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Textos escogidos de San Francisco Javier

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Pontificia Universidad Javeriana

Textos escogidos de San Francisco Javier

Cartas de viaje

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SAN FRANCISCO JAVIER.

ÓLEO SOBRE TELA 192 X 112 CM.

ESCUELA SANTAFEREÑA.

PRINCIPIOS DEL SIGLO XVIII.

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Contenido

INTRODUCCIÓN

15

CRONOLOGÍA DE SAN FRANCISCO JAVIER

31

LA PREPARACIÓN DEL VIAJE A LISBOA

39

Carta N°.6. A los padres Ignacio de Loyola y

Nicolás Bobadilla (Lisboa 23 de julio de 1540)

42

Carta N°.7. A los padres Ignacio de Loyola y

Pedro Codacio (Lisboa 26 de julio de 1540)

59

LA TRAVESÍA HASTA EL ASIA POR ÁFRICA

63

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Carta N°.15. A sus compañeros residentes en

Roma (Goa, India. 20 de septiembre de 1542)

66

Carta N°.20. A sus compañeros residentes en

Roma (Cochín, India. 15 de enero de 1544)

87

LA MISIÓN A LAS MOLUCAS (INDONESIA)

121

Carta N°.55. A sus compañeros de Europa

(Amboina, Indonesia. 10 de mayo de 1546)

124

Carta N°.59. A sus compañeros residentes en

Roma (Cochín, India. 20 de enero de 1548)

149

Carta N°.70. Al padre Ignacio de Loyola

(Cochín, India. 12 de enero de 1549)

173

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LA MISIÓN AL JAPÓN

197

Carta N°.85. A la Compañía de Jesús, Europa

(Malaca, Malasia. 22 de junio de 1549)

200

Carta N°.90. A sus compañeros residentes en

Goa (Kagoshima, Japón. 5 de noviembre de 1549)

211

Carta N°.96. A sus compañeros de Europa

(Cochín, India. 29 de enero de 1552)

285

EL SUEÑO CHINO

309

Carta N°.125. Al padre Gaspar Barzeo, Goa

(Singapur. 21 de julio de 1552)

312

Carta N°.131. Al padre Francisco Pérez, Malaca

(Sanchón (Sancián) 22 de octubre de 1552)

317

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Carta N°.133. Al padre Gaspar Barzeo, Goa

(Sanchón (Sancián) 25 de octubre 1552)

325

Carta N°.137. A los padres Francisco Pérez,

Malaca, y Gaspar Barzeo, Goa

(Sanchón (Sancián) 13 de noviembre 1552)

328

CONCLUSIÓN

337

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Introducción

Luis Aurelio Castañeda, S. J.

La espiritualidad ignaciana es un servi-cio instruido a la misión de Cristo en las fronteras, existenciales y geográficas, de la Iglesia y del mundo. En el contexto del si-glo XVI, que estuvo marcado por la cultura del Renacimiento, los descubrimientos geográficos y la reforma católica triden-tina, la figura de Francisco Javier encarnó este modo de ser y de proceder, que podría ser inspirador para quienes se sientan mo-vidos por el don de la espiritualidad ig-naciana en los tiempos actuales. De esta manera, surge inmediatamente una pre-gunta: ¿cómo puede el santo patrono de la

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Cartas de viaje

Javeriana inspirar la misión y la visión de la universidad hoy?

Javier fue un universitario, maestro en Artes (filósofo) de una de las institu-ciones más importantes de su época, la Universidad de París. Allí fue compañe-ro de habitación y discípulo entrañable de San Ignacio de Loyola, quien lo atrajo a ser compañero de Jesús por medio de los Ejercicios Espirituales y de su testimo-nio de vida; invitándolo a una búsqueda trascendente, más allá de sus intereses autorreferenciales. Quedó así totalmente identificado con la Persona de Cristo cru-cificado y resucitado, despojado de todo y de sí mismo para los demás, con un cora-zón compasivo que le llamó a colaborar con la obra de la Trinidad en la historia de su tiempo. Francisco se comportaba como Jesús: oraba, enseñaba y curaba hasta las

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últimas consecuencias; y con ese fuego in-terior, no le tenía miedo a la muerte.

El santo profesó los votos de pobreza, castidad y obediencia como miembro de una comunidad religiosa, la Compañía de Jesús, haciéndose libre, por gracia de Dios, frente a cosas, personas y opciones, para una entrega generosa y gratuita a los demás. Se sentía así parte de una célula fe-cunda inserta en el cuerpo de la Iglesia y el mundo, desde la cual recibía constante-mente fuerzas para ir hasta los confines de la tierra (Cf. Mt 24, 14), que era su moción dominante. Procuraba vivir en los hospi-tales con los pobres y los enfermos o en lugares más austeros y humildes, tal como lo hacía Jesús, desde donde accedía a las cortes y a otros lugares de misión.

Javier era un apóstol, como es propio de la espiritualidad ignaciana, puesto que,

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movido por el Señor, se preocupaba por la salvación integral de otros y no solo de su propia santificación. Tenía la convicción, sentida y amada, de que Jesús es el futu-ro cierto y auténtico de la humanidad; no era solo un patrimonio para Europa sino para todo el mundo. Confesaba así con fir-meza la universalidad del Evangelio, que es la Persona de Jesús.

Nuestro patrono se encarriló en los cauces de Imperio Católico Portugués de África y Asia, pero no nos atrevemos a afirmar, como buen cristiano que era, que fuera meramente un agente de la monar-quía europea. Un atento seguimiento de su obra nos ayuda a distinguir su búsqueda del Reino de Dios de los reinos tempora-les, donde el acontecer de Dios estaba irre-mediablemente inmerso. Contemplando su vida nos hacen eco hoy las palabras de

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Jesús: “Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César” (Lc. 20, 25). Una acción pastoral, que teniendo incidencia pública, va más allá de la mera acción polí-tica y sus intereses particulares; el auténtico creyente ante todo busca hacer la voluntad de Dios.

Como miembro que era del Cuerpo de Cristo, es decir, de la comunidad de cre-yentes en Jesús Resucitado, el apóstol rea-lizó su misión desde su pertenencia a la Iglesia Católica, bajo el Romano Pontífice. Sus cristianos así eran personas y grupos de familias que libremente se adherían a la tradición eclesial latina; haciendo par-te de naciones o etnias (Paravas, tamiles, japoneses, etc.) que, apropiándose de un territorio, tenían costumbres culturales, sociales, políticas y económicas autócto-nas y, además, procuraban la legitimidad

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Cartas de viaje

de sus convicciones en sus contextos loca-les. Estableció varios puntos de misión en Goa, Pesquería, Travancor, Meliapur, Ma-laca, Amboina, Ternate, El Moro, Basséin, Thana, Ormuz, Cochín, Quilón y Japón; comunidades cristianas que existen hasta el día de hoy. Para irradiar el Evangelio en las naciones que visitaba convocaba a mi-norías convencidas, especialmente entre los pobres y los enfermos; pero también se dirigía a los estratos más cultos, racio-nales y pudientes; tendiendo así puentes entre los centros y las periferias. En un ambiente muy confuso, nuestro patrono sabía discernir aquello que es santo en la Iglesia de los yerros de los cristianos.

Javier le dio mucha importancia al bau-tismo, la confesión y la eucaristía, como sacerdote y buen católico. El primer sa-cramento, para integrar a las personas al

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Cuerpo de Cristo; el segundo, para reno-var conscientemente la conversión a Cristo y; el último, para profundizar la identidad con la Persona de Cristo y su comunidad. Expresaba la liturgia de manera sobria, como siempre ha sido característica en la espiritualidad ignaciana, manifestando con su comportamiento un culto espiri-tual, como lo dice San Pablo: “los exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcan sus cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será su culto espiritual” (Rm. 12, 1). Lo im-portante del culto era abrirse al misterio del Otro.

Además, Javier se servía de aquellas mediaciones, que permitían un conoci-miento mayor y más extendido de la Perso-na de Jesús, como hijo fiel de San Ignacio de Loyola: “porque el bien cuanto más

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Cartas de viaje

universal es más divino” (Constituciones, 622). Hacía así que la Iglesia fuera más ple-namente católica en los nuevos mundos que se “descubrían”, con la ayuda de per-sonas, lugares y centros multiplicadores, con su movilidad, usando de los medios que “tanto cuanto” ayudaban más a su mi-sión de sembrar el Evangelio y adaptando la fe a los diversos contextos culturales. Hizo pequeños compendios de lo esencial de la Doctrina Cristiana y se sirvió, no po-cas veces, de la memoria como técnica ca-tequética, que ha sido tan fecunda en toda la historia de la Iglesia.

Javier vivía en estado continuo de dis-cernimiento, en esa búsqueda y hallazgo de la voluntad de Dios en todas las situa-ciones de su vida que le hacía tener una visión espiritual de las cosas, procurando alcanzar al Dios siempre mayor. Nuestro

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patrono era así un contemplativo en la acción en realidades políticas, sociales y culturales concretas.

San Francisco Javier, a la manera de San Pablo y San Pedro Claver, se hizo “todo a todos para salvar a toda costa a algunos” (1 Co. 9, 22). Mostró con su testimonio el talante eclesial propio de la espiritualidad ignaciana que expresa el “rostro, el acen-to y el modo de todos los pueblos, de cada cultura, metiéndose en todos ellos, en lo propio del corazón de cada pueblo, para hacer allí una iglesia con cada uno, incul-turando el Evangelio y evangelizando cada cultura” (Papa Francisco a los jesuitas en la Congregación General 36).

Las cartas de viaje de San Francisco Ja-vier, con su empeño evangelizador y mi-sionero, debe leerse actualmente de otra manera, ya que la Iglesia no se mueve hoy

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Cartas de viaje

en el contexto sociopo-lítico y cultural de la cristiandad.1 El pueblo católico, interrogado en su fe por el secularismo y muchas tendencias contemporáneas, requie-re actualmente de una reiniciación cristiana innovadora, sobre todo entre los adultos y los jóvenes; para lo cual nuestro santo patrono inspira de manera creativa.

Hoy la misión de los jesuitas y de los colaboradores de esta vía a Dios, des-cendientes de la herencia javeriana, sean creyentes o personas de buena voluntad, está marcada por otras fronteras: el ser-vicio de la fe en un mundo secularizado, la promoción evangélica de la justicia, el

1 Una constela-ción sociopolítica y económica, en la cual la religión católica era el eje de cohesión so-ciocultural, que permeaba todas las instancias de la vida y del esta-blecimiento.

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diálogo intercultural e interreligioso, la reconciliación y el cuidado del planeta.

Por lo tanto, la travesía de Javier hoy, en nuestro contexto colombiano, no pue-de prescindir de su entorno neoliberal, global y secularizado; debe sumarse de-cididamente a la pretensión universitaria de la misión javeriana: “el logro de una sociedad justa, sostenible, incluyente, democrática, solidaria y respetuosa de la dignidad humana”.

En la época contemporánea, la misión entre los gentiles, tan propia de la espiri-tualidad ignaciana, donde Cristo es mal conocido, menos conocido o desconocido, no implica necesariamente la conversión a una tradición religiosa específica, sino a la participación creciente en un espíritu común. Una profunda espiritualidad más humana que conduce a la fraternidad, la

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solidaridad y la paz, sin que ello impida confesar libre y públicamente la fe. Hoy diríamos que la Iglesia es más plenamente católica cuando busca los puntos de inter-sección entre las distintas cosmovisiones de la vida de un contexto determinado.

Javier en esa época consideraba que el proselitismo religioso era una llamada de Dios. Hoy se considera “veneno para la unidad” y para el desafío ecuménico, es decir, para la unidad de los cristianos, como siempre ha sido el deseo de Jesucris-to (Francisco a los luteranos con motivo de los 500 años de la Reforma), lo cual no excluye la conversión o la transformación interior entre los correligionarios o entre quienes comparten la misma fe o hacen una elección libre por una llamada de Dios, como es propio de la Nueva Evangeli-zación propuesta por el Papa Juan Pablo II,

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o entre quienes comparten idéntica espiri-tualidad o la búsqueda de un modo de ser y de proceder que sea incluyente.

Lo esencial de la espiritualidad igna-ciana hoy lo podríamos sintetizar así: un liderazgo centrado en la Persona de Jesús, de hombres y mujeres para y con los de-más, desde la Iglesia Católica y para todo el mundo. Un liderazgo inserto en el contex-to cultural concreto en el cual se despliega, sin exclusiones de ningún tipo, favorecien-do especialmente a los más pobres y vulne-rables y procurando el cuidado del medio ambiente, por la apertura a una fuerza in-terior que conduce hasta la vida eterna.

Presentaremos algunas cartas com-pletas y extractos de las cartas de Javier,² siguiendo una trayectoria cronológica, con un brevísimo comentario que refuerza algún rasgo específico de la espiritualidad

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ignaciana o dato explicativo para el lector.Hoy como ayer, el anuncio de Jesucris-

to es una gran riqueza para la humanidad. La manera de comunicarlo variará según los “tiempos, lugares y personas”. Dejemos que la travesía de Javier, fiel hijo de San Ignacio, con sus mismas palabras sea quien motive nues-tro servicio universitario hoy. Confesando a Cristo a la manera de Ignacio, en el contexto del siglo XXI, que es plural, global, seculariza-do y respetuoso de las opciones diversas.

² El texto y la nu-meración de los documentos en esta edición co-rresponden a la publicación del P. Félix Zubi-llaga, BAC, Ma-drid, 1968.

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Cronología de San Francisco Javier

BIOGRAFÍA

1506, abril 7: Nace en el castillo de Javier (Navarra)1525: Viaja a París para estudiar en la universidad.1529: Comparte habitación con Iñigo de Loyola y Pedro Fabro en el Colegio de Santa Bárbara de la Universidad de París. 1530: Obtiene el título de maestro en Artes de la Universidad de París.1534, agosto 15: Hace los votos de pobreza, castidad y de peregrinar a Tierra Santa o, en su defecto, ponerse a disposición del Papa, en la capilla de Montmartre (París), con San Ignacio y cinco compañeros más.1534: Hace los Ejercicios espirituales de mes bajo la orientación de Ignacio de Loyola.1537: Es ordenado sacerdote en Venecia.

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1538: Viaja a Roma con sus compañeros para impetrar la bendición del Papa antes de su viaje a Tierra Santa.1539: Se pone, con todos sus compañeros, a disposición del Papa para que los envíe a cualquier parte del mundo, dadas las difi-cultades de ir a Jerusalén por la guerra con los turcos.1539: Se ofrece libremente, con otros diez, a emitir un voto de obediencia a uno de sus compañeros con el fin de instituir la Com-pañía de Jesús, que debía ser dispersada por el Papa a distintas misiones.1540: Partida misionera a oriente.1552 Isla de Sancián (hoy Shangchuan):Muere a los 46 años. Había recorrido 120 000 kilómetros, aproximadamente tres veces la circunferencia de la tierra.

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VIAJES MISIONEROS

Preparación del viaje a Lisboa- En Roma es destinado a las Indias por San Ignacio de Loyola: 1540.- Lisboa (35 años): 1540.

Primer viaje De Europa a la India- Brasil: 1541.- Mozambique: 1541.- Goa: 1542.- Costa de Pesquería: 1542.- Ceilán: 1544.

Segundo viaje De la India al suroeste asiático- Santo Tomé de Meliapur: 1545.- Malaca: 1545.- Amboina: 1546.

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- Maluco: 1547.- Malaca: 1547.

Tercer viajeDel suroeste asiático al Japón- Malaca: 1549.- Kagoshima: 1549.- Isla de Hirado: 1550.- Yamaguchi: 1550.- Meaco (actual Kioto): 1551.- Yamaguchi: 1551.

Cuarto viajeDe Japón a India con destino a China- Goa: 1552.- Malaca: 1552.- Isla de Sancián (hoy Shangchuan): 1552. Muere a los 46 años.

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LA PREPARACIÓN

DEL VIAJE A LISBOA

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Por la enfermedad e inconvenientes de otros compañeros, el P. Ignacio de Loyola, su padre espiritual y general de la naciente Compañía de Jesús, le pide súbitamente a Francisco Javier que los reemplace en la misión de Asia. Nuestro santo acepta in-mediatamente y en su viaje, pasando por Lisboa (Portugal), aprovecha para evange-lizar en la capital del imperio. Hemos es-cogido para este capítulo la carta 6, que presentaremos completa, y algunos extrac-tos de la carta 7 de nuestro patrono.

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Carta 6. A los padres Ignacio de Loyola y Nicolás Bobadilla, Roma

Lisboa, 23 de julio de 1540

[La razón de ser de su travesía.] La gra-cia y amor de Cristo nuestro Señor sea siempre en nuestra ayuda y favor. Amén.

[Enviado por Ignacio a las Indias, vio en ciertas autoridades políticas un liderazgo favorable a la evangelización.] Muchos y continuos fueron los beneficios que Cristo nuestro Señor nos hizo viniendo de Roma para Portugal, donde tardamos en el ca-mino, antes de llegar a Lisboa, más de tres meses, y en tan luengo camino y con tan-tos trabajos venir siempre con mucha salud el señor embajador (Don Pedro de Masca-renhas, Embajador portugués en Roma) con toda su casa, desde el mayor hasta el menor, cosa es para dar muchos loores y

1.

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gracias a Cristo nuestro Señor; pues, ultra su común concurso, especialmente ponía su mano para de todos peligros librarnos así al señor embajador, para gobernar con tal orden toda su casa, que parescía más casa de religión que de seglar, confesán-dose y comulgándose muchas veces; y los criados, imitándole, tomando ejemplo en él, hacían lo mismo, hasta tanto que, vi-niendo por los caminos, no pudiendo ha-llar disposición en las posadas, donde llegábamos, para confesar sus criados, era menester desviarnos del camino, y apeán-donos solía confesar.

[Veía la mano de Dios en todos los acontecimientos del camino.] Viniendo por Italia, quiso nuestro Señor mostrarse milagrosamente en uno de sus criados, en aquel que estuvo allá en Roma para po-nerse fraile, que, pasando una rivera muy

2.

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Cartas de viaje

grande contra la voluntad de todos, fue tan grande la fuerza del río, que en presencia de todos a él y al caballo llevó el agua más que donde la posada donde os dejamos en Roma, hasta San Luis (de los franceses); y quiso Dios nuestro Señor oír las devo-tas oraciones de su siervo el embajador, el cual eficazmente, con todos los suyos, no sin lágrimas rogaba instantemente al Se-ñor que lo librase; así quiso nuestro Señor librarlo, más milagrosamente que huma-namente. Este era un caballerizo suyo, el cual holgara más, el tiempo que andaba sobre el agua, estar en el monasterio que donde se hallaba, pesándole mucho haber diferido tanto lo que mucho deseaba ha-ber cumplido. Díjome cuando le hablé, que todo el tiempo que anduvo sobre el agua para perderse, sin ninguna esperanza de salvarse, que no le daba otra cosa tanta

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Textos escogidos de San Francisco Javier

pena como de haber vivido tanto tiempo sin disponerse a morir; y con esto junta-mente me decía que le llegaba mucho en la ánima no haber cumplido y puesto por obra lo que Dios nuestro Señor le había comenzado acerca de su modo de vivir, de manera que daba ánimo a todos; y quedó tan espantado, que parescía que venía del otro mundo: con tanta eficacia hablaba de las penas del otro mundo, como si de ellas tuviera experiencia, diciendo que quien en vida no se dispone a morir, a la hora de la muerte no tiene ánimo para acordarse de Dios. Hablaba este buen hombre lo que por experiencia vino a saber, y no por haberlo leído ni oído decir, sino por haber pasado por ello. Mucha compasión tengo a muchos de nuestros amigos y conoscidos, temién-dome que tanto difieran sus buenos pensa-mientos y deseos de servir a Dios nuestro

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Señor, que, cuando los quieran poner en ejecución, no tengan tiempo ni sazón.

[La alegría de encontrarse hasta me-joró físicamente a su entrañable compa-ñero Simón Rodríguez.] El día que llegué en Lisboa, hallé a nuestro Simón, que aquel mesmo día esperaba la cuartana; y con mi venida fue tanto el placer que rescibió, y tanto el mío con el suyo, y juntados entram-bos placeres causaron tal efecto, que echa-ron fuera la cuartana, de manera que aquel día ni otro le tomó la fiebre, y esto ha ya un mes. El está muy bueno y hace mucho fruto.

[Descubre en Lisboa a muchas personas que recibiendo los Ejercicios Espirituales podrían ser colaboradores de la misión de Cristo.] De acá os hago saber cómo hay mu-chas personas devotas nuestras, y tantas, que tenemos mucho trabajo en no poder

3.

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4.

cumplir con todas, por ser ellas personas de cualidad y por no tener tiempo.

Acá hay muchas buenas personas que viven con deseos de servir a nuestro Señor, si hubiese quien les ayudase, dándoles al-gunos ejercicios espirituales, para poner en obra el bien que de día en día difieren de hacer; pues por presto que comiencen los hombres de hacer lo bueno que saben, hallarán por cuenta, queriendo bien mirar en ello, que tardaron de ponerlo por obra. Este conocimiento entero ayuda a muchos para despertarse y para que no hallen paz donde no la hay, principalmente aquellos que, contra toda razón, procuran de traer a nuestro Señor adonde ellos desean, no que-riendo ir a donde Dios nuestro Señor los llama; dejándose guiar más por sus des-ordenadas afecciones, que por los buenos deseos que en ellos habitan; destos es de

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tener más compasión que envidia, viéndo-los caminar tanto cuesta arriba y por un camino tan difícil y peligroso, y en pago de tantos trabajos venir a parar en un fin tan trabajoso.

[El Rey Juan III quiso aprovechar el vi-gor evangélico de Javier para evangelizar a los jóvenes de la corte.] Después que pasa-ron tres o cuatro días que llegamos en esta ciudad, el rey nos mandó llamar y nos reci-bió muy benignamente. Estaba él sólo con la reina en una cámara donde estuvimos más de una hora con ellos, y nos deman-daron muchas particularidades acerca de nuestro modo de proceder y del modo que nos conocimos y juntamos, y cuáles fue-ron nuestros primeros deseos, de nuestras persecuciones de Roma; y mucho se holga-ron de saber cómo se manifestó la verdad, y de que llevamos tanto la cosa adelante,

5.

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que vino a conoscerse la verdad de lo que nos imponían. Desea mucho su alteza ver la sentencia que se dio en nuestro favor. To-dos se edifican acá de que llevamos tanto la cosa adelante hasta que se diese la senten-cia; y tanto se edifican, que les paresce que si la cosa no se hiciera como se hizo, que nunca hiciéramos fruto ninguno; y al pa-recer de los de acá, nunca cosa mejor hici-mos que llevarlo por sentencia y se viese la verdad. El rey y la reina se holgaron mucho con nosotros en estar al cabo de nuestras cosas; y al fin de todas las pláticas su alteza mandó llamar su hija la infanta y a su hijo el príncipe para que los viésemos, y dionos parte de los hijos y hijas que nuestro Señor le había dado, y de los que se le han muerto y de los que viven.

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Cartas de viaje

Y así el rey como la reina nos mostraron mucho amor. Encomendónos mucho su alteza (Juan III de Portugal) aquel mesmo día que le hablamos, que confesásemos los gentiles hombres mancebos de su corte, porque el rey ha hecho una constitución en su corte, que todos los gentiles hombres mancebos se confiesen de ocho a ocho días; y nos encomendó mucho que mirásemos por ellos, diciéndonos su alteza que si de mancebos conocen a Dios y le sirven, que cuando fueren grandes darán mucha buena existimación; y siendo ellos cuales deben ser, que la otra gente baja tomará ejemplo de ellos, y así se reformarán los seculares de su reino: teniendo por cierto que, refor-mados los nobles, gran parte de su reino será reformada. Cosa es mucho para ma-ravillar y para dar muchas gracias a nues-tro Señor, en ver cuán celoso de la gloria de

6.

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Textos escogidos de San Francisco Javier

Dios nuestro Señor sea el rey, y cuánto sea afectado a todas cosas pías y buenas; y to-dos los de la Compañía le debemos mucho por una buena voluntad que nos tiene, así a todos los de allá como a los de acá. Díjome el embajador, que habló al rey después que le hablamos, y que le dijo el rey, su señor, que holgarían mucho de tenernos acá a to-dos los que somos de una compañía, aun-que le costase parte de su hacienda.

[Viendo el fruto que hacían en Lisboa, les auguran mucha eficacia en Asia.] Pro-curan acá muchas personas conoscidas nuestras, de impedir nuestra partida para las Indias, pareciéndoles que acá haremos más fruto en confesiones, particulares conversaciones, ejercicios espirituales, en ministrar los sacramentos y exhortando las personas a las frecuentes confesio-nes y comuniones, y en predicar, que si

7.

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fuésemos a las Indias. Procura el confesor del rey y el predicador que no vamos, sino que quedemos acá, diciendo que haremos más fruto. Cosa es para maravillar el fruto que dicen que habemos de hacer en las In-dias: y esto dicen personas que han estado allá muchos años, por ver la gente muy apa-rejada para recibir la fe de Cristo nuestro Señor, diciendo que, si este modo de pro-ceder, tan remoto de toda especie de ava-ricia, tenemos allá, como lo tenemos acá, que no dudan sino que en pocos años con-vertiremos dos o tres reinos de idólatras a la fe de Cristo, cuando en nosotros vieran y conocieren que no buscamos otro sino la salud de las ánimas. Grande es la espe-ranza que acá nos dan los que han estado muchos años en las Indias, del fruto, que allá habemos de hacer en servicio de Dios nuestro Señor.

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[La libertad interior es un criterio muy importante para la selección de los misio-neros a la India.] Acá mucho procuramos de buscar algunos clérigos, los cuales, por solo servicio de Dios y salvación de las áni-mas, quieran ir a las Indias con nosotros. Paréscenos al presente que en ninguna cosa más podemos acá servir al Señor, que en buscar alguna compañía; porque siendo una docena de clérigos, todos de una mesma voluntad y querer, no es menos sino que habemos de hacer mucho fruto; y acá ya se van descubriendo algunos. Un clérigo, conoscido nuestro de París, nos ha prometido de venir con nosotros, y morir y vivir con nosotros, y de ir con los mesmos deseos que vamos. Este creemos que será muy cierto, porque tiene dadas muchas prendas de sí. Hay otro de epístola, que en breve será clérigo, que se ofresce de mucha

8.

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voluntad; y sin esto, está un doctor médico, muy conoscido nuestro de París, que tiene prometido de venir con nosotros, y sola-mente de usar de medicina, según viere que le ayuda para salvar las ánimas y traerlas en conocimiento de su Creador y Señor, y no por interés temporal. Siempre procuramos y mucho miramos de juntarnos con perso-nas apartadas de toda avaricia; y no nos contentamos que sean apartadas de avari-cia, más aun de toda especie de avaricia, de tal suerte, que ningunos puedan sospe-char de nosotros que vamos más buscando lo temporal que lo espiritual.

[Todo el tiempo que estuvieron en Lis-boa fueron requeridos pastoralmente.] El rey habló a un obispo que mucho nos ama, y a un confesor suyo, para que predi-cásemos: nosotros, difiriéndolo por algu-nos días por primero entrar por las cosas

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bajas, no mostramos voluntad de querer predicar, aunque todos los que nos conos-cen no desean otra cosa. Su alteza mandó un día por nosotros; y después de muchas cosas pasadas, díjonos que holgaría que predicásemos; y así nos ofrescimos de mu-cha voluntad de lo hacer, así por obede-cerle, como por la esperanza que tenemos en Cristo nuestro Señor, que nos ha de fa-vorescer, para que podamos hacer algún fruto en las ánimas. Comenzaremos de este domingo que viene en ocho días, y no es menos sino que hagamos algún fruto, según los desta ciudad nos son aficionados. Lo que a nuestro Señor muy mucho roga-mos es que aumente la fe de aquellos que tienen de nosotros alguna opinión o es-peranza. Y por la opinión que de nosotros tienen, confiamos mucho en Dios nuestro Señor que, no mirando a nosotros, sino a la

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fe de los que nos desean oír, que nos ha de dar saber y gracia, para que podamos con-solarnos y predicarles las cosas que son ne-cesarias o útiles.

Por todos estos vuestros en el Señor carísimos, Francisco.

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Carta 7. A los padres Ignacio de Loyola y Pedro Codacio, Roma

Lisboa, 26 de Julio de 1540

[Daba los Ejercicios espirituales a potenciales multiplicadores del bien.] Agora, en este punto, vamos a dar Ejercicios a dos licen-ciados en teología, el uno muy famado predicador y el otro maestro de un her-mano del rey, del infante don Enriques; y con otras personas de cualidad hacémo-nos desear, creyendo que cuanto más lo desearen hacer, más se aprovecharán ha-ciéndolos. Cosa es para alabar a Dios nues-tro Señor, de ver muchos que se confiesan y comulgan.

[La formación en vida interior y no solo en letras es lo que pide esta vía a Dios.] Mirad lo que os paresce sobre Francisco de Estrada, de que venga a la universidad de

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Coímbra, porque acá para él y para otros no faltará lo necesario para sus estudios; y según la gente de acá es muy bien incli-nada a todas cosas pías y buenas, no du-damos sino que presto se hará acá en esta universidad algún colegio. Nosotros, an-dando el tiempo, no dejaremos de hablar al rey sobre una casa de estudiantes, y para esto sería menester que supiésemos vues-tra intención acerca de la manera que se ha de tener, y del que los ha de gobernar y el orden que han de tener para que crezcan más en espíritu que en letras, para que, cuando hablemos al rey, informemos del modo de vivir que han de tener los que es-tudiaren en nuestros colegios; y de todo esto escribidnos a largo.

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LA TRAVESÍA HASTA EL ASIA

POR ÁFRICA

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Como todos los portugueses y occidenta-les, Javier siguió la ruta marítima del co-mercio entre Europa y Asia; pasando por Brasil, África, el océano Índico, hasta la India. Esos fueron los cauces de su labor evangelizadora. La carta 15, que está com-pleta, da cuenta de esta travesía.

Presentaremos íntegra la carta 20, cuando Javier, ya en la India, con base en los conocimientos que ha recogido del contexto de los pueblos visitados, hace una descrip-ción de su estrategia misionera con perso-nas pobres, humildes y sencillas del sur de la India. Aquí explica sus técnicas catequé-ticas y su promoción vocacional misionera entre sus compañeros europeos; además, señala la importancia de un colegio, una obra educativa para jóvenes con el fin de transformar las futuras generaciones.

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Carta 15. A sus compañeros residentes en Roma

Goa (India), 20 de septiembre de 1542

[Las cartas eran un medio para ayudar a mantener la unión de los ánimos de un cuerpo misionero disperso por todo el mundo.] La gracia y paz de Cristo Señor nuestro sea siempre con nosotros. Amén.

Cuando de Lisboa partimos micer Paulo (un padre coadjutor espiritual de la Compañía de Jesús), Francisco de Mansi-llas (un estudiante de la Compañía de Je-sús) e yo, os escrebí muy largo de nuestra venida para la India; y así agora hago lo mismo, dándoos parte de nuestro viaje y llegada en la India, pues cuando de voso-tros partí, me mandasteis que fuese so-lícito en escrebiros muy largo de nuestra

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llegada en estas partes de la India, todas las veces que ser pudiese.

[Durante la travesía hubo frecuentes ocasiones para ejercitar el sacramento de la confesión.] Hágoos saber que nosotros partimos de Lisboa para la India a siete de abril, año de 1541, y llegamos a India a seis de mayo del año 1542; de manera que pusi-mos en el camino un año y más de Portu-gal a India, donde comúnmente no suelen poner más de seis meses. En la nao todo el tiempo que navegamos, siempre venimos de salud; todos veníamos en la nao donde venía el señor gobernado, y muy favoreci-dos dél. El tiempo que navegamos, no fal-taban en la nao confesiones, así de los que venían enfermos como de los sanos. Los domingos predicaba. Loado sea Dios nues-tro Señor, pues fue servido hacerme tanta merced, que, navegando por el señorío de

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los peces, hallase a quien su palabra ma-nifestase, y el sacramento de la confesión, por la mar no menos necesario que en la tierra, administrase.

[Ya desde los inicios se trataba de una misión en un ambiente plurireligioso.]Antes que pudiésemos pasar a estas par-tes de la India, llegamos en una isla que se llama Mozambique, donde invernamos cinco naos muy grandes con mucha gente, en la cual isla estuvimos seis meses, donde el rey de Portugal tiene una fortaleza. En esta ínsula hay un lugar de portugueses y otro de moros de paces. Adoleció mucha gente el tiempo que aquí estuvimos; mu-rieron algunos ochenta hombres. Noso-tros posamos (nos hospedamos) siempre en el hospital con los enfermos, teniendo cargo dellos. Micer Paulo y Mansilla ocu-pábanse de lo corporal, e yo en confesar y

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comulgar de continuo, no pudiendo acabar de cumplir con todos. Los domingos solía predicar: tenía mucho auditorio por estar el señor gobernador presente. Era muchas veces importunado de ir a confesar fuera del hospital; y no podía dejar de ir cuando algún hombre de manera estaba enfermo, o en otra cualquiera necesidad se ofreciese. De manera que no faltaron ocupaciones es-pirituales todo el tiempo que estuvimos en Mozambique. El señor gobernador y todos los nobles nos mostraban mucho amor y voluntad, y toda la gente de guerra, y por la gracia de Dios nuestro Señor, a edificación de todos ellos estuvimos en aquella isla por espacio de seis meses.

[La solidaridad con los enfermos de Mozambique.] De Mazambique a India hay 900 leguas; y cuando el señor goberna-dor de esta ínsula partió para venir a estas

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partes de la India (tomó la resolución de adelantarse a la flota para coger despre-venido a su predecesor y apresarlo), a esta sazón había muchos enfermos. Rogónos el señor gobernador que tuviésemos por bien de quedar en Mozambique algunos de nosotros, para mirar por los enfermos que quedaban en aquella tierra, los cuales no estaban en disposición de poderse em-barcar. Y así micer Paulo y Mansilla queda-ron ahí, por parecer del señor gobernador, y a mí mandóme que viniese con su se-ñoría, por cuanto él venía mal dispuesto, para confesarlo hallándose en necesidad; y así quedaron micer Paulo y Mansilla en Mozambique, e yo vine con el gobernador Agora cada día espero por ellos en las naos que han de venir de Mozambique este mes de septiembre.

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[Encontró que Goa era una gran ciu-dad cristiana, en medio de una población donde Cristo era desconocido.] Ha cuatro meses y más que llegamos a India, a Goa, que es una ciudad toda de cristianos, cosa para ver. Hay un monasterio de muchos frailes de la orden de San Francisco y una seo muy honrada y de muchos canónigos, y otras muchas iglesias. Cosa es para dar muchas gracias a Dios nuestro Señor en ver que el nombre de Cristo tanto florece en tan luengas tierras y entre tantos infieles.

[La travesía de Javier seguía la ruta de los cristianos dispersos por varios conti-nentes.] De Mozambique a Goa pusimos más de dos meses. Pasamos por una ciu-dad de moros, los cuales son de paces: llámase la ciudad Milinde (actualmente Malinde, Kenia, hacia el norte del pueblo de Mombasa), en la cual el más del tiempo

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suele haber mercaderes portugueses: y los cristianos que ahí mueren, entiérranse en unas tumbas grandes, las cuales hacen con cruces. Junto con esta ciudad hicieron los portugueses una cruz grande de piedra, dorada, muy hermosa. En verla, Dios nues-tro Señor sabe cuánta consolación recebi-mos, conociendo cuán grande es la virtud de la cruz, viéndola así sola y con tanta vi-toria entre tanta morería.

[Muchos morían en la travesía.] El rey desta ciudad de Milinde vino a ver el señor gobernador al galeón donde estaba, mos-trándole mucha amistad. En esta ciudad de Milinde fui a enterrar un hombre, el cual murió en nuestro galeón, donde se edifi-caron los moros de ver el modo de proce-der que tenemos los cristianos en soterrar los finados.

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8. [El diálogo interreligioso podía termi-nar en puntos de vista diversos, que de-bían respetarse.] Un moro de esta ciudad de Milinde, de los más honrados, me de-mandó que le dijese si las iglesias, donde nos solemos orar, si son muy visitadas de nosotros, y si somos férvidos en la ora-ción, diciéndome cómo entre ellos se per-día mucho la devoción, y si era así entre los cristianos; porque en aquella ciudad hay diecisiete mezquitas, y la gente ya no iba más de a tres mezquitas, y a éstas muy poca gente era la que iba. De manera que estaba muy confuso en no saber dónde pro-cedía perderse así la devoción: decíame que tanto mal no podía proceder sino de algún grande pecado. Después que hubimos ra-zonado un gran pedazo, él quedó con un parecer, yo con otro: de manera que no quedaba satisfecho de lo que le dije, que

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Dios nuestro Señor, siendo en todas sus co-sas fidelísimo, no descansaba con infieles, y menos con sus oraciones; y que ésta era la causa porque Dios quería que la oración entre ellos se perdiese, pues della no era servido. Un moro muy docto en la secta de Maomet, el cual era caciz, esto es, maestro, estaba en aquella ciudad: decía que si den-tro de dos años Maomet no viniese a visi-tarlos, que no había de creer más en él ni en su secta. Propio es de infieles y grandes pe-cadores vivir desconfiados: merced es que nuestro Señor les hace sin ellos conocerla.

[La compasión por los cristianos desam-parados, de la tradición de Santo Tomás, le movía a quedarse más tiempo con ellos.] De esta ciudad de Milinde, viniendo nuestro ca-mino para la India, fuimos a dar a una isla grande de 25 ó 30 leguas, la cual se llama So-cotora (Océano Índico), tierra desamparada

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y pobre; no se coge en ella trigo, ni arroz, ni millo, ni vino, ni fruta: es muy estéril y seca. Hay muchos dátiles; el pan de aquella tierra es de dátiles. Hay mucho ganado, y mantié-nense de leche, dátiles y carne.

Es una tierra de grandes calmas. La gente de esta ínsula son cristianos, al pa-recer de ellos: por tales se tienen. Précianse mucho de ser cristianos en los nombres, y así lo muestran. Es gente muy ignorante: no saben leer ni escrebir ni tienen libros ni escrituras: son hombres de poco saber. Hónranse mucho de decir que son cristia-nos. Tienen iglesias y cruces y lámparas. Cada lugar tiene su caciz (líder religioso); éste es como clérigo entre nos. No saben estos cacizes ni leer ni escrebir, ni tienen libros ni escrituras. Estos cacizes saben muchas oraciones de coro: van a la iglesia a media noche y a la mañana, y a hora de

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vísperas, y a la tarde a horas de completas, cuatro veces al día. No tienen campanas; con los palos llaman a la gente, como ha-cemos nosotros en la Semana Santa. No entienden los mismos cacizes las oracio-nes que rezan, porque no son en su lengua; creo que son en caldeo. Yo escrebí tres o cuatro oraciones de estas que ellos rezan. Fui dos veces a esta ínsula. Son devotos de Santo Tomé; dicen ellos que son de los cristianos que hizo Santo Tomé en estas partes. En las oraciones que rezan estos cacizes, dicen algunas veces alleluia, alle-luia, casi así pronuncian la aleluya como nosotros. Estos cacizes no bautizan ni saben qué cosa es bautizar. Las veces que fui a estos lugares, bauticé muchos mo-chachos; holgaban sus padres y madres porque los bautizaba. Con mucho amor y voluntad, de su pobreza me daban de lo

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que tenían, e yo contentábame con la vo-luntad con que querían darme de sus dá-tiles. Rogáronme mucho que quedase con ellos, y que todos, grandes y pequeños, se bautizarían. Dije al señor gobernador que me diese licencia, que yo quería quedar ahí, pues hallaba mies tan preparada. Y porque a esta isla vienen turcos y no es habitada de portugueses, y por no me dejar en peligro que me llevasen preso los turcos, no quiso el señor gobernador que quedase en aque-lla ínsula de Socotora, diciéndome que me había de enviar a otros cristianos que tie-nen tanta o más necesidad de doctrina que los de Socotora, donde haría más servicio a Dios nuestro Señor.

Estuve a unas vísperas que dijo un caciz. Detúvose una hora en decirlas. Nunca otro hacía sino incensar y rezar; en todo tiempo incensaba. Estos cacizes son casados. Son

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grandes ayunadores: cuando ayunan, no co-men pescado, ni leche, ni carne; antes se de-jarán morir. Hay mucho pescado en esta isla, mantiénense con dátiles y yerbas. Ayunan dos cuaresmas, y la una es de dos meses. Los que no son cacizes, si estas cuaresmas comen carne, no entran en las iglesias. Las mujeres no van a la iglesia en estas cuaresmas.

[Se requerirá mucho tiempo para al-canzar la tolerancia.] En aquel lugar había una mora, la cual tenía dos hijos peque-ños; yo quíselos bautizar, pensando que no eran hijos de moros. Ellos fueron huyendo de mí a su madre y dijéronle cómo yo los quise bautizar; y ella vino llorando a mí, que no los bautizase, porque ella era mora y no quería ser cristiana, ni menos quería que sus hijos lo fuesen. Los cristianos de la tierra me dijeron que en ninguna manera los bautizase, aunque su madre quisiese,

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porque ellos no eran contentos que moros fuesen merecedores de ser cristianos, ni habían de consentir que lo fuesen. Es gente muy enemiga de moros.

[Vivía en un hospital para evangelizar desde los pobres y los enfermos.] Llega-mos a la ciudad de Goa a seis de mayo del año de 1542. Partimos al fin de febrero de Mozambique. Las cinco naos de mediado marzo partieron, de las cuales la princi-pal se perdió; la gente casi toda se salvó. Perdióse cerca de tierra. Era nao muy rica; traía muchas mercadurías; era nao de 700 toneles y más. Aquí en Goa posé en el hos-pital. Confesaba y comulgaba los enfer-mos que ahí estaban; eran tantos los que venían a confesarse, que, si estuviera en diez partes partido, en todas ellas tuviera que confesar. Después de cumplir con los enfermos, confesaba por la mañana los

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sanos que me venían a buscar: y después de mediodía iba a la cárcel a confesar los pre-sos, dándoles alguna orden e inteligencia primero del modo y orden que habían de tener para confesarse generalmente. Des-pués de haber confesado los presos, tomé una ermita de nuestra Señora, que estaba cerca del hospital, y ahí comencé a ense-ñar los muchachos las oraciones, el Credo y los mandamientos; pasaban muchas veces de trescientos los que venían a la doctrina cristiana. Mandó el señor obispo que por las otras iglesias se hiciese lo mismo, y así se continúa agora, donde el servicio que a Dios nuestro Señor en esto se hace, es ma-yor de lo que muchos piensan.

[Como de costumbre aprovechó todo tiempo para la catequesis y la administra-ción de los sacramentos.] Con mucho amor y voluntad de los de aquesta ciudad habité

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aquí todo el tiempo que estuve; los domin-gos y fiestas predicaba en aquella ermita de nuestra Señora, después de comido, a los cristianos de la tierra un artículo de la fe. Iban tanta gente que no cabían en la ermita. Y después dé la predicación ense-ñaba el Pater noster, Avemaría, el Credo y los mandamientos de la ley. Los domingos iba fuera de la ciudad a decir misa a los en-fermos del mal de San Lázaro: confesélos y comulguélos todos cuantos en aquella casa había; prediquélos una vez; quedaron muy amigos y devotos míos.

[El celo por las almas le hacía un apóstol móvil.] Agora me manda el señor goberna-dor para una tierra, donde todos dicen que tengo de hacer muchos cristianos. Llevo conmigo tres de aquella tierra, los dos son de epístola y evangelio (diáconos); saben la lengua portuguesa muy bien, y más la

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suya natural; el otro no tiene sino órdenes menores (seminarista). Creo que hemos de hacer mucho servicio a Dios nuestro Se-ñor. En viniendo micer Paulo y Francisco Mansillas de Mozambique, hame dicho el señor gobernador que luego los mandará donde yo voy, que es a 200 leguas de Goa. Llámase la tierra donde voy el Cabo de Co-murín (Cabo de Comorín: todo el sur de la India, en sentido más amplio, Pesquería y Travancor). Placerá a Dios nuestro Señor que, con el favor y ayuda de vuestras de-votas oraciones, no mirando Dios nuestro Señor a mis infinitos pecados, que me ha de dar su santísima gracia para que acá en estas partes mucho le sirva.

[Su descanso era morir por Cristo.] Los trabajos de tan larga navegación, cui-dado de muchas enfermedades espirituales, no pudiendo hombre cumplir con las suyas,

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habitación de tierra tan sujeta a pecados de idolatría, y tan trabajosa de habitar, por las grandes calmas que hay en ella; tomándose estos trabajos por quien se deberían tomar, son grandes refrigerios y materia para mu-chas y grandes consolaciones. Creo que los que gustan de la cruz de Cristo nuestro Señor, descansan viniendo en estos trabajos, y mue-ren cuando de ellos huyen o se hallan fuera de ellos. ¡Qué muerte es tan grande vivir, de-jando a Cristo, después de haberlo conocido, por seguir propias opiniones o aficiones! No hay trabajo igual a éste. Y por el contrario, ¡qué descanso vivir muriendo cada día, por ir contra nuestro propio querer, buscando no los propios intereses sino los de Jesucristo! Por amor y servicio de Dios nuestro Señor os ruego, hermanos carísimos, que me escribáis muy largo de todos los de la Compañía: por-que ya que en esta vida no espero más veros

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cara a cara, sea a lo menos por enigmas, esto es, por cartas. No me neguéis esta gracia, dado que yo no sea merecedor de ella; acor-daos que Dios nuestro Señor os hizo mere-cedores, para que yo, por vosotros, mucho mérito y refrigerio esperase y alcanzase.

Del modo que tengo de tener con es-tos gentiles y moros donde aghora voy, es-crebidme muy largo, por servicio de Dios nuestro Señor, pues, por medio de vosotros, espero que el Señor me ha de dar a entender el modo que acá tengo de tener en convertir-los a su santa fe. Las faltas que en este me-dio, que respuesta destas no tuviere, espero en nuestro Señor que por vuestras cartas me han de ser manifestadas, y en lo por venir en-mendarme. En este medio, por los méritos de la santa madre Iglesia, en quien yo mi espe-ranza tengo, cuyos miembros vivos vosotros sois, confío en Cristo nuestro Señor que me

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ha de oír y conceder esta gracia, que use deste inútil instrumento mío, para plantar su fe en-tre gentiles; porque, sirviéndose su Majestad de mí, gran confusión sería para los que son para mucho, y acrecentamiento de fuerzas para los que son pusilánimes; y viendo que, siendo yo polvo y ceniza, y aun esto de lo más ruin, que presto para ser testigo de vista de la necesidad que acá hay de operarios, cuyo siervo perpetuo sería de todos aquellos que a estas partes quisiesen venir, para trabajar en la amplísima viña del Señor.

Así ceso, rogando a Dios nuestro Señor que, por su infinita misericordia, nos junte en su santa gloría, pues para ella fuimos criados, y acá, en esta vida, nos acreciente las fuerzas, para que en todo y por todo lo sirva-mos como él manda y su santa voluntad en esta vida cumplamos. Vuestro inútil hermano en Cristo, Francisco.

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Carta 20. A sus compañeros residentes en Roma

Cochín (India), 15 de enero de 1544

[Como siempre, el saludo confiesa la ra-zón de ser de su vida.] La gracia y amor de Cristo nuestro Señor sea siempre en nues-tra ayuda y favor. Amén.

[Las cartas que se envían desde Europa demoran mucho, pero producen gran con-solación.] Ha dos años y nueve meses que partí de Portugal, y después acá os tengo escrito tres veces con ésta. Solas unas car-tas vuestras tengo recebidas después que acá estoy en la India, las cuales fueron es-critas a 13 de enero del año de 1542, y con ellas la consolación que recebí Dios nues-tro Señor sabe. Estas cartas me dieron ha-brá dos meses; y llegaron tan tarde a la

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India (30 de agosto de 1543), porque la nave en que venían invernó en Mozambique.

[La instrucción catequética y bautizar fueron sus habituales ocupaciones.] Micer Paulo, Francisco de Mansillas y yo estamos en mucha salud. Micer Paulo está en Goa en el colegio de Santa Fe: tiene cargo de los estudiantes de aquella casa. Francisco de Mansillas y yo estamos con los cristia-nos del Cabo de Comorín. Ha más de un año que estoy con estos cristianos, de los cuales os hago saber que son muchos (Pa-ravas y Macuas) y se hacen muchos cris-tianos cada día. Luego que llegué a esta costa (pescadores del Cabo de Como-rín al sur de la India), donde ellos están, procuré de saber dellos el conoscimiento que de Cristo nuestro Señor tenían; y de-mandándoles acerca de los artículos de la fe, lo que creían, o tenían más ahora que

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eran cristianos que cuando eran gentiles, no hallaba en ellos otra respuesta, sino que eran cristianos, y que por no enten-der ellos nuestra lengua, no sabían nues-tra ley, ni lo que habían de creer; y como ellos no me entendiesen, ni yo a ellos, por ser su lengua natural malabar y la mía viz-caína, junté los que entre ellos eran más sabedores, y busqué personas que enten-diesen nuestra lengua y suya de ellos. Y después de habernos juntado muchos días con gran trabajo, sacamos las oraciones, comenzando por el modo de santiguar, confesando las tres personas ser un solo Dios: después el Credo, mandamientos, Pater noster, Ave María, Salve Regina y la confesión general de latín en malabar. Después de haber sacado en su lengua y saberlas de coro, iba por todo el lugar con una campana en la mano, juntando todos

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los muchachos y hombres que podía, y después de haberlos juntado, los enseñaba cada día dos veces; y en espacio de un mes enseñaba las oraciones, dando tal orden, que los muchachos a sus padres y madres, y a todos los de casa y vecinos, enseñasen lo que en la escuela aprendían.

Los domingos hacía juntar todos los del lugar, así hombres como mujeres, grandes y pequeños, a decir las oraciones en su len-gua; y ellos mostraban mucho placer, y ve-nían con mucha alegría. Y comenzando por la confesión de un solo Dios, trino y uno, a grandes voces decían el Credo en su lengua, y ansí como yo iba diciendo, todos me respondían; y acabado el Credo, tor-nábalo a decir yo solo; decía cada artículo por sí, deteniéndome en cada uno de los 12, amonestándolos que cristianos no quiere decir otra cosa sino creer firmemente, sin

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dubitación alguna, los 12 artículos, pues ellos confesaban que eran cristianos, de-mandábales si creían firmemente en cada uno de los doce artículos. Y así todos jun-tos, a grandes voces, hombres y mujeres, grandes y pequeños, me respondían a cada artículo que sí, puestos los brazos sobre los pechos, uno sobre otro, en modo de cruz; y así les hago decir más veces el Credo, que otra oración ninguna, pues por sólo creer en los 12 artículos, el hombre se llama cris-tiano. Y después del Credo, la primera cosa les enseño los mandamientos, diciéndoles que la ley de los cristianos tiene solos 10 mandamientos, y que un cristiano se dice bueno, si los guarda como Dios manda, y por el contrario, el que no los guarda, es mal cristiano. Están muy espantados, así cristianos como gentiles, de ver cuán santa es la ley de Jesucristo y conforme a toda

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razón natural. Acabado el Credo y manda-mientos, digo el Pater noster y Ave María, y así como voy diciendo, así ellos me van respondiendo. Decimos 12 Pater nuestros y 12 Ave Marías a la honra de los 12 artí-culos de la fe, y acabados éstos, decimos otros 10 Pater nuestros con 10 Ave Marías a la honra de los 10 mandamientos, guar-dando esta orden que se sigue. Primera-mente decimos el primer artículo de la fe; y acabado de lo decir, digo en su lengua de ellos, y ellos conmigo: Jesucristo, hijo de Dios, dadnos gracia para firmemente creer sin dubitación alguna el primer artículo de la fe; y para que nos dé esta gracia, decimos un Pater noster. Y acabado el Pater noster, decimos todos juntos: Santa María, Madre de Jesucristo, alcanzadnos gracia de vues-tro hijo Jesucristo, para firmemente y sin dubitación alguna creer el primer artículo

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de la fe; y para que nos alcance esta gracia, le decimos el Ave María. Esta misma orden llevamos en todos los otros 11 artículos.

Acabado el Credo y los 12 Pater nuestros y Ave Marías, como dije, decimos los man-damientos por la orden que se sigue: pri-meramente digo el primer mandamiento, y todos dicen como yo; y acabado de lo decir, juntamente decimos todos: Jesucristo, hijo de Dios, dadnos gracia para amaros sobre todas las cosas. Demandada esta gracia, decimos todos el Pater noster; el cual aca-bado, decimos: Santa María, Madre de Jesu-cristo, alcanzadnos gracia de vuestro Hijo para que podamos guardar el primer man-damiento. Demandada esta gracia a nues-tra Señora, decimos todos el Ave María. Esta misma orden llevamos en todos los otros nueve mandamientos. De manera que a la honra de los 12 artículos de la fe decimos 12

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Pater nuestros con 12 Ave Marías, deman-dando a Dios nuestro Señor gracia para fir-memente, sin dubitación alguna, creer en ellos, y 10 Pater nuestros con 10 Ave Marías a la honra de los 10 mandamientos, rogando a Dios nuestro Señor que nos dé gracia para los guardar. Estas son las peticiones que por nuestras oraciones les enseño a demandar, diciéndoles que, si estas gracias de Dios nuestro Señor alcanzaren, que él les dará todo lo demás más cumplidamente de lo que ellos lo sabrían pedir. La confesión general hago decir a todos, especialmente a los que se han de bautizar, y después el Credo; y in-terrogándolos sobre cada artículo, si creen firmemente, y respondiéndome que sí, y diciéndoles la ley de Jesucristo que han de guardar para salvarse, los bautizo. La Salve Regina decimos, cuando queremos acabar nuestras oraciones.

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5. [A su manera y con cortedades también fomentó el ardor evangélico por los jóve-nes.] Los muchachos espero en Dios nues-tro Señor que han de ser mejores hombres que sus padres, porque muestran mucho ardor y voluntad a nuestra ley, y de saber las oraciones y enseñarlas, y les aborrece mu-cho las idolatrías de los gentiles, en tanto que muchas veces pelean con los gentiles, y reprenden a sus padres y madres cuando los ven idolatrar, y los acusan, de manera que me lo vienen a decir; y cuando me dan aviso de algunas idolatrías que se hacen fuera de los lugares, junto todos los mu-chachos del lugar y voy con ellos adonde hi-cieron los ídolos; y son más las deshonras que el diablo recibe de los muchachos que llevo, que son las honras que sus padres y parientes les dan al tiempo que los hacen y adoran. Porque toman los niños los ídolos

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y los hacen tan menudos como la ceniza, y después escupen sobre ellos, y con los pies los pisan; y después otras cosas que, aunque no parece bien nombrarlas por sus nombres, es honra de los muchachos ha-cerlas a quien tiene tanto atrevimiento de hacerse adorar de sus padres. Estuve en un lugar grande de cristianos (Tuticorín), sa-cando las oraciones de nuestra lengua en la suya, y enseñándoles cuatro meses.

[La búsqueda de las gentes ahí donde se encontraban para servirles pastoralmente.] En este tiempo eran tantos los que venían a buscarme, para que fuese a sus casas a re-zar algunas oraciones sobre los enfermos y otros, que con sus enfermedades me ve-nían a buscar, que sólo en rezar evange-lios, sin tener otra ocupación, y enseñar los muchachos, bautizar, sacar oraciones, satisfacer a preguntas, que no me dejaban;

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y después en enterrar los que morían; era de manera que en cumplir con la devoción de los que me llevaban y iban a buscar, te-nía ocupaciones demasiadas; y porque no perdiesen la fe que a nuestra religión y ley cristiana tenían, no era en mi poder negar tan santa demanda. Y por cuanto la cosa iba en tanto crescimiento, que con todos no podía cumplir, ni evitar pasiones sobre a cuál casa primero había de ir, vista la de-voción de la gente, ordené cómo a todos pudiese satisfacer: Mandaba a los mucha-chos que sabían las oraciones, que fuesen a las casas de los enfermos, y que juntasen todos los de casa y vecinos, y que dijesen todos el Credo muchas veces, diciéndole al enfermo que creyese y que sanaría; y des-pués las otras oraciones. De esta manera cumplía con todos y hacía enseñar por las casas y plazas el Credo, mandamientos, y

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las otras oraciones; y así a los enfermos, por la fe de los de casa, vecinos y suya pro-pia, Dios nuestro Señor les hacía muchas mercedes, dándoles salud espiritual y cor-poral. Usaba Dios de mucha misericordia con los que adolecían, pues por las enfer-medades los llamaba y cuasi por fuerza los atraía a la fe.

[El apóstol itinerante dejaba servido-res en todos los lugares.] Dejando en este lugar quien lleve lo comenzado adelante, voy visitando los otros lugares haciendo lo mismo; de manera que en estas partes nunca faltan pías y santas ocupaciones. El fruto que se hace en bautizar los niños que nascen, y en enseñar los que tienen edad para ello, nunca os lo podría acabar de es-cribir. Por los lugares donde voy, dejo las oraciones por escrito, y a los que saben es-cribir mando que las escriban y sepan de

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coro, y las digan cada día, dando orden cómo los domingos se junten todos a de-cirlas. Para esto dejo en los lugares quien tenga cargo de lo hacer.

[Los estudios son para el servicio Dios y de los demás.] Muchos cristianos se de-jan de hacer en estas partes, por no haber personas que en tan pías y santas cosas se ocupen. Muchas veces me mueve pensa-mientos de ir a los estudios de esas partes, dando voces, como hombre que tiene per-dido el juicio, y principalmente a la univer-sidad de París, diciendo en Sorbona a los que tienen más letras que voluntad, para disponerse a fructificar con ellas: ¡cuán-tas ánimas dejan de ir a la gloria y van al infierno por la negligencia de ellos! Y así como van estudiando en letras, si estu-diasen en la cuenta que Dios nuestro Se-ñor les demandará de ellas, y del talento

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que les tiene dado, muchos de ellos se mo-verían, tomando medios y ejercicios espi-rituales para conoscer y sentir dentro en sus ánimas la voluntad divina, confor-mándose más con ella que con sus propias afecciones, diciendo: “Señor, aquí estoy, ¿qué quieres que yo haga? Envíame adonde quieras; y si conviene, aun a los indios”. ¡Cuánto más consolados vivirían, y con gran esperanza de la misericordia divina a la hora de la muerte, cuando entrarían en el particular juicio, del cual ninguno puede escapar, alegando por sí: “Señor, cinco ta-lentos me entregaste, he aquí cinco más que he ganado con ellos”! Témome que muchos de los que estudian en universida-des, estudian más para con las letras alcan-zar dignidades, beneficios, obispados, que con deseo de conformarse con la necesidad que las dignidades y estados eclesiásticos

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requieren. Está en costumbre decir los que estudian: Deseo saber letras para alcanzar algún beneficio, o dignidad eclesiástica con ellas, y después con la tal dignidad servir a Dios. De manera que según sus desordenadas afecciones hacen sus elec-ciones, temiéndose que Dios no quiera lo que ellos quieren, no consintiendo las des-ordenadas afecciones dejar en la voluntad de Dios nuestro Señor esta elección.

[Los profesores podrían ser promotores vocacionales.] Estuve cuasi movido de es-cribir a la universidad de París, a lo menos a nuestro Maestre de Cornibus y al doctor Pi-cardo (Maestros de Javier y de los primeros jesuitas) cuántos mil millares de gentiles se harían cristianos, si hubiese operarios, para que fuesen solícitos de buscar y favo-recer las personas que no buscan sus pro-pios intereses, sino los de Jesucristo.

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[El celo apostólico le impulsaba a des-gastarse por los demás.] Es tanta la mul-titud de los que se convierten a la fe de Cristo en esta tierra donde ando (sur de la India), que muchas veces me acaesce tener cansados los brazos de bautizar, y no poder hablar de tantas veces decir el Credo y man-damientos en su lengua de ellos y las otras oraciones, con una amonestación que sé en su lengua, en la cual les declaro qué quiere decir cristiano, y qué cosa es paraíso, y qué cosa infierno, diciéndoles cuáles son los que van a una parte y cuáles a otra. Sobre todas las oraciones les digo muchas veces el Credo y mandamientos; hay día que bau-tizo todo un lugar, y en esta Costa donde ando, hay 30 lugares de cristianos.

[Había apoyo gubernamental para evan-gelizar]. El gobernador de esta India es muy amigo de los que se hacen cristianos, y hizo

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merced de 4.000 piezas de oro cada año, y éstas para que solamente se gasten y den a aquellas personas que, con mucha diligen-cia, enseñan la doctrina cristiana en los lu-gares de los que nuevamente se convierten a la fe. Es muy amigo de todos los de nues-tra Compañía: desea mucho que vengan a estas partes algunos de nuestra Compañía, y así me parece que lo escribe al rey.

[Los colegios son un medio privilegiado para fundar la Iglesia.] El año pasado es-cribí acerca de un colegio que se hace en la ciudad de Goa (oeste de la India y ca-pital portuguesa de Asia), en el cual hay ya muchos estudiantes, y son de diversas lenguas, y todos de generación de infieles; entre ellos, dentro del colegio, donde hay muchos edificios hechos, hay muchos que aprenden latín y otros a leer y escribir. Mi-cer Paulo está con los estudiantes de este

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colegio: díceles misa cada día y confiésa-los, y nunca cesa de darles doctrina espi-ritual: tiene cargo de las cosas corporales de que tienen necesidad los estudiantes. Este colegio es muy grande, donde pue-den estar más de quinientos estudiantes, y tiene rentas que los puede mantener. Son muchas las limosnas que a este colegio se hacen, y el gobernador que lo favorece lar-gamente. Es cosa para todos los cristianos dar gracias a Dios nuestro Señor de la santa fundación de esta casa, la cual se llama el Colegio de Santa Fe. Antes de muchos años espero en la misericordia de Dios nuestro Señor, que el número de los cristianos se multiplicará grandemente, y los límites de la Iglesia se ampliarán por los que en este santo colegio estudian.

[Su evangelio llegaba a toda clase de personas, aún a los líderes religiosos que

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tenían poca formación.] Hay en estas par-tes, entre los gentiles, una generación que se llaman brahmanes: éstos sustentan toda la gentilidad. Tienen cargo de las ca-sas donde están los ídolos: es la gente más perversa del mundo. De éstos se entiende el salmo que dice: “De la gente no santa, del hombre inicuo y fraudulento, líbrame”. Es gente que nunca dice verdad, y siempre piensan cómo han de sutilmente mentir y engañar los pobres, sencillos y ignorantes, diciendo que los ídolos demandan que les lleven a ofrecer ciertas cosas, y éstas no son otras sino las que los brahmanes fin-gen y quieren, para mantener sus mujeres, hijos y casas. Hacen creer a los sencillos que comen los ídolos, y hay muchos que, antes que coman ni cenen, ofrecen cierta moneda para el ídolo. Dos veces al día con grande fiesta de atabales comen, dando a

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entender a los pobres que comen los ído-los. Antes que les falte lo necesario a los brahmanes, dicen al pueblo que los ídolos están muy enojados contra ellos, porque no les mandan las cosas que por ellos le mandan pedir, y que si no proveen, que se guarden de ellos, que los han de matar, o darles enfermedades, o que han de mandar los demonios a sus casas: y los tristes sen-cillos, creyendo que será así, de miedo que los ídolos no les hagan mal, hacen lo que los brahmanes quieren.

Son estos brahmanes hombres de pocas letras: y lo que les falta en virtud, tienen de iniquidad y maldad en grande aumento. A los brahmanes de esta Costa donde ando, pésales mucho de que yo nunca otra cosa hago sino descubrir sus maldades: ellos me confiesan la verdad cuando esta-mos a solas, de cómo engañan el pueblo:

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confiésanme en secreto que no tienen otro patrimonio sino aquellos ídolos de piedra, de los cuales viven fingiendo mentiras.

Tienen estos brahmanes para sí, que sé yo más que todos ellos juntos. Mándanme visitar, y pésales mucho porque no quiero tomar los presentes que me mandan. Todo esto hacen porque no descubra sus secre-tos, diciendo que ellos bien saben que no hay sino un Dios y que ellos rogarán por mí. En pago de todo esto dígoles de mí a ellos lo que me parece; y después a los tris-tes sencillos que por puro miedo son sus devotos, manifiéstoles sus engaños y bur-las hasta que canso; y muchos, por lo que les digo, pierden la devoción al demonio y se hacen cristianos. Y si no hubiese brah-manes, todos los gentiles se convertirían a nuestra fe. Las casas donde están los ídolos y brahmanes, llámanse pagodes.

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Todos los gentiles de estas partes sa-ben muy pocas letras; para mal saben mu-cho. Sólo un brahmán (líder religioso), después que estoy en estas partes, hice cristiano: es mancebo muy buen hombre. Tomó por oficio enseñar a los muchachos la doctrina cristiana.

[Aún entre disputas, había un intento de diálogo interreligioso.] Andando visi-tando los lugares de cristianos, paso por muchos pagodes, y una vez pasé por uno, donde había más de 200 brahmanes, y vi-niéronme a ver; y entre otras muchas cosas que pasamos, demándeles una cuestión, y era, que me dijesen qué les mandaban sus dioses y ídolos, en los cuales adoraban, que hiciesen para ir a la gloria. Fue grande contienda entre ellos sobre quién me res-pondería: dijeron a uno de los más anti-guos que respondiese; y el viejo, que era de

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más de ochenta años, me dijo que le dijese yo primero lo que mandaba el Dios de los cristianos que hiciesen. Yo, entendiendo su ruindad, no quise decir cosa alguna hasta que él dijese: entonces fuele forzado mani-festar sus ignorancias. Respondióme que dos cosas le mandaban hacer sus dioses para ir donde ellos están: la primera es no matar vacas, en las cuales ellos adoran; y la segunda es hacer limosnas, y éstas a los brahmanes que sirven en los pagodes. Oída esta respuesta, pesándome de los demo-nios señorear nuestros prójimos en tanta manera, que en lugar de Dios se hacen adorar de ellos, levánteme, diciendo a los brahmanes que estuviesen asentados, y a grandes voces dije el Credo y mandamien-tos de la ley en su lengua de ellos, haciendo alguna detención en cada mandamiento: y acabados los mandamientos, híceles una

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amonestación en su lengua de ellos, de-clarándoles qué cosa es paraíso y qué cosa es infierno, y diciéndoles los que van a una parte y cuáles a otra. Después de acabada esta plática, levantáronse todos los brah-manes y me dieron grandes abrazos, di-ciéndome que verdaderamente el Dios de los cristianos es verdadero Dios, pues sus mandamientos son tan conformes a toda razón natural.

Demandáronme si nuestra ánima jun-tamente con el cuerpo moría, así como el ánima de los brutos animales: diome Dios nuestro Señor tales razones conformes a sus capacidades de ellos, que les di a en-tender claramente la inmortalidad de las ánimas, de que ellos mostraron mucho pla-cer y contentamiento. Las razones, que a esta gente idiota se han de hacer, no han de ser tan sotiles como las que están escritas

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en doctores muy escolásticos. Deman-dáronme que, cuando un hombre moría, por dónde le salía el ánima; y cuando un hombre dormía, que soñaba estar en una tierra con sus amigos y conoscidos (lo que a mí muchas veces acaesce, estar con voso-tros carísimos), si es que su ánima va allá dejando de informar el cuerpo. Y más me rogaron: que les dijese si Dios era blanco, si negro, por la diversidad de los colores que ven en los hombres; y como todos los de esta tierra son negros, paresciéndoles bien su color, dicen que es negro, y así los más de los ídolos son negros; úntanlos muchas veces con aceite: hieden tanto, que es cosa de espanto: son tan feos, que en verlos es-pantan. A todas las preguntas que me hi-cieron, les satisfice a su parecer de ellos; y cuando con ellos venía a conclusión, para que se hiciesen cristianos, pues conoscían

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la verdad, respondían lo que muchos en-tre nosotros suelen responder: ¿qué dirá el mundo de nosotros, si esta mudanza de es-tados hacemos en nuestro modo de vivir? y otras tentaciones en pensar que les ha de faltar lo necesario.

Un brahmán sólo hallé en un lugar de esta Costa, el cual sabía alguna cosa, por cuanto me decían que había estudiado en unos estudios nombrados. Procuré de verme con él, y tuve manera cómo nos vi-mos. Él me dijo en grande secreto, que la primera cosa que hacen los que enseñan en aquellos estudios, es dar juramento a los que van a aprender, de nunca decir ciertos secretos que enseñan: e a mí este brahmán díjome estos secretos en grande secreto, por alguna amistad que conmigo tenía. Uno de los secretos era éste: que nunca dijesen que hay un solo Dios, creador del

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¹ “Om Sri Nará-yana namah”, invocación co-mún de los bra-hmanes de la secta Vishnu.

cielo y de la tierra, el cual está en los cielos: y que él adorase este Dios y no los ídolos, que son demonios. Tienen algunas escrituras, en las cuales tienen los manda-mientos. La lengua que en aquellos estudios en-señan es entre ellos como latín entre nosotros. Díjome muy bien los mandamientos, cada uno dellos con una buena declaración; guardan los domingos estos que son sabios, cosa para no se poder creer. No dicen otra oración a los domingos sino ésta y muchas veces: “Om cirii naraina noma”¹, que quiere decir: “Adórote, Dios, con tu gracia y ayuda para siempre”; y esta oración dicen muy paso y bajo, por guardar el juramento que hacen. Díjome que les de-fendía la ley de natura tener muchas muje-res; y que tienen ellos en sus escrituras que

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ha de venir tiempo, en el cual todos han de vivir debajo de una ley. Díjome más este brahmán: que enseñan en aquellos estu-dios muchas encantaciones.

Requirióme que le dijese las cosas más principales que los cristianos tenían en su ley, y que él me prometía que a ninguno las descubriría. Yo le dije que no las diría si primero no me prometiese de no tener en secreto las cosas más principales que de la ley de los cristianos le diría; y así el me prometió de publicarlo. Entonces dije y declaré mucho a mi placer estas palabras de importancia de nuestra ley: “El que cre-yere y se bautizare, se salvará”. Estas escri-bió en su lengua con la declaración de ellas, que le dije todo el Credo; en la declaración puse los mandamientos, por la conformi-dad que hay entre ellos y el Credo. Díjome que una noche soñó con mucho placer y

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alegría que había de ser cristiano, y que ha-bía de ser mi compañero y andar conmigo. El me rogó que lo hiciese cristiano oculto, y más, con ciertas condiciones, las cuales, por no ser honestas y lícitas, dejé de hacer. Espero en Dios que ha de ser sin ninguna de ellas. Dígole que enseñen a los sencillos que adoren un solo Dios, criador del cielo y de la tierra, el cual está en los cielos: él, por el juramento que hizo, temiéndose del demonio que no le mate, no lo quiere hacer.

[El contentamiento es lo habitual en quien evangeliza.] De estas partes no sé más que escribiros, sino que son tantas las consolaciones que Dios nuestro Señor co-munica a los que andan entre estos genti-les, convirtiéndolos a la fe de Cristo, que, si contentamiento hay en esta vida, éste se puede decir. Muchas veces me acaesce oír decir a una persona que anda entre estos

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cristianos: ¡Oh Señor!, no me deis muchas consolaciones en esta vida; o ya que las dais por vuestra bondad infinita y misericor-dia, llevadme a vuestra santa gloria, pues es tanta pena vivir sin veros, después que tanto os comunicáis interiormente a las criaturas. ¡Oh, si los que estudian letras, tantos trabajos pusiesen en ayudarse para gustar de ellas, cuantos trabajosos días y noches llevan para saberlas! ¡Oh, si aquellos contentamientos que un estudiante busca en entender lo que estudia, lo buscase en dar a sentir a los prójimos lo que les es nece-sario para conoscer y servir a Dios, cuánto más consolados y aparejados se hallarían para dar cuenta, cuando Cristo les deman-dase: “Dame cuenta de tu administración”!

[Era plenamente consciente de su perte-nencia a un cuerpo apostólico.] Las recrea-ciones que en estas partes tengo, son en

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recordarme muchas veces de vosotros, carí-simos hermanos míos, y del tiempo que por la mucha misericordia de Dios nuestro Se-ñor os conoscí y conversé, conosciendo en mí, y sintiendo dentro en mi ánima cuánto por mi culpa perdí del tiempo que os con-versé, en no haberme aprovechado de los muchos conoscimientos que Dios nuestro Señor de sí os tiene comunicado. Háceme Dios tanta merced por vuestras oraciones y memoria continua que de mí tenéis en en-comendarme a él, que en vuestra ausencia corporal conozco Dios nuestro Señor, por vuestro favor y ayuda, darme a sentir mi in-finita multitud de pecados, y darme fuerzas para andar entre infieles, de que doy gracias a Dios nuestro Señor muchas, y a vosotros, carísimos hermanos míos. Entre muchas mercedes que Dios nuestro Señor en esta vida me tiene hechas y hace todos los días,

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es ésta una, que en mis días vi lo que tanto deseé, que es la confirmación de nuestra re-gla y modo de vivir. Gracias sean dadas a Dios nuestro Señor para siempre, pues tuvo por bien de manifestar públicamente lo que en oculto a su siervo Ignacio y padre nues-tro dio a sentir.

El año pasado os escribí el número de las misas que en estas partes de las Indias por el Rmo. Cardenal Guidación dijimos micer Paulo y yo: y las que de un año acá dijimos, no sé el número de ellas: creed que todas nuestras misas son por él. Por con-solación nuestra hacednos saber cuánto se señala en servicio a Dios S. S. Rma., y también para acrecentarnos la devoción a micer Paulo y a mí, para que seamos perpe-tuos capellanes suyos. No deje de escribir-nos del fruto que en la Iglesia hace.

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Acabo rogando a Dios nuestro Señor que, pues por su misericordia nos juntó y por su servicio nos separó tan lejos unos de otros, nos torne a juntar en su santa gloria.

Y para alcanzar esta merced y gracia, tomemos por intercesores y abogados to-das aquellas santas ánimas dé estas par-tes donde estoy, las cuales, después que por mi mano bauticé, antes que perdiesen el estado de inocencia, Dios nuestro Señor las llevó a su santa gloria, cuyo número creo que son más de mil. A todas estas santas ánimas ruego, que nos alcancen de Dios nuestro Señor esta gracia, que todo el tiempo que estuviéremos en este destie-rro, sintamos dentro en nuestras ánimas su santísima voluntad y aquélla perfecta-mente cumplamos. Vuestro carísimo en Cristo hermano.

Francisco.

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LA MISIÓN A LAS MOLUCAS,

INDONESIA

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Itinerante y en constante discernimiento, Javier fue extendiendo su radio de acción desde Goa —capital del imperio portugués de Asia y centro de operaciones de su labor misionera en el lejano oriente— a pueblos y regiones que hoy corresponden a Malasia e Indonesia. Esta travesía viene narrada en la carta 55, que presentamos completa, y en algunos extractos de la carta 59.

También está completa la carta 70, donde Javier solicita al fundador y general de la Compañía vocaciones para la India, quizás más virtuosas que letradas. En esta le describe el perfil del rector apropiado para el colegio de Goa, en el cual tenía tan-tas esperanzas; le habla del rol evangeli-zador de los portugueses; se entera de las posibilidades misioneras del Japón y le pide muchas oraciones.

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Carta 55. A sus compañeros de EuropaAmboina (Indonesia), 10 de mayo de 1546

[Dejaba religiosos al cuidado de los cris-tianos dispersos.] Carísimos en Cristo her-manos: La gracia y amor de Cristo N. S. sea siempre en nuestra ayuda y favor. Amén.

En el año de 1545 os escrebí largo ha-ciéndoos saber cómo en una tierra lla-mada Macasar (costa occidental de la islas Célebes, Indonesia) se hicieron dos reyes cristianos con mucha otra gente: y por la mucha disposición que en aquella tierra había para se acrecentar nuestra santa fe, según la información que me dieron, partí del Cabo de Comorín para Macasar por mar, por cuanto no se puede ir por tierra. Hay del Cabo de Comorín hasta las islas de Macasar más de 900 leguas. Di orden pri-mero que del Cabo de Comorín partiese,

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cómo los cristianos de aquella tierra fuesen proveídos de cosas espirituales, dejando con ellos cinco padres, los tres naturales de la tierra, y a Francisco de Mansillas con otro padre español. Con los cristianos de la isla de Ceylán, que está cerca del Cabo de Comorín, quedaron cinco frailes de la orden de S. Francisco, con dos otros cléri-gos. Viendo que no era necesario, ni menos hacía falta con los cristianos del Cabo de Comorín ni con los de Ceylán —porque no hay otros cristianos nuevamente converti-dos en la India fuera de las fortalezas del Rey, y los que están en las fortalezas, los vicarios tienen cargo de enseñarlos y bauti-zarlos— determiné de partir para Macasar.

[La confesión es una renovación de la conversión.] Y yendo al puerto del cual me había de embarcar para hacer mi viaje, ha-llé un mercader (Juan de Eiro) con un navío

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suyo, el cual me rogó que lo confesase. Y lo que con mucha prudencia humana no aca-bara de determinar, con mucha violencia se venció y escogió el camino del cielo. Quiso Dios por su misericordia darle tanto den-tro de su ánima a sentir, que un día se con-fesó, y en otro siguiente se determinó (en el mismo lugar donde mataron a Santo Tomé Apóstol) de vender el navío y todo lo que te-nía, dando a los pobres todo, sin guardar nada para sí, como liberal despensero; y así nos embarcamos camino de Macassar.

[En el ínterin, mientras se retomaba el viaje, había una oportunidad para evange-lizar.] Llegamos en la mitad del camino a una ciudad llamada por nombre Malaca (En lo que hoy es Malasia), en la cual el rey tiene una fortaleza. Y el capitán de esta for-taleza me dijo cómo había mandado un clé-rigo, persona muy religiosa, con muchos

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portugueses en un galeón bien apercebido de todo lo necesario para favorecer a los que se hicieron cristianos, y hasta que hu-biésemos nuevas suyas, no le parecía que debía partir para aquella isla; y así estuve en Malaca tres meses y medio esperando nuevas de los macassares.

En este tiempo no me faltaron ocupa-ciones espirituales, así en predicar los domingos y fiestas, como en confesar mu-chas personas, así los enfermos del hos-pital donde posaba, como otros sanos. En todo este tiempo enseñé a los muchachos y cristianos nuevamente convertidos a la fe la doctrina cristiana. Con la ayuda de Dios N. S. hice muchas paces entre los soldados y moradores de la ciudad, y las noches iba por la ciudad con una campana pequeña encomendando las ánimas del purgatorio,

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llevando conmigo muchos niños de los que enseñaba la doctrina cristiana.

[No desfallecía en su misión, aunque fueran reacias las conversiones.] Pasados los tres meses y medio, acabaron de ven-tar los vientos con que vienen los navíos de Macassar. No sabiendo ningunas nue-vas del padre, determiné de partir para otra fortaleza del rey, llamada Maluco (Ternate, hoy en Indonesia), y es la última de todas. Cerca desta fortaleza, 60 leguas de ella, hay dos islas; la una es de 300 leguas en redondo, mucho poblada, la cual se llama Ambueno. De esta isla tiene hecha merced el rey a un hombre mucho de bien y buen cristiano, el cual ha de venir a vivir en ella de aquí a un año y medio con su mujer y casa. En esta isla hallé siete lugares de cris-tianos: los niños que hallé por bautizar bauticé, de los cuales murieron muchos

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después de bautizados; y parece que Dios N. S. los guardó hasta que estuviesen en camino de salvación. Después de haber vi-sitado todos estos lugares, llegaron a esta isla ocho navíos de portugueses. Fueron tantas las ocupaciones que tuve en tres me-ses que aquí estuvieron, en predicar, con-fesar, visitando los enfermos, ayudándolos a bien morir, lo que es muy trabajoso de ha-cer con personas que no vivieron muy con-formes a la ley de Dios. Estos mueren más desconfiados de la misericordia de Dios, de lo que vivían muy confiados viviendo en pecados continuos, sin querer desacos-tumbrarse de ellos. Hice, con la ayuda de Dios, muchas amistades entre soldados que jamás viven en paz en esta isla de Am-bueno. Ellos se partieron para la India en mayo 20, y mi compañero Juan de Hierro y

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yo nos partimos para Maluco, que está de aquí 60 leguas.

[Poniendo su confianza en Dios, no le temía a la muerte.] De la otra costa de Maluco está una tierra, la cual se llama El Moro (hoy en Indonesia), a sesenta leguas de Maluco. En esta isla de O Moro habrá muchos años que se hicieron grande nú-mero de cristianos, los cuales, por muerte de los clérigos que los bautizaron, que-daron desamparados y sin doctrina y por ser la tierra de O Moro muy peligrosa, por cuanto la gente de ella es muy llena de traición, por la mucha ponzoña que dan en el comer y beber; por esta causa deja-ron de ir a aquella tierra de O Moro per-sonas que mirasen por los cristianos. Yo, por la necesidad que estos cristianos de la isla del Moro tienen de doctrina espiri-tual y de quien los bautice para salvación

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de sus ánimas, y también por la necesidad que tengo de perder mi vida temporal, por socorrer a la vida espiritual del prójimo, determino de me ir al Moro, por socorrer en las cosas espirituales a los cristianos, ofrecido a todo peligro de muerte, puesta toda mi esperanza y confianza en Dios N. S., deseando de me conformar, según mis pequeñas y flacas fuerzas, con el dicho de Cristo nuestro Redentor y Señor, que dice : “Pues quien quisiere salvar su vida, la per-derá; mas quien perdiere su vida por amor de mí, la encontrará”. Y aunque sea fácil de entender el latín y la sentencia en universal de este dicho del Señor, cuando el hombre viene a lo particularizar, para disponerse a determinar de perder la vida por Dios, para hallarla en él, ofreciéndose casos peligro-sos, en los cuales probablemente se pre-sume perder la vida sobre lo que se quisiere

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determinar, hácese tan oscuro, que el latín, siendo tan claro, viene a oscurecerse; y en tal caso me parece que sólo aquel lo viene a entender, por más docto que sea, a quien Dios N. S., por su infinita misericordia, lo quiere en casos particulares declarar. En semejantes casos se conosce la condición de nuestra carne, cuan flaca y enferma es. Muchos de mis amigos y devotos procu-raron conmigo que no fuese a tierra tan peligrosa; y viendo que no podían acabar conmigo que no fuese, me daban muchas cosas contra ponzoña. Yo, agradeciéndoles mucho su amor y buena voluntad, por no cargarme de miedo sin tenerlo, y más por haber puesto toda mi esperanza en Dios, por no perder nada de ella, dejé de tomar los defensivos que con tanto amor y lágri-mas me daban, rogándoles que en sus ora-ciones tuviesen continua memoria de mí,

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que son los más ciertos remedios para con-tra ponzoña que se pueden hallar.

[Tenía la experiencia de estar total-mente en las manos de Dios.] En muchos peligros me vi en este viaje del Cabo de Comorín para Malaca y Maluco, así entre tormentas del mar, como entre enemigos. En uno especialmente me hallé en una nao en que venía de 400 toneles: con viento re-cio navegamos más de una legua, tocando siempre el leme en tierra. Si acertáramos en todo este tiempo con algunas piedras, la nao se deshiciera; o si halláramos menos agua en una parte que en otra, quedáramos en seco. Muchas lágrimas vi entonces en la nao. Quiso Dios N. S. en estos peligros probarnos y darnos a conocer para cuánto somos, si en nuestras fuerzas esperamos, o en cosas criadas confiamos; y para cuánto cuando de estas falsas esperanzas salimos,

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desconfiando de ellas, esperando en el Criador de todas las cosas, en cuya mano está hacernos fuertes, cuando los peligros por su amor son recebidos. Y tomándolos por sólo su amor, creen sin dudar los que se hallan en ellos, que todo lo criado está a obediencia del Criador, conociendo clara-mente que son mayores las consolaciones en tal tiempo que los temores de la muerte, dado que el hombre acabase sus días. Y fe-necidos los trabajos y acabados de pasar los peligros, no sabe el hombre contar ni escrebir lo que por él pasó al tiempo que estaba en ellos, quedando una memoria imprimida de lo pasado, para no cansar de servir a tan buen Señor, así en lo presente como en lo porvenir, esperando en el Se-ñor, cuyas misericordias no tienen fin, que le dará fuerzas para lo servir.

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[Organizaba la misión desde la van-guardia donde se hallaba.] Estando en Malaca, que es la mitad del camino de la India a Maluco, me dieron nuevas cómo lle-garon tres compañeros nuestros en Goa en el año dé 1545. Ellos me escrebieron y me mandaron las cartas que de Roma traían, con las cuales Dios N. S. sabe cuánta con-solación recebí en saber tan buenas nue-vas de nuestra Compañía. El uno de ellos venía para enseñar gramática en el cole-gio de Santa Fe, y los otros dos para andar por las partes que a mí me pareciese que harían más servicio a Dios N. S. Yo les es-crebí que quedase uno de ellos, el que ve-nía para leer gramática, en Santa Fe, y los dos que fuesen al Cabo de Comorín, a tener compañía a Francisco de Mansillas. Agora les escribo en este año de 1546 que vengan a Maluco para el año que viene, pues hay

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mayor disposición para servir a Dios en es-tas partes que no donde están.

[Su celo apostólico no parecía tener lí-mites.] En estas partes de Maluco todas son islas, sin ser descubierta hasta ahora tierra firme son tantas estas islas que no tienen número y cuasi todas son pobla-das. Por falta de quien les requiera que sean cristianos, dejan de lo ser. Si hubiese en Maluco una casa de nuestra Compañía, sería mucho el número de la gente que se haría cristiana. Mi determinación es cómo en este cabo de mundo de Maluco se hi-ciese una casa, por el mucho servicio que a Dios N. S. se haría.

[Se evangelizaba en un mundo conflic-tivo.] Los gentiles en estas partes de Maluco son más que los moros. Quiérense mal los gentiles y moros. Los moros quieren que los gentiles o se hagan moros o sean sus

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cautivos, y los gentiles no quieren ni ser moros ni menos ser sus cautivos. Si hu-biese quien les predicase la verdad, todos se harían cristianos, porque más quieren los gentiles ser cristianos que no moros. De 70 años a esta parte se hicieron moros, que primero todos eran gentiles. Dos o tres cacices que vinieron de Meca, que es una casa donde dicen los moros que está el cuerpo de Mahomet, convirtieron grande número de gentiles a la secta de Mahomet. Estos moros lo mejor que tienen es que no saben cosa ninguna de su secta perversa. Por falta de quien les predique la verdad, dejan estos moros de ser cristianos.

[Desde la perspectiva de su tiempo, no dejaba de hacer promoción vocacional.]Esta cuenta os doy tan particular, para que tengáis especial sentimiento y memo-ria de tanta perdición de ánimas, cuantas

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se pierden por falta de espiritual socorro. Los que no tuvieren letras y talento para ser de la Compañía, sobrarles ha el saber y ta-lento para estas partes, si tuvieren voluntad de venir para vivir y morir con esta gente; y si de éstos viniesen todos los años una docena, en poco tiempo se destruiría esta mala secta de Mahoma, y se harían todos cristianos, y así Dios N. S. no se ofendería tanto como se ofende, por no haber quien reprenda los vicios y pecados de infidelidad.

[Siempre llevaba consigo las firmas y el voto de profesión que hizo.] Por amor de Cristo N. S. y de su Madre santísima y de todos los santos que están en la gloria del paraíso, os ruego, carísimos hermanos y padres míos, que tengáis especial memoria mía para encomendarme a Dios continua-mente, pues vivo con tanta necesidad de su favor y ayuda. Yo, por la mucha necesidad

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que tengo dé vuestro favor espiritual con-tinuo, por muchas experiencias tengo co-nocido cómo, por vuestra invocación, Dios N. S. me tiene ayudado y favorecido en mu-chos trabajos del cuerpo y del espíritu. Y para que jamás me olvide de vosotros, por continua y especial memoria, para mucha consolación mía, os hago saber, carísimos hermanos, que tomé de las cartas que me escrebisteis, vuestros nombres, escritas por vuestras manos propias, juntamente con el voto de la profesión que hice, y los llevo continuamente conmigo (en un reli-cario al cuello) por las consolaciones que de ellos recibo. A Dios N. S. doy las gra-cias primeramente, y después a vosotros, hermanos y padres suavísimos, pues os hizo Dios tales, que tanto me consoláis llevando vuestros nombres. Y pues presto

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nos veremos en la otra vida con más des-canso que en ésta, no digo más.

Vuestro mínimo hermano e hijo, Francisco.[Había costumbres deshumanizantes

que se debían cambiar².] La gente de es-tas islas es muy bárbara y llena de traición. Es más baza que negra, gente ingrata en grande extremo. Hay islas en estas partes, en las cuales se comen unos a otros; esto es cuando unos con otros tienen guerra y se matan en pelea, y no de otra manera. Cuando mueren por enfermedad, dan por gran banquete las manos y calcaños a comer. Es tan bárbara esta gente, que hay islas donde demanda un vecino a otro (cuando quiere hacer una fiesta grande) su padre, si es muy viejo, emprestado para comer,

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² Los párra-fos siguientes fueron añadi-dos a la carta original.

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prometiéndole que le dará el suyo, cuando fuere viejo y quisiere hacer algún banquete. Antes de un mes espero de ir a una isla, en la cual se comen unos a otros, cuando se matan en la guerra, en la cual isla tam-bién se emprestan unos a otros los padres, cuando son viejos, para hacer banquetes. Los de esta isla quieren ser cristianos, y ésta es la causa para que voy allá. Hay abo-minables pecados de lujuria entre ellos, cuales no podríades creer, ni yo me atrevo a escrebir.

[Desde su cortedad trataba de entender por qué evangelizar en tierras tan inhóspi-tas.] Son estas islas templadas y de grandes y espesos arbolados. Llueve muchas veces. Son tan altas estas islas de Maluco y tra-bajosas de andar por ellas, que en tiempo de guerra suben a ellas para su defensión, de manera que son sus fortalezas. No hay

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caballos, ni se puede andar a caballo por ellas. Tiembla muchas veces la tierra y el mar, tanto que los navíos que navegan, cuando tiembla el mar, parece a los que van en ellos que tocan en algunas piedras. Es cosa para espantar ver temblar la tierra, y principalmente el mar. Muchas de estas islas echan fuego de sí, con un ruido tan grande, que no hay tiro de artillería, por más grande que sea, que haga tanto ruido, y por las partes por donde sale aquel fuego, con el ímpetu grande que viene, trae con-sigo piedras muy grandes. Por falta de quien predique en estas islas los tormentos del infierno, permite Dios que se abran los infiernos, para confusión de estos infieles y de sus abominables pecados.

[Buena parte del tiempo lo ocupaba en hacer traducciones a otras lenguas.] Cada isla de éstas tiene lengua por sí, y hay isla

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que cuasi cada lugar de ella tiene habla di-ferente. La lengua malaya, que es la que se habla en Malaca, es muy general por estas partes. En esta lengua malaya (el tiempo que yo estuve en Malaca) con mucho tra-bajo saqué el Credo, con una Declaración sobre los artículos, la confesión general, Pater noster, Ave María, Salve Regina, y los mandamientos de la ley, para que me entiendan, cuando les hablo en cosas de importancia. Tienen una grande falta en todas estas islas, que no tienen escrituras, ni saben escrebir sino muy pocos; y la len-gua en que escriben, es malaya, y las letras son árabes, que los moros cacices enseña-ron a escrebir y enseñan al presente. Antes que se hiciesen moros, no sabían escrebir.

[Eran tiempos de descubrimientos.]En esta isla de Ambueno tengo vista una cosa que jamás en mi vida vi, y es que vi un

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cabrón, el cual continuamente tiene leche y engendra mucho: no tiene más de una teta junto a los genitales, y da cada día más de una escudilla de leche; los cabritos le be-ben la leche. Por cosa nueva lo lleva un ca-ballero portugués a la India, para lo enviar a Portugal. Yo por mis manos propias le saqué una vez leche, no creyendo que era verdad, pareciéndome ser cosa imposible.

[La investigación religiosa era entra-ñable a la evangelización.] Un portugués mercader hallé en Malaca, el cual venía de una tierra de grande trato, la cual se llama China. Este mercader me dijo que le de-mandó un hombre chino muy honrado que venía de la corte del rey de Beijing), muchas cosas, entre las cuales le demandó si los cristianos comían carne de puerco. Res-pondióle el mercader portugués que sí, y le dijo que por qué le demandaba aquello.

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Respondió el chino, que en su tierra hay mucha gente entre unas montañas, apar-tada de la otra gente, la cual no come carne de puerco, y guarda muchas fiestas. No sé qué gente es ésta, o si son cristianos que guardan la ley vieja y nueva, como hacen los del Preste Juan, o si son las tribus de los judíos, que no se sabe de ellos, porque ellos no son moros, como todos dicen.

De Malaca van todos los años muchos navíos de portugueses a los puertos de la China. Yo tengo encomendado a muchos para que sepan de esta gente, avisándoles que se informen mucho de las ceremonias y costumbres que entre ellos se guardan, para por ellas se poder saber si son cris-tianos o judíos. Muchos dicen que Santo Tomé Apóstol fue a la China y que hizo muchos cristianos; y que la Iglesia de Gre-cia, antes que los portugueses señoreasen

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la India, mandaba obispos para que ense-ñasen y bautizasen los cristianos que S. Tomé y sus discípulos en estas partes hi-cieron. Uno de estos obispos dijo, cuando los portugueses ganaron la India, que des-pués que vino de su tierra a la India, oyó decir a los obispos que en la India halló, que Santo Tomé fue a la China y que hizo cristianos. Si supiere cosa cierta, yo os la escribiré para el año que viene; os escri-biré lo que por experiencia de estas partes tuviere visto y conoscido.

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Carta 59. A sus compañeros residentes en Roma

Cochín (India), 20 de enero de 1548

[La alegría de los neoconversos.] Era para dar gracias a nuestro Señor el fruto que Dios hacía en imprimir en los corazones de sus criaturas cantares de su loor y ala-banza en gente nuevamente convertida a su fe. Era de manera en Maluco, que por las plazas los niños, y en las casas, de día y de noche, las niñas y mujeres, y en los campos los labradores, y en la mar los pescadores, en lugar de vanas canciones cantaban san-tos cantares, como el Credo, Pater noster, Ave María, mandamientos, obras de mi-sericordia, y la confesión general, y otras muchas oraciones todas en lenguaje, de manera que todos las entendían, así los nuevamente convertidos a nuestra fe, como

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los que no lo eran. Quiso Dios nuestro Se-ñor que en los portugueses de esta ciudad y en la gente natural de la tierra, así cris-tianos como infieles, que en poco tiempo encontré mucho favor a los ojos de ellos.

[Las consolaciones espirituales en me-dio de las adversidades, carencias y tribula-ciones.] Estas islas son muy peligrosas por causa de las muchas guerras que hay entre ellos. Es gente bárbara, carecen de escri-turas, no saben leer ni escribir. Es gente que dan ponzoña a los que mal quieren, y de esta manera matan a muchos. Es tierra muy fragosa: todas son sierras y mucho trabajosas de andar. Carecen de mante-nimientos corporales. Trigo, vino de uvas no saben qué cosa es. Carnes ni ganados ningunos hay, sino algunos puercos, por grande maravilla. Puercos monteses hay muchos. Muchos lugares carecen de aguas

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buenas para beber. Hay arroz en abundan-cia y muchos árboles que se llaman sague-ros, que dan pan y vino, y otros árboles que de su corteza hacen vestidos, con que to-dos se visten. Esta cuenta os doy para que sepáis cuan abundosas islas son éstas de consolaciones espirituales: porque todos estos peligros y trabajos, voluntariosa-mente tomados por sólo amor y servicio de Dios nuestro Señor, son tesoros abun-dosos de grandes consolaciones espiritua-les, en tanta manera, que son islas muy dispuestas y aparejadas para un hombre en pocos años perder la vista de los ojos corporales con abundancia de lágrimas consolativas. Nunca me acuerdo haber te-nido tantas y tan continuas consolaciones espirituales, como en estas islas, con tan poco sentimiento de trabajos corporales; andar continuamente en islas cercadas de

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enemigos, y pobladas de amigos no muy fijos, y en tierras que de todos remedios para las enfermedades corporales carecen, y cuasi de todas ayudas de causas segun-das para conservación de la vida. Mejor es llamarlas islas de esperar en Dios, que no islas de Moro.

[Su presencia despertaba mucho afecto entre sus hijos espirituales.] Acabada la Cuaresma, con mucho amor de todos, así de los cristianos como de los infieles, partí de Maluco para Malaca. Por la mar no me faltaron ocupaciones. Y en unas islas 35 en que hallé cuatro navíos, estuve con ellos en tierra algunos 15 ó 20 días, donde les pre-diqué tres veces, confesé a muchos, y hice muchas paces. Cuando me partí de Maluco, por evitar lloros y plantos de mis devotos, amigos y amigas, en la despedida, me em-barqué cuasi a media noche. Esto no me

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bastó para los poder evitar, porque no me podía esconder de ellos; de manera que la noche y el apartamiento de mis hijos y hijas espirituales me ayudaron a sentir alguna falta que, por aventura, mi ausencia les po-dría hacer para la salvación de sus ánimas.

[Dejaba instrucciones para continuar con la labor evangelizadora.] Dejé orde-nado antes que de Maluco partiese, cómo todos los días se continuase la doctrina cristiana en una iglesia, y una Declaración que en breve hice sobre los artículos de la fe, se continuasen, y la supiesen en lugar de oraciones los nuevamente convertidos a nuestra fe. Un padre clérigo, devoto y amigo mío, quedó que en mi ausencia los enseñaría todos los días dos horas, y un día en la semana predicar a las mujeres de los portugueses sobre los artículos de la fe, y sacramentos de confesión y comunión.

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Y también el tiempo que estuve en Maluco, ordené que todas las noches por las plazas se encomendasen las almas del purgatorio (difuntos que se preparan para el encuentro definitivo con Dios), y después todos aquellos que viven en pecado mortal (dominados severamente por el egoísmo); y esto causaba mucha devoción y perseveran-cia en los buenos y temor y espanto en los malos. Y así eligieron un hombre los de la ciudad, vestido en hábitos de la Misericor-dia, que todas las noches, con una linterna en la mano y una campana en la otra, andu-viese por las plazas, y de cuando en cuando se parase encomendando con grandes voces las ánimas de los fieles cristianos que están en el purgatorio, y después por la misma or-den las ánimas de todos aquellos que perse-veran en pecados mortales, sin querer salir de ellos, de los cuales se puede bien decir:

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“Sean borrados del libro de los vivientes y no sean inscritos entre los justos”.

[Creía que de entre los multiplicadores, o líderes, se podían abrir espacios a Cristo.]Este rey (Hairun, rey musulmán de Ter-nate) me mostraba muchas amistades, en tanto que los moros principales de su reino le tenían a mal; deseaba que yo fuese su amigo, dándome esperanzas que en al-gún tiempo se haría cristiano: quería que lo amase con esta tacha de moro, dicién-dome que cristianos y moros teníamos un Dios común, que en algún tiempo todos seríamos unos. Holgaba mucho cuando lo visitaba; nunca pude acabar con él que fuese cristiano. Prometióme que haría uno de sus hijos cristiano, de muchos que tiene, con esta condición, que después de cristiano fuese rey de las islas del Moro (donde había muchos cristianos). De aquí a

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tres meses, Dios nuestro señor queriendo, le mandará el gobernador de la India todos los despachos que le manda pedir, para que su hijo, después de cristiano, sea rey de las islas del Moro.

[Daba mucha importancia a la comu-nicación de experiencias para favorecer la apertura a la fe.] En el año de 1546 escribí de Ambueno (Amboino), antes que par-tiese para Maluco, a los de la Compañía que aquel año vinieron de Portugal, que para el año de 1547, en las naos que partiesen de la India para Malaca, viniesen para aquellas partes algunos de ellos, y así lo hicieron. De manera que partieron de la India para Malaca tres de la Compañía, dos de misa, Joán de Bera y el padre Ribeiro, y Nicolás, lego, los cuales hallé en Malaca, cuando de Maluco venía para Malaca. Con ellos recebí mucha consolación un mes que estuvimos

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juntos, en ver que eran siervos de Dios, y personas que en aquellas partes de Maluco habían de servir mucho a Dios nuestro Se-ñor. Ellos partieron de Malaca para Maluco en el mes de agosto del año de 1547. Es na-vegación de dos meses. Diles este tiempo, que con ellos estuve en Malaca, larga infor-mación de la tierra de Maluco, de la manera que se había de hacer en ella, conforme a la experiencia que de ella tenía. Están tan le-jos de la India, que no podemos haber nue-vas de ellos sino una vez en el año. Mucho les encomendé que escribiesen todos los años muy largamente para Roma, dando cuenta menudamente de todo el servicio que a Dios nuestro Señor hacen en aque-llas partes, y de la disposición que en ellas hay; y así quedamos que lo habían de hacer.

[En esas largas esperas, había mucho por hacer.] En Malaca estuve 4 meses esperando

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tiempo para navegar y venir a la India. En estos 4 meses tuve muchas ocupaciones, espirituales todas: predicaba dos veces to-dos los domingos y fiestas, a los portugue-ses por la mañana en la misa, y después de comer a los cristianos de la tierra, de-clarando en cada fiesta a los nuevamente cristianos un artículo de la fe. Acudía tanta gente, que fue necesario ir a la iglesia ma-yor de la ciudad. En confesiones continuas era muy ocupado; tanto que, por no poder cumplir con todos, estaban muchos mal conmigo; y por ser éstas unas enemista-des fundadas en un aborrecimiento de pe-cados, no me escandalizaba de ellos, mas antes me edificaban viendo sus santos pro-pósitos. Los domingos y fiestas eran mu-chos los que se comulgaban.

Todos los días después de comer ense-ñaba la doctrina cristiana. A esta doctrina

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acudía mucha gente. Venían los hijos y hijas de los portugueses, mujeres y hom-bres de la tierra nuevamente convertidos a nuestra fe; y la causa por que venían mu-chos paréceme que era, porque siempre les declaraba alguna parte del Credo. En este tiempo fui muy ocupado en hacer muchas amistades, por causa que los portugueses de la India son muy belicosos. Acabada de enseñar la doctrina cristiana, enseñaba a los niños y a la gente cristiana de la tierra una Declaración, que hice sobre cada artí-culo de la fe en lenguaje que todos entien-den, conformándome con las capacidades de lo que pueden alcanzar a entender los naturales de la tierra, nuevamente conver-tidos a nuestra santa fe. Y esta Declaración, en lugar de oraciones, les enseñaba así en Malaca como lo hice en Maluco, para hacer en ellos firme fundamento de creer bien y

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verdaderamente en Jesucristo, dejando de creer en vanos ídolos. Esta Declaración se puede enseñar en un año, enseñando cada día un poco, 20 palabras que pueden bien decorar. Después que van entendiendo la historia del advenimiento de Jesucristo, y repetidas muchas veces estas declaracio-nes sobre el Credo, quedan más fijas en la memoria; y de esta manera vienen en conoscimiento de la verdad, y aborresci-miento de las vanas ficciones que los gen-tiles pasados y presentes escriben de sus ídolos y de sus hechicerías.

[El amor de los lugareños por la Compa-ñía de Jesús.] En esta ciudad (Malaca) dejé muy encomendado a un padre de misa, que enseñase aquella doctrina todos los días de la manera que yo enseñaba, y así me lo pro-metió de hacer. Espero en Dios nuestro Se-ñor que lo llevará adelante.

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Fui muy requerido a mi partida de todos los principales de Malaca, para que fuesen allá dos de la Compañía a predicar a ellos Nuestra Señora de la Asunción. y a sus mu-jeres y cristianos de la tierra, y a enseñar la doctrina cristiana a sus hijos y hijas, y a todos sus esclavos y esclavas, de la manera que yo hacía. Fui tan importunado de ellos, y veo que es tanto servicio de Dios nuestro Señor, y una deuda que les debemos todos, por lo mucho que aman a nuestra Compa-ñía, que me parece que tengo de hacer todo lo posible para que vayan dos de la Compa-ñía este mes de abril del año de 1548, por-que en este tiempo parten los navíos de la India para Malaca y para Maluco.

[Providencialmente se topa con un japo-nés que le mueve a evangelizar esas tierras.] Estando en esta ciudad de Malaca, me dieron grandes nuevas unos mercaderes

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portugueses, hombres de mucho crédito, de unas islas muy grandes, de poco tiempo a esta parte descubiertas, las cuales se lla-man las islas de Japón, donde, según pa-recer de ellos, se haría mucho fruto en acrecentar nuestra santa fe, más que en ningunas otras partes de la India, por ser ella una gente deseosa de saber en grande manera, lo que no tienen estos gentiles de la India.

Vino con estos mercaderes portugue-ses un Japón, llamado por nombre Angeró (Anjiró)³, en busca mía, por cuanto los por-tugueses que allá fueron de Malaca, le ha-blaron de mí. Este Angeró venía con deseo de confesarse conmigo, por cuanto dio parte a los portugueses de ciertos pecados que en su juventud tenía hechos, pidiéndo-les remedio para que Dios nuestro Señor le perdonase tan graves pecados. Diéronle

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por consejo los portugueses que viniese a Malaca con ellos a verse conmigo, y así lo hizo, viniendo a Malaca con ellos; y cuando él vino a Malaca, era yo partido para Maluco, de manera que se tornó a embarcar para ir a su tierra de Japón, como supo que yo era ido para Maluco. Estando ya a vista de las islas de Japón, dioles una tormenta tan grande de vientos, que se hubieron de perder. Tornó entonces otra vez el navío en que iba, camino de Malaca, donde me halló, y holgó mucho conmigo y me vino a buscar con muchos deseos de saber co-sas de nuestra ley. Él sabe hablar portu-gués razonadamente, de manera que él me

³ Anjiró nació en Kagoshima en 1512, de fami-lia samurái, fue perseguido por un homicidio. En 1548 recibe el bautismo en Goa y adopta el nom-bre de Pablo de Santa Fe. En 1549 vuelve con Javier a Kagoshima, donde gana mu-chos para Cristo.

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entendía todo lo que yo le decía, y yo a él lo que me hablaba.

Si así son todos los japoneses tan curio-sos de saber como Angeró, paréceme que es gente más curiosa de cuantas tierras son descubiertas. Este Angeró escribía los ar-tículos de la fe cuando venía a la doctrina cristiana. Y iba muchas veces a la iglesia a rezar: hacíame muchas preguntas; es hom-bre muy deseoso de saber, que es señal de un hombre se aprovechar mucho, y de venir en poco tiempo en conoscimiento de la ver-dad. De ahí a ocho días que Angeró llego a Malaca, partí para la India, y holgara mu-cho que viniera este japón en la nao en que yo venía; mas por el conoscimiento que te-nía con otros portugueses que venían a la India, no le pareció bien dejar la compañía, de la cual tenía recebidas muchas honras y

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amistades. Espero en Cochin por el de aquí a 10 días.

[El interlocutor racional, que vive lo que enseña, es eficaz.] Pregunté a Angeró, si yo fuese con él a su tierra, si se harían cris-tianos los de Japón. Respondióme que […] que primero me harían muchas preguntas, y verían lo que les respondía y lo que yo en-tendía, y sobre todo si vivía conforme a lo que hablaba; y si hiciese dos cosas, hablar bien y satisfacer a sus preguntas, y vivir sin que me hallasen en qué me reprender, que en medio año, después que tuviesen expe-riencia de mí, el rey y la gente noble, y toda otra gente de discreción se harían cristia-nos, diciendo que ellos no son gentes que se rigen sino por razón.

[La moción de evangelizar el Japón se le fue haciendo muy fuerte.] A un merca-der portugués, amigo mio, que estuvo en

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Japón muchos días en la tierra de Angeró, le rogué que me diese por escrito alguna información de aquella tierra y de la gente de ella, de lo que había visto y oído a per-sonas que le parecía que hablaban verdad. El me dio esta información tan menuda por escrito, la cual os envío con esta carta mía. Todos los mercaderes portugueses que vienen de Japón, me dicen que, si yo allá fuese, haría mucho servicio a Dios nuestro Señor, más que con los gentiles de la India, por ser gente de mucha razón. Paréceme, por lo que voy sintiendo dentro en mi ánima, que yo, o alguno de la Com-pañía, antes de dos años iremos a Japón, aunque sea viaje de muchos peligros, así de tormentas grandes y de ladrones chinos que andan por aquel mar a hurtar, donde se pierden muchos navíos.

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[La evangelización pasaba por el inter-cambio cultural.] Por tanto rogad a Dios nuestro Señor, carísimos padres y herma-nos, por los que allá fueren, porque es una navegación donde muchos navegantes se pierden. En este tiempo Angeró aprenderá más la lengua portuguesa, y verá la India y los portugueses que en ella hay, y nues-tra arte y modo de vivir; y en este tiempo catequizarlo hemos, y sacaremos toda la doctrina cristiana en lengua de Japón, con una declaración sobre los artículos de la fe, que trata la historia del advenimiento de Jesucristo nuestro Señor copiosamente, porque Angeró sabe muy bien escribir le-tra de Japón.

Estando en la mayor fuerza de la tor-menta, me encomendé a Dios nuestro Señor, comenzando de tomar primero por valedores en la tierra todos los de la

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bendita Compañía de Jesús con todos los devotos de ella; y con tanto favor y ayuda, entrégueme todo en las devotísimas ora-ciones de la esposa de Jesucristo, que es la santa madre Iglesia, la cual delante de su esposo Jesucristo, estando en la tie-rra, es continuadamente oída en el cielo. No me descuide de tomar por valedores todos los santos de la gloria del paraíso, comenzando primero por aquellos que en esta vida fueron de la santa Compañía de Jesús, tomando primeramente por vale-dora la beata anima del padre Fabro, con todas las demás que en vida fueron de la Compañía. Nunca podría acabar de escre-bir las consolaciones que recibo, cuando por los de la Compañía, así de los que vi-ven como de los que reinan en el cielo, me encomiendo a Dios nuestro Señor. Entre-guéme, puesto en todo peligro, a todos los

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ángeles, procediendo por las nueve orde-nes de ellos, y juntamente a todos los pa-triarcas, profetas, apóstoles, evangelistas, mártires, confesores, vírgenes, con todos los santos del cielo; y para más firmeza de poder alcanzar perdón de mis infinitísi-mos pecados, tome por valedora a la glo-riosa Virgen nuestra Señora, pues en el cielo donde esta, todo lo que a Dios nuestro Señor pide le otorga.Y finalmente, puesta toda mi esperanza en los infinitísimos me-recimientos de la muerte y pasión de Jesu-cristo nuestro Redentor y Señor, con todos estos favores y ayudas hálleme tan conso-lado en esta tormenta (en alta mar), tal vez más de lo que fui después de ser libre de ella. Hallar un grandísimo pecador lágri-mas de placer y consolación en tanta tribu-lación, para mí, cuando me acuerdo, es una muy grande confusión; y así rogaba a Dios

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nuestro Señor en esta tormenta que, si de esta me librase, no fuese sino para entrar en otras tan grandes o mayores, que fuesen de mayor servicio suyo.

[Una enorme confianza en la comunión de los santos.] Muchas veces Dios nuestro Señor me tiene dado a sentir dentro en mi ánima, de cuántos peligros corporales y es-pirituales trabajos me tiene guardado por los devotos y continuos sacrificios y ora-ciones de todos aquellos que debajo de la bendita Compañía de Jesús militan, y de los que están agora en la gloria con mucho triunfo, los cuales en vida militaron y fue-ron de la dicha Compañía. Esta cuenta os doy, carísimos en Cristo padres y herma-nos, de lo mucho que os debo, para que me ayudéis a pagar todos, lo que yo solo ni a Dios ni a vosotros puedo.

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[La humildad de Jesús era su posición habitual. Este era el título de Javier.] Mí-nimo siervo de los siervos de la Compañía del nombre de Jesús.

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Carta 70. Al padre Ignacio de Loyola, Roma

Cochín (India), 12 de enero de 1549

[Encomendaba la misión de la India a las oraciones de su Padre Ignacio.] La gracia y amor de Cristo nuestro Señor sea siempre en nuestra ayuda y favor. Amén.Padre mío en las entrañas de Cristo único:

Por las cartas principales que escrebi-mos por la vía de maestro Simón, todos vuestros mínimos hijos de la India, será informada vuestra santa caridad del fruto y servicio que a Dios nuestro Señor se hace en estas partes de la India, con la ayuda de Dios y de sus devotos y santos sacrificios y oraciones, y se hará en lo por venir. Por ésta le hago saber particularmente algunas co-sas de estas partes tan remotas de Roma. Primeramente de la gente india natural de

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estas partes, que son gente, cuanto tengo vista, en general hablando, muy bárbara. Los de la Compañía llevamos mucho tra-bajo con los que son ya cristianos y se ha-cen cada día: es necesario que especial cuidado tenga vuestra caridad de todos sus hijos de la India, en encomendarlos a Dios nuestro Señor continuadamente, pues sabe cuán grande trabajo es tener que entender con gente que no conoce a Dios, ni obedece a la razón por la muy grande costumbre de vivir en pecados.

[La fidelidad de los miembros de la Compañía en medio de la difícil evangeli-zación de los indios.] Las tierras de estas partes son muy trabajosas por causa de las grandes calmas en el verano, y de vientos y aguas en el invierno, sin haber frío: los mantenimientos corporales en Maluco, Socotora y Cabo de Comorín son pocos, y

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los trabajos del espíritu y del cuerpo son grandes a maravilla, en tratar con gente de tal cualidad (difícil), y las lenguas de estas partes son malas de tomar; y más, los pe-ligros de ambas vidas muchos y trabajosos de evitar. Y para que todos los de la Com-pañía bendita de Jesús den gracias a Dios nuestro Señor incesables, os hago saber que Dios nuestro Señor, por su infinita mi-sericordia, tiene especial cuidado de todos estos vuestros mínimos hijos de la India en guardarlos de caer en pecados. Somos tan bien quistos y aceptos a todos los por-tugueses, así eclesiásticos como seglares, y también a los infieles, que es cosa de la cual todos viven espantados. Somos mu-chos, pasamos de treinta.

[Los misioneros debían ser personas en quienes se pudiera confiar.] Los indios dé esta tierra, así moros como gentiles, son

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muy ignorantes todos los que hasta aghora tengo visto. Para los que han de andar en-tre estos infieles, convirtiéndolos, son necesarias muchas virtudes: obediencia, humildad, perseverancia, paciencia, amor al prójimo y mucha castidad, por las mu-chas ocasiones que hay para pecar, y que sean de buenos juicios y cuerpos para lle-var los trabajos. Esta cuenta doy a vuestra caridad por la necesidad que me parece que hay para que pruebe los espíritus de los que de aquí adelante ha de mandar a estas partes de la India; y si no fueren pro-bados por vuestra Caridad, sean por per-sonas de quien mucho confiéis, porque hay necesidad de esto: requiérense personas de mucha castidad y humildad, de manera que no sea notado de soberbia.

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[Perfil del rector que se enviaría al Cole-gio de Goa.] El que hubiéredes de mandar, padre mío, para que tenga cargo del cole-gio de Santa Fe de Goa, y de los naturales de la tierra estudiantes, y de los de la Com-pañía, es necesario que tenga estas dos calidades, dejando aparte todas las otras, que ha de tener el que ha de regir y man-dar a otros. La primera mucha obediencia para se hacer amar, primeramente de to-dos nuestros mayores eclesiásticos, y des-pués de los seculares que mandan la tierra, de manera que no sientan en él soberbia, mas antes mucha humildad. Esto digo, pa-dre mío, porque la gente de esta tierra, así eclesiástica superior nuestra, como secular que manda la tierra, quiere ser muy obede-cida; los cuales, cuando sienten en nos esta obediencia, hacen todo lo que les requeri-mos y nos aman; y cuando ven, o sienten

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lo contrario, desedifícanse mucho. La se-gunda, que sea afable y apacible con los que conversa, y no riguroso, usando de todos los modos que puede; para se hacer amar, principalmente de los que ha de mandar, así naturales indios, como de los de la Compañía que acá están y han de venir; de manera que no sientan en él que por rigor o temor servil se quiere hacer obedecer; porque sintiendo en él rigor o temor ser-vil, saldrán de la Compañía muchos, y en-trarán en ella pocos, así indios como otros que no lo son. Esto os digo, padre mío de mi alma, porque acá poco se edificaron los de la Compañía de un mandado que trujo N (P. Antonio Gómez) para prender y mandar en fierros presos a Portugal a los que a él pareciese que acá no edifican.

[Compañía de Jesús quiere decir Com-pañía de amor.] Hasta ahora a ninguno me

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pareció por fuerza, contra su voluntad, si no fuese fuerza de amor y caridad, de te-ner en la Compañía; mas antes a los que no eran para nuestra Compañía, los despedía, deseando ellos de no salir de ella; y a los que me parecía que eran para la Compa-ñía, con amor y caridad tratarlos, para más los confirmar en ella, pues tantos traba-jos llevan en estas partes por servir a Dios nuestro Señor; y también por me parecer que Compañía de Jesús quiere decir Com-pañía de amor y conformidad de ánimos, y no de rigor ni temor servil. Esta cuenta doy a vuestra santa caridad de estas par-tes, para que provea de personas suficien-tes a este cargo para el año, de manera que sepa mandar sin que se enjergue en él de-seos de querer mandar, o de ser obedecido, mas antes de ser mandado.

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[Era muy difícil encontrar vocaciones en los nativos.] Por la experiencia que tengo de estas partes, veo claramente, padre mío único, que por los indios naturales de la tierra no se abre camino como por ellos se perpetúe nuestra Compañía; y que tanto durará en ellos la cristiandad, cuanto du-raremos y viviremos los que acá estamos, o de allá mandáredes: y la causa de esto es las muchas persecuciones que padecen los que se hacen cristianos, las cuales serían largas de contar; y por no saber en cuyas manos estas cartas podrán venir, las dejo de escribir.

En todas las partes de esta India, donde hay cristianos, hay padres de la Compañía. En Maluco hay cuatro; en Malaca, dos; en el Cabo de Comorín, seis; en Colón (hoy Qui-lom), dos; en Bazáin, dos; en Socotora, cua-tro. Y por estar estos lugares tan remotos

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unos de otros, como Maluco más de mil le-guas de Goa, Malaca quinientas, el Cabo de Comorín doscientas, Colón ciento vein-ticinco, Bazáin sesenta, Socotora trescien-tas, en todos estos lugares están padres de la Compañía, a quien dan obediencia los otros de la misma Compañía que están con ellos, por cuanto son personas de mucha edificación; y donde están estas personas de la Compañía, a quien dan obediencia los que están con ellos, no hago ninguna falta.

[La presencia de los portugueses al in-terior del país podría ayudar a la evange-lización.] También hago saber a vuestra caridad, que los portugueses en estas par-tes no señorean sino el mar y los lugares que están a la orilla del mar; de manera que en la tierra firme no son señores, sino en los lugares que ellos viven.

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Los indios naturales de estas partes son de esta calidad: por sus grandes pecados no son nada inclinados a las cosas de nues-tra santa fe, mas antes les aborresce mucho y les pesa mortalmente, cuando les habla-mos y rogamos que se hagan cristianos, de manera que al presente consérvanse los cristianos que están hechos. Con todo, si fuesen muy favorecidos los infieles de es-tas partes de los portugueses, hacerse hían muchos cristianos; mas ven los gentiles que son tan desfavorecidos y perseguidos los que son cristianos, que por esta causa no se quieren hacer.

[Por el testimonio de jóvenes japoneses del colegio de Goa, se sentía movido a una misión en esas tierras.] Por estas causas y otras muchas, que serían largas de contar, y por la mucha información que tengo de Japón, que es una isla que está cerca de la

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China, y porque son todos en Japón gen-tiles y no hay moros ni judíos y gente muy curiosa y deseosa de saber cosas nuevas, así de Dios como de otras cosas naturales, determiné de ir a esta tierra con mucha sa-tisfacción interior, pareciéndome que en-tre tal gente se puede perpetuar por ellos mesmos el fruto que en vida los de la Com-pañía hiciéremos. Están tres mancebos en el colegio de Santa Fe de Goa de esta tierra de Japón, que vinieron el año 1548 de Ma-laca, cuando yo vine, los cuales dan grande información de aquellas partes de Japón, y son personas de buenas costumbres y de grandes ingenios, principalmente Paulo, el cual escribe a vuestra caridad por vía de maestro Simón muy largamente. Paulo en ocho meses aprendió a leer y escribir y ha-blar portugués; agora hace los ejercicios, y hase de aprovechar mucho; está muy

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introducido en las cosas de la fe. Tengo grande esperanza, y ésta toda en Dios nues-tro Señor, que se han de hacer muchos cris-tianos en Japón. Yo voy determinado de ir primeramente adonde está el rey, y después a las universidades donde tienen sus estu-dios, con grande esperanza en Jesucristo nuestro Señor que me ha de ayudar. La ley que ellos tienen, dice Paulo que fue traída de una tierra que se llama Chengico (Ten-jiku en la India), que está pasada la China y después Tartao (Tartaria), según dice Paulo, y en ir de Japón a Chengico y tornar a Japón ponen en el camino tres años. De Japón escribiré a vuestra santa caridad muy larga información, así de sus costumbres, y de sus escrituras, y de lo que enseñan en aquella grande universidad de Chengico.

Porque en toda la China y en Tartao, que es una tierra muy grandísima entre la

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China y Chengico, según dice Paulo, no tie-nen otra doctrina sino la que enseñan en Chengico. Como viere las escrituras de Ja-pón y tratare con los de aquellas universi-dades, escribiré muy largamente de todo, y no dejaré de escribir a la universidad de Pa-rís, y por ella serán avisadas todas las otras universidades de Europa. Llevo conmigo un padre de misa, valenciano, llamado por nombre Cosme de Torres, que acá entró en la Compañía, el cual os escribe muy largo, y también los tres mancebos de Japón. Par-tiremos, con la ayuda de Dios, este mes de abril del año 1549.

[Nada le arredraba para ir al Japón.] Ha-bemos de pasar por Malaca y por la China primero y después a Japón, que habrá de Goa a Japón mil y trescientas leguas o más. Nunca podría acabar de escribir cuánta consolación interior siento en hacer este

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viaje, por ser de muchos y grandes peli-gros de muerte, de grandes tempestades, de vientos, de bajos y de muchos ladrones: cuando de cuatro navíos los dos se salvan, es grande acierto. Yo no dejaría de ir a Ja-pón, por lo mucho que tengo sentido den-tro en mi ánima, aunque tuviese por cierto que me había de ver en los mayores peligros que nunca me vi, por cuanto tengo muy grande esperanza en Dios nuestro Señor que en aquellas partes se ha de acrecentar mucho nuestra santa fe. Por la información que nos dio Paulo de aquella tierra de Ja-pón, veréis la disposición que hay en aque-llas partes para servir a Dios nuestro Señor: la información os mando con estas cartas.

[Una red de colegios podría favorecer la formación de una cultura cristiana.] En es-tas partes de la India hay catorce o quince fortalezas, en las cuales de asiento viven

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portugueses, y no viven sino en fortalezas. En estas partes se harían muchos colegios, si el rey favoreciese en los principios dando alguna renta. Yo escribo muy largo a su al-teza sobre estos colegios, y también a maes-tro Simón, dándole mucha información de estas partes, diciéndole que acertaría mu-cho si, con vuestro parecer, obediencia y mandado, viniese a estas partes con mu-chos de la Compañía, entre los cuales vi-niesen predicadores; porque fácilmente se harían colegios con su venida, con tal que viniese muy favorecido del rey. A mí me parece, padre mío observantísimo, que acertaría maestro Simón si a estas partes viniese; pues es tan acepto a el rey, vendría muy favorecido de S. A., así para acrecentar colegios, como para favorecer a los que son ya cristianos; y a los que serían, si tuviesen favor. Verá vuestra caridad lo que en esto

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le parece para proveer en ello, escribiendo a maestro Simón, porque me dijo Antonio Gómez, que está maestro Simón determi-nado para venir a estas partes con muchos del colegio de Coímbra.

[También serían de gran utilidad los operarios virtuosos sin muchas letras.] Algunas personas de la Compañía que no tienen habilidad para letras ni para predi-car, que allá no hacen falta, así en Roma como en otras partes, me parece que acá servirían más a Dios, si fuesen muy morti-ficados y de muchas experiencias, con las demás virtudes que se requieren para ayu-dar entre estos infieles; sobre todo que fue-sen muy castos, y tuviesen edad y fuerzas corporales para llevar los grandes trabajos de estas partes. Provea en esto vuestra ca-ridad como mejor le pareciere.

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Haría mucho servicio a Dios nuestro Se-ñor vuestra caridad, si a todos sus mínimos hijos de la India nos escribiese una carta de doctrina y avisos espirituales, como testa-mento, en que parte con estos desterrados hijos suyos, cuanto es de la vida corporal, las riquezas que Dios nuestro Señor, le tiene comunicado. Por amor y servicio de Dios nuestro Señor, que si pudiese ser que nos escriba.

Un padre de misa de la Compañía está en el Cabo de Comorín, el cual vino de Portugal, por nombre Enrique Anríquez, muy virtuosa persona y de mucha edifi-cación, el cual sabe hablar y escribir ma-labar, que hace más fruto que dos otros, por saber la lengua, al cual los cristianos de la tierra aman cosa de espanto, y le dan grande crédito por las predicaciones y plá-ticas que en su lengua les hace. Por amor de

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Dios nuestro Señor que le escribáis y con-soléis, pues es tan buena persona y hace tanto fruto.

[También se colaboraba con otros mi-sioneros que atendían a los cristianos más antiguos de la India.] A cinco leguas de esta ciudad de Cochín está un colegio muy gracioso, que hizo un padre de la orden de S. Francisco: es capuchino, por nombre fray Vicente, compañero del obispo, que es también fraile de la orden de San Fran-cisco, capuchino. No hay en toda la India más que un obispo, y éste es muy grande amigo de nuestra Compañía; desea el se-ñor obispo conocer a vuestra caridad por cartas. Por servicio de Dios nuestro Señor que, si pudiere ser, que le escribáis. En el colegio que hizo el padre fray Vicente, hay cien estudiantes naturales de la tierra. Este colegio está en una fortaleza del rey. Yo soy

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muy amigo de este padre, y él mío, y pide un padre de nuestra Compañía sacerdote, que lea en el colegio gramática a los de casa, y también para que los domingos y fiestas predicase a los moradores que viven en la fortaleza, y a los del colegio: alderredor de este colegio hay muchos cristianos del tiempo de Santo Tomé; hay más de sesenta lugares, y los estudiantes de este colegio son hijos de los principales cristianos.

En esta fortaleza, donde está este cole-gio, hay dos iglesias, una de la invocación de Santo Tomé, y la otra, que está dentro del colegio, se llama Santiago. Desea mu-cho el padre fray Vicente que el día de S. Tomé y el día de Santiago con sus octa-vas hubiese en estas iglesias indulgencia plenaria para mayor devoción de los cris-tianos de la tierra, los cuales descienden de los que hizo Santo Tomé, y son muy

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devotos suyos; llámanlos cristianos de Santo Tomé. El padre fray Vicente os ruega mucho que le mandéis algún padre de la Compañía para el colegio de Santiago de Cranganor para predicar y enseñar gramá-tica, y también las indulgencias y gracias que pide para estas iglesias de la fortaleza de Cranganor; y con esto lo consolaréis mucho y lo obligaréis a que en vida y en muerte sea nuestro. Encomendóme mucho estas indulgencias: no podríades de creer cuánto las desea; y también sería conso-lado con una carta vuestra.

[Le pedía humildemente una oración y noticias de la Compañía de Jesús a su Pa-dre Ignacio de Loyola.] Deseo mucho, pa-dre mío, que por espacio de un año todos los meses encomendase a algún padre de la Compañía que me dijese una misa en

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S. Pedro de Montoro, en aquella capilla, donde dicen que S. Pedro fue crucificado.

Por amor de nuestro Señor pido a vues-tra caridad que dé cargo a alguna persona de casa que me escriba nuevas de todos los profesos de la Compañía, así del número como dónde están, y de cuántos colegios hay, y las obligaciones a que son obliga-dos los profesos, y así muchas otras cosas del fruto que hacen los de la Compañía. Yo dejo ordenado en Goa cómo me man-den las cartas a Malaca, y en Malaca me las trasladen por muchas vías, para me las mandar a Japón.

Así ceso rogando a vuestra santa ca-ridad, padre mío de mi ánima observan-tísimo, las rodillas puestas en el suelo el tiempo que ésta escribo, como si presente os tuviese, que me encomendéis mucho a Dios nuestro Señor en vuestros santos y

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devotos sacrificios y oraciones, que me dé a sentir su santísima voluntad en esta vida presente, y gracia para la cumplir perfec-tamente. Amén. Y lo mismo encomiendo a todos los de la Compañía.

Vuestro mínimo y más inútil hijo, Francisco.

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LA MISIÓN AL JAPÓN

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En este capítulo, además de algunos ex-tractos de las cartas 85 y 96, transcribire-mos completa la 90, considerada por los críticos como una carta magna por sus orientaciones espirituales y por ser un ex-celente trabajo etnográfico recabado con miras a la misión.

Javier descubría que Dios le ponía a evangelizar a un pueblo humanamente más cualificado y culto pero bien dispuesto a las cosas de Dios, donde la universidad debía ser una estrategia insoslayable.

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Carta 85. A la Compañía de Jesús, EuropaMalaca (Malasia), 22 de junio de 1549

[En equipo se fue para el Japón.] Yo partí de la India para Japón en el mes de abril, con dos compañeros míos, uno de misa (coadjutor espiritual jesuita) y otro lego (hermano jesuita), con tres japones cristia-nos (pablo de Santafé, Juan y Antonio), los cuales se bautizaron después de ser bien instruidos en los fundamentos de la fe de nuestro Señor Jesucristo. Fueron doctrina-dos en nuestro colegio de Santa Fe de Goa, donde aprendieron a leer y escribir, e hicie-ron los Ejercicios Espirituales con mucho recogimiento y deseo de aprovecharse en ellos. Hízoles Dios tanta merced, dándo-les a sentir dentro en sus almas, muchos conocimientos de las mercedes y benefi-cios que de su Criador, Redentor y Señor

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tienen recibidos. Aprovecháronse tanto en los Ejercicios y fuera de ellos, que, con mu-cha razón, todos los que acá andamos, de-seamos participar de las virtudes que Dios en ellos puso.

[Los neoconversos sentían gozo en la oración.] Saben leer y escribir (los japone-ses conversos), y se encomiendan a Dios por libros de rezar. Pregúnteles muchas veces en qué oraciones hallaban más gusto y consolación espiritual; decíanme que en rezar la Pasión, de la cual son ellos muy devotos. Tuvieron grandes sentimientos y consolaciones y lágrimas en el tiempo que se ejercitaron.

[Los japoneses fueron catequizados an-tes de hacer los Ejercicios espirituales.] An-tes de los Ejercicios, por muchos meses los ocupamos en declararles los artículos de la fe, y los misterios de la vida de Cristo, y la

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causa de la encarnación del Hijo de Dios en el vientre de la Virgen María, y de la reden-ción de todo el género humano, hecha por Cristo. Pregúnteles muchas veces qué les parecía, qué era lo mejor que teníamos en nuestra ley; respondiéronme siempre que era la confesión y comunión, y que les pa-recía que ningún hombre de razón podía dejar de ser cristiano. Y después de serles declarada nuestra santa fe, oí decir a uno de ellos, por nombre Paulo de Santa Fe, con muchos suspiros: “¡Oh gentes de Japón, cuitados de vosotros que adoráis por dio-ses a las criaturas que Dios hizo para ser-vicio de los hombres!” Pregúntele por qué decía esto; respondióme que lo decía por la gente de su tierra, que adoraban al sol y a la luna, siendo el sol y la luna como mozos criados de los que conocen a Jesucristo, que no sirven para más, sino para alumbrar el

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día y la noche, para que los hombres, con esta claridad, sirvan a Dios, glorificando en la tierra a su Hijo Jesucristo.

[Había buenos augurios de los frutos que se alcanzarían en el Japón.] Llegamos a esta ciudad de Malaca mis dos compañe-ros y tres japones y yo, el último de mayo del año de 1549. Llegando a esta ciudad de Malaca, nos dieron muchas nuevas de Ja-pón, por cartas de mercaderes portugueses que de allá me escribieron, en que me ha-cían saber que un señor grande de aquellas islas de Japón quería ser cristiano, y para esto pedía, por una embajada que mandaba al gobernador de la India, padres que le de-clararan nuestra ley.

Escríbenme de aquella tierra los portu-gueses, que hay grande disposición para acrecentarse nuestra santa fe, por ser la gente muy avisada y discreta, allegada a

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razón y deseosa de saber. Confío en Dios nuestro Señor, que se ha de hacer mucho fruto en algunos y en todos los japones; digo en sus almas, si nuestros pecados no nos impidieran, para no querer Dios nues-tro Señor servirse de nosotros.

[La moción de evangelizar al Japón con-solaba mucho a Francisco, aunque había muchos peligros.] Grande es la consolación que llevamos en ver que Dios nuestro Señor ve las intenciones, voluntades y fines porque vamos a Japón. Y pues nuestra ida es sola-mente para que las imágenes de Dios conoz-can a su Criador, y el Criador sea glorificado por las criaturas que a su imagen y seme-janza crio, y para que los límites de la santa madre Iglesia, esposa de Jesucristo, sean acrecentados, vamos muy confiados que tendrá buen suceso nuestro viaje. Dos co-sas nos ayudan a los que en este viaje vamos,

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para vencer los muchos impedimentos que el demonio pone por su parte: la primera es ver que Dios sabe nuestras intenciones; la segunda, ver que todas las criaturas depen-den de la voluntad de Dios, y que no pueden hacer cosa sin permitirlo Dios. Hasta los de-monios están a obediencia de Dios, porque el enemigo, cuando quería hacer mal a Job, pedía licencia a Dios.

Esto digo por los muchos trabajos y pe-ligros de muerte corporal, en que andamos metidos con tantos riesgos en estas par-tes. Este viaje a Japón es muy peligroso, de grandes tempestades, de muchos bajos y de muchos ladrones, principalmente de tem-pestades, porque, cuando de un puerto de estas partes parten tres navíos, y van los dos a salvamento, es grande acierto.

[Los intelectuales de la Compañía de Je-sús debían aprender a vencer los temores de

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las misiones en Asia.] Muchas veces pensé que los muchos letrados de nuestra Com-pañía que a estas partes vinieren, han de sentir algunos trabajos, y no pequeños, en estos peligrosos viajes, pareciéndoles que será tentar a Dios acometer peligros tan evi-dentes, donde tantas naos se pierden; pero vengo después a pensar que esto no es nada, porque confío en Dios nuestro Señor que las letras de los de nuestra Compañía han de estar señoreadas de espíritu de Dios que en ellos habitará, porque, de otra manera, trabajo tendrán y no pequeño. Casi siempre llevo delante de mis ojos y entendimiento, lo que muchas veces oí decir a nuestro bien-aventurado padre Ignacio, que los que ha-bían de ser de nuestra Compañía, habían de trabajar mucho para vencerse y lanzar de sí todos los temores que impiden a los hom-bres la fe y esperanza, y confianza en Dios,

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tomando medios para eso; y aunque toda la fe, esperanza, confianza sea don de Dios, dala el Señor a quien le place; pero común-mente a los que se esfuerzan, venciéndose a sí mismos, tomando medios para eso.

Mucha diferencia hay del que confía en Dios teniendo todo lo necesario, al que confía en Dios sin tener ninguna cosa, pri-vándose de lo necesario, pudiéndolo tener, por más imitar a Cristo. Y así mucha dife-rencia hay de los que tienen fe, esperanza y confianza en Dios, fuera de los peligros de muerte, a los que tienen fe, esperanza y confianza en Dios, cuando por su amor y servicio, de voluntad se ponen en peligros casi evidentes de la muerte, pudiéndolos evitar si quisieren, pues queda en su liber-tad dejarlos o tomarlos. Paréceme que los que en peligros continuos de muerte vivie-ren, solamente por servir a Dios, sin otro

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respeto ni fin, que en poco tiempo les ven-drá aborrecer la vida y desear la muerte, para vivir y reinar para siempre con Dios en los cielos, pues ésta no es vida, sino una continuada muerte y destierro de la gloria, para la cual somos criados.

[Se hacía a todo y a todos para ganar algu-nos.] Dícenme los japoneses, nuestros her-manos y compañeros que con nosotros van a Japón, que se escandalizaran de nosotros en Japón los padres de los japoneses, si nos vie-ran comer carne o pez. Vamos determinados de comer continuamente dieta, antes de dar escándalo a ninguno. Dícenos quien de allá viene, que es grande el número de los padres que en Japón hay; y dícenme por nueva muy cierta, que son muy obedecidos del pueblo estos padres, así de los grandes como de los pequeños. Esta cuenta os doy, porque es-téis al cabo de cuánta necesidad tenemos

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los que vamos a Japón, de ser favorecidos y ayudados con las devotas oraciones y san-tos sacrificios de todos los hermanos de la bendita Compañía del nombre de Jesús.

[Zarpó con la ilusión de lo que encon-traría en el Japón.] El día o vísperas de San Juan del año de 1549 partimos de Malaca para Japón; pasamos a vista de la China, sin tomar tierra ni puerto ninguno. De la China a Japón hay doscientas leguas. Dicen los pilotos que a diez o quince de agosto del mismo año llegaremos a Japón. De allá he de escribir tantas cosas y tantas parti-cularidades de la tierra, de las gentes, de sus costumbres y vidas, y de los engaños en que viven acerca de sus escrituras, lo que tienen, los estudios que en la tierra hay, y los ejercicios que en la tierra hay y tienen.

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Carta 90. A sus compañeros residentes en Goa

Kagoshima (Japón), 5 de noviembre de 1549

[Breve oración que sintetizaba la confianza plena en la ayuda de Cristo Jesús.] Jesús. La gracia y amor de Cristo nuestro Señor sea siempre en nuestra ayuda y favor. Amén.

[Parecía que nunca iba a llegar a su des-tino.] De Malaca os escrebí muy larga-mente de todo nuestro viaje, después que partimos de la India hasta llegar a Malaca, y lo que hicimos el tiempo que estuvimos en ella; agora os hago saber cómo Dios nuestro Señor, por su infinita misericor-dia, nos trujo a Japón. Día de San Juan (24 de junio), en la tarde, del año de 1549 nos embarcamos en Malaca, para venir a estas partes en un navío de un mercader gen-til china, el cual se ofreció al capitán de

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Malaca de nos traer a Japán; y partidos, ha-ciéndonos Dios mucha merced, dándonos muy buen tiempo y viento, como en genti-les reina mucho la inconstancia, comenzó el capitán de mudar parecer en no querer venir a Japán, deteniéndose sin necesidad en las islas que hallábamos.

[Aún los gentiles imploraban ayuda a sus deidades en medio de tanta inseguridad.] Y lo que más sentíamos en nuestro viaje eran dos cosas: la primera, ver que no nos ayudábamos del buen tiempo y viento que Dios nuestro Señor nos daba, y que se nos acababa la monzón para venir a Japán, y así nos era forzado esperar un año, inver-nando en la China, aguardando por otra monzón; y la segunda era las continuas y muchas idolatrías y sacrificios que hacían el capitán y los gentiles a el ídolo que lle-vaban en el navío, sin las poder impedir,

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echando muchas veces suertes, haciéndole preguntas si podíamos ir a Japán, o no, y si nos durarían los vientos necesarios para nuestra navegación; y a las veces salían las suertes buenas, a las veces malas, según lo que ellos nos decían y creían.

[En un viaje tan riesgoso cada uno se servía de su fe.] A cien leguas de Ma-laca, camino de la China, tomamos una isla (Pulo Timón) en la cual nos apercibi-mos de lemes⁴ y de otra manera necesaria para las grandes tempestades y mares de la China. Después de esto hecho, echaron suertes, haciendo pri-mero muchos sacrificios y fiestas a el ídolo, ado-rándolo muchas veces, y preguntándole si tendría-mos buen viento, o no; y salió la suerte que habíamos de tener buen tiempo y que no

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⁴ ¿Una valora-ción de los ma-res? El sentido de la frase no es claro.

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aguardásemos más, y así levamos las ánco-ras, y dimos la vela, todos con mucha ale-gría, los gentiles confiando en el ídolo que llevaban con mucha veneración en la popa del navío con candelas encendidas, perfu-mándolo con olores de palo de águila, y no-sotros, confiando en Dios, criador del cielo y de la tierra, y en Jesucristo su hijo, por cuyo amor y servicio veníamos a estas par-tes para acrecentar su santísima fe.

Viniendo nuestro camino comenzaron los gentiles de echar suertes y hacer pre-guntas a el ídolo, si el navío en que íbamos, había de tornar de Japán a Malaca, y salió la suerte que iría a Japán, más que no tor-naría a Malaca; y de aquí acabo de entrar desconfianza en ellos para no ir a Japán, sino de invernar en la China y aguardar otro año. Ved el trabajo que podíamos lle-var en esta navegación, estando al parecer

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del demonio y de sus siervos si habíamos de venir a Japán o no, pues los que regían y mandaban el navío, no hacían más de lo que el demonio por sus suertes les decía.

[Con el riesgo de ser mal interpreta-dos por los destinatarios de su misión.]Viniendo despacio nuestro camino, antes de llegar a la China, estando juntos con una tierra que se llama Cochinchina (hoy Champa), la cual es ya cerca de la China, nos acontecieron dos desastres en un día, víspera de la Magdalena (22 de julio). Siendo los mares grandes y de mucha tor-menta, estando surtos, aconteció, por des-cuido, la bomba del navío estar abierta y Manuel China, nuestro compañero, a pa-sar por ella; y al balanceo grande que dio el navío, por causa de los mares ser grandes, no se pudiendo tener, cayó por la bomba abajo. Todos pensábamos que era muerto

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por la caída grande que dio, y también por la mucha agua que había en la bomba. Quiso Dios nuestro Señor que no murió. Estuvo gran espacio la cabeza y más de la mitad del cuerpo debajo del agua, y mu-chos días doliente de la cabeza de una he-rida grande que se hizo; de manera que lo sacamos con mucho trabajo de la bomba, sin dar acuerdo de sí un buen espacio. Quiso Dios nuestro Señor darle salud.

Acabando de lo curar, continuando la tormenta grande que hacía, meneándose mucho el navío, aconteció una hija del ca-pitán caer en el mar; y por ser los mares tan bravos, no pudimos valerle; y así en presen-cia de su padre y de todos se ahogó, junto del navío. Fueron tantos los lloros y voces aquel día y noche, que era una piedad muy grande en ver tanta miseria en las almas de los gentiles, y peligro en las vidas de todos

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los que estábamos en aquel navío. Pasado esto, todo aquel día y noche sin reposar, hicieron los gentiles grandes sacrificios y fiestas al ídolo, matando muchas aves, dándole de comer y beber. En las suertes que echaron, preguntáronle la causa por que su hija murió; salió la suerte que no muriera ni cayera en la mar, si nuestro Ma-nuel, que cayó en la bomba, muriera.

[La inseguridad era de tal magnitud que solo quedaba confiarse en Dios.] Ved en qué estaban nuestras vidas, en suertes de demonios, y en poder de sus siervos y ministros. ¿Qué fuera de nosotros si Dios permitiera el demonio hacernos todo el mal que nos deseaba?

Viendo tan manifiestas y grandes ofen-sas que a Dios nuestro Señor se hacían por respeto de las muchas idolatrías, no teniendo posibilidad para las impedir,

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muchas veces pedí a Dios nuestro Señor, antes que en aquella tormenta nos viése-mos, que nos hiciese tan señalada merced que no permitiese tantos yerros en las cria-turas que a su imagen y semejanza crio; o que si los permitía, que al enemigo, causa-dor de estas hechicerías y gentilidades, que le acrecentase grandes penas y tormentos, mayores de lo que tenía, todas las veces que movía y persuadía al capitán a echar suer-tes, creyendo en ellas, haciéndose adorar como Dios.

El día que nos acontecieron estos de-sastres y toda aquella noche, quiso Dios nuestro Señor hacerme tanta merced de quererme dar a sentir y conocer por ex-periencia muchas cosas acerca de los fie-ros y espantosos temores que el enemigo pone, cuando Dios le permite, y él halla mucha oportunidad para los hacer, y de

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los remedios que el hombre ha de usar, cuando en semejantes trabajos se halla, contra las tentaciones del enemigo; por ser largos de contar, los dejo de escrebir, y no por no ser ellos para notar. En suma de to-dos los remedios en tales tiempos, es mos-trar muy grande ánimo contra el enemigo, totalmente desconfiando el hombre de sí, y confiando grandemente en Dios, puestas todas las fuerzas y esperanzas en él, y con tan grande defensor y valedor, guardarse hombre de mostrar cobardía, no dudando de ser vencedor. Muchas veces pensé que, si Dios nuestro Señor al demonio acrecentó algunas penas mayores de las que tenía, que bien se quiso vengar aquel día y noche; porque muchas veces me ponía aquello de-lante, diciendo que en tiempo estábamos que se vengaría.

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Y como el demonio no pueda más mal hacer de cuanto Dios le da lugar en se-mejantes tiempos, más se ha de temer la desconfianza en Dios que el miedo del enemigo; permite Dios al demonio des-consolar y vejar aquellas criaturas que de pusilánimes dejan de confiar en su Cria-dor, no tomando fuerzas esperando en él. Por este mal tan grande de pusilanimidad, viven desconsolados muchos de los que co-menzaron a servir a Dios, por no ir ade-lante, llevando la suave cruz de Cristo con perseverancia. Esta miseria tan peligrosa y dañosa tiene la pusilanimidad que, como el hombre se dispone a poco, por confiar en sí, siendo una cosa tan pequeña, cuando se ve en necesidad de mayores fuerzas de las que tiene, que le es forzado totalmente confiar en Dios, carece de ánimo en las co-sas grandes para usar bien de la gracia que

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Dios nuestro Señor le da para esperar en él; y los que se tienen en alguna opinión, haciendo fundamento en sí para más de lo que son, despreciando las cosas bajas sin haberse mucho ejercitado y aprovechado, venciéndose en ellas, son más flacos en los grandes peligros y trabajos que los pu-silánimes; porque no llevando al cabo lo que comenzaron, pierden el ánimo para cosas pequeñas, así como lo perdieron en las grandes.

[Tener la humildad de seguir confiando en Dios en medio de los arduos trabajos, peligros y ante el misterio del mal.] Y des-pués sienten tanta repugnancia en sí e ver-güenza de se ejercitar en ellas, que corren mucho peligro de perderse o de vivir des-consolados, no conociendo en sí sus fla-quezas, atribuyéndolas a la cruz de Cristo, diciendo que es trabajosa de llevar adelante.

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¡Oh hermanos!, ¿qué será de nosotros a la hora de la muerte si en la vida no nos aparejamos y disponemos a saber esperar y confiar en Dios, pues en aquella hora nos habernos de ver en mayores tentaciones y trabajos y peligros que jamás nos vimos, así del espíritu como del cuerpo? Por tanto, en las cosas pequeñas, los que viven con deseos de servir a Dios, deben trabajar a humillarse mucho, deshaciendo siempre en sí, haciendo grandes y muchos funda-mentos en Dios, para que en los grandes peligros y trabajos, así en la vida como en la muerte, sepan esperar en la suma bon-dad y misericordia de su Criador, por lo que aprendieron venciendo las tentaciones, donde hallaban repugnancia, por peque-ñas que fuesen, desconfiando de sí con mu-cha humildad y fortificando sus ánimos, confiando mucho en Dios, pues ninguno

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es flaco cuando usa bien de la gracia que Dios nuestro Señor le da.

Y por muchos impedimentos que el enemigo le ponga en la perseverancia de la virtud y perfección, más peligro corre ma-nifestándose a el mundo, viéndose en gran-des tribulaciones desconfiando de Dios en ellas que no en pasar por los trabajos que el enemigo le representa. Si los hombres, el temor que tienen al demonio en las ten-taciones, miedos y fieros que les pone de-lante para estorbarles el servicio de Dios, lo convirtiesen en temor de su Criador, deján-dolo de hacer, teniendo para sí por cierto que más mal le ha de venir dejando de cum-plir con Dios de lo que les puede venir por parte del demonio, ¡cuán consolados vivi-rían y cuánto se aprovecharían conociendo de sí por experiencia cuan para poco son, y, por otra parte, viendo claramente cómo

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abrazándose todos con Dios son para mu-cho, y el demonio cuan confuso y flaco que-daría en verse vencido de los que en algún tiempo fue vencedor!

[Por fin el Japón.] Tornando agora a nuestro viaje, amansando los mares, le-vamos las áncoras y dimos la vela, todos con mucha tristeza comenzamos a ir nues-tro camino, y en pocos días llegamos en la China, al puerto de Cantón. Todos fue-ron de parescer de invernar en el dicho puerto, así los marineros como el capitán; nosotros solamente se lo contradecíamos con ruegos y con algunos temores y mie-dos que les poníamos delante, diciéndoles que escribiríamos a el capitán de Malaca e que diríamos a los portugueses cómo nos traían engañados y que no cumplían con nosotros lo que prometieron. Quiso Dios nuestro Señor ponerles en voluntad de no

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quedar en las islas de Cantón, y así levamos las áncoras y fuimos camino de Chincheo (Tchang–Theou, puerto muy concurrido de China en la provincia de Fo–Kien), y en po-cos días, con buen viento, que siempre Dios nos daba, llegamos a Chincheo, que es otro puerto de la China. Y estando ya para en-trar, con determinación de invernar en él, por cuanto ya se iba acabando la monzón para venir a Japán, vino una vela a nos, la cual nos dio nuevas cómo había muchos la-drones en aquel puerto y que éramos perdi-dos si entrábamos en él. Con estas nuevas que nos dieron, y con ver nosotros los na-víos chíncheos estar una legua de nos, viéndose el capitán en mucho peligro de perderse, determinó de no entrar en Chin-cheo, y el viento era por la proa para tornar-nos otra vez a Cantón, y servíamos a popa para venir a Japán; y así, contra la voluntad

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del capitán del navío y de los marineros, les fue forzado venir a Japán. De manera que ni el demonio ni sus ministros pudie-ron impedir nuestra venida, y así nos trujo Dios a estas tierras, que tanto deseábamos llegar, día de nuestra Señora de agosto año de 1549; y sin poder tomar otro puerto de Japán, venimos a Cangoxima (Kagoshima), que es la tierra de Paulo de Santa Fe, donde todos nos recibieron con mucho amor, así sus parientes como los que no lo eran.

[Los japoneses eran personas de gran-des calidades humanas.] De Japán, por la experiencia que de la tierra tenemos, os hago saber lo que de ella tenemos alcan-zado; primeramente, la gente que hasta agora tenemos conversado, es la mejor que hasta agora está descubierta, y me parece que entre gente infiel no se hallará otra que gane a los japanes. Es gente de muy buena

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conversación, y generalmente buena y no maliciosa, gente de honra mucho a mara-villa, estiman más la honra que ninguna otra cosa, es gente pobre en general, y la pobreza entre hidalgos y los que no lo son, no la tienen por afrenta.

[La honra era muy importante para los japoneses.] Tienen una cosa que ninguna de las partes de los cristianos me paresce que tiene, y es ésta: que los hidalgos, por muy pobres que sean; los que no son hidal-gos, por muchas riquezas que tengan, tanta honra hacen al hidalgo muy pobre cuanta le harían si fuese rico, y por ningún precio ca-saría un hidalgo muy pobre con otra casta que no es hidalga, aunque le diesen muchas riquezas; y esto hacen por les parescer que pierden de su honra casando con casta baja; de manera que más estiman la honra que las riquezas. Es gente de muchas cortesías

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unos con otros, precian mucho las armas y confían mucho en ellas; siempre traen es-padas y puñales, y esto todas las gentes, así hidalgos como gente baja; de edad de ca-torce años traen ya espada y puñal.

[Otras características de los japoneses.] Es gente que no sufre injurias ningunas ni palabras dichas con desprecio. La gente que no es hidalga, tiene mucho acata-miento a los hidalgos; y todos los hidal-gos se precian mucho de servir a el señor de la tierra, y son muy sujetos a él; y esto me parece que hacen por les parescer que, haciendo el contrario, pierden de su honra, más que por el castigo que del señor recibi-rían, si el contrario hiciesen. Es gente so-bria en el comer, aunque en el beber son un tanto largos; y beben vino de arroz, porque no hay viñas en estas partes. Son hombres que nunca juegan, porque les parece que es

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grande deshonra, pues los que juegan, de-sean lo que no es suyo e de ahí pueden venir a ser ladrones. Juran poco, y cuando juran es por el sol. Mucha parte de la gente sabe leer y escribir, que es un gran medio para con brevedad aprender las oraciones y las cosas de Dios. No tienen más de una mu-jer. Tierra es donde hay pocos ladrones, y esto por la mucha justicia que hacen en los que hallan que lo son, porque a ninguno dan vida; aborréceles mucho en grande manera este vicio del hurtar. Es gente de muy buena voluntad, muy conversable, y deseosa de saber.

[Los japoneses aceptaban una fe ra-zonable.] Huelgan mucho de oír cosas de Dios, principalmente cuando las entien-den. De cuantas tierras tengo vistas en mi vida, así de los que son cristianos como de los que no lo son, nunca vi gente tan fiel

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acerca del hurtar. No adoran ídolos en fi-guras de alimañas; creen los más de ellos en hombres antiguos, los cuales, según lo que tengo alcanzado, eran hombres que vivían como filósofos. Muchos de éstos adoran el sol y otros la luna. Huelgan de oír cosas conformes a razón; y dado que haya vicios y pecados entre ellos, cuando les dan razones, mostrando que lo que ellos hacen es mal hecho, les parece bien lo que la razón defiende.

[Veía más santidad en los japoneses del común, no tanto en los líderes religiosos, que requerían de una reforma.] Menos pe-cados hallo en los seculares, y más obe-dientes los veo a la razón de lo que son los que ellos acá tienen por padres, que ellos llaman bonzos, los cuales son inclinados a pecados que natura aborrece, y ellos lo confiesan y no lo niegan; y es tan público y

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manifiesto a todos, así hombres como mu-jeres, pequeños y grandes, que, por estar en mucha costumbre, no lo extrañan ni lo tienen en aborrecimiento. Huelgan mucho los que no son bonzos en oírnos reprender aquel abominable pecado, pareciéndoles que tenemos mucha razón en decir cuan malos son y cuánto a Dios ofenden los que tal pecado hacen. A los bonzos muchas veces decimos que no hagan pecados tan feos; y ellos todo lo que les decimos les cae en gracia, porque de ello se ríen y no tienen ninguna vergüenza de oír reprensiones de pecado tan feo. Tienen estos bonzos en sus monesterios muchos niños, hijos de hidal-gos, a los cuales enseñan a leer y escribir, y con éstos cometen sus maldades, y está este pecado tanto en costumbre, que, aun-que a todos parezca mal, no lo extrañan.

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Hay entre estos bonzos unos que se traen a manera de frailes, los cuales an-dan vestidos de hábitos pardos, todos ra-pados, que parece que cada tres o cuatro días se rapan, así toda la cabeza como la barba. Estos viven muy largos, tienen mon-jas de la misma orden y viven con ellas jun-tamente, y el pueblo tiénelos en muy ruin cuenta, pareciéndoles mal tanta conver-sación con las monjas. Dicen todos los le-gos que cuando alguna de estas monjas se siente preñada, toma melezina, con que luego echa la criatura, y esto es muy pú-blico, y a mí me parece, según lo que tengo visto en este monasterio de frailes y mon-jas, que el pueblo tiene mucha razón en lo que de ellos tiene concebido. Pregunté a ciertas personas si estos frailes usaban al-gún otro pecado, y dijéronme que sí, con los mozos que enseñan a leer y escribir. Y

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estos que andan vestidos como frailes y los otros bonzos que andan vestidos como clé-rigos, se quieren mal los unos a los otros.

De dos cosas me espanté mucho en esta tierra: la primera, ver que grandes pecados y abominables se tienen en poco, y la causa es porque los pasados se acostumbraron a vivir en ellos, de los cuales los presentes tomaron ejemplo. Ved cómo la continua-ción en los vicios que son contra natura, corrompe los naturales; así también el con-tinuo descuido en las imperfecciones des-truye y deshace la perfección. La segunda, en ver que los legos viven mejor en su es-tado de lo que viven los bonzos en el suyo, y con ser esto manifiesto, es para maravillar la estima en que los tienen. Hay muchos otros yerros entre estos bonzos, y los que más saben los tienen mayores.

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[Se sorprendían los japoneses que los misioneros no buscasen otro interés que hablar de Dios.] Con algunos de los más sabios hablé muchas veces, principalmente con uno a quien todos en estas partes tie-nen mucho acatamiento, así por sus le-tras, vida y dignidad que tiene, como por la mucha edad, que es de ochenta años, y se llama Ninxit, que quiere decir en lengua de Japán “corazón de verdad”. Es entre ellos como obispo, y si el nombre le cuadrase, sería bienaventurado. En muchas pláticas que tuvimos, lo hallé dudoso y no saberse determinar si nuestra alma es inmortal o si muere juntamente con el cuerpo; algu-nas veces me dice que sí, otras que no. Té-mome que no sean así los otros letrados. Es este Ninxit tanto mi amigo, que es mara-villa. Todos, así legos como bonzos, huel-gan mucho con nosotros, y se espantan en

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grande manera en ver cómo venimos de tierras tan lejanas, como es de Portugal a Japán, que son más de seis mil leguas, so-lamente por hablar de las cosas de Dios y cómo las gentes han de salvar sus almas creyendo en Jesucristo, diciendo que esto a que nos venimos a estas tierras es cosa mandada por Dios.

[El misionero era una persona de san-tos deseos.] Una cosa os hago saber para que deis muchas gracias a Dios nuestro Señor: que esta isla de Japán está muy dispuesta para en ella se acrecentar mu-cho nuestra santa fe, y si nos supiésemos hablar la lengua, no pongo duda ninguna en creer que se harían muchos cristianos. Placerá a Dios nuestro Señor que la apren-deremos en breve, porque ya comenzamos de gustar de ella, y declaramos los diez

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mandamientos en cuarenta días que nos dimos a aprenderla.

Esta cuenta os doy tan menuda, para que todos deis gracias a Dios nuestro Se-ñor, pues se descubren partes en las cuales vuestros santos deseos se puedan emplear y cumplir, y también para que os aparejéis de muchas virtudes y deseos de padecer muchos trabajos por servir a Cristo nues-tro Redentor y Señor, y acordaos siempre que en más tiene Dios una buena voluntad llena de humildad con que los hombres se ofrecen a él, haciendo oblación de sus vi-das por sólo su amor y gloria, de lo que pre-cia y estima los servicios que le hacen, por muchos que sean.

[Había que prepararse en humildad para ir al Japón.] Estad aparejados, porque no será mucho que antes de dos años os es-criba para que muchos de vosotros vengan

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a Japán. Por tanto, disponeos a buscar mu-cha humildad, persiguiéndoos a vosotros mismos en las cosas donde sentís o debe-ríades sentir repugnancia, trabajando con todas las fuerzas que Dios os da para co-noceros interiormente, para lo que sois, y de aquí creceréis en mayor fe, esperanza y confianza y amor en Dios y caridad con el prójimo, pues de la desconfianza propia nace la confianza de Dios, que es verda-dera, y por esta vía alcanzaréis humildad interior, de la cual en todas partes, y más en éstas, tendréis mayor necesidad de lo que pensáis. Cuidad que no echéis mano de la buena opinión en que el pueblo os tiene, si no fuere para vuestra confusión, porque de este descuido vienen algunas personas a perder la humildad interior, creciendo en alguna soberbia; y andando el tiempo, no conociendo cuan dañoso le es, vienen

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los que los loaban a perderles la devoción y ellos a desinquietarse, no hallando conso-lación dentro ni fuera.

[La preparación interior era indispen-sable para las adversidades de la misión.] Por tanto, os ruego que totalmente os fun-déis en Dios en todas vuestras cosas, sin confiar en vuestro poder o saber o opinión humana; y de esta manera hago cuenta que estáis aparejados para todas las grandes adversidades, así espirituales como cor-porales, que os pueden venir, pues Dios levanta y esfuerza a los humildes, princi-palmente aquellos que en las cosas peque-ñas y bajas vieron sus flaquezas como en un claro espejo, y se vencieron en ellas. Estos tales, viéndose en mayores tribulaciones que jamás se vieron, entrando en ellas, ni el demonio con sus ministros, ni las tempes-tades muchas de la mar, ni las gentes malas

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y bárbaras, así del mar como de la tierra, ni otra criatura alguna les puede empecer, sa-biendo cierto, por la mucha confianza que en Dios tienen, que sin permisión y licencia suya no pueden hacer nada.

Y como sean manifiestas a el todas sus intenciones y deseos de lo servir, y las cria-turas todas estén debajo de su obedien-cia, no hay cosa que teman confiando en él, sino solamente ofenderlo, y saben que, cuando Dios permite que el demonio haga su oficio y las criaturas lo persigan, es para su probación y mayor conocimiento inte-rior, o en castigo de sus pecados, o mayor merecimiento, o para su humillación; y de esta manera dan muchas gracias a Dios, pues tanta merced les hace, y a los prójimos que los persiguen, aman; porque son ins-trumento por donde les viene tanto bien, y no teniendo con que pagar tanta merced,

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por no ser ingratos, ruegan a Dios por ellos con mucha eficacia, y estos espero en Dios que seréis vosotros.

[Disponerse para mucho.] Yo sé una persona (velada alusión a sí mismo), a la cual Dios hizo mucha merced, ocupándose muchas veces, así en los peligros como fuera de ellos, en poner toda su esperanza y confianza en él, y el provecho que de ello le vino, sería muy largo de escribir. Y porque los mayores trabajos en que hasta agora os habéis visto, son pequeños en compa-ración de los que os habéis de ver los que a Japán viniéredes, os ruego y pido cuanto puedo, por amor y servicio de Dios nuestro Señor, que os dispongáis para mucho, des-haciendo mucho en vuestras propias afec-ciones, pues son impedimento de tanto bien; y mirad mucho por vosotros, her-manos míos en Jesucristo, porque muchos

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hay en el infierno que, cuando en esta vida presente estaban, fueron causa de instru-mento para que otros por sus palabras se salvasen y fuesen a la gloria del paraíso, y ellos, por carecer de humildad interior, fueron a el infierno por hacer fundamento en una engañosa y falsa opinión de sí mis-mos, y ninguno hay en el infierno de los que, cuando en esta vida presente estaban, trabajaron tomando medios con los cuales alcanzaron esta interior humildad.

[¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?] Acordaos siem-pre aquel dicho del Señor, que dice: “Por-que ¿de qué le sirve el ganar todo el mundo si pierde su alma?” No hagáis fundamento alguno de vosotros en os parescer que ha mucho tiempo que estáis en la Compañía, y que sois más antiguos los unos que los otros, y que por esta causa sois para más

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que los que no estuvieron tanto tiempo. Holgaría yo y sería muy consolado en saber que los más antiguos ocupan muchas veces su entendimiento en pensar cuan mal se aprovecharon del tiempo que en la Com-pañía estuvieron, y cuánto perdieron de él en no ir adelante, más antes, tornando atrás; pues los que en la vía de la perfec-ción no van creciendo, pierden lo que ga-naron; y los más antiguos que en esto se ocupan, confúndense mucho y dispónense para buscar humildad interior más que ex-terior, y de nuevo toman fuerzas y ánimo para cobrar lo perdido, y de esta manera edifican mucho, dando ejemplo y buen olor de sí a los novicios y a los otros que conver-san. Ejercitaos todos siempre en este con-tinuo ejercicio, pues os deseáis señalar en servir a Cristo.

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[La misión era una prueba de la cali-dad del misionero.] Y creedme que los que a estas partes viniéredes, seréis bien pro-bados para cuánto sois, y por mucha di-ligencia que os deis en cobrar y adquirir muchas virtudes, haced cuenta que no os sobraron. No os digo estas, cosas para da-ros a entender que es trabajosa cosa servir a Dios, y que no es leve y suave el yugo del Señor, porque si los hombres se dispusie-sen en buscar a Dios, tomando y abrazando los medios necesarios para ello, hallarían tanta suavidad y consolación en servirlo, que toda la repugnancia que sienten en vencerse a sí mismo, les sería muy fácil ir contra ella, si supiesen cuántos gustos y contentamientos de espíritu pierden por no se esforzar en las tentaciones, las cua-les en los flacos suelen impedir tanto bien y conocimiento de la suma bondad de Dios

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y descanso de esta trabajosa vida; pues vivir en ella sin gustar de Dios, no es vida, sino continua muerte.

[El mal espíritu podría proponer mejo-res misiones en otros lugares.] Témome que el enemigo desinquiete algunos de vosotros, proponiéndoos cosas arduas y grandes de servicio de Dios, que haría-des si en otras partes de las en que agora estáis os hallásedes. Todo esto ordena el demonio a este fin de desconsolaros, desinquietándoos que no hagáis fruto en vuestras ánimas ni en las de los prójimos en las partes donde al presente os halláis, dándoos a entender que perdéis el tiempo. Esta es una clara, manifiesta y común ten-tación a muchos que desean servir a Dios; a esta tentación os ruego mucho que re-sistáis, pues es tan dañosa a el espíritu y a la perfección, que impide no ir adelante,

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y hace tornar atrás con mucha sequedad y desconsolación de espíritu.

[El primer misionado debía ser el mismo misionero.] Por tanto, cada uno de vosotros, en las partes donde está, trabaje mucho de aprovechar a sí primero, y des-pués a los otros, teniendo cierto para sí que en ninguna otra parte puede tanto servir a Dios como donde por obediencia se ha-lla, confiando en Dios nuestro Señor que él dará a sentir a vuestro superior, cuando fuere tiempo, que os mande por obediencia a las partes donde él más fuere servido; y de esta manera os aprovecharéis en vuestras almas viviendo consolados y ayudándoos mucho del tiempo, pues es cosa tan rica, sin ser de muchos conocida; pues sabéis cuan estrecha cuenta habéis de dar a Dios nuestro Señor de él. Porque así como en las partes donde os deseáis hallar, no hacéis

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ningún fruto, no estando. en ellas, así de la misma manera en las partes donde estáis, ni a vosotros ni a otros aprovecháis, por te-ner los pensamientos y deseos ocupados en otras partes.

[De la importancia de la cura personal para quienes están en formación.] Los que estáis en ese colegio de Santa Fe (Goa), debéis mucho de os experimentar y ejer-citar en conocer vuestras flaquezas, mani-festándolas a las personas que os pueden ayudar y dar remedio en ellas, como son vuestros confesores, ya experimentados, o otras personas espirituales de la casa, para que, cuando del colegio saliéredes, sepáis curar primeramente a vosotros mismos, y después a los otros, por lo que la expe-riencia os enseñó y las personas que en espíritu os ayudaron. Y sabed cierto que muchos géneros de tentaciones pasarán

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por vosotros, cuando anduviéredes solos o de dos en dos, puestos en muchas pruebas en tierra de infieles y en las tempestades de la mar, las cuales no tuvisteis el tiempo que estábades en el colegio; y si no salís muy ejercitados y experimentados en saber ven-cer los desordenados y propios afectos con grandes conocimientos de los engaños del enemigo, juzgad vosotros, hermanos, el peligro que corréis cuando os manifestá-redes al mundo, el cual todo está fundado en maldad, cómo le resistiréis si no fuéredes muy humildes.

[Superar la tentación, bajo apariencia de bien, de pensar que en la formación del misionero se perdía el tiempo.] Vivo tam-bién con mucho temor que Lucifer, usando de sus muchos engaños, transfigurándose en ángel de luz, dé turbación a algunos de vosotros, representándoos las muchas

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mercedes que Dios nuestro Señor os tiene hechas, después que entrasteis en el cole-gio, en libraros de muchas miserias que por vosotros pasaron cuando en el mundo estábades, induciendo algunas falsas espe-ranzas para os sacar de él antes dé tiempo, procediendo con vosotros que, hasta agora Dios nuestro Señor, en tan poco tiempo, estando en el colegio, os ha hecho tan-tas mercedes, que muchas más os hará, saliendo de él a hacer fruto en las almas, dándoos a entender que perdéis el tiempo.

A esta tentación podéis resistir en dos maneras: la primera, considerando mucho en vosotros mesmos que si los grandes pe-cadores que están en el mundo, estuviesen donde vosotros estáis, fuera de las ocasio-nes de pecar, y puestos en lugar para adqui-rir mucha perfección, cuan mudados serían de lo que son, y por ventura a muchos de

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vosotros confundirían. Esto os digo, para que penséis que el carecer de las ocasiones para ofender a Dios, y los muchos medios y favores que en esa casa hay para gustar de Dios, son causa de no pecar gravemente, y los que no son en conocimiento de dónde les viene tanta misericordia, atribuyen a sí el bien espiritual que del recogimiento de la casa y de los espirituales de ella les viene; y ansí descuidan de aprovechar en las co-sas que parecen pequeñas, siendo ellas en sí grandes, y los que pasan por ellas, leve-mente pequeñas. La segunda es: remitir to-dos vuestros deseos, juicios y paresceres a vuestro superior, teniendo tanta fe, espe-ranza y confianza en Dios nuestro Señor, que él, por su misericordia, le dará a sentir acerca de vuestro bien espiritual lo que más os cumple.

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[Dejarse formar.] Y no seáis importunos con vuestro rector, como hacen algunos, que importunan tanto a sus mayores, y los fuerzan tanto, que les vienen a mandar lo que les piden, siéndoles muy dañoso, y si no se lo conceden, dicen que viven muy desconsolados, no mirando los tristes que la desconsolación nace en ellos, y se acre-cienta y aumenta en querer hacer su propia voluntad después de haberla negado en el voto de obediencia, haciendo de ella obla-ción totalmente a Dios nuestro Señor. Es-tos tales, cuanto más trabajan de usar de su voluntad, tanto más viven desconsolados y desinquietos en sus conciencias; y así hay muchos inferiores que, por ser tan propie-tarios y amigos de sus juicios y pareceres, no tienen más obediencia voluntaria a sus mayores, sino en cuanto les mandan lo que ellos quieren.

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[Los oficios humildes preparaban para la misión.] Guardaos, por amor de Dios nuestro Señor, de ser vosotros del número de éstos. Por tanto, en los oficios de casa, que por obediencia os son dados por vues-tro superior, trabajad con todas vuestras fuerzas, usando bien de la gracia que Dios nuestro Señor os da para vencer todas las tentaciones que el enemigo os trae, para que no os aprovechéis en tal oficio, dándoos a entender que en otro, más que en aquél, os podéis aprovechar, y lo mismo acostum-bra hacer el enemigo con los que estudian.

Por servicio de Dios os ruego mucho, que en los oficios bajos y humildes trabajéis con todas vuestras fuerzas de confundir a el demonio más en vencer las tentaciones que os trae contra el oficio, que no en el tra-bajo corporal que ponéis en hacer lo que os es mandado; porque hay muchos que,

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puesto que sirvan bien los oficios corpo-ralmente, no se aprovechan interiormente, por no se esforzar a vencer las tentaciones y turbaciones que el enemigo les trae con-tra el oficio que sirven, para que en él no se aprovechen; y estos tales viven casi siempre desconsolados y inquietos, sin se aprove-char en el espíritu. No se engañe ninguno pensando señalarse en cosas grandes, si primero en las cosas bajas no se señala.

[No huirle a la cruz.] Y creedme que hay mucha manera de fervores, y, por me-jor decir, tentaciones, entre los cuales hay unos que se ocupan en imaginar modos y maneras, cómo, so color de piedad y celo de las almas, puedan huir una pequeña de cruz, por no negar su querer en hacer lo que por obediencia les es mandado, de-seando tomar otra mayor, no mirando que quien no tiene virtud para lo poco, menos

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la tendrá para lo mucho; porque entrando en cosas difíciles y grandes con poca ab-negación y fortaleza de espíritu, vienen en conocimiento de sus fervores cómo fueron tentaciones, hallándose flacos en ellos. Té-mome de lo que podría ser, que algunos vendrán de Coímbra con estos fervores, y en los tumultos de la mar se desearán por ventura más en la santa compañía de Coímbra que no en la nao; de manera que hay ciertos fervores que se acaban antes de llegar a la India.

Y los que llegan a ella, entrando en las adversidades grandes, andando entre infie-les, si no tienen muchas raíces, apáganse los fervores, y, estando en la India, viven con deseos de Portugal. Así, de la misma manera, podría ser que algunos gusta-ron de la consolación de esa casa, y con muchos fervores salieron a otras partes a

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fructificar en las almas, y después que se hallaron donde deseaban, y sin fervores, viven por ventura con deseos de ese cole-gio. Ved en qué paran los fervores que sa-len antes de tiempo, cómo son peligrosos cuando no son bien fundados. No os es-cribo estas cosas para impediros el ánimo a cosas muy arduas, señalándoos por gran-des siervos de Dios, dejando memoria de vosotros para los que después de vuestros días vendrán; mas dígolas a este fin sola-mente para que en las cosas pequeñas os mostréis grandes, aprovechándoos mucho en el conocimiento de las tentaciones, en ver para cuánto sois, fortificándoos total-mente en Dios; y si en esto perseveráredes, no dudo sino que creceréis siempre en hu-mildad y espíritu, y haréis mucho fruto en las almas, yendo quietos y seguros donde-quiera que fuéredes.

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[Curarse primero para curar a otros.] Por-que en razón está que los que en sí sienten mucho sus pasiones, y con gran diligencia las curan bien, que sentirán las de sus pró-jimos curándolas con caridad, acudiendo a ellos en sus necesidades, poniendo la vida por ellos; porque así como en sus áni-mas se aprovecharon sintiendo e curando sus pasiones primero, sabrán curar y dar a sentir las ajenas, y por donde ellos vinie-ron a sentir la pasión de Cristo, serán ins-trumento para que otros la sientan, y por otra vía no veo manera, cómo los que en sí no las sientan, las den a sentir a los otros.

[Las autoridades japonesas de Kagos-hima aceptaron la conversión de Pablo de Santafé al cristianismo.] En el lugar de Paulo de Santa Fe, nuestro buen y ver-dadero amigo, fuimos recebidos del capi-tán del lugar y del alcalde de la tierra con

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mucha benignidad y amor; y así de todo el pueblo, maravillándose mucho todos de ver padres de tierra de portugueses. No extrañaron ninguna cosa Paulo hacerse cristiano, mas antes lo tienen en mucho, y huelgan todos con él, así sus parientes como los que no lo son, por haber estado en la India y haber visto cosas que éstos de acá no vieron, y el duque de esta tierra (Daimyo, título de los gobernadores del Ja-pón) holgó mucho con él, y le hizo mucha honra, y le preguntó muchas cosas acerca de las costumbres y valía de los portugue-ses; y Paulo le dio razón de todo, de que el duque mostró mucho contentamiento.

[Nuestra Señora en los inicios de la ta-rea evangelizadora.] Cuando Paulo fue a hablar con el duque, el cual estaba cinco leguas de Cangoxima (Kagoshima), llevó consigo una imagen de nuestra Señora

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muy devota, que traíamos con nosotros, y holgó a maravilla el duque cuando la vio, y se puso de rodillas delante de la imagen de Cristo nuestro Señor y de nuestra Señora, y la adoró (las inclinaciones propias de la cultura japonesa) con mucho acatamiento y reverencia, y mandó a todos los que con él estaban que hiciesen lo mismo; y después mostráronla a la madre del duque, la cual se espantó en verla, mostrando mucho pla-cer, Después que tornó Paulo a Cangoxima, donde nos estábamos, de ahí a pocos días mandó la madre del duque un hidalgo para dar orden cómo se pudiese hacer otra ima-gen como aquélla, y por no haber mate-riales en la tierra, se dejó de hacer. Mandó pedir esta señora que por escrito le mandá-semos aquello en que los cristianos creen, y así Paulo se ocupó algunos días en lo

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hacer, y escribió muchas cosas de nuestra fe en su lengua.

[Se convirtieron los parientes de Pa-blo de Santafé.] Creed una cosa, y de ella dad muchas gracias a Dios, que se abre camino donde vuestros deseos se puedan ejecutar, y si nos supiéramos hablar, ya tu-viéramos hecho mucho fruto. Diose Paulo tanta priesa con muchos de sus parientes y amigos, predicándoles de día y de noche, que fue causa por donde su madre, mujer y hija, y muchos de sus parientes, así hom-bres como mujeres y amigos se hiciesen cristianos; acá no extrañan hasta ahora el hacerse cristianos, y, como grande parte de ellos saben leer y escrebir, presto aprenden las oraciones.

[Hacerse como niños para evangelizar.] Placerá a Dios nuestro Señor darnos len-guas para poder hablar de las cosas de

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Dios, porque entonces haremos mucho fruto con su ayuda y gracia y favor. Agora somos entre ellos como unas estatuas, que hablan y platican de nos muchas cosas, y nosotros, por no entender la lengua, nos callamos; y agora nos cumple ser como niños en aprender la lengua, y pluguiese a Dios que en una simplicidad y pureza de ánimo los imitásemos. Forzado nos es tomar medios y disponernos a ser como ellos, así acerca de aprender la lengua, como acerca de imitar su simplicidad de los niños que carecen de malicia.

[Las misiones hacían crecer en fe, es-peranza y caridad.] Y para esto hízonos Dios muy grandes y señaladas mercedes en traernos a estas partes de infieles, para que no descuidemos de nosotros, pues esta tierra es toda de idolatrías y enemigos de Cristo, y no tenemos en qué poder confiar

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ni esperar sino en Dios, por cuanto acá no tenemos parientes ni amigos ni conocidos, ni hay ninguna piedad cristiana, sino to-dos enemigos de aquel que hizo el cielo y la tierra; y por esta causa nos es forzado po-ner toda nuestra fe, esperanza y confianza en Cristo nuestro Señor, y no en criatura viva, pues por su infidelidad todos son enemigos de Dios. En otras partes, donde nuestro Criador, Redentor y Señor es cono-cido, las criaturas suelen ser causa e impe-dimento para descuidar de Dios, como es amor de padre, madre, parientes, amigos y conocidos, y amor de la propia patria y te-ner lo necesario, así en salud como en las dolencias, teniendo bienes temporales o amigos espirituales que suplen en las nece-sidades corporales; y sobre todo lo que más nos fuerza a esperar en Dios, es carecer de personas que en espíritu nos ayuden; por

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manera que acá en tierras extrañas, donde Dios no es conocido, hácenos él tanta mer-ced, que las criaturas nos fuerzan y ayudan a no descuidar de poner toda nuestra fe, es-peranza y confianza en su divina bondad, por carecer ellas de todo amor de Dios y piedad cristiana.

En considerar esta gran merced que nuestro Señor nos hace con otras muchas, estamos confundidos en ver la misericor-dia tan manifiesta que usa con nosotros. Pensábamos nosotros hacerle algún ser-vicio en venir a estas partes a acrecentar su santa fe, y agora por su bondad dio-nos claramente a conocer y sentir la mer-ced que nos tiene hecha, tan inmensa, en traernos a Japán, librándonos del amor de muchas criaturas que nos impedían tener mayor fe, esperanza y confianza en él. Juz-gad vosotros aghora si nos fuésemos los

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que deberíamos de ser, cuan descansada, consolada y toda llena de placer sería nues-tra vida, esperando solamente en aquel de quien todo bien procede, y no engaña a los que en él confían, mas antes es más largo en dar, de lo que son los hombres en pedir y esperar. Por amor de nuestro Señor que nos ayudéis a dar gracias de tan grandes mer-cedes, para que no caigamos en pecado de ingratitud; pues en los que desean servir a Dios, este pecado es causa por donde Dios nuestro Señor deja de hacer mayores mer-cedes de las que hace, por no ser en cono-cimiento de tanto bien, ayudándose de él.

[La dieta japonesa era saludable para el cuerpo y para el alma.] También nos es ne-cesario daros parte de otras mercedes que Dios nos hace, de las cuales nos da cono-cimiento por su misericordia, para que nos ayudéis a dar gracias a Dios siempre por

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ellas; y es que en las otras partes la abun-dancia de los mantenimientos corporales suelen ser causa y ocasión cómo los des-ordenados apetitos salen con la suya, que-dando muchas veces desfavorecida la virtud de la abstinencia, de que los hombres, así en las almas como en los cuerpos, padecen notable detrimento; de donde por la mayor parte nacen las enfermedades corporales y aun espirituales, y vienen los hombres a pa-decer muchos trabajos en tomar un medio; y antes de lo adquirir, muchos abrevian los días de la vida, padeciendo muchos géne-ros de tormento y dolor en sus cuerpos, to-mando melecinas para convalecer, que dan más fastidio en las tomar, de lo que dieran gusto los manjares en el comer y beber: allende de estos trabajos, entran en otros mayores, que ponen sus vidas en poder de médicos, los cuales vienen a acertar en las

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curas, después de haber pasado muchos yerros por ellos.

Hízonos Dios tanta merced en traernos a estas partes, las cuales carecen de estas abundancias, que, aunque quisiésemos dar estas superfluidades al cuerpo, no lo su-fre la tierra. No matan ni comen cosa que crían, algunas veces comen pescado y arroz y trigo, aunque poco. Hay muchas yerbas de que se mantienen y algunas frutas, aunque pocas. Vive la gente de esta tierra muy sana a maravilla, y hay muchos viejos. Bien se ve en los japanes cómo nuestra naturaleza con poco se sostiene, aunque no hay cosa que la contente. Vivimos en esta tierra muy sanos de los cuerpos. ¡Pluguiese a Dios que así nos fuese en las almas!

[La vida abnegada, austera y abstemia de los líderes religiosos era tenida en gran es-tima por los japoneses.] Casi nos es forzado

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haceros saber de una merced que nos va pa-reciendo que Dios nuestro Señor nos ha de hacer, para que con vuestros sacrificios y oraciones nos ayudéis a que no la desme-rezcamos, y es, que grande parte de los japanes son bonzos, y éstos son muy obede-cidos en la tierra donde están, aunque sus pecados son manifiestos a todos; y la causa por que son tenidos en mucho, me parece que es por el abstinencia grande que hacen, que nunca comen carne ni pescado, sino yerbas, fruta y arroz y esto una vez cada día y mucho por regla, y no les dan vino.

Son muchos bonzos, y las casas muy pobres de rentas. Por esta continua absti-nencia que hacen, y porque no tienen con-versación con mujeres, especialmente los que andan vestidos de negro como cléri-gos, so pena de perder la vida, y por saber contar algunas historias, o por mejor decir

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fábulas de las cosas en que creen, por esta causa me parece que los tienen en mucha veneración. Y no será mucho, por ser ellos y nosotros tan contrarios en las opiniones de sentir de Dios y de cómo se han de salvar las gentes, ser de ellos muy perseguidos, más que de palabras.

[Lo único que se pretendía en el Japón era el anuncio de Jesucristo.] Nos, en es-tas partes, lo que pretendemos, es traer las gentes en conocimiento de su criador, redentor y salvador Jesucristo nuestro Se-ñor. Vivimos con mucha confianza, es-perando en él que nos ha de dar fuerzas, gracia, ayuda y favor para llevar esto ade-lante. La gente secular no me parece que nos ha de contradecir ni perseguir, cuanto es de su parte, salvo si no fuere por mu-chas importunaciones de los bonzos. Nos no pretendemos diferencias con ellos, ni

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por su temor habemos de dejar de hablar de la gloria de Dios y de la salvación de las ánimas; y ellos no nos pueden hacer más mal de lo que Dios nuestro Señor les permi-tiere; y el mal que por su parte nos viniere, es merced que nuestro Señor nos hará, si por su amor y servicio y celo de las almas nos acortaren los días de la vida, siendo ellos instrumentos para que esta continua muerte en que vivimos se acabe, y nues-tros deseos en breve se cumplan, yendo a reinar para siempre con Cristo. Nuestras intenciones son declarar y manifestar la verdad, por mucho que ellos nos contradi-gan, pues Dios nos obliga a que más ame-mos la salvación de nuestros prójimos que nuestras vidas corporales. Pretendemos, con ayuda, favor y gracia de nuestro Se-ñor, de cumplir este precepto, dándonos él

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fuerzas interiores para lo manifestar entre tantas idolatrías como hay en Japán.

[Se requería la mediación de todos los santos “de la corte celestial” para el éxito de la misión, porque eran muy pocas las fuerzas del misionero.] Vivimos con mucha esperanza que nos hará esta merced, por cuanto nos del todo desconfiamos dé nues-tras fuerzas, poniendo toda nuestra espe-ranza en Jesucristo nuestro Señor y en la sacratísima Virgen Santa María su madre, y en todos los nueve coros de los ángeles, tomando por particular valedor entre to-dos ellos a San Miguel arcángel, príncipe y defensor de toda la Iglesia militante, confiando mucho en aquel arcángel, al cual le es cometida en particular la guarda de este grande reino de Japán, encomen-dándonos todos los días especialmente a él, y juntamente con él a todos los otros

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ángeles custodios que tienen especial cui-dado de rogar a Dios nuestro Señor por la conversión de los japanes, de los cuales son guarda, no dejando de invocar a todos aquellos santos beatos, que, viendo tanta perdición de almas, siempre suspiran por la salvación de tantas imágenes y semejan-zas de Dios, confiando en gran manera que todos nuestros descuidos y faltas, de no nos encomendar como debemos a toda la corte celestial, suplirán los beatos de nues-tra santa Compañía que allá están, repre-sentando siempre nuestros pobres deseos a la Santísima Trinidad.

Son, por la suma bondad de Dios nues-tro Señor, más nuestras esperanzas de al-canzar victoria, con tanto favor y ayuda, de lo que son los impedimentos que el ene-migo nos pone delante para tornar atrás, aunque no dejan de ser muchos y grandes; y

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no dudo sino que harían mucha impresión en nosotros, si algún fundamento hiciése-mos en nuestro poder o saber. Permite Dios nuestro Señor, por su grande misericordia, que tantos miedos, trabajos y peligros el enemigo nos ponga delante, por nos hu-millar y bajar, para que jamás confiemos en nuestras fuerzas y poder, sino solamente en él y en los que participan de su bondad. Bien nos muestra en esta parte su infinita clemencia y particular memoria que nos tiene, dándonos a conocer y sentir dentro en nuestras almas cuan para poco somos, pues nos permite que seamos perseguidos de pequeños trabajos y pocos peligros, para que no descuidemos de él haciendo fundamento en nos; porque haciendo al contrario, las pequeñas tentaciones y per-secuciones, en los que hacen algún funda-mento en sí, son más trabajosas de espíritu

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y dificultosas de llevar adelante, de lo que son los muchos y grandes peligros y traba-jos en los que, desconfiando totalmente de sí, confían grandemente en Dios.

[Imploraba la plegaria de todos los miembros de la Compañía y allegados para el éxito de la misión.] Mucho nos cumple para nuestra consolación daros parte de un cuidado grande en que vivimos, para que con vuestros sacrificios y oraciones nos ayudéis; y es que, siendo a Dios nuestro Se-ñor manifiestas todas nuestras continuas maldades y grandes pecados, vivimos con un debido temor que deje de nos hacer mer-cedes y dar gracia para comenzar a servirle con perseverancia hasta la fin, si no hubiere una gran enmienda en nosotros; y para esto nos es necesario tomar por intercesores en la tierra a todos los de la bendita Compañía del nombre de Jesús, con todos los devotos

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y amigos de ella, para que por su interce-sión seamos presentados a la santa madre Iglesia universal, esposa de Cristo nuestro Señor y Redentor nuestro, en la cual firme-mente y sin poder dudar creemos, y con-fiamos que partirá con nos de sus muchos e infinitos merecimientos.

Y también que por ella seamos presen-tados y encomendados a todos los bea-tos del cielo, especialmente a Jesucristo, su esposo, nuestro Redentor y Señor, y a la Santísima Virgen, su Madre, para que continuadamente nos encomienden a Dios Padre eterno, de quien todo bien nace y procede, rogándole que siempre nos guarde de le ofender, no cesando de ha-cernos continuas mercedes, no mirando a nuestras maldades, sino a su bondad infi-nita, pues por sólo su amor vinimos a estas partes, como él bien lo sabe, pues le son

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manifiestos todos nuestros corazones, in-tenciones y pobres deseos, que son de librar las almas, que ha más de 1500 años que es-tán en cautiverio de Lucifer haciéndose de ellas adorar como Dios en la tierra; pues en el cielo no fue poderoso para ello, y después de echado de él, véngase cuanto puede de muchos, y también de los tristes japanes.

[El interés de Francisco por las univer-sidades del Japón para evangelizar.] Es bien que os demos parte de nuestra es-tada en Cangoxima. Nos llegamos a ella en tiempo que los vientos eran contrarios para ir a Meaco (actual Kyoto), que es la principal ciudad de Japán, donde está el rey y los mayores señores del reino, y no hay viento que nos sirva para ir allá, sino de aquí a cinco meses; entonces con ayuda de Dios iremos. Hay de aquí a Meaco tres-cientas leguas. Grandes cosas nos dicen

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de aquella ciudad, afirmándonos que pasa de 90 000 casas, y que hay una grande uni-versidad de estudiantes en ella, que tiene dentro cinco colegios principales, y más de 200 casas de bonzos y de los otros como frailes, que llaman Gixu, y de monjas, las cuales llaman Amacata.

Fuera de esta universidad de Meaco hay otras cinco universidades principales, los nombres de las cuales son éstos: Coya, Ne-gru, Fieson, Omy, estas cuatro están alre-dedor de Meaco y en cada una de las cuales nos dicen que hay más de 3 500 estudiantes. Hay otra universidad muy lejos de Meaco, la cual se llama Bandu, que es la mayor y más principal de Japán, a la cual van más estu-diantes que a otra ninguna. Bandú es una señoría muy grande, donde hay seis duques, y entre ellos hay un principal a el cual todos obedecen, y este principal tiene obediencia

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a el rey de Japán. Dícennos tantas cosas de las grandezas de estas tierras y universida-des que, para las poder afirmar y escribir por verdaderas, holgaríamos primero de las ver; y si así es como nos dicen, después que tengamos experiencia, os las escribiremos muy particularmente.

Fuera de estas universidades princi-pales, nos dicen que hay otras muchas pequeñas por el reino. Después de vista la disposición del fruto que en las almas puede hacer en estas partes, no será mu-cho escribir a todas las principales uni-versidades de la cristiandad para descargo de nuestras conciencias, encargando las suyas, pues con sus muchas virtudes y le-tras pueden curar tanto mal, convirtiendo tanta infidelidad en conocimiento de su Criador, Redentor y Salvador.

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[Favorecer a quienes se ofrecieran a evangelizar en esas tierras con el apoyo del Papa.] A ellos escribiremos como a nues-tros mayores y padres, deseando que nos tengan por mínimos hijos, del fruto que con su favor y ayuda se puede hacer, para que los que no pudieren acá venir, favorez-can a los que se ofrecieren por gloria de Dios y salvación de las almas, a participar de mayores consolaciones y contentamien-tos espirituales de los que allá por ventura tienen; y si la disposición de estas partes fuera tan grande como nos va pareciendo, no dejaremos de dar parte a su Santidad, pues es vicario de Cristo en la tierra y pas-tor de los que en él. creen, y también de los que están dispuestos para venir en cono-cimiento de su Redentor y Salvador y a ser de su jurisdicción espiritual, no olvidando de escrebir a todos los devotos y benditos

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frailes que viven con muchos santos de-seos de glorificar a Jesucristo en las almas que no lo conocen, y por muchos que ven-gan, sobra lugar en este grande reino para cumplir sus deseos, y en otro mayor, que es el de la China, al cual se puede ir segu-ramente sin recebir maltratamiento de los chinas, llevando salvoconducto del rey de Japán, el cual confiamos en Dios que será nuestro amigo, y que fácilmente se alcan-zará de él este seguro.

[Javier esperaba que, en 10 años resi-diendo de asiento, la Iglesia estaría conso-lidada.] Porque os hago saber que el rey de Japán es amigo del rey de China, y tiene su sello en señal de amistad para poder dar seguro a los que allá van. Navegan muchos navíos de Japán a la China, la cual es una traviesa que en diez o doce días se puede navegar. Vivimos con mucha esperanza

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que si Dios nuestro Señor nos diere diez años de vida, que veremos en estas partes grandes cosas por los que de allá vinieren y por los que Dios en estas partes moverá a que vengan en su verdadero conocimiento. Por todo el año de 1551 esperamos de os escribir muy menudamente toda la dispo-sición que hay en Meaco y en las universi-dades para ser Jesucristo nuestro Señor en ellas conocido. Este año van dos bonzos a la India, los cuales estuvieron en las uni-versidades de Bandu y Meaco, y con ellos muchos japanes a aprender las cosas de nuestra ley.

[El “duque” de Kagoshima dio el aval para que sus vasallos se convirtieran al cristianismo.] Día de San Miguel (29 de septiembre) hablamos con el duque de esta tierra y nos hizo mucha honra, diciendo que guardásemos muy bien los libros en

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que estaba escrita la ley de los cristianos, diciendo que, si era la ley de Jesucristo ver-dadera y buena, que le había de pesar mu-cho al demonio con ella. De ahí a pocos días dio licencia a sus vasallos, para que todos los que quisiesen ser cristianos, que lo fuesen. Estas tan buenas nuevas os es-cribo en el fin de la carta para vuestra con-solación, y para que deis gracias a Dios nuestro Señor. Paréceme que este invierno nos ocuparemos en hacer una declaración sobre los artículos de la fe en lengua de Ja-pán, algún tanto copiosa para hacerla im-primir, pues toda la gente principal sabe leer y escribir, para que se extienda nuestra santa fe por muchas partes, pues a todas no podemos acudir.

Paulo (Anjiró), nuestro carísimo her-mano, trasladará en su lengua fielmente

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todo lo que es necesario para la salvación de sus almas.

[Solo restaba dejar todo el cuidado de la misión a Dios.] Agora os cumple, pues tanta disposición se descubre, que todos vuestros deseos sean primero de mani-festaros por grandes siervos de Dios en el cielo, lo cual haréis siendo en este mundo interiormente humildes en vuestras almas y vidas, dejando todo el cuidado a Dios, que él os acreditará con los prójimos en la tie-rra; y si lo dejare de hacer, será por ver el peligro que corréis, atribuyendo a vosotros lo que es de Dios. Vivo muy consolado en me parecer que tantas cosas interiores de reprender veréis siempre en vosotros, que vendréis en un grande aborrecimiento de todo amor propio y desordenado; y junta-mente en tanta perfección, que el mundo no hallará con razón qué reprender en

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vosotros; y de esta manera sus alaban-zas os serán una cruz trabajosa en las oír, viendo claramente vuestras faltas en ellos.

[Oraba para que los miembros de la Compañía unieran sus corazones en Cristo.] Así acabo sin poder acabar de es-cribir el grande amor que os tengo a todos en general y en particular; y si los corazo-nes de los que en Cristo se aman, se pu-diesen ver en esta presente vida, creed, hermanos míos carísimos, que en mí os ve-ríades claramente; y si no os conociésedes, mirándoos en él, sería porque os tengo en tanta estima, e vosotros por vuestras vir-tudes teneros en tanto desprecio, que por vuestra humildad dejaríades de os ver y co-nocer en él, y no porque vuestras imágenes no estén imprimidas en mi alma y cora-zón. Ruégoos mucho que entre vosotros haya un verdadero amor, no dejando nacer

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amarguras de ánimo. Convertid parte de vuestros fervores en amaros los unos a los otros, y parte de los deseos de padecer por Cristo en padecer por su amor, venciendo en vosotros todas las repugnancias que no dejan crescer este amor, pues sabéis que dijo Cristo que en esto conosce a los suyos, si se amaren los unos a los otros. Dios nuestro Señor nos dé a sentir dentro en nuestras almas su santísima voluntad, y gracia para perfectamente cumplirla. Vuestro todo en Cristo hermano carísimo,

Francisco.

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Carta 96. A sus compañeros de EuropaCochín (India), 29 de enero de 1552

[El anuncio explícito pronto dio sus frutos.]En el año 1549, a veinte de agosto, llega-mos a Japón todos con paz y salud, desem-barcando en Cangoxima (Kagoshima), que es un lugar de donde eran naturales los ja-ponés que nosotros llevábamos. Fuimos recibidos de la gente de la tierra muy be-nignamente, principalmente de los parien-tes de Paulo, japón, los cuales quiso Dios nuestro Señor viniesen en conocimiento de la verdad, y así cerca de ciento se hicieron cristianos, en el tiempo que estuvimos en Cangoxima. Holgaron los gentiles de oír la ley de Dios, por ser cosa que nunca oyeron, ni jamás tuvieron conocimiento de ella.[…]

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[El anuncio instruido atrajo también la gente culta.] En este año que estuvimos en el lugar de Paulo (Kagoshima), nos ocupa-mos en doctrinar a los cristianos, en apren-der la lengua, y en sacar muchas cosas de la ley de Dios en lengua de Japón, a saber, acerca de la creación del mundo, con toda la brevedad, declarando lo que era necesa-rio que supieran ellos, cómo hay un Crea-dor, de todas las cosas, del cual ellos no tenían ningún conocimiento, con otras co-sas necesarias, hasta venir a la encarnación de Cristo, tratando la vida de Cristo, por to-dos los misterios hasta la ascensión, y una declaración del día del juicio; el cual libro, con mucho trabajo, lo pusimos en lengua de Japón y lo escribimos en letra nuestra; y por él leíamos a los que se hacían cris-tianos, para que supiesen cómo habían de

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adorar a Dios y a Jesucristo, para haberse de salvar.

Holgaban mucho los cristianos y los que no eran cristianos, de oír estas cosas, por parecerles que ésta era la verdad, porque los japones son hombres de muy singula-res ingenios, y muy obedientes a razón; y si dejaban de hacerse cristianos, era por te-mor del señor de la tierra, y no porque no conocían que la ley de Dios era verdadera y sus leyes falsas.

[Iniciaba procesos en medio de contra-dicciones y dejaba espacios a otros.] Pasado el año, visto que el señor de la tierra (Ka-goshima) no era contento que la ley de Dios fuese en crecimiento, nos fuimos para otra tierra, y nos despedimos de los cristianos, los cuales con muchas lágrimas se des-pidieron de nosotros, por el muy grande amor que nos tenían, dándonos muchas

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gracias del trabajo que llevamos en ense-ñarles de qué manera se habían de salvar. Quedó con estos cristianos Paulo, natural de la tierra, muy buen cristiano, para doc-trinarlos y enseñarlos.

[Tener el coraje de un anuncio allí donde Cristo era desconocido.] De ahí fuimos a otra tierra, donde el señor de ella nos re-cibió con mucho placerá, y estando ahí algunos días, se hicieron cerca de cien per-sonas cristianas. A este tiempo ya uno de nosotros sabia hablar japón, y leyendo por el libro que sacamos en lengua de Japón, con otras platicas que hacíamos, se hacían muchos cristianos. En este lugar quedo el padre Cosme de Torres, con los cristianos que se hacían. Juan Fernández y yo fuimos a una tierra de un grande señor de Japón, la cual por nombre se llama Amanguche (Yamaguchi). Es ciudad de más de diez

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mil vecinos, las casas todas de madera. En esta ciudad había muchos hidalgos y otra gente muy deseosa de saber qué ley era la que nosotros predicábamos. Así determi-namos predicar por muchos días por las calles, cada día dos veces, leyendo por el libro que llevábamos, haciendo algunas pláticas conforme a lo que por el libro leía-mos. Era mucha la gente que acudía a las predicaciones. Éramos llamados a casas de grandes hidalgos, para preguntarnos qué ley era aquella que predicábamos, di-ciéndonos que si fuese mejor que la suya de ellos, que la tomarían. Muchos mostraban contentamiento en oír la ley de Dios, otros hacían burla de ella, a otros les pesaba. Cuando íbamos por las calles, los niños y otra gente nos perseguía, haciendo escar-nio de nosotros, diciendo: " Estos son los que dicen que hemos de adorar a Dios para

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salvarnos, y que ningún otro nos puede salvar sino el Criador de todas las cosas”. Otros decían: "Estos son los que predican que un hombre no ha de tener mas que una mujer”. Otros decían: "Estos son los que prohíben el pecado de la sodomía”, por ser muy general entre ellos; y así nombra-ban los otros mandamientos de nuestra ley, y esto por hacer escarnio de nosotros. Después de haber pasado muchos días en este ejercicio de predicar, así por las ca-sas como por las calles, nos mandó llamar el duque de Amanguche, que estaba en la misma ciudad, y nos preguntó muchas co-sas. Preguntándonos de dónde éramos, y por qué razón fuimos a Japón; nosotros le respondimos que éramos mandados a Ja-pón a predicar la ley de Dios, por cuanto ninguno se puede salvar sin adorar a Dios y creer en Jesucristo, salvador de todas las

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gentes. Entonces nos mandó que le decla-rásemos la ley de Dios, y así le leímos mu-cha parte del libro, y estuvo muy atento todo el tiempo que leímos, que sería más de una hora, y así nos despidió. En esta ciu-dad perseveramos muchos días en predicar por las calles y casas; muchos holgaban de oír la vida de Cristo y lloraban cuando ve-níamos al paso de la Pasión.

[Buscaba la licencia de las autoridades para evangelizar.] Visto que la tierra no estaba pacífica para manifestarse la ley de Dios (Meaco o Miyako, hoy Kyoto), torna-mos otra vez a Amanguche (Yamaguchi), y dimos al duque de Amanguche unas cartas que llevábamos del gobernador y obispo, con un presente que le mandaba en señal de amistad. Holgó mucho este duque, así con el presente como con la carta. Ofre-ciónos muchas cosas, mas no quisimos

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aceptar ninguna, aunque nos daba mucho oro y plata. Nosotros entonces le pedimos que, si alguna merced nos quería hacer, que nosotros no queríamos otra de él, más que diese licencia en sus tierras para predi-car la ley de Dios, y para los que quisiesen tomarla, la tomasen. El, con mucho amor, nos dio esta licencia, y así mandó por las calles de la ciudad poner escritos en su nombre, que él holgaba que la ley de Dios se predicase en sus tierras, y que él daba licencia, que los que quisiesen tomarla, la tomasen. Con esto juntamente nos dio un monasterio, a manera de colegio, para es-tarnos en él. Estando en este monasterio (cedido por el duque de Yamaguchi), ve-nían muchas personas a oír la predicación de la ley de Dios, que ordinariamente pre-dicábamos cada día dos veces. Al cabo de la predicación siempre había disputas que

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duraban mucho. Continuadamente éramos ocupados en responder a las preguntas, o en predicar. Venían a estas predicaciones muchos padres y monjas, hidalgos y otra mucha gente; casi siempre estaba la casa llena, y muchas veces no cabían en ella. Fueron tantas las preguntas que nos hi-cieron, que por las respuestas que les dá-bamos conocían las leyes de los santos en que creían ser falsas, y la de Dios verda-dera. Perseveraron muchos días en estas preguntas y disputas; y después de pasa-dos muchos días, comenzaron a hacerse cristianos; y los primeros que se hicieron, fueron aquellos que más enemigos nues-tros se mostraron, así en las predicaciones como en las disputas.

Y porque en sus doctrinas tienen que, aunque estén en el infierno, si llamaren por los fundadores de las sectas, serán libres

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de allá, mucho y muy mal les parecía de Dios, que los hombres que van al infierno, no tuvieran ninguna redención, diciendo que sus leyes eran mas fundadas en piedad, de lo que era la ley de Dios. A todas estas preguntas, que fueron a los principios, por sola la gracia de Dios nuestro Señor satis-ficimos, de manera que quedaban satis-fechos. Y para mayor manifestación de la misericordia de Dios, son los japones mas sujetos a razón, de lo que nunca jamás vi gente infiel. Son tan curiosos e importu-nos en preguntar, tan deseosos de saber, que nunca acaban de preguntar y de ha-blar a los otros las cosas que les responde-mos a sus preguntas. No sabían ellos que el mundo era redondo, ni sabían el curso del sol; preguntando ellos por estas cosas y por otras, como por los cometas, relám-pagos, lluvia y nieve, y otras semejantes; a

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lo que respondiendo nosotros y declarán-dolas, quedaban muy contentos y satisfe-chos, teniéndonos por hombres doctos, lo que ayudó un poco para dar crédito a nuestras palabras.

En esta ciudad de Amanguche (Yamagu-chi), en espacio de dos meses, después de pasadas muchas preguntas, se bautizaron quinientas personas, poco más o menos, y cada día se bautizan, por la gracia de Dios. Muchos nos descubren los engaños de los bonzos y de sus sectas; y si no fuera por ellos, no estuviéramos al cabo de las ido-latrías de Japón. Grande en extremo es el amor que nos tienen los que se hacen cris-tianos, y creed que son cristianos de verdad.

Esta fue una de las grandes dudas que tuvieron para no adorar a Dios. Plugo a nuestro Señor de hacerlos capaces de la verdad y librarlos de la duda en que

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estaban. Dímosles nosotros razón por donde les probamos que la ley de Dios era la primera de todas, diciéndoles que, antes que las leyes de la China viniesen a Japón, los japones sabían que matar, hurtar, le-vantar falso testimonio y obrar contra los otros diez mandamientos era mal, y tenían remordimientos de conciencia en señal del mal que hacían, porque apartarse del mal y hacer bien, estaba escrito en el corazón de los hombres; y así los mandamientos de Dios los sabían las gentes sin que otro ninguno se lo enseñara, sino el Criador de todas las gentes.

Y que si en esto ponían alguna duda, lo experimentasen tomando a un hombre que fue criado en un monte, sin tener no-ticia de las leyes que vinieron de la China, ni saber leer ni escribir, y preguntasen a este hombre criado en el bosque, si matar,

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hurtar, y hacer contra los diez manda-mientos era pecado o no; si guardarlos era bien o no. Por la respuesta que éste daría, siendo tan bárbaro, sin enseñársela otra gente, verían cómo aquel tal sabía la ley de Dios. Pues ¿quién enseñó a éste el bien y el mal sino Dios que lo crio? Y si en los bárbaros hay este conocimiento, ¿qué será en la gente discreta? De manera que an-tes que hubiese ley escrita, estaba la ley de Dios, escrita en los corazones de los hom-bres. Cuadróles tanto esta razón a todos, que quedaron muy satisfechos. Sacarlos de esta duda fue grande ayuda para que se hi-cieran cristianos.[…]

[El sustento de la misión fue por la so-lidaridad del Rey (Juan III).] En todo este tiempo que estuvimos en Japón, que se-ría más de dos años y medio, siempre nos

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mantuvimos de las limosnas que el cristia-nísimo rey de Portugal nos manda dar en estas partes; porque cuando fuimos a Ja-pón, nos mandó dar más de mil cruzados. No se puede creer cuan favorecidos somos de su alteza, y lo mucho que con nosotros gasta en dar tan largas limosnas para co-legios, casas y todas las otras necesidades.

[Las esperanzas de hallar fruto en el Japón eran grandes.] Llegué a Cochín a veinte y cuatro de enero, donde fui recibido del señor virrey con mucho agasajo. Este mes de abril del año 1552 irán padres de la India para Japón, y en su compañía tornará a ir el criado del duque de Bungo. Espero en Dios nuestro Señor que se ha de hacer mu-cho fruto en aquellas partes, porque gente tan discreta y de buenos ingenios, deseosa de saber, obediente a razón, y de otras mu-chas buenas partes, no puede ser sino que

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entre ellos se haga mucho fruto. Que los trabajos vengan a luz y que duren siempre.

En esta tierra de Japón hay una universi-dad muy grande, la cual se llama Bandou, adonde acude gran número de bonzos a aprender sus sectas. Estas sectas, como arriba dije, vinieron de la China, y están es-critas en letra de China, porque la letra de Japón y la de la China son muy diferentes. Hay en Japón dos maneras de letras, una que usan los hombres, y otra que usan las mujeres. Mucha parte de la gente sabe leer y escribir, así hombres como mujeres, prin-cipalmente los hidalgos e hidalgas y mer-caderes. Las bonzas en sus monasterios enseñan a escribir a las niñas; y los bon-zos, a los mozos; y los hidalgos que tienen manera, tienen maestros que les enseñan en sus casas a sus hijos.

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Estos bonzos tienen grandes ingenios y muy delgados. Ocúpanse mucho en con-templar, pensando qué ha de ser de ellos, y qué fin han de tener, y otras contempla-ciones así. Hay muchos de éstos que en sus contemplaciones hallan que no se pueden salvar en las sectas, diciendo que todas las cosas dependen de algún principio; y por cuanto no hay libro que hable de este prin-cipio, ni de la creación de las cosas, los que alcanzan este principio, como no tienen li-bros ni autoridad, no lo manifiestan a los otros. Estos tales huelgan mucho de oír la ley de Dios.

En la ciudad de Amanguche (Yamagu-chi) se hizo un hombre cristiano, el cual estudiara muchos años en Bandou; era te-nido por muy letrado. Este, antes que noso-tros fuésemos a Japón, dejó de ser bonzo, hízose lego y casó. Dice que, cuando dejó

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de ser bonzo, era por parecerle que las le-yes de Japón no eran verdaderas; por eso no creía en ellas, y que él siempre adoraba a aquel que crio el mundo. Mucho holga-ron los cristianos, cuando este hombre se bautizó; porque era tenido en Amanguche por el mayor sabedor que había en la ciu-dad. Además de esta universidad de Ban-dou, hay otras universidades, pero la de Bandou es la mayor.

[La necesidad de misioneros de corte universitario para el Japón.] Ahora, pla-ciendo a Dios nuestro Señor, irán cada año padres de la Compañía a Japón, y en Amanguche ha de hacerse una casa de la Compañía, y aprenderán la lengua; y más sabrán lo que cada secta tiene en su doc-trina; de manera que, cuando de allá vinie-ren personas de grande confianza, para ir a estas universidades, hallarán padres y

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hermanos de la Compañía en Amanguche que sepan hablar muy bien la lengua, y es-tén al cabo de los yerros de sus sectas; lo que será grande ayuda para los padres que de Europa fueren escogidos para ir a Japón.

[La oración iterativa los unía sencilla-mente a Dios.] Y son tan curiosos, que quieren saber qué quiere decir: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, y por qué ponen la mano derecha en la cabeza en diciendo: “En el nombre del Padre”, “y del Hijo” en los pechos, “y del Espíritu Santo”, en el hombro izquierdo y derecho. Dándoles nosotros la declaración de esto, quedan grandemente consolados. Después de esto, dicen “Kirie eleison. Christe eleison, Kirie eleison”, y luego preguntan la significación de estas pala-bras; después de esto pasan sus cuentas, diciendo a cada cuenta “Jesús, María”. El

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Pater noster, Ave María y Credo van apren-diendo poco a poco, por escrito.

[La conversión de los chinos expandiría mucho el Evangelio.] Esta gente de Japón es gente blanca. La tierra de la China está cerca de Japón y, como arriba está escrito, de la China les fueron llevadas las sectas que tiene. Es la China tierra muy grande, pacifica, sin tener guerras ningunas; tie-rra de mucha justicia, según lo que escri-ben los portugueses que en ella están; es de mas justicia que ninguna de toda la cris-tiandad. La gente de la China, la que hasta aquí tengo vista, así en Japón, como en otras partes, es muy aguda, de grandes in-genios, mucho más que los japones, y hom-bres de mucho estudio. La tierra está muy abastada, en grandísima manera, de todas las cosas, y muy poblada de grandes ciu-dades, casas de piedras muy labradas, y lo

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que todos dicen, tierra muy rica de muchas sedas. Tengo por noticia de los chinas, que hay mucha gente en la China de diversas leyes; y según la información que de ellos tengo, parece que deben de ser moros o ju-díos. No me saben decir si hay cristianos.

Creo que este año de 52 iré allá, donde está el rey de la China (Pekín o Beijing), porque es tierra donde se puede mucho acrecentar la ley de nuestro Señor Jesu-cristo; y si ahí la recibiesen, sería grande ayuda para que en Japón desconfiaran de las sectas en que creen; porque de Liampo, que es una ciudad principal de la China, a Japón no hay sino una travesía por mar de ochenta leguas.

Grandísima esperanza tengo en Dios nuestro Señor que se ha de abrir camino, no solamente para los hermanos de la Compañía, mas para todas las religiones,

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para que puedan todos los santos padres bienaventurados de ellas cumplir sus san-tos deseos, convirtiendo mucho número de gentes al camino de la verdad. Y así ruego y pido, por amor y servicio de Dios nues-tro Señor, a todas aquellas personas que viven con deseos de manifestar el nombre de Dios en tierras de infieles, que se acuer-den de encomendarme a Dios en sus devo-tas oraciones y santos sacrificios, para que pueda descubrir alguna tierra, donde ellos puedan venir a cumplir sus santos deseos.

De la India no escribo ninguna cosa, porque los hermanos de la Compañía es-criben las nuevas de acá. Yo llegué de Ja-pón con muchas fuerzas corporales, y con ningunas espirituales; pero espero en la misericordia de Dios nuestro Señor, y en los méritos infinitísimos de la muerte y pa-sión de nuestro Señor Jesús, que me dará

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gracia para hacer este viaje de la China tan trabajoso. Yo estoy ya lleno de canas, pero, cuanto a las fuerzas corporales, paréceme que nunca tuve más de las que ahora tengo.

Los trabajos de trabajar con gente dis-creta, deseosa de saber en qué ley se ha de salvar, trae consigo muy grande conten-tamiento, y tanto que en Amanguche (Ya-maguchi), después que el duque nos dio licencia para predicar la ley de Dios, era tanto el número de las personas que ve-nían a preguntar y disputar, que me parece que con verdad podría decir que en mi vida nunca tanto placer ni contentamiento espi-ritual recibí, como en ver que Dios nuestro Señor por nosotros confundía a los genti-les, y la victoria que continuamente tenía-mos contra ellos.

[No saben los doctores de la universidad lo que se perdían lejos de esas misiones.]

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Y pluguiese a Dios que, así como estas particularidades de los gustos y contenta-mientos aquí se escriben, así se pudiesen mandar de acá los placeres y consolaciones a las universidades de Europa, las cuales consolaciones Dios, por su infinita mise-ricordia, nos comunicaba; bien creo que muchas y doctas personas harían otro fun-damento del que hacen, para emplear sus grandes talentos en la conversión de las gentes. Siendo sentido el gusto y consola-ción espiritual que de semejantes trabajos se siguen, y conociendo la grande dispo-sición que hay en Japón para acrecentarse nuestra santa fe, paréceme que muchos le-trados darían fin a sus estudios, canónigos y otros prelados dejarían sus dignidades y rentas, por otra vida más consolada de la que tienen, viniendo a buscarla a Japón.

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EL SUEÑO CHINO

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No obstante las trabas interpuestas por las autoridades portuguesas de Malaca para su misión en China, Javier decide hacerla por su cuenta sin otro apoyo que el recibido por el Señor. Durante ese viaje es llamado por Dios a su pascua definitiva.

Presentamos extractos de las cartas 125, 131 y 137 y dejaremos completa la 137, la úl-tima que escribió, 15 días antes de su par-tida de este mundo.

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Carta 125. Al padre Gaspar Barzeo, GoaSingapur, 21 de julio de 1552

[Utilizó un último recurso para desbloquear la misión de China.] No podríais creer cuán perseguido fui en Malaca (en Malasia): par-ticularmente no os escribo las persecucio-nes. Al padre Francisco Pérez tenga dado encargo que os las escriba particularmente. Todo lo que os escribe el padre Francisco Pérez acerca de las excomuniones en que incurrió don Alvaro (Ataide, Comandante en jefe de la flota de Malaca), en impedir la ida de la China, de tanto servicio de Dios y acrecentamiento de nuestra santa fe, así por ir contra las bulas concedidas por el papa Paulo (Regimini militantis Ecclesiae, de 27 de septiembre de 1540), y de éste que ahora es (la bula de Julio III Exposcit Debi-tum, de 21 de julio de 1550), a la Compañía

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del nombre de Jesús, estorbando el servicio de Dios; y también por la Extravagante (Su-per gentes) que excomulga a todos aquellos que impiden a los nuncios apostólicos en su oficio, que no hagan el servicio de Dios en acrecentamiento de nuestra santa fe. En esto habéis de poner mucha diligencia, en que por la vía del señor obispo vengan no-tificadas las excomuniones sobre los que impedirán la ida de tanto servicio de Dios, para que otra vez los padres que de la Com-pañía del nombre de Jesús fueren a Japón o China, no sean impedidos.

[Se sirvió de su cargo para intentar un desbloqueo de la misión a la China.] Y ha-réis con el señor obispo cómo en la pro-visión que mandare al vicario de Malaca, haga mención cómo el papa Paulo me hizo nuncio (embajador del Papa) en estas par-tes de la India, para ser más favorecido en

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el servicio de Dios. Las letras del papa Paulo las mostré al señor obispo y su señoría las aprobó. Y también escribo al señor obispo sobre esto, para que su señoría reverendí-sima notifique por una provisión la excomu-nión en que incurrió don Alvaro. Y también me parece que hay en el colegio una bula en que habla cómo soy nuncio apostólico. Y si hubiera necesidad, mostrarla heis al señor obispo. Esto lo hago, para que en el tiempo por venir, no pongan impedimento otra vez a los de nuestra Compañía.

[La sanción no buscaba otra cosa que la corrección del infractor y abrirle las puertas a Dios.] Yo nunca seré en requerir a ningún prelado, para que excomulgue a ninguno, y así también en los que son excomulgados por los santos cánones y bulas concedidas a nuestra Compañía, nunca seré en disi-mular con ellos, sino en notificarles, para

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que conozcan la excomunión y hagan pe-nitencia del mal que tienen hecho en impe-dir en el tiempo por venir que no se hagan más males que tanto impiden el servicio de Dios nuestro Señor. Por eso os encomiendo tanto, que con el padre Juan da Beira, man-déis muy especificadamente la provisión del señor obispo, en que manda especifica-damente al vicario de Malaca que notifique públicamente la excomunión en que tiene incurrido don Alvaro (Ataide), que impidió el viaje de tanto servicio de Dios y acrecen-tamiento de nuestra santa fe.

[Irá a China sin otro apoyo que Dios.] Yo voy a las islas de Cantón, desamparado de todo favor humano, con esperanza de que algún moro o gentil me llevará a la tierra firme de la China; porque la embarcación que tenía para ir a la tierra firme la impidió don Alvaro forzosamente, no queriendo

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guardar las provisiones del señor virrey, en que mandaba a Diego Pereira que fuese por embajador al rey de la China, y a mí en su compañía. No quiso don Alvaro que se cumpliesen estas provisiones de tanto ser-vicio de Dios, y así me quitó la embarcación que tenía, para poder ir a la tierra firme de la China (estaba prohibido entrar a China sin una delegación oficial).

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Carta 131. Al padre Francisco Pérez, Malaca Sanchón (Sancián), 22 de octubre de 1552

[En el nombre de Dios asumía todos los riesgos para entrar a la China.] Por la mi-sericordia y piedad de Dios nuestro Señor llegó la nao de Diego Pereira, y todos los que veníamos en ella, a salvamento a este puerto de Sanchón (hoy Shangchuan, al frente Cantón), donde hallamos otros mu-chos navíos de mercaderes. Este puerto de Sanchón está treinta leguas de Cantón. Acuden muchos mercaderes de la ciudad de Cantón a este Sanchón, a hacer hacienda con los portugueses. Trataron diligente-mente con ellos los portugueses, por ver si algún mercader de Cantón me quisiera llevar. Todos se excusaron diciendo que po-nían sus vidas y haciendas a gran riesgo, si el gobernador de Cantón supiese que me

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llevaban; y por esta causa a ningún precio me querían llevar en sus navíos a Cantón.

Plugo a Dios nuestro Señor que se ofre-ció un hombre honrado, morador de Can-tón, a llevarme por doscientos cruzados en una embarcación pequeña, donde no hu-biese otros marineros sino sus hijos y mo-zos, porque el gobernador de Cantón no viniera a saber por los marineros cuál era el mercader que me llevaba. Y más, se ofre-ció a meterme en su casa escondido tres o cuatro días, y de ahí ponerme un día, an-tes de amanecer, en la puerta de la ciudad con mis libros y otro hatillo, para de ahí irme luego a casa del gobernador, y decirle cómo veníamos para ir donde está el rey de la China, mostrando la carta que del señor obispo llevamos para el rey de la China, de-clarándole cómo somos mandados de su alteza, para declarar la ley de Dios.

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Los peligros que corremos, son dos, se-gún dice la gente de la tierra: el primero es, que el hombre que nos lleva, después que le fueren entregados los doscientos cruza-dos, nos deje en alguna isla desierta o nos bote al mar, porque no lo sepa el goberna-dor de Cantón; el segundo es, que, si nos llevare a Cantón y fuéremos ante el gober-nador, que nos mandará atormentar o nos cautivará, por ser una cosa tan nueva como ésta, y haber tantas prohibiciones en la China, para que no vaya ninguno a ella sin chapa del rey, pues tanto prohíbe el rey que los extranjeros no entren en su tierra sin su chapa. Además de estos dos peligros, hay otros muchos mayores que no alcanza la gente de la tierra; y contar éstos sería muy prolijo, aunque no dejaré de decir algunos.

El primero es, dejar de esperar y con-fiar en la misericordia de Dios, pues por su

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amor y servicio vamos a manifestar su ley, y a Jesucristo, su hijo, nuestro redentor y se-ñor, como él bien lo sabe. Pues por su santa misericordia nos comunicó estos deseos, desconfiar ahora de su misericordia y po-der, por los peligros en que nos podemos ver por su servicio, es mucho mayor peligro (que, si él fuere más servido, nos guardará de los peligros de esta vida) de lo que son los males que nos pueden hacer todos los enemigos de Dios; pues sin licencia ni per-misión de Dios, los demonios y sus minis-tros en ninguna cosa nos pueden empecer.

Y también confirmándonos con el dicho del Señor que dice: “Quien ama su vida en este mundo, la perderá, y aquel que por Dios la perdiere, la hallará”: que es con-forme a lo que también Cristo nuestro Se-ñor dice: “El que pone la mano en el arado

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y mira para atrás, no es apto para el reino de Dios”.

Nos, considerando estos peligros del alma que son mucho mayores que los del cuerpo, hallamos que es más seguro y más cierto pasar por los peligros corpora-les, antes que ser comprendidos delante de Dios en los peligros espirituales. De ma-nera que, por cualquier vía, estamos deter-minados a ir a China. El suceso de nuestro viaje espero en Dios nuestro Señor que ha de ser para acrecentamiento de nuestra santa fe, por mucho que los enemigos y sus ministros nos persigan; porque “si Dios es-tuviere por nosotros, ¿quién tendrá victoria contra nosotros?”.

[Los mismos chinos le animaban a con-tinuar con la misión.] Como llegamos a Sanchón, hicimos una iglesia, y dije misa cada día hasta que enfermé de fiebres.

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Estuve enfermo quince días; ahora, por la misericordia de Dios, hallóme con salud. Aquí no faltaron ocupaciones espirituales, como en confesar y visitar enfermos, hacer amistades. De aquí no sé qué más os haga saber, sino que estamos muy determina-dos a ir a China. Todos los chinas que nos ven, digo hombres honrados mercaderes, muestran holgar y desear que vayamos a China, pareciéndoles que llevamos alguna ley escrita en los libros que será mejor que la que ellos tienen, o por ser amigos de no-vedades. Todos muestran grande placer, aunque ninguno nos quiere llevar, por los peligros en que se pueden ver.

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Carta 133. Al padre Gaspar Barzeo, Goa Sanchón (Sancián), 25 de octubre de 1552⁵

[La selección de las personas es esen-cial para dar un auténtico testimonio de Cristo.] En virtud de santa obediencia os encomiendo y mando que, si algún lego o sacerdote hace algún pecado público escan-daloso, a ese tal luego lo des-pidáis, y no lo recibiréis por ruegos de ninguno, salvo si no fuere tanta la penitencia y el conocimiento del yerro; que por esta vía solamente se po-drá haber misericordia, y por otra ninguna no, aunque os ruegue el virrey y toda la India junta con él.

También os encomiendo mucho que re-cibáis muy pocos en la Compañía; y los que recibiereis, sean personas de quienes tiene la Compañía necesidad. Y para el servicio

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de casa, mirad bien si sería mejor tomar o comprar algunos negros, que servirse de muchos que quieren entrar en la Compa-ñía. Esto lo digo, por lo que allá vi y conocí de los que conmigo vinieron.

[Anunciará a Jesús en China sin otro apoyo que Dios.] Yo llegué a este puerto de Sanchón, que está treinta leguas de la ciu-dad de Cantón. Cada día espero a un hom-bre que me ha de llevar, con el cual estoy ya concertado que me ha de llevar por dos-cientos cruzados; esto por las grandes pro-hibiciones y penas que hay en China para quien llevare persona extranjera sin chapa del rey (no iba en misión oficial por las tra-bas que le puso la autoridad portuguesa). Espero en Dios nuestro Señor que todo ten-drá muy buen suceso.

[Tenía la ilusión de que las autoridades chinas le abrirían un espacio al anuncio

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del Evangelio.] Por nueva cierta tengo que este rey de China tiene mandado fuera de su reino ciertas personas a una tierra, para saber cómo rigen y gobiernan, y las leyes que tienen; por lo que me dicen estos chi-nos que el rey ha de holgar de ver una, ley nueva en su tierra. Lo que allá pasare, yo os lo escribiré largamente.

Nuestro Señor nos junte en la gloria del paraíso.

A todos los hermanos y padres de la Compañía me encomendaréis mucho, y a todos los devotos y devotas de casa.

A los frailes de San Francisco y de Santo Domingo los visitaréis, y me encomenda-réis mucho a ellos y en sus santas oraciones y devotos sacrificios.

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Carta 137. A los padres Francisco Pérez, Malaca, y Gaspar Barzeo, Goa

Sanchón (Sancián), 13 de noviembre 1552

[Con la sanción, Francisco esperaba la conversión de quien obstruyó la evange-lización.] Encomiándoos mucho que con mucha diligencia deis orden cómo el se-ñor obispo vea las bulas de la Compañía, y también el vicario general. Juntamente les mostraréis una escritura en pergamino que está en San Pablo, en la cual se hace mención de mí, de cómo el papa me hizo nuncio en estas partes de la India.

Y en la provisión que mandará el señor obispo o vicario general, en que declara la excomunión en que incurrió don Alvaro al arrancarme forzosamente de la China, no queriendo guardar las provisiones del se-ñor virrey, ni queriendo obedecer al capitán

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de la fortaleza de Malaca, que entonces era Francisco Alvares, veedor de hacienda del rey nuestro señor, como vos muy bien lo sabéis, pues estuvisteis presentes a todo. La provisión del señor obispo o del vicario general vendrá dirigida al padre vicario de Malaca, en que le manda el señor obispo o vicario general que la notifique en la iglesia públicamente, pues públicamente incurrió en la excomunión.

Esta diligencia la haréis solamente por dos causas. La primera, para que don Al-varo conozca la ofensa que a Dios hizo y la excomunión en que incurrió, y haga peni-tencia, buscando absolución de la excomu-nión en que incurrió, y también para que otra vez no haga a otro lo que a mí me hizo.

[Quería dejar expedito el camino para las futuras misiones.] La segunda, para que los hermanos de la Compañía que fueren

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para Malaca o Maluco, o para Japón o para China, no hallen impedimento en Ma-laca, para que el capitán de ella no ponga impedimento en sus viajes, notificando y declarando las excomuniones y penas en que incurren los que tales impedimentos ponen; porque, ya que no tienen temor ni amor de Dios; por vergüenza o temor del mundo no impedirán el servicio de Dios.

Este despacho del señor obispo o del vi-cario general lo traerá Juan da Beira, o el padre que fuere a Japón, para entregarlo al vicario de Malaca. Y mirad, no seáis negli-gente en lo que en virtud de obediencia os mando que lo hagáis. Al señor obispo pe-diréis por merced, o al vicario general, que escriba al vicario de Malaca, mandándole en virtud de obediencia, so pena de exco-munión, que notifique la provisión que de la India viniere, públicamente en la iglesia.

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Para el año que viene me escribiréis la dili-gencia que sobre esto hicisteis.

[De no salir en ese momento la misión de China, inauguraría otra en Siam (Tai-landia).] Y, por cuanto este viaje de ir de este puerto a China es trabajoso y peli-groso, no sé yo qué sucederá, aunque tengo grande esperanza que sucederá bien. Si acaso este año no entrare en Cantón, iré, como arriba dije, a Siam. Y si de Siam para el año próximo no fuere para China, iré a la India, aunque mucha esperanza tengo de ir a China.

Sabed cierto una cosa y no lo dudéis, que en gran manera le pesa al demonio que los de la Compañía del nombre de Jesús entren en la China. Esta nueva cierta os la hago saber desde este puerto de Sanchón. En esto no pongáis duda; porque los impedi-mentos que me tiene puestos y pone cada

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día, nunca acabaría de escribíroslos. Sabed cierto una cosa: que con la ayuda, gracia y favor de Dios nuestro Señor confundirá en esta parte al demonio; que será gloria grande de Dios, por una cosa tan vil, como yo soy, confundir una opinión grande, como es el demonio.

[Sentía que su misión estaba cumplida.]Maestro Gaspar, acordaos de las memorias que os dejé, cuando de allá partí, y las que os escribí; y no se os olviden, para dejar-las de cumplir, pareciéndoos que soy ya muerto, como otros ya lo hicieron; por-que, si Dios quisiere, no moriré; aunque ya pasó el tiempo en que deseé vivir más que ahora⁶. Esta memoria os la hago, para que no uséis de vuestro parecer, como, si bien recordáis, usasteis ya. Dios sabe cuánto acertasteis. Y para el año entrante, si allá fuere, pesarme ha hallar cosas, a las que

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por necesidad tendría que acudir.

[Insistía en cuidar mu-cho la selección de los nuevos miembros de la Compañía.]Mirad que os encomiendo que recibáis muy pocos en la Compañía; y los que son ya recibidos, pasen por muchas experien-cias; porque me temo que algunos hay re-cibidos, que sería mejor despedirlos, así como yo hice con Alvaro Ferreira; el cual, si allá fuere, no lo recibiréis en el colegio, hablarle heis en la portería o en la igle-sia; si quisiere ser fraile, ayudarlo heis. En cuanto a recibirlo, en virtud de obediencia os mando no lo recibáis, ni consintáis que en casa de la Compañía sea recibido, por-que no es para la Compañía.

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⁶ Javier, dieci-nueve días des-pués de escrita esta carta, el 3 de diciembre de 1552, a las dos de la madrugada, expiró.

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Esta carta será para el rector de San Pablo, cualquiera que fuere, y para Francisco Pé-rez en Malaca.

Francisco.

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Conclusión

Luego de leídas estas cartas, y quizás otras más de las Obras completas de San Francisco Javier, le queda al lector hacer su propio proceso de discernimiento en el contexto universitario, secularizado, plural e inclu-yente; iluminado por los rasgos sobresa-lientes de la espiritualidad ignaciana que encarnó nuestro patrono. Estas caracterís-ticas traspasan las fronteras del tiempo y el espacio precisamente por su auténtico carácter espiritual, humano y social que, ya sea por estas cualidades, expresa una realidad que es divina.

Son cartas para leer meditativamente, para orar y luego aterrizar a la vida coti-diana, realizando allí un nuevo sentido de la vida. Quizás los breves comentarios de

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esta obra podrían ayudar a responder la pregunta que nos propusimos en la intro-ducción: ¿cómo puede el santo patrono de la Javeriana inspirar la misión y la visión de la universidad hoy? Pero, por otro lado, prescindir de los comentarios y leer des-prevenidamente las cartas en el contexto actual y universitario, puede también ayu-darnos a actualizar hoy ese celo apostólico por anunciar a Jesús. Animémonos enton-ces a una lectura reposada de estas cartas.

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Prohibida la reproducción total o parcial de este material, sin autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana.

Reservados todos los derechos© Pontificia Universidad JaverianaVicerrectoría del Medio Universitario

Primera edición:Bogotá, D. C., noviembre de 2017Número de ejemplares: 1500Impreso y hecho en Colombia

ISBN: 978-958-781-149-0

Editorial PontificiaUniversidad JaverianaCarrera 7 n.° 37-25, oficina 1301Edificio LutaimaTeléfono: 3208320 ext. 4752www.javeriana.edu.co/editorialBogotá, D. C.

Coordinación editorial:Carmen Villegas

Diseño:Manuel Botía

Cuidado de text0:Daniela Guerrero

Diagramación y montaje de portada:Carmen Villegas

Grabados tomados de:Georg Schurhammer, S. J., Vida de San Francisco Javier, Editorial Difusión, 1945.

Impresión:Javegraf

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