquiry, N 13 (Primavera1987), y Jos David Saldvar: The Dialectics of Our America. Genealogy, Cultural Critique, and LiteraryHistory, Durham y Londres, 1991, esp. III. Caliban and Resistance Cultures. Saldvar llega a hablarde The School of Caliban, pp. [123]-148.

  • ancestros, esclaviz a Caliban y le ense su idioma para entenderse con l:Qu otra cosa puede hacer Caliban sino utilizar ese mismo idioma para mal-decir, para desear que caiga sobre l la roja plaga? No conozco otra metfo-ra ms acertada de nuestra situacin cultural, de nuestra realidad. De TupacAmaru, Tiradentes, Toussaint LOuverture, Simn Bolvar, Jos de SanMartn, Miguel Hidalgo, Jos Artigas, Bernardo OHiggins, Juana deAzurduy, Benito Jurez, Mximo Gmez, Antonio Maceo, Eloy Alfaro, JosMart, a Emiliano Zapata, Amy y Marcus Garvey, Augusto Csar Sandino,Julio Antonio Mella, Pedro Albizu Campos, Lzaro Crdenas, Fidel Castro,Haydee Santamara, Ernesto Che Guevara, Carlos Fonseca o RigobertaMench; del Inca Garcilaso de la Vega, Sor Juana Ins de la Cruz, elAl e i j a d i n h o, Simn Ro d r g u ez, Flix Va rela, Francisco Bilbao, Jo s Hernndez, Eugenio Mara de Hostos, Manuel Gonzlez Prada, RubnDaro, Baldomero Lillo u Horacio Quiroga, a la msica popular caribea, elmuralismo mexicano, Manuel Ugarte, Joaqun Garca Monge, Heitor Villa-Lobos, Gabriela Mistral, Oswald y Mrio de Andrade, Tarsila do Amaral,Csar Vallejo, Cndido Portinari, Frida Kahlo, Jos Carlos Maritegui,Manuel lvarez Bravo, Ezequiel Martnez Estrada, Carlos Gardel, Miguelngel Asturias, Nicols Guilln, El Indio Fernndez, Oscar Niemeyer, AlejoCarpentier, Luis Cardoza y Aragn, Edna Manley, Pablo Neruda, JooGuimaraes Rosa, Jacques Roumain, Wifredo Lam, Jos Lezama Lima, C.L.R.James, Aim Csaire, Juan Rulfo, Roberto Matta, Jos Mara Arguedas,Augusto Roa Bastos, Violeta Parra, Darcy Ribeiro, Rosario Castellanos,Aquiles Nazoa, Frantz Fanon, Ernesto Cardenal, Gabriel Garca Mrquez,Toms Gu t i r rez Alea, Rodolfo Walsh, George Lamming, KamauBrathwaite, Roque Dalton, Guillermo Bonfil, Glauber Rocha o LeoBrouwer, qu es nuestra historia, qu es nuestra cultura, sino la historia, sinola cultura de Caliban?

    En cuanto a Rod, si es cierto que equivoc los smbolos, como se hadicho, no es menos cierto que supo sealar con claridad al enemigo mayorque nuestra cultura tena en su tiempo y en el nuestro, y ello es enor-memente ms importante. Las limitaciones de Rod, que no es ste elmomento de elucidar, son responsables de lo que no vio o vio desenfocada-mente30. Pero lo que en su caso es digno de sealar es lo que s vio, y que sigueconservando cierta dosis de vigencia y aun de virulencia.

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    30 Es abusivo, ha dicho Benedetti, confrontar a Rod con estructuras, planteamientos, ideologasactuales. Su tiempo es otro que el nuestro [...] su verdadero hogar, su verdadera patria temporal, erael siglo XIX (Op. cit., en nota 19, p. 128).

  • Pese a sus carencias, omisiones e ingenuidades [ha dicho tambin Benedetti], lavisin de Rod sobre el fenmeno yanqui, rigurosamente ubicada en su contex-to histrico, fue en su momento la primera plataforma de lanzamiento para otrosplanteos posteriores, menos ingenuos, mejor informados, ms previsores [...] lacasi proftica sustancia del arielismo rodoniano conserva, todava hoy, ciertaparte de su vigencia31.

    Estas obser vaciones estn apoyadas por realidades incontrovertibles. Que lavisin de Rod sirvi para planteos posteriores menos ingenuos y ms radi-cales, lo sabemos bien los cubanos con slo remitirnos a la obra de JulioAntonio Mella, en cuya formacin fue decisiva la influencia de Rod. En unvehemente trabajo de sus veintin aos, Intelectuales y Tartufos (1924), enque Mella arremete con gran violencia contra falsos valores intelectuales desu tiempo a los que opondr los nombres de Unamuno, Vasconcelos,Ingenieros, Varona, Mella escribe:

    Intelectual es el trabajador del pensamiento. El trabajador!, o sea, el nico hom-bre que a juicio de Rod merece la vida [...] aquel que empua la pluma paracombatir las iniquidades, como otros empuan el arado para fecundar la tierra,o la espada para libertar a los pueblos, o los puales para ajusticiar a los tiranos32.

    Mella volver a citar a Rod ese ao33, y al siguiente contribuir a formar enLa Habana el Instituto Politcnico Ariel34. Es oportuno recordar que esemismo ao 1925, Mella se encuentra tambin entre los fundadores del pri-mer Partido Comunista de Cuba. Sin duda el Ariel de Rod sirvi a este pri-mer marxista orgnico de Cuba y uno de los primeros del Continentecomo plataforma de lanzamiento para su meterica carrera revolucionaria.

    Como ejemplos tambin de la relativa vigencia que an en nuestros dasconserva el planteo antiyanqui de Rod, estn los intentos enemigos dedesarmar ese planteo. Es singular el caso de Emir Rodrguez Monegal, paraquien Ariel, adems de materiales de meditacin filosfica o sociolgica,

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    31 Op. cit., p. 102. Un nfasis an mayor en la vigencia actual de Rod se encuentra en el libro deArturo Ardao Rod. Su americanismo (Montevideo, 1970), que incluye una excelente antologa delautor de Ariel. Cf. tambin de Ardao: Del Caliban de Renan al Caliban de Rod, Cuadernos deMarcha, Montevideo N 50, junio 1971. En cambio, ya en 1928 Jos Carlos Maritegui, despus derecordar con razn que a Norteamrica capitalista, plutocrtica, imperialista, slo es posible oponereficazmente una Amrica, latina o ibera, socialista, aade: El mito de Rod no obra ya no haobrado nunca til y fecundamente sobre las almas. J.C.M.: Aniversario y balance [1928],Ideologa y poltica, Lima, 1969, p. 248.32 Hombres de la Revolucin. Julio Antonio Mella, La Habana, 1971, p. 12.33 Op. cit., p. 15.34 Cf. Erasmo Dumpierre: Mella, La Habana [c. 1965], p. 145; y tambin Jos Antonio Portuondo:Mella y los intelectuales [1963], Crtica de la poca, La Habana, 1965, p. 98.

  • tambin contiene pginas de carcter polmico sobre problemas polticos dela hora. Y ha sido precisamente esta condicin secundaria pero innegable laque determin su popularidad inmediata y su difusin. La esencial posturade Rod contra la penetracin norteamericana aparecer as como un aadi-do, como un hecho secundario en la obra. Se sabe, sin embargo, que Rod laconcibi, a raz de la intervencin norteamericana en Cuba en 1898, comouna respuesta al hecho. Rodrguez Monegal comenta:

    La obra as proyectada fue Ariel. En el discurso definitivo slo se encuentran dosalusiones directas al hecho histrico que fue su primer motor [...] ambas alusio-nes permiten advertir cmo ha trascendido Rod la circunstancia histrica inicialpara plantarse de lleno en el problema esencial: la proclamada decadencia de laraza latina35.

    El que un servidor del imperialismo como Rodrguez Monegal, aquejado porla nordomana que en 1900 denunci Rod, trate de emascular tan burda-mente su obra, slo prueba que, en efecto, ella conserva cierta virulencia ensu planteo, aunque hoy lo haramos a partir de otras perspectivas y con otroinstrumental. Un anlisis de Ariel que no es sta en absoluto la ocasin dehacer nos llevara tambin a destacar cmo, a pesar de su formacin, apesar de su antijacobinismo, Rod combate all el antidemocratismo deRenan y Nietzsche (en quien encuentra un abominable, un reaccionarioespritu, p. 224), exalta la democracia, los valores morales y la emulacin.Pero, indudablemente, el resto de la obra ha perdido la actualidad que, encierta forma, conserva su enfrentamiento gallardo a los Estados Unidos, y ladefensa de nuestros valores.

    Bien vistas las cosas, es casi seguro que estas lneas de ahora no llevaranel nombre que tienen de no ser por el libro de Rod, y prefiero considerarlastambin como un homenaje al gran uruguayo, cuyo centenario se celebra esteao. El que el homenaje lo contradiga en no pocos puntos no es raro. Yahaba observado Medardo Vitier que si se produjera una vuelta a Rod, nocreo que sera para adoptar la solucin que dio sobre los intereses de la vidadel espritu, sino para reconsiderar el problema36.

    Al proponer a Caliban como nuestro smbolo, me doy cuenta de que tam-poco es enteramente nuestro, tambin es una elaboracin extraa, aunque estavez lo sea a partir de nuestras concretas realidades. Pe ro cmo eludir entera-mente esta extraeza? La palabra ms venerada en Cuba m a m b nos fueimpuesta peyo r a t i vamente por nuestros enemigos, cuando la guerra de inde-

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    35 Emir Rodrguez Monegal: en Rod: Op. cit. en nota 16, pp. 192 y 193 (nfasis de R.F.R.).36 Medardo Vitier: Del ensayo americano, Mxico, 1945, p. 117.

  • pendencia, y todava no hemos descifrado del todo su sentido. Pa rece que tieneuna evidente raz africana, e implicaba, en boca de los colonialistas espaoles,la idea de que todos los independentistas equivalan a los negros esclavos emancipados por la propia guerra de independencia, quienes constituan elg rueso del Ej rcito Libert a d o r. Los independentistas, blancos y negros, hiciero ns u yo con honor lo que el colonialismo quiso que fuera una injuria. Es la dia-lctica de Caliban. Nos llaman m a m b , nos llaman n e g ro para ofendernos, peron o s o t ros reclamamos como un timbre de gloria el honor de considerarnos des-cendientes de m a m b , descendientes de negro alzado, cimarrn, independen-tista; y n u n c a descendientes de esclavista. Sin embargo, Pr s p e ro, como biensabemos, le ense el idioma a Caliban, y, consecuentemente, le dio nombre . Pe ro es se su ve rd a d e ro nombre? Oigamos este discurso de 1971:

    Todava, con toda precisin, no tenemos siquiera un nombre, estamos prctica-mente sin bautizar: que si latinoamericanos, que si iberoamericanos, que si indo-americanos. Para los imperialistas no somos ms que pueblos despreciados y des-preciables. Al menos lo ramos. Desde Girn empezaron a pensar un poco dife-rente. Desprecio racial. Ser criollo, ser mestizo, ser negro, ser, sencillamente, lati-noamericano, es para ellos desprecio 37.

    Es, naturalmente, Fidel Castro, en el dcimo aniversario de Playa Girn.Asumir nuestra condicin de Caliban implica repensar nuestra historia desde

    el o t ro lado, desde el o t ro p rotagonista. El otro protagonista de La tempestad n oes Ariel, sino Pr s p e ro3 8. No hay ve rdadera polaridad Ariel-Caliban: ambos sons i e rvos en manos de Pr s p e ro, el hechicero extranjero. Slo que Caliban es elrudo e inconquistable dueo de la isla, mientras Ariel, criatura area, aunquehijo tambin de la isla, es en ella, como vieron Ponce y Csaire, el intelectual.

    OTRA VEZ MART

    Esta concepcin de nuestra cultura ya haba sido articuladamente expuesta ydefendida, en el siglo pasado, por el primero de nuestros hombres en com-prender claramente la situacin concreta de lo que llam en denominacinque he recordado varias veces nuestra Amrica mestiza: Jos Mart39, a

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    37 Fidel Castro: Discurso de 19 de abril de 1971.38 Jan Kott: Op. cit. en nota 9, p. 377.39 Cf.: Ezequiel Martnez Estrada: Por una alta cultura popular y socialista cubana [1962], En Cubay al servicio de la Revolucin Cubana, La Habana, 1963; R.F.R.: Mart en su (tercer) mundo [1964],Ensayo de otro mundo, cit. en nota 15; Nol Salomon: Jos Mart et la prise de consciencelatinoamricaine, Cuba S, N 35-36, 4to. trimestre 1970, 1er. trimestre 1971; Leonardo Acosta: Laconcepcin histrica de Mart, Casa de las Amricas, N 67, julio-agosto de 1971.

  • quien Rod quiso dedicar la primera edicin cubana de Ariel, y sobre quiense propuso escribir un estudio como los que consagrara a Bolvar y a Artigas,estudio que, por desgracia, al cabo no realiz40.

    Aunque lo hiciera a lo largo de cuantiosas pginas, quiz la ocasin en queMart ofreci sus ideas sobre este punto de modo ms orgnico y apretadofue su artculo de 1891 Nuestra Amrica. Pero antes de comentarlo some-ramente, querra hacer unas observaciones previas sobre el destino de los tra-bajos de Mart.

    En vida de Mart, el grueso de su obra, desparramada por una veintena deperidicos continentales, conoci la fama. Sabemos que Rubn Daro llama Mart Maestro (como, por otras razones, tambin lo llamaban en vida susseguidores polticos) y lo consider el hispanoamericano a quien ms admi-r. Ya veremos, por otra parte, cmo el duro enjuiciamiento de los EstadosUnidos que Mart sola hacer en sus crnicas era conocido en su poca, y levaldra acerbas crticas por parte del proyanqui Sarmiento. Pero la formapeculiar en que se difundi la obra de Mart quien utiliz el periodismo,la oratoria, las cartas, y no public ningn libro, tiene no poca responsabi-lidad en el relativo olvido en que va a caer dicha obra a raz de la muerte delhroe cubano en 1895. Slo ello explica que a nueve aos de esa muerte y a doce de haber dejado Mart de escribir para la prensa continental, entre-gado como estaba desde 1892 a la tarea poltica, un autor tan absoluta-mente nuestro, tan insospechable como Pedro Henrquez Urea, escriba a susveinte aos (1904), en un artculo sobre el Ariel de Rod, que los juicios deste sobre los Estados Unidos son mucho ms severos que los formuladospor dos mximos pensadores y geniales psicosocilogos antillanos: Hostos yMart41. En lo que toca a Mart, esta observacin es completamente equivo-cada, y dada la ejemplar honestidad de Henrquez Urea, me llev a sospe-char primero, y a verificar despus, que se deba sencillamente al hecho deque para esa poca el gran dominicano no haba ledo, no haba podido leer aMart sino muy insuficientemente: Mart apenas estaba publicado paraentonces. Un texto como el fundamental Nuestra Amrica es buen ejem-plo de este destino. Los lectores del peridico mexicano El Partido Liberalpudieron leerlo el da 30 de enero de 1891. Es posible que algn otro peri-dico local lo haya republicado 42, aunque la ms reciente edicin de las Obras

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    40 Jos Enrique Rod: Op. cit. en nota 16, pp. 1359 y 1375.41 Pedro Henrquez Urea: Obra crtica, Mxico, 1960, p. 27.42 Ivan A. Schulman ha descubierto que fue publicado antes, en enero 1 (no 10, como se lee porerror) de 1891, en La Revista Ilustrada de Nueva York (I.S.: Mart, Casal y el Modernismo, La Habana,1969, p. 92).

  • completas de Mart no nos indica nada al respecto. Pero lo ms posible es quequienes no tuvieron la suerte de obtener dicho peridico, no pudieron saberde ese texto el ms importante documento publicado en esta Amricadesde finales del siglo pasado hasta la aparicin en 1962 de la SegundaDeclaracin de La Habana durante cerca de veinte aos, al cabo de los cua-les apareci en forma de libro (La Habana, 1911) en la coleccin en queempezaron a publicarse las obras de Mart. Por eso le asiste la razn a ManuelPedro Gonzlez cuando afirma que durante el primer cuarto de este siglo, lasnuevas promociones no conocan sino muy insuficientemente a Mart.Gracias a la aparicin ms reciente de varias ediciones de sus obras comple-tas en realidad, todava incompletas es que se le ha redescubierto yrevalorado43. Gonzlez est pensando sobre todo en el deslumbrante aspec-to literario de la obra (la gloria literaria, como l dice). Qu no podemosdecir nosotros del fundamental aspecto ideolgico de la misma? Sin olvidarmuy importantes contribuciones previas, hay puntos esenciales en que puededecirse que es ahora, despus del triunfo de la Revolucin Cubana, y graciasa ella, que Mart est siendo redescubierto y revalorado. No es un azar queFidel haya declarado en 1953 que el responsable intelectual del ataque alcuartel Moncada era Mart; ni que el Che haya iniciado en 1967 su trascen-dente Mensaje a la Tricontinental con una cita de Mart: Es la hora de loshornos, y no se ha de ver ms que la luz. Si Benedetti ha podido decir queel tiempo de Rod es otro que el nuestro [...] su verdadero hogar, su verda-dera patria temporal era el siglo XIX, nosotros debemos decir, en cambio, queel verdadero hogar de Mart era el futuro, y por lo pronto este tiempo nues-tro que sencillamente no se entiende sin un conocimiento cabal de su obra.

    Ahora bien, si ese conocimiento, por las curiosas circunstancias aludidas,le estuvo vedado o slo le fue permitido de manera limitada a las pri-meras promociones nuestras de este siglo, las que a menudo tuvieron por elloque valerse, para ulteriores planteos radicales, de una primera plataforma delanzamiento tan bien intencionada pero al mismo tiempo tan endeble comoel decimonnico Ariel, qu podremos decir de autores ms recientes que yadisponen de ediciones de Mart, y, sin embargo, se obstinan en desconocer-lo? No pienso ahora en estudiosos ms o menos ajenos a nuestros problemas,sino, por el contrario, en quienes mantienen una consecuente actitud anti-colonialista. La nica explicacin de este hecho es dolorosa: el colonialismoha calado tan hondamente en nosotros, que slo leemos con verdadero res-

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    43 Manuel Pedro Gonzlez: Evolucin de la estimativa martiana, Antologa crtica de Jos Mart,recopilacin, introduccin y notas de M.P.G., Mxico, 1960, p. xxix.

  • peto a los autores anticolonialistas difundidos desde las metrpolis. De ah quedejemos de lado la leccin mayor de Mart; de ah que apenas estemos fami-liarizados con Artigas, con Recabarren, con Mella, incluso con Maritegui yPonce. Y tengo la triste sospecha de que si los extraordinarios textos del CheGuevara conocen la mayor difusin que se ha acordado a un latinoamerica-no, el que lo lea con tanta avidez nuestra gente se debe tambin, en ciertamedida, a que el suyo es nombre prestigioso incluso en las capitales metro-politanas, donde, por cierto, con frecuencia se le hace objeto de las ms des-vergonzadas manipulaciones. Para ser consecuentes con nuestra actitud anti-colonialista, tenemos que volvernos efectivamente a los hombre y mujeresnuestros que en su conducta y en su pensamiento han encarnado e ilumina-do esta actitud44. Y en este sentido, ningn ejemplo ms til que el de Mart.

    No conozco otro autor latinoamericano que haya dado una respuesta taninmediata y tan coherente a otra pregunta que me hiciera mi interlocutor, elperiodista europeo que mencion al principio de estas lneas (y que de noexistir, yo hubiera tenido que inventar, aunque esto ltimo me privara de suamistad, la cual espero que sobreviva a este monlogo). Qu relacin, mepregunt este sencillo malicioso, guarda Borges con los incas?. Borges escasi una reduccin al absurdo, y de todas maneras voy a ocuparme de l mstarde; pero es bueno, es justo preguntarse qu relacin guardamos los actua-les habitantes de esta Amrica en cuya herencia zoolgica y cultural Europatuvo su indudable parte, con los primitivos habitantes de esta mismaAmrica, esos que haban construido culturas admirables, o estaban en vasde hacerlo, y fueron exterminados o martirizados por europeos de variasnaciones, sobre los que no cabe levantar leyenda blanca ni negra, sino unainfernal verdad de sangre que constituye junto con hechos como la escla-vitud de los africanos su eterno deshonor. Mart, que tanto quiso en elorden personal a su padre, valenciano, y a su madre, canaria; que escriba elms prodigioso idioma espaol de su tiempo y del nuestro, y que llega tener la mejor informacin sobre la cultura euronorteamericana de quehaya disfrutado un hombre de nuestra Amrica, tambin se hizo esta pre-gunta, y se la respondi as: Se viene de padres de Valencia y madres deCanarias, y se siente correr por las venas la sangre enardecida de Tamanaco y

    TODO CALIBAN

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    44 No se entienda por esto, desde luego, que sugiero dejar de conocer a los autores que no hayannacido en las colonias. Tal estupidez es insostenible. Cmo podramos postular prescindir deHomero, de Dante, de Cervantes, de Shakespeare, de Whitman para no decir Marx, Engels oLenin? Cmo olvidar incluso que en nuestros propios das hay pensadores de la Amrica Latina queno han nacido aqu? Y en fin, cmo propugnar robinsonismo intelectual alguno sin caer en el mayorabsurdo?

  • Paramaconi, y se ve como propia la que vertieron por las breas del cerro delCalvario, pecho a pecho con los gonzalos de frrea armadura, los desnudos yheroicos caracas45.

    Presumo que el lector, si no es venezolano, no estar familiarizado con losnombres aqu evocados por Mart. Tampoco yo lo estaba. Esa carencia defamiliaridad no es sino una nueva prueba de nuestro sometimiento a la pers-pectiva colonizadora de la historia que se nos ha impuesto, y nos ha evapo-rado nombres, fechas, circunstancias, verdades. En otro orden de cosas estrechamente relacionado con ste, acaso la historia burguesa no preten-di borrar a los hroes de la Comuna del 71, a los mrtires del primero demayo de 1886 (significativamente reivindicados por Mart)? Pues bien,Tamanaco, Paramaconi, los desnudos y heroicos caracas eran indgenas delo que hoy llamamos Venezuela, de origen caribe o muy cercanos a ellos, quepelearon heroicamente frente a los espaoles al inicio de la conquista. Lo cualquiere decir que Mart ha escrito que senta correr por sus venas sangre decaribe, sangre de Caliban . No ser la nica vez que exprese esta idea, centralen su pensamiento. Incluso valindose de tales hroes46, reiterar algn tiem-po despus:

    Con Guaicaipuro, con Paramaconi [hroes de las tierras venezolanas, probable-mente de origen caribe], con Anacaona, con Hatuey [hroes de las Antillas, deorigen arauaco] hemos de estar, y no con las llamas que los quemaron, ni con lascuerdas que los ataron, ni con los aceros que los degollaron, ni con los perros quelos mordieron47.

    El rechazo de Mart al etnocidio que Europa realiz en Amrica es total, y nomenos total su identificacin con los pueblos americanos que le ofrecieronheroica resistencia al invasor, y en quienes Mart vea los antecesores natura-les de los independentistas latinoamericanos. Ello explica que en el cuadernode apuntes en que aparece esta ltima cita siga escribiendo, casi sin transi-cin, sobre la mitologa azteca (no menos bella que la griega), sobre lascenizas de Quetzalcoatl, sobre Ayacucho en meseta solitaria, sobre Bolvar,como los ros... (pp. 28-29).

    ROBERTO FERNNDEZ RETAMAR

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    45 Jos Mart: Autores americanos aborgenes [1884], O.C., VIII, 336. Me remito a la edicin enveintisiete tomos de las Obras completas de Jos Mart publicadas en La Habana entre 1963 y 1965.En 1973 se aadi un confuso tomo con Nuevos materiales. Al citar, indico en nmeros romanosel tomo y en arbigos la(s) pgina(s) de esa edicin.46 A Tamanaco dedic adems un hermoso poema: Tamanaco de plumas coronado [c. 1881],O.C., XVII, 237.47 J. M.: Fragmentos [c. 1885-1895], O.C., XXII, 27.

  • Y es que Mart no suea con una ya imposible restauracin, sino con unaintegracin futura de nuestra Amrica que se asiente en sus verdaderas racesy alcance, por s misma, o