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La Hija del Tiempo

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Josephine TeyLa hija del tiempoArgumentoLas largas horas de convalecencia en la cama de un hospital pueden llegar a ser mortales para una mente despierta como la de Alan Grant, inspector de Scotland Yard. Pero sus das de tedio acaban cuando alguien le propone un interesante tema sobre el que meditar: podra adivinarse el carcter de alguien solo por su aspecto? Grant se basar en un retrato de Ricardo III para demostrar que ello es posible: el monarca ms despiadado de la historia del Reino Unido podra haber sido, segn Grant, inocente de todo crimen. Aqu comienza una investigacin llena de conjeturas acerca de la persona y el reinado de Ricardo III, un controvertido pasaje de la historia britnica que, tras haber ledo esta novela, indudablemente ser visto con otros ojos.La verdad es la hija del tiempo.Proverbio Antiguo

1

Grant yaca en su cama alta de color blanco contemplando el techo. Lo miraba con aversin. Se saba de memoria hasta la ms nfima grieta de aquella limpia superficie. Haba trazado mapas del techo y los haba explorado: ros, islas y continentes. Haba jugado a las adivinanzas y hallado objetos ocultos: rostros, pjaros y peces. Haba realizado clculos matemticos y redescubierto su infancia: teoremas, ngulos y tringulos. Prcticamente no haba otra cosa que hacer que observarlo. Lo odiaba.

Haba propuesto a la Enana que girara un poco la cama para poder explorar un nuevo tramo de techo. Pero al parecer eso estropeara la simetra de la habitacin, y en los hospitales, la simetra est un escalafn por debajo de la limpieza y dos por encima de la devocin a Dios. En un hospital, cualquier cosa que estuviese desalineada era una blasfemia. Por qu no lea?, le preguntaba ella. Por qu no se enfrascaba en la lectura de una de aquellas novelas caras recin editadas que sus amigos no paraban de traerle?

Nace demasiada gente en el mundo y se escriben demasiadas palabras. Cada minuto salen millones y millones de ellas de las imprentas. La idea me horroriza.

Parece que est usted estreido le dijo la Enana.

La Enana era la enfermera Ingham, quien en realidad meda un metro sesenta y estaba muy bien proporcionada. Grant la llamaba la Enana para desquitarse del hecho de recibir rdenes de una figurita de porcelana de Dresde a la que podra sostener en una mano. Siempre que pudiese ponerse en pie, claro est. No solo le deca qu poda y qu no poda hacer, sino que manejaba su metro ochenta de humanidad con una soltura que a Grant le resultaba humillante. Por lo visto, el peso no era obstculo para la Enana. Volteaba los colchones con la abstrada elegancia de un malabarista. Cuando acababa su turno, Grant era atendido por la Amazona, una diosa con unos brazos como las ramas de una haya. La Amazona era la enfermera Darroll, que provena de Gloucestershire y se pona nostlgica cuando llegaba la temporada de los narcisos. (La Enana era de Lytham St. Annes, y a ella los narcisos le importaban un comino.) Tena las manos grandes y tersas y ojos de vaca, y siempre pareca lamentarse por los dems, pero el menor esfuerzo fsico la haca jadear como si fuese una bomba de succin. A Grant le pareca todava ms humillante ser tratado como un peso muerto que como si no pesara nada.

Grant estaba postrado y al cargo de la Enana y la Amazona porque se haba cado por una trampilla, el colmo de la humillacin. En comparacin con eso, los empujones de la Amazona y los leves tirones de la Enana eran un mero corolario. Caerse por una trampilla era el colmo del absurdo, algo pattico y grotesco, digno de una pantomima. En el momento de su desaparicin del nivel del suelo estaba persiguiendo implacablemente a Benny Skoll. El nico aunque escaso consuelo en esa situacin insufrible era que cuando Benny Skoll dobl la esquina a todo correr, fue a parar a los brazos del sargento Williams.

Ahora Benny debera estar tres aos entre rejas, lo cual era muy satisfactorio para los jefazos, pero seguramente vera reducida su condena por buena conducta. En los hospitales no haba indultos por buen comportamiento.

Grant dej de contemplar el techo y mir de soslayo la pila de libros caros y llamativos en los que tanto haba insistido la Enana. El que estaba encima, con la hermosa imagen de Valetta vestida de un rosa imposible, era el relato anual de Lavinia Fitch sobre las vicisitudes de una intachable herona. En vista de la representacin del Gran Puerto que adornaba la cubierta, la Valeria, Angela, Cecile o Denise de turno deba de ser esposa de un marino. Solo haba abierto el libro para leer el amable mensaje que Lavinia haba escrito en su interior.

El sudor y el surco era Silas Weekley en plan campechano y franco a lo largo de setecientas pginas. La situacin, a juzgar por el primer prrafo, no haba cambiado sustancialmente desde su ltimo libro: la madre tumbada en el piso de arriba con su decimoprimer hijo, el padre tumbado en el piso de abajo despus del noveno trago, el hijo mayor tumbado a la bartola en el establo, la hija mayor tumbada con su amante en el granero y el resto de la familia pasando desapercibida en la cuadra. La lluvia se filtraba por el techo de paja y el estircol humeaba en el muladar. Silas jams se olvidaba del estircol. No era culpa suya que el vapor fuese el nico elemento ascendente de la escena. Si Silas hubiera descubierto un vapor que humeara hacia abajo, lo habra incluido.

Bajo los speros claroscuros de la sobrecubierta del libro de Silas se ocultaba una elegante historia de florituras eduardianas y absurdidades barrocas titulada Campanas en sus pies. En dicha obra, Rupert Rouge abordaba el vicio en un tono malicioso. Rupert siempre te arrancaba unas francas carcajadas durante las dos primeras pginas. Pero al llegar a la tercera te percatabas de que Rupert haba aprendido de George Bernard Shaw, esa maliciosa criatura (pero, ni que decir tiene, nada viciosa), que la manera ms sencilla de resultar ingenioso era el faciln y conveniente mtodo de la paradoja. Despus te veas venir los chistes con tres frases de antelacin.

El libro con un fogonazo rojo de pistola sobre un fondo verde oscuro en la portada era lo ltimo de Oscar Oakley. Tipos duros ladeando la boca y hablando en un estadounidense sinttico sin el ingenio ni la mordacidad necesarios para rezumar autenticidad. Rubias, barras cromadas y persecuciones trepidantes. Una autntica bazofia.

El caso del abrelatas perdido, de John James Mark, contena tres errores de procedimiento en las dos primeras pginas. Al menos le haba proporcionado a Grant cinco minutos de deleite mientras redactaba una carta imaginaria a su autor.

No alcanzaba a recordar cul era el delgado libro azul situado abajo del montn. Algo serio y estadstico, pens. Moscas ts ts, caloras, conductas sexuales o algo por el estilo.

Incluso en esos casos sabas qu ocurrira en la pgina siguiente. Acaso ya nadie era capaz de variar de registro de cuando en cuando? Es que todos se aferraban a la misma frmula? Los escritores se limitaban a seguir una pauta, de manera que los lectores ya saban lo que iba a suceder. Hablaban de un nuevo Silas Weekley o de una nueva Lavinia Fitch exactamente igual que hablaban de un nuevo ladrillo o un nuevo cepillo de pelo. Jams decan un nuevo libro de quien fuese. No les interesaba la obra, sino la novedad. Tenan bastante claro cmo sera.

Mientras apartaba su asqueada mirada de la variopinta pila, pens que quizs estara bien que todas las imprentas del mundo se detuvieran durante una generacin. Debera imponerse una moratoria literaria. Algn Supermn debera inventar un rayo que las estropeara todas al mismo tiempo. Eso evitara que la gente te enviase un montn de estupideces cuando ests tumbado en la cama y ningn retaco mandn te pedira que las leyeras.

Grant oy que se abra la puerta, pero no se volvi para mirar. Se haba puesto de cara a la pared, literal y metafricamente.

Not que alguien se acercaba a la cama y cerr los ojos para eludir cualquier posibilidad de conversacin. En aquel momento no deseaba la simpata de Gloucestershire ni la vivacidad de Lancashire. En el silencio que sigui, una leve tentacin, una nostlgica fragancia de todos los campos de Grasse, acarici sus fosas nasales e inund su cerebro. La sabore, reflexionando. La Enana ola a detergente de lavanda y la Amazona a jabn y a yodo. Aquel lujoso olor que flotaba en el aire era LEnclos Numro Cinq. Solo una persona a la que conociera utilizaba ese perfume, y esa era Marta Hallar.

Abri un ojo y mir de soslayo. Evidentemente, ella se haba inclinado para ver si estaba dormido y ahora observaba con aire indeciso si es que poda decirse que Marta haca algo con indecisin, prestando atencin al montn de publicaciones manifiestamente vrgenes que haba sobre la mesa. En un brazo llevaba dos libros nuevos, y en el otro un gran ramo de lilas blancas. Grant se pregunt si haba elegido lilas blancas porque las consideraba la ofrenda floral ms adecuada para el invierno (adornaban su camerino del teatro de diciembre a marzo) o porque no desmerecan su elegante blanco y negro. Llevaba un sombrero nuevo y sus habituales perlas, unas perlas que en su da Grant le haba ayudado a recuperar. Estaba muy guapa, muy parisina y, por suerte, desentonaba sobremanera con el hospital.

Te he despertado, Alan?

No, no estaba durmiendo.

Parece que vengo a echar agua en el mar dijo Marta, dejando los dos libros junto a sus despreciados hermanos. Espero que te parezcan ms interesantes que esos otros. Ni siquiera has hojeado el de nuestra querida Lavinia?

No puedo leer nada.

Tienes dolores?

Estoy agonizando. Pero no es la pierna ni la espalda.

De qu se trata entonces?

Es lo que mi prima Laura llama las punzadas del aburrimiento.

Pobre Alan. Y cunta razn tiene Laura! Marta sac un puado de narcisos de un jarrn demasiado grande para acogerlos, los tir en el lavabo con uno de sus ms refinados ademanes y procedi a sustituirlos por las lilas. Uno podra pensar que el aburrimiento es una emocin enorme, pero no lo es, por supuesto. Es algo absurdo, insignificante.

Ni una cosa ni la otra. Es como si te atizaran con ortigas.

Por qu no te pones a hacer algo?

Perfeccionar mis hobbies?

Perfeccionar la mente. Por no hablar de tu alma y tu humor. Podras estudiar filosofa. Yoga o algo as. Pero supongo que una mente analtica como la tuya no es la ms adecuada para reflexionar sobre lo abstracto.

Me he planteado retomar el lgebra. Tengo la sensacin de que nunca le hice justicia en la escuela. Pero he estudiado tanta geometra en ese maldito techo que estoy un poco harto de las matemticas.

Bueno, imagino que no tiene sentido recomendar rompecabezas a alguien que se encuentra en tu situacin. Qu tal unos crucigramas? Puedo traerte un cuadernillo, si quieres.

Dios me libre.

Siempre puedes inventrtelos. Dicen que es ms divertido que resolverlos.

Es posible, pero un diccionario pesa varios kilos. Adems, nunca me ha gustado buscar cosas en libros de consulta.

Juegas al ajedrez? Yo ya no me acuerdo. Qu te parecen unos problemas de ajedrez? Salen las blancas y mate en tres movimientos y cosas as.

Solo me interesa el ajedrez desde una perspectiva pictrica.

Pictrica?

Los peones, los alfiles y dems son muy decorativos, de lo ms elegantes.

Muy bien. Puedo traerte un tablero. De acuerdo, olvidemos el ajedrez. Podras realizar alguna investigacin acadmica. Es como las matemticas, tienes que dar con la solucin a un problema no resuelto.

Te refieres a delitos? Me s todos los casos de memoria.

Ya no se puede hacer nada ms al respecto, y menos si ests postrado en una cama.

No me refera a los archivos de Scotland Yard. Me refera a algo ms... Cmo decirlo? Algo ms clsico. Algo que haya trado de cabeza al mundo durante siglos.

Por ejemplo?

Pues las cartas del cofre.

Ah no! Mara, reina de Escocia no!

Y por qu no? pregunt Marta, que al igual que todas las actrices vea a Mara Estuardo a travs de una bruma de velos blancos.

Podra interesarme una mujer mala, pero una tonta no.

Tonta? dijo Marta con su mejor registro grave de Electra.

Mucho.

Pero Alan, cmo puedes decir eso?

Si hubiese llevado otro tocado nadie se habra interesado nunca por ella. Lo que seduce a la gente es ese sombrerito.

Crees que habra amado con menos pasin si hubiese llevado un sombrero de paja?

Nunca am con pasin, llevara el sombrero que llevara.

Marta pareca tan escandalizada como le permitan toda una vida en el teatro y una hora de concienzudo maquillaje.

Por qu piensas eso?

Mara Estuardo meda uno ochenta. Casi todas las mujeres demasiado altas son fras. Pregntale a cualquier mdico.

Y al pronunciar esas palabras, Grant se pregunt por qu desde que Marta lo adopt como acompaante de repuesto cuando necesitaba uno no se le haba ocurrido sopesar si su clebre racionalidad con los hombres obedeca precisamente a su estatura. Pero Marta no haba trazado ningn paralelismo; segua pensando en su reina favorita.

Al menos fue una mrtir. Eso tendrs que reconocrmelo.

Mrtir de qu?

De su religin.

Lo nico que la martiriz fue el reuma. Se cas con Darnley sin la dispensa papal y con Bothwell por el rito protestante.

Y por supuesto ahora me dirs que tampoco estuvo presa!

El problema es que te la imaginas en una pequea habitacin en lo alto de un castillo, con barrotes en las ventanas y una vieja sirvienta fiel que comparte con ella las oraciones, cuando en realidad contaba con sesenta personas a su servicio. Se quej amargamente cuando las redujeron al miserable nmero de treinta personas y a punto estuvo de morirse del disgusto cuando se qued con dos secretarios, varias mujeres, una bordadora y un par de cocineros. E Isabel tuvo que pagarlo todo de su bolsillo. Estuvo pagando durante veinte aos, y durante veinte aos Mara Estuardo fue ofreciendo la corona de Escocia por toda Europa a cualquiera que estuviese dispuesto a iniciar una revolucin y le devolviera el trono que haba perdido o, dicho de otra manera, el trono que ocupaba Isabel.

Grant mir a Marta y vio que estaba sonriendo.

Ya van un poco mejor ahora? pregunt.

Mejor el qu?

Las punzadas.

Grant se ech a rer.

S, durante un minuto me haba olvidado de ellas. Al menos podemos atribuirle algo bueno a Mara Estuardo!

Cmo sabes tanto sobre Mara?

En mi ltimo ao de colegio hice un trabajo sobre ella.

Y no te gust, deduzco.

No me gust lo que descubr sobre ella.

Es decir, que no la consideras un personaje trgico.

S, mucho. Pero no trgico en el sentido que suele creer la gente. Su tragedia fue que naci siendo reina con la actitud de un ama de casa. Tomarle el pelo a tu vecina, la seora Tudor, es inofensivo e incluso divertido; a lo sumo no podrs justificar una serie de compras a plazos, pero eso te afecta solo a ti. Cuando utilizas la misma tcnica con un reino, el resultado es desastroso. Si ests dispuesto a empear un pas de diez millones de habitantes para mofarte de un rival monrquico, acabas siendo un fracasado sin amigos. Grant reflexion unos instantes. Habra tenido un xito arrollador como maestra en una escuela para chicas.

Qu bruto eres!

Lo digo en el buen sentido. Les habra cado bien a los empleados, y las nias la habran adorado. A eso me refiero cuando digo que es trgica.

En fin, que tampoco te apetecen las cartas del cofre. Qu ms tienes por ah? El hombre de la mscara de hierro.

No recuerdo quin era, pero no me interesa un hombre tmido que se esconde detrs de un trozo de lata. No me interesa nadie a quien no pueda verle la cara.

Ah, s, olvidaba tu pasin por las caras. Las de los Borgia eran maravillosas. Seguro que en ellas encontraras ms de un misterio con el que entretenerte. Tambin estaba Perkin Warbeck, por supuesto. La impostura siempre es fascinante. Era o no era? Es un juego fantstico. La balanza nunca se decanta por completo de un lado o de otro. Si la empujas sube otra vez, como un tentetieso.

Se abri la puerta y en el umbral apareci el familiar rostro de la seora Tinker, coronado por su todava ms familiar e histrico sombrero. La seora Tinker luca el mismo tocado desde que empez a trabajar en casa de Grant, y era incapaz de imaginrsela con ningn otro. Saba que tena otro, porque combinaba con algo que ella denominaba el conjuntito azul. Ese conjuntito azul se lo pona nicamente en determinadas ocasiones, lo que quiere decir que jams apareca con l en el 19 de Tenby Court. Se lo pona con conciencia ritual y le serva de baremo con el que medir el acontecimiento (Se divirti seora Tink? Cmo fue? No mereca la pena que me pusiera el conjuntito azul). Lo haba llevado en la boda de la princesa Isabel y en otros actos de la realeza, y apareca con l durante dos fugaces segundos de una noticia en la que la duquesa de Kent cortaba una cinta, pero Grant lo conoca solo de odas; era un criterio sobre la importancia social de un acontecimiento. Los sucesos eran o no dignos de que la seora Tinker se enfundara el conjuntito azul.

Me han dicho que tena usted visita coment la seora Tinker, y estaba a punto de marcharme cuando me di cuenta de que la voz me era conocida y me he dicho: Pero si es la seorita Hallard, as que he decidido entrar.

Llevaba varias bolsas de papel y un ramillete de anmonas. Salud a Marta de mujer a mujer; en su da haba sido ayudante de vestuario y no profesaba un excesivo respeto a las diosas del mundo del teatro. Observ con recelo el hermoso centro de lilas que aparecan resplandecientes merced a la pericia de Marta. Esta no se percat de la mirada, pero s del pequeo ramo de anmonas, y abord la situacin como si la tuviera ensayada.

Con lo que me ha costado encontrar lilas blancas y llega la seora Tinker y me da en las narices con sus lirios del valle.

Lirios? dijo la seora Tinker con aire dubitativo.

Como dijo Salomn: no tienen que trabajar ni tejer.

La seora Tinker solo pisaba la iglesia para asistir a bodas y bautizos, pero perteneca a una generacin que haba ido a catequesis. Contempl con renovado inters la pequea maravilla que sostena en la mano, enfundada en un guante de lana.

Pues no lo saba, pero tiene ms sentido, no? Yo pensaba que eran azucenas. Campos y campos de azucenas. Son carsimas, pero un poco deprimentes. As que eran de colores? Y por qu no lo dicen? Por qu tienen que llamarlas lilas?

Y as siguieron hablando de traduccin y de lo engaosas que podan ser las Sagradas Escrituras (Siempre me he preguntado qu era eso de echar el pan sobre las aguas, dijo la seora Tinker) para pasar tan incmodo momento.

Mientras seguan ocupadas con la Biblia, entr la Enana con ms jarrones. Grant se percat de que los jarrones eran adecuados para las lilas blancas y no para las anmonas. Eran un tributo a Marta, un pasaporte para mejorar la comunicacin. Pero a Marta nunca le interesaron las mujeres, a menos que les encontrara una utilidad inmediata. Su tacto con la seora Tinker haba sido un mero savoir faire, un reflejo condicionado, de modo que la Enana qued reducida a un papel funcional en lugar de social. Recogi los narcisos del lavamanos y los coloc dcilmente en otro jarrn. La sumisin de la Enana era lo ms precioso que Grant haba observado en mucho tiempo.

Bueno dijo Marta cuando termin de colocar las lilas y las puso donde Grant pudiera verlas. Me voy para que la seora Tinker te d todas esas golosinas que lleva en la bolsa de papel. Por un casual, seora Tinker, no habr trado esos maravillosos bollos suyos...

La seora Tinker estaba henchida de orgullo.

Quiere un par de ellos? Estn recin salidos del horno.

Bueno, despus tendr que hacer penitencia. Esos pastelitos son mortales para la cintura, pero dme un par. Me los llevar para acompaar el t en el teatro.

La seora Tinker eligi dos con aduladora deliberacin (Me gustan con los bordes un poco tostados), los guard en el bolso de Marta, y esta dijo:

Bien, au revoir, Alan. Vendr en un par de das y te ensear a hacer calceta. Dicen que nada relaja tanto como tejer. No es cierto, enfermera?

S, s, desde luego. Muchos pacientes se entretienen tejiendo. Les parece una buena manera de pasar el rato.

Marta le lanz un beso desde la puerta y se march, seguida de la respetuosa Enana.

Menuda bruja est hecha dijo la seora Tinker mientras se dispona a abrir las bolsas. No se refera a Marta.2

Pero cuando Marta regres al cabo de dos das no llevaba agujas de punto ni lana. Entr tan campante en la habitacin justo despus de comer, ataviada elegantemente con un gorro de cosaco con una leve inclinacin que debi de llevarle varios minutos delante del espejo.

No puedo quedarme mucho, cario. Me voy al teatro. Hoy hay funcin de tarde, que Dios me asista. Solo habr bandejas de t e idiotas. Y te subes al escenario cuando ya ni entiendes lo que ests diciendo. Creo que no van a cancelar nunca esta obra. Ser como una de esas que estrenan en Nueva York y duran una dcada en lugar de un ao. Es aterrador. No te concentras. Ayer noche, Geoffrey se qued en blanco en mitad del segundo acto. Pareca que iban a salrsele los ojos de las cuencas. Por un momento pens que iba a darle un infarto. Despus dijo que no recordaba nada de lo que haba pasado desde que lleg hasta que volvi en s y se dio cuenta de que estaba a mitad de la obra.

O sea, que perdi el conocimiento.

No, no. Actu como un autmata. Recit su papel pero estaba pensando en otra cosa en todo momento.

Si lo que dicen es cierto, no es algo inusual en los actores.

Con moderacin no. Johnny Garson puede decirte cuntos libros tiene en casa mientras llora desconsoladamente en el regazo de alguien. Pero no es lo mismo que estar ausente durante medio acto. Piensa que Geoffrey ech a su hijo de casa, discuti con su amante y acus a su mujer de tener una aventura con su mejor amigo sin ser consciente de nada.

Consciente de qu?

Dice que decidi alquilar el piso de Park Lane a Dolly Dacre y comprar la casa estilo Carlos II de Richmond que van a dejar los Latimer, porque al seor Latimer lo han nombrado gobernador. A Geoffrey le pareca que tena pocos cuartos de bao y decidi que construira uno en el piso de arriba, en una salita con papel chino del siglo XVIII. Podan retirar el precioso papel y utilizarlo para decorar una sosa habitacin con artesonado Victoriano que hay al fondo. Tambin pens en las caeras. No saba si tendra dinero suficiente para cambiar las baldosas y se preguntaba qu tipo de cocina pondra. Ya haba decidido cortar los matorrales de la verja cuando se top conmigo en el escenario, delante de novecientas ochenta y siete personas, en mitad de un dilogo. No me extraa que se le salieran los ojos de las rbitas. Veo que al menos has ledo uno de los libros que te traje, a juzgar por la cubierta arrugada.

S, el de la montaa. Me ha venido como agua de mayo. Me paso horas mirando las fotografas. Nada es capaz de poner las cosas en perspectiva tan rpido como una montaa.

Yo prefiero las estrellas.

No, no. Las estrellas te reducen al estatus de una ameba, te arrebatan hasta el ltimo vestigio de orgullo humano, la ltima brizna de confianza. Pero una montaa nevada es una buena vara de medir para el hombre. Estaba aqu tumbado, mirando el Everest, y daba gracias a Dios por no estar escalando esas laderas. Una cama de hospital me pareca un refugio caliente, tranquilo y seguro, y la Enana y la Amazona, dos de los mayores logros de la civilizacin.

Pues te he trado ms fotos.

Marta volc el sobre que llevaba y desparram sobre el pecho de Grant varias hojas de papel.

Qu es esto?

Caras dijo Marta encantada. Docenas de caras. Hombres, mujeres y nios, de todo tipo, condicin y tamao.

Grant cogi una hoja y la observ. Era un grabado del siglo XV, el retrato de una mujer.

Quin es?

Lucrecia Borgia. A que es mona?

Puede, pero, insinas que encerraba algn misterio?

Pues s. Nadie tiene claro todava si era un instrumento de su hermano o cmplice suyo.

Grant descart a Lucrecia y cogi otra hoja. Era el retrato de un nio con ropa de finales del siglo XVIII y debajo, en letras maysculas descoloridas, llevaba impresas las palabras Luis XVII.

Aqu tienes un misterio fantstico coment Marta. El delfn. Escap o muri en la crcel?

Dnde has conseguido todo esto?

Saqu a James de su cuchitril del Victoria and Albert y lo obligu a llevarme a una tienda de litografas. Saba que entenda de esas cosas, y estoy convencida de que no haba nada que le interesara en el museo.

Era tpico de Marta dar por sentado que un funcionario que resultaba que tambin era dramaturgo y una autoridad en materia de retratos estara dispuesto a dejar su trabajo y rebuscar en tiendas de litografas para satisfacerla.

Grant dio la vuelta a la fotografa de un retrato isabelino. Era un hombre vestido con terciopelo y perlas. Mir detrs para ver quin era y descubri que se trataba del conde de Leicester.

As que este es el Robin de Isabel dijo. Creo que nunca haba visto un retrato suyo.

Marta contempl aquel rostro viril y rollizo y dijo:

Se me acaba de ocurrir que una de las grandes tragedias de la historia es que los mejores pintores no retrataban a la gente en su mejor momento. Robin deba de ser todo un hombre. Dicen que, de joven, Enrique VIII era deslumbrante, pero, qu es ahora? Una figura de naipes. Hoy en da sabemos cmo era Tennyson antes de dejarse esa barba tan horrenda. Tengo que irme, llego tarde. He almorzado en el Blague y se ha acercado tanta gente a hablar conmigo que no he podido marcharme temprano como pretenda.

Imagino que tu anfitrin habr quedado impresionado dijo Grant mirando el sombrero.

S, s, esa mujer entiende de sombreros. Con solo un vistazo dijo: Jacques Tous, me figuro.

Una mujer? exclam Grant sorprendido.

S, Madeleine March. La invit a comer. No te sorprendas tanto, menuda falta de tacto. Tengo la esperanza de que me escriba una obra sobre Lady Blessington, pero con tanto ir y venir de gente no he tenido la oportunidad de impresionarla. Aun as, la comida ha sido maravillosa. Ahora que lo recuerdo, Tony Bittmaker estaba comiendo con otras siete personas. Vaya gento. Sabes qu tal le va?

No tengo pruebas suficientes respondi Grant y, con eso, Marta se ech a rer y se fue.

Una vez que se impuso el silencio, Grant volvi a pensar en el Robin de Isabel. Qu misterio rodeaba a aquel hombre?

Ah, claro, Amy Robsart!

A Grant no le interesaba Amy Robsart. Le daba igual cmo se haba cado por las escaleras o por qu.

Pero pas una tarde de lo ms agradable con el resto de las caras. Mucho antes de ingresar en la polica se haba aficionado a las caras, y en sus aos en Scotland Yard ese inters fue un entretenimiento privado y una ventaja profesional. En una ocasin, cuando era ms joven, acompa al comisario jefe a una rueda de identificacin. No le haban asignado el caso a l, y ambos estaban all por otros motivos, pero se quedaron observando desde el fondo mientras un hombre y una mujer recorran por separado una hilera de doce hombres anodinos, buscando al que esperaban identificar.

Sabe quin es el tipo? susurr el comisario.

No, pero puedo imaginrmelo respondi Grant.

Ah s? Cul cree que es?

El tercero por la izquierda.

De qu se le acusa?

No tengo ni idea.

Su jefe lo mir con expresin divertida. Como el hombre y la mujer fueron incapaces de identificar a nadie y se marcharon, la hilera se deshizo y los participantes se pusieron a charlar, subindose el cuello y arreglndose la corbata para regresar a la calle y al mundo cotidiano del que haban venido para colaborar con la ley. El nico que no se movi fue el tercero por la izquierda, que esper sumiso a su escolta y fue conducido de nuevo a su celda.

Caramba! exclam el comisario jefe. Tena una posibilidad entre doce y ha acertado. Muy bien. Ha elegido a su hombre entre todo el grupo le dijo al inspector local.

Lo conoca? pregunt el inspector un tanto sorprendido. Que sepamos, nunca se ha metido en los.

No, no lo haba visto nunca. Ni siquiera s de qu se le acusa.

Entonces, por qu lo eligi?

Grant titube, analizando por primera vez su proceso de seleccin. No haba sido algo razonado. No pens: El rostro de ese hombre tiene tal o cual caracterstica y, por tanto, l es el acusado. Su eleccin fue casi instintiva, subconsciente. Al final, tras indagar en su subconsciente, espet:

Es el nico de los doce que no tiene arrugas.

Todos se echaron a rer. Pero Grant, una vez sacado el tema a la luz, vio que su instinto haba funcionado y reconoci el razonamiento que se ocultaba detrs de l.

Puede que parezca una tontera, pero no lo es aadi. El nico adulto que no tiene ni una sola arruga en la cara es el idiota.

Freeman no es idiota, crame intervino el inspector. Es un joven muy despierto.

No me refera a eso, sino a que el idiota es irresponsable. El idiota es el baremo de la irresponsabilidad. Los doce hombres que formaban cola rondaban los treinta aos, pero solo uno tena cara de irresponsable, as que lo cal de inmediato.

Despus de aquello, circulaba por Scotland Yard la broma de que Grant poda detectarlos a simple vista. En una ocasin, el subcomisario dijo en tono burln: No me dir usted que existen los rostros criminales, inspector.

Pero Grant respondi que no, que no era tan sencillo.

Si existiera solo un tipo de delito, seor, sera posible; pero los delitos son tan variados como la misma naturaleza humana y si un polica empezara a incluir las caras en categoras, estara perdido. Se puede saber qu aspecto tiene una mujer de vida descarriada dndose un paseo por Bond Street cualquier da entre las cinco y las seis, pero resulta que la mujer con la peor reputacin de todo Londres parece una santa.

No tanto; ltimamente bebe mucho dijo el subcomisario, identificando a la dama sin dificultad. Despus, la conversacin se fue por otros derroteros.

Pero el inters de Grant en los rostros persisti y se dilat hasta convertirse en un estudio consciente, en una cuestin de archivos y comparaciones. No era posible, deca, clasificar los rostros, pero s caracterizarlos uno por uno. En una revisin de un clebre juicio, por ejemplo, donde las fotografas de los principales involucrados se mostraron por una cuestin de inters ciudadano, nunca hubo dudas de quin era el acusado y quin era el juez. De vez en cuando, un abogado, por su aspecto, podra haberse cambiado por el prisionero que estaba en el banquillo; a fin de cuentas, los abogados son una simple muestra de la humanidad, tan proclive a las pasiones y la avaricia como el resto, pero los jueces poseen una cualidad especial, integridad e imparcialidad. Por tanto, incluso sin la peluca, era imposible confundirlo con el acusado, que ni tena integridad ni imparcialidad.

El James de Marta, al que haban sacado de su cuchitril, se lo haba pasado en grande eligiendo delincuentes o a sus vctimas, y Grant estuvo entretenido hasta que la Enana le trajo el t. Mientras recoga las fotografas para guardarlas en el cajn, su mano entr en contacto con una que se haba deslizado de su pecho y se haba quedado toda la tarde sobre el cubrecama sin que lo advirtiera. La cogi y la mir.

Era el retrato de un hombre vestido con un sombrero de terciopelo y un jubn de malla tpicos de finales del siglo XV. Tendra unos treinta y cinco o treinta y seis aos, delgado y bien afeitado. Llevaba un suntuoso collar de piedras preciosas y estaba ponindose un anillo en el dedo meique de la mano derecha. Pero no miraba al anillo, sino al infinito.

De todos los retratos que Grant haba visto aquella tarde, aquel era el ms personal. Era como si el artista se hubiese esmerado en plasmar sobre el lienzo algo que su talento pictrico no le permita. La expresin de los ojos esa expresin de lo ms fascinante e individual le haba superado, al igual que la boca. No haba conseguido conferir movilidad a unos labios tan delgados y anchos, as que la boca era ptrea, un verdadero fracaso. Lo que s constitua un logro era la estructura sea de la cara: los pmulos marcados, las hendiduras que se apreciaban debajo de ellos y una barbilla demasiado larga para transmitir fortaleza.

Grant se detuvo justo cuando iba a darle la vuelta y observ el rostro unos instantes. Sera juez? Soldado? Prncipe? Deba de ser una persona acostumbrada a una gran responsabilidad y responsable en su autoridad. Una persona demasiado concienzuda. Un aprensivo, tal vez perfeccionista. Un hombre que se senta a gusto en situaciones de gran relevancia pero ansioso por los detalles. Un candidato a padecer una lcera de estmago. Un hombre que haba tenido problemas de salud cuando era nio. Tena esa mirada indescriptible que deja el sufrimiento durante la infancia, menos clara que la mirada de un lisiado, pero igual de ineludible. El artista lo haba entendido y lo haba traducido al lenguaje pictrico. La leve hinchazn del prpado inferior, como un nio que ha dormido demasiado, la textura de la piel, la mirada de anciano en un rostro joven.

Grant dio la vuelta al retrato buscando una leyenda.

En el reverso hall impreso: Ricardo III. Del retrato de la National Portrait Gallery. Artista desconocido.Ricardo III.

Conque era l. Ricardo III. El jorobado. El monstruo de los cuentos infantiles. El destructor de la inocencia. Un sinnimo de vileza.

Grant le dio la vuelta de nuevo y lo examin. Qu haba intentado transmitir el artista cuando pint aquellos ojos? Haba visto en ellos la mirada de un hombre atormentado?

Permaneci all tumbado un buen rato, observando aquella cara, aquellos ojos extraordinarios. Eran alargados y estaban ligeramente hundidos en el ceo fruncido. A primera vista parecan mirar fijamente, pero cuando prestabas ms atencin descubras que en realidad eran retrados, casi ausentes.

Cuando la Enana volvi a buscar la bandeja, Grant todava estaba ensimismado en el retrato. No haba visto algo as en aos. A su lado, La Gioconda pareca un cartel publicitario.

La Enana examin la taza, que Grant ni siquiera haba tocado, apoy su mano experta en la tetera tibia y torci el gesto. Tena mejores cosas que hacer, le dijo, que llevarle bandejas para que l no les hiciera ni caso.

l le mostr el retrato.

Qu le pareca? Si aquel hombre fuera paciente suyo, cul sera su veredicto?

Hgado replic con sequedad, y recogi la bandeja haciendo sonar los tacones en seal de indignacin, toda ella almidn y rizos rubios.

Pero el mdico, que entr justo despus de ella, amable y despreocupado, tena una opinin bien distinta. Grant le invit a mirar el retrato, y tras unos momentos de intenso escrutinio dijo:

Poliomielitis.

Parlisis infantil? pregunt Grant, y de sbito record que Ricardo III tena un brazo paralizado.

Quin es? pregunt el mdico.

Ricardo III.

En serio? Es interesante.

Saba que tena un brazo paralizado?

Ah s? No me acordaba. Crea que era jorobado.

Tambin lo era.

Lo que s recuerdo es que naci con toda la dentadura y que coma ranas vivas. Bueno, creo que mi diagnstico es anormalmente acertado.

Qu extrao. Por qu ha determinado que era polio?

No estoy muy seguro, pero si he de darle una respuesta definitiva, dira que por la mirada. Es la expresin tpica del rostro de un nio lisiado. Si naci con joroba, probablemente se deba a eso y no a la polio. Veo que el artista ha eliminado la joroba.

S, los pintores de la corte tienen que mostrar un mnimo de tacto. Hasta los tiempos de Cromwell, quienes posaban no pedan que los pintaran con todas sus imperfecciones.

En mi opinin dijo el mdico, examinando con aire distrado el entablillado de la pierna de Grant, Cromwell empez esa moda a la inversa, que ha llegado hasta nuestros das. Soy un hombre corriente, sin tonteras. Ni educacin, ni elegancia, ni generosidad, aadira yo. Pellizc el dedo gordo de Grant con desinters. Es una enfermedad devastadora, una perversin terrible. En algunas zonas de Estados Unidos, segn tengo entendido, la vida de un poltico depende de cmo lleve la corbata y el abrigo en algunos distritos. A eso le llamo yo ser pomposo. El ideal del galn es un chico recio y apuesto. Esto tiene muy buen aspecto aadi, refirindose al dedo gordo de Grant, y volvi por iniciativa propia al retrato que estaba sobre el cubrecama.

Es interesante lo de la polio dijo. Puede que realmente lo fuera y que eso explique lo del brazo atrofiado. Sigui contemplndolo, sin indicio alguno de querer marcharse. En cualquier caso, es curioso. El retrato de un asesino. Le parece que se ajusta a esa tipologa?

No existe un tipo de asesino. La gente mata por muchas razones, pero no recuerdo a ningn asesino, ni por una experiencia directa ni por la de otros casos, que se parezca a l.

Bueno, era nico en su especie, no? No deba de conocer el significado de la palabra escrpulos.

No.

Una vez vi a Olivier interpretndolo. Fue la exhibicin ms fascinante del mal que he presenciado, siempre al borde de caer en lo grotesco, pero sin llegar a hacerlo nunca.

Cuando le he mostrado el retrato dijo Grant, antes de saber quin era, le pareci un villano?

No respondi el mdico, me pareci un enfermo.

Es raro, verdad? Yo tampoco pens en la maldad. Y ahora que s quin es, ahora que he ledo el nombre en el reverso, solo puedo verlo como una persona malvada.

Supongo que la maldad, como la belleza, est en los ojos de quien mira. En fin, pasar a verle otra vez a finales de semana. No tiene dolores?

Y, con eso, se fue, amable y despreocupado, tal como haba venido.

Solo tras haber contemplado con perplejidad el retrato (le fastidiaba haber confundido a uno de los asesinos ms famosos de todos los tiempos con un juez; haber trasladado a un sujeto del estrado al banquillo de los acusados era una muestra asombrosa de ineptitud) se le ocurri que aquella imagen poda ilustrar un importante descubrimiento.

Qu misterio encerraba Ricardo III?

Y entonces lo record. Ricardo haba matado a sus dos sobrinos, pero nadie saba cmo. Simplemente haban desaparecido, si no le fallaba la memoria, en un momento en que Ricardo se encontraba fuera de Londres, y encarg el crimen a otro. Pero el misterio del autntico destino que corrieron los nios nunca se haba resuelto. Aparecieron dos esqueletos en el hueco de unas escaleras? en tiempos de Carlos II y fueron enterrados. Se dio por sentado que eran los restos de los jvenes prncipes, pero nunca se demostr nada.

Es sorprendente lo poco que recuerda uno de la historia despus de una buena educacin. Lo nico que saba de Ricardo III es que era el hermano pequeo de Eduardo IV, que este era un hombre alto de metro ochenta, de un atractivo extraordinario y con una facilidad todava ms extraordinaria para las mujeres, y que Ricardo era un jorobado que usurp el trono tras la muerte de su hermano en lugar de su joven heredero, y que tram la muerte de ese heredero y del hermano menor de este para ahorrarse ms problemas. Tambin saba que Ricardo haba muerto en la batalla de Bosworth mientras peda a voces un caballo y que era el ltimo de su linaje, el ltimo Plantagenet.

Todos los estudiantes volvan con alivio la ltima pgina de Ricardo III, porque la guerra de las Dos Rosas haba terminado por fin y podan continuar con los Tudor, aburridos pero fciles de seguir.

Cuando entr la Enana a asearlo para la noche, Grant dijo:

No tendr un libro de historia por casualidad?

Un libro de historia? No. Por qu iba a tener un libro de historia?

Dado que no era una pregunta, Grant no se molest en contestar. Aquel silencio pareci incomodar a la Enana.

Si verdaderamente quiere un libro de historia respondi al fin, puede pedrselo a la enfermera Darroll cuando le traiga la cena. Tiene todos los libros de texto en una estantera de su habitacin y es muy posible que entre ellos haya uno de historia.

Qu tpico de la Amazona guardar sus libros de texto, pens Grant. Senta tanta nostalgia de la escuela como de Gloucestershire cada vez que florecan los narcisos. Cuando entr pesadamente en la habitacin con el pudn de queso y el ruibarbo estofado, Grant la mir con una tolerancia rayana en la benevolencia. Haba dejado de ser una mujer voluminosa que respiraba como una bomba de succin para convertirse en una potencial fuente de placer.

S, tena un libro de historia, respondi. De hecho, puede que fueran dos. Conservaba todos sus libros de texto porque le encantaba el colegio.

Grant estuvo a punto de preguntarle si tambin conservaba sus muecas, pero se contuvo a tiempo.

Y, por supuesto, me encantaba la historia aadi ella. Era mi asignatura favorita. Ricardo Corazn de Len era mi dolo.

Menudo sinvergenza dijo Grant.

De eso nada! exclam la Amazona como si se sintiese ofendida.

Un caso de hipertiroidismo aadi Grant despiadadamente. Rebotando de un lado a otro como un petardo defectuoso. Termina su turno ahora?

En cuanto termine con las bandejas.

Podra traerme el libro esta noche?

Se supone que debe dormir, no quedarse despierto leyendo libros de historia.

Puedo leer un libro de historia o mirar el techo, que es la alternativa. Puede trarmelo?

Dudo que pueda subir hasta el edificio de enfermeras y volver esta misma noche por alguien que dice cosas tan espantosas de Ricardo Corazn de Len.

De acuerdo respondi Grant. No tengo madera de mrtir. Para m, Ricardo Coeur-de-Lion es el modelo de la caballerosidad, el chevalier sans peur et sans reproche, un jefe intachable y una autntica joya. Me traer el libro ahora?

Me da la impresin de que necesita urgentemente leer un poco de historia respondi la Amazona mientras alisaba un extremo de una sbana arrugada con sus grandes e impresionantes manos. Me pasar por aqu antes de ir al cine y le traer el libro.

Tard casi una hora en regresar, inmensa con un abrigo de pelo de camello. Ya haban apagado las luces de la habitacin y se apareci bajo el brillo de la lmpara de lectura como una suerte de genio bondadoso.

Esperaba que estuviese dormido dijo. Creo que no debera ponerse a leer esta noche.

Si hay algo que puede ayudarme a conciliar el sueo es un libro de historia de Inglaterra repuso Grant. Puede usted marcharse cogida de la mano y con la conciencia bien tranquila.

Voy con la enfermera Burrows.

Pueden cogerse de la mano igualmente.

Me agota usted la paciencia dijo pausadamente antes de desaparecer en la oscuridad.

La Amazona le haba dejado dos libros.

Uno se titulaba El lector de historia. Guardaba la misma relacin con la historia que las crnicas de la historia sagrada con la Biblia. Canuto reprendi a sus cortesanos en la costa, Alfredo meti la pata, Raleigh extendi su capa para Isabel, Nelson se despidi de Hardy en su camarote del Victory, todo ello con una bonita tipografa, clara y grande, y prrafos de una sola frase. En cada episodio se inclua una ilustracin a toda pgina.

Haba algo extraamente conmovedor en el hecho de que la Amazona guardara como un tesoro aquella literatura infantil. Grant pas a la guarda para ver si apareca su nombre y encontr lo siguiente:

Ella Darroll,

Tercer Curso

Instituto Newbridge

Newbridge,

Gloucestershire.

Inglaterra

Europa,

El Mundo,

El Universo.

Todo ello estaba rodeado de una hermosa seleccin de calcomanas de colores.

Grant se preguntaba si todos los nios lo hacan, si escriban sus nombres de aquella manera y se pasaban las clases pegando calcomanas. l s, desde luego. Y la imagen de aquellos cuadrados de llamativos tonos primitivos le trajo a la memoria su infancia como no le ocurra desde haca muchos aos. Haba olvidado lo divertidas que resultaban las calcomanas, ese momento maravillosamente satisfactorio en que empezaba a despegarlas y vea que salan perfectamente. El mundo de los adultos brindaba escasas gratificaciones como aquella. Un buen golpe de golf tal vez fuera lo que ms se aproximaba. O el momento en que se tensa el sedal y sabes que el pez ha mordido el anzuelo.

El libro le gust tanto que ley todas y cada una de aquellas historias infantiles con solemnidad. Al fin y al cabo, aquella era la historia que recordaban todos los adultos. Aquello era lo que quedaba grabado en la memoria cuando se olvidaban los impuestos sobre el comercio exterior, las tasas del trfico martimo, la liturgia del arzobispo Lad, la conspiracin de la Casa de Rye y las Actas Trienales, y el embrollo de cismas y trifulcas, tratados y tambin traiciones.

Cuando lleg a la historia de Ricardo III vio que se titulaba Los prncipes de la Torre. Al parecer, cuando Ella era joven pens que los prncipes eran un triste sustituto de Ricardo Corazn de Len, porque haba rellenado todas las oes minsculas del cuento con lpiz. A los dos muchachos de cabello rubio que jugaban iluminados por un rayo de sol que se filtraba por la ventana con barrotes en la imagen que acompaaba al texto les pint unas anacrnicas gafas, y en el fondo blanco de la pgina de la ilustracin alguien haba estado jugando al tres en raya. Para la joven Ella, los prncipes eran insignificantes.

Y, sin embargo, era una historia bastante fascinante, lo suficientemente macabra para deleitar a cualquier nio. Los pequeos inocentes y su malvado to: los ingredientes clsicos de una historia de simplicidad igualmente clsica.

Adems, tena moraleja. Era el cuento instructivo perfecto.

Pero el rey no sac provecho alguno de sus prfidos actos. El pueblo de Inglaterra se sinti horrorizado por su fra crueldad y decidi que ya no lo quera por rey. Fueron a buscar a Enrique Tudor, un primo lejano de Ricardo que viva en Francia, para que fuese coronado en su lugar. Ricardo muri valientemente en la batalla resultante, pero despertaba odio en todo el pas, y muchos desertaron de su bando para combatir junto a su rival.

Bueno, quedaba bastante claro pero no era nada reseable. Una simple crnica de los hechos.

Grant cogi el otro libro.

El segundo volumen era el de historia propiamente dicha. Los dos mil aos de historia inglesa divididos prolijamente en compartimentos fciles de consultar. Los compartimentos, como de costumbre, eran reinos. No era de extraar que se adscribiese una personalidad a un reino, olvidando que esa personalidad haba conocido y vivido otros reyes. De ese modo, todos eran encasillados de manera automtica. Pepys: Carlos II. Shakespeare: Isabel. Marlborough: reina Ana. Era inimaginable que alguien que hubiese visto a la reina Isabel hubiera conocido tambin a Jorge I. La idea de reinado estaba condicionada desde la infancia.

No obstante, facilitaba las cosas a un polica con la pierna lisiada y magulladuras en la espalda que andaba buscando un poco de informacin sobre personajes monrquicos muertos y enterrados para no volverse loco.

Le sorprendi descubrir que el reinado de Ricardo III haba sido tan breve. El hecho de que se convirtiera en uno de los gobernadores ms clebres en los dos mil aos de historia de Inglaterra y de que hubiera dispuesto de solo dos aos para hacerlo sin duda auguraba una personalidad arrolladora. Aunque Ricardo no haba trabado amistades, desde luego haba influido en la gente.

El libro de historia tambin crea que Ricardo tena personalidad.

Era un hombre de gran habilidad, pero bastante falto de escrpulos en cuanto a los medios que utilizaba. Reclam descaradamente la corona con el absurdo argumento de que el matrimonio de su hermano con Isabel Woodville era ilegal y sus hijos ilegtimos. Ricardo fue aceptado por el pueblo, que tema tener por regente a un menor de edad, e inici su reinado viajando hacia el sur, donde fue bien recibido. Sin embargo, durante ese viaje, los dos jvenes prncipes que vivan en la Torre desaparecieron y se pens que haban sido asesinados. Entonces estall una gran rebelin, que Ricardo aplast con gran ferocidad. A fin de recuperar parte de la popularidad perdida, convoc al Parlamento, que aprob tiles disposiciones contra las canonjas, los mantenimientos y las libreas.

Pero sobrevino una segunda rebelin, que adopt la forma de una invasin, con tropas francesas lideradas por Enrique Tudor, cabeza de la rama de los Lancaster. Se encontr con Ricardo en Bosworth, cerca de Leicester, donde la traicin de los Stanley brind una esplndida oportunidad a Enrique. Ricardo muri en la batalla, que libr con gran coraje, y dej tras de s una reputacin igual de deshonrosa que la de Juan.

Qu demonios eran las canonjas, los mantenimientos y las libreas?

Estaban conformes los ingleses con que la sucesin la decidieran las tropas francesas?

Pero, por supuesto, en los das de la guerra de las Dos Rosas, Francia todava era una regin medio adosada a Inglaterra, un pas mucho menos extrao para un ingls que Irlanda. Un ingls del siglo XV viajaba a Francia como si tal cosa, pero a Irlanda solo si estaba obligado.

Grant permaneci all tumbado, pensando en aquella Inglaterra, el pas por el cual se haba librado la guerra de las Dos Rosas. Una Inglaterra muy verde, sin una sola chimenea desde Cumberland hasta Cornualles. Una Inglaterra todava sin cercar, con grandes bosques rebosantes de caza y extensos pantanos plagados de aves silvestres. Un pas con las mismas viviendas repitindose cada pocos kilmetros en una interminable permutacin: castillo, iglesia y casas de campo; monasterio, iglesia y casas de campo; feudo, iglesia y casas de campo. Las hileras de cultivos rodeando los grupos de casas y, ms all, el verdor, ese verdor ininterrumpido, los destartalados caminos que mediaban entre un grupo y otro, enfangados en invierno y emblanquecidos por el polvo en verano, adornados con rosas silvestres o teidos de rojo por el fruto de los espinos con el paso de las estaciones.

Durante treinta aos se haba librado la guerra de las Dos Rosas en aquella tierra verde y despoblada. Fue ms una disputa familiar que un conflicto blico, como el de los Montesco y los Capuleto, sin el menor inters para el ingls de a pie. Nadie irrumpa en las casas para preguntar si sus habitantes eran partidarios de la casa de York o la de Lancaster ni para llevrselos a un campo de concentracin si la respuesta no era la adecuada para la ocasin. Fue una guerra pequea, casi una fiesta privada. La batalla poda desarrollarse en el prado de al lado de tu casa, y convertir tu cocina en un hospital de campaa, para trasladarse luego a otro lugar; unas semanas despus te enterabas de lo que haba sucedido en aquella batalla y haba una ria familiar por el desenlace, porque tu mujer probablemente era de los Lancaster y t de los York, como quien sigue a equipos de ftbol rivales. Nadie era perseguido por ser partidario de los Lancaster o de los York, como tampoco ocurra por ser seguidor del Arsenal o del Chelsea.

Grant segua pensando en aquella Inglaterra verde cuando se qued dormido, y no saba ni un pice ms sobre los jvenes prncipes ni sobre lo que les haba deparado el destino.3

No tiene nada ms alegre que hacer que mirar eso? le pregunt la Enana a la maana siguiente, refirindose al retrato de Ricardo que Grant haba apoyado contra la pila de libros, sobre la mesita de noche.

No le parece una cara interesante?

Interesante? A m me pone los pelos de punta. Es un autntico monstruo.

Pues cuentan los libros de historia que era un hombre muy capaz.

Tambin lo era Barba Azul.

Y adems era bastante popular, por lo visto.

Igual que Barba Azul.

Y muy buen soldado replic Grant maliciosamente, e hizo una pausa. Tambin lo era Barba Azul?

Para qu quiere mirar esa cara? Quin es?

Ricardo III.

Acabramos!

Quiere decir que saba cmo era?

Exacto.

Por qu?

Acaso no era un asesino despiadado?

Parece que entiende usted de historia.

Eso lo sabe cualquiera. Mat a sus dos sobrinos, pobres muchachos. Los ahog.

Los ahog? pregunt Grant con inters. No lo saba.

Con unas almohadas.

La enfermera golpe la almohada de Grant con un puo frgil y vigoroso y la coloc de nuevo con rapidez y precisin.

Y por qu en lugar de ahogarlos no los envenen? pregunt Grant.

Y yo que s. El asesinato no lo organic yo.

Quin dice que los ahog?

Mi libro de historia del colegio.

Vale, pero, a quin citaba el libro de historia?

Citar? No citaba a nadie. Solo contaba los hechos.

Quin los ahog segn el libro?

Un tal Tyrrel. Es que no estudi usted historia en el colegio?

Asist a clases de historia, que no es lo mismo. Quin era Tyrrel?

No tengo ni la ms remota idea. Un amigo de Ricardo.

Y cmo supieron que haba sido Tyrrel?

Porque confes.

Confes?

Despus de que lo declarasen culpable, por supuesto. Antes de que lo ahorcaran.

Me est diciendo que el tal Tyrrel fue ahorcado por el asesinato de los dos prncipes?

Claro. Le parece si retiro esa cara tan desagradable y pongo algo ms alegre? Haba bastantes caras bonitas en ese montn de libros que le trajo ayer la seorita Hallard.

No me interesan las caras bonitas, solo las espantosas, los asesinos despiadados que son hombres muy capaces.

Desde luego, sobre gustos no hay nada escrito respondi la Enana inevitablemente. Gracias a Dios, yo no tengo por qu mirarla. Pero en mi humilde opinin es ms que suficiente para que no se le suelden a uno los huesos.

Bueno, si no sana esta fractura siempre puedo achacrselo a Ricardo III. Imagino que una fechora ms en su historial ya no importa.

Deba preguntarle a Marta la prxima vez que viniera a visitarlo si tambin haba odo hablar de ese tal Tyrrel. Su cultura general no era extensa, pero haba recibido una cara educacin en una escuela de prestigio y puede que algo hubiese quedado acerca de ello.

Pero el primer visitante que asom desde el mundo exterior fue el sargento Williams, alto, sonrosado y acicalado y, por un momento, Grant se olvid de las batallas de antao y pens en chicos vivos. Williams se sent en la dura silla para las visitas, con las rodillas separadas y los ojos azul claro centelleando como los de un gato deleitndose en la luz que entra por la ventana, y Grant lo mir con afecto. Era agradable volver a hablar de trabajo, utilizar ese discurso elptico y alusivo que solo se emplea con un compaero de oficio. Era agradable conocer los cotilleos profesionales, hablar de poltica profesional, enterarse de qu se estaba cociendo.

El jefe le manda recuerdos coment Williams mientras se dispona a marcharse. Dice que si puede hacer algo por usted, solo tiene que decrselo. Sus ojos, que ya no estaban deslumbrados por la luz, se clavaron en la fotografa apoyada en los libros. Williams lade la cabeza y la observ. Quin es ese tipo?

Grant estaba a punto de decrselo cuando cay en la cuenta de que l tambin era polica, un hombre tan acostumbrado por su trabajo a los rostros como l mismo, una persona para quien las caras eran importantes a diario.

Un retrato de un hombre pintado por un artista desconocido del siglo XV respondi. Qu opinin le merece?

No tengo ni idea de pintura.

No me refiero a eso. Qu opina del personaje?

Ah, eso. Williams se indin hacia delante y frunci el ceo fingiendo concentracin. Qu quiere decir con qu me parece?

Dnde lo situara, en el estrado o en el banquillo de los acusados?

Williams ponder la respuesta unos momentos y dijo con confianza:

En el estrado, por supuesto.

En serio?

Desde luego. Por qu? Usted no?

S, pero lo curioso del caso es que ambos estamos equivocados. Su lugar es el banquillo de los acusados.

Pues me sorprende repuso Williams contemplando de nuevo el retrato. Sabe quin es, entonces?

S, Ricardo III.

Williams solt un silbido.

Con que es l! Vaya, vaya. Los prncipes de la Torre y todo eso. El autntico to malvado. Hombre, cuando lo sabes, pues s, pero de buenas a primeras no se te ocurre que sea un sinvergenza. Es la viva imagen del viejo Halsbury, y si Halsbury tena un defecto es que era demasiado blando con los canallas que se sentaban en el banquillo de los acusados. Siempre acababa favorecindolos en su alegato.

Sabe cmo fueron asesinados los prncipes?

No s absolutamente nada sobre Ricardo III, excepto que su madre tard dos aos en concebirlo.

Cmo? De dnde ha sacado esa historia?

Pues supongo que del colegio.

Pues debi de ir a un colegio de lo ms extrao. En mis libros no mencionaban nada de la concepcin. Por eso Shakespeare y la Biblia eran como una bocanada de aire fresco en clase. Siempre aparecan hechos cotidianos. Oy hablar alguna vez de un hombre llamado Tyrrel?

S, era un timador de la compaa martima P&O. Se ahog en el Egypt.

No, no, me refiero a un personaje histrico.

De historia solo aprend lo de 1066 y 1603, en serio.

Qu paso en 1603? pregunt Grant pensando todava en Tyrrel.

Que atamos a los escoceses de pies y manos para siempre.

Mejor eso que tenerlos encima cada cinco minutos. Dicen que Tyrrel fue el que se encarg de liquidar a los chicos.

A los sobrinos? No me suena. Bueno, tengo que irme. Puedo hacer algo por usted?

Ha dicho que iba a Charing Cross Road?

S, al Phoenix.

Pues podra hacerme un favor.

Dgame.

Entre en una librera y cmpreme una historia de Inglaterra. Pero para adultos. Y una biografa de Ricardo III si la encuentra.

Claro.

Al salir se top con la Amazona y pareci sorprenderse de ver a una persona tan voluminosa como l con un uniforme de enfermera. Farfull un buenos das un poco avergonzado, lanz una mirada inquisitiva a Grant y desapareci en el pasillo.

La Amazona dijo que tena que asear al paciente nmero cuatro pero que primero quera saber si se haba convencido.

Convencido de qu?

De la nobleza de Ricardo Corazn de Len.

Todava no he pasado de Ricardo I, pero que espere un rato el nmero cuatro. Explqueme qu sabe de Ricardo III.

Ay, pobrecitos! dijo con sus ojos vacunos inundados de tristeza.

Quines?

Los dos muchachos. Cuando era pequea tena pesadillas con ellos, pensaba que alguien poda taparme la cara con una almohada mientras dorma.

As fueron asesinados?

Claro, no lo saba? Sir James Tyrrel volvi a Londres cuando la corte estaba en Warwick y orden a Dighton y Forrest que los matara. Luego los enterraron en el hueco de una escalera, debajo de un montn de piedras.

Pues en el libro que me prest no dice nada de eso.

Bueno, es que ese libro solo sirve para los exmenes, no s si me entiende. No hay nada interesante en esos libros para empollar.

De dnde ha sacado ese jugoso cotilleo sobre Tyrrel, si no es indiscrecin?

No es ningn cotilleo respondi dolida. Lo encontrar en una crnica de la poca, de sir Thomas More, santo Toms Moro, y no me dir que hay persona ms respetada o fiable en toda la historia que santo Toms Moro, verdad?

No, no, sera de mala educacin contradecir a sir Thomas.

Pues eso dice el bendito Moro y, a fin de cuentas, l vivi en aquella poca y pudo hablar con toda esa gente.

Con Dighton y Forrest?

No, por supuesto que no. Con Ricardo, la pobre reina y todos esos.

La reina? La reina de Ricardo?

S.

Pobre, por qu?

Su vida fue espantosa. Dicen que Ricardo la envenen porque quera casarse con su sobrina.

Por qu?

Porque era la heredera al trono.

Ya veo. Se deshizo de los dos chavales y luego quiso casarse con su hermana mayor.

Exacto. No poda casarse con los nios, como comprender.

No, ya me imagino que ni siquiera a Ricardo III se le pas por la cabeza algo as.

As que quera casarse con Isabel para sentirse ms seguro en el trono, pero ella se cas con su sucesor. Era la abuela de la reina Isabel. Me encantaba la idea de que Isabel tuviese algo de Plantagenet. Nunca me gust demasiado la rama Tudor. Ahora tengo que irme o llegar la enfermera jefe antes de que haya lavado al nmero cuatro.

Eso sera el fin del mundo.

Sera el final para m repuso y se march.

Grant cogi de nuevo el libro que le haba dejado la Amazona e intent sacar algo en claro sobre la guerra de las Dos Rosas. No hubo suerte. Los ejrcitos atacaban y contraatacaban. York y Lancaster se sucedan como vencedores de manera desconcertante. Era igual de absurdo que un montn de autos de choque en una feria.

Pero a Grant le pareca que haba un problema implcito, y que su germen se haba plantado casi cien aos antes, cuando la lnea directa se rompi con el derrocamiento de Ricardo II. Lo saba porque de joven haba visto cuatro veces Ricardo de Burdeos en el New Theatre. Durante tres generaciones, los usurpadores de los Lancaster haban gobernado Inglaterra: el Enrique del Ricardo de Burdeos lo hizo infeliz pero con bastante eficacia, el prncipe Hal de Shakespeare con la batalla de Agincourt para mayor gloria y la hoguera para mayor fervor, y su hijo, medio idiota, fue un fracasado. No es de extraar que la gente anhelara el linaje legtimo al ver que los amigos ineptos del pobre Enrique VI dilapidaban las victorias en Francia mientras Enrique se ocupaba de Eton y rogaba a las damas de la corte que se cubrieran el pecho.

Los tres Lancaster mostraban un desagradable fanatismo que contrastaba sobremanera con el liberalismo de la corte que haba muerto con Ricardo II. Casi de la noche a la maana, los mtodos de vive y deja vivir de Ricardo haban dado paso a la quema de herejes, que murieron durante tres generaciones en la hoguera. Era de esperar que empezara a arder una hoguera no tan pblica de descontento en el corazn del hombre de la calle.

Sobre todo porque all, ante sus ojos, estaba el duque de York. Capaz, sensible, influyente, dotado, un prncipe esplndido por derecho propio y, por consanguinidad, heredero de Ricardo II. Quiz no desearan que este York ocupara el puesto del tonto de Enrique, pero s que tomara las riendas del pas y arreglara aquel desaguisado.

El duque de York lo intent, y lo nico que consigui fue morir en combate, y su familia pas mucho tiempo en el exilio o acogida a sagrado.

Pero cuando se apagaron el tumulto y el gritero, en el trono de Inglaterra estaba el hijo que haba luchado junto a l en aquella desdichada batalla, y el pas se tranquiliz felizmente bajo el mandato de Eduardo IV, aquel joven alto, rubio, mujeriego, sumamente hermoso, pero, sobre todo, astuto.

Y eso es todo lo que alcanz a comprender Grant sobre la guerra de las Dos Rosas.

Levant la vista del libro y vio a la enfermera jefe en mitad de la habitacin.

He llamado a la puerta puntualiz ella, pero estaba usted absorto en la lectura.

All estaba, delgada y distante, tan elegante a su manera como lo era Marta. Llevaba las manos de puos blancos cruzadas relajadamente delante de su estrecha cintura y el velo blanco extendido con una imperecedera dignidad. El nico ornamento era el distintivo de plata de su cargo. Grant se preguntaba si exista en el mundo una pose ms inquebrantable que la de la enfermera jefe de un gran hospital.

Me ha dado por la historia coment Grant. Voy con bastante retraso.

Es una decisin admirable respondi ella. Pone las cosas en perspectiva. Entonces se fij en el retrato y dijo: Es usted de York o de Lancaster?

As que conoce al personaje.

S, claro. Cuando estaba en prcticas pasaba mucho tiempo en la National Gallery. No tena dinero y me dolan mucho los pies y all se estaba calentito, se estaba tranquilo y haba muchos asientos. Esboz una sonrisilla, recordando a aquella joven criatura, cansada y seria, que fue en su da. Me gustaba la National porque me aportaba la misma sensacin de equilibrio que leer un libro de historia. Todos esos personajes que haban hecho cosas tan importantes en su momento. Eran solo nombres, lienzo y pintura. En aquella poca vi ese retrato muy a menudo. La enfermera volvi a fijarse en el cuadro. Qu criatura ms infeliz.

El mdico cree que sufra poliomielitis.

Polio? Lo medit unos instantes. Puede. No se me haba ocurrido. Pero a m siempre me ha parecido que era una infelicidad intensa. Es la cara ms triste que he visto en mi vida, y he visto muchas.

Cree que lo pintaron despus del asesinato?

Por supuesto que s. Un hombre de ese calibre no hace las cosas a la ligera. Deba de ser muy consciente de la atrocidad del crimen.

Le parece que era de esas personas que son incapaces de soportarse a s mismas?

Qu buena descripcin! S, esa gente que anhela algo y luego descubre que el precio que ha pagado por ello es demasiado alto.

No cree que era un villano redomado?

No, no, en absoluto. Los villanos no sufren, y esa cara rebosa padecimiento.

Ambos contemplaron el retrato en silencio unos instantes.

Tuvo que parecerle una especie de castigo perder a su nico hijo poco despus. Y la muerte de su esposa. Verse despojado de su mundo personal en tan poco tiempo, como si fuese obra de la justicia divina.

Cree que quera a su mujer?

Era su prima y se conocan desde la infancia. As que, la quisiera o no, deba de hacerle compaa. Cuando ests sentado en un trono imagino que la compaa es una bendicin poco habitual. Tengo que ir a ver cmo marcha mi hospital. Ni siquiera le he preguntado lo que tena que preguntarle: cmo se encuentra esta maana? Pero el hecho de que muestre inters en un hombre que muri hace cuatrocientos aos es buena seal.

La enfermera no se haba movido de su posicin original. Esboz su leve y contenida sonrisa y con las manos todava cruzadas frente a la hebilla del cinturn, se dirigi hacia la puerta. Irradiaba una paz trascendental. Como una monja. Como una reina.4

Despus del almuerzo apareci de nuevo el sargento Williams, jadeante y cargando con dos gruesos libros.

Debera habrselos dejado al recepcionista dijo Grant. No era mi intencin que subiera hasta aqu sudando la gota gorda.

Quera subir a explicarle una cosa. Solo he tenido tiempo de ir a una librera, pero es la ms grande de toda la calle. Es la mejor historia de Inglaterra que tienen en catlogo. Segn me han dicho, es la mejor de todas. Dej sobre la mesita un libro de color verde salvia y aspecto austero, dando la impresin de que no se responsabilizaba de l. No tenan ninguna biografa de Ricardo III, pero me han dado esto.

Era un libro de vivos colores con un escudo de armas en la portada. Se titulaba La rosa de Raby.

Qu es esto?

Por lo visto era su madre. Una tal Rosa. Tengo que irme, me esperan en Scotland Yard dentro de cinco minutos y el jefe me despellejar si llego tarde. Lo siento, no he podido hacer ms. Volver a echar un vistazo cuando pase por all. Si no le gustan estos, ver qu puedo encontrar.

Grant estaba agradecido y as se lo dijo.

Con el sonido de las briosas pisadas de Williams de fondo empez a inspeccionar la mejor historia de Inglaterra que existe. Result que era lo que se denomina una historia constitucional, una sobria recopilacin aligerada con alguna que otra ilustracin. Un dibujo del salterio de Luttrell decoraba el sistema agrcola del siglo XV, y un mapa contemporneo de Londres divida en dos el Gran Incendio. Reyes y reinas se mencionaban solo de pasada. A la historia constitucional de Tanner solo le interesaban el progreso social y la evolucin poltica, la peste negra, el invento de la imprenta, el uso de la plvora, la creacin de gremios y dems. Pero de vez en cuando, Tanner se vea obligado, por una terrible asociacin, a mencionar a un rey o las relaciones que mantena. Y esa asociacin se produca en conexin con el invento de la imprenta.

Un hombre llamado Caxton abandon la regin de Kent como aprendiz de paero de un futuro alcalde de Londres, y luego fue a Brujas con los veinte merks que su amo le haba dejado en su testamento. Y cuando, bajo la montona lluvia de los Pases Bajos, dos jvenes refugiados procedentes de Inglaterra fueron a parar a aquellas costas, con el agua hasta el cuello, fue el prspero mercader de Kent quien les prest socorro. Los refugiados eran Eduardo IV y su hermano Ricardo; y cuando cambiaron las tornas y Eduardo regres a Inglaterra para reinar, Caxton fue con l, y los primeros libros aparecidos en Inglaterra fueron impresos para Eduardo IV y escritos por su cuado.

Mientras pasaba las pginas, Grant se sorprendi ante la falta de personalidad de aquella aburrida informacin. Las penurias de la humanidad no son las de uno, como descubrieron hace mucho tiempo los lectores de prensa. Puede que un escalofro de horror recorra nuestra columna vertebral ante la destruccin masiva, pero el corazn permanece impertrrito. Mil personas ahogadas en una inundacin en China es una noticia; un solo nio ahogado en una charca es una tragedia. As pues, la crnica de Tanner sobre el progreso de la raza inglesa era admirable, pero tediosa. Pero aqu y all, donde no poda evitar pinceladas personales, su narrativa cobraba un inters ms inmediato. En los extractos de las cartas de los Paston, por ejemplo. Los Paston tenan la costumbre de intercalar retazos de historia entre pedidos de aceite para ensalada y preguntas sobre cmo le iba a Clement en Cambridge.

Y entre dos asuntos cotidianos apareca el pequeo detalle de que los dos muchachos de York, Jorge y Ricardo, vivan en la residencia londinense de los Paston, y que su hermano Eduardo iba a verlos cada da.

Es imposible, pens Grant, dejando el libro sobre el cubrecama y contemplando el techo, ahora invisible, que alguien haya llegado al trono de Inglaterra con unas vivencias tan personales sobre la vida del hombre de a pie como Eduardo IV y su hermano Ricardo. Y puede que solo Carlos II despus de ellos. Y Carlos, aun siendo pobre y un fugitivo, siempre haba sido hijo de un rey, un hombre diferente. Los dos nios que vivan en la residencia de los Paston eran simplemente los bebs de la familia York, personajes sin una importancia en particular en el mejor de los casos, y en el momento en que se escribi la carta de los Paston, sin hogar y probablemente sin futuro.

Grant cogi el libro de historia de la Amazona para averiguar qu estaba haciendo Eduardo en Londres por aquellas fechas, y descubri que estaba organizando un ejrcito. El temperamento de Londres siempre fue yorkista y los hombres, entusiasmados, acudieron en tropel a la bandera del joven Eduardo, deca el libro de historia.

Y, sin embargo, el joven Eduardo, que tena dieciocho aos, era dolo de una capital y estaba encaminado a la primera de sus victorias, an encontraba tiempo para visitar a sus hermanos a diario.

Fue entonces cuando naci la asombrosa devocin de Ricardo por su hermano mayor?, se preguntaba Grant. Era una devocin inquebrantable que los libros de historia no solo no negaban, sino que utilizaban para plantear la moraleja. Hasta el momento de la muerte de su hermano, Ricardo fue en todo momento su leal y fiel compaero, pero la tentacin de la corona fue demasiado para l. O, en los trminos ms sencillos de El lector de Historia: Haba sido un buen hermano para Eduardo, pero cuando vio que poda ser rey, la codicia le endureci el corazn.

Grant mir de soslayo el retrato y lleg a la conclusin de que El lector de Historia iba errado. Lo que haba endurecido el corazn de Ricardo hasta el punto de cometer un asesinato no fue la codicia. O acaso El lector de Historia se refera al ansia de poder? Probablemente. Probablemente.

Sin embargo, Ricardo posea todo el poder que un mortal poda desear. Era hermano del rey, un hombre rico. Era aquel pequeo paso adelante tan importante que fue capaz de asesinar a los hijos de su hermano para conseguirlo?

Era una situacin de lo ms extraa.

Grant segua cavilando sobre aquello cuando entr la seora Tinker con un pijama limpio y su habitual resumen de los titulares de prensa. La seora Tinker jams pasaba de la tercera lnea de una noticia a menos que se tratara de un asesinato, en cuyo caso la lea de cabo a rabo y compraba un ejemplar vespertino de camino a casa para prepararle la cena al seor Tinker.

Aquel da lo envolvi la dulce burbuja de sus comentarios sobre un caso que implicaba arsnico y exhumacin en Yorkshire, hasta que la seora Tinker vio el peridico de la maana, todava virgen, junto a los libros que haba sobre la mesa, y se call de repente.

No se encuentra bien hoy? pregunt con preocupacin.

S, Tink, me encuentro bien. Por qu?

Ni siquiera ha abierto el peridico. As empez la amiga de mi hermana a decaer, cuando no prestaba atencin a lo que decan los peridicos.

No se preocupe. Estoy mejorando. Incluso estoy de mejor humor. Me he olvidado del peridico porque he estado leyendo historia. Le suenan los prncipes de la Torre?

A todo el mundo le suenan.

Y sabe cmo murieron?

Pues claro. Los ahog con una almohada mientras dorman.

Quin?

Ese to suyo tan malo. Ricardo III. No debera pensar en esas cosas cuando est enfermo. Tendra que leer algo ms alegre.

Tiene prisa por llegar a casa, Tink, o puede pasar por St. Martins Lane a hacerme un recado?

No, tengo tiempo de sobra. Es por la seorita Hallard? No llega al teatro hasta las seis.

Ya lo s, pero puede dejarle una nota y as la ver cuando llegue.

Grant cogi su cuaderno y el lpiz y escribi:Por lo que ms quieras, bscame un ejemplar de la biografa de Ricardo III de Toms Moro.

Arranc la pgina, la dobl y garabate el nombre de Marta.

Dsela al viejo Saxton, en la entrada de artistas. Ya se ocupar l de entregrsela.

Eso si me puedo acercar a la entrada de artistas con tanta gente en la cola dijo la seora Tinker, ms bien hablando por hablar. Esa obra no la quitarn nunca.

Guard la nota con cuidado en su bolso barato de imitacin de piel con los bordes desgatados que la caracterizaba tanto como el sombrero. Cada Navidad, Grant le regalaba un bolso nuevo, cada uno de ellos una obra de arte en la mejor tradicin peletera de Inglaterra, un artculo tan admirable por su diseo y tan perfecto en su ejecucin que Marta Hallard podra haberlo llevado a una comida en el Blague. Pero jams volva a verlos. Y dado que la seora Tinker consideraba que la casa de empeos equivala poco menos que ir a la crcel, eso la absolva de cualquier sospecha de sacar rdito de sus regalos. Dedujo que guardaba los bolsos en algn cajn, todava envueltos en el papel de seda original. Puede que los sacara de cuando en cuando para enserselos a la gente, a veces solo para regodearse; o puede que el hecho de saber que estaban all la enriqueciera, como poda enriquecer a otros saber que haba algo guardado para el funeral. La prxima Navidad pensaba abrir aquel bolso rado, aquel satchel toute faire perenne, y meter algo en el billetero. Por supuesto, ella lo dilapidara en alguna fruslera y al final ni sabra qu haba hecho con el dinero, pero tal vez una serie de pequeas satisfacciones desperdigadas como lentejuelas sobre el tapiz de la vida cotidiana tuviese ms valor que la satisfaccin acadmica de poseer una coleccin de hermosos objetos en el fondo de un cajn.

Cuando se march entre crujidos, en un concierto para zapatos y faja, Grant volvi con el seor Tanner y trat de perfeccionar su mente contagindose de su inters en la raza humana, pero le supuso un gran esfuerzo. Ni por naturaleza ni por profesin le interesaba la humanidad en general. Sus inclinaciones, tanto naturales como adquiridas, se decantaban por lo personal. Examin las estadsticas del seor Tanner y deseaba encontrar un rey en un roble, una escoba atada a un mstil o un escocs colgado del estribo de un soldado de caballera en plena carga. Pero al menos tuvo la satisfaccin de enterarse de que los ingleses del siglo XV solo beban agua como penitencia. Por lo visto, el labriego ingls de los tiempos de Ricardo III despertaba la admiracin del continente. Tanner cit a un contemporneo que escriba desde Francia:

El rey de Francia no permite que nadie utilice sal, excepto la que le compren a l al precio arbitrario que imponga. Las tropas no pagan nada y tratan al pueblo salvajemente si no estn satisfechas. Todos aquellos que cultivan vias deben entregar una cuarta parte al rey. Todas las ciudades deben pagar al rey grandes sumas anuales para sus soldados. Los campesinos pasan grandes penurias y miserias. No llevan prendas de lana. Su ropa consiste en justillos de arpillera, calzones por encima de la rodilla y las piernas desnudas. Las mujeres van todas descalzas. La gente no come carne, excepto la grasa del tocino que lleva la sopa. La pequea nobleza no vive mucho mejor. Si uno de ellos es acusado de algo, se le interroga en privado y puede que nunca ms se sepa de l.

En Inglaterra es muy distinto. Nadie puede morar en casa de otro hombre sin su permiso. El rey no puede aplicar impuestos, ni alterar las leyes, ni redactar otras nuevas. Los ingleses nunca beben agua, excepto por penitencia. Comen todo tipo de carne y pescado. Van vestidos con lanas de buena calidad y poseen toda clase de objetos para la casa. Un ingls no puede ser denunciado si no es ante el juez ordinario.

Grant pens que si uno estaba sin un cntimo y quera ir a visitar al primognito de su hija Lizzie para ver a quin se pareca, deba de ser reconfortante saber que haba cobijo y una ddiva en todas las casas religiosas, en lugar de preguntarse cmo recaudara fondos para el billete de tren. Se podan decir muchas cosas buenas de aquella Inglaterra verde con la que se haba dormido la noche anterior.

Fue pasando las pginas dedicadas al siglo XV, buscando temas personales, informes individuales que, con su vivacidad, pudieran iluminar la escena igual que un foco ilumina la zona deseada de un escenario. Pero la historia era alarmantemente generalista. Segn el seor Tanner, el nico Parlamento de Ricardo III fue el ms liberal y progresivo que se conoce; y se lamentaba el digno seor Tanner de que sus crmenes privados hubiesen ido en detrimento de sus actos manifiestos por el bien comn. Y eso pareca ser todo cuanto el seor Tanner tena que decir sobre Ricardo III. Con la salvedad de los Paston y los cotilleos que haban perdurado indestructibles a lo largo de los siglos, escaseaban los seres humanos en aquella crnica de la humanidad.

Grant dej que el libro se deslizara de su pecho y palp con la mano hasta que dio con La rosa de Raby.5

La rosa de Raby result una obra de ficcin, pero al menos era ms manejable que la Historia constitucional de Inglaterra de Tanner. Adems, era la forma casi respetable de ficcin histrica que se reduce a un relato con dilogos, por as decirlo. Se trataba ms de una biografa imaginativa que una historia imaginada. Evelyn Payne-Ellis, quienquiera que fuese, haba aadido a la obra retratos y un rbol genealgico y, por lo visto, no haba intentado lo que Grant y su prima Laura denominaban de nios escribir a la manera isabelina. No haba por nuestras seoras, ni natalicios, ni bribones. Era un relato honesto que denotaba buen criterio.

Y ese criterio resultaba ms esclarecedor que el del seor Tanner.

Mucho ms.

Grant crea que, cuando no se puede recabar informacin sobre un hombre, la mejor manera de hacerse una idea sobre l es investigando acerca de su madre.

As pues, hasta que Marta no pudiera proporcionarle la biografa personal de Ricardo por el bendito e infalible Toms Moro, tendra que conformarse con Cecilia Nevill, duquesa de York.

Observ el rbol genealgico y pens que si Eduardo y Ricardo, los dos hermanos de la casa de York, eran reyes nicos por su experiencia de la vida corriente, no eran menos nicos en cuanto a su ascendencia inglesa. Se qued maravillado ante sus races familiares. Nevill, Fitzalan, Percy, Holland, Mortimer, Clifford y Audley, adems de Plantagenet. La reina Isabel era una inglesa de pura cepa (y se jactaba de ello), si contamos como ingls ese toque gals. Pero entre todos los monarcas mestizos que haban honrado el trono entre la conquista y Jorge el Granjero medio franceses, medio espaoles, medio daneses, medio holandeses, medio portugueses, Eduardo IV y Ricardo III destacaban por su progenie.

Grant observ que, adems, la realeza les vena tanto por parte materna como paterna. El abuelo de Cecilia Nevill era Juan de Gante, primer Lancaster y tercer hijo de Eduardo III. Los dos abuelos de su marido eran tambin hijos de Eduardo III, as que tres de los cinco hijos de este ltimo haban contribuido a la gestacin de los dos hermanos York.

Ser un Nevill deca la seorita Payne-Ellis significaba atesorar cierta importancia, pues eran grandes terratenientes. Casi con total certeza, un Nevill era atractivo, ya que eran una familia muy bella. Ser Nevill significaba tener personalidad, pues solan sobresalir en sus muestras de carcter y temperamento. Cecilia Nevill tuvo la gran suerte de reunir los tres dones de la familia en todo su esplendor; ella fue la nica Rosa del norte mucho antes de que ese norte se viese obligado a elegir entre las rosas blancas y las rojas.

La seorita Payne-Ellis sostena que el matrimonio con Ricardo Plantagenet, duque de York, fue por amor. Grant percibi aquella teora con un escepticismo rayano en la burla hasta que descubri las consecuencias de dicho matrimonio. Aadir a un miembro de la familia cada ao no era, en el siglo XV, prueba de nada, salvo de fertilidad, y la numerosa descendencia de Cecilia Nevill con su encantador esposo auguraba, ms que amor, cohabitacin. Pero en una poca en la que el papel de la mujer consista en quedarse en casa sin rechistar y atender a los nios, de los continuos viajes de Cecilia Nevill en compaa de su marido se desprenda que disfrutaba excepcionalmente de su compaa. Los lugares de nacimiento de sus hijos son testimonio del alcance y la constancia de esos viajes. Ana, la primognita, naci en Fotheringhay, la residencia familiar de Northamptonshire. Enrique, que muri cuando todava era un beb, en Hatfield. Eduardo en Run, donde el duque se encontraba en servicio activo. Edmundo e Isabel tambin en Run. Margarita en Fotheringhay. Juan, que muri joven, en Neath, Gales. Jorge en Dubln (Explicara eso, se pregunt Grant, la obstinacin casi irlandesa del inefable Jorge?). Y Ricardo, tambin en Fotheringhay.

Cecilia Nevill no se quedaba en su casa de Northamptonshire esperando a que su dueo y seor fuera a visitarla cuando le apeteciera, sino que lo acompaaba por los mundos que habitaban. La teora de la seorita Payne-Ellis no poda considerarse osada. No haca falta ser muy listo para saber que haba sido un matrimonio muy prspero.

Puede que eso explicara la devocin familiar de aquellas visitas diarias de Eduardo a sus hermanos pequeos, que vivan en la residencia de los Paston. La familia York, incluso antes de padecer sus tribulaciones, estaba muy unida.

Grant corrobor aquella idea de forma inesperada cuando, al pasar varias pginas, encontr una carta. Era de los dos hijos mayores, Eduardo y Edmundo, e iba dirigida a su padre. Ambos se encontraban estudiando en el castillo de Ludlow, y un sbado de Pascua, aprovechando que regresaba un correo, se quejaron de su tutor y de su carcter odioso y suplicaron a su padre que escuchara la historia del correo, William Smyth, que conoca a la perfeccin los detalles de su opresiva situacin. La llamada de auxilio empezaba y terminaba con prrafos respetuosos y formales, aunque esta formalidad se vea un poco empaada cuando le agradecan que les hubiera enviado ropa pero se haba olvidado del breviario.

La concienzuda seorita Payne-Ellis inclua la referencia de aquella carta (por lo visto, uno de los manuscritos Cotton) y Grant busc ms, pasando las pginas con mayor lentitud. Los datos objetivos eran el pan de cada da para un polica.

No encontr ninguna, pero s una escena familiar que le llam la atencin unos instantes.

La duquesa sali a la tenue luz del sol de una maana londinense de diciembre y se qued en la escalinata para despedir a su marido, su hermano y su hijo. Dirk y sus sobrinos llevaron los caballos hasta el patio, que espantaron a las palomas y a los escandalosos gorriones posados sobre el adoquinado. Observ a su marido montar, ecunime y pausado como de costumbre, y pens que, pese a la emocin que demostraba, podra haber partido hacia Fotheringhay para ver a los nuevos carneros en lugar de participar en una campaa. Salisbury, su hermano, era muy Nevill y temperamental; era consciente de la situacin y adopt la actitud adecuada. Ella los observaba a ambos y sonri para sus adentros. Pero fue Edmundo quien le rob el corazn. A sus diecisiete aos, era muy esbelto, inexperto y vulnerable, henchido de orgullo y excitacin por su primera campaa. Hubiera querido decirle a su marido: Cuida de Edmundo, pero no poda hacerlo. Su marido no lo habra entendido; y Edmundo, de haberlo sospechado, se habra puesto furioso. Si Eduardo, que solo era un ao mayor que l, lideraba un ejrcito propio en las fronteras de Gales en aquel preciso instante, entonces l, Edmundo, tena edad suficiente para ver la guerra desde primera lnea.

La duquesa se volvi hacia los tres nios pequeos que haban nacido despus: Margarita y Jorge, ambos rubios y robustos, y a la zaga, como siempre, el pequeo, distinto de los dems; tena las cejas oscuras y el cabello moreno, y pareca un visitante. Margarita, bondadosa y desaliada, los observaba con la emocin propia de sus catorce aos; Jorge contemplaba con apasionada envidia y un sentimiento de profunda rebelin por tener solo once aos y ninguna relevancia en aquella ocasin marcial. El pequeo Ricardo no mostraba ninguna emocin, pero a su madre le pareci que vibraba como un tambor que se golpea suavemente.

Los tres caballos salieron del patio entre el chacoloteo de cascos escurridizos y arreos tintineantes hasta llegar junto a los criados, que los esperaban en el camino, y los nios los despidieron con gritos y bailes.

Y Cecilia, que en su da haba visto partir a tantos hombres y a tantos miembros de su familia, volvi a casa con una desacostumbrada opresin en el pecho. Cul de ellos, deca sin quererlo aquella voz interior, cul de ellos no regresar?

Su imaginacin era incapaz de concebir algo tan horrendo como el hecho de que ninguno de ellos fuese a regresar, que no volvera a verlos nunca ms.

Que antes de que acabara el ao, la cabeza cercenada de su marido, tocada con una burlona corona de papel, estara clavada en la puerta Micklegate de York, y la de su hermano y su hijo en las otras dos entradas.

Puede que fuese ficcin, pero arrojaba un poco de luz sobre la figura de Ricardo. l, moreno en una familia de rubios. El, que pareca un visitante. l, distinto de los dems.

Grant aparc a Cecilia Nevill unos momentos y sigui buscando en el libro a su hijo Ricardo. Pero a la seorita Payne-Ellis no pareca interesarle demasiado Ricardo. Era tan solo el ltimo eslabn de la familia. El magnfico joven del otro extremo era ms de su agrado. Eduardo cobraba un mayor protagonismo. Junto a su primo Warwick Nevill, hijo de Salisbury, gan la batalla de Towton y, con el recuerdo de la ferocidad de los Lancaster an reciente y la cabeza de su padre todava clavada en la puerta de Micklegate, dio muestras de la tolerancia que habra de caracterizarlo. En Towton se daba alojamiento a quien lo pidiera. Fue coronado rey de Inglaterra en la abada de Westminster (y dos nios, recin llegados del exilio en Utrecht, fueron nombrados duque de Clarence y duque de Gloucester, respectivamente). Enterr a su padre y a su hermano Edmundo con gran magnificencia en la iglesia de Fotheringhay (aunque fue Ricardo, que a la sazn tena trece aos, quien escolt el triste cortejo, durante cinco soleados das de julio, desde Yorkshire hasta Northamptonshire, transcurridos casi seis aos desde que los viera partir en la escalinata del castillo de Baynard).

Hasta que Eduardo llevaba cierto tiempo reinando no permiti la seorita Payne-Ellis que Ricardo reapareciese en el relato. Por aquel entonces estudiaba con sus primos, los Nevill, en Middleham, Yorkshire.

Mientras Ricardo se adentraba en las sombras del torren, alejndose de la intensa luz del sol y de los arbotantes de Wensleydale, le dio la sensacin de que el lugar estaba envuelto en una atmsfera extraa. Los guardias hablaban a voces en la garita y parecan desconcertados por su presencia. En medio de su repentino silencio sigui avanzando hasta un patio igualmente silencioso que debera haber sido un hervidero de actividad a aquella hora del da. Pronto llegara la hora de comer, y tanto la costumbre como el hambre apartaban a los habitantes de Middleham de sus diversas ocupaciones cuando lo acompaaban a cenar a su regreso de la cacera. Aquella quietud, aquel abandono, no eran normales. Llev el caballo a las cuadras, pero no haba quien se ocupara de l. Mientras lo desensillaba, se fij en un bayo ya viejo que estaba en el otro establo, un caballo que no perteneca a Middleham, un caballo tan agotado que no haba acabado de comer y tena la cabeza colgando entre las rodillas, con aire abatido, derrotado.

Ricardo limpi su montura y la cubri con una manta, le llev heno y agua fresca y se march, pensando en aquel caballo abatido y en el misterioso silencio. Al detenerse en el umbral oy unas voces en el saln y se pregunt si deba entrar para averiguar qu suceda antes de subir a sus aposentos. Mientras ponderaba la situacin, alguien le chist desde lo alto de las escaleras.

Al alzar la mirada vio la cabeza de su prima Ana asomada a la barandilla, con sus largas coletas rubias colgando como cuerdas de campana.

Ricardo! dijo, medio susurrando, te has enterado?