testimonios sobre la guerra

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Testimonios sobre la guerra: Los guerrilleros hablan sobre el enfoque que el movimiento insurreccional tiene acerca del derecho internacional humanitario por Kim Gordon-Bates No se trataba de un encuentro con el enemigo, pero probablemente lo percibían como si así fuera. La emboscada a la cual temían era textual; el daño potencial, moral o intelectual. De cualquier forma, tener que justificar acciones ante el mundo no era precisamente la misión más fácil del pequeño grupo de combatientes del Frente "José Maria Córdoba" del ELN (Ejército de Liberación Nacional) de Colombia, que se reunió en la pintoresca pendiente de una colina en un día espléndidamente soleado, para realizar una consulta del "grupo focal", cuyo objetivo, al igual que todos los demás casos, era analizar, basados en la experiencia personal, cómo el grupo veía y entendía en la práctica el derecho internacional humanitario. Para concederles todo su crédito, los alrededor de diez combatientes, la mayoría jóvenes (entre 17 y 24 años de edad), que se sentaron en tomo a la moderadora, María Victoria Charry, a la sombra de unos guayabos, se atuvieron a las normas -su comandante, de acuerdo con lo establecido, se había alejado a cierta distancia para matar... el tiempo. Entonces se escuchó el chasquido de los rastrillos y de los seguros de los rifles y el golpe seco de cuerpos pesados cayendo al suelo cubierto de hierba. Entonces se vieron instados, probablemente no acostumbrados a ello, a explicar a personas ajenas a su causa lo que resultaba obvio y no requería comentarios para ellos, por qué se incorporaron a las filas de uno de los grupos insurgentes más antiguos de Colombia, por qué luchaban, cuáles eran sus valores fundamentales...; el vivo debate puso de relieve injusticias sociales y experiencias personales -"mi madre fue asesinada por paramilitares hace tres años" expresa Juan 1

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Testimonios sobre la guerra: Los guerrilleros hablan sobre el enfoque que el movimiento insurreccional tiene acerca del derecho internacional

humanitario

por Kim Gordon-Bates

No se trataba de un encuentro con el enemigo, pero probablemente lo percibían como si así fuera. La emboscada a la cual temían era textual; el daño potencial, moral o intelectual.

De cualquier forma, tener que justificar acciones ante el mundo no era precisamente la misión más fácil del pequeño grupo de combatientes del Frente "José Maria Córdoba" del ELN (Ejército de Liberación Nacional) de Colombia, que se reunió en la pintoresca pendiente de una colina en un día espléndidamente soleado, para realizar una consulta del "grupo focal", cuyo objetivo, al igual que todos los demás casos, era analizar, basados en la experiencia personal, cómo el grupo veía y entendía en la práctica el derecho internacional humanitario.

Para concederles todo su crédito, los alrededor de diez combatientes, la mayoría jóvenes (entre 17 y 24 años de edad), que se sentaron en tomo a la moderadora, María Victoria Charry, a la sombra de unos guayabos, se atuvieron a las normas -su comandante, de acuerdo con lo establecido, se había alejado a cierta distancia para matar... el tiempo. Entonces se escuchó el chasquido de los rastrillos y de los seguros de los rifles y el golpe seco de cuerpos pesados cayendo al suelo cubierto de hierba.

Entonces se vieron instados, probablemente no acostumbrados a ello, a explicar a personas ajenas a su causa lo que resultaba obvio y no requería comentarios para ellos, por qué se incorporaron a las filas de uno de los grupos insurgentes más antiguos de Colombia, por qué luchaban, cuáles eran sus valores fundamentales...; el vivo debate puso de relieve injusticias sociales y experiencias personales -"mi madre fue asesinada por paramilitares hace tres años" expresa Juan Carlos; "mi padre fue asesinado por paramilitares", afirma Erlenn; "toda mi familia fue desalojada por la fuerza por paramilitares", asevera Arnaldo; "tres de mis hermanos fueron asesinados por paramilitares", dice Enver... No sería exagerado decir que estos jóvenes estuvieron durante muchos años sumidos en referencias a valores sociales y justificaciones morales, genuinas para ellos, posiblemente un poco enrevesadas u osadas desde el punto de vista filosófico para otros. Se encontraban en la fina línea en que la propaganda reiterada se ha fundido con el autorracionálismo reiterado, en que el credo se ha hecho autopropulsado, evidente por sí mismo... Fue al tratar de establecer una relación con los demás, que la conversación, tan clara y directa dentro de su bien cohesionado grupo, perdió unas cuantas ligaduras. Es obvio que no hay justificación, jurídica ni de otro tipo, para el asesinato de una mujer o de una madre, pero ¿es necesario poner a toda la "burguesía", como una clase sin cara,

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totalmente deshumanizada, en el papel del eterno malvado contra el cual todo es admitido, todo vale?

Un ejemplo entre otros: la toma de rehenes, una violación clara y definitiva del derecho internacional humanitario. Ellos lo reconocen como tal, pero tienen una forma de abordar tales contradicciones: "Hemos estado luchado durante cuarenta años por la transformación social en nuestro país, por le bien del pueblo (añade el comandante algo más tarde), ¿acaso usted espera realmente que vayamos a renunciar a tales objetivos por la simple razón de que no tenemos dinero? - si la burguesía quisiera financiar nuestra revolución, entonces nosotros dejaríamos de tomar rehenes". Y puede que alguien vea en el bien ensayado discurso algo de la morsa de Lewis Carroll (¡Ay, ostras!, estoy llorando por ustedes, simpatizo con ustedes, y, secándose una amarga lágrima de sus ojos, antes llorosos, escogió las de mayor tamaño...") cuando el comandante declaró con convicción: "Sabemos que es muy duro para la familia del rehén, comprendemos el drama humano, incluso atenta contra nuestra filosofía humanitaria, es una contradicción, es duro, no nos agrada que una familia tenga que sufrir, pero nosotros también sufrirnos (por tener que tomar rehenes)".

No obstante, el grupo conocía sus reglas, sabia que al respetarlas se favorecía la "paz"; sin embargo, en ciertas ocasiones hubo grandes rasgos de sofisma: "Si coloco una mina terrestre en una carretera para hacer una emboscada a una patrulla militar y un ciudadano civil, a quien no esperaba, la pisa, no es culpa nuestra, solamente es un error", afirma con arrojo uno de ellos. Igualmente tiene mala suerte quien viva cerca de una estación de policía, un objetivo lógico de los guerrilleros, considerado valedero, aunque existe la intención de alentar a la población a mudarse de estos vecindarios peligrosos mediante la distribución de volantes que advierten las terribles consecuencias antes de concebir la acción. Pero sería injusto dejar pasar las cosas así, puede que sea sofistico, pero no sofisticado. El grupo de jóvenes combatientes comprende que existe la tendencia entre ellos de "repetir las acciones del enemigo"; se dan cuenta de ello cuando se ven frente a fechorías y abusos, y "tenemos que tragamos nuestros sentimientos y respetar las reglas".

El credo moral del grupo procede de la base de las "éticas revolucionarias", y no dejan de tener razón cuando afirman que el DIH, los Convenios de Ginebra, etc., fueron formulados y concebidos por los Estados en una época en que el peso democrático que ahora se concede, en la mayoría de los países, a la "voz del pueblo", no era reconocido. Seguramente hay enraizadas en sus palabras una genuina preocupación por la compatibilidad con la vida y las esperanzas de una persona normal. Ciertamente cuando se refieren a las reglas, lo hacen no tanto por preocupación respecto de su bienestar como combatientes (si bien existía preocupación por crear las condiciones adecuadas para rendirse) como por la sincera creencia en la necesidad de "proteger a la población civil".

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(Las opiniones expresadas son responsabilidad de los entrevistados y de los autores de los artículos y no reflejan necesariamente la opinión del Comité Internacional de la Cruz Roja)

.Testimonios sobre la guerra: Un hombre extraviado a causa de la violencia

por Myriam Ortiz

Juan es un colombiano más, que por circunstancias de la vida lo perdió todo, dejó atrás su lugar de origen, sus sueños y se encuentra enfrentando una dura realidad: La condición de ser desplazado por la violencia.

Oriundo de un pequeño municipio ubicado en la zona del Urabá Antioqueño, e hijo de humildes campesinos, Juan nunca supo lo que era estudiar. Su condición de analfabeta solo le permitía ofrecer sus servicios en la construcción y en zapatería para poder sobrevivir Por esta razón todos los pobladores de la región lo conocían.

Al tiempo que aumentaba el reconocimiento de su trabajo y su simpatía entre su gente, Juan observaba como crecía la presencia de hombres armados que se transportaban en carros y motocicletas, a lo largo y ancho de la región.Estos hombres aparecían de noche como sombras fugaces, terminaban con la vida de quienes ellos consideraban colaboradores de la guerrilla y desaparecían. "Todos los días yo ayudaba a levantar muertos de las calles, una vez 14 en un solo día" recuerda Juan con estupor.

Pero a sus 41 anos nunca se imaginó que él pudiera correr esa misma suerte Después de cinco días de la ultima toma guerrillera de su municipio, que quiere conservar en el anonimato, un grupo de tres hombres que se movilizaban en una motocicleta se le acercó diciéndole "Si usted no quiere colaborar con nosotros es porque le está sirviendo a la guerrilla". Sorprendido, Juan trató de no prestarles atención, pero a! verse retenido por la fuerza y transportado a un lugar desconocido, reaccionó y decidió enfrentarse a puños con sus captores, los empujó hacia el suelo y en un acto heroico logró escapar por el monte.. "Me sentía como una rata rastreándome por la maleza, escapando del enemigo" recuerda Juan.

Tres semanas después de permanecer en el monte y de alimentarse con agua y frutas que encontraba en el camino, Juan por fin encontró una casa habitada por una familia campesina, y pidió ayuda. En medio de la angustia, luego de esos días que le parecieron eternos y con la colaboración de la Cruz Roja Internacional fue trasladado a Medellín en donde se recupera sicológica y físicamente.

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Hoy su futuro es tan incierto como la supervivencia en el monte. Al sentirse analfabeta, sin trabajo sin dinero y amenazado, aún no sabe que va a pasar con su vida y la de su familia. Pero guarda la esperanza, como todos los desplazados, de regresar pronto a su tierra cuando Ilegue la paz....

(Las opiniones expresadas son responsabilidad de los entrevistados y de los autores de los artículos y no reflejan necesariamente la opinión del Comité Internacional de la Cruz Roja

Testimonios sobre la guerra: ex rehén comparte impresiones sobre su experiencia

por Kim Gordon-Bates

El 12 de mayo de 1997 es una fecha que Roberto Carlos Tavares no olvidará. Será recordada como el peor día de su vida como hombre de negocios de 20 años de edad. Esa mañana estaba atendiendo a los clientes en la empresa pulidora de mármoles de su padre, ubicada en Bucaramanga, cuando dos hombres armados lo sacaron abruptamente del lugar.

Incongruentemente, Roberto y sus secuestradores tomaron un taxi que los llevó hasta las estribaciones de la cadena montañosa que atraviesa Colombia de norte a sur.

Ese día, Roberto Carlos Tavares paso a ser una estadística; se convirtió en una de las 1000 y tantas personas que han sido arrancadas de sus familias y de sus vidas, por razones que están más allá de su control y, a veces, de su comprensión. Esto resultaba particularmente cierto en el caso de Roberto, dado que se supo más tarde, demasiado tarde, que sus captores lo habían confundido con otra persona.

Roberto se había convertido en la víctima de un secuestro económico, lo que significaba que en adelante su vida era dinero y nada más. Sus captores, miembros de uno de los grupos guerrilleros del ala izquierda de Colombia, tienen una justificación para su acto; para ellos el dinero era esencial para su causa. Para ellos Roberto era una chequera ambulante y nada más. Meses después, Roberto diría que, excepto los nuevos del grupo y recién reclutados, quienes trataron de consolarlo lo mejor que pudieron, sus captores mantuvieron una total indiferencia con respecto de él; en realidad decidieron negar a él y a si mismos el humanismo imprescindible para el hombre. Roberto relata cierta ocasión, de la cual guarda en su memoria uno de los peores recuerdos, en la que huían de una patrulla del ejército que avanzaba. Estaba ya exhausto, después de ocho horas de rápida marcha cuesta arriba "a través de matorrales espinosos", y no podía continuar. Los captores lo hubieran matado en ese mismo momento, pero entonces escuchó a! jefe del grupo decirle: "matarte no es ningún problema, pero tu eres importante

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para nosotros desde el punto de vista económico, así que muévete." Cosa que hizo.

Roberto siguió caminado "por su familia. Como dijo más tarde, recordando que su familia fue una fuente de preocupación y de fortaleza a la vez. Y así, en circunstancias terribles, con poco o ningún contacto humano con sus captores, Roberto fue trasladado del campamento principal de los rebeldes a un cobertizo improvisado (algunas veces teniendo que dormir sentado afuera bajo lluvia torrencial) donde permaneció "seis meses y veintiséis días." Durante ese tiempo, Christophe Kleber, delegado del CICR, se esforzó por mantener el contacto entre Roberto y su familia, labor que provocó angustia y esperanza en igual medida. El papel del CICR era mantener simplemente este vinculo y de reiterar una y otra vez a los captores que "la toma de rehenes está en contra del derecho internacional humanitario, porque causa extremo sufrimiento a las personas que, en vez de ello, deberían ser respetadas por los combatientes, debido a que se encuentran fuera de los dominios de la guerra".

El grupo estaba de acuerdo en que "tomar rehenes está en contra de los Convenios de Ginebra" y así terminó por decirlo, pero añadió que ellos también "tenían que comer".

Parecía un desesperante círculo vicioso, más aún debido a que la decisión del grupo se apoyaba en consideraciones ideológicas basadas en generalidades, en virtud de la cual cualquier individuo que haya adquirido fortuna es considerado "automáticamente culpable de un crimen contra el pueblo". Pero para Roberto, como fue y es en el caso de los demás cientos de secuestros económicos en Colombia y en otras panes del mundo, tales explicaciones estereotipadas no significan nada; su experiencia, desde su punto de vista, fue literalmente un destino peor que la muerte: "si tuviera que vivir eso de nuevo, preferiría que me mataran inmediatamente".

¿Pudo haberse hecho más por él? Roberto recapacita un momento y responde que no. Las leyes que prohíben la toma de rehenes son buenas y merecen respeto, pero como ex rehén, dicho con toda franqueza, él no ve qué más se hubiera podido hacer "además de lo que hicieron mi familia y el CICR".

Sin embargo, quizás haya algo, y el propio Roberto se refiere a ello. Cuando se Ie pregunta acerca de sus captores, dice: "Ellos cumplen órdenes, no saben lo que sienten sus víctimas". Si se los encontrara en la calle, digamos, después de una amnistía general, solamente haría eso, explicarles lo que sufrió, pero sin la más mínima idea de venganza. Y la respuesta pudiera ser explicar una y otra vez que el sufrimiento no es una noción abstracta, sino algo muy real que puede dejar cicatrices indelebles, que los Convenios de Ginebra fueron concebidos precisamente para prevenir tales excesos, que los combatientes que infligen. sufrimientos innecesarios, a la larga fracasan, pues no comprenden la desolación de sus semejantes y, por consiguiente, arriesgan la posibilidad de ver el reconocimiento de su victoria o de su causa.

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(Las opiniones expresadas son responsabilidad de los entrevistados y de los autores de los artículos y no reflejan necesariamente la opinión del Comité Internacional de la Cruz Roja)

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