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Textos del RomanticismoTRANSCRIPT
1
Literatura Universal
2º Bachillerato
Textos del Romanticismo
Curso 2010-2011
Sofía Vaz Romero Dpto. de Lengua castellana y Literatura
IES de Llerena
Wolfgang Johan von Goethe
Werther
Libro Primero
4 de mayo de 1771
¡Cuánto me alegro de haber marchado! ¿Qué es, amigo mío, el corazón del hombre? ¡Dejarte, cuando tanto te amaba, cuando era tu
inseparable, y hallarme bien! Sé que me perdonas. ¿No estaban preparadas por el destino esas otras amistades para atormentar mi
corazón? ¡Pobre Leonor! Pero no fue mi culpa. ¿Podía pensar que mientras las graciosas travesuras de su hermana me divertían, se
encendía en su pecho tan terrible pasión? Sin embargo, ¿soy inocente del todo? ¿No fomenté y entretuve sus sentimientos? ¿No me
complacía en sus naturalísimos arranques que nos hacían reír a menudo por poco dignos de risa que fueran? ¿No he sido…?
¿Pero qué es el hombre para quejarse de sí? Quiero y te lo prometo, amigo mío, enmendar mi falta; no volveré, como hasta ahora, a
exprimir las heces de las amarguras del destino; voy a gozar de lo actual y lo pasado como si no existiera. En verdad tienes mucha
razón, querido amigo; los hombres sentirían menos sus trastornos (Dios sabrá por qué lo hizo así) de no ocupar su imaginación con
tanta frecuencia y con tal esmero en recordar los males pasados, en vez de en hacer soportable lo presente.
Te ruego digas a mi madre que no olvido sus encargos y que en breve te hablaré de ellos. He visto a mi tía, esa mujer que goza de tan
mala reputación en casa, y está muy lejos de merecerme mal concepto: es vivaracha y apasionada, tal vez, pero de estupendo corazón.
Le expliqué todo lo relacionado con la retención de la parte de herencia de mi madre y ella me externó las razones que tenía para ac-
tuar así, me dijo las condiciones por las que estaba dispuesta a entregarme no sólo lo que se le pide, sino más. En fin, por hoy no me
extenderé en este tema; dile a mi madre que todo estará bien. Estoy convencido de que la negligencia y las discusiones producen en
este mundo más daños y trastornos que la malicia y la maldad. Por lo menos, éstas no abundan tanto.
Estoy aquí en la gloria. La soledad en este país encantador es el bálsamo perfecto para mi corazón, tan dado a las emociones fuertes; y
la estación del momento, en la que todo se renueva y rejuvenece, derrama sobre él un suave calor. Cada árbol, cada seto, es un rami-
llete de flores; le dan a uno ganas de volverse abejorro o mariposa para sumergirse en el mar de perfume y respirar el aromático ali-
mento.
La ciudad en sí es desagradable, pero en sus cercanías, en cambio, la naturaleza hace gala y ostentación de bellezas inefables. Esto fue
lo que movió al difunto conde de M*** a plantar un jardín en uno de estos oteros que con gran variedad forman los valles más deli-
ciosos. El jardín es muy sencillo y en cuanto se entra en él, se nota que no se trazó por una mano de hábil jardinero, sino por un co-
razón sensible que quería deleitarse. Mucho he llorado al recordarle en las ruinas de un pabellón que era su retiro predilecto y que
también se ha hecho el mío. Pronto será el dueño del jardín; estoy aquí desde hace pocos días y el jardinero siempre se muestra muy
atento y afectuoso conmigo. No lo perderá.
2
Fragmentos de la obra de Friedrich Hölderin
Las olas del corazón no estallarían en tan bellas espumas ni se convertirían en espíritu si no chocaran con el destino, esa vieja roca
muda.
No hay nada que pueda crecer y perecer tan profundamente como el hombre.
El lenguaje es el bien más precioso y a la vez el más peligroso que se ha dado al hombre.
El hombre es un dios cuando sueña; un pordiosero cuando reflexiona.
Fragmentos de la obra de Novalis
Tengamos tan sólo paciencia, vendrá, tiene que venir, el tiempo sagrado de la paz perpetua, en que la nueva Jerusalén será la capital
del mundo; y hasta entonces sean alegres y animosos en los peligros del tiempo, compañeros de mi fe, anuncien con la palabra y las
obras el Evangelio divino y permanezcan fieles a la fe verdadera e infinita hasta la muerte.
Cuando veas un gigante, examina antes la posición del sol; no vaya a ser la sombra de un pigmeo.
El camino misterioso va hacia el interior. Es en nosotros, y no en otra parte, donde se halla la eternidad de los mundos, el pasado y el
futuro.
Lo que ahora no alcanza la perfección, la alcanzará en un intento posterior o reiterado; nada de lo que abrazó la historia es pasajero, y
a través de transformaciones innumerables renace de nuevo en formas siempre más ricas.
Todos aquellos planes que no sean trazados plenamente según todas las disposiciones del género, tienen que fracasar.
Cuando un poeta canta estamos en sus manos: él es el que sabe despertar en nosotros aquellas fuerzas secretas; sus palabras nos des-
cubren un mundo maravilloso que antes no conocíamos.
WORDSWORTH
El mundo es demasiado para nosotros: siempre
recibiendo y gastando, disipamos las fuerzas;
en la naturaleza vemos muy poco que se nuestro,
y hemos cedido nuestros míseros corazones.
Esta mar que desnuda su seno hacia la luna,
estos vientos que aullando pasan a todas horas
y ahora se amontonan como flores dormidas:
para eso, y para todo, no estamos entonados,
no nos mueve. ¡Gran Dios!, preferiría ser
un pagano crecido en una fe gastada,
para poder, erguido en estos prados suaves,
ver algo que me hiciera menos desamparado:
observar a Proteo saliendo de los mares,
oír su enguirnaldado cuerno al viejo Tritón.
SONETO
¡Oh clara juventud! Bastante era adorar
con soles obedientes toda lluvia extraviada,
y si una inesperada nube bajaba, pronto,
sobre ella construir un arco iris, para
la Fantasía errante, mezclando, de los campos
a medio labrar, hierbas con flor de adormidera;
te coronaban tus Favoritos, cantando
tu poder, sin censura ni compasión del sabio.
Ah, muestra qué más dignos honores se te deben,
clara juventud; mueve lohondo del corazón:
confirma a tu glorioso Espíritu a que emprenda
un sendero de abrupta subida y alta meta;
y si hay una alegría que mengüe lo que pide
recuerdo agradecido, haz irse a esa alegría.
3
Lord Byron, Camina bella
Camina bella, como la noche
De climas despejados y cielos estrellados;
Y todo lo mejor de la oscuridad y de la luz
Se reúne en su aspecto y en sus ojos:
Enriquecida así por esa tierna luz
Que el cielo niega al vulgar día.
Una sombra de más, un rayo de menos,
Habría mermado la gracia sin nombre
Que se agita en cada trenza de negro brillo,
O ilumina suavemente su rostro;
Donde pensamientos serenamente dulces
expresan
Cuán pura, cuán adorable es su morada.
Y en esa mejilla, y sobre esa frente,
Son tan suaves, tan tranquilas, y a la vez
elocuentes,
Las sonrisas que vencen, los tintes que
brillan,
Y hablan de días vividos en bondad,
Una mente en paz con todo,
¡Un corazón cuyo amor es inocente!
***
Cuando nos separamos
Cuando nos separamos
En silencio y con lágrimas,
Con el corazón medio roto,
Para apartarnos por años,
Tu mejilla se volvió pálida y fría,
Y más frío tu beso;
En verdad aquella hora predijo
El dolor de esta.
El rocío de la mañana
Se hundió gélido en mi frente -
Se sintió como el anuncio
De lo que siento hoy.
Todos tus votos están rotos,
Y ligera es tu fama;
Escucho decir tu nombre,
Y comparto su vergüenza.
Te nombran frente a mí,
Un toque lúgubre en mi oído;
Un estremecimiento viene a mí -
¿Por qué te quise tanto?
No saben que te conocí,
Aquellos que te conocen demasiado bien: -
Por mucho, mucho tiempo he de arrepen-
tirme de tí,
Demasiado hondo como para expresar.
En secreto nos encontramos -
En silencio me lamento,
De que tu corazón pudiese olvidar,
Tu espíritu engañar.
Si llegara a encontrarte
Tras largos años,
¡Cómo habría de saludarte! -
Con silencio y lágrimas.
***
Acuérdate de mí
Llora en silencio mi alma solitaria,
excepto cuando está mi corazón
unido al tuyo en celestial alianza
de mutuo suspirar y mutuo amor.
Es la llama de mi alma cual lumbrera,
que brilla en el recinto sepulcral:
casi extinta, invisible, pero eterna...
ni la muerte la puede aniquilar.
¡Acuérdate de mí!... Cerca a mi tumba
no pases, no, sin darme una oración;
para mi alma no habrá mayor tortura
que el saber que olvidaste mi dolor.
Oye mi última voz. No es un delito
rogar por los que fueron. Yo jamás
te pedí nada: al expirar te exijo
que vengas a mi tumba a sollozar.
***
Sol del que triste vela...
¡Sol del que triste vela,
astro de cumbre fría,
cuyos trémulos rayos de la noche
para mostrar las sombras sólo brillan.
!Oh, cuánto te asemeja
de la pasada dicha
al pálido recuerdo, que del alma
sólo hace ver la soledad umbría!
Reflejo de una llama
oculta o extinguida,
llena la mente, pero no la enciende;
vive en el alma, pero no lo anima.
Descubre cual tú, sombras
que esmalta o acaricia,
y como a ti, tan sólo la contempla
el dolor mudo en férvida vigilia.
4
Shelley: Himno a la belleza intelectual
La terrible sombra de algún poder oculto
Flota velada entre nosotros, -pasa por
Este mundo con alas inconstantes,
Como el viento del estío arrastrándose de flor en flor-
Como la luna demorándose en las montañas,
Que visita con su mirada impaciente
Cada rostro y corazón humano;
Como los tonos y las melodías del ocaso,
Como las amplias nubes bajo las estrellas,
Como el recuerdo de una música perdida;
Como la nada que por su gracia nos es querida,
Y sin embargo, más querida aún por su misterio.
Espíritu de Belleza, que consagras con tu sutileza,
Brillando sobre el pensamiento y la forma humana
¿Hacia dónde te has ido?
¿Por qué pasas de largo y nos dejas atrás
En este vasto valle de lágrimas, solos y desolados?
Pregunta por qué el sol no teje para siempre
Al arcoiris sobre el río joven de la montaña,
Por qué la nada debe desvanecerse y caer en lo que una vez
fue,
Por qué el miedo y el sueño, la muerte y el nacimiento
Derraman sobre el día de esta tierra su oscuridad,
Por qué el hombre siente con pasión el odio y el amor,
La esperanza y la desazón.
Ninguna voz de algún mundo sublime, ni sabio
Ni poeta jamás ha elevado sus respuestas.
Por lo tanto, los nombres del Demonio, Fantasmas y Cielos
Permanecen en el recuerdo de su vano empeño,
Frágiles hechizos -cuyo encanto pronunciado no lastima-
De todo lo que vemos y oímos,
Duda, azar, cambio.
Tu luz por sí sola, como la niebla cayendo por la montaña,
O la música enviada por el viento nocturno
Que tiembla en las cuerdas de un instrumento inmóvil,
O el brillo lunar sobre el estanque en la medianoche,
Nos brinda gracia y verdad en este inquieto sueño de vida.
Amor, esperanza y autoestima, son como nubes
Que se apartan y retornan en un momento incierto.
El hombre fue inmortal, y omnipotente,
Hasta que tú, desconocida y horrible como eres,
Encerraste tu gloriosa marcha dentro de su corazón.
Tú, mensajero de simpatías,
Que resbalas y disminuyes en los ojos de los amantes,
Tú, que del pensamiento humano eres alimento,
Como la oscuridad a una llama moribunda,
No huyas como tu sombra vino,
No huyas, evitando la tumba que será,
Como la vida y el horror, una oscura realidad.
Si bien de niño he tratado con fantasmas, corriendo
A través de muchas y ansiosas cámaras, cuevas, ruinas,
Y estrellas de madera, persiguiendo con pasos temerosos
La esperanza de un diálogo con los queridos muertos.
Invoqué los nombres venenosos de los que nuestra juven-
tud se alimenta;
No fui escuchado -Yo no los ví-
Cuando sonaba profundo en el espacio vital,
En aquel dulce momento
donde el viento confiesa todos los secretos;
De repente, tu sombra cayó sobre mí,
Me encogí, y froté mis manos en éxtasis.
Prometí que dedicaría mis facultades
A tí y sólo a tí -¿No he honrado mi voto?-
Con el corazón palpitante y los ojos luctuosos, aún ahora
Convoco a los fantasmas de un millar de horas,
Cada uno desde su tumba silenciosa: En soñadas alcobas
De celosos estudios o placenteras ternuras,
Han contemplado conmigo la envidiosa noche.
Saben que ninguna alegría iluminó mi frente,
Desencadenada con la esperanza de que habrás de liberar
Este mundo de su oscura esclavitud,
Que tú, horrible encantadora,
Nos darás todo lo que estas palabras no pueden expresar.
El día se hace más solemne y sereno
Cuando pasa el mediodía -hay una armonía
En el otoño que resplandece en el cielo,
Y que durante el verano no es vista ni oída,
Como si no pudiese ser, como si no fuese.-
Así pues, deja que tu poder, que desciende
Igual a la naturaleza de mi pasiva juventud,
Inunde mi propia vida con su calma;
A este que te adora en cada forma que te contiene,
Y a quien. Espíritu Justo, tus conjuros obligan
A temerse a sí mismo, y a amar a toda la humanidad.
Percy Bysshe Shelley (1792-1822)
5
John Keats, Al sueño
La Caída De Hiperión (sueño)
Tienen los locos sueños donde traman
elíseos de una secta. Y el salvaje
vislumbra desde el sueño más profundo
lo celestial. Es lástima que no hayan
transcrito en una hoja o en vitela
las sombras de esa lengua melodiosa
y sin laurel transcurran, sueñen, mueran.
Pues sólo la Poesía dice el sueño,
con hermosas palabras salvar puede
a la Imaginación del negro encanto
y el mudo sortilegio. ¿Quién que vive
dirá: “no eres poeta si no escribes
tus sueños”? Pues todo aquel que tenga alma
tendrá también visiones y hablará
de ellas si en su lengua es bien criado.
Si el sueño que propongo lo es de un loco
o un poeta tan sólo se sabrá
cuando mi mano repose en la tumba.
Soñé que en un lugar estaba donde
palmera, haya, mirto, sicomoro
y plátano y laurel formaban bóvedas
cerca de manantiales cuya voz
refrescaba mi oído y donde el tacto
de un perfume me hablaba de las rosas.
Vi un árbol de boscaje recubierto
por parras, campanillas, grandes flores (…)
***
John Keats, Oda a una urna griega
Tú, todavía virgen esposa de la calma,
criatura nutrida de silencio y de tiempo,
narradora del bosque que nos cuentas
una florida historia más suave que estos versos.
En el foliado friso ¿qué leyenda te ronda
de dioses o mortales, o de ambos quizá,
que en el Tempe se ven o en los valles de Arcadia?
¿Qué deidades son ésas, o qué hombres? ¿Qué doncellas
rebeldes?
¿Qué rapto delirante? ¿Y esa loca carrera? ¿Quién lucha por
huir?
¿Qué son esas zampoñas, qué esos tamboriles, ese salvaje
frenesí?
Si oídas melodías son dulces, más lo son las no oídas;
sonad por eso, tiernas zampoñas,
no para los sentidos, sino más exquisitas,
tocad para el espíritu canciones silenciosas.
Bello doncel, debajo de los árboles tu canto
ya no puedes cesar, como no pueden ellos deshojarse.
Osado amante, nunca, nunca podrás besarla
aunque casi la alcances, mas no te desesperes:
marchitarse no puede aunque no calmes tu ansia,
¡serás su amante siempre, y ella por siempre bella!
¡Dichosas, ah, dichosas ramas de hojas perennes
que no despedirán jamás la primavera!
Y tú, dichoso músico, que infatigable
modulas incesantes tus cantos siempre nuevos.
¡Dichoso amor! ¡Dichoso amor, aun más dichoso!
Por siempre ardiente y jamás saciado,
anhelante por siempre y para siempre joven;
cuán superior a la pasión del hombre
que en pena deja el corazón hastiado,
la garganta y la frente abrasadas de ardores.
¿Éstos, quiénes serán que al sacrificio acuden?
¿Hasta qué verde altar, misterioso oficiante,
llevas esa ternera que hacia los cielos muge,
los suaves flancos cubiertos de guirnaldas?
¿Qué pequeña ciudad a la vera del río o de la mar,
alzada en la montaña su clama ciudadela
vacía está de gentes esta sacra mañana?
Oh diminuto pueblo, por siempre silenciosas
tus calles quedarán, y ni un alma que sepa
por qué estás desolado podrá nunca volver.
¡Ática imagen! ¡Bella actitud, marmórea estirpe
de hombres y de doncellas cincelada,
con ramas de floresta y pisoteadas hierbas!
¡Tú, silenciosa forma, tu enigma nuestro pensar excede
como la Eternidad! ¡Oh fría Pastoral!
Cuando a nuestra generación destruya el tiempo
tú permanecerás, entre penas distintas
de las nuestras, amiga de los hombres, diciendo:
«La belleza es verdad y la verdad belleza»... Nada más
se sabe en esta tierra y no más hace falta.
6
Leopardi, La vida solitaria
La matutina lluvia - cuando alegre
en la encerrada estancia la gallina
bate sus alas, y al balcón se asoma
el lugareño, y cuando el sol naciente
va traspasando con sus rayos trémulos
las gotas mientras caen -, en mi cabaña
dulcemente llamando, me despierta.
Me levanto, y las nubes, el murmullo
primero de los pájaros, el aura
y los campos gratísimos bendigo.
pues de sobra os conozco, infaustos muros
De la ciudad, adonde el odio sigue
y acompaña al dolor, donde afligido
vivo y muy pronto moriré, ¡ay! Alguna
-aunque escasa- piedad por mí revela
Natura en estos sitios, ¡oh!, en un tiempo
más amable conmigo. Tú desvías
del mísero la vista, y desdeñando
desventuras y afanes, a la reina
felicidad te entregas, ¡oh Natura!
no resta al infeliz en cielo o tierra
otro amigo o refugio sino el hierro.
Me siento en solitario puesto a
veces
en un cerro, a la orilla de algún lago
coronado de plantas taciturnas.
Allí, cuando en el cielo es mediodía,
su imagen apacible el sol refleja,
ni hoja ni hierba agítanse en el viento;
no se encrespan las ondas; la cigarra
no canta ni sus plumas bate al pájaro;
no hay mariposas; voz o movimiento
no oigo o veo a lo lejos ni a mi lado.
Hondísima quietud tiene esa orilla,
donde casi del mundo y de mí mismo
me olvido, inmóvil; y mis miembros suel-
tos
paréceme que yacen, sin que espíritu
o sentido los muevan, y su calma
con el silencio del lugar se funde.
Amor, amor, volaste ya muy lejos
de mi pecho, que un día al rojo vivo
de tan ardiente estuvo. Con fría mano
lo oprime la desdicha y se ha hecho hielo
en la flor de la edad. Recuerdo el tiempo
en que a mi alma bajaste. Era aquel dulce
e irrevocable tiempo en el que se abre
a la mirada juvenil la escena
desdichada del mundo, y le sonríe,
como si fuera paraíso. Al joven,
el corazón le late de esperanza
y de deseo en el pecho, y se dispone
a afrontar el vivir cual danza o juego
el mísero mortal. Pero tan pronto
como te hube advertido, amor, mi vida
destrozó la fortuna, y a estos ojos
ya sólo les quedaba el llorar siempre.
Si en ocasiones por el campo abierto,
en la callada aurora, o cuando fulgen
bajo el sol tejas, lomas y campiñas,
hallo de hermosa muchachita el rostro;
o si acaso en la calma placentera
de estiva noche –el errabundo paso
ya de regreso al pueblo deteniendo-
la yerma tierra miro, y de una joven
que aún prosigue en la noche sus labores
oigo sonar en la apartada estancia
el expresivo canto, se estremece
mi corazón de piedra, ¡ay!, mas retoma
pronto el férreo sopor, que le es extraña
toda grata emoción al pecho mío.
¡Oh cara luna!, a cuyo rayo plácido
danzan las liebres en el bosque, e irritan
por la mañana al cazador, que halla
rastros falsos y de las madrigueras
vario error lo desvía. ¡Salve, oh reina!
de las noches benigna! Adverso baja
tu rayo a matorrales y barrancos,
a edificios desiertos y al acero
del pálido ladrón, que atentamente
el fragor de caballos y de ruedas
oye de lejos, o el rumor de pasos
en la calle silente, y de improviso,
con ruido de armas, voz muy bronca
y mala catadura, el pecho hiela
del viandante, a quien deja medio muerto
y desnudo en el suelo. Adversa llega
por ciudadanas calles la blancura
de tu luz al amante vil, que ronda
los muros de las casas y anda oculto
en la sombra, y se para y se amedrenta
cuando una luz se enciende o cuando se
abre
algún balcón. Opuesta a los malvados,
a mí siempre benigna la faz tuya
será en estos lugares, donde sólo
gratos alcores y espaciosos campos
ofreces a mi vista. Yo solía,
aunque inocente fuera, a tu gracioso
rayo agraviar si en habitados sitios
me hacía visible a la mirada humana
o a mis ojos mostraba humanas formas.
Lo alabaré ya siempre, bien te observe
deslizarte entre nubes, bien te vea
-dominadora del etéreo campo-
mirar serena esta infeliz morada.
A mí me verás siempre solo y mudo
errar por bosques y riberas verdes,
o sentado en la hierba, satisfecho
si para suspirar fuerzas me quedan.
Traducción de Eloy Sánchez Rosillo
7
Víctor Hugo, Lise
Yo tenía doce años; dieciséis ella al menos.
Alguien que era mayor cuando yo era pequeño.
Al caer de la tarde, para hablarle a mis anchas,
esperaba el momento en que se iba su madre;
luego con una silla me acercaba a su silla,
al caer de la tarde, para hablarle a mis anchas.
¡Cuánta flor la de aquellas primaveras marchitas,
cuánta hoguera sin fuego, cuánta tumba cerrada!
¿Quién se acuerda de aquellos corazones de antaño?
¿Quién se acuerda de rosas florecidas ayer?
Yo sé que ella me amaba. Yo la amaba también.
Fuimos dos niños puros, dos perfumes, dos luces.
Ángel, hada y princesa la hizo Dios. Dado que era
ya persona mayor, yo le hacía preguntas
de manera incesante por el solo placer
de decirle: ¿Por qué? Y recuerdo que a veces,
temerosa, evitaba mi mirada pletórica
de mis sueños, y entonces se quedaba abstraída.
Yo quería lucir mi saber infantil,
la pelota, mis juegos y mis ágiles trompos;
me sentía orgulloso de aprender mi latín;
le enseñaba mi Fedro, mi Virgilio, la vida
era un reto, imposible que algo me hiciera daño.
Puesto que era mi padre general, presumía.
Las mujeres también necesitan leer
en la iglesia en latín, deletreando y soñando;
y yo le traducía algún que otro versículo,
inclinándome así sobre su libro abierto.
El domingo, en las vísperas, desplegar su ala blanca
sobre nuestras cabezas yo veía a los ángeles.
De mí siempre decía: ¡Todavía es un niño!
Yo solía llamarla mademoiselle Lise.
Y a menudo en la iglesia, ante un salmo difícil,
me inclinaba feliz sobre su libro abierto.
Y hasta un día, ¡Dios mío, Tú lo viste!, mis labios
hechos fuego rozaron sus mejillas en flor.
Juveniles amores, que duraron tan poco,
sois el alba de nuestro corazón, hechizad
a aquel niño que fuimos con un éxtasis único.
Y al caer de la tarde, cuando llega el dolor,
consolad nuestras almas, deslumbradas aún,
juveniles amores, que duraron tan poco.
***
El mendigo
Era un pobre que andaba en la escarcha y el viento.
Golpeé mi cristal; se detuvo delante
de mi puerta, que abrí con un gesto cortés.
Regresaban los asnos del mercado del pueblo,
con labriegos sentados en las toscas albardas.
Era el viejo que vive en aquella casucha
que está al pie de la cuesta, y que sueña esperando,
solitario, una luz de ese cielo tan triste,
de la tierra unos céntimos, el que tiende sus manos
hacia el hombre y las junta conversando con Dios.
Le grité: Puede entrar y caliéntese un poco.
Quise saber su nombre. Él tan sólo me dijo:
Yo me llamo el mendigo. Le cogí de la mano:
Adelante, buen hombre. Y ordené que trajeran
una jarra de leche. El anciano temblaba
por el frío; me hablaba, mientras yo, pensativo,
aunque hablándole, no conseguía escucharle.
Viene todo empapado, dije, tienda su ropa
aquí junto al hogar. Se arrimó más al fuego.
Vi su abrigo comido por polillas, que antaño
fuera azul, desplegado al calor de las llamas,
con mil puntos brillantes agujeros de luz
que mostraba el fulgor, ante la chimenea
como un cielo nocturno salpicado de estrellas.
Y entretanto secaba sus andrajos, chorreantes
de la lluvia y del agua de las hondas barrancas,
le veía como alguien que rebosa oraciones
y miraba, insensible a lo que ambos decíamos,
su sayal, refulgente de mil constelaciones.
***
Boz Dormido
Boz se había acostado roto por la fatiga
después de trabajar todo el día en su era;
luego se hizo la cama en el sitio de siempre:
Boz dormía muy cerca de sus trojes repletos.
Poseía este anciano mucho trigo y cebada,
y aunque rico era un hombre inclinado a ser justo;
su molino no tuvo jamás agua fangosa
y no había el infierno en su fragua llameante.
Era plata su barba como arroyo de abril,
ni maligna ni avara fue jamás su gavilla;
si veía pasar espigando a una pobre
ordenaba dejar las espigas adrede.
Era un justo que odiaba los senderos torcidos
con su cándida ropa toda de lino blanco,
y ante el pobre sus sacos derramados sin tregua
eran como una manar incesante de fuentes.
También era buen amo y un pariente muy fiel;
generoso a pesar de tender al ahorro;
las mujeres miraban más a Boz que a los jóvenes,
porque el joven es bello, pero el viejo es grandeza.
El anciano que vuelve al primer manantial
va hacia días eternos, deja atrás los cambiantes;
y aunque brilla la llama en los ojos del joven,
en los ojos del viejo puede verse la luz.