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Tema 6: El Romanticismo (primera mitad del siglo XIX)
1. Características generales
En primer lugar, destaca la actitud contraria del Romanticismo a las ideas de la
Ilustración neoclásica, lo que permite el establecimiento de una serie de
oposiciones antagónicas:
Neoclasicismo Romanticismo
El arte debe ser único y universal No existe un arte único, ya que depende de
unas circunstancias económicas, geográficas o
culturales
La razón guía e ilumina al artista Se concede un valor fundamental a lo subjetivo,
a la pasión y la inspiración
Existencia de las reglas del «buen
gusto»
Rechazo de cualquier barrera que limite la
expresión personal
Su estética busca lo armonioso y
equilibrado
Se tiende hacia lo sublime, pero se da entrada
también a lo grotesco y a lo pintoresco
Se imitan los modelos clásicos Admiración hacia escritores como Shakespeare,
Calderón de la Barca y Dante
Finalidad formativa y didáctica del
arte
La literatura busca impactar, conmover o
inquietar al lector o espectador
Los románticos reivindicaron sus sentimientos e interpretaron el mundo de
acuerdo con su «yo» más íntimo. Su individualismo y su subjetividad se
anteponen a la razón.
De manera complementaria, proclamaron un deseo de libertad total para
expresar su universo interior. Este impulso condujo a una frecuente rebeldía
contra todo tipo de reglas. La libertad era un principio supremo, según el cual no
se aceptaron las normas neoclásicas que limitaban la creatividad del artista.
Asimismo, su incorformismo político, social e incluso vital podía desembocar en
actitudes marginales y satánicas.
Los sentimientos e ideales exaltados chocaron con una realidad vulgar que
impedía concretar la aspiración al Absoluto. Como resultado de este contraste, el
escritor romántico se sentía abatido por el pesimismo («le mal du siècle») y la
melancolía.
El escapismo fue otra consecuencia del desencanto. Este deseo de evasión se
orientó en varias direcciones:
-en el tiempo: la Edad Media era la época predilecta de los románticos. Allí
podían huir para exponer libremente sus conflictos personales o incluso
políticos.
-En el espacio: precisamente durante el Romanticismo se desarrolla
especialmente la literatura de viajes. En Europa, España e Italia era los lugares
preferidos. Al mismo tiempo, se desarrolló una afición por los escenarios
orientales, cargados de exotismo.
-Hacia lo onírico e imaginario: los escritores se refugiaron en el mundo de los
sueños o prefirieron recrear escenarios y situaciones sobrenaturales, que
permitirían el cultivo de una literatura fantástica.
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Se dio una revalorización de la Naturaleza, transformada en símbolo de los
sentimientos del autor y reflejo de su propio estado anímico. De este modo,
surgió una escenografía típica con espacios salvajes (que reflejan la fuerza y el
apasionamiento románticos), majestuosos (el mar como emblema de la libertad)
y tétricos (las ruinas, los cementerios y la noche como elementos metafóricos
que plasman el pesimismo).
El sentimiento nacionalista impulsó a muchos escritores a mirar hacia el pasado
en busca del «espíritu de la patria», de ahí que existiera un notable interés por
los valores colectivos reflejados en leyendas y tradiciones populares, al mismo
tiempo que se reivindicaba la lengua propia de cada nación.
La confianza exagerada de los románticos en el don de la inspiración derivó en
algunos casos en una espontaneidad excesiva y una falta de rigor formal. Sin
embargo, la literatura de la época se singularizó por su musicalidad y por la
renovación de los recursos expresivos y de la versificación en el terreno de la
poesía.
2. El Sturm und Drang. Goethe
En la década de 1770-1780 se consolidó la orientación prerromántica con el
surgimiento, en Alemania, del Sturm und Drang («tempestad e ímpetu»). Se trataba de
un movimiento contestario, rebelde con lo establecido, que propugnaba la libertad
absoluta del individuo y exaltaba el genio creador y, por tanto, rechazaba las reglas
neoclásicas. No solo reivindicaron el poder de la imaginación, sino también la
autonomía del corazón y de los sentimientos como motores de la actividad humana. De
algún modo, vinieron a transformar el lema cartesiano de «pienso luego existo», por
aquel de «siento luego existo».
Este movimiento, caracterizado por el optimismo juvenil de sus miembros y
cuya concepción de la libertad creadora impulsó el surgimiento del Romanticismo
alemán, tomó su nombre a partir del título del drama de F. M. Klinger, Sturm und
Drang (1776).
Johann Wolfgang Goethe (1749-1832) tuvo una personalidad arrolladora. Además de
cultivar todos los géneros literarios, demostró unas vastas inquietudes científicas,
investigando sobre disciplinas tan dispares como la física, la química, la botánica y la
mineralogía.
En el ámbito de la literatura, su obra representa la culminación del clasicismo y,
al mismo tiempo, el comienzo del Romanticismo alemán. Precisamente, esta bipartición
se trasladará a las dos grandes etapas de su producción.
La primera de ellas está vinculada al Sturm und Drang. Goethe, a través de
Herder, empezó a dudar de los preceptos clásicos y a admirar a Shakespeare y la
tradición popular. Además, la publicación de su novela Los padecimientos del joven
Werther (1774) marcó el inicio de la literatura alemana moderna, a la vez que subrayaba
la importancia de los sentimientos y lo irracional como asuntos literarios. En Werther se
narra la historia del fracaso amoroso del protagonista, incapaz de alcanzar el amor de
Carlota, que se casará con otro hombre. La novela se convirtió en un símbolo del
arranque del Romanticismo, por el fuerte sentimentalismo que contiene y el desasosiego
vital de Werther, convertido, con su actitud última de suicidarse, en el prototipo del
héroe romántico. La novela se basa en el género epistolar, mezclado con fragmentos de
un diario íntimo del protagonista.
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A raíz de su viaje a Italia, en 1876, la obra de Goethe dio un giro hacia el
clasicismo. Su mayor preocupación por el equilibrio y la perfección formal se evidenció
en poemarios como las Elegías romanas, donde hablaba de su propia experiencia
sentimental. Sin embargo, Goethe no abandonó motivos románticos como la rebeldía, y
poco después estableció con el dramaturgo Schiller una amistad que sería sumamente
fructífera, animándole a retomar diversos proyectos inacabados. Así escribiría las
novelas Las afinidades electivas y, sobre todo, las dos partes de su inmortal Fausto.
Esta fue una obra que tuvo ocupado a Goethe durante muchos años. A diferencia
del Werther, aquí no desempeñan un papel central los asuntos biográficos (aunque el
personaje de Gretchen pueda estar inspirado en una muchacha que el autor conoció en
Estrasburgo), sino unas fuentes literarias que Goethe reelaboró hasta convertir en mito a
un personaje real. Johann Faust fue un mago medieval sobre cuyos tratos con el diablo
ya se escribió en Alemania un libro a finales del XVI.
El propio Goethe escribió un borrador que iría retocando hasta publicar una
primera parte en 1808 y una segunda, ya póstuma, en 1831. Más allá de la composición
de la obra, cuyo proceso de creación siguió el mismo Schiller, destaca la figura de su
protagonista. Fausto es un personaje estrafalario y ambiguo. En principio, es un doctor,
mago, teólogo o alquimista; pero el escritor lo convirtió en figura que vendría a
representar simbólicamente los más diferentes tipos humanos: desde el científico, al
ilustrado, artista, inventor y conquistador.
Poseído de una desbordante sed de conocimiento, la imposibilidad de alcanzar
su objetivo le hará plantearse la opción del suicidio y aceptará el pacto diabólico que
Mefistófeles le propone. Gracias a ello, el mago rejuvenece y emprende un viaje
mágico, y cada vez más complejo y alegórico, en el que conoce el amor con Gretchen y
con la misma Helena de Troya. Su actuación provoca muertes y desastres. Sin embargo,
el afán creador y la generosidad de Fausto le valdrán para que, con la intercesión de
Gretchen, su alma no se pierda en los infiernos.
La riqueza temática de la obra refleja las múltiples inquietudes de Goethe, que
en este drama plantea una alegoría de la vida humana, desarrolla la lucha metafísica
entre el Bien y el Mal por la posesión de la libre voluntad humana o reflexiona sobre
motivos como la salvación, el deseo de alcanzar la felicidad y enfatiza en el derecho de
los hombres a construir su propio destino.
3. Poesía romántica
3.1. Alemania
Friedrich Hölderlin (1770-1843) fue un autor olvidado durante décadas hasta que, a
finales del XIX, fue rescatado por Nietzsche, influyendo luego en poetas como Luis
Cernuda. Cayó en las redes de la locura, entre otras causas, por el dolor que le produjo
su relación amorosa con una mujer casada (la «Diomeda» de sus obras) y, sobre todo,
por la fuerza impetuosa de un deseo insaciable de infinito que terminó desbordándole.
Sus poemas se caracterizaron por la mezcla de elementos clásicos y románticos.
Por un lado, su dominio del griego clásico le condujo a una preocupación por la forma y
por el mundo helénico. Por otro, su subjetividad le llevaba a evadirse a un universo
irreal.
Sus temas principales fueron la exaltación de la Grecia clásica, la superación de
las diferencias entre el mundo antiguo y moderno, a través de la reconciliación entre los
dioses griegos y el cristianismo; la poesía, entendida como un acto sagrado que celebra
el poeta como sacerdote e individuo capaz de ver aquello que no pueden ver los otros
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mortales; y la naturaleza, cuya belleza y armonía es reflejo de la divinidad y con la que
el poeta aspira a fundirse, aunque poco a poco el mismo Hölderin fue advirtiendo que el
mundo natural no era tan inocente e incorrupto como presumía en su juventud.
Su lírica tuvo un tono exaltado, que evolucionó desde la brevedad métrica de sus
odas de juventud, a las composiciones de madurez, sobre todo elegías, donde alarga el
verso y rompe con las reglas tradicionales.
Novalis, seudónimo con que firmaba Friedrich Von Hardenberg (1771-1801), publicó
pocos poemas que son expresión del idealismo mágico. Su lírica, onírica y visionaria,
era concebida como un camino hacia la espiritualidad.
La muerte prematura de su amada, Sophie von Kühn, fue el detonante de la
redacción de sus Himnos a la noche, colección de seis poemas donde expresó su dolor
por la muerte del ser querido y, a la vez, su fe en la muerte como un renacimiento
místico. A través de la alternancia de la prosa rítmica con los versos sin rima y la
presencia continua de símbolos antagónicos (noche-día, vida-muerte…), el poeta inicia
una búsqueda de lo sublime, desea la muerte como principio de la vida auténtica,
mientras la amada se transforma en la luz de la noche y en la figura que, junto a Cristo,
le redimirá y le permitirá llegar al Absoluto.
Heinrich Heine (1797-1856) es considerado un escritor postromántico. Él mismo se
bautizaba como el último romántico alemán y el iniciador de una nueva lírica germana.
Sus orígenes judíos y su carácter crítico e inconformista contra los escritores de su país,
a los que acusaba de practicar un romanticismo conservador al servicio del pasado y la
religión, le convirtieron en un incomprendido.
Como poeta, se inició con el Libro de canciones, que sería fuente de inspiración
para compositores como Schubert y Brahms. Destacaban en él los tonos heredados de la
canción popular alemana. A partir de esta obra, sin abandonar la línea intimista que le
llevaba a hablar de sus diferentes estados anímicos, su estilo se hizo más sencillo y
quizá realista, significándose por su tendencia hacia la ironía y la sátira, como refleja la
orientación antiprusiana de Alemania. Cuento de invierno.
La sencillez, muy próxima al lenguaje coloquial, con que expresaba sus
sentimientos y su amargura fueron un modelo de referencia para poetas como Gustavo
Adolfo Bécquer.
3.2. Inglaterra
Como enlace directo con los inicios del movimiento, destacó la figura del poeta,
pintor y grabador William Blake (1757-1827). Su poesía estuvo inspirada por visiones
místicas, por ideas religiosas procedentes de la Biblia y de la tradición protestante. En
composiciones de gran complejidad simbólica, que el mismo Blake ilustraba con
imágenes, aparecieron personajes que eran el reflejo de las preocupaciones sociales del
poeta. Así en el Libro de Urizén, junto al protagonista homónimo, símbolo de la
moralidad represiva, figuraba Orc, representante de la rebeldía. La actitud visionaria de
Blake fue un ataque al racionalismo y una apuesta por la liberación de la fantasía.
En 1798, con la publicación de las Baladas líricas de Wordsworth y Coleridge,
se sitúa el inicio del romanticismo inglés, distinguiéndose dos generaciones.
La primera está integrada por los poetas «lakistas», denominación que obedece
a que sus miembros residieron en la región del Lake Distrit:
William Wordsworth (1770-1850) expuso sus ideas sobre la creación en el prólogo a
la segunda edición de las Baladas líricas, convertido en una especie de preceptiva
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poética. Allí expresaba su preferencia por las cosas y el lenguaje sencillos. Para él, la
verdad poética era el resultado de la transformación de la experiencia directa de los
sentidos (la emoción), a través del recuerdo.
Temas centrales de su poesía fueron la naturaleza y la relación de los hombres
con ella. Ambos motivos se planteaban desde una perspectiva neoplatónica, casi
religiosa, puesto que, según Wordsworth, Dios se manifestaba a través de la armonía de
la naturaleza.
Samuel Coleridge (1772-1834), como filósofo e intelectual, contribuyó a la difusión
del idealismo alemán en Inglaterra. Su producción literaria estuvo condicionada por una
adicción dañina al opio. Además de escribir con su amigo Wordsworth las Baladas
líricas, fue autor de poemas famosos como «La balada del viejo marinero» y «Kubla
Khan», que se caracterizan por adentrarse en los territorios de lo fantástico y lo exótico,
descritos con un ritmo casi musical.
El máximo esplendor de la poesía romántica inglesa coincidió con la segunda
generación de autores, los llamados «satánicos» por su temperamento inconformista e
incluso provocador:
George Gordon Byron (1788-1824), más conocido como Lord Byron, fue un escritor
cuya biografía tuvo un carácter más romántico que sus propias obras. Él mismo
contribuyó a forjar una leyenda maldita que le convirtió en la personificación del
individualismo. Se le acusó de incesto, de sodomía y de antipatriotismo, por lo que tuvo
que abandonar su país. Su personalidad singular era la de un individuo ególatra y con
una visión aristocrática de la vida que justificaba sus actos con tonos fatalistas. Además,
fue un ser extrovertido e iconoclasta, crítico con el orden social y moral, un ateo
libertino de temperamento melancólico y solitario.
Una buena parte de su producción está integrada por poemas narrativos, como El
corsario o El infiel, en los que sobresalen héroes rebeldes de carácter melancólico que
recorren lugares exóticos. También escribió poemas de corte dramático (Caín) y obras
teatrales (Los dos Foscari).
Pero su obra más notable fue el Don Juan, poema de más de dieciséis mil versos
que quedó incompleto a partir del canto dieciséis. En él, Byron retomó el mito del
legendario personaje cuyos viajes y aventuras desde Oriente a Inglaterra tenían un cierto
aire autobiográfico. Ahora don Juan dejaba de ser un seductor para limitarse a aceptar
los ofrecimientos de las mujeres que se sentían atraídas hacia él. Entre las novedades de
esta versión, que el autor situaba en el género de la «sátira épica», están las burlas de
Byron hacia el lenguaje romántico, el tono picaresco de algunos episodios y las
reflexiones profundas sobre el paso del tiempo.
Percy B. Shelley (1792-1822), marido de la autora de Frankenstein, fue un idealista, un
bohemio y un revolucionario. Quería reformar el mundo e hizo gala de su ansia de
libertad política y su ateísmo en diversos escritos (Declaración de derechos, La
necesidad del ateísmo, La reina Mab…). En el conjunto de su obra conviven la
esperanza en el futuro de la humanidad y la melancolía ante las adversidades de la vida.
A sus poemas trasladó sus sueños de juventud, aunque en ellos se advierte una
evolución. Si sus primeros títulos poseen un carácter demasiado doctrinario, a partir de
su marcha definitiva a Italia lo más característico será su idealismo platónico.
Shelley identificaba la belleza ideal con la bondad, y de acuerdo con ello su
aspiración era conducir a los hombres a la bondad a través de la belleza, del amor y la
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naturaleza, concebida esta última como nexo de unión con los valores absolutos. A
partir de estos planteamientos, tal y como proclamó en su ensayo Defensa de la poesía,
Shelley adoptaba el papel romántico de profeta y reivindicaba la importancia de los
elementos amorosos en la poesía.
Conocedor de los clásicos grecolatinos y de autores como Spenser y Goethe, su
estilo tendía a la espontaneidad y la exaltación, adquiriendo en sus poemas narrativos un
carácter simbólico y alegórico. Sus cualidades líricas se reflejaron, sobre todo, en sus
poesías cortas: «Oda al viento del oeste», «La nube», «A una alondra» o en la elegía
«Adonais», inspirada en la muerte de su amigo Keats. También cultivaría el género
teatral, con el drama lírico Prometeo liberado.
John Keats (1795-1821) se distinguió de Byron y Shelley por su concepción de la
poesía, pues para él el poeta no debía usar el verso para hablar de sí mismo ni debería
aparecer en el poema para comunicar sus pasiones. Keats fue un precursor de la poesía
pura. Su ideal era la búsqueda y la expresión de la belleza, de ahí que, además de su
distanciamiento estético (su capacidad para ignorar su propio yo), se preocupara por la
perfección formal de sus poemas. No obstante, aunque su ideal poético era más lírico
que narrativo y basaba su estilo en la riqueza de sus descripciones y de las sugerentes
imágenes utilizadas, sus poemas no carecen de profundidad o de reflexiones doloridas
sobre la condición humana. Junto a la belleza en el arte y la naturaleza, la fugacidad de
las cosas o el deseo de morir son temas recurrentes en Keats.
Los mitos griegos aparecen en su poema narrativo Endimión, donde la diosa
Selene duerme a su amado para evitar que se desmorone su belleza. El universo clásico
servía de inspiración también para su poema épico inacabado Hiperión. Pero los poemas
más famosos de Keats son sus odas: «Oda a una urna griega», «Oda a la melancolía» y
«Oda a un ruiseñor», en las que se contrasta la naturaleza eterna de los ideales con el
carácter efímero del mundo físico.
3.3. Francia
La estética romántica se desarrolló en la literatura francesa con cierto retraso con
respecto a otros países europeos.
Las obras de los primeros románticos franceses tuvieron un carácter ensayístico
y reivindicativo. F. R. Chauteaubriand (1768-1849) hizo un encendido elogio del
catolicismo en el Genio del cristianismo, obra que destacaba las aportaciones de la
religión al arte. Paralelamente, Madame de Stäel (1766-1817) advirtió, en su tratado
Alemania, que la renovación literaria debía seguir el camino de los poetas ingleses y
alemanes, autores de una poesía íntima, expresión de sentimientos profundos, contraria
a las normas clásicas.
Fue en 1820, con la publicación de las Meditaciones poéticas de Alphonse de
Lamartine (1790-1869), cuando se habla del inicio del segundo romanticismo francés y
de una verdadera resurrección de la lírica, tras el paréntesis de la Ilustración. Lamartine,
político e historiador, evolucionó desde unos inicios donde dominaba la
sentimentalidad, la melancolía amorosa y la poesía fácil, hasta unos versos más densos
y con una mayor preocupación filosófica y religiosa en libros como las Armonías
poéticas.
También alcanzaron un protagonismo en el terreno de la lírica escritores como
Alfred de Vigny (1797-1863), cuya poesía revela el desencanto del poeta que se siente
aislado espiritualmente de la sociedad y reflexiona en tono pesimista y filosófico (Los
destinos); y Alfred de Musset (1810-1857), escritor con una vocación teatral más firme,
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al que se le acusó de la poca elaboración de sus versos, en muchas ocasiones cargados
de ironía. Entre los poemas incorporados en el volumen Nuevas poesías, destacan las
cuatro elegías que, bajo el título de «Noches», expresan su desolación por el fracaso de
sus relaciones amorosas con la escritora George Sand.
Sin embargo, el verdadero estandarte y conciencia crítica del movimiento fue
Victor Hugo (1802-1885). En 1823 se había formado el Cenáculo, una especie de
asociación literaria, en torno a la revista La musa francesa. Hugo se convertiría en su
líder en 1828. Empezó escribiendo poesía, y desde sus Odas y baladas hasta sus últimos
poemarios trató los más diversos temas políticos, religiosos y sociales. Como
romántico, definió la función del poeta como conductor de pueblos, como un visionario
que descubre y alumbra el camino, y combatió el régimen de Napoleón III, en aras de la
libertad, con los versos satíricos de Los castigos, o expresó el dolor por la muerte de su
hija en Las contemplaciones. De acuerdo con dicha estética, intentaba dotar a sus versos
de musicalidad o se atrevía con asuntos exóticos (Orientales).
3.4. Italia y Rusia
El romanticismo italiano, vinculado al movimiento nacionalista
(Risorgimento), acomodó los nuevos gustos formales a sus preferencias clasicistas.
Giacomo Lepardi (1798-1837), poeta más importante del momento, expresaba en su
Miscelánea de pensamientos que no se consideraba escritor romántico, si bien conjugó
las estructuras clásicas con unos temas y una actitud pesimista, típica de la época. Su
condición enfermiza, su inestabilidad emocional y sus diversos fracasos amorosos
determinaron su carácter solitario y un pensamiento casi nihilista. Frente a una realidad
hostil, Leopardi se refugió en el mundo de sus lecturas. Los clásicos grecolatinos
(los antichi), que había leído en su biblioteca familiar, y el trabajo intelectual se
convirtieron en consuelo ante tanta desesperación. La que transmite en sus Cantos y se
concreta en ideas como la inutilidad de la vida, el dolor provocado por la terrible verdad
que habla de la orfandad humana o la admiración hacia los héroes de la Antigüedad.
Otros poetas son: Ugo Foscolo (1778-1827), que sobresale con el poema «De los
sepulcros», donde lamenta la prohibición napoleónica de los sepulcros dentro de las
ciudades y de las distinciones lapidarias, lo que contradecía su deseo de inmortalidad, y
Alessandro Manzoni (1785-1873), más conocido por la novela Los novios, que
escribió también unos Himnos sagrados, poemas de carácter religioso con los que
intentó compensar su indiferencia anterior hacia la fe católica.
En Rusia, fue Alexander Pushkin (1799-1837) la figura más destacada,
calificado por muchos como el poeta nacional y el gran renovador de la literatura de
aquel país. Cultivó todos los géneros, aunque quizá fuera el verso la forma más
adecuada para su temperamento políticamente radical, su imagen de dandi y su
admiración hacia Byron. Recogió leyendas y asuntos folclóricos, que trasladaría a
poemas narrativos extensos, donde reivindicaba el heroísmo y la libertad, como en «El
prisionero del Cáucaso».
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4. Narrativa romántica
4.1. La novela psicológica y sentimental
En Francia dominó la tendencia psicológica, centrada en el análisis de las
reacciones de los personajes ante problemas provocados por la pasión y que situaban al
individuo en conflicto con el mundo. En muchas ocasiones eran relatos escritos en
primera persona o de forma epistolar, siguiendo el modelo del Werther de Goethe.
Benjamin Constant (1767-1830) escribió Adolphe, novela inspirada en la propia
relación amorosa del autor con Madame de Stäel, autora de la novela Corina.
En una dirección similar apuntan las novelas Atala y René de Chateubriand, que,
además de su temática sentimental, se singularizan por su carácter exótico, a causa de
los escenarios (Norteamérica) y personajes (pieles rojas.
George Sand, seudónimo de Aurore Dupin (1804-1876), escritora conocida por
sus relaciones amorosas con Musset y el compositor Chopin, también empezó su
trayectoria literaria con historias sentimentales como Lelia; aunque después
evolucionaría hacia el modelo de la novela realista, con novelas de ambientación urbana
y temática más social, como El pecado del señor Antonio, o con historias sobre la idílica
existencia en el campo, como El pantano del diablo.
En Inglaterra sobresalió la figura de Jane Austen (1775-1817). Sus novelas
están centradas en la vida íntima y familiar de la pequeña burguesía rural de su época.
En un ambiente de provincias la máxima aspiración de sus protagonistas femeninas es la
búsqueda del matrimonio adecuado. El amor es un tema fundamental, pero se enfoca
como un asunto que forma parte de la existencia cotidiana. Persuasión es quizá su obra
más romántica, ya que su actitud literaria y moral la vinculan al neoclasismo. De allí
procede su sentido irónico, su tendencia a la crítica de unas clases medias que impiden
la movilidad social, e incluso la consideración de la utilidad moral de sus novelas,
portadoras de un mensaje instructivo o didáctico. Esta dimensión ética, plasmada a
través de retratos de situaciones comunes a los lectores, se manifiesta en sus títulos:
Sentido y sensibilidad, Orgullo y prejuicio, Mansfield Park o Emma.
4.2. La novela histórica
Fue uno de los géneros narrativos preferidos de la época, ya que servía, a la vez,
para satisfacer el deseo de evasión de los escritores románticos y para reivindicar la
historia nacional y los valores culturales de un pueblo. Se considera a Walter Scott
(1771-1832) como su verdadero artífice. Este abogado escocés empezó, sin embargo, su
trayectoria literaria como traductor de romances góticos alemanes, para pasar luego a
escribir baladas y poemas narrativos de carácter patriótico (Marmion, La dama del lago)
que le otorgaron una buena reputación. Pero la imposibilidad de competir con la poesía
de Lord Byron fue una de las causas que, unida a determinados problemas económicos,
le llevaron a probar con la novela. A través de su entorno familiar conocía viejas
leyendas escocesas y tradiciones orales que alimentaron su afición hacia la historia,
concretándose en su primer título: Waverley. Dado el éxito rotundo de esta obra, Scott
escribiría más de veinte novelas, entre las que destacan: El anticuario, Rob Roy,
Ivanhoe o Quintín Durward; sin renunciar a otras aventuras literarias como su Vida de
Napoleón, una historia de su país y otras colecciones de cuentos.
Los argumentos de sus novelas se remontan desde la Edad Media hasta el siglo
XVIII, teniendo como escenarios fundamentales Escocia, cuyos conflictos sociales y
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políticos invitan a examinar el destino de dicho país, e Inglaterra. A partir de fuentes
orales y de la lectura de crónicas e historias, el autor fue recogiendo una información
sobre la que crear un paisaje de fondo. Sus protagonistas eran, en su mayoría, criaturas
inventadas, mientras que las figuras históricas ocupaban un lugar secundario en la
acción. De esta manera Scott podía sintetizar la libertad creadora con una fidelidad
histórica, dando pie a un modelo narrativo que fuese verosímil y, a su vez, reflejara la
relación entre los fenómenos sociales y el carácter de los personajes.
Aunque Scott ha sido considerado por algunos estudiosos como heredero de la
literatura del XVIII, es indudable el perfil romántico de sus novelas, definibles como
evolución de la poesía épica y la narrativa caballeresca, según se evidencia en títulos
como Ivanhoe. Allí demuestra el autor su estilo ameno, su dominio del diálogo y su
habilidad para trazar el retrato de sus personajes. Pero, sobre todo, la novela destaca por
una serie de motivos que serán característicos de la narrativa histórica posterior. La
acción se sitúa en la Inglaterra del siglo XII, durante los últimos años del reinado de
Ricardo Corazón de León, cuyo trono peligra por las intrigas del príncipe Juan sin
Tierra. En medio de un conflicto centrado en los enfrentamientos entre sajones y
normandos, se narran las aventuras de sir Wilfred de Ivanhoe: torneos, duelos,
venganzas, traiciones, etc., y un protagonista que, junto al mítico Robin Hood, trata de
establecer la justicia y de apoyar al rey Ricardo para conseguir la unión definitiva de los
pueblos en disputa. Mientras la acción se vuelve trepidante, los elementos históricos (las
Cruzadas) y con sabor legendario (los templarios) se entremezclan con la presencia de
amores que resultan imposibles, dándose el caso de que Ivanhoe es pretendido por lady
Rowena (mujer de origen aristocrático) y por la hebrea Rebecca de York.
El influjo de Scott se dejó sentir de inmediato en otros países europeos.
En Francia, la primera novela histórica es Cinq-Mars de Alfred de Vigny, obra
de tesis política al defender a la nobleza humillada por la monarquía absoluta.
De ideología totalmente contraria, mucho más liberal, es la producción de
Victor Hugo, verdadero «hombre-océano» que también cultivó la narración histórica
con títulos como Nuestra Señora de París. La obra transcurre a finales del siglo XV,
alrededor de la catedral, convertida en metáfora representativa de la civilización
medieval. Con los vicios de una sociedad repleta de mendigos, estudiantes y pícaros
como telón de fondo, el narrador relata una historia de amor, que involucra, entre otros,
a la célebre gitana Esmeralda y al jorobado Quasimodo. La falta de verosimilitud y el
hecho de que los personajes representen ideas abstractas le han valido a la obra la
etiqueta de pseudohistórica, con el dramatismo y el pintoresquismo como virtudes
principales.
La moda de la novela histórica llegó también a Italia, donde Alessandro
Manzoni escribió Los novios, y a Rusia, donde Alexander Pushkin publicó La hija del
capitán. En ambas casos, un denominador común: azarosas intrigas sentimentales que
coinciden con episodios significativos de la historia nacional de cada país
(respectivamente, en los siglos XVII y XVIII).
4.3. Novela gótica
Surgió en Inglaterra con El castillo de Otranto (1764), de Horace Walpole,
aunque tuvieron que transcurrir tres décadas hasta la aparición de títulos representativos
como Los misterios de Udolfo (1794) de Anne Radcliffe y El monje (1796) de
Matthew Lewis. Se trataba de novelas dirigidas a un sector de la clase media,
preferentemente femenino, al que se le ofrecían intrigas plagadas de misterio, magia y
terror. Asimismo, en el género gótico la acción se desarrolla en un pasado medieval
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muy poco realista y los personajes que no respetan las normas reciben un castigo y son
condenados eternamente.
En el ámbito de la literatura de terror sobresale la novela Frankenstein o El
moderno Prometeo. Su autora, Mary Shelley (1797-1851), era hija de Mary
Wollstonecraft (escritora feminista) y fue la segunda esposa del poeta Percy B. Shelley.
Precisamente, en un viaje que realizó con él a Suiza, en 1816, se fraguó la primitiva idea
de la novela. La pareja tenía como vecino a Lord Byron, con quien se reunían para
escapar a la lluvia de un verano desapacible. Durante una de estas reuniones, tras la
lectura de unas historias de fantasmas, traducidas del alemán al francés, Byron propuso
a su médico W. Pollidori y al matrimonio Shelley la redacción de un relato de dicho
género. Mary aceptó el reto, queriendo escribir una historia que despertara el terror más
intenso. Era el principio de su Frankenstein, de una novela en la que el doctor Víctor
Frankenstein crea una nueva criatura a partir de la unión de diversos miembros de
cadáveres, aunque su teórica proeza científica terminará acarreándole una serie de
trágicas consecuencias.
La obra está influida por El paraíso perdido de Milton y, como indica su
subtítulo, toma como fuente de inspiración el mito clásico de Prometeo. A partir de él,
Shelley elabora una trama con un claro fondo ético. Si aquel personaje mitológico fue
identificado como el creador de los hombres, a quienes modeló con arcilla, pero
también como aquel que robaba el fuego del Olimpo para entregárselo a los mortales, el
doctor Frankenstein es un científico con nobles ideales, aunque poco respetuoso con la
naturaleza. Cuando deja de lado los principios morales, su inteligencia puede entenderse
como una perversión que, como en el mito griego, conllevará un severo castigo.
Más allá del carácter alegórico de la novela, como crítica a un desarrollo
científico incontrolado, su modernidad reside en el juego de oposiciones que plantea.
Así, mientras el doctor asume un papel divino al crear vida o de un demonio que desea
vengarse del monstruo, este es, al mismo tiempo, víctima de su creador y responsable de
varios crímenes. Los conceptos del Bien y del Mal se entremezclan de forma conflictiva
en los protagonistas, seres atormentados por una angustia existencial. En este sentido,
descata la figura del monstruo, en la que el rechazo que sufre por su deformidad, el
sentirse abandonado y el carecer de pasado generan una obsesiva rebeldía.
4.4. La novela «popular»
Bajo esta etiqueta se engloban un grupo de novelas, publicadas en Francia, que
se distinguen por su forma de difusión (el folletín o la novela por entregas) y por
tratarse de obras que iban dirigidas a un amplio grupo de lectores. En esta literatura
tenían cabida los temas históricos, de aventuras y viajes, y sociales. Aunque se percibía
en ella una aproximación a la realidad de las masas, de forma que los escritores se
adentraban en todos los rincones de la sociedad, con una cierta nostalgia hacia los
valores perdidos.
La narrativa de Alejandro Dumas (1802-1870) se inserta en la corriente
historicista, ya que en los casi trescientos títulos que escribió (entre novelas y relatos
breves) el autor intentó abarcar asuntos diversos desde el siglo XVI hasta la Revolución
de 1789. Conocedor de los gustos del público de la época, Dumas necesitó de la ayuda
de otros escritores, que trabajaban para él, para poder satisfacer la demanda. Entre su
vasta producción, destacan Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo. En ambos
casos contó con la colaboración del escritor A. Maquet, para componer intrigas repletas
de aventuras y conspiraciones. Mientras El conde de Montecristo está ambientada en
pleno Renacimiento, Los tres mosqueteros (inspirada en las Memorias de D’Artagnan y
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Memorias del conde de Rochefort del novelista francés del XVIII C. de Sandras) narra
las peripecias de unos famosos espadachines que vivieron en el XVII.
Eugenio Sue (1804-1857) fue otro de los triunfadores de la novela de folletín.
En Los misterios de París y El judío errante, obras influidas por las ideas del socialismo
utópico, Sue crea unos personajes exageradamente maniqueos (buenos y malos), cuyos
rasgos se mantienen inalterables hasta el final de la historia. En obras como Kernock, el
pirata, el autor dejó a un lado la temática social para acercarse a la novela de aventuras
exóticas, inspiradas en memorias y libros de viaje, pero, sobre todo, influidas por los
relatos ambientados en el mar del estadounidense James Fenimore Cooper, escritor
famoso por sus novelas sobre la supervivencia en regiones americanas inexploradas
como El último mohicano.
4.5. Cuento
En el Romanticismo el relato breve adquirió una notable importancia, sobre todo
por la calidad de algunos escritores y por la pervivencia de muchas de estas historias. En
ellas es posible diferenciar entre el cuento popular y el cuento artístico.
Dentro del primer grupo se sitúan narraciones de origen folclórico y, por tanto,
autor anónimo. En Alemania, los hermanos Grimm (Jacobo y Guillermo), que ya
habían dado muestras de su preocupación por dignificar su lengua nacional con la
redacción de una gramática alemana o un diccionario enciclopédico, intentaron rescatar
la herencia popular de su país que comprendía cuentos y sagas. Así surgieron Los
cuentos de Grimm, narraciones breves y sencillas, frecuentemente con contenidos
fantásticos, que si bien se publicaron por primera vez en 1812, poco a poco fueron
ampliándose y adaptándose a los gustos de un público más infantil, con títulos tan
célebres como: Pulgarcito, Caperucita roja o La Cenicienta.
En una dirección similar apunta el escritor danés H. C. Andersen (1805-1875),
quien se inspiró en leyendas y tradiciones populares, aunque también en su propia
experiencia personal y literaria, para escribir numerosos cuentos infantiles como El
soldadito de Plomo, Las zapatillas rojas o La sirenita.
La modalidad del cuento artístico, de autor conocido e invención propia, estuvo
estrechamente vinculada a la importancia que los románticos le otorgaron a lo fantástico
y sobrenatural. El escritor y músico alemán E. T. A. Hoffmann (1776-1822) es uno de
sus máximos exponentes. En los dos volúmenes de sus Piezas fantásticas, el autor
reveló su viva imaginación, confundiendo en sus relatos la realidad con el mundo de los
sueños o de las supersticiones más profundas, hasta provocar el horror. Sus historias son
siniestras y se desarrollan en un ambiente de pesadilla, donde son posibles las
transformaciones y desdoblamientos de los personajes e incluso la realidad se vuelve
cambiante.
Por su contribución al género del relato breve, se incluye aquí al estadounidense
E. A. Poe (1809-1849), escritor cuya existencia llena de adversidades (muerte
prematura de sus padres, expulsión de una Academia militar, abandono por parte de su
tío y padre adoptivo, y larga enfermedad de su esposa) influyó en su propia visión de la
literatura. La experiencia trágica de la vida y su espíritu hipersensible le condujeron al
alcohol, las drogas y la neurosis. La escritura era una forma de encontrar refugio a su
dolor, pero también un intento de atrapar la Belleza que tenía mucho de romántico, pues
de acuerdo con los argumentos de E. Burke sobre lo bello y lo sublime, consideraba que
el miedo, el terror o aquello que provocase emociones semejantes era el punto de
partida para alcanzar una realidad superior.
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Escribió libros de poesía como Tamerlán y otros poemas, Al Aaraf o Poemas,
que revelan el influjo de escritores ingleses como Milton, Keats, Shelley y Coleridge.
En su búsqueda de la belleza, se preocupa por la construcción rigurosa de sus versos y,
asimismo, reitera los motivos de la melancolía y la muerte, ya que tanto la poesía como
la música y los temas citados pueden provocar un placer intenso y elevar el alma
humana hacia la contemplación de lo bello.
Como narrador, Poe puede ser citado como iniciador de la novela policíaca: El
escarabajo de oro, Los crímenes de la calle Morgue. Pero, sobre todo, destaca por sus
relatos de terror, en los que aparecen criaturas angustiadas de modo obsesivo por unas
dolencias que se sitúan en el lado oscuro de su mente. Junto a estos personajes
autodestructivos, el ambiente de sus cuentos, oscuro y cerrado, incrementa la sensación
opresiva que habita en el alma humana. Y todo ello se plasma en el relato con una
exactitud casi matemática, atendiendo a un plan que Poe perfila empezando a escribir
cada historia por el final.
5.Teatro romántico
5.1. Rasgos
La manifestación característica de la época es el drama romántico, pieza que
surgió con el deseo de integrar en un todo los subgéneros teatrales precedentes. Sus
características principales supusieron una ruptura con el teatro neoclásico, que se
identificaba con el talante impulsivo de unos escritores que ya no pretendían enseñar,
sino conmover al público que asistía a las representaciones. Su carácter combativo e
inconformista ya quedó plasmado, por ejemplo, en uno de los episodios más singulares
de la historia del teatro: la «batalla de Hernani». Con un gesto provocador, Victor
Hugo quiso estrenar su drama romántico en el Théátre Français (25 de febrero de 1830),
templo teatral de los clásicos, y para contrarrestar la oposición de sus adversarios,
reclutó a numerosos jóvenes del Barrio Latino de París que aplaudirían el desarrollo de
la función.
El deseo de libertad se traduce, sobre todo, en el rechazo de la regla aristotélica
de las tres unidades. Hay varios hilos narrativos, la acción transcurre en diversos
espacios y suele englobar varios años. Asimismo, tienden a anularse las fronteras entre
lo cómico y lo serio; llegándose a mezclar también la prosa y el verso en algunos casos.
En su intento de reaccionar contra las normas neoclásicas, los románticos
vinieron a enlazar con el teatro de escritores barrocos como Shakespeare y Calderón de
la Barca por los que sentían gran admiración.
Del mismo modo que ocurría con la novela romántica, hubo una preferencia
general por situar la acción en épocas pasadas (Edad Media y Renacimiento,
especialmente); interés que se complementa con un apego a los ambientes lúgubres y a
los efectos truculentos (tormentas, naufragios, etc.) que contribuyeron tanto al carácter
sorprendente, y a veces fantástico, de las historias representadas como al desarrollo de
los elementos escenográficos (decorados, maquinaria teatral).
En argumentos distribuidos entre tres y cinco actos, el drama romántico se
centró en la figura de un héroe, rebelde y misterioso, que tenía que luchar contra un
sociedad hostil y la fatalidad para conseguir el amor o la libertad, una pugna titánica que
estaba condenada al trágico fracaso final.
Como reflejo del espíritu exaltado del hombre romántico, se le concedió un
papel predominante a la acción, que se sucedía con dinamismo, e iba acompañada por
un lenguaje repleto de figuras retóricas y un tono enfático (casi siempre poco natural).
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5.2. Autores
Friedrich Schiller (1759-1805) mantuvo una estrecha amistad con Goethe y
también con Beethoven, quien utilizaría la letra de su oda «A la alegría» en el cuarto
movimiento de la Novena Sinfonía. Como dramaturgo, fue una de las glorias nacionales
del pueblo alemán. A lo largo de su trayectoria creativa, se distinguen dos grandes
periodos: el de juventud (vinculado al movimiento Sturm und Drang), que se caracteriza
por la actitud rebelde y de protesta del autor; y el de madurez, con un carácter más
clásico y donde Schiller escribía con la esperanza de cambiar el mundo, otorgándole a
su teatro una función pedagógica y humanitaria.
A la etapa donde predomina el entusiasmo juvenil del escritor corresponden Los
bandidos y el Don Carlos, ambas con un trasfondo histórico. Pero si estas incursiones
en el pasado son características del romanticismo y eran lógicas, además, en un
catedrático de historia, hay otros aspectos que aseguran su relación con la estética de la
época. Así, mientras en Los bandidos aparece un héroe típicamente romántico, en su
oposición a las normas establecidas, y un tono de pesimismo domina en la obra, el Don
Carlos, inspirado en las relaciones entre el rey español Felipe II y su hijo Carlos,
expresa un notable idealismo en su deseo de tolerancia.
Entre sus dramas posteriores, destaca Guillermo Tell, obra cuyo protagonista se
convierte en símbolo de la lucha contra la tiranía y de los afanes nacionalistas que
darían pie al surgimiento del nacionalismo suizo. Schiller encarnaba principios
universales en unos personajes que eran, sobre todo, entes sociales en conflicto con el
mundo que les rodeaba y ante el cual reivindicaban la libertad.
Victor Hugo también destacó como escritor dramático. Defendía para el teatro
la misma libertad que para el arte o la política. De ahí que se enfrentara a las normas
clásicas y propusiera una estética más viva e incluso divertida. Sus obras tienen un
carácter histórico. Textos como Cromwell resultaron irrepresentables y el estreno de
obras como Marion de Lorne fue prohibido. Aun así, títulos de la categoría de Hernani
y Ruy Blas son ilustrativos de la singularidad de su teatro. Hugo consideraba este género
idóneo para representar sus ideas revolucionarias. Por eso, sus personajes son muchas
veces como muñecos al servicio de unas ideas antagónicas que el autor contrasta. Con
suma frecuencia los contenidos políticos se mezclan con una intriga amorosa; la visión
del pasado no es rigurosa, predominan los incidentes y el movimiento de los personajes,
que le restan verosimilitud a la historia. Sus obras cobran entonces un tono de grandiosa
epopeya e incluso son el resultado de una transformación lírica de los sucesos, según la
idea del autor de que «todo lo que existe en el mundo, en la historia, en la vida y en el
hombre, debe y puede reflejarse en él, pero embellecido por la vara mágica del arte».
Alfred de Musset, además de poeta y novelista, tuvo una notable vocación
teatral, como lo refleja en su Lorenzaccio, drama que se llevó a escena en 1897, varias
décadas después del final del Romanticismo. La obra, ambientada en la Florencia del
siglo XVI, cuenta el asesinato del tirano Alejandro por Lorenzo de Medicis. Entre más
de cuarenta personajes y varios hilos argumentales, destaca la figura de su protagonista,
que de acuerdo con la imagen típica del héroe romántico, oscila entre los extremos de la
virtud y el vicio, una alternancia que sirve para concretar la idea central de la obra: la
tendencia humana a la corrupción.